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Territorio archivo: De la entrevista a ninguna parte Jorge Blasco Gallardo

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Jorge Blasco Gallardo ha colaborado en el proyecto Territorio archivo de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia como asesor. Su texto "De la entrevista a ninguna parte" formará parte de la publicación vinculada al mismo. Jorge Blasco Dirige el proyecto Culturas de archivo, iniciado en la Fundació Antoni Tàpies en octubre del 2000. Más información sobre su participación: https://vimeo.com/album/1990946/video/44858084

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Territorio archivo: De la entrevista a ninguna parte

Jorge Blasco Gallardo

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De la entrevista a ninguna parte

Jorge Blasco Gallardo

Entrevistas, cientos de entrevistas al día. Entrevistas de actualidad, del corazón, de economía, de salud, de historia, sobre la memoria, etc. Y ¿quién las hace? Periodistas, artistas, historiadores, personas que buscan desaparecidos, antropólogos, sociólogos, científicos, casi todas las discipli-nas tienen su modalidad de entrevista. Entrevistas que buscan una solución, que no permiten que nada quede abierto. Es necesario que la entrevista sea un pronunciamiento en sí misma. Al entre-vistado no se le permite la duda, tiene que ser seguro y veraz o de lo contrario ese fragmento no será incluido en los cortes finales que verán la luz.

Ya sabemos que vivimos en un mundo inseguro que exige seguridades a cualquier forma de dis-curso, y que en caso contrario lo desdeña por poco erudito, poco académico o poco ortodoxo. Y eso que existió la Nouvelle vague, Queneau, Ponge, etc., encumbrados hoy en los anaqueles más altos de la cultura. Nada como convertirlos en patrimonio para desactivarlos. No había que que-mar los libros, solo había que encuadernarlos en cuero, imprimir sus cubiertas con pan de oro y ponerlos en una buena biblioteca oficial para dejarlos quemados, si se permite la metáfora.

El 99,9% de las entrevistas que vemos u oímos dicen cosas que ya sabemos o, y esto es lo peor, que queremos oír.

Spielberg o Lanzmann pueden recopilar millones de entrevistas y todas estarán contando lo mis-mo de diferente manera con su principio y su fin, y todos contentos hasta que ocurra algo —si no está ocurriendo ya— grave y cruel que no tenga nada que ver con lo que ocurrió, que sea igual de salvaje, y que gracias a la repetición constante de la tragedia pasada, nos pille por sorpresa: después de la pesadilla de los cuerpos amontonados está la de los fondos de inversión, si es que no estaba ya allí.

Pero todo esto iba de entrevistas y de cómo a algunos nos gustaría que fueran, al menos un pe-queño tanto por ciento de ellas. Entrevistas sin fin, entrevistas de lo mundano donde se esconde el «no se qué». Entrevistas que, en sí mismas, no lleven a ninguna parte, es decir, que lleven a la inquietud y no a la catarsis colectiva.

«De la entrevista a ninguna parte» es el título de este texto, cierto. Pero la entrevista existe, las entrevistas existen queramos o no y el mero hecho de trabajar en este medio hace necesario re-flexionar sobre las que nosotros mismos hacemos. No es solo el entrevistador el responsable del relato, el entrevistado es parte activa, no es una marioneta —aunque algunos entrevistadores lo intenten—. Los entrevistados saben mucho de narrar y precisamente suelen querer contar una historia con principio y fin, con buenos y malos, con anécdotas, nada que ver con el formato «rea-lismo» que puede gustarnos más. Ello nos lleva a pensar las entrevistas de dos maneras: de modo aislado y editadas en el soporte elegido; o, por el contrario, constelando entre éstas y otras in-formaciones organizadas en un conjunto sistematizado que puede llamarse archivo , repertorio o

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colección, y que como tales son herramientas complejas para pensar en un montaje de sentidos a veces inesperados en un medio que además habitamos y que es la base de datos y sus derivados.

En la creación de narración de «no ficción» se suelen despreciar herramientas muy reales en fa-vor de una tradición cinematográfica que si bien es magnífica, no puede llegar donde alcanza esa gestión de lo documental. El documento, la entrevista, piden libertad de movimiento en manos de su público. Al creador le piden el diseño de herramientas —por encima de la escritura de relatos— para que el público acceda a los documentos en un montaje donde lo que nunca debió estar jun-to acabe al lado y cobre sentido: herramientas de autor, archivos de autor, buscadores de autor, cuadros de clasificación de autor, etcétera.

Cien años de historia del cine frente al paso de civilizaciones que han narrado su existencia me-diante la organización de sus huellas o, mejor, documentos. Ítems, quizás.

En realidad, todo este lío de palabras es oportuno por cuanto es necesario hablar de la urgencia con que la cultura debe ocuparse del gran potencial de los archivos y sobre todo de las narrativas tácitas que se crean inevitablemente en ellos —más allá de su epidermis o plástica—, como modo no solo de investigación sino también de creación; un relato tácito, mutable y de no ficción que supura del fondo cuando se recogen y se crean los elementos necesarios. A pesar de la cantidad de producción artística alrededor del archivo, en el arte de museo poco se ha visto, otra cosa es la red y quienes trabajan en sus estructuras desde el código haciendo de este una forma de poética y política.

Qué hacer con miles de entrevistas cuando en realidad, de algún modo, todas se refieren a un te-rritorio común, sea el holocausto —el judío; los otros no llegan a esas cifras—, o las experiencias de los afroamericanos y el racismo en Estados Unidos. Es fascinante tener ese material a mano en el ordenador a través de la red, pero se desperdician sus posibilidades y acaban siendo curiosa-mente lineales y poco inquietantes. Por otro lado, debe ser lo que se pretende, llegar a una con-clusión, una respuesta tajante que no deje hablar más allá del discurso de las categorías y grupos temáticos creados, que finalmente cuentan lo que ya se dice en la introducción a los proyectos pero con pelos y señales.

No parece que hayamos aprendido mucho del peligro de la construcción de la Historia lineal y justiciera. Evidentemente, hay víctima y perpetrador, aunque esta afirmación ya sea en sí misma complejísima de desgranar; pero, a día de hoy, ese es el punto de partida, pues la repetición in-acabable del testimonio de la tragedia acaba convirtiéndola, para quien no la ha vivido y asiste a su narración, en una pesadilla, somnolencia que tanto pueden facilitar negacionismos como revi-sionismos. No puede ser que con la libertad de la red se acabe trabajando con el discurso lineal y decimonónico de la web.

Hay otras formas. Con sus defectos, pero las hay. Formas de hacer que participemos de la historia pasada en tiempo presente y que no solo asistamos al pasado en blanco y negro. Y no hay que ir lejos. Aunque se nos haya olvidado, las guerras en Europa no son cosa de hace decenios, y la distancia entre las Olimpiadas de Sarajevo, la Guerra de los Balcanes (no olvidemos que hay más guerras balcánicas anteriores que poco salen en los análisis de los pseudoperiodistas con título pero poco que pensar) y el presente es muy corta. Si en el terreno histórico es precisamente la re-petición identitaria y lineal (no podemos llegar a la espina dorsal de intereses, aquí no es el sitio) del relato de naciones, de territorios —tanto mentales como terrenales—, la que permitió que en

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un lugar de paz apareciera la violencia extrema, es hora de que los entrevistadores, periodistas e historiadores reflexionen sobre su responsabilidad, que pasan de lado con las manos muy sucias. También los artistas, lanzados por suerte a terrenos que antes les parecían vetados, han cometi-do grandes errores. Que cada uno busque los casos. Este texto no se escribe para la acusación de personas, solo de las situaciones que provocan.

Es aquí donde volvemos al problema: el artista y la entrevista.

¿Cómo puede ser que tantos trabajos artísticos puedan ser descritos a través de los párrafos an-teriores? La entrevista es un proceso que no empieza en las preguntas ni acaba en las respuestas, y ese es un complejo proceso que normalmente se obvia o simplemente se resuelve con la sala blanca del museo o con una escenografía, también de museo, con todos los códigos a los que nos tiene acostumbrados la instalación de vídeo documental en el terreno del arte. No se trata, por supuesto, de hacer un making off pero sí de que el soporte y la conformación del trabajo «hable» también de su proceso, sus herramientas, sus escenas, eso que con tanta precisión, para bien o para mal, hacen los archivos.

Volviendo a la ex Yugoslavia, de allí viene un proyecto sencillo en su tecnología informática pero interesante en la forma de permear en varios sectores de la población o, digámoslo mejor, en las personas y sus territorios, sean estos la nación, el trauma, la herida, la propia geografía o cual-quier otro que el humano suela frecuentar. El trabajo, con un nombre muy sencillo, Archives of Memory, financiado por una de esas organizaciones internacionales que a veces aciertan, es, aparentemente, una sencilla base de datos construida con testimonios, dibujos, imágenes de per-sonas con determinados traumas de guerra en torno a la zona de Pristina. Pero si indagamos más, veremos que no es un mero proyecto de «memoria» sino un proyecto de tratamiento y recupera-ción de traumas de guerra en el que participan pacientes y terapeutas de etnias diferentes pero del mismo territorio. Entre los protagonistas del proyecto no hay solo «víctimas» sino también terapeutas de esos mismos grupos, ya que, finalmente, el objetivo es formar psicólogos origina-rios de los lugares donde la brecha está abierta y la memoria atrapada. Todo ello es el proyecto, y las entrevistas una de las herramientas que se han utilizado. Pero también la manera en que se hacen, en que alguien decide contar algo para entrar a formar parte de un archivo online que po-tencialmente todo el mundo podrá consultar. Todo se teje con sutileza y cada puntada es un ges-to, con su forma, su movimiento, su danza. Silvia Salvatici, en su artículo incluido en el segundo volumen de Culturas de archivo, describe de modo excelente el procedimiento. Por supuesto, esto queda escrito como en una partitura en la estructura del llamado archivo. Un archivo que no se limita a lo registrado, un archivo que es ocurrir y donde las ausencias son las partes fundamen-tales que permiten que exista y que se trabajen, se construyan y se modelen otros territorios que ya estaban pero no habían sido dichos. Comparten territorio, comparten archivo. Al fin y al cabo el territorio y el archivo se construyen y se destruyen mutuamente. Los mapas que decidieron cuáles eran los territorios de Latinoamérica están guardados en archivos y son parte fundamental de la conformación de las naciones y sus límites. Lo preconcebido de lo colonizadores construye territorios que, a través del mapa, se asentaron y prepararon guerras futuras. África hecha con escuadra y cartabón. La España de las autonomías, donde no solo las llamadas «históricas» tienen quejas y reclaman que el archivo construya el territorio de otra manera, mientras el territorio pa-rece hacer obvio que debe ser cambiado. Pero ellos, territorio y archivo, son mucho más que un mapa y un gran pedazo de tierra: ambos contienen el pasado, los sueños, las guerras, las muertes, las vidas, los imaginarios, las frustraciones, las faltas, la estupidez, la inteligencia, la geología, la

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orografía, los mitos, la bioquímica, el odio y el amor que son el contenido de un continente que ellos mismos construyen: el territorio y el archivo.

No son uno a imagen del otro, se construyen mutuamente hasta acabar por fundirse.

Cualquier intento de separarlos será un fracaso, un torpe gesto historicista o de trasnochada etnología. Los humanos perpetramos el territorio y el archivo y después tenemos la osadía de querer destriparlos a nuestro antojo mirando por encima del hombro a los que lo «habitan», por ejemplo entrevistándolos.

El trabajo que ha comenzado en Territorio archivo tiene una peculiaridad: que no pregunta para encontrar, sino que pregunta por preguntar igual que se tertulia por «tertuliar», como en los filan-dones que se van recuperando en la zona de los seis pueblos de la comarca del Condado-Curue-ño. Hacer por hacer, por el placer de hacer, significa estar realmente en el territorio, en el archivo, hacer incursiones en él y formar parte de él mientras territorio y archivo cambian a aquel o aque-lla que se atrevió a introducirse en las casas y los imaginarios que se pueden ver en el trabajo. El «medium» es la foto. No es la primera vez que se hace en la historia de la entrevista, preguntar sobre fotos. Claro que en la mayoría de los casos se hace con un objetivo, para contar algo, con una intención previa bien educada por un mundo donde el documental está muy arraigado en nuestras costumbres ¿o debiéramos decir lo «documentaloide»?

No hay que ser ingenuo, quien se sumerge en el archivo y en el territorio siempre tiene una in-tención y un fin, la diferencia es que entra para dejar de tenerlo y no para satisfacerlo. Vive el presente mismo de la entrevista y después, si es que escapa, al salir, si es que sale, llegará el mo-mento definitivo de liberación de prejuicios: ordenar todo lo registrado, o desordenarlo; en todo caso, encontrar esa partitura que hace que los elementos se relacionen en un ambiente y no en una habitación cerrada.

Dejando a un lado una palabra tan autoritaria como ordenar, habrá que pensar, en sustitución de taxonomías, categorías «categóricas» y otras herramientas, en cómo compartir ese archivo-terri-torio, cómo conseguir que ese territorio-archivo siga ocurriendo y no sea representado, descrito o, a lo peor, expuesto. Cómo conseguir una interfaz que haga de cualquiera que lo toque perte-nezca a ese territorio-archivo que nació como un objetivo y se ha convertido en una forma de ser y estar.

El archivo, los archivos, los normalizados, tan valorados como denostados, tienen una larga his-toria en esto de poner a disposición o en compartir rastros de vida que sumergen en ella al que los consulta. En el archivo han visto muchos una forma de entender el mundo, que no existiría sin sus rastros documentales.

En esa tradición de siglos, en las estructuras, en los cuadros de clasificación se pueden leer —casi mejor que en los textos escritos— los cambios de mentalidades, el ocurrir de la vida que se esfu-mó y se esfuma a cada momento, lo que en cada momento se consideró objetivo o veraz. Hoy la Archivística es ya una ciencia que, por supuesto, es reflejo de la complejidad de la época en que vivimos y de lo que consideramos objetivo en este tiempo. Quizás en sus principios básicos se en-

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cuentre ese lugar común donde se comparte, donde ocurre lo que ocurrió pero de otra manera, y que sin embargo es genuina.

El por qué la Archivística ha sido tan poco usada por los artistas que algunos han llamado «de ar-chivo» será uno de los misterios de las últimas décadas. Foucault sabía de ello, por citar a alguien querido.

Este Territorio archivo se constituye mediante el momento de la entrevista, su grabación, la reco-lección de imágenes, los momentos perdidos de las fotografías pero también los momentos irre-petibles de la entrevista de lo que solo quedan despojos en forma de archivo de audio. También se articula, se fusiona, permea en principios básicos de la Archivística que son sometidos a un «examen de estrés» conviviendo con esta gran experiencia que es el proyecto Territorio archivo.

La ficha más estándar ha estado sobre la mesa en el momento de dialogar con el resto del terri-torio, el cuadro de clasificación también. Los dos han sufrido tensiones y modificaciones, al igual que las han provocado en los que se han atrevido a «profanarlos». Mejor profanar una ficha que profanar personas de seis pueblos de León.

Es aquí donde surge la información en todo su sentido. Todo es información, incluso la forma de organizarla, y especialmente esta definirá el territorio que es archivo y el archivo que es territo-rio. Debe ser pues este punto el que debe ser cuidado con la misma delicadeza que el entrevista-dor se acerca al entrevistado, si es posible.

Aquí se ha luchado mucho con esas herramientas para modelarlas, y probablemente sus errores «archivísticos» sean sus mayores aciertos. También es aquí donde el software empieza a exigir dar forma a los conjuntos de información. Otra lucha: que el software no arruine la experiencia, el ocurrir en el que consiste este proyecto en el pasado, presente y futuro. ¿Cómo hacer que las palabras lleven a imágenes, las imágenes a palabras y que no se pierda la posibilidad de estar en el proyecto y no consultando el proyecto? ¿Cómo dejar de lado nuestra idea de que se está repre-sentando algo?

Es un buen punto de partida acercarse a la ciencia de un lugar donde se suele estar, que obliga a estar realmente para «ver», es decir, para comprender el sentido del documento. El museo aún confunde a muchos visitantes y a más de un artista a pesar de años de lucha contra lo visual como paradigma estético. Las cosas siguen siendo bonitas incluso cuando su intención no tiene nada que ver con la concepción más vulgar y aceptada de belleza, !la obra de Beuys se hace «be-lla» en el museo! Es cierto que los documentos tienen también ese peligro, pero se encuentran en un contexto documental que muchas obras de museo olvidan. Olvidan que la obra también es su contexto documental y se convierten en esfinges con aspecto contemporáneo de acuerdo a la moda, ahora archivo, ahora género, ahora «anarchivo».

El archivo obliga a conocer ese contexto documental si es que se quiere localizar la información y «verla» de verdad. El museo permite aún hoy en día la contemplación en el sentido menos enri-

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quecedor del término, pues ya se sabe que hay otros usos del mismo que se acercan más a lo que aquí parece buscarse.

No es tarea de este texto explicar el proyecto Territorio archivo, y no lo va a hacer, pero hasta aquí todo lo dicho describe el trabajo desde la visión de un testigo privilegiado y contagiado por el mismo que ya no puede quitarse el proyecto de encima, está atrapado por él.

Examinar los resultados es cosa de quien quiera estar en el proyecto y no solo visitarlo o pasear por una de sus activaciones: la sala de exposición.

No vengan a mirar. Esto, a su manera y con las modificaciones necesarias, es un archivo y un te-rritorio inseparables. Si no obstante optan por el disfrute visual del documento antiguo y la inevi-table aura que desprende, al menos tengan la amabilidad de guardar silencio, para que los parti-cipantes puedan navegar tranquilos, sean quienes sean.