abandono

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Abandono Me conoció siendo un tierno adolescente. Mis palabras le parecían, le parecieron, siempre las más hermosas. Nadie, repetía, nadie me ha llegado nunca tan al corazón. Y me pedía que se las susurrara una y otra vez. Sobretodo a las noches, en la cama, justo antes de quedarse dormido. Cuántas veces habré descansado acomodada en su regazo, al ritmo de su respiración. Aún guardo aquella flor, los pétalos ya secos, que me regaló al poco de conocerme. Se acercó y la depositó en mis manos, sin decir nada. Sobraban las palabras. Y supe que era la primera y la última vez que tenía ese gesto. Me pertenecía. Me confesó que sus anteriores experiencias no le habían sino preparado para valorarme, para darse cuenta de que yo era diferente, de que conmigo había empezado realmente a vivir. Nuestro mundo estaba hecho de palabras en silencio, habitado de encuentros presentidos. Me mostró a sus más íntimos amigos. Viajé con él a lugares de un valor especial: a un atardecer junto al mar, a un rincón secreto de su barrio... No sé... cómo ni por qué todo acabó. En qué momento empezó a distanciarse de mí, a espaciar sus encuentros sin ni siquiera rebuscar excusas... Pero todavía conservo la esperanza de que vuelva a mirarme fijamente, a acariciarme con sus dedos, a leerme el pensamiento... Por eso sigo a su lado, cerca, esperando. A su alcance. En la tercera balda, entre novelas, ensayos de literatura y otros poemarios ...

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Una tontería de juventud.

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Page 1: Abandono

Abandono

Me conoció siendo un tierno adolescente.

Mis palabras le parecían, le parecieron, siempre las más hermosas. Nadie, repetía, nadie me ha llegado nunca tan al corazón. Y me pedía que se las susurrara una y otra vez. Sobretodo a las noches, en la cama, justo antes de quedarse dormido. Cuántas veces habré descansado acomodada en su regazo, al ritmo de su respiración.

Aún guardo aquella flor, los pétalos ya secos, que me regaló al poco de conocerme. Se acercó y la depositó en mis manos, sin decir nada. Sobraban las palabras. Y supe que era la primera y la última vez que tenía ese gesto. Me pertenecía. Me confesó que sus anteriores experiencias no le habían sino preparado para valorarme, para darse cuenta de que yo era diferente, de que conmigo había empezado realmente a vivir.

Nuestro mundo estaba hecho de palabras en silencio, habitado de encuentros presentidos.

Me mostró a sus más íntimos amigos. Viajé con él a lugares de un valor especial: a un atardecer junto al mar, a un rincón secreto de su barrio...

No sé... cómo ni por qué todo acabó. En qué momento empezó a distanciarse de mí, a espaciar sus encuentros sin ni siquiera rebuscar excusas...

Pero todavía conservo la esperanza de que vuelva a mirarme fijamente, a acariciarme con sus dedos, a leerme el pensamiento... Por eso sigo a su lado, cerca, esperando. A su alcance.

En la tercera balda, entre novelas, ensayos de literatura y otros poemarios ...