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4. La Inmaculada Concepción Vamos a ver el recorrido de la figura de María a lo largo de la historia. 1. - En la Edad Media (s. VIII al XV) se dan unas características claves: I a la verticalidad, expresada en las torres de sus catedrales y en la Summa Theologiae en la teología. 2 a la jerarquización de la sociedad el feudalismo y más tarde la aparición de las ciudades, en las que los individuos comienzan a sentirse libres. 3 a la filosofía aristotélica, la predominancia de la abstracción y las sutilezas dialécticas de lo que se conoce como el pensamiento “escolástico”. Encontramos varios modelos claramente diferenciados: a) El Modelo Monástico: María reina gloriosa y madre de misericordiosa de los creyentes, mediadora entre Cristo y la Iglesia. El “lugar” donde se desarrolla la piedad y el culto mariano de la Alta Edad Media es en la liturgia, dentro del género “homilético , \ Sus representantes son, entre otros: Beda el Venerable (m. 735), Ambrosio Autperto (784), Bernardo de Claraval (1153). AMBROSIO AUTPERTO, el teólogo francés del siglo VIII dice que María precede a la comunidad, es importante su homilía del día de la Asunción, aunque manifiesta ignorar si ésta se hace “con el cuerpo o sin él”. “Madre de las gentes” y “Forma de Dios” son algunos de los términos que usa para dirigirse a María en sus homilías. La maternidad de María alcanza a todos aquellos que se asocian a Cristo por la fiierza del Espíritu Santo: “madre de los elegidos” y “madre de los creyentes”. Le corresponden los atributos de “gloriosa”, “bendita” y “tipo o modelo de la Iglesia” a la cual “precede” en la acogida de la Palabra y en su misión testimonial. Más influye BERNARDO DE CLARAVAL (m. 1153), llamado “doctor mariano” pese a que sus escritos sobre María no son especialmente abundantes. Lo que más llama la atención en los fragmentos marianos de este autor es la densidad de su doctrina, la precisión de sus fórmulas y la novedad de sus conclusiones. Hace abundante uso de la Escritura y de las tradiciones más antiguas y hace alarde de una elocuencia poética. Permite sobre todo el paso de la identificación entre María- Iglesia a la inclusión de María en la Iglesia, subordinando ésta a aquella: María se 1

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4. La Inmaculada Concepción

Vamos a ver el recorrido de la figura de María a lo largo de la historia.

1. - En la Edad Media (s. VIII al XV) se dan unas características claves:

Ia la verticalidad, expresada en las torres de sus catedrales y en la Summa Theologiae en

la teología.

2a la jerarquización de la sociedad el feudalismo y más tarde la aparición de las

ciudades, en las que los individuos comienzan a sentirse libres.

3a la filosofía aristotélica, la predominancia de la abstracción y las sutilezas dialécticas

de lo que se conoce como el pensamiento “escolástico”.

Encontramos varios modelos claramente diferenciados:

a) El Modelo Monástico: María reina gloriosa y madre de misericordiosa de

los creyentes, mediadora entre Cristo y la Iglesia.

El “lugar” donde se desarrolla la piedad y el culto mariano de la Alta Edad Media es en

la liturgia, dentro del género “homilético,\ Sus representantes son, entre otros: Beda el

Venerable (m. 735), Ambrosio Autperto (784), Bernardo de Claraval (1153).

AMBROSIO AUTPERTO, el teólogo francés del siglo VIII dice que María precede a la

comunidad, es importante su homilía del día de la Asunción, aunque manifiesta ignorar si

ésta se hace “con el cuerpo o sin él”. “Madre de las gentes” y “Forma de Dios” son

algunos de los términos que usa para dirigirse a María en sus homilías. La maternidad de

María alcanza a todos aquellos que se asocian a Cristo por la fiierza del Espíritu Santo:

“madre de los elegidos” y “madre de los creyentes”. Le corresponden los atributos de

“gloriosa”, “bendita” y “tipo o modelo de la Iglesia” a la cual “precede” en la acogida de

la Palabra y en su misión testimonial.

Más influye BERNARDO DE CLARAVAL (m. 1153), llamado “doctor mariano”

pese a que sus escritos sobre María no son especialmente abundantes. Lo que más llama

la atención en los fragmentos marianos de este autor es la densidad de su doctrina, la

precisión de sus fórmulas y la novedad de sus conclusiones.

Hace abundante uso de la Escritura y de las tradiciones más antiguas y hace alarde de

una elocuencia poética. Permite sobre todo el paso de la identificación entre María-

Iglesia a la inclusión de María en la Iglesia, subordinando ésta a aquella: María se

1

encuentra como “puente” entre Cristo y su Iglesia, usa la imagen de la Luna que es la

Iglesia y que está a los pies de María, como postrada ante ella.

No es posible concebir a María independiente de Jesucristo, como tampoco de la

humanidad redimida en él. Por su unión con Cristo María es “domina” (señora), su poder

es de diaconía y reconciliación. Bernardo usa el término mediadora para afirmar de

María que ella es la “vía” por la cual nos llega el salvador, por ello le corresponde

también el papel de protección y tutela; abogada, porque asume la defensa de los más

débiles. Ella nos representa ante su Hijo, es la humanidad abierta a la salvación.

Una teología orante y laudatoria aflora en el ámbito monástico en forma de “himnos”,

“antífonas” y “oraciones”. El MARIAL se convierte en un nuevo género literario propio

del Bajo Medievo (s. XI), articulado en forma de relatos de milagros, poesías, sermones,

formularios litúrgicos, cuestiones escolásticas..., que tienen como finalidad la alabanza

dirigida a María desde cualquier circunstancia. Para Alberto Magno autor de un Marial,

María, “no es como una entre los demás, sino la que está por encima de todos”.

Los debates dogmáticos tienen como marco las disputas sobre la “virginidad en el

parto” entre dos teólogos de la época y que representan la situación en la que se

encuentra la sensibilidad creyente, surgen ya los debates sobre la Asunción y la

Inmaculada.

El tema de la Inmaculada Concepción recibe un importante impulso en la teología del

Medievo. La cuestión se encontraba estancada desde la controversia mantenida por

AGUSTÍN (m. 430) con Pelagio (m. 427) y con Juliano de Eclano (454), ambos

exoneraban a María de todo pecado desde su nacimiento. Agustín de Hipona, con su

doctrina sobre la gracia y el pecado original se ve obligado, por una parte a reconocer que

María es una excepción dentro del conjunto de la creación, pero por otra, dada la

universalidad de la Redención, también ella tiene que ser considerada como “redimida”,

en orden a lo que llama “la gracia del renacimiento”, es decir de la “recapitulación” de

todo en Cristo, obra en la que ella participa de manera activa: dimensión soteriológica

agustiniana. ‘‘La prerrogativa mariana se presenta entonces como un caso ejemplar de

la redención dada en Cristo ”. Es mérito de Agustín el encuadrar a la Inmaculada en el

hecho del pecado original y sobre todo de la soteriología, aunque no encuentre modo de

resolverlo.

El benedictino EADMERO, hacia 1128, es considerado como el “primer teólogo” de la

Inmaculada. Su pensamiento queda recogido en su Tratado sobre la concepción de santa

María: Intenta superar la perspectiva meramente biológica distinguiendo la concepción

activa (en el pecado) de la pasiva (sin pecado), y rechaza la objeción de San

2

Agustín contra el privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrina de la

transmisión del pecado original en la generación humana. Lo explica con esta

comparación: dice que la castaña, «es concebida, alimentada y formada bajo las espinas,

pero que a pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos». Incluso bajo las espinas de

una generación que de por sí debería transmitir el pecado original, María permaneció

libre de toda mancha, por voluntad explícita de Dios que «lo pudo, evidentemente, y lo

quiso. Así pues, si lo quiso, lo hizo, argumento que quedará como consigna para la

posteridad.

Otro teólogo del Bajo Medievo, el franciscano DUNS SCOTO (m.1308) hará uso del

concepto de redención preservativo: en orden a su misión, María fue preservada limpia

de todo pecado, especialmente del “pecado original”. La concepción inmaculada de

María no es una “excepción” como avanzó Agustín, sino el más claro signo de la

medición redentora de Cristo.

b) El Modelo escolástico-racional: María, siempre Virgen Madre de Dios, llena

de Gracia y plenamente cercana a Cristo según la humanidad.

Es el momento del paso del saber teológico desarrollado en los monasterios al saber

elaborado en el ámbito de las universidades. Supone un cambio metodológico, con una

clara influencia de la filosofía de Aristóteles:

* de la “sabiduría” del corazón / a la “ciencia” de la razón

* la teología se entiende a sí misma como “scientia fidei”: un saber cierto,

principalmente de carácter eminentemente especulativo que deduce de los artículos de fe

nuevos conocimientos.

El método escolástico tiene como gran representante a Tomás de Aquino (1225-1274)y

su obra Summa Theologiae. Esta obra “suma” tiene apenas once cuestiones relacionadas

directamente con María (III. qq. 27-37), dentro del tratado cristológico y con referencias

bíblico-eclesiales.

Tomás ve a María bajo una “dignidad infinita” como Madre de Dios, es virgen llena de

gracia pero, curiosamente, “no inmune al pecado original”; y es “asunta al cielo” con el

cuerpo y el culto que se le debe es el de “hiperdulía” (latría a Dios). Según la filosofía

aristotélica de la que parte y el pensamiento antropológico que desarrolla, Jesús nace de

“la purísima sangre de la Virgen”, y nace varón, puesto que el sexo masculino tiene el

primado axiológico, ya que es más noble que el femenino, pero para que no se viera

desprecio al sexo femenino se encamó en una mujer. Así concluye que toda la naturaleza

humana queda ennoblecida.

Otros teólogos de finales del Medievo siguen este pensamiento tomista: Alberto Magno,

(m. 1280) y Buenaventura (m 1274). Podríamos afirmar que este ha sido el pensamiento

dominante hasta hoy respecto a la mariología.

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c) . Modelo de la teología tardo-medieval: María objeto de devoción más que

de imitación.

El final de la Edad Media se encuentra marcado por acontecimientos nada felices:

*el gran Cisma de Occidente (papas en Roma y Avignon)

^aumento del espíritu laicista, capaz de hacer frente a la autoridad papal *la

teocracia medieval comienza a perder centralismo y fuerza *se hace patente la

necesidad de una “reforma” in capite et in menbris Entre otros hechos.

Ya en pleno s. XV, Bernardino de Siena (m. 1444) y con él algunos otros teólogos,

prestan cierta atención a María.

JUAN GERSON (m. 1429) se manifiesta contra la imaginería que presenta a María

llevando en su seno a la Trinidad y de todo un movimiento cuyo fervor lleva a extremos

de confundir la devoción con la fantasía visionaria, muy propia del momento en el que la

superstición prima sobre la ciencia, sobre todo en el pueblo llano.

Frente al maximalismo mariano, Gerson formula “veintitrés verdades” o reglas

moderadoras respecto a lo que los teólogos afirman sobre la recepción de la humanidad

de Jesús. Intentando mostrar la necesidad de que la devoción a María vaya acompañada

de una recta práctica de la fe, integrada en el plan salvífico.

2. - Época Moderna (1492-1789)

Es una época en la que se manifiesta una gran necesidad de renovación y búsqueda de

nuevas formas de pensamiento en todos los ámbitos.

La figura de María cobra el modelo de los nuevos cánones de belleza femenina, según el

gusto de la nueva época que acaba de comenzar, fijada en las pinturas de artistas y

humanistas.

a) El modelo luterano-protestante de la “Theologia Crucis”: María sierva del

Señor y partícipe de su kénosis

Lutero ( +1546) rechaza el vínculo de la teología heredada del Medievo con la filosofía

aristotélica. Aferrado radicalmente a la interpretación literal de los escritos paulinos,

subraya e incluso contrapone la “teología de la cruz” a la “teología de la gloria”, Dios no

se muestra por medio de la creación sino desde la kénosis del pesebre y la cruz.

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María es para Lutero un signo de la acomodación de Dios al hombre. En su Explicación

del Magníficat en lengua alemana (1521) resalta esta dialéctica de la teología de la cruz o

la paradoja del poderoso actuar divino en la historia a través de lo que no vale ni puede...

María sigue siendo para Lutero la Madre de Dios, siempre virgen, intercesora,

inmaculada y madre de todos los fieles... Pero no es agente activo en el plan de la

salvación, porque ninguna criatura puede alcanzar función soteriológica; no es

“abogada” y mucho menos “mediadora”; funciones reservadas a Cristo.

Respecto al culto, Lutero admite que bíblicamente se le tributó cierto honor, pues

siempre será celebrada en la Iglesia por su profecía, siempre evitando el peligro de

arrinconar a Cristo.

Unos exageran la devoción mariana de Lutero, y otros la minimizan. La devoción

Mariana acompañó al reformador toda su vida. Lutero mantuvo las fiestas marianas,

sobre todo aquellas de mayor sentido cristológico: Anunciación y Purificación,

presentando a María como modelo de fe, humildad y pureza.

La controversia con la Iglesia católica le llevó, sin embargo, a radicalizar su principio de

solus Deus y con ello negar y rechazar cualquier invocación y representación

marianas.

Melanchton, Zwinglio, Calvino, entre los más conocidos, sostienen esta misma línea de

“devoción contenida” frente a la figura de María, en parte, como reacción ante cualquier

abuso que se pueda dar. María se convierte así en un instrumento de lucha y división más

que de comunión y fraternidad: al maximalismo católico responde el minimalismo

reformista.

b) Modelo barroco: María en su dignidad y en sus privilegios científicamente

organizados.

El barroco comienza en los albores del siglo XVII. La fantasía creadora cobra carta de

identidad en la ciencia y en la teología. El término que identifica esta apertura a lo

imaginado es “dilatación” o “amplificación”: se amplían los horizontes en todos los

órdenes.

La ilustración se abre paso, incluso en el ámbito femenino con figuras de mujeres que

siguen la línea de otras intelectuales y místicas de siglos anteriores como Hildegard von

Bingen o Teresa de Jesús. Especialmente significativa por sus aportes al pensamiento y a

la devoción mariana es María de Jesús de Ágreda (1655), Ma de la Encarnación

(1672) y la cultísima veneciana Elena Cornaro Piscopia, que obtuvo el doctorado en

filosofía pero le fue denegado el de teología por el obispo.

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Después del Concilio de Trento, en el que se determina la nueva situación mañana,

aparecen estas características:

- La fundación de las Congregaciones mañanas por el jesuita belga Leunis

(1563)

- Surgen las fraternidades que popularizan el rezo del Rosario y proliferan de

libros marianos devocionales, coronación de las imágenes de María, consagración de las

naciones católicas a ella y defensa de la Inmaculada con el voto sanguinis...

- Esta fuerza de la “dilatación” mañana alcanza su plenitud en pleno s. XVII con

la publicación de tratados ya directamente dedicados a María.

- Por doquier aparecen movimientos que tienen como eje de su espiritualidad la

devoción mañana bajo las expresiones de “oblación” “esclavitud” o “vida conformada a

María” (mariaforme)

Primeros tratados mariológicos

Corresponde al jesuita granadino FRANCISCO SUÁREZ la primera reflexión

sistemática sobre María. Entre 1584-85 publica sus “veinticuatro disputas sobre la

Bienaventurada Virgen María.

Suárez propone extender y abundar más sobre la figura de María en su comentario a la

Summa Theologiae de Tomás de Aquino. En una publicación posterior sobre Mysteria

vitae Christi (1592) inserta su tratado mariológico dentro de este contexto más amplio.

Su intencionalidad es situar a María en un lugar equilibrado y digno, superando el choque

entre la amplia dignidad de María y la reducida atención que le dedica la escolástica.

Con todo es el presbítero siciliano Plácido Nigido, el primero en publicar un verdadero

tratado de mariología en 1602 y fue el primero en nombrar la reflexión sobre María con

el término “Mariología”.

El dominico Vicent Contenson (m. 1674) propone un término novedoso que no llega a

ser asimilado: “Marialogía”.

Por fin, el máximo representante de la teología de este tiempo, DIONISIO PETAVIO

(+1652) dedica a María una parte de su tratado sobre la Encamación. Presenta a María

como “mediadora secundaria y muy inferior ” a Cristo, en el plano de la salvación.

Previene contra los excesos mariológicos y llama a atenerse a los principios promulgados

por el canciller de París, Gerson (+ 1429).

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La figura de María queda amplificada al máximo grado posible en esta época. Los títulos

de los libros a ella dedicados hablan por sí: grandeza, eminencia, privilegios,

prerrogativas, majestad, etc...

María queda separada de las criaturas. ¿Cómo puede ser entonces “modelo para los

creyentes” es una pregunta que surge irremediablemente desde la perspectiva mariológica

de nuestro tiempo...?

El siglo XVIII es conocido como “de la Ilustración” o del “Iluminismo”. La razón

crítica toma las riendas de la indagación científica sobre las cosas y trata de disipar las

nieblas de la ignorancia y de la superstición.

Se camina hacia una “equilibrada” devoción a María. El Sínodo de Pistoia (1786)

exhorta a dirigir a María una “devoción bien ordenada” y fundada en los textos bíblicos y

pretende que en la iglesia se exponga una sola imagen de María y se supriman todas las

procesiones excepto las rogativas y la del Corpus. En 1794 este Sínodo es condenado por

Roma. El pueblo se levanta al grito de “Viva María” y provoca la masacre de jacobinos y

jansenistas, pidiendo se restituyese lo anterior.

El magisterio de la Iglesia continúa apoyando un culto a la Virgen de contenido

netamente barroco y se muestra insensible a las críticas de la nueva cultura ilustrada.

Ante la Ilustración que se abre camino en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia, ésta

reacciona, entre otras, la práctica del “Mes de mayo”, fomentada por los jesuitas como

modo de mantener la devoción del pueblo.

Dos santos, eminentemente marianos, se sienten interpelados ante las diversas culturas y

ofrecen dos obras de gran influencia en su tiempo y hasta prácticamente nuestra época:

LUIS MARÍA DE MONTFORT (M. 1712), con su Tratado de la verdadera devoción

a María, que es una obra que ha llegado hasta nosotros sin su primera parte. Conjuga una

profunda experiencia espiritual con una visión bastante acertada sobre su tiempo

histórico. El proceso de “maximización” tiene su culmen en la espiritualidad mañana que

lleva a la “consagración a Cristo en las manos de María” (VD 120-333).

Aunque en su época todavía está en inferioridad la mujer, Montfort presenta a María

como protagonista-colaboradora de la Trinidad en la encamación del Verbo y en la

regeneración espiritual de los hombres, siendo ella “fin próximo, ambiente misterioso,

medio útil para encontramos con Cristo” (DV 265). Las alabanzas dirigidas a María

encierran toda la belleza poético-simbólica posible de imaginar: arca, paraíso terrenal,

sendero, canal.... Reconoce el primado de Cristo como fin último de toda devoción. Dada

su inserción como misionero popular, su doctrina recoge la sensibilidad del pueblo llano

y recoge sus expresiones en un lenguaje simple y comprensible, lleno de imágenes

propias de la vida cotidiana.

7

ALFONSO MARÍA DE LIGORIO (m. 1750), “Las Glorias de María”, obra de éxito

extraordinario en su tiempo y a lo largo de estos tres siglos en los que la presencia de

María ha sido tan significativa, sobre todo en el corazón del pueblo creyente.

Presenta a María como una realidad viviente y activa, que interviene

misericordiosamente en la vida de los pecadores para convertirlos a las obras de la gracia

y llevarlos a la salvación. Insiste en la necesidad de mantener una relación personal con

María dirigiéndose a ella en la plegaria e imitándola en la vida concreta. Ligorio mantiene

la amplificación de las alabanzas mañanas del siglo anterior, fundada en su preeminencia

como Madre de Dios. Pero, se sirve del espíritu crítico y acentúa igualmente que “Cristo

es el único mediador de la gracia ” y trata de precisar el sentido y el alcance de los títulos

marianos, vinculados siempre al plan de la salvación realizada en Cristo.

3. - Época Contemporánea (1789...)

La Revolución francesa representa el apogeo de la Ilustración y la caída definitiva en

Europa del orden establecido social y religiosamente a lo largo de siglos y la

proclamación de los principios inmortales: liberté, fraternité y égalité.

En el ámbito de la mariología se distinguen dos modelos:

-Modelo romántico-restaurador (s. XIX): María Inmaculada, mujer

protagonista en singular

Esta época es compleja y contiene gran variedad de matices a todos los niveles: social,

político, religioso. La restauración se opuso al catolicismo liberal que auspiciaba un

acuerdo entre Iglesia y mundo a través de la renuncia al “Antiguo régimen” y la

aceptación de los principios de la Revolución, sobre todo de la “libertad”.

Estamos en una época todavía incapaz de acoger con madurez la libertad y la igualdad,

menos aún la fraternidad. La mirada se vuelve, con nostalgia, a tiempos que parecían

superados y encuentra un aliado en el movimiento que informa todo el siglo: el

romanticismo. El influjo de estas corrientes culturales se advierte fundamentalmente en

las imágenes marianas y en las expresiones de su culto. Respecto a la mariología

tenemos:

-María en clave de privilegio, se promueven prácticas que parecían propias de un

pasado maximalista superado y se recuperan textos que subrayan la condición

privilegiada de María. Los mariólogos subrayan esta condición de María y se profundiza

en su privilegio de ser Inmaculada.

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=> El dogma de María Inmaculada en su Concepción no se improvisa, viene avalado

por una antigua tradición. Partiendo ya del Evangelio de Lucas en el que el ángel le llama

a María “llena de gracia ”, siempre se consideró a María con una santidad única.

La Iglesia de Oriente ya celebraba una fiesta de la concepción de la Virgen desde el s.

VII. En la oración mañana más antigua “Sub tuum praesidium ” la llama “sancta Dei

Genetrix... virgo gloriosa et benedicta”. En Occidente se estableció una fiesta de la

Inmaculada en Inglaterra por el año 1060 al 1066, luego se perdió y se recuperó a partir

del año 1127, aunque no estaba claro si se la consideraba Inmaculada desde el principio o

desde el seno de Ana.

San Bernardo a pesar de su devoción Mariana niega esta fiesta y lo que significa. A

finales del s. XV es cuando la Iglesia de Roma la adoptó oficialmente.

En España ya desde el s. XII o antes se tienen noticias de ciudades y pueblos que se

comprometen a defender este privilegio mariano: Villalpando, Segovia, Burgos, Vich,

Manresa, Granada, desde la conquista los universitarios hacen el voto de sangre que

luego es seguido por otras universidades españolas... Los Reyes de España, sobre todo a

partir de Carlos III íueron grandes defensores, propagaron el escapulario azul de la

Inmaculada y pidieron con frecuencia fuera definido el dogma.

Los teólogos occidentales no tuvieron problema para aceptar que estuvo exenta del

pecado personal, pero durante siglos se mantuvieron las discusiones sobre si lo estaba

también del pecado original. A partir de Agustín se resalta la condición universal del

pecado original y por tanto la necesidad de la redención para todos y dado los

conocimientos de estas épocas se creía que confesar a María libre del pecado original era

decir que no necesitaba la redención de Cristo.

Poco a poco fueron abriéndose a nuevas formas de pensar así Beda el Venerable dice

que si Juan Bautista fue santificado en el seno de su madre no iba a ser menos María.

Anselmo de Canterbury dice que Cristo tuvo que satisfacer también por los que

nacieron antes de él, y en ellos incluye a María. Los escolásticos tuvieron también

dificultad, porque no veían como conciliar la preservación del pecado original con su

necesidad de redención. Consideraban que fue santificada en el seno de su madre, pero

fue concebida en pecado

Como ya vimos el franciscano Duns Scoto (m.1308) hará uso del concepto de redención

preservativo, en orden a la misión de María.

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En los siglos XV y XVI siguieron las disputas a favor y en contra, en los siglos XVII y

XVIII ni se condenó ni se afirmo, sin embargo hay una Constitución Apostólica

"Sollicitudo Omnium Ecclesiarum" de Su Santidad Alejandro VII, sobre la

Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen del 8 de diciembre de 1661, en la que

entre otras cosas afirma que:

“Antigua es la piedad de los fieles cristianos para con la Santísima Virgen María, que

sienten en su alma, que en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue

preservada inmune de la mancha del pecado original, por singular gracia y privilegio de

Dios, en atención a los méritos de su Hijo Jesucristo, Redentor del género humano, y

que, en este sentido, veneran y celebran con solemne ceremonia la fiesta de su

concepción

Con lo que quedaba prácticamente resuelta la cuestión a favor de la Inmaculada

Concepción de María, preservada de toda mancha de pecado desde el principio de su

existencia.

Tras este largo camino en el que se busca enlazar la devoción popular con la verdad

doctrinal, PÍO IX convoca una comisión de teólogos y otra de cardenales con la finalidad

de establecer la conveniencia de la definición de la doctrina sobre la Inmaculada

Concepción de María como dogma. Con la encíclica UBI PRIMUN DE 1849 consulta al

episcopado católico y tras recibir una amplia respuesta positiva (546 sobre 603), el 8 de

diciembre de 1854 pronuncia la fórmula de la definición dogmática de la Inmaculada.

Cuando se habla de las palabras del Papa en esta definición se acude a la definición

solemne:

“... declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de

consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina

que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de

culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de

Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano

Esto sólo nos dice que María careció de pecado original por la redención preservativa de

Dios. Pero al comienzo de la Bula el Papa dice algo más:

Dios se “eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que

su unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y

en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en solo ella se complació

con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan maravillosamente la colmó de la

abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por

encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda

mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y

santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede

imaginar fuera de Dios

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María no tiene pecado porque está llena de la gracia y presencia de Dios. La exaltación

de María en el s. XIX se articula junto a una cierta mengua de su condición de mujer.

Frente a las continuas críticas de la Reforma a la exaltación mariana del catolicismo y

los privilegios cuasi divinos otorgados a María, los teólogos católicos defienden que ella

es algo más que una “imagen” venerada, es “una persona en íntima y espiritual relación

con Cristo

Hay cierta ambivalencia de los escritores de la época a la hora de expresar el papel de

María como dignificadora de la condición de la mujer. Ella “libera” a la mujer del pecado

en el orden religioso, del desprecio en el orden moral, y de la servidumbre en el orden

legal... Sin embargo, la mujer debe seguir recluida en el ámbito privado del hogar (“en el

santuario de la familia”) y no se le reconoce ningún derecho civil, político o de

proyección cultural o científica.

El paso del s. XIX al XX significa para la mariología la apertura de nuevos horizontes.

Se publican obras que tienen como destinatarios al gran público.

El teólogo G. Ventura con su obra La Madre de Dios Madre de los hombres, publicada

en 1841, abre la moderna literatura mariológica a la maternidad espiritual, partiendo del

sentimiento común del pueblo cristiano.

Otros autores comienzan a insertarla poco a poco dentro del plan de la salvación como se

aprecia en la obra el laico francés A. Nicolas, quien afirma que María es el gran signo del

cristianismo, ya que sin ella no hubiera sido posible la encamación ni la cruz.

Se tiende a reducir, cada vez más, el espacio dedicado a María en la formación de los

seminarios clericales y religiosos (ej. G. Perroni sj. +1876).

Se produce una inversión respecto a la tendencia propiciada por Francisco Suárez, que

trataba la mariología al inicio de la cristología y pasa al final para terminar formando un

“apéndice” complementario del tratado cristológico sobre la Encamación. Este

“apéndice” cristológico corre el peligro de quedar desgajado del resto de la teología.

El término de mariología acaba por perderse frente al de mariología, firmemente

consolidado durante el siglo XX.

El autor del s. XIX Ludovico da Castelplanio en su obra María en el consejo del

Eterno, amplia el horizonte hacia lo que llegaría a ser la certeza del Concilio Vaticano II

en Lumen gentium (n° 53-54): María debe aparecer en la fe del cristiano íntimamente

ligada a Cristo y a la Iglesia.

11

Las “apariciones” de Lourdes, sobre todo, y la definición del dogma de la Inmaculada

(1854) caracterizan el siglo XIX, tan complejo para la mariología.

- En el siglo XX:

Modeloantropológico e histórico-salvífico: María

prototipo de la Iglesia y del hombre, según el designio salvífico de Dios

En el siglo XX se produce un cambio de mentalidad antropológica que incide de manera

notable en toda la teología, especialmente en la antropología teológica y, dentro de esta

perspectiva, en la manera de entender la figura de María, dentro del plan de la salvación.

Se habla de “libertad responsable” y de “igualdad” de la mujer respecto al hombre. La

teología feminista pone de relieve que la doble polaridad del género humano ha quedado

disminuida y empobrecida al silenciar e invisibilizar una de sus dimensiones

constitutivas: la femenina. La mariología del siglo XX tiene sus propias orientaciones:

Mariología manualística

Desde comienzos de siglo hasta el Concilio Vaticano II, se publican 50 “tratados”

mariológicos, manteniendo la forma y contenidos propios de los manuales de la

escolástica: enunciación de “tesis” que tienen que ser probadas sustentándose en los

textos de la Escritura, es decir: se usa la Escritura, no para acoger el mensaje sino para

demostrar las tesis enunciadas; después se llega a las conclusiones mariológicas más

convenientes.

Establecen teológicamente que María es “corredentora”, “madre espiritual”, “mediadora”

y “reina”, se le atribuye la “ciencia infusa”, “cierto grado de visión beatífica”, “ausencia del débito del pecado original” y la “inmortalidad”.

María en la iglesia ortodoxa

La Iglesia ortodoxa realiza su propio camino mariológico, diferente del católico. Este

camino es eminentemente “contemplativo”.

Consideran a la Theotokos no en sí misma sino dentro de la cristología, lo que explica

que en la teología ortodoxa no se elabore una mariología sistemática, aunque sí se acerca

a ella la obra del gran teólogo S. Bulgakov titulada La zarza ardiente. La teología

ortodoxa católica concede poco espacio a la disertación sobre los aspectos marianos y si

lo hace es siempre en relación a la tradición patrística.

La teología y la iglesia ortodoxa muestran un espíritu crítico ante lo que consideran

“innovaciones” de la Iglesia católica romana y rechazan el dogma de la Inmaculada

concepción y la Asunción, al considerar que no tienen en la Escritura ni en la Tradición

un fundamento sólido. Rebaten la idea de corredención y mediación universal de María

por la gracia, porque va en contra de la Mediación única de Cristo.

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Autores de la última mitad del siglo pasado (P. N. Trenbelas, P. Evdokimov, etc) se

refieren a María y la ven “inmersa en el Misterio de la Sabiduría de Dios ” (mariología

sofiánica), y vinculada a Cristo, a la Iglesia y al Cosmos.

La mariología ortodoxa es esencialmente pneumatológica y por lo mismo, ven en la

Theotokos el origen o arquetipo de una nueva humanidad. María es “el corazón de la

iglesia, su centro místico”, el “adviento de la mujer restituida en su virginidad materna”,

“la corona de los dogmas que ilumina el misterio trinitario reflejado en lo humano”1.

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1 Cfr. S. DE FIORES, María, Madre de Jesús, pp. 201- 208;