texto de d. antonio gala

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Es el lubricán: la hora en que se confunde el perro con el lobo, el lobo con el can. Anochece. Es la hora de la tregua. Texto de D. Antonio Gala. - PowerPoint PPT Presentation

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Es el lubricán: la hora en que se confunde el perro con el lobo, el lobo con el can. Anochece. Es la hora de la tregua.

Texto de D. Antonio Gala

Todo en la naturaleza se dispone al descanso. La luz que enfrenta a unos seres con otros ha cesado; ha cesado la lucha; sólo quienes se desenvuelven en la noche se están incorporando.

Todo en la naturaleza se dispone al descanso. La luz que enfrenta a unos seres con otros ha cesado; ha cesado la lucha; sólo quienes se desenvuelven en la noche se están incorporando.

Los humanos en las ciudades más o menos grandes, con sus coches a cuestas, aún están de camino; pero es un camino de vuelta.

El sol se dejó vencer sin excesiva resistencia; unas nubes, entre suaves reflejos, pueblan todavía el cielo de formas imprecisas.

Quienes trabajaron fuera de sus casas vuelven a ellas. Una casa es el lugar donde a uno se le espera, o en donde uno espera, a esta hora apacible, las visitas más próximas.

Al acercarse, adivinan encendidas las habitaciones. Todo está en orden. Los niños, si los hay, dentro de poco se retirarán.

Un suspiro de calma llenará los pasillos, el cuarto de estar; se posará sobre la mesa del comedor dispuesta.

En el rincón preferido, bajo la apaciguada luz de una pantalla, el sofá o el sillón, ofrecerán sus brazos.

La costumbre, con maternales manos de enfermera, nos tocará la frente; nos despojará de la chaqueta y del calzado; nos quitará las armas de la guerra de la que venimos . . .

Anochece. Antes o después de cenar, se abre un momento para la reflexión, para la charla, para la honda mirada comprensiva.

No discutamos; no gritemos; no nos arrebatemos el turno en la conversación; no nos apasionemos como si en ello nos fuera la vida.

Cerremos los ojos y miremos. Miremos con intensidad, pero con paz. Quizá consigamos entonces escuchar una música. Una música compartida y solemne: es la canción de cada anochecer, que solemos empeñarnos en desoír.

Fuera se ha quedado la agresividad y la competitividad que nos devora como un cáncer. Cerca sólo permanecen la intimidad, la certeza de algún pequeño gozo, del sorprendente placer cotidiano, del habitual milagro de estar vivos que poco agradecemos, y el de estar en compañía.

Junto a nosotros, los menudos valores que nadie se atrevería a cotizar en bolsa. Sobre todo, el acuerdo con uno mismo y el olvido, a veces tan difícil, de los desacuerdos que el día ha provocado.

Lejos, el virus del oro, que enrigidece nuestras arterias y nos infarta el corazón, y el de la palabra amenazadora.

Dejémoslos fluir: ni el oro ni la plata se inventaron para destruirnos, sino para vincularnos y embellecernos.

Que no creen un mal poso en nosotros. Cuanto no sea esencial, cuanto no sea rotundamente nuestro, tanto que sin ello dejaríamos de ser quienes somos, debe desaparecer a esta hora. Quédese el perfume, pero no la flor seca . . .

Que no creen un mal poso en nosotros. Cuanto no sea esencial, cuanto no sea rotundamente nuestro, tanto que sin ello dejaríamos de ser quienes somos, debe desaparecer a esta hora. Quédese el perfume, pero no la flor seca . . .

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