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“Café CCPC (Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative)” de El Portazo y el carnaval insular. Por Alberto Abreu Arcia Fueron Gerardo Fulleda y Roberto Zurbano los primeros en hablarme sobre “Café CCPC (Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative)” última puesta del grupo teatral El Portazo que dirige Pedro Franco, durante sus presentaciones en el café teatro Bertolt Brecht, de La Habana. Cada uno elogiaba el espectáculo por razones diferentes. El primero de ellos desde su nostalgia por el cabaret, los imaginarios de la cultura popular, y su condición de teatrista. El segundo, por el espesor semántico del texto dramatúrgico y su capacidad para movilizar nuevos sentidos sociales, sus interrogantes y preocupaciones en torno al presente y el devenir de la nación. Antes de colgar el teléfono ambos se despidieron con la misma exhortación: “Tienes que venir a verlos”. Sin embargo, por innumerables razones, mi encuentro con El Portazo se fue postergando una y otra vez hasta su más recientemente presentación en el Patio Colonial de la AHS en Matanzas, como una de las actividades colaterales de la octava edición de Puente de la Concordia, evento organizado por la sección de cine, radio y televisión de la filial de la UNEAC en Matanzas. En varios textos publicados en este blog y en otros espacios digitales 1 he insistido en una serie de deslizamientos 1 Paisajes emergentes”, “Y después de la postmodernidad, ¿qué?” (disponible en: afromodernidades.wordpress.com, “Subalternidad:

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“Café CCPC (Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative)”

de El Portazo y el carnaval insular. Por Alberto Abreu Arcia

Fueron Gerardo Fulleda y Roberto Zurbano los primeros en hablarme sobre

“Café CCPC (Cuban Coffee by Portazo’s Cooperative)” última puesta del grupo teatral El

Portazo que dirige Pedro Franco, durante sus presentaciones en el café teatro Bertolt Brecht, de

La Habana. Cada uno elogiaba el espectáculo por razones diferentes. El primero de ellos desde

su nostalgia por el cabaret, los imaginarios de la cultura popular, y su condición de teatrista. El

segundo, por el espesor semántico del texto dramatúrgico y su capacidad para movilizar nuevos

sentidos sociales, sus interrogantes y preocupaciones en torno al presente y el devenir de la

nación. Antes de colgar el teléfono ambos se despidieron con la misma exhortación: “Tienes que

venir a verlos”.

Sin embargo, por innumerables razones, mi encuentro con El Portazo se fue postergando una y

otra vez hasta su más recientemente presentación en el Patio Colonial de la AHS en Matanzas,

como una de las actividades colaterales de la octava edición de Puente de la Concordia, evento

organizado por la sección de cine, radio y televisión de la filial de la UNEAC en Matanzas.

En varios textos publicados en este blog y en otros espacios digitales1 he insistido en una serie de

deslizamientos escriturales y estéticos que tipifican a influyente una zona de la producción

artística y literaria cubana emergente en el nuevo milenio. Por lo que el lector no debe

asombrarme si en este texto me cito, me repito, me plagio (después de todo la identidad como el

sujeto no son más que un deseo, una ilusión). El primero de estos desbordes o deslizamientos,

nos informa sobre las representaciones simbólicas producidas por o desde aquellos grupos

sociales subalternos. Cuyas prácticas culturales se tornan ininteligibles o sospechosas para los

paradigmas y marcos interpretativos del saber disciplinario y la cultura hegemónica. En la

medida en que los descoloca, lo pone en crisis. El segundo, tiene que ver con el texto sobre lo

social: las nuevas problemáticas de exclusión y marginación de todo tipo, las nuevas

percepciones sobre la ciudadanía que estas subjetividades subalternas, que habitan en el centro

de la vida popular, tratan de insertar dentro de los escenarios del debate cultural cubano. Temas,

conflictos, interrogantes asociados con sus ademanes de resistencia y sus reclamos de

reivindicación social. La tercera, dirige nuestra atención hacia lo que los cientistas sociales en

1 Paisajes emergentes”, “Y después de la postmodernidad, ¿qué?” (disponible en: afromodernidades.wordpress.com, “Subalternidad: debates teóricos y su representación en el campo cultural cubano postrevolucionario” revista Argus-a www.argus-a.com.ar

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América Latina insisten cada vez más en llamar “crisis de lo popular”. Proceso que remite tanto

la etimología de “lo popular” o de “cultura popular” como a la operatividad o inoperatividad, en

la actualidad, de estos términos para designar y explorar el repertorio de prácticas,

representaciones simbólicas, de estos nuevos actores sociales atravesadas por la contaminación,

fragmentación, y una subalternidad que participan de los flujos y reflujos entre lo local, lo

nacional y lo transnacional.

Veamos cómo “Café CCPC” se inserta y participa de estas nuevas configuraciones o paisajes

emergentes. Ya en las notas al programa se nos alerta sobre la voluntad paródica y subversiva

que distinguen la puesta que veremos. Según se declara allí: por una parte, la obra está concebida

como un ready made teatral que recontextualiza la estética del cabaret. Pero el cabaret es más

que la estética insurgente y seductora de lo pájaro, que los ojitos, las muequitas y el cuerpo

esplendente de las figurantes, que los bolerones y los regios trapos de lo/as bailarinas, las

lentejuelas y el afocante glamour tropical de lo kischt. Es el relato residual de todo lo reprimido

y silenciado por la cultura hegemónica. El espacio,

por excelencia, de lo carnavalesco: con su ley y

lógica otra, transgresora de Dios, la

autoridad, la ley social. Escapa a las

prohibiciones. Es gozo, juego que trastoca y

relativiza los opuestos, subvierte y difumina todas las

fronteras y jerarquías: es muerte y

resurrección, lo cómico y lo trágico, discurso

y espectáculo. En él somos actores y espectadores.

De ahí, que el texto dramatúrgico se conciba como un collage, un remedo de citas que van desde

textos de Bonifacio Byrne, Leonor Pérez (madre de José Martí), Bertolt Brecht, Charles

Bukowski pasando por otros de Yunior García, Alessandra Santiesteban, Israel Domínguez,

Roberto Viñas, Rogelio Orizondo, María Laura German, Erick Sánchez, Pedro Franco, entre

otros, pasando fragmentos de pasajes de la historia de Cuba extraídos de libros de textos y

algunas canciones emblemáticas de la Nueva Trova hasta una serie de expresiones de la cultura

popular como la pasarela, karaoke y la música popular.

El procedimiento permite articular un discurso que se explaya en dos dimensiones. La primera

tiene que ver con la modernidad (sus incómodos binarismos). Aquellos patéticos desvelos de las

(post)vanguardias artísticas por conectar el arte con la vida; aquí es sustituido por este otro

apremio -no por local y periférico menos universal- “la relación individuo prosperidad”. Qué

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más da, si al fin y al cabo los viajes de las vanguardias europeas a este lado del continente han

sido puro simulacro (teatralidad, juego de máscaras y canibalismos).

La segunda es el peregrinaje divertido no solo por la historia oficial de la nación, sino también

por la de la literatura y el teatro. A través de la parodia de consignas políticas y textos

canonizados por la historia literaria, el chiste de doble sentido, el juego de palabras dichas sin

aparente coherencia establecen la confrontación y desmontaje de aquellos discursos, canciones,

íconos culturales que durante el siglo pasado configuraron un imaginario utópico y triunfalista de

una nación imaginada desde la fantasía política del “hombre nuevo”.

En “Café CCPC” la voz de lo nacional-popular circula sin restricciones. La presencia de la

jinetera, el travesti, el pinguero y de otros personajes marginales, no solo implica el

reconocimiento a la alteridad de estos sujetos inscritos dentro de un terreno social, económico y

político cambiante, de hegemonía y exclusión, sino también de sus percepciones radicalmente

perturbadora sobre la realidad nacional. Ellos, en un ejercicio de ciudadanía cultural, expresan

sus preocupaciones e interrogantes sobre el presente y el

devenir de la nación. Otro aspecto que me llama la atención en “Café CCPC” es el rol que

en este espectáculo tienen las expresiones soeces, “repugnantes”,

propias del argot callejero; las mismas intentan socavar esas

subjetividades disciplinadas que, a través de la moralidad del

lenguaje, propone el orden letrado; así como los modelos de

ciudadano y ciudadanía, que desde los momentos fundacionales de

nuestra ciudad letrada y de nuestro proyecto de modernidad

ilustrada, delinearon nuestros patricios iluministas a partir de una filosofía higienista que

descansaba, fundamentalmente, en el control de los lenguajes corporales y de la oralidad. Fueron

esos mecanismos de control y exclusión, los que produjeron a través de la literatura y el saber al

otro subalterno.

Por lo que me interesa leer este gesto, no solo como una reacción frente a las gramáticas

normativas de la lengua nacional sujetas a relaciones de jerarquía y exclusión, sino también

como la búsqueda de modos más democráticos e inclusivos de imaginar el sentido común de la

nación.

En estas (post)utopías subalternas, el lenguaje, los escenarios hediondos, miserables; el sujeto

marginal y sus modos públicos de expresar su gestualidad entran en abierta contradicción con la

razón y el orden letrado; reaccionan contra la doblez y el silencio oficial en torno a un grupo de

problemas candentes de la sociedad cubana de estos días como el racismo, la (trans)homofobia,

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la violencia urbana, las desigualdades económicas y sociales, las prácticas de exclusión social, el

abuso policial, la prostitución, la emigración, etc. que estos grupos sociales subalternos

visibilizan, proclamando sus modos disidentes y contraculturales.

De ahí la presencia del rumor, “lo chancletero” dentro del discurso eminentemente fonocéntrico

en “Café CCPC”. A través de ellos se vehicula el desacuerdo frente a los silencios y omisiones

de esos relatos y narrativas maestras de lo nacional, siempre anclados en sus nociones de certeza,

seguridad y el verismo del dato. Que busca suprimir los recuerdos malditos en aras de una

imagen monumental y armoniosa de la nación. Por el contrario, el rumor es una forma de

“mentira”, que desautoriza los efectos de verdad, “las buenas razones para creer” del discurso

oficial. Lo que explica, las innumerables transgresiones y grietas que en este espectáculo dirigido

por Pedro Franco, el rumor (entendido como lo “incierto” o lo presuntamente “falseado” por la

voz popular) provocan en la autoridad de los relatos oficiales de la historia.

Por último quisiera detenerme en uno de los momentos de “Café CCPC” donde los conceptos de

patria, pertenencia, identidad, familia y

vecinería son interpelados y re-escritos por estos

nuevos actores sociales que se mueven en un espacio

postsnacional y postutópico. Se trata del segundo

bloque (“Donde se inunda el ambiente de bolero

trágico y nos falta la propina”). El mismo plantea

el drama de la diáspora, los innumerables

correlatos que se derivan de una nación abocada

al éxodo, que se desangra ante la partida sus hijos más jóvenes. El conflicto es enunciado y se

dirime en un entorno íntimo, doméstico, pero al mismo tiempo es un relato anti-familiar. El

personaje, cuya subjetividad parece intercambiar guiños con lo queer, está resuelto a abandonar

el país, porque lo que más quiere en esta vida es tener un IPhone. En la confrontación familiar

que sostiene la escena el patetismo de los actores no hace más que enfatizar e indagar en el

agobio social, el vaciamiento de sentido de ciertas definiciones políticas y la radicalidad

militante de muchas de sus plataformas, así como la noria y el sinsentido insular. A primera vista

el IPhone puede ser un motivo frívolo. Pero tiene una dimensión simbólica, habla de una

generación que, gracias al impacto de las nuevas tecnologías, re-define sus lazos de pertenencia e

identitarios en un espacio transnacional. La oportuna intervención de la música, cuidadosamente

seleccionada, el vestuario y el intertexto contribuyen a des-dramatizar un conflicto que de una

manera u otra continúa tocándonos a todos muy de cerca. Lo nacional ya deja de ser solo alma,

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un principio espiritual, el recuerdo monumental de un pasado heroico, glorioso y grandes

hombres para comenzar a re-imaginarse desde el triple juego de la memoria, el olvido y el deseo.

Un país que como recuerda la banda sonara de Habana Blues ya no se piensa, imagina y escribe

solo desde adentro: “En Madrid o en New York/, La Habana está en todas partes/ porque la

llevas contigo/ sin miedo a desarrollarte”.