1.hacia el dialogo con los no creyentes

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RAZÓN Y FE. Tomo CLXXVIII. 1968. HACIA EL DIÁLOGO CON LOS NO CREYENTES (pp. 159-168) l importante documento sobre el diálogo que acaba de hacer público el Secretariado romano pro non credentibus, está probablemente llamado a ser la carta magna de una de las empresas más nobles de la Iglesia del siglo XX. No es aún tiempo para hacer de él un comentario detenido. Nada puede, tampoco, sustituir su lectura. Pero sí es oportuno saludar con júbilo su aparición; y tratar de recoger en breve síntesis sus rasgos más destacados 1 . El documento "busca promover el diálogo entre creyentes y no creyentes y ayudar a su buen resultado". Se dirige primariamente a los cristianos quiere, sin duda, disipar recelos, animar, prevenir las dificultades que la empresa puede suscitar . Pero confía "exponer de tal manera lo relativo al diálogo, que pueda también ser entendido y recibido por los no creyentes". Espera que para los cristianos sea la ocasión de dar un testimonio de su fe; y que, por él, "vengan, no sólo a un más pleno reconocimiento de los valores humanos, sino incluso a una mejor inteligencia de la misma realidad religiosa". Líneas generales del contenido Introducción. Se constatan, como punto de arranque, dos hechos capitales para la conciencia actual: el mayor reconocimiento de la dignidad de la persona humana y la consiguiente mayor aceptación del pluralismo como nota propia de nuestra edad. De aquí surge la necesidad del diálogo, entre personas y comunidades de mentalidad y cultura diversas. La encíclica de Pablo VI Ecclesiam suam proclamó esta necesidad. Explicó también ampliamente las condiciones del diálogo en su aspecto apostólico (por el que la Iglesia "brinda, llena de reverencia y amor a los hombres, el don de gracia y de verdad de que Cristo la ha hecho depositaría"). Pero ya la Constitución Gaudium et spes del Vaticano II se fijó, más bien, en "un diálogo de la Iglesia con el mundo, que no se refiere 1 La traducción de los textos y los subrayados introducidos en ellos, son míos. E

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Page 1: 1.Hacia El Dialogo Con Los No Creyentes

RAZÓN Y FE. Tomo CLXXVIII. 1968.

HACIA EL DIÁLOGO CON LOS NO CREYENTES (pp. 159-168)

l importante documento sobre el diálogo que acaba de hacer

público el Secretariado romano pro non credentibus, está

probablemente llamado a ser la carta magna de una de las

empresas más nobles de la Iglesia del siglo XX. No es aún tiempo para hacer

de él un comentario detenido. Nada puede, tampoco, sustituir su lectura.

Pero sí es oportuno saludar con júbilo su aparición; y tratar de recoger en

breve síntesis sus rasgos más destacados1.

El documento "busca promover el diálogo entre creyentes y no

creyentes y ayudar a su buen resultado". Se dirige primariamente a los

cristianos —quiere, sin duda, disipar recelos, animar, prevenir las

dificultades que la empresa puede suscitar—. Pero confía "exponer de tal

manera lo relativo al diálogo, que pueda también ser entendido y recibido

por los no creyentes". Espera que para los cristianos sea la ocasión de dar un

testimonio de su fe; y que, por él, "vengan, no sólo a un más pleno

reconocimiento de los valores humanos, sino incluso a una mejor

inteligencia de la misma realidad religiosa".

Líneas generales del contenido

Introducción. Se constatan, como punto de arranque, dos hechos

capitales para la conciencia actual: el mayor reconocimiento de la dignidad

de la persona humana y la consiguiente mayor aceptación del pluralismo

como nota propia de nuestra edad. De aquí surge la necesidad del diálogo,

entre personas y comunidades de mentalidad y cultura diversas.

La encíclica de Pablo VI Ecclesiam suam proclamó esta necesidad.

Explicó también ampliamente las condiciones del diálogo en su aspecto

apostólico (por el que la Iglesia "brinda, llena de reverencia y amor a los

hombres, el don de gracia y de verdad de que Cristo la ha hecho

depositaría").

Pero ya la Constitución Gaudium et spes del Vaticano II se fijó, más

bien, en "un diálogo de la Iglesia con el mundo, que no se refiere

1 La traducción de los textos y los subrayados introducidos en ellos, son míos.

E

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RAZÓN Y FE. Tomo CLXXVIII. 1968.

inmediatamente al anuncio del Evangelio". De éste es del que quiere hablar

el documento del Secretariado.

Primera parte: Esencia y condiciones del diálogo. Es la parte más

extensa del documento, la que encierra su mayor aportación y promete tener

un influjo más fecundo. Contiene, en realidad, una "teoría del diálogo",

siempre entendido como diálogo no propiamente apostólico de los cristianos

con los no creyentes. La desarrolla en tres apartados: uno sobre el diálogo en

general, otro sobre el diálogo "doctrinal" (es decir, el que versa sobre la

búsqueda de la verdad), otro sobre el "diálogo en el orden de la práctica" (es

decir, la colaboración para fines prácticos). A esta "teoría del diálogo"

dedicaremos enseguida la mayor parte de nuestra atención.

Segunda parte: Normas prácticas. Lógicamente acaba por aquí el

documento. Pero, lógicamente también, de modo muy sobrio. Con el deseo

de que "la opinión pública en la Iglesia se sensibilice sobre la gran

conveniencia del diálogo", enuncia primero siete sugerencias para promover

ese espíritu (en la formación de los clérigos, en el aggiornamento de los ya

formados, en las reuniones de estudio de los laicos, en la misma, predicación

e instrucción catequética. Por medio de organizaciones específicas; con

colaboración ecuménica; con colaboración, incluso, de creyentes no

cristianos, sobre todo judíos y mahometanos). Añade, por fin, cuatro normas

más concretas sobre el diálogo "privado" y seis sobre el diálogo "público"

(no necesariamente "oficial"). Evidentemente, el diálogo público es más

comprometedor y debe ser abordado con mayores cautelas.

Se advierte una voluntad de mantenerse en una cierta generalidad y

no descender a la mucha casuística posible. Como todo lo nuevo y creador,

el diálogo tendrá que ir haciéndose su propio camino; más aún, ya se lo está

haciendo. Habrá que atender también a la diversidad de ambientes ("por

ejemplo: la de los pueblos que conservan antiguas tradiciones cristianas y

aquellos a quienes aún no se ha anunciado el Evangelio, o bien aquellos que,

aunque cristianos en su mayor parte, son actualmente gobernados por

ateos"). Las Conferencias Episcopales habrán de dar normas adaptadas a las

condiciones generales del lugar.

Pero esta misma prudente reserva de las normas prácticas sirve, a mi

entender, para destacar la validez de los principios fundamentales

establecidos en la "teoría del diálogo". Ellos describen simplemente un

espíritu que hay que promover y la orientación de sus aplicaciones; algo

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que está por encima de todas las particularidades y no admite por tanto

restricciones minimalistas.

La "teoría del diálogo"

Vamos, pues, a centrar nuestra atención en este mensaje fundamental

del documento. Presentaremos esquematizadamente las páginas centrales,

que lo contienen; incorporando algunos rasgos complementarios contenidos

en la Introducción.

1. El diálogo en general

Noción: El documento define el diálogo como "toda forma de

encuentro y comunicación entre personas o grupos y comunidades, para

lograr una más honda comprensión de la verdad o relaciones más humanas;

en espíritu de sinceridad, de respeto a la persona y de una elemental

confianza mutua".

Ya en la misma noción dada se mencionan tres importantes

condiciones: sinceridad, respeto y confianza mutua. Poco después se añaden

otras que contradistinguen el "diálogo" de otras formas afines de relación

humana:

— "difiere de la disputa y la controversia, que buscan defender la

propia parte y mostrar el error de la adversa";

— "no consiste propiamente en una comparación [contraste], pues lo

propio del diálogo es conseguir un acercamiento y una comprensión

mutuas";

— "finalmente, aunque cada dialogante puede legítimamente desear

convencer de su verdad a la otra parte, no se ordena sin embargo el diálogo a

ese fin, sino al mutuo enriquecimiento".

La Introducción había notado que el diálogo, naturalmente, no

excluye la validez humana o la oportunidad de las otras formas de relación,

de las que se distingue; excluirá, eso sí, cuanto destruya el "ánimo abierto y

benévolo" en que se funda.

Los fines del diálogo quedaron también parcialmente mencionados

en la primera noción. Pero enseguida se explicitan para el caso de

dialogantes "de orientaciones diferentes o incluso opuestas, que buscan

disipar prejuicios recíprocos y aumentar en lo posible la convergencia".

Pueden buscarlo:

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— "en el plano de la simple relación humana",

— "en el de la búsqueda de la verdad",

— "en el de la colaboración para fines prácticos".

Esta división se considera tan importante, que a continuación se

distinguen tres géneros de diálogo, según predomine uno de los planos de

finalidad. Y aunque es de desear —se añade— que el diálogo se extienda a

los tres, puede ya justificarse con uno solo de ellos.

Es oportuno añadir aquí unas profundas consideraciones de la

Introducción. La teoría del diálogo que se está esbozando es general;

pertenece a un elemental humanismo. Ya dijimos que se la ve fundada en el

reconocimiento de la dignidad de la persona humana y del hecho del

"pluralismo". Un cristiano reconocerá, por supuesto, ese valor y esa realidad.

Pero, además, "encontrará en la vocación sobrenatural del hombre una razón

aún más rica para el reconocimiento de dicha dignidad". Por su parte, "la

Iglesia no desconoce cuánto importa en sí y cuánto le atañe a ella, en virtud

del Misterio de la Encarnación, que el mismo orden temporal se haga más

humano".

2. El diálogo doctrinal

Llegamos al punto que es tratado con más extensión y en el que, en

realidad, está situado el centro de gravedad del documento y sus más

decisivas aportaciones.

Es, evidentemente, un punto muy delicado, dada la importancia del

patrimonio doctrinal en la comunidad cristiana. Pero es, por otra parte, un

punto imprescindible para que exista un verdadero diálogo con no creyentes,

que difieren precisamente de los cristianos en cuestiones doctrinales

absolutamente básicas. Ya la parte general de la teoría del diálogo ha puesto,

como uno de sus géneros, "el encuentro en el plano de la verdad";

respondiendo a uno de sus fines, "el esfuerzo en común para lograr una

mejor comprensión de la verdad y un más amplio conocimiento de la

realidad".

Resulta, entonces, muy comprensible el realismo con que la parte

central del documento comienza abordando las dificultades del "diálogo

doctrinal", dificultades de tal magnitud que "con frecuencia hacen dudar de

su misma posibilidad". Unos densos párrafos enuncian sucesivamente cuatro

capítulos de posible objeción, para mantener, no obstante, la tesis del

diálogo, respondiendo a cada uno de dichos capítulos. Tanto esta estructura

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general como la precisión de las formulaciones evocan en el lector el

recuerdo de las Quaestiones disputatae de Santo Tomás.

He aquí el desarrollo de esta discusión del tema:

Objeciones:

a) Parece que "para que el diálogo sea sincero se exige la

exclusión de toda verdad absoluta y... situarse indefinidamente en situación

de búsqueda". O bien, se pregunta si, "admitida la verdad absoluta, es

compatible el diálogo con la persuasión de poseerla". (El cristiano tiene tal

persuasión.)

b) "¿Puede entablarse el diálogo si los dialogantes asienten a dos

diferentes sistemas de pensamiento?" (Ya que, en realidad, cada afirmación

sólo recibe su pleno sentido en relación con el sistema íntegro.)

c) En la concepción actual de muchos, la verdad es inmanente al

hombre y depende de su libertad. (Los cristianos rechazan tal concepción.)

d) Por lo que se refiere al diálogo público, ¿es lícito exponer a

peligro la fe de grupos que no están preparados al afrontamiento?

Respuestas:

a) Era la objeción más radical y es por ello a la que el documento

responde con más amplitud y profundidad, en sus párrafos más logrados. Se

requiere para el diálogo "una valiente sinceridad y un máximo sentido de

libertad y reverencia"; ya que se trata en él de una verdad que afecta

personalmente a los dialogantes. La consecución de la verdad tiene una

índole personal2.

El dar relieve a este aspecto "dilatará los corazones para comprender

las opiniones y los esfuerzos de los otros y para abrazar los elementos

verdaderos de cada opinión". Pero, por otra parte, esto no tiene sentido sin la

convicción compartida de que "la mente humana llega a la verdad objetiva,

que puede siempre alcanzar alguna parte de esa verdad, aunque quizá

mezclada con error; que, finalmente, cada hombre, puesto que llega a la

realidad de modo propio, único, ofrece una contribución a la consecución de

la verdad, a la que los demás deben atender". La posibilidad de la verdad

2 La introducción recordó a este propósito unas palabras fundamentales en la declaración del Vaticano II

sobre la libertad religiosa: «La verdad ha de buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona

humana y a su índole social, es decir, con una búsqueda libre, que se ayude del magisterio y el diálogo...; a

la verdad conocida hay quo adherirse firmemente con asentimiento personal» (n. 3).

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(absoluta) no es, pues, obstáculo, sino más bien condición del verdadero

diálogo (contrapuesto al simple irenismo).

Y tampoco anula el diálogo el hecho de que cada dialogante piense

poseer la verdad. Pues el diálogo intenta precisamente desarrollar y

avecinar en lo posible las posiciones de las que se parte; "basta para el

diálogo que cada dialogante piense que la noticia de la verdad que tiene

puede crecer por el diálogo con el otro".

"La cual actitud puede y debe ser adoptada y fomentada con toda

sinceridad por el creyente." Por dos razones las mismas verdades de la fe, en

sí absolutas y perfectas (como provenientes de la revelación de Dios), son

siempre imperfectamente percibidas por el creyente, que puede por ello

crecer en la inteligencia de ellas por medio del diálogo; por otra parte, no

todo lo que el cristiano mantiene viene de la revelación. El diálogo con los

no creyentes puede aquí ayudar a distinguir; así como a escrutar los signos

de los tiempos a la luz del Evangelio.

"Más aún, la fe cristiana no dispensa al creyente de considerar

racionalmente los presupuestos racionales de la fe", sino que le impulsa a

abrazar confiadamente cuanto pide la razón. Sabe finalmente el cristiano que

la fe no le da respuesta a todos los interrogantes.

Así termina la amplia respuesta que el documento ofrece a la primera

objeción. No podrá decirse que ningún elemento de ella sea estrictamente

nuevo. Pero sí lo es, sin duda, el conjunto y su incisivo acento. En el seno de

una matizada meditación sobre la finitud del conocimiento humano (tensión

de absoluto y relativo, subjetividad y objetividad), se inserta una

honradísima proclamación de la finitud cristiana. De suma importancia,

hacia dentro y hacia fuera.

b) La dificultad que surge de la cohesión interna del sistema

tampoco anula la posibilidad del diálogo. Ya que puede haber en todo

sistema verdades no estrictamente sistemáticas, sobre las que sea posible

una coincidencia. Habrá, según esto, grados en el alcance del diálogo. Y hay

que recordar, especialmente, que las realidades humanas tienen una legítima

autonomía, que permite buscar coincidencias aun supuesta la discrepancia en

lo religioso.

c) La diversidad en la concepción de la verdad dificulta

ciertamente el diálogo. Pero puede precisamente el mismo diálogo

proponerse el superar esa diversidad. Y no habrá sido inútil aunque no lo

consiga; pues habrá servido para esclarecer sus propios límites.

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d) Finalmente, "en una sociedad pluralista como la de nuestro

tiempo no es prácticamente evitable el peligro que surge del afrontamiento".

Por tanto, lo que urge es más bien la necesidad de preparar a los fieles para

él. "El diálogo público, bien preparado, sirve no poco para la maduración de

la fe".

Se reafirma la tesis, tras haber respondido a las dificultades: "El

diálogo de los creyentes con los no creyentes, aunque trae peligros, no sólo

es posible, sino aconsejable. Puede ejercitarse en todo lo que es asequible a

la razón: en lo filosófico, en lo religioso, en lo moral, histórico, político,

social, económico, artístico, cultural. La fidelidad a los auténticos valores,

espirituales y corporales, pide al cristiano reconocerlos donde quiera que los

encuentre."

Sobre sus condiciones

Se enumeran brevemente estas cinco, que se conciben dimanar "de

las normas de la verdad y la libertad":

— habrá que evitar su eventual instrumentalización para fines

políticos contingentes. La mayor dificultad aquí, se reconoce, surge en el

diálogo con los marxistas militantes del comunismo, por el estrecho vínculo

que establecen entre teoría y praxis, por las consecuencias que creen poder

sacar de su implicación.

— es menester la claridad de expresión; no conduciría a nada un

lenguaje ambiguo que ocultase más que superase las diferencias.

— se requiere valentía, tanto para exponer sinceramente la propia

opinión, como "para reconocer en cualquier parte la verdad, aun cuando ésta

obliga al dialogante a revisar sus propias posiciones doctrinales o prácticas".

— no se adelantará nada si el diálogo no lo llevan personas

verdaderamente competentes.

— la verdad no debe triunfar sino por su propia fuerza; por lo que

es menester asegurar jurídica y efectivamente la libertad de los dialogantes.

3. El diálogo en el orden práctico

Este apartado, a pesar de su evidente importancia, es muy breve. La

razón es clara: las declaraciones al propósito en las encíclicas de Juan XXIII,

Pacem in terris (n. 160) y Mater et Magistra (n. 252) eran ya

suficientemente claras. El documento repite sustancialmente sus

expresiones.

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"Hay que tener presente que movimientos nacidos de opiniones

adversas a la religión cristiana pueden con el tiempo llegar a posiciones que

no sean más solidarias con los comienzos." En especial, dada la autonomía

en su orden de lo temporal, una consonancia en esto no queda excluida por

una discrepancia en lo religioso.

La colaboración, en esos casos, debe proponerse un bien, o algo que

conduzca al bien; y no debe comprometer bienes mayores, como son la

integridad de la doctrina, los derechos de la persona, la libertad civil, cultural

y religiosa...

Aquí la "teoría del diálogo" desemboca en la práctica. No tendría

sentido teorizar más sobre la colaboración. Es la oportunidad la que tiene la

palabra. Y sobre la oportunidad, tienen la palabra ante todos los laicos (como

ya había afirmado Juan XXIII). "Salva siempre la libertad y competencia de

éstos", es papel de la Jerarquía vigilar e intervenir cuanto se requiere para la

tutela de los valores religiosos y morales.

Algunas reflexiones valorativas

Es claramente imposible medir aún todo el alcance de este

trascendental documento. Habrá que ir recogiendo las diversas reacciones y

aprendiendo a través de ellas y de sus contrastes. Es previsible que el

documento, que alegrará a muchos católicos, no dejará de desagradar a otros

y sorprender a muchos más. ¿Llegará a producir el cambio de mentalidad

que busca? ¿En qué medida?

Pero, naturalmente, el pensamiento de los católicos que acogen y

acogerán con júbilo este documento —los hambrientos y sedientos de los

bienes que el diálogo puede traer— vuela más bien a sus reales y posibles

condialogantes. ¿Cómo recibirán el fondo de estas directrices? Las

directrices son para los católicos, pero el fondo quiere ser simplemente,

humano. Cabe esperar una amplia aceptación. Es más, ¿no van siendo ya de

hecho estas ideas un patrimonio común de todos los hombres de buena

voluntad, uno de los signos más esperanzadores de nuestro momento? E

incluso, ¿no debemos ya los cristianos mucho en ello a los no creyentes?

Cierto, el documento es firme en las posiciones católicas

fundamentales. Pero esto debe aparecer como un rasgo más de la honradez

que lo impregna. El diálogo que unos y otros buscamos no es eso que en el

documento se estigmatiza como "irenismo". La proclamación de la sana

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"valentía" del diálogo, la matizadísima dialéctica de lo personal y lo absoluto

en la verdad, el reconocimiento de que no todo es sistema en el sistema y de

que los cristianos, como todos, tenemos aún mucho que aprender..., son de

los rasgos que más conmovedoramente llaman nuestra atención. Querríamos

esperar que también la de los no creyentes. ¿Llegaremos, por fin, a aparecer

ante sus ojos libres tanto de presunciones y paternalismos, como de

complejos y disimulos?

Hay reservas explícitas frente a los marxistas-comunistas. ¿Quién

podrá juzgarlas injustas, y más tras hechos tristes bien recientes? Pero es

claro que no cierran ninguna puerta. Cautelas ante peligros de

instrumentalización, advertencias de que en la colaboración no se pueden

comprometer ciertos valores, están por una parte justificadas, y por otra no

encierran ningún no tajante. Más hondo que todo eso, el documento cree en

los hombres y en su poder de superar prejuicios y llegar al bien y a la

verdad. También con ocasión de los recientes hechos antes aludidos hemos

visto nobles reacciones que confirman esa fe.

Mi última reflexión no puede menos de volverse a nuestro clima

español. "Pueblo que conserva antiguas tradiciones cristianas" es, sin duda,

el nuestro. A quien, por ello, no se podrá aplicar en la práctica el documento

como se deberá aplicar en pueblos de condiciones muy distintas, sino con

una discreta progresión. Pero pueblo en el que también se da y no podrá

menos de darse cada vez más —con sus características peculiares— el

pluralismo, que el documento encuentra como nota propia de la cultura

contemporánea. Donde, por tanto, urge también "sensibilizar la opinión

pública sobre la gran conveniencia del diálogo". (¿Lo hemos hecho así? ¿Lo

haremos?)

El que se preocupe realísticamente por el futuro de la fe del pueblo

español, retendrá quizá, sobre todo, aquella lección: más que por evitar

afrontamientos, es necesario trabajar por preparar a los fieles a los peligros

que pueden surgir de ellos. Con la confianza de que, entonces, más bien

ayudarán a la maduración de su fe.

JOSÉ GÓMEZ CAFFARENA