vuelve, a casa vuelve

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Vuelve, a casa vuelve Publicado en La VANGUARDIA, 03/01/08 Hace unos días recibí un correo electrónico de un antiguo amigo felicitándome la Navidad. Es francés aunque lo conocí en Brasil cuando los dos estábamos cursando un año de especialización universitaria en ese país. La última vez que nos vimos, ya de vuelta los dos en Europa, me contó que tenía planeado irse de nuevo a Brasil pero esta vez indefinidamente. “Aquí no tengo mucho futuro, ni muchas oportunidades. Allí no tengo nada pero es mucho más fácil salir adelante” me decía. Supongo que mi cara expresaba mi perplejidad. Mi primer reflejo fue pensar que en realidad qué lugar podía ofrecer mayor calidad de vida y mayores oportunidades para un joven de veinte pocos años que la Unión Europea. Él prosiguió: “allí eres joven pero puedes pagarte un alquiler sin que tengas que vivir en casa de tus padres ni que la cocina esté en el mismo cuarto donde duermes. Con el equivalente a mil euros al mes puedes por lo menos ir al cine, comprarte un libro o algo de ropa”. El colofón estaba por llegar: “además no te menosprecian por el simple hecho de trabajar en una fábrica o en la obra”. Estuvimos hablando un poco más y nos despedimos, le deseé suerte. Ese encuentro, como tantos otros que he tenido últimamente, me hizo reflexionar sobre cómo la globalización ha provocado que en cada rincón del planeta estén brotando “mini-europas”. El mundo ya no funciona por bloques distintos, perfectamente herméticos, protegidos de las desventuras de sus vecinos y con el monopolio incorruptible de ciertos productos o privilegios. Es verdad que la Unión Europea tiene uno de los sistemas de protección social más desarrollados y que su calidad de vida en el día a día es incomparable al de otras regiones en desarrollo. Es verdad también que es sinónimo de estabilidad política y respeto de los derechos humanos,

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Page 1: Vuelve, A Casa Vuelve

Vuelve, a casa vuelve

Publicado en La VANGUARDIA, 03/01/08

Hace unos días recibí un correo electrónico de un antiguo amigo

felicitándome la Navidad. Es francés aunque lo conocí en Brasil

cuando los dos estábamos cursando un año de especialización

universitaria en ese país. La última vez que nos vimos, ya de vuelta

los dos en Europa, me contó que tenía planeado irse de nuevo a

Brasil pero esta vez indefinidamente. “Aquí no tengo mucho futuro, ni

muchas oportunidades. Allí no tengo nada pero es mucho más fácil

salir adelante” me decía. Supongo que mi cara expresaba mi

perplejidad. Mi primer reflejo fue pensar que en realidad qué lugar

podía ofrecer mayor calidad de vida y mayores oportunidades para un

joven de veinte pocos años que la Unión Europea. Él prosiguió: “allí

eres joven pero puedes pagarte un alquiler sin que tengas que vivir

en casa de tus padres ni que la cocina esté en el mismo cuarto donde

duermes. Con el equivalente a mil euros al mes puedes por lo menos

ir al cine, comprarte un libro o algo de ropa”. El colofón estaba por

llegar: “además no te menosprecian por el simple hecho de trabajar

en una fábrica o en la obra”. Estuvimos hablando un poco más y nos

despedimos, le deseé suerte.

Ese encuentro, como tantos otros que he tenido últimamente, me

hizo reflexionar sobre cómo la globalización ha provocado que en

cada rincón del planeta estén brotando “mini-europas”. El mundo ya

no funciona por bloques distintos, perfectamente herméticos,

protegidos de las desventuras de sus vecinos y con el monopolio

incorruptible de ciertos productos o privilegios. Es verdad que la

Unión Europea tiene uno de los sistemas de protección social más

desarrollados y que su calidad de vida en el día a día es incomparable

al de otras regiones en desarrollo. Es verdad también que es

sinónimo de estabilidad política y respeto de los derechos humanos,

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así como “cuna” de la democracia y del estado de derecho. Pero si un

joven europeo de 22 años, aunque solo sea uno (que no es el caso),

considera que tiene más opciones de tener un futuro mejor en otro

continente es que algo nos está pasando.

Al cabo de unos días tuve una cena con otro grupo de amigos, entre

ellos un estudiante de uno de los mejores institutos (si no el mejor)

de química de Cataluña. Rápidamente empezó a contarme sus planes

de futuro. “En junio me voy para Boston, allí tienes la capacidad

tecnológica y el ambiente profesional adecuado para aplicar con

solvencia todo lo que puedas aprender aquí”. Aunque el joven que

tenía delante no se parecía en casi nada al joven francés de hacía

algunos días tuve la extraña sensación de tener un déjà-vu. Un tanto

inquieto le pregunté sobre las posibilidades de trabajar en Europa a lo

que obtuve por respuesta un sucinto y tajante “aquí hay pocas, la

gente se va a Estados Unidos, Japón o India”. A lo que añadió: “la

ciencia es un poco como el fútbol. Los grandes clubes tienen los

mejores jugadores y hay que invertir pasta para tenerlos”. Se refería

a Estados Unidos que gasta 287 billones de euros en investigación y

desarrollo por 167 de la Unión Europea y que, por otro lado, tiene

78% más patentes per capita en productos de alta tecnología que

Europa. Pensé en sacar el tema de la Estrategia de Lisboa de 2000,

donde los Estados europeos se marcaron el objetivo que “la economía

europea fuese la más competitiva del mundo en 2010” pero hubiese

sonado a recochineo.

A menudo oímos decir que la “plaga” de inmigrantes que “azota” la

Unión Europea pone en peligro los cimientos y el equilibrio “natural”

de ésta. Pero cada vez más me encuentro con otro tipo de éxodo del

que se habla más bien poco y que, por descontado, si pone en jaque

el futuro de nuestro continente. ¿Se están marchando nuestros

jóvenes? Intuyo entre mis compañeros un creciente, aunque

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expresado todavía tímidamente, deseo de “largarse”. Algunos de los

que ya se han ido lo han hecho por motivos de formación, otros para

poder trabajar en un laboratorio o en tecnología punta. Otros por no

poderse pagar el alquiler a los veinte años y aunque parezca una

tontería, muchos porque este continente les aburre.

Tal y como avanza la globalización la Unión Europea deberá ofrecer

algo más que unas calles limpias y una buena conexión a Internet

para que los jóvenes se queden. Demasiado caro para algunos,

demasiadas pocas oportunidades para otros, esperemos que la Unión

Europea encuentre el equilibrio para seguir siendo el lugar más

atractivo para un joven de veinte años. No me cabe la menor duda

que nuestro futuro depende en gran parte de ello.