08 teorico moderna 8 2012 campagne
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08 Teorico Moderna 8 2012 CampagneTRANSCRIPT
Materia: Historia Moderna
Cátedra: Campagne
Teórico: 8
Fecha: 6 de septiembre de 2012
Tema: La expansión económica durante el largo siglo XVI (I): los límites al crecimiento en el feudalismo tardío: condicionantes estructurales; el análisis de la economía real: el comportamiento de los indicadores económicos durante el bajo Renacimiento.
Dictado por: Fabián Alejandro Campagne
Revisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne
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Profesor Fabián Campagne: Como prometí la semana pasada, a partir de hoy dejamos la historia
rural y comenzamos a analizar problemas macroeconómicos. Hoy y mañana ustedes van a ver
conmigo la expansión durante el largo siglo XVI, y la semana próxima, con Ángeles Soletic, verán
la contracara de este fenómeno, la crisis del siglo XVII.
Durante el largo siglo XVI, que es el nombre que recibe el periodo de la historia europea de ciento
cincuenta años que se extiende entre 1470 y 1620, el Viejo Mundo, es decir, Europa Occidental
tanto como Europa Oriental, atraviesa por una fase de crecimiento económico extraordinaria.
Durante décadas los especialistas han discutido si, además de un crecimiento cuantitativo de la
economía europea, resulta posible postular la existencia de transformaciones cualitativas de la
estructura económica; en otras palabras, si durante el largo siglo XVI amén de crecimiento hubo
desarrollo económico en Europa. La visión tradicional del problema sostenía más o menos el
siguiente esquema: en un extremo del continuum se solía ubicar a economías como las de Holanda e
Inglaterra, y en el extremo opuesto a economías como las Polonia y España. Holanda e Inglaterra
serían ejemplo de economías que durante el largo siglo XVI iniciaron procesos de transformación
cualitativa de sus sistemas económicos, y en particular, de sus estructuras agrarias. Se percibe ya un
destacado incremento de la productividad del suelo en ambas regiones para fines del siglo XVI. No
por casualidad Holanda e Inglaterra son las dos excepciones, prácticamente las únicas dos, a lo que
Hobsbawn alguna vez calificara como la “crisis general de la economía europea” durante el siglo
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XVII, fenómeno que, entre muchas otras cosas, también fue una crisis de rendimientos agrícolas,
una crisis de la productividad del suelo. En el otro extremo del continuum solían ubicarse los casos
de España y Polonia, ejemplos paradigmáticos de economías preindustriales capaces de atravesar
periodos muy prolongados de crecimiento sin desarrollo, sin modificar siquiera un ápice de sus
estructuras económicas profundas.
Éste era el estado de la cuestión hasta que en el año 2004 un importante modernista español,
especialista en la economía española del periodo, Bartolomé Yun (con quien cerramos la semana
pasada la clase sobre mercado de tierras), publica un notable libro de síntesis, una historia
económica de España entre 1450 y 1600, a la que le pone por título Marte contra Minerva: el precio
del imperio español. Ustedes van a leer un capítulo de este libro para el examen final. Es un libro
renovador pero sobre todo muy erudito, pues está basado en una cantidad de información y en un
volumen de datos que por momentos resulta abrumador. Pues bien, en Marte contra Minerva,
contra toda la literatura histórica previa, Bartolomé Yun sostiene que también España se desarrolló
en términos económicos durante el largo siglo XVI, al menos hasta comienzos del último tercio de
la centuria. ¿Cómo fundamenta esta tesis audaz? A partir de la constatación de que por lo menos
hasta comienzos de la década de 1570, el volumen del producto agrario total generado por la
economía española creció más rápido que la población. Por lo menos hasta las décadas finales del
Cinquecento, la economía agraria española le ganó la batalla a la trampa malthusiana, a la
encrucijada malthusiana.
Ahora bien, más allá de estos debates, más allá de que Bartolomé Yun tenga razón, más allá de que
España se haya desarrollado a la par de Holanda e Inglaterra durante el bajo Renacimiento, lo cierto
es que el crecimiento cuantitativo de la economía europea durante el período 1470-1620 es un dato
de la realidad que nadie discute. Uno de los timbres distintivos del Renacimiento europeo fue el
brillante desempeño de sus indicadores económicos, y en torno de ello existe un consenso absoluta.
El notable crecimiento cuantitativo de la economía europea del período es un dato fáctico, que
como la batalla de Waterloo o la bomba de Hiroshima, no puede negarse.
Les comento cómo voy a organizar esta serie de dos clases (la de hoy y la de mañana) dedicadas a
analizar esta fenomenal expansión económica posterior a 1470. Vamos a dividir estos dos teóricos
en tres secciones. Veremos las dos primeras durante la clase de hoy, y quedará la tercera para la
exposición de mañana. La primera sección, que comienzo a desarrollar enseguida, será una
aproximación de tipo estructural al fenómeno, durante la cual voy a preguntarme por los alcances y
los límites del crecimiento económico durante el feudalismo tardío. La segunda sección va a tener
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un carácter más histórico; lo que voy a hacer en este caso es sumergirme en la economía real del
periodo, identificar las principales variables económicas, los indicadores que resultan relevantes
para comprender el funcionamiento de una economía precapitalista (diferentes de los que se
requieren aislar para dar cuenta de la dinámica económica durante el capitalismo), y luego voy a
rastrear su evolución y su comportamiento entre 1470 y 1620. La tercera sección, que veremos
mañana, tendrá lisa y llanamente un carácter historiográfico, pues en ella abordaremos el intenso
debate en torno a las causas de la revolución de los precios, de la inflación crónica que es una de las
características más sobresalientes de la expansión renacentista.
* * * *
Comencemos por la primera sección, que yo estoy planteando como un análisis estructural de la
expansión del largo siglo XVI. ¿Cuáles fueron los alcances de este crecimiento económico y cuáles
fueron sus límites? ¿Cuáles fueron los obstáculos con los que se topó? ¿Hasta dónde pudo llegar?
¿Hasta dónde resultaba posible crecer en el marco del feudalismo tardío sin transformar de manera
profunda las estructuras económicas? Estas son las preguntas para las cuales quiero intentar ofrecer
una respuesta. Se trata de interrogantes que no pueden responderse a partir de un abordaje
meramente descriptivo, identificando variables económicos y siguiendo su evolución a través del
tiempo; son preguntas, pues, que no pueden responderse haciendo lo que yo voy a hacer durante la
segunda mitad de la clase de hoy. El abordaje tiene que ser estructural. ¿A qué me refiero?
La comprensión profunda de la dinámica de la estructura productiva preindustrial siempre demanda
que en el análisis se tomen simultáneamente en consideración las fases de expansión y las fases de
contracción del sistema, como si fueran dos ingredientes que tenemos que introducir en el mismo
caldero. No puede comprenderse en profundidad en términos conceptuales la dinámica
socioeconómica preindustrial si no analizo al mismo tiempo las etapas de crecimiento y las etapas
de crisis de la economía agraria.
Ello a su vez nos obliga a sumergirnos en lo que alguien alguna vez denominó los abismos de la
larga duración, a adoptar una perspectiva basada en el tiempo largo. ¿Por qué? Porque en las
economías precapitalistas, estas fases de expansión y de contracción de la economía de las que
estamos hablando, siempre tenían carácter secular y en ocasiones multisecular, se prolongaban
durante mucho tiempo. Las crisis y los crecimientos anteriores al 1700 podían durar 100, 150 o 200
años, según los casos.
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¿Qué implicancias tienen estas reflexiones metodológicas para nuestro tema de hoy, para la
expansión del largo siglo XVI? Pues que no podremos comprender en profundidad la expansión
renacentista si no la contrastamos simultáneamente con las fases de contracción que la precedieron
y que la sucedieron: la crisis del XIV y la crisis del XVII. Y ésto es lo que voy a hacer a
continuación, en la primera parte de la clase de hoy. Me van a oír hablar tanto del siglo XVI como
del XVII y del XIV.
Comencemos por el siglo XVI. A lo largo del periodo que se inicia en 1470 los principales
indicadores económicos literalmente estallan en Europa, vuelan por los aires. Cualquiera sea la
variable económica que elijamos veremos que su comportamiento se caracteriza por incrementos
exponenciales de carácter crónico: no paran de crecer durante 150 años. Es lo que sucede con la
masa de metálico (la cantidad de metal precioso a la que tiene acceso la economía europea
aumenta de manera espectacular durante el período; pensemos, si no, en el aporte realizado por las
minas de oro y plata americanas); la acuñación de moneda (la cantidad de ese mismo metálico
transformado en medio de pago crece de manera sustancial; hay muchos más medios de pago en
1600 que en 1500); la velocidad de circulación del dinero (variable que sufre de hecho una
transformación revolucionaria durante nuestro periodo, a propósito de una serie de fenómenos a los
cuales voy a aludir dentro de minutos); la superficie sembrada (que no para de expandirse desde
fines del siglo XV; para finales del siglo XVI ya se siembra hasta en las laderas de las montañas); el
stock ganadero (crece sin parar el tamaño de los rebaños en todo el continente); el volumen del
producto agrario (aumenta en forma espectacular: Europa produce mucho más alimento en 1550
que en 1500, y en 1600 mucho más que en 1550); los precios de las mercancías (ésta es la
variable estrella del periodo: hay mercancías cuyos precios se multiplican por 8, 9, 10 y hasta por 11
en diferentes regiones europeas; algo que nunca jamás había ocurrido en la historia del continente,
por lo menos desde que se tenían registros escritos); los índices demográficos (las décadas finales
del siglo XVI son testigos, de hecho, de una verdadera y descontrolada explosión demográfica); los
cánones de arrendamiento, es decir, el precio de la tierra tomada como mercancía (también suben
de una manera notable; de hecho, alguna vez caractericé al siglo XVI como la edad de oro de los
rentistas del suelo en la Edad Moderna); las tasas de interés, es decir, el precio del dinero (también
se incrementan sin cesar, en parte porque irrumpe un nuevo tomador de crédito en escena, el estado
moderno); el trabajo asalariado, la cantidad de personas que trabajaban a cambio de un jornal (son
muchos más en 1600 que en 1500); el volumen del comercio intercontinental (sube de manera
impactante; después de todo, ésta era también la era de los viajes de descubrimiento y de la
expansión ultramarina).
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Solamente hay dos excepciones a ese patrón generalizado de crecimiento, dos variables importantes
que decrecen (particularmente durante la fase final de la coyuntura expansiva): la productividad de
la tierra y los salarios reales, el poder de compra del jornal. No eran dos variables neutrales; son
dos indicadores que tenían un impacto muy directo sobre las condiciones de vida materiales de los
sectores populares urbanos y rurales.
Ahora bien, de todas las variables que crecen durante el largo siglo XVI, la que se comporta de
manera más extraordinaria son los precios, y es por ello que terminaron dándole nombre al periodo.
Tal es así que en los viejos manuales de historia moderna, el período 1470-1620 se conoce como “la
era revolución de los precios”.
Un crecimiento económico tan brillante como el que estoy describiendo no pudo dejar de provocar
confusiones y perplejidades entre los historiadores del siglo XX. Provocó “confusiones” en algunos
historiadores no marxistas, como por ejemplo Earl Hamilton (de quien vamos a hablar mucho
durante el teórico de mañana, porque es el padre del debate sobre las causas de la revolución de los
precios). Asombrado por este crecimiento cuantitativo notable de la economía del bajo
Renacimiento, Hamilton llegó a postular que el capitalismo moderno nace ya durante el siglo XVI.
Y generó “perplejidades” entre algunos historiadores marxistas, como Eric Hobsbawm. Hobsbawm
no cree que el capitalismo moderno haya nacido durante el siglo XVI, como Hamilton. Para
Hobsbawm el capitalismo moderno nace durante el siglo XVIII y está ligado a la Revolución
Industrial y al sistema fabril. Pero aun así, el británico no puede dejar de preguntarse por qué el
sistema capitalista no pudo despegar durante las décadas finales del siglo XVI. Si el desempeño de
la economía renacentista fue tan espectacular ¿por qué el salto final, el salto cualitativo, no pudo
darse hacia 1580-1590? ¿Por qué hubo que esperar 200 años más? ¿Qué le faltó al crecimiento del
Cinquecento para que en 1600 tuviéramos ya el sistema fabril? ¿Qué ingrediente faltó agregar al
caldero? Tanto le interesaba a Hobsbawm este dilema, que decidió inventar la teoría de “la crisis del
siglo XVII” nada más que para explicarlo. No es cierto que a Hobsbawm le interesaba el siglo XVII
cuando formuló su paradigma: le interesaba la centuria anterior. Cualquiera que lea el primero de
los artículos que Hobsbawm dedica al tema de la crisis del siglo XVII, el que publicó en Past and
Present en 1954 por ejemplo, encontrará que las referencias al siglo XVI son mas numerosas que
las referencias al XVII.
Ahora bien, estas “confusiones a lo Hamilton” y estas “perplejidades a lo Hobsbawm” en realidad
derivan de un visión superficial del fenómeno bajo análisis. ¿A qué me refiero? A poco que nos
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decidimos a analizar en profundidad la estructura productiva durante el largo siglo XVI,
descubrimos que el asombroso crecimiento del que venimos hablando no es sino un espejismo, una
ilusión óptica. A pesar del brillante desempeño de sus principales indicadores, la economía europea
seguía siendo un gigante con pies de barro durante el Cinquecento. ¿Por qué? Porque se trataba de
un crecimiento que se basó pura y simplemente en una desmesurada ampliación del factor mercado,
en un crecimiento hipertrofiado del factor mercado.
No estoy pensando solamente en un crecimiento geográfico del factor marcado, que por supuesto se
produjo, que fue consecuencia directa de la expansión ultramarina, y que impactó sobre todo en los
mercados internacionales. También estoy pensando en una ampliación virtual del mercado europeo,
que en este caso no dependía de los viajes de descubrimiento sino de la transformación
revolucionaria de los medios de pago. Este desarrollo virtual del mercado renacentista no impactó
tanto sobre los mercados internacionales cuanto sobre los domésticos, sobre el mercado interno
europeo.
Estas ampliaciones geográfica y virtual del factor mercado renacentista se interrelacionan. La
ampliación geográfica es una consecuencia directa de la consolidación de lo que J. H. Parry alguna
vez llamara las rutas del Índico y del Atlántico. ¿Cuál fue el aporte que cada una de ellas hizo a la
reproducción de lo que Wallerstein denominaría la “economía-mundo” europea? Lo que la ruta del
Índico, que se termina de institucionalizar el 20 de mayo de 1498 cuando el portugués Vasco da
Gama llega al puerto indio de Calicut, aporta a la consolidación del moderno sistema mundial, es el
potenciamiento de los mecanismos de acumulación del capital mercantil europeo (que como
sabemos es un fenómeno radicalmente diferente del capitalismo industrial). ¿Por qué? Porque la
ruta del Índico permitió por primera vez prescindir de toda clase de intermediación comercial entre
los dos extremos del continente euroasiático; por primera vez los europeos pudieron comerciar
directamente con el Lejano Oriente sin intermediarios. Y en segundo lugar, porque permitió por
primera vez a los europeos establecer bases territoriales permanentes en el extremo Oriente, fundar
factorías permanentes en los actuales territorios de India, Indonesia, China y Japón, algo que hasta
entonces ningún occidental había logrado conseguir.
El aporte que la ruta del Atlántico hizo a la consolidación de la economía-mundo europea, ruta del
Atlántico que terminó de institucionalizarse gracias a los cuatro viajes colombinos, fue una
inyección de metal precioso que tampoco tenía precedentes en la historia del continente. Este flujo
inédito de oro y plata, cuando se combinó con la revolucionaria transformación de los medios de
pago de la que hablaba hace unos minutos, permitió que por primera vez naciera en Europa un
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sistema financiero internacional unificado, un sistema financiero integrado de dimensiones
paneuropeas.
Este sistema financiero, que simultáneamente tenía carácter internacional y trans-estatal, se
sustentaba sobre el novedoso fenómeno de las ferias financieras. Las ferias financieras no eran las
típicas ferias de productos que ustedes ya conocen (como las de Champagne, que funcionaban en el
norte de Francia en la baja Edad Media). Se trata de instituciones radicalmente diferentes. La más
importante de estas novedosas ferias eran las de Besançon-Piacenza. Se fundan en 1534 en la
capital del Franco Condado, Besançon. El Franco Condado, una provincia de cultura y lengua
francesa, por entonces era –y seguiría siéndolo hasta 1679– una posesión española. En 1579 las
ferias abandonan Besançon y se trasladan mucho mas cerca del Mediterráneo: se mudan a Piacenza,
en las cercanías de Génova. Esta mudanza resulta interesante por varios motivos. Primero, porque
se la puede considerar una prueba más de lo que ya sabemos desde hace muchas décadas gracias a
Fernand Braudel: que después del descubrimiento de América el espacio económico mediterráneo
no entra en decadencia, no es un espacio muerto, sino que por el contrario se potencia y se expande.
Pero el traslado de Besançon a Piacenza también prueba otra circunstancia: que de 1550 en adelante
Génova es una de las capitales financieras del continente. Durante décadas, la mayor parte del
tesoro americano terminaba su carrera en el puerto de Génova, en las costas de la Liguria italiana.
Hay una famosa letrilla satírica de Francisco de Quevedo, Poderoso caballero es Don Dinero, que
da cuenta de esta situación privilegiada de Génova durante la segunda mitad del Cinquecento:
Nace en las Indias honrado
[se refiere al dinero, por supuesto]
donde el mundo le acompaña.
Viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso aunque sea fiero,
poderoso caballero es don dinero.
Amén de estas ferias de Besançon-Piacenza, eran muy importantes las de Medina del Campo, en
Castilla la Vieja, no muy lejos de Valladolid, la capital virtual del reino hasta la entronización de
Madrid. Estas ferias castellanas era una suerte de eslabón intermedio clave del famoso eje Burgos-
Sevilla. Burgos era la plaza española que mayor participación tenía en el comercio con el Mar del
Norte, y Sevilla, como ya sabemos, era la plaza que mayor relación tenía con el comercio con las
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Indias. Por último, digamos que en el sur de Francia funcionaban las ferias de Lyon, que eran en
parte ferias de productos y en parte ferias financieras. No tenían la importancia de las otras dos.
¿Qué eran las ferias financieras? En ellas no se intercambiaban bienes ni productos. Se
intercambiaban papeles. Eran ferias de bonos. Lo que cambiaba de manos en estas ferias eran títulos
de la deuda pública y letras de cambio privadas. En otras palabras, las ferias financieras eran mega
eventos diseñados para institucionalizar un mercado de capitales de dimensión continental. Eran el
equivalente de nuestras bolsas de comercio modernas. En aquel mundo, en aquel lejano mundo del
Cinquecento, las ferias de Besançon-Piacenza cumplían el rol que en el presente cumplen las bolsas
de Wall Street, Londres o Tokio.
La principal función de estas ferias financieras estaba evidentemente ligada con lo crediticio. A
estas ferias acudían los particulares, los monarcas o sus representantes a cancelar deuda vieja, a
consolidarla, o a contraer deuda nueva. Pero las ferias cumplían también otras dos funciones no
menos relevantes: a) fijaban el valor de cambio relativo de las monedas de las diferentes
monarquías y b) determinaban la tasa de interés de referencia que cabía cobrarle a los monarcas
europeos cuando solicitaban crédito, el costo que el dinero debía tener para cada principado
soberano en función de las expectativas de pago de su economía; en otras palabras, fijaban lo que
desde una perspectiva mediática hoy conocemos como “riesgo-país”, la sobretasa que los peores
pagadores debían afrontar por contraposición con los buenos pagadores, con los mejores alumnos
del sistema.
Es aquí donde se observa con claridad el carácter trans-estatal que yo le atribuí hace unos minutos a
este flamante sistema financiero internacional que surge en Europa durante el largo siglo XVI. Este
sistema financiero, con su epicentro en las ferias, se volvió muy poderoso, por momentos tanto o
más que los estados renacentistas. Se ha sostenido, con argumentos sólidos, que Felipe II de España
perdió los Países Bajos del Norte, Holanda, o que los Tudor ingleses, en particular Elizabeth I, no
pudieron impulsar una política exterior agresiva durante sus reinados, a causa de que no mantenían
buenas relaciones con aquel mercado financiero internacional: Felipe II porque decretó
unilateralmente varias quiebras, varios defaults; e Inglaterra por lo reducido del tamaño de su
economía. y porque carecía aún de un verdadero imperio colonial. A pesar de lo que sugiere la
elaborada leyenda en torno al periodo isabelino, aquella Merry England, los felices tiempos de
Shakespeare, Sir Walter Raleigh y Francis Drake, Inglaterra era por entonces en términos
geopolíticos una potencia de segundo orden, y seguiría siéndolo hasta que el régimen cromwelliano
comenzara a revertir esta situación en la década de 1650.
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Ahora bien, es importante que quede bien claro que a pesar de estos brillantes desarrollos financiero
y comercial que venimos describiendo, las estructuras agrarias no sufrieron transformación
cualitativa alguna en Europa durante el largo siglo XVI (con la excepción de Holanda e Inglaterra,
claro está). La base del sistema feudal, que en Occidente termina de consolidarse en el siglo XI,
sigue siendo la misma en el Renacimiento. En términos generales, no existen diferencias
sustanciales entre la estructura agraria del siglo XIII y la del siglo XVI, por comparar dos periodos
caracterizados por importantes expansiones económicas. Por ello, este espectacular y brillante
crecimiento económico del período 1470-1620 no es sino otra fase de expansión del sistema feudal
europeo, que de hecho crece durante el largo siglo XVI como nunca antes lo había hecho y como
nunca después lo volvería a hacer, probablemente alcanzado su mismísimo límite histórico. Por lo
tanto, y a pesar del brillo que caracteriza a sus esferas financiera y comercial, este asombroso
crecimiento cuantitativo tardo-renacentista no podía terminar sino como terminó, derivando hacia
otra crisis sistémica de carácter secular, no podía sino derivar hacia la crisis del siglo XVII, al igual
que antes la expansión del XIII había derivado hacia la crisis del siglo XIV.
Vamos a resumir provisionalmente lo dicho hasta ahora a partir de tres proposiciones:
1) La expansión económica del largo siglo XVI no fue un crecimiento motorizado por ninguna
transformación sustancial de las estructuras agrarias sino por el hiperdimensionamiento del
factor mercado.
2) Este mercado renacentista no sólo no resultaba incompatible con el régimen señorial, sino
que durante décadas potenció los mecanismos de acumulación mismos sobre los que se
sustentaba el feudalismo tardío, cada vez más ligado a la esfera de la agricultura comercial.
(y si no recordemos el exitoso desempeño que los Roncherolles, barones de Pont St. Pierre
tuvieron durante la segunda mitad del siglo XVI, basado en la explotación comercial de la
sección forestal de su reserva).
3) El deslumbrante mercado renacentista no fue más que un mercado feudal que acumuló y se
reprodujo a partir de una estructura agraria cuyos fundamentos nunca tuvo capacidad para
transformar de manera cualitativa.
Ahora bien, el que yo haya calificado como feudal a la estructura agraria del siglo XVI no puede
hacernos olvidar que el feudalismo occidental ya había atravesado por una grave crisis estructural:
la del siglo XIV. Ningún sistema sale de una crisis tan profunda incólume, sin sufrir algún tipo de
impacto, sin protagonizar alguna clase de transformación.
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La crisis del siglo XIV emana de las propias contradicciones internas del feudalismo. En gran
medida fue una crisis fabricada por el feudalismo mismo. ¿A qué me refiero? A lo largo del siglo
XIII, un siglo de notable crecimiento económico muy parecido al XVI, fueron las relaciones
sociales feudales (aquellas que en un extremo ubicaban al gran latifundio señorial y en el otro al
campesinado de subsistencia) junto con los mecanismos de acumulación puestos en práctica por la
clase señorial, los que llegaron a poner un límite a la capacidad misma de reproducción del sistema
feudal, los que pusieron graves obstáculos a su reproducción, los que crearon un cuello de botella
que puso al sistema al borde del colapso definitivo.
Me explico a partir de un ejemplo. Un poco por todas partes en Occidente, a partir del segundo
tercio del siglo XIII, los señores feudales comenzaron a trazar barreras permanentes, cercas
permanentes, entre la porción de la sección virgen de sus reservas a la que de allí en más sus
campesinos dependientes podrían continuar ingresando para obtener recursos, de aquella otra
porción de la sección virgen de sus reservas que los señores de ahí en más se reservarían para su uso
y explotación exclusiva. Ven ustedes que en la primera de las porciones señaladas rápidamente
reconocemos el origen de lo que después en la Edad Moderna llamaremos “comunales de la aldea”.
En el norte de Francia Duby detecta este fenómeno por primera vez en la década de 1220. No caben
dudas de que lo que estoy describiendo es una estrategia de acumulación de la clase señorial: los
señores feudales montan un cercado permanente y afirman: “de acá en más, esta porción de suelo
virgen está destinada a mi disfrute exclusivo”. Ahora bien, esta estrategia de acumulación de la
clase señorial, que se sustentaba en el acceso diferencial a los medios de violencia física y a la tierra
de que disfrutaban los potentados feudales, de inmediato comenzó a ejercer una fuerte presión sobre
la economía campesina, sobre el sector de subsistencia de la economía agraria. ¿Por qué? Primero,
porque redujo la superficie de pastos a la que podrían tener acceso las comunidades rurales. La
reducción de la superficie de pastos provocó en el mediano plazo una reducción en términos
relativos del tamaño de las cabañas ganaderas en poder de las comunidades campesinas. A su vez, la
reducción del stock ganadero campesino comenzó a reducir drásticamente el volumen de fertilizante
al que podrían tener acceso aquellas comunidades de pequeños productores (el único fertilizante al
alcance de las comunidades campesinas era el estiércol animal; recordemos también que el abono
resultaba imprescindible, innegociable, si se quería contribuir a que la tierra recuperara los
nutrientes que perdía tras cada siembra y cosecha). La reducción del volumen de fertilizante
rápidamente provocó un estancamiento y luego una caída de los rendimientos agrícolas, de la
productividad del suelo. Y finalmente, el colapso de la productividad de la tierra terminó, en última
instancia, poniendo en peligro la reproducción física misma de los campesinos de subsistencia.
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En síntesis, durante una fase espectacular de la economía feudal, durante un período de pleno
crecimiento como es el siglo XIII, fue el acceso desigual a la tierra, al ganado y al poder político de
que disfrutaban los feudales, el que puso en riesgo la mismísima reproducción simple de los
tributarios, sin los cuales el feudalismo no podía subsistir. El desenlace de la historia es de sobra
conocido: para la década de 1310 se producen ya las primeras carestías, que derivan enseguida en
hambrunas de dimensiones apocalípticas, que provocan el debilitamiento biológico de la población
económicamente activa, que provocan las primeras mortandades catastróficas; el cuadro, como
todos sabemos, se verá agravado por la irrupción de los primeros brotes pestilenciales, que
provocan nuevas instancias de mortandad catastrófica, que provocan una caída dramática del
volumen de la renta señorial, a la cual los señores responden, cual elefantes en un bazar,
aumentando la tasa de la renta señorial, es decir, la tasa de explotación, a lo cual los campesinos
responden sublevándose, revelándose, levantándose en armas. Con esta descripción resumí en
menos de 30 segundos la crisis del siglo XIV, o mejor cabría decir, la superficie, la cáscara, los
epifenómenos de la crisis estructural. Ustedes muy bien saben que ni las hambrunas ni la peste ni
las revueltas campesinas provocaron la crisis del XIV. Las causas profundas son las contradicciones
generadas por las relaciones sociales sobre las que se sustentaba el sistema. Las causas derivan de
las contradicciones que el propio sistema fabricaba.
Bien, queda claro que el sistema feudal atraviesa por su primera crisis estructural durante el siglo
XIV, y que sale transformado de esta experiencia. El feudalismo occidental se vio obligado a
modificar algunos de sus mecanismos de acumulación, sin modificar la relación social de base, ésto
es, pequeños productores directos a los que por vía extraeconómica se les extraía una porción
importante del excedente que generaban. ¿Cuáles son estas modificaciones que experimenta el
feudalismo occidental como consecuencia de la crisis del XIV? Voy a identificar las tres
principales: 1. El retroceso definitivo de la servidumbre en las áreas donde todavía subsistía, por
ejemplo Inglaterra o Cataluña; 2. El abandono de la gestión directa de la reserva por parte de los
señores, quienes comenzaron a contratar a terceros, campesinos enriquecidos, para que se hicieran
cargo de la explotación de sus tierras por medio de contractos revocables de corto plazo; 3. La
emergencia del impuesto estatal, la consolidación de un sistema fiscal de la monarquía, entendido
como renta feudal centralizada, por oposición a la renta feudal descentralizada, es decir, a la miríada
de tributos feudales dispersos por todo el campo europeo.
Vemos entonces que algunas diferencias existían entre las estructuras agrarias de los siglos XIII y
XVI. Pero también vemos que no se trata de diferencias sustanciales que nos obliguen a postular
que estamos en presencia de dos sistemas económicos diferentes. Es por éso que yo creo que en
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realidad hay que aludir a una suerte de continuidad en la transformación. En el paso de la Edad
Media a la Edad Moderna no asistimos a un cambio de sistema: lo que observamos es un viejo
sistema que se reinventa sin traicionar sus fundamentos últimos. Para que las relaciones sociales
feudales sufran una transformación radical habrá que esperar al estallido de las revoluciones
liberales de los siglos XVIII y XIX.
Como hicimos hace unos minutos vamos a resumir lo dicho hasta aquí a partir de tres
proposiciones, esta vez de carácter definitivo, no provisorio:
1) El modelo económico dominante en la Europa del siglo XVI continúa siendo el sistema
feudal, sustentado sobre el régimen señorial y la extracción de excedente campesino por
medio de mecanismos extraeconómicos.
2) Sin embargo el impacto de la crisis estructural del siglo XIV provocó una serie de
transformaciones en el feudalismo occidental que, sin alterar las relaciones sociales sobre las
que se sustentaba el sistema, permite sostener que el feudalismo tardío de los siglos XVI a
XVIII tiene una serie de características que lo diferencian del feudalismo maduro de los
siglos XI al XIII
3) Ello permite explicar no sólo las diferencias que existen entre las expansiones de los siglos
XIII y XVI, sino también el diferente potencia disolvente que para el feudalismo tuvieron la
crisis del siglo XIV y del siglo XVII.
* * * *
Bueno, hasta acá esto que yo he llamado una aproximación estructural a la expansión económica del
largo siglo XVI. Ahora empecemos una segunda sección de la clase basada en una aproximación
decididamente histórica al fenómeno bajo estudio. Quiero sumergirme en la economía real del
periodo 1470-1620, para identificar las variables que resultan relevantes para comprender la
evolución de una economía precapitalista, y seguir su comportamiento durante los 150 años en
cuestión.
Pero antes, quiero identificar in abstracto cómo tendían a comportarse los principales indicadores
de la economía feudal durante los periodos de expansión y de contracción del sistema, que por lo
general tenían una duración secular. Para ello voy a reproducir en el pizarrón el famoso gráfico de
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tijeras que se popularizaría a fines de la década del 70, en el marco de lo que se dio en llamar “el
debate Brenner” y también a causa de la polémica que provocó la publicación de la tesis de
doctorado de Guy Bois. Ahora bien, a diferencia de lo que hacían los neomalthusianos en aquel
debate, yo no voy a conceder a este gráfico valor explicativo, sino meramente un valor descriptivo.
El primer gráfico que voy a dibujar da cuenta del comportamiento de las variables seleccionadas
durante las fases de expansión del sistema feudal. Se trata, por lo tanto, de un esquema que podría
aplicarse a los siglos XII, XIII o XVI. Lo primero que observamos es que la población tiende a
crecer a un ritmo cada vez más acelerado. El mismo comportamiento tienen variables como la
superficie sembrada, el producto agrario total, el volumen de la renta feudal y los precios
agrícolas. Los precios de las manufacturas, de las mercancías con valor agregado, suben en
términos nominales durante las fases expansivas de la economía feudal, pero como dicho
crecimiento se retrasa respecto del que protagonizaban los alimentos por una cuestión de elasticidad
de demanda, en términos relativos decrecen. Por el contrario, ya conocemos las variables que
tienden a decrecer durante las fases expansivas del sistema feudal: la productividad del suelo y los
salarios reales.
Para comprender el comportamiento de estas mismas variables durante las fases de contracción del
sistema basta con invertir el gráfico que acabo de confeccionar. Una vez más aclaro que este
segundo gráfico de tijeras que voy a dibujar puede dar cuenta tanto del siglo XIV como del siglo
XVII. Durante las crisis seculares tiende a descender o a estancarse la población [a decrecer durante
el siglo XIV; a estancarse durante el XVII], la superficie sembrada, el producto agrario, el volumen
de la renta feudal, los precios agrícolas, y los precios nominales de las manufacturas. Por el
contrario, las variables que se recuperan son la productividad de la tierra, los salarios reales, y los
precios relativos de los bienes manufacturados.
Ahora pasemos a los procesos económicos realmente existentes. Durante los últimos ocho siglos,
los grandes estallidos inflacionarios han tendido a concentrarse en cuatro grandes oleadas, cuatro
grandes “revoluciones de los precios”.
- la Revolución de los Precios medieval, que abarca el largo siglo XIII, un período que
comienza hacia 1180 y termina c 1320, una fase inflacionaria de 140 años de duración.
- la Revolución de los Precios del largo siglo XVI, que abarca los 150 años que se extienden
entre 1470 y 1620.
- la Revolución de los Precios del Siglo de las Luces, que abarca el corto siglo XVIII, que en
materia de precios comienza hacia 1730 y alcanza su clímax con la Revolución Francesa y
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las guerras napoleónicas, para comenzar a ceder recién hacia 1820.
- la Revolución de los Precios del siglo XX, cuyo inicio los historiadores económicos sitúan
allá por 1896, y que continúa hasta la actualidad; tuvo una breve interrupción durante las
décadas de 1920 y 1930, por razones que todos conocemos, y una marcada aceleración a
partir de la crisis del petróleo de 1973, que se potencia por la suba explosiva de los precios
de los commodities energéticos y alimenticios durante la primera década del siglo XXI
(basta con que nos fijémonos en la evolución que en la última década han tenido el precio
del barril de crudo y el de la tonelada de soja).
Estas cuatro oleadas inflacionarias del segundo milenio a su vez fueron precedidas o sucedidas por
cuatro periodos de equilibrio. Los periodos de equilibrio no son periodos de crisis económica. En
términos de la dinámica de precios deberían caracterizarse como fases de estancamiento, como
mesetas. Son de hecho los eslabones intermedios entre las crisis y las expansiones. La economía
preindustrial es compleja, y entonces no consta solamente de crisis y expansiones, sino también de
amesetamientos. ¿Cuáles son estos cuatro períodos de equilibrio de precios del segundo milenio?
- el “equilibrio del siglo XII”, es decir, todas las décadas anteriores a 1180.
- el “equilibrio del primer Renacimiento” o del Quattrocento, un periodo de 70 años que se
extiende entre 1400 y 1470 (y que a nosotros nos interesa particularmente porque es la
plataforma de lanzamiento de la expansión del siglo XVI).
- el “equilibrio del primer Iluminismo”, que para mí, en términos económicos, es el periodo
más fascinante de la Historia Moderna; en periodo extremadamente paradojal, como
veremos mañana. Son 70 años que se extienden entre 1660 y 1730.
- el “equilibrio victoriano”, que comienza en la década de 1820 y terminaría hacia 1896.
Ven ustedes que en este esquema las crisis propiamente dichas quedan muy reducidas en términos
cronológicos. La llamada crisis del XIV queda limitada a un periodo de 80 años, 1320-1400,
mientras que la del siglo XVII sufre una mutilación mayor, pues en último extremo se reduce a los
40 años que se extienden entre 1620-1660.
Como ustedes saben, estas fluctuaciones seculares, estos movimientos de larga duración de la
economía preindustrial fueron ya identificados y estudiados en la década del ‘30 por dos de los
padres fundadores de la moderna historiografía económica: el francés François Simmiand y el
alemán Wilhelm Abel. Ahora bien, quien proponer hablar de “oleadas” inflacionarias antes que de
ciclos es un historiador contemporáneo, David Hackett Fischer, catedrático de historia económica
en la Brandeis University, de Massachusetts, quien publicó en 1996 por la prensa de la Universidad
de Oxford un libro al que le puso por título The Great Wave, y que en realidad es un estudio
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comparado de las cuatro revoluciones de los precios antes mencionadas. ¿Por qué Hacket Fischer
proponer hablar de oleadas y no de ciclos? Porque sostiene que los ciclos remiten a procesos
económicos regulares y altamente previsibles, mientras que los procesos inflacionarios del segundo
milenio no lo fueron. Han sido más bien fenómenos variables, irregulares e impredecibles,
características que asignar a las oleadas. Desde cierto punto de vista Hacket Fischer parece tener
razón: algunas de las revoluciones de los precios duraron 150 años y otras apenas 90. De todas
maneras, este historiador norteamericano insiste en que las cuatro oleadas inflacionarias tienen dos
elementos en común que permiten compararlas: todas comenzaron en tiempos de prosperidad
económica, y todas desembocaron en crisis sociales de alta intensidad.
Nosotros vamos a comenzar muy rápidamente a analizar la Revolución de los Precios del siglo XIII,
comparándola permanentemente con la del XVI, para poder entender mejor las originalidades del
fenómeno renacentista. Según Sir Michael Postan, autor que ustedes ya conocen porque yo lo he
mencionado a propósito del debate sobre el mercado de tierras, en Europa, en los 120 años que se
extienden entre 1225 y 1345, los precios de las mercancías aumentan a un promedio del 0,5 %
anual. Ustedes se preguntarán si se justifica aplicar un rótulo como el de “revolución de los precios”
a una era en la cual las mercancías se encarecían apenas medio punto porcentual por año (la
pregunta resulta más relevante aún si miramos aquellos lejanos siglos tardo-medievales y temprano-
modernos desde la perspectiva de las hiperinflaciones del siglo XX, la alemana de mediados de la
década de 1920 y la argentina de finales de la década de 1980). Debemos, sin embargo, realizar una
importante aclaración. La economía del siglo XIII o la del siglo XVI eran economías precapitalistas,
y por lo tanto su lógica de funcionamiento era radicalmente diferente que la de las economías
industrializadas. En aquellas sociedades preindustriales no importaba tanto el porcentaje de la suba
anual de precios cuanto la duración, la prolongación del fenómeno inflacionario; si la suba de
precios se volvía un fenómeno crónico y se extendía durante un siglo o un siglo medio, se generaba,
más allá de las exiguas subas anuales, un efectivo acumulativo que terminaba teniendo un impacto
demoledor sobre las condiciones de vida material de los sectores populares urbanos y rurales.
Tengamos en cuenta otra cuestión: el tema de la falta de precedentes. Si nosotros, historiadores,
queremos encontrar un periodo de aumento sostenido de precios tan prolongado como el del siglo
XIII, no nos queda más alternativa que remitirnos a la crisis del siglo III; como ustedes se
imaginarán, nadie que viviera en el siglo XIII tenía la más remota idea de lo que en materia de
precios había sucedido en tiempos de Diocleciano, mil años antes.
No todos los precios aumentaron por igual durante el siglo XIII. Tomemos el ejemplo de Inglaterra.
Lo que vamos a hacer es un pequeño cuadro para comparar los precios relativos de diferentes
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mercancías, en un momento y en otro de la fase de crecimiento. Voy a utilizar los datos que propone
un legendario historiador del siglo XIX, Thorold Rogers, un hombre que trabajó de manera tan
consistente que las series que construyó hace un siglo y medio todavía son utilizadas con provecho
por los historiadores actuales. A los precios relativos de cada una de estas mercancías vamos a
asignarles en nuestra década de partida un índice igual a 100. ¿Qué índice corresponde asignarlas en
nuestra década de llegada? Estas son las cifras
Producto 1261-1270 1311-1320
Leña 100 277
Carbón 100 193
Ganado 100 177
Trigo 100 166
Ropa de segunda calidad 100 102
Clavo 100 97
Ropa de primera calidad 100 91
Lo primero que observamos es que durante la expansión del siglo XIII el bien cuyo valor subió con
más intensidad fue la energía, cuyos precios aumentan más rápido que lo de los alimentos básicos.
También comprobamos que vuelve a cumplirse esa suerte de ley del funcionamiento de las
economías preindustriales, según la cual, durante los periodos de expansión los precios relativos
de las manufacturas caen, porque nominalmente crecen más lentamente que los de los bienes
agrícolas, cuya demanda resultaba mucho más inelástica. Ven de hecho que para los productos de
mayor valor agregado incluso tenemos que hablar de deflación, tenemos que asignarles índices
negativos (en este caso los precios nominales mismos habrían descendido).
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A continuación vemos graficado en forma de curva el cuadro que acabo de hacer en el pizarrón:
Al igual que sucederá durante el largo siglo XVI, durante el siglo XIII la masa de metálico que
circulaba por la economía europea aumentó de manera exponencial. Quienes impulsaron esta
tendencia fueron las ciudades de la Italia septentrional. Las metrópolis de la Italia del norte fueron
las primeras en volver a acuñar moneda de oro en Occidente desde los tiempos de la caída del
Imperio Romano. Comenzó Génova en 1249. Continuó Florencia en 1252. Y por último se sumó
Venecia con su valiosísimo ducado de oro, en 1284. La estabilidad del ducado de oro veneciano se
volvió objeto de leyenda durante la Edad Moderna. La solidez de esta moneda metálica no tiene
antecedentes ni consecuentes en la historia financiera de Occidente. El ducado de oro veneciano
mantuvo inalterada su ley, ésto es, la cantidad y calidad del oro con el que estaba confeccionada,
entre 1284, la fecha de las primeras acuñaciones, y 1797, la fecha de la invasión napoleónica que
puso fin a la independencia de aquella república mercantil, otrora un verdadero imperio naval.
Durante medio milenio las autoridades de la Señoría Veneciana resistieron las tentaciones de
devaluar la moneda que era el símbolo de su dominio del mar Mediterráneo. Esta sobrevaluación
del ducado y los problemas económicos que conllevaba nos recuerda el papel jugado por la libra
esterlina durante el siglo XIX. Ahora bien, esta decisión política de mantener sobrevaluada la
moneda y de negarse a devaluar, es una de las grandes explicaciones de la brutal decadencia que
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afecta a la economía veneciana durante la Edad Moderna (después de haber sido una de las más
sólidas y ricas de Europa en la baja Edad Media). La sobrevaluación del ducado fue en parte
responsable del colapso definitivo de la industria textil de lujo que sufre Venecia durante la crisis
del siglo XVII; simplemente porque el elevado valor de cambio de la moneda local tornaba inviable
cualquier exportación; se habían vuelto tan caros los paños venecianos que resultaba absolutamente
imposible colocarlos en ningún mercado extranjero. Como muchos sistemas de dominación que
fueron exitosos durante un período de tiempo prolongado, el patriciado veneciano quedó prisionero
de la memoria de dicho éxito, y no supo cambiar a tiempo la receta que alguna vez había llevado a
su república al pináculo, pero que por entonces la estaba hundiendo en el fango (por motivos
diferentes, a Holanda le sucederá algo similar durante el siglo XVIII, aunque en este caso la causa
no será la negativa a devaluar la moneda sino la negativa a instaurar políticas de corte proteccionista
en materia de comercio internacional)
Otras dos variables que tendieron a comportarse igual durante los siglos XVI y XIII son los cánones
de arrendamiento y las tasas de interés, es decir, el precio de la tierra y el precio del dinero. Tanto
los cánones de arrendamiento como las tasas de interés crecieron en el siglo XIII a un ritmo
superior al de los precios de los alimentos. Les doy un solo dato: en la fase final del periodo
expansivo, a nivel europeo los alimentos crecen a un promedio del de 1 % anual. Durante esta
misma fase, por el contrario, los cánones de arrendamiento lo hacen a un promedio del 2 % anual.
La intensidad de la suba del precio de la tierra duplica a la de las mercancías de primera necesidad.
Este dato confirma la sed de tierras que existía a fines del siglo XIII, y de la cual hemos hablado a
propósito de los siervos de Peterborough. En cuanto a las tasas de interés, en las ciudades del norte
de Italia pasan del 12 % anual en 1230, al 20 % en 1330, valores decididamente usurarios.
Este dramático incremento de la brecha entre el retorno que producía el trabajo asalariado por un
lado, y el producían el préstamo a interés y la renta de la tierra por el otro, es una de las
características recurrentes de estas revoluciones de los precios preindustriales. Por ello a nadie
puede asombrar que durante las fases finales de estos periodos expansivos la desigualdad
económica y social alcanzara valores preocupantes. Es lo que sucede a fines del siglo XIII en gran
parte de Occidente, y es lo que vuelve a suceder a fines del siglo XVI en Europa.
Los salarios reales se comportan igual también durante el largo siglo XIII y el largo siglo XVI.
Experimentan una marcada tendencia a la baja. En el caso del siglo XIII, en 1320 los salarios reales
de los trabajadores no especializados en Europa occidental eran entre un 25 % y un 40 % más bajos
que en 1220.
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Bueno, hasta acá la expansión del siglo XIII. Como sabemos, a la Revolución de los Precios
medieval le sigue la crisis del XIV, y a la crisis secular le sigue el equilibrio del siglo XV. Vamos a
detenernos unos minutos en este período de equilibro porque, insisto, se trata de la plataforma de
lanzamiento de la expansión renacentista. La meseta del siglo XV es una buen recordatorio del
brutal impacto demográfico que tuvo la crisis del XIV. Doy un único ejemplo. Tomemos el ejemplo
de la ciudad de Pistoia, en Toscana. En 1290 tenía 40 mil habitantes; en función de la escala
tardomedieval se trataba de una gran metrópolis. Muchas ciudades de la Edad Moderna hubieran
envidiado semejante cantidad de habitantes. Pues bien, para 1420 Pistoia tenían tan sólo 14 mil
habitantes. En 130 años la caída había sido del 65 %. Son decenas y decenas los centros urbanos
europeos que replican este patrón.
Durante esta meseta del siglo XV los precios de los alimentos, las tasas de interés y los cánones de
arrendamiento, o se estancan o tienden a la baja. Ya sabemos cuán estable era el precio del grano y
del pan durante este periodo, porque lo hemos mencionado en teóricos anteriores; en gran parte de
Europa central, entre 1430 y 1480 el precio del pan no sube. Las que sí tendieron a derrumbarse
fueron las tasas de interés, que por ejemplo en Francia y en los Países Bajos cayeron un 50 % entre
1370 y 1470.
Por el contrario, durante el equilibrio del siglo XV tienen un comportamiento remarcable los
salarios reales, que se recuperan de manera espectacular en algunos casos. Siguiendo con el ejemplo
de Pistoia, digamos que el poder de compra del jornal de los trabajadores no especializados en la
ciudad entre 1349 y 1400 aumenta un 100 %. Y se mantendrá en estos mismos valores elevadísimos
hasta mediados del siglo XV. Si a este dato le sumamos otro que ustedes ya conocen, porque lo
constatamos cuando analizamos la carta puebla del señorío de Valdepusa, ésto es, que en muchas
regiones rurales durante el siglo XV asistimos a una baja tendencial de la tasa de la renta señorial,
no puede extrañarnos que para muchos especialistas estas décadas centrales del siglo XV sean la
verdadera edad de oro de los sectores populares urbanos y rurales en la historia europea
preindustrial. Si yo me pregunto cuál era, desde la perspectiva de la masa pauperizada, el mejor
momento para vivir de todos los que ofrecía la economía preindustrial ¿qué debería responder?
Bueno, evidentemente no eran las fases de expansión; acabamos de ver que durante las décadas
finales de las ciclos seculares de crecimiento las condiciones de vida material de la población
pauperizada, de los minifundistas en el campo y de los proletarios en las ciudades, decaía
notablemente. Evidentemente tampoco eran los periodos de crisis, porque siempre estaban
atravesados por fenómenos catastróficos como las hambrunas, las pestes, las guerras, las revueltas
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urbanas y rurales, etc. La respuesta correcta eran los periodos de equilibrio, que por lo general eran
épocas periodos de pan y comida barata. Para encontrar otro periodo en Europa en el que el pan
resulte tan barato como durante las décadas centrales del siglo XV tendríamos que saltar a la
siguiente etapa de equilibrio, la que se extiende entre 1670 y 1730.
Por fin llegamos al siglo XVI. Según los autores, la Revolución de los Precios renacentista se
manifiesta primero en el sur de Alemania y en el norte de Italia. En Florencia y en Munich, por
mencionar dos ciudades importantes de dichos espacios económicos, la tendencia a la estabilidad
del precio del grano se quiebra hacia 1472. Hasta dicho momento, en aquellas ciudades el pan se
pagaba al mismo precio todos los años. Pero de allí en adelante, dicha mercancía no dejará de
aumentar de precio por los siguientes 150 años. Para que asistamos a este mismo quiebre de la
tendencia en Francia y en Inglaterra, tendremos que esperar a la década de 1480, y en el caso de la
Península Ibérica, a la de 1490.
En Europa, las principales mercancías suben en promedio durante el largo siglo XVI a un ritmo de
un 1 % anual. De nuevo, la cifra parece irrisoria si la observemos desde las hiperinflaciones del
siglo XX. Pero reparen en un dato: ya de por sí estamos en presencia de una inflación de largo
aliento que resulta el doble de intensa de la que había afectado a Europa trescientos años antes. La
Revolución de los Precios del XVI es mucho más intensa y dura que la anterior.
El aumento de la población también es mucho más dramático durante el siglo XVI. Tomo el
ejemplo de Inglaterra (incluyo Gales pero dejo fuera a Escocia, que por entonces era un reino
independiente). En 1470 el reino contaba con 2 millones de habitantes. En 1600 tenía el doble: 4
millones. En cerca de un siglo se duplicó la población de Inglaterra. Desde la perspectiva de una
economía preindustrial son cifras realmente asombrosas.
¿Cuánto aumentaron los precios de las distintas mercancías durante el largo siglo XVI? Acá voy a
hacer lo mismo que hice para el siglo XIII, un pequeño cuadro para comprar los precios relativos de
distintos productos en Inglaterra en dos momentos diferentes del periodo expansivo. Acá me baso
en los datos elaborados por dos historiadores contemporáneos, Donald Coleman y Peter Bowden. Al
igual que en el caso anterior, vamos a asignar un índice 100 a los precios relativos de las mercancías
en nuestro punto de arranque. ¿Qué índices corresponde asignarles para nuestro punto de llegada?
Estas son las cifras:
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Productos 1450-1469 1610-1629
Grano 100 788
Ganado 100 649
Leña 100 500
Manufactura 100 294
Salarios rurales 100 296
A diferencia del siglo XIII, vemos que la energía no fue el bien más demandado, la mercancía cuyo
precio subió con mayor intensidad, sino los alimentos básicos. En segundo lugar, constatamos que
la suba del precio de los cereales fue mucho mayor durante el siglo XVI que durante el siglo XIII.
En Inglaterra, entre 1450 y 1630 el precio del grano aumentó cerca de 8 veces su valor inicial.
Lo que observamos en el siguiente gráfico es la evolución de los precios nominales en Inglaterra
durante la inflación renacentista. Se observa claramente desde un punto de vista visual cómo las
manufacturas pierden la carrera sin contemplaciones, cómo mantuvieron al mismo nivel de precios
de los alimentos hasta por lo menos 1500, para de allí en adelante separarse irremediablemente.
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El gráfico que sigue es en realidad la traducción en forma de curva estadística del cuadro que hice
en el pizarrón hace unos minutos.
Durante el largo siglo XVI, los cánones de arrendamiento y las tasas de interés, el precio de la tierra
y el precio del dinero, vuelven a superar el aumento del precio de los alimentos. ¿Qué sucede con
los cánones de arrendamiento? Los datos son sorprendentes. Voy a basarme en una clásica
investigación de Eric Kerridge. Kerridge sostiene que en Inglaterra los cánones de arrendamiento
se multiplicaron por nueve entre 1510 y 1659; recuerden que acabo de decir que el precio del grano
en el mismo período se multiplicó por ocho. En Flandes, en los Países Bajos del sur, los cánones
subieron once veces su valor, y en el Ducado de Holstein, en el extremo norte de Alemania, se
multiplicaron por catorce.
¿Qué sucede con las tasas de interés? También durante el largo siglo XVI superaron ampliamente a
la inflación de los alimentos. Doy un dato que no deja de sorprender: los Habsburgo, siempre
pésimos deudores, llegaron a pagar durante la segunda mitad del siglo XVI un interés anual del 52
% por la obtención de un préstamo. Con sólo ver esta cifra ustedes se darán cuenta de lo
desesperados que estarían aquellos principales como para aceptar semejante estafa. Evidentemente
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necesitaban con urgencia los fondos para pagar los salarios de algún ejército, que de lo contrario se
negaría a avanzar o se volvería contra la propia población civil o provocaría la pérdida de una
provincia, como sucedió con Holanda, con los Países Bajos del norte. Yo creo que esta cifra
merecería figurar en el Libro Guinness de los Récords, porque encuentro difícil que otro estado en
los últimos 500 años de historia mundial haya pagado semejante tasa de interés anual.
Ahora, miren este gráfico.
Revela el comportamiento de las tasas de interés en cuatro plazas diferentes, muy alejadas entre sí y
sin contacto directo entre ellas, en un mundo en el que las comunicaciones eran extremadamente
difíciles y onerosas: Amberes (Países Bajos del sur), Venecia, Florencia y Lyon (en el sur de
Francia). El comportamiento de las tasas de interés, sin embargo, es idéntico en las cuatro. Claro,
dije hace unos cuantos minutos que durante el largo siglo XVI nace y se consolida un sistema
financiero integrado en el continente. Pues bien, este comportamiento calcado de las tasas de interés
en diferentes metrópolis europeas es consecuencia de ello. De los tres grandes mercados de factores,
el de capitales, el de trabajo y el de la tierra, el único que comenzaba a dar ciertas señales de
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integración en aquél periodo era el de capitales.
Aun así, y a pesar de esta falta de conexión que estamos señalando, fíjense cómo los salarios reales
también se comportan exactamente de la misma manera en diferentes regiones del continente. Es
decir, bajan con igual intensidad en cuatro escenarios que tampoco tenían aceitados contactos entre
sí:
A falta de una verdadera integración entre los mercados, aquí lo que evidentemente estaba
funcionando era una suerte del funcionamiento de la economía preindustrial durante sus fases de
expansión.
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El siguiente gráfico se refiere a los cánones de arrendamiento (la línea continua) y al precio de las
mercancías tomadas en conjunto (la línea punteada). A excepción de algunos momentos
coyunturales en que ambos precios tendían a equipararse, fíjense cómo durante la mayor parte del
periodo el precio de la tierra siempre aventajaba al de cualquier otra mercancía (y cómo desde
finales del siglo XVI, cuando la sed de tierras se acrecienta, el distanciamiento se hace cada vez
más grande).
Bien, en esas condiciones, en el marco de un crecimiento muy espectacular, muy brillante, pero que
no tocaba las estructuras agrarias, las contradicciones que el sistema feudal generaba durante sus
fases de expansión indefectiblemente iban a comenzar a hacerse sentir. Y ello fue, de hecho, lo que
sucedió en las décadas finales del siglo XVI. No es cierto que la crisis del siglo XVII comienza c.
1600. En las regiones agrarias más atrasadas del continente, como muchas del mundo mediterráneo,
la llamada crisis del siglo XVII comienza hacia 1570. La crisis secular se percibe primero en el
campo, en la agricultura, en las áreas rurales. Ya para comienzos del último tercio del siglo XVI la
estructura agraria europea comenzaba a dar los primeros síntomas preocupantes de agotamiento en
muchas regiones.
A fines del siglo XVI reaparecen los típicos epifenómenos característicos de las crisis sistémicas de
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larga duración. El fenómeno que los anglosajones han bautizado como the great dearth, la gran
carestía de la década de 1590, ya es un fenómeno paneuropeo: afecta a Inglaterra, Escocia, Francia,
Alemania, Escandinavia, Hungría, Transilvania, Rusia y España. A fines del siglo XVI reaparece la
peste bubónica, ausente de Europa durante un siglo y medio. El brote pestilencial que ataca el
extremo norte de España, la región cantábrica, mata entre 1597 y 1602 a medio millón de personas.
Y finalmente, y siguiendo siempre el clásico esquema de Carlo Cipolla, la crisis del siglo XVII
llega a la esfera de la circulación, termina afectando al comercio. Acá las coincidencias
cronológicas resultan sorprendentes. Fíjense ustedes. En el Báltico, el pico máximo de naves
mercantes se alcanza hacia el 1600. En Sevilla, según las monumentales series construidas por
Pierre Chaunu, el pico de actividad comercial medida en función del tonelaje de las naves que
llegan o que salen del puerto, se alcanza en 1610. En Venecia y en Marsella los ingresos aduaneros
declinan catastróficamente a partir de 1618. En Danzig, uno de los graneros de Europa, el comercio
de cereal colapsa a partir de 1619. En Inglaterra, el comercio de la lana y la venta de textiles a partir
de 1620 inicia una etapa de decadencia que se prolongará por más de 50 años. En síntesis, en lo que
respecta al comercio, la crisis del siglo XVII se instala ya de manera definitiva hacia 1620, unos 50
años después de que la estructura agraria comenzara a dar señales de que algo muy malo estaba
sucediendo.
Si la economía europea seguía siendo todavía, a pesar del brillo de sus actividades financiera y
comercial, una sociedad rural, con un 90 % de la población residente en el campo, si dicha
estructura agraria no sufría una revolucionaria transformación cualitativa, era absolutamente
inevitable que la expansión terminara como terminó. Es por ello que la crisis comenzó primero en la
agricultura, en las actividades primarias, para finalmente terminar afectado el comercio, la esfera de
la circulación. Al igual que sucede con una manzana en mal estado, antes de alcanzar la cáscara la
podredumbre ya ha hecho estragos en el corazón de la fruta.
Seguimos mañana con el debate historiográfico
Desgrabado por Adrián Viale
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