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CIEN AÑOS DE ENSEÑANZA EN MARRUECOS.
D. Ricardo Barceló. 8 de Noviembre de 2014.
El 19 de febrero de 1913, el Comandante General de Ceuta, el general don Felipe Alfau Mendoza, partió de buena mañana de la plaza española con la orden de ocupar la vecina ciudad marroquí de Tetuán, distante cuarenta kilómetros. Llevaba como escolta un escuadrón de caballería y un batallón de infantes. No existía carretera que comunicara ambas ciudades, entonces no existía ninguna carretera en todo el reino de Marruecos. Por un camino polvoriento bordeado de cañaverales y chumberas emprendieron la marcha con las cautelas propias de una tropa que penetra en territorio desconocido. Pero no fueron molestados durante el trayecto, durante las largas horas que duró la expedición. Los anyeríes, los habitantes de la cabila de Ányera que rodea Ceuta, eran a veces belicosos con los cristianos del otro lado de la frontera. Pero eran también quienes entraban casi a diario en la plaza para comerciar con sus productos, lo que les procuraba mayores beneficios que si los vendían entre sus propios paisanos. El general Alfau había recibido de Madrid la orden de tomar la ciudad por un motivo acuciante: Su Alteza Imperial el Jalifa Mulay el Mehdi, a quien su primo el sultán de Marruecos Mulay Yussef había designado como su representante en la zona que correspondió a España en el reparto del país, estaba a punto de llegar a la ciudad y tenía que ser recibido por una autoridad española.
Madrid ya no podía seguir inactivo, como si estuviera a la espera de que el compromiso marroquí se fuese a desvanecer. Desde noviembre anterior correspondía a España ejercer un protectorado en esa parte de Marruecos, mes en el que Francia había empezado a establecer el suyo en su zona. Las 13 naciones que se reunieron en
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Algeciras entre el 16 de enero y el 7 de abril de 1906 suscribieron un acta que reconocía a Francia el derecho a establecer un protectorado sobre Marruecos, sobre la mayor parte de Marruecos, sobre 450.000 kilómetros cuadrados de Marruecos. A España le correspondieron en ese reparto sólo 21.000 kilómetros cuadrados, después de que en varios acuerdos secretos suscritos en años precedentes Francia fuera metiendo la tijera a ofertas territoriales más ambiciosas ante el desinterés que mostraba el Gobierno español. Así llegó a dejar el mínimo exigido por el Reino Unido de Gran Bretaña: una estrecha franja frente a Gibraltar en la que no ondeara la bandera francesa.
Ocho años antes de todo esto que relatamos España había perdido sus últimas posesiones en América y en Asia. No estaba el país para embarcarse en nuevas aventuras coloniales. No sólo por su postración moral, sino también, y sobre todo, por el desastre económico que la derrota ante Estados Unidos produjo. Pero a la primera potencia mundial de la época, el Reino Unido de Gran Bretaña, sí le interesaba que España participara en aquella operación, con la excusa de que poseía las plazas de Ceuta y Melilla en el norte de Marruecos. Lo que pretendía en realidad, después de llegar a un acuerdo con Francia para tener manos libres en Egipto a cambio de que Francia las tuviera en Marruecos, es que frente a Gibraltar, la llave del estrecho para su comunicación con su perla de la corona, con La India, estuviera una nación como la española, de escasa relevancia internacional y con un ejército desmoralizado por una tremenda derrota. Francia, la ambiciosa Francia, era dueña ya de Argelia desde 1830 y de Túnez desde 1881, y quería ampliar su imperio norteafricano. España aceptó aquellos 21.000 kilómetros cuadrados y un pequeño enclave al sur de Marruecos, en la zona desértica de Tarfaya, para no verse desplazada del concierto internacional. Hubiese aceptado cualquier otra propuesta aún más reducida. Los gobiernos de la época no tenían ambiciones de expansión territorial, pero es que ni siquiera se trataba de eso. Se trataba de pacificar un territorio rebelde al poder central. Y aceptó para no desairar ni a Inglaterra, ni a Francia ni a Alemania, naciones que por cierto no tardarían en verse envueltas en una guerra de proporciones descomunales.
En los acuerdos de Algeciras se establecía que el sultán de Marruecos, intervenido por un residente general francés, nombraría en la zona española un delegado con plenos poderes, que era el Jalifa a quien el general Alfau tenía que recibir en algún lugar del Marruecos que había correspondido a España. Tetuán era la ciudad marroquí más a propósito por su cercanía a Ceuta y por el hecho de contar además con una residencia donde el Jalifa podía acomodarse, el palacio construido en el siglo XVIII por el bajá Er Riffi, palacio que hasta entonces habían ocupado los gobernadores nombrados por el sultán. Y contaba también con un consulado de España, establecido por el general O’Donnell después de la llamada “Guerra de África”, la que enfrentó a ambos países entre noviembre de 1859 y abril de 1860. Un consulado que debía atender las necesidades de la incipiente colonia española que se fue asentando en la ciudad a
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partir de entonces. España alquiló un solar en el “Feddán” por el canon anual de treinta duros. El Feddán (como hoy todavía se le conoce) recibió el nombre de Plaza de España al convertir O’Donnell a Tetuán en ciudad española. Costó tres millones de reales –cifra considerable para la época‐ construir la representación consular, la vivienda destinada a los vicecónsules y la iglesia de la Misión franciscana, con su Convento y Hospedería aneja al edificio, todo ello bajo la dirección del coronel Gelis, del arma de Ingenieros.
El general Alfau se instaló en aquel caserón donde ejercía como cónsul el laborioso diplomático Luciano López Ferrer, que años más tarde sería nombrado, ya en tiempos de la Segunda República, alto comisario de España en Marruecos. Y hubo de compartir también espacio con la Comunidad Franciscana, que había dedicado dos pequeñas habitaciones de la Hospedería como escuela de niños y de niñas. Aunque la colonia europea civil que se estableció en el Tetuán ocupado por O’Donnell era muy reducida, los religiosos se sintieron obligados a procurar una elemental enseñanza a los hijos de aquellos pioneros españoles. Entre los años 1906 y 1908, aquel Consulado al que Alfau habría de llegar un lustro más tarde para convertirlo en Alta Comisaría de España en Marruecos, fue sometido a obras de remodelación. Mientras se llevaron a cabo, sus dependencias fueron trasladadas provisionalmente a un palacete morisco que se alquiló en la calle de la Záuia, que cuantos vivimos en el Protectorado conocimos como calle de la Cárcel,
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porque allí estuvo la prisión para españoles, distinta de la cárcel marroquí que dependía del bacha. El ministro plenipotenciario de España en Marruecos con residencia en Tánger era en aquellos primeros años del siglo XX don Alfonso Merry del Val. Consideró que era competencia del Gobierno español ocuparse de la enseñanza y logró convencerlo para que, por Real Orden de 1 de enero de 1908, abriera una escuela que se instaló en otro palacete más modesto situado enfrente de la propia representación consular, en la misma calle de la Záuia. Las funciones de maestro las asumió el intérprete‐canciller del Consulado don José González Belloto. Se creó también un aula para adultos marroquíes interesados en aprender la lengua española que se denominó “Escuela Española de Moros”.
¿Qué era aquel Tetuán al que llegó el general Alfau en febrero de 1913 para recibir días más tarde al Jalifa del sultán y para que España pudiera iniciar su obra de protectorado? Seguía siendo la misma ciudad medieval que, a la caída de Granada, comenzó a reconstruir un capitán del rey Boabdil que tuvo que salir de España en 1493. Siguiendo el destino de miles de moriscos expulsados, Abú el Hassán Alí Al Mandri llegó a Marruecos y supo de una ciudad que los portugueses, establecidos en Ceuta desde 1415, habían reducido a escombros en 1437. Los portugueses, colmada su paciencia de recibir constantes ataques desde el reducto de piratas que era Tetuán, donde se refugiaban después de cometer sus desmanes con sus barcos resguardados en el pequeño puerto de Río Martín, decidieron deshacerse para siempre del problema y acabaron con la ciudad. Cincuenta y seis años permaneció Tetuán arruinada,
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convertida en montañas de escombros, sin que los habitantes de sus alrededores se interesaran por reconstruirla. Hasta que Al Mandri y sus huestes granadinas solicitaron el permiso del sultán para levantarla de nuevo. Obtenida la gracia del soberano, erigieron el “afrag”, la ciudadela que construyeron dos sultanes de la dinastía meriní entre 1286 y 1308, que fue lo que los portugueses destruyeron. Y levantaron un barrio de estilo andalusí, el primer núcleo urbano de Tetuán. Luego se le irían añadiendo nuevos barrios construidos por las sucesivas oleadas de moriscos que llegaron con las expulsiones escalonadas que decretó Felipe III. Hasta que terminó por configurarse como una ciudad amurallada en un perímetro de 5 kilómetros, siete puertas de acceso y 50 hectáreas de superficie. Esta es la ciudad que encontró Alfau. En la que no existía alumbrado público, ni hospitales, ni oficinas ni servicios de ninguna clase y en la que todavía se colgaban de las murallas las cabezas de los ajusticiados. Y la ciudad que encontró el padre Salvador López de Luzuriaga cuando en junio de 1915 llegó con intención de encontrar un edificio que pudiera albergar un colegio marianista. Francia, en su zona de protectorado, levantó las nuevas ciudades separadas de las antiguas medinas medievales que, por su estructura, eran difíciles de adaptar a los modernos conceptos urbanísticos. España sin embargo optó por construir los nuevos ensanches a continuación de las medinas moriscas, sin solución de continuidad, para propiciar la convivencia entre las dos comunidades. Mejor dicho, entre las tres comunidades, porque los judíos expulsados de Sefarad se habían exiliado junto a los musulmanes, con los que convivían en barrios cerrados llamados “mel‐lah”. Para construir la ciudad moderna a continuación de una medina rodeada de una muralla no hubo más remedio que derribar un lienzo en el lugar donde se establecería el eje de conexión entre ambas ciudades. El arquitecto municipal Carlos Óvilo realizó el primer plan urbanístico, con un trazado de la nueva ciudad que, supeditado a las necesidades de la guerra, lo desarrolló desenfilando a las calles –estratégicamente‐ de la acción bélica que podían ejercer sobre ellas las posiciones rebeldes de los montes cercanos, aislándolas completamente de posibles y futuras contingencias. En 1915, cuando llegó a Tetuán el padre López de Luzuriaga dos meses antes de que lo hiciera el padre Abdón Pereda, el “ensanche” era un inmenso solar donde sólo aparecía terminado el edificio que hoy alberga el Instituto Cervantes, levantado a instancias del promotor Francisco Picayo Rivero para uso de viviendas. Pero el majzen, es decir, el gobierno jalifiano, se apresuró en adquirirlo para que fuera sede de la imprescindible Delegación de Fomento, desde la que debía irradiar todo el desarrollo de la zona. Salvo este oasis en medio de la nada, a escasos metros se encontraba a medio construir el cuartel de Cazadores o cuartel R’Kaina como también se encontraban en ese estado las escuelas que recibieron el nombre de Grupo Escolar España. Algo más al norte, muy cerca de la Puerta de Tánger (Bab Tut, para ser respetuoso con la onomástica local) se levantaba el Dispensario Médico. Ese era todo el Tetuán que encontraron los marianistas. Sólo treinta familias españolas vivían entonces en la ciudad. Pero, aun siendo una colonia tan escasa, tenía su Círculo Recreativo en un lugar muy cerca de la
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mezquita de Sidi Ben Aisa en la plaza de España y un periódico diario al que llamaron “El Eco de Tetuán”, en recuerdo del que fundó Pedro Antonio de Alarcón durante la ocupación de 1860. El contingente militar crecía de día en día y, en espera de que se terminaran los acuartelamientos, se alojaba en un extenso campamento de tiendas de campaña situado aproximadamente donde hoy se encuentran los Pabellones Varela. Muchos de estos militares acudieron a Marruecos con sus familias, la mayoría de ellas con hijos en edad escolar.
El general Alfau estuvo poco más de un año al frente de la Alta Comisaría, porque desavenencias con algunos mandos de Ceuta lo obligaron a presentar su renuncia. Lo sustituyó en agosto de 1914 el general Marina, hasta entonces Comandante general de Melilla. Este fue el alto comisario que recibió del Superior Provincial de la Compañía de María la solicitud de “fundar un colegio y corresponder así a los apremiantes requerimientos de los padres de familia, deseosos de asegurar a sus hijos una educación conforme a sus creencias, medios de preparar una carrera y sentimientos de afecto a España que no dejen lugar a duda”. ¿Qué bases políticas y administrativas había para estimular de esa manera la iniciativa de los marianistas? ¿Qué los llevó a apostar por abrir un colegio fuera de España, en un Marruecos que no se acabaría de pacificar hasta mayo de 1927? Porque antes de la revuelta rifeña de los años 20, la de Abdelkrim el Jattabi, el Raisuni, señor feudal de Yebala que se creía con más méritos que el primo hermano del sultán para haber sido nombrado su jalifa, despechado por lo que entendió un desprecio a su prestigio, no paró de guerrear contra los españoles.
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Entre las instrucciones que recibió el alto comisario para desarrollar el Protectorado estaba la relativa a la enseñanza, que no podía ser más escueta: “se vigilará el régimen de las escuelas al presente sostenidas por el Ministerio de Estado en Larache, Arcila, Alcázar, Tetuán, vecindades de Ceuta, Nador, Zoco el Had de Benisicar y Cabo de Agua, proponiendo las reformas que estime útiles y prácticas para el desarrollo de la instrucción pública en beneficio de nuestros numerosos compatriotas y de los europeos en general”. Con esos escasos mimbres los marianistas se embarcaron en la aventura tetuaní. El colegio cuya autorización se solicitaba se establecería en una ciudad que estaba en proceso de construcción. El general Marina autorizó el colegio y el reverendo Salvador López de Luzuriaga se puso a buscar, aquel verano de 1915, un local adecuado a las actividades escolares entre muy escasas ofertas. El “ensanche” era entonces un mero proyecto y no había muchas viviendas disponibles en la medina morisca, habitadas en su inmensa mayoría por sus propietarios o alquiladas a extranjeros, especialmente españoles, que llevaban algunos años establecidos. En el mes de agosto llegó a Tetuán quien habría de ejercer como primer director del colegio, el reverendo Abdón Pereda. La Alta Comisaría la ocupaba ya otro general, Francisco Gómez‐Jordana, porque el general Marina sólo estuvo un año en el cargo. El padre Pereda describe así el Tetuán que encontró a su llegada: “La ciudad de Tetuán me produjo una impresión deplorable. El “Ensanche” no existía. Tan sólo se había abierto en la muralla un boquete, frente a la Plaza de España, estando en construcción la primera casa moderna, ocupada meses después por la Delegación de Fomento”. Después de muchas dificultades los marianistas encontraron un destartalado caserón morisco situado en la subida a la vieja alcazaba, frente al Consulado de Gran Bretaña y a pocos metros de lo que los españoles llamaban “batería mora”, un espacio desde el que se disparaba, y aún se dispara, el cañonazo que anuncia la ruptura del ayuno durante el mes de Ramadán. También se anunciaba así, durante los años de Protectorado, la llegada del mediodía, el famoso cañonazo de las doce en nuestros recuerdos de infancia. Los marianistas contaron con la inapreciable ayuda del secretario general de la Alta Comisaría, don Diego Saavedra, y de don Pedro Sebastián de Erice, vicesecretario general, cuyos numerosos hijos fueron de los primeros alumnos en matricularse. Y en ese lugar dieron comienzo las clases en el mes de octubre con diecinueve alumnos, a los que se fueron sumando otros en días sucesivos hasta alcanzar la cifra de sesenta y cinco, que fueron los que completaron aquel curso de 1915‐1916. Sólo siete meses estuvo el colegio en aquel caserón cuyas ventanas daban al cementerio musulmán. El 8 de mayo de 1916 pudo trasladarse al incipiente “ensanche” europeo. A pesar de que la situación seguía siendo inestable, con permanentes ataques de las “harkas” de Raisuni contra las tropas españolas, la ciudad europea avanzaba lentamente hacia el oeste, siguiendo las pautas urbanísticas establecidas en el plan del arquitecto Óvilo. Sólo diez casas se levantaban en aquel
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erial en el que era difícil imaginarse una ciudad. Entre esas diez casas estaba el edificio de viviendas promovido por los sefarditas Cohen y Sananes que los marianistas se apresuraron en alquilar y adaptar a sus necesidades. Estaba situado en el borde de lo que entonces se conocía como “el parapeto”, la actual calle de Sidi Mandri, porque más allá quedaba el campo abierto con sólo el aislado campamento militar de tiendas de campaña a unos trescientos metros. A este edificio se le conoció como “la casa de los azulejos”, por estar recubierta su fachada de azulejos verdes y blancos. El curso 1916‐1917 se impartió ya en este edificio, que pronto se reveló insuficiente para acoger la demanda en crecimiento. El “ensanche” continuó su progresión hacia el oeste. En 1918 se empezó a urbanizar la plaza donde ocho años más tarde se levantaría la iglesia católica. Su trazado era circular, en contraste con el rectangular de la plaza de España, Y allí un empresario apellidado Escriña comenzó a levantar en 1919 un edificio en el que los marianistas pusieron inmediatamente los ojos, acuciados por la necesidad de contar con un centro más amplio. Quedaba fuera del “parapeto”, alejado sólo un centenar de metros del “ensanche”, pero lo suficiente para que se considerara entonces zona peligrosa. Tetuán iba creciendo en población de forma vertiginosa. El edificio fue adaptado a las necesidades del colegio y aquel mismo año se procedió al traslado. Un año después fue nombrado un nuevo director, Francisco Lasagabaster, que sustituyó al padre Abdón Pereda, requerido por la orden marianista para abrir un centro en Alcazarquivir. En julio de 1921 se produjo, como es conocido de todos, el mayor desastre de las fuerzas españolas desplegadas en el Protectorado. Las cabilas rifeñas, bajo el mando de Abdelkrim el Jattabi, se rebelaron contra la Comandancia General de Melilla y fueron aniquilando una tras otra la cadena de posiciones que estableció el general Manuel Fernández Silvestre y que terminaba en Annual. Tras aquel desastre, las tropas españolas evacuaron el Rif y se replegaron a Tetuán por el oeste y a Melilla por el este, dejando un vacío en la zona central. Una partida de rifeños pudo llegar a las inmediaciones de Tetuán y situó frente a la ciudad una batería de largo alcance en un lugar inaccesible del monte Buceitun, de 1.209 metros de altitud. Aquel cañón, llamado popularmente “Felipe”, enviaba diariamente una andanada sobre la ciudad, que causaba graves daños y muchas víctimas. Uno de los disparos impactó en las proximidades del colegio marianista el 28 de septiembre de 1925, cuando en el centro se preparaba el inicio del curso y las familias acudían a formalizar las matrículas. Era entonces director don Dionisio Graci‐Antépara. El efecto del “Felipe” fue devastador porque muchos entendieron que lo que se había conseguido con tanto esfuerzo para pacificar la zona se desmoronó abruptamente. Gran número de españoles regresaron de nuevo a la península o se trasladaron a Ceuta. La reapertura del curso se aplazó del mes de octubre a enero del año siguiente con un notable descenso del número de estudiantes. El 6 de marzo de 1926 la aviación pudo terminar con el cañón, la ciudad recuperó la tranquilidad y reanudó su crecimiento. La demanda de plazas en el colegio fue desde entonces incesante y el llamado “edificio Escriña” se reveló irremediablemente insuficiente. Saturado con 320 alumnos, era
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imposible dar satisfacción a la demanda de matriculaciones por falta de espacio. Porque con la pacificación de la zona aumentó la población escolar en Tetuán, lo que imponía buscar un nuevo emplazamiento. Correspondió esta tarea al nuevo director nombrado en 1927, don Carlos Eraña. Encontró un solar en una zona de la ciudad en la que se proyectaba una “Ciudad Jardín”, en la avenida denominada “paseo de las Palmeras”. Pero la complicada situación política y social del país en la etapa final del reinado de Alfonso XIII impidió que se iniciara la construcción del nuevo centro. Al advenimiento de la República, la legislación laica del nuevo régimen obligó a que se admitieran alumnas. Se pudo sortear, sin embargo, la prohibición que pesaba sobre las congregaciones religiosas para ejercer la enseñanza y el 20 de agosto de 1935, en plena República, dieron por fin comienzo las obras. Pero Carlos Eraña ya no estaba en Tetuán; había sido destinado a Madrid en agosto de 1933. Tres años después de dejar Marruecos fue víctima de la persecución religiosa que se desató en aquellos años convulsos: fue fusilado y mereció ser beatificado en octubre de 1995. Su sustituto en la dirección del colegio, don Ángel Chomón, tuvo que hacerse cargo de la adjudicación de las obras, que correspondieron a la empresa Agromán. El espléndido proyecto del arquitecto municipal José Miguel de la Quadra‐Salcedo, marqués de los Castillejos, pudo por fin iniciar su construcción, que en dos ocasiones se vio alterada por los desgarros sociales y políticos que se vivían en España y que alcanzaban al Protectorado de Marruecos.
El jueves 23 de abril de 1936 el edificio sufrió la explosión de un artefacto de dinamita que provocó grandes destrozos y el 9 de mayo siguiente apareció muerto en circunstancias que no se aclararon el guarda nocturno. No obstante, el estallido de la
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guerra no impidió que los trabajos continuaran a buen ritmo y en septiembre de aquel nefasto 1936 se trasladó el material escolar desde el edificio de la “casa de Escriña” hasta las nuevas instalaciones. El curso 1936‐1937 se impartió con olor a pintura fresca y a madera recién barnizada y sin que el colegio hubiese sido inaugurado oficialmente. La inauguración oficial no se produjo hasta el 17 de octubre de 1937. Era entonces alto comisario de España en Marruecos el coronel don Juan Beigbeder Atienza, antiguo pilarista. Naturalmente, le correspondió presidir el acto junto con el gran visir o primer ministro del gobierno jalifiano, Sidi Ahmed el Gammía, por cierto el único extranjero condecorado con la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Ya no estaba don Ángel Chamón como director, sustituido en el cargo por el reverendo Julián Angulo, aunque asistió como subdirector y administrador. Finalizada la contienda civil el colegio obtiene el reconocimiento oficial del Estado, de manera que ya no tuvieron que desplazarse los profesores del instituto de Ceuta, como antes lo habían hecho los de Cádiz, para examinar al alumnado.
Un año después de terminada la guerra, el colegio celebró sus bodas de Plata. Habían transcurrido veinticinco años desde la apresurada búsqueda de un local en la vieja medina morisca de Tetuán hasta que se pudo erigir el espléndido edificio en la ciudad jardín que no llegó a cuajar como proyecto urbanístico, pero donde se levantaron hermosos chalés. De los 20 alumnos iniciales se había pasado a 420. El nuevo alto comisario era entonces el general Carlos Asensio Cabanillas, que presidió los actos conmemorativos. Se aprovechó la efeméride para homenajear al que fue primer director del colegio, Reverendo Abdón Pereda, que acudió a Tetuán con ese motivo y
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que recibió una condecoración que todos los antiguos residentes en el Protectorado de España en Marruecos recordamos: la Orden Mehdauía. El nuevo director del centro era entonces el padre Cayo Fernández de Gamboa. No había entonces en Tetuán, y sigue sin haberlo hoy día, ningún centro escolar con las instalaciones con que estaba dotado el Colegio de Nuestra Señora del Pilar. Ninguno de los demás colegios disponía de campos de recreo y de deportes donde generaciones de tetuaníes (de tetuaníes pilaristas, quiero decir) pudieron desarrollar sus destrezas deportivas…los que estaban dotados para ello. Un nuevo alto comisario, el general Orgaz, organizó en aquellos primeros años 40 un trofeo deportivo que llevó su nombre y que se celebró hasta el final del Protectorado. Estaba concebido para que los diferentes centros escolares de la zona compitieran en determinados deportes y pruebas de atletismo. Año tras año, el colegio del Pilar copó los trofeos. Era invencible en baloncesto, en fútbol y en algunas disciplinas atléticas. El único colegio capaz de hacerle frente con dignidad en algunas disciplinas fue el colegio “Alfonso XIII” y Escuelas Casa Riera de Tánger, regido también por marianistas. Mediados los difíciles años 40, con las tremendas heridas de la guerra civil española todavía sin restañar y Europa sumida en una conflagración devastadora, el colegio navegó capitaneado por un nuevo director, don Celestino Rodríguez Mendiguren, y siguió obteniendo los mismos excelentes resultados académicos y deportivos. Nueve años estuvo al frente de la institución hasta que poco antes de la proclamación de la independencia de Marruecos lo sustituyó don Doroteo Rodrigo Barrio. El colegio tenía entonces 547 alumnos. Concluido el proceso histórico en el que España asumió el compromiso de convertir un Marruecos arcaico en un estado organizado, la situación cambió radicalmente. El ejército español fue el primero en retirarse y lo hizo de manera gradual hasta 1960. Muchos alumnos eran hijos de militares que fueron destinados a distintas unidades de la península. Muchos otros lo eran de funcionarios cuyos cargos fueron ocupados por sus colegas marroquíes. Una desbandada que hizo crecer, paradójicamente, el alumnado, porque por una parte aumentó el número de matriculaciones de alumnos marroquíes, es decir, de alumnos musulmanes, y por otra se multiplicó el de internos que vieron cómo en sus ciudades de origen (Alcazarquivir o Chauen) sus centros se cerraron. Don Doroteo Rodríguez, que ya había sido profesor veinte años atrás y conocía muy bien el colegio, fue sustituido en 1960 por don Clemente Cerrillo. Los apresurados acontecimientos que la independencia de Marruecos trajo consigo propiciaron cambios al frente del colegio para afrontar la nueva situación. Aunque el goteo de ausencias iba siendo gradual, el centro acogía todavía a 376 alumnos. En 1965 se cumplieron las Bodas de Oro. La celebración no tuvo la brillantez de las Bodas de Plata porque se celebró en un país ya independiente y de confesión musulmana. Nuevamente se hizo cargo de la dirección don Doroteo Rodrigo, a quien, ante la perspectiva de una progresiva disminución de la colonia española, le correspondió iniciar gestiones para convertirlo en una sección filial del Instituto de Enseñanza Media de Ceuta. Muchos catedráticos de esta institución se opusieron. Pero
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ante el imparable descenso de la colonia española se produjo una sucesión de directores que buscaron la solución a un problema que parecía no tenerla: cómo evitar la desaparición de un colegio que ya no podía sustentarse sobre los cimientos que justificaron su creación. Los reverendos padres Ángel Íñiguez, Miguel González Barroso, Fernando Gómez López‐Egea se esforzaron en encontrar fórmulas que prolongaran la vida de un centro modélico. Fue penoso asistir al cierre de todos los demás centros escolares que existieron en Tetuán: los oficiales, los que dependían de Estado, fueron transferidos a la autoridad marroquí y los privados cerraron sus puertas. El golpe de gracia lo propició una ley que se conoció como de “la marroquinización”. Es verdad que un país independiente como Marruecos tenía, quince años después de alcanzar su absoluta soberanía, todo su aparato productivo en manos extranjeras: los bancos, las grandes industrias, las más importantes empresas eran de capital extranjero y estaban gestionadas por ellos. Para evitarlo, una ley promulgada en 1972 dispuso que toda empresa establecida en Marruecos estaba obligada a que el 51% de su capital fuera marroquí. Y la gestión. Ni que decir tiene que esta ley produjo un efecto devastador: los propietarios de empresas, comercios, negocios, talleres, etc. malvendieron sus propiedades cuando no las abandonaron y se trasladaron a la metrópoli.
El paro asoló a la población tetuaní. En marzo de 1973, el Gobierno español transformó el colegio en el Instituto Nacional Mixto de Bachillerato “Nuestra Señora
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del Pilar”, después de llegar a un acuerdo con la Compañía de María. El padre Tomás Alonso Sebastián fue el director que recibió el colegio bajo esta nueva fórmula, hasta que para el curso 1978‐1979 se acordó que la dirección la ejerciera un catedrático de Enseñanza Media en comisión de servicio en lugar de un marianista, siempre a propuesta de la Compañía mariana. Pero en 1983, el Ministerio de Educación y Ciencia decidió por su cuenta no sólo nombrar al director sin contar con la aprobación de la Compañía sino que convocó un concurso de méritos para adjudicar también las plazas de profesores. El acuerdo fue convertido en papel mojado por el Estado español. Desde entonces Tetuán dispone de un instituto seglar para alumnos marroquíes o españoles nacionalizados, ya que en Tetuán apenas quedan niños españoles. Por último, no quisiera terminar sin darles a conocer las líneas generales de orientación que el Gobierno español envió al primer alto comisario, general Alfau, para la enseñanza de los marroquíes, y que me voy a permitir enumerar: “Instrucción única, sin diferenciaciones regionales ni lingüísticas. “Considerar el árabe como el vehículo de formación cultural incluso en las cabilas berberófonas. Las escuelas se denominarían todas hispano‐árabes y no habría escuelas hispano‐bereberes. “La experiencia escolar con musulmanes en las plazas de soberanía sería aprovechada en el fomento cultural de la zona. “La enseñanza del Alcorán sería fundamental en la instrucción primaria. “Cuidar la enseñanza de la lengua árabe y de la religión islámica paralelamente a la construcción de mezquitas y a la ayuda a la educación religiosa en general. “Enseñanza de la lengua española como vehículo de la cultura moderna en los primeros tiempos y como lengua formativa luego. “Impulsar la enseñanza tradicional de la religión y el derecho para la formación de alfaquíes y juristas, si bien modernizando los Centros y los sistemas. “Recoger y salvar los restos de las artes industriales, de tan glorioso pasado, para formar artesanos que, dentro de la pureza del estilo, conservaran la tradición artística marroquí junto a la incorporación a la vida moderna. “Catalogar los manuscritos (textos, documentos y códices) de valor para su mejor conservación, vigilancia y uso. “Evitar la salida de estos manuscritos, así como de objetos de valor artístico o científico. “Estudiar el estado de la música árabe andaluza y recoger los materiales necesarios para su publicación. “Fomentar la investigación científica, literaria e histórica. Y esto que acaban de escuchar, muchos de los historiadores actuales se permiten interpretarlo como puede leerse en un texto recientemente publicado con el título de “Educación, cultura y ejército: aliados de la política colonial en el norte de Marruecos”, que no deja de producir sorpresa. En dicho trabajo se afirma: “Desde fechas muy tempranas, la administración española defendió la tesis de la educación como un actor
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de la colonización cuya instrumentalización o utilización desembocaría en el control de la población.
Diversas fueron las propuestas planteadas, que iban desde un intervencionismo moderado a un intervencionismo total de la educación. Los años que giraron en torno al establecimiento del Protectorado fueron claves en este sentido. La elaboración de informes y propuestas por parte de diplomáticos, docentes y militares fue continua, y todos ellos constituyeron una pieza clave en la puesta en marcha de la política colonial educativa y cultural. A través de la educación, España trató de formar a jóvenes marroquíes bajo un ideario proespañol. Con esta iniciativa España intentaba formar a unas generaciones de jóvenes marroquíes que actuasen de contrapunto ante cualquier posible intento de oposición colonial. Muchas gracias por su paciencia. Y la paz.
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