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MEMORIA ACADEMICA DE UN SIGLO ´

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MEMORIA ACADÉMICA DEL SIGLO XX

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MEMORIAACADÉMICA

DEL SIGLO XXVicente Palacio Atard, editor

C O L A B O R A D O R E S

MARTÍN ALMAGRO GORBEA

MANUEL ALVAR

ELOY BENITO RUANO

ANTONIO BONET CORREA

SALUSTIANO DEL CAMPO URBANO

LUIS DÍEZ-PICAZO

HIPÓLITO DURÁN SACRISTÁN

MARÍA DEL CARMEN FRANCÉS CAUSAPÉ

ANTONIO GALLEGO

FERNANDO GARRIDO FALLA

DIEGO GRACIA GUILLÉN

MANUEL JIMÉNEZ DE PARGA

JOSÉ MANUEL PITA ANDRADE

JUAN MANUEL REOL TEJADA

MARGARITA SALAS

CARLOS SÁNCHEZ DEL RÍO

JUAN VELARDE FUERTES

INSTITUTO DE ESPAÑA

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© INSTITUTO DE ESPAÑASan Bernardo, 49. 28015 Madrid

I SBN : 84 -85559-55-XDEPÓSITO LEGAL : M-14252-2002

Tra tam i en to de tex to s y fo tom ecán ica : C romo tex S .A .Im pre s i ón : B r i zzol i s , Ar te en Grá f ica s S .A .

Encuade r naci ón : RamosDi s eño g r á f ic o : Mau r ic i o d ´O r s

Mad r id , marzo , 2002

R E S E R V A D O S T O D O S L O S D E R E C H O SDE CONFORMIDAD CON LO DISPUESTO EN EL ART . 534-B IS DEL CÓDIGO PENAL VIGENTE,

PODRÁN SER CASTIGADOS CON PENAS DE MULTA Y PRIVACIÓN DE LIBERTAD QUIENES REPRODUJEREN O PLAGIAREN, EN TODO O EN PARTE, UNA OBRA LITERARIA , ARTÍSTICA O CIENTÍFICA

FI JADA EN CUALQUIER T IPO DE SOPORTE S IN LA PRECEPTIVA AUTORIZACIÓN .

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MESA DIRECTIVA DEL INSTITUTO DE ESPAÑA

PRESIDENTA

Excma. Sra. Dña. Margarita Salas Falgueras, de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

SECRETARIO GENERAL

Excmo. Sr. D. Pedro García Barreno, de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

VICEPRESIDENTE 1 º

Excmo. Sr. D. Salustiano del Campo Urbano, por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

VICEPRESIDENTE 2 º

Excmo. Sr. D. Carlos Sánchez del Río y Sierra, por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

VICESECRETARIO

Excmo. Sr. D. Domingo Espinós Pérez, por la Real Academia Nacional de Medicina

TESORERA

Excma. Sra. Dª María Cascales Angosto,por la Real Academia Nacional de Farmacia

CENSOR

Excmo. Sr. D. Vicente Palacio Atard, por la Real Academia de la Historia

CANCILLER

Excmo. Sr. D. Ángel Sánchez de la Torre, por la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación

CONTADOR

Excmo. Sr. D. Luis Goytisolo Gay, por la Real Academia Española

BIBLIOTECARIO

Excmo. Sr. D. Antonio Bonet Correa, por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

Madrid, Febrero, 2002

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ÍNDICE

9

Unas palabras previasVICENTE PALACIO ATARD

13

Menéndez Pidal y la creación de la Lingüística EspañolaMANUEL ALVAR

29

Los estudios históricos en EspañaELOY BENITO RUANO

49

La escultura, la pintura y el grabado del siglo XXJOSÉ MANUEL PITA ANDRADE

75

La arqueología española en el siglo XXMARTÍN ALMAGRO GORBEA

97

Un siglo de música en la Real Academia de Bellas Artes de San FernandoANTONIO GALLEGO

107

La Arquitectura, la Historia y la Crítica del Arte en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

ANTONIO BONET CORREA

119

Las Ciencias Exactas y Físico-QuímicasCARLOS SÁNCHEZ DEL RÍO

131

Las Ciencias NaturalesMARGARITA SALAS

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145

Las grandes personalidades de la Farmacia españolaMARÍA DEL CARMEN FRANCÉS CAUSAPÉ

169

Las tres institucionalizaciones de la Sociología EspañolaSALUSTIANO DEL CAMPO URBANO

185

Un siglo de investigación económica en la Real Academia de Ciencias Morales y PolíticasJUAN VELARDE FUERTES

215

La Medicina clínicaDIEGO GRACIA GUILLÉN

249

La CirugíaHIPÓLITO DURÁN SACRISTÁN

261

La evolución de las Instituciones Jurídico-administrativas durante el siglo XXFERNANDO GARRIDO FALLA

281

Un siglo en el Derecho PrivadoLUIS DÍEZ-PICAZO

293

La Farmacia en la Ciencia y en la SanidadJUAN MANUEL REOL TEJADA

309

Las Ciencias Políticas en el siglo XX españolMANUEL JIMÉNEZ DE PARGA

325

Índice onomástico

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Unas palabras previas

VICENTE PALACIO ATARD

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En el programa de este ciclo de conferencias organizado por el Instituto de España se anun-cia que tiene por objeto ofrecer un balance del panorama de las ciencias, las artes y las

letras españolas en el siglo XX y el papel representado en ellas por las Reales Academias.La mejor definición de la Historia, a mi modo de ver, la dio Huizinga, cuando dijo que la

Historia es la forma espiritual en que una cultura se rinde cuentas de su pasado. Todo momen-to es bueno para hacer un examen de conciencia, pero sin duda existen unas fechas emblemá-ticas para que nos examinemos a nosotros mismos. Esta encrucijada del cambio de un siglo a otroparece una de esas fechas singularmente oportunas a fin de examinar lo que ha sido la centu-ria que concluye.

El hombre de nuestros días percibe el fenómeno que solemos denominar «la aceleracióndel tiempo histórico». En otras ocasiones semejantes se ha denotado esa misma percepción, y seha hablado por eso de «crisis históricas»: así se suele hablar de la crisis del Renacimiento, la dela Revolución Industrial o la crisis de la Modernidad.

En nuestros días la percepción que tenemos de la aceleración del tiempo histórico, o sea,del cambio de ritmo en la sociedad y en la cultura, en la vida entera de los hombres viene dadapor el vertiginoso desarrollo de las ciencias y las tecnologías. Algunos pensadores han llegadoa hablar del «punto cero» en que nos hallamos y afirman la necesidad de partir de ese punto ceroabsolutamente original para construir el futuro, clausurando aquello de nihil novum sub sole.Y sin embargo el pasado está ahí, se resiste a dejarnos.

La esperanza de un futuro absolutamente original a partir del desarrollo científico y tec-nológico dio lugar en el siglo XIX a un género literario de ciencia-ficción, del que seguramenterecordaremos las novelas de Julio Verne, Edward Bellamy o William Morris. Pero fue SebastianMercier quien al publicar su novela El año 2440 puso fin al modelo fixista de la antigua uto-pía atemporal, ucrónica, sin tiempo fijo. Pero, sobre todo Anatole France, en 1905 publicó Surla pierre blanche, una de las más perfectas novelas del género. Anatole France había alcanzadoel éxito literario, académico y económico cuando conmovido por el affaire Dreyfuss se lanzó ala militancia intelectual, alentado por su amigo Jean Jaurès. El escenario de esa novela se situa-ba en el año 2270, doscientos veinte años después de que en el 2050 se hubiera creado el Paraí-so imperfecto de la Federación socialista de los Estados Unidos de Europa, en cuyo momento elbenéfico influjo de esa Europa se habría extendido a todo el mundo. Era una especie de ver-sión anticipada, aunque sobre principios completamente contrarios y sobre otros supuestos dife-rentes de la idea expuesta en nuestros días por Francis Fukuyama vaticinando el fin de la His-toria. La convicción de que puede alcanzarse un mundo en el que la conjunción de la economía,la ciencia y la política hagan posible una situación irreversible, una plenitud de los tiempos, enque la Humanidad se instale fuera ya de las luchas que han caracterizado el discurso de la His-

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toria. Es la fe en el progreso lineal sin retrocesos, en el que no caben las expectativas catastró-ficas como las dos guerras mundiales del siglo XX. La novela de Anatole France era tal vez elsueño compensatorio para la Humanidad doliente de su tiempo, así como el ensayo de Fuku-yama basado en la interpretación del éxito de la economía de mercado capitalista y de la demo-cracia liberal, es la expresión del optimismo norteamericano al descomponerse el sistemasoviético.

Un examen de conciencia del siglo XX en el marco de la cultura española y del papel de lasReales Academias no se propone en ningún momento echar el ancla y quedarnos parados, re-creándonos en la contemplación del pretérito, sino que se trata de encontrar estímulos de accióncon la doble mirada, cual Jano bifronte, puesta también en el futuro, en un horizonte de traba-jo en el que las Reales Academias del Instituto de España seguirán cumpliendo su misión de ser-vicio a la cultura española.

Han intervenido en este ciclo diecisiete miembros de las ocho Reales Academias que formanel Instituto. Cada uno con su peculiar modo de expresarse, ha pasado revista al papel desem-peñado por estas corporaciones y por los académicos numerarios que han sobresalido en el pro-greso científico, artístico y literario. Por lo general se ha resaltado la labor individual de losacadémicos, y tal vez se echa de menos la mención de las tareas corporativas que forman partedel día a día en los quehaceres académicos. Un quehacer corporativo ejemplar es la atención dela Real Academia Española al Diccionario de la lengua, tarea día a día que se refleja en las nume-rosas ediciones revisadas del mismo y publicadas a lo largo de esa centuria. Son esos trabajoscorporativos en todas las Academias los que, sin embargo, dejan su huella en los Boletines queperiódicamente se publican por todas ellas.

Ninguno de los colaboradores de este ciclo ofrece panoramas autocomplacientes. Se subra-yan nombres de personalidades señeras pero también hay lagunas y vacíos significativos en loselencos académicos, que ponen de manifiesto la condición humana de la vida de estas corpora-ciones, las tensiones internas que como en toda institución viva se producen. Seguramente sepodrá decir que en las nóminas académicas a lo largo del siglo XX ni están todos los que son, nison todos los que están. Pero en una visión de conjunto las Reales Academias ofrecen un balan-ce enriquecedor que merece ser reconocido.

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Menéndez Pidal y la creaciónde la Lingüística Española

MANUEL ALVAR

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I

En el verano de 1958, la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro montó una exposición enhonor de Menéndez Pidal y la escuela española de Filología. En una vitrina, una leyenda bajola efigie de don Ramón. Simplemente: «homem miragre». La definición de Leo Spitzer era váli-da y lo fue para siempre. Pero ¿cuándo empezó el milagro? Jean Louis Guez de Balzac (1594-1654) había escrito algo que Spitzer parecía acomodar a su circunstancia: «hay hombres cuyavida está llena de milagros, aunque no sean santos ni tuvieran el deseo de serlo»1.

Porque nos hemos acostumbrado a la obra prodigiosa y al quehacer de los primeros discí-pulos, pero el milagro incide sin anuncio, mientras que la obra de don Ramón comienza conalgún balbuceo y se va logrando, señera, en mil quehaceres distintos. Nuestra lingüística en elsiglo XIX no existe. Hay, sí, trabajos gramaticales más que notorios, pero los principales estánhechos en América y con teoría reducida. Pero un día, aquel muchacho conoció a Leite de Vas-concellos y de él aprendió, y recogió estímulos, para estudiar las hablas vivas: así surgió elestudio sobre el bable de Lena2. Había nacido, es verdad, la dialectología española y tenemos elinicio de un quehacer inacabable. Estábamos en 1897 y comenzaba nuestra dialectología. ¿Podíapensarse en el florecimiento de aquel arbolillo? El propio estudioso le dio forma en El dialectoleonés (1906). Emocionan estos títulos: en ellos están muchos de nuestros quehaceres y, casi cienaños más tarde, sabemos qué se hizo y qué debía hacerse. Carmen Bobes reeditó el libro y le aña-dió la información que hoy exigimos3. Pero Menéndez Pidal, antes de los dos estudios leoneses,publicó (1902) un texto aragonés muy difícil: El poema de Yúçuf (permítaseme una breve apos-tilla personal: conocí a don Ramón el 8 de diciembre de 1948. Pasaba por Madrid y le pedí citapara irle a saludar. Yo tenía con él una deuda impagable: un periódico madrileño había publi-cado (julio de 1948) unas declaraciones suyas: dijo que de los jóvenes lingüistas españoles con-fiaba en Zamora Vicente, en Muñoz Cortés y en Manuel Alvar. ¿También yo? Por mi parte,quería iniciar una colección filológica en Granada y pretendía comenzar la andadura con lamejor presentación posible: un libro de don Ramón.

Pensé en el texto morisco: por ser «poco comercial», por exigir severos cuidados y por noser muy extenso. Don Ramón me bajó un ejemplar con millares de notas. Me pidió que las incor-

1 Socrate Chrétien. Discours huitième.2 Notas acerca del bable de Lena, en la colección Asturias de Bellmunt y Canellas, Oviedo, 1897, reeditado por Car-

men Bobes junto al Dialecto leonés en Oviedo, 1962. En 1955, Jesús Neira Martínez publicó El habla de Lena.3 Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1962, donde se estudian los trabajos previos a éste, como el de Gessner,

Das Altleonesische (1987). Vid. las pp. 5-10 de la investigadora donde se facilitan informes sobre las obras anteriores a lasde don Ramón.

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porara a la nueva edición. Lo hice: yo entonces debía tener veintisiete años. Al acabar mi tareapedí al maestro el original tan minuciosamente anotado, y me lo regaló. Está en casa, cuidadosa-mente encuadernado y como joya singular. Habían concluido nuestros quehaceres en 1952.

Muchísimos años más tarde, Fernando de la Granja y yo escribimos unas «Apostillas lin-güísticas al Fecho de Buluquiya»4. Nuestras conclusiones fueron éstas:

Señalemos cómo la lengua en que la narración está escrita es castellana, y sobre este fondo incon-fundible, una serie de aragonesismos colorean la impresión uniforme.

No quiero detenerme más. Se trata de un texto importante (permítaseme la valoración) yestá dentro de la tradición que inauguró el estudio de Menéndez Pidal5.

II

Teníamos trabajos sobre el leonés, y sobre el aragonés morisco. Nos faltaba otro sobre el cas-tellano. Pero esto fueron empeños denodados. Pensemos sólo que en 1904 se publicó la primeraedición de la Gramática histórica, el libro que vino a enseñarnos a todos lo que debiera ser laevolución de nuestra lengua. ¿Cuántos millares —¿sólo millares?— de aprendices nos formamoscon este libro de texto? Sigue con lozanía. Estaba abierto un camino de nuestra lingüística. Nosé si el más fructífero, pero ahí está. Ahora hacía falta el corpus documental del que salía todaaquella información. Erik Staaff publicó en 1907 sus testimonios leoneses6: era el comienzo deotro camino. Don Ramón editó los castellanos (l926)7 y su discípulo Navarro Tomás, los arago-neses (1957)8, retrasados en su edición por la guerra civil y por ella truncados en su amplitud.

Emocionan los recuerdos de aquellos días iniciales: Menéndez Pidal con unos pocos aho-rros compró la edición francesa de la Grammaire de Diez (1874-1876). Ahí están sus comien-zos. El estudiante de esta primera época tuvo que ser necesariamente positivista y las lectu-ras apasionadas del Gaston Paris comparatista le pusieron ante el concepto tradicional denuestra literatura medieval. Son dos sendas que llegarán a conformar las teorías de don Ramón.Porque Diez pudo abrirle los ojos sobre la analogía de los sonidos próximos y el valor de laanalogía en la conjugación9. Pero esto que es mucho y que se trasvasó a la Gramática histó-rica, no fue todo. Menéndez Pidal, ya en los primeros tomos de la Revista de FilologíaEspañola publicó las Notas para el léxico románico10 y no sorprende que la primera cita sea

4 Homenaje a Francisco Ynduráin, Zaragoza, 1972, pp. 23-39.5 Y luego siguió Álvaro Galmés.6 Étude sur l’ancien dialecte léonais d’après des chartes du XIII siècle, Uppsala-Leipzig, 1907.7 Documentos lingüísticos de España, I, Castilla.8 Documentos língüísticos del Alto Aragón, Syracuse, N.Y., 1957.9 Válganos el testimonio de la Grammatik der romanischen Sprachen, Bonn, 1875, y la separata Romanische Wort-

schöpfung, en la misma ciudad y año.10 VII, 1920, pp. 1-36.

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al Etymologisches Wörterbuch del maestro alemán, donde tiene encuenta diversos aspectos de sociología lingüística, pero más aún seproyectó en una obra importante de la escuela española11. García deDiego la hizo desembocar —otra vez Diez y Meyer-Lübke— en eldiccionario etimológico del español12.

Diez y Gaston Paris o, más estrictamente, Gaston Paris y Diez,fueron acicates para el quehacer de Menéndez Pidal. El sabio francésconfirmó en su discípulo español la visión del concepto de tradiciona-lidad que tan necesario fue en los inicios del nuestro. Tenemos aquí losprolegómenos a un inmenso quehacer. No gusto de los adjetivos, peroMenéndez Pidal había escrito una obra maestra que fue ¿lo diremos?el libro más importante de la lingüística románica: los Orígenes del español (1926). Hay docu-mentos de todas las regiones, presencia doctrinal de cuanto pudiera ser la enmarañada presen-cia de las hablas de nuestra lengua. Era el testimonio de lo que nos permitía estar entre los mejo-res estudiosos del mundo románico. Pero los Orígenes eran, también, algo que es mucho más queerudición, por más que ésta abrume. La obra tiene dos partes: una de acopio de informes apartir de los textos; otra de interpretación de aquella colección de hechos materiales. Quienmás pudo hablar dijo sencillamente esto:

Lo que vale más en la obra de Menéndez Pidal no es la infatigable exploración ni el cúmulo desaberes [...] Ciencia no es erudición, sino teoría. La laboriosidad de un erudito empieza a ser ciencia cuan-do moviliza los hechos y los saberes hacia una teoría.

Palabras de Ortega que se publicaron en El Sol del 25 de diciembre de 1926.

III

He hablado de la obra de Meyer-Lübke y su relación con la de Menéndez Pidal. Si el roma-nista amó la regularidad y la disciplina, no de otro modo actuó el filólogo español y, anécdo-ta significativa, Meyer-Lübke antes de los treinta años comenzó a publicar su Grammatik derromanischen Sprachen, como hizo Menéndez Pidal en 1904 con su Manual (elemental) deGramática Histórica Española. El maestro tenía 35 años. Pero no puedo creer que Pidal par-tiera casualmente de unos principios más o menos teóricos. Creo que el arranque está en unlibrito de Hugo Schuchardt titulado Über die Lautgeschichte que llevaba un expresivo títu-lo: Gegen die Junggrammatiker13. Creo que aquí hay no poca información que nos puede ser

11 Id., VII, pp. 113-149.12 Diccionario etimológico español e hispánico, Madrid, 1954. La segunda edición es de 1985. Luego vendrían otras

obras fundamentales: Etimologías españolas, Madrid, 1964, y Diccionario de voces naturales, Madrid, 1968.13 Berlín, 1885. Poseo un ejemplar que adquirí en Innsbruck el 6 de junio de 1957.

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RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL

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útil. La obrita está dedicada a Gustav Meyer (Junggrammatiker) y fue reseñada por HermanPaul. Schuchardt contestó con una minuciosa recensión14 que puede servirnos de encuadra-miento del método: los Prinzipien Sprachgeschichten (1880) son metodológicamente muy segu-ros; en ellos se hace ver cómo la evolución lingüística está condicionada por la acción de unoshablantes sobre otros. La idea me parece de una gran fecundidad por cuanto el aspecto indi-vidual sirve para aclarar la evolución lingüística.

En esta encrucijada se encontraron Paul y Schuchardt, y don Ramón tomó partido. Es tri-vial pensar que se inclinó por el gran lingüista sajón: en su Gramática histórica no actúa elprincipio inexorable de las leyes fonéticas, sino que presenta motivos de acciones heterogéneasde las que resultaría, y no es la menor, la idea de dialecto y su coexistencia con múltiples rea-lizaciones. Estos conceptos evolucionaron hasta llegar a plenitud. La postura de Menéndez Pidales muy significativa y en ella me parece encontrar un claro paralelismo con la conducta deSchuchardt. En la Gramática histórica trató de simplificar las valoraciones de cualquier hechode lengua a favor de la sencillez que podía imponer un manual escolar, pero, en los Orígenesdel español, la abrumadora cantidad de realizaciones le llevó a atemperar cualquier dogmatis-mo y, más aún, dedicó un capítulo a los cambios esporádicos que venían a negar la inmutabili-dad de las leyes fonéticas. Volveríamos a encontrarnos con sus primeros estudios, los de carác-ter dialectal que demostraban la inconsistencia de un materialismo en el que no cupieran lasinnovaciones que, en definitiva, son individuales. La obra magna de don Ramón era la nega-ción de un dogmatismo anquilosado y nos llevaba a la afirmación de Ortega de la que hecopiado unas líneas. En sus memorables cambios decía taxativamente que la cienca (digamosvariedad) comienza allí donde la erudición acaba (digamos dogmatismo). Habríamos alcanza-do el problema de las leyes fonéticas que vendría a tener un carácter práctico para ordenar losestudios, no un carácter dogmático que los establecería.

IV

Con la Gramática histórica se formulaba entre nosotros algo que me parece fundamen-tal: «el lenguaje humano aunque se manifiesta bajo la forma natural de los sonidos es, ysigue siendo, un producto puramente psíquico». De ahí la importancia que don Ramón dio ala analogía a lo largo de las páginas de su libro, claro que por carácter didáctico de la obraatemperó no poco sus juicios fiel a la Gramática histórica15. García de Diego se apartó. Diolugar preponderante a las excepciones; más aún, su importante Diccionario de voces natu-rales16 es un inmenso campo de analogías. Pienso en cuanto significan para todos estos libroslas Morphologischen unterschuchungen de Osthoff y Brugmann (1878), concretamente usadas

14 En la Litteraturblatt für germanische und romanische Philologie (1886) está esa luenga réplica a la que me refieroen el texto.

15 Véase el § 3 del Manual, pp. 9-15.16 Vid. nota 12.

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o no, pero que sentimos vivas en el fondo de los quehaceres que sirvieron para conformarnuestros estudios17. El maestro tenía 57 años, pero había pergeñado un inmenso campo de laciencia española. Porque cuando en 1933 estudió la difusión de los hexasílabos del romancede don Bueso —desde la supervivencia de la gesta alemana de Kudrun— nos puso en el cami-no de los principios que Bertoni y Bartoli aplicaron a las áreas laterales en lingüística. Otravez, su intuición para hacerse dueño de la anticipación. Porque la geografía folclórica de 1920,fructificó en la geografía lingüística de 1926. La primera edición de los Orígenes del espa-ñol suscitaba en lingüística aquellas mismas cuestiones a las que le llevó el análisis de losromances que se cantaban por nuestros pueblos: la solidaridad de las formas actuales con otrasde hace siglos. No otra cosa que redactó en su obra maestra y que resultan instructivos paralas investigaciones de los dialectólogos de hoy. Ahí estamos. La distribución geográfica de tan-tos datos, la cronología de la identificación, la capacidad de combinar todo ello con la histo-ria de un pueblo, es lo que hizo definitivamente ciencia a su trabajo, pero es que, tras laapariencia de tanto informe colocado bajo los textos, lo que había era la vida de una culturaa través del espejo de su lengua. Desde el rigor de su técnica histórica y de la superación delpositivismo, Menéndez Pidal había descubierto los hechos de geografía lingüística que —comohe dicho ya18— le iluminaban la distribución de las designaciones de la granada, de la cala-baza, de la ciruela, del carnero o de la comadreja. Lo que él hizo al estudiar, pongo por caso,los libros de los viejos boticarios o, diríamos también, los libros de peajes según empezóestudiando Américo Castro19. Sus deducciones eran acertadas y la geografía lingüística vinoa darle razón. Lo que él hizo con los textos mozárabes o con las glosas del clérigo Endura, loglosó una y otra vez el botánico árabe que editó don Miguel Asín, cuando habla de la yerbadols, ‘úruq al sus’ o ‘paloduz’ macarcha ‘mazorca’ o de la bisnach ‘biznaga’. Y si nos fija-mos en la estabilidad de ciertas áreas, me limitaría a recordar que Paul Aebischer, al estu-diar los derivados de amydula en Italia, descubre hoy la misma distribución que se había cum-plido hace mil años20.

V

Y esto nos lleva de la mano a otro de los grandes hallazgos de Menéndez Pidal. LosOrígenes del español han venido a probar la «enorme duración de los cambios fonéticos»21 yéste es un hecho capital para la historia lingüística porque ilustra la acción cumplida por el

17 Iorgu Iordan, Lingüística románica. Evolución, corrientes, métodos. Reelaboración parcial y notas de Manuel Alvar,Madrid, 1967, pp. 27-33.

18 Boletín de la Real Academia Española, LXVIII, 1988, p. 382.19 «Unos aranceles de aduanas del siglo XIII», Revista de Filología Española, VIII, 1921; IX, 1922, y X, 1923. Añádase

el trabajo pionero de Gaston Paris, «L’Appendix Probi», Mélanges linguistiques Paris, 1909, pp. 32-45.20 «Modo de obrar el sustrato lingüístico», Revista de Filología Española, XXXIX, pp. 1-8.21 «Les formes vulgaires du lat. amygdala ‘amande’ et leur repartition dans les langues romanes», Estudios dedicados

a Menéndez Pidal, I, Madrid, 1950, pp. 1-17.

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sustrato: los fenómenos de nuestra ciencia no se realizan en un perío-do de tiempo relativamente breve, tal y como se pensaba, sino queduran siglos y siglos, y esto lo aprendemos en los Orígenes, y aho-ra lo sabemos de manera incontrovertible: la multisecularidad decambio lingüístico. En todos aquellos testimonios de variantes mayo-res o menores iba embarcado el porvenir de la lengua, desde unavacilación que se anunciaba hasta una plenitud conseguida. Hoysabemos que esto es la vida de la lengua y la realización de su des-tino, pero esto es también la poesía tradicional: aquellos romancesocultos desde el siglo XVII volvían a aparecer en los testimonios de

hoy. No se trata de una «acción diferida» sino de otra muy distinta en la que el uso rechaza-do por toda la comunidad llegó «a ser tolerado [...] hasta que al fin se hizo preponderante yaun exclusivo». Menéndez Pidal adopta una postura muy clara que es la que por 1948 erasustentada por Bröndal22 y que en don Ramón se formuló con precisión al tener en cuentalas relaciones de la lengua con la comunidad de los hablantes. Sus afirmaciones fueron muyclaras: el cambio lingüístico no se produce de manera simultánea en todos los hablantes,sino que se propaga de unos individuos que tienen gran prestigio hacia los miembros de todala comunidad. Estamos en la interpretación social de los hechos de la lengua en los que lasmil variantes consignadas serían el reflejo de unas «fórmulas de relaciones fijas». La lenguaen su doctrina no es un quehacer que se produce de una manera uniforme, sino que vamodificándose lentamente, a veces muy lentamente, hasta conseguir un nuevo estado deequilibrio: es lo que testimonian los mil cambios que pueden coexistir en la evolución de unsistema antes de conseguir una nueva estabilidad. Todas estas alteraciones se producencon motivos que llegan, o pueden llegar, a la creación de dialectos diferentes: los Orígenesdel español lo muestra con claridad y tras acreditar la coexistencia de mil variantes simul-táneas, se ordena el inmenso material con una distribución en las diferencias fundamentalesdel español23. Pero los Orígenes no anduvieron solos en el quehacer científico del maestro:en 1939 publicó un magnífico estudio sobre el Sustrato mediterráneo occidental que, conla adición de otros afines, se convirtió en 1952 en la Toponimia prerrománica hispánica don-de explica la inmigración «tardía de un pueblo centroeuropeo ya en parte europeizado», quese identifica con los ambrones. De aquí procede otro estudio magnífico de Amado Alonso«Substratum y superestratum» en el que la teoría lingüística es muy variada y no se atienea los problemas europeos, sino que ve la acción del español como adstrato de muchos pue-blos de América24.

Al empezar estas páginas me he detenido en el quehacer dialectológico del maestro que,sin embargo, no fue el más importante. Más aún, fluyó paralelo a otras dedicaciones. Porque

22 Substrat et emprunt en roman et en germanique, Copenhague, Bucarest, 1948, p. 21.23 Vid. Paul Ricoeur, La metáfora viva (trad. Agustín Neira), Madrid, 1980.24 Revista de Filología Hispánica, III, 1949, pp. 209-217. Ahora téngase en cuenta el libro de Marius Sala, Lenguas

en contacto, Madrid, 1998.

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PEDRO LAÍN

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el estudio de la poesía tradicional anduvo paralela a estos quehaceres. No olvidemos: elejemplo de Gaston Paris le sirvió de contrapunto para lo que habían de ser sus estudios sobrela épica. Tenemos así algo que nos aclara una conducta, y, como ha recordado Pérez Villanue-va, cuando el jovencísimo Menéndez Pidal tuvo que publicar un artículo (1891) no lo hizo sobreningún bable asturiano, como le habían pedido, sino sobre «La Peregrinación de un cuento.(La compra de los conejos)»25. Fueron esos días laboriosos (1890-1892) en los que el mozode poco más de veinte años irrumpe en la palestra. Sabemos bien qué pasó: está en marcha unalabor inaplazable; digamos dialectología y digamos literatura tradicional. Ambos quehacerescaminan juntos y juntos caminarán durante muchos años. Ahora lo vemos con claridad, puesél mismo lo iluminó. Cuando en 1916 estudió la «Poesía popular y romancero»26 y, sobre todo,en 1920, con «Sobre geografía folklórica. Ensayo de un método»27. Sus palabras fueron de unaconciencia admirable:

A menudo cabe considerar estrecha analogía en la vida de los varios productos psicológicos colec-tivos, especialmente entre el lenguaje y la poesía tradicional, y cabe extender esta semejanza a los méto-dos de estudio que podemos aplicarle. Si el estudio de la geografía lingüística da excelentes resultadospara penetrar en la evolución del lenguaje, nos dará también en el de la canción tradicional (p. 229).

VI

Hoy y aquí nos interesa ver algo que es fundamental. Para mí resulta sorprendente lo quedon Ramón intuyó. Me pregunto, ¿qué podría saberse en España del nuevo método? (Me per-mito apostillar con una anécdota: en la biblioteca del CSIC había una sola obra de Gilliéron. Laabrí yo). Pero Menéndez Pidal no acertó a humo de pajas sino que sabía qué se estaba hacien-do: «el examen de la geografía lingüística da excelentes resultados». No olvidemos: son palabrasde 1920, que tienen que ver con los postulados de Meyer Lübke en el prólogo de su Grammairedes langues romanes (1890-1906) y que nos llevan a trabajos fundamentales de Gilliéron que,en 1905, había publicado Scier dans la Gaule romane du Sud et e l’Est y su discípulo Karl Jabergintentó resolver los problemas en su obra Die Sprachgeographie (Aarau, 1908)28. De ella sonestas palabras: «La geografía lingüística está llamada a influir sobre todos los dominios de la lin-güística vivificándolos, fecundándolos»29.

Jaberg intentó resolver el problema de las leyes fonéticas, que había motivado el nacimien-to de la lingüística comparada en la que estaban insertas las obras de Menéndez Pidal a las que

25 Ramón Menéndez Pidal. Su vida y su tiempo, Madrid, 1991, p. 58.26 Revista de Filología Española, III, pp. 233-249.27 Ibídem, VII, pp. 229-338.28 La traduje al español con Antonio Llorente (Granada, 1959).29 Página 84 de nuestra traducción.

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me he referido. Eran los postulados de los neogramáticos que puso en tela de juicio Gaston Paris,maestro de don Ramón. Gaston Paris animó a Gilliéron a llevar adelante sus ideas y fue un dis-cípulo de Gilliéron, Karl Jaberg, quien escribió unas palabras definitivas:

La ley fonética afirma que un cierto fonema latino, bajo ciertas condiciones, y en un lugar deter-minado se mantiene inalterable o evoluciona hacia un determinado fonema nuevo, es una abstracción.Cada palabra tiene su historia particular30.

Estábamos en un proceso que se había desviado mucho de la ciencia del siglo XIX y nosadentrábamos en el quehacer más fructífero de las investigaciones que aún duran. Por caminosmuy distintos se había llegado a resolver los problemas que se apartaban de la evolución foné-tica para establecerse en lo que fue la distribución espacial de los fenómenos. Tardaría muchoen incorporarse a la «ortodoxia» de ciertos métodos de geografía lingüística, según me ocupa-ré más adelante. El hecho de que el maestro no se dedicara atentamente a estos estudios motivóun retraso entre nosotros.

En los Orígenes del español, Menéndez Pidal ha descubierto los más viejos hontanaresde nuestra lengua, pero los ha descubierto desde su propia laboriosidad. No salgamos de estaobra: toda la primera parte del libro es como un inmenso glosario que nos sirve para suplirlo que queremos saber. Menéndez Pidal, sí, ha hecho un «inmenso glosario», no desde lafácil comodidad de esto equivale a esto, sino con el primor con que el artífice va buscandolas piedras preciosas entre las arenas movedizas. Él hizo lo que resultó más difícil: dar sen-tido a los términos que no lo tenían. Para ello siguió el camino más áspero: no partió de lo quepudiera haberle dado una gramática latina sino de lo que conformó desde un mundo en elque, habitualmente, faltaban las referencias. Porque poner glosas no era ninguna novedaden el siglo XI. Bastaría pensar en la tradición latina que hoy nos abruma desde los siete com-pactos volúmenes que constituyen el Corpus glossarium latinarum, de G. Goetz, para quecomprendiéramos cómo la necesidad de aclarar los textos se había asentado muchísimos siglosantes de que se hiciera en los manuscritos de San Millán y de Silos. Sin embargo, los anota-dores de aquellos textos tuvieron un significado que nadie podrá disputarles: habían escri-to en una lengua formada ya y que sería el castellano de todos los siglos. Lo que el maestroextrajo de mil documentos notariales fue encontrar sentido trascendente a nuestra propiahistoria cultural.

Américo Castro hizo una edición fundamental de los Glosarios españoles, pero el prólogodel volumen nos ayuda a mucho más: traza la historia de las ediciones de los glosarios, la ense-ñanza del latín y el estado en que se encuentra el estudio de estos repertorios en cada país. Alenfrentarse con estas glosas tal vez no sea muy diferente del registro de las variedades hori-zontales que se consideran en los Orígenes. Menéndez Pidal estudia una lengua que está sor-

30 Manuel Alvar, «Karl Jaberg y la geografía lingüística», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, XXIX,1973, p. 302.

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prendida en un estadio arcaizante o que las marcas dialectales se con-tinúan, pero pertenecen al acervo innovador en el que todos los ele-mentos —modestos o ilustres— nos son válidos y en ellos se refleja laandadura histórica de unos pueblos. Gracias a las variedades lingüís-ticas que estudia don Ramón en la época de orígenes es una lenguaque camina fatalmente a lo que ha de ser una plenitud. La magnaobra nos da una visión de conjunto en ese cuadro sorprendente devariedad y de riqueza. Los problemas se enraciman y gracias al libronos acercamos a entenderlos en su complejidad y en su significado.Diría más: como en los viejos castilletes de bohordos, los dardos hanpartido de muy diversos puntos y el tablado, atinado con acierto, se desarmó y cayó con desba-rato. Se ha dado un paso gigantesco para la interpretación y el conocimiento de estos venera-bles testimonios. Son de todos y a todos hablan. Hemos entrado en el buen camino. Acaso tenga-mos que detenernos a meditar. Lo que se extrajo de mil documentos notariales fue encontrarsentido trascendente a nuestra propia historia cultural. Y ese fue su gran mérito: porque lo quehizo es lo que gramáticos, glosadores, hombres de muy variadas condiciones no habían hechoy que salieron ordenados de un mundo que era caótico. Pero el estudio de tanto y tanto arcaís-mo nos llevó a otro campo de resultados muy fructíferos. Una obra nunca se consideró termi-nada con su primitiva redacción. No salgamos de los Orígenes del español. Cuando el monu-mental estudio fue reimpreso en 1950 (3.ª edición) se suprimió un fragmento titulado Sufijosátonos que pasó a una nueva obra31. Estamos ante un proceso de perfeccionamiento de las pro-pias doctrinas. Caminamos por un larguísimo camino que empezó en 190532 y que medio siglodespués se perfeccionó. Era un sendero abierto a las investigaciones lingüísticas. No puedo pres-cindir de unas palabras liminares:

La toponimia no es sólo la historia de los nombres propios más usuales en un idioma, pues encie-rra, además, un singular interés como documento de las lenguas primitivas, a veces los únicos restos quede algunas de ellas quedan33.

VII

Tenemos, pues, que el mundo de la historia lingüística se nos ha agrandado y con él la historiade nuestra lingüística o, más sencillamente, nuestra historia: digamos cómo la existencia de dialectosibéricos identificados por el tratamiento de e y o breves o ch > z o s (Javier; Chávarri, Gallotze,

31 «Sufijos átonos en español», Festgabe für Adolfo Mussafia, Halle, 1905, pp. 386-400.32 Toponimia prerrománica hispánica, Madrid, pp. 59-70.33 Toponimia, p. 5.

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DÁMASO ALONSO

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Gallués). Por otra parte, multitud de testimonios hacen pensar en un sufijo «de origen prelatino, apo-yado por la tendencia del latín vulgar por los incrementos sufijales, [que] pudieron ser la causa tra-dicional que el español siente por la a postónica interna, frente al francés que la pierde o al italianoque conserva todas las vocales». El argumento aducido no puede ser más brillante y nos lleva a otrosde los estudios que se incluye en el libro. Digamos la difusión del sufijo -asco o de variados nombrescomo Toleto, Lucento: caminamos hacia la difusión de los ambrones por Hispania, la irrupción deligures o íberos o la extensión de -en por nuestros territorios. Las incursiones en el complejo mun-do prelatino lleva a multitud de páginas de una brillantez inusitada, digamos el intento de explicarla etimología de Madrid, tan rica y compleja y la persistencia de topónimos ibéricos.

Menéndez Pidal no ha hecho una valoración sistemática de un modo u otro como llevaron a caboLongnon34, Muret35 o Rohlfs36, ni tampoco se ha planteado el análisis de una determinada regióncomo Rostaing37 o de un pequeño ámbito como Meillon38, sino que se ha enfrentado con problemasde tipo muy heterogéneo que afectan a cuestiones generales como el sustrato mediterráneo occiden-tal, la toponimia íbero-vasca de la Celtiberia, o ligures o ambroilirios en Portugal. Junto a estascuestiones de tipo muy amplio, la solución que en la toponimia tienen las vocales e y o, los sufijos áto-nos, el sufijo -en, el elemento -obre o etimologías como Garonna, Madrid, Chamartín, Quiroga, etc.Lo que en un volumen muy rico se nos dice es una serie de cuestiones que se resuelven dando unconocimiento deslumbrador de la lingüística y su proyección con nuestra historia. En sus páginas,ciertamente no pocas, se ha conseguido ilustrar mil problemas de nuestra propia historia o de lasrelaciones que tiene con la de otros países. Me limitaré a decir que en más de 3.500 motivos se hapodido resolver una infinidad de cuestiones que afectan a nuestro pasado histórico. Tenemos, pues,una historia lingüística tan variada como la que se ha realizado al enfrentarse con la gramática his-tórica del español o con el análisis de tantas y tantas formas como se pudieron desentrañar al orde-nar las mil variantes con las que se enfrentó la evolución de la lengua en las épocas de sus remotosorígenes. Se han ilustrado períodos anteriores a nuestra historia basada en documentos; se han resuel-to no pocas cuestiones de la convivencia de pueblos en la reconquista o se han aclarado numerososproblemas históricos, iluminados desde el saber que afecta a los motivos recónditos o a las grandesinterpretaciones. Sin embargo, quiero detenerme en una monografía muy difícil y de problemáticassoluciones. Me refiero al nombre de Madrid: tras analizar etimologías árabes o latinas o germánicaso griegas, tiene que abandonar todas estas sendas para buscar solución a «un caso dificilísimo, has-ta ahora desesperado» (p. 147). La estructura fonética de las formas antiguas le llevó a buscar solu-ción a tantos problemas en los antecedentes de la voz (como lo tienen Alcobendas, Coslada, Argan-da, etc.). Para concluir: «todos estos topónimos de origen céltico nos hablan de la penetración de cel-tismos en la Celtiberia y en sus antecedentes debe buscarse el nombre de nuestra capital. No cabe

34 Les noms de lieu de la France (2 vols.), París, 1968.35 Les noms de lieu dans les langues romanes, París, 1930.36 Studien zur romanistchen Namenkunde, Munich, 1956.37 Essai sur la toponymie de Provence (depuis les origines jusqu’aux invasions barbares), París, 1950.38 Esquisse toponymique sur la vallée de Cauterets (Hautes-Pyrénées), 1908; Erwin Tagmann, Toponymie et vie rura-

le de la région de Miége (Haut-Valais roman), Zürich, 1946.

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duda que se llegó a un asentadero aceptable, pero Oliver Asín no lo cree definitivo. Al estudiar laHistoria del nombre de «Madrid» (1959), escribe un libro brillantísimo en el que concluye cómo auna base latina (mozárabe) matri[c]e se acumuló un sufijo -etum (> -it) que daría por resultadoMadrid o Mayrit «lugar donde abundan las mayrás o canales subterráneos». Etimología ésta que tendría su base en la captación de aguas subterráneas propias de las estepas tunecinas.

Hasta aquí dos etimologías encontradas que vienen a decirnos cuán inciertos son los cami-nos de la etimología y cuanto más si se aplican a la toponimia. Es posible que el libro volumino-so de Asín Palacios cuente con nuestra adicción, pero sin la solución de Menéndez Pidal proba-blemente nunca hubiéramos llegado a resolver el problema.

VIII

Desde su propia posición, Menéndez Pidal ha enlazado la historia lingüística con la litera-tura tradicional. Digamos que su concepto de la evolución de un romance, por ejemplo, no esmodificado por el pueblo, sino por el individuo que introduce la variación39 y que ésta, luegose generaliza. Lo mismo que ocurre con el cambio fonético: la mutación se da en un individuodotado de capacidad innovadora y, según sea la fortaleza de su personalidad, se impondrá enun grupo y, desde él, irá extendiéndose a otro mayor, hasta generalizarse. Claro está que el cam-bio fonético no es una mutación que dura unas pocas generaciones, sino que en muchos casossu cumplimiento es muy largo, multisecular en ocasiones, «por lo mismo que la tradición quehay que vencer es la más fuerte de todas, como arraigada en la inmensa repetición cotidianadel hecho colectivo del lenguaje»40. Saussure habló de trescientos años para la propagación delcambio lingüístico, pero en muchos casos aún «son todavía poca cosa», puesto que «las modifi-caciones fonéticas (y no sólo ellas) se realizan gradualmente de manera insensible, y en generalexigen un plazo mucho más largo para realizarse»41.

Don Ramón aplicó en no pocas ocasiones el problema de la distribución geográfica de loshechos lingüísticos. Sus mapas de los Orígenes del español así lo acreditan y las páginas quedenomina Lexicografía en los mapas de la obra (pp. 381-413) donde, además, maneja el Atlaslíngüístico de Francia, demuestran un interés no demasiado frecuente entre nosotros. Hace trein-ta y cinco años escribí algo que ahora necesito:

Son de geografía lingüística otras muchas páginas de esta obra memorable (los Orígenes) puesMenéndez Pidal se mantuvo fiel a un historicismo mucho más flexible y menos dogmático que el de losneogramáticos. Pero también que en los Orígenes no podían aparecer gran cosa de las obras de Gillié-ron, precisamente por su posición historicista, pero no menos cierto, también, que de su obra han sali-

39 Cours de linguistique générale, édition critique de Tullio de Mauro, París, 1972, pp. 97-140.40 Iordan, op. cit., p. 70.41 Ramón Menéndez Pidal, «Poesía popular y romancero», Revista de Filología Española, III, 1916, p. 273, por ejemplo.

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do páginas magistrales contra el apriorismo de esa escuela y sus consecuencias en el pensamiento deSaussure. Esta lucidez para interpretar los hechos lingüísticos como productos o condicionados por lahistoria cultural, hizo que Menéndez Pidal, sin abandonar la documentación más rigurosa, pudieraescribir trabajos capitales que no desdeñaría un Vossler, por más que nuestro lingüista jamás aventura-ra hipótesis no comparables42.

Esto me lleva a extraer consecuencias de otros hechos. El lingüista catalán Antoni Grierapublicó un artículo Afro-romànic o ibero-romànic43 en el que, según piensa, las lenguas romá-nicas pertenecen a dos grupos: español, portugués, italiano meridional que tienen fuerte influen-cia africana, y otro en el que agrupa a las lenguas románicas que no tienen esa influencia. Elcatalán se agrupa con el francés y el provenzal, es ibero-románico; en tanto que español y por-tugués son afro-románicos. Las discusiones no fueron pocas y todos (Von Wartburg, Jud, Meyer-Lübke) combatieron en mayor o menor medida las afirmaciones de Griera. Si aduzco estos moti-vos es porque Amado Alonso seguía viejas afirmaciones de don Ramón, expuestas ya en 1910,y que nos hacen entrar en una afirmación singular del maestro, por más que fueran expuestasbajo el modesto amparo de una reseña.

Estamos en la postura de Menéndez Pidal anterior a los estudios de geografía lingüís-tica, tal y como derivan de Gilliéron, Jud y Jaberg. Griera publicó en 1914 su tesis doctoral,La frontera catalano-aragonesa. Estudi geografico-linguistic, que dos años después fue rese-ñada44, el significado actual que, a comienzos del siglo XI tenían el obispado de Roda y elcondado de Ribagorza, aparte de mil observaciones de diverso tipo45. He estudiado la cues-tión y coincido con las demostraciones del maestro46, pero lo que consideré en el trabajo deMenéndez Pidal47 me ha hecho pensar en algo que desearía encontrar explicado en sus doc-trinas48. Comparto sus objeciones, pero no todas sus dudas metodológicas. El cuestionarioes imprescindible y sin él no podrá hacerse nunca un atlas lingüístico. Don Ramón hizo unespléndido «cuestionario». Me refiero al Catálogo del romancero judeo-español49 de cuyaeficacia puedo dar fe como nadie. Con él llevé a cabo la recogida de romances que comen-cé en 1949 y que medio siglo rodado (verano del año 2000) elaboro en un trabajo apa-sionante. Aquí se nos plantean unas dudas. El Atlas lingüístico de la Península Ibérica sepuso en marcha y, como a tantas cosas, lo truncó la guerra civil. Antes de ella se publicarontres cuestionarios que me parecen innecesarios o, al menos, reiterativos. Los exploradoresme dijeron que uno jamás se usó. Lo que se ha publicado nos deja con un poso de inquie-

42 Nota que pasa a Iordan, op. cit., p. 401.43 Butlletí de Dialectologia Catalana, X, 1922, pp. 34 y ss.44 Revista de Filología Española, III, 1916.45 Vid. la ya citada reseña de la RFE, III, 1916.46 Vid. las notas que puse en Iordan, pp. 404-407.47 Véanse los estudios que pongo en mi libro La frontera catalano-aragonesa, Zaragoza, 1976.48 Manuel Alvar, «Menéndez Pidal: geografía lingüística y geografía folclórica», Boletín Real Academia Española,

LXVIII, 1988, pp. 379-380.49 Apud El romancero. Teoría e investigaciones. Madrid, s.a. y Los romances de América, Colección Austral, n.º 55.

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tud: los puntos están mal escogidos y Navarro Tomás que dirigió laobra creo que no alcanzó a ver el alcance de su proyecto. La viejareseña de Menéndez Pidal pesó sobre todo esto y el Atlas quedócomo un fruto malogrado. ¿Tanto fue el escepticismo ante la obrade Gilliéron? Porque resulta que don Ramón en 1906 —un año des-pués de empezarse a publicar el Atlas de Francia— editó por vezprimera el Catálogo para recoger los romances judeo-españoles,obra que hoy, casi cien años volcados, nos sigue siendo útil a quie-nes buscamos textos tradicionales. Entonces vemos que a la tesis deGriera aplicó unos principios que le eran familiares. Desde otro cam-po de investigación, pero que suscitaban cuestiones semejantes: valor de las discrepancias,distribución de formas. Centros de irradiación, significado de los focos culturales50.

IX

El idealismo al uso no valía para caracterizar la obra de don Ramón: que nos sirven sus dis-cusiones con Leo Spitzer. Para él, y reduzco a límites increíbles, el idealismo vino a ser tambiénsociología, con lo que las caracterizaciones se enmarañaban más todavía. El individualismo milveces repetido en las variantes le llevó a la biología, mientras se le quedaba lejos la paleontolo-gía; por eso no se limitó con los saltos bruscos ni con la inmutabilidad de los procesos. Y aquívolvió a hermanar el estado latente de un texto tradicional y la acción de lo que llamó, y estu-dió, formas de actuar el sustrato lingüístico. En ambos casos —frente a Bédier y al Volkgeistde los románticos— estableció un nuevo criterio para estudiar los fenómenos de multiseculari-dad frente a mutación rápida. Lo he dicho ya: en aquellas mil grafías [...] había algo más quepaciencia, había vida»51. En siglos remotos y en fríos documentos, Menéndez Pidal había des-cubierto lo que llamamos polimorfismo quienes nos dedicamos a la geografía lingüística y a ladialectología. Eran algunos, sólo en algunos, de los grandes descubrimientos que están en losOrígenes del español. Menéndez Pidal no es positivista más allá del acopio de materiales, lo queexigían también los idealistas, pero está lejos de un idealismo: bastaría con poner las cosas ensu punto, como hace Gerhard Rohlfs52. Hemos considerado diversos problemas lingüísticos en laobra de Menéndez Pidal. Abruman su saber y sus intuiciones. Hombre milagro es una certezaque está fuera de cualquier ditirambo, pero si esto es mucho, queda, a mi modo de ver, lo fun-damental: haber creado una ciencia española en lo que, antes de él, no era sino un secarral.Hemos visto cuánto ha hecho, pero ¿y la «escuela»? Tenemos grandes nombres que sirven paraconfigurar algo de lo que es particularidad de los investigadores: ser filólogo, esto es: historia-

50 Para un mundo totalmente distinto, véanse las relaciones de los cuentos con las formas narrativas en Stith Thomp-son, The Folktale, Nueva York, 1946; Alan Dundes (edit.), The Study of Folklore, Englewood Clitfs, N.Y., 1965.

51 BRAE, LXVIII, p. 385.52 Estudios sobre el léxico románico. Reelaboración parcial y notas de Manuel Alvar, Madrid, 1979, pp. 17-25.

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RAFAEL LAPESA

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dores y críticos literarios e historiadores y estudiosos de los problemas lingüísticos. No son acier-tos más o menos oportunos, sino continuidad doctrinal: el maestro hizo lingüística, según esta-mos viendo pero hizo historia e historia literaria. El panorama acotado sobrecoge. Edad Mediay Edad de Oro, visiones de conjunto o monografías particulares. Si proyectáramos nuestra mira-da la tendríamos —enriquecida con cuantos aspectos queramos— al considerar a sus discípu-los primeros: Américo Castro y Navarro Tomás. Después, Amado Alonso y Dámaso AlonsoSolalinde; a su final, Rafael Lapesa. Y cuantos nombres queramos aportar desde nuestra pers-pectiva, son cien años de creación científica lingüística, tradición, literatura, historia. Estímu-los que no decrecen y que, con ese siglo volcado, pensamos en el «hombre milagro» que creópara todos nosotros. En el Cantar del Cid se lee: «A todos alcança ondra por el que en buenahora naçió». Amén.

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Los estudios históricos en España

ELOY BENITO RUANO

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I

La vasta y heroica visión panorámica que el benemérito bibliógrafo don Benito SánchezAlonso realizó con su Historia de la Historiografía española1 se detuvo una vez tratada la pro-ducción dieciochesca del género, renunciando su autor a «engolfarse en la frondosa produccióndecimonónica», al estimar, sin duda, que la inmediatez del tiempo por ella tratado invalidaríael carácter propiamente histórico de su versión.

Este vacío fue digna, aunque parcialmente, colmatado por la excelente tesis doctoral delprofesor Manuel Moreno Alonso titulada Historiografía romántica española. Introducción al estu-dio de la Historia en el siglo XIX2: habida cuenta por el mismo del carácter y la perspectiva «yahistóricos» (y no predominantemente hemerográficos) de dicha producción.

De ahí que podamos contar con una base, aunque incompleta por hallarse ceñida funda-mentalmente a la producción cultivada en la primera mitad de dicha centuria, sobre la que asen-tar las más remotas raíces de nuestra historiografía «contemporánea entendiendo por tal la ela-borada y aparecida iniciado el siglo que acaba de fenecer.

Culminación referencial de aquella fase —la romántica—, cuya vigencia perduró hasta los pri-meros años de ese siglo XX (prolongando sus efectos, aunque ya en medios no eruditos hasta bas-tante después) fue la Historia General de España, desde los tiempos más remotos hasta nuestrosdías de don Modesto Lafuente3. Esfuerzo tras el que predominaría en torno al 98 (antes y después)más un movimiento de inquietud y sentimiento patrióticos de proyección popular agónica (en elsentido unamuniano de la palabra) que una efectiva reflexión rigurosamente historiográfica.

Ciñéndonos, pues, a esta materia, hemos de señalar que, como en la generalidad de los ámbi-tos nacionales de la ciencia histórica en general, el siglo XX sorprendería a la historiografía espa-ñola accediendo a su fase más ortodoxamente positivista. Es el suyo un racionalismo de remotoorigen comtiano cuyos principios se hallan formulados en la famosa Introducción a los estudioshistóricos de Langlois y Seignobos (París, l898) traducida al español en 1913, pero ya paraentonces vigente su influencia en el mundo erudito hispano.

El hecho, el documento y la objetividad son los puntos esenciales de la construcción his-tórica según la doctrina positivista, cuya exaltación de la heurística (análisis crítico del testi-monio) no excluye la necesidad de la hermenéutica (crítica interna o interpretación de aquél).La síntesis de ambas funciones es la coronación del conocimiento histórico positivo que, a

1 Madrid, 1947 (2.ª ed.), 1950. Complementada por la obra también pionera en su género, Fuentes de la Historia espa-ñola e iberoamericana, 3 vols., Madrid, 1952.

2 Sevilla, 1979.3 30 vols., Madrid, 1850-1867.

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partir de l900, posee un verdadero órgano de expresión y producción universal: la Revue deSynthèse historique, dirigida desde París por Henri Berr. Quien formularía a su vez su doctri-na en L’Histoire traditionnelle et la synthèse historique (1921), puesta además en práctica através de la extraordinaria por él mismo dirigida bajo el título de L’évolution de l’Humanité,difundida también urbi et orbi y en buena parte traducida después al español.

Fruto de ese que pudiéramos llamar verdadero magma factual, reunido —facilitado— porla que más adelante sería denominada despectivamente «Historia evenemencial» o «historizan-te», fue, sin embargo, adquiriendo un primer sentido orgánico, a partir de la conformación delconcepto de «hechos de sucesión», como desarrollo de los «hechos de repetición», individualiza-dos y carentes, por tanto, de funcionalidad.

El doble elemento así obtenido, suceso y proceso4, permitirá en su momento al historiadoracuñar un tercer logro conceptual y conformante: el de estructura.

Paralela y progresivamente habrán ido incorporándose al carácter político, hasta entonces pre-dominante de los hechos considerados historiables, los de naturaleza económica, social y cultural.Economies, Societés, Civilisations (ESC) compondrán definitivamente el título de la revistafrancesa Annales que, a partir de 1929 y con sucesivas renovaciones (1946, 1978, La NouvelleHistoire) arbitrarán de modo casi inapelable la producción histórica occidental prácticamentehasta el presente.

Un ambicioso nuevo objetivo será desde entonces el de la Historia total. Por una parte,globalizado (en lo geográfico y en lo cronológico); por otra, más que multi, omnidisciplinar (encuanto a manifestación de la presencia humana, activa y pasiva: Historia de la vida cotidiana,de las mentalidades, de género, de la alimentación, demográfica, de las actitudes ante la muerte,del clima...)5.

Por todas estas etapas, de todas estas «Escuelas», con todas estas doctrinas ha pasado, yexperimentado y participado la producción historiográfica española del siglo XX. Sensible ensus respectivos momentos a las teorizaciones de Croce, de Spengler, de Toynbee, de Marx, deJaspers..., no ha dejado de ejercer (para bien y para mal a veces) contradictorias aplicacionesde unos y otros enfoques interpretativos a su preferente consagración. Aparte, naturalmente,también para mal y para bien, de sus propias ópticas exclusivamente nacionales.

II

La Prehistoria en cuanto ciencia es una faceta del conocimiento histórico que en Españallegó a su madurez (o, si queremos, a su alumbramiento como tal, tras otra previa fase de ges-tación) en los albores del siglo XX. Con las bendiciones de su patriarca universal E. Cartailhac

4 A. Xenopol, Teoría de la Historia, ed. española, Madrid, 1911.5 Cf. a este respecto obras como Las Escuelas históricas por Guy Bou y Hervé Martín (ed. española Akal, Madrid,

1992); Grandes interpretaciones de la Historia de Luis Suárez, EUNSA, Pamplona, 1985 (5.ª ed.); Historia y pensamien-to histórico. Estudio y antología, de Emilio Mitre, Ediciones Cátedra, Madrid, 1997.

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(1845-1921) al gran descubrimiento del arte paleolítico en Altamira por el amateur MarcelinoSautuola, la dedicación a la prospección arqueológica primitiva se intensifica y se perfila comouna nueva disciplina en la península, encarnada en geólogos, etnólogos y arqueólogos tout court(Hernández Pacheco, Siret, Cabré, conde del Valle del Sella, etc.). Precedentes y consiguientesde este episodio «inaugural» han sido los beneméritos descubrimientos arqueológicos de fran-cotiradores y Comisiones provinciales de Monumentos que, durante más de un siglo han idoenriqueciendo con frutos materiales esporádicos y esforzadas descripciones e interpretacioneseruditas los expedientes del Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia y losestantes de incipientes museos locales de «Antigüedades».

El hombre fósil, obra publicada en Madrid en 1925 por el profesor alemán Hugo Ober-maier (incorporado excepcionalmente como Catedrático a la Universidad española y miembroNumerario de la Real Academia de la Historia) puede mantenerse como punto referencial mássignificativo de una primera cristalización metodológica de la disciplina nacional propiamentellamada Prehistoria.

Pedro Bosch Gimpera con su Etnología de la península Hispánica ofrecerá pocos añosdespués (1932) una temprana síntesis ampliadora de los hasta entonces objetivos preferentes—físicos, materiales— de la misma.

Desarrollo de estas pioneras orientaciones, impregnadas ya de nuevas perspectivas cultu-ralistas y antropológicas, pueden ser las representadas en las obras de Luis Pericot y E. RipollPerelló (entre otra nutrida nómina). Y desde el punto de vista más amplio, etnológico, por la vas-ta obra de Julio Caro Baroja, singularmente en la titulada Los pueblos de España (Madrid, 1976).

A caballo entre una y otra directrices están las dedicaciones de J. Pérez de Barradasy J. Martínez Santaolalla (de este último es el Esquema paletnológico de la Península His-pánica, Madrid, 1948), tendentes hacia una moderna concepción de la Prehistoria como

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MENÉNDEZ PIDAL Y GÓMEZ MORENO CON OTROS ACADÉMICOS, HACIA 1928

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una verdadera «Historia primitiva del hombre». Sin olvidar el impulsodado entre tanto a los hallazgos arqueológicos a través de la Comi-saría Nacional de Excavaciones.

* * *

Los más remotos testimonios hasta ahora identificados porespecialistas españoles acerca de la presencia humana en tierra his-pana (homínidos) son los hallazgos —todavía en fase de prospeccióny estudio— en Atapuerca (Burgos) y en Orce (Granada), que vienenretrasando reiteradamente en centenares de siglos sus calculadas anti-

güedades. Antigüedades que acercan en algunos milenios la del hombre occidental a las de otrosantepasados africanos y asiáticos.

Resulta imposible consignar en estas breves líneas las sucesivas y siempre perfectibles siste-matizaciones de períodos, «culturas» y etnias más o menos locales, cuyas nóminas han ido jalo-nando el conocimiento de las etapas paleolíticas y neolíticas de nuestro más remoto pasado: la enu-meración descriptiva de las revelaciones de cuevas, restos humanos, instrumental, artes, etc., denuestros hombres primitivos, tal como han venido haciéndolo nuestros especialistas. Holgadamentehan ido éstos insertando y determinando etapas, ámbitos, influencias y relaciones en cuadros deltipo Neanderthal/Cromañón; Auriñaciense/Solutrense/Magdalennuense; Cornisa cantábrica/Levan-te; Iberos/Celtas; Edad de Piedra/Edades del Metal, etc. Configurando así una visión articuladay racional de la que hemos llamado fase inaugural de nuestro más remoto pasado.

* * *

Punto singular en la reconstrucción de unas primeras páginas que propiamente podemoscalificar de «protohistóricas» es el relacionado con el tema «Tartessos».

Denominación bajo la que se han amparado, no siempre de modo preciso, las perseguidasrealidades de una ciudad, de un reino o estado, de una comarca, de una cultura. Y en torno ala cual se ha venido tejiendo una especie de velo romántico, envolvente de las más exigentes ypositivas investigaciones heurísticas-literarias y arqueológicas.

Ese tono apasionado cobró la obra del profesor alemán Adolf Schulten, legado con suobra Tartessos (1921, 1945) a cuantos científicos y profanos han seguido su estela, desde lo geo-gráfico-político y material hasta lo utópico y platónico del mito atlántida. No en balde el duquede Tarifa transmutó gentilmente en oro el cobre de cierto anillo exhumado en sus tierras deDoñana por el mencionado excavador, al que la doctora Isabel Henderson de Oxford asignó lapoética significación de una promesa: «De la esquiva Tartessos tienes ya su anillo; pronto ten-drás su tálamo»6.

6 Ed. 1945, pág. 278.

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CLAUDIOSÁNCHEZ-ALBORNOZ

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Ceñidos a más austeros parámetros, los profesores Juan de Mata Carriazo, J. Maluquer deMotes, José M.ª Blázquez, Martín Almagro Gorbea (entre otros), aportadores de testimonios,indicios, estudios e interpretaciones han enriquecido el panorama establecido en su momentopor Schulten.

A quien, juntamente con el ya citado profesor Bosch Gimpera, se debe, por otra parte, elextraordinario programa editorial de las Fontes Hispaniae Antiquae que puso al fácil acceso delos «anticuarios» españoles los textos descriptivos y narrativos clásicos (griegos y latinos) de lageografía y la historia peninsulares, desde la Ora maritima de Avieno hasta —rebasando la Anti-güedad propiamente dicha— las primeras crónicas hispanas de época visigótica7.

Conocimientos más firmes de la realidad de aquellos tiempos son los relativos a las llama-das «colonizaciones pre-romanas» de entre las cuales la helénica, remontable acaso al siglo X a.C.(¿rodia?) ha contado en el último con un decisivo tratamiento a cargo, fundamentalmente, dedos ilustres maestros: los doctores Martín Almagro Basch y Antonio García y Bellido.

Al primero se debe la firme estructuración del conocimiento del hecho Ampurias: excava-ción, museo y revista, polarizados en torno a la ciudad de este nombre, cuya historia ha sidoreconstruida en lo posible gracias a los estudios sobre fuentes narrativas consolidadas sobre labase firme de los magníficos restos urbanísticos conservados8.

La obra de ambos profesores citados se ha extendido a otros temas sumamente variadosde la protohistoria y la Historia antigua peninsulares. Desde los trabajos pre y protohistóricosdel primero9, (quien proyectó además su actividad excavadora sobre el programa de salvaciónde templos egipcios afectados por la construcción de la presa de Asuán, permitiendo, así, laincorporación del de Debod al paisaje urbano madrileño); hasta la síntesis por el segundo delArte romano en España (Madrid, CSIC, l955). Quien cultivó también una benemérita labordivulgadora de las más antiguas descripciones históricas y geográficas de nuestras tierras ysus gentes en eficaces versiones castellanas de las obras de Estrabón, Plinio, Mela, etc., en edi-ciones de amplia divulgación popular10.

Función casi exclusiva —vigilante, protectora, acumulativa— de trabajos y descubrimien-tos arqueológicos a lo largo de la primera mitad del siglo XX fueron cumpliendo las ya aludidasComisiones Provinciales de Monumentos y los miembros numerarios y correspondientes de lasReales Academias de la Historia y de Bellas Artes. Sus archivos fueron enriqueciéndose con lasnoticias y comunicaciones de una y otra procedencias, a las que se dio publicidad en sus res-pectivos Boletines, así como en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, órgano del Cuer-po Facultativo de dicho título.

7 Una última revisión —por ahora— de esta problemática es el libro de J. Alvar y J. M.ª Blázquez, Los enigmas deTartessos, Madrid, 1993. A la primera edición de esta serie (8 vols., 1922-1987) ha comenzado a suceder una segunda acargo de J. Mangas y D. Plácido, Madrid, 1995.

8 Aparecidos primeramente en la revista Ampurias y reunidos después en el volumen titulado Hispania graeca,Madrid, 1948.

9 Sintetizados en los tres vols. del t. I de la Historia de España dirigida por R. Menéndez Pidal, en su primera versión(Madrid, 1947/-1954).

10 Vols. 744 y 515 de la Colección Austral, Madrid, 1945 y 1947.

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Muy recientemente, el doctor don Martín Almagro Gorbea, Anticuario perpetuo de la pri-mera de dichas Academias, ha comenzado a dirigir un activo programa de publicación de cata-logaciones de los mencionados fondos, junto con otros estudios y monografías, poniendo así alalcance de los investigadores el rico contenido de aquéllos.

Para concluir esta parte de nuestra disertación, permítasenos consignar las páginas (31 a 66)que el profesor José M.ª Blázquez Martínez dedica a la «Historiografía de la España Antiguaen los siglos XIX y XX» en la obra colectiva, coordinada por el también profesor José Andrés-Gallego, Historia de la Historiografía española (Eds. Encuentro, Madrid, 1999). En ellas se reco-ge la noticia editorial de prácticamente la totalidad de referencias a los aspectos regionales,cronológicos, temáticos —económicos, sociales, culturales, religiosos, heurísticos, etc.—; y de losrecursos instrumentales de su conocimiento: Actas de congresos, revistas especializadas y demáselementos de la «materia antigua» de nuestra Historiografía vigésimo-secular; e incluso de lapropia historia de esa Historiografía.

Mención, la de la citada obra colectiva, que habremos de repetir en sus debidos momentos,dada la calidad y actualización hasta 1999 de cada una de las colaboraciones que la integran.

III

El citado contenido, rigurosamente positivista —factual, «evenemencial», documen-tal— que caracterizó universalmente la producción histórica de las primeras décadas delsiglo XX (continuación rigurosa de la segunda mitad del anterior) se ve, sin embargo, yaimpregnado desde sus comienzos en el área hispana por inquietudes y matizaciones enri-quecedoras que irán progresando lentamente hasta imponer de modo pleno toda una reno-vadora metodología.

De los años 1900 a 1911 data en este aspecto la primera edición en cuatro volúmenes dela Historia de España y de la civilización española de don Rafael Altamira (y Crevea), primerensayo de incorporar al factor esencialmente político (hasta entonces entendido, casi en exclu-sividad como propiamente histórico) los fenómenos sociales, económicos y culturales, paralelosde dicha realidad.

Ya anticipadamente el ilustre levantino había dado a las prensas otro original intentointerpretativo de la Psicología del pueblo español (1902) anticipo de iniciativas similares enotros países y que en el nuestro encontraría prosecución en el libro Ingleses, franceses y espa-ñoles. Ensayo de psicología colectiva comparada (Madrid, 1929) de Salvador de Madariaga,con ulteriores precisiones críticas sobre el tema a cargo de don Julio Caro Baroja (El mito delcarácter nacional. Meditaciones a contrapelo, Madrid, 1970).

La creación de la Junta para Ampliación de Estudios (l907) significó un hito decisivo parala modernización y el progreso de la investigación científica española. En su seno, el Centro deEstudios Históricos asumió la responsabilidad de estas funciones en el campo de las huma-nidades, alcanzando especial eficacia en lo respectivo al mundo medieval (Filología e Historia).

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Maestros del mismo en lo que concierne a este amplio ámbito fueron personalidades de la tallade don Ramón Menéndez Pidal y don Manuel Gómez Moreno; del primero de los cuales ema-nará toda una Escuela metodológica cuyos más significativos frutos fueron los del maestro sobreLa España del Cid (1929 y 1956), Poesía juglaresca y juglares (1924 y 1957); así como grannúmero de trabajos de lingüística histórica acerca de los orígenes y temprana evolución de lalengua y la literatura castellanas.

Discípulo suyo y de don Eduardo de Hinojosa en el campo de la Historia del Derecho fuedon Claudio Sánchez-Albornoz, quien tomando las riendas de la nueva orientación asignadapor el segundo a la Historia jurídica, cooperó decisivamente a la instauración sobre modelosgermánicos de una verdadera Historia española de las Instituciones; primera versión de la quemucho más tarde habría de ser, aunque con más amplios horizontes, la Historia estructural o,más bien, de las estructuras.

Lejano anticipo también de otra Historia de la vida cotidiana podría considerarse el dis-curso versante sobre La vida en la ciudad de León hace mil años, obra que había de conocerdespués numerosas ediciones y que en su origen constituyó el tema del discurso de ingreso desu autor, don Claudio Sánchez-Albornoz, en la Real Academia de la Historia (1926). Autor queparticiparía activamente en la fundación y primera etapa del que sigue siendo en nuestros díasextraordinario órgano instrumental del mencionado movimiento histórico-jurídico, el Anuariode Historia del Derecho Español.

De esta revista, iniciada en 1934 fueron significados paladines en su primera etapa maes-tros como don José M.ª Loscertales, don Galo Sánchez, don José Antonio Rubio Sacristán, etc.Y en sucesivas fases, el fecundo don Alfonso García Gallo, infatigable autor de artículosque por su dimensión y calidad constituyeron siempre verdaderos tratados de sus respecti-vos temas.

La figura de Sánchez-Albornoz ostenta por sí sola, hasta la fecha de su muerte (Ávila,1984) la representación simbólica del medievo hispano del siglo XX. Y ello, pese a haber ejerci-do esa representación desde su Cátedra de Buenos Aires, es decir, desde su exilio en 1939. Encuya Universidad dejó instaurada la escuela de medievalismo sin duda más importante de Ibe-roamérica, subsistente tras su muerte y caudalosa en su producción, encauzada en los famososCuadernos de Historia de España (76 volúmenes desde 1944 hasta el presente).

De la enorme producción albornociana destacan hallazgos, observaciones y conceptosque suscitaron activas polémicas en las que nunca rehusó participar con armas y bagajes dia-lécticos su provocador. Así, su concepción del feudalismo español, entendido como concreta ypropia institución diferenciada, fruto de la interrupción de cierto proceso político-social evolu-tivo generalizado en Europa, y no como un «modo de producción» omnicomprensivo de la rea-lidad altomedieval11. O bien el mantenimiento de la idea de una despoblación radical de la casi

11 Cf. En torno a los orígenes del feudalismo, 3 vols., Mendoza, l943 (nueva edición en un solo volumen, con un pró-logo-estudio del firmante de estas líneas, Madrid, 1993). Desarrollo de los criterios al respecto de Sánchez-Albornoz cons-tituyen los trabajos de L. de Valdeavellano reunidos en el opúsculo El feudalismo hispánico y otros estudios de Historiamedieval (Barcelona, Ariel, 1981).

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entera mitad norte —al menos la mesetaria— de la península, explicativa del subsiguientefenómeno de la repoblación, característico de nuestra Edad Media y propiciante de las liberta-des alodiales contrapuestas a las estrechas relaciones vasalláticas inherentes al feudalismopropiamente dicho. Aparte de su interpretación general de la Historia de España a la que hemosde referirnos más adelante.

Señalados discípulos de «Don Claudio» han sido los de por sí no menos excelentes maestroscomo don Luis G.ª de Valdeavellano, don José M.ª Lacarra, don Luis Vázquez de Parga, donJuan Uría Ríu, entre tantas promociones y aun generaciones de medievalistas españoles. Autorel primero de la hasta ahora única Historia de las Instituciones de la Edad Media Española(Madrid, 1968), además de una excelente —y lamentablemente interrumpida— Historia deEspaña desde los orígenes a la Baja Edad Media (Madrid, 1952); e importantes monografíascomo El mercado. Apuntes para su estudio en León y Castilla durante la Edad Media (2.ª ed.Sevilla, 1975) y sus trabajos sobre El feudalismo hispánico, reunidos junto con Otros estudiosde Historia medieval en nueva edición (Ariel, Barcelona, 1981).

En cuanto a los otros tres discípulos consignados de Sánchez-Albornoz, a ellos conjunta-mente se debe la obra en tres volúmenes sobre Las peregrinaciones a Santiago de Compostela(Madrid, 1948), reconocida, sin duda, como el más completo y elaborado estudio sobre lamateria; aparte sus respectivas obras docentes e investigadoras: verdadera Escuela de medie-valismo aragonés en la Universidad de Zaragoza, el primero; memorables excavaciones en Nava-rra el segundo; cabeza y ejemplo del medievalismo asturiano el tercero.

Abstracción hecha de la herencia medievalística albornociana prosperada en Argenti-na (profesoras M.ª del Carmen Carlé, Nilda Guglielmi, Hilda Grassotti, etc.), cabe conside-rar herederos mediatos del mismo caudal, aunque en diverso grado de intensidad y adhe-sión a los miembros de las generaciones docentes e investigadores españoles de la segundamitad del siglo XX.

Cabe señalar entre unas y otros, y en diversos aspectos, las personalidades de don JoséM.ª Font Ríus, cuya publicación y estudio de las Cartas de Población y franquicia de Catalu-ña (Madrid-Barcelona, 1969) constituyen una piedra angular para la historia del tema en elPrincipado; la obra erudita de don Julio González y González, síntesis biográficas de los rei-nados bajo-medievales castellano-leoneses y especial promotor del estudio de los Reparti-mientos motivados por la reconquista de las ciudades sureñas (Repartimiento de Sevilla, 2vols., Madrid CSIC, l951)12; los excepcionales estudios institucionalistas del profesor Salvadorde Moxó, algunos de ellos reunidos como homenaje académico a su memoria en el volumenFeudalismo, señorío y nobleza en la Castilla medieval (Madrid, 2000); y excepcionalmente,el extraordinario y documentadísimo estudio sobre El concepto de España en la Edad Media(Madrid, 3ª edición 1981) revelador de la capacidad de síntesis interpretativa de su autor, elprofesor José Antonio Maravall y Casesnoves.

12 Son numerosos los Repartimientos de localidades del reino de Murcia y Andalucía que en los últimos años hanvenido.publicándose por los medievalistas españoles.

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Cupo al autor de las presentes líneas el honor de cuidar desdesu Cátedra de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo, la edi-ción de los tres volúmenes de los Orígenes de la Nación española.Estudios sobre la Historia de Asturias de don Claudio Sánchez-Albornoz (Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1972-1975);versión definitiva de la obra galardonada en 1923 con el Premio«Covadonga» y que a lo largo de más de medio siglo acompañó ensu exilio al autor, en permanente tarea de revisión, perfeccionamientoy actualización. Y cuyo fruto fue, al fin, presentado personalmentepor aquél en la cueva de la por él cantada «cuna de España», luegode recibir en la Universidad ovetense la investidura de Doctor «Honoris Causa», ceremoniaen la que igualmente tuve el privilegio de actuar como padrino (21 de mayo de 1976).

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Importante ha sido la labor investigadora y publicística en el campo de la Historia medievalque a lo largo del siglo XX han venido desarrollando la ya citada Junta para la Ampliación de Estu-dios y —a partir de los años cuarenta— su continuador el Consejo Superior de InvestigacionesCientíficas, juntamente con los nuevos y numerosos Departamentos universitarios especializados.

A la primera cabe asignar el mérito editorial interrumpido por la guerra civil, de lascrónicas altomedievales que permitió la aparición de la Silense (F. Santos Coco, l92l); ladel Obispo don Pelayo (B. Sánchez-Alonso (l924); y la de Alfonso III (Z. García Villada,1918. Programa editorial que acometería con esfuerzo individual para las Crónicas bajo-medievales y del siglo XVI, concluida la contienda de l936-l939, el profesor de la Universi-dad de Sevilla don Juan de Mata Carriazo (9 volúmenes entre 1940 y 1946 publicados porla Editorial Espasa-Calpe).

Entre los campos sectoriales de la producción medievalística cabe señalar, por lo que res-pecta a las disciplinas «técnicas», heurísticas, los imprescindibles tratados de Paleografía espa-ñola del profesor Z. García Villada (l918) y del académico don Agustín Millares Carlo (l983)13;el manual sobre La moneda española de don Felipe Mateu Llopis (1946), etc.

La tradición arabista, clásica entre los estudios históricos españoles ha sido prolongada alo largo del siglo XX por maestros como don Francisco Codera († 1917), don Julián Ribera(† 1934), don Miguel Asín Palacios, «descubridor» de los nexos existentes entre la Divina Come-dia y La Escala de Mahoma); así como el dignísimo discípulo de este último don Emilio GarcíaGómez, sensible perceptor de los valores líricos de los Poemas arábigo-andaluces que supo insu-perablemente traducir e interpretar: aparte sus versiones de importantes producciones litera-rias e históricas, producto de autores árabes hispanos.

13 Del primero, Paleografía española, 2.ª ed., Madrid, 1974; del segundo, Tratado de Paleografía española, 2.ª ed. conla colaboración de José Manuel Ruiz Asencio, 3 vols., Madrid, 1983.

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EMILIO GARCÍA GÓMEZ

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La escuela arabista española, asentada fundamentalmente sobre los polos universitarios deGranada y Madrid, mantuvo entre los años l933 y l978 la revista Al-Andalus, continuada des-de la Escuela de Estudios Arabes del CSIC por la titulada Al-Qántara.

Análogamente, los estudios filológico-histórico hebraicos han encontrado ámbito acogedor yfecundo, dentro del mencionado Consejo en su propio Instituto y con su propio órgano divulga-dor de sus productos: «Instituto de Estudios hebraicos» y revista Sefarad. Artífices de su conduc-ción fueron, desde los núcleos Madrid y Barcelona, los maestros don Francisco Cantera Burgosy don José M.ª Millás Vallicrosa, cuyos directos discípulos mantienen alto el prestigio de su obracolectiva, la cual ha experimentado recientemente la pérdida del profesor J. L. Lacave Riaño.

* * *

Renunciamos, por razones obvias, a consignar la labor —ciertamente espléndida— dela generación viva del medievalismo español. Sí que estimamos imprescindible mencionarel nombre del profesor Emilio Sáez, Catedrático de la Universidad de Barcelona, a quiendebe la actual «plantilla» de sus componentes el fermento de su agrupación y mutuo cono-cimiento. Aparte de la apertura de comunicación intensa con las Escuelas homogéneas delmás amplio arco institucional: Italia, Portugal, Reino Unido, Polonia, URSS (desde losaños 70), etc. La Sociedad Española de Estudios Medievales, por él fundada, cuenta en laactualidad con más de quinientos adheridos y un Boletín anual, Medievalismo, desde 1991,que pretende ser espejo e instrumento de su actividad.

Una última —por ahora— mise à point informativa del estado de la producción medieva-lística española es la brindada por las Actas de la XXV Semana de Estudios Medievales de Este-lla (14-18 de julio, 1998) bajo el título de La Historia Medieval española. Un balance historio-gráfico 1968-1998, Pamplona, 1999.

IV

El estudio de la etapa histórica tópicamente considerada como de transición entre las nomenos tópicas Edades medieval y moderna, corresponde en España al reinado de los ReyesCatólicos (1469-1512).

El centenario de la fecha del matrimonio de estos monarcas provocó en el país la habitualorganización de actos y programas conmemorativos, entre los que, naturalmente, no faltó laintensificación publicística, o, mejor producción historiográfica sobre la materia14.

En torno a la misma y, por supuesto, a lo largo de los años previos e inmediatamenteposteriores a dicha fecha, se enriqueció ésta con la edición casi masiva, promovida y dirigida

14 Cf. mi trabajo «El Centenario de los Reyes Católicos: Avance bibliográfico» [Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos,t. LVII (1951), pp. 697-710].

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por don Antonio de la Torre (y del Cerro) de Documentos sobre la relaciones exteriores delos Reyes Católicos, conservados en los Archivos Generales de Simancas y de la Corona deAragón (6 volúmenes, 1949-1966) a los que se agregaron otros cuatro tomos por partede Luis Suárez Fernández con documentación específica sobre las relaciones castellanas conPortugal. A estas series cabe añadir —incluso desde el punto de vista estrictamente históri-co— una tercera promocionada por la Comisión entonces actuante en Valladolid, en apoyodel proceso de beatificación de la Reina Católica: todo un conjunto de monografías relativasa numerosos aspectos laicos del reinado (la personalidad de Isabel como princesa, las mino-rías mudéjares de su época15. Destaca entre las elaboraciones biográficas coetáneas la exce-lente de la propia reina por el P. Tarsicio de Azcona titulada Isabel la Católica. Estudio crí-tico de su vida y su reinado16.

La aproximación del año 1992 suscitó más aún la perspectiva conmemorativa del V Cen-tenario de cuatro trascendentales hitos, no sólo de la Historia Nacional, sino radicalmente uni-versales más de uno de ellos: 1) la conquista de Granada (final simbólico de la Reconquista yde la dialéctica europea Oriente-Occidente, o Cristiandad-Islam); 2) la expulsión de los judíos(suprema impronta de un suceso que eclipsaría las análogas de otros de su misma naturaleza,repetidos en las Islas Británicas, en Francia y en Italia con siglos de anticipación); 3) el Descu-brimiento de América, y 4) la primera edición de la Gramática de la Lengua Castellana, deAntonio de Nebrija, inaugural norma para el uso regular de un instrumento de entendimientoquasi universal17.

Congresos como el internacional de Toledo (Diciembre 1991) consagrado al segundo de loshechos citados; el de Madrid-Sevilla organizado por la Real Academia de la Historia en tornoal «encuentro» entre mundos y civilizaciones; las ediciones populares de las Crónicas testimo-niales de las inmediatas consecuencias del mismo; la importante serie de monografías sobre eltema España-América en sus más significativos aspectos históricos18...

Todo ello vino a rubricar la innovación que tras la guerra civil de 1936-1939 supuso el impul-so dado al desarrollo de los estudios hispanoamericanos representado en la creación de Cátedras,Secciones universitarias de Historia de América e Institutos investigadores e incluso político-culturales de los que son evolucionados testigos centros y organismos de dicha naturaleza sub-sistentes en nuestros días en Sevilla, Valladolid, Madrid, Barcelona, etc.; cuyas publicacionesperiódicas (Revista de Indias, Anuario de Estudios americanos, etc.) mantienen actualizada lafecunda producción editorial inherente a su dedicación.

El tránsito del «medievo» a la «modernidad» produjo un intenso tratamiento sobre lasignificación histórica del movimiento de las Comunidades, en la que participaron, de unlado don Gregorio Marañón, que vio en ellas una perduración de las inquietudes social-polí-

15 Publicaciones todas del Instituto Isabel la Católica de Historia Eclesiástica de Valladolid, por los años 60 y 70.16 Biblioteca de AA. Cristianos, t. 237, Eds. Madrid, 1964 y 1993.17 Cf. al respecto la consideración histórica conjunta de estos episodios incluida en Medievalismo. Boletín de la Socie-

dad Española de Estudios Medievales, 3 (1993), pp. 267-305.18 Ejemplar y generosa iniciativa subvencionada por la Fundación Mapfre-América (Colección «América 92»).

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ticas del siglo XV; y de otro, las unánimes opiniones de José Antonio Maravall, JosephPérez y Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, para quienes aquél constituyó «una primera revolu-ción moderna».

V

En cuanto al tratamiento histórico, los comienzos del siglo XX vieron aparecer esperanza-doras perspectivas para el progreso de nuestra ciencia nacional. De 1907 data la fundación dela ya citada Junta para Ampliación de Estudios y el Instituto d’Estudis Catalans; un año des-pués se reuniría el primer Congreso de Historia de la Corona de Aragón.

A lo largo de la primera mitad del siglo (prácticamente hasta 1936) la historiografía espa-ñola de tema «moderno» vio aparecer producciones de tipo biográfico-analítico como la obrade Gabriel Maura Gamazo Carlos II y su corte, 2 vols., Madrid 1911-191519; o bien biográfico-psicológico, tal el libro de G. Marañón, El Conde-Duque de Olivares o la pasión de mandar,Madrid 193620.

La herencia de la inquietud pre y post-noventayochista: regeneracionismo y sentimientoagónico de España fue produciendo un movimiento crítico, en general negativo, en la apre-ciación del pasado hispánico posterior al siglo XVI, el del apogeo de un «Imperio en cuyos terri-torios jamás se ponía el sol». A neutralizar su exacerbación, principalmente extranjera, surgióen 1916 el libro de Julián Juderías La leyenda negra que habría de tener una gran difusión yconfortadora impresión en los medios, no sólo eruditos, sino sobre todo, populares del país.

Pero la palabra «decadencia» acompañó pertinaz al examen de cualquier suceso, proceso,personalidad, actitud o producto (salvo de obra literaria) en la siguiente centuria.

Ya desde mediados del siglo anterior autores como Antonio Ferrer del Río, Adolfo de Cas-tro y el propio don Antonio Cánovas del Castillo habían venido dando por efectiva (y luchan-do contra sus causas) una Historia de la decadencia de España desde el advenimiento de Feli-pe II al trono hasta la muerte de Carlos II, Madrid, 1910.

En agudo análisis, el profesor Vicente Palacio Atard supo discernir entre Derrota, ago-tamiento, decadencia, en la España del siglo XVII, (Madrid 1948, 2.ª ed. 1956). Pero toda-vía mucho después pudo aún agregar M. A. Ladero Quesada, la comunicación presentada alXVIII Congreso Internacional de Ciencias Históricas celebrado en Montreal en 199521, bajoel título de «La decadencia española como argumento historiográfico», prácticamente hastabien avanzado el siglo XX22.

19 Aparecería una nueva edición abreviada, Madrid, 1942 con el título de Vida y reinado de Carlos II.20 Así como el Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo (Madrid, 1930); Tiberio. Historia de un

resentimiento (Madrid, 1939), y Antonio Pérez (2 t., Madrid, 1948).21 Publicada luego en Hispania Sacra, año 48 (1996), pp. 5-30.22 Concepción despectiva confrontada ya por Masdeu y Forner, y en especial por Menéndez Pelayo contra la famosa

respuesta de Masson de Morvilliers a su propia pregunta (Quelle doit-on à l’Espagne?).

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Sin embargo, el concepto histórico España no ha dejó de ofre-cer, sobre todo a lo largo de la segunda mitad de la vigésima cen-turia, un sostenido y denso carácter polémico. Al precedente ensa-yo interpretativo de J. Ortega y Gasset, España invertebrada (1921)y más lejana aún a la perdurable imagen de «las dos Españas» (unaoficial y otra la real) han venido a superponerse los enfoques queaunque desordenadamente en cuanto a sus fechas, cabe consignarsegún sus respectivos títulos: España como problema, España sinproblemas, España y el problema de Europa, La España de todos,La España que no pudo ser, España en su Historia, La realidadhistórica de España, España, un enigma histórico, Lo que queda de España, España inte-ligible, El secreto de España, España como nación, Reflexiones sobre el ser de España...

Un cúmulo de opiniones, versiones y concepciones, como se ve, a las que es difícil sospe-char la existencia de paralela autoconsideración en ninguno de los estados, naciones o patriastradicionales.

De entre todos los epígrafes enumerados, dos de ellos mantuvieron una máxima y másduradera confrontación, secundada por numerosos ecos discipulares: son las obras Españaen su Historia, publicada en 1948 en Buenos Aires por Américo Castro (nueva versión deMéxico, 1956, bajo el título de La realidad histórica de España); y España, un enigma his-tórico, aparecida también en Buenos Aires (1956), debida a la pluma de D. Claudio Sán-chez Albornoz. Su polémica agotó toda clase de argumentos hacia 1975, luego de suminis-trar a sus fieles seguidores y a la expectante multitud afectada por sus respectivas dotes deconvicción, no pocos nuevos y agudos matices, y contundentes razonamientos23. Conceptosy expresiones tales como «morada vital», o «vividura», «Español, palabra extranjera», «inex-tricables texturas de las tres culturas medievales» —por parte de don Américo—; «herenciatemperamental», «la forja de lo español»; «cortocircuito de la modernidad», etc., del lado dedon Claudio... Son formulaciones hasta entonces no empleadas en el lenguaje de nuestra crí-tica histórica. Aparte las radicales diferencias en la apreciación, por un lado, de la improntajudeo-conversa, como caracterizadora de nuestra cultura; por otro, de las raíces ancestra-les, de esa caracterización.

Por lo demás, la producción histórica de las décadas veinte al cuarenta, en cuanto alcultivo de la materia moderna y contemporánea, puede jalonarse con la enunciación de losmás caracterizados maestros, que impartieron su producción y docencia desde las cáte-dras universitarias: nombres como los de Ballesteros Beretta, Pabón y Suárez de Urbina,Pérez Bustamante, etc.

23 Hilda Grassotti, «Plática escuderil, en réplica al ataque de Claudio Guillén a Sánchez-Albornoz», Cuadernos de His-toria de España, t. 31-32 (1960), pp. 250-274.; Eugenio Asencio, La España imaginada de Américo Castro, Barcelona,1976; J. L. Gotor, «La polémica con Américo Castro». Atti Accademia Nazionale dei Lincei, Roma, 19, // G. Araya, Evolu-ción del pensamiento de Américo Castro, Madrid, 1969; H. Lapeyre, La polémica Castro-Sánchez-Albornoz, Ensayos deHistoriografía, Valladolid, 1978, p. 97 .

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JESÚS PABÓN

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VI

En agosto de 1950, el Comité Internacional de Ciencias Históricas celebró en París suIX Congreso, iniciando la reanudación lustral de sus reuniones, sólo interrumpidas desde1900, durante los conflictos bélicos de 1914-1918 y 1939-1945.

A dicha reunión concurrió una Comisión ad hoc, constituida en España por quince com-ponentes, Académicos y profesores, presidida por la historiadora doña Mercedes Gaibrois deBallesteros, quienes reincorporaron a nuestro país al Comité Internacional, en el que había esta-do representado desde sus orígenes, en 1900, quedando reconstituido el Comité Español. A élme cupo el honor de dedicar mis desvelos, primero como secretario, y mucho después como pre-sidente (1974-1991); etapa durante la cual correspondió al Comité Español organizar el XVIICongreso Internacional (Madrid, 1990) con asistencia de más de 2.400 congresistas.

Secuela eficaz de la antes citada convención parisina, fue entre otras, la gran difusión de losprincipios historiográficos por entonces emergentes en la llamada Escuela francesa de los Annalesque alcanzarían ulteriormente universal implantación. Gran eco personal produjeron en el jovenhistoriador catalán Jaime Vicens Vives las nuevas orientaciones temáticas y metodológicas de las quefue en adelante paladín en su propia obra y en la «Escuela» que en torno a su Cátedra de la Universi-dad de Barcelona llegó a constituirse. Agregando a su anterior producción bajo-medievalísticainvestigaciones y síntesis modernas y contemporáneas de preferente inclinación económica (un volu-men de Historia económica de España); y acometiendo empresas como una Historia (colectiva) deEspaña y América, (5 vols., Barcelona 1957 y ss.); un eficientísimo Índice Histórico Español, noti-ciero analítico de la producción de esta naturaleza; sendas equilibradas visiones como Noticia deCataluña, y Aproximación a la Historia de España; y coronando su obra toda una editorial queamparó la difusión de libros y manuales didácticos surgidos a su conjuro.

Núcleo polarizador de la produccióm histórica nacional, sobre los siglos («modernos»XVI-XVIII) ha sido el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en especial su Insti-tuto «Jerónimo Zurita» de Historia, por el que han pasado y en el que han estudiado, sea ensu sede central o en sus delegaciones regionales, la mayoría de los que luego fueron maes-tros de sus respectivas especialidades.

Hispania. Revista Española de Historia, su órgano periódico de producción, ha venido (yviene) siendo desde su nacimiento en 1940 y a través de épocas austeras ya superadas, testigodel esfuerzo de generaciones colaboradoras que a su vez le dieron vida. Nombres como los dedon Antonio de la Torre, don Cayetano Alcázar, don Antonio Rumeu de Armas (entre otros)consagraron a su servicio no pocas horas de trabajo y aliento..

Paralelamente fueron prosperando instituciones que cuentan entre sus fines, bien esencialeso parciales, algún aspecto de naturaleza histórica. Son en primer lugar, las nuevas Universidades,oficiales y privadas, que a partir del boom de centros de Enseñanza Media, comenzado exacta-mente en 1965, exigió la preparación de nuevos licenciados y doctores dedicados a su atención.

En otro orden de cosas, incrementaron su número los Centros de Estudios locales y regiona-les sobre el ya existente de los tradicionales (Sociedades de Amigos del País, etc.), hasta alcanzar la

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cifra de más de medio centenar agrupados en Confederación (CECEL).Proliferando en más de otros tantos los boletines, revistas y bibliografíamonográfica, los vehículos expresivos de sus respectivas dedicaciones.

* * *

El normal cultivo de la Historia nacional acerca de los siglos XVI

al XVIII se vio estimulado durante la segunda mitad del XX con laconmemoración de nuevos Centenarios que polarizaron ocasionalmentea un mismo tiempo el interés de los especialistas y el de organismos einstitucione oficiales determinadas.

Alguno, incluso, repetidamente, tal como sucedió con la figura de Carlos V, de quien seconmemoró el aniversario de su muerte (1558) y el de su nacimiento (1500). En ambas oca-siones, sendas excepcionales Exposiciones presentadas en el antiguo Hospital de Santa Cruz deToledo podría decirse que ilustraron con sus Catálogos las comunicaciones presentadas a los res-pectivos Congresos con que una y otra celebración se festejaron.

El Centenario de la muerte de Felipe II se conmemoró en 1998 y a su conmemoración con-tribuyó, como a la de su padre, la Real Academia creada al efecto de la Historia con un Con-greso al que la Sociedad Estatal agregó por su parte otra excelente Exposición, esta vez en elMonasterio de El Escorial.

Uno y otro centenarios propiciaron el éxito editorial del profesor Manuel Fernández Álva-rez quien, habiendo dedicado prácticamente su vida académica a los reinados de ambos monar-cas y muy singularmente al del primero, vio repetirse con reiteración las biografías por él ulti-madas de uno y otro reyes, e incluso la de doña Juana, madre del primero.

El triduo de congresos con estos motivos reunidos por la Real Academia en el breve espa-cio de los años 1998-2000, se redondeó con el dedicado a la instauración de la dinastía bor-bónica en España: 1700, comienzo del reinado de Felipe V.

Con anterioridad y de manera análoga, fue conmemorado en Madrid el Centenario delreinado de Carlos III y la Ilustración en 1988. (Exposición y 4 volúmenes de comunicaciones).

Y en cuanto a la Historia española del siglo XIX, bástenos referirnos a la cuantiosa obra—por citar solamente en este caso la de miembros vivos de la Real Academia de la Historia enrepresentación de todos los de su copiosa especialidad—, de autores como Vicente Palacio Atard(cuyo volumen de ese título fue objeto del premio nacional de Historia de 1978), José MaríaJover, Carlos Seco y Miguel Artola. Todos ellos participantes en los correspondientes volúme-nes de la Historia de España, Menéndez Pidal, dirigida desde hace 25 años por el segundo delos citados. Además de la producción motivada por el Centenario de «el 98», que hizo honor(y no sólo cuantitativo) a lo que del mismo se esperaba24.

24 cf. simplemente artículo de ejemplo, el volumen que recoge las conferencias provinciale al efecto en la Real Acade-mia de la Historia./España cambio de siglo., Madrid, 1999.

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ANTONIO BALLESTEROS

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VII

¿Qué decir, por fin de nuestra «Historia del tiempo presente», esa fracción de la «Historiacontemporánea», denominación esta última que hasta hace poco parecía considerarnos coetá-neos de los hombres de la Revolución francesa?

Ya el historiador últimamente mencionado (el profesor Palacio Atard) se ha planteado recien-temente25 el interrogante sobre la historiabilidad de ese «tiempo de los vivos», es decir de la His-toria «in fieri», de aquélla que todavía no ha alcanzado su «punto conclusivo»; pero simultáneaen buena proporción del historiador, y carente por tanto, para éste de su necesaria perspectiva.

Tal aprensión experimentamos al situarnos frente al último tramo de las versiones acumu-ladas acerca de unos hechos y unos hombres, un tiempo, en definitiva, del que el autor se sien-te ¿testigo, partícipe, cómplice, víctima, culpable, beneficiario?

Todo un torrente de títulos y firmas de estudios, memorias, opiniones, documentos, per-sonales visiones... se amontonan ante el pretendido consignante actual, autor de estas líneas.

Quien declara su defección ante la tarea.Sí, hay un tiempo vivo, el que alienta todavía en nosotros, por más que para otros muchos

—los más jóvenes, aunque no todos— puede resultar ya muerto. Y ese tiempo vivido y vivien-te sí que es objeto de susceptible periodificación, de examen ya sistemático, según etapas, fasesy facies perfectamente diferenciadas y constatables.

Helas aquí, por mi parte:

Precedentes de guerra civil (1930-1936)Guerra civil (1936-1939)Postguerra I (1939-1953)Postguerra II (1953-1975)Transición a la Democracia (1975-1978)España constitucional (o de las Autonomías) (1978...

Es decir, hemerografía, sociología, politología.Renuncio, por tanto, a consignar —¡tantos merecerían su consignación, para bien, y pre-

sumiblemente, otros para mal!— los nombres de personajes, biógrafos, protagonistas... de tan-tos adversarios entre sí, de tantos satisfechos y defraudados, de tantos ofendidos y ofensores...

Sí, quede la descripción de esa biblioteca en ciernes aguardando los volúmenes que hande colmar en su día sus previstos estantes.

Para todas las etapas que acabamos de enumerar existen instrumentos informativos útiles,desde los Cuadernos bibliográficos de la Guerra de España (1936-1939) Madrid, l967-1969;hasta los catálogos actuales de la producción libraria. Desde los estudios estratégicos de la con-

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25 «Historiografía sobre la Historia de nuestro tiempo», ápud Fraternidade e Abnegação a Joaquin Verissimo Serrão,Lisboa, 1999, pp. 1285-1301.

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tienda civil hasta las memorias de soldados y civiles vencedores y perseguidos de uno y otrobando...; las crónicas y comentarios profesionales de los medios de comunicación, variables segúnunos u otros gobiernos en el poder... Quede todo este volumen de material informativo a dispo-sición de los informadores que en su día puedan utilizarlo con valor auténticamente heurístico.

* * *

En definitiva, son muchos los flancos que a lo largo de esta reflexión han debido quedardesguarnecidos: muchos de aquéllos que citamos al hablar de las ambiciones de la presenteHistoria omnidisciplinar.

Pero además, en el siglo XX han quedado marginadas otras disciplinas más sólidas, otrasramas históricas crecidas a partir del tronco paterno de la Historia «sin más»: la Historia eco-nómica (Carande, Felipe Ruiz, Gonzalo Anes...); la Historia de la Ciencia (Laín, Juan Vernet, loshermanos Peset...); la Historia de la Iglesia (P. García Villoslada, todo un Instituto del CSIC; debe-ladores de la Historia científica de la Inquisición: J. Pérez Villanueva, B. Escandell Bonet...).

Y queda cara al mañana la continuidad del discurso teórico, —permanente, por fortu-na—, el pensamiento profundo del historiador español: Congresos de Metodología históricaaplicada (Eiras Roel, 1972-1982), Historia a Debate (Carlos Barroso, 1993, 1999). Etc...

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La escultura, la pintura y el grabado del siglo XX

JOSÉ MANUEL PITA ANDRADE

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L a honrosa invitación que me ha hecho el Instituto de España, a través de su Canciller, miquerido amigo y colega Vicente Palacio Atard, para participar en un ciclo de conferencias

que, según consta en la convocatoria, «tiene por objeto presentar un balance del panorama espa-ñol de las ciencias, las artes y las letras en el siglo XX y el papel representado en ella por las Rea-les Academias», me pone ante un grave compromiso. Como miembro de la de Bellas Artes de SanFernando debo intentar ofrecer, en el reducido margen de una hora, una apretadísima síntesissobre una de las etapas más conflictivas en la historia de «la escultura, de la pintura y del gra-bado» contemporáneos; debo hacerlo, además, utilizando como observatorio crítico a nuestraCorporación, partiendo, finalmente, del reconocimiento de mis limitaciones ya que, en mi acti-vidad profesional, sólo de una manera esporádica me interné en el estudio de nuestro tiempo.Soy, eso sí, apasionado espectador de las trepidantes crisis que se vienen sucediendo en el mun-do de la creación artística en el que viven inmersos, como protagonistas, buena parte de miscolegas. Un muy admirado compañero, Julián Gállego, es quien debería pronunciar esta confe-rencia. Ningún miembro de nuestra Academia ha dedicado tantos años de su larga vida al aná-lisis y valoración del arte actual. Razones de salud le impiden dirigiros hoy la palabra. Al tenerque hacerlo yo, empezaré recordando algunos párrafos de la visión que nos brindó hace años,del tema que nos interesa, en un sugestivo libro (publicado en 1993 y que fue fruto de una dece-na de conferencias pronunciadas el bienio anterior) titulado El legado cultural de España alsiglo XXI. Las artes.

Gállego inició su apurada síntesis con estas palabras: «Cabría dividir en cuatro grandesperíodos la historia de las artes plásticas en España en la época contemporánea: 1.º) Moder-nista y simbolista, desde finales del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial; 2.º) Van-guardista, desde 1920 aproximadamente hasta la Guerra Civil; 3.º) Clasicista académico, de1939 hasta mediados de siglo; y 4.º) Internacional, que abarcaría la segunda mitad de estacenturia, en la cual podemos hallar distintas tendencias y momentos, pero siempre dentro deuna universalidad que los emparenta con lo que sucede en el extranjero. Esto último no signi-fica que en las tres etapas precedentes el arte español ofreciera unos caracteres distintivosque lo apartasen del realizado en los demás países occidentales, ya que tanto el modernismo(con su reverso, el simbolismo) como las actitudes de vanguardia, e incluso un neoclasicismo[...] observable en toda Europa después del extremismo de las posturas vanguardistas (aunquemucho más en los países dictatoriales), han sido actitudes generalizadas; pero hasta mediadosde siglo el artista, tanto en los temas como en el modo de tratarlos, reivindicaba una naciona-lidad que le permitiera a la crítica olfatear unos caracteres temperamentales y estilísticos conque seguir hablando de una Escuela Española, cosa [...] a partir, aproximadamente, de 1950[...] totalmente ilusoria».

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Este incisivo, arriesgado y a la vez lúcido diagnóstico mueve a reflexión. Aquí lo suscri-biríamos sin vacilar, para que nos sirviera de pauta en lo que vamos a decir, si no tuviéramosque vincularnos a un objetivo primordial de este ciclo: el de valorar el papel jugado por la Aca-demia de Bellas Artes de San Fernando en el desarrollo de la escultura, de la pintura y del gra-bado en el conflictivo siglo que acaba de concluir. Retengamos, sin embargo, las cuatro eta-pas básicas postuladas por Julián Gállego sin perjuicio de reconocer con sinceridad que sóloesporádicamente pueden servirnos para inscribir en ellas los estilos desarrollados por los artis-tas miembros de la Corporación.

En 1991, en una ambiciosa obra (coordinada por mí y que tuvo por cierto poca difusión)titulada El libro de la Academia, al ocuparme de «La pintura desde Goya a nuestro tiempo» hicealgunos comentarios que rescataré ahora interpolándolos libremente. Al internarme en los pri-meros años del siglo XX, pensé que nuestra Corporación (a la que entonces estaba vinculada lallamada «Escuela de Bellas Artes de San Fernando» que seis décadas después se independizaríatras lograr el «status» de Facultad universitaria) no podría permanecer indiferente ante todas lasconvulsiones que se estaban produciendo fuera de ella. Hacia 1900 había alcanzado un puntoálgido el dilema planteado entre la sujeción a unos principios estéticos poco menos que inmuta-bles (culto al dibujo y formas llamadas, por antonomasia, académicas) o el ejercicio libre del arte,sin reglas ni cortapisas que lo encorsetaran. La rebelión contra las doctrinas neoclásicas (antesincluso de que se produjese el movimiento romántico) contaba con un valioso precedente en laactitud creadora y en una valiente declaración del miembro más famoso que tuvo nuestra Aca-demia desde su fundación hasta hoy. A ella se dirigió Goya en un vibrante y premonitorio escri-to el 14 de octubre de 1792 (en el umbral de la grave enfermedad que semanas después le deja-ría sordo), respondiendo a una consulta que se le había hecho sobre la reforma de los planesde estudio. De su larga exposición seleccionamos estas palabras: [...] «las academias no debenser privativas ni servir más que de auxilio a los que libremente quieran estudiar en ellas, deste-rrando toda sujeción servil de escuela de niños, preceptos mecánicos, premios mensuales, ayu-das de costa y otras pequeñeces que envilecen y afeminan un arte tan liberal como es la pintura...».Tengo que represar la tentación de transcribir otros párrafos de esta exaltada y precoz rupturacon los rígidos dogmas que imperaban en la Institución; nos hallamos ante la más vehemente pro-testa que conocemos contra unas normas que, sin embargo, iban a prevalecer con mayor o menorintensidad, querámoslo o no, a lo largo del siglo XIX y de buena parte del XX. Y esto debemosdecirlo sin desdoro para nuestra Academia; el haber sido fiel a sí misma durante más de dossiglos (al margen de notorias excepciones) tiene vertientes muy positivas. Las trascendentalesconvulsiones vividas por las artes con la apasionante procesión de «ismos» (entre muchos recor-demos el romanticismo, el realismo, el impresionismo, el divisionismo, el modernismo, el sim-bolismo, el fovismo, el cubismo, el expresionismo, el surrealismo, etc.) hace saludable que unaInstitución como la nuestra se mantuviera en cierto modo al pairo (si me permitís el uso de estavoz marinera) de todas las aventuras, aunque algunos de sus miembros participaran en ellas.

El siglo que acaba de fenecer consagró el triunfo de las llamadas vanguardias, con todolo que han tenido y tienen todavía de conflictivas y hasta de contradictorias; pero también

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con todo el apasionante ímpetu creador quesubyace en muchas de ellas. La Academia deBellas Artes de San Fernando, ante todas las cri-sis, cubrió dignamente la retaguardia. Si revi-sásemos las actas de sus juntas a lo largo de losúltimos cien años, tal vez nos quedaríamos sinsaber cómo habían discurrido la escultura y lapintura en España. Pero al asomarnos a las obrasde sus más caracterizados miembros nos encon-traremos con un precioso legado: un comúndenominador de sus creaciones se encuentra enlas altas cotas de calidad que ofrecen. Cosa distinta es que durante los tres primeros cuartosde siglo apenas se registren rupturas violentas con los principios estéticos mantenidos por laCorporación desde que fue creada en 1752. Se sucedieron, sin embargo, sin prisas y sin pau-sas, sensibles cambios de estilo mostrando casi siempre el buen hacer de los artistas. Si vol-vemos la mirada al pasado hallaremos figuras relevantes que tienen un puesto indiscutible enel panorama del arte español y que resulta indispensable situar junto a famosos maestros queno llegaron a ingresar en la Academia. Recordemos que en ella no tuvieron cabida, durantetres cuartos de siglo, las llamadas vanguardias.

Pero en los últimos veinticinco años asistiremos a un trascendental cambio. Las puertasde la Academia se abrieron definitivamente a todas las tendencias; no hay tabúes; podremoscomprobarlo enseguida. Conviven en ella maestros que cultivan el arte llamado figurativo ylos que se expresan a través de la abstracción. En esta línea hubo pintores como Zóbel (a quienrecuerdo con emoción) cuya muerte coincidió con la aprobación de su candidatura o, comoPalazuelo, que no deseó, cuando se le propuso, entrar en la Casa. Un ultra figurativo, Anto-

nio López, elegido en 1993, no acaba de dar los pasos reglamen-tarios para ingresar. Una ingrata experiencia ha ocurrido recien-temente con el caso de Pérez Villalta; la propuesta de la Secciónde Pintura no ha logrado los votos suficientes en el Pleno. Pero estoscasos nada dicen en contra de la vitalidad de una institución; antesal contrario. Insisto, las puertas de la Academia están abiertas hoya todas las tendencias.

Con objetividad debemos reconocer que la Corporación, lógica-mente fiel a sus postulados históricos, no se abrió de buen grado alas vanguardias. Se mantuvo el culto a las mejores tradiciones delpasado y se contemplaron con recelo tendencias innovadoras quepudiesen implicar rupturas con aquéllas. Hubo rechazos que, sinembargo, no impidieron que se filtraran nuevos modos de interpre-tar la pintura. La Escuela Superior de Bellas Arte de San Fernando,que en el tránsito de un siglo a otro siguió considerándose filial de

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1. Joaquín Sorolla

2. Mariano Benlliure

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la Academia, fue la encargada de mantener el cul-to al buen diseño, al arte y a la ciencia del colo-rido, a los principios de la composición, a losconocimientos técnicos... Sinceramente creemosque su labor fue muy saludable, sin negar con ellolo mucho que hubo de fecundo en los movimientosrenovadores que se sucedieron, sin solución decontinuidad, desde el último tercio del siglo XIX.

Después del juicio global que acabamos depresentar (iniciado con ideas de nuestro queri-do compañero el profesor Julián Gállego), nosasomaremos fugazmente a tres campos, la escul-

tura, la pintura y el grabado, que, con la arquitectura y la música, han vertebrado la Real Aca-demia de Bellas Artes de San Fernando. Las obras que se conservan en la Corporación puedenservirnos de referencia en nuestro recorrido.

EL LUMINISMO: SOROLLA

Un buen punto de partida podemos hallarlo en la figura del célebre maestro valencianoJoaquín Sorolla y Bastida (1863-1923). Como escribió Lafuente Ferrari, «ninguno de su épo-ca puede compararse con él. en exaltación gozosa ante la luz. Al conjuro de su entusiasmo depintor puro, sin achaques literarios..., las arenas doradas de las playas, el cabrilleo del agua delmar, los juveniles cuerpos desnudos o las velas hinchadas por el viento, cobran una potencia-ción figuradora que eleva sus valores formales o cromáticos a una más alta vida...». Dos magní-ficos lienzos, fechados en 1898 y 1908, La comida en labarca y Baño en la playa, y dos diminutos apuntes sobretabla, Roma y Huerta valenciana, dan fe de esas pincela-das vibrantes y luminosas que inundan las creaciones delmaestro levantino.

En el libro que he citado antes, El legado cultural deEspaña al siglo XXI, me ocupé de la pintura luminista cen-trándola en este maestro. Entonces dije que «la gran apor-tación de Sorolla al arte de nuestro tiempo se correspon-de a la actividad desarrollada en este siglo» [es decir, enel XX...] «al encarnar su obra en la pintura que llamamosluminista debemos despojarla de todas las adherencias quepuedan dañar el significado de esta voz. Dejaremos a unlado, pues, [...] toda la retórica de los temas de carácter his-tórico y social » [...] «nos quedamos así con los prodigiosos

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3. Aniceto Marinas

4. Rafael Pellicer

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cuadros donde el Mediterráneo y el Cantábrico, centelleantesde luz, nos brindan pálpitos de vida y movimiento. Nos que-damos también con las visiones de las tierras de España, des-de el País Vasco hasta Andalucía, pasando por Castilla, don-de, con nubes o sin ellas, una luminosidad deslumbrante pri-ma sobre cualquier otro efectismo. También valoraremos cier-tos cuadros luministas en que todo el protagonismo corres-ponde a la figura humana...». Sorolla murió, en 1923, comoacadémico electo. Fue coetáneo de su paisano Cecilio Pla yGallardo (1860-1934), que también se dejó ganar por el colo-rido de las costas del litoral levantino en sus Cuatro apuntesde la playa de Valencia, fechados en 1918.

LA ACADEMIA DURANTE TRES CUARTOS DE SIGLO

La escultura

Para referirnos a ella recurriremos a la colaboración de otro querido compañero, el profe-sor Juan José Martín González, prestigioso historiador del arte que centró su atención en el cam-po de la escultura, realizando decisivas aportaciones. A él se debe la visión que nos dejó del si-glo XX en El libro de la Academia antes citado. Permitidme que realicemos un recorrido a tra-vés de los maestros vinculados a la Corporación, transcribiendo cuando proceda, con entreco-millados, sus concisos juicios.

La larga vida de Mariano Benlliure (1862-1947) se incribe entre dos siglos. Pero pronun-ció su discurso de ingreso dentro ya del siglo XX. «De este escultor valenciano posee varias obrasla Academia, en proporción a su fecundidad y la aceptación con que su arte se mantuvo. [...]Retrato sentimental es el de los niños Fernando y María Luisa Roca de Togores (1921) repre-sentados con sus juguetes y como recuerdo de su corta vida». Otros bustos de personajes rele-

vantes, varios en bronce, se conservan en la Aca-demia, mostrando su prodigioso dominio delretrato. Recordemos los de León Bonnat, de LuisLandecho Urrie y de Antonio Teixeira.

«Las medallas de honor en las ExposicionesNacionales suelen establecer la vara de medir enla apreciación de los escultores. La Academia deSan Fernando incorpora a destacados maestrosen calidad de miembros de número, los cualesentregan al tiempo de su recepción una obra a laCorporación. Los concursos de la Academia son

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5. Mateo Inurria

6. Fernando Álvarez de Sotomayor

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excepcionales. En el convocado en 1906, fue pre-miado el relieve de yeso presentado por Loren-zo Coullaut Valera (1876-1932), que represen-ta la Creación de la Junta Preparatoria en 1744por decisión de Felipe V, anticipo de la funda-ción en 1752».

«El cordobés Mateo Inurria (1867-1924) alingresar en la Academia en 1922 donó Ensueño,figura femenina de medio cuerpo, como fundi-da en la luz y desarrollada en giro completo. LaCabeza de bronce del pintor Eduardo Rosales

corresponde a un estudio para el monumento a dicho artista en el Parque del Oeste. Del clasi-cismo helénico ha extraído buena parte de las esencias del escultor de Olot José Clará (1878-1958). La voluntad, regalada a la Academia al tiempo de su ingreso en ésta en 1925, muestrauna cabeza en bronce de corte clásico y expresión moderna. Lo que fueran finas líneas en Gre-cia se han tornado masas táctiles. [...] Moisés de Huerta (1881-1962) obsequia a la Academia,con motivo de su ingreso en 1942, con un Desnudo de mujer, en que mórbidamente recrea elmanierismo renacentista. Virgen con el Niño de José Capuz (1884-1964) es creación en bron-ce, con recuerdos de la plástica renaciente. Ingresado Capuz en la Academia en 1927, al añosiguiente la Corporación quiso conmemorar el primer centenario de la muerte de Goya en aten-ción a que fue Académico de San Fernando, encargando a dicho escultor una placa de bronce[...]. En ella figura el retrato del genial aragonés sobre una Victoria.»

«El palentino Victorio Macho fue recibido en la Academia en 1936, con un discurso tituladoLas alas de cera. El rostro trágico de Don Miguel de Unamuno se aprecia en la cabeza de broncede la Academia, estudio para el retrato del Colegio de Anaya de Salamanca. Por donación de 1988tres obras han ingresado en el Museo. La Cabeza de Cajal esestudio para el monumento del Parque del Retiro. El yeso titu-lado Maternidad tiene ese encanto de los sentimientos eternos,sin tiempo. El Retrato del Doctor Soler junta una cabeza de bron-ce y un torso de piedra.»

«El clasicismo mediterráneo asoma en el murciano JoséPlanes (1891-1974). Pero la masa redondeada se convierte enlínea, en limpio contorno dibujístico. Así dice el Desnudo de laAcademia, entregado a la Corporación al ingresar en ella en1960. Un bello retrato de Busto de Mari-Loli fue donado porJacinto Higueras (1877-1954), al ser recibido en la Academiaen 1944.»

«En 1948 ingresó Juan Bautista Adsuara (1891-1973)en la Academia, haciendo donación de Eva. [...]. Nacido en Cas-tellón de la Plana, sobre su arte gravita un clasicismo que, como

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7. Cecilio Pla

8. José Clará

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en Clará, busca las esencias de la mujer. Pero es un desnudonaturalista, con coquetería y desenfado. Madre e hijo, del mis-mo escultor, indica que lo aldeano es contemplado bajo el pris-ma de la elegancia.»

«Fructuoso Orduña Lafuente (1893-1973) leyó su dis-curso de entrada en la Academia en 1963, que versó sobre Lanecesidad de las Bellas Artes en la vida humana. Donó en estaocasión su Desnudo, ejecutado en bronce. Federico Marés(1894-1991) ingresó en 1956 en la Academia, presentandoDesnudo masculino, acreditando su amor por el estudio delcuerpo humano, que en esta obra ofrece efluvios del últimomanierismo miguelangelesco. Su discurso trató sobre el Museocreado por el mismo Marés.»

En 1957 «el extremeño Enrique Pérez Comendador(1900-1981) ingresaba en la Academia ofreciendo Juven-tud, una escultura de bronce en que muestra precisamente la `maestría´, que él exaltaba ensu discurso. Es una dedicación a la buena ejecución, dentro de una concepción trascenden-te de los tipos humanos. Su capacidad para penetrar en lo íntimo del retratado queda acredi-tada en las efigies dedicadas a nuestros historiadores del arte: Don Manuel Gómez Moreno,Don José Hernández Díaz y Don Elías Tormo. Contempla la realidad con optimismo y sentidode lo trascendente».

«En 1968 ingresaba en la Academia el gaditano Juan Luis Vasallo Parodi (1908-1986), ofre-ciendo una obra de mármol que testimonia acerca de lo que es escultura: quitar materia, hasta dejarlimpia la forma. Queda el bloque a la vista, con sus golpes de cincel, de donde va emergiendo elbello cuerpo humano. Un enamorado de la belleza de la forma, esencia del clasicismo, tal fueVasallo. De Cristino Mallo posee la Academia un Desnudo feme-nino, en bronce, ofrecido por el escultor en 1973. Un idealismoformal, extremadamente sintético, depara en esta figura la emo-ción de lo que se siente más de lo que se ve.»

La pintura: relevancia del retrato

Sin intentar, dentro del apretado recorrido que esta-mos realizando, valorar la actividad de los pintores en fun-ción de los géneros que cultivaron, cargaré el acento en uno,el retrato, que tuvo especial predicamento en la Academiadesde su fundación. Este género fue objeto de estimacióndispar en la historia del arte desde el siglo XV hasta nues-tros días. Como prenda de la altísima dignidad que alcan-

9. Enrique Martínez Cubells

10. Victorio Macho

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zó en España, basta aducir los nombres de El Greco, Veláz-quez y Goya. Lo recuerdo para defender aquí el que hayavertebrado el desarrollo de la pintura en el seno de la Cor-poración. Fueron mayoría los académicos que cultivaron elretrato a lo largo del siglo XX; para muchos constituyó unnoble vehículo de expresión, compatible incluso con la inmer-sión en las vanguardias.

Sin desdeñar, ni mucho menos, otros géneros, en el reco-rrido que vamos a realizar veremos cómo predominan losretratos. Los pintores que los realizaron, sin perjuicio de ins-cribir muchas veces su estilo en fórmulas tradicionales, mos-traron, a menudo, una interpretación personalísima del géne-ro. Las pinturas que consideraremos desde ahora, realizadasen el siglo que acaba de concluir, recogen, de un modo u otro,las fecundas experiencias que tuvieron lugar tras las últimas

décadas del XIX. Pese a carencias que no cabe soslayar, podremos contemplar en las salasdel Museo cuadros que, después de los de Sorolla, reflejan nuevas conquistas en el modo deinterpretar los colores y las formas. Su crecido número obliga a restringir al máximo loscomentarios. Por fortuna las obras de arte tienen la virtud de expresarse por sí mismas. Losmaestros que pertenecieron a la Academia, aunque en su mayor parte no se vinculen a losgrandes «ismos» del siglo XX, contribuyeron a diseñar expresivas vertientes de la pinturaespañola desde 1901 hasta hoy.

Un burgalés, Marceliano Santamaría (1874-1952), académico desde 1913, reflejó dotes deretratista en una obra ajena al género, Regreso de la pesca. Cinco pintores nacidos en la década delos setenta, nos muestran, además del culto al color, un especial interés por la figura humana,concebida aisladamente o en obras de composición. Eduardo Chicharro Aguera (1875-1949) donóal ingresar en la Academia un magnífico Autorretrato, fechado en 1943. Manuel Benedito (1875-1965), el sobrio y expresivo Retrato de su madre, realizado en 1913, pero entregado en 1924. DeFernando Labrada (1878-1977), malagueño, es una pequeña cabeza con un Retrato de señora,

hecho con técnica de miniaturista en torno a 1936.De Valentín de Zubiaurre Aguirrezabal (1879-1963) es un enérgico perfil con el Retrato de supadre, donado en 1945. Por último, el ferrolanoFernando Álvarez de Sotomayor (1875-1960),que fue Director del Museo del Prado, se hallarepresentado con dos obras de empeño: un grancuadro de carácter costumbrista, fechado en 1916,Boda en Bergantiños, donde revela dominio delcolor y de la composición, y un retrato de cuerpoentero de El Rey Don Alfonso XIII (1920).

11. Fernando Labrada

12. Elías Salaverría

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En la nómina de pintores coetáneos de Picassodestacaremos, sobre todo, la vigorosa personalidadde Daniel Vázquez Díaz (1882-1969); asomándosea las corrientes dominantes en Francia, en los pri-meros lustros del siglo, supo, sin embargo, desarro-llar un estilo propio, volviendo por los fueros del dibu-jo y creando escuela; no podemos analizar aquí suobra, pero destaquemos que la Academia conservatres lienzos, con retratos de El XVII Duque de Alba,el historiador del arte Don Elías Tormo y Los her-manos Baroja, diseñados todos con enérgicos volú-menes geométricos.

Tres pintores nacidos en 1883 y uno en 1888 com-pletan la generación de Picasso y Vázquez Díaz; otro,nacido en 1896, queda fuera de ella. Los cinco artis-tas cultivaron, con gran éxito y personalidad diferenciada, el retrato, dentro de cánones que cabríacaracterizar de tradicionales. Nos referimos al guipuzcoano Elías Salaverría (1883-1952) queofreció a la Academia, al ingresar en 1944, el Retrato de su padre; a José María López Mezqui-ta (1883-1954), granadino, que dedicó a la Corporación, en 1925, una figura femenina de mediocuerpo a la que tituló, Chula, aunque posee además el magnífico retrato de Andrés Segovia, dona-do por la familia del guitarrista en 1988; el extremeño Eugenio Hermoso (1883-1963) se hallarepresentado con un Retrato de su hija fechado en 1940 y, finalmente, Julio Moisés (1888-1968)con un Retrato de señora firmado en 1946. Desligado ya de la generación de Picasso y VázquezDíaz queda la personalidad de Joaquín Valverde (1896-1982); el retrato de La sobrina delpintor, realizado en 1943 fue donado a la Academia en 1956 al ingresar el artista.

Los artistas nacidos a partir de 1900, vinculados a laCorporación, pueden inscribirse en lo que llamamos «nues-tro tiempo»; contando los que han fallecido, alcanzan (sal-vo dos excepciones) la penúltima década del siglo XX. A tra-vés de sus obras cabe ofrecer una visión actual y objetivade corrientes vinculadas a la tradición o que incluso se inte-graron en las vanguardias. Estos miembros de la Acade-mia permitirán comprobar la pluralidad de tendencias quehoy coexisten dentro de ella. Los lienzos que se exhiben enel Museo son mucho más elocuentes que los comentarios quehubiéramos podido hacer. En algunos casos cederemos lapalabra a los académicos que recibieron a estos pintores,transcribiendo frases pronunciadas en el acto de su ingre-so. Por carecer de espacio para ello reduciremos a lo indis-pensable nuestros juicios personales.

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13. Jacinto Higueras

14. Valentín de Zubiaurre Aguirrezabal

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Joaquín Vaquero Palacios(1900-1998) ingresó en 1969; lerecibió en nombre de la Corpora-ción el Marqués de Lozoya, que des-tacó su vocación por la pintura «depaisajes que han captado la aten-ción de este viajero infatigable: losde su tierra Asturias, montañas yplayas, centros fabriles; los de suAmérica tropical, con el misterio delas ruinas prehistóricas; la Roma delos mármoles rotos y los rosadosparamentos de ladrillo; las ilustresarquitecturas de Grecia, patria delos dioses. [...] Es en donde la pin-tura de Joaquín alcanza la máxima capacidad de emoción...». Su amorpor las ruinas romanas se pone de manifiesto en el cuadro presenta-do a la Academia, Termas de Caracalla.

El coruñés Luis Mosquera (1900-1987) enriqueció la nómina delos académicos (lo fue desde 1964) que sintieron atracción preferen-temente por el arte del retrato, concebido dentro de un sentido tradi-

cional, como nos muestra el magnífico testimonio iconográfico que legó a la Corporación de unode sus más ilustres miembros, Don Manuel Gómez-Moreno, que falleció, centenario, en 1970.Benjamín Palencia (1901-1980) nacido en tierras manchegas (Barrax, Albacete), fue uno de losgrandes renovadores de la interpretación pictórica de las tierras de España; el característico Pai-saje reproducido aquí fue donado al ingresar en 1970; también es suyo el retrato de El MaestroPérez Casas, académico y prestigioso director de orquesta, fallecido en 1956.

Hipólito Hidalgo de Caviedes (1902-1994), leyó el discurso de ingreso en 1970, contes-tándole Enrique Lafuente Ferrari, que definió diversos aspectos de su pintura. «El vigor plás-tico, el carácter arquitectónico de sus composi-ciones y la exigencia incisiva de su dibujo... carac-teriza su primera etapa juvenil. Su obra ameri-cana, rica en fantasía, en ingenio, en ritmo y enlirismo, constituía una segunda época... Vuelto aEspaña en 1961, parece como si el contacto conla tierra natal le hubiera inspirado una nueva aus-teridad puritana y un aliento expresivo... a vecesexpresionista... Buen ejemplo de ello puede ser elcuadro que, como pieza de recepción, ofrece a laAcademia»... Fechado en 1962, lleva como título

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15. Juan Bautista Adsuara

16. Joaquín Valverde

17. José Aguiar

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El mar, «tratado de modo simbólico, cargado de un latente dra-matismo» mostrando «su vocación mural».

Ramón Stolz Viciano, nacido en Valencia en 1903, ingresó enla Corporación el 23 de febrero de 1958 falleciendo nueve mesesdespués, el 25 de noviembre. Como prenda de su vocación comomuralista entregó un boceto (firmado en 1944) de una de las com-posiciones que decoran la iglesia del Espíritu Santo de Madrid,con la Magdalena a los pies de Cristo. Genaro Lahuerta (1905-1985), también valenciano, ocupa un puesto relevante entre losque nos brindaron una visión simplificada, casi reducida a secuen-cias cromáticas, de la naturaleza; valga como testimonio, el Pai-saje que donó al ingresar en 1976. Rafael Pellicer (1906-1963)falleció siendo electo; pero el Museo conserva un expresivo pai-saje suyo, con un primer plano de arboledas, que debe titularse(por la inscripción que lleva al dorso), Umbría.

Enrique Segura (1906-1994), nacido en Sevilla, como observó Francisco de Cossío alrecibirle en la Academia, en 1965, «en el curso de vida, desde la infancia, su dedicación al di-bujo y a la pintura ha sido constante y en este esfuerzo continuado ha llegado a formar unapersonalidad independiente, con esa fe en el trabajo de quienes se apartan de la improvisa-ción, para realizar la obra bien hecha». Dentro de estos principios se enmarca una dilatadí-sima labor de retratista, bien acreditada en el cuadro que ofreció al ingresar: el Retrato desu hija María Teresa. Juan Antonio Morales (1912-1984), vallisoletano, alcanzó, a partir delos años cincuenta, fama como retratista a través de obras realizadas con técnica ágil y per-sonal. Al ingresar, en 1966, ofreció el lienzo con la figura de cuerpo entero de La XVIIIDuquesa de Alba.

ESCULTORES Y PINTORES EN EL ÚLTIMO CUARTO DE SIGLO

El año 1975 se ha convertido, por razonesobvias, en una fecha emblemática dentro de lahistoria reciente de España. Pero el último cuar-to de siglo tiene además un significado muy pecu-liar en nuestra Corporación. Porque en él se ins-cribe un cambio hondamente expresivo en loscriterios estéticos que habían prevalecido a lahora de seleccionar sus miembros. No sé si la aper-tura política pudo influir en las mutaciones deorientación que vamos a registrar. Coincidenciao no, el hecho es que en los últimos 25 años se

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19. Luis Mosquera

18. Fructuoso Orduña Lafuente

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quebró una barrera. A lo largo de ellos fueron ocupando lasplazas vacantes escultores y pintores seleccionados en funciónde lo que Worringer llamó «voluntad de estilo», cualquiera quefuera éste, valorando su capacidad creadora, contando siem-pre, eso sí, con el aval de la calidad. Se derribaron los tabúesque durante muchos años habían vetado el acceso a la Aca-demia de las llamadas vanguardias. Celebremos este viraje, sindejar de enaltecer la personalidad de los grandes maestros quedesfilaron por la Corporación durante los tres cuartos de sigloanteriores: en todos, sin excepción, se impuso el buen oficio ymuchos alcanzaron altas cotas dejando en sus obras la impron-ta de una vigorosa personalidad. Pero su actividad se desarrollósin producir grandes rupturas, utilizando siempre un lenguajefigurativo.

En el último cuarto de siglo quedó abierta una etapaque me atrevo a considerar trascendental en la historia de la Institución. Mi compañeroJuan José Martín González lo observó hace años refiriéndose a la escultura: «La Academiaes centro receptor y productor de arte en todas sus tendencias. Aunque evidentemente naciócon la mira puesta en el clasicismo grecorromano, no hay duda de que ha ido integrando ensus tareas las técnicas e ideales que se han ido produciendo en el mundo. En la Academia elarte bascula desde el realismo a la abstracción». Permitidme realizar un breve recorrido através de los maestros que se incorporaron desde 1975, interpolando los escultores y los

pintores; podrá percibirse en qué medida los dos camposcohabitan más que nunca.

Iniciaremos nuestro «excursus» con Juan de Ávalos (Méri-da, 1911), que ingresó el 9 de junio de 1974, una año antes dela fecha convencional elegida, cuando el artista había alcan-zado su plena madurez y cosechado fama. Entonces ofreció unbronce de gran tamaño, Estudio para San Marcos, concebido,en palabras de Martín González, «con un torrente de múscu-los, cabellos y barbas, tributo a la terribilità miguelangelesca.En 1984 regaló a la Academia un Busto del Rey Juan Carlos,en que combina la naturalidad de la fisonomía con la elegan-cia del porte». Presentaré además una recientísima creaciónque puede considerarse inédita; se trata de un bello desnudofemenino que sigue expresando cómo este escultor, en unmomento de plenísima madurez, sigue rindiendo culto a laforma entendida con su mayor nobleza.

Una semana después, el 16 de junio, ingresaba ÁlvaroDelgado (madrileño, nacido en 1922), un pintor que se había

20. Enrique Segura

21. Juan Antonio Morales

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formado en la Escuela de Vallecas. Como dijo EnriqueLafuente Ferrari al recibirlo en 1974, «ha llegado a unaférvida depuración de su pintura que le da un puesto sin-gular en el arte contemporáneo español. [...] Por el caminode lo figurativo, sin abdicaciones... ha llegado a metasque muy difícilmente tendrían equivalentes en el arte dehoy. En sus últimos cuadros de la Olmeda, en sus Cristosfinales, ha llegado a una desmaterialización singular de suexpresión». Glosó Lafuente el discurso de Álvaro Delgadotitulado El retrato como aventura polémica señalando que,en este género, «se manifiestan con mayor claridad los exor-cismos de su estilo; por eso ha ido derecho al meollo desu expresionismo cuando se ha puesto a confesarnos suconcepción dialéctica de la efigie humana en la pintu-ra...». Estas y otras frases ayudan a comprender retratoscomo el de El emperador de Abisinia Haile Selassie (donado al ingresar) y el del ilustre his-toriador del arte, Enrique Lafuente Ferrari, cuyos juicios acabamos de transcribir.

Martín González recuerda que «Pablo Serrano (Crivillén, Teruel, 1910-1985) presentó Inter-pretación del retrato de Antonio Machado (1981). Fue un luchador de los metales, pero pre-viamente había ido dejando con sus propios dedos las huellas de la investigación, que en el casode Machado llevan arañazos del tejido de España. Mira Machado retador y adusto, como subi-do a la atalaya que le da el resultado de la imaginación. Sobrecoge esta gigantesca cabeza delgran pensador del Noventa y ocho».

El mismo Juan José Martín se refiere al próximo maestro. «Sinfonía es el título de laescultura presentada a la Academia por Venancio Blanco (Matilla de los Caños, Salamanca,1923) el día de su ingreso en 1977. Su escultura multiplica el lenguaje técnico; hace delduro dominio del oficio plataforma del lanzamiento para la imaginación. Su arte es el delas formas que sueñan». Camón Aznar, al recibirlo en la Corporación, se refirió a las múl-

tiples facetas que muestra su arte anotando conacierto: «se halla Venancio Blanco en un felizcruce de idealidad y concreción, de planos abs-tractos y formas reales, pero estas dos direc-ciones que hoy consustancian con el arte denuestro tiempo no se hallan superpuestas, sinofundidas en un orden regido unas veces por lagracia y otras por el misticismo. Y es por estaconsustancial dualidad por la que VenancioBlanco se halla en el centro de la modernidadplástica. ¿Cuál es la evolución de este arte ennuestros días?».

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22. Daniel Vázquez Díaz

23. Joaquín Vaquero Palacios

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El valenciano Francisco Lozano (1912-2000) fue reci-bido, en 1978, en nombre de la Academia, por Fernando Chue-ca Goitia que lo caracterizó como «un pintor pensante, peroque piensa para saber lo que debe pintar y cómo debe pintarsin falsificaciones de ninguna clase. Cuando piensa es un inte-lectual, cuando pinta es un pintor... Su pintura, que los acadé-micos admiran y cuya maestría no pueden desconocer, sor-prende e interesa igualmente a los espíritus más renovadores,a los artistas de la extrema vanguardia, a los informalistas yabstractos, que resueltamente van imponiéndose en las décadasdel sesenta y setenta, porque ven en su pintura un tensión vigo-rosa y dramática..., una pintura auténtica y comprometida consu época». Valga para ilustrar estas reflexiones el lienzo ofre-cido a la Corporación: Arenal.

Luis García-Ochoa Ibáñez (nacido en San Sebastián en1920), tras su ingreso en la Academia en 1983 con un brillante

discurso dedicado a Benjamín Palencia, viene mostrando sus dotes literarias al recibir, ennombre de la Corporación, a sus compañeros. Pero para valorar su obra pictórica es fundamentalel juicio que hizo de ella Lafuente Ferrari en el acto de su recepción. Conectándolo con el expre-sionismo subraya la «vocación de abordar en la pintura el drama humano... En García-Ochoa,sobre un fondo temperamental que le lleva a captar en el mundo, con arrebato dionisiaco, suangustia y su melancolía, hay un sesgo que le hace ver en el espectáculo humano su lado iró-nico y paródico... El cuadro que nos aporta como pieza de recepción... es verdaderamente signi-ficativo de su filosofía existencial y artística. Lo titula sencillamente Gente».

La personalidad de José Vela Zanneti (1913-1999), nacido en el pueblo burgalés de Mila-gros, fue analizada por Luis García-Ochoa Ibáñez, al recibirlo en nombre de la Corporación,

cuando ingresó en ella en 1985. En su discursopuso de relieve la importancia que tuvo en la for-mación del artista su contacto con el muralismomejicano, del que puede considerársele sucesor.Fue fecunda su labor fuera de España (desta-cando sus obras en Puerto Rico y Santo Domin-go, para las Naciones Unidas, para el Palacio delOidor Don Juan Manuel en Méjico, para la Orga-nización Internacional del Trabajo en Suiza...) y,desde 1958, en nuestro país con «obras en las quese advertía una evolución... desde unos esquemase imágenes americanos hasta una figuracióncaracterística castellana... Los cuadros de VelaZanetti... con su realismo sustancial... fueron... como

24. Hipólito Hidalgo de Caviedes

25. Benjamín Palencia

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fragmentos de un poderosomural interminable». Estoúltimo podría aplicarse allienzo presentado al ingre-sar, al Retrato de Filadelfo,herrero de Milagros.

Joaquín García Donaire(Ciudad Real, 1925), ano-ta Martín González, «ingresóen la Academia el 26 demayo de 1985, pronuncian-do su discurso sobre Elescultor Felipe García Coro-nado y donando la escultu-ra en que retrata a María

Prodan . Con serena elegancia recoge los rasgos faciales y el equilibrio moral de la representa-da. El retrato se ha vestido de naturalidad, percibiéndose la fragancia de la intimidad. Del mis-mo autor posee la Academia un relieve de la Caída de Cristo con la cruz». Pero García Donai-re no es sólo escultor. Joaquín de la Puente, al presentar su obra en la Galería Alfama, en diciem-bre de 1994, observó que «dentro del bifronte quehacer de Joaquín García Donaire, muchospensarán en la existencia de dos personalidades. Muchos creerán que es uno pintando, y muyotro esculpiendo. Y no es así. García Donaire es consecuente. Es escultor cuando esculpe.Cuando modela. Cuando modula la forma y el espacio. Es pintor cuando pinta. Va a la médulade dos distintos quehaceres de la misma realidad creativa que es el arte. Incide en la diversidadde cada uno de ellos [...]».

Manuel Rivera, nacido en Granada (1927-1995), ingresó en la Corporación en 1985; sudiscurso sobre Las vanguardias históricas en España, contribuye a definir su personalidad, muydestacada, dentro del grupo de El Paso, que cobró vida y alcanzó sonados éxitos a partir de laprimavera de 1957; aquella experiencia, nos dice, «trataba de atrapar lo desordenado de la natu-raleza o del sentimiento, oponer el objeto artísti-co al objeto industrializado, el uso de unas téc-nicas más libres y, por así decirlo, la virulenciadel gesto expresándose a través del color y de lasformas. La utilización de materias inéditas quediesen una dimensión y un nuevo sentido de lacomposición y de la representación espacial». Laspalabras de Rivera y las de Luis García-Ochoaque le recibió en nombre de la Corporación, nosacercan a la obra presentada, Homenaje a Falla,hecha en 1978, donde con mallas metálicas ricas

26. Juan de Ávalos 27. Álvaro Delgado

28. Genaro Lahuerta

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en irisaciones azules,triunfa un lenguaje quepodrá tildarse de infor-malista, pero que es ricoen valores expresivos.

Miguel Rodríguez-Acosta Carlström (1927),también granadino, llegóa la Academia en 1986,tras una intensa trayecto-ria iniciada en plenaniñez, contando con elestímulo de su tío el pintor José María Rodríguez-Acosta, creador ade-más de la Fundación granadina que lleva su nombre. Las etapas de su esti-lo (que hemos resumido al recibirle en nombre de la Corporación) ponen

de manifiesto constantes búsquedas y hallazgos, partiendo de un arte netamente figurativo yllegando hasta la exaltación de las más finas calidades dentro de lo que, de un modo conven-cional, llamamos arte abstracto. El cultivo del grabado, con sus peculiares técnicas y problemas,pudo contribuir a ese proceso de depuración puesto de manifiesto en la obra que donó a la Aca-demia: Cromatismo en rosa.

«En defensa de la escultura fue el título puesto a su discurso de entrada en la Academia,en 1987, por José Luis Sánchez (Almansa, Albacete, 1926). La materia, la textura y la formaconstituyen los elementos de que se vale el escultor. Sobre ellos investiga a la búsqueda de nue-vos seres, como esta figura Gaudiana que donó a la institución. Diríase una flor recién amane-cida, una evasión de la técnica hacia la poesía.» A Martín González se deben esta apretada carac-terización y la de Julio López Hernández (Madrid, 1930).Éste «se plantea la escultura desde la más absoluta realidad,

pero no concluyendo en lamera apariencia de las cosas,sino inquiriendo en el mundosurreal que las domina. Así hayque entender la donación quehizo a la Academia el día de suentrada de 1988. El reflejosepara los brazos de la figuraausente de Esperanza. Unrelieve bifacial de La Regentaviene a ser una medalla, arteal que ha concedido sus pre-dilecciones». En una exposición

29. Venancio Blanco

31. Pablo Serrano

30. Francisco Lozano

32. Luis García-Ochoa Ibáñez

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dedicada a los Realistas españoles contemporáneos y cele-brada entre septiembre y octubre de 1976 en la madrile-ña Galería Marlborough, Edward J. Sullivan subrayabacómo nuestro escultor «juega a menudo con la figura huma-na. Sus bronces, frecuentemente representando sólo unaparte de la figura (en algunos casos sólo las manos), sugie-ren una posición más libre, a medio camino entre el rea-lismo y surrealismo. Los desplazamientos de estos bron-ces en el espacio representan el cambio en la percepciónpsicológica que se le requiere al observador; estamos for-zados a completar, en nuestras mentes, las imágenes suge-ridas por el artista [...]».

José Hernández (nacido en Tánger en 1944), era elmás joven académico cuando le recibió en nombre de laCorporación, en 1989, Luis García-Ochoa. Entonces des-tacó como «miembro de una generación de artistas que ha elevado la estimación del artecontemporáneo de nuestro país gracias a un riguroso ejercicio, tanto en la disciplina de lapintura como en la práctica del grabado... Una cosa no hallaremos jamás en su pintura... loauroral, lo primaveral de la existencia, la hora del sol radiante o los testimonios de la sen-sualidad o del amor. Por el contrario, nos toparemos con la decadencia de los cuerpos, conla evocación de la ruina, con el ocaso, quedando cautivos de su mortal desolación... Ángel Gon-zález, en un estudio acerca de nuestro pintor, intenta definirlo conceptualmente glosandocon oportunidad, la célebre estampa goyesca: El sueño de la razón produce monstruos. Noes ocioso preguntarse si para un pintor como Hernández, que se mantiene fiel al sistema derepresentación ilusionista, existirá alguna legitimidad aceptable que no sea surrealista». Alingresar presentó el cuadro titulado Mesa malaya.

Recurramos de nuevo a Martín González: «El 29 de abrilde 1990 entraba en la Academia Josep María Subirachs (1927,Barcelona), pronunciando un discurso en 1990 sobre Gaudí,Wells y Steinberg. Hacía entrega de la escultura, Metafísica,que le representa en la Corporación. Su escultura toma la direc-ción contraria al realismo, para ahondar en las tensiones dela naturaleza, aquí representadas por la oposición de las cuñas.Este objeto cobra dimensiones artísticas inéditas, pues extraí-do del lenguaje laboral, se proyecta ante las inquietudes delhombre. Aproxima arquitectura y escultura, y aunque aleja-do de los arquetipos clásicos, de éstos permanece el perfectísi-mo acabado del producto». En 1999, Marie France Borot, enuna obra espléndidamente ilustrada y que lleva como títuloSubirachs. El duro deseo de crear señalaba que «profusa, su

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33. José Vela Zanneti

34. Joaquín García Donaire

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creatividad se ejerce en muchos dominios [...]se hace pintor, grabador, escenógrafo, confe-renciante o crítico de arte, crea una joya o unatapicería y el artista, que hubiera querido serarquitecto, lo es a veces, como muestra el espa-cio que acondicionó para los tigres en el zoo deMadrid. [...] El mundo de Subirachs es un mun-do hecho de oposiciones (vida-muerte, arte-natu-raleza, masculino-femenino...) que se enfrentan,toman sentido las unas con las otras y se tradu-cen plásticamente por los juegos de lo lleno y lo

vacío, o por las tensiones, penetraciones, cuñas, conjunto de formas de la época abstracta carac-terizada por el juego de fuerzas entre los diversos elementos».

A los pintores vinculados a la Academia como miembros de número hay que añadir dosque, en 1990, se incorporaron a ella como honorarios. Personalidades distantes entre sí desdeel punto de vista generacional y en ideales estéticos, confirman la pluralidad de tendencias quecoexisten en la Corporación. Gregorio Prieto, el gran pintor manchego, se vinculó a ella nona-genario, en acto celebrado, excepcionalmente, en Valdepeñas. Nos ofrece una dilatada y fecun-da labor como paisajista e ilustrador haciendo gala de un firme dominio del dibujo. Entregó,tras su recepción, un cuadro titulado Equus. Murió en 1992.

Antoni Tàpies (1920), figura que ha logrado amplia fama y prestigio a nivel internacio-nal, leyó un discurso titulado Arte y contemplación interior. Al celebrar su vinculación con laAcademia recordaremos que, en 1989, se mostraron por primera vez dos obras suyas, en su salade exposiciones, en una memorable exhibición de obras de pintura y escultura contemporá-neas titulada Tesoros de las colecciones particulares madrileñas. Al comentarse un cuadro de1974, La escalera, que se había presentado antes en varias muestras internacionales, se trans-cribía un texto de Victoria Combalía que encajaba su obra «en un contexto europeo dominadopor la llamada pintura informalista y por la corriente filosófica del existencialismo».

En calidad de honorario ingresó tambiénen la Corporación, en 1994, el escultor vas-co Eduardo Chillida (nació en San Sebas-tián en 1924) con un discurso titulado Pre-guntas. Como en el caso anterior, dos obrassuyas habían figurado en la exposición cele-brada en la Academia en 1989. En el catálo-go se transcribía un texto de Javier Rubio queensalzaba el uso que hace de los materiales,«sobre todo el hierro». «Al manipularlos, tra-ta de poner de manifiesto su apariencia másnoble al servicio de la formulación más pre-

35. Manuel Rivera

36. Miguel Rodríguez-Acosta Carlström

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cisa de sus intenciones.Busca la tensión de lasuperficie del material,la palpitación de la pielde la escultura...».

Gustavo Torner(Cuenca, 1925), queingresó en la Academiaen 1993, es un artista quese inscribe en la van-guardia con una crea-tividad que se expresa encampos muy distintos. Colaboró con Fernando Zóbel en laFundación del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, reali-zando el diseño del mismo. Al comentar su personalidad, con

motivo de una exposición celebrada en Madrid, en la Galería Egam, en 1997, Calvo Serra-ller recordaba que «Torner estudió ingeniería forestal y ejerció esta profesión hasta que lascircunstancias le permitieron dedicarse con exclusividad a la práctica artística». Partiendo deestas premisas explica una trayectoria con múltiples vertientes; y así destaca los valores de unartista «científico y romántico a la vez». Al aludir a una serie que presentaba en la exposiciónsubraya que resultaba «precisamente musical: una suite. Signos y figuras alineados segúnun estricto orden, cual si se tratase de una grafía cósmica inscrita en un orden geométricoperfectamente pautado. Es una pulcra clasificación entomológica o botánica, como la caja oel cuaderno de dibujo de un naturalista, pero también es una escritura cifrada, y, claro, cómono, una partitura [...]». No tenemos espacio aquí para trascribir otros comentarios, peroanotemos que junto a estas obras se encuentran los volúmenes cargados de fuerza donde con-viven las formas rigurosamente geométricas con otras brotadas de la naturaleza; y ademásestán las composiciones escultóricas que flotan en el espacio con líneas vibrantes. Y todo ellosin perjuicio de que su arte se proyecte en cam-pos muy diversos.

Tras un paréntesis de cuatro años se suce-dieron en 1998 los ingresos, en enero, marzo,mayo y noviembre de cuatro artistas, de vigo-rosa y diferenciada personalidad, que siguenconfirmando la vocación de la Academia porincorporar en su seno tendencias diversas yenriquecedoras. Un hijo de Joaquín VaqueroPalacios, Joaquín Vaquero Turcios, después de habervivido amplias experiencias en los campos dela escultura y de la pintura, nos ofrece su visión

43. Luis Feito

44. Rafael Canogar

45. Manuel Alcorlo

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actual de la creación artística, en un texto quenos ha ofrecido y que extractamos a continua-ción. «El desarrollo de la obra de un pintor o unescultor es muy parecido al de una investiga-ción científica. [...] A lo largo de los años hay que[en la memoria] elaborarlos y proyectarlos conayuda de la imaginación, seleccionar los mate-riales y las técnicas más apropiados, probarmuchas veces con ligeras variantes, desandarlo andado, renunciar y volver a empezar. Así,con ayuda imprescindible de la inspiración, delinconsciente [...] llegaremos quizás a acercarnosa lo que intuimos [...]. Cada uno lleva para esatarea sus vivencias [...]. Yo he buscado mis vías

en la pintura y en la escultura, y también en sus simbiosis recíprocas y, con la arquitectura,he trabajado en muchas técnicas propias de ellas y de sus fronteras comunes [...]». Estas refle-xiones podrían confrontarse con algunas obras; entre ellas ha querido seleccionar la escul-tura en la «Y» de la autopista de Oviedo a Gijón y Avilés, con una banda ondulante de 3metros de altura y 70 metros de longitud.

Luis Feito (Madrid, 1929) figuró entre los fundadores del grupo El Paso (1957), inter-nándose en el mundo del informalismo a través de una refinadísima valoración de los colores,expresados con toda su potencia, mostrándose nítidamente yuxtapuestos. Su lenguaje se afir-ma en la composición de las manchas cromáticas y en la exaltación de sus calidades. Podríamospercibir en las obras el afán de plasmar ideales puros.

Rafael Canogar (Toledo, 1935) también figuró entre los fundadores de El Paso, tal vez lamás audaz aventura vivida en España, por abrir nuevos horizontes por la vía del informalis-mo. Pero su trayectoria se nos ofrece cargada de crisis, es decir, de cambios que le llevan a ensa-

yos con materiales y soportes distintos, a la bús-queda de nuevos modos de expresión, apoyán-dose unas veces en la pintura, otras en la escul-tura o en ambas a la vez.

Manuel Alcorlo (1935), espléndidamentedotado para el dibujo (con asombroso domi-nio de la línea) y para el grabado, cierra el con-junto de ingresos de 1998. Tras la inmersión delos dos anteriores en la abstracción, centra suinterés en el arte figurativo, interpretado conhondo lirismo o con alardes de fantasía, soli-darizándose, en ocasiones, con los maestros delpasado. Pero siempre con renovadores puntos

46. Carmen Laffón

47. Joan Hernández Pijuan

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de vista. Su discurso, titulado Variaciones peripatéticascon Quevedo al fondo, plasma una intelección muy per-sonal de los escenarios a los que se asomó y de los per-sonajes que le dejaron huella.

Pasado un bienio, en enero de 2000, ingresó en laAcademia Carmen Laffón (Sevilla, 1934). Resultaba indis-pensable la presencia de una mujer de excepción, que cul-tiva la pintura y la escultura con maravillosa exquisitez,que exaltan cuantos se asoman a su arte. Tras concedér-sele en 1999, por la Fundación Casa de la Moneda, el Pre-mio Tomás Francisco Prieto, en la exposición monográfi-ca que se organizó con este motivo, se destacó por el pre-sidente de la misma que, «la figuración lírica e intimistade Carmen Laffón, basada en la búsqueda de lo esen-cial, se lleva a cabo a través de un proceso de depura-ción de los temas y de las formas que, sin abandonar nunca un lenguaje clásico, nos permitecomunicar con los sentimientos del artista».

Aunque no cesa la renovación constante de los miembros de la Academia, como ley inape-lable de la existencia, nos detendremos en la figura de Joan Hernández Pijuan (1931), que lle-ga a la Corporación tras haberse internado en su juventud en la aventura expresionista y vivirluego otras experiencias. Ahora desarrolla un lenguaje basado en un informalismo que se nutresobrias calidades, deteniéndose en la exaltación de unas depuradas líneas o esquemas geomé-tricos que destacan sobre un fondo monocromo; todo descrito con extrema delicadeza.

EL GRABADO

En el título de esta desmesurada conferencia, me han puesto, sin yo saberlo, pero con razo-nes de peso, el epígrafe que antecede y que exigiría una atención muy específica. Es obvio queno se puede prescindir de una visión de conjunto de las artes figurativas en el siglo XX olvi-dándose del grabado. Su historia discurre paralelamente y en íntima relación con la de la pin-tura. No se olvide que surgió, partiendo del dibujo, para satisfacer la necesidad de reproducirlas imágenes que plasmadas en un cuadro o en un lienzo resultaban irrepetibles. Desde el sigloXV hasta nuestros días, el grabado tuvo una brillante trayectoria que no podemos evocar aquí.En cambio, hemos de poner todo el énfasis al recordar el puesto relevante que en la historia dela Academia tuvo una institución, La Real Calcografía, íntimamente ligada a ella. Surgió, prác-ticamente, en 1788 con el Plan de grabadores del Rey y desde este origen tuvo una brillantísi-ma trayectoria (con inevitables altibajos), pero que hizo factible alcanzase el siglo XX teniendosu sede (desde 1867) en el mismo edificio de nuestra Corporación y quedando oficialmente bajoel cuidado de ella a partir de 1932. Resumamos diciendo que, desde esa fecha, la Calcografía

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48. Pablo Picasso

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no solo se convirtió en un importantísimo archivo de estampas (destacando las premiadas en lasexposiciones nacionales de Bellas Artes), sino en un fecundo campo de experiencias gracias alas actividades que se desarrollan en su taller de estampación. Los más relevantes grabadores delsiglo que acaba de concluir, muchos de ellos por fortuna vivos y en plena forma, han dejado suhuella en la Calcografía Nacional, en ocasiones gracias a su presencia física en ella.

Pero se da el caso feliz de que una nómina relevante de académicos de nuestro tiempo hansentido y se siguen sintiendo apasionadamente atraídos por las artes del grabado, contribu-yendo, decisivamente, a que éste se haya convertido en un fascinante campo de experiencias.No exagero al hablar así. El arte de la estampación ha permitido a algunos de nuestros colegasensayar técnicas nuevas con la ayuda del tórculo. Prefiero represar la tentación de internarmeen el análisis de las conquistas realizadas por éstos en décadas muy recientes. Es bien sabido queuna vertiente capital de la labor realizada por los maestros contemporáneos se encuentra en elcampo de los «múltiples» realizándose, dentro de él, verdaderos alardes. Perdonadme que omi-ta registrar aquí la obra, diversa y fecunda, que llevan a cabo en este mundo de la estampaciónuna lucida parte de los académicos que acabamos de recordar. Requeriría abordar una vertientellena de interés del arte contemporáneo que ha tenido en todo occidente un gran desarrollo connotas muy peculiares. Quede solo constancia aquí de que el papel jugado por la Academia en elcampo del grabado, a través de la Calcografía y de una selecta nómina de sus miembros, ha sidoy sigue siendo brillante.

CONCLUSIÓN

Termino ya este agotador recorrido, a través de las artes del siglo que acaba de fenecer,tomando como observatorio la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El esfuerzo habráresultado insuficiente para abarcar dilatadísimas y complejas experiencias. Al justipreciar elpapel jugado por nuestra Corporación reconozcamos que sigue siendo, a pesar de todas lascarencias, la única institución que, con dos siglos y medio de existencia, vertebró en grandes ydiscontinuas etapas, la actividad creadora de numerosos maestros.

Termino transcribiendo unas palabras mías que figuran en una breve colaboración den-tro de una obra publicada por el Colegio Libre de Eméritos (Diez años de cultura 1988-1998):«Al volver la mirada hacia atrás, desde una óptica occidental, para tratar de percibir lo que fuela última década en el mundo del arte, no acierto a descubrir nuevas tendencias que nos con-duzcan al siglo XXI [...]. Pienso, sin embargo, que abandonamos el XX dominados por la fiebrede las innovaciones tecnológicas, y que los artistas parecen apoyarse entre ellas para lograrformas de expresión distintas. Lo que resulta indudable, es que en estos dos lustros persistie-ron las situaciones de crisis —es decir, de cambios de estilo—, que con ritmo acelerado hanvenido sucediéndose e intensificándose, por lo menos durante los últimos ciento cincuentaaños. Pero ahora, tal vez más que nunca, coexisten y fructifican experiencias muy distantes entresí. Nunca la libertad creadora había llegado tan lejos. Este fenómeno se hace especialmente evi-

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dente en los campos de la pintura y de la escultura que, a veces, casi se funden. La multiplici-dad de los lenguajes artísticos es tal, que nos faltan términos para definirlos. No cabe prolongarel repertorio de «ismos», que tanto ayudó a los historiadores del arte a caracterizar tendenciasdesde el neoclasicismo. Mantengámonos, pues, expectantes ante el futuro».

RELACIÓN DE ILUSTRACIONES

Se reproducen cuarenta y ocho obras realizadas por miembros numerarios de la RealAcademia de Bellas Artes de San Fernando, comenzando por Joaquín Sorolla que murió sien-do electo. Entre paréntesis se indica la fecha de su ingreso y muerte, si procede. Se observaránimportantes ausencias, que lamentamos, de maestros citados en el texto. La mayor parte de lasesculturas y de las pinturas figuran en las colecciones de la Corporación. Excepcionalmente, cie-rra el conjunto un magistral grabado de Picasso como prenda de la presencia de éste y otrosgrandes artistas de vanguardia en las salas del Museo.

1. Joaquín Sorolla (Murió electo en 1923): La comida en la barca.2. Mariano Benlliure (1901-1947): Los niños Fernando y María Luisa Roca de Togores.3. Aniceto Marinas (1903-1953): Lactancia.4. Rafael Pellicer (1906-1963): Paisaje.5. Mateo Inurria (1922-1924): Eduardo Rosales.6. Fernando Álvarez de Sotomayor (1922-1960): Boda en Bergantiños.7. Cecilio Pla (1924-1934): Apunte de la playa de Valencia.8. José Clará (1925-1958): La voluntad.9. Enrique Martínez Cubells (1935-1947): Regreso de la pesca.10. Victorio Macho (1936-1966): Miguel de Unamuno.11. Fernando Labrada (1936-1977): Retrato de su esposa.12. Elías Salaverría (1944-1952): Retrato de su padre.13. Jacinto Higueras (1944-1954): Retrato de Mari Loli.14. Valentín de Zubiaurre Aguirrezabal (1945-1963): Retrato de su padre.15. Juan Bautista Adsuara (1948-1973): Eva.16. Joaquín Valverde (1956-1982): La sobrina del pintor.17. José Aguiar (1961-1976): Desnudo.18. Fructuoso Orduña Lafuente (1962-1973): Desnudo.19. Luis Mosquera (1964-1987): Don Manuel Gómez-Moreno.20. Enrique Segura (1965-1994): Su hija María Teresa.21. Juan Antonio Morales (1966-1984): La XVIII duquesa de Alba.22. Daniel Vázquez Díaz (1968-1969): Los hermanos Baroja.23. Joaquín Vaquero Palacios (1969-1998): Termas de Caracalla.24. Hipólito Hidalgo de Caviedes (1970-1994): El mar.25. Benjamín Palencia (1974-1980): Paisaje.26. Juan de Ávalos (1974): Estudio para San Marcos.27. Álvaro Delgado (1974): José Camón Aznar.28. Genaro Lahuerta (1976-1985): Paisaje.29. Venancio Blanco (1977): Sinfonía

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30. Francisco Lozano (1978-2000): Paisaje de Valencia.31. Pablo Serrano (1981-1985): Antonio Machado.32. Luis García-Ochoa Ibáñez (1983): Gente.33. José Vela Zanneti (1985-1999): Filadelfo Herrero de Milagros.34. Joaquín García Donaire (1985): María Prodan.35. Manuel Rivera (1985-1995): Homenaje a Manuel de Falla.36. Miguel Rodríguez-Acosta Carlström (1986): Cromatismo.37. José Luis Sánchez (1987): Gaudiana.38. Julio López Hernández (1988): Los nietos. Gemelos en el papel.39. José Hernández (1989): Mesa malaya.40. Josep María Subirachs (1990): Estabilitat.41. Gustavo Torner (1993): Los complementarios. VI.42. Joaquín Vaquero Turcios (1998): Relieve en la Calle de Valenzuela de Madrid.43. Luis Feito (1998): Número 460-A. Museo de Arte Abstracto de Cuenca.44. Rafael Canogar (1998): Escena urbana.45. Manuel Alcorlo (1998): Composición.46. Carmen Laffón (2000): Sevilla desde el río.47. Joan Hernández Pijuan (2000): Camins. Col. particular.48. Picasso: La comida frugal.

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La arqueología españolaen el siglo XX

MARTÍN ALMAGRO GORBEA

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INTRODUCCIÓN: EL SIGLO XIX

Es para mí una satisfacción tener esta oportunidad, que me brinda el Instituto de Espa-ña, para, dentro del prestigioso marco de este ciclo de conferencias dedicado a la «MemoriaAcadémica de un Siglo», poder ofrecer una visión de conjunto, aunque sea necesariamentesucinta, de la Arqueología Española en el siglo XX que acaba de concluir. Para empezar, con-viene tener presente que la Arqueología no es tanto un conjunto de objetos antiguos más omenos bellos que vemos en museos y grandes exposiciones y que se asocian a ruinas e inte-resantes descubrimientos, sino, más bien, una visión de la Historia del Hombre basada enlos restos dejados por él mismo y que por medio de las técnicas arqueológicas, cada día máscomplejas e interdisciplinares, por ello más próximas a las usadas en la criminología que enlas restantes ciencias históricas, permite conocer nuestro pasado con una precisión que pue-de parecer de ciencia-ficción.

Sin embargo, la Arqueología así entendida es una ciencia relativamente reciente y todavíahoy en continuo proceso de formación. Aunque surge en el Renacimiento asociada a los estudioshumanísticos y al deseo de profundizar en el conocimiento del mundo clásico, sólo en el siglo XX

ha llegado a convertirse en esa ciencia universal que permite explicar el pasado de toda la huma-nidad desde sus mismos orígenes, en gran parte de la tierra hasta los tiempos actuales, puesson minoritarios los pueblos «privilegiados» que tienen una historia que, en el mejor de los casos,se remonta a uno, dos o a lo sumo tres milenios antes de Cristo.

La Arqueología Española de este siglo XX que acaba de concluir debe, por tanto, enmar-carse en este concepto de Arqueología, sin olvidar sus raíces anteriores y la profunda vincula-ción que ofrece con la sociedad en la que está inmersa, no sólo en su desarrollo material, sinoigualmente a su concepción, pues como toda visión histórica, se ve profundamente afectada porlas concepciones ideológicas y personales, a las que yo no pretendo sustraerme, aunque sí pro-curaré documentar la visión que voy a dar.

* * *

La Arqueología inicia su andadura en España, como en los restantes países de la EuropaOccidental, en el Renacimiento, cultivada por humanistas como Antonio de Nebrija. Tras unossiglos de erudición creciente, en el siglo XVIII, bajo la Ilustración y la monarquía borbónica, alcan-za un notable desarrollo, impulsado por el interés de monarcas como Fernando VI y Carlos III,con hechos tan destacados como el inicio de las excavaciones de Pompeya y las primeras misio-nes científicas para estudiar antigüedades, como las de Francisco Pérez Bayer o la del marqués

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de Valdeflores, que con el apoyo del marqués de la Ensenada llegó a recoger más de 4.000inscripciones bajo la dirección de la Real Academia de la Historia. En estos trabajos subyacíaun interesante concepto crítico de la Historia, propio de la Ilustración, que intentaba a base dedocumentos desterrar las concepciones míticas y falsas de la Historia.

Fruto de estos tempranos esfuerzos, ejemplares en la Europa de su época, fue la creación enla Academia de la Historia de la Comisión de Antigüedades en 1792 y, pocos años después, en1803, se promulgaba la primera ley de protección de nuestro Patrimonio Arqueológico, la «Ins-trucción formada por la Real Academia de la Historia sobre el modo de recoger y conservar losmonumentos antiguos descubiertos o que se descubran en el Reino». Estos notables esfuerzos severían, sin embargo, anulados por los avatares de la invasión napoleónica y los desafortunadosprocesos de desamortización y enfrentamiento civil que supusieron la mayor ruina sufrida nun-ca por nuestro rico legado cultural.

Sin embargo, en ese seculus horribilis para nuestro Patrimonio Cultural que fue el siglo XIX,también hubo interesantes avances. Impulsada por la Real Academia de la Historia, desde 1837se impuso la necesidad de crear un Museo Español de Antigüedades, del que procede el MuseoArqueológico Nacional fundado en 1867, aunque sólo muchos años después, en 1895, se inau-gurara su sede actual, el Palacio de la Biblioteca y Museos Nacionales, fecunda idea que acogíael Patrimonio Cultural de España escrito —la Biblioteca Nacional— y de cultura material —elMuseo Nacional—, por lo que no deben separarse instituciones tan profundamente vinculadas.Paralelamente, según indicaba su decreto fundacional, junto al Museo Nacional, se fueron cre-ando los primeros museos provinciales.

Otros jalones importantes en los difíciles años del siglo XIX fue la creación en 1844 de las Comi-siones Provinciales de Monumentos para proteger nuestro desmantelado Patrimonio y, en 1856, dela Escuela Superior de Diplomática y del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueó-logos, instituciones a cuyo amparo surgieron los primeros museos arqueológicos provinciales paracuidar y estudiar tan rico Patrimonio con lo que se institucionalizan por primera vez los estudiosy la profesión de Arqueología. Pero avatares diversos, sin olvidar las dificultades políticas, hacía quecada vez se echara más en falta órganos eficaces de gestión y una ley adecuada para atender dichoPatrimonio y el desarrollo creciente de excavaciones arqueológicas.

En los años finales de ese siglo, bajo la Restauración y la reorganización social que supu-so, cabe destacar también algunos descubrimientos de interés así como las discusiones surgidassobre la arqueología prehistórica y el problema de origen del hombre, llegadas básicamente deFrancia, y que replanteaban la cronología y la explicación bíblica hasta entonces aceptada, conel consiguiente rechazo y confrontación ideológica.

En 1879 Marcelino de Sautuola descubre las pinturas de la Cueva de Altamira, que replan-teaban la cuestión, muy discutida entonces, de la antigüedad del hombre y, en concreto, de sucapacidad artística y de conocimiento abstracto, por lo que no se le reconoció en vida haber des-cubierto el primer testimonio de inteligencia abstracta del hombre paleolítico, idea sólo acepta-da ya iniciado el siglo XX. Pero también en esos años se descubre, no sin dificultades, errores yfalsificaciones, por enemplo, en el recién descubierto campo del Arte Ibérico, plenamente

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aceptado tras el hallazgo de la Dama de Elche en 1897. Tal pieza supuso una importante apor-tación de la Arqueología al conocimiento de nuestro pasado, pero comprada por el Museo delLouvre, si bien contribuyó a la aceptación general del Arte Ibérico, supuso un claro ejemplo dela falta de protección real de nuestro Patrimonio. Tampoco conviene olvidar los avances enotros campos, con figuras de prestigio internacional, como el geólogo y prehistoriador Vilano-va y Piera o numismáticos como Antonio Delgado y Jacobo Zóbel de Zangróniz, pero una tareatan significativa como la publicación del Corpus lnscriptionum Latinarum, que recogía los tra-bajos seculares de la Real Academia de la Historia, sería llevada a cabo por la Academia deBerlín, bajo la dirección de Emil Hübner.

Por tanto, a pesar de valiosos esfuerzos individuales y del creciente interés de la sociedadburguesa emergente, la falta de fuerza institucional de la Arqueología resultaba evidente y regio-nes otrora fecundas en estudios sobre Arqueología, como habían sido Aragón o Valencia y, sobretodo, Andalucía, resultaban casi estériles. Tal era, en breves pinceladas, la situación de la Arqueo-logía Española hace un siglo.

LOS AÑOS INICIALES DEL SIGLO XX, DE 1900 A 1911

Tras el desastre del 98 que tanto marcó la sociedad española, la Arqueología, dentro de unasituación de continuidad institucional, da muestras de cambios profundos, aunque éstos sólo seharán efectivos a partir de la segunda década del siglo.

En 1902 el prehistoriador francés Emil Cartailhac, el mayor experto extranjero enPrehistoria de la Península Ibérica, que años antes había considerado falsas las pinturas deAltamira, reconocía su autenticidad en la famosa revista L’Anthropologie al publicar su famo-so artículo «Mea Culpa d’un sceptique» reivindicando la figura del difunto Sautuola. En pocosaños, la Prehistoria había pasado a ser aceptada, ampliando la Historia y contribuyendo adesterrar mitos y leyendas surgidas en el Renacimiento, con lo que también dejó de ser uninstrumento utilizado por las gentes de ideas avanzadas contra la Iglesia, apegada a la inter-pretación literal de la Biblia. A partir de esos años, la Iglesia dedicó a los estudios prehistó-ricos figuras tan eminentes como Henri Breuil (1877-1961) y Hugo Obermaier (1877-1946),probablemente los más importantes prehistoriadores de la primera mitad del siglo XX, apo-yados por una nueva Teología que encarnaba Teihard de Chardin, igualmente interesado enestos estudios.

Breuil y Obermaier trabajaron muchos años en España. A ella dedicaron gran parte de suobra y sus enseñanzas se dejaron sentir profundamente entre los prehistoriadores españoles. Aellos se debe el gran avance en los estudios paleolíticos y del Arte Rupestre, llevando a cabo lasexcavaciones de la Cueva del Castillo, en Puente Viesgo, quizás el más importante yacimientopaleolítico de Europa, cuyos hallazgos se enviaron para estudio al lnstitut de PaléonthologieHumaine de París, fundado en 1909 por el Príncipe Alberto I de Mónaco. Con ellos colabora-ban las principales figuras españolas como Hermilio Alcalde del Río en Cantabria, Pérez de

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Barradas en Madrid y, posteriormente, Eduardo Hernández Pacheco (1899-1965), quien acer-tadamente señalaba, cómo «de este modo la Península quedó convertida en campo de opera-ciones del lnstituto de París, realizándose por penetración pacífica la conquista de la Españaprehistórica para la Ciencia francesa... En realidad, la Ciencia española debe a este impulso elrenacimiento que se observa en los estudios de Prehistoria».

En orden interno, otro hecho importante sería la reorganización de los estudios de Arqueo-logía, Epigrafía y Numismática en 1900, que pasaron de la Escuela de Diplomática a la Uni-versidad Central, con lo que alcanzaban el rango universitario que desde entonces ostentan comoen todo el mundo occidental y que suponía, al mismo tiempo, su independencia del Cuerpo deMuseos surgido de la tradición anticuaria de la Ilustración.

Pero la Arqueología seguía en situación parecida a la etapa anterior, falta de un marco legaly de personal profesional especializado y las excavaciones, como las de Altamira o el Castillo,eran sufragadas por mecenas particulares, como el príncipe de Mónaco o el duque de Alba. Lomismo ocurría en otro campo de estudios que tuvo a partir de esos años un notable desarrollo,el de las necrópolis celtibéricas, excavadas en tierras de Guadalajara y Soria por el marqués deCerralbo (1845-1922), cuya importante colección acabó cediéndola al Museo ArqueológicoNacional pocos años antes inaugurado. Suerte distinta corrían otros yacimientos, como la necró-polis Púnica de Ibiza, donde se buscaban antigüedades para coleccionistas, frente a Numancia,cuya excavación se inició en 1906 por presiones de los sorianos para recuperar su memoria his-tórica. En otros lugares, aficionados excavaban con más pasión que conocimiento y, en algunoscasos, sociedades excursionistas y culturales encontraban en la Arqueología un interesante pasa-tiempo. Frente a ellos, destaca el P. Fidel Fita, S. J. (1835-1918), epigrafista excepcional quellegó a ser anticuario y director de la Real Academia de la Historia, pero cuyo trabajo, una vezmás, se realiza al margen de instituciones oficiales, apenas operativas.

Este contexto permite comprender cómo las más importantes aportaciones las llevaban acabo arqueólogos extranjeros, alguno de ellos no profesionales. Además de Breuil y Obermaier,cabe citar al francés Pierre Paris, quien tras adquirir la Dama de Elche para el Museo del Lou-vre, se dedicó al estudio del Arte Ibérico, impulsando la creación de la Casa de Velázquez,fundada en 1919 e inaugurada en 1928, que tan importante papel ha jugado en el desarrollode las relaciones culturales hispanofrancesas. Los hermanos Enrique y Luis Siret (1860-1934), ingenieros de minas belgas trabajaban en la zona de Almería, donde se aficionaron porla Prehistoria y descubrieron la Cultura de El Argar y el yacimiento púnico de Villaricos. El pin-tor inglés Jorge Bonsor (1855-1930), afincado en Mairena del Alcor, descubrirá la famosa necró-polis romana de Carmona y las primeras tumbas tartésicas con magníficos marfiles feniciosque acabó vendiendo junto a su colección a la recién creada Hispanic Society of America, fun-dada en Nueva York por el multimillonario Archer M. Hungtinton (1870-1955), quien tambiénllegó a realizar excavaciones en Itálica. A esta lista cabe añadir Adolfo Schulten (1870-1960),alumno del historiador Theodor Mommsen, que dedicó su vida a estudios y excavaciones enEspaña, como Numancia, Tartessos o las Guerras Cántabras, con un idealismo tardorrománti-co algo desfasado para su época.

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Como contrapartida, cabe señalar la institución de la Junta para la Ampliación de Estu-dios en 1907 por iniciativa de Francisco Giner, aunque su actividad se empezará a sentir yaen años posteriores, al formarse en el extranjero algunos arqueólogos, proceso que permitiráenriquecer los conocimientos y romper la tradición de formación local mantenida a lo largo detodo el siglo XIX. Otro indicio de los cambios futuros es la creación en 1907 del lnstitut d’Estu-dis Catalans, que será el instrumento de la política cultural nacionalista de la Generalitat deCatalunya y que encontró en la Arqueología un importante campo de actividades dentro de lascuales se inician excavaciones como las de Ampurias en 1908, sufragadas por la Junta de Mu-seos de Barcelona y dirigidas por el arquitecto José Puig y Cadafalch (1867-1957), trabajos alen-tados por Enrique Prat de la Riva desde la Diputación de Barcelona que ya empezaba a desa-rrollar su esquema centralista sobre todas las tierras catalanas.

Este panorama de continuidad contrasta con la pujanza que en esos años está tomando laArqueología por toda Europa, con excavaciones en suelo propio y misiones en el extranjero,especialmente en Grecia, Egipto y Oriente, de las que España quedaría ausente hasta 1960.

DE LA LEY DE 1911 A LA GUERRA CIVIL

Durante el decenio de 1910 la Arqueología Española alcanza su mayoría de edad y un dina-mismo sin precedente en épocas anteriores e incluso posteriores.

En esta etapa se crea un nuevo marco legislativo y de gestión, cristalizan las primeras cáte-dras especializadas, se inician las grandes excavaciones, aparecen sociedades científicas dedi-cadas a la Arqueología, aumentan las relaciones internacionales e inician su andadura las arqueo-logías nacionalistas.

De todo ello, tal vez el hecho más representativo sea la promulgación de la Ley de Excava-ciones y Antigüedades de 1911, cuya falta se dejaba sentir desde hacía más de 50 años y cuyoúnico precedente era la Instrucción de 1803. Junto a esta ley, buena en muchos aspectos, hay quedestacar el Reglamento publicado en 1912 y que se materializó en la creación de la Junta Supe-rior de Excavaciones y Antigüedades, tal vez el organismo más eficaz que ha tenido la Arqueo-logía Española en toda su Historia y que, sin duda, fue la clave de su desarrollo hasta la GuerraCivil, pues sus publicaciones cesaron en 1935. El Preámbulo señala como objetivo «la defensa delos vestigios artísticos que vinculan el recuerdo de nuestras glorias pasadas constituyendo un ele-mento insustituible de la riqueza nacional» y, tal como indica su nombre, en ella perduraba la tra-dición de las «antigüedades», así como criterios de Historia del Arte más que de historia de lacultura material, todo ello en un marco de evidente nacionalismo, tan vinculado siempre a laArqueología y más en esos años, cuando posturas como la de G. Kossina están tomando extraor-dinaria fuerza en Alemania con ecos en Cataluña y el País Vasco. Lo mismo ocurre respecto a lapropiedad de los objetos, que se conceden con ciertas limitaciones a quienes pagan las excava-ciones. Además, considera antigüedades sólo lo anterior a Carlos V, sin comprender que el ver-dadero fin de la Arqueología es documentar la Historia a través de la cultura material sin limita-

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ción cronológica ni geográfica. Pero el concepto de Arqueología como ciencia y el de excavaciónmetódica era adecuado, pues se incluye la posibilidad de anular una autorización si no se excavacon método científico.

Las consecuencias de esta Ley del año 1911 pronto se dejaron sentir y, a su amparo, sedesarrolla lo que cabría considerar, muy probablemente, como una edad de oro de las exca-vaciones arqueológicas en España, a pesar de que, tal como señalaba A. del Castillo muchosaños después, en 1955, «las excavaciones las realizan aficionados sin preparación de ningúngénero».

La presencia de especialistas extranjeros, desde Pierre Paris a Adolf Schulten y de Breuila Obermaier se vio reforzada por la Primera Guerra Mundial, pero la apertura al exteriortambién era deseada por los arqueólogos españoles. En 1910, la Junta de Ampliación de Estu-dios crea la Escuela Española de Arte y Arqueología en Roma dirigida por Ramón MenéndezPidal, que desapareció en la crisis económica de la Primera Guerra Mundial. Por ello, más tras-cendencia tuvo la política de becas en el extranjero, dirigida especialmente hacia Italia (44,5%)y Alemania (30%). De ella se beneficiaron Aranzadi (1908), Bosch Gimpera (1911 y 1913),Alberto del Castillo (1919 y 1921), Antonio García y Bellido (1930, 1931 y 1932), Luis Peri-cot (1931), Juan y Encarnación Cabré (1935) y Martín Almagro Basch (1936). El mismo espí-ritu supuso el famoso Crucero por el Mediterráneo, organizado por la Universidad de Madrid yque permitió a profesores y alumnos conocer sus principales monumentos. Gracias a ello, laArqueología Española comenzaba un despegue muy prometedor, que sin embargo se vio afec-tado por la crisis económica de los años 20 y, truncado inexorablemente por la Guerra Civil queacabó estallando en 1936.

Bosch Gimpera gana la Cátedra de Historia Universal Antigua y Medieval de Barcelo-na en 1916, pero es la creación en 1922 de la Cátedra de Historia Primitiva del Hombre paraH. Obermaier el hecho que marca definitivamente la introducción de los nuevos estudios pre-históricos en la Universidad. Refugiado en España donde venía trabajando desde inicios desiglo bajo la protección del duque de Alba, indujo el magisterio de su concepción científicagermánica con una amplia formación geológica a sus discípulos, como García y Bellido,Julio Caro Baroja, Julio Martínez Santaolalla, Alonso del Real y Almagro Basch, a los queimpulsó a perfeccionar su formación en Alemania, hasta el punto de que, en especial a tra-vés del último citado, más del 80% del profesorado universitario surgido tras el paréntesisde la Guerra Civil procedía de la «escuela» de Obermaier. A ello se añadía su prestigio socialy su relación con Ortega y Gasset y con la Revista de Occidente, donde publicó El hombre fósil(1916), casi un best seller para la época, que contribuyó a la difusión social de la nueva cien-cia prehistórica.

También en esos años, gracias al impulso de diversas personalidades, surgen asociacionesmás o menos científicas que contribuyeron a impulsar y popularizar los estudios arqueológi-cos, como la Sociedad Española de Antropología, Etnología y Prehistoria o la Sociedad Espa-ñola de Excursiones. Junto a éstas, la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóri-cas, creada dentro de la Junta para la Ampliación de Estudios y dirigida por el marqués de

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Cerralbo y, a partir de 1922, por E. Hernández Pacheco, e integrada, entre otros, por JuanCabré, H. Obermaier y P. Wernert, contribuyó a impulsar las investigaciones prehistóricas has-ta su desaparición tras la Guerra Civil.

Otra característica de esta década es el despegue de las arqueologías nacionalistas. Tras lacreación en 1907 del lnstitut d’Estudis Catalans, su desarrollo se realiza en la segunda déca-da, cuando se crea en 1915 el Servei d’Excavacions de la Diputación de Barcelona, que excavano sólo en Cataluña sino también en el Bajo Aragón y Baleares, lo que contrasta con la activi-dad adormecida en otras regiones, como Andalucía. Por el contrario, impulsados por el nacio-nalismo creciente, Telesforo de Aranzadi (1860-1945) y José Miguel de Barandiarán (1889-1991) impulsan dentro de la Sociedad de Estudios Vascos los estudios prehistóricos como sus-tentación de sus concepciones étnicas siguiendo interpretaciones científicas hoy superadas delas que Kossina puede considerarse máximo representante. También en 1923 surge el Semina-rio de Estudios Gallegos, que se interesaría igualmente por la Arqueología, aunque alcanzaríamenor desarrollo, y poco después, el Instituto de Prehistoria Levantina de la Diputación deValencia en 1927 y el del Ayuntamiento de Madrid en 1929, que inaugura los servicios arqueo-lógicos locales.

En esta nueva etapa ejercen su labor, mucho más profesional, algunas de las grandesfiguras de nuestra Arqueología, como José Ramón Mélida (1856-1933) o Pedro Bosch Gimpe-ra (1891-1974), cuya obra contribuyó de manera definitiva al desarrollo de la Arqueología enEspaña y al inicio de su prestigio internacional, sin depender exclusivamente de arqueólogosextranjeros a cuyo nivel estaban, como evidencian su formación, prestigio y líneas de trabajo.

Mélida, aunque nacido en Madrid, procedía de una familia aragonesa con sensibilidad artís-tica y tras titularse en la Escuela Superior Diplomática en 1875, como alumno de Juan de D. dela Rada y Delgado, director del Museo Arqueológico Nacional, se introdujo en dicha institución,ingresando en 1881 en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios. En1901 fue nombrado director del Museo de Reproducciones Artísticas, que potenció con efica-cia hasta 1916 en que volvió al Museo Arqueológico Nacional como director, hasta 1930 y comopresidente del Patronato hasta su fallecimiento, sistematizando y publicando las colecciones paracontribuir a su conocimiento y prestigio internacional. También fue catedrático de Arqueologíade la Universidad Complutense (1912-1927) y anticuario de la Real Academia de la Historia(1913-1933) y se interesó por la formación internacional, tanto propia como de los arqueólo-gos españoles fomentando los viajes de estudio al extranjero, por lo que representa una nuevageneración en la Arqueología Española abierta al mundo internacional

Su labor le valió además de numerosas distinciones y nombramientos, un reconocimiento sinprecedentes para un arqueólogo español, invitado al cincuentenario de la fundación de l’ÉcoleFrançaise d’Athenes en 1898 y a pronunciar una conferencia sobre Mérida en el centenariodel Instituto Arqueológico Alemán en 1929, año en que fue también Presidente del IV Congre-so Internacional de Arqueología, celebrado en Barcelona.

Como museólogo y arqueólogo impulsó la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, quepasó a sustituir al Boletín de la Real Academia de la Historia como revista especializada. Más

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atraído por la Arqueología Clásica, impulsó y dirigió las Excavaciones de Numancia (1906-1925) y de Mérida (1910-1930), publicando sus memorias e interviniendo activamente en lapolítica arqueológica española a través de la Junta Superior de Excavaciones creada en 1914.Publicó más de 500 obras, entre las que cabe destacar sus memorias de excavaciones de Numan-cia y Mérida y su participación en empresas internacionales como el Corpus Vasorum Anti-quorum.

No menos interesante pero más controvertida es la figura de Pedro Bosch Gimpera(1891-1974). Nacido en Barcelona, estudió Derecho y Letras y se especializó en FilologíaClásica. Tras obtener una beca de la Junta para Ampliación de Estudios, viaja a Alemaniaen 1911 y 1913, donde estudia Arqueología y Prehistoria con H. Schmidt, adoptando elhistoricismo cultural, entonces en boga, que pondría al servicio de sus creencias naciona-listas influido por Kossina, lo que le llevará a interesarse por los estudios indoeuropeos, einiciando una relación con Schulten que le llevaría a publicar en colaboración las FontesHispaniae Antiquae.

A su vuelta a España en 1916 pasó a dirigir el Servei d’Arqueologia del lnstitut d’EstudisCatalans y obtuvo la Cátedra de Historia Universal en la Universidad de Barcelona, de la quellegó a ser Rector durante la Guerra Civil. Al finalizar ésta, se vio obligado a exiliarse, prime-ro a Londres y después en Méjico, donde realizó una ingente labor en su Universidad, que alter-nó con cargos en la UNESCO y en la Union International des Sciences Préhistoriques et Proto-historiques, aunque nunca abandonó su interés por la Prehistoria Peninsular.

Bosch Gimpera representa, sobre todo, la llegada a España de la arqueología prehistóricade su época. El hallazgo del campo de urnas de Tarrasa le llevó a especializarse en estudioscélticos e indoeuropeos, en los que tanto destacó, para explicar las invasiones célticas de Espa-ña, que recogió en diversos libros y en su obra fundamental, Etnología de la Península Ibérica,Barcelona 1932, donde se revela su profunda formación en los postulados nacionalistas de laArqueología, que puso al servicio del creciente nacionalismo catalán. De aquí la mitificación desu obra, postergada durante la etapa franquista y exaltada posteriormente al considerarlocreador de una Escuela Catalana de Arqueología que, por avatares históricos, realmente nun-ca llegó a cristalizar.

Junto a estos especialistas cabe señalar otras personalidades como Blas Taracena, directordel Museo Arqueológico Nacional, Juan Cabré, magnífico arqueólogo de campo, ayudante yseguidor del marqués de Cerralbo, o Eduardo Hernández Pacheco, geólogo autodidacta dedi-cado a la Prehistoria, menos abiertos y conocidos en el extranjero, pero mejores conocedoresde los hallazgos y, por ello, muchas veces más acertados en sus interpretaciones.

En otra línea de la Arqueología, cabe destacar a Manuel Gómez Moreno (1870-1970), elúltimo y más famoso de los representantes de la tradición española de anticuarios eruditos, quecultivaba igual la Historia del Arte que la Historia Medieval, el Arabismo, la Numismática o laEpigrafía, gracias a sus singulares intuición, inteligencia, erudición y formación humanista, comorevela su obra Iglesias mozárabes (1919) o el Catálogo Monumental de España, del que realizólos de Ávila (1901), Salamanca (1903), León (1906) y Zamora (1905). Pero adolecía, a pesar

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de sus viajes, de falta de perspectiva sobre los nuevos estudios arqueo-lógicos, lo que le llevó a no comprender la Prehistoria y la nuevamentalidad científica introducida por Obermaier, por lo que AntonioTovar lo consideró, acertadamente, como el último de los arqueólogoseruditos españoles.

Nacido en Granada, era hijo de un pintor y arqueólogo, ManuelGómez Moreno, de familia granadina culta y liberal. Había viajado aRoma, con su padre, de 1879 a 1880 y a los 16 años entró en contac-to con E. Hübner para colaborar como dibujante en el Corpus lnstrip-tionum Latinarum. Después se licenció en Granada en Filosofía y Letrasy se doctoró en 1911 en la Universidad Central con una tesis sobreArqueología Mozárabe. En 1909, en la Junta para la Ampliación de Estudios, bajo la direcciónde Ramón Menéndez Pidal y junto a Elías Tormo, pasó a ocupar la cátedra de Arqueología Ará-biga que también desempeñó en la Universidad Complutense (1913-1934). Fue director del Ins-tituto Diego Velázquez del Centro de Estudios Históricos y director general de Bellas Artes(1930-1931) y alcanzó numerosas distinciones, siendo miembro de numerosas institucionesespañolas y extranjeras. Probablemente su mayor logro ha sido el genial desciframiento de laescritura ibérica, tantas veces intentado desde el siglo XVIII y que abrió nuevos caminos a losestudios ibéricos y celtibéricos, aunque, como el famoso numismático Antonio Vives, anticuarioa la antigua usanza que acabó vendiendo y dispersando sus colecciones, su mentalidad era anta-gónica a las normas científicas de los nuevos tiempos. Pero esta variedad de personalidades ylíneas de trabajo no deben verse sólo como grupos sociales opuestos o como cambios generacio-nales inherentes a la evolución histórica, sino como muestra de una gran riqueza en el estudioy valoración del Patrimonio Arqueológico, pues se complementaba el rigor y la ética profesio-nal de Obermaier con las preocupaciones museológicas de Mélida, las innovaciones interdisci-plinares de Bosh Gimpera o la intuición y conocimientos eruditos de Gómez Moreno.

Más difícil es precisar las líneas de investigación y los principales hallazgos y descubri-mientos que se multiplican gracias a la recién creada Junta Superior de Excavaciones y Anti-güedades, que administra las excavaciones, otorga permisos y subvenciones y publica las Memo-rias, lo que revela una nueva mentalidad que no busca objetos sino aprender a través de las exca-vaciones para darlo a conocer científicamente.

Sin embargo, un análisis sociológico de los solicitantes de permisos revela que sólo el 40%eran profesionales, un 28% de museos y un 13,5 universidades, siendo el resto aficionados conmejor o peor formación. También son indicativos los yacimientos excavados, entre los que des-tacan por orden de gasto, las excavaciones de Ricardo Velázquez (1844-1923) en Medina-Aza-hara (403.750 ptas.) y las de Mélida en Mérida (319.000 ptas.), seguidas de las de Itálica(235.000 ptas.), Numancia (108.750 ptas.) y Sagunto (89.250 ptas.). La preferencia por estosgrandes yacimientos confirma un cierto impulso nacionalista, evidente en el Prólogo de la Leydel año 1911, pero, ante todo, eran los de mayor importancia internacional, como lo siguen sien-do aún hoy en día, aunque no todos estén igual de atendidos.

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MANUEL GÓMEZ MORENO

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Sin embargo, esta política tan eficaz y acertada se vio alterada por la crisis económica delos años 1920 y, definitivamente, por la Guerra Civil. A partir de 1926, muchas excavacionesse interrumpen por falta de subvención, como las de Ampurias, Numancia, Medina Azahara olas de Siret en Almería y también en esos años desaparece el Anuari del Institut d’Estudis Cata-lans (1907-1931) y la Sociedad Catalana de Antropología, Etnología y Prehistoria y ya añosantes, en la Primera Gran Guerra, la Escuela Española en Roma, por lo que España seguía sien-do el único país de Occidente sin actividad arqueológica en el extranjero. La ausencia en laArqueología Americana sólo se ve paliada, gracias al mecenazgo póstumo del conde de Carta-gena, por una Cátedra de Arqueología Precolombina que ocupó el alemán Hermann Trimborn,docente de la Universidad de Bonn, aunque nunca se llegó ni siquiera a planificar una excava-ción en América. Sin embargo, la llegada de Primo de Rivera supuso indirectamente un efectopositivo en Galicia, pues contribuyó a que personajes comprometidos políticamente por la llega-da de la dictadura dirigieran su actividad preferente hacia la Arqueología, mientras el crecien-te nacionalismo llevaba a legislar de nuevo en 1926 para «evitar la pérdida de cuanto encierrael solar patrio de interesante, histórico y bello», a fin de impedir la exportación de antigüeda-des, que se extendió a toda obra de más de 100 años en 1931, al inicio de la República, lo queevidenciaba creciente preocupación por el Patrimonio.

En este aspecto, la llegada de la República apenas supuso cambio alguno. Más bien al con-trario, prosiguieron los viajes de becarios al extranjero, las excavaciones de la Junta, y laGeneralitat de Catalunya reemprende las de Ampurias a partir de 1930, junto a actividadescomo la publicación monumental de la Cueva de Altamira, pagada por el duque de Alba en 1935.Igualmente, se llevó a cabo una nueva iniciativa legislativa que dio como resultado la Ley delPatrimonio Artístico Nacional de 1933, cuya vigencia hasta 1984 pone de manifiesto su acier-to, pues tenía en cuenta excavaciones, museos y la realización de un inventario. Pero no esnecesario insistir en que la situación crecientemente revolucionaria y la subsiguiente GuerraCivil supuso la pérdida de mucho de lo logrado en el primer tercio del siglo XX.

En efecto, al margen de las destrucciones debidas directamente a la guerra, por bom-bardeos o por abrir trincheras en yacimientos, como ocurrió en plena ciudad romana deAmpurias, se sumaron pronto las persecuciones políticas personales, primero en el lado repu-blicano y, a medida que fue avanzando la guerra, en el franquista. Durante ésta, FranciscoÁlvarez-Ossorio, director del Museo Arqueológico Nacional, fue obligado a dimitir en 1937,pero más revelador es la «incautación» oficial de las monedas de oro de esa institución, querepresenta uno de los episodios más vergonzosos de la desgraciada historia de nuestroPatrimonio Arqueológico, en una situación de nuevo comparable a las peores del siglo XIX.Apenas pudieron salvarse algunos escasos ejemplares gracias al arrojo personal de conser-vadores del Cuerpo de Museos como Felipe Mateu y Llopis o Felipa Niño, quienes, con ries-go para sus vidas, dieron ejemplo de su profesionalidad, mientras que las piezas, muchas úni-cas, se perdieron para siempre al desaparecer en Méjico en manos particulares próximas alGobierno de la República en el exilio. Triste ejemplo de lo que la guerra supuso como pérdi-da irreparable del Patrimonio de todos.

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LA ARQUEOLOGÍA BAJO EL FRANQUISMO

En estos últimos años se ha escrito y discutido bastante sobre la Arqueología bajo el fran-quismo, pero faltan análisis de los datos para superar las posiciones todavía muy teóricas e ideo-logizadas sobre esta larga etapa de nuestra Historia reciente. En cualquier caso, es evidenteque el largo lapso de tiempo de 1939 a 1975 no fue uniforme y que la Arqueología se vio inmer-sa en la evolución general del régimen, con unos años iniciales muy duros, un cierto despeguea medida que avanzan los años 1950 y un claro cambio a partir de la España del «desarrollo»ocurrida como consecuencia de la mejora de vida que supuso el primer Plan de Estabilizacióny la creciente apertura al extranjero, particularmente a Europa.

En efecto, más que la pasada Guerra Civil, evidentemente presente, eran las circunstanciascontemporáneas las que afectaban al desarrollo de la sociedad y, en consecuencia, de la Arqueo-logía de esos años. La postguerra española fue una etapa de evidentes dificultades en la quepoco a poco y con gran esfuerzo se intentaba normalizar la vida, hecho dificultado por la des-trucción social y económica del país y acentuado por estallido de la Segunda Guerra Mundial yel posterior aislamiento por parte de los vencedores.

A las pérdidas personales se añadía los exiliados, entre los que destaca Bosch Gimpera, cuyaactividad política al servicio del nacionalismo catalán le obligó a emprender un prolongadoexilio en Méjico. También hubo inicialmente depuraciones, como las de Luis Pericot, AntonioBeltrán o Francisco Jordá, aunque no tuvieron consecuencias tan graves en el desarrollo de laArqueología.

Los cambios legislativos iniciales fueron mínimos y las leyes de los años 1911 y 1933siguieron prácticamente vigentes, aunque en 1938 se crea la Comisaría General del Patri-monio Artístico, cuyo comisario y subcomisario debían pertenecer a las FET y a las JONS,evidenciando la fuerte politización de esos años y el marcado nacionalismo que, en 1941,impulsó a aprovechar las circunstancias favorables para recuperar de Francia la Dama deElche y el Tesoro de Guarrazar. Pero, ya en 1939, se dan disposiciones sobre excavacionesque toman como referencia el año 1935, seguramente para normalizar la situación tras laguerra. Prueba de ello es el gran esfuerzo puesto en la reanudación de las revistas, que si biencon una comprensible propaganda triunfalista, reinician su edición entre 1939 y 1941 a pesarde las dificultades.

Más trascendencia tuvo el decreto de 1940 que creó la Comisaría General de Excava-ciones, cargo que recayó en Julio Martínez Santaolalla. Formado en Alemania como alum-no de Obermaier, impidió a éste su regreso al ocupar su cargo sin mediar concurso, gra-cias a sus relaciones como hijo de un general. Además, dispuso de subvenciones, hallazgosarqueológicos y fondos bibliográficos personalmente, lo que le enfrentó a la mayoría de losprofesionales. Con él desapareció la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades quetan eficaz había sido en el trentenio anterior y sus publicaciones fueron sustituidas por otraserie similar con distinto nombre. Sin embargo, al amparo de la Comisaría trabajan tam-bién algunos minoritarios pero valiosos arqueólogos particulares, como Salvador Vilaseca

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en Reus o Emetrio Cuadrado, que llevaría a cabo las mejores excavaciones de una necró-polis ibérica y que, años después, en 1968, fundó la Asociación Española de Amigos de laArqueología.

Otra personalidad que marca la Arqueología de postguerra es Antonio García y Bellido(1903-1972), catedrático de la Universidad de Madrid desde 1931. Formado en la Junta paraAmpliación de Estudios como alumno de Elías Tormo, Mélida y Obermaier, amplió estudios enAlemania con Gerhart Rodhenwaldt y fue el renovador de la Arqueología Clásica, en la que man-tuvo la preferencia por las labores de gabinete sobre las de campo. Creador e impulsor de larevista Archivo Español de Arqueología, surgida en 1940 del Archivo Español de Arte y Arqueo-logía, en 1951 funda el Instituto Rodrigo Caro del Consejo Superior de Investigaciones Cientí-ficas, lo que supuso el definitivo abandono de las tradiciones arqueológicas decimonónicas impe-rantes a inicios de siglo.

Pero para comprender mejor el proceso de normalización tras la Guerra Civil, la figu-ra más significativa es la de Martín Almagro Basch. Alumno también de Obermaier, tras ingre-sar en el Cuerpo de Museos (1935) completó su formación con Oswald Menghin en Viena ycon Gero von Merhart en Marburg (1936). Tras la Guerra Civil, obtuvo Cátedra en Santia-go pero pasó a la de Prehistoria de la Universidad de Barcelona (1940), ocupando el vacíodejado por el exilio de Bosch Gimpera. Allí se hizo cargo del Museo Arqueológico, donde creósu gran biblioteca, y de las excavaciones de Ampurias, que convirtió en el actual «parquearqueológico» al construir el museo y defender el entorno, pasando a ser en la Europa de lapostguerra una ventana hacia la Arqueología Internacional a pesar de la falta de medios deaquellos difíciles años. En efecto, los cursos de Ampurias sirvieron para formar nuevas gene-raciones de arqueólogos en contacto con especialistas de otros países, entre los que destacaNino Lamboglia, una de las personas que más han influido en la Arqueología Española. Alma-gro fundó la revista Ampurias (1939-) de Arqueología, Prehistoria y Etnología, que se con-virtió en una de las publicaciones internacionales más prestigiosas debido a la crisis que enEuropa supuso la Guerra Mundial, con un nivel nunca alcanzado en España por una publi-cación similar. Por ello, de Obermaier a través de Almagro procede la mayor parte de la lla-mada «escuela catalana de arqueología» y los criterios, líneas de trabajo y representantes,como Juan Maluquer, Miguel Tarradell, Pedro de Palol, Eduardo Ripoll, Antonio Arribas oAlberto Balil, quienes completaron sus estudios en el extranjero a pesar de la dificultad quesuponía la desaparición de las becas de la Junta para la Ampliación de Estudios, como Paloly Balil en Italia, Ripoll en París o Arribas en Inglaterra.

También en 1949 se creó la Inspección General de Museos Arqueológicos, en la que desta-ca Joaquín M.ª de Navascués, discípulo de Gómez Moreno que llegó a ser Director del MuseoArqueológico Nacional, aunque la necesaria renovación de los museos se produjo a partir delos años 1960, cuando las condiciones económicas fueron siendo favorables. En esos difícilesaños de la postguerra destaca la creación de los Congresos Arqueológicos del Sureste Español,pronto convertidos en Congresos Nacionales de Arqueología. Esta iniciativa fue obra de Anto-nio Beltrán Martínez, otra de las figuras a valorar de la Arqueología Española de la segunda

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mitad del siglo. Nacido en 1916, estudió en Valencia y se formó en Car-tagena, pasando en 1949 a la Cátedra de Arqueología de Zaragoza.Gran conferenciante y polígrafo siguiendo la tradición de su padre, elnumismático y erudito Pío Beltrán, se especializó en Arte Rupestre,pasando a ser uno de los más asiduos representantes españoles en laUnion International des Sciences Prehistoriques et Protohistoriques,en la que ha desempeñado altos cargos durante muchos años.

En este aspecto, cabe resaltar la organización en 1954 del IV Con-greso Internacional de la UISPP en Madrid, presidido por Pericot ycon Beltrán como Secretario que convocó a los principales prehisto-riadores del mundo. Coincidía, no por casualidad, con la apertura internacional que marcabael Concordato con la Santa Sede firmado en 1953 y seguido por el ingreso en la ONU, por loque la Arqueología, una vez más, seguía la senda de la política y la sociedad en la que se des-arrollaba. Esta apertura exterior iba pareja de significativos cambios interiores, como la reor-ganización en 1955 del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas. Los delegados dezona que componían la Junta Consultiva de Excavaciones Arqueológicas y los delegados pro-vinciales, insulares y locales, ya no se denominan «comisarios», aunque fueron confirmados ensus cargos las mismas personas. Paralelamente, decretos de 1953 y 1956 sobre inventario yprotección del Tesoro Artístico Nacional indican las crecientes cautelas tomadas ante los ries-gos que la apertura suponía para el Patrimonio Español.

Es también en esos difíciles años cuando inicia su tarea el Instituto Arqueológico Alemán.Planificado antes de la Guerra Mundial, en 1942 comenzó su andadura, que los avatares de lamisma interrumpieron. Tras reanudarse las relaciones diplomáticas con la República Federal deAlemania en 1952, iniciaba una labor de impulso de la Arqueología de la Península Ibérica sinla que es imposible comprender la Arqueología española de este último medio siglo. Dirigido ini-cialmente por Helmut Schlunk (1942) y después por Hermansfrid Schubart, sus excavaciones,estudios y publicaciones han supuesto la mayor aportación a la Arqueología Española en esosaños, a lo que se suma el apoyo con viajes y estancias de estudio en Alemania a los arqueólogosespañoles, por lo que es raro quien no se ha beneficiado de algún modo de la magnífica labordel Instituto Arqueológico Alemán. Paralela debe considerarse la labor de la Casa de Velázquez,severamente destruida durante la contienda civil, por lo que sólo a partir de 1946 pudo de nue-vo abrir sus puertas, siendo desde entonces otro centro abierto al campo internacional para laArqueología Española.

Sin embargo, el despegue definitivo de ésta en el siglo XX se va a producir a partir de losaños sesenta, cuando la nueva situación social y económica creada por la estabilización, el turis-mo y la emigración han supuesto quizás la más importante transformación sufrida por la socie-dad española probablemente desde la romanización.

En 1961 ocupa Gratiniano Nieto Gallo la Dirección General de Bellas Artes, acumulan-do la Inspección Nacional de Arqueología. Algunas medidas legislativas anuncian esta nue-va situación, como la creación de la Junta para la Calificación, Valoración y Exportación de

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OBERMAIER

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obras de importancia histórica o artística en 1960 o, en 1961, el Instituto Central de Res-tauración, actual Instituto Español de Patrimonio Cultural. Además, creó la serie Excava-ciones Arqueológicas en España, aunque de nuevo con ello se interrumpían y sustituían seriespreexistentes ya prestigiadas.

En 1968 se produce el nombramiento de Almagro Basch como director del Museo Arqueo-lógico Nacional y como comisario general de Excavaciones, siendo director general de BellasArtes Florentino Pérez Embid, con quien mantenía estrecha amistad y un deseo de eficaciacaracterístico de los «tecnócratas» del tardofranquismo. En 1955, tras ganar la Cátedra de His-toria Primitiva del Hombre, se trasladó a Madrid, donde llevó a cabo la más importante inno-vación de la Arqueología Española en la segunda mitad del siglo XX hasta su jubilación en1981. En su nueva etapa, crea en 1958 el Instituto Español de Prehistoria del Consejo Supe-rior de Investigaciones Científicas y, en 1960, la serie Trabajos de Prehistoria, convertida enrevista en 1969 y que, poco a poco, sustituyó a Ampurias como principal publicación españo-la en su campo.

En 1968 Almagro se hace cargo del Museo Arqueológico Nacional, institución que renue-va y convierte en un centro científico y cultural de referencia internacional y desde ese añohasta 1974 ocupa la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas en las que actualizópresupuestos y gestión, encomendada de nuevo a profesionales, preferentemente de museos,normalizando la publicación de las memorias y dirigida con previsora política a la adqui-sición de yacimientos para su protección, estudio y valoración, como Baelo, Carteia, Numan-cia, Mérida, Mulva, Pollensa, Segóbriga, Tiermes, etc., lo que ha sido clave para el ulteriordesarrollo de la Arqueología de finales de siglo. Paralelamente se crean nuevos museos y serenuevan otros, como Córdoba o Jaén, pasando de ser vetustos almacenes de objetos en vitri-nas a considerarse lugares de esparcimiento social, que deben ser gratos al público que losvisita, y se recuperan los importantes materiales de la Cueva del Castillo depositados enParís desde 1914.

También en 1968 se funda en torno a Emeterio Cuadrado la Asociación Española de Ami-gos de la Arqueología, que venía a llenar un importante vacío social, cada vez más sentido almejorar el nivel de vida y cultura en España, tras el precedente casi centenario de la Socie-dad Española de Excursiones. Por primera vez en muchos años, daba salida al interés por laArqueología a los aficionados de otras profesiones, siendo de destacar el criterio científico desus actividades.

Pero aún más significativo es que en esos años se inician excavaciones en el extranjero, logronunca hasta entonces alcanzado por la Arqueología Española. Almagro en 1946 había organiza-do y publicado la Misión Arqueológica del Sáhara Occidental y, a partir de 1953, bajo la refun-dada Escuela Española en Roma, excava en Liguria y en Gabii. Pero tras la apertura internacio-nal, España inicia por primera vez excavaciones oficiales en el extranjero. A través del ComitéEspañol para el Salvamento de Nubia, dirigido por el ex ministro Alberto Martín Artajo, parti-cipa con gran éxito en la Campaña de Nubia (1959-1966) dirigida por Almagro con la partici-pación de un amplio elenco de arqueólogos españoles que trabajan y estudian en Oriente y

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cuyas publicaciones científicas avalaban su calidad. Prueba del reconocimiento internacional alcan-zado fue la donación del Templo de Debod a España (1966) y la concesión de las excavacionesde Herakleópolis Magna (1966), con las que se inicia la Misión en Egipto que abrió la presenciaespañola en el campo de la Egiptología. Poco después, la Misión en Jordania (1971), actuando enQusayr Amra, Amán y Gerasa, evidenciaba que España se había incorporado plenamente al con-cierto arqueológico internacional finalizando así con casi dos siglos de retraso.

Pero el despegue definitivo de la Arqueología Española actual vendría de la universidad.En 1976 la Prehistoria pasaba a ser una asignatura obligatoria en los planes de estudio y, gra-cias a ello, se consolidaba como estudio universitario. No ocurría lo mismo con la Arqueología,que casi desaparece de los planes de estudio para quedar, finalmente, entre las Ciencias Histo-riográficas. Pero la confirmación de la Prehistoria suponía su dotación en las numerosas uni-versidades surgidas a partir de entonces, de modo que la actividad científica en Arqueologíapasó a la universidad, desbancando a los museos arqueológicos, cada vez más anquilosados yreducidos a cuestiones burocráticas a pesar de ser los únicos profesionales teóricamente espe-cializados en el conocimiento y protección de nuestro rico Patrimonio Arqueológico.

Quedaría por analizar en este amplio lapso de tiempo las preferencias en los campos deinvestigación. El interés por el Paleolítico en los decenios iniciales del siglo hasta la Guerra Civildecayó tras ésta, con excepciones como la escuela dejada por Pericot en Valencia y por los estu-dios de arte rupestre de Ripoll y Beltrán y Francisco Jordá y sus discípulos. Gracias a BlasTaracena y Juan Cabré, los estudios sobre el mundo céltico prosiguieron tras la Guerra Civil,cuando es curioso observar el desarrollo de los estudios célticos y visigodos, igualmente inicia-dos en los años treinta, pero que en los primeros años de la postguerra tuvieron una carga«ideológica» vinculada al régimen de Franco. Igualmente, continuó el interés por el mundo ibé-rico, especialmente en Valencia y Cataluña, hasta que los hallazgos de la Dama de Baza y delas esculturas de Porcuna, revalorizaron el olvidado papel de Andalucía. El mundo griego alcan-zó su mejor momento, pues García y Bellido publica la Hispania Graeca (1948) y Almagro LasNecrópolis de Ampurias (1953). Sin embargo, el hallazgo de la necrópolis fenicia de Almuñé-car (1967), del tesoro de El Carambolo y del monumento de Pozo Moro (1969) descubrieronel papel del mundo fenicio y abrieron el camino a la revalorización de Tartesos. La arqueologíaromana mantuvo siempre el interés, quizás con menos innovaciones, pero con nuevas excava-ciones como Clunia, Mulva o Segóbriga y, a partir de los años 1950, destacan los estudiospaleocristianos, mientras que caía casi en el olvido la arqueología árabe, que sólo reciente-mente ha comenzado a despertar junto a la Arqueología Medieval. Aunque en estas preferenciasde estudio se han visto claras motivaciones ideológicas, evidentes en algún caso, la mayor partede las veces eran consecuencia de hallazgos o circunstancias afortunadas y, en las menos, deauténtica planificación o especialización profesional.

Como resumen de esos largos años que van de la Guerra Civil a la Democracia, el hechomás esencial es que, hacia 1980, los museos, las bibliotecas especializadas y las excavaciones sur-gidas en la España de la postguerra y los profesionales que se ocupaban de ellas prácticamen-te ya no se diferenciaban de sus semejantes de Europa Occidental, aunque sí conviene señalar

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que todavía era baja la proporción de arqueólogos, medios materiales y publicaciones en com-paración con otros países de Europa, así como eran escasas las actuaciones internacionales y eraevidente la falta de conocimiento y relevancia de la bibliografía arqueológica española en el cam-po internacional, aspectos que todavía siguen marcando serias diferencias.

LA ARQUEOLOGÍA ESPAÑOLA EN LA DEMOCRACIA

A partir de 1975 se abre una nueva etapa en la Historia de España, que, una vez más, vaa repercutir en la organización y desarrollo de nuestra Arqueología, aunque por falta de sufi-ciente perspectiva histórica sea más difícil de enjuiciar.

La Constitución de 1978 consagra el Estado de las Autonomías, que supuso una totaldescentralización de la cultura, que pasa a depender de las 17 Comunidades Autónomascon 17 legislaciones diferentes. Junto a este hecho, el segundo elemento determinante es laLey del Patrimonio de 1985 con la consiguiente reorganización administrativa. Esta nue-va situación aproxima la gestión de las excavaciones y museos, antes excesivamente cen-tralizada, pero ha supuesto también una pérdida del necesario control profesional al pasara gestores menos cualificados y más dependientes del poder político, ya que, en la mayorparte de los casos su nombramiento depende de éstos. La consecuencia ha sido la desvin-culación de los museos arqueológicos de las excavaciones, su creciente burocratización yla paulatina postergación del personal de museos y de universidades por la llamada «arqueo-logía de gestión», normalmente desarrollada por equipos menos cualificados e indepen-dientes, lo que en teoría nada tiene que ver con el desarrollo autonómico ni con la reformaadministrativa de 1985. Ejemplos de estos hechos, no admisibles en un estado occidentalmoderno, es la destrucción del Teatro de Sagunto o del Palacio de Cercadilla en Córdoba,la drástica disminución de excavaciones científicas bajo el pretexto de excavaciones de urgen-cia o la pérdida de la capacidad investigadora de los museos, incluido el Museo ArqueológicoNacional, a pesar de que lo exigen sus estatutos. Estos hechos ponen en riesgo la oportunidadhistórica de estos años en los que el desarrollo económico y cultural de España permitiríaalcanzar en Arqueología las cotas no logradas en tiempos anteriores por las circunstanciashistóricas señaladas.

Sin embargo, la situación actual no puede considerarse negativa ni de crisis, sino que másbien presenta un aspecto de claro-oscuro. Frente a la larga crisis de nuestro Museo Arqueoló-gico Nacional, la más importante institución arqueológica de España, otros centros, como elMuseo de Albacete o el Museo de Arte Romano de Mérida pueden considerarse en mejores con-diciones, aunque todos sufran la falta de medios, de capacidad investigadora y una insuficien-te independencia profesional.

Algo parecido cabe decir de la Arqueología autonómica. En general, su desarrollo ha sidopositivo, al crearse servicios de arqueología que se van desarrollando y profesionalizando, aun-que con exceso de burocracia y de dependencia política. En algunos casos, la política naciona-

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lista ha llevado a actuaciones de eficacia más aparente que real, comoel cambio de nombre de la revista Ampurias por Empúries, mientrasperdía el prestigio científico internacional logrado en los años cua-renta y cincuenta, con riesgo de convertirse en una revista local. Peroen general, el aumento de las universidades, a pesar de la masifica-ción de alumnos y de la no siempre adecuada selección del profesora-do a causa de clientelas y endogamia, supone un momento de po-sibilidades sin precedentes en etapas anteriores. Lo mismo cabe decirde la multiplicación de las publicaciones, ya que nunca se ha publica-do tanto ni obras de tanta calidad, aunque no todo sea bueno ni los cri-terios siempre adecuados para rentabilizar los esfuerzos. Pero nuestra bibliografía todavía resul-ta escasa y relativamente poco conocida en el concierto internacional, hecho acentuado por medi-das erróneas como la desaparición de series prestigiadas y necesarias, como ExcavacionesArqueológicas en España, continuación de las Memorias iniciadas en el año 1911, que dejan anuestro país, en un momento de endogamia y localismo que frena las actuales posibilidades dedesarrollo, sin el instrumento imprescindible para publicar trabajos de investigación y excava-ciones por importantes que sean si no ofrecen interés autonómico. Esta actividad ha sido par-cialmente cubierta por la revitalizada Real Academia de la Historia, cuya serie BibliothecaArchaeologica Hispana pretende paliar el vacío señalado, del mismo modo que la convocatoriadel Premio Nacional de Arqueología, recientemente ganado por un arqueólogo novel, demues-tra la calidad de las nuevas generaciones y el deseo de impulsar estos conocimientos.

Este claro-oscuro también afecta a los yacimientos. Algunos como Ampurias, Segóbriga,Medina Azahara y Altamira parecen que alcanzan, no sin altibajos, los cuidados que la socie-dad requiere, pero la citada destrucción del Teatro de Sagunto a fines del siglo XX y el riesgode que algo parecido vaya a ocurrir con el de Cartagena indican que nuestro Patrimonio Arqueo-lógico aún puede sufrir daños irreparables. Además, se deja sentir la falta de planificación asícomo de profesionales independientes que asesoren y permitan optimizar los medios disponi-bles, siempre limitados, pues la dependencia del poder político y las «alianzas personales» con-dicionan muchas actuaciones profesionales.

En estos últimos años es preciso resaltar como fenómeno creciente el éxito logrado por gran-des exposiciones de Arqueología, a semejanza de lo que ocurre en el resto de Occidente. Basterecordar temas como el Origen del Hombre, Tartessos, Los Iberos, Hispania como legado deRoma, Al-Andalus o Celtas y Vettones, que evidencian la creciente proyección social de la Arqueo-logía, como tendencia imparable de la sociedad de bienestar. A ello contribuye el que la Arqueo-logía Española, a pesar de sus carencias metodológicas, es una de las más ricas y variadas deEuropa, por no decir del mundo. Pocos países poseen un yacimiento como Atapuerca, o cuevascomo Altamira, abrigos de Arte Rupestre Levantino, culturas como Tartessos y el mundo ibé-rico, grandes monumentos romanos y alguno de los más impresionantes de todo el mundo islá-mico, como Medina Azahara o la Alhambra. Es un gran legado, pero también una responsabi-lidad de la que no siempre se es consciente ni se sabe abordar con acierto.

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MELIDA

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Pero desde los años del desarrollo, es la universidad la que lidera los estudios arqueológi-cos. El cambio político coincidió con un profundo cambio generacional acentuado por la refor-ma universitaria que ha supuesto la desaparición del excesivo poder de los «maestros» de anta-ño, algo en principio positivo, pero también la necesidad de numeroso profesorado, incorpora-do no siempre con suficiente trayectoria curricular en comparación con los países de nuestroentorno. Este hecho, unido a la falta de medios y al lógico deseo de destacar cuanto antes, haconducido a la moda de valorar más las posturas teóricas que las aportaciones reales a la Arqueo-logía. En ello se refleja cierto influjo de la Arqueología anglosajona que ha sustituido como mode-lo a la francesa y la alemana, previamente imperantes. Pero en este proceso, nuevo en la Histo-ria de nuestra Arqueología y más exacerbado que en países de nuestro entorno, han pesado otrosfactores no siempre evidentes, como la falta de medios ante el creciente costo de las excavacio-nes e investigaciones, que lleva a «preferir» la prospección sobre la excavación, la teoría sobrelos costosos y pesados análisis de materiales, aunque también se han valorado otros campos antesapenas tocados, como la historiografía o el estudio de la sociedad y de la ideología, que no requie-ren tantos medios económicos.

Para terminar, conviene llamar la atención sobre los nuevos descubrimientos producidos enestos últimos años. El impresionante palacio de Materno, allegado del emperador Teodosio, enCarranque (Toledo), los castros y campamentos de las Guerras Cántabras, recientemente iden-tificados en los montes de esa región o los hallazgos de homínidos de Atapuerca, por todos cono-cidos, constituyen el premio al buen hacer y a la profesionalidad de la actual Arqueologíaespañola.

Pero sólo complejos equipos interdisciplinares y años de investigaciones coordinadas per-miten, tras una rigurosa excavación, dar a conocer y publicar los resultados, lo que exige unsoporte continuado ausente en la mayoría de los casos. Por ello, la concesión del Premio Prínci-pe de Asturias al equipo de Atapuerca confirma el interés que la Arqueología despierta cada díamás en una sociedad moderna como la de la España actual y parece augurar un prósperofuturo.

PERSPECTIVAS DE FUTURO

A la hora de trazar uno esbozo de la Arqueología del siglo XXI se pueden apuntar variasideas, que ya debieran ser presente, pero que es de esperar que sean operativas en un futuropróximo.

La tarea más urgente y necesaria es una labor impulsora y, en su caso subsidiaria, delMinisterio de Educación y Cultura en la dotación de los medios interdisciplinares que requiereuna Arqueología científica actual, no del pasado. Es imprescindible crear un centro no burocra-tizado que coordine laboratorios de C-14, de dendrocronología y de análisis de restos orgánicosy de otros materiales, sistemas de prospección, de fotografía aérea y de teledetección por satélite,etc. Ello es una exigencia para esta Ciencia cuya metodología está más cerca de la criminología

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que de las ciencias históricas, pues sin estas técnicas hoy rutinarias no se puede desarrollar en laactualidad una Arqueología científica, ni se puede depender para ello, como hasta ahora ocu-rre, de las amistades y contactos personales del arqueólogo.

También es necesario avanzar en la aportación de la Arqueología al desarrollo sostenido,pero sin caer en falsas expectativas ni en improvisaciones. Las cuantiosas inversiones que requie-re el montaje de un pequeño museo local, por no decir un «parque arqueológico» de ámbitointernacional exigen estudios serios. En este sentido, cada vez se requiere un trabajo más rigu-roso para integrar la Arqueología en la planificación territorial, no sólo para salvar los yaci-mientos, sino su paisaje, algo imprescindible para su valoración y para contribuir a la calidadde vida cada vez más exigida por nuestra sociedad. También queda pendiente para un futuropróximo la aproximación de la Arqueología a la cultura de masas. La popularidad que goza laArqueología dista de su presencia proporcional en medios de difusión cultural como la pren-sa o la TV, al margen de noticias alarmistas o pintorescas o a reportajes de interés minorita-rio. Arqueología, naturaleza, cultura y viaje de placer son elementos que se potencian mutua-mente y que se valoran cada día más en nuestra sociedad. Igualmente, estamos muy al iniciodel voluntariado cultural, que permitiría el disfrute activo de la Arqueología a capas de pobla-ción cada vez más amplias e interesadas en ella, al mismo tiempo que contribuiría a su mejorestudio y difusión.

Y para finalizar y como resumen de esta rápida visión de la Arqueología española en elsiglo XX, es preciso comprobar con optimismo cuánto se ha avanzado en un siglo y ello a pesarde situaciones históricas muy difíciles y de los errores cometidos. Pero conviene tener pre-sente que los restos arqueológicos no son sólo un objeto de curiosidad o un medio de ampliarla oferta turística, sino un rico Patrimonio Cultural cada vez más valorado, que pertenece anosotros y a toda la humanidad, presente y futura, pues ilustra nuestra memoria histórica y,en consecuencia, el conocimiento de nosotros mismos, necesario para avanzar con decisióny acierto hacia el futuro.

Esa debe ser la tarea de la Arqueología en este siglo XXI que acabamos de iniciar.

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Un siglo de música en la Real Academia

de Bellas Artes de San Fernando

ANTONIO GALLEGO

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A gradezco muy vivamente a los organizadores de este ciclo, Memoria académica de un siglo,y especialmente, a don Vicente Palacio Atard, su coordinador, la gentil invitación para

hablarles de un siglo de música española a través del «papel representado en ella» por la RealAcademia de San Fernando. Cuestión muy compleja para ser tratada en tan breve tiempo, porlo que sólo podré señalar lo que a mi juicio son los hechos más relevantes, apoyándome, funda-mentalmente, en los imprescindibles ensayos de José Subirá publicados en la revista Academiay luego reunidos póstumamente en el libro La música en la Academia. Historia de una sección(Madrid, 1980), continuado hace poco por Antonio Iglesias (Madrid, 1998) para hacer la cró-nica de los 24 años siguientes, de 1974 a 1998.

La Sección de Música es la más joven de la Academia de San Fernando. La Academia, fun-dada en 1744, echó a andar en 1752 y es la tercera de las que crearon los Borbones a lo largodel siglo XVIII (tras la Española y la de la Historia); pero la Música se incorporó a las restantes«Bellas» o «Nobles» Artes (Pintura, Escultura y Arquitectura) por un decreto de la Primera Repú-blica firmado por don Estanislao Figueras el 10 de mayo de 1873. De los doce primeros acadé-micos músicos nombrados por el Gobierno el 30 del mismo mes y año, ya sólo quedaban dos acomienzos del siglo XX. Muy pronto, en 1874, había fallecido Antonio María Segovia; en 1878el que había sido primer patriarca de la sección, don Hilarión Eslava; cuatro murieron en losaños ochenta: Juan María Guelbenzu y Antonio Romero y Andía en 1886, Rafael Hernando en1888 y Baltasar Saldoni en 1889; y otros cuatro en los noventa: José Incenga en 1891 y —ver-dadero año horrible para la Sección y para la música española— Emilio Arrieta, Francisco Asen-jo Barbieri y el director de orquesta Mariano Vásquez, en 1894. Sólo quedaban, de aquellos doceprimeros, el violinista y profesor Jesús de Monasterio; y el miembro de la Real Capilla Valentínde Zubiaurre. Mientras que don Jesús, ya muy viejecito, apenas intervenía en las sesiones y mori-ría en 1903, Zubiaurre, que moriría en 1914, aún está muy activo y le vemos presidir la Sec-ción y, accidentalmente, la Academia, como miembro más antiguo, en las actas que nos relatanel primer hecho musical importante que quiero resaltar (entre otras cosas, porque Subirá, tanminucioso a veces, lo menciona como de pasada). Me refiero al Concurso de obras musicalesabierto por la Academia el 5 de julio de 1904 «respondiendo a los altos fines de su instituto»,«iniciativa nacida en nobles entusiasmos por el arte nacional» que había encontrado «eco sim-pático, aprobación y valioso apoyo en S.M. el Rey (q.D.g.) y en la Real familia».

He resaltado este apoyo de la Monarquía porque se acoge al mismo objetivo del decretodel Gobierno de la República que había creado la Sección de Música más de un cuarto de sigloantes: «España es una de las naciones mejor dotadas por la naturaleza para el cultivo de la músi-ca, y el pueblo español es digno de que su arte musical alcance la protección de que otras artesmás afortunadas disfrutan».

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Ahora, a comienzos del nuevo siglo, es la Familia real la que abre sus bolsillos para con-cretar el «eco simpático»: 1.500 pesetas el Rey, 1.000 la Reina, 750 los Príncipes de Asturias,500 la Infanta Isabel, otras tantas la casa Dotesio, 250 el marqués de Tovar y 1.000 pesetas lapropia Academia. Con estas 5.500 pesetas se abrió un concurso público de siete premios: 2.500pesetas a una ópera española en un acto; 1.000 a una composición orquestal inspirada en can-tos, tonadas o bailes españoles; otras 1.000 a una colección de cantos y bailes populares de lasprovincias de Valladolid, Palencia, Soria, Segovia, Ávila, Salamanca y Zamora («atendiendo aque, en general, los cantos y bailes de estas provincias son los menos conocidos de España, ycuyas colecciones no figuran completas»); 500 pesetas a un canto patriótico militar y 250 acada uno de tres cantos escolares («uno patriótico, otro religioso y otro de carácter moral»).

He detallado todas estas minucias porque ejemplifican de manera irrebatible lo que laAcademia «noventayochista» pensaba que había que hacer para proteger el arte nacional, en unclima claramente «nacionalista» y en el que faltaba, en paralelo a la investigación de nuestro fol-klore, un programa de investigación del pasado musical español culto, precisamente donde laAcademia del XIX había conseguido en 1890 uno de sus triunfos más clamorosos: me refiero,claro es, a la importantísima edición académica del Cancionero Musical de los siglos XV y XVI,muy pronto conocido como «Cancionero de Palacio» e incluso como «Cancionero Barbieri», enreconocimiento a su ilustre editor.

La importancia del Concurso de 1904 fue resaltada por el esmero que la Sección de Músi-ca puso en su resolución: «Se reúnen (estamos ya en el 31 de octubre de 1905) en el Conserva-torio de Música y Declamación por la necesidad imperiosa e ineludible de disponer de un pia-no para las audiciones de las obras y no contar con este indispensable instrumento musical enel local de la Academia» (acta de la sesión del 30 de octubre). Y se prometen no extremar el rigorpor no desalentar a los músicos «para asistir a los futuros y más importantes concursos que estaSección se propone llevar a cabo», así como por la modestia de los premios ofrecida en la oca-sión presente. En esta sesión del 31 de octubre se falla el concurso de investigación folklóricapremiando la única obra presentada, y el de los cantos, el militar y los escolares. Y el 2 de noviem-bre se elige, entre las 12 obras presentadas al premio sinfónico, dárselo a la del lema «A mi tie-rra» y proponer, ya que no un segundo premio, un accésit a la de lema «Euclides y Pitágoras».Ya en el asunto de la ópera, se concedió a la de lema «San Fernando», proponiendo distincionespara otras dos. A la premiada se la consideró «obra notable... y que revela a un artista de méri-to, de inspiración poco común y profundo conocedor de la técnica musical». Aprobado el dic-tamen de la Sección de Música redactado en la sesión de 13 de noviembre por el pleno de la Aca-demia celebrado ese mismo día, se procedió a la apertura de los pliegos: la ópera, de título Lavida breve, es de don Carlos Fernández Shaw, el libreto y la música de don Manuel María deFalla; la composición orquestal, de don Bartolomé Pérez Casas; y la colección de cantos y bai-les, el Cancionero salmantino de don Dámaso Ledesma, que se editaría en Madrid dos añosmás tarde. En la sesión siguiente del lunes 20 de noviembre se procedió a la apertura de los plie-gos de las obras con mención, por lo que sabemos que fueron finalistas del concurso operísticolas obras escritas por Rafael García Valdés (libreto) y Facundo de la Viña (música), y Manuel

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Viana (libreto) y Luis Espinosa de los Monteros (música), y en el con-curso orquestal, una obra de Vicente Arregui.

Resulta muy curioso que en los listados de asistencias en las actasde las sesiones citadas no aparezca, junto a los compositores Zubiau-rre, Bretón, Emilio Serrano, Fernández Caballero o Fernández Grajal,el nombre de quien más satisfecho debió quedar con el resultado,además de Falla: el de su maestro Felipe Pedrell, académico desde 1895y hasta 1909, año en que la Academia le dio de alta como numerariopor volver a residir en Barcelona y le nombró académico honorario.Ésta será una de las causas de que, años después, Manuel de Falla,que debe a la Academia su primera obra de valía —la primera ópera española que ha entradoen el repertorio—, tenga muchos escrúpulos a la hora de ser elegido para suceder en 1929 adon Manuel Manrique de Lara y luego, ya elegido y barajando siempre el nombre de Pedrellcomo tema de su futuro discurso de ingreso, termine por renunciar a su plaza en 1935, suce-diéndole Joaquín Turina recién terminada la Guerra Civil.

Otra de las causas por las que el primer compositor español del siglo XX no pasó de seracadémico electo estribó en que juzgó que la Academia había tenido una actitud tibia y resig-nada ante la actitud del Teatro Real rechazando el estreno de La vida breve y propiciando conello la «huida» de Falla a París: Cuando por fin se estrena la obra, primero en Niza (1913) yluego en la Ópera Cómica parisiense, la Academia se entera por boca de Tomás Bretón, perola obra había sido estrenada con libreto en francés; sería escuchada al fin en español, pero enel Teatro de la Zarzuela. (No ha subido al Real hasta que en 1997 se inauguró tras la costosí-sima reconstrucción).

Estos hechos son verdaderos, pero no son toda la verdad. La Academia quedó muy preo-cupada —en contra de lo que Falla pensó toda su vida— por no haber podido hacer escucharlas obras premiadas, «lo que constituía, más que una ambición legítima, un complemento nece-sario del concurso en cuestión, y, con ponencia de Cecilio de Roda, la Sección de Música hizoaprobar a la Academia una «Moción solicitando un crédito permanente de 25.000 pesetas anua-les destinadas a protección del Arte musical», que fue presentada a la superioridad en 26 denoviembre de 1906 y luego publicada en el Boletín de la Academia en uno de los primeros núme-ros de su segunda época (I, 4, 31-XII-1907, pp. 145-152). Como la moción se basa en un infor-me con cifras, es un precioso documento sociológico del estado de la música española a comien-zos de siglo. La moción, ni que decir tiene, no prosperó.

Otro proyecto que pudo tener repercusión y se quedó también en agua de borrajas fue eldel homenaje que la Academia quiso rendir en los años veinte al que había sido gran figura dela Sección de Música con ocasión del primer centenario de su nacimiento en 1823. Como es biensabido, Barbieri atesoró una gran colección de libros sobre música y una ingente cantidad depapeles manuscritos, joya de nuestra Biblioteca Nacional. Pues bien, la Academia, conocedoradel proyecto de Eduardo Martínez Torner para publicar una buena selección de los mismos, aco-gió la idea «para honrar la memoria» de Barbieri. Es penoso seguir el proceso durante años,

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MAVUEL DE FALLA

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incluso en colaboración con la Real Academia Española, de la que Barbieri había sido ilustremiembro y, si no me equivoco, el único músico en aquel ilustre senado. Al final todo se lo llevóla trampa y hemos tenido que esperar medio siglo largo para disponer de aquellos tesoros,aunque en edición francamente chapucera.

* * *

Cuando la Academia comenzó a hablar del nonato proyecto Barbieri, en 1923, moría el quefue alma de la sección de música en el primer cuarto del siglo XX: don Tomás Bretón, el inmor-tal autor de La verbena de la Paloma e incansable luchador por la ópera nacional. Con él desa-parecería una generación de compositores que habían tenido sus mejores éxitos en el siglo XIX.Voy ahora a referirme a los compositores inequívocamente del siglo XX que han pertenecido ala Academia y también, claro es, a los que no. Con una advertencia previa. En el resto de las sec-ciones académicas, las plazas de creadores son más numerosas que en la Sección de Música,que reparte desde sus inicios las ocho medallas de artistas músicos entre compositores e intér-pretes, dejando las cuatro restantes para musicólogos, críticos o mecenas filarmónicos.

El primero de los compositores inequívocamente del siglo XX que es elegido en la Acade-mia fue, en 1929, Manuel de Falla, y ya vimos con qué resultado. De la que hoy denominamos«Generación de los Maestros» accederán a la Academia Conrado del Campo en 1931 (ingresóen 1932), Joaquín Turina en 1935 (ingresó en 1939), Jesús Guridi en 1945 (ingresó en 1947)y Julio Gómez en 1953 (ingresó en 1955). Realmente son los más importantes de los que resi-dían en Madrid, a los que hay que añadir a Federico Moreno Torroba en 1934, ingresando en1935. Le he dejado para el final no sólo porque es el más joven de los nombrados, sino para resal-tar que es el único de la última hornada de compositores de zarzuela que llegó, y bien tempra-no, a la Academia, de la que fue incluso director. No fueron académicos, por ejemplo, José Serra-no, Francisco Alonso o Pablo Sorozábal, y eso es lo que más diferencia esta primera Academiadel siglo XX en comparación con la del siglo XIX, donde abundaron los zarzuelistas.

Aunque pueden y deban echarse en falta otros nombres de la Generación de los Maestros queno fueron numerarios (sí hubo Académicos correspondientes, como Federico Mompou en Barce-lona, José María Usandizaga en Guipúzcoa, el P. Donostia en San Sebastián o Eduardo López-Chávarri y Manuel Palau en Valencia...), el gran cataclismo de la Guerra Civil y el posterior exi-lio rompe también en la Academia, y brutalmente, el pacífico sucederse de las generaciones. Así,la llamada Generación del 27 —paralela a la generación literaria, con la que mantuvo magnífi-cas relaciones— y también conocida como Generación de la República, quedó literalmente exclui-da de la Academia con tres excepciones: Joaquín Rodrigo, que no participó en los grupos que seorganizaron por doquier, pero que cronológicamente pertenece a ella, fue elegido en 1950 e ingre-só en 1951, habiendo sido en los últimos años el decano de la casa; José Muñoz Molleda, tambiénen órbita distinta, fue elegido en 1961, ingresando al año siguiente; y Ernesto Halffter, elegido en1972 para ingresar al año siguiente. Añadamos a Antonio José Martínez Palacios, que era corres-pondiente en Burgos cuando le asesinaron los nacionales en 1936, Fernando Remacha que lo sería

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después en Navarra, Vicente Asencio en Valencia, y poco más. Duele mucho saber las causas delnulo contacto con la Academia del resto del grupo de Madrid: Rodolfo Halffter, que se exilió enMéxico; Julián Bautista, en la Argentina; Salvador Bacarisse, en Francia; Gustavo Pittaluga... O losdel grupo catalán, gentes tan valiosas como Roberto Gerhard, que vivió y murió en Inglaterra, oEduardo Toldrá, que permaneció en Barcelona. De todos modos, debo mencionar que en 1984,coincidiendo con sus frecuentes venidas a España, se nombró Académico honorario a RodolfoHalffter. ¡Qué menos!

Tampoco la Academia ha sido muy generosa con la generación siguiente, la de la postgue-rra o, en términos de Historia de la Música, la de los independientes que hicieron la transicióna las nuevas vanguardias de los años cincuenta: apenas si encontramos el nombre de XavierMontsalvatge, correspondiente en 1976 y honorario en 1997, aunque si tuviéramos pacienciapodríamos disimular este hecho recolectando una mísera cosecha de académicos correspon-dientes en lejanas provincias; es decir, casi nada.

Sí ha sido generosa, en cambio, con la denominada «Generación de 1951», la que en losaños cincuenta comenzó a estrenar sus primeras obras y tuvo que apechar con la puesta al díade la música española, tendiendo puentes con Europa y con las nuevas corrientes vanguar-distas surgidas en la postguerra europea. El principal favorecido ha sido el autodenominado«Grupo Nueva Música», fundado en Madrid en 1958, y que ocupa en la actualidad cuatro delas seis medallas de compositores académicos. El primero que accedió fue el turolense AntónGarcía Abril, en 1982, ingresando en 1983; año en el que es elegido el madrileño CristóbalHalffter, que ingresa en el mismo año; luego le tocaría el turno al bilbaíno Luis de Pablo, ele-gido en 1989, año en que ingresa. Carmelo Alonso Bernaola no salió en la foto famosa, peroha seguido toda su carrera en paralelo con este grupo, y fue elegido en 1990, ingresandotres años más tarde. Sí estaba en la foto, pero no tanto como compositor —aunque componía,y muy bien— sino como pianista (o al menos esa es la carrera principal que ha seguido lue-go), y como tal ha ingresado en la Academia en 1998, el profesor Manuel Carra. Y faltaba elredactor del manifiesto de 1958, el madrileño Ramón Barce, por lo que podríamos repetir aho-ra aquello de «el mejor bailaor, sin castañuelas». Pero esa falta ha quedado ya subsanada por-que Barce fue elegido académico el año pasado —es decir, todavía dentro del siglo XX, térmi-no temporal de nuestra disertación— aunque pasará a la pequeña historia de la Academiacomo el primero en ingresar ya en el siglo XXI: lo hizo el domingo pasado y a su hermoso dis-curso titulado Naturaleza, símbolo y sonido tuve el honor y la satisfacción de contestarle ennombre de la Academia.

Dentro de esta Generación del 51 o del medio siglo, ahora en lo alto de la ola pero ya ase-diada por hasta tres nuevas oleadas de compositores tan ávidos de ocupar su puesto como elloslo estuvieron en los años cincuenta respecto a sus predecesores, hemos de mencionar a algu-nos otros excelentes compositores que —casi siempre por no residir en Madrid, aunque hacetiempo que los Estatutos y Reglamento vigentes no hacen obligatoria esa residencia— se hanconformado con ser Académicos correspondientes. Así, Miguel Alonso, por Madrid, Manuel Cas-tillo por Sevilla o Juan Alfonso García por Granada, etc.

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Pero no queda ahí todo. El asalto de las nuevas generaciones ya ha comenzado, aunque haquedado de momento disimulado porque el académico-compositor más joven (me refiero almadrileño Tomás Marco, nacido como yo en 1942), que fue elegido e ingresó en 1993, es des-de hace muchos años una especie de «hermano menor» de los académicos antes mencionados.Pero soy testigo de haber escuchado ya, en las deliberaciones de las últimas vacantes, algunosnombres, y muy firmes, de la misma oleada generacional que Marco, e incluso alguno que rozaya la siguiente: Son, sin duda, los académicos del futuro.

* * *

Habrán notado ustedes tal vez que he hablado mucho de músicos, pero apenas casi nada demúsicas, salvo en el caso de la ópera de Falla y Fernández-Shaw La vida breve, premiada porla Academia en 1905. Pero hay otras muchas músicas ligadas a la Academia, y no sólo las quesus académicos intérpretes han paseado por todo el mundo. No me resisto a mencionar a algu-nos de ellos porque el listado completo sería tal vez abusivo. En todo caso, es un orgullo perte-necer a una corporación que ha tenido y tiene numerarios de la categoría de los violinistas Monas-terio, Fernández Bordas, o Agustín León Ara; violonchelistas como Juan Antonio Ruiz Casaux,o, antes, nada menos que Pablo Casals como honorario; pianistas como Guelbenzu, Tragó (elmaestro de Falla), Cubiles, Leopoldo Querol, Joaquín Soriano, Manuel Carra (numerarios) oAlicia de Larrocha (honoraria); guitarristas como Regino Sainz de la Maza, Andrés Segovia oNarciso Yepes; arpistas como Nicanor Zabaleta; directores de orquesta como Mariano Váz-quez, Fernández Arbós, Bartolomé Pérez Casas, Ataúlfo Argenta (aunque sólo electo por su trá-gica muerte) o Rafael Frühbeck de Burgos; y cantantes como Teresa Berganza o Victoria de losÁngeles, numeraria y honoraria, respectivamente.

Y, ya en mi profesión de musicólogo, tampoco es de ignorar el íntimo gozo que suponepertenecer a una institución de la que han sido miembros, además de don Hilarión Eslava(Lira sacro hispana), Saldoni (Diccionario de efemérides), Incenga (Ecos de España) o Bar-bieri (Cancionero de Palacio) en el XIX, a investigadores como Pedrell, Cecilio de Roda, Anglés,Subirá, Sopeña y, ya en nuestros días, Ismael Fernández de la Cuesta... Un capítulo muy exten-so de la bibliografía fundamental de nuestra Historia de la Música ha sido escrito y, si haysalud y suerte, seguirá siendo escrito por musicólogos académicos. Y por supuesto, muchasmúsicas españolas han vuelto a escucharse gracias a esas investigaciones. Además, claro está,del muy importante reguero de reflexiones teóricas que todos los académicos músicos hanido dejando en la ya muy impresionante serie de sus discursos de ingreso y —en menor medi-da— en las páginas de nuestra ya centenaria revista, cuestión que ahora no puedo nada másque mencionar.

Pero antes me refería a las músicas concretas que habían surgido o habían sido creadas enactos académicos. No sé muy bien cuándo empezó, pero estoy seguro que el modelo fue la gene-rosa entrega de un cuadro o una escultura que los académicos pintores y escultores donan parael Museo de la Academia en el momento de su ingreso. ¿Por qué no iban a hacer lo mismo los músi-

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cos? Y así, desde las Cinco Sonatas de Castilla con Tocata a modo depregón que Joaquín Rodrigo interpretó al piano en el acto de su ingre-so como académico el 18 de noviembre de 1951, a la Sonata n.º 2 parapiano que Eulalia Solé interpretó el domingo día 21 de enero de 2001en el acto de recepción de su autor, Ramón Barce, hay una interesantelista de obras académicas que merecen estudio aparte.

Pero no quiero terminar sin la alusión a un importante libro deMúsica que la Academia encargó, e hizo interpretar el 27 de mayo de1996 y luego editar ese mismo año como contribución de la Secciónde Música al CCL aniversario de la creación de la Academia: enton-ces se estrenaron Espacios no simultáneos, para 2 pianos, de Cristó-bal Halffter; Tres poéticas de la mar, para voz y piano sobre poemas de Cernuda, Alberti y Gar-cía Lorca, de Antón García Abril; Exvoto, para violín y viola, de Luis de Pablo (autor, por cier-to, de la marcha para órgano que se utiliza en las entradas académicas de toma de posesión);Página para violín solo, de Carmelo Bernaola; e Itinerario del éxtasis, para órgano, de TomásMarco. (No pudo participar, por razones de salud, el entonces decano Joaquín Rodrigo).

Y no termina aquí el asunto. Permítanme decirles que, con motivo del 125 aniversario dela creación de la Sección de Música en 1873, la Academia abrió un concurso de obras sinfóni-cas que ganó el joven compositor aragonés Víctor Rebullida, obra que ha estado en los atrilesde la ONE en sus conciertos del viernes-sábado y domingo pasados. Lo que ha fundamentado,junto al ingreso de Barce y las notorias actividades de todos los miembros de la sección (en estemomento, 15: los doce estatutarios más tres plazas de las llamadas «paralelas»), que un impor-tante crítico musical, no muy fácil para el halago, por cierto, haya publicado una «columna» enel ABC que termina así: «Su Sección de Música funciona, se mueve, suena». (José Luis Garcíadel Busto, «Suena la Academia», en ABC, Madrid, 19-I-2001, p. 76.)

En resumen, podemos afirmar que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, enlo que a su sección de Música concierne, ha sido en el siglo XX un fiel reflejo de lo que la músi-ca española ha ido mostrando a lo largo de los años; cuando la sociedad española se empeñó enlucha fratricida y se dividió en dos bandos, la Academia acusó el golpe y sus listas de composi-tores presentan un bache abrumador; cuando esta misma sociedad (finalizada no ya la guerra,sino la consecuencia directa que fue la dictadura franquista) comenzó a caminar por los sen-deros de la democracia, también fue la hora de que la Academia acogiera a los «revoluciona-rios» de los años cincuenta y sesenta (a los que el régimen anterior, por cierto, ya había comen-zado a halagar y premiar). La conclusión que podemos extraer es, creo, la siguiente: las Aca-demias no se desarrollan en un Olimpo más o menos imaginario, sino en el sólido terreno de lasociedad a la que pertenecen y a la que, en definitiva, representan y contribuyen o debierancontribuir a mejorar.

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JOAQUÍN RODRIGO VIDRE

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La Arquitectura, la Historia y laCrítica del Arte en la Real Academia

de Bellas Artes de San Fernando

ANTONIO BONET CORREA

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L as Academias fueron creadas en Europa durante la Edad Moderna con el fin de fomentarel estudio de las Ciencias, las Letras y las Artes. Sin ellas no se comprende el esplendor

alcanzado por la cultura desde el Renacimiento hasta los albores de la Edad Contemporánea.Sociedades de «bellos espíritus», de virtuosos profesionales,su papel fue fundamental en el desa-rrollo social e intelectual de Occidente. En el siglo XVIII, «el siglo de las luces», las Academiassirvieron para el intercambio y la comunicación de las ideas, de los descubrimientos científicosy las corrientes estéticas consideradas más correctas. De esta manera, la fundación, en 1744, ypuesta en funcionamiento, en 1752, de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando supu-so un cambio radical en la vida artística de la corte madrileña que luego irradió en toda la Penín-sula. Nacida de la política ilustrada de los Borbones, en el momento en que se estaba constru-yendo el Palacio Real Nuevo de Madrid, la Academia de San Fernando, con su labor pedagógi-ca al formar arquitectos, escultores y pintores educados en las normas del clasicismo académi-co entonces imperante en Europa, asestó un rudo golpe al barroco castizo, con gran acepta-ción popular en España. El arte cosmopolita y refinado de índole cortesano acabó imponiéndosegracias a la acción didascálica y a los modelos dictados por una corporación profesional inves-tida con el carácter de ser la única detentora del «buen gusto».

En el siglo XIX todas las Academias y en especial la de Nobles Artes, que pasó a llamarsede Bellas Artes, sufrieron cambios esenciales. Con el Romanticismo y la exaltación del «yo» ydel artista como «genio» se llegó a cuestionar y poner en duda el papel rector que hastaentonces habían ejercido las Academias. La validez y la autoridad estética de las enseñanzasimpartidas por los profesores de San Fernando, fueron motivo de duras críticas hasta el pun-to de que fuesen suprimidas las pruebas y los exámenes que se exigían a los alumnos para obte-ner los títulos profesionales de las distintas artes. Pero este utópico vendaval de rebeldía no pasóa mayores. Cuando entre 1844 y 1857 se llevó a cabo la Reforma de la Enseñanza de formaque se crearon la Escuela Técnica Superior de Arquitectura y la Escuela Especial de BellasArtes, dependientes del Ministerio de Fomento, la Academia perdió todo el control pedagó-gico de los alumnos para convertirse en una corporación de artistas ilustres y consagrados.El liberalismo moderno, sin embargo, no aminoró la autoridad moral y el prestigio social dela Academia que, a partir de esa fecha, sólo tuvo como tareas la inspección y vigilancia de laComisión de Monumentos y la tutela y custodia del buen gusto a través de los jurados de lasExposiciones Nacionales.

Papel muy importante para la formación de los futuros arquitectos y artistas fue, en 1873,la constitución de la Academia de España en Roma. Instalada en parte del antiguo conventofranciscano de San Pietro in Montorio, permitió a los jóvenes más distinguidos por sus buenascalificaciones obtener una pensión para trabajar en la Ciudad Eterna. Dependiente de la Real

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Academia de San Fernando hasta nuestros días, en los cuales ha pasado a ser regentada por elMinisterio de Asuntos Exteriores, la Academia de España en Roma ha sido un vivero de artis-tas y actualmente de historiadores del arte y estudiosos de la estética. Como veremos a ella sedebe que las influencias foráneas fuesen asimiladas por los pensionados, más tarde profesiona-les, que desempeñaron un papel de pioneros en el medio artístico español de su época.

Al finalizar el siglo XX y tener que hacer el balance de esta centuria es obligado reflexio-nar acerca de lo que ha significado la Real Academia de San Fernando durante un período atal punto importante que como uno de sus momentos culminantes se le ha denominado la «Edadde Plata» de la cultura española. El siglo XX ha sido una etapa de cambio y ruptura, por un lado,y una prolongación, por otro, de lo que el siglo XIX tuvo de novedoso, respecto a la tradicióntodavía latente del Antiguo Régimen. En el siglo XX el hecho más trascendental fue el nacimientode las vanguardias, el querer hacer tábula rasa de un pasado que se consideraba obsoleto e inope-rante, el intentar sustituir a la tradición por la creación de un arte nuevo, el inventar un nove-doso repertorio, formal y lingüístico sin estrenar. Pero, como se sabe, fueron dos los períodos enlos cuales pudo explayarse la vanguardia. El primero fue el de las vanguardias históricas en losaños veinte-treinta. El segundo el de los años cincuenta-sesenta, tras la interrupción de la Gue-rra Civil que supuso, con el triunfo de los tradicionalistas e historicistas, la suspensión delespíritu innovador de las vanguardias. En la posguerra las corrientes contrarias al arte del lla-mado «movimiento moderno» se opusieron a todo lo que los artistas «íntegros» y en el fondo«románticos» de las vanguardias habían propugnado. Para ello, se ampararon en el falso con-cepto de lo académico, de forma que contribuyeron al menosprecio que las generaciones másjóvenes tuvieron de la corporación, lo que dio como resultado en los años cincuenta-sesenta unnuevo resurgimiento de las vanguardias.

LA ARQUITECTURA

La Arquitectura en tanto que arte de edificar, basado en el diseño, ocupó siempre un pues-to de primacía en la Academia. Convertida la construcción en una profesión liberal, diferente dela Ingeniería, en el siglo XIX las tendencias historicistas y eclécticas decimonónicas hicieron quese acentuase el lado artístico de los arquitectos más preocupados de las cuestiones estilísticasque de las estructurales. A principios del siglo XX los arquitectos que ostentaban las medallasde San Fernando eran figuras de primer orden como Mélida, Repullés y Vargas, Adaro, Veláz-quez Bosco o Lampérez y Romea. Los edificios monumentales, levantados en la Restauración yque habían dado a Madrid la categoría de una corte monárquica digna de pertenecer al con-cierto de las capitales europeas, era obra de estos concienzudos profesionales que habían cul-minado su carrera con el honor de ser nombrados académicos de número. Alguno, como es elcaso de Eduardo Adaro, el autor del armonioso edificio del Banco de España en la esquina dela plaza de Cibeles con el paseo del Prado y la calle de Alcalá, no pasó de ser electo, ya que murióen 1906 antes de pronunciar su discurso de recepción en la Academia. Los «demás» conocieron

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las mieles del reconocimiento social cuando ya sus obras eran histo-ria, pues soplaban nuevos vientos renovadores, que con anterioridada las vanguardias y al racionalismo edificatorio iban a dar nuevo lus-tre a Madrid y a la arquitectura más moderna.

En el primer tercio del siglo XX se operó en Madrid una profun-da transformación arquitectónica y urbanística que determinó el futu-ro inmediato de la ciudad. La capital monárquica, que con la Restau-ración conoció un notable embellecimiento, de repente dio un paso ade-lante. La apertura de la Gran Vía y la construcción del Metro revita-lizaron el centro y corazón de la ciudad. La construcción de grandesedificios públicos, como el Palacio Central de Correos, de sedes socia-les como el Casino de Madrid o la Gran Peña, de hoteles de primera categoría como el Palace oel Ritz, de Bancos, compañías de Seguros, grandes almacenes y cinematógrafos monumentaleshicieron que la ciudad, que de repente había crecido para arriba, adquiriese una nueva escala.El centro urbano parecía tener un aire «americano», una grandeza hasta entonces desconoci-da. Con la construcción de la Ciudad Universitaria y la prolongación de la Castellana se rom-pieron los límites hasta entonces acotados de la expansión urbana. La arquitectura contribuíapoderosísimamente a la mutación de la ciudad. Los edificios, primero influidos por el secesio-nismo vienés y después por el movimiento moderno —expresionista y racionalista— hicieronque Madrid perdiese su aspecto entre vetusto y provinciano. La capital pasó entonces de corte,todavía con aire decimonónico, a ser una moderna metrópoli, en espera del boom de la edifi-cación que desde los años sesenta hasta nuestros días no ha cesado.

La Academia no se ha sentido ajena a la evolución de la ciudad. Los arquitectos que traza-ron la Gran Vía y que construyeron gran parte de sus edificios como José López Sallaberry osu yerno, Teodoro de Anasagasti, que dirigieron las obras de la Ciudad Universitaria comoModesto López Otero, que intervinieron en las decisiones urbanísticas del municipio comoLuis Bellido, que proyectaron la prolongación de la Castellana y los Nuevos Ministerios comoSecundino Zuazo o que tras la Guerra Civil encauzaron la reconstrucción de Madrid, comoPedro Muguruza, fueron distinguidos académicos. Ahora bien, entre todos ellos hay que desta-car la figura del artífice de la imagen de la moderna metrópoli que en el primer tercio del sigloXX adquirió Madrid. Nos referimos a Antonio Palacios Ramilo, autor de edificios tan importan-tes como el Palacio de Telecomunicaciones, popularmente conocido como Nuestra Señora deCorreos, el Antiguo Hospital de Jornaleros, hoy Consejería de Política Territorial de la Comu-nidad de Madrid, el Círculo de Bellas Artes y las sedes del Banco Central y Banco Mercantil eIndustrial, hoy edificio de la CAM, en la calle de Alcalá. Palacios, que entró en la Academia deSan Fernando en el año 1926, con su arquitectura influida por el «Secesionismo» vienés, histó-rico maestro junto con Juan Gómez de Mora, Pedro de Ribera y Juan de Villanueva en el pasa-do, es uno de los arquitectos que ha configurado la capital de España.

La llamada generación del 25 está constituida por los arquitectos que introdujeron en Espa-ña el movimiento moderno interrumpido en 1936. De todos ellos, Fernando García Mercadal fue

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ANTONIOPALACIOS RAMILO

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el teórico y el apóstol del racionalismo. Pensionado de la Academia Española en Roma, en elaño 1923, viajó hasta 1927 por Europa. Amigo de Le Corbusier, asistió al Primer CongresoCIAM en La Sarraz (Suiza) y fue uno de los fundadores del GATEPAC. Con sus libros, artículosy conferencias contribuyó a la difusión del estilo racionalista en España. Hasta fecha muy tar-día, en 1980, no ingresó en la Academia de San Fernando. En ella reencontró a su amigo LuisBlanco-Soler, el cual antes de 1936 había sido uno de los arquitectos de las Colonias Parque-Residencia y de El Viso. Director de la Real Academia de San Fernando desde 1983 hasta sumuerte en 1988, Blanco Soler fue uno de los renovadores más activos de la corporación. Peroambos distinguidos representantes de la vanguardia histórica no fueron los únicos en ostentaruna medalla académica. En el año 1960 entró en la Academia de San Fernando Luis GutiérrezSoto, arquitecto que antes de la Guerra Civil diseñó bellísimos edificios racionalistas como elCine Barceló o el primer y hoy desaparecido aeropuerto de Barajas y que tras la victoria fran-quista edificó en la Plaza de la Moncloa el Ministerio del Aire, popularmente conocido como«Monasterio del Aire», por su historicista cariz escurialense. Gutiérrez Soto, al que Madrid ledebe, además de otros importantes edificios, gran parte de los mejores bloques de casas para laalta burguesía capitalina, ha sido, al igual que Palacios, uno de los arquitectos que ha contri-buido decisivamente a configurar la capital de España.

A propósito de los arquitectos académicos del siglo XX, habría que señalar a los que handedicado parte de su vida a la restauración y reconstrucción de monumentos tales como donVicente Lampérez y Romea, muerto en 1923, gran historiador de los edificios religiosos y civi-les españoles y los de la generación posterior Luis Menéndez Pidal y Francisco Iñiguez Almech.En ese capítulo habría que mencionar a Luis Cervera Vera, cuya labor historiográfica es de pri-merísimo orden. Director durante muchos años de la revista Academia, a él se le deben, ademásde numerosos libros y estudios monográficos sobre ciudades y edificios, muchas horas de tra-bajo dedicadas a la confección de las publicaciones de la corporación. Dentro de este grupo hayque citar a Fernando Chueca Goitia, arquitecto, restaurador e historiador de la Arquitectura,hoy en día todavía en plena actividad profesional. Figura un tanto aparte fue la de Luis MoyaBlanco, conocedor de la vanguardia pero adrede contrario a ella, se sentía un restaurador dela tradición clásica. Gran dibujante y arquitecto con un sentido creador rayano en el surrealis-mo, diseñó y construyó obras emblemáticas como la Universidad Laboral de Gijón. Poseedor deuna gran erudición formal y dotado de un agudísimo ingenio, fue un teórico que publicónumerosos libros y escritos y que seducía por su culta y amena conversación. No es extraño, queacadémico de Bellas Artes desde 1953, frecuentase la Academia Breve de Crítica de Arte, fun-dada por Eugenio d'Ors y de la cual hablaremos más tarde.

Para cerrar el capítulo de la Arquitectura en la Academia, recordamos que a ella pertene-cieron los arquitectos José Luis Fernández del Amo, José María García de Paredes, Julio CanoLasso y Rafael de la Hoz. Todos ellos han muerto no hace mucho, lejos aún todos ellos de la edadsenil a la que llegan tantos miembros de la corporación. Arquitectos de la generación que en loscincuenta renovó la Arquitectura española moderna, eran representantes de la segunda van-guardia española, que rompió con el historicista arte de edificar, neoherreriano y neovilanova-

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no de la posguerra. A ellos se deben edificios singulares y conjuntosurbanos de primerísimo orden. Sus obras son significativas y formanparte del paisaje arquitectónico-urbano de nuestro tiempo. Lástimaque la parca nos haya privado tan temprano de su compañía y buenhacer constructivo.

En la actualidad la Academia cuenta con arquitectos que repre-sentan todas las tendencias: Antonio Fernández Alba, José AntonioCorrales, José Antonio Domínguez Salazar, Miguel de Oriol e Ybarra,José Luis Picardo y Rafael Manzano Martos.

INGENIERÍA

Hasta finales del siglo XVIII los arquitectos y los ingenieros civiles recibían igual formaciónacadémica. Fue a principios del siglo XIX, al crearse independiente de la Academia de BellasArtes, la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos cuando se produjo la escisiónentre ambas profesiones. A partir de entonces los arquitectos fueron considerados como cons-tructores preocupados por el arte del diseño y los ingenieros como científicos atentos sólo a laeconomía y firmeza de las obras públicas. Las construcciones ingenieriles únicamente son apre-ciadas por su utilidad, nunca por su belleza. En el siglo XX cambió totalmente este criterio. Ellose debió, sobre todo, a las obras y los escritos de los ingenieros adscritos a las vanguardias. LaAcademia, sensible a la nueva concepción de la ingeniería, acogió en la corporación primero aCarlos Fernández Casado, constructor de puentes, ilustrador y conocedor de la estética y, des-pués de muerto éste en 1988, a José Antonio Fernández Ordóñez, también autor de importan-tes puentes e interesantes estudios sobre arte e ingeniería. Pertenecientes uno a la generaciónanterior a la Guerra Civil y el otro a la posguerra, ambos mantuvieron en alto la enseña de laingeniería como creación de estructuras que encierran en sí la verdad tectónica y la belleza plás-tica. Hoy la ingeniería está representada por Ángel del Campo Francés, cuya obra teóricaabarca el campo de la Historia del Arte.

COMPETENTES EN ARTE

Capítulo esencial en los anales de la Real Academia de Bellas Artes es el de los llamados com-petentes en arte. Académicos diferentes a los «profesionales», es decir, los arquitectos, escultoresy pintores, estos numerarios constituyen una parte modular de la corporación. Sin ellos no seentendería la evolución del gusto y sobre todo su formulación teórica. Atentos siempre a diluci-dar las corrientes artísticas y su apreciación social son, en realidad, aquellos que siguiendo laspautas estéticas de las diferentes épocas escriben su historia. En el siglo XVIII la Academia contócon nombres tan gloriosos como Ponz, Llaguno, Cean y Jovellanos. A ellos se deben los primeros

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LUIS GUTIÉRREZ SOTO

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textos con criterios modernos acerca de la Historia del Arte en España. En el siglo XIX académi-cos como José Caveda, Valentín Carderera, Francisco María Tubino, José Amador de los Ríos,Pedro de Madrazo o Marcelino Menéndez Pelayo mantuvieron viva la llama del interés por el pasa-do artístico español. Ahora bien, no fue hasta el siglo XX cuando apareció en España una autén-tica Historia del Arte a la altura de lo que se venía haciendo en Europa desde hace más de seisdécadas. Como señaló Enrique Lafuente Ferrari en su discurso de ingreso en San Fernando en1950, titulado «La Fundamentación y los problemas de la Historia del Arte», la primera cátedrade Historia del Arte en Madrid fue creada solamente en 1904, cuando en Berlín existía desde1844 y en Viena desde 1852. Pero, como vamos a constatar, el retraso fue haciéndose menor segúnavanzó el siglo XX y a la Real Academia de San Fernando le corresponde el honor de haber sabi-do acoger a los que fueron los protagonistas de tan importante rama de las humanidades. Tam-bién, como más tarde apuntaremos, el haber contado entre sus numerarios representantes de lacrítica de arte, actividad profesional y pública diferente a la de la historia del arte, esta última decarácter universitario, metódico y escolar, menos vivaz y aleatoria que la periodística.

Figura esencial para el nacimiento en España de la historia del arte fue la de Juan Facun-do Riaño. Granadino, catedrático de árabe, diplomático y político, autor del libro The industrialArts in Spain, publicado en Londres en 1879, Riaño fue hombre de gran cultura, fina sensibi-lidad y gran distinción personal. Partícipe de las ideas de la Institución Libre de Enseñanza ofre-ció gran influencia en sus discípulos como el también granadino Manuel Gómez Moreno que,afirmaba, le debía todo lo que intelectualmente era. A la iniciativa de Riaño, que fue director dela Academia de 1898 a 1901, año en que falleció, se debe la realización de los Catálogos Monu-mentales de España, algunos de los cuales son verdaderas obras maestras para el conocimien-to pormenorizado del patrimonio artístico español. Precisamente de esta acción emerge lafigura señera de Manuel Gómez Moreno, patriarca de la arqueología española. Maestro indis-cutible de los medievalistas, Gómez Moreno, con su larga vida, falleció en 1970, después de cum-plir cien años, fue autor fecundísimo de libros y estudios fundamentales para la historia del artehispano. Figura paralela a la suya es la de su compañero y amigo don Elías Tormo Monzó, falle-cido en 1957. Catedrático de Teoría de la Literatura y de las Artes fue en realidad el primer cate-drático de historia del arte en la Universidad Central, hoy Complutense. Este concienzudo his-toriador, muy apegado a los datos, fue autor de numerosas publicaciones entre las que desta-can sus estudios de historia de la pintura del pasado. Tormo, que en 1909 leyó la lección deApertura de Curso de la Universidad Central, lamentando que todavía no existiesen las clasesde gimnasia en el ámbito universitario, ejerció gran influencia sobre los futuros historiadoresdel arte. Ministro de Instrucción Pública en el año 1930, con Gómez Moreno como director gene-ral de Bellas Artes, a Tormo se le puede considerar el padre de los estudios sobre la historia delarte en la Edad Moderna en España.

A la generación surgida de las enseñanzas universitarias de los dos grandes maestrospertenecen los historiadores del arte que consolidan la disciplina en las aulas y los organis-mos de investigación, primero en los años veinte y treinta, el Centro de Estudios Históricosy después de la Guerra Civil, el Instituto Diego Velázquez del Consejo Superior de Investi-

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gaciones Científicas. La semblanza de cada uno de ellos es en extre-mo representativa de su quehacer intelectual y académico. De ellosdestaquemos uno a uno los que pertenecieron a la Real Academia deBellas Artes.

Francisco Javier Sánchez Cantón, catedrático de Historia del Artede la Universidad Complutense de Madrid, vinculado durante muchosaños al Museo del Prado, primero como subdirector y por último direc-tor de la principal pinacoteca española, fue el primer discípulo quetuvo Tormo. Académico de la Historia y de Bellas Artes —fue direc-tor de esta última de 1966 a 1971—, Sánchez Cantón publicó unlargo número de artículos y libros sobre pintura y arte español de la Edad Moderna. Erudito,muy meticuloso en la busca y el acarreo de datos, es autor entre otras obras, de una mono-grafía sobre Goya y recopilador en varios volúmenes de las Fuentes Literarias del Arte Espa-ñol. En la misma generación sobresalió el gran maestro Diego Angulo Iñiguez. Discípulo delsevillano Francisco Murillo, Angulo, formado en Alemania e Inglaterra, también fue numera-rio de las dos citadas Academias. Historiador que llevó al extremo el análisis formal de las obrasde arte, a él se deben algunos libros modélicos del género como La Mitología en el Arte Espa-ñol del Renacimiento o Cómo pintó Velázquez sus cuadros o su monumental monografía sobreMurillo. Ahora bien, su gran aportación en varios volúmenes fue su monumental Historia delArte Hispanoamericano. Pionero en este terreno sentó las bases de un enorme capítulo queen aquel entonces era casi inédito por entero. Angulo, que en tanto que director del InstitutoDiego Velázquez del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se ocupó de la ediciónde la revista Archivo Español de Arte. Fue un auténtico maestro. Además de llevar a cabo suobra personal, alentó y celosamente encargó los trabajos de investigación de varias generacio-nes de jóvenes aplicados que más tarde han desempeñado un papel importante en la vidauniversitaria española.

Personalidad diferente a las de los anteriores fue la de José Camón Aznar. Catedrático yacadémico, autodidacta e intuitivo, fue un prolífico autor de libros y artículos de Historia y Crí-tica de Arte. Escritor de prosa expresiva —publicó también obras de teatro, aforismos y poe-sías— Camón tocó todos los temas y géneros de la historiografía artística: desde la Prehistoriaa Picasso o desde las monografías sobre un artista hasta el ensayo de estética. Su prosa expre-siva y contundente es propia de una manera de entender la literatura. En el Consejo Superiorde Investigaciones Científicas dirigió la Revista de Ideas Estéticas y en la Fundación Lázaro Gal-diano, de la que fue director, la revista Goya. Además colaboró asiduamente con artículossobre la actividad artística en el periódico ABC.

Dentro de los académicos y primeros historiadores del arte, Juan de Contreras y López deAyala, marqués de Lozoya, fue figura singular. Formado en las ideas de Menéndez Pelayo se lepuede considerar el último representante de una corriente de fuerte arraigo en la tradiciónacadémica. Autor de una importante Historia del Arte Español en varios volúmenes y de nume-rosos libros y artículos sobre la Edad Moderna, contribuyó, en gran manera, a la difusión del

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ELÍAS TORMO

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pasado artístico nacional. Personaje que ocupó altos puestos, todos enrelación con la política y el patrimonio artístico español, de 1936 a1972, fue presidente del Instituto de España.

Entre los grandes historiadores del arte, hay que destacar, porsu obra inteligente y acertada, a Enrique Lafuente Ferrari. Discípu-lo de Tormo, del que fue profesor ayudante en la Cátedra de la Facul-tad de Filosofía y Letras de Madrid antes de la Guerra Civil última,Lafuente Ferrari fue catedrático de la Escuela de Bellas Artes en Madrid.Historiador y crítico de arte unió a su vasta cultura una gran sensi-bilidad para captar la belleza de las obras artísticas. Al igual que elfilósofo italiano Benedetto Croce pensaba que «la historia e pensiero».

Su discurso académico, anteriormente mencionado sobre La Fundamentación y los problemasde la Historia del Arte es una disertación rara en España, país en el cual son escasos los estu-dios teóricos en materia estética. Lafuente Ferrari que, dentro del mismo género del ensayoescribió acerca de Ortega y las Artes Plásticas es autor de importantes monografías sobre Veláz-quez, Goya y Zuloaga y recopiló en dos volúmenes, Observatorio Crítico y De Trajano a Picas-so, sus artículos sueltos de carácter más literarios. Ahora bien, su obra maestra fue la BreveHistoria de la Pintura Española que del sucinto volumen publicado por primera vez en 1934pasó a ser, corregido y aumentado, el libro más reeditado y leído sobre un tema tan funda-mental para la cultura española.

Mencionar aquí a los demás historiadores del arte que fueron académicos es trazar la totalevolución de la disciplina a lo largo del siglo que acaba de finalizar. Antonio Gallego Burín yJosé Hernández Díaz, granadino el primero y sevillano el segundo, fueron los representantesrespectivos de los estudios del barroco en Andalucía Oriental y en Andalucía Occidental.Javier de Salas, que fue un excelente director del Museo del Prado, con un espíritu abierto y suformación cosmopolita, aportó un talante internacional que se reflejó en su actividad al frentede la Asociación Internacional de Congresos de Arte que abrió las puertas de las sucesivas gene-raciones a perspectivas nuevas y dilatadas. Prestigiosa figura femenina de la especialidad fueMaría Elena Gómez Moreno, hija de don Manuel y estudiosa de la escultura barroca española,ha sido la primera académica honoraria con categoría de competente en Arte.

Personalidad un tanto aparte y excepcional fue la del catedrático de Historia de las IdeasPolíticas Luis Diez del Corral, autor de un interesante volumen de Ensayos sobre Arte y Socie-dad en el que aborda temas tan curiosos y variados como las minas, el paisaje clásico o elmundo del cine. Al espíritu lúcido y penetrante del historiador de la cultura y del pensa-miento supo unir la sensibilidad para comprender lo artístico. Su discurso de recepción aca-démica sobre Velázquez, Felipe VI, la Monarquía española e Italia es el testimonio decómo, para entender a Velázquez, es necesario conocer la inconsútil tela de araña de una épo-ca tan compleja como es la barroca. Dentro de la misma línea hay que colocar a GregorioMarañón, académico de Bellas Artes, autor del libro Nostalgia y Elogio de Toledo con la figu-ra del Greco al fondo.

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FRANCISCO JAVIERSÁNCHEZ CANTÓN

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Hoy en día la Academia cuenta con historiadores del Arte de lacalidad de José María de Azcárate, Juan José Martín González, JoséManuel Pita Andrade, Julián Gallego, Pedro Navascués y Francisco Cal-vo Serraller, además de José Luis Álvarez y Alfredo Pérez de Armi-ñán, estos dos últimos juristas especializados en cuestiones de patri-monio. Quien dicta hoy este discurso también pertenece a tan ilustrecompañía de competentes en arte. Como académico honorario cuentacon el historiador del arte José Milicua Ilarramendi.

LA CRÍTICA DE ARTE

Por último, para cerrar este breve panorama acerca de los «competentes en Arte» hay quemencionar a aquellos que se dedicaron a la crítica de arte. A diferencia de los historiadores uni-versitarios se trata de escritores y periodistas colaboradores de revistas y publicaciones artísti-cas, con formación autodidáctica y sin la dedicación docente en las aulas. De los decimonóni-cos, cuya vida se prolongó hasta entrado el siglo XX, hay que citar al novelista Jacinto OctavioPicón, que falleció en 1923. Su libro Apuntes para la historia de la Caricatura, publicado en1878, es una aproximación a un género hasta entonces inédito en la historiografía española. Suvolumen sobre Vida y obra de Velázquez (1899) ocupó un puesto muy apreciable en la biblio-grafía sobre el «pintor de los pintores». Ahora bien, en el género de la crítica del arte, quien tuvouna gran incidencia en la vida académica fue José Francés, funcionario de correos, novelista,traductor de Poe, Baudelaire y Pierre Louis además de editor desde 1916 hasta 1926 de losalmanaques El Año Artístico, organizador durante años del Salón de los Humoristas y editor dela Biblioteca Estrella. En tanto que crítico de arte firmó sus artículos con el seudónimo SilvioLago, nombre de un personaje de la novela La Quimera de doña Emilia Pardo Bazán. José Fran-cés, que ingresó en la Academia en la fecha temprana de 1923, durante treinta años, desde 1934a 1964, fue su Secretario Perpetuo. Nadie ha seguido mejor su trayectoria mental y vital queJuan Manuel Bonet quien en el Diccionario de las Vanguardias en España (1995) dice a su pro-pósito: «Escritor y crítico de arte formado en el modernismo, pero que antes de convertirse enun escritor rancio —y tras la Guerra Civil en el símbolo mismo de lo pompier — fue relativa-mente receptivo a las novedades».

A modo de colofón y broche de oro de la crítica del arte en la Academia durante la prime-ra mitad del siglo XX, tenemos que referirnos a una de las figuras de primera magnitud en lavida española en la época. Se trata de Eugenio d'Ors y Rovira. Su acción intelectual, de signonovecentista, sólo se puede comparar a la que ejerció José Ortega y Gasset, pensador que nofue miembro de ninguna de las academias españolas. En el caso de d’Ors, en cuya obra la esté-tica y la crítica de arte fueron prioritarias, la pertenencia a las Academias fue azarosa, tardía ycontrovertida. En la Real Academia Española, electo en 1927, en realidad no entró de hechohasta 1938. En la de Bellas Artes también su entrada fue posterior a la Guerra Civil. Creador

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EUGENIO d’ORS

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con Pedro Sainz Rodríguez, Pedro Muguruza y Agustín González de Amezúa del Instituto deEspaña en 1938, fue su primer Secretario Perpetuo, puesto que dejó airadamente en 1942 pordesavenencias con el cardenal Leopoldo Eijo Garay, a la sazón presidente del Instituto deEspaña. Que las miras y los horizontes de d’Ors no casaban bien con las corrientes del momen-to fue notorio. Su deseo de modernidad dentro de la tradición —suya es la célebre frase deque «todo lo que no es tradición es plagio»— le llevaron a estar en desacuerdo con los acadé-micos más cerrados y recalcitrantes. D’Ors, desde su posición olímpica en el fondo despre-ciaba la realidad circundante del momento. Así no es extraño que en 1942 crease por librela Academia Breve de Crítica de Arte, asociación de carácter privado que tuvo sus sesionesen la Galería Biosca, la Sala de Arte de mayor exigencia estética de la época. Formada estaAcademia por críticos de arte, coleccionistas, diplomáticos y aristócratas amantes de las nue-vas tendencias estéticas, su papel fue enorme para el nacimiento de las posteriores coorde-nadas del mundo artístico de España que, a finales de los años cincuenta, evolucionó rápi-damente hacia unas nuevas vanguardias.

Actualmente la Academia, con arquitectos de variadas tendencias y competentes en arteque aúnan la historia más rigurosa con la crítica más avanzada, está viva y mira con esperan-za al porvenir. Los horizontes futuros están asegurados en tanto que corporación que refleja,en sus componentes las distintas corrientes y los movimientos tanto arquitectónicos, artísticos yestéticos de hoy y de cada una de las etapas históricas que le ha tocado vivir y, sin duda, de lasque aún están por venir.

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Las Ciencias Exactas y Físico-Químicas

CARLOS SÁNCHEZ DEL RÍO

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E l cultivo de las ciencias de la naturaleza en España ha sido tradicionalmente muy escaso.Los esfuerzos de historiadores, tan beneméritos como ofuscados por su patriotismo, no

bastan para ocultar que nuestra contribución a las ciencias empíricas no se puede comparar connuestra participación, más que digna, en otros aspectos de la cultura. No es esta la ocasiónpara analizar las causas de tan lamentable realidad.

Conviene señalar, sin embargo, que nuestro atraso científico no tuvo en la práctica conse-cuencias tan negativas como se podría pensar. Las aplicaciones prácticas de los avances cientí-ficos que se producían allende nuestras fronteras fueron siempre adoptados en España conllamativa diligencia. Sin remontarnos más allá de la revolución industrial es fácil constatar quedurante el siglo XIX, los ferrocarriles, los progresos de la Medicina y hasta la electrotecnia lle-garon a nuestra patria con muy poco retraso. Y ello a pesar de las condiciones políticas adver-sas y de que la industrialización no llegó a cuajar en la mencionada centuria.

Estas reflexiones son muy pertinentes en relación con el tema que nos interesa y que es elsignificado de la Real Academia de Ciencias en relación con la Matemática, la Física y la Quí-mica durante el siglo XX. En este sentido, se puede afirmar que la incorporación de España aldesarrollo de estas disciplinas que se dedican, en principio, al puro conocimiento ha ocurridoen el siglo que acaba de terminar. Y es también constatable que las figuras más eminentes en esasciencias han sido casi sin excepción miembros de la citada Corporación. Por eso el recuerdo delas personalidades más eximias que han pertenecido a la Real Academia de Ciencias es al mis-mo tiempo una historia del cultivo de las ciencias matemáticas y físico-químicas entre nosotros.Historia solamente referida al período inicial porque sólo voy a glosar vidas y obras de cientí-ficos ya desaparecidos. Los frutos óptimos de lo que sembraron no son objeto exhaustivo de estaexposición que ha de ser necesariamente breve.

En la España del siglo XIX la Matemática fue cultivada mayormente por los ingenieros, losmarinos o los artilleros como ciencia auxiliar. A finales de siglo aparecieron los primeros mate-máticos puros, entre los cuales, y fuera del ámbito de nuestra Academia, destacan García de Gal-deano y Reyes Prosper.

Don Zoel García de Galdeano (1846-1924) nació en Pamplona y dedicó muchos y azaro-sos años a la enseñanza a todos los niveles hasta que consiguió ser catedrático de Cálculo Infi-nitesimal en la Universidad de Zaragoza donde murió. Fue el primer autor español que escri-bió sobre la teoría de funciones de variable compleja, sobre grupos de sustituciones y sobre geo-metría de dimensiones. Fundó, sin medios ni ayudas, la revista El Progreso Matemático quellegó a los noventa y dos números y asistió a los congresos internacionales, siendo a menudo elúnico español. Se interesó por la didáctica y se esforzó por crear un ambiente propicio para lainvestigación matemática.

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Don Ventura de los Reyes Prósper (1863-1922) era natural de Castuera (Badajoz) y comen-zó su carrera como naturalista. Pronto quedó fascinado por la lógica y la matemática y entró encontacto con Félix Klein, Ferdinand Lindermann y otros matemáticos de varios países. Fue asi-duo colaborador de la revista de García de Galdeano y de revistas extranjeras, interesándoseprincipalmente por la fundamentación lógica de los conceptos al estilo de Peano, Dedekind, Can-tor, etc. Falleció en Toledo de cuyo Instituto era catedrático.

El primer académico que destacó por su interés por la Matemática pura fue don José Eche-garay y Eizaguirre (1832-1916) que era ingeniero. Publicó varias memorias, entre las cualesuna sobre cálculo de variaciones en 1858, otra sobre teoría de los determinantes en 1868 yuna tercera sobre teoría de Galois en 1897. En sus últimos años impartió cursos de FísicaMatemática que aparecieron publicados entre 1906 y 1910. Aunque en ningún caso se trata deinvestigaciones propias, se percibe en todas sus obras una originalidad en la exposición y unacapacidad para simplificar los temas complicados. Lo más sorprendente es que mantuviera suinterés por la Matemática a lo largo de medio siglo, mientras fue dos veces ministro de Hacien-da (en 1874 y en 1905), premio Nobel por su obra teatral en 1904, senador vitalicio y presi-dente del Consejo de Instrucción Pública. Había nacido y murió en Madrid.

Figura señera entre los primeros matemáticos de oficio, fue don Eduardo Torroja Caba-llé (1847-1918). Natural de Tarragona, fue primero perito agrónomo aunque terminó casisimultáneamente las carreras de Ciencias y Arquitectura. Obtuvo en 1876 la cátedra de Geo-metría Descriptiva de la Universidad de Madrid, dedicándose en adelante, casi en exclusiva,al estudio de la Geometría. Fue el introductor en España de la geometría proyectiva de Chris-tian von Staudt. Aprovechando la sistematización de la geometría hecha por este autor, cons-truyó un solo cuerpo armónico de doctrina, que comprende la Geometría proyectiva, losmétodos de representación usados en geometría descriptiva y la teoría de líneas y superfi-cies. Todavía en el pasado siglo publicó un notable trabajo en el que extendió la noción ordi-naria de curvatura a los puntos del infinito. Fue una idea original que aplicó a la teoría desuperficies. En 1904 publicó Torroja una teoría de las líneas alabeadas y superficies des-arrollables que constituye un estudio sintético muy original. A pesar de que Torroja dedicósu vida a la Matemática no por ello dejó de participar en actividades de interés social. Fueconsejero de Instrucción Pública y vicepresidente de la Sociedad Matemática Española y dela Asociación Española para el Progreso de las Ciencias. También trabajó en otras organiza-ciones como la Asociación Protectora de Artesanos Jóvenes.

Quien acumuló mayores méritos para ser considerado padre de la Matemática modernaen España fue sin duda don Julio Rey Pastor (1888-1962). Inició sus estudios en el Institu-to de Logroño donde había nacido y los continuó en Zaragoza con García de Galdeano. Fuepronto catedrático de análisis matemático de la Universidad de Oviedo y en 1913 obtuvo lamisma cátedra en Madrid. Viajó a Alemania para ampliar estudios y como resultado escribióunos Fundamentos de la Geometría Proyectiva Superior, a los que la Real Academia de Cien-cias de Madrid concedió en 1914 el premio establecido por el duque de Alba. Con la publi-cación de esta obra en 1916 se introdujeron en los medios matemáticos españoles las ideas del

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conocido programa de Erlangen. En 1917 estuvo por primera vez enBuenos Aires donde sus conferencias causaron tal impresión entrelos estudiantes que tuvo que volver los años siguientes. En Españasu actividad en el Laboratorio y Seminario Matemático fue inmen-sa. En 1920 y los años siguientes publicó sus obras principales:Elementos de Análisis Algebraico y Teoría de funciones de varia-ble real. En estos libros expuso las nuevas orientaciones que las mate-máticas estaban dando al álgebra y al análisis. Estas tareas fueroncomplementadas por una serie de artículos sobre casi todos los aspec-tos de la Matemática, incluyendo la historia, la metodología y la epis-temología. En Argentina, creó Rey Pastor un Seminario Matemático, la Unión MatemáticaArgentina y una cátedra de Historia de las ciencias. El gran número de alumnos y discípu-los distinguidos que dejó tanto en España como en Argentina son el mejor testimonio de sugran contribución a la Matemática de ambos países. Falleció de repente en Buenos Aires cuan-do se disponía a regresar definitivamente a Madrid.

Matemático muy notable fue don José María Plans y Freyre (1878-1934). Estudió cienciasFísico-Matemáticas en Barcelona, su lugar de nacimiento, realizando su doctorado en Madrid.Consiguió en 1909 la cátedra de Mecánica Racional de la Universidad de Zaragoza y en 1917pasó a ocupar la plaza de Mecánica Celeste en Madrid. Allí se incorporó al Seminario de laJunta de Ampliación de Estudios que dirigía Rey Pastor. La teoría de la relatividad fue especialobjeto de atención de Plans. En 1921 publicó sus Nociones fundamentales de mecánica relati-vista, obra premiada por la Real Academia de Ciencias. Este libro es el primer tratado sistemá-tico de relatividad publicado en España. Se centra en la relatividad especial y en la base mate-mática para desarrollar la teoría y en los últimos capítulos trata someramente de la relatividadgeneral. Tres años después completó su obra con unas Nociones de cálculo diferencial absolu-to y sus aplicaciones, donde expuso la base matemática indispensable para abordar la relativi-dad general. Escribió muchos artículos y tradujo otros, por lo que se convirtió en el principaldifusor de las teorías de Einstein en España. Contribuyó también con algunos trabajos origi-nales e impulsó las investigaciones que se realizaron por aquellos años sobre el tema. El propioEinstein destacó en Plans «un arte peregrino de expresar con luminosidad y relieve las deduc-ciones». Murió en Madrid donde fue siempre recordado por su carácter bondadoso.

El más polifacético de los matemáticos españoles fue, sin duda, don Esteban Terradas e Illa(1883-1950). Nacido en Barcelona realizó sus primeros estudios en Alemania. De vuelta selicenció en ciencias Físico-Matemáticas y se doctoró en 1905 con dos tesis, una sobre óptica y otrasobre movimientos de hilos. En 1906 ganó la cátedra de Mecánica Racional en Zaragoza y al añosiguiente pasó a desempeñar la de Acústica y Óptica en la Universidad de Barcelona. A partir deesta época, comenzó a desarrollar una considerable actividad de introducción y difusión de losnuevos conocimientos físico-matemáticos, tanto en sus cursos universitarios como a través de escri-tos y conferencias en diversas instituciones culturales y científicas. En 1908 dio a conocer en Espa-ña la mecánica estadística de Gibbs y las teorías de la radiación de Kirchhoff, Boltzmann y Planck.

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REY PASTOR

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En 1912 ya expuso la teoría de la relatividad y los cuantos. Hacia 1915 empezó sus actividadescomo ingeniero en los ferrocarriles de Cataluña y el metropolitano de Barcelona. En 1927 viajóa América del Sur dando conferencias en diversos países. A su vuelta fue director de la Com-pañía Telefónica y consejero de Instrucción Pública. A la llegada de la República se dedicó enBarcelona a cuestiones de probabilidad y estadística. Pasó la Guerra Civil en Buenos Aires dan-do cursos de Aeronáutica Teórica. A su vuelta a Madrid ocupó la cátedra de Física Matemáticade la Universidad donde dictó cursos sobre microondas y organizó un Seminario en el quecontinuó mostrando su capacidad para mantenerse al día en los temas científicos y técnicos demayor interés. Falleció siendo Presidente del Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica.

Otros matemáticos, con menor influjo en el ambiente cultural español pero no menos dis-tinguidos, merecen ser recordados junto con el tema de trabajo en el que pusieron más interés:

Don José A. Sánchez Pérez (1882-1958, historia de las ciencias, sobre todo de la mate-mática).Don Pedro Puig Adam (1900-1960, didáctica y divulgación de la matemática).Don Antonio Torroja y Miret (1888-1974, geometría descriptiva y proyectiva).R.P. Enrique de Rafael Verhulst (1885-1955, teoría de números).Don Ricardo San Juan Llosá (1908-1969, series divergentes y desarrollos asintóticos).Don José Álvarez Ude (1876-1958, superficies alabeadas).Don Germán Ancochea Quevedo (1908-1981, curvas algébricas y geometrías proyectivay diferencial).

En relación con la Física y disciplinas afines, es menester citar en primer lugar a donIgnacio González Martí (1855-1931) no tanto por sus investigaciones originales sino porque fueel primer catedrático de Física de la universidad española que sustituyó el gabinete de Físicapor un laboratorio moderno. El tradicional gabinete tenía una finalidad puramente demostra-tiva mientras que el laboratorio es lugar de experimentación por medio de medidas precisas.

La primera figura importante de la Física pura española fue don Blas Cabrera y Felipe (1878-1945). Nacido en Lanzarote, estudió el bachillerato en La Laguna y se licenció y doctoró en Madriden 1901. Aprendió sus primeras técnicas en el laboratorio de Martí y pronto se independizó ycomenzó a especializarse en el estudio de las propiedades magnéticas de la materia, tema al quededicó prácticamente toda su vida de investigador. En 1905 obtuvo por oposición la cátedra deElectricidad y Magnetismo de la Universidad de Madrid. Poco después, en 1910, la Junta paraAmpliación de Estudios creó el Laboratorio de Investigaciones Físicas, nombrando a Cabrera direc-tor del mismo. En 1912 obtuvo una pensión de la citada Junta para visitar diversos laboratorios deEuropa y seguir sus investigaciones sobre magnetismo. A su retorno y con nuevas técnicas reem-prendió sus trabajos con éxitos muy notables. Contribuyó al conocimiento del campo magnético deHund y van Vleck, estableció la ley que regula las variaciones que, en el sistema periódico de loselementos, experimentan los momentos magnéticos de los átomos de la familia del hierro (dandouna interpretación de la misma), modificó la ley de Curie-Weiss para las tierras raras, dedujo una

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ecuación para el momento magnético del átomo incluyendo el efecto dela temperatura y mejoró muchos dispositivos experimentales. Ademásde su importante labor como investigador y como impulsor de la inves-tigación experimental y teórica en España, Cabrera desarrolló tambiénuna considerable tarea de introductor y difusor de las modernas teoríasfísicas. Entre él y Terradas dieron a conocer la teoría de la relatividad ennuestro país. Junto con Catalán y Palacios, impulsó la creación en 1932del Instituto Nacional de Física y Química, con la ayuda de una dona-ción de la Fundación Rockefeller. Fue muy intensa su actividad interna-cional en la Comisión de Pesas y Medidas y en el Instituto Solvay. Tras laGuerra Civil se exilió primero en Francia y luego en México donde murió.

Digno de los mayores elogios es don Miguel Catalán Sañudo (1894-1957), natural de Zara-goza y químico de formación. Tras un breve paso por la industria se trasladó a Madrid para pre-parar su tesis doctoral bajo la dirección de don Ángel del Campo, que era catedrático de Aná-lisis Químico y se interesaba por la técnica espectroscópica. De la espectroscopia como técnicaanalítica pasó Catalán a estudiar la propia estructura de los espectros ópticos que es notable-mente complicada. Recibió una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para perfeccionarsus conocimientos en Inglaterra y allí se dedicó a estudiar en detalle el espectro del manganeso.Era sabido que en los espectros de los elementos alcalinos aparecen pares de líneas que se lla-man dobletes y que en los alcalinotérreos muchas de las líneas se componen de tripletes. Puesbien en el manganeso descubrió Catalán en 1922 conjuntos relacionados de líneas espectralesmás complicados que denominó multipletes. La explicación teórica de los multipletes fue dadapor Sommerfeld aplicando su hipótesis del número cuántico interno que por entonces nadieentendía muy bien. Tres años después todo quedó más claro cuando se aceptó el espín del elec-trón. En 1934 ganó Catalán por oposición una cátedra de Estructura Atómico-Molecular y Espec-troscopía en la Universidad y continuó ampliando sus investigaciones hacia temas astrofísicosen colaboración con espectroscopistas norteamericanos. Fue muy celebrada su interpretación de2.350 líneas del espectro del Hierro como combinación de 304 niveles de energía. Era ademásCatalán persona de agradable trato y por eso fue muy sentida su prematura muerte en Madridcuando estaba aún en plena actividad.

El físico más completo de la primera generación, a la cual me estoy refiriendo, fue don JulioPalacios Martínez (1891-1970). Natural de Paniza (Zaragoza) estudió Ciencias Exactas y Físi-cas en la Universidad de Barcelona donde tuvo de profesor a Terradas. Realizó el doctorado enMadrid y, por consejo de Cabrera, marchó a Leiden pensionado por la Junta de Ampliación deEstudios. Allí se dedicó al estudio de gases a bajas temperaturas. A su regreso a España se incor-poró al Laboratorio de Investigaciones Físicas que dirigía Cabrera donde trabajó sobre temasmuy variados (flujos de gases por tubos capilares, luminosidad de rayos canales, diamagnetis-mo y paramagnetismo). En 1926 ganó la cátedra de Termología de la Universidad de Madrid y,años después volvió a cambiar de tema de trabajo dedicándose a la investigación de las estruc-turas cristalinas por difracción de rayos X. Terminada la Guerra Civil Palacios abarcó las más

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BLASCABRERA Y FELIPE

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diversas cuestiones: rotación de un sólido libre, fenómenos electrolíti-cos, presbicia nocturna, utilización terapéutica de los ultrasonidos yanálisis dimensional. En la última etapa de su vida se dedicó a criti-car la teoría de la relatividad sin tener razón. La multiplicidad deintereses de Palacios le llevó a publicar muchos y buenos textos (Físi-ca para médicos, Mecánica física, Termodinámica y constitución de lamateria, Electricidad y magnetismo, etc.). Por eso ha sido muy impor-tante su influencia en los físicos de las generaciones siguientes.

Puede considerarse que el ingeniero don Leonardo Torres Queve-do (1852-1936) fue también Matemático y Físico. Éstos son los aspec-tos que se comentarán aquí. Don Leonardo nació en Santa Cruz de Igu-

ña (Santander) en una familia acomodada que le dio una educación esmerada. Concluyó en 1878la carrera de Ingeniero de Caminos y como no tenía necesidades económicas se dedicó a desarrollarun ingenioso transbordador que no fue bien recibido. En los años que siguieron concentró su aten-ción en las máquinas de calcular algebraicas. Presentó sus resultados en sendas memorias dirigi-das a las Academias de Ciencias de Madrid y de París. Entre las máquinas puestas a punto figu-raba una para resolver una ecuación de segundo grado con coeficientes y raíces imaginarias yotra para integrar ecuaciones diferenciales de primer orden. Estas memorias fueron informadasfavorablemente (en París por Henri Poincaré) por lo cual el Gobierno le facilitó ayudas y creó elLaboratorio de Automática que Torres puso a disposición de la Asociación de Laboratorios quepresidía Ramón y Cajal. En 1914 publicó sus Ensayos sobre automática que constituyen unejemplo excepcional de lucidez científica y de claridad expositiva, en el que se consideran las basesteóricas de los automatismos y las posibilidades prácticas de aplicación. Al comprobar la necesa-ria complejidad mecánica en la construcción de automatismos para la ejecución de funciones nosimples, profundizó en las aplicaciones electromecánicas. En particular construyó un sistema paracontrolar un barco desde la costa mediante ondas de radio y una máquina para jugar el final deuna partida de ajedrez. En resumen, hizo cuantos automatismos eran posibles con las técnicas deque pudo disponer en su tiempo. No fueron estos los únicos inventos del ingenioso Torres Que-vedo que falleció en Madrid al poco de empezar la Guerra Civil.

El promotor del cálculo automático moderno fue don José García Santesmases (1907-1989). Nacido en Barcelona se diplomó en París y se doctoró en Madrid donde llegó a sercatedrático de Física Industrial de la Universidad. Inicialmente centró su interés en el estu-dio de la ferrorresonancia que aplicó a la construcción de circuitos lógicos utilizables encomputadores y en instrumentos de control. A partir de 1951 se dedicó a la investigación ydesarrollo de máquinas calculadoras electrónicas con carácter general aunque nunca aban-donó su interés por la ferrorresonancia. Diseñó y dirigió la construcción de la primera cal-culadora electrónica analógica española en 1955, una unidad aritmética digital en 1956 y elprimer ordenador de propósito general en nuestro país en 1973. En sus últimos años se dedi-có a la simulación de redes neuronales. Falleció en Madrid dejando una herencia científicaimportante en cuanto a colaboradores.

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LEONARDO TORRES QUEVEDO

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Otros físicos e ingenieros notables que fueron numerarios de la Real Academia de Cien-cias y que es justo recordar son:

Don José García Siñeriz (1886-1974, geofísica).Don José Antonio de Artigas Sanz (1887-1977, estadística y vidrios especiales).Don Manuel Velasco de Pando (1888-1958, elasticidad de varios materiales).Don Eduardo Torroja y Miret (1889-1961, elasticidad aplicada al hormigón).Don Arturo Duperier Vallesa (1896-1959, meteorología y rayos cósmicos).R.P. Antonio Romañá Pujó (1900-1981, astronomía, geofísica).Don José María Otero de Navascués (1907-1983, óptica y energía nuclear).

El cultivo de la Química tiene en España larga tradición por su interés práctico inmediatoen mineralogía, en farmacia y en el control aduanero. Por eso los antecedentes son muy abun-dantes y no procede señalar a nadie en particular.

Uno de los químicos de mayor prestigio desde finales del siglo XIX fue don José RodríguezCarracido (1856-1928). Nació en Santiago de Compostela y estudió Farmacia en su ciudadnatal. Ganó la cátedra de Química Orgánica de la Facultad de Farmacia de Madrid en 1881 yla de Química Biológica de la misma Facultad en 1898. Publicó su Tratado de Química Orgá-nica pocos años después de ocupar su primera cátedra y ya se aprecia en este libro su futuradedicación a la bioquímica. La facilidad de exposición de que hizo gala en esta obra y laincorporación de conocimientos y teorías muy recientes hicieron atribuir al autor una mayordosis de originalidad de la que realmente poseía. Años más tarde publicó su Tratado de Quí-mica Biológica, el primero sobre la materia que se escribió en castellano; alcanzó varias edi-ciones y tuvo vigencia durante muchos años. Otra línea que ocupó la atención de escritos yconferencias de Carracido es la que se refiere a los grandes principios en que se asienta la Quí-mica. Concedió importancia creciente a la Química Física y divulgó una amplia serie de con-ceptos de su disciplina y campos afines. Las aportaciones originales que produjo su propiainvestigación son apreciables aunque no tuvieron la resonancia que el resto de su labor. Gozóde una popularidad inusitada para un científico y ejercitó también una actividad política quele llevó a las Cortes. Falleció en Madrid.

Otro insigne farmacéutico fue el también compostelano don José Casares Gil (1866-1961).Hijo y sobrino de catedráticos de la universidad local tuvo acceso a laboratorios y gabinetes loque le proporcionó una formación muy amplia. A los 22 años ganó por oposición la cátedrarecién creada de técnica física y análisis químico en la Facultad de Farmacia de Barcelona.Años después pasó a idéntica cátedra en Madrid. En la formación de Casares influyeron nota-blemente sus viajes de estudio, en muchos casos a su propia costa. Estuvo primero en Alemaniay después en los Estados Unidos que le defraudaron porque encontró (en 1902) la enseñanzasuperior a un nivel más bajo que en Europa. Todavía volvió a Alemania una vez y dos a Amé-rica. Fue un decidido defensor de la ayuda estatal para facilitar la especialización de profesoresy alumnos en el extranjero. Una de las principales contribuciones de Casares fue su esfuerzo

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por conseguir la modernización de las estructuras relacionadas con las ciencias experimenta-les. Su labor pedagógica fue importante como lo demuestran las abundantes reediciones de sustextos. De hecho son varias las generaciones de químicos y farmacéuticos que han aprendido elanálisis químico en las obras de Casares. Sus trabajos de investigación más importantes se refie-ren a las técnicas de determinación del flúor. Murió en su ciudad natal a edad muy avanzada.

La personalidad más influyente en la Química del primer tercio del siglo XX fue donEnrique Moles Ormella (1883-1953). Realizó los estudios de Farmacia en Barcelona, dondehabía nacido, y se doctoró en Madrid. Pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios,permaneció en Leipzig y Munich entre 1908 y 1910. Una nueva beca le llevó a Zúrich en1912 y más tarde a Ginebra entre 1915 y 1917. Se volvió a doctorar (esta vez en CienciasFísicas) y ejerció la docencia en dicha ciudad. En 1927 accedió a la cátedra de Química Inor-gánica de la Universidad de Madrid. En 1931 fue nombrado jefe de sección del Instituto deFísica y Química que dirigía Cabrera. Su sólida formación influyó positivamente tanto en ladocencia como en la investigación química en España. Las investigaciones que dieron mayorprestigo a Moles fueron las relativas a la determinación de pesos atómicos. Según su estima-ción, sólo el criterio de las densidades límites era capaz de fijar los pesos atómicos y mole-culares sobre la base única de datos experimentales. La simplicidad teórica de este esquemaes evidente, pero la obtención práctica de datos tales como presión, temperatura, masas,etc., entraña graves dificultades cuando se pretenden órdenes de precisión muy exigentes. Esen esta materia donde sobresalió Moles, poniendo a punto técnicas altamente sofisticadas paratener en cuenta todas las posibles fuentes de error. Entre los estudios de Moles dedicados aotras materias cabe destacar los de magnetoquímica, realizados en colaboración con Cabre-ra, y los estudios sobre disolventes no acuosos, tanto orgánicos como inorgánicos. Despuésde la Guerra Civil se exilió en Francia entre 1939 y 1941. A su vuelta a España fue encar-celado y apartado de sus cargos. No fue rehabilitado y murió en Madrid donde pasó susúltimos años siendo consejero técnico de unos laboratorios privados.

En el ámbito de la bioquímica destacó muy especialmente don Antonio de Gregorio Roca-solano (1873-1941). Nació en Zaragoza donde se licenció en Ciencias Físico-Químicas en1892. Se desplazó a París donde se especializó en Microbiología. Después se doctoró en Madridy consiguió finalmente la cátedra de Química General de la Universidad de Barcelona en1902. Fue, sin embargo, hombre que sintió gran apego por su Aragón natal y el mismo año obtu-vo la permuta de su cátedra por la de Zaragoza donde su mayor empeño fue tomar el relevo desus maestros para fortalecer la Facultad de Ciencias de dicha ciudad. Rocasolano fue ante todoun investigador. La química de los coloides ocupó el primer lugar en su atención y es tambiénla parcela donde sus aportaciones originales brillaron a mayor altura. Sus trabajos en estecampo le abrieron las puertas de las revistas y universidades extranjeras. En la confluencia delos catalizadores coloidales con la química agrícola cabe ubicar los trabajos de Rocasolano enrelación con el problema del nitrógeno en los suelos. Profundamente interesado en la materiaviva, dedicó una serie de estudios a la bioquímica médica, algunos de ellos al tema de la ali-mentación y otros más al mecanismo del envejecimiento humano. Mención aparte merecen las

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obras de síntesis y de texto de Rocasolano, algunas de ellas vertidas alfrancés. Son obras que tratan de la química-física coloidal, de bioquí-mica o de química para médicos. Falleció en Zaragoza donde dirigió elLaboratorio de Investigaciones Bioquímicas desde su creación en 1918.

Entre los muchos otros químicos que pertenecieron a la Real Aca-demia de Ciencias merecen especial recordación los siguientes:

Don Ángel de Campo y Cerdá (1881-1944, espectroquímica).Don Obdulio Fernández y Rodríguez (1883-1982, bioquímica).Don Emilio Jimeno Gil (1886-1976, metalurgia).Don Antonio Rius Miró (1890-1973, química técnica).Don José Pascual Vila (1895-1919, química orgánica).

Esta breve reseña de los más influyentes miembros de número de la Real Academia de Cien-cias Exactas, Físicas y Naturales no quedaría completa sin algunos comentarios. En primer lugar,hay que recordar que nos hemos referido únicamente a los Académicos que cultivaron la Mate-mática, la Física, la Química y las técnicas que se basan en estas ciencias. En segundo lugar,hemos limitado, por principio, nuestros comentarios a miembros de número de la Corporaciónya fallecidos. Esto significa, dada la afortunada longevidad de nuestros colegas, que la exposi-ción sólo refleja más o menos perfectamente lo que fueron las disciplinas reseñadas hasta la mitaddel siglo XX aproximadamente.

Un juicio objetivo de la labor de aquellos ilustres varones y de la herencia que nos dejaronpodría ser el siguiente. Sus esfuerzos denodados por modernizar científicamente a nuestra patriatuvieron éxito. La prueba es la situación actual de la ciencia española que es consecuencia de laclarividencia y del patriotismo de aquellos hombres beneméritos. Dicho esto hay que añadir,en aras de la objetividad, que su contribución al progreso científico fue en general modesta. Yesto es aplicable incluso a quienes gozaron de más prestigio con raras excepciones. Y no creoque reconocer la historia como fue y los méritos tal como fueron sea un desdoro para nadie ymenos para unos españoles que de haber nacido después tal vez hubieran superado a la mayorparte de nosotros. Gran respeto merece por mi parte aquel primer medio siglo XX en cuanto adesarrollo científico. Pero hablar de una edad de plata de la ciencia española no es serio.

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JULIO PALACIOS MARTÍNEZ

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Las Ciencias Naturales

MARGARITA SALAS

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S eñoras y señores: No es fácil resumir lo que han sido las Ciencias Naturales en España duran-te el siglo XX. Necesariamente será una visión subjetiva, por lo que pido disculpas de ante-

mano por las omisiones en las que pueda incurrir. A diferencia del profesor Carlos Sánchez delRío quien en su conferencia citó solamente a científicos ya fallecidos, yo voy a citar también aalgunos científicos que aún están entre nosotros debido a que algunas ramas de las cienciasnaturales, en particular la Bioquímica y Biología Molecular son ciencias todavía jóvenes en Espa-ña que nacieron en los últimos 30-40 años.

Claramente, podemos distinguir dos etapas: la anterior a la Guerra Civil, y la que renacedespués de la Guerra Civil y de un difícil período de posguerra.

En la primera etapa, anterior a la Guerra Civil, cabe resaltar la creación de la Juntapara Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, creada en 1907 para fomentarel desarrollo de la educación y la ciencia en España. Una de las actividades de esta Junta,presidida por Ramón y Cajal, fue la creación de nuevos centros de investigación o el man-tenimiento de algunos ya existentes, como el Museo de Ciencias Naturales, el Jardín Botá-nico, el Museo de Antropología o el Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Cajal. Enlos centros dedicados a ciencias naturales y biomedicina encontramos investigadores de granprestigio tales como Ignacio Bolívar, Santiago Ramón y Cajal, Nicolás Achúcarro, Pío delRío Hortega, Juan Negrín, Gonzalo Rodríguez Lafora, Antonio de Zulueta, Eduardo Her-nández Pacheco, Antonio Madinaveitia, y jóvenes como Severo Ochoa y Francisco GrandeCovián.

Es importante resaltar el que los objetivos de la Junta para Ampliación de Estudios secentraban en el desarrollo de la investigación básica. Con las personalidades científicas men-cionadas, entre otras, se podía asegurar un futuro prometedor para las ciencias naturales ybiomédicas en España. Sin embargo, como es bien conocido, la Guerra Civil truncó estasexpectativas.

Tras la Guerra Civil se creó en 1939 el Consejo Superior de Investigaciones Científi-cas (CSIC) en sustitución de la Junta para Ampliación de Estudios. Durante bastantesaños el CSIC fue la institución que promovió más activamente la investigación científica,tanto la básica como la aplicada. La investigación en el CSIC se encuadró en Patronatos,estando el Patronato Santiago Ramón y Cajal dedicado a las Ciencias Biológicas, Médicas yNaturales, Edafología, Ecología, Fisiología Vegetal y Farmacología, mientras que el Patro-nato Alonso de Herrera estaba constituido por la Misión Biológica de Galicia y el Institutoespañol de Entomología.

También quiero destacar que la financiación de la ciencia en España, en los años posterio-res a la Guerra Civil, era inexistente. Hasta 1958 no se creó la Comisión Asesora de Investiga-

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ción Científica y Técnica como órgano asesor y consultivo del Gobierno y en 1964 se creó elFondo Nacional para el Desarrollo de la Investigación Científica. Posteriormente, en 1968, secrearon las primeras becas predoctorales del Plan de Formación de Personal Investigador y en1986 se promulgó la Ley de Fomento y Coordinación de la Investigación Científica y Técnica,conocida como «Ley de la Ciencia»1.

LAS CIENCIAS NATURALES

Un antecedente importante al desarrollo de las Ciencias Naturales en el siglo XX fue la publi-cación, desde 1876, de los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, en los que setrataba de reunir información acerca de la gea, flora y fauna de España que después daría lugara monografías específicas. A comienzos del siglo XX estas iniciativas cobraron un nuevo dina-mismo y se sustituyó la publicación de los Anales por dos nuevas revistas, el Boletín de laSociedad Española de Historia Natural, de aparición regular, y las Memorias de la SociedadEspañola de Historia Natural, de periodicidad irregular, donde se publicaban los trabajos másextensos.

En una reunión celebrada el 7 de febrero de 1900, el naturalista Manuel de la Escalera,quien acababa de regresar de una expedición a Oriente, propone que la Sociedad inicie la pre-paración sistemática de un catálogo de los seres naturales de la Península. Sin embargo, lasdificultades para que una Sociedad privada realizase funciones que eran más propias de cen-tros de investigación oficiales, hicieron que dicho proyecto no llegara a realizarse.

Afortunadamente, a principios del siglo XX se vive un proceso de apoyo público a la educa-ción, la cultura y la ciencia, lo que propició la renovación, en 1901, del Museo de Ciencias Natu-rales de Madrid de la mano de su nuevo director, el zoólogo Ignacio Bolívar, uno de los fundado-res de la Sociedad Española de Historia Natural. Bolívar era un especialista en insectos ortópteros,pero además demostró ser un magnífico organizador llevando al Museo a una situación dinámica,no sólo en cuanto lugar de exposiciones públicas, sino también promocionando la investigación,especialmente en Geología, Paleontología y Zoología, lo que dio lugar a numerosas publicacionesdesde 1912 hasta 1936, en la serie Trabajos del Museo de Ciencias Naturales.

También cabe destacar el papel que desempeñó el Museo en la promoción de un programacientífico en prehistoria y paleoantropología. En 1912 se creó la Comisión de InvestigacionesPaleontológicas y Prehistóricas, asociada al Museo de Ciencias Naturales, donde figuran Eduar-do Hernández-Pacheco, Hugo Obermaier, Juan Cabré, el marqués de Cerralbo o el conde de laVega del Sella. Así, el importante desarrollo de las investigaciones prehistóricas en España, des-de Altamira a Atapuerca, han estado y siguen estando muy ligadas al Museo de Ciencias Natu-rales. En este sentido quisiera citar aquí a Emiliano Aguirre, quien inició en 1976 las investi-

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1 J. M. Sánchez Ron, «Un siglo de ciencia en España». En: Un siglo de ciencia en España. Publicaciones de la Residen-cia de Estudiantes, 1999, pp. 17-43.

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gaciones paleoantropológicas del Karst de Sierra de Atapuerca, tra-bajando en este proyecto hasta 1990 habiendo sido director interinodel Museo Nacional de Ciencias Naturales en 1985-86. En el área dela paleontología quisiera citar a Bermudo Meléndez, quien fue presi-dente de la Real Sociedad Española de Historia Natural, destacandopor su tratado de Paleontología, y a quien se considera el padre deldesarrollo que los estudios de fósiles han alcanzado en España.

Con el apoyo de la Junta para Ampliación de Estudios e Investi-gaciones Científicas, el Museo promovió la publicación de una seriede trabajos como la edición de Los minerales de España en 1910, delgeólogo Salvador Calderón, y dos monografías, una sobre la Fauna Ibérica, iniciada en 1914 yotra sobre la Flora Ibérica, en 1919. Estos volúmenes sobre la Fauna Ibérica y la Flora Ibérica,publicados hasta 1936, se completaron con otros volúmenes editados bajo los auspicios de la RealAcademia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales durante la década de 1920 y comienzos de1930, en un esfuerzo coordinado con el Museo de Ciencias Naturales, que en 1913 pasó a con-vertirse en Museo Nacional de Ciencias Naturales, y con la Junta para Ampliación de Estudiose Investigaciones Científicas. De hecho, el propio Bolívar fue nombrado Presidente de la Juntaen 1934, a la muerte de Ramón y Cajal.

En Cataluña se desarrolla en el primer tercio del siglo XX un impulso en los estudios básicosde historia natural, en especial, de la botánica, con la figura clave de Pius Font i Quer, importan-te especialista en taxonomía botánica. Cabe destacar también la obra Flora de Catalunya de JoanCadevall, que empezó a publicar en 1913 el Institut d’Estudis Catalans, creado en 1907. Tambiénse crea el laboratorio Microbiológico Municipal, a propuesta del médico y bacteriólogo Jaime Ferrán,quien había destacado por su descubrimiento de una vacuna contra el cólera, en 1885.

También hay que destacar la publicación en 1928 de un nuevo Mapa Geológico de Españaa una escala de gran detalle. En este sentido, el Instituto Geológico de España pidió la colabo-ración del geólogo José Royo, formado en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, para la rea-lización de las primeras hojas de dicho mapa.

En los años previos a 1936 se observa un incipiente interés por campos como la genética ola ecología y, en general, hacia las investigaciones biológicas más experimentales.

La Guerra Civil deshizo los grupos científicos que se habían formado en Madrid y Barcelo-na. Bolívar y parte de su grupo tuvieron que exiliarse, y Font fue encarcelado y apartado de suscargos. Las series Flora Ibérica y Fauna Ibérica no se reanudaron hasta que en la década de 1980el Consejo Superior de Investigaciones Científicas inició sendas series con los mismos títulos. En1986 apareció el primer volumen de Flora Ibérica y en 1990 el de Fauna Ibérica. En tiemposrecientes, en el área de Ecología cabe destacar al académico Ángel Ramos, miembro del ComitéEspañol del programa Hombre y Biosfera de la UNESCO y coordinador del Diccionario de laNaturaleza, y a Salvador Rivas, quien fue director del Real Jardín Botánico de Madrid y presi-dente de la Sociedad Española de Ecología y Biogeografía, siendo miembro de las comisiones deexpertos europeos del Consejo de Europa sobre Conservación de los recursos biológicos.

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IGNACIO BOLÍVAR

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Aunque los estudios de las ciencias de la tierra y de la vida a nivel molecular han despla-zado los enfoques naturalistas tradicionales, el estudio de la gea, la flora y la fauna de nuestropaís es un proyecto vigente, de acuerdo con Casado2.

Así, en las ciencias geológicas figuran una serie de académicos como José María Fuster,quien dirigió diversos proyectos de investigación sobre la Volcanología en España, Colombia yCosta Rica; José Antonio Jiménez-Salas, especialista en Geotecnia y Cimientos; Manuel Alía,quien estudió las características morfológicas y geológicas del Sahara Español, y más reciente-mente la zona del Tajo y la Meseta Ibérica; José Cardús, especialista en Geomagnetismo y Vice-presidente del Comité Internacional para el mapa Magnético Mundial; Manuel Llamas, expertoen Hidrogeología y miembro del Consejo Asesor del American Institute of Hidrology; AdrianoGarcía-Loygorri, especialista en temas geológicos y mineros.

LAS CIENCIAS BIOLÓGICAS

Investigación en Neurobiología

Santiago Ramón y Cajal representa el prototipo de científico español en los finales del sigloXIX y principios del XX. En 1883 obtuvo la cátedra de Histología en la Universidad de Valencia,pero no fue hasta 1887 cuando Ramón y Cajal tuvo conocimiento de la técnica de impregna-ción con plata del tejido nervioso, ideada por Golgi. Mediante la sistematización de la técnica,Ramón y Cajal demostró la independencia de los elementos celulares del sistema nervioso, esta-bleció el sentido de transmisión del impulso nervioso y determinó la anatomía microscópica devarios órganos tales como retina, cerebelo, médula espinal, etc. Estos trabajos los desarrolló enun laboratorio en su propia casa, autofinanciando su realización y su publicación en revistasde muy poca difusión. Para darse a conocer inició la traducción de sus obras al francés. Sinembargo, su consagración como neurohistólogo se debió a su participación en el Congreso dela Sociedad Anatómica Alemana en 1889 donde presentó sus trabajos y sus preparaciones yfue conocido y valorado por Albert Kölliker, el histólogo más importante de la época. A partirde este reconocimiento internacional pasó de catedrático en Valencia, a Barcelona y después aMadrid (1892). En Madrid se integró en la Sociedad Española de Historia Natural en cuyosAnales pudo publicar sus trabajos. En los últimos años del siglo XIX Cajal continuó sus investi-gaciones histológicas del sistema nervioso y, mediante una técnica basada en el azul de metile-no, confirmó sus descubrimientos sobre la independencia de las neuronas y la estructura delos centros nerviosos y escribió el manual Textura del sistema nervioso del hombre y los verte-brados. En 1901 se creó el laboratorio de Investigaciones Biológicas donde Cajal pudo realizarsus trabajos, permitiéndole el uso de animales de experimentación.

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2 S. Casado, «Gea, flora y fauna». En: Un siglo de ciencia en España. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes,1999, pp. 75-93.

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El disponer del nuevo laboratorio así como la puesta a punto de un nuevo método de tin-ción con nitrato de plata reducido permitieron a Cajal describir el mecanismo de crecimiento yregeneración nerviosa y postular importantes hipótesis sobre los factores determinantes delcrecimiento nervioso. Como ya he comentado, al crearse la Junta para Ampliación de Estudiosen 1907, Cajal fue nombrado su presidente, y su laboratorio de investigación se integró en lamisma. Como consecuencia de ello, se concedieron becas de estudios para el extranjero a los dis-cípulos de Cajal: Francisco Tello, Fernando de Castro, José Villaverde, Rafael Lorente de No,entre otros. La vuelta del extranjero de todos estos investigadores consolidó la llamada EscuelaEspañola de Histología.

La Junta también creó otros dos centros de investigación en Neurobiología: el laborato-rio de Histología Normal y Patológica y el Laboratorio de Fisiología Cerebral. El primero pasóa ser dirigido en 1912 por Nicolás Achúcarro quien, a su vuelta de Alemania, donde traba-jó con Alois Alzheimer, estudió las transformaciones de las células nerviosas en diversosprocesos patológicos. Después de su muerte prematura, en 1918, el laboratorio pasó a ser diri-gido por Pío del Río Hortega, discípulo de Achúcarro. Mediante la técnica del carbonato deplata ideada por él, Río Hortega pudo completar la identificación de los diversos tipos celu-lares que componen el tejido nervioso.

Por otra parte, el laboratorio de Fisiología Cerebral fue dirigido por Gonzalo RodríguezLafora, donde simultaneó trabajos de investigación histopatológica con estudios sobre la fisio-logía del sueño, la circulación del líquido cefalorraquídeo, entre otros.

Al comienzo de la década de 1920, próxima la jubilación de Ramón y Cajal, se creó el Ins-tituto Cajal que pretendía constituir un gran Centro de investigación que agrupase la investi-gación neurológica del país. Como es habitual en España el proyecto se prolongó durante másde diez años, lo que dio lugar a que algunos investigadores como Lorente de No se marchasenfuera de España. A pesar de ello, el edificio se acabó en 1932 convirtiéndose en un gran cen-tro de investigación neurobiológica. Desgraciadamente, el comienzo de la Guerra Civil frustróel desarrollo del Instituto Cajal3.

Investigación en Fisiología

En Madrid cabe destacar a Juan Negrín, con formación alemana, quien ocupó un labora-torio de Fisiología creado para él en la Residencia de Estudiantes, formando, entre 1916 y1922, un pequeño grupo de investigadores trabajando sobre los efectos de distintas sustan-cias sobre la tensión arterial y la liberación de adrenalina por las cápsulas suprarrenales. En1922, Negrín obtuvo la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de Madrid, desde don-de pudo seleccionar e introducir en la investigación fisiológica a jóvenes estudiantes como Rafael

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3 A. Baratas, «La investigación biológica en la España del primer tercio del siglo XX». En: Un siglo de ciencia en Espa-ña. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1999, pp. 95-113.

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Méndez, Severo Ochoa, Francisco Grande Covián, entre otros. Uno de los investigadores dellaboratorio, José Domingo Hernández Guerra, interesado en la contracción y trabajo cardia-co, mostraba un interés especial por la bioquímica, y en colaboración con Severo Ochoa publi-có un manual de bioquímica, de amplia difusión. Los colaboradores del laboratorio de Fisio-logía trabajaron en diversos temas. Así, Severo Ochoa trabajó sobre las fuentes energéticas dela contracción muscular, los cambios químicos de la contracción muscular en ausencia decápsulas suprarrenales, entre otros; Grande Covián estudió el metabolismo de los hidratos decarbono del corazón, etc.

En Barcelona surgió otro núcleo importante de investigación en fisiología en torno al Ins-titut d’Estudis Catalans y a la figura de August Pi y Suñer, que se especializó en la fisiologíadel sistema nervioso y los mecanismos de circulación sanguínea.

Investigación en Genética

La Junta para Ampliación de Estudios apoyó la investigación genética, tanto básica comoaplicada, mediante la creación de dos centros: el laboratorio de Biología, dependiente del MuseoNacional de Ciencias Naturales, y la Misión Biológica de Galicia.

El laboratorio de Biología se creó en 1911, siendo su director Antonio de Zulueta, cuyalabor se centró, entre otras, en el estudio de la división celular de protozoos. Investigadores comoManuel Bordás Celma, Fernando Galán y José Fernández Nonídez, quien introdujo la Genéticade Drosophila en España, estuvieron vinculados a este Laboratorio4.

La Misión Biológica de Galicia, creada en 1922 bajo la dirección de Cruz GallásteguiUnamuno, desarrolló un importante plan de mejora genética del maíz, así como de mejora dela cabaña porcina.

Por otra parte, el Real Jardín Botánico de Madrid, a partir de 1920, fecha en que tomó sudirección Ignacio Bolívar, estableció, entre otros, un Laboratorio de Fisiología Vegetal dondecabe destacar la labor continuada de Florencio Bustinza5.

También cabe destacar a Salustio Alvarado, zoólogo y botánico, cuyos trabajos en estoscampos fueron recopilados por Florencio Bustinza, en 35 monografías sobre histología ani-mal y vegetal, morfología, e historia de la biología. Su hijo Rafael Alvarado, experto en Zoo-logía de Invertebrados, fue, como su padre, Presidente de la Real Sociedad Española deHistoria Natural.

Como resumen podemos decir que el desarrollo de la investigación biológica en Espa-ña durante el primer tercio del siglo XX se debe en una gran medida al apoyo de la Juntapara Ampliación de Estudios, en especial en áreas como las neurociencias, la fisiología o la

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4 A. García-Bellido, «La biología en la España del siglo XX». En: Un siglo de ciencia en España. Publicaciones de la Resi-dencia de Estudiantes, 1999, pp. 189-195.

5 A. Baratas, «La investigación biológica en la España del primer tercio del siglo XX». En: Un siglo de ciencia en Espa-ña. Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 1999, pp. 95-113.

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genética. Sin embargo, los grupos de investigación creados en esta eta-pa se desmembraron con la Guerra Civil que destruyó las bases des-arrolladas para la investigación científica en España. Una de las áre-as más perjudicadas fue la de las neurociencias. Los escasos discípu-los supervivientes de Cajal, como Jorge Tello o Fernando de Castro,no tuvieron los medios ni la masa crítica necesarios para mantener laescuela de Neurobiología creada por Ramón y Cajal. Afortunada-mente, la Neurobiología ha renacido en España y, en el mundo aca-démico, podemos citar a Francisco Rubia, director de la Unidad deCartografía Cerebral en el Instituto Multidisciplinar de la Universi-dad Complutense; a Alberto Portera, experto de la Organización Mun-dial de la Salud en envejecimiento neuronal y fundador de la Sociedad Alzheimer-España,así como miembro de la Fundación para el estudio del cerebro de Estados Unidos; FernandoReinoso, miembro de numerosas Sociedades de Neurociencias en el extranjero y director delprograma de doctorado en Neurociencia en la Universidad Autónoma de Madrid; así comoCarlos Belmonte, académico electo de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Natu-rales, y director del Instituto de Neurociencias de Alicante. Recientemente otros investigado-res han contribuido a este renacimiento de la Neurobiología en España, entre ellos M.ª TeresaMiras, quien se acaba de incorporar a la Real Academia de Farmacia.

Investigación en Bioquímica y Biología Molecular

El comienzo del renacimiento de las Ciencias Biológicas en España tuvo lugar en la déca-da de 1950. Por una parte, como consecuencia de la labor pionera desarrollada por ÁngelSantos Ruiz en el Departamento de Bioquímica de la Facultad de Farmacia de Madrid, dondese formaron bioquímicos como Federico Mayor Zaragoza, María Cascales, José Antonio Cabe-zas, entre otros, algunos de los cuales a su vez formaron una amplia escuela de investigaciónen Bioquímica. Por otra parte, el Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC inaugurado en1956, acogió a investigadores formados en el extranjero que introdujeron en el Consejo prime-ro la bioquímica y posteriormente la biología del desarrollo y la biología molecular. Sin embar-go, el Instituto Cajal se moría a pesar de las continuas quejas de Fernando de Castro al enton-ces secretario general del Consejo, José M.ª Albareda6.

Los primeros trabajos desarrollados en el Centro de Investigaciones Biológicas bajo elliderazgo de Alberto Sols se centraron en el metabolismo de los hidratos de carbono. Estodio lugar a una importante escuela de bioquímica basada en la enzimología o el estudio delas enzimas. Además, se incorporaron al Centro de Investigaciones Biológicas investigado-

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JOAQUIN MARÍA DECASTELLARNAU

6 M. J. Santesmases, «De los tejidos a los ácidos nucleicos». En: Un siglo de ciencia en España. Publicaciones de la Resi-dencia de Estudiantes, 1999, pp. 173-179.

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res que habían vuelto del extranjero de completar su formación en distintos campos. Así, enmicrobiología se estableció el grupo de Julio Rodríguez Villanueva que posteriormente setrasladó a la Universidad de Salamanca creando una escuela de microbiólogos españoles. Encitología vegetal, el grupo dirigido por Gonzalo Giménez. En el estudio de los mecanismosde fotosíntesis destaca el grupo formado por Manuel Losada, quien se trasladó más tarde ala primera cátedra de Bioquímica de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Sevilla,creando una importante escuela; en endocrinología se estableció el grupo de Gabriela Morre-ale y Francisco Escobar que posteriormente se trasladaron a la Facultad de Medicina de laUniversidad Autónoma de Madrid. El propio Alberto Sols, nombrado catedrático extraor-dinario de la misma, creó su grupo de investigación en lo que hoy es el Instituto de Inves-tigaciones Biomédicas Alberto Sols. Antonio Fernández de Molina también se incorporó alCentro de Investigaciones Biológicas estableciendo un grupo de Neurofisiología, que pos-teriormente pasó a la Universidad de Salamanca. Miguel Rubio, trabajando en virus de plan-tas, fue pionero en la utilización del microscopio electrónico en la visualización de partícu-las virales. Un aspecto importante de esta serie de investigadores incorporados al Centrode Investigaciones Biológicas a finales de 1950 y comienzos de 1960 es que establecieroncomo norma la publicación de sus trabajos en revistas internacionales de prestigio, lo quehizo que la investigación biológica realizada en nuestro país comenzase a ser conocida yvalorada en el extranjero.

En la década de 1960 se creó la cátedra de Bioquímica de la Facultad de Ciencias de la Uni-versidad Complutense de Madrid que fue ocupada por Ángel Martín Municio, quien desarrollóuna importante labor de enseñanza e investigación, ésta centrada en diversos estudios sobre lamosca Ceratitis capitata. También destaca su labor de política científica tanto dentro como fue-ra de España, habiendo sido representante de España en la Conferencia Europea de BiologíaMolecular.

En el año 1961, con el apoyo de Severo Ochoa, se organizó la primera reunión de bioquí-micos españoles celebrada en Santander donde participaron, además del propio Severo Ochoa,figuras señeras en España como Carlos Jiménez Díaz, o Francisco García González, catedráti-co de Orgánica de la Universidad de Sevilla. La segunda reunión de bioquímicos españoles tuvolugar en 1963 en Santiago de Compostela donde se creó la Sociedad Española de Bioquímica,ahora de Bioquímica y Biología Molecular, que se había gestado en la reunión de Santander. Aesta reunión acudió, no sólo Severo Ochoa, sino también el Premio Nobel argentino Luis Leloir,además de otras figuras relevantes como Manuel Lora Tamayo. El primer presidente de la Socie-dad fue Alberto Sols. Un acontecimiento importante para España desde el punto de vista de suconsideración internacional en el campo de la Bioquímica fue la celebración en Madrid, en 1969,del Congreso de la Federación Europea de Sociedades de Bioquímica bajo la presidencia de Seve-ro Ochoa.

A finales de los años 1960 se produjo la vuelta a España de científicos que habían adqui-rido una formación en Biología Molecular o en Biología del Desarrollo. Entre los primeros seencontraban David Vázquez, Eladio Viñuela y yo misma, y entre los segundos, Antonio Gar-

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cía-Bellido. Todos ellos trabajaron inicialmente en el Centro de Investigaciones Biológicas a fina-les de los sesenta hasta mediados de los setenta, cuando se trasladaron al recién inaugurado Cen-tro de Biología Molecular Severo Ochoa.

Permítanme que relate a continuación la gestación y finalmente la creación del Centro deBiología Molecular Severo Ochoa (CBM). A comienzos de los años setenta, siendo ministro deEducación y Ciencia José Luis Villar Palasí, en conversaciones con Severo Ochoa, se pensó enla creación de un Centro avanzado de Biología Molecular en España, concretamente en Madrid.Con ello se pretendía atraer a Ochoa a España tras su próxima jubilación de la Universidad deNueva York, cuyo Departamento de Bioquímica dirigía. Ochoa afirmó que volvería a Españasi se dotaba un Centro moderno de Biología Molecular. A medida que el proyecto avanzaba yse diseñaba la estructura del edificio, se conseguían presupuestos y apoyos político-científicos,Ochoa fue ilusionándose con la idea y empezó a verla viable. Se nombró un Patronato cuyo pre-sidente era Severo Ochoa, el vicepresidente, Jesús García Orcoyen, y estaba formado por elpresidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el rector de la Universidad Autó-noma de Madrid y los científicos Carlos Asensio, José Luis Cánovas, Manuel Losada, FedericoMayor Zaragoza, Julio Ortiz, Julio Rodríguez Villanueva, José María Segovia, Eduardo Torro-ja, David Vázquez y Eladio Viñuela. En 1971 se constituyó una Comisión Ejecutiva nombradapor el Patronato, encargada de llevar a la práctica el proyecto de creación de un Centro deBiología Molecular. Aunque sin formar parte del Comité Ejecutivo, Javier Corral fue una de laspersonas que, junto con Eladio Viñuela, se dedicó intensamente al proyecto que dio lugar, des-pués de algunos avatares, a la constitución del hoy Centro de Biología Molecular Severo Ochoa.Fueron unos años importantes, en los que un trabajo duro y constante dio un fruto que semantiene a lo largo de los años.

Además de una ayuda inicial de 5 millones concedida por Jesús García Orcoyen, directorgeneral de Sanidad, el Comité de Intercambio Hispano Norteamericano concedió ayudas a lolargo de tres años por un total de 900.000 dólares para la adquisición de equipo para elCBM. Por otra parte, la Comisión Administradora del Descuento Complementario del InstitutoNacional de Previsión, que después se convirtió en el Fondo de Investigaciones Sanitarias, con-cedió una ayuda anual de 25 millones de pesetas.

Algunos miembros de la comisión ejecutiva (Javier Corral, Eduardo Torroja y Eladio Viñue-la) junto con el arquitecto Cayetano de Cabanyes, visitaron los principales Centros de BiologíaMolecular del momento entre los que se encontraban el Instituto Roche de Biología Molecularde New Jersey, el Biozentrum de Basilea y el Instituto de Biología Molecular de la ETH de Zúrich.También se pidió el asesoramiento a una consultoría americana especializada en el diseño deinstalaciones de centros de investigación biológica. El Ministerio de Educación y Ciencia habíaasignado al proyecto 220 millones de pesetas. Cuando se redactó el documento final con lasespecificaciones de la consultoría americana, el presupuesto fue de 300 millones de pesetas.

Tras un período de intensa actividad, se produjo un acontecimiento importante que afec-tó profundamente a Ochoa. Apareció un artículo en un periódico criticando la decisión delGobierno de invertir en cerebros que habían emigrado.

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En aquel momento el cese de Villar Palasí parecía inmediato, por lo que se trabajó inten-samente para presentar el proyecto, lo que se hizo dos días antes de que José Luis VillarPalasí fuera sustituido por Julio Rodríguez poco antes del verano de 1973. El proyecto que-dó congelado durante, al menos seis meses, a lo largo de los cuales el instrumental científi-co que ya se había comprado con la ayuda americana permaneció almacenado. Severo Ochoa,ya jubilado de la Universidad de Nueva York, aceptó el puesto de investigador distinguidoen el Instituto Roche de Biología Molecular de New Jersey, por lo que su vuelta a Españase vio frustrada.

La muerte de Carrero Blanco trajo consigo un nuevo cambio de Gobierno a finales de 1973.Cruz Martínez Esteruelas es nombrado ministro de Educación y Ciencia, y Eladio Viñuela y yomisma nos reunimos con él para intentar relanzar el proyecto del CBM. Afortunadamente, Fede-rico Mayor Zaragoza, entonces catedrático de Bioquímica de la Universidad Autónoma de Madrid,fue nombrado subsecretario del ministro de Educación y Ciencia, y el proyecto de creación delCBM renació. Sin embargo, las posibilidades presupuestarias habían disminuido y el proyectosólo contaba con 180 millones de pesetas, lo que hacía imposible la construcción de un edificioindependiente, como se había planeado en el proyecto original.

Para llevar a cabo el proyecto renovado del CBM se remodelaron unos edificios de la Facul-tad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid. El total de metros cuadrados era muyinferior al previsto en el proyecto original y ello exigió una reducción de la plantilla ya previs-ta por Severo Ochoa y Eladio Viñuela.

En septiembre de 1975, coincidiendo con el 70 aniversario de Severo Ochoa, se inaugu-ró oficialmente el CBM por los entonces príncipes de España Don Juan Carlos y Doña Sofía.En aquel momento sólo estaban ocupados los laboratorios de Federico Mayor Zaragoza y deAntonio García-Bellido, y el resto estaba en obras. David Vázquez, Eladio Viñuela y yo misma,junto con algunos de los discípulos respectivos que ya habían formado grupos independientes,nos trasladamos en septiembre de 1977 a los nuevos laboratorios del CBM.

El Centro de Biología Molecular Severo Ochoa es un centro mixto del CSIC y de la UAM.Fue un centro pionero, no sólo en investigación en Biología Molecular, sino también en la crea-ción de una infraestructura técnica óptima para realizar investigación biológica, lo que sirvió deejemplo para otros centros creados posteriormente.

El CBM contó con la plena dedicación de Severo Ochoa desde 1985 fecha en que setrasladó definitivamente a Madrid. El Centro ha llegado a ser un Centro de excelencia conproyección internacional, a lo que sin duda ha contribuido de un modo notable la figura deSevero Ochoa7.

Los mecanismos de expresión del material genético, la replicación del DNA, los mecanis-mos de biosíntesis de proteínas, la transducción de señales, la neurobiología, la inmunología, labiología molecular de virus, las enfermedades moleculares o la biología del desarrollo en Dro-sophila melanogaster son temas que se han desarrollado ampliamente en el Centro de Biología

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7 M. Salas, La creación del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. Arbor n.º 583, 1994, pp. 81-86.

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Molecular Severo Ochoa y, posteriormente, en el Centro Nacional deBiotecnología del CSIC, también en el campus de la UAM, donde setrasladaron algunos miembros del CBM.

Aparte de estos grandes Centros, quisiera citar en el área de laBiomedicina, al Departamento de Medicina Experimental creado porPedro García Barreno en el Hospital Gregorio Marañón, lo que ha pro-porcionado una excelente infraestructura donde desarrollar a la vezinvestigación básica e investigación clínica.

En Barcelona, se crea el Instituto de Biología Fundamental en 1970,en un proyecto en el que participó el científico español Juan Oró quetrabajaba en Estados Unidos en temas relacionados con la química pre-biótica. Juan Antonio Subirana y Jaime Palau estudiaron las interacciones entre el DNA y las his-tonas, siendo Subirana el catalizador de una escuela de cristalografía. Antonio Prevosti estudiala genética de poblaciones, y Ramón Margaleff hace aportaciones importantes a la ecología.

En el tema de la mejora vegetal, con el uso de herramientas genéticas, cabe destacar a Enri-que Sánchez-Monge quien inició su carrera como investigador en la estación Experimental deAula Dei en Zaragoza, obteniendo el Trilicale hexaploide, que es la única especie vegetal obte-nida experimentalmente que se cultiva a escala de miles de hectáreas. En Aula Dei también seiniciaron investigaciones sobre citogenética vegetal por el propio Sánchez-Monge y por su suce-sor Juan Ramón Lacadena. Otro gran investigador en el tema de genética de animales superio-res (caballo, toro de lidia y cerdo) fue Miguel Odriozola, muy valorado por figuras tan señerascomo Dobzhansky.

No quisiera dejar de señalar la escuela de Biología Molecular de plantas que se inició en laEscuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos liderada por Francisco García Olmedo yPilar Carbonero, que han hecho que esta disciplina se haya desarrollado ampliamente en nues-tro país y haya alcanzado un prestigio internacional.

Para finalizar, y aunque ya ha sido citado a lo largo de mi exposición, quisiera hacer unamención especial sobre el papel que tuvo Severo Ochoa en el desarrollo de la Bioquímica yBiología Molecular en España. Aunque él tuvo que marcharse fuera de España para realizar suinvestigación, es indudable su influencia, directa o indirecta, en la investigación biológica denuestro país. Sus aportaciones claves a la ciencia universal, como el descubrimiento de la poli-nucleótido fosforilasa, lo que le valió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1959, su con-tribución al desciframiento de la clave genética y sus estudios sobre los mecanismos de síntesisde proteínas tuvieron una repercusión directa sobre numerosos discípulos que se formaron ensus laboratorios del Departamento de Bioquímica de la Facultad de Medicina de la Universidadde Nueva York y en el Instituto Roche de Biología Molecular, entre los cuales tengo la suerte yel privilegio de incluirme. Estos discípulos de Ochoa formaron, a su vez, nuevos discípulos,por lo que podemos hablar de varias generaciones de bioquímicos y biólogos moleculares espa-ñoles que se formaron, directa o indirectamente, con Severo Ochoa, y que recibieron sus ense-ñanzas, su rigor experimental y su entusiasmo por la investigación.

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SALUSTIO ALVARADO

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Severo Ochoa siempre estuvo apoyando la biología en España. Primero en la época enque aún trabajaba en Estados Unidos, participando en los congresos de la Sociedad Españolade Bioquímica e interesándose por la ciencia que se hacía en nuestro país. Posteriormente, a suregreso a España, al Centro de Biología Molecular, interviniendo en el día a día en los trabajosque se realizaban en el Centro, así como en sus publicaciones y en los seminarios que se impar-tían en el mismo. Severo Ochoa siempre insistía que la investigación en España necesitaba unamasa crítica, que había que potenciar.

Quiero terminar con mi agradecimiento especial a Severo Ochoa, no solamente por lo quesupuso en mi formación en Biología Molecular, sino también por lo que ha supuesto para el desa-rrollo de la Bioquímica y Biología Molecular en España.

Podemos afirmar que en España se hace investigación de calidad en este área. Así lo valo-ró recientemente la revista Nature, quien dedicó un número a la investigación en España. En unartículo comenta «Spain breeds good science in lean times» (España produce buena ciencia entiempos difíciles).

Pues bien, yo creo que la investigación en ciencias naturales en España debe aumentar nosólo en calidad, sino también en cantidad. Sólo así podremos recuperar a los numerosos jóvenescientíficos que, después de haber hecho una tesis doctoral en España, han salido a laboratoriosextranjeros a realizar una fase postdoctoral, y están esperando con ansiedad la posibilidad devuelta a su país.

Muchas gracias.

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Las grandes personalidades de la Farmacia española

MARÍA DEL CARMEN FRANCÉS CAUSAPÉ

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M is primeras palabras son de agradecimiento al Instituto de España y al coordinador deeste Ciclo de Conferencias, el excelentísimo señor don Vicente Palacio Atard, por haber

contado con mi persona para intervenir en él. Traer al recuerdo a las personalidades más desta-cadas de la Farmacia española, no cabe duda de que es un estímulo para que nosotros intente-mos emular su trayectoria personal, científica y académica.

El título de la conferencia es comprometido y resulta difícil si no imposible, dado el núme-ro de personalidades, en proporción más hombres que mujeres, que han formado y forman par-te de la Real Academia de Farmacia;dar cuenta de la aportación de cada una de ellas bien a laciencia, bien a las artes o bien a las letras. De este tema ya trató don Ángel Santos Ruiz en ellibro Las Reales Academias del Instituto de España, publicado en el año 1992, en el capítulodedicado a la Real Academia de Farmacia.

Yo me limitaré a las máximas personalidades de la Farmacia española, es decir a los repre-sentantes de la Real Academia de Farmacia desde su constitución hasta nuestros días, y a tra-vés de ellos sí nos será factible presentar un balance del papel que ha representado la Corpora-ción en el panorama español de las ciencias, las artes y las letras. Figuras tan prestigiosas comolas que vamos a citar constituyen un referente cultural de indudable valor en nuestro país. Comodecía el poeta, llamado El Divino, del siglo XVI, de origen alcalaíno, Francisco de Figueroa:

Cual fuere la persona que imitarescual fuere la doctrina que aprendieresy cuales los ejemplos que tomarestales serán las muestras de quien eres

Las crisis sociales y políticas que sufre España a fines del siglo XIX constituyen el pasopara que en la centuria siguiente se produzcan cambios importantes en el ámbito de la Far-macia española.

Si la industrialización había provocado, a principios del siglo XX, un cambio en la fun-cionalidad de la tradicional oficina de farmacia, la instauración de la colegiación obligatoria,y en concreto el establecimiento del Colegio de Farmacéuticos de Madrid; obligó a que el anti-guo Colegio de Farmacéuticos, que tenía su origen en el siglo XVIII, adoptara en 1932 ladenominación de Academia de Farmacia para distinguir su identidad y los diferentes objeti-vos que perseguía; pues si los de aquél eran profesionales, los de ésta eran exclusivamente cien-tíficos. Posteriormente consiguió en 1946 su integración en el Instituto de España y, por ello,es justificado que nos ocupemos hoy de los máximos protagonistas del cambio y evolución queha sufrido la Corporación durante el siglo XX.

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Aunque en principio nuestra relación es cronológica, aúna al mismo tiempo el relato temá-tico y con ello se evitan repeticiones.

I . DON TORIBIO ZÚÑIGA Y SÁNCHEZ-CERRUDO

Fue el primer presidente de la Corporación.Nació en Béjar (Salamanca) el 24 de julio de 1886 y murió en Madrid el 24 de noviembre

de 1969. Licenciado en Farmacia por la Facultad de Farmacia de la Universidad Central deMadrid en 1906 y doctor en Farmacia por la misma Universidad en 1908.

Tras obtener la Licenciatura en Farmacia fue nombrado profesor ayudante de la Sección deMicrobiología del Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII (1907-1909) y una vez realizadoel doctorado inició su actividad profesional como titular de una oficina de Farmacia sita en lacalle Jacometrezo n.º 14 donde ejerció de 1909 a 1914 para después establecerse en otra situa-da en la calle Hortaleza n.º 17 donde ejerció desde 1914 a 1923.

Desempeñó importantes cargos públicos en el ámbito sanitario local, provincial y estatal: asíen 1917 fue nombrado profesor encargado de la Sección de Desinfección y Química del Dis-pensario Antituberculoso Victoria Eugenia; en 1919, farmacéutico municipal del Ayuntamien-to de Madrid, cargo que desempeñó desde 1921 a 1927. Fue miembro del Real Consejo de Sani-dad. Desde 1925 a 1931 ejerció en la Real Oficina de Farmacia al servicio de S.M. el rey Alfon-so XIII; desde 1932, inspector farmacéutico provincial de Higiene, y desde 1935, farmacéuti-co del Hospital Central de la Cruz Roja Española en Madrid.

Como señala Rafael Roldán, la actividad profesional del doctor Zúñiga «ha corrido pare-ja con su capacidad y entusiasmo»1 y ello se puede trasladar también a la vida académicapuesto que una vez iniciado el ejercicio profesional como miembro del Real Colegio de Far-macéuticos de Madrid en el que había ingresado el 21 de julio de 1912 y en su calidad depresidente, cargo que ocupó en 1920 y después desde 1929 a 1932, fue uno de los prin-cipales artífices para que la antigua Corporación, cuyos Estatutos fueron aprobados en1737, se transformase en Academia. Por entonces la Corporación tenía su sede en la calleSanta Clara n.º 4.

El doctor Zúñiga es una de las figuras más señeras con que cuenta la Farmacia española.Hombre de gran dinamismo, supo luchar infatigablemente a nivel político y profesional por elprestigio de nuestra Corporación. Al hecho de las buenas relaciones personales por razón defamilia con la Corte y por razón profesional con el Rey, lo que hizo que en 1926 fuera nom-brado Gentilhombre de Casa y Boca de S.M. Alfonso XIII, se unieron otras circunstanciascomo que el farmacéutico José Giral Pereira, ministro de Marina, apoyara sus iniciativas. El 14de octubre de 1930 se recogieron las firmas de 225 miembros de la antigua Corporación, sien-

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1 R. Roldán Guerrero, Diccionario biográfico y bibliográfico de Autores Farmacéuticos españoles, tomo IV, Madrid,IMPHOE, 1976, p. 759.

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do solamente 7 los que no dieron su opinión, apoyando el cambio de denominación del Real Cole-gio de Farmacéuticos por el de Real Academia de Farmacia2.

Otras circunstancias que favorecieron el apoyo de la clase farmacéutica fueron: la conme-moración en 1930 del centenario del edificio de la Facultad de Farmacia, inaugurado el 29 denoviembre de 1830 en la calle de San Juan, que más tarde pasaría a ser denominada de LaFarmacia, nombre que ostenta en la actualidad, evento del que el doctor Zúñiga fue gestor; y quese celebrara el Segundo Congreso Nacional de Farmacia que presidió el doctor Zúñiga3 .

El 1 de junio de 1931 en Junta General Extraordinaria se sancionó el cambio de nombrealegando que por «sus fines puramente científicos, evita la confusión y evidente perjuicio quela clase farmacéutica padecía por existir con igual denominación el Colegio provincial», aunqueno es hasta el 6 de octubre de 1931 que se solicita al ministro de Instrucción y Bellas Artes talcambio a fin de que la Corporación pueda «con plena autoridad, continuar su gloriosa histo-ria, que tan provechosa ha sido para la Universidad y la Patria», pidiendo ahora, por hallarseestablecida la República, el cambio de nombre como Academia Española de Farmacia4 lo que seconsiguió por Orden Ministerial de 6 de enero de 19325 siendo ministro de Instrucción Públi-ca y Bellas Artes don Elías Tormo y Monzó. Sin embargo, un recurso de don Ramón MenéndezPidal, a la sazón director de la Academia Española en la que reclamaba para esa institución ladenominación de Española hizo que por Orden Ministerial de 28 de mayo de 1932 se autori-zara el cambio de nombre por el de Academia Nacional de Farmacia6.

Dado que el doctor Zúñiga había sido elegido presidente de la antigua Corporación parael siguiente bienio en la Junta General Extraordinaria celebrada el 21 de diciembre de 19317 fueel primer presidente con que contó la Academia en la que ocupó la Medalla n.º 4. La Academiadispuso de sus primeros Estatutos por Orden del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artesde 16 de junio de 1932.

Se puede decir que la Real Academia de Farmacia es obra suya puesto que a su esfuerzo sedebe que en 1932 el Real Colegio de Farmacéuticos de Madrid cambiase de denominación adop-tando el de Academia Nacional de Farmacia, Academia que sería la primera de Farmacia en el mun-do y a cuya imagen se crearían posteriormente otras tanto en Europa como en Hispanoamérica.

El doctor Zúñiga fomentó asimismo las relaciones con los países iberoamericanos y ello serefleja en el acuerdo de la Junta General Extraordinaria de 21 de diciembre de 1931 acerca de«Constituir la Confederación Iberoamericana de Farmacia, que servirá para unir más estrecha-mente los lazos entre los farmacéuticos hispano-americanos y portugueses»8.

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2 ARAF. Leg. 180.6.3 M.C. Francés Causapé, «Celebración de un centenario en las páginas de “El Monitor”». En Un siglo de Farmacia en

España 1895-1995. Coordinado por Pedro Malo García, Madrid, Centro Farmacéutico Nacional, 1995, pp. 35-40.4 ARAF. Leg. 180.6.5 Orden del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes del 6 de enero de 1932, Gaceta de Madrid, de 9 de ene-

ro de 1932. CCLXXI, tomo I, 9, p. 235.6 ARAF. Leg. 182.7.7 ARAF. Libro de Actas n.º 69, fol. 35.8 Ibídem, fol. 37.

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Asimismo a él se deben las gestiones para que en 1946 la Real Academia de Farmacia seintegrase en el Instituto de España en condiciones idénticas a las de las restantes Academias9.

El doctor Zúñiga, que detentó los cargos de presidente del antiguo Real Colegio de Farmacéu-ticos de Madrid en 1920, de vicepresidente segundo de 1925 a 1928, de presidente de 1929 a1932,y ostentaría en la Academia de Farmacia el cargo de presidente de 1932 a 1934, cesando el21 de diciembre de este último año a fin de que la Academia estuviera presidida por una personacientífica de relieve. Ocupó el cargo de secretario general, con carácter de secretario perpetuo, segúnacuerdo de Junta General de 18 de octubre de 1936, hasta el momento de su fallecimiento en 1969.

Solamente el hecho de haber conseguido la transformación de la antigua Corporación enAcademia era motivo suficiente para que el doctor Zúñiga hubiera tenido el reconocimiento de laCorporación. Gran número de académicos solicitaron para él la Medalla Carracido, la más alta dis-tinción que concede la Real Academia de Farmacia, y en su categoría de oro en el año 1964,solicitud que se renovó en 1970 a fin de «premiar la vida […] entregada por entero al enalteci-miento de la Ciencia Farmacéutica […] teniendo en cuenta los méritos y circunstancias excepcio-nales que concurrían en la persona del doctor Zúñiga, y que es muy posible que jamás vuelvan arepetirse, a título póstumo y como premio a su inolvidable labor dentro de esta Academia». Se leconcedió, no obstante, por su dedicación como Secretario Perpetuo de la Corporación10.

El doctor Zúñiga conocía a la perfección la documentación del Archivo de la Corpora-ción, que él había organizado con los escasos medios de que disponía en aquel momento, asícomo el material gráfico que en el mismo se conservaba, lo cual le permitió impartir conferen-cias y redactar artículos destinados a revistas científicas y profesionales sobre diferentes aspec-tos del devenir de la Corporación.

El doctor Zúñiga estaba dotado de gran capacidad y a él se deben numerosas colaboracio-nes no sólo en revistas científicas sino también en las profesionales e incluso en la prensa diariadonde, como afirma el doctor Rafael Roldán y Guerrero, «ha dejado huellas indelebles de susadmirables dotes de escritor de puro y refinado estilo» 11.

En efecto el doctor Zúñiga, de gran vocación y amor por la Farmacia y por la Corporaciónacadémica, poseía un alma de historiador y a él se deben, entre las publicaciones de mayorinterés desde el punto de vista histórico para la Corporación, las siguientes:

— Historia crítica del Ilustre Colegio de Farmacéuticos de Madrid y de los sucesos queinfluyeron en su vida y en el porvenir de la clase farmacéutica desde 1862 hasta 1918,Memoria que leyó en la sesión del 180 aniversario de la fundación del Real Colegio deFarmacéuticos de Madrid, celebrada el 21 de noviembre de 1917. Esta Memoria, a pro-puesta del presidente del Real Colegio de Farmacéuticos de Madrid, don AlfonsoMedina Vera, y en Junta General celebrada el 21 de diciembre de 1917; se acordó por

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9 Decreto de 9 de agosto de 1946. BOE de 29 de septiembre.10 ARAF. Expediente personal de don Toribio Zúñiga y Sánchez-Cerrudo.11 R. Roldán Guerrero, opus cit., tomo IV, Madrid, IMPHOE, 1976, p. 759.

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unanimidad que se imprimiera, lo cual se efectuó en 1918. Además dicha Memoria fuepremiada en ese año y con Medalla de Oro en el Congreso Nacional de Medicina.

— Historia de la Farmacopea Española durante la colaboración del Real Colegio de Farma-céuticos, conferencia que pronunció en la Corporación el día 28 de marzo de 1943 y quese publicó en el n.º 4 de los Anales de la Real Academia de Farmacia al año siguiente.

— Cincuenta años de vida académica, conferencia dada en la Corporación el día 12 dejunio de 1962 y que vio la luz en el n.º 4 de los Anales de la Real Academia de Far-macia de ese mismo año. Estas publicaciones le servirían de estímulo, tal y como ase-guraba Francisco Marín y Sancho en 24 de abril de 1918: «para emprender otros tra-bajos encaminados a realzar esta querida profesión nuestra y a mantener vivo el espí-ritu de amor y reconocimiento a los servicios inestimables del viejo Colegio de Farma-céuticos de Madrid»12.

En efecto, la obra que había iniciado en 1929 sobre la Historia de la Real Academia deFarmacia, cuya redacción interrumpió temporalmente durante los años de la Guerra Civil13, lacontinuó posteriormente, dándola por finalizada en el mes de octubre de 1969 pues él mismodeclara en la Academia que ha utilizado el Archivo de la Corporación y la documentación en élexistente «para escribir la Historia de la Academia que tiene preparada»14.

La Real Academia de Farmacia no queriendo que la labor de tan ilustre académico quedeinédita emprende este año, a iniciativa de la Sección quinta de Historia, Bibliografía, Legisla-ción y Deontología, la publicación de esta obra del doctor Zúñiga editando el Volumen primerodedicado a las Congregaciones de Boticarios desde 1589 hasta 1835 en el que se da cuenta delos antecedentes históricos de la Corporación.

La revista de la Academia

Al doctor Zúñiga se debe que la Corporación crease su propia revista cuyo primer núme-ro vio la luz el 31 de marzo de 1932 bajo el título Anales de la Academia Española de Farma-cia que en adelante se editaría trimestralmente y de la que sería director desde el momento desu nombramiento en Junta General de 31 de marzo de 193215 hasta la fecha de su fallecimien-to. Señalaba el doctor Zúñiga en la presentación de la revista que «la publicación de los Analeses de […] vital importancia […] sin ellos sería inútil» toda la labor de la Corporación16. En efec-to, salvo el lapso de la Guerra Civil, la revista de la Corporación ha sido un fiel reflejo de su

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12 F. Marín y Sancho, presentación de la obra de T. Zúñiga Sánchez-Cerrudo, Historia crítica del Ilustre Colegio deFarmacéuticos de Madrid, 1918, p. 8.

13 N. Díaz López, «Apuntes sobre una vida ejemplar», Anal. Real Acad. Farm. XXXV, 4, 1969, pp. 407-411.14 ARAF. Libro de Actas, Junta de Gobierno del día 2 de octubre de 1969, fols. 399 y 399 v.15 ARAF. Libro de Actas n.º 69, fol. 60.16 T. Zúñiga y Sánchez-Cerrudo, Presentación. Anal. Acad. Esp. Farm. I, 1932, 1, p. 1.

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labor a través del tiempo. Desde su creación hasta hoy se han llevadoa cabo intercambios con otras revistas científicas y se han publicado ensus páginas trabajos de científicos españoles y extranjeros de relieve.

II . DON JOSÉ CASARES GIL

Fue el segundo presidente, cargo denominado director a partirde 1947, que tuvo la Academia de Farmacia y el que durante un mayorperíodo ocupó el cargo.

Nació en Santiago de Compostela el 10 de marzo de 1866 y falleció en esa misma localidadel 21 de marzo de 1961. Licenciado en Farmacia en 1884 en la Universidad de Santiago de Com-postela, doctor en Farmacia por la Universidad Central de Madrid en 1887, además era licen-ciado en Ciencias Físico-Químicas por la Universidad de Salamanca (1885).

Catedrático de Análisis químico de alimentos, medicamentos y venenos en la Facultad deFarmacia de Barcelona (1888), es decir, de una materia que acababa de introducirse por el Plande estudios de Montero Ríos en 1886 en la Licenciatura de Farmacia17; desempeñó su funcióndocente en esa Universidad hasta que, por concurso de traslado, pasó en 1905 a la Facultad deFarmacia de la Universidad Central de Madrid.

Ingresó en el Real Colegio de Farmacéuticos de Madrid el 21 de febrero de 1919. El doctorRoldán dice de él: «Fue una de las personalidades científicas más eminentes de España, y su nom-bre querido y respetado no sólo en nuestra nación, sino en el extranjero, es un orgullo para laFarmacia española que le contó entre los de su clase»18.

Sus biógrafos coinciden al señalar que era persona de atrayente simpatía, cualidades de anda-rín y viajero infatigable19 a lo que unía una prodigiosa memoria y una clarísima inteligencia20.

Su sólida formación científica la adquirió en Alemania fundamentalmente. El tiempo quepasó trabajando en Munich en el Laboratorio de Baeyer dejó una huella indeleble en su per-sona. Asimismo trabajó con los químicos más importantes de su época en aquella nación: Soxh-let, Fresenius, Willstäeter, etc. y mantuvo relaciones estrechas con otros como Moisan y Ruffque, en ocasiones, se vieron plasmadas en sus invitaciones para que vinieran a España a darconferencias, como sucedió con Wilstäeter y Fourneau. Él mismo viajó profusamente por Espa-ña, Europa, Estados Unidos (1902) e Hispanoamérica (1924) recorriendo Argentina, Cuba,Ecuador, Méjico, Panamá, Perú y Uruguay. Como premio a su labor cultural en Hispanoamé-rica, a petición de la clase farmacéutica española, se le concedió la Gran Cruz de Alfonso XIIen 1925.

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17 Gloria M.ª Tomás y Garrido, Historia de la Facultad de Farmacia de Madrid (1845-1945). Contribución a su estu-dio. Tesis Doctoral. Facultad de Farmacia. Universidad Complutense de Madrid, 1974.

18 R. Roldán Guerrero, opus cit., tomo I, Madrid, Gráf, Valera, 1963, pp. 589-590.19 R. Montequi, «Perfil científico y humano del Profesor Casares Gil», Anal. Real. Acad. Farm. XXVII, 1961, 2, pp. 79-91.20 T. Zúñiga, «José Casares Gil», Anal. Real Acad. Farm. XXVII, 1961, 1, pp. 1-4.

JOSÉ CASARES GIL

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El doctor Casares Gil era Académico de Número de la Real Academia de Farmacia en lamedalla n.º 6, Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Natu-rales (1913) de la que llegó a ser presidente en 1940. En nuestra Corporación fue nombradopresidente en Junta General de 21 de diciembre de 193421 ocupando dicho cargo desde enton-ces hasta el 4 de julio de 1957, fecha en que cesó a voluntad propia. Se dio pues un hecho insó-lito en la persona del doctor Casares puesto que presidió al mismo tiempo dos Reales Academias.Asimismo fue Académico de Número de la Real Academia de Medicina (1918).

El doctor Casares, experto en los trabajos de laboratorio, ocupó el cargo de director delLaboratorio Central de Aduanas (1908) y el de Director del Instituto Alonso Barba de Quími-ca del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1940).

En el terreno político fue Senador del Reino por la Universidad de Santiago de Composte-la y Vocal del Real Consejo de Sanidad.

Si el doctor Casares era un especialista en el análisis químico, y en particular de los análi-sis de aguas, destacándose en sus investigaciones sobre la presencia del flúor en ellas; se debea él la iniciativa para implantar los estudios de Bromatología en la Licenciatura de Farmacia.

En la Junta de Facultad de 31 de enero de 1927, propone se incluya en el Plan de Estudiosla asignatura Química Bromatológica y, aunque tiene el apoyo del profesor José Giral Pereira,no consigue que se acepte debido a la oposición del profesor Obdulio Fernández Rodríguez22.

El doctor José Casares Gil impartió en la Facultad de Farmacia de Madrid la asignaturaindicada anteriormente y además las materias de Análisis Químico y Técnica Física. Cuandoen 1935 se crea la Cátedra de Bromatología y Toxicología, se inician las enseñanzas de esta asig-natura el día 1 de noviembre de ese año encargándose de ellas el doctor Román Casares López.Cuando en 1936 se jubila el profesor José Casares Gil deja una pléyade de eminentes discípu-los entre los que se encuentran Román Casares López, Ricardo Montequi, José Ranedo, RamónPortillo y León Villanúa Fungairiño.

Si a José Casares López se debe el hecho de que se incluyera la enseñanza de Bromatolo-gía en la Licenciatura de Farmacia, no es menos cierto que su sobrino Román Casares Lópezque, al igual que don José, reunía a su trato exquisito, humano y espiritual una gran cultura yuna sólida formación científica; desarrollaría una intensa labor en favor del estudio y la inves-tigación bromatológica. Académico de Número de nuestra Corporación y de la Real Academiade Medicina, fue obra suya la creación de la Escuela de Bromatología de la Universidad Com-plutense de Madrid en 1953, la cual se transformaría en 1975 en Instituto Universitario dondese iniciarían los estudios de nutrición. Si la Escuela no ha sobrevivido en la década pasada, sipodemos decir que los estudios e investigaciones llevados a cabo tanto en Licenciatura y Doc-torado en Farmacia como en la propia Escuela han sido la puerta que ha hecho posible que seestablecieran enseñanzas independientes creándose en la Universidad española la Licenciaturaen Ciencia y Tecnología de los Alimentos.

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21 ARAF. Libro de Actas n.º 69, fol. 193.22 Gloria M.ª Tomás y Garrido, opus cit. Tesis Doctoral. Facultad de Farmacia. Universidad Complutense de Madrid, 1974.

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Don Román Casares López y don León Villanúa Fungairiño jugaron un papel fundamen-tal en la redacción del Código Alimentario Español y el Códex Alimentarius Europaensis res-pectivamente23.

Tal era la personalidad científica, docente y humana del profesor José Casares Gil que si bienhabía ocupado el Decanato de la Facultad de Farmacia de Madrid desde 1921 a 1930, una vez jubi-lado el 10 de marzo de 1936, vuelve a ocupar este cargo desde el año 1939 al de 1951, caso únicoen la historia de la Facultad de Farmacia de la Universidad Central siendo nombrado en 1951 Deca-no Honorario Perpetuo. Para honrar a tan eminente profesor, al que le había sido concedida la GranCruz de Alfonso X el Sabio (1941), la Facultad de Farmacia de Madrid encargó un retrato al óleoal pintor Chicharro en 1947, costumbre que se siguió en adelante con los sucesivos Decanos24. Losalumnos del Sindicato Español Universitario le dedicaron una lápida de mármol en 1951 que se colo-có en el aula donde él explicaba habitualmente la materia de Técnica Física y que impartiera porprimera vez. De este modo nos dice don Ángel Santos que su nombre quedó «vinculado perenne-mente a una cátedra del hermoso edificio de la Ciudad Universitaria»25. Si bien este aula sigue exhi-biendo la lápida, que se encuentra un tanto deteriorada, en su interior y sobre la puerta de entra-da; sin embargo, en su parte externa hoy lleva el nombre del Prof. José Rodríguez Carracido. En eldilatado período presidencial de don José Casares en la Real Academia de Farmacia, el más amplioen la historia de la Corporación, ocurrieron importantes acontecimientos sólo interrumpidos porcausa de la Guerra Civil. Ya en el mes de julio de 1936 hubo que suspender la vida académica yaque se produjo la incautación de la sede de la Academia por la Junta del Frente Popular del Cole-gio de Farmacéuticos de la Provincia de Madrid y, a cuya instancia, la Academia fue disuelta el 15de septiembre de ese año por el Ministerio de Instrucción Pública. Sin embargo, el presidente nohizo entrega de los bienes de la Corporación sino con previa acta e inventario.

Cuando Madrid fue liberada, el doctor Zúñiga se presentó en la sede de la Academia, y aun-que el edificio estaba precintado se posesionó del mismo26. Seguidamente, se formó una Comi-sión de tres Académicos: don José Casares, don Wenceslao Carredano y don Rafael Roldán quereorganizaron la Corporación que se reincorporó a sus funciones el 18 de octubre de 193927

en virtud de la Orden Ministerial de 27 de julio de ese año y con el título de «Real» en atencióna su origen, y trasladada de domicilio en 1940 a la calle Campoamor, n.º 18.

Existía un perfecto entendimiento entre don José Casares y don Toribio Zúñiga por lo que eneste período se consiguieron grandes logros como la incorporación de la Academia al Instituto deEspaña, hecho ya mencionado, y el incremento de las relaciones farmacéuticas iberoamericanas.

La personalidad científica del doctor Casares se hizo notar en la actividad de la Corpora-ción y se pone de manifiesto en la Junta de Gobierno el 10 de febrero de 1936, pues al dar pose-

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23 M.ª P. Villanúa Martí, Evolución histórica de la Bromatología en la Facultad de Farmacia de la Universidad Com-plutense de Madrid, Colección Tesis Doctorales n.º 147/90. Madrid, Edit. Universidad Complutense de Madrid, 1990.

24 Gloria M.ª Tomás y Garrido, opus cit. Tesis Doctoral. Facultad de Farmacia. Universidad Complutense de Madrid, 1974.25 A. Santos Ruiz, «D. José Casares Gil, profesor y decano», Anal. Real Acad. Farm. XXVII, 1961, 2, pp. 91-98.26 ARAF. Libro de Juntas n.º 70, fol. 18v.27 Ibídem. Libro de Juntas n.º 69, fol. 252.

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sión de sus cargos a los miembros de la Junta les indica qué espera de ellos: que «contribuyan alfomento de la Ciencia y prestigio de la Academia» rogando encarecidamente a los presidentesde Sección que se reúnan como mínimo una vez al mes a fin de preparar los trabajos para lassesiones científicas28.

Don José Casares Gil por un lado contribuyó a la difusión de la Ciencia farmacéutica portodo el mundo, por ello la Corporación, en reconocimiento a su labor, le nombró el 21 de noviem-bre de 1957 Director de Honor Perpetuo.

Por otro lado, porque supo atraer al seno de la Academia a las personalidades más impor-tantes del momento que dominaban distintas áreas científicas, así ingresaron como Académicosde Número: don Florencio Bustinza Lachiondo (29 de enero de 1943)29, don José M.ª Albare-da Herrera (28 de mayo de 1943)30, D. Manuel Lora Tamayo (28 de enero de 1944)31 y donRicardo Montequi Díaz Plaza (18 de junio de 1945)32 entre otros. Asimismo atrajo al seno dela Academia a personalidades científicas extranjeras de Europa e Iberoamérica que impartie-ron interesantes conferencias llegando, en algunos casos, a ser nombrados Delegados en supaís de la Academia en su calidad de Académicos Correspondientes.

La actividad de la Academia se extendió a la realización de Cursos sobre temas de actuali-dad, siendo los más interesantes en aquel momento los que se realizaron en colaboración con elMinisterio del Ejército sobre «Química» en los años 1941, 1942 y 1943 o bien sobre problemasde la «Alimentación» en colaboración con la Comisaría General de Abastecimientos y Transpor-tes en el año 1944. No faltaron tampoco los actos realizados en homenaje a figuras importantesde la Farmacia.

Otros hechos importantes sucedieron bajo el mandato de don José Casares Gil como la crea-ción de la Sección de la Real Academia en Barcelona en 1944, cuyo acto inaugural se celebró el11 de enero de 1945 en la sede provisional que ocupó, por el momento, en el local del Muy Ilus-tre Colegio Oficial de Farmacéuticos de la Provincia de Barcelona, sito en Vía Layetana, n.º 9433;y que en 1955 pasó a Real Academia de Farmacia de Barcelona al aprobarse sus estatutos fun-dacionales34. También tuvo lugar la creación de la Medalla Carracido para premiar serviciosexcepcionales a la Farmacia, en homenaje al sabio farmacéutico, por Orden de 21 de abril de1945 (BOE de 22 de junio)35, medalla acuñada en tres metales: oro, plata y bronce; concebidapor el escultor valenciano don Enrique Giner y troquelada en los talleres de Villanueva y Lai-seca de Madrid.

Don José Rodríguez Carracido (1856-1928) fue una de las figuras de más alto relievecientífico y social con que ha contado la Farmacia, miembro de Número de las Academias de

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28 Ibídem. Libro de Juntas n.º 70, fol. 7v.29 ARAF. Libro de Juntas n.º 69, fol. 318.30 Ibídem, fol. 327.31 Ibídem, fol. 342.32 Ibídem, fol. 372.33 Ibídem, fol. 355.34 J. M.ª Suñé Arbussá, Legislación Farmacéutica Española, 8ª ed., Barcelona, Romargraff, 1987, p. 536.35 «Creación de la Medalla Carracido», Anal. Real Acad. Farm. 1945, XI, 1, pp. 123-125.

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Medicina, Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la que fue presidente (1923); y Españo-la. Era un magnífico conferenciante, por lo que se le llegó a definir como el «Artista de lapalabra»36.

Ya en 1923, el farmacéutico madrileño Leopoldo López Pérez había creado el Premio Carra-cido en el seno del antiguo Colegio de Farmacéuticos de Madrid, que, con posterioridad, y apartir del año 1931, era entregado por el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Madrid. Premiodel que durante varios años se hizo donación a corporaciones y profesores de reconocido pres-tigio como símbolo de un gran reconocimiento de la clase farmacéutica37. Nuestro AcadémicoEugenio Sellés Martí fue uno de los premiados y con este motivo dedicó al sabio maestro unospensamientos con este poema:

Carracido fue sabio y fue bueno;fue un hombre ejemplar.En un cielo de hispana FarmaciaCarracido era estrella polar;era estrella polar y era rutaque a la estrella invitaba a llegarcaminando un camino a Santiago,un camino de ciencia y bondad.Alguien quiso, en memoria del muerto,con su nombre unos premios fundary, bondades de amigos, mi nombrecon el suyo quisieron premiar.Siempre hay algo que pesa en nosotroslos que el premio pudimos llevar:galardón que estimula el deseoy acicate que, en el caminar,nos impulsa a aprender de su ejemplo,de su ruta de ciencia y bondad 38.

Pasado un tiempo, en el seno de la Academia, fue don Miguel Comenge Gerpe quien tuvola idea de proponer la creación de la Medalla Carracido en la Corporación39.

La Ley de Bases de Sanidad de 25 de noviembre de 1944 disponía en la Base 16 que laFarmacopea Española fuera redactada por la Real Academia de Medicina de Madrid con la cola-boración de la Real Academia de Farmacia. Unos meses más tarde, por Orden de 21 de abril de

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36 J. P. Francos, «Semblanza», La Voz de la Farmacia, 1931, 13, p. 21.37 L. López Pérez, «El Premio Carracido y la Clase Farmacéutica», La Voz de la Farmacia, 1935, 65, pp. 344-345.38 L. López Pérez, «El Premio Carracido», La Voz de la Farmacia, 1935, 69, pp. 632-633.39 T. Zúñiga Sánchez-Cerrudo, «Cincuenta años de vida Académica», Anal. Real Acad. Farm. XXVIII, 1962, 4,

pp. 271-273.

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1945 se dispuso que para la redacción de la novena edición se designaran igual número de Aca-démicos de la Real Academia de Farmacia que los designados por la Real Academia de Medici-na, es decir cuatro. En efecto, la novena edición de la Farmacopea Oficial Española, que fuepublicada en 1954, se debió a una Comisión presidida por don Rafael Folch Andreu en su cali-dad de Académico de Número de la Real Academia de Medicina(1935), aunque también eraAcadémico de Honor de la de Farmacia (1939); y los Académicos de Número de la Real Acade-mia de Farmacia: don José Casares Gil, don Román Casares López, don Nazario Díaz López ydon Eugenio Sellés Martí.

Al doctor Casares Gil se le deben numerosas publicaciones en revistas científicas y profe-sionales pero entre las más importantes se cuentan aquéllas con las que se han formado muchasgeneraciones de farmacéuticos de este siglo: Tratados de Técnica Física (1908) y de AnálisisQuímico (1909) que han contado con numerosas ediciones y otras publicaciones de carácterfilosófico, natural e histórico como son las siguientes:

— De la Ciencia, su importancia y en particular de Química. Publicada en 1922, consti-tuye el Discurso de apertura de Curso en la Universidad Central. En él resalta los pro-gresos de la Química y el significado que tiene para la civilización el adelanto de estaCiencia. Concluye exponiendo la falta de enseñanza práctica de esta materia en la Uni-versidad española y plantea la necesidad que tiene España de intensificar la produc-ción de sustancias químicas para independizarse de Alemania de la que era deudoraen lo que a comercialización de estos productos se refiere.

— Impresiones de mi viaje por la América Española. Ensayo biográfico, publicado en 1925,en el que relata sus experiencias en su visita a diversos países de Hispanoamérica y des-cribe las maravillas de la Naturaleza que ha podido contemplar allí. El viaje habíasido subvencionado por la Institución Cultural de Buenos Aires y con él se abrieronlas posibilidades de colaboración entre España e Hispanoamérica.

— Algunos recuerdos históricos sobre la química de la segunda mitad del siglo XIX. Publi-cado en el año 1940, se trata del discurso inaugural que pronunció en la sección ter-cera del XVI Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, cele-brado en Zaragoza en diciembre de ese año. En él relata sus estancias, de carácter cien-tífico, en Alemania y su aprendizaje en el campo de la Química40.

III . DON JOSÉ RANEDO SÁNCHEZ-BRAVO

Fue el tercer director de la Academia, aunque su mandato fue muy breve. Por dimisión dedon José Casares Gil, le sucedió en el cargo a partir del día 4 de julio de 1957 hasta el 18 dediciembre de 1958. don José Ranedo era, según Zúñiga, un hombre de «gran prestigio científi-

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40 R. Roldán Guerrero, opus cit., tomo I, Madrid, Gráf, Valera, 1963, pp. 589-590.

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co y su larga historia en cargos directivos, así como sus condiciones morales y virtudes perso-nales y el afecto que todos le profesamos, le hacen muy digno de ser, como sucesor de Casares,el tercer presidente de la Real Academia de Farmacia»41.

Nació en Jaén el 9 de abril de 1889 y falleció el día 10 de noviembre de 1974. Cursó lacarrera de Farmacia en la Universidad Central, obteniendo el grado de licenciado el 30 de juniode 1910 y el de doctor el 22 de mayo de 1915.

Ya habíamos señalado que el doctor Ranedo era discípulo del doctor Casares y, siguiendosus dictados, se había convertido, según Roldán; en «uno de los químicos analíticos prácticos demayor valía con que actualmente cuenta nuestra Patria»42.

Efectivamente, el doctor Ranedo estaba tan claramente imbuido por las ideas del doctorCasares que hizo del laboratorio el objeto de su actividad profesional. Formado en Madrid, estu-vo pensionado en Munich y en París por la Residencia de Estudiantes. Explicó la asignatura deQuímica aplicada en la Escuela de Cerámica de Madrid (1934-1936) y la de Análisis Químicoen la Academia de la Dirección General de Aduanas. Su dedicación profesional le llevó a ocu-par las plazas de director del Laboratorio de la Residencia de Estudiantes (1914-1936) y la deprofesor químico del Laboratorio Central de Aduanas del Ministerio de Hacienda (1925).

Formó parte del Real Colegio de Farmacéuticos de Madrid desde el 21 de junio de 1922 yocupó la medalla n.º 14 como Académico de Número de la Real Academia de Farmacia. Desem-peñó diversos cargos en la Corporación: vicepresidente segundo (1943-1946), censor (1946-1948) y vicepresidente primero (1949-1957 y 1959-1968). Estaba en posesión de la Enco-mienda de Número de Isabel la Católica.

Durante su mandato como director se inició la colaboración con la Real Academia Espa-ñola para la redacción de voces en relación con nuestra ciencia con destino al Diccionario de laLengua, siendo don León Villanúa Fungairiño uno de los que más intervino remitiendo térmi-nos científicos y su significado con ese destino en estos años y posteriormente. Asimismo se ini-ció en la revista de la Corporación la publicación del Diccionario biográfico y bibliográfico deAutores Farmacéuticos Españoles debido al doctor Rafael Roldán y Guerrero cuyos facículosconstituyeron el Tomo I que vio la luz en 1963. El resto del material permaneció inédito hastaque, contando con la colaboración de la doctora Pilar Herrero Hinojo y conmigo misma, se publi-caron los Tomos II y III en 1975 y el IV en 1976.

Además se continuó con la expansión de las relaciones exteriores que se hizo realidad nosólo recibiendo conferenciantes extranjeros en la Corporación sino también enviando becariosal extranjero y conferenciantes que difundieran la ciencia farmacéutica española en Hispanoa-mérica y Marruecos gracias al apoyo de la Dirección General de Relaciones Culturales quefacilitó este intercambio cultural y científico.

También la Academia remitió numerosos informes periciales, a petición de las Autoridadesjudiciales, durante su mandato.

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41 «Memoria de Secretaría», Anal. Real Acad. Farm. XXIII, 1957, 5-6, p. 423.42 R. Roldán Guerrero, opus cit., tomo IV, Madrid, IMPHOE, 1976, p. 232.

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Don José Ranedo realizó trabajos de investigación sólo o en colaboración con otros presti-giosos químicos orgánicos de su época como el español Antonio Madinaveitia Tabuyo o el fran-cés Ernest Fourneau. Si bien algunas de sus publicaciones tuvieron una aportación significati-va en el campo de la Química Orgánica, y en particular en el terreno de la síntesis, otras la tuvie-ron desde el Análisis Químico. Pero en ambos casos la intención de la aplicación práctica de susinvestigaciones está clara, pues si en el primer caso se trataba de establecer las características ypropiedades farmacológicas de unos productos para su utilización terapéutica; en el segundoservían para caracterizar los productos alimenticios que se hallaban en el mercado español a finde garantizar su origen. Entre sus principales publicaciones citaremos:

— Amino-alcoholes derivados del amino-propanol-anilina. En colaboración con ErnestFourneau. Madrid, 1920.

— Influencia que en las propiedades anestésicas de los ésteres de amino-alcoholes tieneel radical ácido. En colaboración con José Marín Cano. Madrid, 1920.

— Análisis de algunas mieles españolas. Madrid, 1934.— Acerca de los alcaloides del altramuz. Madrid, s.a.

IV. RICARDO MONTEQUI Y DÍAZ DE PLAZA

Fue el cuarto director de la Academia. Nacido en El Barco de Ávila (Ávila) el 9 de octubrede 1893 y fallecido el 20 de octubre de 1979. Se graduó de licenciado en Farmacia por la Uni-versidad de Santiago el 20 de septiembre de 1921 y de doctor en Farmacia en la Universidad Cen-tral de Madrid el 10 de enero de 1928. Era también doctor en Ciencias Químicas. Ocupó laCátedra de Química Inorgánica en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Santiago de Com-postela así como los cargos de vicerrector y rector en aquella Universidad. Posteriormente se tras-ladó a la Universidad Central de Madrid, por Real Orden de 18 de marzo de 1936, en la que expli-có la materia de su especialidad hasta el 9 de octubre de 196343, fecha en que se jubiló.

En 18 de junio de 1945 tomó posesión de la medalla n.º 33 de nuestra Corporación y rigióla misma durante un largo período de tiempo, desde el 18 de diciembre de 1958 hasta el 16 denoviembre de 1976. Estaba en posesión de las Grandes Cruces de Sanidad y de Alfonso X elSabio.

El doctor Montequi se encuentra en la Academia con un problema durante su mandato yes el de conseguir que la Corporación cuente con sede propia, ya que desde finales del siglo XIX

se hallaba instalada en alquiler en la calle Santa Clara, n.º 4, en cuyo local se celebró una últi-ma sesión el día 15 de enero de 1940. El Colegio de Farmacéuticos de la Provincia de Madrid,al que el antiguo Colegio de Farmacéuticos había ayudado a instalarse cediéndole en principio

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43 A. Herrero Muñoz, Historia de la Facultad de Farmacia de Madrid. Años 1945 a 1973. Contribución a su estudio.Tesina. Facultad de Farmacia. Universidad Complutense de Madrid. Madrid, 1976, p. 29.

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parte de sus dependencias, ocupaba tras la Guerra Civil casi por completo su sede y al resul-tar prácticamente imposible permanecer ambas corporaciones en el mismo local, se acordó tras-ladar la Academia a un piso de alquiler en la calle Campoamor, n.º 18, piso primero. Hubo querealizar urgentemente obras de adaptación para poder habitarla y, gracias a las aportacionesde los Colegios Profesionales y Laboratorios Farmacéuticos así como a la subvención otorgadapor el ministro de Educación Nacional don José Ibáñez Martín, se pudo celebrar la sesión inau-gural de esta nueva sede el día 1 de junio de 194044. Pero la aspiración de la Academia era con-tar, como ya hemos indicado, con una sede propia y por ello se consideró esta sede sólo comoprovisional aunque todavía permaneció en ella veintisiete años más.

Al trasladarse la Facultad de Farmacia a su emplazamiento actual en la Ciudad Universita-ria en el Curso 1944-1945, se hicieron gestiones ante la Administración y siendo ministro deEducación Nacional don Manuel Lora Tamayo, una vez restituido el inmueble a la clase farma-céutica, se llevaron a cabo obras de reforma para la instalación definitiva de la Academia en lacalle de La Farmacia, n.º 11 bajo la dirección del arquitecto señor Manzano y la supervisión delas mismas por el vicesecretario don Luis Blas Álvarez. Si la fachada, de estilo neoclásico, quecomo el resto del edificio databa de 1830 se respetó, no así el interior del edificio que sufriógrandes transformaciones y se embelleció la escalera principal con los bustos del farmacéuticoPedro Calvo Asensio y el botánico Antonio José Cavanilles y Centi e instalándose un salón, deestilo isabelino, procedente del antiguo palacio del marqués de Larios que se había adquiridoal efecto45. La sesión inaugural se celebró el 25 de octubre de 1967.

Durante el mandato del dorctor Montequi se continuó con el fomento de las relacionesculturales y científicas con otros países y la actividad de la Academia se incrementó. Ello lodemuestra el hecho de que el 19 de junio de 1963 se constituyera la Comisión de Balnearioscontando como presidente con don Francisco Hernández Pacheco y como secretario con donJuan Manuel López de Azcona. En esa reunión se proyecta el plan de trabajo a realizar por laComisión que consiste en publicar estudios sobre las aguas mineromedicinales de los balnea-rios abiertos en España y consistentes en verificar: el análisis biológico y químico, que sería rea-lizado por el Laboratorio Municipal de Madrid; el análisis químico, a ejecutar por la Escuela deBromatología; y los estudios de oligoelementos, sustancias radiactivas y de tipo geológico, indus-trial, botánico y clínico contando con la colaboración del Laboratorio del Instituto Geológico yMinero de España y el Catedrático de Hidrología y Climatología de la Universidad de Madrid46.

La Comisión, que pasó a llamarse Comisión de Aguas Mineromedicinales en 5 de noviem-bre de 1964, es hoy permanente. Por fallecimiento del doctor Hernández Pacheco, pasó a presi-dirla el doctor López Azcona el 3 de febrero de 197747 y el 17 de octubre de 1991 le sustituyóen el cargo el doctor León Villanúa Fungairiño pasando aquél a ser presidente Honorario48.

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44 T. Zúñiga Sánchez-Cerrudo, Loc. cit., 1962, pp. 267-268.45 Ibídem, La nueva sede de la Real Academia de Farmacia, Anal. Real Acad. Farm., XXXIII, 1967, 3, pp. 362-364.46 ARAF. Libro 78, Libro 1.º, fols. 1v.-2.47 Ibídem, fol. 37.48 Ibídem, Libro 2.º, fol. 41.

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Esta Comisión ha publicado hasta la fecha veintitrés monografías dedicadas a diferentesbalnearios de distintos puntos de la geografía española.

Asimismo en el año 1969, a propuesta de don Ángel Santos Ruiz, se crea el Museo de laReal Academia de Farmacia49 que, en un principio, se sitúa enfrente de la escalera principalcorriendo la primera fase de su instalación, en el año 1981, a cargo del doctor Guillermo FolchJou y de la doctora Sagrario Muñoz Calvo.

Al recuperarse los locales de la parte del edificio correspondiente al número 9 de la callede La Farmacia, que hasta 1987 había ocupado el Instituto Nacional de Toxicología, se trasla-da a la planta primera de este ala. Tras su ampliación, se inauguró el día 20 de enero de 1994.Desde el 17 de enero de 1993 son responsables del mismo don Ángel Santos Ruiz junto con laque hoy les habla en su calidad de conservador y cronista de la Corporación respectivamente.En la segunda fase de su instalación colaboró con la que les habla doña María José Feito.

El Museo, que se nutre principalmente con donaciones de académicos y farmacéuticos,cuenta hoy con una Farmacia madrileña, de estilo neogótico, instrumental científico y profe-sional, recipientes para la reposición y administración de medicamentos, minerales, medallas,placas honoríficas, productos químicos, medicamentos, libros recetarios, recetas, documentospersonales, esculturas, uniformes y trajes académicos, fotografías, cuadros de pintura, esmal-tes, dibujos y objetos varios.

Al doctor Montequi se deben numerosas publicaciones pero las más importantes son aque-llas que incorporan las nuevas teorías científicas y se caracterizan por tener un carácter emi-nentemente práctico por lo que se convirtieron en libros clásicos de texto que contaron con variasediciones, así citaremos:

— Elementos de Química moderna teórica y experimental. Santiago, Tip. El Eco de San-tiago, 1921.

— Química Inorgánica farmacéutica. Toledo, A. Medina, 1930.— Marcha Analítica. Guía metódica de Análisis Inorgánico cualitativo. Santiago, Tip. El

Eco de Santiago, 193750.

V. ÁNGEL SANTOS RUIZ

Ha sido el quinto director de la Academia, es nuestro Académico más antiguo y ostenta elcargo de director honorario y conservador del Museo. Nacido en Reinosa (Santander) el 19 dejulio de 1912. Siguió los estudios universitarios en la Universidad Central de Madrid donde segraduó de licenciado en Farmacia el 12 de septiembre de 1932 y de doctor en Farmacia el 9 de

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49 M. C. Francés Causapé, El Museo de la Real Academia de Farmacia, Madrid, Fundación Caja Madrid y Fundación«José Casares Gil» de Amigos de la Real Academia de Farmacia, 1999.

50 R. Roldán Guerrero, Opus cit., Tomo III. Madrid, impr. IMPHOE, 1975, pp. 403-409.

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noviembre de 1934. Gracias a la beca de la Fundación Conde de Cartagena de la Real Acade-mia Nacional de Medicina, pudo ampliar conocimientos durante 1934 y 1935 en el UniversityCollege de Londres y en la Sorbona en París.

Por Real Orden de 24 de octubre de 1940 fue nombrado catedrático de Química Biológica,en la Facultad de Farmacia de la Universidad Central de Madrid, asignatura que se impartía enDoctorado para los alumnos de las Facultades de Farmacia, Ciencias y Medicina. A iniciativasuya, se introdujeron en el plan de estudios de Licenciatura de 1944 los Estudios Bioquímicoscon lo que consiguió imprimir una orientación moderna al currículum académico no sólo delos farmacéuticos sino también de muchos alumnos de Medicina y Ciencias que se formaron conél y adquirieron conocimientos básicos de bioquímica cursando las materias de Bioquímica Está-tica y Bioquímica Dinámica. Entre sus numerosos discípulos se cuentan figuras tan destacadascomo el doctor Federico Mayor Zaragoza y dos de nuestras Académicas de Número: la doctoraMaría Cascales Angosto y la doctora María Teresa Miras Portugal que han ingresado de su manoabriendo así el camino a la incorporación de la mujer en el seno de la Corporación.

Dada su clara vocación hacia la investigación biológica, en 1946 se trasladó a Estados Uni-dos de América, pensionado por la Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de AsuntosExteriores y esa misma vocación es la que le inclinó a integrarse en el Consejo Superior de Inves-tigaciones Científicas, lo cual tuvo como consecuencia la creación, en 1969, de un Centro coor-dinado con el Departamento de Bioquímica de la Universidad Complutense, detalles de ello sepueden hallar en la Tesis Doctoral de su hija María del Carmen, en el Discurso de ingreso en laReal Academia de Doctores de la doctora Evangelina Palacios Alaiz y en el Libro conmemora-tivo de los 150 años de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid.

Hoy día, la bioquímica ha alcanzado tal desarrollo que constituye una Licenciatura cuyasenseñanzas se imparten en diversas Universidades.

Hemos de destacar que su actividad como decano de la Facultad de Farmacia de la Uni-versidad Complutense de Madrid fue tan prolongada y fecunda que le fue otorgado el nombra-miento de Decano Honorario.

El doctor Santos es, además, licenciado en Medicina por la Universidad de Salamanca y doc-tor en Medicina por la Universidad Central de Madrid.

El 27 de junio de 1941 tomó posesión de la Medalla n.º 27 de nuestra Corporación y hadirigido ésta durante un dilatado tiempo, desde el 16 de noviembre de 1976 hasta el 12 de diciem-bre de 1991.

La vida científica de la Corporación se vio potenciada durante su dirección gracias a lasconsignaciones presupuestarias del Ministerio de Educación y Ciencia, lo que permitió moder-nizar la Biblioteca y poner al día el Archivo, contando para ello con la colaboración del doctorGuillermo Folch Jou y la doctora Sagrario Muñoz Calvo, cuyo trabajo se vio plasmado en larevista de la Corporación en el año 1978, y además se editó monográficamente con el título Catá-logo de los documentos conservados en el Archivo de la Real Academia de Farmacia.

El doctor Santos, que está en posesión de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, es miembro denumerosas Academias, citaremos que lo es de la Real Academia Nacional de Medicina de este Insti-

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tuto, de las Nacionales de Farmacia y Medicina de Francia, Correspondiente de la Academia Perua-na de Farmacia así como en calidad de Honor de la Nacional de Farmacia y Bioquímica de Argenti-na, Nacional de Farmacia de Brasil y de la de Ciencias y Artes de Puerto Rico, entre otras. La RealAcademia de Farmacia le otorgó el nombramiento de Director Honorario el 12 de diciembre de 1991.

No es por ello extraño que el doctor Santos haya favorecido las relaciones culturales ycientíficas con otros países y en particular con Hispanoamérica.

Aparte de la faceta científica del doctor Santos, hemos de constatar su faceta humanística,pues desde el año 1956 inició en la revista Nuestro tiempo una serie de artículos sobre los Pre-mios Nobel en Ciencias, Química y Medicina. Su interés sobre este tema no ha decaído con eltiempo y en 1998 ha visto publicada su obra Avances en la ciencia a través del Premio Nobel(1957-1997) en la que fusiona de manera admirable la ciencia con la historia para conformarlo que llamamos cultura científica.

Al doctor Santos se deben muchas publicaciones, pero entre las más destacadas se hallansus libros de texto que tanto han contribuido a la formación de sus numerosos discípulos:

— Bioquímica de los elementos. Madrid, CSIC, 1946.— Tratado de Bioquímica cuya primera edición, que data de 1961, escribió en colabora-

ción con el profesor Vicente Villar Palasí, contando en la quinta edición con la colabo-ración del doctor José Antonio Cabezas Fernández del Campo para su puesta al día51.Afortunadamente, contamos hoy día con la presencia y participación constante de donÁngel en las actividades científicas de la Corporación.

VI. RAFAEL CADÓRNIGA CARRO

Fue el sexto director de la Academia y sucedió al doctor Ángel Santos Ruiz tomando posesiónde su cargo el 12 de diciembre de 1991 para dejarlo, a voluntad propia, el 18 de diciembre de 1997.

Nació en Lugo el 1 de julio de 1927 y su óbito tuvo lugar el 25 de agosto de 1999. Licen-ciado en Farmacia por la Universidad de Santiago de Compostela en el año 1951 y de doctor enFarmacia en la Universidad Central de Madrid en 1953. Ocupó la Cátedra de Farmacia Galéni-ca en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Santiago de Compostela desde 1958 a1974, año en que se trasladó para ocupar igual Cátedra en la Universidad Complutense deMadrid. Fue Jefe de Servicio del Hospital Clínico de Santiago desde 1972 a 1992 y del Hospi-tal Clínico Universitario de Madrid desde 1975 hasta 1992, fecha de su jubilación.

En su quehacer universitario, el doctor Cadórniga supo aunar su actividad docente y hos-pitalaria para resolver, como escribió el doctor Santos52, «el problema de las causas de variabi-

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51 M.ª C. Santos-Ruiz Díaz, Datos para la Historia de la Bioquímica en la Facultad de Farmacia de Madrid, Tesis Doc-toral inédita. Madrid, Facultad de Farmacia, Universidad Complutense de Madrid, 1982.

52 A. Santos Ruiz, «Discurso de Precepto en la Sesión Necrológica celebrada en memoria del Excmo Sr. D. Rafael Cadór-niga Carro el día 26 de octubre de 1999», Anal. Real Acad. Nal Med. CXVI, 1999, 4.º, pp. 685-699.

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lidad en la respuesta a los medicamentos», de las interacciones de éstos, y «supo dar sentido yproyección universal tanto a sus saberes como a sus investigaciones». A él se debe la inclusión delas materias de Biofarmacia y Farmacocinética en el currículum del farmacéutico. Sus biógrafosdon Ángel Santos, don Alfonso Domínguez-Gil Hurlé y don Antonio Portolés tratan amplia-mente su figura como maestro y académico.

El doctor Cadórniga ingresó como Académico de Número de nuestra Corporación el 14 deabril de 1983 ocupando la Medalla n.º 33 y cinco años más tarde ingresaba en la Real Acade-mia Nacional de Medicina. Era además Académico de Honor de las Academias de Ciencias Far-macéuticas de Chile y de la Nacional de Farmacia y Bioquímica de Argentina.

Las aportaciones científicas del doctor Cadórniga le valieron numerosos reconocimientosinternacionales y para la Real Academia de Farmacia ello supuso un estrechamiento de lasrelaciones científicas en el ámbito universitario y sanitario nacional e internacional y en nues-tro país se le concedió la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.

La capacidad de trabajo y entusiasmo del doctor Cadórniga le llevaron a crear en el año1994 la Fundación José Casares Gil de Amigos de la Real Academia de Farmacia a fin dedifundir en la sociedad la realidad cultural y científica del momento, así como las diversas acti-vidades de la Corporación.

Gracias a su iniciativa, la Academia organizó las Jornadas Iberoamericanas de Ciencias Far-macéuticas, coordinadas por don Emilio Fernández-Galiano Fernández, que se celebraron del24 al 26 de junio de 1996 y se creó en ese mismo año la Sección de Galicia de la Real Acade-mia de Farmacia.

Si primordial fue el afán del doctor Cadórniga por difundir en los medios científicos, socialesy políticos las actividades de la Corporación, no menor fue su interés para que su sede dispusierade los medios adecuados para la consecución de estos fines, por lo que durante su dirección se lle-varon a cabo importantes obras de remodelación en la sede de la Corporación y logró que su edi-ficio fuera declarado en 1997 bien de interés cultural, con categoría de monumento.

Es importante señalar que, por iniciativa del doctor Cadórniga, la Real Academia de Far-macia preparó y publicó a partir del año 1994 la serie de Monografías de Actualización en Cien-cias Farmacéuticas que tanta difusión ha alcanzado en los medios científicos y culturales de Espa-ña y del extranjero. Y gracias a su sensibilidad, fue posible la ampliación del Museo y la difu-sión de sus colecciones así como el inicio de la edición de libros facsímiles de obras antiguas yla informatización de los libros que alberga la Biblioteca.

La Ley del Medicamento, de 20 de diciembre de 1990, en el artículo 55 disponía que seocuparía de la redacción de la Real Farmacopea Española la Comisión Nacional de la Real Far-macopea Española, como organismo consultivo del Ministerio de Sanidad y Consumo creadopor Real Decreto 294/ 1995, de 24 de febrero. En ese mismo año se constituyó la Comisión dela que formó parte el doctor Cadórniga como representante por el Instituto de España, en sucondición de Académico de Número de nuestra Corporación. Por acuerdo de los miembros dela Comisión, se le nombró presidente de este organismo y por tanto es a él a quien se debe elimpulso para que viera la luz la primera Real Farmacopea Española en el año 1996.

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VII. JULIO RODRÍGUEZ VILLANUEVA

Ha sido el séptimo y último director con que ha contado la Academia en el siglo pasado.Nació en Villamayor (Asturias) el 27 de abril de 1928. Siguió sus estudios universitarios pri-meramente en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Oviedo pasando después a la Uni-versidad Central de Madrid donde obtuvo los grados de licenciado en Farmacia en 1952 y dedoctor en Farmacia en 1955. Desde 1967 a 1998, año en que se jubiló, ha ocupado la Cátedrade Microbiología en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Salamanca y en ésta desem-peñó además el cargo de rector desde 1972 a 1979.

Su amor por la investigación le llevó, orientado por los profesores A. Branquihno de Oli-veira y Severo Ochoa a la Universidad de Cambridge donde alcanzó el doctorado en Bioquí-mica en el año 1959 y ese afán científico es lo que le hizo además completar su formación encentros de investigación europeos y americanos. Profesor en el Centro de Investigaciones Bioló-gicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid y más tarde en el Institutode Biología Celular en el que sería director de la Sección de Bioquímica de Microorganismos.Posteriormente en Salamanca dirigiría el Instituto de Microbiología-Bioquímica del ConsejoSuperior de Investigaciones Científicas53.

Su experiencia en la docencia y la investigación en el ámbito de las Ciencias Farmacéuti-cas tiene reconocimiento a nivel nacional e internacional, pues tanto él como sus discípulos sonmuy conocidos por sus aportaciones en el campo de las levaduras y de las enzimas líticas, habien-do desarrollado preparaciones enzimáticas y técnicas que se utilizan en numerosos laborato-rios de todo el mundo. Está en posesión de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.

Su dedicación a la dirección de la Real Academia de Farmacia y, por tanto, a la presiden-cia de la Fundación José Casares Gil de Amigos de la Real Academia de Farmacia además de «lacoordinación de las actividades científicas de la Fundación Ramón Areces (como él mismo comen-taba en el Discurso inaugural de la Real Academia de Medicina de Salamanca del año 2000),me hacen seguir sintiendo como propio todo aquello que se relaciona con la Universidad y eldesarrollo científico español»54.

El 5 de junio de 1986 tomó posesión como Académico de Número en la Medalla n.º 24 y el18 de diciembre de 1997 fue nombrado en el cargo de director en funciones para ser nombra-do en propiedad el 12 de febrero de 1998, cargo que ha desempeñado hasta el 20 de diciem-bre de 2000.

Su mandato ha sido una continuidad del de don Rafael Cadórniga haciendo posible laconsolidación de la Fundación José Casares Gil de Amigos de la Real Academia de Farmacia,manteniéndose e incrementándose las relaciones con la Sección de Galicia de la Corporación,con la Real Academia de Farmacia de Cataluña y con las Academias Iberoamericanas de

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53 M.ª A. Mossó Romeo, Un Siglo de Microbiología en la Universidad Española, Madrid, Departamento de Microbio-logía II, Universidad Complutense de Madrid, 2000.

54 J. Rodríguez Villanueva, Universidad, Investigación y Biomedicina, Salamanca, Gráf. Cervantes, S.A., 2000.

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Farmacia, celebrándose cursos y ciclos de conferencias, algunos bajo el patrocinio de la Fun-dación José Casares Gil de la Real Academia de Farmacia o de otras entidades y publicandonuevos números de la serie de Monografías de Actualización en Ciencias Farmacéuticas asícomo favoreciendo la difusión del patrimonio histórico de la Corporación, impulsando lapublicación de la Historia de la Real Academia de Farmacia escrita por Toribio Zúñiga eincorporando el fondo antiguo de nuestra Biblioteca al Catálogo colectivo del PatrimonioBibliográfico Nacional.

Es de destacar su faceta humanística que se manifiesta en su preocupación por los proble-mas bioéticos impulsando la creación de una Comisión de Bioética en el seno de la Academia, ainstancias de la Sección quinta presidida por don Antonio Portolés; en la colaboración con lasactividades del Instituto de España así como con la Real Academia de la Historia en los ciclosde conferencias organizados por estas instituciones así como en la elaboración de un Dicciona-rio biográfico a cargo de esta última que se llevará a cabo en el futuro.

Las dotaciones presupuestarias recibidas del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte,han permitido no sólo efectuar restauraciones en el rico y antiguo mobiliario de la Corpora-ción sino también llevar a cabo una serie de obras de rehabilitación en la sede de la misma asícomo otras que permitirán ampliar su planta noble más adelante.

* * *

La Corporación en el siglo XX ha estado representada en la primera mitad de la centuriapor Toribio Zúñiga y Sánchez Cerrudo (dos años) y José Casares Gil (veintiún años y seis meses)y a ellos se debe su primera fase de creación, organización y consolidación así como que se for-jara la Real Academia de Farmacia de Cataluña. Y en la segunda mitad de la centuria por JoséRanedo Sánchez-Bravo (un año y cuatro meses) y Ricardo Montequi y Díaz de Plaza (dieci-siete años) que propugnaron su segunda fase de desarrollo en su funcionalidad con la creaciónde la Comisión de Aguas Mineromedicinales y la publicación del Diccionario Biográfico y Biblio-gráfico de Autores Farmacéuticos Españoles de Rafael Roldán Guerrero; mientras que ÁngelSantos Ruiz (catorce años), Rafael Cadórniga Carro (seis años) y Julio Rodríguez Villanueva(tres años) hicieron posible la tercera fase de evolución y apertura de la Corporación a la socie-dad en que en la Real Academia de Farmacia toman posesión varias mujeres como Académicasde Número, tiene lugar la renovación de sus dependencias, ordenación y catalogación del Archi-vo e instalación del Museo; se impulsa la creación de una Comisión Permanente de Bioética y lapublicación de la Historia de la Real Academia de Farmacia de Toribio Zúñiga. Asimismo secrean la Fundación «José Casares Gil» de Amigos de la Real Academia de Farmacia y la Secciónde Galicia de la Real Academia de Farmacia. No podemos dejar de citar la labor de informati-zación de la Biblioteca realizada en los últimos años, así como la abnegada y eficiente gestiónde los secretarios de la Corporación que tanto tuvieron que ver en el devenir de la Corpora-ción así como la colaboración de los académicos a quienes ha cabido la responsabilidad de man-tener con su participación activa la vida académica. Todos ellos hicieron posible que nuestra Cor-

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poración, primera Academia de Farmacia del mundo, fuera el modelo en que en Argentina, Perú,Brasil y Chile se inspirasen para la creación de instituciones homólogas.

Hemos hablado de siete grandes hombres, a quienes debe su andadura la Real Academia deFarmacia en el siglo XX, y que marcaron, cada uno con su personalidad peculiar; un cambio enel rumbo de la Corporación por lo que podemos afirmar de ellos, como decía Baltasar Graciánen El Criticón, que «Eternizanse los grandes hombres en la memoria de los venideros». NuestraCorporación para mantener vivo el recuerdo de estas grandes personalidades de la Farmacia espa-ñola mantiene la tradición de efectuar el retrato al óleo de quienes ostentaron su dirección.

Creo que con mi disertación he cumplido con aquel deber que señala Gregorio Marañón enTiempo viejo y Tiempo nuevo y es el de hacer «populares y corrientes los nombres» de unospocos españoles que con su esfuerzo han sabido transmitirnos Ciencia y Humanismo aquí yallende nuestras fronteras a través de una Corporación que tiene sus orígenes en el Real Cole-gio de Farmacéuticos de Madrid, corporación científica que tuvo carácter oficial desde la apro-bación de sus Estatutos en 21 de agosto de 1737 por Felipe V.

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Las tres institucionalizacionesde la Sociología Española

SALUSTIANO DEL CAMPO URBANO

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E l título que he dado a mi conferencia exige aclarar que por institucionalización de unadisciplina científica se entiende, en su versión más simple, la culminación de su desarrollo

dentro de una sociedad y, en la más compleja, acreditar el cumplimiento de varios criterios.Según la enumeración que de ellos hace la profesora Jennifer Platt, éstos son: los que sirvenpara determinar la pertenencia a la disciplina, así como un consenso sobre sus normas; activi-dad y continuidad en el tiempo con transmisión directa de ideas a las generaciones siguientes;instituciones propias o una localización clara en el seno de una gran institución como la Uni-versidad; y reconocimiento oficial por organismos formales1.

Naturalmente, este proceso se sigue y conoce mediante unos indicadores cuya importan-cia varía de sociedad en sociedad, si bien algunos son tan inesquivables como los tres que seña-la Shils2: disponibilidad de estudiantes, disponibilidad de institutos de investigación y disponi-bilidad de revistas. En cualquier caso, lo que conviene que quede claro es que el objeto de midisertación no es tanto el análisis y la exposición de la historia intelectual de la sociología espa-ñola cuanto la forja de asociaciones, la creación de puestos de trabajo, cursos y escuelas, la inves-tigación y su financiación y la publicación de revistas. Es decir, en este trabajo no se quiere tomarpartido en la discusión sobre el contenido de la sociología en cada momento, pero se asumenlas consecuencias de cómo se trata la cuestión3.

Dicho esto, y una vez elegido como criterio fundamental para la sociedad española laexistencia de cátedras universitarias de la disciplina, en el caso de la Sociología se puedenseñalar tres etapas: una que se inicia en 1899 con la obtención por concurso, por Manuel Salesy Ferré, de la Cátedra de Sociología de Doctorado, dotada el año anterior en la Facultad de Filo-sofía y Letras de la Universidad Central gracias a la lucidez de algunos gobernantes ilustradosa los que se les ocurrió que, para reformar nuestra postrada, quebrantada y desmoralizadasociedad noventayochista, era preciso estudiarla con seriedad y planificar científicamente suregeneración. Desgraciadamente, su temprano fallecimiento en 1910 y el hecho de que nodejara discípulos que continuaran su escuela supusieron una profunda ruptura.

En 1916 ganó la cátedra vacante Severino Aznar, cuya orientación intelectual era muydiferente de la krausopositivista del Sales y Ferré maduro. Aznar fue fundador y figura deprimera línea del catolicismo social; creó las Semanas Sociales de España y trabajó en el marcodel Instituto de Reformas Sociales primero y del Instituto Nacional de Previsión después. Conél la Sociología universitaria se transforma en confesional, abandonando muchas de sus ante-

1 Jennifer Platt, «Una institucionalización problemática: la primera sociología británica», en Salustiano del Campo(coord.): La institucionalización de la Sociología (1870-1914), CIS, Madrid, 2001, pág. 71.

2 Edward Shils, Génesis de la sociología contemporánea, Seminarios y Ediciones, Madrid, 1971, p. 39.3 Jennifer Platt, op. cit., p. 72.

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riores ambiciones teóricas y poniéndose al servicio incondicional de la doctrina de la Iglesia, locual supone un giro muy brusco y, desde luego, trae consigo una segunda institucionalizacióny algunos efectos paralelos que luego comentaremos.

Severino Aznar se jubiló en 1940 y la tercera y definitiva institucionalización de la Socio-logía española se produjo tras un difícil proceso, cuyo preámbulo se cerró cuando EnriqueGómez Arboleya ganó en 1954 su Cátedra de Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas yEconómicas de la Universidad de Madrid. Arboleya no seguía a Sales y Ferré ni a Severino Aznar,pero supo atraer a muchos jóvenes hacia la Sociología, aunque lamentablemente la promesafirme de su magisterio se truncó por su prematuro fallecimiento en 1959.

A su muerte se abrió un tiempo precario hasta que en 1962 se cubrieron por oposiciónsendas cátedras de Sociología de nueva creación en las Facultades de Ciencias Políticas, Econó-micas y Comerciales de las Universidades de Barcelona y Bilbao. Los nuevos catedráticos erandiscípulos de Gómez Arboleya, por lo que la consolidación universitaria de la asignatura se rea-lizó, esta vez sí, dentro de la continuidad. A partir de entonces se intensificaron el crecimientoy el pluralismo y, una vez alcanzada una determinada masa crítica, desapareció la inseguridadsobre su supervivencia. El propósito común que comparten estos sociólogos es la construcciónde una auténtica ciencia social empírica dentro de la Universidad, aunque en algunos casos yépocas haya habido serios debates acerca de la primacía del compromiso ideológico sobre lavocación científica.

LA PRIMERA INSTITUCIONALIZACIÓN

La Sociología española es resultado inicialmente del positivismo, de tal manera que sus pri-meros balbuceos proceden del impulso de la filosofía comtiana y de la investigación empíricaque lleva a cabo Le Play. De todos modos, no produce grandes obras. En opinión de algunos,Balmes fue el gran analista español de su tiempo, aunque con el mismo carácter precursor podrí-an citarse los nombres de Donoso Cortés, Ramón de la Sagra, Concepción Arenal y otros. Unhito en este camino es el discurso leído en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, el5 de junio de 1885, por Antonio Cánovas del Castillo. Llevaba por título Las últimas hipótesisde las ciencias naturales no dan más firmes fundamentos a la Sociología que las creencias, aúnmiradas también como hipótesis y, a mi juicio, muestra el desacuerdo de Cánovas con los fun-damentos materialistas de la nueva Sociología, aun cuando admite que las dos leyes humanasfundamentales son la del progreso y la de la asociación, llegando a afirmar que todas las cues-tiones sociológicas se reducen a estas dos: qué cosa es el hombre y qué cosa es la sociedad.

Su obra, que era simplemente una reflexión ilustrada sobre lo que entonces se llamaba Socio-logía, estaba ya bastante lejos de Balmes y de Donoso, y era rechazada por quienes considera-ban auténticos sociólogos a Francisco Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate, que se dife-rencian mucho de Joaquín Costa y Manuel Sales y Ferré con los cuales la izquierda suele mez-clarlos y confundirlos. Gómez Arboleya advierte sin tapujos que Giner es, ante todo y sobre

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todo, un filósofo del derecho cuya personalidad es más importante quesu pensamiento, que se resiente de la endeblez del krausismo.

En el último cuarto del siglo XIX, la Sociología se muestra com-partida entre dos campos ideológicos diferentes, el krausismo y el posi-tivismo. A mi juicio, el pulso entre ambas tendencias no confirma larotunda opinión de Jobit en su influyente libro sobre los educadoresde la España contemporánea: «El krausismo fue verdaderamente enEspaña el iniciador de los estudios sociológicos. En este ámbito ha rei-nado casi solo durante muchos años. Por ello, hacer la historia del krau-sismo español es hacer también la del pensamiento sociológico español,al menos hasta un cierto momento. La obra de Sales y Ferré nos parece marcar la línea deseparación de épocas y métodos»4.

Las cosas no parecen tan claras hoy día. El citado discurso de Cánovas no fue gran cosa,salvo en cuanto que formó parte de las contribuciones científicas de un sector católico al queen otro texto he denominado círculo de Cánovas. En la misma línea están el discurso de JoséMoreno Nieto sobre La Sociología en la sesión inaugural del curso 1874-1875 de la AcademiaMatritense de Jurisprudencia y Legislación, y el del segundo marqués de Pidal, en la Real Aca-demia de Ciencias Morales y Políticas, leído el 27 de marzo de 1887, sobre el «Método deobservación en la ciencia social: Le Play y su escuela».

La otra línea, la del idealismo krausista, tiene también una secuencia de aportaciones inte-resantes. Así, Urbano González Serrano publica su Sociología Científica en 1884, el Tratadode Sociología de Sales y Ferré aparece en 1889, el discurso pronunciado por Gumersindo deAzcárate sobre el concepto de la Sociología en 1896 y el trabajo de Vicente Santamaría deParedes en sobre el Organismo Social en 1896.

Ambas escuelas enfrentadas partían de la premisa del espiritualismo o idealismo que,para el Circulo de Cánovas, emerge de los principios fundamentales del orden social cristiano,y para los krausistas del rechazo de la concepción tradicional. Lo cual no obsta para que per-sistiera entre ellos una afinidad que, aunque advertida por Jobit, se ha pasado casi siemprepor alto. Para el citado autor «los krausistas no eran creyentes o impíos […] eran católicos, disi-dentes, heterodoxos por supuesto, pero católicos […]; sólo en el seno del catolicismo y en fun-ción de él se explican y comprenden su actitud y su mala ventura destinada por desgracia a des-embocar en rupturas definitivas»5.

En este ambiente de rechazo del positivismo y del método experimental emerge la figurade Sales y Ferré que se forma en el krausismo y es autor de dos obras básicas: en 1889 publicaEstudios de Sociología, evolución social y política (primera parte), y entre 1885 y 1897 lostres volúmenes de su Tratado de Sociología, evolución social y política (segunda parte). En sutiempo se abre y ahonda en España la crisis finisecular del reformismo ilustrado que, de

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4 P. Jobit: Les éducateurs de l’Espagne contemporaine, vol. I, Paris, 1936, p. 1325 Idem, p. 229

SEVERINO AZNAR

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haber triunfado, nos habría puesto a la altura de otros países donde el capitalismo sirvió paramodernizar las estructuras, encauzar las legítimas aspiraciones de importantes sectores ciuda-danos y estabilizar la vida política. Pese a su honestidad intelectual su obra tuvo poco efecto enEspaña abrumada por el pesimismo, en la que ni la ciencia ni la filosofía podían desempeñarun gran papel. Fue un ignorado, igual que Costa y Ramón y Cajal, Laureano Calderón, Igna-cio Bolívar, Blas Lázaro y otros.

Como antes dije, Sales se formó en el krausismo ortodoxo al lado de don Federico de Cas-tro con el que rompió al evolucionar hacia el krausopositivismo crítico, a raíz del debate quetuvo lugar en el Ateneo de Madrid en el curso 1875-1876 sobre el positivismo, en el que cho-caron la izquierda democrática liberal y una derecha constituida a base de krausistas ortodo-xos, hegelianos y eclécticos.

En la Universidad Central enseñó desde 1899 hasta su fallecimiento en 1910, después defundar, en 1901, un Instituto de Sociología del que apenas queda rastro. En 1900 fue nom-brado vicesecretario del Instituto Internacional de Sociología, entonces la principal organiza-ción internacional de la nueva disciplina, y en 1907 ingresó en la Real Academia de CienciasMorales y Políticas con la lectura de un discurso sobre los nuevos fundamentos de la moral. Susescritos sobre el problema de España y la decadencia nacional son numerosos y se concentranen los años que van de 1901 a 1910. Entre ellos se encuentran «La política española en la edu-cación nacional», «Causas de nuestra decadencia», «Psicología del pueblo español», «De la civili-zación y su medida», «Horas críticas de España» y «Los partidos políticos españoles». Su obraProblemas sociales se publicó a los diez días de su muerte y su importante Sociología Generalfue editada también póstumamente por su discípulo Domingo Barnés en 1912.

Durante esta primera institucionalización destacan científicamente un par de personali-dades que rivalizan con Sales y Ferré hasta el punto de que no pocos estudiosos los han consi-derado protagonistas principales de la disciplina. Son Joaquín Costa y Adolfo Posada, a loscuales es obligado prestar alguna atención.

El conjunto de la obra de Joaquín Costa es muy variado y relevante para varias ciencias socia-les, por lo que su interpretación desde una sola es prácticamente imposible. Hay muchos Costa ypor ello es preciso resaltar la parte de su ingente contribución científica que tiene mayor impor-tancia para la historia de la Sociología. Es conocido sobre todo por su durísima crítica del siste-ma político de la Restauración, por su invocación a un «cirujano de hierro» dispuesto a cortar lostejidos putrefactos de la España decadente, por su acuñación de fórmulas rotundas como «escue-la y despensa» y «hay que echar siete llaves al sepulcro del Cid» y, más genéricamente, por su rege-neracionismo. Tuvo, además, una gran actividad en defensa de causas como la política hidráuli-ca, que fue discutida a lo largo del siglo XX y aún sigue siéndolo actualmente.

Lo que voy a decir aquí, sin embargo, se aparta de estos aspectos sobradamente conoci-dos de su obra, sobre la que existe una apreciable y numerosa bibliografía. Joaquín Costa fuesiempre, como escribe Gaspar Mairal, «un campesino aragonés, un labrador de casa pobreque, gracias a su portentosa inteligencia y a un esfuerzo titánico, fue capaz de salir de este mun-do reducido y limitado y proyectarse a la vida política nacional para convertirse en una de las

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figuras intelectuales de su época». Esta observación es decisiva para entender el auténtico sig-nificado sociológico de lo propugnado por el gran polígrafo aragonés. Él se propuso elaborarun proyecto para levantar de su postración a la población rural española, que era entonces lamayor parte de la total, con objeto de reequilibrarla, modernizarla y democratizarla. Como escri-ben Gómez Benito y Ortí, «tal perspectiva agrarista sustantiva e histórica de la obra de Costase estructura, además, como el tronco fundamental e inequívoco, sin duda frondosísimo, perodel que todas sus cuestiones, temas y partes vivas surgen en forma de una ramificación tan orgá-nica y espontánea como bien vertebrada6».

Para entender lo que esto significa basta recordar lo que estaba sucediendo en Europa y enNorteamérica. La industrialización había avanzado, el siglo XIX vivió la concentración de la pobla-ción en centros urbanos, la alfabetización se estaba generalizando y, en general, el futuro se con-templaba desde el prisma de la definitiva transformación en industriales de las sociedades quehasta entonces habían sido, y en bastantes casos seguirían siendo, primordialmente agrarias.

Junto a sus muchas virtudes y gran reciedumbre, Joaquín Costa ignoró el hecho capitalde su tiempo, la industrialización, y puso sus esperanzas en la transformación social y econó-mica de la sociedad española a partir de su agrarismo. Ni siquiera incluyó en su concepto depueblo a los obreros y, con tales limitaciones no es sorprendente que su pensamiento hayasufrido una clara marginación y su crítica de la política de la Restauración esté siendo ahorarevisada. Su utopía era claramente reaccionaria, ya que como recuerda Mairal, «su concepcióndel desarrollo o la regeneración de la nación, se articulaba sobre todo alrededor de la políticahidráulica y de la transformación del secano en regadío, de modo que al aumentar notoriamentela renta agraria se generaría ahorro y una demanda de consumo que conjuntamente permiti-rían el desarrollo de la industria». Como se ve, un programa anacrónico donde los haya.

Su mundo fue el del campesino y no supo ver la energía que emanaba de la industria, cuyoscapitales no procedían del ahorro de los pequeños agricultores sino de la gran ciudad y cuyacultura urbana y estilos de vida nunca le agradaron. Él se equivocó al valorar demasiado la socie-dad rural, que iba a convertirse en el siglo XX en residual, y puso sus esperanzas en que ella seríacapaz de regenerar sociedades que ya estaban definitivamente embarcadas en el industrialismo.

La otra personalidad sociológica de esta etapa a la que hay también que considerar es Adol-fo Posada, al que muchos consideran auténtico fundador de nuestra disciplina. Era institucio-nista como Costa y un escritor prolífico e importante, si bien su relación con la Sociología nose ha entendido hasta ahora demasiado, a pesar de que no falten valoraciones muy positivasde sus obras sociológicas. Dispuso de un magnífico observatorio, ya que trabajó desde 1904hasta 1923 en el Instituto de Reformas Sociales, a la vez que seguía la literatura científica dela especialidad con la atención y asiduidad que prueban sus libros. Para Rodolfo Gutiérrezsus más de 70 libros y alrededor de 250 artículos merecen un doble juicio, vistos desde el pre-sente: «por un lado, siguen impresionando por su carácter de renovación y modernidad, así

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6 C. Gómez Benito y A. Ortí Belloch, Estudio crítico, reconstrucción y sistematización del corpus agrario de JoaquínCosta, Fundación Joaquín Costa, Huesca, 1996 p. 34.

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como por lo temprano de su esfuerzo de construcción sistemática de una ciencia social. Porotro lado, […] su eclecticismo es un rasgo que podría estar en la raíz del fracaso social del libe-ralismo krausista».

Posada es el gran renovador de las ciencias sociales españolas. Pone al día los conocimien-tos existentes no solamente en sociología, sino también en varios campos del derecho y en la antro-pología. Es el principal introductor en nuestro país de la producción sociológica contemporá-nea; traduce o anima en su círculo la traducción de autores europeos como Marx, Spencer,Tarde, Le Play, Durkheim, o norteamericanos como Giddings, Small y Ward. Pero su obra nosobresale únicamente por esto. Según recuerda Gómez Arboleya, hay en ella una intención sis-temática de construcción de la disciplina y, además, su papel de renovador no se agota en loscontenidos, sino que destaca igualmente en los métodos y en la pedagogía. Utiliza, incluso, latécnica de la encuesta demográfica inspirada en Le Play.

Según Rodolfo Gutiérrez, sin embargo, en conjunto su concepción de los principalestemas de la sociología mira todavía más al siglo XIX que al siglo XX. Sus principales traba-jos de Sociología fueron escritos antes de 1910 («Los estudios sociológicos en España», 1899;Literatura y problemas de sociología, 1901; «Sobre las tendencias actuales de la sociología»,1902; Socialismo y reforma social, 1904; Principios de Sociología, 1908, y Sociología con-temporánea, s/f) y su alejamiento de la sociología coincide con el de los institucionistas, enun movimiento de difícil interpretación hoy, aunque la mayor visibilización de esta ruptu-ra se da con ocasión de la oposición a la Cátedra vacante por la muerte de Sales y Ferré.

Aunque su krausismo le lleva a rechazar el positivismo y a pensar que, en términos teóri-cos, la sociología se identifica con la filosofía, Posada hace un notable esfuerzo por superar eleclecticismo y construir una sociología distinta de la filosofía, apostando claramente por el méto-do positivo. Admite la centralidad de lo «psíquico» para la interpretación del hecho social, peropone el acento en el método comparativo y empírico, que es el único mediante el cual puedelograrse el conocimiento de la realidad. Es lo que Posada llama el advenimiento del realismo social.La investigación debe ser guiada por hipótesis de trabajo y desarrollarse por observaciones empí-ricas apoyadas en técnicas estadísticas, encuestas e investigaciones monográficas. Esta visión tanmoderna es la que da pie a la caracterización que hace Hopper en 1950 de Adolfo Posadacomo el Lester F. Ward de la Sociología española7.

Se abre así la puerta a la sociología aplicada y a la legitimación del papel de la Sociologíaen las intervenciones de reforma social. Se trata de una Sociología en la que debe distinguirsesu versión de ciencia empírica y neutra de su versión de arte social que representa el socialis-mo comprometido con la transformación de las estructuras sociales, que entra en los conflictossociales y se aproxima a la utopía. La aventura intelectual de Posada consiste en su completadedicación a hacer compatibles ambas versiones de la ciencia social, aunque su insistencia enmantener una posición tan ambivalente acabó dejándolo en tierra de nadie. Bien es cierto quesu fracaso no puede atribuirse a razones intrínsecas a su obra, sino a un conjunto de circuns-tancias históricas que nos hace pensar, unas veces, que su obra fue demasiado temprana y otras,que fue demasiado tardía.

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LA SEGUNDA INSTITUCIONALIZACIÓN

Por razones que aún no están claras la Cátedra de Sociología dejada vacante por ManuelSales y Ferré tarda seis años en cubrirse por oposición. Ésta se convoca en 1915 y el nuevocatedrático se vota el 31 de mayo de 1916. La ganó Severino Aznar con tres votos frente a JoséCastillejo y Eloy Luis André . El presidente votó a Castillejo, y el vocal, Alcalá Zamora, a EloyLuis André. Al parecer la resolución del tribunal no fue demasiado bien acogida en los mediosintelectuales y, lo que es más importante desde la perspectiva de hoy, supuso un giro de 180 gra-dos en la orientación de la disciplina, que pasó del krausopositivismo al catolicismo social.

En la compleja biografía de Aznar existen dos directrices básicas: su preocupación por lasituación social de España y en especial por la cuestión obrera, y su vocación reformista. Su acti-vidad intelectual se encaminó siempre al objetivo de una reforma social inspirada en la doctri-na social católica, pero con una mentalidad emprendedora permanente y un serio compromisoa favor de la legislación favorable a los derechos de los obreros y campesinos. Su trabajo en elInstituto de Reformas Sociales y en el Instituto Nacional de Previsión lo marcó tanto o más quesus raíces católicas, que son muy importantes.

El primer catolicismo social se consolida como consecuencia de la encíclica de León XIIIRerum Novarum (1891), que activa la unión de los católicos tanto en el terreno político como enel religioso. En España este proceso se advierte con claridad. En 1886 se crea la Universidadde Deusto; en 1909 se constituye la Asociación Católica Nacional de Propagandistas; en 1911aparece El Debate de Ángel Herrera Oria; en 1912 se constituye la Editorial Católica; en 1920nace la Confederación de Estudiantes Católicos, y, dentro también de este contexto, hay queinsertar la iniciativa de Severino Aznar de fundar en 1906 el Movimiento de las Semanas Socia-les y más tarde en Zaragoza la Revista La Paz Social, cuyos objetivos iban más allá de la difu-sión del pensamiento social de la Iglesia. Trataba de dar respuesta y de servir de contrapeso ala Revista Internacional de Ciencias Sociales, aparecida en 1905, en la que colaboraban per-sonalidades de la Institución Libre de Enseñanza —Gumersindo de Azcárate y Posada, Álva-rez Buylla, entre otros— y del PSOE, entre ellos el propio Pablo Iglesias.

Sin embargo, del compromiso de Aznar con la reforma social nace un elemento esencialde su obra que lo aleja de la Sociología: su permanente llamada a la acción. Aznar no anali-za la sociedad para reformarla sino que, porque quiere reformar la sociedad, desciende aveces a interpretarla o describirla. Su compromiso vital era para él más importante que mejo-rar el conocimiento sociológico. Julio Iglesias de Ussel ha emitido un juicio sobre SeverinoAznar y su obra digno de ser suscrito. «Fue catedrático de Sociología de la UniversidadCentral, pero no un sociólogo, según la definición profesional de la época. Tampoco la mayorparte de su obra puede catalogarse como sociológica. No lo son ni el objeto, ni los métodos,ni las fuentes empleadas. Quizá la disciplina que abordó con más rigor fue la demografía yéste fue el único campo en que quizá mereciera ser llamado especialista.» Fue más bien unperiodista beligerante. Sus discípulos más cercanos, Antonio Perpiñá Rodríguez y CarmeloViñas, le ayudaron en el gobierno del Instituto Balmes de Sociología, pero no continuaron

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ni compartieron sus enseñanzas. Pudo llegar a ser el Durkheim de la sociología española,pero le faltó interés por ella. Su dilatada obra intelectual tuvo otras ambiciones y recompen-sas. Ni impulsó la institucionalización de la Sociología tanto como su poder le posibilitaba, nifavoreció la especialización posterior.

Cualquier juicio de la obra de Aznar debe tener en cuenta un hecho institucional yacadémico básico: la ausencia de sociología en la Universidad y en la sociedad española desu época. Sales y Ferré no logró establecerla —tal vez por su breve carrera como catedráti-co de Sociología, a pesar de que fue el español más próximo a la sociología que se cultivabafuera de nuestras fronteras. Por eso, cuando en 1916 accede a la Cátedra Aznar tiene pordelante la misma tarea, empezar desde el principio, consolidar la sociología como disciplinauniversitaria e impulsar la investigación. Una labor gigantesca sin duda, que ni pretendió asu-mir ni siquiera realizó parcialmente. Se instaló como sociólogo, pero sus efectos institucio-nales en la disciplina fueron muy reducidos, lo cual no quiere decir que no haya en su obraaspectos positivos dignos de ser destacados, aunque su nivel era bastante inferior al de lossociólogos de otros países.

Para cubrir ese vacío José Ortega y Gasset se dedicó a hacer una sociología suboordi-nada a una específica visión filosófica del mundo y tal vez por esta razón Gómez Arboleyaeludió calificar expresamente de sociológicas las aportaciones de Ortega a nuestro campodel saber. A su juicio, Ortega fue maestro de España en muchas cosas, pero no en Sociolo-gía, si bien «nos ofrece (es) una profunda y sugestiva filosofía social, cuyos frutos intelec-tuales están muy lejos de estar agotados». Si para Julián Marías la sociología orteguiana essuperior a las demás por estar radicada en su Metafísica, para Arboleya ni siquiera es Socio-logía. José Castillo, sin embargo, aprecia en la voluminosa y variada obra de Ortega muchay buena sociología, ligada o no formalmente a su filosofía social y sea o no estrictamentecientífica.

Los principales conceptos sociológicos de Ortega se encuentran dispersos por varias desus obras, de distinta época, estilo e intención: El tema de nuestro tiempo (1923), La rebe-lión de las masas (1930), Ideas y creencias (1940) y El hombre y la gente (1957). No es ésteel lugar para hacer un análisis de estos libros fundamentales, por lo demás bastante conocidosentre nosotros. Prefiero por eso emplear unos minutos para mencionar a cuatro de sus discí-pulos, que a lo largo de sus vidas se dedicaron totalmente o en parte a cultivar la Sociología.Tres de ellos estuvieron exiliados —José Medina Echevarría, Luis Recasens y Francisco Aya-la— y el cuarto, Julián Marías, no pudo enseñar en la Universidad española hasta que termi-nó el régimen de Franco. La obra de los tres primeros fue mal conocida en España a pesar desu calidad, mientras que la de Julián Marías tuvo menos influencia de la que merecía. Lasimportantes figuras intelectuales de Ortega y sus cuatro discípulos figuran por derecho pro-pio en la literatura sociológica española, pero al acabar la Guerra Civil y sobre todo despuésde la Segunda Guerra Mundial, la Sociología que se hacía en el mundo tenía poco que vercon la de la Escuela de Ortega y este hecho capital es el que nos adentra en la nueva fase de laSociología española.

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LA TERCERA INSTITUCIONALIZACIÓN

La ruptura fundamental en la sociedad española del siglo XX latrajo consigo la Guerra Civil española. Fue un desastre aun mayorque el del 98; fue un fracaso total de la convivencia nacional y clau-suró violentamente ese camino «ancho y limpio» hacia la moderni-zación que podría haber sido la Segunda República. Después vinie-ron la represión contra los vencidos, la amargura del exilio para unosy una gran escasez generalizada, el racionamiento de los víveres yde los productos energéticos, para otros. Casi inmediatamente se pro-cedió a derogar gran parte de la legislación republicana con el fin deconstruir el nuevo estado mediante las leyes fundamentales, pero muy pronto se empezó apensar en la necesidad de refundar la sociología como ciencia para resolver problemas.

El entorno intelectual era entonces bastante difícil y complejo, aunque ya en 1939 secrea el Instituto de Estudios Políticos «para investigar con criterio político y rigor científicolos problemas y manifestaciones de la vida administrativa, económica, social e internacio-nal». La labor cultural del Instituto se centró en los cursos de Sociología y AdministraciónPública y en la Revista de Estudios Políticos cuya adscripción formal contrastó desde elprimer momento con su talante abierto y su rigor intelectual. En cambio, el Instituto JaimeBalmes de Sociología, creado en 1943 dentro del Consejo Superior de Investigaciones Cien-tíficas y dirigido hasta su muerte por Severino Aznar se mantuvo en la línea más tradiconaly ortodoxa.

En 1951, por iniciativa del cardenal Herrera Oria, empezó a funcionar en Madrid el Ins-tituto Social León XIII, con un plan de estudios de ciencias sociales que incluía una enseñanzacontinuada y sistemática de doctrina social católica, y fuera de Madrid la iglesia creó y mantu-vo en Barcelona el Instituto Católico de Estudios Sociales.

Los cursos del Instituto de Estudios Políticos en los que enseñaron las personas mejorpreparadas y de talante más abierto de la época desembocaron finalmente en la Facultad deCiencias Políticas y Económicas, que se creó por la Ley de Ordenación de la UniversidadEspañola de 1943 con dos secciones y cuatro cursos en cada una. En 1952 se convocaron aoposición dos cátedras de Sociología, ganando la única que se cubrió Enrique Gómez Arbo-leya, cuya figura es insustituible en la memoria y en la leyenda de los sociólogos españoles.Su imagen y su influencia superan con mucho la aportación que hizo en su obra escrita aldesarrollo de la sociología española, entre otras razones, porque a ella le dedicó solamente laúltima década de su vida, que estuvo antes consagrada a la Filosofía del Derecho. Sus publi-caciones sociológicas están contenidas en el volumen primero de su inacabada Historia de laestructura y del pensamiento social, en la recopilación póstuma de sus artículos en Estudiosde teoría de la sociedad y del Estado y en la breve monografía sobre la familia española queescribió conmigo. Pese a lo que algunos autores anunciaron, Gómez Arboleya nunca llegó aconstruir una filosofía a partir de la sociología de Zubiri, sino que se volcó más bien en saber

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MANUELSALES Y FERRÉ

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cuanto pudo de la sociología norteamericana y especialmente desus técnicas de investigación. Estaba convencido de que la Sociolo-gía como ciencia no podía confundirse con la filosofía social ni lafilosofía infundirse en ella.

En esta época, además, otros autores mostraron como comple-mento de sus actividades principales un gran interés por la Sociología,publicando diversas obras en este campo. Entre ellos puede recordar-se a Salvador Lisarrague, Manuel Fraga Iribarne, Luis Legaz Lacam-bra y Javier Conde García.

Tras la muerte de Gómez Arboleya se abre en la Sociología espa-ñola un paréntesis dolorido e incierto. Su cátedra no se convoca inmediatamente a oposición,pero se dotan otras dos: una en Barcelona y otra en Bilbao, que finalmente se cubrieron en 1962.Afortunadamente un núcleo de gente joven se interesaba por la Sociología y quería dedicar aella sus carreras, que se preveían muy atrayentes porque el país estaba a punto de despegarsocioeconómicamente o haciéndolo ya. «España —escribe A. De Miguel— había iniciado la mar-cha definitiva hacia una sociedad moderna y desarrollada»8.

Lo cual, por otro lado, confirmaba el diagnóstico que Gómez Arboleya y yo formulamosen 1959 con las siguientes palabras: «La sociología no es un accidente en el desarrollo de la socie-dad moderna, sino el producto de las sucesivas racionalizaciones de la sociedad en general y desus distintas ramas de actividad. La sociedad moderna no sólo hace posible la Sociología, sinoque la exige para su despliegue dialéctico. Por eso, la Sociología alcanza desarrollo donde lasociedad moderna ha logrado pleno desenvolvimiento...»9.

En la década de los años sesenta es cuando se consolida por fin la tercera y definitivainstitucionalización de la Sociología española, mediante la recepción de la Sociología norte-americana empírica, principalmente en su versión estructural-funcional gracias al esfuer-zo de algunos españoles jóvenes que se habían preparado en Estados Unidos. En menos deuna década los dos catedráticos iniciales se multiplican por cuatro y pronto aparecenalgunas obras en las que se contienen clasificaciones más o menos arbitrarias o personalesde estos profesores. En una de las más conocidas se distingue entre la «escuela de Arbole-ya», «el grupo de Granada», «el grupo del Instituto de Estudios Políticos», «el grupo de Linz»«el grupo de la Universidad Autónoma», «la escuela católica», «la escuela crítica» y «las figu-ras de Barcelona». Se maneja entre todas ellas una cincuentena de nombres, pero el rigor estan escaso que no sabe uno si creerse que ésta es una verdadera clasificación o simplemen-te un retrato del gallinero ibérico10. Poco más tarde Amando de Miguel simplifica este gali-matías agrupando en tres escuelas a los «profesores e investigadores más destacados perte-

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7 R. D. Hopper: “Adolfo Posada. The Lester F. Word of Spanish Sociology”, en Harry E. Barnes: An Introduction to theHistory of Sociology, Chicago: The University of Chicago Press, 1950.

8 Amando de Miguel: Sociología o subversión, Plaza y Janés, Barcelona, 1972, p. 72.9 E. Gómez Arboleya y S. Del Campo, Para una sociología de la familia española, Madrid, 1959, p. 9.10 VV.AA., Sociología de los años setenta, CECA, Madrid, 1971.

JOAQUÍN COSTA

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necientes a las tres escuelas empíricas»: escuela de Arboleya, escuela de Granada y escuelade Linz11. La relación de personas en este caso no llega a la veintena y se aproxima a la quese hace en la Historia de la Sociología española, que he dirigido recientemente12.

Teniendo en cuenta la que ha sido su aportación a la disciplina, en dicha Historia de laSociología los sociólogos españoles se incluyen según sus orientaciones teóricas en capítulosque se titulan de la manera siguiente: «El funcionalismo y la sociología empírica», «El marxis-mo y la sociología crítica», «El catolicismo social y la sociología» y «Otras corrientes crítico-cul-turales y fenomenológicas». En el primero se utiliza el criterio de la edad juntamente con la fechade su acceso a la Cátedra en España o en el extranjero y se exponen las obras de Juan J. Linz,Salustiano del Campo, José Jiménez Blanco, Enrique Martín López, Luis González Seara, Car-los Moya Valgañón, Amando de Miguel, Juan Diez Nicolás, José Castillo Castillo, Juan Francis-co Marsal, Miguel Beltrán, Julio Busquets y Víctor Pérez Díaz. Obviamente, faltan muchos nom-bres pero los criterios elegidos no permiten mucho más. Como dice el profesor Juan Zarco, autordel capítulo que comento, «independientemente de la posterior peripecia de la teoría estructu-ral funcionalista, y de su robustez o “estado de salud” en el momento en que he querido comen-zar estas páginas (diciembre de 1959), lo cierto es que el tan aludido cambio de rumbo de lasociología española de esos años remite a una clara orientación al exterior, privilegiadamente alos Estados Unidos, por tanto a una puesta de proa al funcionalismo».

En el capítulo de la mencionada Historia escrito por José Félix Tezanos sobre el marxis-mo y la sociología crítica se plantean tres cuestiones capitales: ¿ha existido realmente una socio-logía marxista en España?, ¿qué debe entenderse exactamente por «sociología marxista»? y¿es realmente posible —y tiene sentido— algo llamado «sociología marxista»? Obviamente desus respuestas lo único que puedo aquí reproducir es el listado de sociólogos de la segundamitad del siglo XX a los que, justamente o no, se ha tenido por marxistas. En un principio, Igna-cio Fernández de Castro, Antonio Goytre y el propio Tezanos, en sus estudios sobre la estra-tificación, y Alfonso Carlos Comín y Juan N. García Nieto como vinculados a un marxismo deraíz cristiana.

La fundación de CEISA, posteriormente «Escuela crítica de sociología», de la cual fuealma José Vidal Beneyto, hizo mucho más difícil de clasificar la adscripción a una corriente doc-trinal marxista, o simplemente crítica, de las personas que colaboraron en ambas. De hecho,Jesús Ibáñez al rememorar estos centros describe un debate metodológico interior desarrollado«mediante fuegos cruzados entre tres polos: el primero tenía su centro en Amando de Miguel yrepresentaba la corriente principal de la sociología (sociología científica). Los otros dos sopor-taban una considerable carga ideológica. Uno nucleaba a Pablo Cantó, Antonio Colodrón y Faus-tino Cordón y representaba la ortodoxia marxista. Otro («crítico») agrupaba —sin centro— aAlfonso Ortí, Ángel de Lucas, Jesús Ibáñez y José Luis de Zárraga: de orientación marxista,sus preocupaciones estaban aderezadas con esencias libertarias (y) luchaba en dos frentes. El

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11 Amando de Miguel: Sociología o subversión, Plaza y Janés, Barcelona, 1972,.págs.. 112-113.12 Salustiano del Campo (dr.): Historia de la Sociología española, Ariel, Barcelona, 2001.

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debate con Amando de Miguel era más bien metodológico. El debate con los marxistas (comu-nistas) era más bien ideológico»13.

A juicio de Tezanos la trayectoria de CEISA acabó diluyéndose y su influencia intelectualfue escasa debido al alejamiento de quienes como Enrique Tierno y José Luis López Arangu-ren podían haber dado solidez a esta institución y a la Escuela crítica de Ciencias Sociales,así como, por el deslizamiento de algunos jóvenes profesores como José María Maravall, que aprincipios de los años setenta se inclinaba ya por una Sociología de lo posible. Y aquí caberecordar también a Manuel Castells, que abandonó el marxismo althusseriano de su etapa pari-sina. Ya durante la democracia el panorama de la Sociología marxista que describía JiménezBlanco no podía ser más desalentador: «La teoría marxista, ampliamente profesada y enseña-da en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, así como en otras Facultades, ha tenidoentre nosotros pésimos expositores y peores críticos, si exceptuamos, dentro de la Universi-dad española a Gustavo Bueno, a Manuel Sacristán y a Jacobo Muñoz, los cuales compensancon creces las deficiencias de todos los demás. Me refiero a la obra de Carlos Marx en su con-junto. Por lo que se refiere a la vertiente específicamente sociológica […] la aportación espa-ñola ha sido sencillamente nula, a pesar de que el lector me puede recordar la cantidad de publi-caciones que con el rótulo de “marxismo” han visto la luz. La barrera que supone la lenguaalemana en la obra de Marx acaso haya impedido hasta ahora trabajos de mínima solvenciatanto en la exposición como en la crítica. Así, aunque se podría decir que a nuestros estudiantesles retumban los oídos de marxismo, lo que han escuchado es de ínfima calidad, pasable tal vezpara la lucha ideológica —lucha perfectamente legítima— pero irrelevante desde el punto devista científico, que es precisamente el que adoptó Marx»14.

Por fin, hay que referirse también al análisis que hace Rodríguez-Ibáñez de la introduc-ción minoritaria en España de otros enfoques, facilitada por la crítica que pronto se hace entrenosotros del análisis estructural funcional y, todo hay que decirlo, por su decadencia dentro deEstados Unidos. Él se ocupa expresamente de la Escuela de Frankfurt, cuyos principales expo-nentes españoles son Jiménez Blanco, Emilio Lamo de Espinosa y él mismo y entre las otrascorrientes también recepcionadas en España recuerda el interaccionismo simbólico, sobre el quehan escrito Lamo de Espinosa y Julio Carabaña y la etnometodología, que ha aplicado entrenosotros Enrique Laraña.

OBSERVACIONES FINALES

Y llego con esto al final de esta visión de conjunto de la sociología española. Mi intenciónno ha sido hacer un estudio de la evolución y variedades de la teoría sociológica en nuestro

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13 Jesús Ibáñez, La guerra incruenta entre «cuantitativistas» y «cualitativistas» en Jesús Ibáñez (Coord.) Sociología, Uni-versidad Complutense de Madrid, Madrid, 1992, p. 139.

14 José Jiménez Blanco, “Diez años de Sociología en España”, Cuenta y Razón, num. 19, Madrid 1985, pp. 139-140.

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país, sino atender más bien a su institucionalización, en la que destaca sobre todo la firmeza dela tercera y última. Ahora contamos —según el importante estudio realizado en 2000 por Ánge-les Durán— con 15 Facultades, entre públicas y privadas (2) donde se puede obtener el títulode licenciado en Sociología, aparte de una donde este título es de tercer ciclo. En 1999 elnúmero de colegiados era de 2.644 y en el curso 1999-2000 había 5.454 alumnos matricula-dos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Madrid. Los catedrá-ticos en activo se aproximan a 80 y los grupos de trabajo que agrupan a los profesionalessegún su especialización fueron 34 en el VI Congreso de la FES.

Además contamos con un Centro de investigación sociológica (CIS), bien dotado y concredibilidad y con varios privados; también con un Colegio de Licenciados y Doctores y con unaAsociación nacional, la FES y en España se publican anualmente unos 86 libros de Sociología.En el trienio 1986-1988 aparecieron 458 obras del área de Sociología escritas por profesoresde todas las Facultades y disponemos de media docenas de revistas que gozan de buena difu-sión y cuando menos con dos importantes bases de datos.

Todo lo cual no supone que estemos plenamente satisfechos del estado de nuestra discipli-na, de su prestigio, de su organización institucional o de sus planes de estudio y facilidades deinvestigación, pero tampoco es justo que nos entreguemos a la queja y no a mejorar. Internacio-nalmente hablando tampoco estamos mal, sino como algunos países de nuestro entorno y mejorque varios europeos. Carecemos, eso sí, de las grandes personalidades de otros tiempos, peroello parece un resultado lógico del avance en línea más que en fila que es propio de la cienciaactual. Por otro lado, dentro de nuestra Sociología existe un grado de pluralismo que ya no esexclusiva ni principalmente ideológico y la colaboración en proyectos internacionales se desa-rrolla con plena normalidad y va en aumento. Si acaso hay que rechazar lo difícil que resultaen nuestro medio que el hombre común, sometido a la vulgaridad de los medios de comunica-ción de masas, reconozca la Sociología científica y se haga con los resortes para entenderla, valo-rarla y servirse de ella. Pero la relación entre Sociología y sociedad es otro asunto y de él espe-ro ocuparme en el futuro próximo, ahora que ya hemos superado lo que en tiempos de GómezArboleya eran simplemente esperanzas.

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Un siglo de investigacióneconómica en la Real Academiade Ciencias Morales y Políticas

JUAN VELARDE FUERTES

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INTRODUCCIÓN

Desde hace muchos años asumí, como un postulado que me proporcionó auxilios esplén-didos, el conjunto de puntos de vista de Keynes con los que va a terminar la Teoría Generalde la ocupación, el interés y el dinero, que podrían sintetizarse en esta expresión citadísima:«Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuan-do están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mun-do está gobernado por poco más que eso». Conviene, pues, investigar en esa dirección. ¿Haciadónde orientarla?

Existen lugares creadores de ideología. No es éste el momento de exponer una especie deteoría de los mismos. En su ensayo La significación histórica de las Academias europeas,Pedro Laín Entralgo recoge de Schleiermacher la distinción entre Escuela, Universidad y Aca-demia. La Escuela se dedica a la enseñanza, incluso a altísimos niveles, pero no a la investiga-ción. La Universidad se dedica a la enseñanza y la investigación, pero el énfasis más importan-te se orienta a lo primero, no a lo segundo. Sin embargo, esto no está claro. Heidegger, cuandoalcanzó el rectorado de Friburgo —del que pronto sería descabalgado, en buena parte por lavaliente labor del gran economista Walter Eucken—, en su discurso de toma de posesión, DieSelbsbehauptung de Deutschen Universität, o sea, La autoafirmación de la Universidad ale-mana, sostuvo que la Universidad nos había enseñado a hacer de la pregunta la forma supre-ma del conocimiento. Esto es, se centraba la esencia de toda ella en la investigación. Una prue-ba podría ser la Universidad Humboldt, fundada por éste en 1810. Claro que la culminaciónde esto último es el alto centro de investigación, sea el EMBO, la Wilhelm Planckgessellschafto nuestro Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ha surgido así otra institución puraque tampoco, como le sucede, por otro lado, a la Escuela Superior, es Universidad. Una deri-vación son los consejos de redacción de las revistas científicas.

¿Y la Academia? Para Schleiermacher, «en la Academia ni hay enseñanza, ni investigación,sino que es el lugar donde el docto pone en discusión los resultados de sus investigaciones». Enla Academia se debate, al máximo nivel, con los colegas y pares.

Por supuesto que la degeneración de la Academia es el Club de opinión, o ahora diríamos,las tertulias radiofónicas. En él, el considerado docto lo es casi siempre muy escasamente, y suspares tampoco, como es lógico, tienen vuelo de águila. Pero entre el Club de opinión y la Aca-demia existen figuras intermedias. Como ejemplo de una de ellas, podríamos citar la FabianSociety. Otra, muy relacionada precisamente con esta Real Academia de Ciencias Morales y Polí-ticas, fue el Ateneo de Madrid Científico, Literario y Artístico. En el siglo XIX pasó a ser, porejemplo bajo la presidencia del académico de Ciencias Morales y Políticas, Antonio Cánovas del

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Castillo, una cuasi academia, aunque en torno a 1931, dominado por la Cacharrería, habíapasado a convertirse en un simple Club de Opinión.

Una última puntualización. Las Academias tienen muchísimos puntos de contacto con lasaltas Sociedades científicas, pero no son una Sociedad científica. La Royal Economic Society ola American Statistical Society o nuestra Real Sociedad Geográfica, no son exactamente Acade-mias. Reúnen a colegas, que discuten entre sí cuestiones muy específicas. La especialización desus miembros los convierte, más que en pares en la capacidad intelectual, en colegas con diver-sos grados de cualificación que colaboran en el esclarecimiento de algún punto concreto. La Aca-demia, en cambio, frena una excesiva especialización; es más: busca que entre sus miembrosexistan diferencias importantes en saberes, aunque procure que todos los posean con el mayorgrado posible de excelencia.

Esto permite que la vida intelectual sea un continuo trasiego entre Escuelas superiores,Universidades, Centros de alta investigación, Academias, Ateneos, Sociedades científicas y demodo reciente, como acabo de indicar, consejos de redacción de las revistas científicas. El tipoideal weberiano de cada una se ofrece siempre con ciertas dificultades.

ANTECEDENTES

Como embocadura de esta exposición, creo que es importante que quede claro el carácterque, en relación con la economía y cuestiones conexas, pasó a tener, desde los momentos fun-dacionales, la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, porque explica, a mi juicio, másde una cuestión relacionada con el talante que acabó por adquirir.

Desde sus primeros pasos, los economistas que pertenecían a ella como académicos, reci-bieron con claridad el mensaje de que esta institución era, por una parte, claramente beligerantefrente al socialismo y comunismo; al lado de esto, la Historia probaría que esta nueva creaciónacadémica iba a funcionar a lo largo de épocas prolongadísimas donde las que triunfaban enEspaña eran las doctrinas conservadoras, en su proyección hacia la economía además. Nadadigamos si los dirigentes políticos atendían de algún modo los mensajes historicistas del primerpresidente, Pedro Pidal. Hay que subrayar, por cierto, que se escucharon con mucha frecuen-cia. Todo esto acabó originando, en principio, un conjunto de debates que no fueron precisa-mente muy vivos en el seno de la corporación. Da la impresión, al leerlos y, por ejemplo, alcompararlos con los de la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo, que éstos se plan-tean con sordina en el seno de la Academia, de modo tal que del ámbito de la misma parece rezu-mar algo así como un mensaje que tardaría mucho en desaparecer: el de ser de mal tono pro-pugnar transformaciones económicas hondas y persistentes enfrentadas con la acción económi-ca exigida por esa larga situación política conservadora ya mencionada, que acabará produ-ciendo lo que algunos hemos bautizado con el nombre de economía castiza española. Hastaque lleguen al seno de esa Academia los economistas que han sido mis maestros —me refiero alos Olariaga, Zumalacárregui, Valentín Andrés Álvarez, Torres y Castañeda—, tal talante será

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clave en la corporación. La frontera en este sentido, como en tantascosas, bien podría fijarse en el año de 1947.

Planteamiento tan radical necesita, por supuesto, probarse, sobretodo cuanto contemplamos, en la vida que rodea a esa Corporación, yen la que ésta sólo participa con sordina, no sólo en las polémicas deri-vadas del socialismo —el choque entre Marx y Bakunin, el que exis-tió entre Marx y Proudhon, el impacto del revisionismo de Bernstein,las reacciones tanto de Rosa Luxemburgo, como de Lenin y de Pleja-nov, la Revolución rusa, el movimiento fabiano, la vinculación a Espa-ña del anarquismo que, como vemos en los discursos de constituciónde tal Real Academia, fueron parte viva de sus preocupaciones a partir del mensaje inicial—,sino en las discusiones en que agitaron al mundo en relación con el librecambismo frente alproteccionismo; en las del patrón oro, y en las complicaciones de un bimetalismo pronto cojo,relacionadas, además, nada menos que con la Unión Monetaria Latina —enlazada, a su vez, conel proyecto más amplio de L'Unión du Midi— y con el nacimiento de la peseta; en las de lapolítica económica fiscal, agitada porque el sistema establecido por Alejandro Mon y Ramón San-tillán, con su «petrificación de las directas», para seguir al mencionado académico Manuel deTorres, provocaba déficit continuos y auge de ciertos impuestos sobre el gasto, de los que se deri-vaban abundantes algaradas siempre con una incomodidad social manifiesta; las derivadas delBanco de España y, más ampliamente, de la política monetaria, que acabarían generando elapóstrofe del también académico de la misma, Gumersindo de Azcárate —significativamentepronunciado en un ámbito parlamentario, no académico— de «¿es el Banco de España, oEspaña del Banco?»; en las que se relacionaban con los asuntos de la economía de Ultramar,donde se iban acentuado las tensiones entre azucareros, tabaqueros, esclavistas, comerciantesespañoles, empresarios catalanes, funcionarios, y entre España y Estados Unidos; en las que sevinculaban con la pugna entre el mercado interior libre y el cada vez más cartelizado, corpo-rativizado e intervenido que reinaba por doquier a partir de 1896 y por supuesto desde 1907y el Gobierno largo de Maura; en las políticas de infraestructuras de la Dictadura; en la Refor-ma Agraria planteada por la II República; en las derivadas del control de cambios, y los acuer-dos de compensación desarrollados a partir de 1931; o bien en las causadas por la política indus-trializadora que se acentúa en la era de Franco. Pues bien, al revisar las actitudes adoptadas porlos académicos economistas vemos que, efectivamente, se va a hablar de casi todo eso, pero seva a plantear, y no únicamente por cortesía académica, como algo poco incisivo, como algo quese aborda, cuando se hace, casi de soslayo. A mi juicio ésta va a ser una especie de señal defi-nitoria de la mayoría de los tratamientos que de la economía se van a hacer en esta Real Aca-demia, hasta 1947.

Conviene señalar que en la primera mitad del siglo XX a la Real Academia de Ciencias Mora-les y Políticas pertenecieron economistas que demuestran que esta actitud persiste. Para cumplirde algún modo y de forma plena con el título de la conferencia en un anejo aparecen las obrasacadémicas de todos los economistas que aportaron trabajos para la misma. Pero, de pronto, se

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JOSÉ CASTAÑEDA

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produce algo así como una revolución. Por eso yo voy a hablar, sobre todo de lo que sucedió enel siglo XX en relación con los académicos de la Escuela de Madrid de Economía, quienes, comoveremos, acabaron por ser decisivos para explicar los profundos, los revolucionarios, cambiossucedidos en España en el terreno de la política económica. Los otros, que constituyen precisa-mente el conjunto contra el que se alza esta escuela, y cuya nómina de trabajos, repito, va en elapéndice, acabaron por ser los derrotados, porque la política económica que triunfó no fue, pre-cisamente, la que propugnaban.

SURGE UNA ESCUELA

Expliquemos esto. De tarde en tarde, un grupo de investigadores, de profesores universita-rios y de Escuelas superiores, de académicos, adopta puntos de vista muy similares ante algunacuestión fundamental. De ahí se va a derivar un Weltanschauung que constituye un talantecomún. En el caso de la economía, esto trasciende hacia la orientación de la política económica.

¿Por qué considero que se debe hablar de Escuela de Madrid? Los economistas españoleshabían observado que la política económica española, se había alterado esencialmente a partirde lo que José María Serrano Sanz, académico correspondiente en Zaragoza de la Real Acade-mia de Ciencias Morales y Políticas, llamó el viraje económico proteccionista, que se inició real-mente con fuerza con la Regencia. Hace, pues, un poco más de un siglo, nuestra economía sebasaba en una producción agrícola e industrial que se agazapaba, para controlar el mercadoespañol, tras unos impuestos aduaneros que crecían, desde el ya formidable Arancel de Guerrade 1891, camino de la muralla china que, con la pretensión de industrializarnos, se culminó conlos aranceles sucesivos, Salvador de 1906 y Cambó de 1922. En lo que se refiere a la aperturadel mercado interior a la competencia, un creciente corporativismo cartelizado se había inicia-do ya. Por una parte, estaba el cártel típico de la Unión Española de Explosivos, que habíadado sus primeros pasos en 1896 y que impedía la competencia no sólo en los explosivos queprecisaba entonces la guerra de Cuba, sino en los necesarios para una actividad esencial enaquella España, como era la minería, así como para los abonos químicos que eran precisospara otro sector, aun más esencial entonces, la agricultura, que se expansionaba movida por elaumento de la población y el proteccionismo. Nuestra moneda era fiduciaria; no vivía en régi-men de patrón oro, a pesar de los deseos del académico de Ciencias Morales y Políticas Rai-mundo Fernández Villaverde de desmonetizar la plata. Antes bien, en 1883 se había prohibido,definitivamente, la convertibilidad de los billetes del Banco de España en oro. El sistema fiscalestaba encuadrado en lo que llamaría más adelante el presidente de la Real Academia de Cien-cias Morales y Políticas, el profesor Fuentes Quintana, el estilo tributario latino y, desde 1845,fecha en que había nacido, se desarrollaba a partir de tres robustos pilares. El primero era elde una imposición real que tendía, como ya he dicho que señalaba el académico Manuel de Torres,a petrificarse, a actuar contra la ley de Wagner, que parecía exigir, para lograr un adecuadodesarrollo económico, que los incrementos de los ingresos públicos progresasen por delante de

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los del PIB. La salida se buscaba con el segundo pilar, un impuesto sobre el gasto que, enmanos municipales, se había convertido, como decía Flores de Lemus, en un mecanismo para«dar azotazos a los humildes». Finalmente, desde sus primeros pasos, como había advertido ensus Memorias Ramón de Santillán, para poder tener alguna elasticidad en el gasto, como auto-máticamente producía un déficit casi sistemático, periódicamente colocaba sobre la mesa de lospolíticos, la necesidad de resolver el problema de la Deuda pública con todos sus sinsabores. Enlas citadas Memorias, Santillán señalaría, como una de las explicaciones de la reforma de 1845,que el déficit «era el gran vicio de nuestra Hacienda pública, y a combatirle en su principiohasta hacerle desaparecer debían dirigirse los principales esfuerzos del Gobierno, si había deadquirir éste una situación que no fuese deleznable». En 1848 confesaría: «Si el Tesoro veníasufriendo constantemente un considerable déficit en sus recursos para atender sólo a las obli-gaciones ordinarias del Estado, ¿cuáles deberían ser sus apuros para hacer frente a necesida-des tan graves y perentorias como las que surgían de los esfuerzos mismos del Gobierno en laépoca de desmanes que se había inaugurado?». El último componente de este modelo económi-co derivaba del impulso de crear una legislación social que, respondiendo a un populismo cla-rísimo, evitase que las iras de los menos favorecidos diesen al traste materialmente con todo elarmazón. Empujaban en esa dirección el espartaquismo agrario andaluz que estudiaría por pri-mera vez Constancio Bernaldo de Quirós quien, como ha dicho el profesor García Delgado,era «un hombre de la generación del 98 por edad, vivencias y porte»; asimismo, lo hacía elauge sindical relacionado con la I Internacional, especialmente proclive al bakuninismo, y que,en el Congreso de Córdoba de 1872, pareció probar que no se podía desechar la idea de queentre nosotros pudiera reproducirse lo que entonces era el escalofriante recuerdo de la Comu-na de París; también lo hacía un socialismo muy disciplinado, que había probado su fuerza conla huelga de tipógrafos de 1883; asimismo, en 1883, actuaron los episodios espeluznantes de laMano Negra, si es que existió la Mano Negra, aunque aun en este último caso todo era terrible,como resultaba de las denuncias de Clarín en la Revista Política y Parlamentaria; no olvide-mos la presencia, desde 1891, de las exigencias de la Iglesia; finalmente, presionaba el crecien-te terrorismo anarquista que, con escalofriantes connivencias en América, había asesinado en1897 al presidente del Gobierno Cánovas del Castillo.

Todo esto creó una situación que cualquier economista de cualquier escuela calificaría comocaótica, pero que era sostenida por relaciones de intereses, al par contrapuestos y pactantes. Elresultado era un debilísimo desarrollo, ese que hace avanzar a la economía española en el volu-men de su PIB real, a precios de mercado, según la reciente estimación de Julio Alcaide, un148,7% de 1898 a 1951. Como comparación, de 1951 a 2000 la economía española avanzaráun 687,2%. También reinaban unas tensiones socioeconómicas tan intensas y tan absurdas,que creaban una realidad próxima al monstruo Behemoth de Hobbes. Era ésta una bestia ate-rradora, que este pensador describe en su ensayo Behemoth, o el parlamento largo, al señalarcómo la sociedad inglesa se intentaba articular, en una especie de pelea de todos contra todosen la Inglaterra asolada en el siglo XVII por las guerras civiles puritanas. Pues bien, daba la impre-sión de que Behemoth había varado en nuestras playas.

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El equilibrio en España se buscaba en un continuo engullirse unos grupos y unos intere-ses a otros, sin que sirviese para frenar este proceso un amasijo de proteccionismo pronto trans-formado en nacionalismo económico; de corporativismo cartelizado; de moneda fiduciaria que,naturalmente, era inflacionista; de petrificación fiscal, regresiva y deficitaria, y de populismosocial que iba en derechura, y lo había logrado en el siglo XX, ya antes de nuestra guerra civil,a la constitución de un muy rígido mercado del trabajo, sin por ello disminuir un ápice la cre-ciente tensión social, porque en este campo se intentaban alcanzar radicales utopías. Era la nues-tra una economía castiza, cerrada sobre sí misma, ensimismada y, al propio tiempo, enorme-mente desorganizada.

Los no economistas, por muy inteligentes que fuesen, no entendían literalmente nada delo que pasaba. Los empresarios, preocupados, sobre todo, por mejorar sus ingresos propios,comenzaron a moverse, como decía Flores de Lemus en una de sus cartas al académico deCiencias Morales y Políticas y ministro, García Alix, con «un sello de pequeñez y miopía bur-guesas...; es una politiquilla fruto de pequeños intereses; se los halla de toda clase y condición;solamente el interés de la Patria... no aparece, sino por rareza, claramente por ninguna parte».Algunos intelectuales, atónitos desde sus posturas regeneracionistas, como Lucas Mallada enLos males de la Patria y la auténtica revolución española, se refugiaban en la búsqueda deuna especie de revolución que jamás se explicaba en qué se iba a basar para alcanzar un másque necesario éxito.

Fueron los llamados economistas de la generación del 98 los primeros que comenzaron aponer orden y concierto en las ideas sobre las posibles acciones a desarrollar en política econó-mica. La opinión pública no les entendió durante medio siglo. Estaba encantada con los señue-los de los que se aprovechaban del contubernio proteccionista, que había concluido por dege-nerar en un creciente nacionalismo económico desde 1918 hasta desembocar, como denuncióPerpiñá Grau en 1935, en una absurda búsqueda de la autarquía; también nuestra opinión públi-ca era favorable a los que aplaudían el tinglado ajeno al mercado que había sido ampliadoincesantemente a partir de la Ley Osma de azúcares y alcoholes de 1907, adicionado con uncorporativismo cada vez más fuerte a partir del Gobierno largo del académico electo de Cien-cias Morales y Políticas, Antonio Maura (1907-1909), y con un intervencionismo que, de mode-lo alemán en modelo alemán, llega a imitar, como nos ha probado Elena San Román, con el INI,en 1941, a la Hermann Göringwerke y su realidad estatificada. A los españoles parecía encan-tarles que los tipos de interés fuesen bajos, con lo que el crédito era fácil, sacrificando a ello,como decía el académico de Ciencias Morales y Políticas, Luis Olariaga, el conocer el valor realde sus ahorros y la estabilidad de su moneda. Por supuesto, no tenían la menor conciencia de lamolestia originada por un sistema impositivo anquilosado que financiaba un gasto público mi-núsculo, sin que por ello dejase de exigirse a éste una mayor y mejor cobertura de necesidades,mientras se alzaba un clamor contra los odiados impuestos de consumos. Finalmente, el paísparecía estar orgulloso de que aquella conducta que se había iniciado con la Comisión de Refor-mas Sociales, raíz del Instituto de Reformas Sociales presidido por el académico de CienciasMorales y Políticas y krausista importante, Gumersindo de Azcárate, acabase impulsando el que,

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desde que en 1919 apareció la Oficina Internacional de Trabajo, Espa-ña se colocase en cabeza de las ratificaciones de sus recomendacio-nes, por lo que Gobierno tras Gobierno declaraba enfáticamente quela española era la legislación social más avanzada del mundo, todo ellomientras crecían los movimientos reivindicativos utópicos que traíanunas potentes cargas disolventes de la sociedad capitalista.

Los economistas españoles comprendieron cuál era su papel. Habíafracasado su influencia inmediata en el consejo a los políticos, inten-tada por Flores de Lemus desde un despachito del edificio madrileñode la Aduana. No había servido para nada el que, de la mano de Orte-ga y Gasset, Olariaga, primero en la revista España, después en El Imparcial y finalmente enEl Sol, dijese a los españoles por dónde se iba al precipicio y por dónde a la salida. ¿Qué que-daba de las predicaciones por Castilla, al lado de Unamuno, de Francisco Bernis? ¿Servían paraalgo los informes, excelentes por demás, que en el naciente Servicio de Estudios del Banco deEspaña, habían redactado Germán Bernácer —al que aún no le había llegado la gloria del reco-nocimiento a través del elogiosísimo artículo de Robertson— y Fernández Baños? ¿No era máslógico dedicarse a lo que el futuro académico de Ciencias Morales y Políticas, Zumalacárregui,llevaba haciendo desde principios de siglo en Valencia, esto es, a enseñar en la Universidad y asíconstituir el alevín de un grupo de discípulos? Esa, con mucha mayor intensidad, fue tambiénla actitud de Flores de Lemus. De pronto vemos a España salpicada, en las cátedras de Econo-mía, de discípulos suyos: Viñuales estará en Granada; Carande, en Sevilla; Algarra en Barcelo-na; Gabriel Franco, en Salamanca; Álvarez de Cienfuegos, en Granada; Alonso-Villaverde, enLa Laguna; Prados Arrarte en Santiago de Compostela; Vicente Gay, en Valladolid; RodríguezMata, en Murcia. Además debe mencionarse el núcleo de discípulos de Barcelona, aparte deJaime Algarra: Vidal i Guardiola, que fue catedrático de la Escuela de Altos Estudios Mercanti-les de Barcelona, vinculado a la Lliga y, concretamente, a Cambó; José María Tallada; Reven-tós, casado con una hija del ministro Carner, profesor de la Escuela de Altos Estudios Mercan-tiles de Barcelona, autor de La política económica contemporánea de 1848 a 1900 y Los movi-mientos sociales en Barcelona durante el Siglo XIX; José María Pi Sunyer, que acabó siendo cate-drático de Derecho Administrativo; finalmente, en lo que sé, Andrés Bausili, muy directo cola-borador de Cambó. Mientras tanto Zumalacárregui, clama una y otra vez por la creación de unaFacultad de Ciencias Económicas que, de algún modo, se inicia en sus primeros fundamentosen unos cursos de Economía de la Facultad de Derecho de la Universidad Central impulsadospor el académico de Ciencias Morales y Políticas, Adolfo Posada hasta que, tras la Guerra Civil,con tensiones mutuas, los también académicos de la misma Corporación, el ministro Ibáñez Mar-tín y Fernando María Castiella, que fue su primer decano, consiguieron que comenzase a fun-cionar en el curso 1943-1944.

Los economistas españoles, a partir de entonces, conjuntaron sus esfuerzos. De algún modoaceptaban aquello que escribió George J. Stigler: «Considero acertada la ley que afirma que uncientífico sólo tiene una oportunidad de tener éxito a la hora de influir en su ciencia, hecho

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JOSÉ LARRAZ

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que sucede si influye en (la vida de) sus contemporáneos. Si no es atendido por sus contemporá-neos, ha perdido su oportunidad: una labor brillante desenterrada por una generación mástardía puede hacer famoso al científico olvidado, pero no lo habrá hecho importante. Gossenfue un genio, pero su aportación no varió en nada el desarrollo de la teoría de la utilidad.Cournot fue un genio y aunque parte de su trabajo se descubre en Edgeworth y otros auto-res posteriores que tratan el oligopolio, la teoría de este tema data de 1880 y no de 1838,cuando él lo publicó».

Un grupo significativo de economistas españoles comprendió la magnitud del daño querecibía nuestra vida social; observó cómo existía remedio, pero que éste sólo podía surgir de unafuerte acción social. Ésta únicamente podría derivarse de que abundantes economistas, con lasideas claras sobre el qué hacer, entrasen en los más diversos aspectos de la vida española. Orte-ga y Gasset era quien había adivinado el camino en aquella carta que atinó a exhumar el pre-sidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, el profesor Fuentes Quintana,dirigida a Luis Olariaga: «Trabaje usted heroicamente: no lo más importante, pero sí lo más urgen-te que hoy necesitamos en España es Economía. Sin unos cuantos economistas no haremos abso-lutamente nada; con ellos lo haremos todo». Esta tarea, que cambió radical, absolutamente, lavida española, a partir de los años cincuenta —como he señalado antes, en 49 años, desde 1951a 2000, el PIB a precios de mercado se multiplicó por 7,9, en contraste con las 2,5 veces quese había multiplicado en los 53 años anteriores—, fue emprendida por un grupo de economis-tas que, esencialmente, trabajaron en la Universidad de Madrid y que, además participaron enla labor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Defendieron actitudes muy pare-cidas. En su discurso de inauguración del curso 1919-1920 en la Universidad Literaria de Valen-cia, titulado Misión de la Universidad en la vida económica contemporánea, José María Zuma-lacárregui y Prat diría que, en el terreno de la Economía ésta «toma fatalmente un sello de escue-la... con arreglo a la Facultad a que vive adscrita». Científicamente se relacionaron los unos conlos otros y, con todas las discrepancias que algunas veces tuvieron —¿cómo no voy a recordaryo los cálidos mensajes keynesianos que me llegaban al atender el curso de Teoría monetaria delacadémico de Ciencias Morales y Políticas, Manuel de Torres y las gélidas críticas hayekianasque sobre esos mismos modelos, simultáneamente, incidían en mí por seguir otros cursos sobreDinero y Política monetaria del también académico de Ciencias Morales y Políticas Olaria-ga?—, la congruencia de sus puntos de vista es tal que no cabe hablar de ellos como miembrosde escuelas radical y absolutamente rivales. De ellos se puede decir, como manifestaría Fried-man, que eran economistas, y además que lo eran precisamente en los agobiados años cuaren-ta y cincuenta, cuando más de una vez —recordemos a 1944 o, incluso a 1956-1959— pare-cía, en España y en lo económico, que iba a derrumbarse todo sin remisión. Eso les proporcio-nó una fuerza colosal. Como señaló Hayek en su conferencia dictada en la London School ofEconomics and Political Science, The trend of economic thinking el 1 de marzo de 1933, «lasépocas de grandes disturbios permiten a veces una demostración más clara de los grandesprincipios del análisis económico que las épocas en que el movimiento de las cosas es muchomenos perceptible».

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Por supuesto que lo que se iba a recomendar era amargo. En esa misma conferencia dijoHayek que «el economista [...] jamás deberá eludir su tarea, por impopular y antipática queaparezca [...] Los economistas clásicos [...] nunca temieron ser impopulares». Aquellos economis-tas españoles tampoco lo temieron.

Todo esto repito, les proporcionó tal coherencia, sus actuaciones están tan vinculados a lamisma tradición, que bien podemos englobarlos bajo la común denominación de Escuela deMadrid. Como los enlaces que tuvieron con la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas fue-ron, de una u otra manera, importantes, y como el efecto de su acción fue tan descomunal,creo que bien merece la pena que consideremos que esa fue la gran tarea, en Economía, de esaReal Academia en el siglo XX. La línea común, conviene tenerlo claro, fue que se pusieron enmovimiento porque aplicaron a España aquella frase que sobre el impulso inicial de la cienciaeconómica señaló así Pigou en La economía del bienestar: «La repulsa provocada por la sordi-dez de las calles y la tristeza de las vidas marchitas». Pero también asumieron que debían expli-car a los españoles que su futuro jamás sería el del reino de Jauja; que continuamente deberíanoptar, y que era cierto el dilema de Robbins: son bellos y olorosísimos los campos de azucenas,pero si cultivamos estas flores preciosas, no dispondremos de trigo y nos moriremos de hambre.Cultivar trigo es prosaico y más molesto que tener azucenas, pero es obligado. Asumir los cos-tes del desarrollo, insistir en ellos una y otra vez, hasta demostrar que caminar en otra direc-ción produce dolorosísimos efectos perversos, fue otra valiente decisión de los miembros de estaescuela. El mismo Pigou llamó la atención sobre el hecho de que no se podía ser, simultánea-mente, populista y economista solvente. Pero ambas actitudes, tener el sentido social de un Mars-hall y la repulsa a lo populachero de un Pigou, se unió en esta escuela a una persistencia en elplanteamiento de por dónde se encontraba la única solución de nuestros agobios económicos por-que, como señaló Hayek en aquella oportunísima conferencia titulada Ser economista, pro-nunciada el 23 de febrero de 1944 en el albergue provisional de la London School of Econo-mics and Political Science, durante la Segunda Guerra Mundial, «el economista sabe que un soloerror en su campo puede hacer un daño mayor que el bien producido por casi todas las cienciasen su conjunto; más aun: que un error en la elección de un orden social, independientemente desu efecto inmediato, podría afectar profundamente a las perspectivas de varias generaciones».Finalmente, todos ellos van a encontrarse cómodos si disponen de estadísticas, e incluso ellosmismos van a efectuar progresos importantes en econometría. Todos ellos, pues, —explícita-mente Zumalacárregui, implícitamente todos los demás, de Flores de Lemus a Fuentes Quinta-na— aceptan la afirmación de lord Kelvin: «No se conoce bien un fenómeno hasta que seexpresa en números».

Por tanto cuatro son las características que definirán a la Escuela de Madrid fortísimamenteenraizada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas: honda preocupación ante la rea-lidad socioeconómica durísima que contemplan en España; la asunción de que su mejora nopuede hacerse sin costes, rechazando todo populismo, casi me atrevería a decir, todo colabora-cionismo con Behemoth; la acción insistente ante los políticos y la opinión pública, para que com-prendan que no pueden mantener por más tiempo unas acciones económicas tan desatinadas

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como las que había traído Behemoth a España; además, la aceptación gozosa de la estadística,la que, al integrarse con la teoría económica, a partir del Dictamen de la Comisión del PatrónOro de Flores de Lemus, hasta llegar a muchos de los programas de investigaciones económi-cas dirigidos por el académico de la misma Corporación, Gonzalo Arnáiz Vellando, dentro dela profunda renovación científica de la que fue protagonista el Instituto Nacional de Estadísti-ca, convertirá a esta Escuela en partidaria del empleo de la econometría.

Esta Escuela de Madrid duró muchos años. Abarca cinco generaciones. La primera se iden-tifica con lo que yo he denominado generación de economistas del 98. La segunda, se une a lageneración intelectual capitaneada por Ortega y Gasset. Uno de sus miembros, Carande, perte-necerá no a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, sino a la Real Academia de laHistoria. La tercera se superpone a la generación literaria del 27, e incluso el académico de Cien-cias Morales y Políticas Valentín Andrés Álvarez, pertenecerá a ambas. La cuarta es la de los pri-meros profesores de la Facultad, e incorpora a un señero economista extranjero, Stackelberg. Laquinta y final se puede denominar también del 48 o del 50 —si seguimos teniendo en cuentalas generaciones literarias—, y a ella pertenece el actual presidente de la Real Academia de Cien-cias Morales y Políticas, profesor Fuentes Quintana.

Todo trabajo académico es, por su naturaleza, como hemos visto, limitado, e intenta abrirun diálogo que complete la aportación inicial. Había dudado si incluir en este análisis a otras dosReales Academias —la Española, con las figuras de Jesús Prados Arrarte y José Luis SampedroSáez; la de la Historia, como acabo de decir con Ramón Carande y Thovar— y con su actualdirector, Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón, porque a ellas pertenecen, según se acaban dedecir, insignes miembros. Basta enunciar estos nombres, y observar que con facilidad pueden serencuadrados —salvo quizá José Luis Sampedro— en la citada Escuela de Madrid. También pen-sé ocuparme de miembros nada relacionados con el mundo académico, pero muy importantesde esta Escuela de Madrid. A la primera generación pertenece Francisco Bernis Carrasco, el pri-mero de nuestros economistas del 98 que enlazó, no sólo con el gran neoclásico de Oxford, Fran-cis Ysidro Edgeworth, sino en la Universidad de Columbia con el institucionalismo norteameri-cano, precisamente en los preludios de la publicación del Business Cycles de Mitchell. Además,el singular puesto que Bernis tuvo en la Royal Economic Society —evidentemente, por decisiónde Edgeworth—, le acercaba mucho a quien es un académico. A la segunda generación perte-nece Olegario Fernández Baños. Fue un explorador infatigable y revolucionario —perteneció ala escuela de Rey Pastor— de las matemáticas entre nosotros. Pudo haber sido, como en su díaaconteció con Alberto Bosch y Fustagueras, el enlace de las ciencias sociales con la Real Acade-mia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Probablemente lo impidió una muerte en excesoprematura, pero el caso es que, tras haber varado en la Estadística, y pese a haber desempeña-do con brillantez la dirección del Servicio de Estudios del Banco de España, y a que era evi-dente su adscripción a la Escuela de Madrid, no tuvo ninguna proyección académica.

Consideré, pues, conveniente hacer sólo dos excursiones fuera de quienes, simultánea-mente, habían centrado su labor universitaria en esta Escuela y habían sido miembros de núme-ro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, porque ambos, a través de generosas

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donaciones tienen sus archivos, total o parcialmente en la Real Academia de Ciencias Moralesy Políticas y ésta, al modo como Max Aub hizo al escribir su discurso apócrifo de ingreso en laAcademia Española —El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo dondese dice «leído por su autor en el acto de su recepción académica el día 12 de diciembre de 1956»y «contestación de Juan Chabás y Martí», que aparece falsamente como si hubiese sido impresoen la Tipografía de Archivos, Olózaga 1, Madrid, 1956—, hizo que académicos de Morales yPolíticas, por escrito, y solemnemente, acogiesen en su seno después de morir, a Antonio Flo-res de Lemus y a Román Perpiñá Grau. Me inclino a hacerlo por ser, además, un ejercicio aca-démico de ingenio, al margen de reglamentos, pero con el precedente citado de Max Aub, quien,por cierto, juega de un modo paralelo con el académico de Morales y Políticas, Valentín AndrésÁlvarez, al que parece, como matemático, que lo lleva a la Academia de Ciencias Exactas, Físi-cas y Naturales.

Por tanto, en el ámbito académico y en relación con la primera generación de la Escuela deMadrid, hay que referirse a José María Zumalacárregui y Prat, conde de Zumalacárregui y aAntonio Flores de Lemus. De la segunda, a Luis Olariaga y Pujana. De la tercera, a ValentínAndrés Álvarez y Álvarez. De la cuarta a Manuel de Torres Martínez, a José Castañeda Chor-net, a Román Perpiñá Grau, a Juan Sardá y al académico electo que, por desgracia aún no hapresentado —y que probablemente nunca presentará ya— su discurso de ingreso, Alberto Ullas-tres Calvo. De la quinta, a Enrique Fuentes Quintana, a José Barea Tejeiro, a Gonzalo ArnáizVellando y al correspondiente Teodoro López-Cuesta. También yo pertenezco a ella. ¿Y nadamás? Si tuviese que hablar de una sexta generación habría de referirme a gentes tan brillantese interesantes como son Luis Ángel Rojo Duque, José Ángel Sánchez Asiaín, Julio Segura Sán-chez o Jaime Terceiro Lomba. ¿Por qué no la continúo?

Sencillamente porque creo que la Escuela de Madrid ya no existe, se ha disuelto absoluta-mente en el conjunto de multitud de economistas españoles, en Madrid, y fuera de Madrid, quesostienen los viejos puntos de vista de la Escuela como algo obvio. Una Escuela nace frente aalgo. En el momento en que no tiene oposición se disuelve. En España, la oposición que a estoseconomistas se hizo desde el monstruoso Behemoth que habíamos creado, fue colosal. El des-conocimiento de la economía incluso hacía más audaces a los contradictores. Hoy todo eso seha esfumado. Stigler, al ocuparse de la Escuela de Chicago, dijo en este sentido algo muy ade-cuado: «Una escuela de pensamiento ha de tener por fuerza una vida limitada y, a menudo,corta. Tiene que, o bien convencer a los demás colegas para que acepten sus proposiciones fun-damentales, en cuyo caso desaparece la razón de su existencia, o bien fracasar en su intento, yentonces la inutilidad y el aburrimiento ponen fin a sus días. La Escuela Austríaca duró de 1870a 1930, un período notablemente largo, a causa de que su rival, la Escuela Histórica Alemana,sobrevivió a pesar de su falta de influencia en la economía (porque) controlaba al Ministeriode Educación quien, a su vez, controlaba los nombramientos de los profesores».

En resumidas cuentas, como concluye Stigler, «las escuelas de pensamiento surgen comorespuesta a necesidades científicas, no se crean por acuerdo de la sociedad». Esta respuesta hoytiene tintes de unanimidad. ¿Quién de modo solvente defiende hoy el proteccionismo no ya en

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Madrid, sino en España? Cuando yo comencé a trabajar tropecé dialécticamente en este senti-do con dos antiguos académicos de esa Corporación: Pedro Gual Villalbí, como consecuencia demi crítica a su Política de la producción y José María de Areilza, a causa de un ataque que seefectuó al proteccionismo siderúrgico español. Todos nos enteramos de los debates de ValentínAndrés Álvarez con los defensores de sistemas corporativos, y de qué manera Zumalacárreguiy Areilza hubieron de ayudarle en relación con los puntos de vista que se habían expuesto en lanota que publicó Valentín Andrés Álvarez en Moneda y Crédito en junio de 1945 sobre el librode Hayek, Camino hacia la servidumbre. Sobre nuestra moneda fiduciaria y la inflación que deahí se derivaba, documenté de qué manera la publicación del largo ensayo de Enrique FuentesQuintana, La «Teoría General» de Keynes como análisis cíclico, en De Economía, cortó de raízuna serie de artículos que, con el seudónimo de Hispanicus, Franco estaba publicando en Arri-ba, donde sostenía las ventajas de este tradicional mecanismo fiduciario español. ¿Qué tendría-mos que decir los discípulos de Manuel de Torres sobre sus polémicas continuas para que no secondenase a muerte al impuesto sobre la renta de las personas físicas? No se me olvidará queen una ocasión el ministro de Hacienda Gómez de Llano, al que criticábamos todos nosotros conmucha dureza desde las columnas de Arriba, nos invitó a tomar una copa. Comenzó a argu-mentar: —«Claro, ustedes defienden esos puntos de vista, pero no pueden imaginarse lo quesupone que yo, en recepciones, en almuerzos, en bodas, en fiestas, sufra continuamente el bom-bardeo de mil personas que me dicen: —Pero, señor ministro, ¿para cuándo deja el eliminaresa lata, que tan poco recauda, que es la contribución sobre la renta?» Uno de nosotros —no fuiyo, que tengo poca rapidez mental en los debates—, bajo la sonrisa satisfecha de Torres, repli-có: —«Lo tiene usted muy fácil, señor ministro. Al salir de uno de esos lugares donde recibe esaspresiones, coja el coche, y vaya al Cerro del Tío Pío o al Pozo del Tío Raimundo. Contemple lamiseria que allí reina. Su buen corazón sentirá ganas inmediatas de financiar el remedio, y enel Ministerio le indicarán que no es posible sin una reforma tributaria personal y progresiva.»Finalmente, tras la subida de salarios de 1956, que originó una fuerte caída en la participaciónde los trabajadores en la Renta Nacional, fue entendiéndose cada vez mejor el funcionamientodel mercado del trabajo. Lo había aclarado, contra viento y marea, el académico Manuel de Torresen La teoría de la política social, y probado con su dirección en la estimación de la Contabili-dad Nacional de España. A partir de entonces todo pasó a ser diferente. Cuando hoy se hablade la rigidez del mercado laboral por parte del Banco de España, o cuando se menciona lo absur-do del planteamiento hecho en Francia de la jornada de 35 horas, las voces discrepantes nadatienen ya que ver con profesores o con investigadores de la economía.

Esto significa que el Plan de Estabilización de 1959, al triunfar, supuso el final de estaEscuela, cuando con perspectiva histórica unimos esta noticia a la solución dada a la crisis de1973 con el Pacto de La Moncloa de 1977, y a la apertura de las negociaciones con la Comuni-dad Económica Europea para la incorporación plena de España a la misma, todo lo cual signi-ficaba, además, la apertura de un proceso de cambio del régimen político que concluyó con laConstitución de 1978. En lo fundamental, la Escuela había triunfado y pasó a no tener más resis-tencia académica que una limitadísima y sin la menor influencia en el mundo de la docencia y

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la investigación. Al mismo tiempo, sus doctrinas habían arraigado en otros núcleos ajenos aMadrid y contribuían a que la expansión de estas ideas fuese general en España. Sin salir delámbito de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, bastaría señalar la postura total-mente paralela a la de la Escuela de Madrid de Fabián Estapé en Barcelona. Sus puntos de vis-ta, que buscaron, además, el formidable fulcro de Schumpeter —el gran maestro del profesorEstapé—, son homologables con los de Madrid y formaron una escuela importante independientede la madrileña, con nombres como los del académico correspondiente José María Serrano Sanzen Zaragoza, o como Ernest Lluch en Barcelona, quienes pasaron a encabezar, a su vez, a unnotable núcleo de investigadores. Los estupendos estudios del profesor Manuel Martín, de la Uni-versidad de Granada, académico correspondiente, acerca de los catedráticos españoles de Eco-nomía en el siglo XIX o en torno a la difusión de las doctrinas de Henry George en España, mues-tran su parentesco con la Escuela de Madrid. Pero, evidentemente así como no puedo quedartranquilo del todo por no hablar de las aportaciones del profesor y académico Estapé, tan com-penetrado en muchas cosas con la Escuela de Madrid, Manuel Martín, más joven, queda exclui-do, lo mismo que Serrano Sanz, por pertenecer a otra generación donde, como he dicho, se des-dibuja el significado de la Escuela. Pero, quizá conviniese exponer las aportaciones de Estapéen otro intento de mayor amplitud que el actual de esta intervención. Alguien, o quizás yo mis-mo, acabará por anudar con todos los matices necesarios, el análisis de las relaciones entre lasescuelas de Madrid y Barcelona que tan fructíferas fueron. A mi juicio constituyó el preludio delo que acabó por suceder en toda España.

Este impulso de la Escuela de Madrid trascendió al cabo. Los economistas insistían y mos-traban hacia dónde debía mirarse. Y como se probó con lo que Unamuno llamaba «los venta-rrones europeos» que cambiarían a la España castiza, estos economistas mostraron a la socie-dad española dónde se albergaba la raíz de sus males. Poco a poco, en 1959 —Plan de Estabi-lización—, en 1977 —Pacto de La Moncloa—, en 1986 —integración en la CEE—, en 1989—entrada en el Sistema Monetario Europeo—, y en 1999 —inicio del funcionamiento de laUnión Monetaria europea—, la realidad que nos rodea exige de los políticos acciones acordescon lo que se pidió desde la Escuela de Madrid, y con lo que, como heredera de la misma, exi-ge hoy la gran mayoría de nuestros economistas. El pueblo español, poco a poco, ha aprendidoa respaldar a los políticos que se atreven a romper con las conductas económicas castizas, a losque se enfrentaron y enfrentan abiertamente con Behemoth. Así, con tanteos de unos y otros—políticos y pueblo— hemos llegado a este momento.

El proteccionismo ha saltado definitivamente por los aires. España es miembro de la muyabierta Unión Europea y participa activamente en la también crecientemente librecambista Orga-nización Mundial de Comercio. El coeficiente de apertura de nuestra economía es hoy uno delos más altos del mundo. En segundo lugar, un designio clarísimo de la política económica espa-ñola, desde 1996, es el imponer el orden del mercado, desregulando, reprivatizando y dificul-tando las prácticas monopolísticas. El tercer gran cambio estructural es el abandono de nuestramoneda, la peseta, ligada en la economía castiza a un patrón fiduciario, y la aceptación del euro,esto es, de un patrón internacional y exigente. El cuarto ha sido el disponer desde 1978, con la

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reforma tributaria Fuentes Quintana-Fernández Ordóñez, de un sistema fiscal personal y pro-gresivo que, al unirse al Sistema de Seguridad Social abierto con la ley Romeo de 1963 y al deci-dir, con el modelo Aznar-Rato lograr el equilibrio presupuestario, ha cambiado de arriba aba-jo todo el panorama del Sector Público. Así es como se garantiza que la distribución de la rentasea algo semejante a la que existe en la Europa occidental y que la eficacia de nuestra econo-mía no resulte por ello perturbada. El quinto es haber creado un sistema de concertaciónsocial, con abandono de tendencias utópicas, que proporciona que el mercado laboral tenga,en estos momentos, una conflictividad mínima sin perjuicio de un máximo de libertad y de uncreciente poder adquisitivo. Todo ello se ha logrado con unanimidad notable que tiene raícesen esa vieja Escuela de Madrid que tanto se mezcla con la Real Academia de Ciencias Moralesy Políticas. Los grandes problemas españoles en lo económico, o se han resuelto o sabemoscómo se pueden solucionar. Con eso da la impresión de que parece que está presta a sonar otrahora de España.

Existió una primera hora de España. Nos la relató Azorín en su discurso de ingreso en laReal Academia Española, en 1924. Esa hora de España había sonado en el siglo XVI, entre 1560y 1590. Azorín nos cuenta cómo un noble, consejero de la Inquisición, tiene sobre la mesa unoslibros. Los ha encontrado al revolver las ropas del hijo. «Esos volúmenes —dice Azorín— hansido escritos por luteranos españoles. Cuando el viejo inquisidor veía lo que eran esos volúme-nes, su faz se ponía pálida y sus manos temblaban. El hijo ha salido esta tarde a dar un paseopor el campo; de un momento a otro va a volver. Ya se escuchan pasos en el comedor. El viejoconsejero se estremece. No son éstos los pasos del hijo. Torna el silencio. Poco después resuenanotros pasos. Y éstos, sí, éstos son los del hijo. Los pasos se oyen más cerca. El viejo caballero,instintivamente, sintiendo una dolorosa opresión en el pecho, se levanta. Una mano acaba deposarse en el picaporte de la puerta. La puerta se está abriendo...»

Ahora mismo vuelve a entreabrirse la puerta. No va a entrar un mozo medio luterano aenfrentarse con su padre. No vamos a ver, de nuevo, alzarse así el espectro de las dos Españas.Efectivamente, los economistas veteranos de la Escuela de Madrid y de la Real Academia de Cien-cias Morales y Políticas, oyen pasos en el corredor. Alguien, de nuevo, pone la mano en elpomo de la puerta. Dentro de la habitación estamos los viejos académicos que hemos trabajado,con mayor o menor fortuna, pero trabajado firmemente, para que todo sea diferente de aque-lla castiza España económica asentada en el siglo XIX y que campó por sus respetos hasta1959. El viejo académico, que ha participado en los afanes de la Escuela de Madrid, contemplacómo se abre la puerta. Poco a poco, su cara se llena de alegría.

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APÉNDICE BIBLIOGRÁFICO

TRABAJOS DE ECONOMÍA, EN LA REAL ACADEMIADE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS EN EL SIGLO XX1

[Medalla n.º 1]JOAQUÍN SÁNCHEZ DE TOCA (1890-1942)

• Hasta qué punto es compatible en España el regionalismo con la unidad necesaria del Estado [Extrac-tos de discusiones, I (1901)].

• Sentido general en que debe llevarse a cabo la reforma de la enseñanza en España [Extractos de dis-cusiones, I (1901)].

• Discusión con motivo de los informes del ilustrísimo señor don Melchor Salvá acerca de la falta del capi-tal en la Industria y del crédito y las crisis industriales [Extractos de discusiones, V (1912)].

• Los Bancos privilegiados y su intervención en las crisis económicas provocadas por la guerra [Extrac-tos de discusiones, VIII (1915)].

• Los bancos de emisión y la política económica de la guerra moderna (1914).• Discurso pronunciado por el excelentísimo señor don Joaquín Sánchez de Toca con motivo de haber

sido elegido presidente de la Academia en la sesión de 16 de diciembre de 1919 (1919).• Discurso del señor presidente en la sesión de duelo con motivo del asesinato del presidente del Conse-

jo de Ministros excelentísimo señor don Eduardo Dato (1921).• Discurso necrológico del excelentísimo señor don Vicente de Santamaría de Paredes (1924).• I Centenario del nacimiento del excelentísimo señor don Antonio Cánovas del Castillo (1928).

[Medalla n.º 1]JUAN VENTOSA CALVELL (1944-1959)

• La permanencia de las leyes económicas. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de donCésar Silió (1944).

[Medalla n.º 1]JOSÉ MARÍA ORIOL Y URQUIJO, marqués de Casa Oriol (1961-1985)

• La iniciativa privada: criterio para una solución nacional. Discurso leído en el acto de su recepción;contestación de don José Castañeda Chornet (1961).

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1 Los trabajos académicos se encuentran en primer lugar en cuatro series: las Memorias de la Real Academia de Cien-cias Morales y Políticas, doce volúmenes, de 1864 a 1926; los Extractos de discusiones de la Real Academia de CienciasMorales y Políticas, trece volúmenes, de 1901 a 1925; los Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de1934 a 1936, y de 1949 a 2000; finalmente, Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de1997 a 2000. Además, en publicaciones aisladas, entre las que destacan los discursos de ingreso. En lo que sigue se reco-gen exclusivamente cuestiones relacionadas de algún modo con la economía y en el siglo XX. En el epígrafe se indica exac-tamente, el año de toma de posesión en la Academia y el de fallecimiento de cada académico.

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• Varia económica [Anales, n.º 50 (1974)].• Consideraciones que me sugieren las últimas sesiones de la Academia dedicadas al proceso económico

[Anales, n.º 58 (1981)].

[Medalla n.º 1]JOSÉ ÁNGEL SÁNCHEZ ASIAÍN (1987)

• Reflexiones sobre la banca: los nuevos espacios del negocio bancario. Discurso leído en el acto de surecepción; contestación de don Enrique Fuentes Quintana (1987).

• El progresivo divorcio entre el mundo real y el mundo financiero [Anales, año XL (1988)]• Banca-Industria. [Anales, año XLI (1989)].• Los efectos de la perestroika en el sistema bancario de la Unión Soviética [Anales, año XLII (1990)].• Crisis en la banca USA, lección para Europa [Anales, año XLIII (1991)].• El sistema financiero español ante la Unión Económica Europea [Anales, año XLIV (1992)].• El déficit tecnológico español como problema económico y cultural [Anales, año XLV (1993)].• Estabilidad de precios: objetivo básico para la recuperación económica. El papel de la política moneta-

ria [Anales, año XLVI (1994)].• El debate sobre la competitividad industrial en España [Anales, año XLVII (1995)].• Algunas reflexiones sobre la ética hechas desde el mundo financiero [Anales, año XLVIII (1996)].• Convergencias reales. Ciencia, tecnología y empresa [Anales, año L (1998); Papeles y Memorias, n.º 1

(1998)].• El sistema español de innovación como factor de convergencia real [Anales, año LI (1999); Papeles y

Memorias, n.º 4 (1999)].• El sistema español de innovación y la Universidad [Anales, año LII (2000); Papeles y Memorias, n.º

7 (2000)].

[Medalla n.º 2]EDUARDO DATO IRADIER (1910-1921)

• Justicia social. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don Amós Salvador Rodrigá-ñez (1910).

[Medalla n.º 2]CARMELO VIÑAS Y MEY (1957-1990)

• El pensamiento filosófico alemán y los orígenes de la Sociología. Discurso leído en el acto de su recep-ción; contestación de don Luis Redonet (1957).

• Las estructuras agrosociales de la colonización española en América (1969).• Notas sobre el urbanismo en América española [Anales, año XII (1960)].• La automoción y la evolución del trabajo y del factor humano laboral [Anales, año XVII (1965)].• Nota sobre la asistencia social en la España de los siglos XVI y XVII [Anales, año XXIII (1971)].• Economía y foralismo en la España del antiguo Régimen [Anales, año XXXI (1979)].• La sociedad catalana en la España de los Austrias [Anales, año XXXII (1980)].

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[Medalla n.º 3]RAIMUNDO FERNÁNDEZ VILLAVERDE (1889-1905)

• La situación económica de la República de México y los cambios [Extractos de discusiones, III (1904)].

[Medalla n.º 5]ANTONIO GARCÍA ALIX (1910-1911)

• Función del Rey en el régimen constitucional y parlamentario. Discurso leído en el acto de su recep-ción; contestación de don Francisco González de Castejón (1910).

[Medalla n.º 5]BALDOMERO ARGENTE DEL CASTILLO (1924-1965)

• La reforma agraria. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don Eduardo Sanz yEscartín (1924).

• Política monetaria: la intervención en los giros [Anales, II, cuad. 1.º (1935)].• El principio de la separación de poderes [Anales, II, cuad. 1.º (1950)].• El capitalismo: su verdadero concepto [Anales, III, cuad. 1.º (1951)].• La integración económica de la Europa occidental (1953).• El capitalismo, su origen y fundamento [Anales, IV, cuad. 3.º (1952)].• La garantía internacional en los derechos de las personas humanas [Anales, año VIII (1956)].• El bien común [Anales, año IX (1957)].• La justicia social [Anales, año X (1958)].• La problemática de las cosas [Anales, año XII (1960)].• Tres civilizaciones [Anales, año XV (1963)].• Discursos sobre la integración económica de la Europa Occidental: el ideal [Anales, año V, cuad. 3.º

(1953)].• El capitalismo [Anales, año VI, cuad. 2.º y 3.º (1954)].• Los impuestos indirectos [Anales, año XI (1959)].

[Medalla n.º 5]GONZALO ARNÁIZ VELLANDO (1969-1999)

• Aspectos estadísticos de las cuestiones sociales. Discurso leído en el acto de su recepción; contestaciónde don José Castañeda Chornet (1969).

[Medalla n.º 5]JULIO SEGURA SÁNCHEZ (1992)

• La industria española y la competitividad. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación dedon Ángel Rojo (1992).

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• ¿Por qué una política de defensa de la competencia? [Anales, año XLIV (1992)].• Algunas reflexiones sobre la reforma del mercado de trabajo [Anales, año XLV (1993)].• Criterios para la revisión de algunos programas de protección social en España [Anales, año XLVI

(1994)].• El futuro del empleo en nuestras economías [Anales, año XLVII (1995)].• Sobre la introducción y asimilación del análisis neoclásico marginalista en España [Anales, año XLVIII

(1996)].• Estabilidad de precios, inflación cero y crecimiento sostenible [Anales, año XLIX].• Los problemas de ajuste de la Unión Europea [Anales, año L (Papeles y Memorias; 1) (1998)].• Una introducción a la teoría y la política de la convergencia real [Anales, año LI (1999)].• El sector público en economías de mercado: ¿Qué hemos aprendido a fines del siglo XX? [Papeles y

Memorias; 7 (2000)].

[Medalla n.º 10]GUMERSINDO DE AZCÁRATE Y MENÉNDEZ (1891-1917)

• Necrología del excelentísimo señor don Joaquín Costa Martínez (1911).• Necrología del excelentísimo señor don Laureano Figueroa (1910).• Hasta qué punto es compatible en España el regionalismo con la unidad necesaria del Estado [Extrac-

to de discusiones, I (1901)].• Representación política de las corporaciones, asociaciones y fundaciones [Extracto de discusiones, II

(1904)].• Ventajas o inconvenientes de la ampliación de los servicios sociales a cargo de los municipios [Extrac-

to de discusiones, II (1904)].• Método procedente en el estudio de los hechos sociales [Extracto de discusiones, II (1904)].• Causas de la indiferencia con relación a la política [Extracto de discusiones, II (1904)].• Importancia del factor económico en la organización social. Crítica del llamado materialismo histórico

[Extracto de discusiones, III (1907)].• El movimiento proteccionista en Inglaterra [Extracto de discusiones, III (1907)].• Discusión acerca de la persona y doctrinas filosóficas de Herbert Spencer [Extracto de discusiones, III

(1907)].• Impuesto sobre la renta [Extracto de discusiones, III (1907)].• Naturaleza y límites del derecho a la huelga [Extracto de discusiones, V (1912)].• ¿Cuál debe ser la verdadera teoría del derecho de la propiedad, según la Filosofía del derecho y la Eco-

nomía política y social? [Extracto de discusiones, VII (1912)].• La Filosofía estoica y el libre albedrío [Extracto de discusiones, IX (1917)].

[Medalla n.º 10]JOSÉ MANUEL PEDREGAL Y SÁNCHEZ CALVO (1919-1948)

• La prerrogativa regia y la reforma constitucional. Discurso leído en el acto de su recepción; contesta-ción de don Amós Salvador Rodrigáñez (1919).

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[Medalla n.º 10]VALENTÍN ANDRÉS ÁLVAREZ Y ÁLVAREZ (1952-1982)

• Naturaleza, sociedad y economía. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de PíoBallesteros Álava (1952).

• La integración económica de la Europa occidental: los medios [Anales, año V, cuaderno 3.º (1953)].• Concurrencia y competencia [Anales, año XVI (1964)].• De la economía natural a la filosofía natural [Anales, año XIX (1967)].• Materia y espíritu en el saber [Anales, año XX, cuaderno 2.º (1968)].• Antecedentes de la sociedad actual [Anales, año XXI (1969)].• Las inquietudes de fin de siglo [Anales, año XXIV (1973)].

[Medalla n.º 10]LUIS ÁNGEL ROJO DUQUE (1984)

• J. M. Keynes: una conmemoración. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don JoséCastañeda Chornet (1984).

• Problemas de las economías europeas [Anales, año XXXVII (1985)].• Convergencias de las políticas económicas europeas [Anales, año XXXVIII (1986)].• Incertidumbre financiera y desequilibrios económicos [Anales, año XL (1988)].• La URSS, sin plan y sin mercados [Anales, año XLII (1990)].• La reforma económica y la crisis del imperio soviético [Anales, año XLIII (1991)].• La Unión Monetaria en los acuerdos de Maastricht [Anales, año XLIV (1992)].• Algunas reflexiones sobre las perturbaciones recientes en los mercados financieros internacionales

[Anales, año XLVI (1994)].• Algunas reflexiones sobre la crisis mexicana [Anales, año XLVII (1995)].• El ajuste monetario [Anales, año L (1998); Papeles y Memorias, n.º 1 (1998)].• Las condiciones de estabilidad y la convergencia real España-UE [Anales, año LI (1999); Papeles y

Memorias, n.º 4 (1999)].• Reflexiones sobre la situación económica internacional [Papeles y Memorias, n.º 7 (2000)].• Política monetaria y banco central ante el 2000 [Anales, año LII (2000)].

[Medalla n.º 11]AUGUSTO GONZÁLEZ BESADA (1913-1919)

• Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don Amós Salvador (1913).

[Medalla n.º 11]JOSÉ LARRAZ LÓPEZ (1943-1973)

• La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700). Discurso leído en el acto de su recepción; con-testación de don Rafael Marín Lázaro (1943).

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• Bravo Murillo, hacendista [Anales, año IV, cuad. 31 (1952)].• Comunomía [Anales, año IX (1957)].• Anteproyecto sobre la reorganización de las Reales Academias y deslinde de competencias con el

Consejo Superior de Investigaciones Científicas [Anales, año XV (1963)].• El esquema de la Historia [Anales, año XV (1963)].• Sobre el nuevo contexto de Europa [Anales, año XX (1968)].• In memoriam de don Esteban de Bilbao Eguía [Anales, año XXII (1970)].• El bien común institucional (1970).• El Ethos ambiental de las instituciones [Anales, año XXIII (1971-72)].• «Autacía» y «Autarquía» [Anales, año XIV (1962)].• La estructura social de la era tecnológica [Anales, año XVII (1965)].

[Medalla n.º 11]ENRIQUE FUENTES QUINTANA (1975)

• Los principios de la imposición española y los problemas de su reforma. Discurso leído en el acto desu recepción; contestación de don José Castañeda Chornet (1975).

• La economía del Estado en la «Riqueza de las Naciones» y en las naciones de nuestro tiempo [Anales,año XXVIII (1976)].

• La situación económica española en la hora de las autonomías [Anales, año XXXIII (1981)].• Gasto público: principio de representación y crisis económica [Anales, año XXXIV (1982)].• Los peligros de la divergencia entre el mundo real y el mundo financiero [Anales, año XL (1988)].• La imposición en los años 90 [Anales, año XLII (1990)].• La Hacienda pública de la democracia española y la integración europea [Anales, año XLIV (1992)].• Convergencia de la economía española con la CE: problemas principales [Anales, año XLV (1993)].• La recuperación económica española [Anales, año XLVI (1994)].• El modelo de economía abierta y el modelo castizo en el desarrollo económico de la España de los

años 90 [Anales, año XLVII (1995)].• Situación actual y papeles de las Reales Academias [Anales, año XLVIII (1996)].• El déficit público como problema de nuestro tiempo [Anales, año XLVIII (1996)].• «In memoriam»: Juan Sardá Dexeus [Anales, año XLVIII (1996)].• España ante el examen de convergencia de 1998 [Anales, año L (1998)].• «In memoriam»: Luis Díez del Corral [Anales, año L (1998)].• España ante el examen de convergencia de 1998 [Papeles y Memorias; 1 (1998)].• Año 2000: balance de llegada de la economía española [Papeles y Memorias; 7 (2000)].

[Medalla n.º 16]JOAQUÍN COSTA Y MARTÍNEZ (1901-1911)

• El problema de la ignorancia del derecho y su relación con el status individual, el referéndum y lacostumbre. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don Gumersindo de Azcárate(1901).

• Ventajas o inconvenientes de la ampliación de los servicios sociales a cargo de los municipios [Extrac-to de discusiones, II (1904)].

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[Medalla n.º 19]EDUARDO SANZ Y ESCARTÍN, conde de Lizárraga (1894-1939)

• Hasta qué punto es compatible en España el regionalismo con la unidad necesaria del Estado [Extrac-to de discusiones, I (1901)].

• Discusión acerca del movimiento proteccionista en Inglaterra (1903).• Naturaleza y sociedad (1903).• La situación monetaria italiana (1903).• Ventajas o inconvenientes de la ampliación de los servicios sociales a cargo de los municipios [Extrac-

to de discusiones, II (1904)].• La penalidad de las huelgas [Extracto de discusiones, II (1904)].• Método procedente en el estudio de los hechos sociales [Extracto de discusiones, II (1904)].• Debate acerca de las huelgas de trabajadores, con motivo de las ocurridas en los Estados Unidos de

Norteamérica [Extracto de discusiones (1904)].• El evolucionismo cristiano [Memorias, IX (1905)].• El peligro amarillo [Memorias, IX (1905)].• La hacienda española [Memorias, IX (1905)].• Evolucionismo cristiano [Memorias, IX (1905)].• La transformación del Japón [Memorias, IX (1905)].• Indicaciones acerca del estado económico y social de Cataluña y principalmente del catalanismo [Memo-

rias, IX (1905)].• La evolución del socialismo [Memorias, IX (1905)].• Necrología del excelentísimo señor don Francisco Silvela y Le Vielleuse (1906).• Propósitos del actual gobierno liberal de Inglaterra (1907).• Estado actual de la propiedad [Extractos de discusiones, III (1907)].• Del movimiento proteccionista en Inglaterra [Extractos de discusiones, III (1907)].• Discusión acerca de la persona y doctrinas filosóficas de Herbert Spencer [Extractos de discusiones,

III (1907)].• Informe del señor Salvá sobre un estudio filosófico de Mr. Ernest Naville, y observaciones del señor

Sanz y Escartín [Extractos de discusiones, III (1907)].• La situación económica de la República de México y los cambios [Extractos de discusiones, III (1907)].• La vida social y sus caracteres [Extractos de discusiones, III (1907)].• Observaciones a la reseña del libro de Tolstoi Cuestión de los sexos [Extractos de discusiones, III (1907)].• Impuesto sobre la renta [Extractos de discusiones, III (1907)].• El contrato de trabajo y la jurisprudencia francesa [Extractos de discusiones, III (1907)].• La disciplina en la industria [Extractos de discusiones, III (1907)].• Resumen histórico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1909).• Algunas teorías de Platón comparadas con otras de la Filosofía moderna [Extractos de discusiones, IV

(1909)].• Naturaleza y límites del derecho a la huelga. Necesidad de nuevas prescripciones [Extractos de discu-

siones, V (1912)].• La última conferencia colonial celebrada en Inglaterra [Extractos de discusiones, V (1912)].• Discusión con motivo del informe del Sr. Salvá acerca de la falta de capital en la industria y del crédi-

to y las crisis industriales [Extractos de discusiones, V (1912)].• ¿Cómo se explica la rapidez con que en Japón se ha asimilado la civilización europea? [Extractos de

discusiones, V (1912)].• Necrología del ilustrísimo señor don José Piernas y Hurtado (1912).

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• Le mendicidad [Extractos de discusiones, VI (1913)].• Principios en los que se fundamentaba la teoría del derecho de la propiedad [Extractos de discusio-

nes, VI (1913)].• Notas de psicología colectiva. Las emociones de Bolsa [Memorias, X (1914)].• Cuestiones sociales y políticas en Inglaterra [Memorias, X (1914)].• El socialismo [Memorias, X (1914)].• La educación moral [Memorias, X (1914)].• Los cambios (1919).• Informe del conde de Lizárraga acerca de Los cambios [Memorias, XI (1919)].• ¿Cuál es la organización propia de una cámara alta o Senado? (1924).• El libro, su influencia y su difusión (1928).• De la autoridad y la jerarquía [Anales, I, cuad. 2.º (1934)].

[Medalla n.º 20]JUAN VELARDE FUERTES (1978)

• La larga contienda sobre la economía liberal: ¿Preludio del capitalismo o de la socialización? Discursoleído en el acto de su recepción; contestación de don Valentín A. Álvarez y Álvarez (1978).

• El Centenario del Partido Socialista Obrero Español [Anales, año XXXI (1979)].• El tema del progreso material en Castilla [Anales, año XXXII (1980)].• La Constitución de 1978 y la homogeneidad económica de España [Anales, año XXXIII (1981)].• El Consejo Económico y Social: antecedentes españoles (1883-1976) [Anales, año XXXIV (1982)].• Escritos de homenaje a S.S. Juan Pablo I (1982).• Gestión económica de Indalecio Prieto en el Ministerio de Obras Públicas [Anales, año XXXVI (1984)].• El pensamiento económico peninsular en relación con la Unión Ibérica [Anales, año XXXVII (1985)].• Luis Olariaga en su centenario [Anales, año XXXVIII (1986)].• Informe sobre Chile [Anales, año XXXIX (1987)].• La crisis bursátil: perspectiva española [Anales, año XL (1988)].• Pérez Galdós: el fin del antiguo régimen y el nacimiento del capitalismo burgués en los Episodios Nacio-

nales [Anales, año XLI (1989)].• La crisis de la política económica de Menem [Anales, año XLII (1990)].• Centessimus Annus. Reflexiones de un economista sobre la doctrina social de la Iglesia [Anales, año

XLIII (1991)].• Conclusiones para una discusión [Anales, año XLIII (1991)].• Las perspectivas productivas de los sectores españoles en los años noventa [Anales, año XLIV (1992)].• El nuevo planteamiento del comercio exterior español [Anales, año XLV (1993)].• In memoriam: Alfonso García Valdecasas [Anales, año XLV (1993)].• In memoriam: Ramón Salas Larrazábal [Anales, año XLVI (1994)].• Homenaje a Román Perpiñá Grau [Anales, año XLVI (1994)].• Entre el temor y la esperanza. Cuatro casos ejemplares y un colofón. Una introducción a la economía

hispana actual. Tribuna Iberoamericana (1994).• Exigencias para una auténtica recuperación [Anales, año XLVII (1995)].• El Tribunal de Cuentas y el control del gasto [Anales, año XLVIII (1996)].• In memoriam: Juan Sardá Dexeus [Anales, año XLVIII (1996)].• La economía en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Una primera aproximación [Ana-

les, año XLIX (1997)].

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• Homenaje a don Antonio Cánovas del Castillo [Anales, año XLIX (1997)].• Los economistas de la generación del 98 [Anales, año L; Papeles y Memorias; 3 (1998)].• In memoriam: Rodrigo Fernández Carvajal González [Anales, año L (1998)].• Quince académicos egregios vistos por catorce académicos [Papeles y Memorias; 1 (1998)].• La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas ante 1898: proemio [Papeles y Memorias; 3 (1998)].• Reflexiones desde la economía sobre los cambios demográficos españoles, con especial consideración

al envejecimiento [Anales, año LI (1999)].• Alcalá-Zamora y los mitos económicos de la II República [Anales, año LI (1999)].• Acto de entrega de Archivo Documental Antonio Flores de Lemus [Anales, año LI (1999)].• Sobre el estrecho paso, y malo. Una introducción [Papeles y Memorias; 5 (1999)].• Reflexión sobre dos circunstancias inseguras: la Seguridad Social española en 1900 y en 2000.

El entorno económico de Dato y de Aparicio [Papeles y Memorias; 8 (2000)].

[Medalla n.º 21]LUIS REDONET Y LÓPEZ DÓRIGA (1919-1972)

• El trabajo manual en las reglas monásticas. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación dedon Adolfo Bonilla (1919).

• El crédito agrícola. Memoria premiada en el Concurso ordinario de 1902 (1903).• El amor al libro (1927).• Joyas de nuestra biblioteca [Anales, II, cuad. 2.º, 4.º y 6.º (1935-1936)].• Necrología del académico de número excelentísimo señor don José Rogerio Sánchez [Anales, II, cuad.

3.º (1950)].• Estructuras agrosociales de la gran propiedad rústica [Anales, año XVIII (1966].• Divagaciones sobre el concepto y alcance de lo social [Anales, año XX (1968].• Don José Gascón y Marín. Nota necrológica [Anales, año X (1962].

[Medalla n.º 22]LAUREANO FIGUEROLA Y BALLESTER (1857-1903)

• Hasta qué punto es compatible en España el regionalismo con la unidad necesaria del Estado [Extrac-tos de discusiones, I (1901)].

• La penalidad de las huelgas [Extractos de discusiones, II (1904)].• Indicaciones acerca del estado económico y social de Cataluña y principalmente del catalanismo/Eduar-

do Sanz y Escartín, observaciones por Figuerola [Memorias, IX (1905)].

[Medalla n.º 22]JOSÉ MANUEL PIERNAS Y HURTADO (1905-1911)

• Consideraciones acerca del principio de la solidaridad y de sus consecuencias en el orcen económico.Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don Amós Salvador Rodrigáñez (1905).

• Impuesto sobre las rentas [Extractos de discusiones, III (1907)].• El movimiento antimilitarista en Europa [Extractos de discusiones, V (1912)].• La mendicidad [Extractos de discusiones, VI (1913)].

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[Medalla n.º 22]LORENZO-VÍCTOR PARET Y GUASP (1952-1954)

• Encarecimiento de la vida en los principales países de Europa y singularmente en España: sus cau-sas. Memoria premiada en el concurso de 1911 (1914).

• Modificaciones que en el actual sistema tributario español exigen las condiciones de vida social moder-na (1918).

• El equilibrio económico y el progreso social. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación dedon Daniel Jorro Miranda (1952).

• La integración económica de la Europa occidental: la realidad [Anales, año V. Cuad. 3.º (1953)].

[Medalla n.º 22]JUAN SARDÁ DEXEUS (1965-1995)

• La reforma monetaria internacional. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de donPedro Gual Villalbí (1965).

• Las uniones económicas en la sociedad industrial moderna [Anales, año XVIII (1966)].• El experimento económico yugoslavo [Anales, año XX (1968].• La sociedad de consumo [Anales, año XXI (1969].• Tendencias conflictivas en la perspectiva económica [Anales, año XXIII (1971-1972].

[Medalla n.º 22]JOSÉ BAREA TEJEIRO (1997)

• Disciplina presupuestaria e integración de España en la Unión Monetaria. Discurso de recepción;contestación de don José A. Sánchez Asiaín (1997).

• Los efectos económicos del envejecimiento [Anales, año L (1998)].• Disciplina presupuestaria e integración de España en la Unión Monetaria [Papeles y Memorias, 1

(1998)].• El déficit público como herencia negativa: ¿hemos aprendido a controlarlo? [Papeles y Memorias, 7

(2000)].• Una solución para la viabilidad financiera del sistema de pensiones contributivas [Papeles y Memorias,

8 (2000)].

[Medalla n.º 23]JOSÉ MARÍA ZUMALACÁRREGUI Y PRAT (1945-1956)

• La ley estadística en economía. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don JoséLarraz López (1946).

• La crisis europea de 1848 (1949).• El aspecto económico de 1848 [Anales, año I (1949)].• Maura y las comunicaciones marítimas [Anales, año V, cuad. 2.º (1953)].

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[Medalla n.º 23]JOSÉ CASTAÑEDA CHORNET (1958-1987)

• Teoría y política del desarrollo económico. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación dedon Valentín A. Álvarez y Álvarez (1958).

• El centenario del marginalismo [Anales, año XXV (1974)].• La hacienda pública de la economía nacional [Anales, año XXVI (1974)].• Don Luis Olariaga: 1885-1976 [Anales, año XXIX (1977)].• Un enfoque del Estado de las autonomías [Anales, año XXXIV (1982)].

[Medalla n.º 23]FABIÁN ESTAPÉ RODRÍGUEZ (1989)

• Reflexiones en torno a Julio Senador Gómez. Discurso leído en el acto de su recepción; contestaciónde don Enrique Fuentes Quintana (1989).

• Problemas actuales de la banca española [Anales, año XLIII (1991)].• Releyendo a Joseph-A. Schumpeter cuarenta años después [Anales, año XLIV (1992)].• Los agentes sociales: organizaciones patronales y sindicales [Anales, año XLVI (1994)].• Esquema biográfico de Ildefonso Cerdá Sunyer [Anales, año XLVII (1995)].• Revalorización de la escolástica en la formación del pensamiento económico [Anales, año XLVIII (1996)].• In Memoriam: Juan Sardá Deseux [Anales, año XLVIII (1996)].• Los economistas españoles y la convergencia real [Anales, año LI (Papeles y Memorias; 4) (1999)].• La herencia que recibe el año 2000 de los investigadores económicos más destacados del siglo actual

[Papeles y Memorias; 7 (2000)].

[Medalla n.º 24]LUIS OLARIAGA PUJANA (1950-1976)

• La orientación de la política social. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don JoséLarraz López (1950).

• La política del desarrollo económico en la guerra fría [Anales, año XV (1963)].• ¿A dónde va la sociedad? [Anales, año XIX (1967)].• El materialismo de las masas [Anales, año XX (1968)].• El verdadero desafío a Europa [Anales, año XX (1968)].• Los efectos de la inflación [Anales, año XXIII (1971-1972)].• Pasado, presente y futuro del desarrollo [Anales, año XXV (1974)].

[Medalla n.º 27]LUIS MARICHALAR Y MONREAL, vizconde de Eza (1919-1945)

• La organización económica nacional. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de donEduardo Sanz y Escartín (1919).

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• Informe sobre la Conferencia Internacional del Trabajo de Washington (1920) [Memorias, XI (1918-1921)].

• La crisis del moderno constitucionalismo en las naciones europeas (1925) [Junto con Posada, Alcalá-Zamora, Goicoechea, Gascón y Marín y Zaragüeta].

• La lección de Rusia [Anales, I (1934)].• Juventud ¿tesoro perdido? [Anales, II, cuad. 61 (1936)].

[Medalla n.º 27]JOAQUÍN AZPIAZU ZULAICA (1950-1953)

• Las directrices sociales de la Iglesia Católica. Discurso leído en el acto de su recepción; contestaciónde don Severino Aznar (1950).

[Medalla n.º 28]GUILLERMO J. DE OSMA Y SCULL (1906-1922)

• La protección arancelaria: análisis de su coste y de su justificación. Discurso leído en el acto de su recep-ción; contestación de don Gumersindo de Azcárate (1906).

[Medalla n.º 28]ANTONIO GOICOECHEA COSCULLUELA (1923-1953)

• El problema de las limitaciones de la soberanía en el derecho público contemporáneo. Discurso leídoen el acto de su recepción; contestación de don Adolfo Pons y Umbert (1923).

• La crisis del moderno constitucionalismo en las naciones europeas [Extractos de discusiones, XII(1925)].

[Medalla n.º 29]ADOLFO ÁLVAREZ-BUYLLA Y GONZÁLEZ ALEGRE (1917-1927)

• La reforma social en España. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don Rafael Alta-mira (1917).

[Medalla n.º 29]PÍO BALLESTEROS ÁLAVA (1950-1952)

• La Hacienda Pública y las depresiones cíclicas. Discurso leído en el acto de su recepción; contestaciónde don José Gascón y Marín (1950).

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[Medalla n.º 29]MANUEL DE TORRES MARTÍNEZ (1954-1960)

• Teoría y práctica en la política económica. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación dedon José M.ª Zumalacárregui (1954).

[Medalla n.º 29]PEDRO GUAL VILLALBÍ (1962-1968)

• La remodelación del orden económico actual. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación dedon José Larraz (1962).

• Alternativas y vicisitudes de la política comercial exterior en lo que va de siglo: puntualizaciones y ense-ñanzas [Anales, año XV (1963)].

• Técnicas y psicología en la productividad (1963).• Filosofía de la automática [Anales, año XVI (1964)].• La política de redistribución de rentas en el ámbito de la economía de la producción [Anales, año XVII

(1965)].• Sobre la automatización [Anales, año XVII (1965)].

[Medalla n.º 29]MARIANO NAVARRO RUBIO (1969)

• El empresarismo. Discurso leído en el acto de su recepción; contestación de don Luis Olariaga (1969).• La inflación el Imperio Romano [Anales, año XXIV (1973)].• La inflación como problema político [Anales, año XXVII (1975)].• La batalla de la estabilización [Anales, año XXVIII (1976)].• La batalla del desarrollo [Anales, año XXIX (1977)].• Democracia con problemas, democracia con soluciones (1977)• Liberalización por el trabajo [Anales, año XXXVII (1985)].• El trabajo, cuestión clave [Anales, año XLII (1990)].

[Medalla n.º 32]RAFAEL BENJUMEA Y BURÍN, conde de Guadalhorce (1951-1952)

• Proceso evolutivo del aprovechamiento de la riqueza hidráulica de España. Discurso leído en el actode su recepción; contestación de don Eduardo Aunós (1951).

[Medalla n.º 33]AMÓS SALVADOR RODRIGÁÑEZ (1903-1922)

• La gramática en el examen de ingreso en la segunda enseñanza. Discurso leído en el acto de su recep-ción; contestación de don Antonio Aguilar y Correa (1903).

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• La situación económica de la República de México y los cambios [Extractos de discusiones, III (1907)].• ¿Es compatible el referéndum con el sistema representativo? [Extractos de discusiones, IV (1909)].• ¿Cómo se explica la rapidez con que el Japón se ha asimilado a la civilización europea? [Extractos de

discusiones, V (1912)].

[Medalla n.º 37]RAFAEL TERMES CARRERÓ (1992)

• Antropología del capitalismo. Un debate abierto. Discurso leído en el acto de su recepción; contesta-ción de José Á. Sánchez Asiaín (1992).

• La privatización a la luz del deseable tamaño del Estado [Anales, año XLV (1993)].• El sistema financiero en la recuperación de la economía española [Anales, año XLVI (1994)].• Los modelos socioeconómicos y el desempleo [Anales, año XLVII (1995)].• Ética y mundo de los negocios [Anales, año XLVIII (1996)].• Debate sobre la Unión Monetaria Española [Anales, año L (1998)].• El sistema financiero español y la convergencia real [Anales, año LI (Papeles y Memorias; 4) (1999)].• La banca española ante los retos de fin de siglo [Papeles y Memorias; 7 (2000)].

[Medalla n.º 39]JAIME TERCEIRO LOMBA (1996)

• Crecimiento del sector público con especial referencia al gasto en educación. Discurso leído en el actode su recepción; contestación de don José Á. Sánchez Asiaín (1996).

• Algunos aspectos institucionales del sistema financiero español en el marco de la Unión Europea [Ana-les, año L (1998)].

• El capital humano y la convergencia real España UE [Anales, año LI; Papeles y Memorias, 4 (1999)].

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La Medicina clínica

DIEGO GRACIA GUILLÉN

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INTRODUCCIÓN

La Medicina en general, y la Medicina clínica en particular, no son en el rigor de los tér-minos ciencias, o ciencias puras, sino a lo más ciencias aplicadas. No es un azar que los prime-ros médicos occidentales, los hipocráticos, no definieran a la medicina como epistéme o cienciapropiamente dicha, sino como téchne, la téchne iatriké, el arte médico. La medicina es, másque una ciencia o un saber puro, una práctica social, la del cuidado de la salud de los indivi-duos y de los grupos sociales. Lo que sucede es que en tanto que práctica social necesita y depen-de de muchos factores, económicos, políticos, culturales, científicos y técnicos. Es imposible enten-der el desarrollo de la medicina en cualquier época histórica, y por supuesto también en el siglo XX,sin ponerla en relación con todo ese complejo contexto.

En lo que sigue, eso es lo que yo pretendo hacer. Habida cuenta de que casi no hemos aca-bado de pasar la página del siglo XX y que por tanto sus conquistas básicas nos son conocidas,más aún, que las hemos vivido y hasta nos hemos beneficiado de ellas, no voy a detenerme ensu descripción. Desearía pasar, siguiendo la consigna orsiana, de la anécdota a la categoría ydedicar el tiempo de que dispongo a la búsqueda de las claves interpretativas de esos datos quetodos conocemos, entre otras cosas porque los hemos vivido. Lo que yo desearía es que el lec-tor de estas páginas no supiera, quizá, muchos más datos sobre la medicina del siglo XX de losque ya sabe, pero sí que los entendiera mejor; que su lectura nos ayudara a tener una idea másclara de lo que ha sucedido durante este asombroso siglo y de lo que nos espera en el que aca-bamos de comenzar.

Para ello voy a dividir mi exposición en tres partes: en la primera analizaré el gran pro-grama económico, social y político del siglo XX: el bienestar; en la segunda, el nuevo modelo demedicina surgido en el interior de ese programa: la medicina del bienestar, y, en la tercera, lacrisis del Estado de bienestar, y con ella los cambios introducidos en la economía, la política yla medicina con posterioridad al año 1973.

I. EL BIENESTAR COMO NUEVO OBJETIVO ECONÓMICO, SOCIAL Y POLÍTICO

En medicina, como en otros muchos campos de la vida social, histórica y científica, la nove-dad del siglo XX se inició algo más tarde que su comienzo cronológico, en su segunda década.Los países occidentales lograron entonces las características históricas que diferencian clara-mente la situación del siglo XX de la propia del siglo XIX. En la ciencia médica del siglo XX haymuchas cosas recibidas de la anterior centuria; pero la estructura de la medicina en cuanto tal

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es rigurosamente distinta. Piénsese en la distancia que separa un hospital de beneficencia de1850 y una de las ciudades sanitarias de 1970; o el cambio que supuso el paso de la clásica«medicina liberal» a la nueva «medicina socializada»; o, en fin, el abismo que separa el antiguomédico de cabecera de las novelas de Galdós o de Clarín del nuevo especialista de los progra-mas televisivos. Todos estos cambios empezaron a dibujarse como tales en torno a los años vein-te y han tenido una interesante historia posterior que es preciso analizar someramente, si deveras se quiere entender la situación, asombrosa a la vez que azorante, de la medicina de esacenturia. El objetivo del presente epígrafe es dar con las claves secretas —o al menos poco cono-cidas— de esta fascinante hazaña del siglo XX, de modo que al finalizar su lectura tenga el lec-tor conciencia más clara de este fenómeno curioso, de tanta influencia en nuestras vidas ysobre el que solemos tener opiniones superficiales, cuando no abiertamente pueriles.

Para cumplir este objetivo con alguna suficiencia se halla dividida esta primera parte enseis apartados, cada uno de las cuales reposa sobre los anteriores. En el primero, «Nueva eco-nomía, nueva medicina», se analizan los cambios económicos acaecidos tras la gran crisis de1929, fundamentales para explicar la nueva financiación de la sanidad que se inicia en losaños treinta y cuarenta, y con ello el nacimiento de un modelo sanitario más ambicioso que todoslos conocidos en la historia. En el segundo apartado, «El Servicio Nacional de Salud», se estu-dian los orígenes del nuevo modelo sanitario, la Seguridad Social y, dentro de ella, el SeguroObligatorio de Enfermedad. Tras esto se analiza con algún detalle la estructura de este «nuevomodelo sanitario» que surgió en los años treinta y que ha venido funcionando hasta la crisis delaño 1973. En el apartado cuarto serán sometidas a examen las vicisitudes económicas de las ins-tituciones sanitarias en la segunda mitad de siglo. El gasto sanitario creció a lo largo de esos añossin cesar. Pero la recesión económica que se inició a mediados de la década de los setenta obligóa revisar la rentabilidad de las inversiones en salud y a establecer nuevos objetivos prioritarios;tal será el tema de análisis del apartado quinto, «La crisis del Estado de bienestar». En el sexto,finalmente, se hará una breve descripción del programa de la Organización Mundial de la Saludtitulado «Salud para todos en el año 2000».

Nueva economía, nueva medicina

La economía de libre mercado que en la segunda mitad del siglo XVIII propuso Adam Smith,y que a través de David Ricardo, Thomas R. Malthus y otros fue convirtiéndose a lo largo delsiglo XIX en doctrina económica de los países occidentales, tuvo como una de sus leyes la exis-tencia de crisis periódicas: el mercado necesitaba autorregularse cada cierto número de años,pugnaba por lograr un nuevo equilibrio mediante sacudidas bruscas que rompieran con el las-tre de etapas anteriores. A la salud de la economía pertenecía como factor esencial esa especiede enfermedad llamada crisis económica. Durante el siglo XIX hubo varias, de muy distinta inten-sidad. La más grave comenzó en 1873 y duró hasta mediados de los años noventa. Pasó a la his-toria con el nombre de la Gran Depresión. Ante sus excesivos costes sociales y humanos, se

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propusieron varias salidas. Los nacientes movimientos socialistas cre-yeron iniciado el principio del fin del sistema capitalista. Los conser-vadores, por su parte, comprendieron que era necesario introducirreformas drásticas en el funcionamiento del sistema de libre mercado,si de veras quería salvársele. Comenzó así un movimiento de paulati-na y cada vez más directa intervención estatal en la economía, e hicie-ron su aparición los seguros sociales, entre ellos los médicos. El pio-nero de estos últimos fue Bismarck, el canciller de hierro, quien en losprimeros años de la década de los ochenta creó un extenso sistema deseguridad social para proteger al trabajador frente a los accidentes, laenfemerdad y la vejez. Concretamente, el sistema de seguro médico,conocido con el nombre de «cajas de enfermos» (Krankenkassen), fue el primer logro de unseguro obligatorio de enfermedad. Tal es la razón de que se haya visto en él el comienzo del lla-mado «Estado de bienestar».

El ejemplo fue seguido poco después por Gran Bretaña, que aprobó una ley de Pensionis-tas en 1908, seguida en 1911 por la famosa ley de Seguro nacional, que en el tema concreto dela sanidad dio origen a un sistema similar al prusiano de las Krankenkassen. En 1915 comenzóen Suecia un proceso parecido con la ley de Pensiones a jubilados, que con los años habría deconducir a un modelo de sociedad que Marquis Childs bautizó, en 1936, con el nombre de «laSuecia del justo medio».

Pero el gran despegue de los sistemas de seguridad social y de seguro médico se produjocomo consecuencia de la gran crisis económica de 1929-1931. Esta crisis se caracterizó por sermás drástica que las anteriores, incluso que la de los decenios de 1870 y 1880, por ser más uni-versal, ya que afectó a la práctica totalidad de los países industrializados, y por cobrarse costessociales aún mayores. Lo que el sistema económico había aprendido de las suscesivas crisis eraprotegerse contra ellas, aun a riesgo de mayores desdichas sociales. Si en un principio las crisisde demanda provocaron el exceso de oferta y la caída de los precios de mercado, poco a poco sefue aprendiendo a reducir la oferta y mantener los precios en sus niveles normales. En plena cri-sis, pues, los precios seguían altos, con lo cual la indefensión social aumentaba exponencialmen-te. La capacidad adquisitiva disminuyó aún más, y con ello el ritmo de la actividad económica.

Dos fueron las alternativas puestas en práctica ante tamaña situación. Una, el modelo deeconomía militar nazi. Habida cuenta de su crisis completa con la Segunda Guerra Mundial,puede excusársenos de su análisis. La otra alternativa la constituyó el New Deal de Roosevelt,pronto reforzado con la teoría económica keynesiana. En 1936 John Maynard Keynes publica-ba su gran libro, Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que era en último término elresultado de sus reflexiones como economista sobre la crisis económica de 1929. Keynes pen-saba que la salida de la crisis sólo era posible mediante una corrección drástica de algunospostulados de la economía liberal clásica y neoclásica. Para él la «teoría clásica» constituía másla proyección de un deseo que la descripción objetiva de la realidad económica. «Los postu-lados de la teoría clásica —escribe— sólo son aplicables a un caso especial, y no en general,

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SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL

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porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equi-librio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las dela sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desas-trosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales.» La teoría clásica sólo es correcta en el casoconcreto de que la actividad productiva sea de tal ritmo que la mano de obra se halle cercanaal pleno empleo. El laissez-faire no es aconsejable en períodos borrascosos. En éstos el librejuego de la oferta y la demanda no sólo no se equilibra en el punto óptimo sino que provoca situa-ciones económica y socialmente insostenibles. De ahí la necesidad de la intervención estatal enla economía. Sin un fuerte gasto público es imposible mantener unas cifras adecuadas de empleoen las economías más desarrolladas, es decir, en los países industrializados. «El Estado tiene queejercer una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través de su sistema deimpuestos, fijando la tasa de interés y, quizá, por otros medios... Creo, por tanto, que una socia-lización bastante completa de las inversiones será el único medio de acercarse a la ocupación ple-na; aunque esto no necesita excluir cualquier forma, transacción o medio por los cuales laautoridad pública coopere con la iniciativa privada.» Frente al liberalismo puro de la «teoría clá-sica», el control estatal de la economía, que se conoce con el nombre de neocapitalismo. Keyneslo expone así: «Mientras la ampliación de las funciones del Gobierno, responsabilizado en la tareade ajustar la propensión al consumo con el aliciente de invertir, parecería a un publicista delsiglo XIX o a un financiero contemporáneo norteamericano una espantosa limitación al indivi-dualismo, yo la defiendo, por el contrario, porque es el único medio practicable para evitar ladestrucción, en su totalidad, de las formas económicas existentes y porque es la condición parael buen funcionamiento de la iniciativa individual».

La teoría clásica basaba la actividad económica en el ahorro y su posterior inversión enbienes productivos: sólo puede crecer la riqueza si las gentes ahorran en vez de consumir einvierten lo ahorrado en bienes generadores de nueva riqueza. Keynes, por el contrario, pien-sa que el centro de la economía no debe situarse en el ahorro, sino en el consumo. El móvileconómico más fuerte de los seres humanos es el logro de un nivel aceptable de consumo. Comodice Schumpeter, Keynes liberó a los economistas de los escrúpulos sobre el ahorro. «Su análi-sis parecía restaurar la respetabilidad intelectual de las opiniones contrarias al ahorro.» Más aún,para Keynes el ahorro «representa el papel de malo de la comedia, que empobrece a las nacio-nes.» El gran estímulo de la actividad económica no radica en el ahorrro sino en el consumo.Ahorrando y no consumiendo se corre el grave riesgo de que el producto fabricado no puedaconsumirse. El progreso económico, sobre todo en los países ya industrializados, es decir, enaquellos que han pasado la fase del «capitalismo industrial», no puede partir del estímulo delahorro, conforme suponía la teoría clásica, sino del estímulo del consumo. El reto de los paísesindustrializados es pasar de la sociedad industrial a la llamada postindustrial o de consumo.Esta sociedad necesita un nuevo orden económico que es el que Keynes predica.

Preguntarse por qué no consumen más las gentes es tanto como interrogarse sobre porqué ahorran. Las personas no consumen todo lo que ganan, es decir, ahorran, porque tienenmiedo al futuro, al paro, a la enfermedad, al accidente laboral, a la jubilación, etc. El ahorro tie-

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ne por objeto la cobertura de los avatares fundamentales de la vida humana. Como dice Keynes,las gentes ahorran para «formar una reserva para contingencias imprevistas.» De ahí que el estí-mulo del consumo haya de pasar por el establecimiento por parte del Estado de un complejo ycompleto sistema de seguros sociales que garanticen a los individuos la salida de sus situacio-nes de infortunio. Con un buen sistema de seguridad social, las gentes ya no tendrán miedo aconsumir, podrán invertir todos sus recursos en bienes de consumo. De este modo se pasa dela clásica «economía de ahorro», propia de una fase de la sociedad occidental centrada en el estí-mulo de los bienes de producción, la llamada sociedad industrial, a la nueva «economía de con-sumo», característica de la nueva etapa de la sociedad occidental ya industrializada, que nece-sita estimular los bienes de consumo, es decir, propia de la llamada sociedad de consumo.

La ética keynesiana

En la edición de 1848 de sus Principles of Political Economy, John Stuart Mill había escrito:

Los medios de pago de los bienes son sencillamente otros bienes. Los medios de que dispone cadapersona para pagar la producción de otras consiste en los bienes que posee. Todos los vendedores son,inevitablemente, y por definición, compradores. Si pudiéramos duplicar repentinamente las fuerzas pro-ductivas de un país, duplicaríamos la oferta de bienes en todos los mercados; pero al mismo tiempo dupli-caríamos el poder adquisitivo. Todos ejercerían una demanda y una oferta dobles; todos podrían comprarel doble, porque tendrían dos veces más que ofrecer a cambio1.

Keynes cita en su Teoría general este texto, en contraste con el cual creando su propio pen-samiento. La ley de Say, que “la oferta crea su propia demanda”, obliga a pensar que el desem-pleo no puede deberse más que a dos causas: a salarios excesivos o a fricciones personales. Estaúltima causa es ajena a la economía, y puede por ello ser dejada al margen. Respecto a la pri-mera, cabe decir que toda persona en paro parcial o completo puede remediar su situaciónsólo con aceptar salarios más bajos. Caso de que no lo haga, seguirá desempleada, pero enton-ces podrá decirse que su paro es voluntario. Dicho de modo más conciso, para la economía clá-sica el paro era siempre voluntario. Esto explica por qué se escatimaba la asistencia social a losparados, y por qué Malthus era tan crítico con las leyes de pobres y las instituciones de bene-ficencia. A los pobres había que considerarlos, en principo, como «vagos y maleantes». Sin estaidea, que subyace a toda la economía liberal clásica, no se entiende el porqué del minimalismodel Estado liberal. Aún en 1963 recordaba el primer ministro inglés, Harold Wilson, cómo ungran economista y reformador social, lord Beveridge, al que luego nos referiremos, era incapazde aceptar la idea de que el paro podía ser involuntario: «Recuerdo su rostro, sumamente con-

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1 Citado en J. M. Keynes, The General Theory of Employment, Interest, and Money, New York, Harcourt, Brace, 1936,p. 18.

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fundido, al día siguiente de haber visitado un campo de obreros parados. Dijo que no podíacomprender cómo unos hombres honrados y capaces como aquellos que había visto podían estarsin empleo. No quería enfrentarse con el problema real. Quería verlo como una cuestión de parofriccional»2.

Keynes es uno de los primeros economistas en creer en la existencia del paro involuntario.Para explicarlo acude a un concepto poco analizado en la teoría clásica si se exceptúa la obrade Malthus, el de «demanda total» (aggregate demand) de bienes y servicios. Es la inversión dela ley de Say. Si en ésta el motor de la actividad económica y del empleo estaba en la «oferta»,ahora se hace consistir en la «demanda». Todo incremento de la demanda reduce la depresión yel paro. De ahí que uno de los instrumentos fundamentales de intervención estatal en la econo-mía sea la demanda de nuevos programas de obras públicas, financiados mediante déficitpresupuestarios. Esas obras públicas pueden ser de cualquier tipo, porque todas estimularán elmercado. Es famoso el texto en el que Keynes afirma que «la construcción de pirámides, los terre-motos, incluso las guerras, pueden servir para incrementar la riqueza, si la formación de nues-tros estadistas en los principios de la economía clásica cierra el paso a otra cosa mejor»3. Estacosa mejor son las obras sociales, carreteras, escuelas, hospitales, etc. A este respecto hay querecordar que entre las influencias subjetivas que retraen el consumo de los seres humanos, estála acumulación de reservas para las situaciones de infortunio: enfermedad, muerte, jubilación, etc.Estas influencias subjetivas son, en opinión de Keynes, de poca importancia en el consumo acorto plazo, pero la tienen grande en las previsiones a largo plazo4. Por eso un buen sistema deseguros sociales que cubra la enfermedad, el paro, la vejez, la jubilación, etc., estimula el con-sumo y aumenta la riqueza circulante. Aun suponiendo que un seguro de enfermedad, como elNational Health Service británico, al que luego nos referiremos, fuera completamente inútil ysu producto marginal resultara nulo (como lo es el del obrero parado, o el de quien realiza fun-ciones completamente inútiles, como hacer agujeros sin ningún motivo o construir monumen-tos funerarios), siempre será verdad que neutralizaría ciertas prevenciones contra el consumoy, por tanto, incrementaría la actividad económica útil.

De aquí se siguen varias consecuencias muy importantes. Una primera es de carácter éti-co: la utilidad del incremento del consumo. La ética puritana hizo de la frugalidad una virtud,y del derroche un vicio. Su consigna, como la de los estoicos, fue el sustine et abstine, contentey abstente. Keynes piensa que tal máxima no tiene sentido más que en épocas de pleno empleo.En las demás situaciones, la norma ética debe de ser la contraria: ahorrar es un vicio (la «ava-ricia»), consumir una virtud (la «liberalidad»). La vieja ética ya no sirve para valorar los pro-blemas y las soluciones de la nueva economía. Es preciso elaborar otra, organizada en torno a lacategoría de utilidad económica; es decir, una nueva ética utilitarista. En esto Keynes es tam-bién un discípulo de Stuart Mill.

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2 Entrevista con Harold Wilson en el periódico londinense The Observer, 9 de junio de 1963. Cit. por RobertLekachman, La era de Keynes, Madrid, Alianza, 1970, p. 95.

3 J. M. Keynes, op. cit., p. 129.4 Cf. Robert Lekachman, op. cit., p. 100.

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Keynesianismo y seguridad social

La segunda conclusión tiene que ver con los parados y pobresy el sistema de seguros. A la vez que desmontaba la creencia de losantiguos economistas en la voluntariedad del paro, Keynes ofre-cía un nuevo modo de actuación ante el infortunio en general: elestablecimiento por parte del Estado de amplios sistemas de segu-ros sociales que cubrieran las contingencias negativas de la vidade los hombres. Bismarck lo había hecho ya en Alemania, y le siguióInglaterra durante el primer gobierno de Lloyd George, con laley de Seguro nacional5. En 1915 comenzó Suecia un proceso parecido que Marquis Childsbautizó, en 1936, con el nombre de «la Suecia del justo medio». Imitando estos ejemplos,el presidente Roosevelt promulgó, en 1935, la Social Security Act, que protegía a ancia-nos, parados y niños necesitados. Poco después, siete economistas keynesianos de las Uni-versidades de Harvard y Tufts publicaban un programa económico para América6. En élproponían una fuerte inversión pública en bienes y servicios, entre los que se encontrabanlos sanitarios:

Puesto que la empresa privada no ha tenido éxito en el suministro de nuevas viviendas a las fami-lias de rentas bajas, los organismos públicos deben emprender por sí mismos la construcción de vivien-das en gran escala si se quieren elevar las condiciones de alojamiento de estas familias. Si el país deseasuministrarse a sí mismo unos servicios educativos y sanitarios más adecuados, será igualmente necesa-ria una inversión considerable en la construcción de escuelas y hospitales7.

En la misma dirección, el National Resources Planning Board hacía público en 1943 unlargo informe titulado Security, Work and Relief Policies, en el que abogaba una vez más por-que al acabar la guerra se incrementaran las obras públicas, se ampliara la seguridad social, etc.Lo más llamativo es que el informe contenía una «Nueva Carta de Derechos» (New Bill of Rights),que incluía los siguientes:

1. El derecho a trabajar, útil y creativamente, durante los años productivos.2. El derecho a una paga digna, adecuada para adquirir lo necesario para la vida y lo

que la hace atractiva, a cambio del trabajo, las ideas, el ahorro y otros servicios social-mente valiosos.

3. El derecho a alimentación, vestido, vivienda y cuidados médicos adecuados.

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GREGORIO MARAÑÓN

5 Cf. Daniel M. Fox, Health Policies, Health Politics: The British and American Experience, 1911-1965, Princeton, N.J., Princeton University Press, 1986.

6 Cf. Richard Gilbert et al., An Economic Program for American Democracy, New York, Vanguard, 1938; cit. porRobert Lekachman, op. cit., p. 164.

7 Cit. por Richard Gilbert, p. 47; Cf. Lekachman, p. 166.

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4. El derecho a la seguridad, libre del temor a la vejez, la miseria, la dependencia, la enfer-medad, el paro y los accidentes.

5. El derecho a vivir en un sistema de libre empresa, libre del trabajo forzado, del poderprivado irresponsable, de la autoridad pública arbitraria y de los monopolios incon-trolados.

6. El derecho a desplazarse, a hablar o callar, libre del espionaje de la Policía secreta.7. El derecho a la igualdad ante la ley, con idéntico acceso real a la justicia.8. El derecho a la educación para el trabajo, para ser ciudadano y para el desarrollo y la

felicidad personal.9. El derecho al descanso, al recreo y a la aventura, a la oportunidad de gozar y partici-

par en una civilización que progresa8.

Esta cita es importante porque demuestra cómo el keynesianismo hacía imaginar una socie-dad libre y opulenta, capaz de asumir sin dificultad las tablas de derechos, no sólo de los nega-tivos o políticos, sino también de los positivos o sociales, entre ellos el derecho a la asistenciamédica. Pero los asume no por razones de beneficencia ni de justicia, sino de utilidad. Losderechos económicos, sociales y culturales son «económicamente útiles». Esto nadie fue capaz depredecirlo en la economía liberal antes de Keynes. Luchar por los derechos humanos y la segu-ridad social es útil desde todos los puntos de vista, el económico, el político y el ético. Hay, portanto, una correlación entre un nuevo sistema económico, el neocapitalismo, el reciente ordensocial, la sociedad de consumo, el orden político del Estado de bienestar (Welfare State) y laética utilitarista.

II . LA MEDICINA DEL BIENESTAR

El New Deal y la asistencia sanitaria

Así se explica el gran despegue de los sistemas de seguridad social y de seguro médico apartir de los años treinta. Analizaremos dos casos muy representativos, el norteamericano y elinglés. El primero, como ya sabemos, está ligado al New Deal de Franklin Delano Roosevelt.Durante setenta y dos años, de 1860 a 1932, fecha en que Roosevelt ganó las elecciones, lapresidencia de los Estados Unidos había estado en manos republicanas, absolutamente identifi-cadas con los postulados del capitalismo financiero, es decir, con la teoría monetarista neoclá-sica. Optando por el candidato demócrata, la sociedad norteamericana apostó por un proyectosociopolítico y económico nuevo, que Roosevelt y su «comité de cerebros» de la Universidad deColumbia bautizaron con el nombre de «nuevo trato» (New Deal). Siguiendo el ejemplo de laAlemania de Bismarck, de la Inglaterra fabiana y de la Suecia del justo medio, se iniciaron los

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8 Citado por Robert Lekachman, p. 168.

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programas de seguridad social a que ya se ha hecho referencia. Pero entre los programas deRoosevelt estaba también la sanidad. De hecho nombró en 1938 un Comité interministerial sobreSalud y Bienestar, encargado de realizar una encuesta entre varios millones de norteamerica-nos a fin de conocer la distribución social de las enfermedades crónicas. En 1938 fue convoca-da en Washington una National Health Conference, que constató la inadecuación de la asis-tencia sanitaria y la necesidad de poner en práctica un nuevo modelo. Meses después, en enerode 1939, Roosevelt se hizo eco de estos planteamientos sobre seguridad sanitaria, y el 28 defebrero de ese mismo año el senador Wagner presentó un proyecto de ley cuyo objetivo era quelos Estados de la Unión establecieran sistemas más adecuados de salud pública, prevención y con-trol de las enfermedades, servicios de asistencia materno-infantil, construcción de nuevos hos-pitales y centros de salud para el cuidado de los enfermos, seguros de invalidez, etc. En suMensaje al Congreso Americano de 6 de enero de 1941, Roosevelt dijo: «Hace cincuenta años lasanidad era individual, a nadie le importaba más que a su familia. Poco a poco hemos construi-do una nueva doctrina, la creencia de que el Estado tiene el deber positivo de procurar que elnivel sanitario se eleve». Y añadió: «La tercera libertad (tras la libertad de expresión y la liber-tad religiosa) es la liberación de la necesidad (freedom from want), lo que traducido a términosmundiales significa entes económicos que aseguren a cada nación el bienestar de sus habitan-tes». He aquí la nueva consigna, el «bienestar». Al well-being individual9 por el welfare estatal10.A ello debía contribuir la sanidad. En 1943, Roosevelt hizo llegar al Congreso el antes citadoinforme del National Resources Planning Board sobre Seguridad social, Trabajo y Beneficen-cia. Sobre la base de estos datos, el senador Wagner presentó en el Congreso un proyecto deley sobre un sistema de seguridad social nacional y unificado. Como se sabe, no prosperó, peroaun así tuvo su efecto positivo, ya que el seguro de enfermedad logró una rápida expansión enlos años de la Segunda Guerra Mundial. El Comité de estabilización, intentando controlar losincrementos inflacionarios de precios y salarios, dejó libres los suplementos salariales no mone-tarios o ingresos accesorios (fringe benefits). Tanto obreros como sindicatos dirigieron inme-diatamente su atención sobre estas formas de compensación económica, y la cobertura de losseguros médicos creció rápidamente. A la vez, la Asociación Médica Americana y las asociacio-nes médicas regionales y locales hicieron patente su actitud de rechazo y comenzaron a pro-mover los seguros médicos privados como una alternativa al proyecto gubernamental de esta-blecer un seguro obligatorio de enfermedad. Como ha escrito Hirschfield, entre 1932 y 1943los Estados Unidos protagonizaron un interesantísimo debate sobre el establecimiento de unseguro obligatorio de enfermedad que finalizó en fracaso; es lo que Hirschfield ha llamado, enel título de su célebre libro, The lost Reform 11. Pero así y todo el proceso continuó y en 1946,nada más acabar la guerra, se aprobó una Ley general de empleo que reconocía la responsabi-lidad del Estado en el mantenimiento de «cifras de empleo, capacidad de producción y poder

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9 Cf. James Griffin, Well-Being: Its Meaning, Measurement and Moral Importance. Oxford, Clarendon Press, 1986.10 Cf. M. Anderson, Welfare. Standford, Cal., Stanford University Press, 1978.11 Cf. Daniel Hirschfield, The Lost Reform, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1970.

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de compra máximos». Con esto, comenta el economista Milton Friedman, se «convirtió la políti-ca keynesiana en ley»12. Años después, en 1953, se creó el Departamento de Salud, Educacióny Bienestar, que alcanzó su máximo apogeo en la época de los presidentes más keynesianos quehan tenido los Estados Unidos, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson. Inmediatamente des-pués de la declaración de «guerra a la pobreza» de este último, en 1964, se crearon los progra-mas médicos conocidos con los nombres de Medicare (seguro obligatorio de enfermedad parapersonas mayores de sesenta y cinco años) y Medicaid (pago de los gastos de asistencia sanita-ria a las personas consideradas como necesitadas por las autoridades locales)13.

Beveridge y el National Health Service

Keynes era británico y las consecuencias médicas más importantes del modelo keynesianose lograron en el Reino Unido en la década de los años cuarenta. En 1941 el gobierno británicoencomendó a un renombrado economista y amigo de Keynes, William Beveridge, el estudiomonográfico de un sistema orgánico de seguridad social. Tras dieciséis meses de trabajo, ennoviembre de 1942, Beveridge entregó al gobierno un informe, Social Insurance and Allied Ser-vices, proponiendo unas medidas que, muy probablemente, iban mucho más allá del mandatoinicial14. El sistema de Seguridad Social por él propuesto incluía los seguros de desempleo, deincapacidad, de jubilación, de viudedad, de maternidad, de matrimonio y de entierro. Junto ala Seguridad Social, dirigida a los trabajadores y sus familias, estaba la Asistencia Nacional, esdecir, la Beneficencia Nacional, destinada a cubrir las necesidades de los no asegurados. Y, jun-to a ambas, los Servicios de Salud y Rehabilitación. Beveridge hizo una previsión de gastospara los años 1945 a 1965. Basado en dos principios muy comunes en el pensamiento keyne-siano, que se iniciaba una era de prosperidad que no se vería empañada por nuevas crisis, yque el desempleo sería cada vez menor, Beveridge pensó que el costo de la Asistencia Nacionaliría reduciéndose con el paso de los años, de modo que en 1965 sería menor que en 1945, y quedentro de la Seguridad Social los gastos de desempleo también disminuirían. Sólo había un capí-tulo que aumentaba sensiblemente los presupuestos, el de pensiones de retiro, que en 1945 secifraba en 126 millones de libras y en 1965 en más del doble, 300 millones. Por el contrario,los gastos en servicios médicos se mantendrían en las mismas cifras, en 170 millones de librasesterlinas; lo que significaba, en términos comparativos, una disminución muy significativa15.

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12 Milton y Rose Friedman, Libertad de elegir, Barcelona, Grijalbo, 1980, p. 138.13 Cf. Robert Stevens and Rosemary Stevens, Welfare Medicine in America. A Case Study of Medicaid, New York, The

Free Press, 1974. Cf. también Ray H. Elling (ed.), National Health Care. Issues and problems in socialized medicine, Chi-cago-New York, Aldine-Atherton, 1971.

14 Cf. W. Beveridge, Social Insurance and Allied Services, Londres, His Majesty's Stationery Office, 1942. Cf. tam-bién William Beveridge, Las bases de la seguridad social (trad. esp.), México, FCE, 1987; Cf. Christopher Ham, HealthPolicy in Britain, 2 ed., London, Macmillan, 1985; Michael Cooper, «Economics of Need: The Experience of the BritishHealth Service», en Mark Perlman, The Economics of Health and Medical Care, London, Macmillan, 1974, pp. 89-107.

15 Estas cifras se encuentran también en William Beveridge, Las bases de la seguridad social, México, FCE, 1987, p. 88.

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La razón era bien clara: Beveridge pensaba que una buena asistencia sanitaria haría disminuirpaulatinamente los niveles de enfermedad y, en consecuencia, los gastos en asistencia médica.He aquí sus palabras, tomadas del párrafo 270 de su Informe:

La cifra dada para el costo de los servicios de salud y rehabilitación es puramente indicativa y reque-riría estudios más pormenorizados. El que la cifra sea la misma en 1965 que en 1945 se debe a que enesos veinte años se producirá un desarrollo de los servicios asistenciales que traerá como consecuenciauna reducción en el número de enfermos.

Según Beveridge, el servicio de salud sería financiado completamente por las contribucio-nes obligatorias a la seguridad social, de modo que no se necesitarían nuevas contribucionespersonales o cargas por acto médico. Más adelante, en el párrafo 437, recalca esas dos ideas bási-cas: primera, que la organización financiera del servicio de salud necesita de un estudio deta-llado posterior; y segunda, que un sistema nacional de salud omnicomprensor haría disminuirla enfermedad, con lo que se reduciría también la demanda de asistencia médica y el costesanitario. Las líneas finales del párrafo dicen así:

El interés primario del Ministerio de Seguridad Social no gravita sobre los detalles del NationalHealth Service o en sus características financieras. El interés primordial está en hallar un sistema de saludque disminuya las enfermedades mediante la prevención y la terapéutica.

Es importante llamar la atención sobre el sentido de los argumentos económicos utiliza-dos por Beveridge. Él piensa que el mundo occidental está entrando en una etapa de rique-za creciente que necesitará más y más mano de obra. Mano de obra sana, por supuesto. Lasalud es un «bien de producción», ya que sin ella no hay fuerza de trabajo ni, por tanto, pro-ducción ni riqueza. Es preciso invertir en sanidad a fin de que la economía pueda crecer ycrecer. ¿Hasta qué punto las inversiones en salud pueden considerarse económicamente jus-tificadas, es decir, rentables? El tema no era nuevo. En 1873 Max von Pettenkofer habíapronunciado en Múnich dos conferencias tituladas «Sobre el valor de la salud para el Esta-do». Según Pettenkofer, los gastos en sanidad son rentables en tanto en cuanto se ven com-pensados con los rendimientos típicos en las inversiones en bienes de producción. Así, trasanalizar las horas de trabajo que por término medio pierde un obrero que cae enfermo (queestima en 20 días laborales), y el porcentaje de muertes que acontecen en relación al núme-ro de enfermos (una muerte por cada 34 casos de enfermedad), calcula el número de horasde trabajo que se pierden anualmente por enfermedad en la ciudad de Múnich (que suman346.800 días laborales) y, con ello, la riqueza perdida, es decir, el coste económico de laenfermedad. Suponiendo que un adecuado sistema de alcantarillado y la conducción de aguaa las casas de la ciudad reduzca las muertes de un 33 a un 30 por 1.000 habitantes, es fácilcalcular la reducción de enfermedades y, por tanto, el aumento de producción y de riquezaque el alcantarillado y la conducción de agua producen. Fijando el importe de los gastos y

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las pérdidas por cada día de enfermedad en un florín, resulta que el ahorro anual de la ciu-dad de Múnich sería de 346.800 florines. Pero esa suma de dinero no puede considerarsecomo la cifra absoluta que es rentable invertir, sino como el rendimiento que produciría uncapital puesto en un banco al interés común en esa ciudad. Como ese interés en la ciudad deMúnich era del 5%, resulta que el dinero a invertir puede ser veinte veces superior, 6.936.000florines, sin que la inversión deje de ser económicamente ventajosa. Así, Pettenkofer finalizaafirmando que «pueden gastarse unos siete millones de florines en el alcantarillado y el abas-tecimiento de agua de Múnich, proporcionando esta inversión un interés ventajoso». Por enci-ma de esta cifra la inversión no sería rentable16.

Lord Beveridge conocía todos estos planteamientos y estaba fundamentalmente de acuer-do con ellos. Pensaba, como von Pettenkofer, que la salud es un bien de producción y que sinun buen sistema sanitario es imposible tener una economía fuerte. Pero disentía de él en unpunto fundamental. Para Beveridge toda inversión en salud, por pequeña que sea, es rentable:más aún, es tanto más rentable cuanto mayor sea la inversión, de modo que sólo siendo total—es decir, estableciendo un Servicio Nacional de Salud— la rentabilidad se hace máxima, yaque entonces la salud de la población se hace cada vez mayor, al contar con una adecuada asis-tencia médica, con lo que la demanda de servicios sanitarios disminuye hasta casi desapare-cer. El Servicio Nacional de Salud debe empezar gastando mucho, dado el estado de salud dela población, pero cada vez costará menos; o, en último extremo, no aumentará sus costos. Tales el razonamiento de Beveridge.

En un apéndice del Informe, el encargado por el gobierno británico de revisar losdatos financieros del proyecto, Epps, se permite dudar de la consistencia de estos postula-dos. Y escribe: «Aunque es verdad que como resultado de la mejora en el sistema sanitario yen los servicios de rehabilitación debe evidenciarse un aumento sustantivo en la salud de lacomunidad, no se sigue necesariamente que el coste de los servicios haya de disminuir pro-porcionalmente. La razón está en que bajo las nuevas circunstancias puede producirse unatendencia de los médicos a aumentar los períodos de internamiento a fin de conseguirrecuperaciones más completas, y a que habrá menores incentivos para los trabajadores queen el pasado para volver al trabajo. El efecto combinado de estos dos factores puede provo-car un incremento inmediato de los costes, aunque es de esperar que más adelante se logreuna reducción en los casos crónicos, ya que el buen tratamiento en las fases iniciales evita-rá las incapacidades permanentes. Es difícil hacer estimaciones a largo plazo prediciendocómo van a equilibrarse estos factores contrapuestos, pero en mi opinión, a pesar de lo bue-no que sea el sistema administrativo, el nivel de prestaciones sanitarias no puede ser asumi-do sin introducir modificaciones en el proyecto de Beveridge, si hacemos caso a lo que nosenseña la experiencia del pasado. En la actualidad, yo considero esencial aumentar mode-

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16 Max von Pettenkofer, Über den Werth der Gesundheit für eine Stadt. Zwei populäre Vorlesungen gehalten am 26.und 29. März 1873 im Verein für Volksbildung in München. Braunschweig, Friedrich Vieweg und Sohn, 1873. Un resu-men del texto de Max von Pettenkofer puede encontrarse en: José María López Piñero, Medicina, Historia, Sociedad, Bar-celona, Ariel, 1969, pp. 318-320.

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radamente las tasas por enfermedad que ahora constituyen la basede financiación del National Health Insurance, incrementándolaspor término medio en un 12,5%, cantidad que sería inferior en lasenfermedades agudas y superior en las crónicas».

El informe Beveridge proponía la creación de un ServicioNacional de Salud que cubriera todas las necesidades sanitarias detodos los ciudadanos. El tema no era analizado con detalle, ya queel objetivo del informe consistía en organizar la Seguridad Social,y el Servicio de Salud era concebido de forma autónoma, depen-diendo del Ministerio de Sanidad. Por eso, el informe pedía quese creara otra comisión encargada de organizar el National Health Service, cuyo objetivosería coronar el proceso iniciado en 1911 con la creación del National Health Insurance.En su informe, Beveridge proponía que este organismo, que agrupaba a las sociedades pri-vadas, fuera sustituido por el National Health Service. Beveridge, que era liberal, pensa-ba que debía contarse con la iniciativa privada, estableciendo un sistema mixto que cubrie-ra de modo obligatorio las necesidades sanitarias básicas de la población con otros nivelesoptativos que habrían de estar en manos de las compañías privadas. Éste es el punto queno aceptó el gobierno laborista, quien en 1945 y 1946 publicó varias leyes sociales muyavanzadas, basadas en gran medida en el informe Beveridge, entre las que se encontrabala National Health Service Act, que comenzó a aplicarse en 1948. Aparecía así el primerServicio Nacional de Salud del mundo occidental, protector de toda la población en cual-quier circunstancia.

A partir de este momento los sistemas nacionales de seguridad social de los países occi-dentales intentaron emular todos de alguna manera aquel modelo. A propósito del caso francéshan escrito Pierre Bonamour y Fernand Guyot: «El plan francés de Seguridad Social fue, si noinspirado, por lo menos inducido por el informe Beveridge por una suerte de efecto de conta-gio que se extendió también a casi todos los países industrializados. Se le parecía mucho en susprincipios fundamentales (universalidad de aplicación y unidad de organización). Difería, empe-ro, desde el comienzo, por su modo de financiación —exclusivamente por los ciudadanos— ysobre todo por el hecho de que existía en él una cierta proporcionalidad entre las prestaciones,las cotizaciones y los salarios. En todo caso, como el sistema británico, el texto inicial (ley de 4de octubre de 1945) reposaba sobre la idea de solidaridad y preveía una organización única queenglobaba a la totalidad de la población».

El caso español es algo singular. La Constitución de la Segunda República recogió, al esti-lo de la de Weimar, una tabla completa de «derechos económico-sociales» de los ciudadanos.Por otra parte, su artículo 46 proclamaba que «la República asegurará a todo trabajador lascondiciones necesarias de una existencia digna», y prometía una legislación social regulado-ra de «los casos de seguro de enfermedad, accidente, paro forzoso, vejez, invalidez y muerte;... la protección a la maternidad; ...y el salario mínimo y familiar». El artículo 47 se refería a laprotección del campesinado y «en términos equivalentes a los pescadores», para lo que pro-

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CARLOS JIMÉNEZ DÍAZ

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metía el establecimiento de «cajas de previsión». Los desarrollos sanitarios de este programaconstitucional no pudieron materializarse más que en una pequeña parte, compuesta por elSeguro de maternidad de 1931 y la ley de Enfermedades profesionales de 1936, aunque nohay duda de que en la intención de los gobernantes estaba el establecer un seguro obligatoriode enfermedad, semejante, quizá, al alemán. En este sentido la guerra civil no supuso un fre-no sino un estímulo, ya que la afinidad ideológica del nuevo régimen político surgido de la con-tienda con la ideología alemana de la época de Hitler aceleró la introducción de un sistema deseguro obligatorio de enfermedad muy próximo al alemán de las Krankenkassen. La Ley queimplantó en España el Seguro Obligatorio de Enfermedad se aprobó en 1942 y el Reglamen-to en 1943, iniciándose su funcionamiento el primero de diciembre de ese año. Como afirmael propio Libro Blanco de la Seguridad Social (1977), esta primera etapa del Seguro Obliga-torio de Enfermedad, que dura hata 1963, se caracterizó por «el rechazo del modelo demedicina pública y, por consiguiente, la adopción, en principio, del modelo privado de ejerci-cio profesional», es decir, por la defensa de unos principios modestos y conservadores. Sólo apartir de la Ley de Bases de la Seguridad Social (28 de diciembre de 1963) y sobre todo desu entrada en vigor en 1967, que coincide en el tiempo con el surgimiento de un verdaderoneocapitalismo español, empiezan a incrementarse progresiva y continuamente las cifras depoblación incluida en el ámbito de protección de la asistencia sanitaria de la Seguridad Social,lo que permite inmediatamente a la sanidad contar con una financiación mucho más desaho-gada que se traduce pronto en la construcción de una amplia red propia de centros y estable-cimientos sanitarios muy bien montados y en que comienzan a desarrollarse las nuevas espe-cialidades, hasta entonces raquíticamente establecidas entre nosotros. Sólo entonces, en fin, lasanidad española se integra en el movimiento que estamos historiando. No es arriesgado decirque hasta 1965, salvo muy contadas excepciones, España no se incorporó a la corriente de la«medicina social».

Deben disminuirse las enfermedades, en primer lugar, porque el mundo occidental estáentrando, tras la Guerra Mundial, en una etapa de riqueza creciente que necesita más y másmano de obra. Mano de obra sana, por supuesto. Pero esto también lo hubieran admitidolos economistas clásicos, ya que está de acuerdo con los postulados de la ley de Say. La nove-dad —no tanto de Beveridge cuanto de sus colegas keynesianos— está en que aun no pro-duciendo un incremento significativo en la salud de la población, el seguro médico será ren-table. ¿Por qué? Porque la enfermedad es antes que un bien de producción, un «bien de con-sumo». Todo lo que estimule el consumo es económicamente rentable, y un Servicio Nacio-nal de Salud que cubra a toda la población, estimulará fuertemente el consumo. Así debiópensarlo el gobierno laborista, que en 1945 y 1946 publicó varias leyes sociales muy avan-zadas, basadas en gran medida en el informe Beveridge, entre las que se encontraba la Natio-nal Health Service Act, que comenzó a aplicarse en 1948. Aparecía así el primer ServicioNacional de Salud del mundo occidental, protector de toda la población en cualquier cir-cunstancia. El hecho de que ello sucediera durante un gobierno laborista ha hecho pensarque su objetivo era ampliar la justicia social mediante la protección de los derechos econó-

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micos, sociales y culturales. Pero hay razones suficientes para creer que sin Keynes y su teo-ría económica ese proyecto no se hubiera llevado a cabo; es decir, que se tuvieron más encuenta criterios de «utilidad pública» que de «igualdad social»17.

El nuevo modelo sanitario

La aparición de los Seguros Obligatorios de Enfermedad revolucionó todo el sistema sani-tario, haciendo surgir un modelo nuevo, rigurosamente distinto del que tuvo vigencia a todo lolargo del siglo XIX. Piénsese en el destino de un enfermo europeo en 1850: si pertenecía a la cla-se superior, es decir, si disfrutaba de una excelente posición económica, política o social, eraatendido por alguno de los médicos de más prestigio en su propio domicilio, donde, si hacíafalta, se habilitaban algunas habitaciones hasta hacer de ellas una pequeña clínica; si el enfer-mo formaba parte de las clases medias urbanas o del funcionariado, gozaba por lo general dela protección de algún seguro privado, de forma que en caso de enfermedad podía acudir a laconsulta particular de algún médico y, caso de agravamiento o intervención quirúrgica, era ingre-sado en un clínica dependiente del seguro; si, en fin, se trataba de un proletario o de un pobrede solemnidad, en caso de enfermedad había de acudir al hospital, institución reservada paraquienes carecían de todos los anteriores recursos18. Ni que decir tiene que estos hospitales eraninstituciones lóbregas y mal dotadas, toda vez que dependían de la caridad. He aquí la des-cripción que en 1889 hacía el doctor Pulido del Hospital General de Madrid:

Hemos visto enfermos de medicina en salas de cirugía, enfermos de miseria, inedia, senectud e inva-lidez junto a enfermos agudos, y nada puede decirse que sea más censurable contra este verdadero pan-demonium morboso que el siguiente cuadro que nos presenta uno de los más ilustres profesores de eseHospital: en septiembre último —me decía— visité la sala X. En la cama número 6 agonizaba una enfer-ma de fiebre tifoidea la misma noche que en la número 7 abortaba otra enferma. Dos días más tarde dabaa luz una enferma en la número 9, teniendo por vecina otra de tifoidea [...]. Hablemos de las crijías: esafila de camas que se coloca en el centro de las salas promoviendo acumulaciones, que si son peligrosassiempre, lo son más tratándose de enfermos necesitados de aire puro [...]. Mucho ganaría también el

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17 A partir de entonces, los seguros obligatorios de enfermedad se fueron extendiendo por casi todos los países desa-rrollados. Los occidentales imitaron, bien el modelo alemán, bien el británico, o los combinaron en diferentes dosis. En lospaíses socialistas, se siguió el modelo ruso. Cf. G. P. Cabanel, Médecine libérale ou nationalisée? Sept politiques à travers lemonde, París, Dunod, 1977; Alfredo Morabia, Médecine et socialisme. Politiques sanitaires en Suisse et dans les sociétéscapitalistes avancées, Lausanne, Editions d’en bas, 1983; Diego Gracia, «Medicina social», en Avances del Saber, Barcelo-na, Labor, 1984, pp. 179-211. España estableció tras la guerra civil un seguro de enfermedad que, con variaciones, seguíael modelo alemán. Posteriormente, con la aprobación el 25 de abril de 1986 de la Ley General de Sanidad, se ha introdu-cido un modelo del tipo del National Health Service inglés. Cf. Pedro Pablo Mansilla Izquierdo, Reforma sanitaria: Funda-mentos para un análisis, Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1986.

18 De nuevo remito al libro de Pedro Laín Entralgo, La relación médico-enfermo, Madrid, Revista de Occidente, 1964,pp. 197-214, así como a mi trabajo «Medicina social», p. 192.

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sosiego de los enfermos con que la limpieza de las salas, que ahora se hace a las cuatro de la mañana enverano y a las cinco en invierno, con grande ruido y amplia abertura de ventanas, se hiciese más tarde[...]. Penetra de repente el aire, y entonces tísicos, catarrosos, cardíacos, neumónicos y la inmensa mayo-ría de la población hospitalaria se enfría, rompe a toser y sufre una exacerbación de sus padecimientos19.

Frente a esta imagen deprimente del hospital de 1880, el de 1969 se caracterizaba por serun centro magníficamente dotado desde todos los puntos de vista. La siempre cicatera finan-ciación benéfica había sido sustituida por otra basada en las contribuciones obligatorias de todoso muchos ciudadanos y del propio Estado. La sanidad recibía ahora una cantidad de dinero abso-lutamente desconocida a todo lo largo de su historia. No hay duda de que al menos en estepunto las previsiones de Keynes se cumplieron. El seguro de enfermedad activó sectores ente-ros de la economía, como el químico-farmacéutico, el de equipamiento hospitalario, etc. Las con-secuencias de esta revolución fueron espectaculares. Señalaré las más importantes:

1. La medicina pasó de ser preponderantemente domiciliaria a convertirse en hospitala-ria. El hospital, el nuevo hospital, se convirtió en el centro del sistema sanitario. Todoacto médico debía realizarse en el hospital. La medicina se hospitalizó.

2. El médico, por su parte, fue rehuyendo poco a poco el viejo rol de generalista —el médi-co de cabecera— para asumir el nuevo de especialista. La especialización fue la con-secuencia natural de la progresiva complicación tecnológica de los procesos diagnósti-cos y terapéuticos, que obligó al dominio técnico de parcelas cada vez más reducidasde la patología humana. La revolución tecnológica que se operó en la medicina obligóinmediatamente a la división del trabajo y como consecuencia a la especialización. Ydado que la nueva tecnología tenía su sede en el hospital, el médico especialista hubode trabajar preferentemente en el hospital, no en los domicilios de los pacientes ni en elsuyo propio.

3. Esto revirtió sobre la propia enseñanza de la medicina, que hubo de abandonar suclásico esquema de formación de médicos generales en favor de otro basado en la for-mación de especialistas destinados a trabajar, de preferencia, en la institución hospi-talaria.

4. Cambió, en fin, el paciente. La nueva medicina hospitalaria ya no iba dirigida a lospobres de solemnidad, a los seres que se hallaban al margen del sistema económico, sinoa los productores y consumidores, es decir, a quienes constituyen el centro de la acti-vidad económica tal y como la entendía Keynes.

Todos estos cambios conformaron un nuevo modelo sanitario, completamente distinto delmodelo decimonónico. Se habían transformado todos sus puntos fundamentales, el hospital,

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19 Citado por Pedro Laín Entralgo, La medicina actual, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1973; 2 ed., Madrid, Dos-sat, 1981.

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el ejercicio profesional, la enseñanza de la medicina, hasta los propios pacientes, como con-secuencia del cambio en la estructura económica y en el sistema de financiación. Un ejemplolo mostrará con toda evidencia. En l885, cuatro años antes de que Pulido escribiera el textoarriba transcrito, moría el rey Alfonso XII en el palacio de El Pardo, en medio de una epi-demia de cólera y consumido por la tuberculosis. Noventa años después, en 1975, termina-ba sus días el general Franco en un hospital de la Seguridad Social situado también, como elpalacio de El Pardo, a las afueras de Madrid. En menos de un siglo la sociedad había pasa-do de ver el hospital como lugar de marginación a entenderlo como uno de los centros de lavida social.

La medicina de bienestar

Transformar el modelo sanitario suponía tanto como cambiar el propio concepto de medi-cina, su definición20. Y, en efecto, esto es lo que aconteció inmediatamente después de la SegundaGuerra Mundial. El 22 de julio de 1946 se firmaba en Nueva York la Constitución de la Orga-nización Mundial de la Salud, el nuevo organismo internacional, dependiente de la Organiza-ción de Naciones Unidas, encargado de velar por la salud y bienestar de los hombres. En el pre-ámbulo del documento se definía la salud en estos términos: «La salud es un estado de perfectobienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades». Nun-ca hasta entonces se había atrevido nadie a definir la salud en esos términos. Desde los hipo-cráticos hasta finales del siglo XIX habían venido sucediéndose las definiciones de salud y enfer-medad, pero nunca nadie había identificado salud con bienestar, y con bienestar no sólo físicosino también mental y social. Sólo si se advierte que estamos en 1946, momento en que el Wel-fare State anglosajón se ha convertido en el santo y seña de todas las democracias occidentalestras su victoria sobre el nazismo, empieza a adquirir sentido la definición de salud en términosde «bienestar» (Welfare, Well-being). La economía keynesiana y el Estado benefactor confi-guran una idea de salud entendida como bienestar. La definición de la OMS no tiene sentidodesligada de su contexto histórico. Es la nueva ideología de las democracias occidentales victo-riosas en la Segunda Guerra Mundial la que se halla en su base. De ahí que no constituya unejemplo aislado. Hay múltiples documentos de la Organización de Naciones Unidas que reflejanel mismo espíritu. La Asamblea de las Naciones Unidas proclamó en París el 10 de diciembre de1948 la llamada Declaración Universal de Derechos Humanos. El párrafo primero de su artículo25 dice así: «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así comoa su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asis-tencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene, asimismo, derecho a los seguros en casode desempleo, enfermedad, invalidez, viudedad, vejez u otros casos de pérdida de sus medios

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20 Sobre la historia de las ideas de salud, cf. Diego Gracia, «Historia de los conceptos de salud y enfermedad», en Die-go Gracia, Ética y vida: Estudios de bioética, vol. 3, Bioética clínica, Bogotá, El Búho, 1998, pp. 19-31.

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de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad». Con lo cual resulta que a lacorrelación establecida antes entre la economía neocapitalista, la sociedad de consumo, el ordenpolítico del Estado de bienestar (Welfare State), y la ética utilitarista, hay que añadir ahora unnuevo dato: la «medicina del bienestar».

Salud, pues, es igual a bienestar. Repárese que en la definición de la OMS hay una curio-sa matización semántica. Salud y enfermedad han funcionado secularmente como términos anti-téticos, de modo que la salud se definía como ausencia de enfermedad, y a la inversa. Ahora seafirma, por el contrario, que la salud no consiste sólo en ausencia de enfermedad, sino en ellogro de un completo bienestar físico, mental y social. Es difícil no ver tras esto la ética utili-tarista de la felicidad. La sanidad amplía así su perímetro hasta acaparar para sí todo tipo desufrimiento. Realmente, el ámbito de la sanidad y la medicina crece tanto que acaba siendo super-ponible al ámbito de la vida humana entera. El médico se convierte así en el hombre que dicta-mina entre lo normal y lo anormal o patológico, entre lo bueno y lo malo, entre lo permitido ylo prohibido, del mismo modo que en el antiguo Egipto o en la antigua Mesopotamia lo hacía elsacerdote21. El médico ha usurpado el papel clásico del sacerdote y la medicina se ha converti-do en la nueva teología. Tal es la tesis de Szasz.

Las personas sufren, desde luego. Y ese hecho —según médicos y pacientes, abogados y laicos—basta hoy para justificar el que se les llame y considere pacientes. Lo que, en otros tiempos, sucedió gra-cias a la universalidad del pecado, sucede hoy gracias a la universalidad del sufrimiento; hombres,mujeres y niños se convierten —quieran o no, les gueste o no— en los pacientes-penitentes de sus médi-cos-sacerdotes. Y sobre el paciente y el médico, se levanta ahora la Iglesia de la Medicina, cuya teologíadefine los papeles y las reglas del juego que han de jugar, así como sus leyes canónicas llamadas hoy saludpública y leyes de salud mental, imponiendo su conformidad con la ética médica dominante22.

El resultado de estos planteamientos es claro. Del mismo modo que los hombres del tiempode Ramsés II o de Hammurabi vivían en un mundo sacralizado, dominado por los sacerdotes ylos teólogos, la medicina del bienestar ha generado una nueva servidumbre, la servidumbre médi-ca. Hace años se preguntó, en una encuesta realizada a ciudadanos franceses, qué considerabanmás relacionado con la felicidad. La mayor parte respondió que la salud, seguida del amor, laamistad, la vida en una sociedad justa, la seguridad y el éxito profesional. Otra pregunta decíaasí: «Con la misma suma de dinero pueden construirse un kilómetro de autopista, tres guarde-rías, veinte clases de escuela, cincuenta camas de hospital, o financiarse un equipo de investi-gación oncológica: ¿qué elegiría usted?». El 52% eligieron el equipo de investigación del cán-cer, seguido del 30% que optaron por las cincuenta camas de hospital.

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21 Cf. Brian Abel-Smith, Value for Money in Health Services. A Comparative Study, London, Heinemann, 1976, espe-cialmente el capítulo 5: «Tradesman or Priest: the Payment of the Doctor», pp. 58-76. También Alex Comfort, Los médicosfabricantes de angustia, Barcelona, Granica, 1977.

22 Thomas Szasz, Teología de la medicina, Barcelona, Tusquets, 1981.

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La medicina de bienestar ha medicalizado la vida humana, demodo que ésta ha caído bajo el control de médicos e higienistas. Losmédicos dictaminan lo que es bueno y lo que es malo, y por tantoestablecen los criterios por los que se rige la moral civil en nuestrassociedades. Deciden también quién es normal y se halla en el libreuso de sus facultades y quién no lo es y carece de responsabilidadpenal, con lo que se medicaliza la norma jurídica. Mayor es la medi-calización de la política, hasta el punto de que la función principaldel nuevo Estado de bienestar es higiénica y sanitaria. Los docu-mentos de la OMS son buena prueba de ello. Y se medicalizan, ade-más de la ética, el derecho, política y tantas cosas más, la economía. Con lo cual resulta quela medicina de bienestar no es mera «consecuencia» de la economía neocapitalista, la socie-dad de consumo, el Estado de bienestar y la ética utilitarista, sino que refluye sobre todos ycada uno de esos factores, «medicalizándolos». La ética se medicaliza, de forma que sólo seconsiderará bueno lo que produzca salud o bienestar, y otro tanto podemos decir respecto dela política y demás esferas.

El precio de una ilusión

Vimos antes cómo Beveridge había calculado en su Informe de 1942 un estancamiento delas cifras absolutas del gasto sanitario entre 1945 y 1965, lo que suponía una fuerte disminu-ción en términos relativos. Sobre un monto total de gasto en Seguridad Social de 697 millonesde libras esterlinas para 1945, los servicios de salud consumirían 170 millones, cifra idéntica ala calculada para 1955, en que el gasto total se estimaba en 764 millones, e idéntica también ala de 1965, sobre un monto total de 858 millones. La salud cada vez sería más barata. Si a estose añade que una población sana trabaja más y en consecuencia produce más riqueza, es evi-dente que los gastos sanitarios cada vez han de representar una cifra porcentual menor enrelación a la riqueza nacional medida como producto interior bruto (PIB). Así se pensaba en1942, y tal fue uno de los motivos más esgrimidos ante los políticos para que aprobaran la leyfundacional del Servicio Nacional de Salud. La evolución posterior de la economía sanitaria hademostrado hasta qué punto eran erróneas esas predicciones. De hecho, en el Reino Unidoha venido creciendo incesantemente el gasto sanitario, no sólo en términos absolutos sinotambién en relación al PIB. He aquí unas cifras muy significativas:

1955 NHS/PIB 3,17% Gasto sanitario/PIB 4,0%1960 NHS/PIB 3,51% Gasto sanitario/PIB 4,4%1965 NHS/PIB 3,68% Gasto sanitario/PIB 4,6%1970 NHS/PIB 4,10% Gasto sanitario/PIB 5,0%1975 NHS/PIB 5,40% Gasto sanitario/PIB 6,0%

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JUAN JOSÉ LÓPEZ IBOR

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La doble tabla de gastos se debe al hecho de que el National Health Service no representala totalidad del gasto sanitario, sino sólo el 80%. Pero en ambos casos se comprueba que el por-centaje sobre el producto interior bruto ha crecido incesantemente.

La interpretación de estos datos obliga a cuestionar algunas tesis hasta comienzos de losaños setenta tenidas por inmutables. Durante el siglo XIX, según vimos, se consideró la salud des-de el punto de vista de la fuerza de trabajo disponible y por tanto como «bien de producción».Las inversiones en salud eran rentables en tanto en cuanto producían incrementos de la fuerzade trabajo y, en consecuencia, de la producción y de la riqueza. Tal fue la tesis de Max vonPettenkofer y tal también la del propio Beveridge. Sin embargo, el hecho de que el aumento delgasto sanitario sea más veloz que el de la riqueza demuestra que, o bien no produce aquelloque se esperaba, un aumento de la fuerza de trabajo y, en consecuencia, del trabajo y de la rique-za, o bien la salud no se comporta como un típico bien de producción. Las dos alternativas sonreales y han de ser analizadas con cierto detalle: el aumento del gasto sanitario no conlleva nece-sariamente un incremento de salud, y la salud no funciona como un bien de producción.

La salud, bien de consumo

Todas las cosas son bienes de producción vistas desde un cierto ángulo, y analizadas des-de otro se comportan como bienes de consumo. Sin embargo, en todas predomina uno u otroaspecto. Una máquina-herramienta es básicamente un bien de producción, en tanto que los ali-mentos lo son de consumo. Pues bien, el hombre consume salud de modo muy parecido a comoconsume alimentos. De hecho, hay una tradición ancestral que asemeja el fármaco al alimento.Los alimentos son necesarios para la salud, deben consumirse a fin de permanecer sano. De igualforma, consumimos medicamentos para conservar la salud o restaurarla cuando se ha perdido.Y del mismo modo que el exceso o el defecto de alimentos produce enfermedad, el defecto defármacos impide la curación y el exceso es nocivo para la salud. El ejemplo del alimento pareceadecuado y permite entender a la perfección el proceso del consumo de salud.

Pero si se analiza el tema con alguna mayor detención, se ve pronto que el ejemplo que aca-bamos de poner no es excesivamente apropiado. Los productos alimentarios tienen una carac-terística muy particular, y es que poseen una franja muy estrecha de variación. La cantidad dealimentos que un hombre puede consumir es muy constante, de modo que si come menos peli-gra su vida y si ingiere más, también. De hecho, el organismo opone gran resistencia a consu-mir pocos o muchos alimentos; la capacidad que tiene el ser humano de ingerirlos es muy limi-tada, su banda de variabilidad se caracteriza por ser muy estrecha. Esto hace que el consumode alimentos sea poco extensible. Se podrá hacer que los hombres tomen unos alimentos en vezde otros, pero no que coman mayor cantidad de lo normal. Los alimentos son bienes de consu-mo con dintel muy fijo, por encima del cual es imposible seguir consumiéndolos. Su mercado es,por ello, muy rígido. En tanto que bienes de consumo, son productos limitados, con poco mar-gen de expansión. En ellos la ley de Say no se cumple.

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Hay otros bienes de consumo que se caracterizan por tener un dintel o tope mucho máselevado, casi infinito. El ejemplo típico lo constituye la industria militar. Los productos de laindustria armamentística no son, desde luego, bienes de producción, ya que no sirven paraotra cosa que para destruir, y la destrucción es la forma más negativa del consumo. Las armasson bienes de consumo; pero bienes de consumo que se caracterizan por no tener tope desaturación. Un país siempre puede gastar más y más en armas, sin otro tope que la propia eco-nomía. Teóricamente, al menos, toda la riqueza puede invertirse en ellas, y hay casos histó-ricos que lo demuestran. De ahí que las armas sean un negocio económico mayor que los ali-mentos: su mercado es más amplio, se satura con mayor dificultad, tiene un tope práctica-mente infinito.

Al exponer la teoría de Keynes llamábamos la atención sobre el nuevo papel que en ella des-empeñaba el consumo, sustituyendo como tesis central de la economía al ahorro. La economíaposterior a 1930 se basa en el consumo. ¿Podrá extrañar que haya estimulado especialmenteaquellos consumos que son económicamente más rentables, en particular el consumo de armas?La industria de guerra ha sido vivida durante siglos y siglos por políticos y economistas comoaltamente onerosa para el erario público y aun para el privado. Era un mal del que sólo a pos-teriori derivaban ventajas económicas: reactivación de la economía, pleno empleo, etc. Ahora,por el contrario, las cosas se ven de otro modo. El armamento empieza a considerarse como unbien de consumo y por tanto como un elemento fundamental en el desarrollo económico. Lasarmas hay que fabricarlas no tanto para la guerra cuanto para la paz, para que la economía depaz funcione adecuadamente; su ganancia económica se consigue de inmediato, no tras su uti-lización victoriosa en la guerra. He aquí un texto de Keynes, perteneciente a un trabajo del año1933 titulado Los caminos de la prosperidad:

Es improbable que la empresa privada vaya a emprender por su propia iniciativa nuevas inversio-nes en cuantía suficiente. La empresa privada no invertirá hasta después de que aumente el producto[...]; por consiguiente, el primer paso ha de darse en estas circunstancias por la autoridad pública. Esainversión ha de ser en gran escala y organizada con resolución, si es que quiere romperse el círculovicioso de la depresión [...] Alguien con espíritu cínico que haya seguido el argumento hasta aquí puedellegar a la conclusión de que nada, excepto la guerra, puede terminar con una depresión larga. Y es quehasta el momento los Gobiernos han considerado que sólo una guerra constituye el único respetableobjetivo de gasto financiado a déficit. En todos los gastos de paz, los Gobiernos se consideran tímidos,suplicantes, timoratos, sin perseverancia ni determinación, pensando en la deuda como una obligación yun pasivo, y no como un eslabón más en la transformación del exceso de recursos parados y derrochadosen su pasividad.

No hace falta excesivo cinismo para advertir pronto que en la economía keynesiana unode los campos privilegiados de inversión estatal en tiempos de paz va a ser el armamento. De serun instrumento para la guerra, el armamento pasa a ser un elemento fundamental en la inver-sión pública de los Estados en tiempo de paz, a fin de estimular el mercado económico. La eco-

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nomía keynesiana es claro que no considera la guerra como un mal negocio. Todo lo contrario,como lo demostró la propia Guerra Mundial:

La guerra destacó una aguda conclusión keynesiana. Vistas como proyectos de obras públicas, todaslas guerras (anteriores a la era nuclear) son ideales. Puesto que la producción bélica constituye un purodespilfarro económico, no existe jamás el peligro de que se produzca en demasía. Por el contrario, hastauna nación culta podría llegar a construir todas las escuelas, carreteras, casas, parques y hospitales queprecisase con arreglo a sus propios criterios de necesidad. ¿Qué sucede cuando la demanda de objetivosperfectamente inútiles se multiplica casi ilimitadamente? ¿Qué ocurre cuando esta demanda es financia-da en realidad, si no en apariencia, mediante la emisión de moneda? Lo que sucedió en l941-1945 fueque se alcanzó el pleno empleo, que las fábricas trabajaron a todo ritmo y que se logró aumentar la pro-ducción tanto de cosas útiles como de las inútiles. Éstas fueron las verdaderas consecuencias del despil-farro. Y éstas eran las consecuencias predichas por Keynes. En la Segunda Guerra Mundial, el equiva-lente de las pirámides egipcias, las catedrales medievales y las botellas enterradas llenas de dinero fueronlos tanques, los bombarderos y los portaviones23.

La guerra y el armamento son algunos de los consumos privilegiados, no porque seanpreferibles a la producción de alimentos o de viviendas, sino porque no tienen tope, porquepueden estimularse de modo casi indefinido. Ahora bien, la experiencia de estas últimasdécadas es que el consumo de salud tiene sorprendentes semejanzas con el de armamentos. Porlo pronto, ambos se caracterizan por no tener tope, es decir, porque su consumo puede esti-mularse de modo creciente, sin el peligro de que se produzca la saturación del mercado,como vimos que sucedía en los alimentos. Uno no puede comer indefinida ni continuamente,pero sí puede estarse continuamente medicando. La capacidad de medicación no viene limita-da más que por el tiempo y por el dinero: nadie puede medicarse más de veinticuatro horas aldía, ni gastarse en salud más dinero del que tiene; pero sí puede llegar hasta ese tope, dedi-cando todas las horas del día al cuidado de la salud y gastando en ella todo el dinero. Lasalud, como las armas, permite esta aberración, idéntica a aquella «medicina pedagógica» queya criticaba Platón en el libro de la República. La «medicina de bienestar» se comporta comola vieja «medicina pedagógica». Lo que sucede es que entonces fue vista como perjudicial parala república y por tanto inmoral, y ahora no.

Pero hay aún otros puntos de semejanza. Por más que en uno y otro campo la función de laindustria privada sea esencial, en ambos el papel motriz y gestor corresponde al Estado, quemediante su estímulo intenta cumplir con el principio keynesiano de fomento de las obras públi-cas. De este modo, resulta que la industria de la muerte y la industria de la vida, la guerra y lasalud, se hallan indisolublemente unidas en este macabro juego económico, hasta el punto de poderser contempladas como las dos caras de una misma moneda. Nunca como en nuestro siglo la eco-nomía y la industria se han puesto al servicio de la destrucción y de la muerte, y nunca tampo-

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23 Robert Lekachman, op. cit., pp. 163-4.

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co se han volcado tanto hacia la salud y la vida. Tal es la paradoja que subyace en el fondo de lanueva economía de consumo.

Existe, sin embargo, otra paradoja en la nueva industria de la salud. Durante los últimosdecenios el gasto sanitario ha crecido de modo espectacular en todos los países occidentales.Basándose en las informaciones publicadas por el departamento de investigación del InstitutoMac Kinsey, J. M. Simon calculó en l978 que el crecimiento decenal de los gastos sanitarios enlos países ricos había sido el siguiente: de 1 punto suplementario del producto interior brutode cada país entre l950 y l960; de l,5 puntos suplementarios entre 1960 y 1970; y de 2 pun-tos suplementarios entre 1970 y 1980. Estos datos muestran bien el crecimiento acelerado dela parte destinada a sanidad del conjunto del producto interior. Dicho en otros términos, elgasto en salud crece más deprisa que la riqueza de los países ricos, de modo que cada año hayque dedicar una mayor cantidad de los recursos totales al área sanitaria, detrayéndola de otras.Si el ritmo de aceleración continuara indefinidamente, llegaría un momento en que toda la rique-za de una nación habría de gastarse en salud, y otro momento, el inmediatamente posterior, enque el total de la riqueza ya no sería suficiente para cubrir los gastos sanitarios.

Este ritmo de crecimiento, por más que pueda parecerlo, no tiene nada de sorprendente,siempre y cuando la salud se entienda como bien de consumo. En 1857 un estadístico alemán,Ernst Engel, formuló tres leyes sobre la evolución del consumo. Son éstas:

Primera ley: La parte de los gastos alimentarios en el presupuesto familiar disminuye según aumen-tan los ingresos. Así, según Barral, los gastos alimentarios representaban en Francia, en 1950, el 46,2%del presupuesto familiar, en tanto que en 1970 era el 27,9%, en 1976 el 25,9% y se esperaba que en1985 fuera del 16,7%.

Segunda ley: El porcentaje del presupuesto destinado a la compra de bienes de confort (ropas, mue-bles, alquileres, etc.) tiende a permanecer estable. Estos gastos evolucionan proporcionalmente a los ingre-sos. Así, en Francia suponían el 27,1% del presupuesto familiar en 1950, en 1960 el 29,4% y el 31% en1970 y 975. Se esperaba que estuvieran en torno al 30% en 1985.

Tercera ley: La parte del presupuesto destinada a los servicios, a los bienes culturales y al ocio (higie-ne y salud, cultura, enseñanza, vacaciones, transportes, comunicaciones y telecomunicaciones, segu-ros, etc.), tiende a crecer a medida que aumentan los ingresos. En la Francia de 1950 estos gastos eran,según Barral, el 26,7% del total, en 1960 el 34,5%, en 1970 el 41,1%, en 1975 el 43,2%, y se espera-ba que en 1985 fuera el 52,8%24.

El hecho de que la salud sea un consumo que obedece a la tercera ley de Engel explica per-fectamente por qué ha crecido tanto en las últimas décadas, precisamente en los países ricos, ypor qué no hay impedimentos teóricos para que siga creciendo tanto como las disponibilidadeseconómicas lo permitan. Naturalmente, todo esto ha necesitado antes de una reconversión de lamedicina clásica, formalmente curativa, en la nueva ciencia sanitaria, entendida como defensa

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24 Cf. P. E. Barral, Economie de la santé. Faits et chiffres, 2 ed., París, Dunod, 1978.

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de la calidad de vida y del bienestar. Sin esta reconversión la medicina no habría podido entrarde lleno en el campo de la tercera ley, ni crecer al ritmo hoy considerado como lógico.

Lo anterior no debe interpretarse en el sentido de que el consumo médico, excluidos losgastos en higiene, no haya venido creciendo ininterrumpidamente a lo largo de estas últimasdécadas. La parte del consumo médico (excluidos los gastos en higiene) en el consumo totalpasó en Francia del 4,2 en 1950 al 5,6 en 1955, al 6,4 en 1960, al 8,1 en 1965, al 9,9 en1970, al 11 en 1975, al 11,3 en 1977, etc. El gasto médico ha crecido enormemente, sobre todoen los últimos treinta o cuarenta años; y, sin embargo, no ha habido un crecimiento significa-tivo de la esperanza de vida. Ni la mortalidad ni la morbilidad han descendido espectacular-mente en las últimas décadas. Sucede más bien que se hallan casi estancadas, a pesar de todoslos esfuerzos y de costosas inversiones. El caso alemán es bien significativo a este respecto. Entre1952 y 1971, ciertas enfermedades han disminuido su incidencia en las tasas de mortalidad.Estas enfermedades son: todas las infecciones, la neumonía, el cáncer de estómago, las enfer-medades urinarias y venéreas (cáncer de próstata excluido), la úlcera gastroduodenal, lasenfermedades respiratorias (excepto bronquitis) y los ictus cerebrales. Ahora bien, hay unpequeño grupo de enfermedades que no sólo no ha decrecido en los años señalados sino queha aumentado de modo muy considerable su poder mortífero. Si se exceptúan los accidentesde tráfico, quedan cinco enfermedades: insuficiencia coronaria e infarto, cirrosis hepática, cán-cer de pulmón y bronquios, bronquitis y las varias enfermedades no ulcerosas del aparatodigestivo. Y si se comparan los porcentajes de descenso e incremento de enfermedades, se ve,no sin asombro, que el pasmoso descenso de la mortalidad de enfermedades hasta hace pococonsideradas muy graves se ha visto compensado con el enorme incremento en un pequeñonúmero de enfermedades fatales.

Ciertamente, no puede decirse que la medicina no sea eficaz. Sin sus auxilios habríanmuerto en 1971 por las enfermedades de incidencia decreciente 341 personas más por 100.000habitantes de lo que lo hicieron, lo que en una población como la de la República Federal deAlemania supone la recuperación de más de 100.000 vidas anuales25. Claro que está pordemostrar que la evitación de esas muertes se haya debido a la medicina y no al progreso eco-nómico, alimentario e higiénico. Las investigaciones de Thomas McKeown son en este sentidomuy ilustrativas26. Por lo demás, ese mismo progreso económico, alimentario y social es res-ponsable del crecimiento de las famosas seis causas actuales de muerte. Si no se simplifican enexceso las cuestiones resulta, pues, que las vidas que se han salvado son muchas menos, con-cretamente 68 por 100.000 habitantes y año a la altura de 1971, lo que para una poblacióncomo la de Alemania supone un total de 20.400. Y aún podría discutirse si éste es un núme-ro adecuado. Piénsese que la medicina no sólo cura enfermedades, también las produce. Al clá-sico efecto «placebo» de los fármacos la nueva sociología médica ha añadido el llamado efecto«nocebo»: todo fármaco es tóxico, y el consumo indiscriminado y abusivo de fármacos, que se

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25 Cf. Hans Schaefer, «Die Medizin und ihre Häretiker», Hexagon 1976; 6: 1-9.26 Cf. Thomas McKeown, Los orígenes de las enfermedades humanas, Barcelona, Crítica, 1990.

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halla estimulado desde la propia estructura de la sociedad de consumo, produce una enormecantidad de enfermedades y aun de muertes. Los cálculos son difíciles de realizar, pero losdatos que existen resultan poco tranquilizadores. El Departamento de Salud de los EstadosUnidos considera que un 7% de los pacientes hospitalizados sufren lesiones yatrogénicas mere-cedoras de indemnización. Se sabe también que la frecuencia de accidentes en los hospitaleses superior al de cualquier actividad industrial, excepto la minería y la construcción. Uno decada 50 niños hospitalizados sufre un accidente por el que requiere tratamiento específico. Porsu parte, McLamb y Huntley parecen haber comprobado la mayor patogenicidad de los hos-pitales universitarios,27 sin duda por su carácter de centros de investigación, hasta el puntode que uno de cada cinco pacientes acaba padeciendo una enfermedad yatrogénica, que enuno de cada treinta casos acaba siendo mortal. Realmente, está por ver que el saldo final seapositivo para la medicina, mejor, para la salud. Por más que los cálculos de coste-beneficio ycoste-eficiencia hayan venido considerándose favorables durante años, podrían establecerseecuaciones más complejas que tuvieran en cuenta otros factores además de los clásicos, en lasque el resultado sería, sin duda, más sombrío. Esto lo ha demostrado con toda claridad un fenó-meno con que no se contaba y que hizo su aparición súbitamente en 1973, la crisis económi-ca. Ella ha hecho ver lo optimistas de muchas de las estimaciones anteriores, es decir, la graninadecuación existente entre inversiones y beneficio en el campo sanitario. Las inversiones hancrecido y el beneficio parece escaso. Ha bastado una situación mantenida de crisis económicapara que esta incongruencia saltara a primer plano de las preocupaciones de economistas ypolíticos. Y las medidas a aplicar necesitan ser tan drásticas, que ha sido preciso diseñar todoun nuevo modelo sanitario. Entre los años 1930 y 1970, durante casi medio siglo, la medici-na occidental ha asistido al nacimiento, consolidación y declive de un modelo sanitario, aquelque se basaba en la figura del médico especialista, que ejercía en el hospital, que se financia-ba mediante las cuotas del seguro obligatorio de enfermedad y que atendía a un nuevo pacien-te, el productor asalariado en unos casos, o la población entera, en otros. La crisis de 1973 hacuestionado de tal manera todos estos puntos que ha sido preciso replantear la cuestión desdelos principios. Es lo que veremos a continuación.

III . LA CRISIS DEL ESTADO DE BIENESTAR

El año 1930 pronunció Keynes en Madrid una conferencia sobre el tema «Las posibilidadeseconómicas de nuestros nietos». El fondo del mensaje era optimista, a pesar de los nubarrones quese apreciaban a corto plazo. Vendría una etapa de gran prosperidad económica, con adelantostécnicos tan extraordinarios que el hombre encontraría a poco coste todo lo que necesitase. En lasdécadas finales del siglo XX, en los años de los nietos de Keynes, el nivel de vida de las nacionesdesarrolladas sería entre cuatro y ocho veces superior al de 1930. A tal punto llegaría el bienes-

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27 Cf. J. T. McLamb y R. R. Huntley, «The hazards of hospitalization», Southern Medical Journal, 1967; 60: 469-472.

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tar que las estrecheces económicas serían el recuerdo de una mala época pasada, y que los pro-pios economistas verían de algún modo comprometido su futuro. Sólo dos obstáculos, la guerray la superpoblación, podrían impedir el progreso imparable del bienestar, y Keynes esperaba queuna política adecuadamente conducida por científicos sabría sortear ambos escollos.28

En esta conciencia de paraíso cercano ha vivido la sociedad occidental hasta los años 1968-1973. A partir de entonces comienza por doquier un curioso proceso de cambio de actitud yde crítica acerba de las posturas que se consideraban intocables pocos años antes. Todas lascríticas se dirigen hacia la economía keynesiana y el Estado de bienestar. Si la crisis del 29 dioorigen al nacimiento del modelo, la del 73 aparece ahora como su tumba. En lo que no hayconsenso, naturalmente, es en las alternativas de futuro. El liberalismo económico propone elretorno a la ortodoxia. El marxismo, por su parte, vio en la crisis una demostración más de lanecesidad de instaurar el socialismo real. Y no faltaron autores que vieran en la crisis el ejem-plo patente de la esencial corrupción del poder del Estado, aun de aquel que parecía hallarsemás lejos de ella, el Estado benefactor.

Junto a las razones económicas, sociales y políticas que se han esgrimido en contra del Esta-do de bienestar, hay otras de carácter biomédico que es preciso analizar ahora. Son de dos tipos:unas, puramente biológicas, se refieren al sentido antidarwiniano del Estado benefactor; lasotras, de carácter médico, aducen el insoportable crecimiento de los gastos sanitarios, la deno-minada «explosión de costes».

En primer lugar, el antidarwinismo del Estado benefactor. Éste, mediante el sistema deseguros y pensiones, protege a los más débiles, a los menos útiles, con lo que fomenta lo quepodría denominarse «selección antinatural», por tanto, la decadencia, la degeneración. Así pien-sa, por ejemplo, el biólogo Richard Dawkins, autor de un famoso libro sobre la determinacióngenética de los comportamientos altruistas y egoístas. Para Dawkins la evolución animal es for-malmente egoísta, y el gen es la unidad básica de egoísmo. Esto no quiere decir que en las espe-cies animales no se den conductas profundamente altruistas, sino que éstas han de ser inter-pretadas como casos complejos a explicar desde el principio anterior. Tampoco significa quelos hombres hayan de ser por necesidad egoístas, o que egoísmo y altruismo tengan en la espe-cie humana un sentido unívoco con el de las especies animales. Lo que se afirma es el carácteregoísta de la evolución animal y del hombre como especie animal. Tener conciencia clara de todaslas implicaciones de este principio es fundamental para no ir al fracaso, es decir, para sercapaces de aminorar o hasta de anular ese mismo egoísmo. Desconocer las leyes biológicas dela conducta humana es apostar por el fracaso.

No es mi intención hacer un análisis detallado de los argumentos de Dawkins. Se acepte o nosu interpretación genética de las conductas humanas, hay algo que sin embargo parece evidente: elaltruismo del Estado benefactor puede esconder motivos y móviles profundamente egoístas queponen en peligro la estabilidad del sistema. La crisis de 1973 podría explicarse, al menos en parte,

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28 Cf. John Maynard Keynes, «Las posibilidades económicas de nuestros nietos», en Ensayos de persuasión, Barcelona,Crítica, 1988, pp. 323-333.

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desde ahí. Lo cual, a su vez, conecta con la segunda de las razones de la crisis que me propusecomentar, la «explosión de costes» sanitarios, quizá provocada por motivos no siempre altruistas.

Sobre la grave situación económica de todos los servicios nacionales de seguridad social, heaquí unos datos tomados de documentos oficiales de la Unión Europea. Entre 1970 y 1980, los ele-vados niveles de paro provocaron una disminución de las cotizaciones y un aumento de las pres-taciones, y como consecuencia un fuerte desequilibrio financiero. La parte del producto interiorbruto destinada a la Seguridad Social continuó creciendo, a pesar de la crisis, y en un tanto porciento más elevado que el producto interior bruto, alcanzando cifras entre el 20 y el 30 por 100.

En España la situación no fue menos preocupante. Entre 1973 y 1981 la tasa de crecimientodel gasto total de la Seguridad Social por habitante y año fue del 8,83%, en tanto que el creci-miento del PIB por habitante y año fue del 0,97%. Esto hizo que el gasto de la Seguridad Socialen el PIB pasara del 8,84% en 1974 al 14,9% en 1981, cifra modesta si se compara con las delos países del Mercado Común antes citadas, pero que supone un aumento de 6 puntos en sie-te años, es decir, de 0,85 puntos por año, lo que equivale al 53% del crecimiento del PIB. Estosignifica que entre 1974 y 1981 la Seguridad Social absorbió más de la mitad del crecimientototal de la riqueza. Si la estimación se hace entre los años 1979 y 1981, entonces los gastos enSeguridad Social crecieron más que la economía, ya que ésta aumentó en 2,1 puntos y elincremento de la participación de la Seguridad Social en el PIB fue en ese trienio de 2,3 pun-tos. A ello contribuyeron las pensiones, los subsidios de desempleo y la asistencia sanitaria.Esta última pasó de acaparar el 2,6% del PIB en 1974 (300.000 millones de pesetas) al3,7% en 1981 (625.000 millones).

Frente a situaciones como las descritas los gobiernos parece que deberían haber reaccio-nado tomando medidas restrictivas inmediatas que redujeran los niveles de las prestaciones olimitaran el acceso a ellas. Pero éste se ha visto durante las últimas décadas que no es un objeti-vo políticamente estimulante ni fácil. Martin Anderson ha dedicado un capítulo de su libro Wel-fare, publicado en 1978, al tema: «The Impossibility of Radical Welfare Reform», la imposibili-dad de una reforma radical del Estado de bienestar.29 Todos los proyectos de reforma radical delsistema de bienestar han de cumplir tres condiciones, si quieren ser políticamente viables. Pri-mera, que sigan proporcionando un nivel aceptable de ayuda a las personas que dependen delos programas de bienestar. Segunda, que contengan fuertes incentivos para que las personasque dependen de los programas de ayuda encuentren trabajo y ganen más. Tercera, que el cos-te adicional que soportan los contribuyentes no se eleve más allá de lo razonable. Un programade reforma del sistema de bienestar no tendrá futuro político si no cumple estos tres objetivosal mismo tiempo, lo cual es muy difícil, como ha podido comprobarse en las últimas décadas. Sila condición primera se entiende como que las ayudas no deben disminuir, es muy difícil cum-plir la tercera, disminuir las aportaciones de los contribuyentes. De ahí la conclusión de Ander-son: «No hay modo de alcanzar al mismo tiempo todas las condiciones políticas necesarias parauna reforma radical del sistema de bienestar».

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29 Cf. M. Anderson, Welfare, Standford, Cal., Stanford University Press, 1978.

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Quizá por esto, porque la reforma radical es al menos muy difícil, lo que se propusieron apartir del año 1973 fueron reformas parciales, aunque drásticas. Así, empezaron a ser frecuenteslas posturas que intentaban combinar la tutela estatal con la iniciativa privada, mediante unsistema gradual o escalonado de seguros, en el que el Estado cubriría obligatoriamente el nivelbásico, el segundo nivel sería profesional y vendría cubierto por las aportaciones de empresa-rios y trabajadores, y el tercero sería el nivel de los seguros privados suscritos libremente porlos individuos particulares. Hacia ese modelo u otros parecidos ha ido evolucionando la legisla-ción de los países occidentales en las últimas tres décadas de la centuria.

La crisis económica obligó al diseño de un modelo nuevo de seguridad social. Pero a lavez aceleró el proceso de maduración de un nuevo modelo sanitario. Ambos acontecimientos serelacionan entre sí, razón por la cual las propuestas resultantes han guardado una gran sime-tría. Uno y otro se hallan estructurados en tres niveles, de los que sólo uno permanece como enla etapa anterior. Éste es el caso del nivel primario de los seguros, que sigue siendo obligatorioy estatal, y es también el caso del ahora llamado nivel terciario de la asistencia sanitaria, el pro-pio de la actuación médica científica y técnicamente más sofisticada, que permanece como en elperíodo anterior, en manos de los especialistas que trabajan en grandes hospitales con costeseconómicos muy elevados. Todas estas notas repiten las características propias del modelo sani-tario de los años cincuenta: hospitalización, especialización, etc. La diferencia está en que esetipo de asistencia se concibe ahora como el último nivel de un proceso que comienza con la lla-mada asistencia primaria, la gran novedad del nuevo modelo, no sólo porque faltaba completa-mente en la fase anterior, sino también, y sobre todo, porque este nivel primario constituye aho-ra el centro del sistema asistencial, la base de toda la nueva ordenación.

El modo más sencillo de definir la asistencia primaria es por contraposición a la asistenciaclásica o terciaria. Si de ésta decíamos que se desarrollaba en el hospital, de aquélla habremosde afirmar que es extrahospitalaria. Pasar de un modelo sanitario centrado en el hospital a otroorientado fuera del hospital es tanto como deshospitalizar la sanidad. Lo que hay fuera del hospitaly que constituye ahora el centro del sistema sanitario es la «comunidad», en el sentido técnicoque esta expresión tiene en sociología. En consecuencia, la nueva medicina, la medicina prima-ria, es «medicina de comunidad.» Esta medicina ya no la pueden ejercer los especialistas clási-cos, formados casi exclusivamente para la práctica hospitalaria, sino un tipo nuevo de médicogeneralista que, además de conocer técnicamente el diagnóstico y tratamiento de toda la pato-logía más frecuente en el área de su comunidad, debería hallarse correctamente formado en unasnuevas disciplinas, las llamadas ciencias sociomédicas y humanidades médicas, a fin de podermanejar técnicamente —y no sólo de modo intuitivo, como hacía el antiguo médico de cabece-ra— los factores sociales y humanos que condicionan la salud de la comunidad y el modo deenfermar de cada uno de sus miembros.

El nuevo sistema sanitario suele representarse gráficamente por una pirámide, en cuya baseestá la atención primaria de salud, la zona del medio se halla ocupada por la atención secun-daria y el vértice superior por la terciaria. Si se quiere representar mediante la misma figurael modelo sanitario de los años cincuenta, es preciso rotar completamente la pirámide, de modo

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que su vértice se halle en la parte inferior y la base en la superior. En el modelo de mediadosde siglo, en efecto, el nivel primario se hallaba infradesarrollado, en tanto que el terciario ocu-paba un volumen máximo. Su funcionalidad era muy baja, ya que no se correspondía con lasnecesidades y los recursos. Cuando se analizan las necesidades sanitarias de la población y secuantifican los recursos, se advierte pronto que unas y otros se corresponden aceptablementecon la representación piramidal de base inferior y vértice superior. Así, las necesidades sanita-rias de las comunidades suelen ser en un 86% de los casos de asistencia primaria, en el 12%de asistencia secundaria y sólo del 2% de asistencia terciaria. La distribución óptima de losrecursos económicos se ajusta también al diagrama piramidal, ya que en la asistencia primariase consigue la máxima rentabilidad, en tanto que en la secundaria la rentabilidad es menor, yen la terciaria la rentabilidad económica es mínima.

La asistencia primaria no es de categoría inferior, ya que sus profesionales son especialis-tas, los nuevos especialistas en la patología estadísticamente significativa en poblaciones de menosde 25.000 habitantes, así como en la prevención sanitaria y, en general, en el análisis de todoslos factores (económicos, sociales, culturales, éticos, religiosos, etc.) que inciden y determinanel comportamiento sanitario de los individuos y de las comunidades.

¿Salud para todos en el año 2000?

La Organización Mundial de la Salud convocó en 1978 una Conferencia Internacional, qui-zá la más importante de las últimas décadas, en Alma-Ata (antigua Unión Soviética). La Confe-rencia comenzó ratificándose en la definición de salud establecida en 1946: «La Conferencia rei-tera firmemente que la salud, estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamentela ausencia de afecciones o enfermedades, es un derecho humano fundamental y que el logro delgrado más alto posible de salud es un objetivo social sumamente importante en todo el mundo».

Ya hemos analizado las premisas en que se apoyaba esta definición y las consecuencias eco-nómicas que ha tenido. Parecería que tras la crisis de 1973 la ratificación solemne y pública seríaya imposible. Y sin embargo, la OMS abre uno de los documentos más importantes de su histo-ria, escrito a los cinco años de iniciada la crisis, precisamente con estas palabras. El hecho noparece tener fácil explicación. Pero si seguimos leyendo el documento de Alma-Ata, hallamos unpunto quinto que dice así: «Los gobiernos tienen la obligación de cuidar la salud de sus pueblos,obligación que sólo puede cumplirse mediante la adopción de medidas sanitarias y socialesadecuadas. Uno de los principales objetivos sociales de los gobiernos, de las organizaciones inter-nacionales y de la comunidad mundial entera en el curso de los próximos decenios debe ser elque todos los pueblos del mundo alcancen en el año 2000 un nivel de salud que les permitallevar una vida social y económicamente productiva. La atención primaria de salud es la clavepara alcanzar esa meta como parte del desarrollo conforme al espíritu de justicia social».30

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30 Organización Mundial de la Salud, Alma-Ata 1978: Atención Primaria de Salud, Ginebra, OMS, 1987.

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Este texto sí es nuevo; y considerado como un intento de explicación o exégesis de la defi-nición de 1946, hay que decir que aporta nuevos puntos de vista e introduce novedades impor-tantes. Por lo pronto, la utopía del «completo bienestar» queda atemperada con el establecimientode «niveles» de salud. Asumiendo para sí algunas de las más importantes conquistas de lasociología médica, los miembros de la reunión defienden un sistema de tres niveles de salud, pri-mario, secundario y terciario. Afirman, además, que cuando hablan de «salud para el año 2000»se refieren al nivel primario, que definen como aquel que permite a los seres humanos «llevaruna vida social y económicamente productiva». Si en la definición de 1946 salud era igual abienestar, ahora salud es igual a productividad; si allí la salud era considerada como «bien deconsumo», aquí aparece como «bien de producción». En medio está, obviamente, la crisis eco-nómica de 1973. Tras ella la OMS no considera necesario redefinir la salud y se mantiene en laestablecida en 1946; pero sí se ve obligada a «graduar» la consecución de este ideal y a estable-cer un primer nivel en que la salud queda tipificada, precisamente, como «bien de producción».

A partir de este momento, la OMS ha concentrado todo su interés en el proyecto de «saludpara todos en el año 2000», convirtiéndolo en la recomendación más importante de su política yen «la principal meta social de los gobiernos». En 1981, en un documento titulado Estrategia mun-dial de salud para todos en el año 2000, afirma que en las presentes circunstancias económicasy sociales el primer grado de salud, el que permite llevar a los ciudadanos una vida social y eco-nómicamente productiva, es «el grado más alto posible» para toda la humanidad. Y añade: «¿Quésignifica ‘salud para todos’? Significa simplemente la realización del objetivo de la OMS consis-tente en ‘alcanzar para todos los pueblos el grado más alto posible de salud’ y que, como mínimo,todos los habitantes de todos los países deberán gozar por lo menos de un grado de salud que lespermita trabajar productivamente y tomar parte activa en la vida social de la comunidad en la queviven». Salud ya no es igual a bienestar, sino a vida social y económicamente productiva.

Este objetivo lo hizo suyo en 1979 la Asamblea General de las Naciones Unidas, e instó atodos los organismos dependientes de las Naciones Unidas a que coordinaran y apoyaran losesfuerzos de la OMS y UNICEF mediante acciones apropiadas dentro de sus respectivas esfe-ras de competencia. Conectando con la preparación de una nueva Estrategia Internacional parael Tercer Decenio del Desarrollo, que fue objeto de examen durante el período extraordinariode sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrado en 1980, la Asamblea Gene-ral pidió que se prestara cuidadosa atención a la contribución de la OMS, y más concretamen-te a la Estrategia Mundial de salud para todos.

El movimiento de salud para todos en el año 2000 fue también aprobado por el Movi-miento de Países no Alineados (La Habana, 1979), por la Organización de la Unidad Africanay por la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental.

Tanto la Estrategia Internacional del Desarrollo de la ONU, como la Estrategia de Salud paratodos en el año 200 de la OMS estuvieron directamente motivadas por la recesión económica delos años setenta, que se sospechaba continuaría en los ochenta. Las Naciones Unidas preveían queen la mayoría de los países desarrollados el crecimiento del PIB por habitante disminuiría entre1980 y 1985 hasta llegar a menos de un 2% anual. Se consideraba probable que los ingresos

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por habitante de las personas que vivían en los países menos adelantados aumentara tan sólo un1% anual como máximo, lo que representaba un promedio de sólo 2 ó 3 dólares por persona. Sepreveía incluso una reducción de los ingresos por habitante para los 140 millones de personas omás que vivían en los países de ingresos bajos de África subsahariana. Si a esto se añade que segúnlas estimaciones de la propia ONU las tendencias demográficas mundiales hasta final de siglo pre-veían un crecimiento de la población de los países desarrollados de un 12,5% y de un 50% enel caso de los países en desarrollo, se comprende bien la importancia cada vez mayor de la saludde los países en vías de desarrollo en el total de la salud de la humanidad. En este sentido, empe-zó a cundir la sospecha de que en el año 2000 la salud de la mayor parte de la humanidad fue-ra peor que en 1980, precisamente porque el crecimiento de la población se hacía de modo casiexclusivo en los países menos desarrollados. Éstos eran, por lo demás, aquellos que se estabanempobreciendo como consecuencia de la crisis económica. Según las estimaciones de la OMS, lospaíses desarrollados contribuían con el 26% a la población mundial en 1980, y los países en desa-rrollo con el 74%, y se preveía que para el año 2000 los primeros sólo aportaran el 21%, fren-te al 79% de los segundos. En el año 2000 el planeta sería más tercermundista. Pero es queademás la población de ambos colectivos sería completamente distinta. Se esperaba que en los paí-ses en desarrollo la población entre 0 y 14 años fuera el 34%, frente al 22% de los desarrolla-dos; que la comprendida entre los 15 y los 64 años fuera del 61% frente al 65% de los segun-dos, y que con más de 65 años los países en desarrollo tuvieran una población del 5%, frente al13% de los desarrollados. Es decir, la población de estos últimos países no sólo sería cuatro vecesmenor en número, sino además mucho más vieja. Añádase a todo esto el dato de que muchospaíses en desarrollo venían dedicando a la salud menos de un 1% del PIB, frente a más del 10%de algunos países desarrollados, y será fácil establecer la inferencia de que muy probablementela salud de la humanidad en el año 2000 sería peor que la de 1980.

El fin de siglo

Esas previsiones no sólo se han cumplido, sino que la situación al final de siglo es muchopeor de todo lo que pudo imaginarse algunas décadas antes. El deterioro del medio ambiente, lacrisis de materias primas, etc., han demostrado en estos últimos años que el modelo de desarrollopropio de los países del llamado Primer Mundo es insostenible; el primer mundo practica un desa-rrollo que no sólo no es planetarizable, sino que es claramente insostenible. También es insostenible,bien que por motivos completamente distintos, el subdesarrollo propio del Tercer Mundo. De ahíque en el cambio de siglo se haya convertido en prioridad mundial la búsqueda de un nuevo mode-lo económico, político y ético, hoy generalmente conocido con el nombre de «desarrollo sostenible».

El desarrollo sostenible exige a su vez un nuevo tipo de medicina, que Daniel Callahan hadenominado «salud sostenible». Hoy sabemos que en el programa de los años cincuenta y sesen-ta, la búsqueda del «perfecto bienestar físico, mental y social» es, cuando menos, confundente ypeligroso. Confundente, porque el perfecto bienestar no podrá lograrlo nunca el ser humano;

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es una pura utopía, o un puro ideal. Y peligroso, porque la búsqueda de un objetivo utópico, yen consecuencia inalcanzable, acaba generando necesariamente frustración, insatisfacción ymalestar. De lo que cabe concluir que la búsqueda del bienestar, si no se realiza de modo pru-dente y razonable, puede generar lo contrario de lo que pretende, es decir, malestar. Hay muchasinstituciones interesadas en generar expectativas irracionales de bienestar en los individuos, por-que ello les supone inmensos ingresos económicos. Ya vimos que en el sistema keynesiano la indus-tria del bienestar alcanza una importancia económica hasta entonces desconocida.

Frente al bienestar utópico e irrealizable, el bienestar razonable y prudente. Eso es lo quepuede y debe buscar todo ser humano. Y para ello es necesario que tome conciencia de que la saludy el bienestar no son «hechos» puros, científicos, ajenos a los valores, sino que, muy al contrario,los conceptos de salud y bienestar están cargados de valores. Es indudable que no entendían porsalud lo mismo nuestras abuelas que nosotros, aunque sólo fuera porque tenían un sistema devalores muy distinto al nuestro. La salud es un fenómeno axiológico y cultural. No entiende porsalud lo mismo un asceta que un hedonista. De ahí la importancia de la educación en valores paraconseguir que los miembros de nuestras sociedades asuman criterios razonables de salud y bien-estar. El sistema sanitario no podrá nunca atender a las necesidades de la población, si ésta se empe-ña en pedir lo que el sistema sanitario nunca podrá dar, el perfecto bienestar, la perfecta felicidad.Precisamente porque ahora interviene el concepto de bienestar en nuestra definición de salud, esabsolutamente imprescindible hacer reflexionar a nuestras sociedades sobre las dimensiones axio-lógicas de ese término. Frente a bienestar utópico e irracional, el bienestar razonable y prudente.Ése es el gran tema social, político y sanitario en el cambio de siglo y de milenio.

CONCLUSIÓN

En un siglo hemos más que duplicado nuestra esperanza media de vida al nacimiento. Esun hecho que probablemente no volverá a repetirse nunca más en la historia. En este sentido,somos una generación auténticamente privilegiada: ninguna en la historia entera de la huma-nidad ha tenido la suerte que nosotros tenemos.

Pero no nos equivoquemos. Las enfermedades seguirán existiendo y la muerte también. Por esola cuestión última no tiene que ver con los medios sino con los fines. La cuestión última no es decuántos medios disponemos, sino qué fines, qué objetivos nos proponemos en la vida. Hoy el pro-blema no es ya cuantitativo sino cualitativo; como reza un slogan sanitario, el problema no está endar «años a la vida» sino «vida a los años». Y este problema no es directamente médico, sino axioló-gico, social y cultural. Hoy el problema principal no es cuánto vamos a vivir sino cómo y para qué;cuáles son nuestros ideales, nuestras expectativas y nuestros valores en la vida. De ellos depende-rá, en última instancia, el que seamos inmensamente felices o profundamente desgraciados.

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La Cirugía

HIPÓLITO DURÁN SACRISTÁN

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L a Cirugía General constituye una materia de los estudios de la Medicina fundamental, perohoy día está cuestionada por los que creen que la única Cirugía que existe es la que se hace

en las distintas especialidades quirúrgicas. Los mismos piensan que la Cirugía General fue unamateria que hoy día desaparece por la fragmentación en especialidades.

Nada hay mas incierto que esto, porque las que son verdaderamente viejas son las Espe-cialidades quirúrgicas que nacieron mucho antes que la Cirugía General. En efecto, la CirugíaGeneral nació hace un siglo para agrupar el conjunto de fenómenos fisiopatológicos, morfoló-gicos y etiológicos que eran comunes a especialidades quirúrgicas previas, que se trataban ope-ratoriamente y no tenían conexión entre ellas.

Así, pues, cuando se han ido separando diferentes materias especializadas de la CirugíaGeneral, parece que esta disciplina se está desintegrando, cuando, en realidad, era la integra-dora de las actividades dispersas de tratamiento operatorio. Realmente se trata de una vuelta ala situación de partida, después de que muchas actividades quirúrgicas se han beneficiado dela doctrina común y de las ventajas de la experiencia operatoria racional, a partir de tener laMedicina contenidos científicos, desde finales del siglo XVIII.

Especialidades anteriores a la existencia de la Cirugía General. A lo largo del Paleolíticoy del Neolítico se reducían bien las fracturas, se trataban las heridas y hay evidencias de artri-tis, tumores, mal de Pott, luxaciones congénitas y Paget. También se hacían trepanaciones paracurar la epilepsia y expulsar los espíritus malignos.

En la época arcaica y de las medicinas clásicas asiáticas, la Cirugía egipcia tiene como docu-mento quirúrgico el papiro de Edwin Smith, con 48 historias clínicas de traumatismos y de cán-cer de la mama, El papiro de Ebers habla de heridas y quemaduras así como de lesiones óseasno traumáticas.

En la civilización babilónica, el código Hammurabi describe invalideces y castigos a loscirujanos cuando no tenían éxito.

En China acupuntura y masajes. En Grecia las grandes figuras de Hipócrates y Galeno. Enla Medicina occidental medieval había maestros cirujanos, cirujanos barberos y cirujanos empí-ricos (girovagos), rayando en la curandería.

La cirugía del Renacimiento tuvo muchísimas aportaciones quirúrgicas en heridas, ampu-taciones, colgajos cutáneos, craniectomías, cirugía urológica e, incluso, cirugía plástica.

En el Barroco, hubo cirugía traumática, amputaciones, quemaduras, rigideces y anquilo-sis articulares, etc.

En la Ilustración se inicia el verdadero conocimiento de las enfermedades quirúrgicas yhay progresos en la hemostasia, aneurismas, fracturas, traumas de cráneo, heridas, herniasy urología.

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En el Romanticismo, miembros, ortopedia, cirugía vascular y plástica, hernias, recto, etc.En el positivismo naturalista (1848-1914) la Cirugía va a sufrir una auténtica revolución

constituyéndose como una verdadera ciencia gracias al dominio del dolor (anestesia), el domi-nio de la infección (antisepsia y asepsia) el dominio de la hemorragia (hemostasia y transfu-sión sanguínea). Desde esta época, gracias al dominio del dolor, de la infección y de la hemo-rragia surge la cirugía de las cavidades abdominal y torácica así como la craneal. Los hombresque iniciaron la cirugía de las cavidades eran, en su mayor parte, cirujanos generales, quepracticaban toda la cirugía. Por entonces surgió la Cirugía General, como veremos.

Hemos recordado, someramente, las actividades de los cirujanos en la historia, que abar-caban traumatología, ortopedia, urología, cirugía periférica y vascular, cirugía plástica, cra-niotomías, mama, etc., antes de la aparición de la anestesia, asepsia y antisepsia y hemostasia.Cuando se lograron estos avances, se inició la entrada en las cavidades y, por ello, el desarrollorápido y global de la cirugía. Más adelante, de esta actividad conjunta se fueron desglosandoespecialidades que, anteriormente a la Cirugía General, ya habían existido.

CONCEPCIÓN ACTUAL DE LA CIRUGÍA GENERAL

En nuestro país, la mentalidad de mucha gente hace que el término de «Cirugía General»se ha subestimado por considerarse el quehacer de personas no especializadas. Por el contra-rio, en muchos países está muy arraigado y nada denostado, pese a que la gente está bieninformada de la existencia de especialidades quirúrgicas.

Me voy a permitir recordar lo que ocurre en los Estados Unidos, país donde han nacidomuchas especialidades en todas las áreas del saber médico y donde estos temas se tratan con bas-tante equilibrio.

El término «Cirugía General» se ha usado desde hace algo más de 100 años, aunque su ori-gen no está bien conocido así como su definición original.

En algunos libros de menos de 150 años se puede ver que ya se iniciaba la especializa-ción. Erichsen en 1854 excluía del texto las operaciones sobre los ojos, conservando las res-tantes materias.

En Estado Unidos hace 100 años la Ginecología va unida a la Cirugía, por ello, la mayorparte de los cirujanos americanos hacen Cirugía y Ginecología.

Jordan, en el año 1991 dice que el término Cirugía General se puede contemplar en las seriesllamadas Year Book de tal forma que el primer libro titulado Year Book of General Surgeryfue publicado en 1901. En aquel tiempo esta publicación comprendía 10 volúmenes (uno paraojos, nariz y garganta; otro para Ginecología; otro para Cirugía General y los demás para el res-to de las especialidades médicas: Anatomía, Bacteriología, Medicina General; enfermedades men-tales, patología, psicología y enfermedades venéreas).

En 1940 el Year Book de Cirugía General, además de los temas que trataba incorporósecciones de Anestesia, Ortopedia, Neurocirugía y Cirugía Torácica. Todas estas materias las

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seguían tratando los cirujanos generales, aunque rechazaban progre-sivamente las actividades ginecológicas, urológicas, oftalmológicas y oto-rrinolaringológicas.

En 1970, se dejaba fuera la Ortopedia, la Anestesia y la Neuro-cirugía y el libro empezó a titularse Year Book of Surgery.

¿Qué representa la Cirugía General para los americanos? Los ame-ricanos requieren para la formación de los cirujanos (American Board ofSurgery, 1937) un conjunto de actividades que exponemos a continua-ción, en el país donde las especialidades médicas están más avanzadas.Empiezan a colocar el término «General Surgery» entre paréntesis des-pués de la palabra «Surgery».

El Board tiene un núcleo central de conocimientos que comprenden Anatomía, Fisiología,Metabolismo, Inmunología, Nutrición, Patología, Curación de las heridas, Shock, Resucitación,Cuidados Intensivos y Neoplasias, los cuales son comunes a todos los especialistas quirúrgicos.

El Cirujano General, en este país, es aquel que tiene habilidad y conocimientos para el diag-nóstico, tratamiento preoperatorio, operatorio y postoperatorio de las siguientes áreas de res-ponsabilidad: Aparato digestivo; Abdomen y su contenido; Mama piel y tejidos blandos; Cabe-za y Cuello; Sistema vascular (excluyendo vasos intracraneales, corazón y aquellos vasosintrínsecos y adyacentes al mismo); Sistema Endocrino; Cirugía Oncológica; Tratamientosrelacionados con el trauma (lesiones musculoesqueléticas, mano y cabeza); Politraumatizados;Cuidado de los pacientes en estado crítico (salas de urgencias, unidades de cuidados intensi-vos, unidades de traumas y quemados).

Adicionalmente, el cirujano general debe tener conocimientos de Cirugía Pediátrica, Plás-tica y Torácica, en general, así como los problemas comunes y su tratamiento en Cirugía Car-diaca, Ginecológica, Urológica, Neurológica y Ortopédica.

Esto ocurre en los Estados Unidos. En España, el cirujano general se forma en los servi-cios de Cirugía General y del Aparato digestivo (como si ambas cosas fueran diferentes).

En Estados Unidos no hay tanta especialidad como en España y cuando quieren la subes-pecialización en las disciplinas contenidas en el Board of Surgery obtienen Certificados de Cua-lificación Especial, que no son títulos de especialistas en cirugía vascular, pediátrica, de la mano,de cuidados intensivos, etc.

Planteamiento de la realidad sobre la Cirugía General. En España la Cirugía General es loque va quedando en la práctica quirúrgica tras la separación de las principales especialidadescomo la Ortopedia, la Traumatología, la Neurocirugía y la Cirugía Cardiovascular y Torácica. Elespacio de la Cirugía General se va encogiendo, con la natural preocupación de los cirujanos.

Sin embargo, en la realidad, en el mundo de la Cirugía General existe la idea y el deseo crecientede que los cirujanos generales practiquen especialmente en un campo de interés especial para ellosy en este sentido las tres áreas más frecuentes de subespecialización son la Cirugía Vascular, la Gas-trointestinal y la Mamaria-Endocrinológica. Se supone que esta subespecialización permite alcanzarniveles asistenciales más altos y una mayor satisfacción personal para los profesionales.

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RAFAEL VARA LÓPEZ

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En referencia al futuro de la Cirugía General suponemos que seguirá existiendo, aunquemuchos cirujanos generales optarán por una parte más concreta de la disciplina, aunque hacien-do también el resto, limitándose a casos intermedios, así como a las urgencias. Se ha realizadouna encuesta a los cirujanos del Reino Unido, antes de ser «consultant». Ellos admiten que cuan-do lo sean, ejercerán la Cirugía General con alguna dedicación específica preferente.

La especialización y la superespecialización plantea problemas con los casos urgentes y demanera particular con los casos de politraumatizados.

Tendencia a la especialización. Es un proceso universal pero con matices en los dife-rentes países y sobre todo con la naturaleza de los hospitales, sectores y núcleos urbanos,que plantean diferentes situaciones económicas y de utillaje, que muchas veces se tradu-cen en la imposibilidad de tener instalaciones sofisticadas. La escasez de estos medios espe-ciales da más relieve a los médicos y cirujanos generales, que ha de realizar muchas asis-tencias con los conocimientos y la práctica necesarios para el ejercicio de su actividad encualquier lugar.

En los Estados Unidos existe el nivel más alto de especialización, aunque en los hospitalescomarcales, de provincias, etc., la tarea del cirujano general está totalmente conservada, inclu-so con especialidades que fueron las primeras en separarse y allí se conservan unidas a laCirugía General.

Por el contrario, en los centros más cualificados la idea de la subespecialización está tanarraigada que un cirujano colorrectal, por ejemplo, para quitar un tumor en la pelvis, compli-cado, puede requerir el concurso de un urólogo, un ginecólogo y un cirujano vascular. No creoque esto merezca discusión alguna. ¿Cómo se puede abordar un cáncer de recto avanzado sintener habilidad para solucionar problemas urológicos, ginecológicos o vasculares, que puedenaparecer en la cirugía de resección completa?

En Australia, el quehacer de la Cirugía General se parece a la del Reino Unido, donde loscirujanos de distrito y privados ejercen la Cirugía General en un sentido más amplio, aunqueen Hospitales-Docentes se van estableciendo progresivamente áreas más concretas de la Cirugía.

En la India prácticamente toda la actividad está integrada en la Cirugía General, aunquevan apareciendo especialidades como la Cirugía Vascular, por ejemplo.

En Europa Continental tambien se está produciendo la especialización. En Alemania, enlos grandes hospitales se hace Cirugía General, que comprende la torácica y vascular. Sin embar-go, en otros centros importantes se van haciendo especialidades.

En Francia, se contempla la especialización. En este país hay diferencias entre los ciruja-nos universitarios y los que no lo son. Los que desean lo primero, antes de acabar la carrerahacen un doctorado en Ciencias en un hospital docente.

Cirugía mínimamente invasiva (Minimally invasive surgery).Esta Cirugía se inició a finales de la década de los setenta y comienzo de la de los ochenta,

como una nueva metodología aplicable a diferentes especialidades quirúrgicas, que ha llegadoa tener mucho predicamento. Se han hecho Sociedades de esta Cirugía y sigue siendo materiaestrella en Congresos.

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Sus seguidores rinden culto a la incisión pequeña, la falta de sero-mas, hematomas, dolor, dehiscencias, evisceraciones, adherencias, queloi-des, etc. Además esta Cirugía requiere poco tiempo de hospitalización.

Los cirujanos van siendo sustituidos por radiólogos intervencionis-tas. Las técnicas pueden hacerse por las vías naturales u otras entradaspreparadas por el radiólogo experto o por el cirujano.

Origen de la cirugía mínimamente invasiva. Estas técnicas se cono-cían antes de su aparición oficial. En 1950, Wittmoser hizo la simpa-tectomía transtorácica endoscópica.

En 1980, Burhenne extrajo cálculos del colédoco percutáneamentea través de un tubo en T, desde 1972.

En 1976, Fernstrom realizó la primera extracción percutánea de un cálculo renal.En 1981, Wickham, en el Instituto de Urología de Londres, y en el año 1982 Marberger y

col., en la Universidad de Mainz, en Alemania, hicieron la extracción percutánea de cálculos enla litiasis renal.

En 1980 Chanssy y col. realizaron el tratamiento de los cálculos urinarios mediante ondasde choque extracorpóreas por el que con una descarga eléctrica, desde el exterior del organis-mo, se pueden fragmentar los cálculos de la vía urinaria.

En el año 1986, Woodhouse y col. realizaron la resección endoscópica percutánea de tumo-res de células transicionales de la vía urinaria.

Como prácticas actuales, la artroscopia se acepta como una técnica muy extendida, nosólo para diagnósticos sino para tratamientos, con las naturales limitaciones de estos últimos.

La discectomía percutánea se practica por algunos con las reservas naturales.También se ha practicado la fragmentación de cálculos biliares por ondas de choque

extracorpóreas (Sauerbruch, 1986), aunque para que esto funcione se requiere que la vesícu-la sea funcionante además de otras circunstancias que no caben en el contexto enumerativo deesta conferencia.

La colecistolitotomía percutánea y la colecistolitotripsia (Kellet y col., 1988) se han usadocomo técnicas coadyuvantes de las ondas de choque.

La técnica más usada es la colecistectomía endoscópica, con buenos resultados (Dubois ycol., 1989) y cada día más divulgada.

También por estos tiempos se han hecho extirpaciones de tumores rectales por vía trans-anal hasta un margen de 20 cm, extirpándose totalmente el tumor y la pared rectal, seguidade anastomosis.

Cuando se realiza una esofaguectomía transhiatal, se puede hacer la disección torácicacon control endoscópico, gracias a la diatermia en los vasos individualizados.

En 1988, Semm ha realizado muchas técnicas ginecológicas mediante laparoscopia, comola ligadura de las trompas, liberación de anejos y extirpación de los mismos, embarazos ectópi-cos, miomectomías, extirpación de quistes del ovario, etc. También este autor ha sido el prime-ro en extirpar un apéndice por vía endoscópica.

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LEÓN CARDENAL

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La endoscopia en las hemorragias altas del aparato digestivo. Cuando un paciente sangrapor el tramo alto del aparato digestivo, hay dos cosas que requieren prioridad, que son la loca-lización precisa de la fuente hemorrágica y la intensidad de la misma.

Forrest, en 1974, ha hecho una clasificación muy bien aceptada para evaluar los factorespronósticos en estas hemorragias:

FI a) Hemorragias arteriales en chorro.FI b) Hemorragias con sangre rezumando.FII Signos o estigmas de las hemorragias recientesFII a) Vaso visibleFII b) Presencia de trombo adherente.FII c) Base negra.FIII Ausencia de estigmas o señales.

Basándose en esta clasificación se puede predecir que la hemorragia a chorro recidiva el85% de las veces; la hemorragia con vaso sangrante o visible sangra el 86% de los casos. Sinembargo, las dos terceras partes de los casos que han tenido hemorragias recurrentes no teníanhemorragia activa en la endoscopia.

De las exploraciones diagnósticas se ha pasado a las prácticas terapéuticas para las cualesse requiere ver el fondo de la úlcera ya sangrante, ya rezumante. Con ello se hacen prácticas dehemostasia endoscópica, de las cuales hay tres variaciones:

I. Inyecciones de vasoconstrictores, sustancias esclerosantes, agentes promotores de trom-bos y sustancias aglutinantes.

II. Métodos termales, que actúan provocando una vasoconstricción irreversible de los vasossangrantes y/o induciendo una trombosis endoluminal (Lásers, NdJAG, Argón sondas demetal microondas por un cable, etc.).

III. Métodos mecánicos de hemostasia endoscópica (clips metálicos, clamps, ligaduras debandas de goma, suturas y máquinas grapadoras).

Los métodos de inyección se utilizan para hemostasia de vasos pequeños; los métodos termalespara los vasos medios o pequeños de menos de un milímetro y los mecánicos para los vasos mayores.

Los métodos de tratamiento endoscópico no tienen la misma seguridad en la detención dela hemorragia y en la prevención de recidivas que las operaciones convencionales.

El tratamiento endoscópico está muy difundido en las varices esofágicas, aunque se repro-ducen en el 30%.

El tratamiento operatorio sigue teniendo protagonismo en las hemorragias en enfermosurgentes. La Cirugía después de la hemostasia endoscópica reduce la mortalidad en el trata-miento de la úlcera sangrante.

Las indicaciones para la cirugía siguen siendo: pacientes de edad avanzada o conenfermedades concomitantes; cuando haya recidivas después del tratamiento endoscópico; enla úlcera duodenal de la pared posterior y en la gástrica por encima de la incisura angu-

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laris; en los casos que el enfermo tiene hemorragias tan profusas que entra en shock; tambiéncuando las hemorragias se presentan en el decurso de un tratamiento médico adecuado.

En el tramo digestivo distal, se pueden tratar endoscópicamente los pólipos sangrantes enalgunas ectasias vasculares; en pacientes de alto riesgo por la edad o por algunas taras, sepueden extirpar tumores por vía rectal por disminuir el riesgo.

Alternativas en los tratamientos médicos y quirúrgicos en la úlcera péptica. En las últimasdécadas ha disminuido el tratamiento operatorio en las úlceras del estómago y duodeno desdela era precimetidínica (1974-1976) a la postcimetidínica (1982-1984).

Hoy día, para algunos está cuestionado si hay lugar para operar la úlcera péptica cuandoexisten varias familias de medicamentos bloqueantes o antagonistas de los receptores H2.

En mi criterio no es bastante con quitar la úlcera si no se quita la diátesis ulcerosa que man-tiene permanente la producción de ácido, ya que al suprimir los bloqueantes de receptores, laúlcera puede recidivar. De hecho, no ha bajado la mortalidad por úlcera después del uso de estasmedicaciones, sino que han aumentado los muertos por hemorragias y perforaciones en las guar-dias (en Inglaterra y Gales, por ejemplo). La razón está en que no se hacen operaciones opor-tunas para suprimir la secreción clorhidropéptica, sino que se mantiene con obstinación elcontrol de los receptores, cosa que no siempre es suficiente.

Estas circunstancias hacen que la Cirugía deba seguir teniendo un protagonismo en los casosen que se hace necesaria la desaparición de la diátesis ulcógena. A este respecto ha habido unalarga polémica entre los métodos operatorios para la úlcera péptica tratando de eludir los métodosde resección a favor de las vaguectomías. Pasados los años de total predominio de las vaguectomí-as, han empezado a aparecer recidivas ulcerosas en pacientes vaguectomizados, denunciados porlos propios autores de las técnicas, que pueden llegar a alcanzar el 30-40% de los casos operadoshace más de 15-20 años. En lo sucesivo, los cirujanos deben tener presente la práctica de resec-ciones, realizadas durante muchísimos años, que son carentes, en la práctica, de recidivas.

Reflexiones sobre la futura cirugía del cáncer. Los cirujanos actualmente tenemos que tenerpresente los progresos en la Biología Molecular para comprender muchos avances en los trata-mientos oncológicos, que van invadiendo los campos que antes ocupaban las técnicas quirúrgi-cas exclusivamente. El cáncer se puede considerar una enfermedad determinada por cambios enlas moléculas específicas. Estos cambios son: alteraciones en la estructura, regulación y cantidadde los factores de crecimiento; estos mismos problemas relacionados con los receptores de estosfactores de crecimiento; los mismos cambios en los transductores de señal y en las proteínas codi-ficadas por oncogenes determinantes o recesivos.

Organización de las moléculas en la célula. Las células se organizan formando tejidos yórganos y este proceso está controlado por cierta clase de moléculas: los factores de crecimiento,que son segregados por casi todas las células y, después, actúan sobre ellas mismas (función auto-crina), sobre las células más próximas (función paracrina) o a distancia (función endocrina).

Cada tipo de factor de crecimiento se une a un receptor específico del mismo, que está situa-do en la membrana celular. Cuando se efectúa la unión factor-receptor, este último queda motiva-do para enviar una señal al interior de la célula, activando moléculas en el citoplasma y en el núcleo.

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Como es sabido, el núcleo contiene ácido desoxirribonucleico (DNA) en el cual está el códi-go genético para la constitución de la célula. También está el ácido ribonucleico (RNA) confunciones relacionadas con la síntesis de las proteínas (ejemplo, RNA ribosómico, RNA de trans-ferencia, RNA mensajero, mRNA). También en el núcleo hay proteínas relacionadas con el DNA,que reproducen el mismo para la reproducción de la célula, a la reparación de las moléculas deDNA, para evitar mutaciones o leen el código genético.

Desde el núcleo pueden salir señales, a través del mRNA, para que se produzcan nuevos facto-res de crecimiento o nuevos receptores de tales factores. De la misma manera, los factores de creci-miento y los receptores de tales factores, pueden enviar señales al núcleo que alteran las proteínasasociadas al DNA y cambian o el nivel de la síntesis de DNA o el nivel de transcripción de ciertos genes.

En los cánceres, la proliferación o señalamiento de los factores de crecimiento son disre-gulados y amplificados, lo que facilita el crecimiento celular permanente. Por ello, el futuro dela oncología es tratar la fisiología molecular aberrante de la célula cancerosa.

Hay distintos factores de crecimiento. Los más relevantes por ahora son: factores de creci-miento derivados de las plaquetas; factores de crecimiento epidérmico; factores de crecimientotransformadores alfa y beta; factores de crecimiento de los fibroblastos; factores de crecimien-to Insulina like I y II; la interleukina; factores colonestimulantes.

Receptores de los factores de crecimiento, están formados por un área o dominio extrace-lular, un segmento alfa, helicoidal, en la membrana y un área o dominio intracelular.

El dominio extracelular une, ligando factores de crecimiento u otras proteínas desconoci-das. La parte helicoidal de la membrana sujeta las proteínas y puede estar implicada en señal,modulación o trasducción. El dominio intracelular une el ATP y efectores proteínicos dandolugar a fosforización de proteínas y tirosina, es decir a actividad tirosinoquinasa.

Proteínas múltiples afectadas por la señal de transducción. Cuando los factores de creci-miento y los receptores se ligan, la activación de la tiroquinasa da lugar a una cascada de pro-teínas fosforiladas a tirosina, algunas de las cuales dan lugar a segundos mensajeros y proteí-nas de unión al DNA.

Otro segundo mensajero de la unión factor de crecimiento-receptor es la fosfolipasa C, lacual da lugar a liberación de diacilglicerol (DAG), a liberación de trifosfato de adenosina (TTP3)así como a liberación de prostaglandinas y leucotrienos.

Como resultado de la activación de la fosfolipasa C se estimula la proteinoquinasa C, la cualproduce la ruptura de c-fos y c-myc.

La activación de la proteinoquinasa C fosforila receptores de factores de crecimiento atheonina, la cual decrece su respuesta a factores de crecimiento, echándolos fuera. También elreceptor del factor de crecimiento se autofosforila a sí mismo, lo cual echa fuera el receptordel factor de crecimiento, o sea que reduce la regulación.

Otro camino de la señal de transducción son las proteínas unidas a las que pertenecen lasproteínas ras G.

Interpretaciones terapéuticas. Si recordamos que la unión de factores de crecimiento conlos receptores a ellos y a las proteínas vecinas de la membrana inducen una señal, que es trans-

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mitida de la membrana al núcleo, o viceversa, se deduce que la inte-rrupción de estos caminos moleculares en los cánceres, por manipula-ción terapéutica, pueda ser una forma de interrumpir el crecimientodesmesurado de la célula cancerosa. Ahora se sabe que los anticuerposmonoclonales a los receptores de los factores de crecimiento han demos-trado decrecer el desarrollo de tumores.

También una nueva clase de compuestos, tyrphostins, son inhibi-dores específicos, competitivos de la tirosinaquinasa intracitoplásmi-ca, dominio del factor de crecimiento.

Por otro lado, las drogas que inhiben el metabolismo del coles-terol, como el compactin o lovastatin, inhiben la unión de los ácidosgrasos a las colas de las proteínas ras, previniendo sus movimientos en la membrana y susubsiguiente activación de enzima segundo mensajero.

Con estas drogas que actúan sobre los caminos moleculares recordados se puede combatirel cáncer en el futuro y, tras ello, la Cirugía se dedicará a restaurar, reparar y extirpar tumo-res más que a hacer mutilaciones.

Modificaciones que se inician en la Cirugía Cardiaca. Desde que el alemán LudwingRehn y el italiano Guido Farina, en 1896, trataron las dos primeras heridas del corazón, hastanuestros días, se le ha perdido el miedo e incluso el respeto a este «reducto» o última ciudadelaque faltaba conquistar al cirujano, al decir del eminentísimo Harvey Cushing, hace más de mediosiglo. Pues bien, a este reducto se le ha abierto, cosido, reparado, se le han pegado parches,válvulas, prótesis; se le ha sustituido por otro mediante trasplante o por otro artificial, o se leha obligado a funcionar al dictado de una batería de bolsillo. Cuando parece que todo estopuede conducir a nuevas aventuras sobre el mismo corazón, va surgiendo una tendencia con-servadora, antiquirúrgica, que se va instalando lentamente al igual que en el resto de la Ciru-gía, en la que se trata de quitar protagonismo al bisturí.

Una parte de la actividad de los cirujanos del corazón va pasando a los cardiólogos, quemanejan procedimientos sencillos, hechos por vía percutánea. Veamos algunos ejemplos:

— En el ductus arterioso persistente, Porstmann, en 1966, comenzó a obliterarlos conun tapón, transportado por catéteres a través de la arteria femoral.

— En la insuficiencia coronaria se realizó, en Zurcí, en 1976 (Gruentzig y col., 1979) unadilatación mediante dos catéteres, uno guía y otro interior, dilatador, que conduce con-trastes por una luz y por otra se puede dilatar para distender los vasos comprometi-dos y aplicar prótesis. También se pueden desobstruir las coronarias por láser (Abelay col., 1982).

Las técnicas de angioplastia se pueden usar en vasos periféricos o en la coartación de laaorta en algunos casos (Sos y col., 1979). Lo mismo ha ocurrido con la valvuloplastia pulmo-nar con balón (De Vega y cols., 1982); en la estenosis valvular aórtica (Labadini y cols., 1982);

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FRANCISCOORTS LLORCA

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en la estenosis mitral (Inoue y cols., 1984). Como puede verse, éste es un camino abierto haceunos años y el perfeccionamiento de la técnica y de la preparación de los expertos, así como elprogreso de los materiales, darán, en el futuro resultados sorprendentes.

COMENTARIOS SOBRE LOS TRASPLANTES DE ÓRGANOS

En la leyenda «aurea» de Jacobo de Varagine, se recoge el milagro de San Cosme y SanDamián, verificado sobre una pierna del sacristán de la capilla de estos santos, que se gangre-nó y fue extirpada y sustituida por un miembro negro de un etíope fallecido. Este milagro sedice que ocurrió en el siglo IV y está representado en diversos dibujos y grabados, como uno quese guarda en la Colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias, pintado por Pedro deBerruguete, en el siglo XV.

Desde los días en que era necesario un milagro para un trasplante hasta hoy, se ha reco-rrido un largo camino.

En el año 1902, Ulímann, de Viena, hace el autotrasplante del riñón de un perro a los vasosdel cuello del animal, empleando tubos protésicos y dejando el uréter libre. Hizo también unxenoinjerto, aplicando un riñón de un cerdo en el codo de una urémica.

En 1902, Alexis Carrel puso en marcha las anastomosis vasculares, por lo que obtuvo elPremio Nobel, en 1912. Desde estas fechas, se ha trabajado muy fuerte en Cirugía Experimen-tal de trasplante de órganos, destacando los que pueden encontrarse en el libro de Demijov (1960)donde figuran trasplantes de cabezas de perros pequeños a otros mayores, así como trasplan-tes de mitades de cuerpo.

En la primera mitad de este siglo, quedan prácticamente resueltos los problemas técnicos.En 1950, se realiza el primer trasplante renal humano (Lawwler y cols., 1950). Un año des-pués, David Humer, en Boston, inicia un programa de trasplante renal.

En 1963, Starzl, en Denver, hace el primer intento de trasplante de hígado humano.En 1967, Barnard, en Sudáfrica, realiza el primer trasplante ortotópico del corazón basa-

do en la técnica desarrollada por Lover y Shumway, en la Universidad de Colorado. En el mis-mo año, Starzl logra supervivencia en el trasplante del hígado y otros, como Calne (Cambrid-ge) y Williams (Londres) consiguen amplios programas.

Desde los años cincuenta hasta nuestros días se ha luchado con la inmunosupresión (radia-ción, mercaptopurina, azotiaprina, prednisona, cyclosporina, anticuerpos monoclonales, etc.).

Hoy día se ha generalizado el trasplante y en el futuro alcanzarán a todos los países. Enseptiembre de 1989 nace en Francia, Hesperis, fundación de interés público que crea el pri-mer Colegio Europeo de Trasplantes, sobre la base de que en el siglo que comienza una decada dos intervenciones será un trasplante (Caballero 1991). La aparente paradoja de que lamuerte pueda, hoy, generar vida es una realidad.

También en el futuro, ante las dificultades de provisión de órganos se desarrollará la posi-bilidad de los xenoinjertos, de los que ya hay precedentes humanos.

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La evolución de las InstitucionesJurídico-administrativas

durante el siglo XX

FERNANDO GARRIDO FALLA

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1 . INTRODUCCIÓN

El panorama de nuestra Administración pública y de su Derecho de cara al siglo XXI

ha variado sustancialmente respecto de la situación existente al comienzo del siglo XX. Haninfluido en ello, por supuesto, causas externas a nuestro país: dos guerras mundiales, re-voluciones políticas y una revolución tecnológica cuyos resultados aún han de reportarnossorpresas que hasta hace poco pertenecían a la más imaginativa ciencia-ficción; otras cau-sas se han originado dentro de nuestras propias fronteras. En algunas, el protagonismopertenece a personas cuyo nombre ya está en la Historia y pondré especial cuidado enacordarme de ellas cuando se trate de quienes fueron académicos de las RR. Academiasque constituyen el Instituto de España, especialmente de las dos a las que me honro en per-tenecer.

He vivido al servicio de la Administración Pública más de la mitad del siglo ya acabado.Por eso, no debe extrañar que utilice como principal fuente de conocimiento mis propiasvivencias, de manera que lo que escuchen ustedes algo tendrá de «autobiografía» o de «memo-rias»; pues ingresé al servicio del Estado en 1946 mediante oposición para cubrir plaza deletrado de las Cortes, organismo cuya sustancial transformación —que, por supuesto, vivídesde dentro— resulta ocioso subrayar; ingresé, también por oposición directa a la catego-ría de jefe de administración, en el Ministerio de Educación Nacional (así llamado entonces)en 1949, cuando aún estaba vigente la vieja Ley de Bases de Procedimiento Administra-tivo de 1889, en la que leíamos los plazos extraordinarios de que la Administración dispo-nía para resolver los expedientes que habían de ser informados en Cuba, Puerto Rico o lasIslas Filipinas; y, en fin, en la propia década de los cuarenta inicié mi carrera docentecomo ayudante en la cátedra del pluriacadémico profesor Gascón y Marín y obtuve des-pués —tras las entonces inevitables oposiciones (a mi juicio la mayor aportación al princi-pio democrático de igualdad de oportunidades hecha por España)— la categoría de pro-fesor adjunto en la cátedra de quien luego fuera ilustre académico Segismundo Royo-Villanova y, por fin, hace ahora justamente medio siglo, gané por oposición la cátedra deDerecho Administrativo de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza. Diez añosdespués me integré, ¡siempre por oposición!, en la Universidad Complutense de Madrid,en la que, ahora como profesor emérito, continúo desempeñando actividad docente arran-cando un tiempo, que no me sobra, de mis funciones de magistrado del Tribunal Cons-titucional. Han transcurrido, pues, 55 años desde la primera fecha antes citada que mepermiten prescindir de cualquier tipo de erudición libresca para contar lo que viene acontinuación.

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II . UN RECUERDO PERSONAL

Allá por los años cincuenta, siendo ministro de Educación Nacional Jesús Rubio y subse-cretario José Maldonado —ambos amigos y compañeros y académicos de la Real de Jurispru-dencia y Legislación— me encontraba yo, en mi condición de funcionario del Ministerio, en eldespacho del subsecretario. En un momento, dejó de mirar los papeles que le llevaba, abrió uncajón de su mesa y extrayendo una vieja fotografía me dijo: «Mira, éste era nuestro Ministerio aprincipios de siglo». La fotografía reflejaba un grupo de 10 ó 12 personas, unas en pie y otrassentadas —estas últimas de más edad y aspecto solemne— en cuya parte inferior aparecía lasiguiente leyenda: «Sección de Instrucción pública del Ministerio de Fomento.» Comentamos elcontraste con la situación presente —la de entonces— con un Ministerio del que dependían bas-tantes miles de docenas de funcionarios (la mayoría pertenenciente al magisterio nacional), loscada vez más numerosos Institutos de Enseñanza Media, las Universidades y hasta el ConsejoSuperior de Investigaciones Científicas.

Bien, sírvanos este recuerdo personal como primer punto de meditación: hoy, cara al nue-vo siglo, por paradójico que parezca y contrario a la conocida «Ley de Parkinson» sobre el impa-rable crecimiento de la burocracia, lo cierto es que el referido Ministerio ha iniciado un procesode desnutrición que, exagerando un poco, pudiera conducirle a la situación de la comentadafotografía. ¿Esto es progreso o retroceso? Dejemos de lado esa cuestión. Mi intervención intentaser más descriptiva que valorativa, por lo que el plan a seguir será el siguiente: evolución de laAdministración pública española desde la triple perspectiva de su organización territorial, dela progresiva juridización y sometimiento a Derecho de sus actos y, en fin, de sus funciones encuanto ejecutora de los fines del Estado.

III . LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL

1. Comparando los comienzos del siglo XX con los del XXI, he aquí el contraste: un Estadocentralizado frente al Estado de las Autonomías. De donde:

a) Una pluralidad de Administraciones. Cada Comunidad Autónoma —que es una unidadpolítica— tiene su propia Administración. Así es que el imparable proceso de transfe-rencia de competencias del Estado a las CC.AA. ha comportado el aumento de compe-tencias de cada una de las Administraciones Autonómicas. La voracidad de éstas haconducido al objetivo de la «Administración única»... pero ahora para desplazar a la Admi-nistración única estatal que hemos conocido durante las cuatro quintas partes del XX.

b) Una pluralidad de burocracias. Frente a las ya existentes (estatal, provincial y local)aparecen ahora las burocracias autonómicas. Como la burocracia es el aspecto perso-nal de la Administración, la constitución de las nuevas burocracias autonómicas se haproducido por una doble vía; transferencia y creación ex novo.

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El proceso que nos ha conducido a la situación actual —tan diferente de la de hace un siglo—afecta, pues, a la Administración y a la burocracia; pero quede dicho que se trata de las doscaras de una misma moneda. No resulta fácil pensar en una reforma administrativa que no afec-te simultáneamente al aspecto orgánico y al burocrático. La «reforma» (esa «fantasmagoría paraembaucar a los pueblos», «bandera de los pronunciamientos todos» y, en fin, «el pan nuestro decada día rezado por todo Ministerio nuevo», como irónicamente la definía don Juan Rico y Amaten su Diccionario de los políticos, a mediados del siglo XIX) de la Administración es siempretambién una reforma funcionarial y viceversa. El plantearla como «bandera de pronunciamien-to» (hoy diríamos como punto clave de programa electoral) desde una u otra perspectiva, es unapura cuestión de estrategia política y responde básicamente a que el descontento y las peticionesde reforma provengan desde fuera (opinión pública reflejada en los medios de comunicación) odesde dentro (descontento generalizado de los funcionarios) de la Administración.

El desarrollo de nuestro tema consiste, pues, en examinar —bien que en passant— cómose ha producido esta transformación que nos ha traído a la situación desde la que encaramos elnuevo siglo.

2. Hasta la Constitución de 1978, España es uno de los países más centralizados tanto des-de el punto de vista político como administrativo. Que esto fuese la consecuencia, al menosdesde la terminación de nuestra Guerra Civil (1936-1939), de un régimen autocrático, no nosdebe confundir. Antes bien, merece la pena recordar que la entrada en el siglo XX tiene lugarbajo la influencia, al menos en esta materia, del pensamiento político-administrativo francés quedurante el siglo XIX hizo del centralismo una de las claves de bóveda del liberalismo progresis-ta. Un simple recordatorio de la bibliografía francesa de la época (por cierto traducida al cas-tellano, idioma en el que era leída con avidez) puede resultar significativo. Ya Tocqueville pusode manifiesto que de entre tantas cosas que la Revolución echó abajo del Ancien Règime sólo lacentralización aparecía como herencia de tiempos pasados; una herencia aceptada por la Revo-lución y perfeccionada por ella, hasta el punto de constituir un tópico a lo largo del siglo XIX.

Recordemos a Odilon Barrot (De la centralización y sus efectos) que cita el caso de unministro que afirmaba orgulloso ante su auditorio: «Señores, a la hora que señala este reloj todoslos estudiantes de Francia de tal clase están haciendo el mismo ejercicio sobre la misma materia».Y en otro pasaje se lee: «Es la centralización la que hace tiempo ha cubierto a Francia de escue-las primarias y caminos vecinales».

Más conocida es la clásica obra de Cormenin De la centralización, cuya traducción espa-ñola data de 1844 y en la que se pone el mayor énfasis al escribir: «A la centralización debeFrancia el ser llamada la Gran Nación». Más adelante —y ahora en términos ardientemente patrió-ticos, nos describe en qué consiste la centralización: «En el mismo instante —nos dice— el Gobier-no quiere, el ministro da la orden, el prefecto la transmite, el alcalde la ejecuta, los regimientosmarchan, las escuadras se adelantan, la alarma suena, el cañón retumba y la Francia está en pie».

Junto a la influencia francesa, España es también tributaria de sus propias circunstancias.Por una parte, las guerras carlistas aglutinan el ideario tradicionalista y conservador en unacorriente que, bien entrado el siglo XX, se manifiesta en los escritos de Sánchez de Toca (Regio-

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nalismo, municipalismo y centralización, 1931): «Si la finalidad que ha de lograrse es la de unaPatria mayor, ¿se ha conseguido esto con la centralización? Y, al contestar negativamente, ¿nocabría que lo lograse una descentralización regionalista mejor encauzada?»..

Pero, junto a esto, han aparecido los movimientos separatistas de carácter disgregador:del regionalismo se pasa a un nacionalismo burgués —como en el caso de Cataluña y el PaísVasco— que, por razones tácticas, tendrá que cogerse del brazo de corrientes republicanas yfederalistas. En adelante, la descentralización administrativa deja de ser un problema técnicode organización administrativa para convertirse en un problema político. No debe de extra-ñar, pues, que don Antonio Royo Villanova, otro distinguido miembro de la Academia de Cien-cias Morales y Políticas, en su conocido (más citado que leído) discurso de apertura del cur-so académico en la Universidad de Valladolid, en 1914, se plantease el tema de «La nuevadescentralización», proponiendo un modelo de «descentralización por servicios», como unintento de corregir la base geográfica que tradicionalmente había venido teniendo la descen-tralización administrativa, por una descentralización montada sobre la existencia de servicios,porque de esta manera —nos decía— el problema político del regionalismo queda automáti-camente eliminado y las críticas contra la descentralización quedan también obviadas. Unafórmula demasiado ingenua, pero bien significativa del estado de la cuestión. Dos años des-pués, con motivo del Mensaje de la Corona al Congreso, el tema tiene ya un carácter decidi-damente político.

3. Desde el punto de vista legislativo, la organización territorial española entra en el siglo XX

bajo la vigencia de una normativa adoptada en el XIX. La división en provincias arranca delfamoso Decreto de Javier de Burgos, de 30 noviembre de 1833, una norma que sólo pretendióuna división territorial para la prestación de los servicios públicos, al frente de las cuales se colo-caba, como simples delegados ministeriales a los subdelegados de Fomento y que, con el tiempoy mediante un «proceso de connaturalización», terminaron por convertirse en auténticas enti-dades territoriales. Este es el carácter que ya se les reconoce en la Ley municipal y provincialde 1870, de breve duración.

Con la Ley municipal de 1877 se inicia el período de más larga duración de nuestro régi-men local. En 1882 se dicta la Ley provincial que, al igual que la municipal, permanecerá envigor hasta el primer cuarto del siglo XX; una relativa longevidad que —como ha puesto de relie-ve Entrena— no se debió a la excelencia de ambos textos, sino a los sucesivos fracasos paraque nuestros Cuerpos legislativos aprobasen los sucesivos proyectos de ley que reiteradamentese sometían a su deliberación. Fue curiosamente la Dictadura de Primo de Rivera la que propi-ció un nuevo sistema de «autonomía municipal y provincial» con los Estatutos de 1924 y 1925.En la Exposición de motivos del primeramente citado se califican los intentos descentralizado-res de la Ley de 1877 de forma despiadada: «Es una ley centralista, que imponía a los Ayunta-mientos, bajo la etiqueta falaz de providente tutela, una tiranía feroz y egoísta».

La tendencia autonomista fue ciertamente continuada por la Ley municipal de 1935, dela Segunda República (1931-1936), si bien lo más característico de este período fue la aproba-ción de los Estatutos de Autonomía regional de Cataluña y el País Vasco.

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4. En el trabajo sobre «La organización territorial del Estado des-de 1950 a 2000», publicado en la Revista de Administración Públi-ca con motivo de su cincuentenario, el profesor Clavero Arévalo comien-za por afirmar, con razón, que «en el régimen centralizado de 1950,la pieza clave de la organización territorial del Estado fue la Provincia,que, junto a su carácter de entidad local con personalidad propia, man-tuvo el de ser la demarcación general y polivalente para la ubicación delos servicios periféricos del Estado, al frente de las cuales estaba elgobernador civil, jefe provincial del Movimiento, nombrado por aquél,máxima autoridad civil en la provincia y auténtico animador políticoy administrativo de ésta».

La Constitución de 1978 ha borrado, literalmente hablando, tal protagonismo, que aho-ra han venido a ocupar las Comunidades Autónomas. En el citado estudio de Clavero, al cualnecesariamente me remito, se describe, con la autoridad de quien habla desde su testimonioy autoría personal, el trabajoso tránsito de las llamadas «preautonomías» al Estado de las Auto-nomías, a través de un proceso que aún parece inacabado. Nos recuerda que el Tribunal Cons-titucional, al definir nuestro modelo de Estado, lo ha configurado como «compuesto». «Sinembargo, esa composición no afecta a la indisoluble unidad de la Nación española en la que laConstitución se fundamenta». Por contraste con los Estatutos Regionales de la República, aho-ra la autonomía se extiende a la totalidad del Estado todo él dividido en Comunidades Autó-nomas. Ahora bien, la casi igualdad formal de las Autonomías no se corresponde con la auto-satisfacción con la que cada una vive la actual situación y para comprobarlo basta observar lasreacciones que ha producido el nuevo fenómeno de la integración de España en la Comuni-dad Europea. Asi, determinados sectores del nacionalismo vasco han proclamado que encuen-tran mejor su sitio en Europa que en España y que preferirían relacionarse con España através de Europa y no a la inversa.

Claro está que, si se respetan los cauces democráticos, esta situación puede cambiar. Eltrabajo de Clavero a que me vengo refiriendo está escrito antes de que se celebrasen las últi-mas elecciones generales de marzo de 2000. Sin embargo, he aquí alguna de sus reflexio-nes: «Las elecciones autonómicas, europeas y locales evidencian que Álava y Navarra no sesumarían a un Estado independiente de España y nada digamos de los Departamentos vas-co-franceses, en cuyos municipios los votos nacionalistas son minoritarios» [...] «En todo pro-ceso de autodeterminación, y de independencia juegan tres voluntades: la de la población delterritorio, la de la población del territorio de que pretenden independizarse y la de la UniónEuropea y la Comunidad internacional. Por los resultados electorales, no parece que Álava,Navarra y los Departamento franceses se sumaran a un Estado independiente de España y deFrancia. La población del resto de España y de Francia hay que pensar que sería contraria ala separación y a cualquier reforma constitucional que la posibilitara. La Unión Europea noparece tampoco interesada en el cambio de fronteras de los Estados que la integran. Sin entraren otras consideraciones, no parece muy viable tal planteamiento de independencia».

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LUIS JIMÉNEZ DE ASUA

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Pues bien, añadamos a las consideraciones anteriores, que personalmente asumo, el resul-tado de las posteriores elecciones de marzo de 2000 y tendremos un aproximado diseño de laorganización administrativa territorial de España a las puertas del siglo XXI y de las tendenciasque la animan.

IV. LA PROGRESIVA JURIDIZACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN: DEL

ESTADO ADMINISTRATIVO DE DERECHO AL ESTADO DE DERECHO

1. Puede resultar sorprendente —incluso paradójico— que la década de los años cincuentadeba recordarse como una etapa fundamental en la juridización de nuestra Administración públi-ca: no existía una Constitución que garantizase los derechos fundamentales de los ciudadanos,ni un régimen democrático en el que éstos participasen en el ejercicio del poder y, sin embargo,la fiscalización de la legalidad de los actos administrativos y el régimen de la responsabilidadpatrimonial del Estado por los daños causados a los particulares como consecuencia del fun-cionamiento de los servicios públicos —dos piezas claves del Estado de Derecho— alcanzaronuna consagración legislativa y un refrendo jurisprudencial no sólo satisfactorio sino ejemplardesde el punto de vista del Derecho comparado. Refiriéndome a este fenómeno he hablado enotra ocasión de la construcción del «Estado administrativo de Derecho». Creo que merece la penaun recordatorio de cuanto tengo escrito sobre el tema.

Fueron una serie de circunstancias —para muchos de difícil explicación— las que hicie-ron posible este acaecimiento. Debe recordarse, por lo pronto, el nacimiento de la Revista deAdministración Pública en 1950, la lectura de cuyo Consejo de Redacción, del que habrían desalir tantos miembros de las R.R. Academias, me parece suficientemente ilustrativa para com-prender lo que ha significado para la historia de nuestro Derecho administrativo; años después,la creación de la Secretaría General Técnica de la Presidencia del Gobierno, cuyo titular fue elluego «bi-académico» Laureano López Rodó. Personas, pues, en no homogénea posición con res-pecto al régimen entonces vigente y que, al amparo del naciente prestigio de la tecnocracia(incluida la técnica jurídica), iban a alcanzar la sorprendente meta de enredar en las mallas delDerecho a un régimen autocrático.

Por lo demás, la creación del que denomino «Estado administrativo de Derecho» se vefavorecida por un clima del que, por haberlo vivido desde dentro de la Administración —y espe-cialmente por mi contacto con la «clase política» del régimen en mi condición de Letrado de lasCortes—, me encuentro obligado a dar testimonio personal. Durante la década de los cincuen-ta y de los sesenta un buen número de los altos cargos de la Administración estaban ocupadospor excelentes juristas que, precisamente por serlo, creían en el Estado de Derecho. Durante eltiempo que fue ministro de Educación el profesor Ruiz Jiménez tuvo como subsecretario a Segis-mundo RoyoVillanova, quien, a su vez, se rodeó de un gabinete técnico del que formábamosparte el también desaparecido catedrático de Derecho administrativo Serrano Guirado, el pro-fesor González Pérez y quien esto dice. Puedo asegurar que el número de recursos que se esti-

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maban en vía administrativa en aquel Ministerio representa un porcentaje incomparablementesuperior al de los que hoy se estiman en el conjunto de la Administración española.

Y es que estos buenos juristas a que me refiero sentían, en mayor o menor medida, lo quepudiésemos denominar «complejo de ilegitimidad de origen», en relación con el régimen políticoen el que desarrollaban sus actividades. Pertenece a los arcanos de lo futurible el conocer cuálhubiese sido la actitud de los vencedores si nuestra Guerra Civil hubiese terminado con la victoriade las fuerzas de la República. Lo que sí constituye parte de nuestra historia es lo que realmenteocurrió tras la victoria de las fuerzas nacionales: los años transcurrían sin que se vislumbraseun restablecimiento de las «libertades políticas» y, en general, de las instituciones democráticas.

No es mi propósito emitir un juicio de valor en relación con esta época; sí me atrevo, en cam-bio, a formular un diagnóstico; pienso que para muchos, a falta de legitimidad en cuanto alorigen, había que asegurar, cuando menos, el principio de legalidad de la actuación adminis-trativa, su sometimiento al Ordenamiento Jurídico vigente (y destaco lo de «vigente» para ade-lantarme a posibles observaciones).

La primera piedra para la construcción del edificio se pone con la Ley de ExpropiaciónForzosa de 1954, cuyo artículo 121 introduce nada menos que el principio de la responsabili-dad patrimonial del Estado por los daños causados por el funcionamiento normal o anormalde los servicios públicos. Enseguida, la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, alfinalizar el año 1956, clave del Estado de Justicia. Por supuesto, se excluyen de revisión juris-diccional los «actos políticos del Gobierno» (de los que se hace una enumeración ad exem-plum), pero con esa y otras restricciones lo cierto es que el artículo 1 está inspirado en el prin-cipio de la cláusula general: la jurisdicción conocerá de los «actos de la Administración Públicasujetos al Derecho administrativo y de las disposiciones de categoría inferior a la Ley». Bien, yahora viene el broche del círculo jurídico que va a encerrar en marco legal la total actividaddel Poder Ejecutivo. Al año siguiente se promulga la Ley de Régimen Jurídico de la Adminis-tración del Estado, en cuyo artículo 2 se lee la discutible afirmación de que «los Órganos Supe-riores de la Administración son: el Jefe del Estado, el Consejo de Ministros, las ComisionesDelegadas, el Presidente del Gobierno y los Ministros».

¿Qué el Jefe del Estado no estaba —como no lo está hoy— en la Administración? Por supues-to. Pero el precepto tenía que ser aprobado, porque ¿quién negaba entonces que el Jefe delEstado era la instancia suprema de todos los poderes del Estado, incluida la Administración? Ylas importantes consecuencias que de aquí derivaron fueron, curiosamente, asumidas sin quelos mecanismos del régimen chirriasen; esto hacía posible la anulación (¡nada menos!) de losDecretos acordados en Consejo de Ministros y firmados por el Jefe del Estado, a quien todoslos poderes estaban atribuidos.

Creo que merece la pena subrayar cuáles fueron las cotas de juridicidad alcanzadas por lalegislación anterior. Es la forma de saber hasta qué punto fue necesaria y urgente la reforma y,sobre todo, de valorar la que se ha introducido con la Ley 30/1992, de Régimen Jurídico delas Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común y con la Ley 29/1998de la Jurisdicción contencioso-administrativa.

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a) Comencemos por la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 27 de diciem-bre de 1956.

Esta Ley constituyó, no obstante las circunstancias políticas de la fecha en que fue pro-mulgada, un gigantesco paso en la construcción del Estado de Derecho; tanto más sorprenden-te si se tienen en cuenta dichas circunstancias. El profesor González Pérez, que tan activamen-te intervino —con el tan prematuramente desaparecido profesor Ballvé— en la redacción delAnteproyecto, se ha referido reiteradamente (y otros lo hemos repetido) a la opinión del enton-ces exiliado profesor Alcalá-Zamora y Castillo:

«Sería erróneo en absoluto —escribía desde Méjico— tildar de totalitario al texto, a causa de las cir-cunstancias en que se ha promulgado, y entrañaría grave error que el día de mañana fuese víctima deuno de esos ciegos bandazos derogatorios a que tanto propende el temperamento político español, salvolas disposiciones de neto significado discriminatorio señaladas».

No es fácil comprender, sobre todo para quienes no vivieron aquella etapa histórica, la cla-ve de una evolución que simultáneamente restringía el desarrollo de los derechos políticos y pro-piciaba la «institucionalización de la Administración» y la más cabal defensa jurisdiccional de losderechos e intereses legítimos de los ciudadanos que aquélla vulneraba. Y la clave estaba, a mijuicio, en una paradójica «confusión-distinción» entre Gobierno y Administración; una solucióntan difícil de formalizar y que, sin embargo, funcionó en la práctica. Junto a la exención de fis-calización jurisdiccional de los «actos políticos» (arts. 2.b) y 40 de la Ley), el Tribunal Supre-mo anulaba Decretos firmados por el Jefe del Estado, que, de acuerdo con las Leyes Funda-mentales entonces vigentes, reunía en sus manos todos los poderes del Estado.

b) La introducción en nuestro Derecho del instituto de la responsabilidad patrimonial dela Administración Pública es también un producto de la «revolución legislativa» de los cincuen-ta. La innovación se produjo en dos fases. Primero fue el antes citado artículo 121 de la Ley deExpropiación Forzosa de 1954, al declarar el principio del derecho de los particulares a serindemnizados por toda lesión que sufran en sus bienes y derechos —salvo caso de fuerza mayor—como consecuencia del funcionamiento normal o anormal de los servicios públicos; un salto decincuenta años en nuestro Ordenamiento Jurídico, la valentía de cuya decisión es tanto mássubrayable si tenemos en cuenta que el encargo que tenía la Comisión redactora constituida enel seno del entonces Instituto de Estudios Políticos (formada prácticamente por el Consejo deRedacción de la Revista de Administración Pública) se limitaba a renovar lo que tradicional-mente es y ha sido el contenido propio de una Ley de Expropiación Forzosa. Sus limitacionesprácticas eran por ello inevitables: sólo eran indemnizables los daños sobre bienes y derechosexpropiables (no, por tanto, la vida humana o los daños personales).

La segunda fase o etapa se alcanzó con la Ley de Régimen Jurídico de la Administracióndel Estado de 1957. El principio de la responsabilidad patrimonial se recoge en su artículo 40,transcribiendo literalmente lo dicho en la LEF, pero, claro está, ahora sin la limitación inherentea dicha Ley antes señalada. Ahora todo tipo de daño (incluida la pérdida de la vida humana)

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es indemnizable y la progresiva jurisprudencia de nuestros Tribunales de lo Contencioso-Admi-nistrativo no ha tenido que ampliar —si acaso restringir— la interpretación del precepto paraalcanzar las cotas logradas.

Pues, en efecto, de la práctica irresponsabilidad patrimonial del Estado que consagraba elCódigo civil (al reducirla a aquellos «inexistentes» supuestos en que la Administración «obrasepor mediación de un agente especial, pero no cuando el daño hubiese sido causado por el fun-cionario a quien propiamente corresponda la gestión practicada, en cuyo caso se estará a lo dis-puesto en el artículo anterior» —art. 1903, párrf. 5—) se ha pasado a la responsabilidaddirecta (es decir, no del funcionario, sino del Estado) y objetiva (es decir, atribuible al funcio-namiento normal o anormal de los servicios públicos, eliminando el concepto de culpa). E inclu-so olvidando los límites que en relación con los daños causados por los actos legislativos del Esta-do (responsabilidad del Estado-legislador) ha venido más tarde a establecer la Ley 30/1992, lajurisprudencia del T.S. ha venido a declarar expresamente la responsabilidad en los supuestosde daños producidos por leyes declaradas inconstitucionales. Sirva de ejemplo la doctrina esta-blecida en las recientes SSTS (Sala 3.ª) de 29 de febrero y 13 de junio de 2000.

c) La cuarta gran Ley de los años cincuenta fue la de Procedimiento Administrativo de1958, cuyos redactores dan cima con su obra a lo que en otra ocasión he llamado la «codifica-ción de la parte general de nuestro Derecho administrativo». Es cierto que la nueva Ley 30/1992que la deroga (por el curioso procedimiento de asumirla en buena parte) se muestra respetuo-sa con ella, pero había buenas razones para ello, porque sus aportaciones dogmáticas fuerondefinitivas y quienes vivimos aquella época recordamos el impacto teórico y práctico que pro-dujo, incluso en la práctica forense, en la forma de redactar y fundamentar los recursos (en víaadministrativa y judicial) y las sentencias. Era frecuente con anterioridad leer en unos y otras,como único argumento jurídico para cuestionar la validez de un acto administrativo, la invoca-ción del artículo 4 del Código civil (en su redacción de la época): «Son nulos los actos ejecutadoscontra lo dispuesto en la Ley, salvo los casos en que la misma ordene su validez». El análisis delos elementos del acto administrativo, distinguiendo los válidos de los viciados, la distinción entrela nulidad y la anulabilidad y otras sutilezas quedaban reservadas para un elitista grupo de esti-listas del Derecho administrativo, por cierto no muy abundante.

La aportación de la LPA ha de ser, por tanto, calificada de impresionante. Recoge y siste-matiza la doctrina del silencio administrativo, ya introducida por el artículo 38 de la Ley de laJurisdicción de 1956; introduce la obligación de motivación; establece los supuestos tasados dela nulidad de pleno Derecho, separando los efectos de la anulabilidad y de la simple irregulari-dad; unifica el sistema de recursos en vía administrativa; las reclamaciones previas a las juris-dicciones civil y laboral, etc. Y, claro está, por lo que se refiere el procedimiento administrativoy a los sistemas de comunicación con el administrado, estaba lógicamente condicionada por losconocimientos técnicos de su época (y aquí sí que puede estar justificada la reforma introduci-da por la Ley 30/1992).

Permítaseme recordar esta anécdota. Buena parte de nuestra Ley de 1958 está tomadade los anteproyectos previamente redactados en Italia. Creo haber sido el primer

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administrativista español que introdujo en España los tres voluminosos tomos del Stato deglistudi per la Riforma della Pubblica Amministrazione (Roma, 1953), que me entregó en Romael profesor Cataldi, jefe del Gabinete correspondiente, dependiente de la Presidencia delGobierno; obviamente, después llegaron otros ejemplares. Lo curioso es que nuestros cole-gas italianos vieron asombrados cómo salía a la luz nuestra similar Ley cuando ellos conti-nuaban con las discusiones.

2. La Constitución de 1978 puso sobre el tapete la prioritaria necesidad de reformar lasleyes preconstitucionales. ¿Fue necesaria la reforma del procedimiento y del régimen jurídicode 1992? Puesto que ya he manifestado mi opinión sobre la Ley 30/1992 en diversaspublicaciones, séame permitido recordar cuanto tengo dicho. Por supuesto, el positivo valortécnico que nos merece la legislación de los años cincuenta no puede servir de argumento sufi-ciente para declararla intocable, como si de texto sagrado se tratase. Por el contrario, la pro-mulgación de la Constitución de 1978 se convierte de suyo en un inevitable punto de referen-cia para exigir una relectura de la legislación anterior y comprobar posibles desajustes que exi-jan modificaciones; así ha ocurrido con la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa.

Por otra parte, está el simple transcurso del tiempo, inexorable con las personas y con lasinstituciones. Personalmente, soy moderadamente escéptico con respecto a lo que pudiésemosllamar «el progreso ético de la Humanidad». Cuando la Convención de Ginebra parecía haberintroducido el Derecho —aunque tímidamente— nada menos que en la guerra (que es lanegación del Derecho), vienen la bomba atómica o la guerra de Yugoslavia a disipar ilusiones.Como lo diría el maestro Hauriou, la naturaleza del hombre es desfalleciente y sus institucio-nes reflejan, en cierto modo, su carácter: toda organización política incorpora una parte de laidea de justicia y deja otra parte por incorporar. En torno a este dato elemental giran, por cier-to, las ideologías. El conservador defiende la parte incorporada, el progresista aspira a la quequeda por incorporar. Y entre ambos extremos toda una gama de posiciones intermedias, des-de el involucionismo a la utopía.

Sirva este excurso para explicar mi punto de vista ante la reforma que nos trajo la Ley30/1992, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Admi-nistrativo Común. Incluso desde el punto de vista del perfeccionamiento del Estado de Dere-cho existían zonas por incorporar, como la utopía del silencio administrativo positivo que,si se consigue que funcione, constituye —junto con la ejecución de sentencias contra la Admi-nistración— uno de los grandes retos a encarar. En relación con otros temas, vaya pordelante mi desacuerdo. La supresión del recurso de reposición, por ejemplo, creo que cons-tituyó un craso error. Por supuesto que la doctrina criticaba, casi unánimemente, que no ser-vía para nada; pero eso, que puede decirlo la doctrina, no puede decirlo la Administración(como nos decían algunos de sus representantes cuando se les preguntaba sobre la necesi-dad de tal reforma), porque supone tanto como reconocer el incumplimiento del deber quetiene de estimar los recursos que están ajustados a Derecho. Lo que se postulaba era queno fuese trámite previo obligado para el acceso al contencioso-administrativo. La soluciónpropuesta —también casi por unanimidad— era la de convertirlo en potestativo; la Ley

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30/1992 desaprovechó la ocasión de aceptar esta propuesta que,en muchos casos, hubiese significado aliviar a los Tribunales de lajurisdicción contencioso-administrativa de la avalancha de recursosque se le ha venido encima. (Claro está, si se estimasen los que debie-ran ser estimados.)

La Ley 30/1992 recibió de la doctrina su merecido varapalo.Aparte su insensato y vanidoso intento de «superar» la vieja y eficaztécnica del silencio administrativo, produjo un desastroso efecto des-codificador de nuestro Ordenamiento jurídico-administrativo: un siglode esfuerzos acababa de ser perdido. Casi unánimemente se pedía suderogación; cuando menos, su reforma inmediata. Así es que en plena infancia —antes, pues,de cumplir los siete años de edad, en la que, según se dice, se adquiere el uso de razón— sepublica en el BOE (de 14 de enero 1999) la «Ley 4/1999, de Modificación de la Ley 30/1992,de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimien-to Administrativo Común» (según la denominación que literalmente copiamos del BOE y que,contra costumbre, omite la fecha de la Ley reformadora). Por ahora, éste es nuestro Derechovigente: la Ley 30/1992 con las modificaciones introducidas por la Ley 4/1999.

3. La exigencia de reformas que la Constitución imponía también hubo de alcanzar a laLey de la jurisdicción contencioso-administrativa. Así es que, tras una serie de proyectos que noterminaban de cuajar, seguramente por los propios méritos de la Ley que se trataba de susti-tuir, se aprobó la hoy vigente Ley 29/1998, de 13 de julio, de la jurisdicción contencioso-admi-nistrativa. No debe extrañar por eso que la nueva Ley se declare expresamente en su Exposi-ción de motivos continuista, rindiendo así homenaje —aunque en el siempre dudoso momentode sus funerales— a la que viene a sustituir. ¿Cuáles son entonces sus innovaciones? Veamos;

a) En primer lugar, se incorporan al nuevo texto una serie de modificaciones que a laanterior se habían hecho para acomodarla a la Constitución. Así: 1) la creación de los Juzga-dos de lo contencioso-administrativo por la Ley Orgánica 6/1985 del Poder Judicial, con laconsiguiente reordenación de competencias; 2) la ampliación de lo que debe entenderse porAdministración pública, consecuencia del nuevo Estado de las Autonomías; 3) la definitivasujeción a la fiscalización administrativa de los actos del Gobierno (central y autonómicos) ensus elementos reglados y la determinación de las indemnizaciones que fueran procedentes; 4)la fiscalización de los actos en materia de personal y gestión económica de los Organismos cons-titucionales (Cortes Generales, Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial,Tribunal de Cuentas y Defensor del Pueblo).

b) En segundo lugar, la nueva Ley se jacta de la dudosa novedad que implica la intro-ducción de las siguientes cuestiones: 1) el recurso contra la inactividad de la Administración;2) la impugnación de las actuaciones materiales (vía de hecho); 3) la cuestión de ilegalidadde las disposiciones generales; 4) las medidas cautelares en relación con la suspensión de losactos administrativos, y 5) las novedades en relación con la ejecución de las sentencias conde-natorias de la Administración.

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LUIS LEGAZ LACAMBRA

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V. EL TAMAÑO DEL ESTADO: DEL SERVICIO PÚBLICO A LA

PRIVATIZACIÓN

1. Durante el mes de abril de 1999 tuvieron lugar en Lisboa los IV Coloquios Luso-His-panos sobre Derecho Administrativo. Me cupo el honor de presidir, como moderador, una delas sesiones del debate programada con el título Privatizaciones y desregulación, figurandocomo ponentes el profesor De la Cuétara, de la Universidad de la Laguna, y nuestro colegaportugués profesor Vital Moreira.

Advertí, al comenzar la sesión, que iba a romper con el papel que habitualmente se supo-ne atribuido a los «moderadores», esto es, presentar a los ponentes, escuchar atentamente susexposiciones y, en fin, sintetizar las ideas expuestas con algún que otro apunte personal sobrelo dicho. Así es que, para evitar toda apariencia de objeciones a los ponentes en relación con loque dijeran, me proponía adelantar mis propias ideas sobre el tema, aun corriendo el riesgo deque aquello se pareciese a una «miniponencia» improvisada.

Así lo hice. Comencé glosando una importante intervención que a lo largo del coloquio quetuvo lugar la tarde anterior ralizó el profesor Entrena Cuesta. No caigamos en el error —nosdijo— de entender que privatización y desregulación son conceptos que se postulan mutua-mente; por el contrario, es la privatización la que exige mayor regulación, ya que ésta es sucorrectivo necesario.

Abundé, pues, en esa idea subrayando como en ese supuesto de privatización en grado míni-mo que el Derecho Administrativo conoce con el nombre de «concesión del servicio público», elconcesionario —explotador privado del servicio— está sujeto a las reglas propias del servicioque garantiza tanto los intereses de los usuarios individualmente considerados, como el interésgeneral. Si la idea de servicio público (es decir, la titularidad pública de la actividad en cuestión)desaparece, habrá que acudir a la regulación, en cuanto afecte al interés público, de la actua-ción privada (o privatizada).

Cuando terminé mi intervención, el colega portugués, que me flanqueaba por mi izquierda, seinclinó hacia mí para mostrarme los folios de su ponencia escrita cuyo título era precisamente éste:«¿Réquiem polo servizo público?». Permítaseme que tome prestado ese mismo título para desarro-llar las ideas anteriormente esbozadas que, por lo demás, ya he tratado en anteriores publicaciones.

Con motivo de un ciclo de conferencias que durante el pasado curso académico tuvo lugaren la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas sobre el tema «La derecha y la izquierda»,nuestro compañero señor Fernández de la Mora empezó su disertación con esta propuesta: «amayor tamaño del Estado estamos ante la izquierda; a menor tamaño es la derecha». Todos recor-damos el animado coloquio que se desarrolló a continuación. Nuestro presidente profesorFuentes Quintana aludió a la oposición «Estado-Mercado» y, por lo que a mí toca, aparte de obje-tar que la fórmula propuesta eludía toda referencia a los «valores» que inevitablemente postulala distinción, me limité a observar que experiencias aún recientes en Europa nos ofrecíanejemplos de Estados totalitarios de diverso signo, lo que me llevaba a la conclusión de que el«totalitarismo» (máximo tamaño del Estado) puede ser de derechas y de izquierdas.

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Desde la perspectiva de un administrativista, el problema del «tamaño del Estado» se tra-duce en el tema del intervencionismo administrativo que, desde los comienzos del Estado cons-titucional, se desarrolla a través de la siguientes etapas: 1) el abstencionismo administrativo delEstado-gendarme; 2) la expansión de los servicios públicos; 3) la finalidad social y económicade la Administración y la aparición del Estado de bienestar, y 4) el neoliberalismo y la crisisdel servicio público económico y social.

Digamos algo en relación con cada una de estas fases.2. Por exigencia de las propias ideas sobre las cuales se construye el Estado constitucio-

nalista —sobre todo la preocupación por el aseguramiento de las libertades personales—, ensu primera etapa aparece una Administración Pública abstencionista. La actividad administra-tiva se pretende reducir al mínimo y, desde luego, todo intento de injerencia en el mundo de lasrelaciones (económicas o sociales) entre los particulares está, de antemano, condenada en vir-tud del dogma fisiocrático del «laissez faire laissez passer, le monde va de lui méme». Al Esta-do y a su Administración únicamente compete asegurar el orden público, única condiciónnecesaria para que el juego de las fuerzas sociales y económicas se desarrolle normalmente. Es,como puede verse, una raquítica misión de simple «gendarme» la que caracteriza al Estado enesta etapa administrativa. Desde el punto de vista de la implicación del Estado en actividadeseconómicas, la repulsa se manifiesta en relación con la construcción de las grandes obras públi-cas y del establecimiento de servicios públicos de gran envergadura como, por ejemplo, los nacien-tes ferrocarriles. La idea del contratista o del concesionario interpuesto viene a satisfacer, deuna parte, el dogma de que el Estado no debe perder la titularidad de estos servicios, de otra,la idea práctica de que el riesgo económico de su explotación, en definitiva de su gestión eco-nómica, debe realizarse a riesgo y ventura de los particulares. Se trata, por lo demás, de unaidea que permanece durante el primer cuarto del siglo XX en autores como Bèrthèlemy, que seexpresa así: «Industrialismo no es una fórmula subversiva. Es sencillamente ineficaz. El Estadono ha sido constituido para gestionar comercios o para dirigir fábricas. Yo no me canso de acon-sejar a mis alumnos la lectura de los libros de Fayol, Favareille y Schazz sobre el industrialismoestatal, porque en ellos se demuestra el peligro de estatalismo, la presunción de los que quierenen todo sustituir la concesión por la régie y confiar a los funcionarios una función que recla-man los industriales. Pero también pongo en guardia a mis alumnos contra esa generalizaciónque consiste en asimilar la mayor parte de nuestros grandes servicios públicos a industrias ordi-narias. Guardémonos también de este error, porque Francia no sabría ser administrada comouna gran casa de comercio» (prefacio a la X Edición de su Traité Elèmentaire de Droit Admi-nistratif, París, 1923).

Ahora bien, dejemos claro que la idea fundamental que domina durante la aparición delos grandes servicios públicos (especialmente ferrocarriles) durante el siglo XIX es muy seme-jante a la que modernamente se postula bajo el principio de la subsidiariedad.

El liberalismo abstencionista no podía prolongar su reinado por mucho tiempo. Por vía deexcepción se justifican una serie de intervenciones administrativas que, en determinadas mate-rias, vienen a significar la quiebra de la tesis abstencionista. Así, la Administración se encuentra

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en la necesidad de emprender por sí misma grandes obras públicas (principalmente para mon-tar el sistema de comunicaciones) que, por su volumen o falta de rentabilidad, no iniciaban losparticulares; al secularizarse los bienes eclesiásticos en los países católicos, el Estado se encuen-tra impelido a subrogarse en las atenciones que con anterioridad habían estado a cargo de laIglesia, de donde surgen nuevos servicios públicos antes innecesarios. En materia de enseñan-za, al implantarse la obligatoriedad de la instrucción elemental, y, por ende, su gratuidad, hande surgir los servicios públicos de enseñanza, etc. En cada caso, hay una explicación concretapara el fenómeno intervencionista, pero en el fondo siempre se trata del común argumento dela perentoriedad de satisfacer ciertas necesidades de interés general. Como ya puso de relieveJordana de Pozas hace medio siglo, «las explicaciones voluntaristas son totalmente insuficientes.Pese al paralelismo cronológico entre las doctrinas predominantes en cada momento sobre el findel Estado y la correspondiente realidad dinámica administrativa, erraría gravemente quienafirmase que este desarrollo era consecuencia de aquellas doctrinas» (RAP, enero-abril 1951).Baste recordar que uno de los aspectos más sugestivos del actual intervencionismo estatal, cuales la política social, tuvo su origen en varios países con motivo de medidas adoptadas o inspi-radas curiosamente por gobiernos políticamente conservadores: así, Disraeli en Inglaterra, Bis-marck en Alemania y Dato en España.

Sin embargo, no debe olvidarse que uno de los rasgos más característicos de la Adminis-tración a mediados del siglo XX se encuentra en un decidido y reflexivo propósito intervencio-nista. Esto significa un cambio de sentido tan radical, con respecto a lo que era la Administra-ción decimonónica, que merece la pena detenerse en su explicación.

Como puso de relieve Forsthoff, durante el siglo XIX la sociedad constituye para la Admi-nistración un mero dato, condicionante de su actividad. La intervención administrativa o elservicio público se justifican únicamente en cuanto que falta la iniciativa particular en orden ala satisfacción de una determinada necesidad pública. Pero, a mediados del siglo es cabalmentela ideología en esta materia la que cambia y, buena prueba de ello, constituye para mí la relec-tura de lo que ya expresaba en las primeras ediciones de mi Tratado, recogiendo las observa-ciones de Forsthoff.

Porque ahora no se parte, como queda dicho, de la sociedad como dato externo e intoca-ble. El Estado, antes bien, intenta configurarla de acuerdo con una previa idea de Justicia, porlo que, en primer término, la finalidad de la actuación administrativa se hace social. Éste es elsentido que hay que asignar a la tan traída y llevada «justicia social», cuya temática es de tanineludible vigencia para la mentalidad todavía vigente que no hay Estado que no predique desí mismo, al darse su Constitución, el calificativo de social, ni partido político que, incluso porpuras razones propagandísticas, no utilice el propio calificativo. La Constitución Española de1978 no podía desconocer esta preocupación: «España se constituye en un Estado social y demo-crático de Derecho...» (art. 10.1 de la Constitución).

Si queremos situar cronológicamente las transformaciones a que se acaba de hacer refe-rencia y que conducen al denominado welfarstate o «Estado de bienestar» habremos de situar-nos en los años posteriores a la Segunda Gran Guerra. La subida al poder de los laboristas en

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Gran Bretaña y del Partido Socialista en Francia constituye todo unreplanteamiento del sistema en relación con los fines del Estado y conel desarrollo de los servicios públicos asistenciales y económicos. Finalidadfundamental del Estado será lo que la doctrina alemana designó conel nombre de Daseinvorsorge y que configura una «Administraciónprestadora de servicios» (Verwaltung als Leistungsträger). Al fenóme-no del nacimiento de los servicios públicos ya nos hemos referido, asícomo a su extensión en el campo de la Seguridad Social. Pero asimis-mo hay que referirse a la Administración como titular de servicios decarácter económico. Muchos de estos servicios se gestionan por la Admi-nistración pública ex novo, es decir, originariamente, mediante la creación del organismo o esta-blecimiento público que los gestiona. Otros, proceden del fenómeno de las nacionalizaciones.

3. Si ésta era la situación a mediados del siglo —es decir, ayer para quienes hemos vividoesos años en nuestra juventud— la situación actual supone la reversión absoluta de cuantoqueda expuesto: Hoy día las corrientes económicas neoliberales postulan de nuevo la vuelta al«Estado mínimo» con el consiguiente fenómeno de desregulación, y privatización (total o par-cial) de las empresas económicas en manos públicas. O lo que es lo mismo, la «muerte del servi-cio público» (la expresión es de uno de nuestros colegas administrativistas) y la regulación míni-ma de las actividades empresariales privadas.

Y lo que interesa subrayar es que curiosamente la creación de la Comunidad Europea y, enfin, de la actual Unión, se ha inspirado ciertamente en este tipo de ideas. Como es sabido, el artícu-lo 222 del Tratado de Roma declara que «el presente Tratado no prejuzga en modo alguno el régi-men de la propiedad en los Estados Miembros»; pero antes se ha establecido en el artículo 90 del Tra-tado CE que las empresas encargadas de la gestión de servicios de interés económico general o quetengan el carácter de monopolio fiscal quedarán sometidas a las normas del presente Tratado, «enespecial, a las normas sobre la competencia, en la medida en que la aplicación de dichas normas noimpidan de hecho o de derecho, el cumplimiento de la misión específica a ellas confiadas».

La ayuda y la subvención a la empresa pública se convierte así en algo excepcional, quecada Estado miembro habrá de justificar ante la Comisión Europea, bajo pena de recibir fuer-tes sanciones. Si unimos a esto la obsesión por las liberalizaciones, podemos concluir con la obser-vación de algún sector doctrinal en el sentido de entender que «todo esto tiene un coste que esnecesario estimar: el de la Europa del no servicio público».

Pero, claro está, la reacción tampoco ha tardado en manifestarse. Una asociación no guber-namental «Iniciative pour le service public en Europe» ha publicado un importante volumende varios autores (la colaboración española ha corrido a mi cargo) con el sugestivo título «Versun Service Public Européen» (París, 1996). Las viejas ideas luchan por resurgir y, por lo que ami toca, desempolvo el viejo concepto de servicio público que, ni quiere ni debe morir: «servi-cio técnico prestado al público de una manera regular y constante mediante una organizaciónde medios personales y materiales cuya titularidad pertenece a una Administración Pública ybajo un régimen jurídico especial.

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JAIME GUASP

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Por último, una reflexión final. Es frecuente que la ideología dominante empareje los tér-minos «privatización» y «desregulación» como si de dos tendencias naturales que marchanparalelas y se postulan mutuamente se tratase. Hay aquí una posible falacia que resulta necesa-rio deshacer; pues, por paradójico que parezca, la privatización exige cabalmente regulación,como ya antes dije.

En efecto, la idea de servicio público gestionado por concesionario (que no deja de seruna forma de privatización, al menos de privatización de la gestión) implica un control dela Administración concedente sobre el concesionario (regularidad, seguridad en la presta-ción del servicio, control de tarifas, etc.) que actúa en beneficio del usuario. Cuando la pri-vatización es completa, es decir cuando una Administración pública abdica de la titularidady éste se presta por empresa privada en el ejercicio de la libertad de empresa, el problema quesurge es el relativo a la forma de garantizar el interés público de la actividad realizada. O,dicho de otra forma, los intereses y derechos de los usuarios del servicio. Por supuesto, ental caso el control sobre el ahora desaparecido concesionario ha de ser suplido por el ejerci-cio de la potestad reglamentaria (o, en su caso, legislativa) del Estado o de la AdministraciónPública competente. Dicho más directamente: la privatización postula «regulación» de todaactividad que, por el interés público que satisface, exige la protección de los usuarios y deldicho público interés.

En 1958, cuando apareció la 1a edición de mi «Tratado de Derecho Administrativo», al com-parar el régimen jurídico-administrativo con el sistema anglosajón me referí a la regulación delas publics utilities en los Estados Unidos. Allí el concepto de servicio público era doctrinalmentedesconocido; pero partiendo de la libre empresa, cuando la actividad a desarrollar era de inte-rés público aparecía la «regulación» (normalmente de la mano de Comisiones reguladorasindependientes —como la Interstate Commerce Commssion— que suplían la falta de una potes-tad reglamentaria centralizada). Lo curioso era observar como arrancando de bases doctrina-les opuestas (la idea de servicio público en el régimen administrativo europeo y la de libre empre-sa en el Derecho norteamericano) se llegaba, mediante un necesario acercamiento, a un puntode encuentro en el que las reglas de funcionamiento del servicio público y de las public utilitiesvenían a coincidir. Pienso que algo parecido es lo que estamos actualmente viviendo con el fenó-meno de las privatizaciones. La «desregulación» no opera en el plano de la privatización, sinoen relación con actividades originariamente privadas innecesariamente intervenidas, a veces,por consecuencia de la inevitable inercia expansiva de la burocracia.

No resisto a la tentación de repetir lo que ya dije en 1958 al comparar ambos sistemasjurídicos:

«La explicación de esta diversidad de puntos de partida está, seguramente, en la distintaforma como la Administración y sus poderes surgen en América y en Europa. Aquí, el Estadode Derecho es una creación históricamente tardía que viene a superponerse a las antiguas Monar-quías absolutas centralizadas. La Administración, frente a las garantías jurídicas que se intro-ducen para protección de la libertad de los súbditos, sigue, empero, actuando como herederadel antiguo Monarca absoluto, con poderes residuarios. En cambio, los Estados Unidos nacen

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como Estado independiente siendo ya Estado de Derecho: la libertad individual no es allí unaconquista frente a un poderoso Estado anterior, sino un presupuesto del Estado que nace. Eldesarrollo ulterior hace que la situación se parezca cada vez más a la de Europa; pero lo quemerece subrayarse es que esto se consigue a través de un proceso en el que el Estado es quienva conquistando poco a poco (contrapunto de las luchas del ciudadano europeo por sus liber-tades) sus prerrogativas de Poder Público.»

Así es que, en cualquier sistema jurídico, ésta es la alternativa: o la recuperación del con-cepto de servicio público, o la regulación de la privatización. En el campo del Derecho públicoy de la Economía, éste es el «tema de nuestro tiempo».

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Un siglo en el Derecho Privado

LUIS DÍEZ-PICAZO

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I

Debo, ante todo, agradecer muy vivamente, a los organizadores de este ciclo, la amableinvitación que me han dirigido para intervenir en él, debida tan sólo a su benevolencia, pues esnotorio que, al lado de tan doctos oradores como antes y después han ilustrado al auditorio, misméritos son indiscutiblemente inferiores.

Antes de entrar en materia, quiero hacer algunas observaciones preliminares. La primeraes que casi todas las ramas del saber que han ido siendo estudiadas en este ciclo, han progresadoa lo largo del siglo XX. Progreso es perfeccionamiento, avance y mejora. Las ciencias progresan agolpes de descubrimientos, que, realizados a veces por pequeños equipos de investigación, extien-den más allá los límites del conocimiento. No puedo decir, claramente, que el Derecho progrese,en este sentido. Evoluciona ciertamente, pero ¿progresa? Derecho, es además, una expresión ambi-gua. Se refiere, por una parte, al ordenamiento jurídico y, por otra, a los trabajos que los espe-cialistas realizan sobre él, que, en síntesis, buscan conocerlo mejor en sus fundamentos y en susrelaciones con el gobierno y la economía, así como establecer modelos teóricos que puedan ayu-dar a dar solución a problemas que no pueden fácilmente decidirse con las normas por sí solas.Al hablar hoy de Derecho privado, utilizaré más el primero de los sentidos.

La segunda observación es que dibujar el panorama de un siglo exige siempre una selec-ción de datos, lo que significa incluir unos y no incluir otros, tarea que obviamente es siemprearriesgada y presenta una notable dosis de arbitrariedad. Acepto el riesgo y el punto de arbi-trariedad, pero me acuso a mí mismo de ello antes de que me acusen los demás.

La tercera y última observación es que la evolución del Derecho, de que tenemos que hablar,se produce siempre dentro de un continuum. A todos nosotros nos enseñaron en las Facultadesque nuestro Derecho privado es heredero del Derecho romano. Aunque ello suponga olvidar, odejar en la penumbra, los importantes trabajos de los juristas humanistas del siglo XVI y los delos iusnaturalistas racionalistas de los siglos XVII y XVIII, la afirmación es básicamente cierta. Nisiquiera las grandes revoluciones supusieron cortes nítidos en ese continuum: el Código civil fran-cés de 1804, además de los ideales jacobinos, recogió, sustancialmente los postulados del Derechonatural racionalista, hasta el punto de que J. Carbonnier ha podido decir que cumplió, sin saber-lo del todo, una función de intermediario; y por lo que se refiere a la gran revolución rusa de1917, puedo decir que, a mediados de los sesenta, con los estudiantes que tenían tendencias izquier-distas, me entretenía a veces leer y comentar el Código civil de la República Socialista de Rusiapara encontrar allí normas como las relativas a la mora del deudor o a la prescripción de las accio-nes perfectamente tradicionales. Quiere ello decir que para tratar de definir la evolución del Dere-cho privado en el siglo XX, es prudente arrancar de la herencia que legó el siglo XIX.

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II

El siglo XIX es conocido en la Historia del Derecho, y lo será durante mucho tiempo, comoel siglo de la codificación. Con ella, grandes zonas del ordenamiento quedaron recogidas en códi-gos y con ello cambiaron de fisonomía. Desde los albores de ese siglo, tenemos un código penaly un código de comercio y existen, por doquier, códigos civiles y códigos de procedimiento. Sólolos países del llamado Derecho anglosajón quedaron al margen de este gran movimiento y, pro-bablemente, más por conservar sus peculiaridades y su altiva y lejana insularidad que por razo-nes prácticas.

Las características centrales que presidieron la idea de codificación entendida como un granproceso histórico, conducen a pensar que se trataba de conseguir cuerpos de leyes en los quese cumplieran los ideales politico-júrídícos, que, procedentes del racionalismo, habían sidoacogidos después con entusiasmo por la Revolución francesa. Muy esquemáticamente expues-tas son las siguientes:

1.ª La simplificación y la reducción del material normativo, que, hasta entonces, se encon-traba disperso en infinitos textos del Corpus Iuris Justinianeo o de los Derechos particulares,con las correspondientes glosas y postglosas, así como con los comentarios de los juristas huma-nistas. Todo ello, es evidente, hacia extraordinariamente difícil su conocimiento y su aplicación.El antiguo material normativo del Derecho común se sustituye ahora por fórmulas que quierenser concisas y lapidarias y que, construidas con la mayor brevedad posible, facilitaban indiscu-tiblemente su manejo.

2.ª Con la simplificación y facilitación del material normativo, se produjo, como señaló MaxWeber, un cambio de sentido en la pedagogía jurídica. Con anterioridad, la formación de losjuristas era artesanal, en lo que el propio Weber denomina una justicia de cadí, que resuelve loscasos concretos sin tener que dar especiales razones que funden el fallo. Ahora se inicia una edu-cación de carácter abstracto, en la que se trata de conseguir que la clase jurídica interiorice lasproposiciones como manifiestas o evidentes, casi euclidianas, lo que, desde algún punto de vis-ta, convenía bien a un material muy trabajado por el iusnaturalismo racionalista.

La facilitación del conocimiento del material normativo y de su aplicación, debía permitirasequibilidad del ordenamiento a la totalidad de los ciudadanos, tratando de que éstos observa-ran sus deberes cívicos y que fuera realidad la vieja regla, ahora reinterpretada, «nemo iurisignorare censetur», así como la idea revolucionaría de una justicia popular que despojara a lanobleza de toga de los privilegios que el Antiguo Régimen le había otorgado.

3.ª De la descripción anterior se desprende, sin mayor dificultad, que los códigos se pen-saron, redactaron y promulgaron con una pretensión de estabilidad e incluso, sí se puede hablarasí, de perennidad. Dicho de otro modo, hechos una vez, estaban hechos para siempre.

4.ª La clara y sencilla fijación de las normas, sobre todo en lo que concierne a la propie-dad y a los contratos, conseguía también —la idea sigue siendo de Weber— alcanzar la máximaseguridad en los negocios. Quien emprende o se aventura en un negocio, desea la certidumbre

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de que éste marchará y funcionará como se había previsto y de que,si surgen dificultades, los jueces fallarán de acuerdo con las previsio-nes iniciales, respondiendo de este modo a las aspiraciones de la emer-gente clase burguesa.

5.ª Para ello, era necesario implantar los ideales del liberalismoeconómico. Nadie mejor que los interesados puede conocer aquello queéstos quieren; y lo que concordemente establezcan, debe constituir paraellos la ley. Lo que, a su vez, encontraba su más profunda raíz en elpensamiento smithiano según el cual el correcto y libre funcionamientodel mercado favorece la mayor riqueza y prosperidad de las naciones.Para conseguir estos ideales, el mejor camino era recoger los materiales que había elaborado eliusnaturalismo de corte racionalista, que arrancando de Hugo Grocio llegó después a Puffen-dorf y Thomasio, pues sus raíces filosóficas individualistas se encontraban en perfecta conso-nancia con la idea de progreso económico y de libre comercio a que algunas naciones (Holan-da, Inglaterra) aspiraban desde los albores del siglo XVII.

6.ª El código es la culminación del Derecho nacional. Cada nación o cada Estado-nacióndebe tener unos códigos, aunque se asistió a la exportación del Código civil francés más allá desus fronteras. Un código y una nación son también un mercado nacional, pues la revolución habíaterminado con las aduanas interiores y todas las dificultades y obstáculos que anteriormente seoponían al libre comercio interior.

En el mercado nacional, todo ciudadano es, al menos en potencia, un agente económico.Es muy significativo que el Derecho mercantil deje de ser el Derecho de una clase de personas(los comerciantes y sus corporaciones), para llegar a un punto en que todo ciudadano puederealizar actos de comercio a que este código es aplicable.

7.ª Como los códigos significaban una renovación de los ideales de vida y un mercado nacio-nal, debían ser obras unitarias. Ello exigía la derogación de todo el Derecho anterior, cualquieraque fuese su ámbito de aplicación. Significaba también la prohibición o interdicción de lo que seha llamado heterointegración del sistema, con el recurso a los llamados Derechos supletorios, quese sustituye por una autointegración, en virtud de la cual el código se basta así mismo.

Metodológicamente, los códigos sólo admitían la vía de la exégesis. Con ellos, no se puedehacer otra cosa que comentar o glosar la verdad depositada en ellos. Sin embargo es cierto quela exégesis es, por sí misma, una forma de descodificación que impone que, a partir de un deter-minado momento, el código no baste y haya que completarlo con los comentarios. La mente genialdel primer cónsul, por entonces ya emperador de los franceses, lo comprendió rápidamente,cuando, al tener noticia del primero de estos comentarios pronunció la célebre exclamación enla que hay, sin duda, un poso de amargura: «mon code est perdu».

El código, como el siglo, implanta un ideal positivista: del mismo modo que las cienciasson ya sólo ciencias positivas, no habrá en adelante más derecho que el derecho positivo.

8.ª En los Códigos, se encuentra presente la idea de progreso entendida no sólo comoprogreso general de la nación, sino como progreso del Derecho mismo. Se supone que el orden

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FEDERICO DE CASTRO

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jurídico sigue una línea evolutiva de mejora. Por eso, los códigos representaban, como algunavez se dijo, «los adelantos de la ciencia jurídica».

III

Este Derecho privado codificado se estructura sobre cuatro pilares básicos: la familia, lapropiedad, el contrato y la sucesión por causa de muerte.

a) En materia de familia, los códigos siguieron una pauta más bien conservadora. Aban-donaron las tentativas, realizadas en el período de la Convención, de igualar a los hijos y pro-clamaron el principio de que la «recherche de la paternité est interdite». Esta familia, que no esya propiamente patriarcal, se funda sobre la autoridad del marido y padre. Las leyes codifica-das limitan fuertemente la capacidad de obrar, especialmente de la mujer casada, a la que seacusa de liviandez o ligereza —la llamada imbecilitas mulierum— que puede poner en peligrolos bienes. Tal vez, el Primer Cónsul pensaba en la que él mismo tenía. Además de autoridades,en la familia hay también una distinción de roles y en el mismo siglo XIX es Bismarck quien asig-na a la mujer las famosas tres k: kinder, los niños; küche, la cocina, y kirche, la iglesia.

b) El Derecho de contratos se funda sobre el reconocimiento más amplio posible de la liber-tad contractual, con supresión de formalismos. El contrato, como reza todavía el artículo 1092del Código civil español, es la ley para las partes contratantes.

c) La propiedad, abstractamente considerada —todas las propiedades, por tanto—, se con-sidera como el derecho más absoluto que dar se pueda.

d) La herencia consagra lo que los marxistas llamarán después la perpetuación de la clasedominante y su instrumento central es el testamento que es también expresión de voluntad.No puede negarse que en algún momento los revolucionarios fueran proclives a una cierta divi-sión de la propiedad territorial por vía hereditaria, a través de un derecho de legítima igualpara cada uno de los hijos, aunque, como alguna vez señaló J. Carbonier, el legislador no com-prendió que para hacer inútil su reforma a los franceses campesinos les bastaba con tener unsólo hijo.

IV

El siglo XX no permite una descripción tan concisa. No puede decirse, en términos rotun-dos, que se rompiera el hilo argumental. Que yo sepa, ninguno de los países con Código pasóa un estado diferente. Por el contrario el siglo vio avances de la codificación (Japón, etc.).

La codificación fue adoptada en Turquía tras la reforma política posterior a la primera granguerra y se extendió al Extremo Oriente (China, Japón, etc.).

Han existido, incluso, a lo largo del siglo, debates doctrinales sobre la conveniencia de lacodificación en Estados o países en que antes hubiera sido muy difícil pensarlo. Así, ha existi-

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do un debate en el Reino Unido y desde los años ochenta hemos asis-tido a la aparición de un Código de Comercio Unificado en EstadosUnidos. En los últimos años, incluso, se habló de un Código Civil euro-peo para los países miembros de la Comunidad o Unión Europea, aun-que con perfiles todavía no bien definidos.

Evidentemente, la codificación ha perdido en el siglo XX la mayorparte de los móviles y objetivos utópicos que presentó en sus orígenes,pero se continúa considerando como una buena técnica para mantenery hacer accesible un arsenal de información, en lo que se pueden llamarlas zonas o áreas más estables del ordenamiento jurídico, es decir, aque-llas que son más resistentes a los embates de la legislación de cada día.

Hemos asistido, además, a lo que el abogado General de los Países Bajos, en las palabrasde introducción al nuevo Código Civil holandés, denominó, creo que con acierto, «recodifica-ción»: países que tenían ya Código, deciden acometer la tarea de sustituirlo por otro, que, si bienno puede decirse que sea enteramente nuevo, porque en la materia codificada las tradicionesestán siempre operando, son, desde luego, creación de nueva planta. A veces han ido estos nue-vos Códigos unidos a cambios políticos que creían poder abrir nuevas eras, como es el caso delCódigo Civil italiano de 1942 que se comenzó a preparar en los inicios de la época fascistaaunque hay que decir de él que conjuga la gran tradición jurídica italiana con la que, procedentedel pandectismo, había cuajado en el Código Civil alemán. Algo parecido se puede decir del nue-vo Código Civil portugués de 1966, promulgado todavía por la dictadura de Oliveira Salazardentro del movimiento llamado corporativista que representaba, aunque, de un modo semejantea como antes hemos hecho, haya que decir que también en él se continúan tradiciones jurídicasanteriores con profundos estudios del Derecho contemporáneo. Mas aunque estos ejemplos seansignificativos, la verdad es que no puede generalizarse la idea de que la recodificación esté siem-pre presidida por un impulso político. A veces, ha sido el gusto o la idea de grupos de profesoreslo que ha servido de motor a la recodificación. Así, en este nuevo Código Civil holandés que enestos años se ha ido promulgando se reconoce el impulso o la mano de Meijers, antiguo profesorde la Universidad de Utrecht. Hay, ciertamente, también, ocasiones en que una recodificación,total o parcial, obedece a necesidades prácticas, fuertemente sentidas, como ocurre, en especial,cuando las certidumbres que el Código proporcionaba, han ido desapareciendo a causa de losembates de interpretaciones de los Tribunales, que unas veces van más allá de las leyes y otrasactúan tratando de integrar lagunas legales. De esta suerte a partir de determinado momentoel Código no es solamente él mismo, con su texto escueto, sino que, como en las ediciones aluso, va a ir acompañado de anotaciones de doctrina y de jurisprudencia. Porque lo cierto es queel viejo ideal del Código, el ideal utópico de pocas leyes claras y asequibles no se cumplió nun-ca. De inmediato fue necesario interpretar los textos del Código, porque, por muy lapidarios quefueran, había variantes en el modo de entenderlos. Y otras veces había que inventar —en elestricto sentido de la palabra— «praeter codicem», especiales doctrinas, que, con antecedentesmás o menos lejanos, se hacían necesarias para resolver problemas concretos. La aparición, en

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ANTONIO HERNÁNDEZ GIL

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la jurisprudencia de la Corte de Casación francesa, a partir de 1880, de doctrinas como lasdel abuso del Derecho, el enriquecimiento sin causa, o el del riesgo como título imputación dela responsabilidad civil extracontractual, son una buena prueba de ello.

Aún cuando en términos generales, los Códigos han sobrevivido y ha de pensarse que gozantodavía de buena salud, el siglo que ha terminado, puso de moda el término «descodificación».Se contemplaba el avance imparable de leyes especiales que, segregando grandes materias delos Códigos, terminaban por destruir a éstos o, cuando menos, los iban dejando como un quesode bola. Este fenómeno fue puesto de manifiesto por Federico de Castro en 1940 y teorizadodespués con algún aparato de erudición por Natalino Irti. Según este autor, se han ido forman-do conjuntos policéntricos y se ha perdido el puesto determinantemente central del Código enun único conjunto. Ha habido leyes dictadas para tratar de resolver problemas que la práctica ola realidad económica y social planteaban. Así, es perfectamente claro, por ejemplo, que desdelos años de la Segunda República se dictaron entre nosotros leyes especiales de arrendamien-tos rústicos y urbanos, que dejaron de ser materias reguladas en el Código y que como leyesespeciales han llegado hasta nuestros días. En el caso español, además, los redactores del Códi-go optaron por la solución más fácil de remitirse a las leyes especiales anteriores sin incorpo-rarlas, como ocurrió con la ley hipotecaria, la ley del registro civil o la ley de propiedad inte-lectual. La marea de las leyes especiales ha continuado tan incesante que hace inútil cualquierreferencia concreta.

V

La manera más concreta de responder a la pregunta acerca de los cambios que el Derechoprivado ha podido experimentar a lo largo del siglo XX es, tal vez, establecer una tipología delos cambios.

En un pequeño artículo que publiqué en 1973 en la Revista de Occidente, propuse lossiguientes tipos de cambios sociales que pueden ejercer influencia en la evolución jurídica:

1.º Los cambios de carácter político, porque la implantación de un orden político nuevo ode una nueva constitución impone, muchas veces, la necesidad de contemplar con una nuevacarga de sentido, procedente de los postulados que adopta ese orden político, el resto del orde-namiento jurídico.

2.º Los cambios legislativos, porque hay que averiguar si producido un cambio de legis-lación en una determinada zona del ordenamiento, el nuevo cambio es de fondo, de tal formaque el espíritu que transluce debe influir en otras zonas del ordenamiento que no guardan conaquélla una directa relación.

3.º Los cambios tecnológicos, que proporcionan al hombre una serie de medios e instru-mentos de acción antes desconocidos y crean un elenco de comportamientos, actitudes y mane-ras de hacer enteramente nuevas, suscitan conflictos jurídicos de solución muy difícil. En su inci-

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dencia en el ordenamiento jurídico, provocan la aparición de supuestos de hecho que respectode la normativa anterior establecen una distorsión. Para ellos, en ocasiones puede predicarse unainterpretación de reajuste que trate de amoldarlos a los antiguos esquemas normativos; y, enotras, determinan una genuina laguna legal, que reclama sus propias soluciones.

4.º Lo que genéricamente pueden llamarse cambios en la dinámica económica son muy difí-ciles de reconducir a una unidad. Todos conocemos los ciclos de crisis, bonanza, desarrollo, rece-sión. Mas junto a ellos hay otros datos económicos que nunca pueden perderse de vista: el ensan-chamiento de los mercados, el carácter transnacional de las empresas, la aparición de los gru-pos de sociedades y tantas otras cosas.

5.º Existe, por último, un cambio ideológico, que alude a lo que de modo muy amplio pue-den considerarse como coordenadas mentales, que son «puntos de referencia», que permitendotar de algún sentido a nuestros actos y a nuestra vida. En parte, son en el sentido orteguianocreencias, es decir, proposiciones que sin ser rigurosamente verdades, reciben una adhesiónexistencial. Y en parte son valores, es decir juicios sobre la bondad, la conveniencia o la utilidad.

Hay que pensar que ninguno de estos cambios se presenta de forma nítida y que la mayorparte de las veces unos y otros aparecen entrelazados, lo que, en mi opinión, no priva al esquemadel valor que puede tener para explicar, a través del devenir, la realidad. Tal vez sean, en algunamedida, útiles para reconducir el cambiante siglo que nuestras reflexiones tienen por objeto.

VI

No resulta nada fácil seleccionar, dentro de los avatares de ese siglo los que pueden resul-tar más significativos. Vivió ese siglo dos guerras generalizadas, a las que hay que añadir otraque hay que denominar fría, que dividió el espectro en los llamados primero y segundo mun-do, a los que hay que añadir un tercero, producto de fenómenos muy importantes de descolo-nización. Imbricado en ello, el mundo vivió, en su primera mitad, el ascenso y la caída de los fas-cismos y a lo largo de más de las dos terceras partes los regímenes comunistas en los que se prac-ticaba el denominado «socialismo real», que era más bien, según parece, un capitalismo deEstado. Y el siglo fue sacudido por algunas importantes crisis económicas, de las cuales, sinduda, la más importante es la de 1929, que había estado precedida por la depreciación del patrónoro y por la gran devaluación del marco alemán.

Para tratar de averiguar el influjo de todos estos acontecimientos en el Derecho privado,tal vez quepa, parcialmente, recurrir al esquema que más arriba habíamos trazado.

a) Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se produce un cambio muy significativo enel concepto de constitución y en la eficacia de que se quiere dotar a las constituciones. Las cons-tituciones clásicas no eran otra cosa que un determinado modo de organización del Estado, paraafirmar la soberanía del parlamento, y con ella, la soberanía nacional. Como le gustaba decir adon Nicolás Pérez Serrano, la omnipotencia divina tiene como límite el imposible metafísico, peroningún límite tiene el Parlamento Británico. Es verdad que las constituciones solían ir acompa-

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ñadas de declaraciones de derechos y de tablas de libertades públicas, que, sin embargo, sólo deve-nían eficaces cuando el Parlamento dictaba las correspondientes leyes. El Parlamento podía hacereso, pero podía hacer también algunas otras cosas nada plausibles desde el punto de vista valo-rativo. El ejemplo paradigmático es la ley de concesión de plenos poderes al führer-canciller y,tras ello, las llamadas leyes para la solución final del problema judío. Las constituciones de la segun-da postguerra buscaban evitar hechos como esos, naturalmente sin imponer la drástica deroga-ción de facto o, dicho de otro modo, el golpe de estado. Para conseguirlo, estas constituciones seorganizan como un corpus iuris con una fuerza de aplicación inmediata y, en cualquier caso,con un valor de irradiación sobre la totalidad del ordenamiento jurídico, que, aunque parcial-mente lo recojan del período anterior, en sentido riguroso lo fundan. Es consecuencia de elloque una parte de los preceptos constitucionales forman un valladar que el poder legislativo nopuede traspasar más que incurriendo en flagrante inconstitucionalidad. El efecto que sobre nor-mas e instituciones ejercen los nuevos principios constitucionales, especialmente, el principio deigualdad y la interdicción de las discriminaciones, no necesita ser enfatizado.

b) Al mismo tiempo, la segunda postguerra contempló un reverdecimiento del iusnatura-lismo. Era el puro y duro positivismo el que había conducido a leyes inadmisibles o a la prácti-ca de los llamados crímenes contra la humanidad. Sólo una visión iusnaturalista permitió quefueran juzgados en los juicios de Nuremberg este tipo de crímenes. En algún sentido, las cons-tituciones, que proclamaban valores, se presentan a su vez, como precipitados de este nuevoDerecho natural.

c) Penetrando ya en las instituciones jurídico-civiles en concreto, la primera sobre la queconviene llamar la atención es la familia, porque es la que parece haber experimentado unamás profunda evolución jurídica. Casi todas las legislaciones de la Europa occidental reforma-ron profundamente, a partir de la mitad del siglo, sus normas sobre la materia.

El fenómeno más importante es, sin duda, aquél a que dieron lugar los movimientos femi-nistas, llamados también de la liberación de la mujer, que reivindicaron, desde las sufragettesinglesas y norteamericanas de la segunda década del siglo, la igualdad jurídica de los sexos enel terreno político, en el laboral y en el de los derechos civiles. Las constituciones proclamaronfinalmente el principio según el cual la igualdad ante la ley supone la interdicción de cualquiertipo de discriminación, que tenga en el sexo (lo mismo que la raza y la religión) su fundamen-to. Por ello, las legislaciones civiles debieron ir suprimiendo cuidadosamente los restos que enellas existían de tales discriminaciones, especialmente en materia de matrimonio, suprimiendotoda una serie de licencias maritales o de cosas parecidas y haciendo a la institución matrimonialmucho más asociativa. La llamada cogestión o codirección de las comunidades matrimonialessobre los bienes del consorcio ha sido una consecuencia de ello, del mismo modo que el reco-nocimiento de la cotitularidad de la potestad respecto de los hijos.

La reforma alcanzó también a las relaciones paternofiliales, transformando la tradicionalpatria potestad en un poder-función de carácter tuitivo, que, en muchas ocasiones, experimentala limitación de controles externos por virtud de la actuación de autoridades administrativas ojurisdiccionales.

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Hacia los años sesenta —la fecha significativa es mayo del 68—se pudieron consignar movimientos contraculturales de los sectoresmás jóvenes y rupturistas de la población, a partir de los cuales sefueron abriendo camino las que después hubieron de llamarse socie-dades permisivas, que ejercieron notable influjo en el seno de las rela-ciones familiares. Como consecuencia de todo ello, nuevos temas antesinéditos, fueron explotando y los legisladores se fueron viendo some-tidos a la presión de movimientos creados en la opinión pública, gene-rando temas que todavía hoy no podemos considerar resueltos comoson los relativos a la transexualidad o a las llamadas uniones de hechoque se han ido abriendo camino en algunas legislaciones.

d) El Derecho de contratos de corte liberal, que los Códigos habían recibido, experimentóel fuerte impacto de las grandes crisis económicas. Así, frente a la regla pacta sunt servanda,en virtud de la cual los pactos y los contratos deben ser cumplidos, salvo imposibilidad sobre-venida, que debe ser absoluta y total, se fue abriendo camino la idea de que cambios profundosde las circunstancias tenidas en cuenta por las partes en el momento de celebrar el contrato comofundamento de él, deben consentir, cuando aquella situación se ha alterado, la posibilidad deuna extinción o, por lo menos, de una revisión judicial de su contenido que lo adecue a lasnuevas circunstancias. Aunque para ello, a veces, se recurrió al valor mítico de fórmulas anti-guas, como la llamada cláusula rebus sic stantibus, no puede discutirse que se trataba de unaidea que presentaba una notable novedad.

Las grandes crisis económicas, por otra parte, determinaron la aparición de economíasfuertemente intervenidas y la aparición de regulaciones que buscaban la protección de laparte contratante más débil desde el punto de vista económico. La economía rigurosamenteintervenida determinó a su vez la aparición de formas un tanto extrañas, como los llamados«contratos forzosos», cuando es una administración pública quien los impone, que ensegui-da hubieron de recibir un tratamiento doctrinal, desde los trabajos de Nipperdey sobre laobligación de contratar a los de René Morín sobre «Le Contrat imposé» publicado en los Estu-dios en Honor de Georges Rippert. De ahí había un solo paso para pregonar, por una par-te, la crisis de la dogmática contractual o, por otra, decididamente, la decadencia y el findel contrato.

Sin embargo, debía tratarse de una especie que gozaba de buena salud y, a lo largo de todosesos mismos años no había cesado la invención de nuevos tipos contractuales, generalmentecon nombres en inglés, como el leasing o el factoring.

Los últimos años han sido, de manera muy destacada, años de renacimiento del liberalis-mo económico, de creación de mercados supranacionales e incluso de un único mercado global,sin trabas ni barreras, que es lo que se denomina, según parece, «globalización». Y los merca-dos supranacionales han traído de la mano Derechos supranacionales. Destacan en este punto,los trabajos de UNCITRAL que dieron lugar en 1980 al importante texto que supuso la conven-ción de las Naciones Unidas sobre la compraventa internacional de mercaderías.

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JOSÉ CASTÁN TOBEÑAS

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Al mismo tiempo, sin embargo, el Derecho clásico de contratos experimentó una sorpren-dente bipartición, pues al lado de los tradicionales contratos o contratos de Derecho común, fue-ron surgiendo reglas de protección de consumidores que han dado lugar a que hoy se puedahablar de un Derecho de consumo. No se trata, como en el Derecho de las crisis económicas, deproteger al contratante más débil, sino al consumidor por el hecho de serlo, para favorecer yfomentar el consumo como fenómeno económico significativamente importante. Si la escisión eso no definitiva, sólo el tiempo podrá decirlo.

e) No parecen especialmente importantes los cambios experimentados por el derecho depropiedad, especialmente en los países que no abandonaron el capitalismo y no han tenido queretornar a él. Sí puede consignarse un notable aumento de la intervención administrativa en lapropiedad de terrenos en trance de urbanización por la vía de los planes de urbanismo.

f) Tampoco pueden detectarse cambios espectaculares en el Derecho de sucesiones. Si aca-so, la reducción del círculo de los herederos abintestato, que es consecuencia del estrechamien-to de los ámbitos familiares a los que tal condición alcanza.

No es seguro que la descripción y el dibujo que se ha intentado realizar, a grandes pince-ladas, adquiera todo el sentido que debiera tener. Tal vez puede extraerse —como colofón— laidea de que por muy grande que sea la estabilidad que parecen poseer, los ordenamientos jurí-dico-privados se encuentran siempre sujetos a cambio y evolución, unas veces más superficialy otras más profunda. Consignar algunos datos, para la historia, a modo de crónica, no estarea difícil. Escrutar el futuro lo es mucho más, pero afortunadamente, es tarea que no se nosha pedido.

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La Farmacia en la Ciencia y en la Sanidad

JUAN MANUEL REOL TEJADA

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E l Instituto de España ha querido descubrir los perfiles del siglo XX, vistos desde la pers-pectiva de las Reales Academias que integran aquél. Me cabe el honor de cumplir dicho

encargo y escudriñar la presencia académica científica y profesional de la Farmacia, en tanto cien-cia, como lo define el Diccionario de la Lengua, y en tanto actividad eminentemente sanitaria.

Me parece oportuno situar aquella actividad científica y sanitaria dentro del marco de losgrandes cambios, descubrimientos y turbulencias que el siglo XX trajo consigo.

Hay, indudablemente, una zona de sombras:

— Las utopías engañosas, que llevaron a continentes enteros a enormes catástrofes huma-nas, en nombre de la hegemonía de una raza, o, buscando un horizonte de justicia, ennombre de una clase.

— La profunda alteración del sistema de valores, que supuso, unas veces, anteponer cual-quier abstracción a los tangibles derechos humanos, personales e individuales; y,otras, desde Herder, como recuerda Finkielkraut, la pérdida de los valores universa-les, condenados por el tribunal de la diversidad o el multiculturalismo.

— La presencia del hambre y la ignorancia en grandes zonas del planeta, que son comouna llamarada de vergüenza ante nuestra insensible conciencia.

Hay también, zonas claras, de luces:

— La extensión de la democracia y de los valores que lleva consigo; entre ellos la masivaincorporación de la mujer, en igualdad de derechos, a la dinámica social.

— El incremento, pese a todo, del sentimiento de solidaridad, y el sentido «global» del des-tino humano en el planeta.

— Los avances científicos y tecnológicos.

Dice Echenique que el siglo XX viene definido por el átomo, el gen y el chip. Expresiva yacertada simplificación. Dicho de otro modo, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica,el descubrimiento del cogido genético, donde brilla con singular esplendor un español, SeveroOchoa, y la teoría computacional que permite la conquista del espacio, o, a través de la bioin-formática y los «biochips», el descubrimiento de los caminos moleculares de la vida celular.

Pues bien, en este paisaje de sombras y luces, agudizado en nuestro país que presentaba,simultáneamente, a primeros de siglo, un 60% de analfabetismo y un Premio Nobel de Medi-cina, don Santiago Ramón y Cajal, el científico todavía hoy más citado en Biomedicina, se desa-rrolla la trayectoria de la Farmacia en la Ciencia y la Sanidad.

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Si, como dice Artola, la historia es la descripción de la gestión del conflicto, la historia de la Far-macia en el siglo XX nos pondrá de manifiesto la gestión del conflicto farmacéutico en esa centuria.

Evidentemente la Farmacia está en el centro de un conflicto científico, sanitario, cultural,económico y ético.

Conflicto científico en tanto la revolución terapéutica ha situado al medicamento en elcentro de la cuestión, desplazando, incluso, a las profesiones que con él se relacionan: médico yfarmacéutico; los avances terapéuticos alcanzan los niveles molecular y génico.

Conflicto sanitario y económico, en tanto la posibilidad real de dar respuesta a la deman-da de protección de la salud y la curación de la enfermedad, que está a nuestro alcance, se haceimposible para los escasos recursos de tantos países no desarrollados, o pone en crisis nuestroEstado de Bienestar.

Conflicto ético, en tanto los avances en la terapia farmacológica hacen fácilmente accesiblesmétodos abortivos, o, en otro caso, permiten la manipulación de embriones para fines, en prin-cipio, de gran trascendencia para la curación o tratamiento de variadas patologías, si no fueraporque aquella manipulación se efectúa sobre un embrión humano portador de una dotacióngenética única e irrepetible, constitutiva de un proyecto real de un ser humano, inaceptable des-de la perspectiva del derecho a la vida.

Conflicto sanitario, cultural y económico para los farmacéuticos, en tanto que la fabricación indus-trial del medicamento supuso un punto de inflexión en la concepción del ejercicio profesional, queha tenido que pasar del «quehacer con las manos»: la fórmula magistral, al «cognitive service»: la dis-pensación de conocimientos. En la sociedad de la información, el valor añadido de la actuación pro-fesional supone actuar eficazmente en los problemas relacionados con el medicamento, PRM, quecausan un altísimo porcentaje de ingresos hospitalarios y el gasto de un dólar, para tratar efectos adver-sos, por cada dólar de costo de la prescripción. Pasar de una «cultura de la producción», fórmulamagistral; a una «cultura de la información», dispensación de conocimientos, en materia de ejercicioprofesional, no es un cambio fácil, sino traumático, que la profesión enfrenta con esperanza y coraje.

En definitiva, la Farmacia es una encrucijada de caminos científicos y sanitarios y, asimismola asistencia farmacéutica un cruce de sendas sociales y económicas en el Estado de Bienestar.

A) LA FARMACIA EN LA CIENCIA

La primera parte del siglo

Los farmacéuticos en la reforma del sistema científico y universitario

La reforma del sistema científico

El siglo arranca entre los últimos coletazos de la polémica sobre la ciencia española, abier-ta en 1782, y el pesimismo del 98. Una serie de españoles ilustrados se plantearon la regeneración

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de las estructuras del sistema educativo y científico español. Si en 1876 se creó la InstituciónLibre de Enseñanza, en 1907 nacía la Junta de Ampliación de Estudios, presidida por Cajal yde la que formaban parte dos farmacéuticos: don José R. Carracido y don José Casares.

En 1910 se inauguraba el Laboratorio de Investigaciones Físicas que se transformaría enel Instituto Nacional de Física y Química inaugurado en 1932. Las disciplinas relacionadascon la Física, la Físico-Química y la Inorgánica las coordinaba Enrique Moles y la Química Orgá-nica A. Madinaveitia

Entre los años 1931 y 1936, Moles y su escuela habían dado a luz setenta y un trabajoscientíficos.

A la sombra de la Junta de Ampliación de Estudios y de la Residencia de Estudiantes, seabre en 1915 la residencia de señoritas y en 1920, anexo a ella, el Laboratorio de Química quedirigió, en primer lugar, tras Mary Louise Foster, Rosa Herrera a partir de 1923, más tarde elfarmacéutico Enrique Raurich y de 1932-1935 Carmen Gómez Escolar, farmacéutica, también.La historia de este período y la irrupción de la mujer en el mundo universitario y científico estánmagníficamente contados por Rosa Basante.

La reforma de las enseñanzas universitarias

El gran problema de la enseñanza de las ciencias experimentales es que no había experi-mentación. La penuria económica hacía imposible que los métodos y técnicas aprendidas por losesforzados profesores que, a duras penas, habían cursado estudios en Alemania y otros países,líderes en Física y Química, pudieran ser aplicados en nuestro país. La enseñanza era, en granmedida, teórica, sin apoyatura del Laboratorio.

Tal vez la vieja tradición farmacéutica que exigía conocimientos experimentales para la pre-paración de medicamentos en la Oficina de Farmacia, fue lo que impulsó la creación de las Facul-tades de Farmacia en las primeras décadas del siglo XIX, y, en ellas, las Cátedras de Química, inor-gánica y orgánica. En su espléndido trabajo para el tomo XXXIX de la Historia de España deM. Pidal, titulado: La Edad de Plata de la Cultura Española, Ángel Vian, señala que la Químicase enseñaba en las Facultades de Farmacia antes que en las Facultades de Ciencias, por ser aqué-llas más antiguas. Para ser doctor en Ciencias Químicas, por ejemplo, se necesitaba cursar, comoasignatura obligatoria, la Química Biológica, que sólo se estudiaba en la Facultad de Farmacia.

Entre 1910 y 1935 la estructura de la Sociedad española se traducía muy bien en la demandauniversitaria. Por ejemplo, en un censo de ese período, se observa que los licenciados en Medi-cina alcanzaron la cifra de 5.280, los farmacéuticos 1.783, para descender la cifra, drástica-mente, a 190 químicos y 22 licenciados en Física.

El esfuerzo de Moles, Carracido y Casares, entre otros, se percibe más titánico, aún, a la luzde aquellas cifras. Con tan pocos físicos y químicos había que hacer un país industrial y unaUniversidad más científica. De aquellas cifras, también se explica el hecho de que fueran muchosfarmacéuticos quienes «poblaran» las Facultades de Ciencias, los Laboratorios de la Junta y lasSociedades Científicas.

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El impulso científico en revistas y sociedades

En 1903 nace la Sociedad Española de Física y Química, y, otra vez, Carracido y Casaresy, más tarde, O. Fernández, están en la base de aquel esfuerzo regenerador, sucediéndose en laPresidencia de la Sociedad.

La modernización científica de la Administración

Tal vez el Laboratorio Central de Aduanas es un buen ejemplo para volver a poner de mani-fiesto la ingente obra del farmacéutico profesor Casares Gil, pues fue director del mismo, al igualque el doctor Ranedo, ambos, por cierto, directores de la Real Academia de Farmacia, como haseñalada en este ciclo la Profesora M.C. Francés.

Los farmacéuticos y las diferentes materias universitarias

La Escuela de Química Analítica

Don José Casares (1866-1961), de quien hemos dado noticia en varias ocasiones, fue elgran impulsor de la Química Analítica en España. Le hemos visto en la Facultad de Farmacia,en la Junta de Ampliación de Estudios, en el Laboratorio Central de Aduanas... En todos ellossu objetivo era llenar de realidad práctica y experimental los centros que dirigió, en seguimientode la moderna concepción docente imperante en Alemania. Don José Casares fue pionero enEspaña en los análisis de alimentos, aguas, donde detectó por primera vez el flúor y, en gene-ral, de múltiples sustancias, muchas de las cuales pasaban por el Laboratorio de Aduanas quedirigió. Un ilustre farmacéutico, que hizo importantes hallazgos en la «marcha analítica», parael descubrimiento de los elementos de un compuesto dado, fue el profesor Montequi, director,también, de la Real Academia de Farmacia.

La presencia de los farmacéuticos en el análisis químico ha sido constante a lo largo del sigloXX. Especial relevancia tiene el avance que, desde José Casares, se dio al Análisis de los alimentos.Román Casares creó, por primera vez en la Universidad Española, una Escuela de Bromatología.

La Escuela de Físico-Química e Inorgánica

Enrique Moles, 1883-1953, es la figura indiscutible, a decir del profesor A. Vian, de estasciencias. Acabada la enseñanza secundaria pretendió orientarse por el mundo del arte, con-cretamente la pintura. Cuenta Vian que al descubrir a Velázquez, comprendió la imposibilidadde llegar a las alturas del genio sevillano. Vuelto a Barcelona se hizo farmacéutico. Hemoshablado de su paso por el Laboratorio y el Instituto de la Junta de Ampliación y de las decenasde trabajos sobre temas físico-químicos, farmacéuticos e inorgánicos.

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El momento culminante en la carrera de Moles, que marcaba un hito en la apertura cien-tífica de España, fue la celebración, en Madrid, del IX Congreso Internacional de Química Puray Aplicada en 1934. La «guerra incivil» truncó la trayectoria de Moles. Su compromiso intelec-tual con la República le llevó al exilio en Francia. El avance alemán propició su arriesgadavuelta a España. Desposeído de su Cátedra, el gran impulsor de la Ciencia Físico-Química,encontró cobijo en la Industria Farmacéutica privada, en los Laboratorios Ibys, propiedad dela familia Urgoiti, de vieja raigambre liberal. El profesor E. Sellés fue uno de sus muchos discí-pulos e impregnó la galénica del contenido experimental que aprendió del maestro y en sus estan-cias en Alemania.

Las Escuelas de Química Orgánica y Biológica

Desde el primer tercio del siglo XIX ya se estudiaba en las Facultades de Farmacia la Quí-mica Orgánica. En 1886 se crea en Madrid la Cátedra de Química Biológica regentada por Lau-reano Calderón.

En la rama de Química Orgánica los farmacéuticos del primer tercio del siglo XX constitu-yen un ejemplo vivo de modernización de los estudios de una materia absolutamente funda-mental para medir el nivel científico y las posibilidades industriales de un país.

Los nombres míticos de José Giral, Juan y Antonio Madinaveitia y Obdulio Fernández sonejemplo vivos del altísimo nivel alcanzado por los farmacéuticos en el cultivo de la Química Orgá-nica. La saga de los Giral y Madinaveitia siguió en el exilio mejicano sus estudios sobre productosnaturales en conexión con grandes empresas farmacéuticas.

El burgalés de Frías, profesor O. Fernández, «rozó» el Premio Nobel y sus trabajos sobre laarquitectura molecular de los agentes terapéuticos hicieron de él precursor indiscutible de laquímica farmacéutica. Tras su estancia en la Facultad de Farmacia de Granada, se encargó enMadrid de la primera Cátedra de Análisis de Medicamentos de la Universidad Española.

En 1917 fue elegido presidente de la Sociedad Española de Física y Química, sus esfuer-zos regeneradores y su interés por la industrialización de nuestro país se pone de manifiestoen el discurso inaugural de la Universidad de Madrid en 1917, «Relaciones entre la Universi-dad y la Industria». Fue Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina y sudiscurso de ingreso en 1934 se refería a un tema de máximo interés: «Un Ensayo de QuímicaInmunológica». Ese mismo año pronunció el discurso presidencial en el IX Congreso Interna-cional de Química.

Sus discípulos, Mariano Mingo, desde la Escuela Nacional de Sanidad o Cándido Torres,desde la Facultad de Farmacia, continuaron su obra.

Don Manuel Lora Tamayo, químico y farmacéutico, desde la Facultad de Ciencias, impul-só extraordinariamente los estudios de Química Médica en el CSIC.

En la rama de Química Biológica, José R. Carracido puede considerarse el verdaderointroductor en España de esta disciplina, en términos de aplicación clínica y médica (cuadro1). Opositó a esta cátedra a los 43 años arriesgando la de Química Orgánica de la que era titular

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desde los 25 años. El profesor Carracido fue uno de los últimos polemistas sobre la Ciencia espa-ñola. Su preocupación por España se puso de manifiesto en numerosas ocasiones y en su con-ferencia en el Ateneo de Madrid en 1896 titulada «Condiciones de España para el cultivo delas Ciencias», Carracido pasa revista a los mitos que podrían justificar el desfase científico, paradiagnosticar que el problema principal es que la Ciencia no es vivida por la sociedad. Esforza-do luchador por la difusión de la Ciencia, sus cursos en el Ateneo llevaron la Química Bioló-gica a los foros intelectuales más abiertos de la sociedad española. El profesor R. Carracido fueespléndido rector de la Universidad Complutense y académico de la Real Academia Española.Sus discípulos José Giral, luego presidente del Gobierno de la República, J. Madinaveitia y Obdu-lio Fernández, en diferentes campos estuvieron a la altura del maestro.

Corresponde al profesor Santos Ruiz, el mérito de haber introducido los estudios de Quí-mica Biológica en la licenciatura, hasta entonces se cursaban como asignatura de doctorado,siendo la suya la primera Cátedra de Bioquímica de la Universidad Española. La Escuela delprofesor Santos Ruiz ha poblado de excelentes discípulos numerosas Cátedras en las Facultadesde Farmacia, Medicina, Ciencias y Veterinaria de la Universidad Hispana, así como en nume-rosos centros e Institutos del CSIC.

Cuadro 1: PRINCIPALES PUBLICACIONES CIENTÍFICAS DEL PROFESOR CARRACIDO

• La nueva Química. Introducción al estudio de la Química según el concepto mecánico, 1887.

• Tratado de Química Orgánica, 1888.• Tratado de Química Orgánica teórico y práctico, 1890.• Lucubraciones sociológicas y discursos universitarios, 1893.• La evolución en la Química, 1894.• Estudios histórico-críticos de la ciencia española, 1897.• Tratado de Química Biológica, 1903.• Estudio físico-químico y biológico de las aguas de Karlsbad, 1908.• El estado coloide en la materia viva, 1913.• Cuestiones bioquímicas y farmacéuticas, 1924.• Transformations biochimiques de matières protéiques, 1926.• Los métodos en las Ciencias Naturales, 1883.• Los metalúrgicos españoles en América, 1892.• Síntesis de la Albúmina, 1910

Fuente: Moreno González, 1991.

La Escuela de Microbiología

El 31 de julio de 1900 se crea, en la Facultad de Farmacia de Madrid, la primera Cátedrade Microbiología. Se definía como «Microbiología, Técnica bacteriológica y preparación desueros medicinales». En 1910 puede dotarse la plaza de Catedrático que es ocupada por el far-macéutico Francisco de Castro. Desde entonces los farmacéuticos microbiólogos abren los estu-

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dios desde los aspectos académicos a los clínicos y a los industriales.Florencio Bustinza fue un pionero en la aplicación de la microbiolo-gía a la fermentación y producción de antibióticos. Gran amigo y bió-grafo de Fleming suscitó tras de sí numerosas vocaciones. En esa línea,Lorenzo Vilas, Gastón de Iriarte y otros, formaron excelentes discí-pulos, que a su vez han sido origen de extraordinarias escuelas quese han extendido por decenas de Cátedras universitarias en Farma-cia, Medicina, Ciencias y Agronomía.

La Escuela de Parasitología

La Parasitología es otra disciplina que cobra auténtica dimensión desde las Facultades deFarmacia y conducida por farmacéuticos. El profesor Carlos Rodríguez López-Neyra enseña enGranada, y a partir de los estudios en Helmintología en 1911 crea el Instituto Nacional deParasitología y más tarde la Revista Ibérica de Parasitología. En 1948 obtiene el Premio Nacio-nal de Ciencias.

De la Farmacia Práctica a la Tecnología Farmacéutica

He dejado para el final, la más genuina de las disciplinas farmacéuticas. La que estudia losmedicamentos y su preparación.

Son clásicos los tratados de Sabada y García del Real entre otros. Al final del primer terciodel siglo presenta una nueva generación de profesores abiertos a Europa y a los nuevos métodos.E. Sellés en Madrid y Soler y Batlle en Barcelona. Este último fue rector en el convulso período1930-1931 con el acuerdo de diferentes grupos. La situación política y la falta de voluntadpara superarla obligaría a Soler a dimitir. Su magisterio y honradez intelectual se recuerdantodavía.

La gran novedad científica en la disciplina, se produce como consecuencia de la introduc-ción de la base matemática y físico-química en los procesos de fabricación y, especialmente, enel estudio de la absorción y difusión del medicamento en el organismo. El profesor Cadórniga,discípulo del físico-químico profesor Otero, introduce en la Universidad Española la Farmaco-cinética y la Biofarmacia, elevando la Galénica al nivel de Ciencia de honda raíz matemática yfísico-química. Una pléyade de magníficos discípulos ha extendido el estudio de estas discipli-nas a las once Facultades de Farmacia y a los Servicios Farmacéuticos Hospitalarios.

De la Botánica a la Biodiversidad y de la Materia Farmacéutica Vegetal a la Farmacoterapia

Merece especial atención una disciplina ligada a la Farmacia desde el primer momento:la Botánica. El estudio de las plantas, por su mismo interés científico, por la exigencia de la huma-na alimentación, y por ser fuente de medicamentos, es consustancial con la Farmacia. El siglo XX

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JOSÉ RODRIGUEZCARRACIDO

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debía estar a la altura de los antecedentes ilustrados, de los botánicos de las grandes expedicio-nes, y de los nuevos conceptos que hablaban de los ecosistemas y de las grandes posibilidadesde los Jardines Botánicos. Unos cuantos nombres ponen de manifiesto la singular presencia defarmacéuticos en el mundo universitario y científico. Los profesores Font Quer, tan ligado al Jar-dín Botánico de Barcelona, y Lázaro Ibiza, cuya Flora de España permanece vigente, la saga delos Rivas: don Marcelo, don Salvador y el actual Rivas Martínez. Estos dos últimos marcaron elgiro de la Botánica a la moderna visión de Biodiversidad, estableciendo las relaciones entre plan-ta-suelo-clima, materia en la que Rivas Martínez es una autoridad mundial.

Muy ligada a la botánica, aunque buscando un fin exclusivamente terapéutico, se sitúa laMateria Farmacéutica Vegetal, que en las Facultades de Farmacia estudia la estructura histoló-gica y la riqueza en principios activos de las plantas medicinales. El profesor Gómez Pamo es elindiscutible impulsor de una ciencia que él explicó, también, en términos artísticos, pues, comoCajal, las magníficas ilustraciones de sus libros eran producto de su altísimo sentido del dibujo.

La Materia Farmacéutica Vegetal evolucionó hacia la actual Farmacognosia, para, a travésde la Farmacodinamia, llegar a la Farmacología y la Farmacoterapia. Un 50% de los científicosy universitarios dedicados a estas ciencias son farmacéuticos y explican o investigan en la Uni-versidad o el CSIC.

La segunda parte del siglo

No es fácil descubrir la aportación de los farmacéuticos en la segunda parte del siglo.Afortunadamente, en primer lugar, por la complejidad y expansión del sistema universitario ycientífico. España tiene, en la actualidad casi el mismo número de universitarios que Alemania(con el doble de población esta última) y más que Gran Bretaña, Francia e Italia (con una pobla-ción 50% superior). El CSIC es uno de los tres organismos europeos que más fondos para I+Dha captado, en dura competencia, en la UE.

En segundo lugar, porque la proximidad haría imprudente citar unos nombres, con la segu-ra omisión de otros.

Sin embargo, no me resisto a hacer algunas referencias a la presencia de los farmacéuticosen lugares de máximo interés, en tanto gestores de la ciencia, o vanguardia en la elaboración dela misma.

En una etapa singularmente difícil, tras una Guerra Civil, que trajo como consecuencia erro-res graves, como por ejemplo los casos de E. Moles, e, incluso, del mismo J. Marías, apartado siste-máticamente de la Universidad, hay que reconocer, con sincera objetividad, que el profesor J. M. Alba-reda realizó una extraordinaria labor al frente del CSIC, lo que supuso abrir España al exterior, alpromover un sistema de becas que llevó a las Universidades y Laboratorios europeos y americanosa una generación de estudiantes que luego fueron semilla y soporte de la renovación científica denuestro país. En un momento en el que se pudo producir el «cierre» de la Ciencia española, reedi-tando el más que desafortunado Decreto de Felipe II, J. M. Albareda supo navegar en procelosas aguasy «abrir» a los estudiantes españoles el camino de los mejores centros científicos occidentales.

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Como a mí me corresponde, en este ciclo, hablar desde la perspectiva académica de la Far-macia, debo recordar que a aquella generación pertenecen farmacéuticos como los malogradosDavid Vázquez y Carlos Asensio, y Manuel Losada uno de los más importantes expertos mun-diales en fotosíntesis, por no citar nombres más cercanos.

Hablando del CSIC habría que decir que, tras Albareda, dirigieron el Consejo farmacéuti-cos como Lora Tamayo, Federico Mayor (en funciones), Emilio Muñoz y César Nombela (esteúltimo de 1998 a 2001).

Decía que los farmacéuticos están presentes, también, en lugares en los que se elaboraciencia de vanguardia: Biotecnología, Terapia Génica...; o que farmacéutico es, aunque en estecaso trabajando en los Estados Unidos, el biólogo molecular más citado en las revistas científi-cas en el ámbito de la Biomedicina el año 2000.

B) LA FARMACIA EN LA SANIDAD

El siglo arrancaba con cifras dramáticas. El profesor Puyol señala que se producían algomás de 28 defunciones por cada mil habitantes; frente a 9 a final de siglo. En 1900 superába-mos a la media europea en ocho puntos, pues ésta se situaba por debajo del 20%.

Las epidemias, muchas veces causadas por aguas no potables y deficiente evacuación delas residuales, se agudizaban por la inadecuada situación alimentaria. La tuberculosis hacíaestragos. La mortalidad infantil expresa muy bien el dramático escenario español: en 1900morían 180 niños por cada 1.000 habitantes antes de cumplir el primer año de vida. La cifraes hoy de 5,6.

Los varones de 1900 a duras penas alcanzaban una esperanza de vida de 34 años y lasmujeres poco menos de 36. Hoy día los hombres están próximos a alcanzar una vida media de75 años y las mujeres sobrepasan los 81. Las causas de defunción son ahora enfermedades endó-genas: aparato circulatorio, tumores... Aunque entre las exógenas, los accidentes de circulaciónocupan el primer lugar. El sida y el Alzheimer constituyen enfermedades víricas o degenerati-vas peligrosamente actuales.

Es evidente que la impresionante mejora en los índices de sanidad se debe atribuir a la pota-bilización de las aguas y a la mejor alimentación en primer lugar, pero detrás de ello está elesfuerzo de muchos sanitarios y de los farmacéuticos, así como el avance en la eficacia de losmedicamentos, como vamos a ver a continuación.

El mundo de la salud pública y la asistencia sanitaria y farmacéutica

Incluso hablando desde una perspectiva académica no puede olvidarse el gran papel de laFarmacia y los farmacéuticos en las tareas de salud pública y preventivas.

El Cuerpo de Farmacéuticos Titulares, tiene, entre sus obligaciones, el control de las aguasy los alimentos de origen no animal. Fue Elisa Álvarez, farmacéutica en un pueblo de Galicia,

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quien descubrió el fraude de las bebidas que elaboradas con alcohol de madera, alcohol metíli-co, produjo un espectacular síndrome y numerosos casos de ceguera, hacia los años 1962-1963.En 1971-1972 la epidemia de cólera tuvo en Ricardo García Gil, farmacéutico de Épila, un pro-tagonista indiscutible en la detección del vibrión en las aguas del río Jalón y en el control delmismo. Fue condecorado con la Orden Civil de Sanidad por su trabajo durante la epidemia.

En la actualidad cientos de farmacéuticos comunitarios colaboran en el Plan Nacional con-tra la Drogadicción y miles en Educación para la Nutrición o en Campañas Antitabaco, contrala diabetes o la hipertensión; miles siguen cursos de formación continuada a sus expensas.

En la asistencia sanitaria se incluye la Farmacia Hospitalaria. Algunas cifras son muy sig-nificativas: 1.300 farmacéuticos de hospital, que dispensan y elaboran medicamentos, informan,también, sobre su farmacocinética, efectúan su farmacovigilancia y dirigen, junto a los médi-cos, la Comisión de Farmacia y Terapéutica.

Según los datos del Insalud referidos al número de Especialistas en los programas de resi-dentes (1966-1989), el número de farmacéuticos es de 591, lo que supone un 43%, aproxima-damente, de un total de 1.377 especialistas formados en las especialidades de laboratorio. Deeste total de especialistas, la distribución por especialidades aproximadamente es:

— Análisis Clínicos: 52% son farmacéuticos.— Bioquímica Clínica: 17% son farmacéuticos (sólo se cuenta desde 1978).— Microbiología y Parasitología: 35% son farmacéuticos.

El R.D. de Especializaciones otorgó el Título de Especialista en Análisis Clínicos, Bioquí-mica Clínica y Microbiología y Parasitología a un total de 6.515 farmacéuticos, en el sector públicoy en el privado (Ministerio de Educación y Ciencia, julio de 1990). Estos títulos se distribuyencomo sigue:

— Análisis Clínicos: 5.788 (aprox. 89% del total).— Bioquímica Clínica: 270 (aprox. 4% del total).— Microbiología y Parasitología: 457 (aprox. 7% del total).

La explicación de la presencia de farmacéuticos en los Análisis Clínicos se debe a los cono-cimientos de la licenciatura y a la excelente enseñanza de la Escuela de Análisis Clínicos de laFacultad de Farmacia de la Universidad Complutense.

El mundo del medicamento

La presencia del medicamento industrializado en el siglo XX marca un hito de enorme reper-cusión social. La «incardinación» del derecho a la protección de la salud en la conciencia de loshombres, pone a la actividad farmacéutica en el centro de una encrucijada, tanto se refiera a laasistencia farmacéutica o sanitaria, o a cuestiones de salud pública.

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El medicamento en el siglo XX se sitúa en el centro de un gran conflicto porque:

— La salud se ha transformado en una gran demanda social.— La obligación del Estado de tutelar la protección de la salud está constitucionalizada.— El costo de esa protección, incluida la asistencia farmacéutica, puede estar, en ocasio-

nes, por encima de nuestros recursos.

El siglo comienza con el proceso de industrialización del medicamento y son farmacéuti-cos sus pioneros: Esteve, Andreu, Rubió (laboratorios Andrómaco), Cusí... y los que siguieron,González Jáuregui (laboratorios Lefa), Guillermo Tena (laboratorios Morrith), Fernández Val-derrama (laboratorios FAES), Bescansa...

Termina la centuria con la presencia de la primera multinacional farmacéutica española,Almirall-Prodesfarma, cuya fusión inspira, desde este último laboratorio, Antonio Vila Casas,farmacéutico. Cierto que la concepción planetaria de la Industria Farmacéutica hace que el mer-cado farmacéutico español esté, en un 80%, en manos de multinacionales.

Pues bien, 1.200 farmacéuticos ocupan los puestos de directores técnicos, jefes de Regis-tros y otros servicios: farmacovigilancia, control y garantía de calidad, etc.

El mundo del medicamento ha sufrido profundas modificaciones a lo largo del siglo XX,consecuencia del desarrollo tecnológico, de la incorporación de España a la CE y la obligación,por consiguiente, de aceptar sus Reglamentos y Directivas Farmacéuticas, y, por último, delhecho de estar la prestación farmacéutica incluida en la protección social y ser, en definitiva,en el marco de la asistencia sanitaria, un pilar del Estado de Bienestar.

No es el momento de historiar el desarrollo tecnológico, pero es bueno recordar que elsiglo XX ha sido testigo de un cambio tan profundo como demuestra el paso de la terapéuticadesde el aceite de hígado de bacalao a la terapia génica. Vacunas que salvan miles de vidas,antibióticos de extraordinaria potencia, hormonas biotecnológicas, terapia molecular...

Todo este proceso, y la incorporación a la UE, exigía un cambio radical en la normativa.Fue durante la transición 1975-1983 cuando se produce la gran revolución normativa farma-céutica, que tuve la fortuna de conducir.

En términos organizativos, se crea la Dirección General de Farmacia, en el Ministerio deSanidad; el Cuerpo Farmacéutico de Sanidad Nacional; los Servicios Farmacéuticos Hospitala-rios y la modernización de la Farmacia Comunitaria.

La legislación técnica se adaptó a la normativa europea, o se adelantó a ella, como en el casode la reglamentación sobre ensayos clínicos de 1978. Las exigencias registrales y las normas degarantía de la eficacia clínica de los medicamentos se visualizan en el hecho de que desapare-cen del mercado 15.000 especialidades.

En los quince últimos años del siglo se aprueba la Ley del Medicamento, la legislaciónsobre «medicamentos genéricos», se crea la Agencia Española del Medicamento y se publica,con titularidad estatal, la Farmacopea Española, cuya primera Comisión presidió el profesorCadórniga.

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En términos económicos la prestación farmacéutica pasa del Seguro Obligatorio de Enfer-medad, 1942, al «todo para todos gratuitamente». Equidad y solidaridad del Estado del Bienestar.A finales de siglo la prestación se hace selectiva, al menos teóricamente, y se dictan normas paraabordar el llamado «gasto farmacéutico», que alcanza entre el 20% y el 25% del gasto sanita-rio, algo más del 1% del PIB, más de un billón de pesetas. En los años setenta se alcanzaron los100.000 millones.

Pues bien en la gestión, el protagonismo y, en su caso, el destino positivo o negativo de larevolución farmacéutica, han estado los profesionales de la Farmacia. Salvo uno, todos los Direc-tores Generales de Farmacia han sido farmacéuticos, los cuerpos directivos, los técnicos de loslaboratorios, los farmacéuticos hospitalarios y los que sirven a la comunidad desde sus Oficinasde Farmacia, en el mundo rural y el urbano. Por cierto, con un grado de informatización, queincluye un banco de datos de primer orden, que alcanza un 75% de las Farmacias.

C) LA FARMACIA: UN COMPROMISO CON LA CIENCIA, LA SALUD

Y LA SOCIEDAD

A lo largo del siglo XX, como hemos visto en los apartados anteriores (A y B), la Farmaciaha contribuido grandemente a la expansión de la Ciencia y a la modernización de la Sanidad,en nuestro país.

En la Universidad, los Centros de Investigación y las Academias. José R. Carracido, José Casa-res fueron académicos de la Real Academia Española y presidentes de la Real Academia de Ciencias.O. Fernández, secretario perpetuo de esta última. Por supuesto miembros, o Director como D. J.Casares, de la Real Academia de Farmacia. Un bioquímico, también farmacéutico, el profesor MartínMunicio, es hoy presidente de la Real Academia de Ciencias y Académico de Número de la Espa-ñola. Rectores como J.R. Carracido, Soler i Batlle, F. Mayor, R. Villanueva, Sanz Pedrero...

Un importante grupo de farmacéuticos continúa la tradición humanística de la Farmacia,y de poetas como León Felipe, Federico Muelas... Por citar un solo nombre, Raúl Guerra es PremioNadal de novela.

Los farmacéuticos han llevado su compromiso social a los más altos organismos interna-cionales. Federico Mayor, doce años excepcional director general de la UNESCO, es el para-digma de una profesión que sabe de su alta contribución a la Ciencia y la Sanidad y, también,que cotidianamente trabajan en favor de la salud y de la paz.

OBRAS CONSULTADAS

Asociación Española de Farmacéuticos Analistas. Datos estadísticos.Rosa Basante Pol, Farmacia y Mujer, Discurso de ingreso en la Real Academia de Doctores, 2000.Rafael Cadórniga Carro, Dos Académicos gallegos: Carracido y Casares Gil, Discurso de ingreso en la Real

Academia de Doctores, 1994.

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Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos, La aportación del farmacéutico a la calidad de la asis-tencia farmacéutica en España, Madrid, 1997.

Ernesto y Enrique García Camarero, La polémica de la Ciencia Española, Selección de Textos, Madrid,Alianza Editorial, 1970, pp. 351-372; 434-457.

Homenaje al Farmacéutico español, Monografía Beecham, n.º 34.Carlos López-Neyra y Jose Mª Clavera, Primer siglo de la Facultad de Farmacia de Granada, 1950.Antonio Moreno González, José Rodríguez Carracido, Madrid, Biblioteca de la Ciencia Española. Fundación

BEX, 1991, pp. 93-95.M. A. Mosso Romeo, Un siglo de Microbiología en la Universidad Española, Departamento de Microbiología,

Facultad de Farmacia, Universidad Complutense, 2000.José Luis Peset y E. Hernández-Sandoica, «Instituciones Científicas y Educativas», Historia de España, de

Menéndez Pidal. Tomo XXXIX**, Madrid, Espasa Calpe, 1994, pp. 554 y 576.Rafael Puyol, 1900-2000 Historia de una esfuerzo colectivo, Madrid, Fundación BSCH, 2000.Juan Manuel Reol, «José R. Carracido: El Ateneo y la Ciencia Española», Revista Anteneo, 1997.J. M. Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra, Taurus, 1999.Ángel Santos Ruiz, Retrospectiva Bioquímica: Facultad de Farmacia de Madrid 1886-1986, Discurso de Ingre-

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Las Ciencias Políticas en el siglo XX español

MANUEL JIMÉNEZ DE PARGA

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L os saberes sobre la política están muy condicionados por lo que ocurre en el entorno polí-tico del que enseña y del que aprende. Quiero decir que en determinados regímenes políticos

resulta difícil, prácticamente imposible, que avance la investigación acerca de los fenómenos polí-ticos. Las dictaduras, todas las dictaduras de cualquier color o signo, temen la radiografía queel analista político puede obtener de ellas, de su cuerpo político mal configurado o enfermo. Conlas dictaduras se detiene el conocimiento de lo que políticamente es, o nos pasa.

El siglo XX español, que es la centuria en la que voy a considerar la situación de las cien-cias políticas, fue enormemente agitado. Un período borrascoso de nuestra historia. El saberpolítico resultó afectado por la sucesión de fases de relativa libertad a otras de opresión despia-dada. Lo que se enseñaba ayer como doctrina ortodoxa se convertía en heterodoxia al cambiarel modo de gobernar. Catedráticos y profesores tuvieron que exiliarse, buscar refugio en tierrasextrañas, o se convirtieron, sin dejar sus poltronas, a la buena nueva del momento, salvocontadas excepciones. No es posible, por ello, apreciar una continuidad en la doctrina españo-la, del estilo de la que se registró, durante este mismo siglo XX, en los países de larga tradicióndemocrática.

Nuestros buenos maestros, que los hubo, se situaron en las cumbres de una trayectoria dis-continua. Por las circunstancias políticas adversas no pudieron irradiar la luz sobre discípuloscohesionados. No les fue permitido formar Escuelas.

El devenir político español en la última centuria dañó considerablemente a nuestras cien-cias políticas. Pero no fue el único condicionante negativo, como a continuación deseo explicar.

* * *

La autonomía de las Ciencias Políticas respecto a la Filosofía, la Ética, la Moral, la Econo-mía o el Derecho, es una conquista reciente. Todavía se debaten los especialistas en nuestra mate-ria por romper los lazos que les atan con otra clase de conocimientos, frutos de distintos enfo-ques de la realidad circundante. Pero si los intentos por conseguir la autonomía de las cienciaspolíticas (de momento, en plural; luego iremos al singular en el rótulo académico) son esfuer-zos comunes en los países europeos, en España comienza el siglo XX con una herencia intelec-tual que dificulta especialmente la tarea.

Me refiero al krausismo. Aunque lo que dominó el ambiente de un sector influyente delpensamiento español de aquella época no fue tanto la filosofía de Karl Christian Friedrich Krau-se, nacido en 1781 y muerto en 1832, un autor de dudosa relevancia, de expresión abstrusa ycomplicada terminología, que aspiraba a ser el auténtico continuador de Kant; aunque no fueel peso filosófico de Krause lo que valió en España, sino el estilo de vida que propugnó, en una

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hora de afán regeneracionista, su doctrina fue un componente notable en la manera de acer-carse a los temas políticos.

El hecho de encontrarse entre sus discípulos Julián Sanz del Río (1814-1869), y luego eldiscípulo de éste Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), relanzó de forma casi avasalladorael movimiento krausista. Varios de los más destacados profesores de Derecho Político erankrausistas, como lo fue Adolfo Posada (1860-1944), o tuvieron que dialogar con los krausis-tas, caso de Fernando de los Ríos (1879-1949), desde su «socialismo humanista».

Y digo que el krausismo retrasó en España la creación de una ciencia política homologablea la que, en las mismas fechas, brotaba en Estados Unidos de América y en algunas nacioneseuropeas, porque Krause propugna una visión del mundo desde su pensamiento fundamentalmetafísico. Los saberes políticos se encuadraban en una consideración global de la Humanidad,vista por Krause como unión de la Naturaleza y el Espíritu. No hay que entender al hombrecomo mero ser racional. La noción de personalidad —clave del pensamiento, por ejemplo, deGiner de los Ríos— considera al individuo en cuanto centro de sus propias actividades, comoun conjunto que integra todas sus manifestaciones parciales, desde los actos emocionales hastael pensamiento puro.

Bajo la influencia de Krause, en definitiva, las ciencias políticas tenían que ocuparse detodos los aspectos de los posibles quehaceres humanos, sin olvidarse de la Filosofía que explicala unidad del Espíritu y la Naturaleza en la Humanidad, la cual se compone de un conjunto deseres que se influyen mutuamente y que se vinculan a Dios, unidad suprema.

Difícilmente con el krausismo podía iniciarse el cultivo de unas ciencias políticas autónomas,desligadas de la Filosofía y de la Moral. Pero es que, además, como antes indiqué, el krausismoespañol fue un estilo de vida, una «cierta manera de preocuparse por la vida y de ocuparse enella, de pensarla y de vivirla, sirviéndose de la razón como de brújula para explorar segura ysistemáticamente el ámbito entero de lo creado».

* * *

El vehículo más eficaz para transmitir las ideas de Krause fue Heinrich Ahrens, al que Sanzdel Río conoció en Bruselas, en una etapa de su viaje de estudios a Heidelberg. Ahrens fuetraducido al español en 1841, convirtiéndose su Curso de Derecho Natural o de Filosofía delDerecho en el libro de cabecera de los juristas españoles a lo largo de cincuenta años.

La presencia de Ahrens es notoria en Santamaría de Paredes, catedrático de Derechopolítico de la Universidad Central, hasta 1918 en que se jubila, y académico de la de CienciasMorales y Políticas (1893).

Por esta circunstancia de ocupar la cátedra al comienzo del siglo que consideramos, ypor su condición de académico, hemos de prestarle atención. Enrique Gil Robles, con visióntradicionalista, pensamiento católico, es otro autor notable de los comienzos del siglo, época enla que se utilizan también los manuales de Mellado, Cuesta, Vico y Bravo, Ferrán y Soler,entre otros.

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El Curso de Derecho Político de Santamaría de Paredes es unaobra importante, oficialmente declarada de mérito especial el 26 dejulio de 1882. El rótulo completo del título anuncia la variedad de lascuestiones tratadas, pues es un curso «según la filosofía política moder-na, la historia general de España y la legislación vigente». Éste fue eltexto escolar más utilizado en España, con numerosas ediciones, en loscuatro o cinco primeros lustros del siglo XX.

La Enciclopedia de las Ciencias jurídicas y, dentro de ella, la Enci-clopedia del Derecho Político, que diseñó Ahrens, es acogida por San-tamaría de Paredes. El centro de la preocupación intelectual lo ocupael Estado. En este autor, como en otros muchos de la época y de losaños siguientes, el Derecho Político es Teoría del Estado. Con un intento de ofrecer una sínte-sis, suma o compendio de lo que digo ahora y diré después, el Derecho Político en un primerperíodo del siglo XX es Teoría del Estado, con una infravaloración del Derecho Constitucio-nal, en contraste con lo que el Derecho Político será en España a partir de 1978, o sea un Dere-cho Constitucional sin Teoría del Estado.

Pero volvamos a Santamaría y nada mejor que transcribir lo que Pérez Pujol afirma en elprólogo del citado curso: «El Estado, verbo y potencia del Derecho, ha de organizarse tambiéncon arreglo al Derecho, bajo la ley de las condiciones jurídicas más apropiadas a su fin, y heaquí determinado el objeto particular de la Ciencia política, cuya enciclopedia [...] abarca: laFilosofía, es decir, el ideal de la organización fundamental del Estado; la Historia, forma gra-dual y práctica del Derecho Político realizado, que en su última página escribe el Derecho vigen-te; la Ciencia filosófico-histórica del Derecho Político, que, por una parte, confirma el idealcon la inducción sacada de los hechos, cada vez menos imperfectos y desarrollados en una evo-lución sujeta a las leyes (Filosofía de la Historia), y que, por otra, juzga los hechos cotejándoloscon el ideal para preparar su reforma (la Nomotesia...); y por último, cierra este círculo el Artede la política, aplicación activa de la ciencia a la vida».

Esta vasta Enciclopedia no tiene en cuenta el enfoque positivista que se está imponiendo enEuropa. El reloj de los saberes jurídico-políticos españoles marca una hora distinta de la queseñalan los relojes alemanes (Gerber, Laband, Jellinek), o los italianos (a partir de Orlando), losingleses (Dicey) o los franceses (desde Esmein a Carré de Malberg).

* * *

A Santamaría de Paredes sucede en la cátedra de la Central Adolfo Posada, el cual hadesarrollado ya una brillante labor en la Universidad de Oviedo (1883-1904), así como en elmadrileño Instituto de Reformas Sociales y en la misma Universidad Central, donde explica unaasignatura de doctorado (1910).

Adolfo Posada es figura relevante en la política de la Restauración, asesorando a Canale-jas, a la Cierva, a Moret y a Eduardo Dato, entre otros. Se afilió al partido reformista de Gumer-

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ADOLFO GONZÁLEZPOSADA

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sindo de Azcárate, Melquíades Álvarez y José Manuel Pedregal. Fue senador por Oviedo variasveces. Se le encomendó incluso la formación de un Gobierno en una crisis de 1933. Representóa las instituciones españolas en numerosos congresos internacionales. Se apartó definitivamentede la vida pública en 1939, después de haber contemplado con el ánimo abatido que su biblio-teca y su archivo fueron destrozados durante la Guerra Civil. Falleció Posada, el maestro Posa-da, el 8 de julio de 1944.

Acabo de atribuir a este catedrático de Derecho Político y académico de la de CienciasMorales y Políticas el sobrenombre que le distingue de otros colegas contemporáneos: Maestro.En torno a Posada, en efecto, se agrupan especialistas ilustres que en un país sin traumas, singuerras civiles, habrían formado una Escuela. El más próximo, Nicolás Pérez Serrano; junto aél, Francisco Ayala. Si la lista se habría incrementado, a no mediar el terrible enfrentamientofratricida de 1936, es una incógnita.

El maestro Posada abrió las ventanas para que por ellas penetrasen la Teoría del Estadoy los saberes de ciencia política que se imponían en las Universidades europeas y en las deEstados Unidos de América. Esta actitud nueva, renovadora, fue, a mi juicio, su principalaportación.

Posada no rompe con la tradición española que concibe el Derecho Político como una Teo-ría del Estado. Su discípulo Pérez Serrano lo precisa bien: «Si cada disciplina propende hoy atener como núcleo central y punto de referencia un concepto esencial y primario, eje en que seinsertan o de que arrancan todas las demás nociones (la <empresa> en Derecho mercantil, el<servicio público> en Derecho administrativo, (v. gr.), el concepto del Estado representa esenúcleo central, ese punto de partida común en el ámbito del Derecho Político, si no es que entoda el área del Derecho público».

El mismo Adolfo Posada, en unas de las últimas páginas que dio a la imprenta (1943),bajo el título «La idea pura del Estado», comienza sus reflexiones con esta pregunta: «¿Qué esel Estado?» Y luego de profundizar en la complejidad de la respuesta, advierte: «La historia delpensamiento político es en cierto modo incesante polémica alrededor de la <idea del Estado> ysobre las nociones diversas que deben integrarse o sintetizarse en el concepto interpretativo dela realidad social política».

A Posada preocupa el Estado. Su Derecho Político es, esencialmente, Teoría del Estado.Llevan razón algunos de sus críticos de la última hora cuando afirman que Posada no hizo Dere-cho Constitucional, en el sentido que hoy tiene entre los jóvenes cultivadores. Pero el maestroPosada construyó unos cimientos sólidos para que, años después, instaurado el régimen consti-tucional en España, pudiera darse a la Constitución de 1978 el interés académico que posee.

* * *

La contribución de Fernando de los Ríos a las Ciencias Políticas de la España del siglo XX

no hay que registrarla sólo (yo diría que ni fundamentalmente) en los libros y artículos que conabundancia escribió. Fue un gran catedrático de Derecho Político que sus alumnos de la Uni-

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versidad de Granada recuerdan con admiración y especial afecto. Perofue, sobre todo, un singular maestro, de un estilo distinto al de Posa-da, ciertamente; un maestro que marcó caminos intelectuales, señalómetas, generó inquietudes.

Si ha existido la «Escuela granadina de catedráticos de Derecho»,que en un momento se impuso en el panorama académico, con titula-res en diversas especialidades jurídicas, a don Fernando (que así le lla-maban sus discípulos, agrupados en su entorno con creencias dife-rentes) debe mucho esa espléndida generación.

Pero el gran profesor fue víctima de la política, en el sentido deque en obsequio de ella se expuso a un grave riesgo. Con su socialismo humanista preparó el14 de abril de 1931, con su socialismo humanista intentó encauzar, ahora desde el Poder, la mar-cha desaforada de la II República, y con su socialismo humanista tuvo que refugiarse en paísesextranjeros, con el dolor de haber perdido en la Guerra Civil a algunos de sus mejores discí-pulos, como Joaquín García Labella, catedrático de Granada ejecutado en los días negros de1936, mientras que los supervivientes aceptaban la ideología de los vencedores, con retracta-ción expresa o tácita de lo que don Fernando les había enseñado.

Como catedrático de Derecho Político nos dejó el excelente Prólogo a la Teoría General delEstado, de Jellinek, donde expone su visión del saber jurídico-político.

Fernando de los Ríos considera, en la misma línea de otros autores contemporáneos suyos,que el saber jurídico-político debe concentrarse en la concepción del Estado. Pero ese saber «nodebe prescindir de la Filosofía del Estado, que se ocupa de sus fines, ni de su ser en la historia,ni, por supuesto, de sus formas jurídicas vigentes, que se concretan en esa su máxima expresiónque es la Constitución del Estado».

Estima Fernando de los Ríos que se rompió la ortodoxia de la que vivió políticamen-te el siglo XIX. Habla de una crisis de las instituciones. «La doctrina de los poderes subs-tantivos y exclusivos titulares de las funciones de gobierno resulta inadmisible, porque todoslos órganos del Estado participan en más o en menos de las funciones de los otros; y poresto mismo, asignar al Estado por nota distintiva el imperium, después de concebir aquélcomo dualidad de gobernantes y gobernados, es inexacto; se trata de una función de laque todos participan, esto es, el imperium es un coimperium, no de otro modo que somoscosoberanos. Los derechos individuales sufren una transformación substancial en sujustificación, y el civilismo de que está invadido el Derecho Público pugna por ser arro-jado fuera».

Reflexiona sobre los Parlamentos y llega a la conclusión de que junto a la Cámara política,democrática, llamada a pronunciarse sobre «los intereses generales de la Nación», debe formar-se una Cámara profesional y sindical, que se ocupe de aquellas materias en las que se exigenunos conocimientos especiales, propios de los expertos y de los técnicos; o que aborde losasuntos con dimensiones profesionales predominantes, en los que deben intervenir los sindica-tos y otras organizaciones de naturaleza análoga.

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LUIS DÍEZ DEL CORRAL

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Don Fernando critica de forma implacable al capitalismo y con gran severidad enjuicia, ycondena, el régimen soviético. De este último destaca en su «debe» la «afirmación pueril de quela libertad es una idea burguesa, lo que equivale, dice, a menospreciar como idea matriz delmañana político la que ha sido centro de convergencia de los afanes de la Historia, no por obradel capricho, sino por absoluta necesidad cultural».

Con una referencia a la categoría de la libertad cierra su Prólogo al libro de Jellinek: «Unanálisis de la idea de libertad, verdadero fundamento, categoría radical de la vida civil, dedonde ha de emerger el sistema de condiciones que ha de hacer posible a la voluntad jurídica».Con su sentido humanista del socialismo, empero, aboga por un Estado intervencionista: «Ennombre del fin último y supremo del Estado, la justicia, se ha exigido que intervenga en lapolémica de los intereses de los grupos sociales y que recabe para sí la gestión y administraciónde servicios que antes no le estaban encomendados».

* * *

La vinculación de Nicolás Pérez Serrano (1890-1961) a Adolfo Posada es reconocida expre-samente por éste en las palabras introductorias a la quinta edición del Tomo II del Tratado deDerecho Político (1935). Posada deja constancia de ello: «Quiero una vez más dar testimonio desimpatía y reconocimiento a Nicolás Pérez Serrano, discípulo, un tiempo, de quien esto escri-be, y maestro hoy de Derecho Constitucional y Parlamentario».

Pérez Serrano, elegido académico de Legislación y Jurisprudencia en compañía de JoséCalvo Sotelo, no leyó su Discurso de ingreso hasta el 25 de mayo de 1948. Este retraso es unaprueba más de los avatares, con sucesos dolorosos, que padeció este catedrático de Derecho Polí-tico, sucesor de Posada en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. La Gue-rra Civil se cruzó perniciosamente en su camino. El 29 de febrero de 1947 ingresó en la RealAcademia de Ciencias Morales y Políticas.

Para Pérez Serrano, como para su maestro Adolfo Posada, el Estado ocupa el centro delinterés científico. Ya lo vimos antes. Pérez Serrano, sin embargo, hace unas puntualizaciones alrespecto: «En primer lugar, nuestra disciplina —escribe— no es susceptible de método natu-ralista, porque el Estado no tolera criterios de Matemática, ni de Física, ni de Biología. En segun-do lugar, y debiendo estudiar el Estado moderno, el que en nuestro Occidente se desenvuelvea partir del Renacimiento, ha de estimarse que estamos en presencia de un fenómeno estructu-ral, que en la realidad social ha de buscarse, y que no se resigna al examen unilateral que supon-dría el contemplar sólo una de sus facetas. Tan absurdo como pudiera resultar un estudio delhombre en que se eliminase el factor somático, para ocuparse sólo de fenómenos psíquicos quesin el cuerpo no se conciben, habría por fuerza de ser un análisis unidimensional del Estado,en que se prescindiera de lo social, o de lo jurídico, cuya unidad indisoluble, apreciada dialéc-ticamente, ofrece el único camino para captar la esencia misma del objeto en su plenitud».

Pérez Serrano ve al Estado con raíces en la historia: «El elemento histórico, que nos ense-ña la entraña orgánica de las instituciones, a través de su evolución, y la comparación con otros

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Estados y Derechos, que completa la visión de lo nacional y puede corregir indigenismo exce-sivo o lo que alguien ha llamado asincronismo (Del Vecchio), suministran aportaciones indis-pensables», afirma.

Además de estas precisiones sobre el método de estudio del Derecho Político, Pérez Serranohace más observaciones sobre el objeto, sobre el Estado. Para «llegar a conclusiones aceptablesrespecto al concepto del Estado, habríamos de demarcar el ámbito de éste dentro de lo social,repudiando la tesis de un Estado individual, o la inclusión naturalista en el mundo de la Biolo-gía. Sería necesario reafirmar que el individuo no existe fuera y antes del Estado, ni se concibecomo creador de éste. Habríamos de descartar por insuficientes los criterios que sólo ven en elEstado un fenómeno de lucha o de prepotencia, y superar, por unilaterales, las tentativas deexplicación meramente jurídica o sociológica, procurando en cambio fundir estos dos aspectosen una contemplación unitaria y entrañable. Y acogiendo la idea de manifestación vital que elorganicismo ético entraña, pueden agregarse las notas que otras direcciones subrayan, para com-prender que el fenómeno estatal se origina mediante el proceso integrador que toda instituciónlleva consigo y que en lo estatal se tipifica por las notas de organización (jurídica y coactiva),por el asiento territorial que lo encuadra y estabiliza, y también, y muy especialmente, por lasoberanía que le da la propia significación: todo ello aparte del fin que se persigue, y que reú-ne junto con propósitos de defensa, interior y exterior, los de una misión cultural para cumplirel destino de la Nación en que el Estado encarna».

«Territorio como espacio geográfico, Pueblo constituido en Nación como elemento personaly organización jurídica y soberana, manifestada en forma de poder, constituyen los pilares enque se asienta el Estado, institución soberana llamada hoy a asegurar el Derecho y la cultura enuna Nación», nos dice en apretada síntesis.

Pero Pérez Serrano sabe, por experiencia personal, que el saber jurídico político estáfuertemente condicionado por el entorno: fin de la Monarquía, en su caso, II República, Gue-rra Civil, dictadura franquista. Y escribe: «El jurista de Derecho Público no puede vivir aisla-do del material político que le rodea, y con el cual ha de contar para sus estudios, so pena devolver las espaldas a la realidad y moverse en la región serena, pero ineficaz, de las purasnebulosas conceptuales, o, más bien, fantasmagóricas. Por ello, cuando el mundo político seagita, y sucumben instituciones tradicionales, y surgen y se consolidan nuevas modalidades, yse ponen en cuestión doctrinas inmemorialmente recibidas, y se formulan concepciones con-trapuestas, de áspera y vigorosa originalidad, el jurista de Derecho público se ve obligado a hacerexamen de conciencia, somete a revisión dogmas y conceptos, y exige algo así como una reva-lidación de títulos a institutos y teorías».

Penosa, triste tarea, la de una generación de profesores españoles que, como le ocurrió aPérez Serrano, se vieron obligados a degradar convicciones de antaño.

No se me olvida algo que presencié el año 1954, al poco tiempo de incorporarme, guiadopor mi maestro Enrique Gómez Arboleya, al Instituto Nacional de Estudios Jurídicos. Dio allíuna conferencia el profesor Pérez Serrano, en un acto solemne presidido por dos ministros. Alconcluir su disertación, uno de los ministros le dijo: «Como siempre, don Nicolás, aplaudo la bri-

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llantez de su discurso, pero no comparto las ideas que nos acaba de exponer». Pérez Serrano sehabía limitado a glosar la doctrina de cualquier Estado de Derecho: división de poderes, pro-tección de los derechos, independencia de los Tribunales de Justicia.

Todo eso era pura heterodoxia hace medio siglo, cuando yo preparaba las oposiciones a laCátedra de Derecho Político.

* * *

No puede ser considerado discípulo de Fernando de los Ríos, así como tampoco de AdolfoPosada, pues, como él mismo confiesa en su Autobiografía intelectual, nunca perteneció a unaEscuela. Sin embargo, en el ambiente cultural de la II República Española, víctima luego de laGuerra Civil, destaca un nombre, el de Manuel García-Pelayo (1909-1991), académico electode Ciencias Morales y Políticas en 1981, con una valiosa contribución a los saberes jurídico-polí-ticos en el siglo que estoy considerando.

Aunque la mayor notoriedad la debe a su Derecho constitucional comparado (1950), manualuniversitario de varias ediciones, García-Pelayo no fue sólo un constitucionalista, al estilo usual,sino que su concepción del Estado le llevó a elaborar una teoría política con fuertes raíces en lahistoria. «Partiendo del supuesto —nos dice— de que la realidad política sólo se revela en suexistencia histórica, llego a la conclusión de que es en la historia donde hay que buscar la fun-damentación para la elaboración de sus conceptos. A este viejo supuesto —un tanto a contrapelode las tendencias politológicas dominantes— se añadía el criterio de que las ideas originales ygerminales de las que derivan tanto los conceptos interpretativos como las posibilidades de orde-nación de la realidad sociopolítica, son limitadas. Tales ideas, sin embargo, no existen por símismas como algo ontológicamente previo a la realidad, sino que sólo son decantables a travésdel estudio histórico de ésta, lo que es correlativo con el hecho de que las configuraciones con-cretas de dicha realidad están constituidas por una expresión y articulación específicas detales ideas originarias y dentro de los condicionamientos de las coordenadas espacio-tempora-les en que tienen lugar.»

Particular atención dedica García-Pelayo al pensamiento político mítico, tanto en sus con-figuraciones históricamente concretas como en su teoría general, para llegar a la conclusión deque «la realidad no sólo está compuesta por momentos irracionales y racionales, sino que, aundentro del ámbito de la racionalidad, la concurrencia, la articulación o la combinación deracionalidades parciales puede generar una realidad objetiva dominada en su conjunto por lairracionalidad, sólo neutralizable por una dirección política ponderada y capaz de trascenderal pragmatismo de los objetivos inmediatos y de concebir las cosas como partes de una totalidad».

La Teoría del Estado es también para García-Pelayo el centro de sus reflexiones, como lohabía sido para Posada y para Fernando de los Ríos. Pero sus apreciaciones son distintas. Él des-taca unas características fundamentales del Estado de nuestro tiempo. Señala el «doble procesoconsistente en la estatalización de la sociedad por el Estado y de la socialización del Estado porla sociedad, lo que, aparte de constituir un punto de partida para ulteriores análisis, tiene como

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consecuencia inmediata la difuminación de límites entre el Estado yla sociedad, en otro tiempo mucho más claros». En definitiva, «el cre-cimiento de su complejidad [del Estado], un fenómeno fundamental-mente debido al aumento de los componentes del sistema estatal, al cre-cimiento e interdependencia de las relaciones entre ellos mismos y conlos factores ambientales, todo ello unido al acelerado cambio de todosestos componentes y relaciones. Dicha complejidad, en principio exi-gida por el mejor funcionamiento del Estado en las condiciones deltiempo presente, puede ser tanto funcional como disfuncional segúnque su desarrollo sea controlado o errático».

La labor docente de García Pelayo se desarrolló esencialmente enIberoamérica: en Puerto Rico, primero (1954-1958), y en la Universidad Central de Venezue-la, después (1958-1979). Pero los cursos que organizó en el Instituto de Estudios Políticos deMadrid (1948-1951), bajo la dirección de Javier Conde, son piezas básicas de la mejor evolu-ción de las Ciencias Políticas en el momento difícil del decenio de los años cuarenta. Allí brotóuna primera esperanza, con profesores abiertos a las ideas objetivamente valiosas.

* * *

Este Instituto de Estudios Políticos, en la época en que lo dirigió Javier Conde (1949-1956),se convirtió en el lugar de encuentro de los cultivadores de las ciencias políticas que, en distin-tos lugares de España, empezaban a mirar la realidad sin las anteojeras del franquismo. La lis-ta de colaboradores de la Revista de Estudios Políticos, así como los temas tratados en ella, nosllevan a creer que aquello no pudo realizarse en plena dictadura.

Sin embargo, el «milagro» aconteció en los años cincuenta. Los discípulos de Javier Conde,entre los que me cuento, hemos de agradecer a nuestro maestro que no mezclara sus activida-des políticas con las académicas. Los que colaboramos con él en la Universidad nos mantenía-mos alejados de sus quehaceres políticos. Esta fue la regla general. Y la independencia de quedisfrutamos nos llevó a adoptar posturas políticas diferentes.

Javier Conde, en lo más profundo de su personalidad, era un universitario, preocupado porlas cuestiones que importan a los intelectuales. Él escribió, en mayo de 1973, pocos meses antesde morir: «Desde 1935, año de publicación de mi tesis doctoral sobre el pensamiento político deBodino, el tema en mí constante de meditación y estudio ha sido el Estado y el pensamiento polí-tico moderno». Y el 21 de diciembre de 1974, en los días tristes de su inesperada muerte, yopubliqué un artículo en el que, entre otras cosas, dije lo siguiente: «No voy a escribir sobre elembajador, ni sobre el político. Me referiré sólo al maestro universitario que yo conocí y juntoal que pasé años de aprendizaje intenso».

«Javier Conde entendía el magisterio como, a mi juicio, debe ser. Él nos suministraba a susdiscípulos los instrumentos conceptuales para acercarnos al objeto de la investigación científi-ca. Nos indicaba el enfoque correcto y nos trazaba el método a seguir. Pero jamás nos anticipa-

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NICETOALCALÁ ZAMORA

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ba los resultados, ni mucho menos nos imponía la obligación de compartir los obtenidos por él[...]. Nos dejaba en completa libertad para exponer en las clases y en los seminarios cualquierdoctrina objetivamente valiosa. Lo único que no toleraba era la negligencia en el cumplimientodel deber. En tales casos, se mostraba severísimo, sin importarle el enfrentamiento con los pode-rosos del momento político, social y económico.»

También escribí entonces y reitero ahora: «Javier Conde emitía diagnósticos agudísimos de la rea-lidad política que nos rodeaba. Cuando todavía el viejo constitucionalismo seguía explicándose en lamayoría de las cátedras de la Universidad española, el profesor Conde captó —sus antenas recogíantodo lo que era culturalmente importante— que más allá de las fronteras patrias la moderna cienciapolítica seguía otros rumbos. Tenía conciencia de que por esa ruta se llegaría a una meta en la que per-derían valor sus posiciones ideológicas de los años cuarenta. Pero no le asustaba ese riesgo. La Uni-versidad tenía que ser conciencia alerta de la nación. Aunque él ya no se encontrara en ella».

A partir de 1956 se alejó de nosotros. Embajador en Filipinas, Uruguay, Canadá y, final-mente, en la República Federal Alemana. Murió en la tierra donde inició su andadura intelec-tual. Quizá su mayor desventura fue haber ido a Alemania en la época del nazismo. Allí se encon-tró con profesores que adoctrinaban a los alumnos, totalitarios feroces que imponían a todos suspersonales convicciones políticas.

Eran otra clase de maestros. El profesor Conde, que a mí me enseñó, nos orientó por unaruta de verdad que nos hizo intelectualmente libres. Alguien lo denunció entonces a ciertas jerar-quías oficiales. Justo es que alguien lo proclame hoy, decía yo en 1974, cuando nuestro maes-tro ya no puede ser objeto de la persecución de los hombres.

* * *

Javier Conde ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el año 1957 conun Discurso sobre El hombre, animal político. Otros dos catedráticos de Derecho Político, yafallecidos también, fueron Académicos y a ellos voy a referirme. (Este ciclo de conferencias pre-tende ser la Memoria Académica de un siglo, lo que obliga a fijar dos fronteras: una, la de losque habiendo cultivado las ciencias políticas, a veces meritoriamente, no pertenecieron a lasAcademias; otra, la frontera que deja fuera a los que todavía nos ilustran con su trabajo o falle-cieron recientemente: los nombres de Jesús Fueyo, académico de Ciencias Morales y Políticas en1981, y Rodrigo Fernández Carvajal, en la misma Academia 14 años después, no se me olvi-dan, no puede olvidárseme.)

Los dos académicos que recordaré a continuación son Luis Sánchez Agesta y Carlos Ollero.Sánchez Agesta (1914-1997) fue mi profesor de Derecho Político en la Universidad de Gra-

nada. No era un momento propicio para el florecimiento de los saberes jurídico-políticos. Cuen-ta Jorge de Esteban una anécdota con motivo de una visita de Carl Schmitt a Granada, el año1943. Sánchez Agesta fue a recibirle al aeropuerto y el profesor alemán le saludó con indisimu-lado cinismo: «Querido colega, ¡qué curiosa nuestra situación! Ambos somos constitucionalistasen países que no tienen Constitución».

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Los españoles carecíamos de Constitución cuando Sánchez Agesta tenía que explicarnosun Derecho Político una de cuyas partes se denominaba Derecho Constitucional. Labor docen-te ciertamente difícil.

Sánchez Agesta estaba impregnado del pensamiento católico de la época. El autor quequizá invocase con mejor afecto era Maurice Houriou. En la visión de la historia del maestrofrancés, así como en su concepción del mundo social, «se respira el soplo profundo de un almaentrañablemente católica levantada en vuelo metafísico».

La idea de orden fue una constante en sus escritos. El horizonte de una crisis de la doc-trina política enmarcaba sus inquietudes, sobre todo en los años cuarenta, fechas en los que yoasistía a sus clases y cuando la guerra mundial, finalizada en 1945, había dejado abiertas lascuestiones políticas fundamentales.

Sánchez Agesta habría sido considerado un moderado en cualquier país de pensamientopolítico ininterrumpido por luchas fratricidas. Confió en la transformación del franquismo conla inyección de dosis fuertes de doctrina social cristiana. Sus intentos de propagandista fraca-saron en ese camino, si bien tuvo la fortuna de ser designado por el Rey Senador en las CortesConstituyentes.

La aportación de este académico a las Ciencias Políticas fue el fruto de su posición equili-brada entre las diversas corrientes intelectuales del momento. No fue un formalista que se que-dase en el texto de la Constitución, analizándolo e interpretándolo, pero tampoco atendió pre-ferentemente a las fuerzas políticas que vertebraban las realidades. Siguió a Carl Schmitt y a laapología de éste a favor de las dictaduras, pero, al mismo tiempo, se enrolaba en las escuelasfrancesas de los derechos y las libertades.

No tuvo suerte Sánchez Agesta con la circunstancia que le tocó para hacer su vida acadé-mica. En determinados momentos pecó de ambigüedad y de tibieza.

* * *

Voy a referirme ahora a otro académico de esta generación de catedráticos que fuerondestrozados por la Guerra Civil de 1936: Carlos Ollero (1912-1993), perteneciente a la Real deCiencias Morales y Políticas desde 1966. Lamento que los profesores Teodoro González, con sucátedra en Valladolid, e Ignacio María de Lojendio, enseñando en Sevilla, no estén en la nómi-na de las Reales Academias a las que se dedica este ciclo de conferencias. Uno y otro cuentanmucho en el balance del siglo, sin menospreciar las aportaciones de Enrique Tierno, TorcuatoFernández Miranda o Nicolás Ramiro Rico, entre los ya fallecidos.

Precisamente el Discurso de ingreso de Carlos Ollero ofrece un especial interés. El año 1966eran pocos los intelectuales españoles que defendían públicamente la Monarquía, en cuanto formade Estado para nuestro incierto futuro. Ollero se manifestó en la Academia con claridad: «La for-ma política más adecuada para los países de clase media con experiencia comunitaria y tradicióninstitucional histórica, es la Monarquía». Pero no una Monarquía cualquiera, ya que esta forma deEstado es susceptible de «múltiples configuraciones sucesivas en el tiempo e incluso coexistentes

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en el espacio». La Monarquía democrática del siglo XX ha de ofrecer —subraya Ollero— el marcoinstitucional que presida la concurrencia legítima de cuantas tendencias la acepten como cauceconstitucional de un orden político en el que todas tengan igual opción para obtener, por los medioslegales establecidos constitucionalmente, la regiduría de los destinos colectivos.

La Monarquía de esta hora histórica es, pues, la Monarquía constitucional. Una Monarquíaapoyada en «un sólido consenso social». Todos los que vayan a bordo de la nave del Estado hande haber prestado su consentimiento al embarque. Todos han optado por esa clase de buque.Nadie se sentirá allí prisionero.

La Monarquía del siglo XX habrá de permitir que los pilotos del navío decidan el rumbo. Yno obstaculizará la sucesión de capitanes en el puesto de mando. Lo recuerda oportunamenteCarlos Ollero: «Pretender montar una Monarquía autoritaria y personalista es sustraer a laMonarquía su más viva y congruente significación actual».

Estas valiosas intuiciones del profesor Ollero son el fruto de su concepción del Derecho Polí-tico desde los presupuestos de la Sociología y la Teoría de la Sociedad. En el ofrecimiento dellibro que le dedicamos amigos y compañeros se dejó escrito: «Más allá del legalismo formalistay, sin limitarse a una mera descripción empírica de la realidad sociopolítica, sino trascendién-dola desde categorías axiológicas, el profesor Ollero se empeña en el laborioso intento de lareconstrucción de un Derecho Político no limitado a meros logicismos ni formulaciones semán-ticas, que sirva de saber rector y orientador para la praxis».

* * *

Al llegar al final de esta Memoria Académica del siglo XX, nos damos cuenta que el Dere-cho Político que ahora se cultiva tiene unos perfiles y un contenido que lo diferencian delDerecho Político que en España se enseñó antes de entrar en vigor la Constitución de 1978. Seha producido una mutación de gran alcance.

El profesor Manuel Aragón destaca tres orientaciones: «De un lado, escribe, cabría situar alos que entienden que el Derecho Constitucional es, esencialmente, Derecho Político y, en con-secuencia, que las consideraciones políticas deben prevalecer sobre las categorías jurídicas alexaminar los problemas que el Derecho Constitucional plantea. [...] De otro lado tendríamos a losque entienden que el Derecho Constitucional, como saber, sólo se distingue de otros saberesjurídicos por razón de la materia, no del método y, en consecuencia, la Constitución no sólo esúnicamente Derecho, sino también un Derecho como los demás, es decir, distinguible del restode las normas únicamente por diferenciación del objeto (en este caso diferencias de contenido,pero también de forma), pero no del modo en que ha de ser interpretada. [...] Por último cabedetectar un grupo de constitucionalistas que, partiendo de que la Constitución es Derecho, ysólo Derecho, sostienen, no obstante, que se trata de un Derecho muy peculiar, no sólo por razónde la materia y de la forma, sino también de la cualidad».

Con referencia a los últimos, Jorge de Esteban apostilla: «No cabe duda de que hay que uti-lizar sin excusa el método jurídico en el estudio y explicación de la Constitución, pero habría

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que convenir también en que a veces se necesita algo más. Dicho de otra manera, en ningunaotra rama del Derecho son tan necesarias, como en el Derecho Constitucional, las Ciencias auxi-liares, con sus respectivos métodos, si es que se quiere llegar a explicar la realidad de las cosas.Sería una enorme superchería pretender que el funcionamiento de nuestra Constitución se pue-de explicar únicamente mediante la aplicación del método jurídico, tal y como parecen demos-trar algunos especialistas vergonzantes de nuestra disciplina, reconvertidos en juristas másque ortodoxos. En efecto, algunos parecen reivindicar no ya la teoría pura del Derecho en elestudio de nuestra asignatura, sino la teoría del Derecho puro, lo que parece demasiado. A todosellos habría que recordarles que el Derecho en general, y el Derecho Constitucional en parti-cular, no constituyen un fin en sí mismos, sino sobre todo un poderoso medio para conseguiruna sociedad más justa y democrática».

En definitiva, nos hallamos en un momento en el que se corre el riesgo de elaborar un Dere-cho Constitucional sin los fundamentos históricos y doctrinales que le prestan su apoyo. Unaciencia política, ahora en singular, se ha desgajado del Derecho Político. La visión amplia,enciclopedista, de la primera mitad del siglo XX, ha sido sustituida por un enfoque que se dicejurídico y que es preocupante. La nueva técnica puede terminar ocultando la realidad. Unarealidad, en suma, de principios configuradores, una realidad jurídico-política en la que el Dere-cho y el Poder, en cuanto principios y no partes, son meras posibilidades que se remiten la unaa la otra para la estructuración de la organización política.

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Abel-Smith, Brian, 234Abela, 259Achúcarro, Nicolás, 133, 137Adaro, Eduardo, 110Aebischer, Paul, 19Aguiar, José, 60, 73Aguilar y Correa, Antonio,

marqués de la Vega de Armijo,213

Aguirre, Emiliano, 134Ahrens, Heinrich, 312, 313Alba, duque de, 80, 82, 86, 122 Alba, XVII duque de, 59 Alba, XVIII duquesa de, 61, 73 Alberti, 105Alberto I de Mónaco, príncipe, 79 Alcaide, Julio, 191Alcalá Zamora Torres, Niceto, 319Alcalá-Zamora y Castillo, 270Alcalde del Río, Hermilio, 79Alcázar, Cayetano, 44Alcorlo, Manuel, 69, 70, 74Alfonso III, 39Alfonso XII, 58, 148, 152, 233 Alfonso XIII, 58, 148 Algarra, Jaime, 193Alía, Manuel, 136Almagro Basch, Martín, 35, 82,

88, 90Almagro Gorbea, Martín, 35, 36,

75Alonso Bernaola, Carmelo, 103Alonso, Dámaso, 23Alonso, Amado, 20, 26, 28Alonso, Francisco, 102Alonso, Miguel, 103Altamira y Crevea, Rafael, 36, 212Alvar, Manuel, 13, 15, 19, 22, 26,

27 Alvarado, Rafael, 138Alvararo, Salustio, 138, 143Álvarez de Castrillón, 196Álvarez de Cienfuegos, 193Álvarez de Sotomayor, Fernando,

55, 58, 73 Álvarez Ude, José, 124

Álvarez y Álvarez, ValentínAndrés, 197, 205, 208, 211

Álvarez, Elisa, 303Álvarez, José Luis, 117Álvarez, Melquíades, 314Álvarez-Buylla y González Alegre,

Adolfo, 212Álvarez-Osorio, Francisco, 86Alzheimer, Alois, 137Amador de los Ríos, José, 114 Ancoechea Quevedo, Germán, 124Anderson, Martin, 225, 243, Andrés-Gallego, José, 36Andreu, 305Anes y Álvarez de Castrillón,

Gonzalo, 196Anglés, 104Angulo e Íñiguez, Diego, 115 Aparicio, 209Aragón, Manuel, 322Aranzadi, Telesforo, 82, 83 Araya, G., 43Areilza, José María, 198Arenal, Concepción, 172 Argenta, Ataúlfo, 104 Argente del Castillo, Baldomero,

203Arnáiz Vellando, Gonzalo, 196,

197Arregui, Vicente, 101Arribas, Antonio, 88Arrieta, Emilio, 99 Artola, Miguel, 45, 296 Asencio, Eugenio, 43Asencio, Vicente, 103Asenjo Barbieri, Francisco, 99Asensio Calvo, 160Asensio, Carlos, 141, 303Asín Palacios, Miguel, 25, 39 Aub, Max, 197Aunós, Eduardo, 213Avieno, 35Ayala, Francisco, 178, 314 Aznar, 63, 73, 115, 171, 172, 177-

179, 200, 212Aznar, Severino, 173

Azorín, 200Azpiazu Zulaica, Joaquín, 212

Bacarisse, Salvador, 103Bakunin, 189Balil, Alberto, 88Ballesteros Álava, Pío, 205, 212Ballesteros Beretta, Antonio, 45Ballvé, 270Balmes, 172, 177, 179Baratas, A., 137, 138Barbieri, 99-102, 104Barce, Ramón, 103, 105Barea Tejeiro, José, 197, 210Barnard, 260Barnés, Domingo, 174Baroja, hermanos, 59, 73Barral, P.E., 239Barroso, Carlos, 47Barrot, Odilon, 265Bartoli, 19Basante Pol, Rosa, 306Bausili, Andrés, 193Bautista Adsuara, Juan, 56, 60, 73Bautista, Julián, 103Bédier, 27Behemoth, 191, 195-197, 199Bellamy, Edward, 11Bellido, Luis, 111Bellmunt, 15Belmonte, Carlos, 139Beltrán Martínez, Antonio, 88Beltrán, Miguel, 181Beltrán, Pío, 89Benedito, Manuel, 58Benito Ruano, Eloy, 29Benjumea y Burín, Rafael,

conde de, 213 GuadalhorceBenlliure, Mariano, 53, 55, 73 Berganza, Teresa, 104Bernácer, Germán, 193Bernaldo de Quirós, Constancio,

191Bernaola, Carmelo, 103, 105Bernis Carrasco, Francisco, 196Bernstein, 189

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

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Berr, Henri, 32Bèrthèlemy, 275Bertoni, 19Bescansa, 305Beveridge, William, 221, 226-

230, 235, 236Bismarck, 219, 223, 224, 276,

286Blanco, Venancio, 63, 66, 73, 112Blanco-Soler, Luis, 112Blas Álvarez, Luis, 160Blázquez Martínez, José María, 36Blázquez, Jose María, 35, 36Bobes, Carmen, 15Bodino, 319Bolívar, Ignacio, 133, 134, 135,

138Boltzmann,123Bonamour, Pierre 229Bonet Correa, Antonio, 107Bonet, Juan Manuel, 117Bonilla, Adolfo, 209Bonnat, León, 55Bonsor, Jorge, 80Bordás Celma, Manuel, 138Bosch Gimpera, Pedro, 33, 35,

82-84, 87, 88Bosch y Fustagueras, Alberto, 196Bou, Guy, 32Branquihno de Oliveira, A.Bravo Murillo, Juan, 206Bretón, Tomás, 101, 102 Breuil, Henri, 79, 80, 82Bröndal, 20Brugmann, 18Bueno, Gustavo, 182 Bueso, 19Burhenne, 255Busquets, Julio, 181Bustinza Lachiondo, Florencio,

155

Caballero, 101, 260Cabanel, G.P., 231Cabezas Fernández del Campo,

José Antonio, 163Cabré, Encarnación, 82Cabré, Juan, 83, 84, 91 134 Cabrera y Felipe, Blas, 124, 125Calderón, Laureano, 174, 299Callahan, Daniel, 247Calne, 260Calvo Asensio, Pedro, 160

Calvo Serraller, Francisco, 117Calvo Sotelo, José, 316Cambó, 190, 193Camón Aznar, José, 63, 73, 115 Canalejas, José, 313 Canellas, 15Cano Lasso, Julio, 112Canogar, Rafael, 69, 70, 74Cánovas del Castillo, Antonio,42,

172, 187, 191, 201, 209 Cánovas, José Luis, 141Cantera Burgos, Francisco, 40Cantó, Pablo, 181Cantor, 122Capuz, José, 56Carabaña, Julio, 182Carande y Thovar, Ramón, 196 Carbonero, Pilar, 143Carbonnier, J., 283Cardenal, León, 255Carderera, Valentín, 114Cardóniga Carro, Rafael, 163, 166,

306Cardús, José, 136Carlé, María del Carmen, 38Carlos II, 42Carlos III, 45, 77Carlos V, 45, 81Carner, 193Caro Baroja, Julio, 33, 36, 82Carra, Manuel, 103, 104Carré de Malberg, 313Carredano, Wenceslao, 154Carrel, Alexis, 260Carrero Blanco, 142Cartagena, conde de, 86 Cartailhac, Emil, 32, 79Casado, S., 136Casals, Pablo, 104 Casares Gil, José, 127, 152, 152-

155, 157, 161, 164-166, 298,306

Casares López, Román, 153, 154,157

Cascales Angosto, María, 162Castán Tobeñas, José, 291Castañeda Chornet, José, 189, 197,

201, 203, 205, 206, 211Castañeda, Vicente, 188Castellarnau, Joaquín María, 139Castells, Manuel, 182Castiella, Fernando María, 193Castillejo, José, 177

Castillo Castillo, José, 181Castillo, Manuel, 103Castro, Américo, 19, 22, 28, 43 Catalán Sañudo, Miguel, 125Catalán y Palacios, 125Cataldi, 272Cavanilles y Centi, José, 160Caveda, José, 114Cean, 113Cerdá Sunyer, Ildefonso, 211Cernuda, 105Cerralbo, marqués de, 80, 83, 84,

134 Cervera Vera, Luis, 112Chabás y Martí, Juan, 197Chanssy, 255Chicharro Aguera, Eduardo, 58Chillida, Eduardo, 68Chueca Goitia, Fernando, 64, 112 Cierva, 313Clará, José, 56, 56, 57, 73Clarín, 191, 218Clavera, José María, 307Clavero Arévalo, 267Codera, Francisco, 39Colodrón, Antonio, 181Combalía, Victoria, 68Comenge Gerpe, Miguel, 156Comfort, Alex, 234Comín, Alfonso Carlos, 181Conde García, Javier, 180Contreras y López de Ayala, Juan,

marqués de Lozoya, 115 Cooper, Michael, 226Cordón, Faustino, 181 Cormenin, 265Corral, Javier, 141Corrales, José Antonio, 113Cortés, Donoso, 172Costa Martínez, Joaquín, 204 Coullaut Valera, Lorenzo, 56Cournot, 194Cristo, 61, 65, 77Croce, Benedetto, 32, 116Cuadrado, Emeterio, 88, 90Cubiles, 104Cuesta, 312 Cushing, Harvey, 259Cusí, 305

Dato Iradier, Eduardo, 202Dawkins, Richard, 242De Anasagasti, Teodoro, 111

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De Artigas Sanz, José Antonio, 127De Ávalos, Juan, 62, 65, 73 De Azcárate y Menéndez,

Gumersindo, 172, 173, 177,189, 192, 204, 206, 212, 313

De Azcárate, José María, 117 De Azcona, P. Tarsicio, 41 De Barandiarán, José Miguel, 83 De Bilbao Eguía, Esteban, 206 De Burgos, Javier, 266 De Cabanyes, Cayetano, 141 De Campo y Cerdá, Ángel, 129 De Castro, Adolfo, 42 De Castro, Federico, 285, 288 De Castro, Fernando, 137, 139De Castro, Francisco, 300 De Chardin, Teihard, 79 De Cossío, Francisco, 61 De Esteban, Jorge, 320, 322 De Falla, Manuel, 100-102, 101De Figueroa, Francisco De Gregorio Rocasolano, Antonio,

128 De Hinojosa, Eduardo, 37 De Huerta, Moisés, 56 De Iriarte, Gastón, 301 De la Cuétara, 274De la Escalera, Manuel, 134 De la Granja, Fernando, 16 De la Hoz, Rafael, 112 De la Puente, Joaquín, 65 De la Rada y Delgado, Juan de D.,

83 De la Sagra, Ramón, 172 De la Torre, Antonio, 41, 44 De Larrocha, Alicia, 104 De Lojendio, Ignacio María, 321De los Ángeles, Victoria, 104 De los Reyes Prósper, Ventura,

122 De los Ríos, Fernando, 312, 314,

315, 318 De Lucas, Ángel, 181 De Madariaga, Salvador, 36 De Madrazo, Pedro, 114 De Mata Carriazo, Juan, 35, 39De Mauro, Tullio, 25 De Miguel, A., 180De Miguel, Amando, 180-182 De Monasterio, Jesús, 99 De Moxó, Salvador, 38 De Navascués, Joaquín María, 88 De Nebrija, Antonio, 41, 77

De Oriol e Ybarra, Miguel, 113 De Osma y Scull, Guillermo J., 212 De Pablo, Luis, 103, 105De Palol, Pedro, 88 De Pozas, Jordana, 276 De Rafael Verhulst, Enrique, 124 De Ribera, Pedro, 111 De Roda, Cecilio, 101, 104De Salas, Javier, 116 De Torres Martínez, Manuel, 197 De Unamuno, Miguel, 56, 73 De Varagine, Jacobo, 260 De Vasconcellos, Leite, 15 De Vega, 259De Villanueva, Juan, 111De Zulueta, Antonio, 133, 138 Dedekind, 122Del Campo Francés, Ángel, 113 Del Campo Urbano, Salustiano,

171, 181 Del Campo, Conrado, 102 Del Castillo, Alberto, 82 Del Real, Alonso, 82 Del Río Hortega, Pío, 133, 137 Del Vecchio, 317Delano Roosevelt, Franklin, 219,

223-225Delgado, Álvaro, 62, 63, 65, 73Delgado, Antonio, 79Demijov, 260Díaz López, Nazario, 151, 157Dicey, 313Díez del Corral, Luis, 206, 315Díez Nicolás, Juan, 181Díez-Picazo, Luis, 281Disraeli, 276Dobzhansky, 143Domínguez Salazar, José Antonio,

113Domínguez-Gil Hurlé, Alfonso,

164Donostia, P., 102Dubois, 255Dundes, Alan, 27Duperier Vallesa, Arturo, 127Durán Sacristán, Hipólito, 249Durán, Ángeles, 183Durkheim, 176, 178

Ebers, 251Echegaray y Eizaguirre, José, 122 Eijo Garay, cardenal Leopoldo, 118Einstein, 123

Eiras Roel, 47El Greco, 58, 116Elling, Ray H., 226Endura, 19Engel, Ernst, 239Enrique IV, 42Ensenada, marqués de la, 78 Entrena, 266Entrena Cuesta, 274Epps, 228Erichsen, 252Escandell Bonet, B., 47Escobar, Francisco, 140Eslava, Hilarión, 99, 104Esmein, 313Espinosa de los Monteros, Luis, 101Estapé Rodríguez, Fabián, 199Esteve, 305Estrabón, 35Eva, 56, 73

Farina, Guido, 259Favareille, 275Fayol, 275Feito, Luis, 69, 70, 74Feito, María José, 161Felipe II, 42, 45, 302Felipe V, 45, 56, 167Felipe, León, 306Fernández Alba, Antonio, 113Fernández Álvarez, Manuel, 45Fernández Arbós, 104Fernández Baños, Olegario, 196Fernández Bordas, 104Fernández Caballero, 101Fernández Carvajal González,

Rodrigo, 209, 320Fernández Casado, Carlos, 113 Fernández de Castro, Ignacio, 181Fernández de la Cuesta, Ismael,

104Fernández de la Mora, 274Fernández de Molina, Antonio,

140Fernández del Amo, José Luis, 112Fernández Grajal, 101Fernández Miranda, Torcuato, 321Fernández Nonídez, José, 138Fernández Ordóñez, José Antonio,

113Fernández Rodríguez, Obdulio,

153 Fernández Shaw, Carlos, 100

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Fernández Valderrama, 305Fernández Villaverde, Raimundo,

190Fernández-Galiano Fernández,

Emilio, 164 Fernando VI, 77Fernstrom, 255Ferrán y Soler, 312Ferrán, Jaime, 135, 312Ferrer del Río, Antonio, 42Figueroa, Laureano, 204Figuerola y Ballester, Laureano,

209 Filadelfo, 65, 74Finkielkraut, 295Fita, P. Fidel, 80 Fleming, 301Flores de Lemus, 191-193, 195-

197, 209Folch Andreu, Rafael, 157Folch Jou, Guillermo, 161, 162Font i Quer, Pius, 135Font Ríus, José María, 38Forner, 42Forrest, 256Forsthoff, 276Foster, Mary Louise, 297Fourneau, Ernest, 152, 159Fox, Daniel M., 223Fraga Iribarne, Manuel, 180France Borot, Marie, 67France, Anatole, 11, 12Francés Causapé, María del

Carmen, 145, 149, 161Francés, José, 117 Franco, 91, 178, 189, 198, 233Franco, Gabriel, 193Francos, J.P., 156Fresenius, 152Frías, 299Friedman, Rose, 226Friedrich Krause, Karl Christian,

311Frühbeck, Rafael, 104Fuentes Quintana, Enrique, 190,

194-198, 274 Fueyo, Jesús, 320Fukuyama, Francis, 11, 12Fuster, José María, 136

Gaibrois de Ballesteros, Mercedes,44

Galán, Fernando, 138

Galdós, 208, 218Galeno, 251Gallástegui Unamuno, Cruz, 138Gallego Burín, Antonio, 116 Gallego, Antonio, 116Gállego, Julián, 51, 52, 54Galmés, Álvaro, 16Galois, 122García Abril, Antón, 103, 105García Alix, Antonio, 192García Barreno, Pedro, 143García Camarero, Enrique, 307García Camarero, Ernesto, 307García Coronado, Felipe, 65García de Diego, 17, 18García de Galdeano, Zoel, 121,

122García de Paredes, José María, 112García de Valdeavellano, Luis, 38García del Busto, José Luis, 105García del Real, 301García Delgado, 191García Donaire, Joaquín, 65, 67,

74García Gallo, Alfonso, 37García Gil, Ricardo, 304García Gómez, Emilio, 39, 39García González, Francisco, 140García Labella, Joaquín, 315García Lorca, 105García Mercadal, Fernando, 111 García Nieto, Juan N., 181García Olmedo, Francisco, 143García Orcoyen, Jesús, 141 García Santesmases, José, 126García Siñeriz, José, 127García Valdecasas, Alfonso, 208García Valdés, Rafael, 100García Villada, P.Z., 39García Villoslada, P., 47García y Bellido, Antonio, 35, 82,

88, 91 García, Juan Alfonso, 103García-Bellido, Antonio, 138, 140

142 García-Loygorri, Adriano, 136García-Ochoa Ibáñez, Luis, 64,

66, 74García-Pelayo, Manuel, 318Garrido Falla, Fernando, 261Gascón y Marín, José, 209, 212,

263Gaudí, 67

Gay, Vicente, 193George, Henry, 199George, Lloyd, 223Gerber, 313Gerhard, Roberto, 103Gessner, 15Gibbs, 123Giddings, 176Gil Robles, Enrique, 312Gilbert, Richard, 223Gilliéron, 21, 22, 25, 26, 27Giménez, Gonzalo, 140Giner de los Ríos, Francisco, 172,

312 Giner, Enrique, 155Giral Pereira, José, 148, 153Goetz, G., 22Goicoechea Cosculluela, Antonio,

212 Golgi, 136Gómez Arboleya, Enrique, 172,

176, 178-180, 183, 317Gómez Benito, C., 175Gómez de Mora, Juan, 111Gómez de Llano, 198Gómez Escolar, Carmen, 297Gómez Moreno, Manuel, 33, 37,

57, 84, 85, 85, 88, 114Gómez Moreno, María Elena, 116Gómez Pamo, Juan Ramón, 302Gómez, Julio, 102González Besada, Augusto, 205González de Amezúa, Agustín, 118González de Castejón, Francisco,

203González Jáuregui, 305González Martí, Ignacio, 124González Pérez, 268, 270González Seara, Luis, 181González Serrano, Urbano, 173González y González, Julio, 38González, Ángel, 67González, Teodoro, 321Göringwerke, Hermann, 192Gossen, 194Gotor, J.L., 43Goya, 52, 56, 58, 115, 116 Goytre, Antonio, 181Gracia Guillén, Diego, 215Gracián, Baltasar, 167Grande Covián, Francisco, 133,

138 Grassotti, Hilda, 38, 43

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Griera, Antoni, 26, 27Griffin, James, 225Grocio, Hugo, 285Gruentzig, 259Gual Villalbí, Pedro, 198, 210Guelbenzu, Juan María, 99, 104Guerra, Raúl, 306Guez de Balzac, Jean Louis, 15Guglielmi, Nilda, 38Guillén, Claudio, 43Guirado, Serrano, 268Guridi, Jesús, 102Gutiérrez Nieto, Juan Ignacio, 42Gutiérrez Soto, Luis, 112Gutiérrez, Rodolfo, 175, 176Guyot, Fernand, 229

Halffter, Cristóbal, 103, 105 Halffter, Ernesto, 102Halffter, Rodolfo, 103Ham, Christopher, 226Hammurabi, 234, 251Hauriou, 272Hayek, 194, 195, 198Heidegger, 187Henderson, Isabel, 34Herder, 295Hermoso, Eugenio, 59 Hernández Díaz, José, 57, 116Hernández Gil, Antonio, 287Hernández Guerra, José Domingo,

138Hernández Pacheco, Eduardo, 80,

83, 84, 133Hernández Pacheco, Francisco,

160Hernández Pijuan, Joan, 70, 71,

74Hernández-Sandoica, E., 307Hernando, Rafael, 99Herrera Oria, Ángel, 177, 179Herrera, Rosa, 297Herrero Hinojo, Pilar, 158Herrero Muñoz, A., 159Hidalgo de Caviedes, Hipólito, 60,

64, 73Higueras, Jacinto, 56, 59, 73Hipócrates, 251Hirschfield, Daniel, 225Hitler, 230Hobbes, 191Hopper, 176, 180Houriou, Maurice, 321

Hübner, Emil, 79, 85Huizinga, 11Humer, David, 260Hund van Vleck, 124Hungtinton, Archer M., 80Huntley, R.R., 241

Ibáñez Martín, José, 160, 193Ibáñez, Jesús, 181, 182Iglesias de Ussel, Julio, 177Iglesias, Antonio, 99Iglesias, Pablo, 177Incenga, José, 99Inoue, 260Inurria, Mateo, 55, 56, 73Íñiguez Almech, Francisco, 112Iordan, Iorgu, 19, 25, 26Isabel la Católica, 41, 158Isabel, Infanta, 100

Jaberg, Karl, 21, 22Jano, 12Jaurès, Jean, 11Jellinek, 313, 315, 316Jiménez Blanco, José, 181, 182Jiménez de Asua, Luis, 267Jiménez de Parga, Manuel, 309Jiménez Díaz, Carlos, 140, 229Jiménez-Salas, José Antonio, 136Jimeno Gil, Emilio, 129Jobit, 173Jordá, Francisco, 87, 91Jordan, 252Jorro Miranda, Daniel, 210Jovellanos, 113Jover, José María, 45Juan Carlos, Rey, 62, 142Juan Pablo I, 208Jud, 26Juderías, Julián, 42

Kant, 311Kellet, 255Kelvin, Lord, 195Keynes, 187, 198, 205, 219-224,

226, 231, 232, 237, 238, 241,242

Kirchhoff, 123Klein, Félix, 122Kölliker, Albert, 136Kossina, G., 81, 83, 84Kudrun, 19

Labadini, 259Laband, 313Labrada, Fernando, 58, 58, 73Lacarra, José María, 38Lacave Riaño, J.L., 40Ladero Quesada, M.A., 42Laffón, Carmen, 70, 71, 74Lafuente Ferrari, Enrique, 54, 60,

63, 64, 114, 116 Lafuente, Modesto, 31Lago, Silvio, 117Lahuerta, Genaro, 61, 65, 73Laín Entralgo, Pedro, 20, 187,

231, 232Lamboglia, Nino, 88Lamo de Espinosa, Emilio, 182Lampérez y Romea, Vicente, 110,

112Landecho Urrie, Luis, 55Langlois, 31Lapesa Melgar, Rafael, 27, 28Lapeyre, H., 43Laraña, Enrique, 182Larraz López, José, 193, 210, 211Lawwler, 260Lázaro Ibiza, 302Lázaro, Blas, 174Le Corbusier, 112Le Play, 172, 173, 176Ledesma, Dámaso, 100Legaz Lacambra, Luis, 180, 273Lekachman, Robert, 222, 223,

224, 238Leloir, Luis, 140Lenin, 189León Ara, Agustín, 104Lindermann, Ferdinand, 122Linz, Juan J., 181Lisagarre, Salvador, 180Lizárraga, conde de, 207, 208 Llaguno, 113Llamas, Manuel, 136Llorente, Antonio, 21Lluch, Ernest, 199Longnon, 24López Aranguren, José Luis, 182López de Ayala, 115López de Azcona, Juan Manuel,

160López Hernández, Julio, 66, 74López Ibor, Juan José, 235López Mezquita, José María, 59López Otero, Modesto, 111

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López Pérez, Leopoldo, 156López Piñero, José María, 228López Rodó, Laureano, 268López Sallaberry, José López, 111López, Antonio, 53López-Chávarri, Eduardo, 102López-Cuesta, Teodoro, 197López-Neyra, Carlos, 301, 307Lora Tamayo, Manuel, 140, 155,

160, 299, 303Lorente de No, Rafael, 137Losada, Manuel, 140, 141, 303Loscertales, José María, 37Lover, 260Lozano, Francisco, 64, 66, 74Lozoya, marqués de, 60, 115 Luis André, Eloy, 177Luxemburgo, Rosa, 189

Machado, Antonio, 63, 74Macho, Victorio, 56, 57, 73Madinaveitia Tabuyo, Antonio, 159Madinaveitia, Juan, 300Magdalena, 61Mahoma, 39Mairal, Gaspar, 174Maldonado, José, 264Mallada, Lucas, 192Mallo, Cristino, 57Malo García, Pedro, 149Malthus, Thomas R., 218, 221,

222Maluquer de Motes, J., 35Maluquer, Juan, 55, 88Mangas, J., 35Manrique de Lara, Manuel, 101Mansilla Izquierdo, Pedro Pablo,

231Manzano Martos, Rafael, 113Marañón Posadillo, Gregorio, 41,

116, 143, 167, 223Maravall y Casesnoves, José

Antonio, 38 Maravall, José María, 182Marberger, 255Marco, Tomás, 104, 105Marés, Federico, 57Margaleff, Ramón, 143Mari-Loli, 56María Teresa, 61, 73, 162Marías, Julián, 178, 302 Marichalar y Monreal, Luis

vizconde de Eza, 211

Marín Cano, José, 159Marín Lázaro, Rafael, 205Marín y Sancho, Francisco, 151Marinas, Aniceto, 54, 73Marquis Childs, 219, 223Marsal, Juan Francisco, 181Marshall, 195Martí, 124, 154, 156, 197Martín Artajo, Alberto, 90Martín González, Juan José, 55,

62, 63, 65, 66, 67, 115Martín López, Julio, 66, 74Martín Municio, Ángel, 140, 306Martín, Hervé, 32Martín, Manuel, 199Martínez Cubells, Enrique, 57, 73Martínez Esteruelas, Cruz, 142Martínez Palacios, Antonio José,

102Martínez Santaolalla, Julio, 33, 82,

87 Martínez Torner, Eduardo, 101Marx, Carlos, 182Masdeu, 42Mateu Llopis, Felipe, 39Maura Gamazo, Gabriel, 42Maura, Antonio, 192 Maynard Keynes, John, 219, 242Mayor Zaragoza, Federico, 139,

141, 142, 162 McKeown, Thomas, 240McLamb, 241Medina Echevarría, José, 178Medina Vera, Alfonso, 150Medina, A., 161Meijers, 287Meillon, 24Mela, 35Meléndez, Bermudo, 135Mélida, José Ramón, 83Mellado, 312Méndez, Rafael, 138Mendoza, 37Menem, 208Menéndez Pelayo, Marcelino, 42,

114, 115 Menéndez Pidal, Luis, 112Menéndez Pidal, Ramón, 17, 37,

82, 85, 149Menghin, Oswald, 88Mercier, Sebastian, 11Merhart, Gero von, 88Meyer, Gustav, 18

Meyer-Lübke, 17, 26Milicua Ilarramendi, José, 117Mill, Stuart, 221, 222Millares Carlo, Agustín, 39Millás Vallicrosa, José María, 40Milton, 226Mingo, Mariano, 299Miras Portugal, María Teresa, 162Mitchell, 196Mitre, Emilio, 32Moisan, 152Moisés, JulioMoles Ormella, Enrique, 128Mommsen, Theodor, 80Mompou, Federico, 102Mon, Alejandro, 189Montequi y Díaz de Plaza,

Ricardo, 159, 166 Montsalvatge, Xavier, 103Morabia, Alfredo, 231Morales, Juan Antonio, 61, 62, 73 Moreno Alonso, Manuel, 31Moreno González, Antonio, 307Moreno Nieto, José, 173Moreno Torroba, Federico, 102 Moret, 313Morín, René, 291Morreale, Gabriela, 140Morris, William, 11Mosquera, Luis, 60, 61, 73Mossó Romeo, M.A., 165Moya Blanco, Luis, 112 Moya Valgañón, Carlos, 181Muelas, Federico, 306Muguruza, Pedro, 111, 118Muñoz Calvo, Sagrario, 161, 162Muñoz Cortés, 15Muñoz Molleda, José, 102Muñoz, Emilio, 303Muñoz, Jacobo, 182Muret, 24Murillo, Francisco, 115Mussafia, Adolfo, 23

Navarro Rubio, Manuel, 213Navarro Tomás, 16, 27, 28Navascués, Pedro, 117Naville, Ernest, 207Negrín, Juan, 133, 137Neira Martínez, Jesús, 15Neira, Agustín, 20Nieto Gallo, Gratiniano, 89Niño, Felipa, 86

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Nipperdey, 291Nombela, César, 303

Obermaier, Hugo, 33, 79, 82, 83,89, 134

Ochoa, Severo,133, 138, 140-144,165, 295

Odriozola, Miguel, 143Olariaga Pujana, Luis, 192, 194,

197, 208, 211, 213Olivares, conde duque de, 42 Oliveira Salazar, 287Oliver Asín, 25Ollero, Carlos, 320-322Orduña Lafuente, Fructuoso, 57,

61, 73Oriol y Urquijo, José María,

marqués de Casa Oriol, 201Orlando, 313Oró, Juan, 143d’Ors y Rovira, Eugenio, 112, 117 Ortega y Gasset, José, 43, 82, 117,

178, 193, 194, 196Ortí Belloch, A., 175Ortí, Alfonso, 181Ortiz, Julio, 141Orts Llorca, Francisco, 259Osthoff, 18Otero de Navascués, José María,

127

Pabón, Jesús, 43Palacio Atard, Vicente, 42, 45, 46,

51, 99, 147Palacios Alaiz, Evangelina, 162Palacios Martínez, Julio, 125Palacios Ramilo, Antonio, 111Palau, Jaime, 143Palau, Manuel, 102Palazuelo, 53Palencia, Benjamín, 60, 64, 64, 73Pardo Bazán, Emilia, 117 Paret y Guasp, Lorenzo-Víctor,

210Paris, Gaston, 16, 17, 21, 22Paris, Pierre, 80, 82Pascual Vila, José, 129Paul, Herman, 18Peano, 122Pedregal y Sánchez Calvo, José

Manuel, 204Pedrell, Felipe, 101, 104Pelayo (Obispo), 39

Pellicer, Rafael, 61, 54, 73Pérez Bayer, Francisco, 77Pérez Bustamante, 43Pérez Casas, Bartolomé, 100, 104Pérez Comendador, Enrique, 57Pérez de Armiñán, Alfredo, 117Pérez de Barradas, J., 33, 79Pérez Díaz, Víctor, 181Pérez Embid, Florentino, 90Pérez Galdós, 208Pérez Pojol, 313Pérez Serrano, Nicolás, 289, 314,

316-318Pérez Villalta, Guillermo, 53Pérez Villanueva, J., 47Pérez, Antonio, 42Pérez, Joseph, 42Pericot, Luis, 33, 82, 87Perlman, Mark, 226Perpiñá Grau, Román, 197, 208Perpiñá Rodríguez, Antonio, 177Peset, hermanos, 177Peset, José Luis, 47Pettenkofer, Max von, 227, 228,

236Pi y Suñer, August, 138Picardo, José Luis, 113Picasso, 59, 71, 73, 74, 115, 116Picón, Jacinto Octavio, 117Pidal, marqués de, 173 Pidal, Pedro José, 188Piernas y Hurtado, José Manuel,

207Pigou, 195Pita Andrade, José Manuel, 117Pittaluga, Gustavo, 103 Pla y Gallardo, Cecilio, 55Plácido, D., 35Planck, 123Planes, José, 56Plans y Freyre, José María, 123Platón, 207, 238Platt, Jennifer, 171Plejanov, 189Plinio, 35Poincaré, Henri, 126Pons y Umbert, Adolfo, 212Ponz, 113Porstmann, 259Portera, Alberto, 139Portillo, Ramón, 153Portolés, Antonio, 164, 166

Posada, Adolfo, 174-176, 193, 312-314, 316

Prados Arrarte, Jesús, 196Prat de la Riva, Enrique, 81Prevosti, Antonio, 143Prieto, Gregorio, 68Primo de Rivera, 86, 266Prodan, María, 65, 74Proudhon, 189Puffendorf, 285Puig Adam, Pedro, 124Puig y Cadafalch, José, 81Pulido, 231, 233Puyol, Rafael, 307

Querol, Leopoldo, 104Quevedo, 71, 124, 126

Ramiro Rico, Nicolás, 321Ramón y Cajal, Santiago, 133, 136,

295Ramos, Ángel, 135Ramsés II, 234Ranedo Sánchez-Bravo, José, 157,

166Rato, 200Raurich, Enrique, 297Rebullida, Víctor, 105Recasens, Luis, 178Redonet y López Dóriga, Luis,

202Rehn, Ludwing, 259Reinoso, Fernando, 139Remacha, Fernando, 102Reol Tejada, Juan Manuel, 293Repullés y Vargas, 110Reventós, 193Rey Pastor, Julio, 122, 123, 196Reyes Católicos, 40, 41Riaño, Juan Facundo, 114Ribera, Julián, 39Ricardo, David, 218Rico y Amat, Juan, 265Ricoeur, Paul, 20Ripoll Perelló, E., 33Rippert, Georges, 291Rius Miró, Antonio, 129Rivas Martínez, 302Rivas, Marcelo, 302Rivas, Salvador, 135, 302Rivera Hernández, Manuel, 65,

68, 74 Robertson, 193

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Roca de Togores, Fernando, 55, 73Roca de Togores, María Luisa, 55,

73Rodhenwaldt, Gerhart, 88Rodrigo Vidre, Joaquín, 105Rodríguez Carracido, José, 127,

154, 155, 307 Rodríguez Lafora, Gonzalo, 133,

137Rodríguez López-Neyra, Carlos,

301Rodríguez Mata, 193Rodríguez Villanueva, Julio, 140,

141, 165, 166Rodríguez, Julio, 142Rodríguez-Acosta Carlström,

Miguel, 66, 68, 74Rodríguez-Acosta, José María, 66Rodríguez-Ibáñez, 182Rogerio Sánchez, José, 209Rohlfs, Gerhard, 27Rojo Duque, Luis Ángel, 197Roldán y Guerrero, Rafael, 150,

158Romañá Pujó, R.P. Antonio, 127Romero y Andía, Antonio, 99 Roosevelt, 219, 223-225Rosales, Eduardo, 56, 73Rostaing, 24Royo Villanova, Antonio, 266Royo, José, 135Royo-Villanova, Segismundo, 263Rubia, Francisco, 139Rubio Sacristán, José Antonio, 37Rubió, 305Rubio, Javier, 68Rubio, Jesús, 264Rubio, Miguel, 140Ruff, 152Ruiz Asencio, José Manuel, 39Ruiz Casaux, Juan Antonio, 104Ruiz Jiménez, 268Ruiz, Felipe, 47Rumeu de Armas, Antonio, 44

Sacristán, Manuel, 182Sáez, Emilio, 40Sainz de la Maza, Regino, 104Sainz Rodríguez, Pedro, 118 Sala, Marius, 20Salas Larrazábal, Ramón, 208Salas, Margarita, 131Salaverría, Elías, 58, 59, 73

Saldoni, Baltasar, 99Sales y Ferré, Manuel, 171, 172,

177Salvá, Melchor, conde de Tejada de

Valdosera, 201 Salvador Rodrigáñez, Amós, 202,

204, 209Sampedro Sáez, José Luis, 196San Juan Llosá, Ricardo, 124San Marcos, 62, 73San Román, Elena, 192Sánchez Agesta, Luis, 320Sánchez Alonso, Benito, 31Sánchez Asiaín, José Ángel, 197Sánchez Cantón, Francisco Javier ,

115Sánchez del Río, Carlos, 133Sánchez Pérez, José A., 124Sánchez Ron, J.M., 134, 307Sánchez, Galo, 37Sánchez, José Luis, 66, 74Sánchez-Albornoz, Claudio, 37,

39Sánchez-Alonso, B., 39Sánchez-Monge, Enrique, 143Santamaría de Paredes, Vicente,

173, 201, 312, 313 Santamaría, Marceliano, 58Santesmases, M.J., 139Santillán, Ramón, 189, 191Santos Coco, F., 39Santos Ruiz, Ángel, 139, 147, 161,

163, 166, 307Santos-Ruiz Díaz, María C., 163Sanz del Río, Julián, 312Sanz Pedrero, 306Sanz y Escartín, Eduardo, conde

de Lizárraga, 203, 207, 209,211

Sardá Dexeus, Juan, 206, 208Sauerbruch, 255Saussure, 25, 26Sautuola, Marcelino, 33, 78, 79Say, 221, 222, 230, 236Schaefer, Hans, 240Schazz, 275Schleiermacher, 187Schlunk, Helmut, 89Schmidt, H., 84Schmitt, Carl, 320, 321Schubart, Hermansfrid, 89Schuchardt, Hugo, 17, 18

Schulten, Adolf, 34, 35, 80, 82,84

Schumpeter, Joseph-A., 199, 211,220

Seco, Carlos, 45Segovia, Andrés, 59, 104Segovia, Antonio María, 99Segovia, José María, 141Segura Sánchez, Julio, 197Segura, Enrique, 61, 62, 73Seignobos, 31Selassie, Haile, 63Sellés Martí, Eugenio, 156, 157Semm, 255Senador Gómez, Julio, 211Serrano Guirado, 268Serrano Sanz, José María, 190, 199Serrano, Emilio, 101Serrano, José, 102Serrano, Pablo, 63, 66, 74Shils, Edward, 171Shumway, 260Silió, César, 201Silvela y Le Vielleuse, Francisco,

207 Simon, J.M., 239Siret, Enrique, 33, 80, 86Siret, Luis, 80Small, 176Smith, Adam, 218Smith, Edwin, 251Solé, Eulalia, 105Soler, 56, 112, 301, 306, 312Soler i Batlle, 306Sols, Alberto, 139, 140Sommerfeld, 125Sopeña Ibáñez, Padre Federico,

104 Soriano, Joaquín, 104Sorolla y Bastida, Joaquín, 54Sorozábal, Pablo, 102Sos, 259Soxhlet, 152Spencer, Herber, 204, 207Spengler, 32Spitzer, Leo, 15, 27Staaff, Erik, 16Stackelberg, 196Starzl, 260Steinberg, 67Stevens, Robert, 226Stevens, Rosemary, 266Stigler, George J., 193, 197

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Stolz Viciano, Ramón, 61Súarez de Urbina, 43Suárez Fernández, Luis, 41Suárez, Luis, 32, 41Subirá, José, 99Subirana, Juan Antonio, 143Subirarchs, Josep María, 67, 74Sullivan, Edward J., 67Suñé Arbussá, J.M., 155Szasz, Thomas, 234

Tagmann, Erwin, 24Tallada, José María, 193Tàpies, Antoni, 68Taracena, Blas, 84Tarde, 176 Tarifa, duque de, 34 Tarradell, Miguel, 88Teixeira, Antonio, 55Tello, Francisco, 137Tello, Jorge, 139Tena, Guillermo, 305Teodosio, 94Terceiro Lomba, Jaime. 197Termes Carreró, Rafael, 214Terradas e Illa, Esteban, 123Tezanos, José Félix, 181Thomasio, 285Thompson, Stith, 27Tierno, Enrique, 182, 321Tocqueville, 265Toldrá, Eduardo, 103Tolstoi, 207Tomás y Garrido, Gloria María,

152-154Tormo Monzó, Elías, 114Torner, Gustavo, 69, 74Torre y del Cerro, Antonio, 41Torres Quevedo, Leonardo, 126Torres, Cándido, 299Torroja Caballé, Eduardo, 122Torroja y Miret, Antonio, 124Torroja y Miret, Eduardo, 127 Tovar, Antonio, 85 Tovar, marqués de, 100 Toynbee, 32Tragó, 104Trimborn, Hermann, 86

Tubino, Francisco María, 114Turina, Joaquín, 101, 102

Ullastres Calvo, Alberto, 197Urgoiti, 299Uría Ríu, Juan, 38Usandizaga, José María, 102

Valdeflores, marqués de, 78 Valle del Sella, conde del, 33 Valverde, Joaquín, 59, 60, 73Vaquero Palacios, Joaquín, 60, 63,

69, 73Vaquero Turcios, Joaquín, 69, 74Vara López, Rafael, 253Vasallo Parodi, Juan Luis, 57Vásquez, Mariano, 99, 104Vázquez de Parga, Luis, 38Vázquez Díaz, Daniel, 59, 63, 73 Vázquez, David, 140-142, 303Vázquez, Mariano, 104Vega del Sella, conde de la, 134 Vela Zanneti, José, 64, 67, 74Velarde Fuertes, Juan, 185Velasco de Pando, Manuel, 127Velázquez, 58, 116, 298Velázquez Bosco, 110Velázquez, Ricardo, 85Ventosa Calvell, Juan, 201Verissimo Serrao, Joaquin, 46Verne, Julio, 11Vernet, Juan, 47Vian, Ángel, 297, 307Viana, Manuel, 100Vicens Vives, Jaime, 44Vico y Bravo, 312Vidal Beneyto, José, 181Vidal i Guardiola, 193Vieweg, Friedrich, 228Vila Casas, Antonio, 305Vilanova y Piera, 79Vilas, Lorenzo, 301Vilaseca, Salvador, 87Villanúa Fungairiño, León, 153,

154, 158, 160Villanúa Martí, María P., 154Villanueva, R., 306Villar Palasí, José Luis, 141, 142

Villaverde, José, 137Viña, Facundo, 100Viñas y Mey, Carmelo, 177Viñuales, 193Viñuela, Eladio, 140-142Vital Moreira, 274Von Staudt, Christian, 122Von Wartburg, 26Vossler, 26

Wagner, 190, 225Ward, Lester F., 176Weber, Max, 284Weimar, 229Wells, 67Wernert, P., 83Wickham, 255Williams, 260Willstäeter, 152Wilson, Harold, 221, 222Wittmoser, 255Woodhouse, 255Worringer, 62

Xenopol, A., 32

Yepes, Narciso, 104Ynduráin, Francisco, 16Ysidro Edgeworth, Francis, 196

Zabaleta, Nicanor, 104Zamora Vicente, Alonso, 15 Zaragüeta, 212Zarco, Juan, 181Zárraga, José Luis, 181Zóbel de Zangróniz, Jacobo, 79Zóbel, Fernando, 69Zuazo, Secundino, 111Zubiaurre Aguirrezábal, Valentín,

58, 59, 73, 99Zubiri, 179Zuloaga, 116Zumalacárregui y Prat, José María,

194, 197Zúñiga y Sánchez-Cerrudo,

Toribio, 148, 150, 151Zurita, Jerónimo, 44

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ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR,

EL DÍA 22 DE MARZO,

FESTIVIDAD DE SAN BIENVENIDO,

DEL AÑO 2002,

EN BRIZZOLIS, ARTE EN GRÁFICAS

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