1.1 e. veron - el signo

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SIGNO – En tanto componente fundamental de toda re exión sobre el sentido (y, por lo tanto, de to- da re exión sobre el pensamiento y el lenguaje) el concepto de «signo», bajo diferentes denomi- naciones, atraviesa la historia entera de la lo- sofía, dentro y fuera de la tradición llamada «occidental». En lo que sigue, sólo tendremos en cuenta una historia mucho más breve: la del signo como objeto de un conocimiento autode- nido como cientí co, es decir, como objeto de la lingüística, por un lado, y de la semiología o semiótica por otro. IARELACIÓN SIGNIFICANTE El concepto de relación implica no menos de dos elementos, vinculados entre sí. La rela- ción causal y la relación signi cante o sígnica son los dos tipos de relaciones con las cuales se construye la visión cientí ca del mundo desig- nado como realidad. La causalidad aparece co- m0 el concepto fundamental en la representa- ción del mundo natural, y la significación como el concepto fundamental en la represen- tación del mundo que, según las corrientes lo-

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SIGNO –

En tanto componente fundamental de toda

reflexión sobre el sentido (y, por lo tanto, de to-

da reflexión sobre el pensamiento y el lenguaje)

el concepto de «signo», bajo diferentes denomi-

naciones, atraviesa la historia entera de la filo-

sofía, dentro y fuera de la tradición llamada

«occidental». En lo que sigue, sólo tendremos

en cuenta una historia mucho más breve: la del

signo como objeto de un conocimiento autode-

finido como científico, es decir, como objeto de

la lingüística, por un lado, y de la semiología o

semiótica por otro.

IARELACIÓN SIGNIFICANTE

El concepto de relación implica no menos

de dos elementos, vinculados entre sí. La rela-

ción causal y la relación significante o sígnica

son los dos tipos de relaciones con las cuales se

construye la visión científica del mundo desig-

nado como realidad. La causalidad aparece co-

m0 el concepto fundamental en la representa-

ción del mundo natural, y la significación

como el concepto fundamental en la represen-

tación del mundo que, según las corrientes filo-

sóficas, se designará como «cultural», «men-

Page 2: 1.1 E. Veron - El Signo

tal», del «espíritu», de la «información», de la

«comunicación», etcétera. disociación entre

y estos dos «mundos» fue ccínsagrada histórica-

mente por el Llamado dualismo cartesiano,

ella se introdujo de diversas maneras en e

campo entonces naciente de las ciencias socia-

les, principalmente a través del concepto dilt-

heyano ¿c las «ciencias ¿d espíritu», que ejcr.

ció su influencia sobre el propio Max Weber.

Existe hoy sin embargo un consenso bastante ampli

sobre la necesldad y la posibilidad de

integrar en una visión cientifica global

las “clencias naturales” Y las “humanas” Y «Sociales

aunque dicha integracion sea auni un objetivo

bastante lejano. En todo caso, en una vi-

sión integradora, la significación preserva su

especificidad como proceso cualitativamente

diferente del proceso causal, íntimamente liga.

do al funcionamiento de los sistemas comple-

jos no lineales, sin contradecir en modo alguno

las leyes fundamentales de la física.

, En la mayoría de lo. que podemos conside-

rar como modelos precientíficos de la relación

significante, los dos elementos mínimos nece—

sarios son el signo y el objeto denotado (o refe-

rente). Se trata pues de un modelo binario, en

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que la relación significante se establece entre

‘un elemento sensible (visual o sonoro) y una

entidad, estado o proceso recortado o identifi-

cable en el «mundo real». Se dice, entonces,

que el primer elemento significa, denota, desig-

na, reenvía al segundo elemento. En la concep-

ción precientífica, el modelo del signo es típica-

mente un puente entre los dos mundos antes

mencionados, puesto que el elemento sensible

adquiere el valor de signo por una operación

cerebral o mental que lo asocia de manera

estable con el segundo elemento, que es, por

decirlo así, un «trozo» del mundo real. Esta

concepción realista-empirista prevaleció, bajo

distintas fonnas, durante el siglo XlX, pero po-

co a poco se afianzó la perspectiva según la

cual era necesario considerar que los dos ele-

mentos de la relación significante son del mis-

m0 tipo, es decir, que son ambos mentales. De

esta manera, la teoría del signo adquiere final-

mente su autonomía respecto del mundo «natu-

ral», y se convierte en_el núcleo de todo mode-

lo acerca de lo que muchos han llamado la

REPRESENTACIÓN del mundo. Esto ocurre dentro

de dos tradiciones muy diferentes, de las cuales

nos ocuparemos en lo que sigue: una, que se

puede llamar «europea», tiene su punto históri-

Page 4: 1.1 E. Veron - El Signo

co de partida en la obra de Ferdinand de Saus-

sure (1857-1913); la otra, que se puede identifi-

car como «norteamericana», nace con los

escritos de Charles Sanders Peirce (1839-1914). ,

Aunque no parecen haber tenido en vida ningu-

na relación, Saussure y Peirce fueron contem-

poráneos; ambos anunciaron, separadamente,

una ciencia de los sistemas de signos que Saus-

sure llamó semiología y Peirce semiótica, y sus

teorías, que inauguraron la reflexión científica una

sobre el signo, terminaron por encontrarse al

promediar el siglo XX. »

ELMODELG BIDIMENSIONAL:

LA CONCEPCIÓN COMBINATGRIA

La teoría saussuriana del signo y la suge-

rencia de la posibilidad de la semiología como

ciencia que estudia «la vida de los signos en el

seno de la vida social» están asociadas en su

origen con la preocupación por definir la lin-

güística como ciencia de la lengua, sus princi-

pios básicos y su territorio (Saussure [l9l5],

1967) Esta focalización en 10's fenómenos pro-

piamente lingüísticos explica a la vez su éxito

(el Curso de lingüística general de Saussure

puso en marcha la lingüística como ciencia) y

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las numerosas dificultades ulteriores asociadas

con todos los intentos por estudiar otros siste-

mas de signos fuera del lenguaje (intentos que

quedarán asociados, progresivamente, con la

semiología o semiótica). La tradición saussu—

riana se caracteriza, entonces, por una suerte de

contradicción permanente, que se prolongó du-

rante buena parte del siglo XX: el extraordina-

rio éxito de la lingüística la llevó a aparecer co-

m0 modelo para las demás ciencias sociales, y

los mismos factores del éxito de un modelo del »

signo concebido para comprender la lengua ge-

neraron reiterados fracasos cuando se trató de

aplicarlo a los múltiples fenómenos de la co-

municación no estrictamente lingüística. e

El signo, unidad mínima del sistema de la

lengua, es la relación significante compuesta de ’

dos elementos mentales 0 psíquicos: una ima—

gen acústica que es el significante, y un con-i

cepto que es el significado, según el célebre es-

quema que en los usos posteriores tendió a

representarse (a diferencia del dibujo que apa-

rece en el Curso) con el significante arrilfa y el

significado abajo:

SteSdo

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Esta relación «vertical» es lo que Saussure

llamó la significación, y que calificó inmedia-

tamente de arbitraria o «no motivada». Si dibu—

jamos dos signos uno al lado del otro, la rela-

ción entre ellos, que aparecerá entonces como

relación «horizontal», es lo que Saussure

llamó el valor. El valor, es decir, la posición

signo dentro del sistema al que pertenece,

es en la óptica saussuriana la relación fun-

damental: el valor determina la significación y

no a la inversa. Éste es sin duda uno de los as—

pectos más importantes del pensamiento saus-

suriano, que se expresa en el principio de la

naturaleza puramente diferencial del signo lin-

gürirrico: el signo no es algo positivo, es pura

diferencia, Lo único que se le pide a un signo

es que no se confunda con los otros signos del

sistema. Este carácter a la vez «formal» y «sis-

témico» del pensamiento saussuriano marcó

definitivamente la reflexión sobre el signo y se

expresó. más tarde, en uno de sus más impor—

tantes herederos en las ciencias sociales: el ES-

TRUCFURALXSMO en annopología.

El sistema de la lengua es una configura-

ción de signos que tienen entre sí relaciones de

valor virtuales o potenciales; cuando el sujeto

hablante produce una frase, actualiza algunos

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de esos valores. Es lógico, pues, considerar que

la producción de frases por el sujeto hablante

consiste en realizar dos operaciones, sobre las

cuales insistió más tarde Jakobson ([1960],

1985): seleccionar unidades (signos) disponi-

bles en los paradigmas de la lengua y combinar

dichos signos en sinragmas que son las frases.

Esta concepción combinatoria de la comunica-

ción es consustancial a la tradición saussuriana.

Pero en el imaginario bidimensional de esta

tradición, la combinatoria sólo admite dos solu-

ciones: o coloco las unidades unas sobre otras

(dimensión vertical) o las pongo unas al lado

de otras (dimensión horizontal). Se tendió a

pensar los paradigmas en una dimensión verti-

cal y los sintagmas en una dimensión horizon-

tal (principio del carácter lineal del significan-

te, formulado en el Cursa como uno de los dos

principios fundamentales en el estudio de la

lengua).

LOS ÚMITES DE LA

VISIÓN COMBINATORIA

La concepción combinatoria supone la

existencia de un repertorio de unidades (que ¿

más tarde se llamará código), las que entran en

combinación para formar las frases (que más

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tarde se llamarán mensajes). En el caso de un nos.

sistema combinatorio estricto, se supone que ri-

ge el principio según el cual el valor de un

mensaje dado es la suma de los valores de sus

unidades constitutivas. Ahora bien, este princi-

pio es válido en uno solo de los dos niveles de

organización que caracterizan a una lengua.

Toda lengua posee, en efecto, una doble anicu-

lución (Martinet [l965], 1978). La primera ar-

ticulación corresponde a las unidades que son

signos en la terminología de Saussure: unida-

des de significante/significado, dotadas de sig-

niñcación y de valor. La segunda articulación

es la de unidades más microscópicas, de las

que se componen las unidades de la primera ar-

ticulación: las unidades de segunda articulación

no son signos, no tienen significado; se trata de

los fonemas, unidades, por decirlo así, de puro

significante, puramente distintivas, que estruc-

turan los sonidos de la lengua. Estas unidades

de segunda articulación (cuya transcripción

gráfica es nuestro familiar alfabeto) componen

un repertorio muy restringido cuya combina-

ción genera todos los signos de una lengua. Pa-

ra este pasaje entre segunda y primera articula-

ción vale el principio cornbinatorio en sentido

estricto: la i de frío y la i de caliente son un

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mismo fonema, una misma unidad. Las unida-

des de la segunda articulación conservan su

identidad cuando se combinan para formar las

unidades de la primera articulación, es decir,

los signos propiamente dichos. Ahora bien, la

primera articulación conlleva a su vez varios

niveles de complejidad (las raíces y desinen-

cias se combinan en palabras, las palabras en

frases, las frases en discursos. . .), pero entre es-

tos niveles no se aplica el pri.ncipio combinato-

rio estricto: la unidad‘ de nivel superior es algo

más que la suma de sus componentes de nivel

inferior. En consecuenciaÏla unidad de nivel

inferior no conserva su identidad cuando entra

en diferentes combinaciones.

La lengua como sistema de signos no es,

pues, simplemente un repertorio de unidades

con valores y significaciones predefinidos y es-

tables (código), que el hablante se limita a se-

leccionar y combinar en mensajes. Las opera-

ciones de actualización de! sistema afectan el

resultado final. A la creciente conciencia de la

complejidad de la lengua como sisternade sig-

nos, a medida que se reflexionaba sobre el pa-

saje de la lengua al habla (selección y combi-

nación), se fueron sumando los problemas que

planteaban los sistemas de signos no lingüísti-

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cos, que la semiología se propuso comenzar a

estudiar (Barthes, l990b). La complejidad deri-

vaba aquí del hecho de que dichos sistemas no

tienen doble articulación: en el caso de los que ción,

e sólo tienen primera articulación, está claro que

el principio combinatorio estricto es inaplicable

(vestimenta, gestualidad espontánea, imágenes

fotográficas y cinematográficas, etcétera).

En estos casos, no hay unidades estables e identifi-

cables que formen-unidades más grandes por

combinación. El principio combinatorio opera

plenamente cuando el sistema sólo tiene segun-

da articulación, es decir que en verdad no se

trata de un sistema de signos: es el caso de la

música, puros significantes sin significados

identificables.

Si las operaciones de actualización de un

sistema de signos afectan el resultado final (el

«mensaje», sería conveniente utilizar, para de-

signar ese estado final, un tercer concepto que

no se confunda ni con el valor ni con la signifi-

cación. Podemos hablar del sentido, aunque es-

te concepto es’ ajeno a la tradición saussuriana.

La semiología de inspiración saussuriana ela-

boró la teoría de la connotación para enfrentar

el problema de lo que nosotros llamaríamos la

contribución de las operaciones de selección a

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la producción del sentido (Barthes, l99Ob).

Las dimensiones de} sentido asociadas con las

operaciones de combinación fueron en cambio

exploradas, por un lado, por el análisis del dis-

curso (Maingueneau, 1976; Verón [l987a],

1996; Charaudeau, 1983), atento sobre todo al

contexto propiamente Lingüístico, y por otro la-

do por la pragmática (Recanati, 1979), intere-

sada sobre todo en dilucidar cómo la manera

en que el sujeto hablante se representa los con-

textos situacionales afecta la producción del

sentido.

EL MODELO TRIDLLQNSIONAL:

LA CONCEPCIÓN OPERATORIA

Saussure anticipó la posibilidad de una

ciencia general de los signos, y comenzó por

construir uno de sus capítulos, la lingüística.

En este contexto, la semiología fue forzosa-

mente pensada como una ampliación o extet’

sión de la problemática lingüística. Peirce se

consagró, en cambio, a construir una ciencia de

los signos, la semiótica. La lingüística podía

aparecer entonces como un dominio de aplica-

entre muchos otros, de los modelos de esa

ciencia general. La teoría de Charles S. Peirce

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se sitúa, pues, en un nivel de abstracción mu-

cho más alto que la teoría saussuriana.

La ontología de Peirce (que es formulada

bajo la forma de una epistemología fenomeno-

lógica, la «faneroscopía») comporta tres cate-

gorías fundamentales que Peirce define como

i la Piimeridad, la Secundidad y la Terceridad.

«La Primeridad es el modo de ser de lo que es

tal como es, positivamente y sin referencia a

nada más.» «La Secundidad es el modo de ser

de lo que es tal como es en relación con un se-

gundo, pero sin consideración a tercero algu-

no.» «La Terceridad es el modo de ser de lo

que es tal como es, poniendo _en relación recí-

proca un segundo y un tercero» (Peirce, 1931-

1935: 35). La semiótica es la ciencia de las

Terceridades, que son los signos. _

Lo esencial de la semiótica de Peirce como)

teoría de los Terceros (los signos) se puede or-

ganizar alrededor dedos preguntas: ¿qué es un

signo?, ¿cuántas especies de signos, hay? La

respuesta a la primera pregunta es el famoso

modelo peirciano del signo, que, naturalmente,

tiene tres componentes. La respuesta‘ a la se-

gunda preguntardio lugar a una ardua elabora-

ción conceptual por parte de Peirce, que en dis-

tintos momentos propuso distintas tipologías de

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signos. Lo importante es comprender los crite-

rios básicos de construcción de esastipologías.

Si comparamos a Saussure con Peirce-en

cuanto al modelo del signo, se podría decir (y

se ha dicho con frecuencia) que el modelo

saussuriano tiene dos componentes y el modelo

de Peirce tiene tres. Este paralelo implica un

grave error conceptual: lo que diferencia a los

dos modelos no es el número de componentes,

sino su naturaleza. En el modelo bidimensional

de Saussure, los dos componentes son concep-

tualmente homogéneos ‘e interdependientes; co-

m0 se subraya una y otra vez en el Curso, el’

significante y el significado son como el anver-

so y el reverso de una hoja de papel, «se deter-

minan recíprocamente». En cuanto a Peirce,

Jean Fissette ha aclarado este punto con toda

precisión: el modelo de Peirce no es una tripar-

tición, sino una tricotomía. Considerar el mo-

delo de Peirce como una tripartición es simple-

mente agregarle un término al modelo binario

saussuriano: en ambos casos los términos son

«de una misma naturaleza lógica», están, por

decirlo así, en un mismo plano (Fissette, 1990).

No salimos de un espacio bidimensional. Pero

el modelo de Peirce no es simplemente un

triángulo: los componentes del signo «designan

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relaciones multilaterales entre los tres términos,

que son de naturaleza lógica diferente». Esto

aclara el malentendido contenido en la crítica

de Benveniste a Peirce: Benveniste reduce la’

tricotomía peirciana a una lripartición saussu-

riana (Fissette, 1990).

¿Qué es un signo‘? Para Peirce un signo tie—

ne tres componentes que podemos considerar

tres funciones, que corresponden a las tres cate-

gorías del primero, el segundo y el tercero apli-

cada: dentro del universo de los signos, que

ron todos terceros. El primero de un signo es el

representamen o fundamento. El segundo del

signo es su objeta. El tercero del signo es su in-

ïerpreranre. «Un signo o representamen es al-

guna cosa (primero) que hace las veces de algu-

na otra cosa (segundo) para alguien (tercero),

;desde algún punto de vista.» Y esta otra célebre

fónnula: «tm signo es alguna cosa por cuyo co-

nocimiento conocemos alguna otra cosa» (Peir-

ce, 1931-1935: 5). Las varias definiciones del

signo propuestas en los textos de Peirce carac-

terizan siempre un proceso dinámico, un acon-

tecer temporal. Y la semiótica de Peirce es en

verdad lo que en otra terminología se llamaría

una teoría del conocimiento humano.

La mayoría de los intérpretes de Peirce está

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de acuerdo en considerar que el interpretante, a

pesar de las definiciones que acabamos de re-

cordar. no es una persona ni un intérprete en el

sentido individualizado del término o, mejor

dicho, que la circunstancia en la cual un indivi-

duo ocupa la posición de interpretante es un

caso particular de una función mucho más ge-

neral. (En el análisis cultural, 1a función de in-

terpretante corresponderá a entidades del ima-

ginaiio colectivo.) Lo esencial es recordar que

cada uno de los componentes de un signo es, a

su vez, un signo: nada que no sea ya un signo

puede ser el objeto, el representamen o el inter-

pretante de un signo. Esto tiene que ver, por un

lado, con el concepto de «semiosis infinita»

(porque todo signo, cuyos tres componentes

son a su vez signos, se inserta en una red de

reenvíos interminables entre signos) y, por otro

lado, con el carácter de «universo cerrado» de‘

la semiosis: el hombre, que según otra famosa

fónnula de Peirce no es otra cosa que «un sig-

no que se desarrolla en el tiempo», no puede,’

salir de ese universo.

¿Cuántas especies de signos hay? Las tipo-

logías básicas propuestas por Peirce resultan

del cruzamiento de su modelo categorial de la

ptimeridad, la secundidad y la temeridad. «Los

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signos son divisibles en tres tricotomías; en pri-

mer lugar, según si el signo en sí mismo es una

simple cualidad (primeridad), un existente (se-

cundidad) o una ley general (terceridad); en se-

gundo lugar, según que la relación del signo

con su objeto consista en que el signo tiene un

carácter que le es propio (primeridad), una re-

lación existencial con ese objeto (secundidad),

o una relación con un interpretante (terceri-

dad); en tercer lugar. según que su interpretan-

te se represente al signo como una posibilidad

(prirneridad), como un signo de un hecho (se-

cundidad) o como un signo de razón (terceri-

dad)» (Peirce, 1931-1935: 35). Este cruzamien-

to de 3x3x3 no produce veintisiete especies de

signos sino diez, porque hay combinaciones

conceptualmente «imposibles» en función de la

jerarquía entre las categorías. En todo caso, 1a

tipología más conocida es la de 1a segunda tri-

cotomía, es decir, la que clasifica los signos en

términos de la relación con el objeto: iconos,

índices y símbolos.

Este aspecto clasificatorio es engañoso,

porque se trata en verdad de operaciones que

varían según las dimensiones que están en jue-

go en cuanto al representarnen, al objeto y al

interpretante del signo. Aquí se trata, no de una

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combinatoria de unidades mínimas como en 1a

teoría saussuriana, sino de 1m cruce de dimen-

siones, que son independientes de la cuestión

de la escala, más o menos microscópica o rna-

croscópica, en la que nos situemos para la des-

cripción, y también independientes de 1a mate-

ria significante de que se trate (lingüística o no

lingüística). Para tomar una de las diez espe-

cies, un legisigno indícíal remático, por ejern-

plo (en el cual el signo en sí mismo es una ley,

la relación con su objeto comporta una relación

cxistencial y tiene que ver con el interpretante

de una posibilidad), puede ser tanto un pro’

Í nombre demostrativo como un gesto ostensivo

ritualizado.

LA EMERGENCIA, DE LA

PROBLEMÁTICA ENUNCIATIVA ’

Ya hemos mencionado, ‘en el contexto de

una concepción combinatoria de los sistemas i

de signos, algunos problemas asociados con el

pasajc del paradigma al sintagma, de la lengua

al habla, en suma, la cuestión de la «actualiza-

ción» del sistema en u.n acto determinado de ¡

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comunicación. Si reflexionamos sobre estos

problemas a la luz del principio de la naturale-

’ za puramente diferencial del signo, llegamos-a

una conclusión inevitable: la significación de

‘ un signo o conjunto de signos producidos en

una situación (nosotros hablaríamos aquí de

sentido) no es determinable si no conocernos,

de alguna manera, el sistema del cual el o los

signos producidos han sido «extraídos».

En tér- minos saussurianos: no puedo determinar el,

significado de un signo si no conozco su valor.

Esto quiere decir que en una producción de sig-

nos, si se comunican significados, se están co-

municando al mismo tiempo valores. Si para

coinumcar algo (significados) tengo que selec-

cionar y combinar signos, estoy siinultánea-

mente comunicando (algunos dirán más tarde

metacomunicando) la selección y la combina-

ción que he efectuado, porque estas operacio-

nes remiten al valor. En otras palabras, el sentí

do de un signo es inseparable de aquellos otros y

signos que podrían ocupar su lugar, el sentido

de un signo presente en un momento dado es _ ‘ Í . ,

inseparable de los signos ausentes en ese m0—

— menta dado.

Esta problemática comienza a elaborarse, a

propósito de la lengua, a través de la llamada

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teoría de la enunciación, que adquiere una pri-

mera forma en la obra de Emile Benveniste

(Benveniste [1958], 1993). En la actualización cial-

de la lengua, el sujeto hablante no sólo constru-

ye un mundo (orden del enunciado), sino que se

construye también a sí mismo y a su interlocu-

tor o interlocutores (orden de la enunciación), a

través de las operaciones de selección y combi-

nación. La teoría de la enunciación nace en el

contexto de la tradición saussuriana, pero irnpli

ca una suerte de «ruptura epistemológica» den-

tro de esa tradición, y al poner en evidencia la

necesidad de una concepción operatoria de la

producción de signos, facilita el acercamiento

posterior con la visión peirciana. ‘

La segunda mitad del siglo XX es el escena»

‘ rio del cruzamiento creciente de las dos grandes

tradiciones de la teoría y la investigación cientí»

fica sobre los problemas del signo. Si la semió-

tíca de Peirce tenía desde su origen una voca-

ción sociológica al presentarse corno teoría del

proceso semiótico del conocimiento (hoy diría-

nos teoría cognitiva) inserto en la temporaiiduad

de la historia humana, la tradición sausstiriana

se reencuentra con su vocación sociológica ori-

ginal, perdida durante la primera mitad del si«—

glo, a través de la teoría de la enunciación. La

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semiología o semiótica, construida en un priuck

pio como ciencia de los sistemas de signos, ‘

puede entonces ser redefinjda como ciencia de

la producción social del-sentido.