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Los Hijos del Ande Roger L. Casalino Castro 1 Volvamos a sonreír... Que la sonrisa vuelva a ser una virtud de todos los peruanos. Sonreír... es amar la vida.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 1

Volvamos a sonreír...

Que la sonrisa vuelva a ser una virtud

de todos los peruanos.

Sonreír... es amar la vida.

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Los Hijos del Ande

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 3

Todo lo que se presenta en la presente Página

Web – www.rogercasalino.com – los textos,

poemas y canciones, son propiedad exclusiva del

autor y queda protegida bajo el amparo de la

Ley de los Derechos de Autor. La Biblioteca

Nacional del Perú tiene copia de todo cuanto en

esta página web se presenta.

El Autor

HECHO EL DEPOSITO LEGAL EN LA BIBLIOTECA

NACIONAL DEL PERU

INDECOPI

Partida Registral N° 00011- 2001

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 4

Sol del Pasado

Sol de los nobles Incas que coronaron el pasado

en estas tierras benditas de mil glorias no contadas,

de caciques victoriosos que resueltos enfrentaron

con valor y sacrificio a las tierras no labradas,

vírgenes invioladas por el pico o el arado.

Cuántas generaciones pasaron para lograr la papa.

Cuántos esfuerzos y lágrimas para cosechar maíz.

Cuántas plantas silvestres con las manos escarbaron,

trabajando con pasión por mejorar su raíz...

antes que el español cambiara el poncho por la capa.

Cuando la llama era bestia y vagaba en las alturas,

con la alpaca y la vicuña correteando el altiplano,

hombres de la sierra hicieron, aquello que soñaron,

con esa paciencia infinita que enaltece al ser humano,

domesticando las plantas en andenes y llanuras.

Quiero pensar en el tiempo anterior a Machu Picchu,

Saqsayhuaman no existía y Ollantaytambo era loma,

se organizaban buscando conservar agua y comida,

porque la raza del Quechua que ya tenía un idioma,

investigaba en la tierra y en los frutos que le daba.

Mirando al Sol del pasado que calentaba la tierra,

cada día comenzaba al brillar en la montaña,

y sin dudar de su ciencia y para honrar a la vida,

busca la mejor semilla que atesora en su cabaña,

luego con mucho cariño, la acaricia y la entierra.

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Los Hijos del Ande

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Cuando en la noche la Luna coqueteaba con el Sol

y se ponía rosada por las cosas que escuchaba,

el quechua que sí quería y la chola que se oponía,

hacen del juego el amor cuando el trueno retumbaba

para engendrar nueva vida al Incanato del Sol.

Quiero recordar el tiempo que mi memoria rebasa,

tiempo que fuera de fuerza, de sudor y de trabajo,

tiempos que fueron la base de constancia y armonía,

para que después más tarde se construya desde abajo,

un Incanato que corone la grandeza de su raza.

Quiero saber cómo hiciste para enfrentar a los pumas,

cómo sobreviviste al frío, a víboras y alimañas,

cómo cuidabas tus hijos, tus animales, tu siembra

y en simultáneo luchabas, sintiéndolo en tus entrañas,

al grito de gavilanes que te ofrecían sus plumas.

Pero nunca alzaste vuelo y te quedaste en la sierra

para enseñar a otros pueblos cómo se siembra la papa,

para enseñar a los mundos que tu tajlla no se quiebra,

demostrando que tampoco a tu inteligencia escapa,

que eres el hijo del Sol... y eres fruto de ésta tierra.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 6

PRÓLOGO

Los Hijos del Ande... es un libro versátil por sus temas

autóctonos y, por lo mismo, de lectura sugerente y

estimulante. El lector se siente atraído, desde el primer

instante, por el lirismo íntimo de su poesía y por la agilidad

reflexiva y crítica de su prosa. Ambos niveles del texto se

conjugan, entre otros, por el uso del lenguaje claro y preciso.

Este nuevo libro de Roger Casalino confirma la voluntad de

escribir, explorar e invitar a un encuentro personal con una

temática de variadas y complejas aristas de enfoque. Por lo

mismo Los Hijos del Ande... es un libro ambicioso, tanto

por el modo de configurar sus estructuras formales como su

contenido, principalmente en los ámbitos históricos,

legendarios y religiosos del mundo prehispánico, Esta

presencia autóctona se evidencia desde el primer hasta el

último instante de su lectura, cuyo antecedente ya se

encuentra en algunos de sus libros.

Los Hijos del Ande... es un libro cuyos textos muestran, en

su estructura externa, un conjunto de microrelatos narrativos

que alternan con poemas en verso. Pero son estos

microrelatos los que se correlacionan entre sí por su

variabilidad formal, pero que sobresale por la pluralidad del

contenido y del sentido de su discurso, su eje semántico,

entre otros, está constituido por las formas de vida del

hombre prehispánico, éste eje permite precisamente su

continuidad y su unidad dentro de una coherencia interna al

conjunto de los textos narrativos y poéticos de éste libro de

Roger Casalino.

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Los Hijos del Ande

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Creemos que éste rasgo semántico expresa precisamente un

conjunto de características internas y externas al universo de

los textos, pero también permite un visible contrapunto entre

la connotación poética y la denotación histórica, legendaria

y mítica que poseen los propios textos narrativos y algunos

poemas en verso. Bajo esta configuración textual el libro se

facilita en su comprensión y explicación de su contenido y

sentido literario. Puede afirmarse, entonces, que existe una

consciente y premeditada voluntad de construcción de los

textos por parte de su autor, sobre todo al hacer posible y

revelar el universo de su dinámica intertextual. En ésta

ocasión el lector es desafiado de manera activa y compleja

por el poeta protagonista de los poemas y por el narrador

omnisciente de los microrelatos narrativos.

Desde los primeros instantes de la lectura de Los Hijos de

Ande... el poeta rememora y evoca el pretérito autóctono.

Al hacerlos se sume en los hechos y acontecimientos

ocurridos, manifestando su propia concepción y visión del

mundo. Lo mismo ocurre al expresar en su prosa una

explícita actitud revisionista y contestatoria de la

interpretación de la historia incaica propuesta por otros

autores. Esto ocurre al considerársele como “flasas” y

“arbitrarias” al sustentarse en conceptos “clásicos” y

“científicos”, ajenos a la experiencia empírica y a la

tradición al que se adhiere el autor de este libro.

Los Hijos del Ande... es un libro ambicioso tanto por la

forma de abordar sus estructuras formales como su acontecer

histórico y legendario, diferenciándose de otros de sus libros

que se caracterizan por la heterogeneidad de los hechos y de

los acontecimientos ocurridos en el pasado. Aunque la

mayor expresión expresiva está en su prosa, mostrando una

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Los Hijos del Ande

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explícita visión paradisíaca y elogiosa de la sociedad

incaica, ganada por la racionalidad de su forma de vida,

sustentada por la reciprocidad asimétrica y la distribución

equitativa de los bienes materiales. De ahí que la cultura –

según Roger Casalino – estaba “asentada en las bases del

bienestar general”, cuyas reglas de ordenamiento social

constituyen un modelo de vida de sus héroes como

Antayhua y Kunturi, quienes instauran las actividades

agrícolas y pastoriles a los hombres. Es Antayhua quien

más sobresale por su enseñanza en el trabajo a los hombres,

estableciendo lugares como Huanca, Ñawipampa y Mallco,

principales centros de aprendizaje. Y es así como la llegada

de éste héroe al valle de Acarí hizo que se convirtiera en un

lugar de alta productividad, instalando tambos y colcas. Lo

mismo hizo Antayhua por los diversos lugares del sur

adonde viajaba enseñando a los hombres a nuevas formas de

vida, sobre todo por los lugares como Acarí, Yauca, Jaquí y

Atiquipa.

No cabe duda que en Los Hijos del Ande... se percibe una

clara intención interpretativa y valorativa del pasado

autóctono peruano, cuya ideología revela ámbitos de la vida

del hombre, apegado a la tierra con gran sentimiento telúrico

y cósmico. Esta ideología expresada, a veces sostenida con

cierto milenarismo y utopía, hace que el contenido y el

sentido de la textualidad estén encontrados entre sí,

permitiendo que su coherencia interna sea accesible y

explorable.

Los textos que constituyen Los Hijos del Ande... revelan

que Roger Casalino es un poeta y un crítico peculiar y

auténtico. Con cada página revela su amor y se vanagloria

de su pasado prehispánico. Su poesía está cargada de

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sentimentalismo autóctono y de un natural lirismo donde el

yo poético rememora y evoca héroes y dioses de la sociedad

incaica. De ahí que la evocación al Inti (Sol) esté acentuada

con emotividad lírica, presentándolo como Dios principal y

tutelar.

Puede afirmarse que el “bienestar” es uno de los ejes

semánticos medulares del universo textual de Los Hijos del

Ande... A través de este eje se predispone las diversas

formas de vida y la condición humana de los dioses y

hombres incaicos.

Finalmente, gracias a la lectura de este libro, se accede al

variado y complejo universo incaico que la prosa como

verso ofrecen al lector, pero también nos hace partícipe de

su heterogeneidad discursiva, como la variante autóctona

que es uno de los rasgos más importantes y constantes que

han incidido en la literatura peruana y que todavía tiene la

voz de su vigencia.

Lima, 18 de Julio de 2000

CARLOS CORNEJO QUESADA

Nacido en Lima, Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos,

Educación, Literaturas Hispánicas y Antropología. Ha ejercido el periodismo y la

docencia universitaria en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, San Martín

de Porres, Ricardo Palma y Faustino Sánchez Carrión.

Ha publicado numerosos trabajos de literatura, antropología y comunicación. Entre

sus libros publicados se encuentran: “Textos Lingüísticos”, “Aperturas y

Confirmaciones” y “El Lenguaje de las Técnicas Narrativas”

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INVITACIÓN

Estimado lector:

En mi libro: Lima, De la Conquista a la Reconquista, en

el último párrafo de la página noventiocho, digo lo

siguiente:

“Siempre hemos aceptado las cosas, o los cuentos que nos

han hecho de la historia y el civismo, vistos desde el

balcón de los que llegaron, hasta la estupidez, inclusive,

de llamar “Imperio” al Incanato. Ya no más; no quiero

hacer eso más; retomo mi lugar en la vereda del frente,

donde me corresponde, para medir las cosas con mi

propia vara y decirlas con mis propias palabras; sentado

sobre mis raíces, haciendo honor a mi tronco y luciendo

mi florido y hermoso ramaje. Ésta es mi Lima y éste es

mi Perú”.

Pues bien, esta historia, (no histórica según conceptos

clásicos y científicos) es la realidad de mi visión,

concepción y percepción, mirando un pasaje del Incanato

desde el otro lado de la raya, desde la otra vereda.

Lejos de la posición histórico-científica de los

antropólogos e historiadores, que algunas veces se ven

parametrados por la ubicación que los aleja de la

realidad, no pretendo ser yo el histórico, sino,

simplemente, hacer un llamado a los lectores peruanos,

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Los Hijos del Ande

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sobre todo a los peruanos estudiosos, a saltar la raya

para hacer los enfoques y llegar a conclusiones, como si

éstos fueran hechos por el propio Inca, o uno de sus

sabios.

Así pues, les pido humildemente, que los asuntos

religiosos sean visualizados desde la mística que

representaría, hacerlos siendo parte real de ese “algo”

tan grande, ubicados en El Templo del Sol en el Cusco, o

en la cumbre del Huayna Picchu en Machu Picchu, o en

el Huilcañaupa enclavado en las alturas de Marcahuasi.

Por todo ello, los invito a meditar, a sentir hambre,

soledad y silencio en los lugares mencionados. Quizá la

resignación y el consuelo que sentirán, los lleve a la

comprensión del amor, la paz, y la armonía que les

permitirá, percibir con realismo propio, nuestro

milenario y maravilloso pasado.

Gracias

El Autor

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 12

C O M E N T A R I O S

... Cuando era niña escuché en algunas oportunidades los

sentidos y profundos sentimientos de orgullo y añoranza por

la patria al oír el Himno Nacional del Perú en tierra

extranjera, o al participar de nuestra música fuera de aquí.

Igualmente, en mi niñez, percibí con desagrado los tratos

despectivos a los cholos peruanos “recién bajaditos de la

Sierra”; las bromas de mal gusto que se les hacía por ser

“todavía cándidos y correctos, trabajadores e ingenuos”; y

reprobé los insultos y burlas por el hecho de hablar ellos con

el acento típico del inmigrante de la sierra a la gran Lima.

Viví una generación cuyos jóvenes bailaban rock y cantaban

fonéticamente en inglés, sin saber siquiera lo que decían

(exceptúo aquí a los que sí masticaban el inglés por estudiar

en colegios “bilingües”, o por dominarlo de alguna manera);

los chicos que cantaban podían incluso ser de la sierra y

recién haber llegado a Lima, pero para “igualarse” y “no

sentirse menos”, gracias a la magia de la radio, cantaban

como “amerincaicos” y no volvían a hablar en quechua, para

no sentirse discriminados. En esa época todavía se aceptaba

bailar valses peruanos, podías matricularte en una academia

para prender a bailar marinera limeña o norteña o te la

enseñaban en el colegio para alguna actuación, ero de

ninguna manera era bien visto entre los congéneres el bailar,

cantar o participar de música andina cualquiera fuera el

género de ésta; “eso era de cholos”.

Con el paso de los años me di cuenta que los jóvenes no

valoraban ni a sus “connacionales” ni nada que viniera de la

sierra peruana, era una guerra fría de discriminación, o una

guerra abierta y salvaje contra los “serranos”.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 13

Cuando Roger Casalino Castro me hizo el encargo de hacer

estas líneas después de leer su obra, para mí fue muy grato,

pues ya sabía de sus obras, y las he leído una por una,

recreándome en cada línea, sintiendo ese ORGULLO DE

SER PERUANA, orgullo que me enseñaron en mi hogar,

pues mis padres siempre festejaron que yo cantara, bailara, o

tocara en el piano música peruana, y me hicieron sentir muy

bien con ello, festejando a mi lado; pero el resto de mi

generación no sentía igual. Poca gente cultiva esto: o era

alguna pequeña parte de los limeños, o gente mayor de la

sierra.

No se necesita salir al extranjero para valorar y añorar

al Perú, o su tradición, a la tierra, a sus costumbres, a la

comida y a su gente. Roger nos da esta oportunidad con

esta obra: SIÉNTETE PERUANO EN EL PERÚ, Y

SIENTE ORGULLO POR ELLO.

Durante la lectura de esta obra “Los Hijos del Ande: La

Honda, La Tajlla y El Varayoc”, he sentido por fin la

emoción de ver llegar la hora de que un peruano valiente

rescate lo nuestro, y “nos cuente bien el cuento” de lo que

antes se transmitía fielmente para no perder identidad ni

orgullo, de generación en generación, de abuelos a padres,

de padres a hijos y así por siempre; no el cuento que nos

dejaron “otros” que nos quitaron no sólo lo material, sino

aún peor, el orgullo de ser peruanos, y que nos arrebató la

brújula, porque si no comprendemos bien quienes fuimos,

cómo éramos, cómo sentíamos, hacia adónde íbamos, menos

comprenderemos quienes somos, cómo debemos sentir,

cómo debemos vivir, qué debemos rescatar para salir del

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 14

hoyo en el que nos encontramos, y finalmente hacia adónde

ir y por fin poder surgir.

Tal vez Roger no sea el único, pero sí lo hace de una manera

muy cuidadosa y hábil, de manera que nos presenta al Perú

de entonces, NO DEL IMPERIO DE LOS INCAS, como él

bien sabe remarcar, SINO DEL INCANATO, de ese

Incanato que es nuestra herencia, y al que futilmente

habíamos renunciado por motivos de opresión y depresión

en manos extranjeras.

Honestamente, recomiendo esta obra, para todas las edades,

para todas las profesiones, para todos los jóvenes que se

forman en las universidades en Estudios Generales, pues

puede ser su última oportunidad de rescatar IDENTIDAD Y

ORGULLO DE LO NUESTRO, de RECUPERAR LA

BRÚJULA; y especialmente la recomiendo para los

estudiantes de colegios de todo el Perú, tanto de primaria

como de secundaria. Dios quiera que alguna autoridad

educativa leyera la obra y la propusiera como lectura

obligatoria; son mis sinceros deseos de peruana.

Paula Bazán Campos De Jiménez

Peruana, limeña, Licenciada en Psicología en la Universidad Particular

Ricardo Palma; Estudios completos de Maestría en la Universidad

Femenina del Sagrado Corazón; Bachiller en Música en la especialidad de

Piano; en el Conservatorio Nacional de Música. Desde hace muchos años

hasta la actualidad trabaja con niños, tanto en el campo de la Psicología

como de la música.

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Los Hijos del Ande

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“Los Hijos del Ande, es una historia novelada –con textos

poéticos- que tiene como escenario el mundo del incanato,

haciendo hincapié en su cultura socio-económica, la cual,

según el autor, estuvo determinada por un espíritu egalitario

y fundamentada sobre las bases del bienestar general. Dentro

de este marco se desarrolla, al mismo tiempo, una bella

historia de amor”.

“Narrado en un estilo ágil y ameno, y en un lenguaje

asequible para cualquier lector, Los Hijos del Ande,

contiene un mensaje importante para la sociedad actual,

especialmente para niños y jóvenes de edad escolar”.

Isaac Goldemberg Nacido en Chepén, Perú, en 1945. Reside en Nueva York desde 1964. Realizó estudios de literatura latinoamericana en The City College of New York, la Universidad de Madrid y New York University. Ha publicado: Tiempo de silencio (1970); De Chepén a La Habana (1973); Hombre de paso/Just Passing Through (1981); La vida al contado (1991, 1992); Cuerpo del amor (2000) y Las cuentas y los inventarios (2000). La vida a plazos de don Jacobo Lerner (1978, 1980); Tiempo al tiempo (1984, 1986). To Express My Life I Have Only My Death, fue montada por un teatro de off Broadway en 1969. Hotel AmériKKa (2000). Como antólogo ha publicado El Gran Libro de América Judía (1998). En 1977 recibió el Premio Nuestro en 1996 el Premio Nathaniel Judah Jacobson De 1970 a 1986 fue profesor en New York University y actualmente enseña en Eugenio María de Hostos Community College de CUNY, dirige el Instituto de Escritores Latinoamericanos y la revista literaria Brújula / Compass. Tiene en prensa diversos trabajos.

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Los Hijos del Ande

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“Los Hijos del Ande – La Honda; la Tajlla y el Varayoc”,

nos remonta con maestría poética, a los gloriosos tiempos

del Incanato, y nos brinda en su fresca lectura la oportunidad

de re-encontrarnos con la cultura profundamente humanista

y telúrica de nuestros ancestros.

Por la Lectura de “Los Hijos del Ande...”, concluimos que

el legado invalorable de el Perú pre-hispánico, merece una

difusión a través de todas las universidades del país pues, a

estas corresponde conservar, acrecentar y transmitir la

cultura, afirmando preferentemente los valores nacionales.

Por ello en estos tiempos de crisis material y de valores que

nos ha tocado vivir, nos reconforta y enorgullece conocer,

por la pluma de Roger Casalino Castro, las

manifestaciones de solidaridad, trabajo, honradez y la

alegría de vivir, que han caracterizado al hombre del

Tawantinsuyo.

ENRIQUE BEDOYA SANCHEZ

Rector de la UTP

Rector de la Universidad Tecnológica del Perú, Dr. Honoris Causa de la

Universidad Privada de Iquitos, Dr. Honoris Causa de “The England and Wales

University” y Candidato al P.H.D. en Administración de Empresas de “The

Enland and Wales University”. Estudios, Doctorados y Maestrías en

Administración y Gestión Empresarial en La Universidad de Chile, en La

Universidad Inca Gracilaso de la Vega, y en la Universidad Nacional Mayor de

San Marcos. Empresario, ha desempeñado cargos de Alta Dirección en

Instituciones Públicas y Privadas. Concejal del Concejo Provincial de Lima,

condecorado con la Medalla de la Ciudad de Lima en el Grado de Gran Oficial.

Palmas de la Cultura Peruana por INSULA, Socio Honorario de la ANEA,

distinguido como el Rector del Año 1998 y 2000. Personaje del Año 1999 por su

aporte al desarrollo educativo por la Asociación de Periodistas Municipales.

Socio Honorario de la Federación de Periodistas del Perú. Representante del

Perú en diversos eventos Internacionales en Centro América, USA e Italia.

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Los Hijos del Ande

La Honda,

La Tajlla

y El Varayoc

Las columnas interminables de hombres que acompañaban

el cortejo Inca, todos correctamente provistos de hondas,

tajllas y otros instrumentos de labranza, y bajo el Varayoc

absoluto del Inca, avanzaban al paso que imponía el

comando de sabios y conocedores de climas y tierras que lo

acompañaban. Todos en un conjunto ordenado, bajaban

desde las serranías, paso a paso, en busca de terrenos fértiles

donde poder lograr mejores cosechas destinadas a la

alimentación de los pueblos que conformaban el Incanato.

Las llamas, cabeza en alto, divisando el paisaje, cargaban

costales sobre el lomo conteniendo semillas de diversas

variedades de quinua, cañihua y quiwuicha, como también

papas, maíz y otros muchos productos, todo lo que iba en un

lugar preferente recibiendo la atención que

permanentemente requería su valiosa carga.

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Debemos tener presente que los Incas, eran hombres de un

físico extraordinario a los que les gustaba la actividad

permanente. Ellos, durante sus constantes viajes por el

Incanato, caminaban dando el ejemplo de lo que se podía o

debía hacer. El anda, en la que se supone, se le cargaba, era

utilizada solamente para el ingreso a los pueblos en ciertas

festividades, y para ceremonias importantes.

Los Incas no hacían nada que indujera al ocio, por lo tanto,

la contra parte natural de esta actitud, era que ellos

inspiraban fuerza de trabajo en los demás. Ellos debían

ganarse con mucho esfuerzo el cariño de los pueblos,

basándose en la admiración por el ejemplo, lo que conducía

al respeto casi divino que se les profesaba.

Era costumbre de los Incas, subir cada mañana a la torre de

Saqsayhuaman a ver la salida del Sol y así recibir

directamente los primeros rayos que purificarían su espíritu

para las acciones del día. Donde él estuviera, siempre estaría

al amanecer en un punto en el que el Sol pudiera alumbrarlo

directamente. Los días en que el Sol no alumbraba al

amanecer, no eran aptos para grandes empresas o para tomar

riesgos; solamente eran dedicados a tareas cotidianas.

Que se diga que eran dioses, no se puede creer, porque ese,

es un concepto infiltrado proveniente de los “Imperios”:

Griego y Romano donde tenían más de treinta mil dioses, a

parte de los Césares y de los que nombraban como dioses

por cualquier circunstancia especial, o también, el criterio

europeo, donde los reyes o nobles de alta alcurnia se

jactaban de no hacer nada que pudiera ser considerado

cortesano o vulgar.

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Los Hijos del Ande

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En el Incanato había un solo Dios: El Inti (El Sol) que era la

luz y la vida. El Inca, como guía y conductor del culto a la

vida, era parte del que hacer cotidiano para lograr el fruto de

la Pachamama (madre tierra)

El Inca

Magnífico, camina delante de sus huestes,

erguido el pecho muestra el Sol del Incanato,

la frente altiva, luce viril la mascaipacha,

que lo eleva como el hijo de los Andes.

La madre Quilla lo guarda por las noches,

Huiracocha le da la luz de los sentidos,

El Inti le proporciona calor y fortaleza

para consolar a quienes ama con cariño.

No habrán guerras sin dominios ni fronteras,

no sufriremos hambre si escogemos las semillas,

tendremos abrigo si protegemos las alpacas,

viviremos en paz si conservamos la armonía.

El Inca se aposenta en tierra virgen,

que luego deja sembrada de esperanzas,

todos escuchan animados sus consejos,

porque es la voz, entre el Inti y la tierra.

Vienen a él los que quieren aprender,

y humildemente le ofrecen sus esfuerzos,

piden aprender cómo lograr comida,

quieren labrar con amor la pachamama.

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Los Hijos del Ande

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Es la palabra veraz que no mancilla,

es el ejemplo que laborioso los alienta,

es el caudillo que no ofrece, pero enseña,

es el Inca de todos, que sustenta.

Cada tarde se reúne con los niños,

juega con ellos y los escucha con cariño,

cuenta historias de los grandes de otro tiempo,

hablan del Sol, de la luna y las estrellas.

El Sol, les dice, es el dueño de la luz,

la luna, en cambio, es el reflejo en la laguna,

las estrellas son los niños que algún día,

nuevo brillo darán a nuestro Sol.

Soy apenas, un tambo en el camino,

soy tan sólo, un paso más hacia el destino,

el final, está tan lejos en la ruta,

que el tiempo, exigirá de nuestro tiempo.

Yo fui un niño colmado de ilusiones,

porque nací y eso era parte de mí mismo,

luego crecí para sembrar la realidad,

y moriré, justamente en la cosecha.

Ustedes son la nueva vida de mi campo,

y crecerán fuertes, sanos y valientes,

continuarán mejorando mis sembríos,

y su cosecha, será el futuro quien recoja.

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Los Hijos del Ande

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He caminado largamente el Incanato,

he puesto los pies descalzos en su suelo,

he sentido la dureza de las piedras,

he resbalado sobre el lodo de los huaicos.

He sentido el dolor en carne propia

cuando el clima anulaba todo esfuerzo,

he resembrado los campos, reabierto los caminos,

he dado gracias al Inti por la vida.

Un duro pasado soporta mi tristeza,

para mostrar con orgullo esta sonrisa,

al distinguir en la hermosura del ocaso,

el preludio feliz, de un nuevo día.

.

Las mesetas y pampas, así como los valles interandinos del

sur habían tenido un año seco. La ausencia de lluvias en esa

parte del Tawantinsuyo, no dejaba dudas, que se habría de

enfrentar un año de escasez y sacrificios. Era de suponer que

se impondría un racionamiento serio de alimentos para evitar

que alguien pudiera morir de hambre. En otros tiempos,

situaciones como ésta, habían obligado a los Incas a pensar

que era indispensable lograr expandir el territorio, razón por

lo que se esforzaron por convencer a sus vecinos de que era

necesario unirse a ellos.

Manco Capac, fundador del Tawantinsuyo, había decidido

que los conocimientos de sus antecesores fueran dedicados

al bienestar de todos los pobladores, de tal manera, que los

lugares donde no se hubieran obtenido cosechas suficientes,

pudieran recibir apoyo desde aquellos puntos, aún, cuando

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 23

distantes, que al haber tenido condiciones climáticas

favorables, hubieran podido lograr cosechas abundantes.

Para este efecto, las pocas guerras que en ocasiones

sostenían con pueblos menos privilegiados intelectualmente,

quedarían desterradas, pudiendo dedicar entonces todos los

esfuerzos a la agricultura, que sería el medio natural de vida

al cual debían aportar todos y sin distingo alguno. Eran

tiempos difíciles, pero la unidad a la que estaban obligados

los sostenía en la seguridad de que la Pachamama –madre

tierra- sería pródiga en frutos gracias al esfuerzo común y a

las técnicas aplicadas por los especialistas y maestros que

venían a enseñarles formando parte del cortejo del Inca.

Estos maestros contaban con el apoyo decidido y exigente

del Inca, y por lo tanto, con la ayuda de Huiracocha y de los

conocimientos que desde Saqsayhuaman y otros templos

dedicados al estudio del tiempo les proporcionaban, estaban

obligados a lograr bienestar.

De esta manera, muchas familias iban siendo redistribuidas

en los valles y tierras productivas e integrándose con los

lugareños a quienes enseñaban nuevas técnicas de cultivo, y

de paso, colaborando para que éstas nuevas tierras fueran

dotadas de los medios y elementos necesarios para albergar

y dar ocupación a nuevas familias.

Todo estaba perfectamente estudiado para que, en cada

oportunidad, se contara con los hombres necesarios para el

cultivo, la cosecha y el almacenamiento o conducción de

saldos y semillas a otros lugares donde fueran requeridos.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 24

La fuerza del Incanato estaba, tanto en sus conocimientos

como en la continuidad de la organización social. Un

pueblo agrícola, sin armas y sin ambiciones personales,

aseguraba bienestar sin luchas intestinas que pudieran

desestabilizar el sistema. Todos vivían preocupados de la

conservación de las semillas y del adecuado almacenamiento

de las cosechas, resultando ésta, por lo tanto, una actividad

fundamental.

Los caminos enlazaban toda la red de campos de cultivo, y

los ayllus hacían, a iniciativa propia, grandes esfuerzos para

resolver sus propios problemas, de tal manera que ellos no

produjeran efectos negativos sobre los problemas comunes,

ya que éstos, a su vez, debían ser resueltos por los Varayocs

de mando intermedio, para evitar que pudieran causar

dificultades mayores al manejo administrativo del Inca.

Los chasquis recorrían incesantemente todo el incanato

llevando y trayendo noticias. Con rapidez increíble hacían el

relevo en los tambos ubicados cada cuatro o cinco leguas,

según fuera el terreno por recorrer, de tal manera que en un

solo día, corriendo de sol a sol, podían cubrir distancias

superiores a los ciento cincuenta kilómetros.

Es indudable que, para que aún este simple sistema

funcionara, era necesario también ser duro al aplicar castigo

a todos aquellos que incumplían sus obligaciones

elementales, pero sobre todo, en el castigo de todo aquello

que afectara la familia o el trabajo. Ama sua – ama llulla -

ama ccella. Esta era una de las formas de establecer la

diferencia entre el bien y el mal. El bien era la vida

dignificada en la familia a través del trabajo y la necesidad

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 25

de compartir. El mal era el ocio, el robo y la mentira o

traición.

Pues bien. Hubo un tiempo en que las huestes del Inca se

vieron afectadas por continuos ataques de elementos

inconformes que pretendían ser ellos los comandantes, y que

adicionalmente, pretendían tomar una mayor participación

de las cosechas sin tener que compartir. Actitud egoísta que

tenía que ser desterrada radicalmente.

Esta posición, que representaba la violación de las normas

fundamentales de convivencia ordenadas por el Inca desde

los inicios del Incanato, obligó a Sinchi Roca a tomar acción

contra los malos elementos. La vida era el bien más

preciado, y por lo tanto, era necesario considerar como tal y

en primer plano, la vida de los habitantes de la comunidad.

La vida de aquellos que rompían las normas, no eran dignas

de consideración, para ellos, la justicia era clara y de

aplicación inmediata.

La maldad no es ajena a la felicidad, como lo negro no lo es

a lo blanco ni la oscuridad a la luz. En este contexto,

tampoco era posible evitar que las sombras oscurecieran

algunos episodios de la rutina simple de la vida cotidiana del

Incanato.

No faltaba pues, quien pretendiera comerse las semillas,

vivir el ocio o tomar para sí, lo que era razón de compartir.

Todos los actos que pudieran afectar la moral o las

costumbres del ayllu eran considerados como aberración de

la vida, y allí, la justicia era aplicada de manera rápida,

severa y terminante.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 26

Luego, necesariamente, se realizaba un trabajo importante

de comprensión de los hechos, con aquellos que pudieran

resultar afectados colateralmente como resultado de la

aplicación de la pena. De esta manera se evitaban reacciones

indeseables o violentas. Esta importante tarea, a la que hoy

llamaríamos re habilitación, era encomendada a los

ancianos.

La idea era lograr la autosuficiencia en la conducta, bajo el

entendimiento claro de los conceptos del comportamiento en

común, de la misma forma como se hacía en los casos de

alimentación y abrigo, aplicando el principio fundamental de

“compartir”, lo mucho con equidad y lo poco con la

resignación natural del poco.

Una columna de maestros se separó del cortejo y tomó el

camino en dirección a Cora Cora. Se internaron por un

desvío que conducía a las faldas del volcán Sara Sara con la

idea de tomar un baño tibio en una de las tantas fuentes

cuyas aguas emanan de las entrañas de fuego del volcán.

Mientras caminaban despreocupadamente entre los riscos,

fueron de pronto interceptados por un grupo de hombres que

les cerraban el paso en actitud poco cordial. Todos llevaban

hondas colgadas al cuello y a ellas se hallaba atado un mazo.

Los maestros en cambio, llevaban tajllas sobre el hombro y

una bolsa tejida de lana de alpaca conteniendo semillas.

- Antayhua, quien ostentaba el Varayoc del comando de

aquel grupo de maestros, se dirigió al jefe

preguntando: ¿Quiénes son ustedes?

- Quispe, en actitud, un tanto prepotente, dijo: Somos los

residentes de estas tierras y no nos gustan los extraños.

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Roger L. Casalino Castro 27

Hemos tenido un mal año de lluvias y la vida será

difícil, por lo tanto, no estamos dispuestos a compartir

nada con otros.

Como Antayhua, era un hombre acostumbrado a tratar con

gente inteligente y serena, no se inmutó con la aparente

actitud de discordia del grupo interceptor, y de inmediato,

hablando en tono seguro y firme, los invitó:

- Sentémonos a conversar, así me darán la oportunidad

de explicarles la razón de nuestra presencia en este

lugar.

- Pues bien, dijo Quispe sin perder su arrogancia inicial,

busquemos un lugar apropiado. Vengan por aquí.

Se ubicaron en una pequeña explanada, y allí, sentados en

círculo, mientras comían un poco de cancha, Antayhua

comenzó su disertación.

- Debo explicarles que soy un enviado del Inca Sinchi

Roca y estoy aquí para decirles que él es consciente y

comprende perfectamente todas las dificultades por las

que ustedes están pasando debido a la sequía existente

y a las malas cosechas que han obtenido. Precisamente,

está enviando grupos de maestros como nosotros a

todos los poblados afectados con el fin de enseñarles

las nuevas formas de riego y de cultivo, para ayudarlos

a salvar este momento, y para que en el futuro se

encuentren preparados para enfrentar situaciones

similares.

- Pero, observó Quispe, ¿Cómo resolveremos el

problema inmediato?

- Para ello también se están enviando huestes de

hombres hacia tierras lejanas, donde no han sido

afectados por la falta de lluvias oportunas, con la

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 28

finalidad de traer los excedentes de alimentos que

sabemos que ellos tienen disponibles. Con ellos

esperamos mitigar el hambre en la región.

- Como ves, estamos armados de hondas y mazos

porque estamos dispuestos a defender lo poco que

tenemos.

- No será necesario. Dijo Antayhua. Las hondas no

deben usarse como arma para hacer daño a otras

personas, pero sí, en cambio, podrían ser utilizadas

como herramientas de trabajo para espantar a los

pájaros que hacen tanto daño a las cosechas al comerse

el grano al momento de la siembra. Los mazos,

resultan muy útiles e importantes cuando son utilizados

para romper los terrones al trabajar la tierra; ésta se

ablanda y se logra un mejor desarrollo de las plantas.

Trabajando el campo de esta manera, podremos lograr

mayor producción.

Ante los simples argumentos de la disertación de Antayhua,

Quispe, sorprendido, no decía palabra y era el que escuchaba

con mayor atención. En un momento en que Antayhua hizo

un alto, preguntó:

- ¿Qué contienen las talegas que todos llevan?

- Son semillas, y éstas servirán para enseñar en los

ayllus como trabajar mejor la tierra, contestó Antayhua

con toda naturalidad.

- Sorprendido por la respuesta, Quispe dijo: No imaginé

que pudieran ser semillas, y menos aún, que éstas

servirían para enseñar a los habitantes de mi

comunidad.

Quispe se sintió honrado de conocer a un maestro que tenía

la posibilidad de hablar con el Inca, que fuera enviado de

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 29

éste y que le diera la oportunidad de ser un vocero de él. Se

paró del lugar donde estaba sentado, se acercó al joven

maestro y le puso la mano derecha sobre el hombro, actitud

a la que Antayhua respondió con el mismo gesto y actitud.

Conocedor de la zona, palmo a palmo, Quispe invitó a los

maestros a seguirlo hasta una poza de agua termal que

estaba protegida de los vientos helados de las alturas. en

donde podían tomar un baño más prolongado porque sus

aguas no eran demasiado calientes. Después de tan

agradable baño, los condujo hasta una vertiente de aguas

cristalinas que bajaba de los picos nevados para deleitarse

bebiendo unos sorbos.

A medida que el grupo conformado por los hombres de

Antayhua y Quispe se aproximaba a Cora Cora, iban

apareciendo las modestas viviendas construidas de piedras y

adobes, y techadas con paja de ichu. Como es natural, los

niños fueron los primeros en salir a curiosear a los visitantes.

Como era usual, a la hora que llegaron, la mayor parte de los

habitantes no estaban en el poblado, ya que se encontraban

en las quebradas o en las faldas de los cerros realizando

tareas agrícolas. Sin embargo, apareció un joven fornido y

de aspecto atlético, quien al ver a los visitantes, ingresó a

una vivienda, para salir un momento después con un varayoc

en la mano derecha. Este instrumento, consistente en una

vara de madera oscura en forma de cuña y con algunos

adornos en el mango y la punta, y de unos noventa

centímetros de largo, era el símbolo de su autoridad.

La relación lograda por Antayhua y Quispe fue inmediata,

gracias a la apertura de pensamiento que ambos pusieron de

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 30

manifiesto en una actitud de entendimiento que abrió las

puertas –simbólicas- de Cora Cora a los enviados del Inca,

quienes fueron bien recibidos mereciendo el ofrecimiento de

la más amplia colaboración.

Con la disposición para aprender que mostraron todos los

habitantes, pudieron afianzar la idea del Inca, de que eran,

por esencia, un pueblo agrícola y que necesariamente debían

mantenerse unidos y ayudarse mutuamente para evitar que

las catástrofes naturales los afectaran, ya que, en un estado

de caos, podrían ser inducidos al egoísmo, que al final, es el

que genera discordias y éstas al odio que conduce a la

guerra.

La inmensidad de los Andes, aparentemente lúgubre y fría,

escondía una variedad impresionante de aves y animales que

servían de sustento de emergencia a las comunidades. Las

perdices, patos y palomas, entre las aves, y los guanacos y

venados, además de los cuyes que ya habían sido

domesticados, constituían una fuente natural de alimentos.

Una luna era el tiempo que Antayhua disponía para enseñar

a los habitantes de esa zona. Luego, Quispe se encargaría de

continuar su trabajo. Él debía viajar a los Valles de Jaquí y

Acarí y luego a las lomas de Atiquipa, con la finalidad de

hacer pruebas de nuevos cultivos. Allí se reuniría con otros

enviados del Inca para hacer, conjuntamente con los

habitantes de la región, los experimentos de aclimatación de

las plantas oriundas de la sierra, a los valles y climas de la

costa.

Alimentación y abrigo eran las preocupaciones

fundamentales del Incanato, y para ello, trabajaban en

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 31

comunidad y orden. La dura e incorruptible madera de

guarango, servía para hacer buenas tajllas y otros utensilios

de labranza. La lana y el algodón natural de color café,

tenían una gran importancia en la confección de mantas y

ponchos.

Hombres como Antayhua, calmos y observadores, claros en

el pensamiento y poseedores de un alto poder de

entendimiento, eran los encargados de evaluar durante su

recorrido, las virtudes y capacidades de los niños. Ellos

representaban el desarrollo futuro y la grandeza del

Incanato.

Sinchi Roca, siempre magnífico, siempre cauto y

naturalmente dispuesto a escuchar, acostumbrado a ser guía

y maestro del Tawantinsuyo, no dejaba que ninguna

inteligencia se desperdiciara. Era perceptivo y perspicaz, de

manera que sabía observar y distinguir la diferencia entre los

inteligentes y los hábiles, lo que le permitía asignar tareas y

responsabilidades según los atributos de cada quién.

Los genios estarían siempre cerca del Inca, asistiéndolo, o en

su defecto, en los templos, dedicados al estudio del tiempo y

la arquitectura, y especialmente, a la investigación y mejora

de los cultivos. Los místicos estaban al servicio del Inti, la

Quilla y Huiracocha. Trilogía clásica del Padre, la Madre y

el Espíritu que protegen el ayllu, que a su vez, representa la

vida y la supervivencia. Los místicos también se dedicaban

al estudio de las enfermedades y la preservación de la salud.

Nadie llegaba a gran jefe por ser la bestia guerrera, como

sucedía en las culturas orientales o en Europa mismo, donde

el botín de guerra era el fruto para la supervivencia

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 32

El Incanato vivía por el desarrollo de las comunidades que

de ellos aprendían. Jamás creció por el robo o el exterminio

de los pueblos más débiles. Cualquier actitud de este tipo era

severamente castigada. De otra manera, el Tawantinsuyo no

hubiera alcanzado una población tan importante como la

tuvo, de catorce millones de habitantes, considerando, y está

a la vista, una geografía tan difícil. Además, sus caminos no

hubieran subsistido en el tiempo como lo han hecho.

Simplemente, un hombre de la dimensión de Manco Capac,

pudo ver con claridad meridiana, que la base de la

convivencia es la buena voluntad y el entendimiento, los que

a su vez llevan a la alegría y el amor. Las quenas lo dicen y

lo sostienen.

No puedo imaginar el Incanato como un lugar triste,

oprimido y sojuzgado, como tampoco puedo comparar una

comunidad incaica con una tribu de otros continentes.

Manco Capac decía muy a menudo: No dejemos que la

alegría nos ciegue el camino, ni que el exceso de orgullo nos

eche por la barranca. Seamos mesurados y prudentes.

Por lo tanto, y como es natural, reniego desde estas líneas,

del infeliz que en su afán de menospreciar la cultura Inca,

inventó el cuento de la “noche de sangre de Rumi Ñahui”.

Prueba clara del espíritu de inferioridad español ante una

cultura social, agrícola y arquitectónicamente superior.

Citaré los versos finales de mi poema Qosco:

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Roger L. Casalino Castro 33

Nada se compara al enclave de tus piedras,

que nos inspiran a ser firmes y valientes,

a soportar... cargando Iglesias por los siglos,

como Cristo cargó la cruz hasta el calvario.

No puedo decir más sin ofender memorias,

no puedo escribir más sin desmentir historias,

mas la verdad de mi pluma escarba en el olvido,

para descubrir que Qosco... es cultura y es verdad.

Sin hacer alarde de poder y sin ninguna vestimenta especial

que lo destacara, el hombre del varayoc se presentó como el

responsable del poblado diciendo su nombre: soy Huamani,

y de inmediato, Quispe que lo conocía bien por ser de la

misma comunidad, le hizo ver a Antayhua que en él tendría

un excelente colaborador para el logro de los fines que tenía

encomendados por el Inca.

Sin perdida de tiempo, se sentaron a cambiar ideas sobre lo

que debían hacer para evitar el hambre durante los difíciles

meses que vendrían. Huamani sugirió que sería muy

importante integrar a este conjunto a Kunturi, por cuanto era

muy apreciado por ser un magnífico agricultor.

Informado Kunturi de la llegada de los emisarios del Inca, se

izo presente muy interesado en conocer los pormenores y

dispuesto a dar de sí lo que pudiera, por lo que de inmediato

se inició el diálogo:

Kunturi - Trabajo en la siembra, - léase cultivo – y estoy

dispuesto a colaborar si con ello puedo mejorar las cosechas

para que no falte comida en los ayllus.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 34

Antayhua - El Inca estará complacido de escuchar de ti. Él

necesita la colaboración de los más inteligentes y fuertes,

para que todos en el Incanato, principalmente los niños y

ancianos, nunca pasen hambre o puedan correr el riesgo de

morir de frío por falta de abrigo. En todo lo que hagamos,

debemos de tener en cuenta que los niños requieren la

mayor atención de los mayores y que los ancianos

merecen el mayor respeto y consideración.

Kunturi - Por ésta causa, mi corazón – alma y sentimiento

– es del Inca y estaré orgulloso de ser tu amigo. Tú tienes la

confianza de Quispe y sólo me queda ofrecerme para formar

parte de esa relación.

Quispe - Seremos como las manos, los brazos y las

piernas de un cuerpo unidos por el corazón. Trabajaremos

juntos y los ayllus de la región se unirán a nosotros en esta

misión.

Antayhua - El Inca, inspirado por su padre el Inti y por su

madre Quilla, podrá gobernar tranquilo con la seguridad de

que el entendimiento y la buena voluntad de todos sostendrá

la paz eternamente. Somos agricultores y la Pachamama nos

dará la fuerza necesaria para vivir en armonía.

Huamani - Sostendré ese criterio y lo comunicaré a los

demás varayocs de los ayllus vecinos, así podremos

mantener una organización de la que nuestro Inca pueda

estar satisfecho. Que nuestras jalcas y nevados sean testigos

de este juramento que hacemos para que cada pedazo de

tierra disponible sea productivo.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 35

De esta manera, Quispe, representando “la honda”, se

ocuparía de proveer caza y vestimenta. Kunturi

representando “la tajlla”, se ocuparía de las faenas

agrícolas, mientras que Huamani, quien ostentaba “el

varayoc”, vería la vivienda y el orden en el manejo de los

bienes destinados a la alimentación, y las semillas y los

saldos que debían aportar a otras comunidades menos

favorecidas.

Este comité estaba asistido por los ancianos del lugar,

quienes eran los encargados de transmitir a los niños todos

los conocimientos vividos y aprendidos de sus mayores en

su oportunidad. Las mujeres se ocupaban de cocinar, hilar y

tejer. Además, participaban activamente en la siembra,

cosecha y clasificación de semillas.

Éste era un comité simple y sabio al que Antayhua aportaba

los conocimientos traídos desde el Cusco, y cuya

transferencia, cumplía con todo fervor y respeto por orden

directa del Inca.

Antayhua lograba, de esta manera, su objetivo, pues al

hallar personas como ellos, allanaba su camino. Él, luego de

entregar los valiosos conocimientos que traía, podría

marchar tranquilo a su próxima pascana.

El sol estaba al ocaso y el firmamento se cubría de celajes y

bellos colores indicando que era hora de terminar las labores

del día y de preocuparse por buscar abrigo. Al día siguiente,

con el alba, comenzarían nuevamente las faenas.

Se acostumbraba a tomar los alimentos dos veces al día. Por

la mañana se preparaba “lagüa”, consistente en una sopa

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 36

espesa preparada con habas, quinua, quiwicha, cañihua y

otros productos disponibles y se acompañaba con “cancha”.

Por la tarde, se comía un guisado con papas y chuño, a la

que se agregaba cualquier tipo de carne de ave o cuyes, o

también cecina, chalona o charqui. Sin embargo, “la

pachamanca” (olla de tierra) se preparaba en las cosechas

para dar gracias a la tierra por sus dones. La cancha era el

complemento obligado de las comidas.

Antayhua se levantó al alba, tomó sus alimentos en

compañía de Kunturi y luego salió con éste a recorrer los

campos. Observaron los diversos tipos de suelos y la

capacidad de retención de agua y humedad de los mismos.

Calcularon las posibilidades de construir andenes en algunos

lugares para ampliar las áreas de cultivo.

A medida que, durante los días sucesivos, ampliaban su

recorrido, estudiaban en qué campos se sembraría cada

producto de acuerdo a las características del terreno,

haciendo hincapié en que no deberían sembrar más de dos

veces seguidas el mismo producto, en el mismo campo.

Cada vez, al final de las cosechas más importantes, un grupo

de hombres era enviado con una recua de llamas cargadas de

productos hacia la costa para ser entregados en los tambos,

donde recogían pescado salado, sal, zapallos y otros

productos de la región.

Perspicaz e inteligente, Antayhua había sabido influir en el

comportamiento del diario discurrir de aquella agrupación

de ayllus. Había logrado que tomaran conciencia de los

deseos del Inca, haciéndoles notar que éstos eran por el bien

de todos y que los objetivos se lograrían con el esfuerzo

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 37

común, de tal manera que, - y lo repetía insistentemente - en

los años de buenas cosechas ellos pudieran contribuir a

evitar el hambre en otras regiones menos favorecidas y que

durante los años malos ellos pudieran recibir el apoyo de

otros.

Esta filosofía de la escasez y la abundancia, resumida en una

palabra: “reciprocidad”, hacía que el clima, que muchas

veces se convierte en una dificultad insalvable, podía ser

compensado por el hecho de que la variedad de climas, que

en su gran extensión tenía el Incanato, les permitía cultivar

una diversidad igualmente grande de productos, además de

tener siempre la seguridad de que en muchas regiones sus

efectos no serían negativos.

Como la producción de alimentos no permitía su

almacenamiento por largo tiempo, éstos debían ser

repartidos y consumidos oportunamente. Al no existir el

dinero, no existía la actitud mercantilista. ¡No existía la

“acumulación”! Palabra clave del léxico bancario.

La posición dominante no indicaba con el dedo que:

“aquello que yo te doy vale mucho y aquello que tu me das

vale nada”, haciendo al poderoso más poderoso y al débil

más débil. Eso llegaría siglos después con los españoles.

A nadie se le podía ocurrir en ese tiempo, que ante una

posición de desventaja que se produjera en una región, la

ayuda que recibiera, tuviera que estar condicionada a ser

devuelta, inexorablemente, en la siguiente cosecha pero

duplicando la cantidad. El Incanato hubiera desaparecido en

diez años, los pueblos se hubieran convertido en nómadas y

asaltantes para vivir los unos del esfuerzo de los otros. Se

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hubiera llegado al imperio de la rapiña y la esclavitud.

Patrimonio euro–oriental importado y magnificado en

América bajo la fórmula del “interés simple y el interés

compuesto” que siempre termina siendo “descompuesto”

porque huele a cocina.

Sabemos que las cosas sucedieron tal como lo manifiesto,

sabemos fue así porque así lo percibe nuestro corazón

peruano, tal como lo estoy diciendo, porque los Incas tenían

un principio fundamental, elemental para sostener el orden y

la armonía y equidad de manera permanente:

Ama sua - no sea ladrón. Ama llulla - no seas mentiroso. Ama ccella - no seas ocioso.

La cultura social del Incanato, asentada sobre las bases del

bienestar general, tenía como objetivo lograr suficiente

cantidad de alimento y abrigo para todos, mediante la lucha

permanente contra los cambios naturales y sus efectos, tanto

por las variantes del clima como de la topografía.

Durante aquellos veranos que se caracterizan por que las

lluvias avanzan hacia la costa, se producían, y se producen

hasta hoy, en las partes altas, los huaicos que arrastran lodo

y grandes piedras generando caos en las casas que son

sorprendidas por su fuerza incontenible, pero también se dan

casos en los que, en las partes bajas de los valles, se

producen las “llapanas” – pequeños huaicos que arrastran

tierra nueva- que inundan los cultivos.

Para estos casos o avenidas especiales que son las llapanas,

Antayhua recomendaba prevenirlas estudiando los cauces

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 39

para crear en ellos pequeñas cascadas que redujeran su

fuerza y luego poder orientar su caudal hacia zonas que

después pudieran ser convertidas en terrenos de cultivo.

Hay que tener en cuenta, les decía, que la tierra que arrastra

la llapana es muy buena y que después podremos sacar

provecho de los terrenos que se formen. Observa que todos

nuestros sembríos están sobre parcelas que han sido lecho

de río o inundados por la llapana.

En su lucha por conocer las variables del tiempo, a través del

estudio del sol, la luna y las estrellas, los Incas aprendieron

a ubicarse en el presente, aprovechar las experiencias del

pasado y proyectarse al futuro, posición que les dio una

dimensión sobrenatural para la época.

Aprendieron a ser conscientes y consecuentes. Los hombres

eran valientes, corteses y respetuosos. Las mujeres fueron

abnegadas madres cariñosas. El concepto de familia era

soportado por los pilares básicos de la unión y la razón de

su lucha contra los excesos de la naturaleza, la que

provocaba avalanchas y huaycos unas veces, o sequías y

heladas, otras.

Lo usual era ver a una niña abrazada a la pierna de la madre

y a un niño abrazado a la pierna del padre, como quien

siente la necesidad de tomar una muestra del camino por el

que deberá ir en la vida, y desde ya, aceptando las

obligaciones que le tocarán por ser hombre o mujer.

Encontraban consuelo en el trabajo y distracción en la

música y la danza, pero sobre todo, en la alegría de los

niños. El indio taciturno surgiría después de la conquista

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 40

como resultado de la opresión y el aislamiento cultural,

apartado de sus propias razones. Se reunían para festejar

el inicio de las lluvias y el logro de las cosechas; adoraban el

amanecer y el ocaso, lloraban con tristeza por sus muertos y

les rendían culto. La espiritualidad era una realidad presente.

Sentimientos de bondad y sinceridad cotidiana no

destacados en los libros, debido seguramente, a la necesidad

de mantener la idea de la condición infrahumana de los

naturales, sin lugar a dudas, para conservar esa hegemonía a

la que los impulsaba la obsesión por obtener riquezas y

poder irrestrictos. Estos productos importados y sublimados

por la verdad sacrosanta, socavaron muchas voluntades.

Pero, será mejor que digamos nuestra propia verdad en unos

versos:

La Verdad

La verdad es aquella

que me levanta al amanecer,

la que veo cuando sale el Sol,

cuando despiertan las flores,

cuando se avivan las hojas,

cuando comienza el trabajo.

Tomo mi tajlla,

voy a los campos,

a cultivar la tierra

cuando brilla el Sol,

porque él es la vida,

porque él es el Inti,

que me deja ver,

que me da calor.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 41

Y cuando él descansa,

al caer la tarde,

descanso también.

Entonces la luna,

que es la madre Quilla,

me guarda en mis sueños,

contándome historias,

de vida y amor.

Cuando Antayhua y Quispe se encontraron por primera vez,

ninguno de los dos manifestó una actitud de beligerancia

plena, pues ambos estuvieron desde el primer momento

dispuestos a escuchar y a cambiar ideas. Ambos tenían el

valor suficiente para ser prudentes, ambos poseían la

serenidad de espíritu necesaria para escuchar razones, ambos

estaban allí en busca de lo mismo: el bien de todos.

Antayhua era el mensajero de la vida, su misión era ayudar a

salvarlos mediante el cultivo de la razón basado en el cultivo

de la tierra, y en la distribución racional y consciente de las

ideas y sus frutos.

Quispe era la mano firme que orientaría a los suyos a

contribuir con esfuerzo y dedicación, con paciencia y

comprensión, a llevar a cabo esa noble misión.

El progreso era pues, más espiritual que físico o económico

– aunque vista la economía de una manera distinta –

encaminado hacia el bienestar alejado del egoísmo

pernicioso. El orgullo estaba en la dignidad del trabajo y

en la satisfacción de ver a todos satisfechos.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 42

La gloria se encuentra cuando se logra amar y ser amado

con serenidad; querer y ser querido con afecto; dar y

recibir con devoción; vivir y morir con dignidad.

Por todo esto y por ese sentimiento místico que albergaba el

corazón de Antayhua, sentimiento que había sido cultivado

en él y tantos otros como él, en los templos del Incanato,

hoy mal llamados fortalezas, se podía aspirar a una cultura

social libre de ambiciones personales.

Las guerras son siempre económicas y sus banderas

símbolos de muerte. El amor y la paz son como hongos en

los pies del guerrero que le estorban al caminar por lo que

sólo piensa en eliminarlos.

Había llegado el momento de partir. Antayhua preparaba su

poncho y su varayoc, y aquellas personas que lo

acompañaban, las semillas destinadas a ser sembradas en los

valles de la costa, en otros climas.

Una comitiva encabezada por Quispe, Kunturi y Huamani

los acompañó en señal de afecto hasta varias leguas del

poblado, comprometiéndose a que se comunicarían cada vez

que fuera posible.

Cuando llegaron a Huanca, en la parte alta del valle de

Acarí, encontraron unos ayllus que se dedicaban a la caza de

palomas, abundantes en los montes (léase bosques)

formados por cayacasos y sauces, chilcas, mangles y

guacanes que eran surcados por el río, cuyas aguas

proporcionaban abundante pesca de camarones, bagres y

pequeñas lizas.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 43

Casi no tenían agricultura por lo que se limitaban a la

extracción de frutos como pacaes y tunas, guayabas y

pepinos y también algunos otros en estado casi silvestre,

como eran los zapallos, tomates, tumbos y muchos más.

La gente de Antayhua inmediatamente evaluó y determinó

que las tierras eran buenas y que el agua no faltaba. Tendrían

que establecer un sistema de regadío para lo que construirían

tomas y acequias, luego sacrificarían la parte exterior del

monte para hacer de esa zona los terrenos de cultivo. El

monte de la ribera del río serviría para sostener el cauce

firme.

Rápidamente la noticia de su llegada se extendió a lo largo

del valle hasta la desembocadura del río en Chaviña. De

cada pueblo enviaron hombres para observar y aprender de

él, por lo que decidió hacer de Huanca, Ñawipampa y

Mallco, centros de aprendizaje.

Aprovecharían el invierno para hacer los canales y tomas de

agua, y para sembrar las la mayor cantidad de especies que

les fuera posible, de tal manera que pudieran luego

determinar el rendimiento de cada una de ellas y tratar de

lograr otra cosecha durante el verano.

Después de esto, Antayhua distribuyó sus hombres a lo largo

de todo el valle y procedió a enviar emisarios a Yauca y

Jaquí para invitarlos a que vinieran a ver lo que aquí se

estaba haciendo, de manera que ellos pudieran adelantar

trabajos en sus comunidades.

El valle de Acarí se convirtió en un lugar de alta

productividad y allí se instalaron más tambos y colcas

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 44

destinados al almacenaje de productos que serían llevados

luego a otros pueblos.

Antayhua llegaba a enseñar, sin embargo, encontraba que en

cada pueblo siempre había algo que aprender. Así fue que al

llegar a Huanca pudo observar sus métodos y habilidades

para pescar.

Ellos encausaban una parte del río y lo canalizaban en forma

de embudo a un punto en el que hacían una pequeña caída.

Justamente allí colocaban un “pache”.

El pache consistía en un tejido de cañabrava, cuyas medidas

eran de una braza de ancho por dos de largo. Colocado en la

caída, ligeramente inclinado hacia arriba, hacía las veces de

filtro y en él quedaban atrapados los camarones y lizas que

iban con la corriente de agua. Como en el contorno se

colocaban ramas de sauce, no era necesario estar pendiente

de la pesca. Con ir a recogerla un par de veces al día, en la

mañana y al atardecer, era suficiente.

Era común en la región secar el maíz utilizando un “chipo”,

ya que de esta manera, evitaban que los pájaros diezmaran

sus cosechas y de paso les servía como trampa para cazar

palomas. El chipo consistía en una construcción de cañas

que se hacía en un lugar descampado y con mucha

ventilación, de manera que el aire se filtraba entre las cañas

oreando adecuadamente el maíz. El techo era un tejido

abierto de cañas cruzadas, para darle a las aberturas la forma

de un rombo, y lo suficientemente grandes como para

permitir que las palomas pudieran ingresar, atraídas por el

maíz, pero no salir, al tener que volar con las alas

desplegadas. Este trabajo tenía que hacerse muy

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Roger L. Casalino Castro 45

concienzudamente, ya que la cuculí es muy desconfiada, y si

tan sólo una lograba escapar, no volverían a ingresar más

dejando ese chipo inutilizado como trampa.

También era común y casi se podría decir, ritual, que cada

vez que se sembraba un campo, se utilizaran los

“manchachis”, –espanta pájaros- los que comúnmente se

confeccionaban con palos y totora, se daba forma de cuerpo

humano, para luego pintarlos de colores utilizando arcillas

húmedas.

Cuando consideró terminada su labor en Acarí, Antayhua

hizo un viaje a Yauca y Jaquí con la finalidad de observar

los trabajos que se habían realizado simultáneamente allí, y

de paso dar las últimas indicaciones a que hubiera lugar para

efectuar las mejoras que fueran necesarias.

Ahora él debía establecer en Atiquipa el campo de

experimentación que tanto deseaba. Una especie de vivero

donde las plantas pudieran sobrevivir en condiciones

adversas de clima, escasez de agua y por largos períodos de

ausencia de lluvias.

Para ello, implantó varias familias que trajo de los valles y

quebradas vecinas. Este era un trabajo realmente difícil.

Todo lo que había logrado con gran suceso hasta hoy había

sido solamente el prólogo para la gran tarea que le esperaba.

Contaba con un equipo capaz y hábil. Comenzaron

sembrando árboles que pudieran retener humedad y agua en

las pequeñas quebradas que bajaban de los cerros y

aprovecharon cada recodo disponible para sembrar plantas

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Roger L. Casalino Castro 46

que les aportaran una provisión de alimentos y frutas

frescas.

Surcaron las lomas y con sólo las pequeñas lloviznas, la

niebla y la humedad del ambiente, hicieron germinar

semillas de las que lograron cosechas, indudablemente no

importantes al principio, pero que fueron mejorando a

medida que iban descubriendo las mejores condiciones y

ciclos requeridos por cada especie.

Simultáneamente los conocimientos que adquirían, eran

llevados a otras comunidades, donde con apenas un poco de

mejores condiciones de clima y de riego, obtenían

excelentes resultados.

Como una atención especial a su dedicación y al tiempo

dedicado a tan fructífera labor, Antayhua recibió la visita del

Inca Sinchi Roca, quien llegó acompañado de un ejército de

cuarenta mil hombres, cuyas únicas armas eran las mismas

que siempre portaba Antayhua y su grupo: la tajlla y los

mazos que algunos llevaban, y que servían, como ya

también se ha dicho, para romper los terrones que impedían

la retención uniforme de la humedad.

En dos fases de luna que permanecieron allí, aquel ejército

de agricultores, mejoró los caminos, los canales de retención

de agua y las viviendas de los ayllus. Trajeron gran cantidad

de plantas recomendadas por los sabios del Cusco, las que

sembraron de manera que sirvieran de sombra, abrigo y para

asegurar la provisión de agua por retención de humedad en

las quebradas.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 47

Al anochecer, en un momento de quietud, después de

concluir las faenas del día, Sinchi Roca se enfrascó en una

conversación con Antayhua.

- El Inca: Este viaje es para mi un sueño realizado,

por cuanto me ha permitido llegar a un lugar donde

se siembran esperanzas.

- Antayhua: Sembramos la semilla con cariño y

cultivamos la tierra con paciencia.

- El Inca: Veo en ti un pedazo de mi espíritu, porque

comprendes mi pensamiento, que no es solamente

para hoy.

- Antayhua: Si el presente es la siembra y el mañana

es la cosecha, entonces no hay duda que tendremos

la protección de Huiracocha.

- El Inca: El espíritu del Ande no dejará que las

lágrimas surquen en vano las mejillas.

- Antayhua: Si cada lágrima se convierte en fruto,

entonces no pasaremos hambre.

- El Inca: Pide y tendrás lo que necesitas.

- Antayhua: Estamos aquí para dar y eso seguiremos

haciendo. Nuestro brazo será más fuerte y nuestro

espíritu más firme para enseñar.

- El Inca: Recuerda que los momentos difíciles no

son aquellos en los que el dolor pone a prueba

nuestra fortaleza, sino aquellos en los que la alegría

no nos deja ver con claridad.

- Antayhua: Es el consejo más sabio que he recibido.

En adelante, siempre lo tendré presente.

- El Inca: Es duro heredar una obligación, pero es

reconfortante encontrar alguien que nos ayude a

soportarla.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 48

Dicho esto, el Inca se retiró a descansar en medio de la

apacible noche de Atiquipa, donde la paksa –claridad de la

luna- destacaba el perfil de los cerros por el oriente y la

sonrisa de la rompiente del mar por el occidente.

El Inca entregó una hermosa Ñusta para que Antayhua

formara familia, de tal manera que fuera ejemplo y guía en

el lugar. Kukulí había sido enseñada en el arte de hilar y

tejer, y a su vez, ella enseñaría a todas las mujeres de la

región a mejorar la vestimenta.

De paso se aumentó el número de chasquis para sostener una

comunicación fluida con el Cusco, de manera que por lo

menos, en cada fase de luna, dos chasquis llegaran y

partieran de Atiquipa.

La pesca rudimentaria que hacían con gran dificultad,

mereció una atención especial. Mejoraron un sistema de

flechas y lanzas confeccionadas con sacuaras y afiladas

puntas dentadas de madera de guarango o espino. Armaron

trampas para cazar cangrejos y pancoras y confeccionaron

redes con hilado de algodón y también botes de totora.

Se aprovisionaron de gran cantidad de sal y prepararon

tendales, a fin de que cada vez que hubiera una varazón de

anchovetas - muy común por esos tiempos - todo el mundo

dejaría las tareas agrícolas e iría a recoger la mayor cantidad

de éstos pequeños peces que le fuera posible. Luego serían

llevados a los tendales, y arrumados por capas sucesivas,

una sobre otra, de anchovetas y de sal. Una vez

acondicionadas así, serían cubiertas con esteras de totora, y

de esta manera, podrían conservar el nutritivo y poderoso

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 49

alimento por mucho tiempo para atender fluidamente a los

pueblos de la sierra.

Un día, pasados unos años, Antayhua y su familia recibieron

una grata sorpresa: Quispe, su esposa y dos hijos, haciendo

gala de una profunda amistad, no quisieron dejar pasar la

oportunidad de reunirse nuevamente con él en Atiquipa, así

es que, aprovechando la ocasión de estar en Acarí, a donde

llegaron conduciendo una recua de llamas cargadas de

quinua, habas y papas y después de entregar su cargamento

en las colcas, partieron a visitarlo mientras les preparaban la

carga que a su retorno, llevarían a Cora Cora, la misma que

consistiría en pacaes, pepinos, zapallos y frijoles.

Quispe no podía quedarse por mucho tiempo, pero los pocos

días que estuvo allí, fueron motivo de mucha alegría. Para

colmar ese sentimiento de confianza y amistad, él y su

esposa convinieron en dejar con ellos a uno de sus hijos

llamado Poma, con el propósito de que aprenda directamente

de su sabiduría.

- La amistad se sostiene en la nobleza de un corazón

puro, le dijo Antayhua al despedirse.

- A lo que Quispe respondió: Quedas con mi hijo que

es parte de mí y me lo devolverás con tus

conocimientos, que son parte de ti, lo que para mí,

es un honor.

- La mano que se apoya en el corazón es doblemente

fuerte, pues posee la fortaleza propia y la del

espíritu, agregó Antayhua con satisfacción.

Dicho esto, pusieron, cada uno de ellos, sus manos sobre los

hombros del otro en actitud de franqueza. Fue un momento

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 50

realmente emocionante para dos hombres fuertes pero

dotados de gran sensibilidad.

Además de las labores de la casa, las mujeres, siguiendo las

enseñanzas de Kukulí, la esposa de Antayhua, hilaban y

tejían constantemente, pues en Atiquipa las noches de

invierno son húmedas y frías. Para ello les enviaban lanas de

alpaca desde el Collao y Cusco, y recibían algodón natural

color café de los valles de la costa.

Durante las reuniones que constantemente sostenía Kukulí

con las jóvenes de los diferentes ayllus que visitaba con el

fin de enseñarles a hilar y tejer, les contaba historias y les

decía algunos poemas para facilitar la captación del mensaje,

que como futuras esposas, debían escuchar con atención.

También les contaba cuentos y les recitaba poemas rosa que

aumentaban su sensibilidad de adolescentes.

Una vez que tenía la atención plena de las chicas,

comenzaba diciendo: Los ojos de la joven brillaban a la luz

de la luna, en la frente lucía un pequeño adorno

cuidadosamente tejido con lana de vicuña que ella misma

había hecho con esmero, y que terminaba en dos largas

trencillas que circundaban su cabeza.

El largo y negro pelo le colgaba sobre los hombros en dos

gruesas trenzas que destacaban sobre su hermosa figura

juvenil, en los años en que, como una flor, podía mostrar sus

encantos con naturalidad, deseando formar un hogar.

Aún inocente, ella no sabía por qué, pero su instinto natural

la llenaba de inquietud cuando observaba con curiosidad a

los jóvenes, quienes no se atrevían a mirarla fijamente sin

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sentir cierta vergüenza y bajaban la mirada, entonces ella

con rubor, hacía lo mismo y luego levantaba un ojo para

seguirlos mirando.

Cuando al bañarse en el arroyo, notaba que se iba haciendo

mujer, intuía que pronto tendría que formar familia. En un

acto de confianza, habló con su mamacha para expresarle

sus dudas y temores por el cambio de actitud que notaba

ante los hombres.

La mamacha le explicó con mucho cariño que le había

llegado el tiempo del amor, que su corazón le diría por quién

al palpitar, pero que era muy importante tener mucho

cuidado para asegurarse de que, aquel que dulcemente le

quitaba el sueño, tampoco dormía por las noches pensando

en ella.

Efectivamente, poco tiempo después, camino del sembrío se

encontró con uno de los jóvenes del ayllu quien le hizo

compañía en su camino.

Mientras ella preparaba las semillas y sembraba, él trabajaba

en el andén que estaba al lado, sin embargo, constantemente

sus miradas se cruzaban haciendo que ella, con ilusión,

esperara el fin de la jornada para tener la oportunidad de

saber si él, se atrevería o no, a ofrecerle compañía

nuevamente.

Así fue, él, rápidamente le cortó el camino, se acercó a ella y

le tomó la mano; entonces ella la retiró con temor, pero

sentía la necesidad de que él la tomara nuevamente. Él

volvió a la carga, y aparentando dar un tropezón, la abrazó

como quien se sujeta para no caer, ella lo sostuvo por un

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momento, tan cerca de él, que se sobresaltó y luego lo

rechazó con suavidad, pero con esa coquetería natural que

usamos las mujeres

Simultáneamente, en ambos surgió la necesidad espontánea

de hablarse y contarse cosas, perdieron el temor y se

tomaron de las manos y fueron en dirección al arroyo. Allí

se lavaron, se echaron agua y rieron juntos con gran alegría,

como si fueran los dos únicos seres sobre la tierra.

De pronto, ella, mujer, más consciente que los hombres, al

ver que caía la noche, volvió a la realidad y se dio cuenta

que tenían que regresar. Con firmeza concluyó el juego y

retornaron corriendo, pero dándose pequeños empujones y

pellizcos sin dejar de reír todo el camino.

Cuando ella entró a la casa, medio mojada, sonrosada y con

una sonrisa de felicidad que no había mostrado antes, la

mamacha supo que había llegado el momento.

Los padres de ambos hablaron y convinieron que festejarían

la unión con la próxima cosecha de maíz. Mientras tanto, él

construiría una casa y ella tejería mantas para tener con que

cubrirse y protegerse del frío.

La casa sería simple y consistiría: en la parte delantera, una

habitación grande que serviría como cocina, comedor y

también como lugar de reunión al calor del fogón. Luego

vendría otro cuarto para dormir, y en la parte posterior, un

corral donde se criarían cuyes, perdices y ocasionalmente un

venado o alguna llama o alpaca que perdiera a su madre.

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Se acostumbraba que el primer día que habitaban la casa,

ella tenía que sembrar un árbol en el corral, y él, otro árbol

en la parte delantera, dejando espacio para que más adelante,

cada hijo, al llegar a la edad de recordar, pudiera sembrar el

suyo al lado del que sembrara el padre o la madre, según

fueran hombre o mujer.

El árbol exterior era el símbolo de la hombría y

representaba la obligación de abrirse a la vida, mientras

el árbol interior era el símbolo de la feminidad y la

encomienda de cuidar el ayllu.

Los padres ayudarían en las construcción y las madres

enseñarían a ella todo aquello que aún no supiera para

sobrellevar el serviñacuy y luego ser una buena esposa y

madre.

Entonces, una vez terminado el cuento, Kukulí les recitaba

los versos que le enseñara su madre:

El primer amor

Si el amor llama a tu puerta,

no le digas nunca no,

tampoco le digas si,

dile, pues, lo pensaré.

Si él insiste con que quiere,

dile pues, quizá, algún día,

cuando me ofrezcas la dicha

que haga palpitar mi pecho.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 54

Él te dirá muchas cosas,

te ofrecerá muchas más,

pero tú dirás que no

y cerrarás tus encantos.

Él te dirá cosas lindas,

te pegará con cariño,

y una cosquilla al sobaco

para que pierdas la calma.

Te reirás mucho de él,

reirán juntos los dos,

otra cosquilla a los pies,

mas no abrirás tus encantos.

Le pedirás que te deje

y que regrese otro día,

que para entonces quizá...

si es que te ofrece la vida.

Él volverá, no lo dudes,

fácil se alocan los hombres,

pues no soportan el no,

de la mujer que ellos quieren.

Tú, resiste las cosquillas

y esos golpes de cariño,

y así tu macho tendrás,

en los brazos como un niño.

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Los Hijos del Ande

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Estos versos tenían la virtud de generar coquetería e

inquietud en las jóvenes, las que de inmediato reían y

cuchicheaban avizorando un nuevo mundo ante sí.

En otras ocasiones las hacía recitar un poema destinado a

crear en ellas una actitud romántica:

Botón en Flor

El botón en flor que llora gotas de rocío,

nos ofrece la frescura de inocentes años,

pétalos tiernos que se abren a la vida,

para expresar la belleza de una flor.

Nos llama a la caricia llena de alegría,

brillando coqueta al salir el sol,

ofrece su polen a una mariposa,

que viene trayendo sueños de ilusión.

Vienen las abejas a trabajar la miel,

luego un picaflor se arrima al festín,

mientras luce hermosa todo su esplendor,

la más bella flor que adorna el jardín.

Al caer la tarde ve caer el sol,

se curva graciosa mirando al ocaso

recoge los pétalos guardando sus sueños,

después de gozar de un día de amor.

Las enseñanzas de Kukulí estaban llenas de alegría. Partían

de un corazón noble que se daba íntegro para que todos

pudieran vivir con felicidad. Indudablemente, tanto ella

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Roger L. Casalino Castro 56

como Antayhua se complementaban en una relación serena e

inteligente en la lucha que ambos sostenían cada día, sin

apuro, para mantener la armonía en la vida cotidiana.

En Atiquipa, solamente tenían criaderos de llamas, las que

eran regularmente utilizadas como animales de carga,

aunque también, llegado el momento, eran sacrificadas para

la preparación de charqui, un alimento muy apreciado.

Periódicamente, Antayhua, acompañado de algunos de sus

colaboradores, hacía viajes a los valles de Acarí y Jaquí por

el norte, y de Chala y Cháparra por el sur, con la finalidad de

enterarse directamente de los resultados obtenidos en las

cosechas, y de paso, sugerir la aplicación de las mejoras, que

gracias a sus investigaciones, él considerara necesario

realizar.

Esta es una región muy difícil para el cultivo debido a su

geografía, y también, por carecer de agua en el momento en

que los cultivos más la necesitan. Por eso, las

investigaciones que se hacían en Atiquipa eran muy

importantes, y lo que él lograba era aceptado por todos,

poniendo luego especial cuidado en aplicarlos

adecuadamente.

Somos un país grande porque fue hecho grande a través

de miles de años de sacrificio y esfuerzo, por haber

sabido acumular conocimientos y experiencias, por

haber canalizado, no solamente las aguas, sino todos

aquellos conocimientos en bien de un pueblo que se hizo

partícipe voluntario de la necesidad de mantenerse unido

en busca de bienestar.

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Los Hijos del Ande

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Pasado un tiempo, Antayhua les contaba a Poma, el hijo de

Quispe y a los suyos, Tupac y Mamani, cómo Kunturi, con

gran esfuerzo, cultivaba en las altas cumbres al pie de los

barrancos. Les explicaba el por qué de la importancia de

acumular la mayor cantidad posible de conocimientos, pues

también ellos, quizá más pronto de lo que esperaban,

tendrían que salir a otras tierras, a otros pueblos, a enseñar lo

que sabían.

Era la sagrada misión encomendada por el Inca el transmitir

los conocimientos, de la misma forma como se venía

haciendo en el Incanato desde sus antepasados, muchos

miles de lunas atrás, desde el primer Inca, Tanta Tupac Cusi,

quien fuera dotado de gran inteligencia por el Inti, y que con

gran visión del futuro, unió a los pueblos en el sagrado deber

de sembrar y cultivar la tierra.

Pero había algo más. Era el conocimiento del mundo que

nos rodea, del que gobierna el clima, la lluvia y las fuerzas

de la naturaleza, aquel que era conocido por los más

inteligentes y dedicados del Incanato. Eran aquellos a

quienes el Inti había dado dones especiales.

Ellos estaban en Saqsayhuaman y Machu Picchu, en Nazca

y Chavín, en Chan Chan y Pachacamac, y en Qenco y

Tiahuanaku. Ellos sabían con sólo mirar. Ellos sabían por la

brisa y por el olor del ambiente. Leían los celajes al

atardecer.

Los pututus anunciaban la llegada de los chasquis que

cruzaban por Atiquipa en diferentes direcciones. Todos los

centros de investigación estaban interconectados por

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Los Hijos del Ande

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caminos principales y cada situación importante era

informada al Cusco.

Así pues, el Cusco era:

“Corazón de Corazón” “Todos limitan con él y él no

limita con ninguno” “El poeta tal vez pueda abrir la

puerta cerrada desde antiguo del más purísimo amor”

“Lugar donde el burgués sólo podrá encontrar comida”.

“Aquí puede verse sin atajos el color del canto de los

pájaros invisibles”.

Estas leyendas, sublimes y profundas, gravadas en un

cuadro del siglo dieciséis que se encuentra en un restaurante

de la plaza de armas del Cusco, nos indican una variedad

increíble de bondades para decirnos que el amor se guardaba

con respeto y que el romanticismo existía en el Incanato de

la forma más pura.

La sensibilidad de Antayhua encontró en Kukulí el amor,

que sin saberlo, había estado buscando siempre, para que en

la comprensión y alegría que le proporcionaba, realizara con

más esmero aún su difícil tarea. La amó profundamente y de

ella, alma sencilla y pura, recibió ternura y cariño. Gracias a

estas virtudes pudieron criar a sus hijos con la serenidad y

respeto necesarios para poder inducir estas cualidades en los

demás miembros de los ayllus de las comunidades que

visitaban periódicamente.

Kukulí, mujer tierna que no encontró diferencia entre la vida

en el palacio del Inca y la soledad aparente de las lomas de

Atiquipa, llenó su vida con la dicha de ser esposa de un

hombre sano y sabio, entregado totalmente a servir a los

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 59

demás, y quien además, no dejaba de halagarla con poemas

simples en los que le manifestaba su amor y confianza.

Kukulí que cantas al amanecer

para alegrar mi camino,

para hacerme conocer

que voy hacia buen destino.

Kukulí que me acompañas

volando de rama en rama,

que yo siento en mis entrañas

porque me inspiras amor.

Antayhua, acompañado por sus dos hijos mayores, Tupac y

Mamani, emprendieron viaje a Nazca con la finalidad de

visitar a los sabios del tiempo. Era una ilusión que siempre

había tenido y que ahora se haría realidad en compañía de

sus hijos, quienes con entusiasmo juvenil, seguían sus pasos.

El recorrido era largo, pues de paso, visitarían algunos

pueblos en el camino, sin embargo, esperaban que el viaje

no les tomara más de dos lunas. Kukulí intuía con mucha

pena, pero con resignación y responsabilidad, que a uno de

ellos no lo volvería a ver por un buen tiempo, quizá por un

largo tiempo.

Partieron por el camino del norte en jornadas marcadas por

las aguadas, por lo tanto, después de dejar el valle de Acarí,

por la desembocadura del río en Chaviña, caminaron hacia

las aguadas de Sacaco, luego Lomas y después Jahuay. Allí

descansaron, porque la jornada desde Chaviña era agotadora

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Roger L. Casalino Castro 60

y sobre todo porque al día siguiente les esperaba un largo

tramo hasta Poroma, una pampa cruzada por un riachuelo

lánguido pero cubierta de guarangos. Hasta allí, habrían

cubierto el tramo más pesado de la ruta, ya que la jornada a

Nazca que emprenderían al día siguiente era relativamente

corta.

Entusiasmados por la idea de conocer los púquios de

Bisambra y Cantayo, Aja y Majoro y muchos otros que

servían para regar el árido valle, se quedaron conversando

hasta tarde durante aquella noche de luna clara, la que

podían ver a través de las ramas del guarango que les servía

de cobija.

Fueron recibidos con muestras de afecto por los sabios del

lugar, pues ya habían sido advertidos de su visita por los

chasquis. A pesar del cansancio del viaje, iniciaron un

recorrido de reconocimiento por los púquios más cercanos,

resultando todo tan interesante y prometedor, que Antayhua

decidió que dedicaría una luna al estudio de su construcción

y mantenimiento.

Al fin, una madrugada partieron hacia el calendario, donde

llegaron al medio día. El recibimiento de que fueron objeto

por los sabios del tiempo, fue simple y natural. Tan normal

como si se conocieran de mucho tiempo atrás.

Todos ellos eran místicos dedicados íntegramente a la

observación de los detalles climáticos y movimientos de la

luna y las estrellas. En cada uno de los símbolos de la gran

pampa, tres sabios se ubicaban cada noche a observar y

discutir sus puntos de vista. Para ver el firmamento con

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 61

mayor precisión utilizaban cañas perforadas de diferentes

tamaños.

Tupac, el hijo mayor de Antayhua, había quedado en

Bisambra con el encargo de continuar con el estudio sobre

los púquios durante el tiempo que ellos permanecieran en el

calendario. Estaba muy satisfecho con tal decisión, pues en

Atiquipa resultaría sumamente importante aplicar esas

técnicas.

Las observaciones en el calendario exigían tanta dedicación,

por ser tan complicadas, que consideró que no sería

necesario permanecer allí por mucho tiempo, pero eso sí,

dejaría a Mamani por un largo período. Mientras tanto él se

dedicó al estudio de la interpretación correcta de los

mensajes que eran enviados por intermedio de los chasquis.

Después de unos días, Mamani se hallaba deslumbrado por

todo lo que escuchaba y se mostró sumamente interesado en

aprender cada vez más, a tal punto, que los sabios pidieron a

Antayhua que lo dejara con ellos, con la idea de que

considerarían la posibilidad de que se quedara a servir y

estudiar en el calendario.

Le hicieron saber que no significaba que quedaría retenido

para siempre, ya que él tendría oportunidad de visitar su

familia cada vez que viajara a otros puntos de observación

con quienes se mantenían contacto e intercambio

permanente.

La mística profunda de Chavín y Tiahuanaku, la práctica en

la aplicación de Chan Chan y Pchacamac y la gran cantidad

de conocimientos congregados en los observatorios de

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 62

Saqsayhuaman, Machu Picchu y Quenko, no podían

mantenerse aislados. La antigüedad que todos tenían y la

herencia que representaban, mantenían y proyectaban, hacía

que fueran considerados como el patrimonio más importante

del Incanato.

Allí, en las asoleadas y desérticas pampas de Nazca, no sólo

aprendieron sobre el sol, la luna y las estrellas, sobre el

tiempo y los vientos, también aprendieron de boca de esos

hombres de cultura superior, la Oración a Machu Picchu que

con mucho fervor decían, y que luego ellos enseñarían en

sus ayllus para perpetuar su mensaje.

Plegaria en Machu Picchu

Emerge de la noche

entre rayos truenos y centellas,

anunciando la aparición de un nuevo día.

Emerge Machu Picchu,

corona magnífica del Ande,

espíritu del conocimiento,

resumen de la vida.

Vida que ilumina las tinieblas,

tinieblas de un destino abierto,

destino de seres de otros mundos

que llegan a sembrar en nuestra tierra.

Que vienen a hacer cosas hermosas

desde lejanas estancias,

con humildad casi divina,

con respeto a nuestros Apus.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 63

Machu Picchu guía de los cielos,

galáctico templo de los dioses,

compendio espiritual de las estrellas...

guía mis pasos...

Tú que eres la ilusión en la niñez,

la esperanza en la juventud,

el consuelo en la vejez...

sé mi refugio...

Musa de los poetas,

espíritu de los místicos,

delirio de la grandeza,

pasión de lo desconocido...

disipa mis dudas...

Fuerza de padre,

amor de madre,

espiritualidad de los principios...

protege mi ayllu...

Antayhua, casi poseído por la espiritualidad de los días

pasados en el gran calendario, partió con pena pero

orgulloso de que su hijo hubiera quedado aceptado e

insertado en ese grupo de importantes sabios y visionarios.

Sabía que pronto tendría noticias de él por los chasquis.

Para despedirse de su hijo, al abrazarlo tiernamente, y como

una invocación a la reflexión, le dijo:

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Roger L. Casalino Castro 64

- “Mírame bien. Las arrugas de mi frente, no son tan

viejas como yo. Ni tan jóvenes... como la tersura del

espíritu... que sin embargo... es tan viejo”

- Mamani, con cariño, le respondió: “Recordaré cada

una de tus palabras y las meditaré, para apreciar

con más amplitud, cada una de tus enseñanzas”

- Haz que tu madre pueda vivir orgullosa de ti.

- Dale mi corazón. Yo viviré con su recuerdo.

Al llegar a Bisambra, encontró a Tupac muy entusiasmado

con el comportamiento de los púquios y todo lo que había

visto, por lo que sin pensarlo dos veces acordaron quedarse

por una luna más, para que juntos, acumularan

conocimientos importantes que pudieran aplicar en Atiquipa.

Quizá podrían darle una nueva dimensión a sus experiencias

allí.

Retornaron después de casi tres lunas de su partida.

Recibidos con gran alegría y felicidad hicieron una gran

reunión con todos los encargados de los diferentes cultivos,

para explicarles, a grandes rasgos, lo que habían aprendido y

que tratarían de aplicar en sus experimentos.

Tupac estudiaría las vertientes y las quebradas y trataría de

hallar aguas subterráneas para construir un púquio que les

permitiera tener agua corriente todo el tiempo. Acordaron

pedir a Nazca que les enviaran un sabio para facilitar el

descubrimiento de alguna fuente oculta.

Fuerza y éxitos, fracasos y paciencia, iban de la mano sin

que desmayaran en su lucha por obtener las mejoras que

debían necesariamente lograr.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 65

Los niños y los ancianos hacían un grupo muy unido que

permanentemente estaba haciendo visitas a los campos, al

mar y a las casas donde trabajaban o hacían sus labores las

mujeres, con la finalidad de darles la oportunidad de

formarse observando todas las disciplinas de la comunidad,

y de paso, alternar alegremente con las ocasiones naturales

que se presentaban para jugar y reír aprendiendo y dando

valor al trabajo, tanto masculino como femenino.

Tupac extrañaba mucho a Mamani, y como compensación

natural estrechó su amistad con Poma con quien

constantemente salía a estudiar los terrenos y el estado de los

escasos pastos donde debían conducir a pastar las llamas. De

paso recogían en las faldas de los cerros, las pitajayas y

sanques que encontraban, ya que eran muy apreciados por

los niños, y por supuesto, los ayrampos, amarillos y

granates, que las mujeres utilizaban para teñir el hilado.

Pasaron los años y Antayhua se convirtió en una leyenda. Su

gran sensibilidad - sumada a la serenidad con que impartía,

transmitía y delegaba sus conocimientos, con seriedad pero

siempre con una sonrisa - le habían permitido una vida de

amistad y reconocimiento en toda la región.

Sinchi Roca lo apreciaba y respetaba, y comúnmente al

hablar de él, lo mencionaba como símbolo y ejemplo del

pensamiento, de lo que él esperaba que fuera el Incanato:

Armonía, devoción y auténtica confraternidad.

Él representaba en esta parte del Incanato la trilogía de La

Honda, La Tajlla y El Varayoc sobre la que se erigían los

principios básicos de la conducta social.

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Roger L. Casalino Castro 66

Personas como Quispe, Kunturi y Huamani, cuya actividad

trascendía su entorno por la habilidad natural que tenían para

realizar sus tareas y la fuerza de espíritu que siempre

mostraron ante las adversidades que constantemente

provocaban los desastres naturales, confiaban en la buena fe

y disposición de ánimo con que los alentaba Antayhua.

La amistad que les ofrecía en actitud franca y alegre,

representaba siempre un hálito de vida y consuelo en su

diario y monótono discurrir.

Antayhua reunía la experiencia de muchas generaciones

anteriores, por ello, les enseñó a todos que la vida de los

niños debía ser alegre. También les enseñó un axioma muy

importante que sería adoptado como norma de vida:

* Haz un niño feliz y harás de él un hombre feliz.

* Haz un niño responsable y harás de él un hombre

digno.

* Haz un niño con visión del futuro y harás de él un

hombre sabio.

* La vida está en la tierra y de ella aprenderás la

filosofía que te señale el camino.

Es por esta razón que digo:

* En tus tribulaciones busca una flor y verás en ella

cómo la vida continúa... y qué bella es.

* En tus arrebatos, mira la tierra, sé humilde y serénate.

* En tus alegrías, observa el firmamento, sonríe y

comparte ese don con los demás.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 67

¿ Cómo era posible que una persona tan sencilla como

Antayhua pudiera encerrar en su interior tanta sabiduría? Él

era un corazón abierto en la que todos podían ver con

facilidad.

Cada noche, a la hora del descanso, Antayhua se sentaba

sobre una piedra en algún lugar solitario para meditar sobre

el esfuerzo realizado durante el día, así como también sobre

las complicaciones inherentes.

Era un momento muy importante por cuanto debía luchar

consigo mismo para sobreponerse a las decepciones y

nostalgias, y para evitar envanecerse por algún éxito. Ser

dueño de sus esfuerzos, no le daba necesariamente el

derecho de ser dueño de los resultados. Debía comprender

que estaba de por medio el aporte de todos, y que por lo

tanto, tenía que ser humilde para escuchar y generoso para

transmitir sus conocimientos, pues ésta actitud representaba

también el soporte del desarrollo cultural del Incanato.

Antayhua, inesperadamente hubo de hacer un viaje a su

ayllu natal, a donde fue llamado por su madre, hermanos y

hermanas. Volvió muy apenado, después de asistir a los

funerales de su madre, a la que felizmente logró ver con vida

por última vez, tal como ella había querido.

Durante las noches que siguieron a su retorno, sentado sobre

la roca donde acostumbraba a meditar, con profunda

emoción recitaba ante los amigos y demás miembros del

ayllu que iban a acompañarlo en su tristeza, un poema que le

salía desde lo más íntimo. Conocedores de su gran

sensibilidad, ellos querían mostrarle su afecto y

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 68

reconocimiento, escuchándolo sin decir palabra, aceptando

su pena y haciendo que se sintiera acompañado y consolado.

La Momia Madre

Ha muerto la madre de muerte repentina,

ha sucumbido a los avatares de la vida,

ha llegado al final de su camino,

porque así debió suceder, feliz destino,

después de sembrar las semillas de una raza.

Y los hijos la rodean para darle sepultura

y la preparan con cuidado y con ternura.

Tú, péinala... y coloca las hondillas,

perfúmala con el aroma de esas yerbas milagrosas,

mientras sigues trenzando sus cabellos,

haciendo más largas aún las trenzas de su pelo.

Así... así... ahora colócala sentada,

sobre esa manta tejida de vicuña,

acomódala... las rodillas pegadas a su pecho,

los pies juntos, las manos estiradas...

que tomen los tobillos...con cuidado,

la cabeza que supere las rodillas,

que la espalda no se curve... así, orgullosa...

como orgullosa fue toda su vida.

Ahora así... ponle otra manta,,

la que ella usaba en sus paseos,

aquella que ponía sobre el césped,

cuando a la sombra de una mata de pacaes,

hacía el amor, amante, apasionada.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 69

Pero antes, corónale la frente,

con esa cinta de colores que tejiera con sus manos,

adórnala con metales muy brillantes,

y con ese collar de conchas...

para que el mar purifique sus acciones.

Ahora cúbrela... con tantas mantas,

como hijos en la vida ella pariera,

con tanto amor como ella en vida diera,

con tanto celo como ella nos cuidara,

tanto cariño como ella prodigara,

para que envuelta, eternamente viva,

en el calor de las emociones de su vida.

Ponle alimentos en bandejas bien cuidadas,

no, no te apures, hazlo tranquila y amorosa,

hazlo con paciencia que tiempo es lo que tiene,

ponle ternura a la tarea que realizas,

porque pronto tendrá un banquete con los dioses.

Se lo merece... era mujer y era madre,

ahora será parte feliz de un mundo nuevo,

ahora estará en un lugar de privilegio,

y desde allí, ella vera, cómo el recuerdo,

hace del mortal, un semi dios sobre la tierra.

“Cuando Rosa Negra me dijo éste poema con el propósito de

mostrarme cómo en otro tiempo se respetaba y amaba a los

muertos, y con qué cariño se les momificaba tratando de

perpetuar en ello la importancia de su vida, ignoraba que

algún día sabría en qué momento y quién creó el poema. Me

alegro de saberlo, como me alegro de haber sentido

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 70

profundamente ese momento, tan antiguo, pero tan

presente”.

La habilidad superior de los muchos Incas que precedieron a

Sinchi Roca, había consistido precisamente en saber

seleccionar a los maestros, pero sobre todo, en hacer de ellos

hombres útiles a todos.

Este criterio sirvió para que el Incanato se expandiera por sí

solo. Los Incas no tuvieron necesidad de recurrir a la

conquista por la fuerza. Su filosofía, sus conocimientos y sus

logros trascendieron los profundos valles y quebradas de la

sierra y sobrepasaron las cordilleras. Entonces los pueblos

vinieron a ellos porque querían aprender, porque querían

evitar el hambre, el frío y la enfermedad.

Los grupos menos inteligentes, aislados en algunas regiones,

tardaron en comprender los alcances de lo que significaba

ser y formar parte del Incanato. Sin embargo, al Inca jamás

le preocupó esta situación, pues él sabía perfectamente que

el tiempo era su aliado, y que precisamente, esa naturaleza

poderosa que era su sombra, sería en algún momento y como

resultado de su fuerza, la luz que los guíe a buscar refugio en

su sabiduría.

En el infortunio, la unión sería el mejor refugio. Ante el

hambre y el frío, un poncho y una papa harían el mejor

amigo.

El Incanato creció sin darse cuenta de realmente cuánto, sin

medir su dimensión. Iba consolidando la unión de los

pueblos a medida que el Inca llegaba a visitarlos y entre lo

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 71

que daba y recibía con devoción, lograba que las fronteras

no existieran.

Nadie podía decir que el Incanato se extendía desde tal hasta

cual lugar. Los pueblos por sí solos preferían ser parte de él

y participar de sus luchas por mejorar la tierra, y en

conjunto, aportar y recibir conocimientos. Este era el

Incanato de la expansión por la cultura. No tenía límites, no

tenía fronteras.

¿Cuánto tiempo hubieran podido sostener su hegemonía si

no hubiera sido así? ¿Se imaginan cómo hubiera sido si en

cada poblado hubieran tenido que dejar un ejército para

asegurar sus beneficios?

En principio, se hubiera fomentado una forma de ocio y de

consumo improductivo, el que era penado por ellos mismos.

Hubiera establecido diferencias insalvables que hubieran

generado odio, luego rebeldía y después represión; todos

estos, argumentos irreconciliables.

Aquí me veo precisado a establecer la diferencia entre

“Imperio” e “Incanato”.

Imperio: Palabra euro-oriental que significa opresión por

sojuzgamiento de las ideas y de la libertad. Se enmarca en

un territorio con fronteras impuestas por la razón de la

fuerza y de las armas, siempre dispuestas a eliminar a quien

se oponga. El poder es sostenido sin miramientos por las

instituciones al servicio de una clase absoluta.

Incanato: Palabra quechua de conceptos e ideología propios

que fomenta la vida por la unión familiar dedicada a la

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 72

explotación de la tierra. Las fronteras están puestas por el

alcance de la cultura y los conocimientos adquiridos como

bien general. No hay ejército, y las armas son los

instrumentos de labranza. Los pueblos aportan libremente

para lograr comida y abrigo para todos.

Cuando vemos un libro y leemos: “El Imperio de los

Incas”, tácitamente aceptamos que se les coloque en una

posición aberrante de incultura. Debemos decir

simplemente: El Incanato y estaremos utilizando la

palabra adecuada para hacerles justicia.

¿Suponen ustedes acaso, que se podría establecer similitudes

equivalentes entre: la crueldad de un Atila, el mal genio de

un Carlo Magno, la soberbia de un Julio César, la barbaridad

de un Gengis Kahan arrasando cultivos y pueblos, de las

hordas salvajes comunes en Asia y la prepotencia cruel y

brutal de Hitler, etc. con la cultura Incaica? ¿Su lucha en

común, la ecuanimidad de un Inca en su manera de impartir

conocimientos para hacer una sociedad justa en toda la

dimensión del territorio que abarcaron por muchos siglos

los pueblos unidos a ellos en un pensamiento?

No, de ninguna manera. No puedo comparar a los dioses

de la guerra, con los dioses de la tierra.

Lamentablemente, cuando los europeos llegaron a América,

no estaban preparados para llegar, y menos aún, para

comprender. Lo hicieron de una manera vulgar y cruel, bajo

las mismas normas y principios de las hordas orientales o de

las legiones romanas. La diferencia fue que no podían traer

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Roger L. Casalino Castro 73

millones de soldados; entonces lo hicieron investidos de

crueldad y egoísmo, de hipocresía y fanatismo religioso.

Utilizaron el alcohol y la nueva fe como armas para sojuzgar

la mente, y la pólvora y el hierro como armas de

intimidación física y muerte.

El Dios que se clava en la Cruz y muere por una lanza es

una muestra de la insensibilidad humana existente

allende los mares. El Dios que alumbra cada día e inspira

a cultivar la tierra, es un ejemplo de vida y es una

muestra real de humanidad.

Oración a Huiracocha

Siento una voz que me llama.

Es el Ande que me grita desde adentro,

haciéndome saber que tiene alma.

Es el Huiracocha fuerte que nos guarda.

Es el Huiracocha ferviente que nos guía.

Es el Huiracocha afable que nos ama.

Está dolido y llora.

Se ha enterado que en otros continentes...

hay guerras...

Que los unos se matan con los otros.

Que unos comen mucho...

y otros comen, nada.

Que unos tienen abrigo...

y otros, ni mortaja.

Que los unos se van al cielo...

por hacer lo que les dicen.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 74

Que otros van al infierno...

por buscar otro consuelo.

Que hay un Dios que sufre,

crucificado en un altar,

al que no llegan los débiles...

hay un pecado en el camino,

que es muy difícil salvar.

Ven Huiracocha,

alma de mis dioses,

consuela este espíritu

que busca la hermandad.

Salva este cuerpo,

del dolor y la miseria.

Dame la riqueza...

de ser noble y generoso,

de asistir al desvalido,

de compartir mi papa,

de conceder abrigo.

Dame el valor,

de ser humilde y abnegado.

Dame la dicha,

de honrar mi ayllu,

cultivando los dones santos,

que has colocado en mis manos.

Haz que con paciencia encuentre

el honor en el trabajo,

el amor en la bondad,

la paz en la hermandad.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 75

¡Ven Huiracocha ¡

Alma de mis dioses.

Ven...

Somos los hijos del Ande.

En Cora Cora se produjo un acontecimiento muy especial,

como para celebrar. Kunturi había logrado una cosecha

excepcional mediante la aplicación de la técnica de rotación

de cultivos. Cada mazorca de maíz era grande y pareja, las

papas se habían dado en abundancia y más grandes que en

cosechas anteriores, las habas eran hermosas y las espigas de

la quinua se notaban completamente rellenas de sus perlados

granos.

Antayhua había sido invitado para la ocasión, lo que le dio la

oportunidad de devolver la visita que Quispe le hiciera años

antes, o sea que llegó con su esposa Kukulí y su hijo Tupac,

y para darles una alegría mayor, trajo también a Poma, el

hijo de Quispe, con la idea de que pudiera nuevamente

confraternizar con sus familiares y amigos de la niñez.

La felicidad de Sisa, la esposa de Quispe no tenía límites.

Reunirse con su hijo mayor después de varios años; de verlo

ya hombre y poseedor de tantos conocimientos inculcados

por Antayhua, la hacían llorar y reír.

Toda su sensibilidad y amor se manifestaban cuando lo

abrazaba y mimaba recordando que cuando lo dejó era aún

niño y quería tratarlo como si lo continuara siendo, como si

el tiempo se hubiera congelado en aquel momento. Lo

besaba y luego iba a besar a Kukulí con un cariño inmenso;

escenas que daban emoción y realce a la ocasión.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 76

Había valido la pena el sacrificio. Ahora, ya maduro, se

quedaría para acompañar a Kunturi en sus esfuerzos y a

enseñar lo que sabía en los ayllus de la región.

Después de dos semanas de permanecer en Cora Cora, que

fueron de provecho y felicidad para todos, era natural que la

despedida fuera muy tierna, particularmente entre Kukulí y

Poma, que se tenían un gran cariño, por lo que concluidos

los abrazos emprendieron el retorno hacia Atiquipa donde

eran esperados.

Pasaron unas lunas, cuando Antayhua recibió, por mediación

de los chasquis, un mensaje del Inca. Él se encontraba en

Pachacamac y había decidido organizar su retorno al Cusco

pasando por las tierras de los Huancas y los Ayacuchos, pero

lo haría visitando Marcahuasi, ya que cada cuatro años se

celebraba una ceremonia especial en el Huilcañaupa

(Santuario muy antiguo), y al estar la fecha próxima, estimó

que sería interesante invitar algunas personas especiales, por

lo que le hizo llegar la invitación.

Místico y enigmático, Marcahuasi es un lugar excepcional

ubicado al oriente de Pachacamac, sobre el techo

cordillerano, donde los vientos soplan libres a más de cuatro

mil metros sobre el nivel del mar, y donde al salir cada

mañana, el brillante sol proyecta la sombra del perfil de

cientos de rostros esculpidos en la roca de manera invisible,

los que emergen en donde menos se espera, en sus variadas

formas y dimensiones.

Desde los tiempos de los antepasados del primer Inca se

venía celebrando en el Huilcañaupa, -ahora lo llaman

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 77

anfiteatro- esta ceremonia tan especial y mística a la que

podríamos llamar como la “Concertación de las Sombras”.

Para esta ocasión el Inca quería tener a su lado a Antayhua,

como una manera de expresarle su reconocimiento y amistad

por ser un Yachacysimi (hombre que habla con sabiduría).

También consideró que él, a su vez, tendría oportunidad de

conversar con los sabios que lo acompañaban, lo que como

siempre, sería de mucha utilidad para todos.

Antayhua, con tres acompañantes, hicieron un largo y

pesado viaje por la costa, durante el que, sin embargo, tuvo

la satisfacción de visitar en Nazca, en el calendario, a su

hijo Mamani, y además, en Ica pudo hacer arreglos para que

le preparen semillas de pallares, garbanzos y frijoles;

zapallos, lacayotes y algunas otras que recogería a su

regreso.

Cuando llegó a Pachacamac, inmediatamente fue conducido

a la presencia del Inca, quien lo recibió con familiaridad,

indicándole que partirían a Marcahuasi al subsiguiente día.

Partieron por el camino de Lima, Puruchuco, Pomaticla y

Yanahuanca. Al final, Sinchi Roca prefirió tomar el tramo

más empinado de la cordillera para llegar directamente a la

hoyada que se encuentra en el frente occidental de

Marcahuasi, donde se pueden notar con claridad las siluetas

de grandes animales, todos ellos desconocidos en el

Incanato, vigilados por la escultura de una gran cabeza

humana que mira hacia el mar

Luego viene una subida liviana para llegar a la planicie en la

que se encuentran ubicadas las viviendas de los Quimichus

(encargados de dirigir los ritos) y un poco más adelante,

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 78

finalmente, se llega a una bajada, casi labrada en la masa

rocosa que conforma toda el área, y que tiene la forma de

una S muy disimulada. Es el ingreso obligado al Hilcañaupa,

desde las viviendas de los Quimichus.

No se puede describir el lugar sin pecar de simpleza, pues él

es realmente simple. –como todo lo místico, santo y

enigmático- La roca hace una forma de herraje de contorno

vertical de seis u ocho metros de alto, o en algunos lugares

mayor, cuya abertura da al oriente y es la entrada obligada al

santuario desde el valle.

Lo curioso es que, cuando cada mañana, el sol comienza a

iluminar las paredes, empiezan a emerger las sombras

dibujando el perfil de los rostros que van luego

desapareciendo mientras otros surgen a medida que el sol va

cambiando el ángulo de iluminación, al tiempo que nos

damos cuenta de que no todas las caras son iguales.

Lo curioso es que, cuando cada mañana, el sol comienza a

iluminar las paredes, empiezan a emerger las sombras

dibujando el perfil de los rostros que van luego

desapareciendo mientras otros surgen a medida que el sol va

cambiando el ángulo de iluminación, al tiempo que nos

damos cuenta de que no todas las caras son iguales.

La ceremonia comenzó al día siguiente al salir el sol con

explosiones de alegría y regocijo a medida que el perfil de

las caras iban apareciendo. Luego se realizó el acto principal

de la festividad, que fue tan simple como místico, pero al

igual que las paredes del Huilcañaupa, enigmático. El Inca

era partícipe de la ceremonia, mas no el actor de ella. Los

actores eran los espíritus de los antepasados, de tal forma

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que los allí presentes, con todo fervor y en el más absoluto

silencio, se limitaban a escuchar con atención los

Huaccaytaqui (poemas y meditaciones) y los Kacharparis

(cantos tristes) que recitaban y cantaban los Quimichus. Uno

de los poemas que se recitó con mayor sentimiento, como

una invocación, fue el siguiente:

Eternamente

Quiero gozar de la vida de los muertos,

quiero gozar del cielo que ellos viven,

me han contado que los nichos son los puertos,

de donde parten a la gloria que perviven.

Quiero escapar a las tinieblas de la tierra,

quiero llegar a donde aguardan los que fueron,

hacia la realidad que cada sueño encierra,

a la unión con los que otrora ya partieron.

Dejaré tan sólo, el polvo de mis huesos,

y la gloria del bien que haya sembrado,

en la producción bendita de mis sesos.

Dejaré las penas, el rencor y los dolores,

y todo aquello a lo que estaba acostumbrado,

para vivir eternamente... sin temores.

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En el momento culminante de la ceremonia, el Quimichu

más anciano hizo un movimiento pausado hacia adelante, y

luego levantó los brazos; en el acto se produjo un silencio

sepulcral. Entonces recitó con voz pausada y solemne:

La Luz de las Sombras

Llega hasta mí la luz de las sombras,

la luz de los espíritus presentes.

Reviven en mí las palabras del pasado,

que nos invitan a ser pacientes y prudentes.

El trabajo será bendecido por el Sol.

El amor será la ruta a las estrellas.

La amistad será el fruto de la vida.

En la armonía estará siempre Huiracocha.

Percibo el regocijo del reencuentro,

veo la felicidad en la mirada de los vivos,

y en la ternura que se refleja en cada uno,

hay un espíritu que nos consuela desde lejos.

Sintamos pena al extrañar los que se fueron.

Sintamos el amor de amar a los que amamos.

Sintamos la dicha de vivir lo que vivimos.

Y la gloria de ser lo que somos... lo que fuimos.

Nadie era importante, nadie buscaba aplausos en una

ceremonia donde los importantes, como ya se ha dicho, eran

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los espíritus y la necesidad de honrarlos fervientemente en

honor a sus creadores.

Antayhua estaba profundamente conmovido recordando a

sus parientes y amigos muertos y agradecido al Inca por

haberle hecho posible un momento tan importante en su

vida. Sentía que el viaje hasta allí, había sido ampliamente

recompensado.

Recordó el poema que le enseñaron los sabios en Nazca: La

Plegaria en Machu Picchu, que cuando menciona seres de

otros mundos, éstos no dejan, sin embargo, de respetar a

nuestros propios dioses:

Vida que ilumina las tinieblas,

tinieblas de un destino abierto,

destino de seres de otros mundos

que llegan a sembrar en nuestra tierra.

Que llegan a hacer cosas hermosas

desde lejanas estancias,

con humildad casi divina,

con respeto a nuestros Apus.

Concluida la ceremonia, Antayhua, sus acompañantes y

algunos sabios de Pachacamac, salieron del Huilcañaupa

por la gran abertura hacia el valle iniciando el descenso. A

medida que se alejaban de allí vieron cómo la cordillera,

sobre ambos lados de la entrada, formaba una línea casi

recta decorada por cientos, o quizá miles de figuras

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monolíticas. Esta visión terminó por generar en Antayhua y

sus acompañantes un sentimiento de unión y hermandad que

los reunió en un abrazo.

Marcahuasi El Relieve de las sombras

Allá donde el sol brillante

despierta vida en las sombras,

en los perfiles labrados,

que atesora el Huilcañaupa.

Cada día anuncian vida,

que las rocas perpetúan,

mil espíritus emergen

para ofrecer su presencia.

Cada noche en dulces sueños

cobijan a los viajeros,

los protegen de peligros

adornados por la Paksa (claridad de la luna)

Mas en las noches oscuras,

ellos miran las estrellas,

porque saben que algún día,

volverán los que se fueron.

Allí donde nada vale,

o en apariencia, es inútil,

sin embargo, vale tanto,

si nos metemos al alma.

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Roger L. Casalino Castro 83

Marcahuasi tierra santa

que por milenios espera,

allá arriba, en la montaña,

acariciada del viento.

Esperamos con paciencia,

los que aguardamos con fe,

donde las rocas recuerdan,

la inmortalidad del hombre.

Soledad, hambre y dolor,

frío, pasión y silencio,

que enmudece los sentidos,

para estar cerca de Dios.

Así como un día llegaron

para crear Marcahuasi,

otro día volverán

a orar en el Huilcañaupa.

Los espíritus creyentes

se inclinarán con fervor,

pedirán humildemente,

aprender del Creador.

Ya hemos hablado de la importancia que se daba a los niños

y de la necesidad de contar con los más inteligentes para que

reciban la mejor educación. Antayhua era informado sobre

las habilidades y dotes de los niños excepcionales de cada

lugar que visitaba. De esta manera él podía reunirse con

ellos, conversar y determinar si alguno podía ser

considerado para actividades especiales.

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Roger L. Casalino Castro 84

Nadie era importante por ser hijo de quién. La inteligencia

de los niños excepcionales era bien general, y por lo tanto,

eran preparados para ser guías de otros y a servir al Inca

aportando lo mejor de sí mismos. Algunos irían a los

templos para aprender los conocimientos heredados,

mantenerlos y mejorarlos.

Cada niño tenía la obligación de sembrar un árbol al frente

de su casa como una forma de ver el futuro en la esperanza

de poder gozar de su sombra, e indicar que allí había vida.

Antayhua, era como un pica flor. Iba de flor en flor

polinizando, para lograr de cada flor un fruto. Él llevaba la

belleza en el espíritu y ésta se reflejaba en la fortaleza de

sus convicciones, que sin ninguna mezquindad, compartía.

Él lograba con una palabra lo que un ejército no podría

lograr por la fuerza. Siempre daba, vivía un mundo de

entrega total..

Al llegar a cada pueblo, de inmediato era rodeado y coreado

por los niños que querían escuchar sus historias. Se sentaba

con ellos e iniciaba sus relatos en forma histórica

contándoles sobre el Inca y de los muchos sabios que

estaban con él permanentemente para darle consejo y

asistencia.

Indudablemente a los niños les gustaba escuchar cuentos

sobre pumas, serpientes y aves de afiladas garras, lo que de

paso le aseguraba la total atención de la audiencia para

educar y entretener.

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Había una vez... –decía siempre al comenzar- un niño

despreocupado y alegre que tenía la costumbre de ir casi

todos los días a pescar al arroyo. Se llamaba Ñahuicha –le

pusieron ese nombre porque tenía los ojos muy pequeños- y

durante sus caminatas aprendió a conversar con las

vizcachas y chinchillas que curiosas salían de sus escondites

a mirarlo, entonces él dejaba caer unos por uno, algunos

granos de cancha que siempre llevaba en una pequeña bolsa,

y así lograba que éstas lo siguieran a cierta distancia

haciéndole compañía.

Un águila, muy hermosa, lo observaba desde la cumbre de

un alto peñasco sin perder un solo movimiento que él

realizara. Sucede que Ñahuicha llevaba una varilla en la

mano y trataba con ella de hacer salir alguna culebra de

entre las piedras del camino. Cuando esto sucedía, el águila

se lanzaba rauda en veloz picada a la caza de la serpiente.

La forma displicente como Ñahuicha caminaba espantando

las culebras y perdices, que eran el alimento preferido del

águila, estableció una suerte de relación o amistad entre

ambos.

Algunas veces las perdices eran golpeadas o heridas por el

águila, entonces Ñahuicha las recuperaba y las llevaba a su

ayllu como contribución para la comida. En otras ocasiones,

él dejaba algo de su pesca, como olvidado a la orilla del

arroyo, que el águila recogía para ella.

Ñahuicha era muy feliz sabiendo que tenía amigos con

quienes conversar, o por lo menos a quienes dirigir la

palabra y disfrutar de su compañía. De esta manera él

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aseguraba que el tiempo que dedicaba a la pesca le resultara

agradable.

Un día, al llegar al arroyo, de improviso se encontró cara a

cara con un puma que había bajado a tomar agua. Ante la

sorpresa, los dos se miraron fijamente y en esa mirada

ambos manifestaron su temor. El rugido que lanzó el felino

dejó petrificado a Ñahuicha que sólo atinó a lanzar un grito.

De repente, apareció el águila, que como se ha dicho no

perdía un solo movimiento de Ñahuicha, y volando rasante,

como una centella, clavó sus garras en una de las orejas del

puma que sorprendido dio un salto hacia atrás a la vez que

daba otro rugido mientras aparecían unos hilos de sangre en

la oreja herida.

El puma, desconcertado aún por el sorprendente ataque de

que había sido objeto, se disponía a saltar sobre Ñahuicha,

cuando apareció nuevamente el águila cargando sobre él al

tiempo que, ya repuesto de la primera impresión y dispuesto

a tomar su parte en la batalla, Ñahuicha boleaba la honda

sobre su cabeza y disparaba una certera pedrada que dio en

las costillas del puma que huyó despavorido perdiéndose

entre los peñascos y arbustos de la quebrada, bajo la

vigilante mirada del águila que no cesaba de hacer

constantes pases sobre el lugar.

Pasado el susto, Ñahuicha emprendió el retorno a su ayllu

mientras el águila sobrevolaba a media altura cuidando sus

pasos.

Es bueno hacer amigos, les decía Antayhua, pues no

sabemos en qué momento nos darán consuelo, como

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tampoco sabemos en qué momento nos proporcionarán su

ayuda. En cada uno de nosotros hay un puma que ataca por

hambre o por el temor de ser atacado, como también hay un

Ñahuicha que sabe compartir y hacer amigos.

Esta historia, les repetía, nos enseña que siempre debemos

estar dispuestos a ofrecer amistad y consuelo a quienes lo

necesitan. Todo lo que hacemos con humildad y cariño,

genera a nuestro rededor un espíritu que nos protege del mal.

Es nuestro propio Huiracocha que nos guarda.

Las manifestaciones de alegría y entusiasmo de los niños,

exigían la capacidad de Antayhua quien se veía obligado a

crear nuevos cuentos; por supuesto, además de las anécdotas

que a modo de educación les contaba para abrir el

maravilloso cofre de su propia imaginación.

Hubo una época, les contaba otras veces, que los sabios han

preferido guardar el secreto, llegaron unas balsas muy

grandes que flotaban en el aire y podían volar sin tener alas.

En ellas llegaron hombres, mujeres y niños que se quedaron

con nosotros por un buen tiempo.

Ellos nos enseñaron muchas cosas buenas, y gracias a sus

enseñanzas, pudimos mejorar la tierra y hacer canales para

llevar el agua a donde antes no había. Nos indicaron cómo

podíamos mejorar nuestra salud utilizando las hiervas del

campo y trajeron otras plantas que aprendimos a cultivar.

Aprendimos a distinguir los climas para guardar las semillas

y nos ayudaron a hacer ciudades fuertes para protegernos de

los terremotos. Con su ayuda hicimos templos como

Saqsayhuaman y otros desde donde podíamos ver con

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claridad las estrellas y la luna para saber de las lluvias, las

heladas y el clima.

Cuentan las historias que estando debajo de esas balsas,

podían viajar desde lugares muy distantes subidos sobre

enormes piedras que luego serían colocadas en el lugar que

les correspondía en las construcciones.

A medida que se iban construyendo, aprendíamos muchas

cosas que ignorábamos, porque según dijeron, nosotros

debíamos usar nuestra propia inteligencia para continuar la

obra que ellos iniciaron y cuyas bases quedaban asentadas.

Exigieron el entendimiento, la reflexión y el amor. Para ello

nos inculcaron el culto a Huiracocha, que es el espíritu; y al

mismo tiempo, es el padre y la madre de la naturaleza.

Observen una planta: nace, crece y muere, pero antes da

semillas, las semillas germinan y se convierten en nuevas

plantas. Allí está el pasado, el presente y la eternidad.

Nosotros somos parte de la eternidad de nuestros ancestros,

como nuestros hijos serán parte de la nuestra. Lo mismo

sucede con las rocas, con el agua y con los animales. Con

todos sucede lo mismo. En cada uno está el principio y el fin

eternos. Desde que eres concebido, hasta que concibes o

procreas, desde los huaicos hasta los terremotos, desde las

heladas hasta las lluvias, en todo está la perfección de

Huiracocha y la de sus hijos: La Naturaleza, que aquí en la

tierra, se sirve del Sol y la Luna.

Por ello, no debemos romper el ciclo natural de la vida y

de las cosas. No debemos ser ociosos porque debemos

aportar trabajando con tesón. No debemos robar porque

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quitamos el pan y el abrigo de otros, porque es mejor

compartir. No debemos mentir para estar bien con

nuestra propia conciencia.

En cierta ocasión, ante un auditorio nutrido de niños ávidos

de saber, les contó que en las cercanías de un pantano, se

encontraron una zorra y una garza.

La astuta zorra puso en juego todas sus habilidades para

atraparla, pero como la garza sabía volar, se le escapaba

fácilmente, haciendo inútiles todos los esfuerzos y artimañas

de la zorra.

¡Entonces!... decidió hacerse su amiga, y para demostrarle la

sinceridad de sus intenciones, la invitó a un banquete que le

daría en ese mismo lugar, al día siguiente al medio día.

Con mucho esmero preparó alimentos líquidos, los que

fueron servidos en un batán, - piedra plana que se utiliza

para moler – en el que ella podía comer muy bien utilizando

su lengua, pero que en cambio, su invitada, con su agudo

pico, no podía.

La zorra disfrutó de su propio banquete, y cuando terminó,

le preguntó a su amiga: ¿Y, qué le pareció el banquete?

¿Verdad que estuvo delicioso?

Efectivamente mi amiga zorra, he disfrutado viéndola

comer, y para retribuir su cortesía y amabilidad, quiero

invitarla a gozar de mi hospitalidad, mañana, aquí mismo y a

esta misma hora. Haré mi mejor esfuerzo para ofrecerle unos

potajes muy sabrosos. ¿Qué le parece?.

¡Fantástico! Dijo la zorra entusiasmada. Aquí estaré.

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Al día siguiente, cuando la zorra llegó al lugar, ya la garza la

esperaba con la mesa servida. Había preparado unos

deliciosos guisos de lombrices y pececillos, y otros potajes

de grillos y saltamontes que sirvió en unos potos a los que

había hecho un orificio por el que solamente podía penetrar

su afilado y largo pico.

Sírvase, por favor sírvase. Le decía con mucho entusiasmo

la garza al tiempo que saboreaba sus guisos mientras la zorra

no podía hacer nada.

Concluido el banquete, la zorra, burlada esta vez, se fue para

no volver más, mientras la garza reía al volar sobre ella.

Esto nos enseña, concluía Antayhua, a no burlarnos de

aquellos que puedan tener una desventaja aparente, porque

suele suceder, que esa desventaja, utilizando adecuadamente

la inteligencia, se puede convertir en una ventaja.

Nos enseña también a que la amistad debe darse íntegra, y

de tal manera, que la otra persona pueda disfrutar de ella.

No deben olvidar jamás que la amistad es algo muy

hermoso que se comparte.

Ante la alegría que despertaban sus fábulas, Antayhua, se

veía a menudo comprometido a buscar algo más que los

entretenga. Les contaré algo más sobre Ñahuicha.

Ñahuicha tenía dos hermanas menores llamadas Quillay y

Kantuta. Mientras que Quillay, la mayor era muy gordita, en

cambio, Kantuta era delgada y de apariencia muy frágil.

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Cada mañana, era todo un problema lograr que Kantuta

saliera de la barbacoba donde dormía y siempre llegaba

tarde para los quehaceres de la casa. Indudablemente esto se

debía a que como era flacucha, era muy friolenta, costándole

trabajo hacerlo, y Ñahuicha, con la ayuda de Quillay, entre

juegos, bromas y cosquillas, se encargaban de hacerla entrar

en calor.

- ¡Ya pues Ñahuicha! Fíjate que la Kantuta sigue

durmiendo

- Espera un momento, arreglo mi chapo que se ha roto y

voy a levantarla. Quiero que me acompañe al arroyo a

traer yuyos para la comida.

- ¿No quieres que yo también te acompañe? Así

podríamos traer algo más.

- Pero, dijo Ñahuicha. ¿Y quién ayudará a la mamacha

en la casa?

- Al regreso pues, entre todos, en un rato hacemos todo

lo necesario.

- Ya pues, avísale a la mamacha y a ver si pescamos

algo; aunque sea unas ranas.

- Yau, acuchic. Vamos pues.

Camino al arroyuelo, Ñahuicha les contaba cosas que él

había aprendido de su papá. Él sabía como escoger los yuyos

buenos y distinguir los sapos de las ranas. Sabía también

cuidarse de las arañas venenosas, alacranes y víboras y a

medida que avanzaban, tanto Quillay como Kantuta lo

escuchaban con atención y admiración.

- Miren, ésa es una culebra. Si tuviera la panza

amarilla sería una víbora venenosa. Los alacranes,

todos son peligrosos, con ellos no se juega.

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- ¿Por qué? Dijo Kantuta. ¿Si son bonitos y se

parecen a los camarones?

- ¿Es cierto que se matan solos? Preguntó Quillay.

- Sí. Dijo Ñahuicha. Cuando se ven amenazados por el

fuego, se clavan la espina que llevan en la cola y con

su propio veneno se mueren.

- Yau. ¿Por qué será? Dijo Quillay.

- Ñahuicha tratando de explicarles les dijo que

posiblemente el fuego no los dejaba ver y el calor los

desesperaba, y por esa razón se mataban.

Quillay y Kantuta se sentían seguras caminando en fila por

el sendero atrás de Ñahuicha que no cesaba de hablarles de

las chinchillas, perdices y vizcachas, pero sobre todo y con

orgullo, del águila, a la que consideraba su amiga.

- ¿Tú crees que el águila, también quiera ser mi

amiga? Preguntó Kantuta con curiosidad e inocencia.

- Claro que sí, le contestó Ñahuicha. No la molestes, no

le tires piedras y camina naturalmente. Si cazas alguna

presa que sea de su gusto, déjala sobre una roca donde

ella pueda tomarla y verás como sientes que eres su

amiga.

- Me gusta caminar contigo Ñahuicha, y lo tomó de la

mano para decirle: Cuando lleguemos al riachuelo,

¿Me arreglas mi chapo Ñahuicha?

En un recodo del riachuelo se había formado una pequeña

cocha donde cazaron algunas ranas, y ya de regreso,

recogieron suficiente cantidad de yuyos.

Lo más importante de este pequeño paseo era la ternura y

el cariño con que se hablaban y comprendían Ñahuicha y

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sus hermanas. Es, les decía Antayhua, la manera como se

forma un ayllu fuerte por la unión.

Cada seis lunas, en la costa, tenía lugar la caza del lobo

marino. En ella participaban también todos los niños y

jóvenes. Ubicaban las loberías y lugares donde los lobos se

agrupaban y luego procedían a separar las hembras y los

machos de mayor fortaleza tratando de que éstos vuelvan al

mar.

Era un trabajo que implicaba mucho riesgo porque los

machos, cuando se enfurecen, son muy peligrosos pues

atacan con mayor rapidez de la que uno puede suponer. Se

sacrificaban los machos necesarios además de aquellos que

presentaban heridas producidas por tiburones o por el oleaje

del mar embravecido.

La piel se utilizaba para hacer chapos, la carne era salada y

secada al sol como charqui y la grasa tenía diversas

aplicaciones, entre ellas, se usaba para untar la lana con la

que se hacían antorchas para que éstas tengan una larga

duración.

Los domingos y feriados no existían, y menos aún, las

vacaciones. La variedad de ocupaciones se daba por la

diversidad de las tareas agrícolas, la influencia del sol, la

luna y el clima, y la oportunidad de la siembra y la cosecha.

Es importante mencionar que los niños crecían juntos y se

hacían jóvenes y adultos en el trabajo constante.

Era común pues, que algunos sintieran inclinación por la

poesía, cuyos versos eran recitados generalmente al compás

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de algún instrumento, ya que la música contaba con un gran

número de entusiastas cultores.

El Cóndor y el Águila

El cóndor le sugirió al águila,

que volara más allá de las montañas,

que se adentrara en la selva, donde hay caza,

y pasara la noche sobre un árbol.

¡No puedo hacer semejante cosa!

porque yo amo la cumbre de los cerros,

soy feliz al trabajar por mi comida

y despertar con el sol, en la mañana.

Serías cóndor si no volaras por los valles,

lejos de tu cielo y tu agreste cordillera,

en la humedad de una selva que te abrasa,

y sin disfrutar de la carroña que te gusta?

Serías parte de un mundo diferente,

al que no puedes acostumbrar a tu manera

te verías envuelto por sus modos,

y sus costumbres, te convertirían en paloma.

Perderías el reinado de tu mundo,

la libertad de ser lo que tú eres,

perderías la fuerza de tus garras,

y al volar... tendrías que agitar las alas.

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¡No!... ¡Yo quiero defender mi mundo raro!

Poner mis huevos en la barranca inaccesible,

pelear mi vida enfrentando a una sierpe,

en una lucha de mil siglos que he vivido.

Déjame ser parte del camino...

cuando vuelo divisando a los viajeros.

Déjame sentir que soy la dueña,

de los vientos, del Sol, de las praderas.

Regularmente se sentaban a escuchar música alrededor de

una fogata, donde todos aquellos que manifestaban una

habilidad innata, tocaban el instrumento que habían

aprendido.

Se inculcaba a los niños a buscar los materiales necesarios,

para que cada uno, intentara hacer su propio instrumento.

Ellos desarrollaban su imaginación buscando los elementos

en la naturaleza de la zona, así podían hacer sus quenas,

sonajas, pututus, zampoñas y otros con los que pudieran

obtener sonidos diferentes.

A través de la música aprendían a reír, sin embargo, ellos

tenían en la propia naturaleza, una fuente permanente e

inagotable de momentos de satisfacción y gozo que los hacía

reír a carcajadas. Eran niños, bastaba con que alguno se

cayera, se mojara o que simplemente se diera un tropezón.

Otras veces sucedía como en las historias que contaba

Antayhua sobre su personaje Ñahuicha.

La Quillay llegó corriendo agitada:

- ¡Kantuta, Kantuta! ¡La mamacha dice que debemos

aprender a tejer, pero tenemos que construir un telar!

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- Pero, ¿Cómo lo hacemos? Yo no sé como se hace.

- ¿Por qué no le preguntamos a Ñahuicha? Segurito que

él sí sabe.

- ¡Yau! Respondió Kantuta con entusiasmo. Acuchic

(Vamos)

Y se fueron a buscar a Ñahuicha que se encontraba en ese

momento arreglando el corral de los cuyes, ya que era

necesario tener mucho cuidado que no se fueran a meter las

lechuzas o los gatos monteses.

- ¡Ñahuicha! ¡Ñahuicha! Debemos aprender a tejer, ÿÿro

tenemos que hacer un telar. ¿Nos enseñas cómo

hacerlo?

- ¡Claro que sí! Lo haremos juntos. Esperen a que

termine de arreglar esto y enseguida vamos a buscar

los palos que necesitaremos. También haremos unos

hiladores (pushca) nuevos para que puedan hacer más

hilado, porque si no tienen la cantidad suficiente de

hilo, no podrán avanzar con el tejido. Así, mientras yo

hago el telar, ustedes van hilando. ¿Ya?...

- ¡Listo Ñahuicha! Saltó Kantuta que era la más

expresiva.

Ñahuicha era un niño muy hábil. Sus manos eran capaces de

hacer cualquier cosa, además, siempre estaba ocupado o en

busca de algún alimento para llevar a la casa; por eso es que,

generalmente, él no se ocupaba de las tareas de siembra o

cultivo, sí en cambio, participaba en las cosechas porque

todos debían hacerlo. Él prefería hacer tajllas y otros

instrumentos de labranza, o trabajar arreglando las

viviendas.

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Pues bien, partieron los tres en busca de los elementos que

necesitaban para hacer el telar, los que consistían en: unos

maderos resistentes y unas ramas de retama, que por su

dureza, es la madera ideal para hacer las pushcas.

Ñahuicha, con gran habilidad, se valía de su ingenio para

cortar la madera, pulirla y hacer en ella canales y hasta

huecos. Sólo contaba para ello, con piedras que recogía

durante sus recorridos por el campo, las que eran de

diferentes formas, afiladas unas y puntiagudas las otras.

Usaba, según el caso, lanas que envolvía en la madera con

muñiga de llamas y les prendía fuego. La muñiga produce

altas temperaturas y no hace flama, de manera que, cuando

se quemaba, él podía trabajar con sus piedras.

Ingeniosamente, Ñahuicha fue resolviendo los problemas

que se le presentaron, hasta que, con la compañía y el aliento

de Quillay y Kantuta, terminó de hacer el telar.

Como ya había caído la tarde, dejaron todo preparado para

que la mamacha, al día siguiente, les enseñara cómo

preparar el urdido. Luego vendría la etapa del aprendizaje

del tejido propiamente dicho, y más adelante, les enseñaría

cómo hacer las amarras y los cambios para tejer con hilado

de varios colores. De la manera de trabajar correctamente

dependía que pudieran obtener un tejido firme y fuerte.

Aprenderían a hacer el pushca pushca (hilado fino), el

pushca munqui (hilado para ponchos y otra prendas) y el tita

pushca munqui (hilado grueso para mantas y cuerdas) Ellas

tenían que aprender todo acerca del “acalli caramucha” (arte

de tejer).

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Quillay y Kantuta no durmieron sino hasta muy tarde

aquella noche, debido a que habían vivido un día muy

intenso y además estaban ilusionadas con la idea de que

pronto aprenderían a tejer.

El mundo tierno y natural en el que ellas vivían, era el mejor

don que la naturaleza podía haberles dado. La ilusión del

“algo”, la complacencia “del poco” y la satisfacción que les

producía “poder aportar”, hacía de su niñez, una experiencia

feliz, al tiempo que las preparaba para la adolescencia.

Con el mismo método utilizado por Ñahuicha para hacer

canales en la madera, se podían cortar con precisión

increíble, grandes bloques de piedra. Cuando se lograba que

la temperatura producida por el quemado de la muñiga

llegara al máximo de calor, y la roca adquiría un color

blanquecino, se le daba un golpe de agua fría, haciendo que

la piedra se desgajara en bloques menores. La muñiga puede

permanecer encendida por varios días. Era también una

manera de guardar el fuego.

Cuando en ocasiones, algunos mostraban inquietud por saber

de dónde vino el primer Inca, haciéndole preguntas al

respecto, Antayhua, con mucha serenidad y convicción, les

recitaba un poema con el que pretendía resumir la antigua

leyenda del lago Titicaca.

Gloria en el Altiplano En los tiempos trepidantes surgieron las cordilleras

impulsadas por la fuerza que desde adentro empujaba,

los nevados majestuosos se adornaron con lagunas,

donde nacieron los ríos alegres y cristalinos;

las aguas cavaron valles y fueron a dar al mar.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 99

Al estar cerca del cielo sobre el altiplano triste,

en la pasividad embriagante de su paisaje mustio,

percibimos que la gloria pasó dejando una huella,

que dominó los Andes haciendo de ellos colinas,

convirtió el valle en llanura como esperanza de vida,

de la quebrada hizo un lago al que llamó Titicaca.

Meseta de tierra fértil, de los ríos serpenteantes,

Ñustas que viajan desnudas en busca del lago hermoso,

para entregarle sus aguas y convertirlo en espejo,

donde el Sol se regocija reflejando su esplendor.

Cada mañana brillante emerge sobre el oriente

precedido del celaje que anuncia su aparición,

cuando sus rayos de fuego lo llenan de colorido,

hacen del cielo serrano un jardín que flota al viento,

luego nos da su calor, como muestra de poder.

Rayos de luz que rebotan sobre las aguas azules,

estrellándose con fuerza sobre las chullpas de piedra,

las que proyectan su sombra, más allá del infinito,

portando el mensaje santo del dios Inti Huiracocha.

Pero un día algo pasó, y se agitaron sus aguas,

y entre borbollones de espuma del color del arco iris,

surgió la Pareja Andina caminando a tierra firme,

y al violar la tierra virgen que ofrecía el altiplano,

colocaron la semilla que poblaría la sierra.

Inteligencia y cordura, serenidad y paciencia,

fuerzas que mueven montañas para construir ciudades,

empeño que encausa ríos para dominar la tierra,

y hacer un Incanato grande... bajo la Luna y el Sol.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 100

Luego de un momento de meditación, con la seriedad que el

momento exigía, les dijo: agradezco sus preguntas porque

me complace contestarlas, pero además, permítanme

aprovechar la ocasión para recordar las palabras que siempre

menciona el Inca: “Un pueblo no vale nada si no busca en

sus raíces, los argumentos que eleven su pensamiento,

alienten el orgullo de su raza y sostengan la razón de sus

principios”.

El Inca siempre quiere lo mejor para todos, es por ello, que

siempre espera de cada uno de nosotros el mayor esfuerzo.

Huiracocha y otros espíritus que guían nuestros pasos y

cuidan nuestro sueño, también le dicen al Inca cómo hacer

para lograr que en cada ayllu, en cada Suyo y en todo el

Incanato, se pueda vivir con salud y que jamás nos falte

comida y abrigo.

Todos nacemos y morimos, hemos nacido de la nada por

obra y gracia de Huiracocha, y cuando nos llegue la muerte,

volveremos a la nada. Sólo puedo decirles que debemos

poner voluntad y determinación en lo que hacemos para

vivir con dignidad y morir con honor, entonces, Huiracocha

guiará nuevamente nuestros pasos cuando volvamos a nacer.

La madurez y amplitud de pensamiento, que como ya hemos

dicho, poseía Antayhua, le permitieron penetrar y calar

profundo en el corazón de la gente. Sin embargo, con toda

su sabiduría, humildemente prefería no aspirar a ser un

Huillac Umu o un personaje místico. Prefería dedicar sus

conocimientos a servir a los demás, asistiéndolos e

inculcándoles los nobles principios de la filosofía del

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 101

Incanato al mismo tiempo que les transmitía todo lo que él

sabía.

En su afán por lograr el interés de todos por aprender les

decía: La oscuridad que genera la ignorancia es tan

grave como las tinieblas que son generadas por el olvido,

pero, más grave aún lo es, la agresión de sumir en la

ignorancia y el olvido a una persona, o un pueblo, como

represión para ocultar los errores cometidos por el opresor o

para imponer su propio código de virtudes y valores, de

acuerdo a su conveniencia personal.

Los que así actúan, olvidan siempre que la dignidad no

puede ser suplantada, y que por lo tanto, todo intento de

avasallamiento sucumbirá. Sin embargo, el precio que debe

pagar la dignidad por conservar su lugar, será muy alto. Será

necesario sacrificar la vida, enfrentar la guerra, y pagará la

familia.

- ¿Y cómo es la guerra?... preguntó un niño.

- Antayhua sufría con estas preguntas, pero estaban allí y

era necesario responderlas.

La guerra es el fruto amargo que produce la

inconsciencia y ambición de los hombres que quieren

tener más de lo que pueden comer, de quienes quieren

que otros trabajen por ellos y que suponen que por

propia voluntad pueden decir: “esto es mío... y tomarlo”,

y luego para defenderlo están dispuestos a matar.

Entonces quieren más y dirán a los que los rodean que

compartirán con ellos lo que quiten a los demás y

necesitarán tomar más cada vez y los unos se matarán

con los otros.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 102

En la guerra todos pierden. Los que tienen suerte

pierden la vida.

- Y si es tan malo... ¿Por qué tiene que haber guerras?

- Felizmente en el Incanato nos hay guerras hace mucho

tiempo. Ya hemos olvidado desde cuando, pero no

estamos libres, siempre hay insensatos que no dudarían

en hacerlas. El Inca y los sabios del Incanato hacen

grandes esfuerzos para compartir sus conocimientos y

que no haya hambre, porque es la mejor manera de

evitarlas.

¿Alguna vez peleaste con tu hermano por algo?

- Si... lo hice. Él tenía una honda mejor que la mía y yo la

quería.

- Y... ¿Se la quitaste?

- No... Él me ayudó a hacer una igual.

- Allí tienes la respuesta. Sólo si nos ayudamos podremos

tener siempre paz, de lo contrario, una insensatez llevará

a otra y ésta a otra mayor. Es muy fácil romper el

equilibrio. Si vas por un camino amplio caminarás firme,

en cambio cuando caminas sobre un palo colocado para

cruzar un riachuelo, bastará con que tu cuerpo se incline

ligeramente sobre un lado para que pierdas el equilibrio

y caigas.

¿Qué pasaría si las aves de rapiña no existieran?

Imaginen que no hubieran cernícalos, águilas, ni

halcones, gavilanes ni lechuzas.

¿Qué pasaría con los ratones, serpientes y sapos?

- ¡Habrían muchos!

- Claro. Habrían tantos que los charcos, lagunas y ríos

estarían llenos de sapos, los campos se llenarían de

ratones que se comerían nuestras cosechas y las

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 103

serpientes y culebras estarían en nuestras casas.

Tendríamos que cambiar nuestra forma de vivir.

Huiracocha, que es la naturaleza, equilibra las cosas,

porque vida es todo lo que hay sobre la tierra y todo es

perfecto. Nacer, crecer, morir, o sea: ser, evolucionar,

dejar de ser, pero al mismo tiempo convirtiéndose en

otro ser u otros seres. La tierra nos entrega la vida y la

tierra nos guarda la muerte para darnos nueva vida.

En la verticalidad del concepto de bienestar prevalecía la

filosofía de “ la honda, la tajlla y el varayoc”, la que se

manifestaba en el juego de los niños, en el manejo familiar y

en todo aquello que se emprendiera porque todo estaba

enfocado a la suficiencia, y por lo tanto, instintivamente se

pensaba:

En la honda, como el símbolo del control, la disciplina y el

orden. La defensa de los principios. Era la fuerza del padre.

En la tajlla, se veía el contacto con la tierra, era la razón de

dar siempre y de reclamar para sí el fruto de su vientre, esto

es, dar la vida y guardar la muerte. Era el amor de madre.

El varayoc, bajo la administración de los quipus, era el

reparto justo del consumo, el manejo adecuado de las

semillas y el respeto a la vida. Era el manejo de la sabiduría

y el conocimiento que debía ser transmitido necesaria y

permanentemente a las generaciones nuevas con devoción a

Huiracocha, al Inti y al Inca.

Con el fin de lograr una mayor comunión con los

pobladores, Antayhua les decía que los seres humanos

amamos el dolor, tanto como amamos el amor, y que

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 104

necesitamos de él para comprender y valorar las cosas. Para

hacerlos comprender mejor les recitaba un poema:

El Dolor

Cerca del dolor me pude confortar,

cerca del dolor fui la pasión,

cerca del amor pude ser feliz,

cerca del amor fui la ilusión.

Lejos del dolor no sentí nada,

lejos del dolor viví con ansias.

Lejos del amor fui soledad,

lejos del amor no tuve calma.

Puede doler hasta lo más profundo.

hasta donde el cuerpo se confunde con el alma,

hasta donde la realidad y la ilusión se miran,

hasta donde los sueños no lo son,

hasta donde la tristeza ríe,

hasta donde las lágrimas fluyen de alegría.

Porque el dolor exalta los sentidos,

haciendo del amor un cielo hermoso.

Pero Antayhua era un ser humano, su vida transcurrió con

las penas, alegrías y vicisitudes naturales de la vida

cotidiana, y por lo tanto, haciéndose viejo mientras avanzaba

hacia su destino natural, después de una estancia fructífera y

digna en la tierra. Murió entre los suyos y entre todos

aquellos que lo apreciaron y disfrutaron de sus dones. Murió

rodeado de amor y consideración recitando un poema, el

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 105

mismo que tiene la apariencia de una oración, pero sin

embargo, se pueden apreciar en él, las inquietudes y penas

que siempre guardó muy adentro.

Si Polvo fui... Polvo seré

Tristemente, con dolor, me supe humano,

y no lo pude gritar con alegría,

pues deseaba que cada igual fuera mi hermano,

mas, me alegré de saber lo que sabía,

al recordar que otro animal me dio la mano,

cuando fui insecto, felino y cocodrilo.

Los humanos somos seres tan extraños,

a quienes Dios dotó de inteligencia,

sin embargo, nos llenamos con engaños,

para apaciguar apenas la conciencia,

por temor a que el peso de los años,

acabe sin piedad nuestra paciencia.

Instrumento de la dura realidad,

sentado en el banquillo del delito,

veo mi luz, convertida sin piedad,

en el oscuro infierno del proscrito,

mi cielo sigue buscando la bondad,

y en la espiritualidad, sufro contrito.

Mis sueños están viviendo su presente,

como flor que florece por un día.

Ya no me atrevo a soñar, estoy ausente,

al olvidar la piedad que yo tenía ,

prefiriendo ignorar por qué la gente,

puede sufrir hambre y tiranía.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 106

Dios mío ven... salva mi carne.

Dios mío por favor... calma mi sed.

Que la biología santa de la tierra,

encuentre en mí, algo de bueno.

No quiero dar asco a los gusanos,

que mi osamenta quede limpia...

que en mi se regocije el tiempo...

al convertirme nuevamente en polvo.

Si Polvo fui... Otra vez, Polvo seré.

Y así, Antayhua se desprendía en la trilogía de la muerte. Su

cuerpo volvía a la tierra, con la que tenía pendiente una

deuda de respeto y a la que debía abrazar toda la muerte; Su

espíritu iba a un nuevo encuentro con Huiracocha, mientras

su imaginación volaba al infinito.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 107

E P Í L O G O

Qué lejos estaba Antayhua de suponer que algún día las

cosas serían absolutamente diferentes. De que la vida en

libertad por la paz y el trabajo cambiaría desde lo más

profundo de sus bases.

Pasaron los años, el Incanato creció más allá de lo que un

solo eje podía soportar, por lo que Yoque Yupanqui, decidió

crear un nuevo eje, ya que era natural esperar que otros

pueblos siguieran anexándose al Incanato.

En esas circunstancias, cuando aún no se consolidaba

plenamente el nuevo eje, llegaron por mar los extranjeros

diferentes, con sus cuchillos largos, palos de trueno y

animales desconocidos, los que sumados a su apariencia, los

hacía realmente diferentes y temibles, porque mataban con

toda facilidad.

Con ellos llegaron algunos hombres de piel negra y muchos

naturales que se infiltraron en los ayllus. Comenzaron una

campaña de desunión, los indujeron a la rebeldía y les

hablaron de guerra para ser independientes, en el caso de los

que fueron al norte y de rechazo y desconfianza, en el caso

de los que fueron al sur. Sembraron el caos y el egoísmo

comenzó a tomar cuerpo.

Los predadores, que ya hemos dicho que se hicieron llamar

conquistadores, eran naturalmente ignorantes, pero los

peores, eran aquellos que tenían cierta cultura, pues eran

fanáticos e intransigentes, de manera que no podían ser

ecuánimes en su razonamiento. Tenían una mentalidad

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 108

cerrada bajo el criterio de la verdad absoluta, la que a su vez,

era totalmente distorsionada por la ambición

“El Conquistador”, prepotente, engreído y pagado de su

suerte, tan sólo porque portaba un cofre lleno de lo que él

llamaba riquezas, sucumbía a los propios temores y debía

imponer terror utilizando sus armas superiores para

escarmentar - en éstos tiempos hubieran dicho: “para

disuadir”- y así ocultar el propio miedo a ser traicionado por

uno de los suyos, quien podía revelarse al verse cegado por

la ambición o por el natural instinto de ser guerrero.

Ellos no sabían que traían en sus cuerpos un arma poderosa,

“la que les serviría en bandeja de plata” las tierras y riquezas

de América. Ignoraban que eran portadores del germen de la

“viruela negra” y otras enfermedades que aquí no existían y

que éstas se encenderían como un reguero de pólvora,

diezmando las poblaciones y rompiendo la continuidad

tradicional y los eslabones del orden social y de trabajo

establecido en el Incanato.

Rotos los eslabones de la cadena que caía verticalmente, la

cadena dejo de ser, se rompió fácilmente todo vínculo

cultural y forma de comunicación, para reemplazar cada

culto, cada actitud y cada valor por los suyos. La armonía no

era importante porque no daba riquezas, por el contrario, era

necesario estar en guardia para defender lo suyo propio de

cada uno. Luego se repartirían el botín a gusto y paciencia

de ellos mismos.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 109

Todo resultó fácil. En pocos años lograron echar a los

seguidores de Atahuallpa contra los de Huáscar.

Lógicamente. Los de Atahuallpa, apoyados por la crueldad

de los españoles, se impusieron a los de Huáscar que seguían

manteniendo la mística agrícola del Incanato.

Muerto Huáscar, ya no necesitaron a Atahuallpa y lo

mataron. Entonces, logrados los objetivos de la intriga y la

siembra de nuevas ideas, ya dueños de la situación,

emprendieron la ruta al Cusco, ruta que, sin ningún apuro,

les llevó varios años durante los que introdujeron nueva

ideología, nueva religión y nuevas formas de emborracharse.

Al Cusco llegarían antes las ideas que los caballos y éstas

producirían más daño.

La trilogía de “la honda, la tajlla y el varayoc se deterioró y

no se permitió la recomposición de su orden lógico, de tal

manera que fue fácilmente reemplazada por la trilogía de “El

Padre, El Hijo y El Espíritu Santo”, la que aplicada con la

iniquidad de conquistadores e inquisidores, se hizo bajo el

estigma del despojo para retribuir bondad, del trabajo

obligado para retribuir limosna y de la muerte indigna para

retribuir el cielo.

Los niños, que poseían la inteligencia nueva que miraba al

futuro, serían marginados, relegados a una vida vegetal:

nacer, crecer, morir. Nacer enraizados para que sobrevivan

los más fuertes, los que tuvieran la “suerte” de pasar los

doce años. Crecer en una lucha permanente con la miseria, o

con la vida miserable surgida de la limosna, para finalmente

morir, en lo que quizá pudiera resultar, el único acto feliz de

su vida.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 110

La lucha interna, la propia lucha, incomprensible para ellos,

buscará una respuesta cuando alguna vez al acudir a una

iglesia, deslumbrados por el dorado de los altares, vean al

nuevo Dios crucificado, doliente, herido. Allí acabarán sus

esperanzas cuando les digan que ellos lo hicieron; entonces,

dentro de esa sombra de culpa se verán obligados a aceptar,

con la mayor naturalidad, vivir haciendo venias,

arrodillados, pidiendo perdón a taita lindo. Tendrán que

pedir perdón al patrón y no sabrán por qué, si lo sirven. Le

darán lo que ya no tienen y se les exigirá más, porque de lo

contrario, no habrá migajas para todos y se irán al infierno.

El peso de la culpa pasará a ser atributo de los naturales.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 111

La Toma de Saqsayhuaman

Me encuentro en Saqsayhuaman,

de pronto inmerso en una lucha,

sorpresiva, cruenta y desigual.

Cada cañón vale un ejército,

cada mosquete, muchas hondas,

cada sable, muchas vidas.

Están haciéndome un guiñapo;

oigo alaridos de dolor,

gritos de angustia me conduelen,

nadie comprende el por qué,

de tan horrible matanza...

y mientras... yo, sigo muriendo.

Lucha Cahuide en lo alto de la torre,

abriendo cabezas hasta caer vencido,

acribillado de plomo y de metralla.

Mas los mosquetes, síguenle tirando,

no lo necesitan de héroe,

ellos... lo prefieren muerto.

Yace moribundo a mi costado,

sus ojos lloran lágrimas de sangre;

jadeante luce brillantes orejeras,

radiante el sol que lleva al pecho,

una mano se agarra a la macana,

cuando la espada... el corazón le clava.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 112

¡Ha caído el enemigo! Dice el grito.

¡Al guerrero infiel ya dimos muerte!

¡Corred! Vayamos a la entrada.

¡Arrancad la enorme sierpe de oro,

que de esta fortaleza, los muros santifica,

para ofrendarla con loas al Señor!

Alaridos eufóricos se escuchan,

cual una arenga guerrera...

vociferando sin cesar aquello,

que terrible, la voz pregona,

para mostrar con crueldad,

lo que implanta el nuevo idioma.

¡Disparad!... ¡Que ya son nuestros,

acabad con los idólatras del Sol,

acabad con los bárbaros os digo,

que Cristo bendecirá este día...

con indulgencias y dones

por matar infieles en su nombre!

Y con fervor... sigo muriendo,

apoyado sobre el palo de mi tajlla,

que sin embargo... no se quiebra,

estoicamente sigue soportando,

el peso de mi angustia... cómo pesa...

y la carga asfixiante del que hiere.

Mas no muero... aún sigo consciente.

Sigo escuchando gritos y explosiones.

Los ayes son iguales, de uno y otro lado;

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 113

los de aquellos que defienden,

y los de aquellos, que conversos,

parte son ya... del enemigo.

Los de armadura no se mueren.

Las espadas y mosquetes hacen daño.

Las hondas sólo sirven desde lejos.

Mientras tanto... yo sigo muriendo,

abrazado a mi Dios, mi Huiracocha,

firmemente, contra el suelo.

Mancilladas las reliquias de mis Apus,

al despertar, inmóvil, agotado,

aplastado por dos cuerpos

que soportan mis espaldas,

sigo sin comprender qué dicen

los triunfantes gritos del que invade,

Largas horas después... Yo vivo...

Siguen anunciando que han vencido,

¡que del Señor su Dios ha sido la victoria,

que un milagro se ha visto consagrado,

en la empuñadura de la espada vencedora,

donde una cruz revela su misterio!

Mi Dios, mi Huiracocha, está dolido,

Saqsayhuaman en pedazos se desgaja,

ruedan sus hermosas piedras cuesta abajo

empujadas por la pólvora y el odio,

sin que sepamos por qué se nos ataca

desoyendo el clamor de la cultura.

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 114

Al destruir el amor a nuestros Apus,

para imponernos la Cruz y la sotana,

las heridas de mi cuerpo ya no duelen,

son más graves y profundas las del alma,

sufriendo, abatida en la amargura,

llorando, condolida en la tristeza.

La mirada ya no abarca el horizonte,

hay mil preguntas sin respuesta,

y hay mil respuestas que no entiendo.

El humo asfixiante de la pólvora

interfiere el contacto con mi Sol...

ya no podré llamarlo Inti con cariño.

La hoja cortante de la espada...

segó alegremente mi cosecha.

¡El calvario de la Cruz...

se enclavó en la Pachamama!

¡penetró en mi ayllu...

inclinó mi frente!.

¡Huiracocha!...

¡Espíritu del Ande!...

¡Qué dolor!...

Esos niños, que tan felices vagaron por los valles de la costa

gozando de los frutos que la naturaleza les proveía, o

aquellos de las serranías, que como Ñahuicha disfrutaban al

caminar por los cerros y arroyuelos, absorbidos por sus

infantiles ilusiones, tuvieron que cambiar su forma de vida

por otra limitada por conceptos y restricciones no aptos para

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 115

niños. No fueron nunca más tomados en cuenta ni

consultados sobre sus preferencias, gustos o expectativas.

¡Qué pena!

Una escena común desde entonces:

- Mirad niño. Subid a aquel árbol y arrancad todos los

frutos que estuvieren aptos para comer.

- Si taitita... si. Y el niño sube al árbol, en algunos casos

con riesgo de caer y recoge todos los frutos que son

recibidos por el señor.

- Id pues a la cocina para que os den un pedazo de pan.

- Y... ¿No podría su merced darme algún fruto?

- Pues mira que no, que ellos rezultan inzuficientes para

nuestra meza. Conformaos con lo que os doy y dad

gracias a Dios que lo recibiréis.

- De pronto el señor da un grito: ¡Pablo!, ¡venid aquí!... Id

corriendo a la cocina y decid al encargado que no de pan

alguno al chico que arrancó los frutos, pues ha tenido la

ozadía de dar un mordizco a uno de ellos.

- ¿Podría su merced, darme después el fruto aquel que

tiene el mordisco?

- Pues mira que no, de ninguna manera. Zervirá para zer

presentado durante la aplicazión del castigo que ze le

dará al rapaz atrevido que ozó morder un fruto deztinado

a la meza. Y vos también... aprended la lección, no zea

que se os ocurra en ocazión alguna hacer lo mizmo.

¡Aahh!...Zeñor... Líbrame Zeñor... de éstos indios.

¡Aahh!... Mi Huiracocha... Libérame mi Dios.

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Los Hijos del Ande

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¡VAMOS CHOLO¡ ¡Vamos Cholo! Levanta la cabeza. ¡No te detengas! Defiende lo único que tienes, la dignidad y el orgullo. ¡Eso es tuyo! No te lo pueden robar los que quieren que lo pierdas. Piensa en el hoy y en el mañana, que tu pasado lo sustente. ¡Hurga en él! No es malo todo aquello que te han dicho, allí están las razones de tu fuerza, allí descubrirás tu yo sincero, protegido por el orgullo de ser tú, sabiendo que la dignidad está contigo. Ahora deberás enfrentar a todo el mundo. ¡Que revienten! Con estas armas no podrán hacerte daño. Juégalas limpio, llévalas siempre, Tus raíces las sostienen con firmeza y tu tronco es el tronco de la historia. ¡Vamos Cholo! No permitas que te frieguen. Que no te entierren argumentos de otras tierras. ¡No te achiques!

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Los Hijos del Ande

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Si no hay palas, escarbarás nuevamente con las manos, harás un hoyo en el surco con el dedo, tomarás una anchoveta, colocarás en su vientre una semilla, y al sembrarla sí, de esta manera, florecerán nuevamente, la dignidad y el orgullo de tu raza. La delincuencia, Es el arma que te ha dado el menosprecio, todos tus males han nacido en la limosna, como el hambre que se mitiga en la migaja, como el falso orgullo que parte de un ¡qué bien! ¡No carajo! Exijamos amor para cada niño de esta tierra, Exijamos respeto para cada gramo de este suelo. ¡Vamos Cholo! ¡Levanta la cabeza!

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Los Hijos del Ande

Roger L. Casalino Castro 118

I N D I C E

Pág.

La Sonrisa (Cabeza Clava Chavín) 1

Título 3

Sol del Pasado 5

Prólogo 9

Invitación 13

Comentarios 15

Los Hijos del Ande...

La Honda – La Tajlla – El Varayoc 21

El Inca 23

La Verdad 45

El Primer Amor 59

Botón en Flor 60

Plegaria en Machu Picchu 68

La Momia Madre 74

Oración a Huiracocha 79

Eternamente 86

La Luz de las Sombras 87

Marcahuasi 89

El Cóndor y el Águila 102

Gloria en el Altiplano 107

El Dolor 112

Si Polvo Fui... Polvo Seré 113

Epílogo 116

La Toma de Saqsayhuaman 120

Vamos Cholo 126

Índice 127

Semblanza 128

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Los Hijos del Ande

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