una, ninguna, cien mil caperucitas ilustradas · de forma más marcada el aspecto campesino y el...

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1 Una, ninguna, cien mil... Caperucitas ilustradas Lourdes Sánchez Vera y Silvia Tomasi, Universidad de Cádiz (Facultad de Ciencias de la Educación) Citation: Sánchez Vera, L., S. Tomasi (2015), “Una, ninguna, cien mil... Caperucitas ilustradas”, G. Bazzocchi, P. Capanaga, R. Tonin (eds.), Perspectivas multifacéticas en el universo de la literatura infantil y juvenil , mediAzioni 17, http://mediazioni.sitlec.unibo.it, ISSN 1974-4382. 1. Introducción Bastan cinco palabras niña, bosque, flores, lobo, abuelapara que cualquier persona de nuestra sociedad evoque y responda: Caperucita Roja”. G. Rodari Las palabras de Gianni Rodari son bien elocuentes, unos pocos elementos son suficientes para evocar todo un universo narrativo. Si pidiéramos a un grupo heterogéneo de personas que describieran los elementos del cuento de Caperucita Roja, independientemente de las habilidades descriptivas de cada uno, los resultados serían sustancialmente los mismos: la imagen sugerida sería la de una niña de entre siete y once años, con una caperuza roja hasta poco más de la cintura, pelo rubio o castaño, cesta de mimbre y aire sereno e ingenuo; un lobo negro o gris, peludo, feroz y de dientes largos y afilados; un bosque verde, espeso y salpicado de florecillas y una casita con techo a dos aguas y postigos de madera donde habita una entrañable abuelita. La imagen de Caperucita parece mostrarse inmune a posibles contaminaciones. Quizás, el valor afectivo y la fuerza emotiva de la primera representación infantil del cuento hacen que resulte prácticamente imposible

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Una, ninguna, cien mil... Caperucitas ilustradas

Lourdes Sánchez Vera y Silvia Tomasi, Universidad de Cádiz (Facultad de

Ciencias de la Educación)

Citation: Sánchez Vera, L., S. Tomasi (2015), “Una, ninguna, cien mil... Caperucitas ilustradas”, G. Bazzocchi, P. Capanaga, R. Tonin (eds.), Perspectivas multifacéticas en el universo de la literatura infantil y juvenil, mediAzioni 17, http://mediazioni.sitlec.unibo.it, ISSN 1974-4382.

1. Introducción

“Bastan cinco palabras –niña, bosque, flores, lobo,

abuela– para que cualquier persona de nuestra sociedad

evoque y responda: Caperucita Roja”.

G. Rodari

Las palabras de Gianni Rodari son bien elocuentes, unos pocos elementos son

suficientes para evocar todo un universo narrativo. Si pidiéramos a un grupo

heterogéneo de personas que describieran los elementos del cuento de

Caperucita Roja, independientemente de las habilidades descriptivas de cada

uno, los resultados serían sustancialmente los mismos: la imagen sugerida

sería la de una niña de entre siete y once años, con una caperuza roja hasta

poco más de la cintura, pelo rubio o castaño, cesta de mimbre y aire sereno e

ingenuo; un lobo negro o gris, peludo, feroz y de dientes largos y afilados; un

bosque verde, espeso y salpicado de florecillas y una casita con techo a dos

aguas y postigos de madera donde habita una entrañable abuelita.

La imagen de Caperucita parece mostrarse inmune a posibles

contaminaciones. Quizás, el valor afectivo y la fuerza emotiva de la primera

representación infantil del cuento hacen que resulte prácticamente imposible

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desarraigarla, así, el cuento presenta, en el imaginario común, unas

características bien definidas,

Este cuento que siempre ha estado presente en la traición literaria, primero

oralmente y luego en literatura escrita (con las versiones de Perrault o de los

hermanos Grimm), visualmente también ha dejado una profunda huella en el

imaginario colectivo destacando, entre otras interpretaciones plásticas, las que

hace Gustave Doré para una edición de la obra de Perrault. En las últimas

décadas se ha reinterpretado textual y visualmente dando lugar a versiones,

que manteniendo la esencia de la historia, presentan novedades originales y

personales.

La mayoría de los ilustradores que se han acercado al cuento, aun respetando

sustancialmente la historia original en términos textuales, ofrecen a nivel

perceptivo y de lectura visual una óptica absolutamente nueva que hace que

Caperucita siga cautivando al público de todas las edades.

Hay que destacar que la ilustración, hoy día, no es un simple adorno o un mero

acompañamiento al texto. En muchos casos tiene la suficiente entidad como

para propiciar una lectura visual paralela a la lectura textual. Lectura visual que,

en el caso de los ilustradores actuales, muchas veces enriquece el propio texto.

El ilustrador Pablo Amargo nos comenta:

El trabajo del ilustrador es el de un mediador. Se las tiene que ingeniar

para encontrar elementos justificables que concilien su mundo visual

particular con el escrito que tiene entre manos evitando cualquier tipo de

redundancia. De este modo, el choque poético que se establece entre una

imagen y la palabra, es lo que llamaremos ilustración. (2005: 37)

Dentro del amplio abanico de versiones, diferentes ilustradores modernos han

traducido Caperucita de acuerdo con su propia sensibilidad, estilo y bagaje

cultural. Así encontramos ilustradores que han reproducido en modo bastante

fiel la imagen que todos poseemos de Caperucita, como es el caso de

Bernadette Watts, de Louise Rowe o de Lisbeth Zwerger. Otros, como Tony

Ross, Anna Laura Cantone o Barroux, han mantenido la idea y el texto en la

esencia pero añadiendo un toque humorístico e introduciendo elementos que

actualizan ligeramente la historia. Autores como Rascal, Warja Lavater o Kvéta

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Pakovska han elegido emplear un lenguaje visual totalmente nuevo y simbólico,

pero no por ello menos efectivo, para narrar el cuento. La visión personal de

cada ilustrador nos brinda la oportunidad de descubrir Caperucitas poéticas

como la de Stefano Morri, angustiosas como la de Lydia Aricky, étnicas como

las de Miguel Tanco o las veintiuna Caperucitas de Media Vaca, modernas y

para adultos en la interpretaciones de Innocenti y de Sarah Moon...

En el recorrido por el mundo de las Caperucitas ilustradas, hemos organizando

el viaje en bloques, agrupando a los ilustradores que comparten, según nuestra

percepción, unos rasgos comunes.

2. Las versiones más clásicas

Los ilustradores incluidos en esta línea, aun mostrando un estilo personal y

novedoso, han mantenido la imagen de Caperucita Roja propia del imaginario

colectivo.

Bernadette Watts nos deleita con unas escenas ricas y coloristas, de rápidas

y pequeñas pinceladas que nos recuerda a los impresionistas. La ilustradora

hace uso de una gran profusión de detalles que se funden en un conjunto

armónico y equilibrado.

Su Caperucita se presenta como una niña, de aspecto noreuropeo, con una

caperuza roja que le cubre sólo la cabeza, delantal y cesta de mimbre. El

atuendo nos indica su procedencia campesina y, la manga corta, nos sitúa en

primavera o verano (suposición reforzada por la imagen de un bosque verde y

profusamente florecido). La niña se nos presenta dulce e ingenua, e ignorante

de la maldad y peligros del mundo.

Por su parte el lobo de apariencia animal, incluso en los momentos en los que

adquiere posturas o actitudes humanizadas, es feroz e intrigante respondiendo

al mandato de su naturaleza. El cazador resulta también fácilmente reconocible

y asociable a la imagen más típica del mismo.

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Los escenarios evocan claramente el norte o centroeuropa: un campo con

hierba alta salpicada de florecillas; un espeso bosque alpino; la casa de la

abuela, de piedra, con chimenea y tejado a dos aguas...

Las primeras escenas, llenas de colores vivos y alegres, simbolizan la felicidad

y la inocencia; muestran una Caperucita que se mueve en segura armonía con

el entorno. La aparición del lobo trae una variación cromática, el paisaje se

ensombrece, de forma que, muy sutilmente, la autora manifiesta la presencia

de una amenaza.

Este contraste se percibe claramente en varias escenas. Cuando Caperucita y

el lobo se encuentran la luz es tenue y contrasta con la explosión de colores de

las escenas precedentes, como una advertencia; los árboles parecen menos

vivos, despojados de verdor y la hierba se alarga y oscurece cuanto más cerca

está del lobo. La oposición con la claridad que se entrevé al fondo simboliza el

alejamiento de la seguridad y la inminencia del peligro. De manera similar, la

llegada de la niña a la casa de la abuela pone nuevamente en contraposición el

colorido que rodea un entorno familiar y acogedor con la oscuridad que se

cierne sobre la cama de la abuela (las cortinas negras del baldaquín y la

madera oscura de la cama se confunden con la negrura del lobo).

En la escena final, al contrario que en las escenas precedentes, el peligro

parece alejarse, los árboles más oscuros e inquietantes están al fondo, la casa

de la abuela es rodeada por un bosque sereno y dulce, la luz blanquecina de la

luna llena va esclareciendo la escena, llega la salvación.

En general la obra mantiene un tono de tensión contenida y los sutiles cambios

en el colorido predominante de la obra nos avisan de lo que está por venir, pero

la amenaza no llega a niveles extremos como veremos en otras versiones.

Lisbeth Zwerger prefiriere la técnica de la acuarela con colores tenues y

diluidos y fondos difuminados. Se decanta por los tonos marrones y ocres y

prescinde de todo detalle innecesario en los fondos o escenas. Aquí los

contrastes tonales se utilizan, no para reflejar las tensiones de la narración,

sino para resaltar a los personajes con colores más marcados y cálidos. El

bosque, aunque muy presente, es sólo una sugerencia, a veces tan inmaterial

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que los personajes parecen flotar. Son éstos, con sus gestos y movimientos,

los protagonistas de la narración. Las actitudes y posturas de los personajes

son las que permiten leer lo que está ocurriendo y las que sostienen el peso de

la narración. Así, por ejemplo, en la escena del encuentro entre el lobo y la

niña, la tensión narrativa se pone en relieve en la postura zalamera y

cautivadora del lobo (manifestación clara de su carácter traicionero) y en el aire

ingenuo de la niña, que no mira directamente al lobo no advirtiendo el peligro.

En las ilustraciones destaca un fuerte realismo y naturalidad en las formas de

los personajes, expresiones, gestos y movimientos. Llegando a presentar

pequeña escenas costumbristas que nos recuerdan las representadas en los

cuadros de Brüegel: la madre preparando la cesta y el gato queriendo fisgar

dentro; la escena final en la que los personajes descorchan una botella para

festejar el final feliz de la historia...

Esta Caperucita aparece como una mujercita de unos diez años habituada a

realizar tareas domésticas superiores a sus fuerzas. La caperuza se limita a

cubrir la cabeza de la niña; la piel clara y las mejillas enrojecidas representan

de forma más marcada el aspecto campesino y el gran delantal y la gran cesta

así lo corroboran.

El lobo vuelve a aparecer como animal, adoptando en algunas escenas

actitudes y posturas humanizadas, pero sin perder su esencia salvaje. En la

escena en la que se disfraza, se muestra torpe en los movimientos y resulta

ridículo, evidenciando que tal actividad no es propia de él, remarcando así su

naturaleza animal.

La madre y la abuela, robusta una y fuerte y fibrosa la otra, representan a dos

mujeres acostumbradas al duro trabajo campesino. El cazador refleja el

imaginario común. Al igual que los personajes, las dos casas, tanto en el

interior como en el exterior, evocan claramente las mansiones campesinas da

las regiones de montaña del norte o centroeuropa.

El tono general es delicado y poético, predominando un sentimiento de sosiego

y serenidad, que impiden que la historia llegue a volverse angustiosa.

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3. Visiones humorísticas

En una segunda línea estarían aquellos autores que han ilustrado el cuento

manteniendo la esencia de la narración original pero que han introducido una

clave humorística y han añadido guiños de modernidad. Estamos hablando de

Tony Ross, Anna Laura Cantone, Barroux y Jean Claverie.

El inglés Tony Ross, con su trazo decidido y característico, nos presenta una

Caperucita desmitificada. Sus ilustraciones se caracterizan por la impronta

humorística, la riqueza en detalles y los guiños culturales de todo tipo.

La Caperucita de Ross es una niña de unos diez años, con largas coletas

marrones, botas rojas, medias de rayas y una holgada capucha roja hasta las

rodillas; que se aleja del estereotipo campesino para acercarse al urbano; que

se mueve en bicicleta; moderna, despreocupada y más despierta que la

clásica. Su fisionomía es menos definida que en versiones anteriores pero los

que sí tienen un aspecto más marcado son los padres y la abuela. El padre,

con su constitución robusta, pelo rubio y cara cuadrada, nos evoca la imagen

típica de un irlandés y la abuela, tan delgaducha y frágil, recuerda a la típica

viejecita inglesa.

El lobo, representado como un animal enorme, peludo, con un morro muy

alargado y unos pequeños ojos maliciosos, que en ocasiones se convierten en

fisuras, no llega a asustar realmente. Incluso en el momento en el que se come

a la abuela, el largo morro y las pantuflas de la viejecita sobresaliendo de la

boca, más que espantar provocan la sonrisa. A pesar de su tamaño, las

expresiones de su rostro y la actitud desafiante de Caperucita, llegan a

transformarlo en varias escenas en un peluche enorme.

El bosque, de color verde oscuro, nos lleva a las campiñas y forestas inglesas

o irlandesas, de cielos grises y cubiertos. Lo mismo podríamos decir de las dos

casas.

Por encima de todo, en la interpretación visual de Tony Ross, podemos

destacar los elementos que sitúan la obra en una época reciente: el atuendo y

peinado de la madre y de la abuela; la sustitución de la cestita por una bolsa de

papel; la bicicleta; la televisión en casa de la abuela; la máquina de coser

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empleada para confeccionar la caperuza; los pequeños objetos que los

animales del bosque lanzan al lobo… Además, podemos señalar algunas

marcas que nos permiten situar culturalmente la obra como son: la cerveza que

bebe la abuela y que la niña lleva en la cestita, el periódico que leen tanto

padre como abuela, el sándwich o la reproducción del cuadro de James McNeill

Whistler (Retrato de la madre del artista).

Todos estos elementos contribuyen a recrear un tono general totalmente libre

de angustia ya que siempre aparece algún pequeño detalle, inherente o ajeno a

la narración, que relaja la tensión y tranquiliza al lector. Por otro lado, la

representación constante de escenas de vida cotidiana moderna acerca la

historia a la realidad del lector actual.

Anna Laura Cantone nos deleita con su estilo divertido, de trazos y formas

irregulares y colores vivos. Su Caperucita es pequeñísima, tanto por tamaño

como por edad, bajita y regordeta, con una gran cabeza, ojos grandes y

redondos, pelo alborotado y vestida enteramente de rojo.

El lobo por contra, es enorme, con ojos pequeños, maliciosos y en algún

momento, feroces, el morro muy alargado con pequeños dientes afilados y una

barriga muy prominente pero, a pesar de ello, tiene un aspecto más bien

bobalicón y presenta rasgos humanizados al vestir con pantalón y camiseta. La

madre y la abuela, altas y espigadas, presentan un aspecto más moderno que

en las anteriores versiones y cierta apariencia burguesa.

El bosque es representado por un plano uniforme de un verde oscuro casi azul,

despejado al principio y con algunos árboles aislados después, actúa más bien

como un telón de fondo.

En las primeras escenas encontramos algunas marcas que revelan la

nacionalidad y la época a las que pertenece la ilustradora. Así, Caperucita lleva

en la cesta una cafetera y una botella de Fernet Branca. El sofá y la tapicería

también evocan esta modernidad burguesa y urbana frente al ruralismo de las

versiones clásicas.

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A pesar de los toques humorísticos y las actualizaciones, las ilustraciones son

muy expresivas, llegando a transmitir miedo en algún momento.

Barroux nos presenta unas imágenes con una paleta reducida de colores: rojo,

naranja, amarillo, negro y los tonos de gris, pero su trazo decidido crea un

fuerte efecto plástico.

El artista se expresa por medio de una gran simplicidad, eliminando de la obra

cualquier exceso de detalles que puedan distraer la atención de los sucesos

principales de la narración, así la redondez de los personajes contrasta con la

linealidad de los trazos que dibujan el fondo, resaltando así su presencia.

La expresividad y las emociones se transmiten más por medio del uso del color

y de las líneas que por el dibujo en sí, siendo imposible distinguir la expresión

de los personajes en la mayoría de las ilustraciones.

Caperucita aparece como una niña de unos siete u ocho años, bastante clásica

en la esencia aunque original en la forma con una caperuza que le llega hasta

las rodillas y con una falda y unos zapatos también rojos. Presentando un

aspecto ingenuo y sereno y en medio del bosque parece minúscula e

indefensa. El lobo es enorme y negro y aparece en muchas escenas no

físicamente sino como una sombra amenazadora. El cazador es representado

de una manera bastante tradicional, la imagen es la de una figura fuerte y

tranquilizadora.

El bosque nos parece bastante significativo, se trata de un bosque otoñal en el

que los árboles están divididos en dos secciones, la más cercana al suelo gris

o negra y la superior en tonos de rojo, naranja y amarillo. Este recurso parece

simbolizar el peligro subyacente al que se expone Caperucita al tiempo que se

convierte en una representación visual y cromática de los dos personajes

principales.

Visualmente la obra nunca llega a ser angustiosa, la tensión se ve moderada

en parte por la misma gráfica, el trazo impreciso y las líneas redondeadas que

suavizan la imagen, y en parte por algunos recursos narrativos como por

ejemplo que en el momento crucial, cuando el lobo come a Caperucita, por la

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ventana ya entrevemos la llegada del cazador y por lo tanto le podemos

predecir la salvación.

Estéticamente, esta interpretación visual de Caperucita destaca por la gama de

colores seleccionados y su combinación para producir los efectos de tensión

narrativa.

Claverie, por su parte, nos propone una Caperucita urbana, de unos diez-doce

años, rubia, vestida con vaqueros, zapatillas y sudadera roja con capucha,

además la clásica cestita es sustituida por un cartón de pizza. El lobo pierde su

carácter animal para presentarse muy humanizado, parece más un matón de

barrio (con su cazadora de cuero) y al disfrazarse adopta las gafas, los cascos

y los rulos de la abuela.

Interesantes son las marcas culturales que encontramos en su habitación: la

dentadura postiza y las medicinas en la mesita de noche; la televisión con

mando a distancia; el souvenir de Venecia; las cintas de vídeo y los libros (La

guerra de las galaxias, películas de Buster Keaton, Los tres mosqueteros y

Caperucita roja en alemán).

El entorno es claramente urbano y el bosque es reemplazado por un desguace

y una calle con cubos de basura.

La escena en la que el lobo ataca a Caperucita transmite visualmente mucha

agresividad. La violencia que se transmite con la cara aterrada de Caperucita y

la imagen de la enorme boca del lobo, llena de afilados dientes, se acentúan

por el uso del primer plano y las líneas cinéticas. También terrorífica resulta la

madre (que sustituye al cazador) con su hacha y su expresión feroz que acaba

desarmando al lobo. Éste es a la vez en el momento más trágico y emotivo ya

que el ilustrador relaja la tensión transformando al lobo en un ser indefenso y

sumiso que pide clemencia.

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4. Interpretaciones poéticas

La tercera línea incluye a dos autores que han reinterpretado el texto, de los

hermanos Grimm el primero y de Perrault el segundo, convirtiéndolo en pura

poesía visual, se trata de Stefano Morri y Eric Battut.

El italiano Stefano Morri a través del uso contenido del color y de la línea de

trazo dinámico, plasma una imagen expresiva, tan etérea como plástica. Los

colores predominantes son tenues y se mueven en la gama de los verdes y los

tierra, con el contraste del rojo y naranja y algún toque blanquecino. El

resultado es una combinación equilibrada y natural. Aunque las variaciones

cromáticas sean delicadas y tenues, Morri consigue con ellas producir efectos

importantes a nivel sensorial.

Caperucita es una niña de unos doce años, atemporal y “apátrida”, vestida con

un traje rojo y una caperuza ajustada a la cabeza, de formas redondeadas,

delicada y soñadora, que se asoma al mundo con avidez y curiosidad.

El lobo presenta un juego de ambigüedad a lo largo de la obra. Se muestra en

su naturaleza de animal escondido tras los árboles del bosque y en la escena

final donde yace muerto en su enormidad. En las escenas con Caperucita

muestra unas posturas y unos gestos más humanizados pero sin llegar al

disfraz.

Caperucita se mueve en dos espacios, el campo verde sembrado de flores en

el que no existe amenaza y el bosque, en el que el color se oscurece a medida

que se adentra en él (como una representación del viaje iniciático de la niña,

que se aleja de la seguridad de hogar-niñez para adentrarse en la

incertidumbre del bosque-adolescencia).

La imagen en la que Caperucita está en la cama con el lobo contrasta

profundamente con las anteriores por la esencialidad de la imagen. Toda la

atención se centra en las dos figuras y es aquí donde Caperucita descubre las

verdaderas intenciones del lobo que se quita la máscara que hasta entonces ha

llevado. La escena no carece, a los ojos del adulto, de un tono casi erótico. En

la última imagen el autor acentúa el efecto plástico, abandonando en parte el

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espacio poético consiguiendo mayor realismo y dramatismo al presentar el

cuerpo inerte del lobo y el gesto de angustioso agradecimiento de Caperucita

en el abrazo al cazador.

Eric Battut ofrece una visión que prescinde de todo detalle innecesario. Nos

propone una ilustración más plana, con representación de los personajes

menos expresiva en las facciones y en las posturas y una escueta selección

cromática (rojo, anaranjados y negro). Aun así, su versión es más dramática.

Una lectura atenta de la imagen nos permite detectar una sensación de

desolación, amenaza constante y angustia, que va creciendo de forma sutil y

que es representada por medio del color, de la línea y de símbolos gráficos: los

altos cipreses negros que semejan llamaradas y que se inclinan amenazantes

durante toda la obra (no podemos obviar el carácter simbólico del ciprés

relacionado con la muerte); un sol abrasador que incendia el cielo y quema los

campos; el viento que azota los árboles; caminos que se vuelven laberintos...

La niña es extremadamente pequeña y frágil, ingenua y confiada, campesina

(pastora de ocas), retoma la cesta pero se acompaña de un paraguas rojo

como toda su vestimenta

El lobo, a pesar de sus líneas simples, aspecto perruno y reducido tamaño,

tiene un claro carácter amenazador que se refleja en su intensa negrura, sus

ojos minúsculos y amarillos y su boca llena de pequeños dientes afilados. Su

aspecto más fiero lo vemos en el reflejo de su sombra.

El espacio narrativo recreado por Battut es bastante insólito, el bosque verde y

espeso propio del imaginario común se transforma en campo agostado,

amarillento y ralo. Y pequeños grupos de cipreses y una arquitectura con

molinos de viento y casas blancas nos evocan más un ambiente mediterráneo

que nórdico.

Las escenas finales se llenan de simbolismo. La casa de la abuela se inunda

de oscuridad con la presencia del lobo, los objetos de Caperucita abandonados

y sin vida, las flores que van dejando caer sus pétalos podrían simbolizar la

vida que se escapa.

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En la escena crucial, los personajes muestran su verdadera naturaleza. Vemos

con nitidez el rostro, entre sorprendido y asustado, de Caperucita, que en

escenas anteriores apenas distinguimos; el lobo se muestra tal cual, muestra

con fuerza toda su maldad e intenciones descubriendo unos dientes pequeños

y afilados. En la escena sucesiva, encontramos una imagen profundamente

clara en su simbolismo: el traje de la niña abandonado sobre la cama. El mal

ha ganado.

5. Interpretaciones angustiosas

El tono desolador de la obra de Battut nos lleva a tres ilustradores que

acentúan el sentimiento de angustia de forma creciente: Serra, Roux y Arycky.

Los tres, coinciden en otorgar el papel protagonista al lobo, que llena el

espacio, lo invade.

El español Adolfo Serra nos propone una representación, jugando con rojo,

negro y blanco, donde el lobo no sólo llena, sino que llega a convertirse en el

espacio mismo. Caperucita en la mayoría de las escenas es minúscula,

reduciéndose casi a una manchita de color en medio de un paisaje invernal,

con los árboles totalmente deshojados.

De esta obra cabe destacar principalmente el juego óptico, con efectos

fotográficos de zoom, por medio del cual el autor consigue que el bosque se

convierta en lobo y el lobo en bosque, en camino, en casa…

Incluso antes de que la niña emprenda su viaje, el animal ya ha invadido su

casa, su presencia se hace palpable y aterradora, no hay descanso emocional

al principio, nada de escenas cálidas y familiares, el camino que va a

emprender Caperucita es el mismo lobo, la casa de la abuela se sitúa en la

punta de su nariz, el lobo está allí, poderoso, enorme, implacable, de

apariencia terrible, hirsuto y espinoso, con ojos amarillos y feroces y dientes

afilados.

Desde el principio la salvación se torna imposible, no hay vía de escape…

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Similar en el concepto es la obra del francés Christian Roux, que nos propone

un lenguaje visual minimalista, eliminando todo detalle innecesario. Las figuras

son estilizadas y apenas esbozadas, predominan los colores planos,

destacando el uso expresivo que hace del rojo y el negro, con los que

consigue, no sólo efectos plásticos de contraste sino también una gran tensión

narrativa. Así mismo cabe destacar el juego de las proporciones (todo queda

empequeñecido al lado del lobo) y el uso de líneas angulosas que semejan

cuchillos afilados.

Su Caperucita es bastante fiel al modelo clásico, muy pequeña y con una

caperuza que la cubre por entero, con una cesta casi tan grande como ella.

Una niña diminuta e indefensa en un bosque de árboles gigantes.

El lobo también presenta un tamaño desproporcionado y nos recuerda en

algunas láminas al mismísimo diablo. Precisamente este contraste entre las

proporciones del lobo y el resto de los elementos, es el que, junto con el uso

expresivo del color, acentúa el sentimiento de angustia a lo largo de la obra.

La casa de la abuela, en tonos grisáceos, no ofrece una imagen familiar y

cálida, sino que se convierte en el escenario de un drama anunciado. No hay

piedad en la representación del lobo comiendo a la abuelita.

En la escena en la que la niña entra en la casa de la abuela reencontramos el

recurso recurrente de la luz que enmarca la puerta, un fuerte contraluz en el

que Caperucita es engullida por la sombra: la vida queda fuera del espacio

interior, sombrío y oscuro.

La ilustración final de la obra recuerda a Battut, una visión del lobo animal,

triunfador y aullando a la luna.

Finalmente cerramos este bloque con la que consideramos la obra más

angustiosa de las tres, la propuesta por la Lydie Arycky. Su trazo vigoroso y

decidido nos recuerda la pintura expresionista. La técnica, los tonos cromáticos

oscuros y la narración visual nos ofrecen una obra cargada de dramatismo y

movimiento. Hay escenas que recuerdan las pinturas negras más angustiosas

de Goya, o alguna de las obras atormentadas de Bacon.

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Al igual que en la obra de Serra, el lobo llena el espacio, se convierte en

bosque, se insinúa en el camino, se disfraza, transforma, es un fantasma

siempre presente, en un ambiente de sombras inquietantes. No sólo es el trazo

agresivo, confuso, atormentado sino los colores oscuros y fuertes, las formas

contorsionadas y envolventes, de músculos marcados y plásticos lo que

confiere tan aterradora expresividad a la obra.

La autora nos presenta un lobo todo boca, flaco y hambriento, desesperado e

inexorable, invencible, frente a una Caperucita indefensa cuyo destino, desde

la primera página está sellado. No es una versión apta para sensibilidades

delicadas.

6. Versión clásica, técnica novedosa

A continuación propondremos dos versiones que nos parecen interesantes

tanto a nivel estilístico como por tratarse de la traducción gráfica de un texto de

tradición oral recogido por Paul Delarue, antiguo y menos conocido que el de

Perrault o de los Grimm. Se trata de la versión italiana recogida e ilustrada por

Chiara Carrer y la española de Almodóvar, ilustrada por el suizo Marc Taeger.

Chiara Carrer combina magníficamente el juego de sombras, entre collage y

troquelado, con enfoques teatrales, haciendo muestra de una increíble

capacidad de síntesis, en sólo ocho imágenes la autora muestra todos los

elementos esenciales del cuento con una gran expresividad.

Lo primero que llama la atención en su ilustración es el contraste cromático

entre rojos, blancos y negros que confiere una gran fuerza y emotividad a las

escenas representadas. La novedad principal es que en esta Caperucita los

elementos de identificación están invertidos. La protagonista no es roja sino

blanca (signo de su inocencia), se presenta sin su tradicional caperuza, con

una larga coleta, parece una niña de unos nueve años, atemporal. Es el lobo el

que adopta el color rojo que, junto con la larga capa, le otorga un aspecto

diabólico, presentando una fuerte humanización.

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El bosque es intricado y espinoso y en él apenas es perceptible el camino y la

casa de la abuela. En una escena se tiñe de rojo, en otra, los árboles son

negros. La técnica del troquelado usada en alguna página nos transmite una

sensación carcelaria de angustia y opresión.

Otra escena recuerda una cámara oscura de revelado fotográfico. El color rojo

del lobo lo inunda todo de forma inquietante. El uso de líneas convergentes

contribuye a crear la sensación de que todo confluye en el lobo y es atraído

inexorablemente hacia él. Caperucita se muestra desprotegida, la puerta que

se va cerrando presagia un final dramático.

El giro en la historia está representado por la inversión cromática en la escena

siguiente. Al mismo tiempo Caperucita se vuelve de un blanco más puro, el rojo

y el negro se intercambian, el negro se convierte en camino y se expande hacia

el exterior de las páginas, abriendo la puerta de la libertad para la niña. En la

imagen final vemos un lobo derrotado, ya no es rojo sino negro, símbolo de su

retorno a una condición animal e inferior.

Por su parte Marc Taeger nos ofrece unas ilustraciones que recuerdan los

dibujos infantiles, con un toque picassiano y algo naif. El autor presenta una

Caperucita esquemática, casi un monigote perfectamente reconocible por la

cestita y la caperuza. A pesar de la profunda esquematización, los personajes

están cargados de una fuerte expresividad ya que percibimos claramente las

múltiples emociones que van transformando el rostro de Caperucita: alegría,

sorpresa, desconfianza, miedo… o las diferentes expresiones del lobo: engaño,

violencia, agotamiento, impaciencia...

Cabe destacar que el carácter simbólico de las ilustraciones hace obligada una

lectura atenta de las mismas para poder percibir todos los matices. Así, en las

primeras escenas vemos el predominio de la línea curva, en la recreación de

un bosque redondeado y onírico. Reencontramos el juego cromático tan

recurrente en las representaciones menos clásicas, entre rojo, negro y blanco.

En el momento en el que el lobo se convierte en protagonista de la escena el

bosque cambia sus formas redondas por cuadradas y angulares, adquiriendo

además el paisaje un tono mucho más oscuro.

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Sin duda la escena en la que la violencia llega a mayor extremo es cuando el

lobo se come a la abuela. Se nos muestra a manera de negativo fotográfico, el

fondo totalmente negro y las figuras representadas esquemáticamente en

amarillo con toques de rojo como salpicaduras de sangre. Es una ilustración

dinámica y de gran fuerza expresiva.

Oscuridad y caos encuentra Caperucita cuando llega, reflejado en una maraña

de líneas sobre fondo negro, en la que se reconoce algún elemento en medio

de la abstracción de la escena.

Los juegos de color y formas son los que dotan de expresividad a unas figuras

que por su esquematismo pueden parecer, en principio, poco expresivas. Con

pocos elementos Taeger sabe transmitir magistralmente la tensión narrativa del

cuento.

7. La revolución interpretativa

Las dos interpretaciones anteriores nos han servido para introducir la siguiente

línea de estudio, que constituye una revolución del imaginario común, la

traducción del cuento a puro lenguaje visual y simbólico. Llegamos a la

verdadera revolución interpretativa del cuento de Caperucita.

Las ilustraciones de Kvéta Pakovska para Caperucita están marcadas por un

estilo lleno de geometrías y colores vivos con predominio de rojo, blanco y

negro. Desde la portada, la línea y las figuras geométricas invaden el espacio,

poniendo de relieve los elementos clave que permiten identificar la historia. La

suya es una “deconstrucción” de los elementos clásicos, que siguen estando

sin ser los mismos.

Una Caperucita sin edad ni nacionalidad pero con apariencia de niña burguesa;

un lobo con dientes afilados, garras y larga lengua que no consigue disfrazarse

por completo a pesar de los esfuerzos ya que su naturaleza animal parece

escaparse y manifestarse bajo la ropa. Geometría y esquematismo es lo que

los define.

17

La expresividad y las emociones son transmitidas a través de la línea, del uso

del color y del juego de las proporciones. Caperucita empequeñece ante el lobo

y la casa de la abuela apenas se ve en medio del bosque intricado, fruto de un

complejo entramado de líneas y geometrías. El lobo, cuando se come a

Caperucita, pierde su forma definida para convertirse en una boca enorme llena

de dientes afilados que sobresale de las páginas. Todo se reduce a su mínima

expresión pero de ahí emana la fuerza expresiva.

En Balogh los elementos fundamentales de expresión son el contraste

cromático y la representación original del espacio y la perspectiva. Las

imágenes resultan esenciales y muy llamativas y los elementos principales son

puestos en relieve por un efecto de trasparencia que hace que se superpongan

espacios, objetos y personajes.

La obra presenta guiños de modernidad: las torres de tendido eléctrico que

atraviesan el bosque, los tractores en torno a la casa de la abuelita, el mando a

distancia de la televisión (en la que vemos la escena de una mano empuñando

un cuchillo presagiando el desarrollo de la historia pero que, a la vez, es una

marca cultural ya que recuerda la película Psicosis).

Caperucita tiene un aspecto entre moderno (viste zapatillas y sudadera) y

clásico (lleva la cesta de mimbre) y sigue siendo el reflejo de la ingenuidad ya

que se siente sorprendida y a la vez fascinada en su encuentro con el lobo.

El lobo mantiene un carácter animal, incluso en las escenas en las que

adquiere posturas más humanizadas. Se trata claramente de un lobo

cautivador, conocedor del mundo, malicioso y seductor. El dominio del

ilustrador a la hora de representar las actitudes del lobo hace a éste

protagonista de muchas escenas.

El bosque, espeso y estival, lleno de color, anaranjado o azul-verdoso, con

árboles particulares de tronco blanco o árboles-hoja, en algunas escenas se

convierte en un pequeño mundo que separa los espacios. Toda la explosión de

colorido mitiga la tensión de la historia.

18

Un recurso recurrente es el uso de la trasparencia, con él se produce un juego

de perspectivas no exento de simbolismo, haciendo que la atención se dirija

hacia el elemento físico que está presente en la escena. Cuando el lobo espera

a Caperucita en casa de su abuela, éste es objeto de un doble juego de

trasparencia: trasparente es el camisón que se pone para disfrazarse pero que

deja ver su naturaleza animal y trasparente se vuelve su tripa, en la que vemos

atrapada a la abuela.

Humorismo encontramos en la imagen de Caperucita y la abuela saliendo de la

barriga del lobo desperezándose como si despertaran de una siesta. En dicha

imagen vemos como los cuerpos de los personajes son nuevamente

transparentes, menos el del lobo, como si en su maldad fuera lo único real de

la historia.

El húngaro Kárpati Tibor nos presenta una traducción exclusivamente visual

con un estilo simple, geométrico y esencial cuyas formas recuerdan las fichas

del Lego, de los primeros juegos electrónicos (el encaje de Caperucita y la

abuela en la barriga del lobo recuerdan el juego del Tetris) o las manualidades

de punto de cruz.

La imagen, en su simplicidad y minimalismo, resulta extremadamente clara y

eficaz a nivel comprensivo, transmitiendo la esencia narrativa de la historia. Las

palabras están perfectamente plasmadas en imágenes de forma que el lector

puede fácilmente traducir el dibujo en palabra.

Los colores son vivos, planos y marcadamente definidos, el espacio aparece

simétricamente ordenado.

El autor nos propone una Caperucita diminuta, sin expresión, pero

absolutamente identificable. El lobo, por su parte, es mucho más grande que la

niña y con un aspecto claramente animal a pesar de su postura erecta, que se

agiganta en un efecto de zoom en las escenas cruciales (llenando toda la

página cuando devora a Caperucita y la abuela). El bosque se traduce en una

masa negra, geometría que enreda unos árboles con otros dando la idea de un

bosque espeso.

19

El autor se vale de diferentes técnicas de composición, alternando páginas de

dibujo entero con láminas compuestas de pequeñas escenas combinadas que

confieren mayor ritmo y dinamismo a la historia. Podemos destacar también la

repetición de escenarios y elementos de la historia, que, además de marcar el

ritmo narrativo, ayudan a centrar la atención en lo esencial.

Tibor también se vale de la trasparencia como la forma de representar en

viñetas el interior de las cosas y del efecto zoom que aumenta el nivel de

tensión emocional. El tono general de la obra nunca llega a transmitir angustia,

en parte por la selección cromática y el efecto visual producido por ésta y en

parte por el carácter lúdico de las imágenes, aunque sí se crean, por medio de

las variaciones rítmicas antes descritas, unos momentos de mayor tensión. A

pesar de la sencillez de la interpretación visual, al final del libro aparecen las

correspondencias entre imagen y personaje, entre palabra o concepto y

símbolo en los diálogos.

La propuesta de Rascal también recuerda las piezas de Lego o los primeros

juegos electrónicos, pero se combina con líneas curvas y un dibujo más

redondo y realista, aunque siempre estilizado. Podemos destacar el contraste

entre la geometría de los personajes (lobo y niña) y el mayor realismo del resto

de los pocos elementos diseñados.

Sólo se usan el blanco, el negro y el rojo. Rascal representa un lobo gigante,

delgado, con una enorme cabeza geométrica y ojos redondos y vacíos y una

Caperucita minúscula, indefensa y triangular.

El autor nos presenta una traducción extremadamente sintética, casi

minimalista, tanto a nivel de detalle como en relación al número de escenas

representadas: la primera escena sólo presenta la máquina de coser y las

tijeras, la segunda el contenido de la cesta, la tercera el camino entre la casa

de la abuela y de Caperucita, la cuarta la llegada del lobo a casa de la abuela y

la última la entrada de Caperucita en la misma casa.

Las escenas principales del cuento: el encuentro entre lobo y niña en la casa

de la abuela y el diálogo más conocido; las escenas de más tensión emocional

de la historia no se incluyen en el libro. Al mismo tiempo el final de la historia es

20

representado simplemente por un gran cuadrado rojo, que podría interpretarse

como que Caperucita ha sido devorada por el lobo o bien como un final abierto

de libre interpretación.

Cabe destacar que el tono general de la obra, más que definirse claramente,

está sujeto a la lectura que el individuo haga de la imagen, ya que, debido al

enorme nivel de abstracción que ésta presenta y en la que lo omitido es igual o

más importante que lo representado, la lectura requiere un esfuerzo adicional.

Baranyai András nos presenta una versión que vuelve a recordar un

videojuego, más moderno que los anteriores, representando la historia sólo

visualmente. La obra, en una de sus versiones, se presenta en un largo

desplegable, donde las imágenes se enlazan de manera consecuente y

armónica y el lector sólo tiene que seguir el camino que le marcan las líneas

discontinuas.

El esquematismo se apodera de los personajes: Caperucita, enteramente

vestida de rojo, parece un minúsculo dedal; el lobo gris-azulado adopta la

forma de una ele invertida; la abuela sólo se representa de medio torso; el

cazador es un rectángulo vestido de verde. El fondo es amarillento. El espacio

está ordenado en un continuum, con efectos de zoom que acerca y aleja los

elementos, permitiendo que los vayamos analizando. Los mismos personajes

se convierten frecuentemente en guías de la historia indicando el camino a

seguir.

El lenguaje visual recoge muchos elementos propios del cómic: el bocadillo

para incluir los pensamientos (siempre visuales), el lenguaje icónico-

onomatopéyico que recuerda el utilizado por Rascal, las líneas de expresión, el

uso del zoom, la transparencia…

Extremado aun más en la abstracción y síntesis del cuento, Takács nos

presenta una Caperucita geométrica en la que se combinan líneas, círculos,

triángulos y rectángulos, con una estética que recuerdan un poco la gráfica de

Pucca o el juego del Comecocos. El bosque se compone simplemente de

líneas en tonos verdes. Los personajes se representan vistos desde arriba. El

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lobo, dada la necesidad de centralizar la atención en su rasgo principal y

distintivo que son los dientes, se representa de perfil.

La suiza Warja Lavater nos propone una versión de Caperucita rica de detalles

haciendo uso casi exclusivo del círculo como elemento compositivo de las

imágenes. El texto es eliminado por completo y tampoco hace uso del lenguaje

simbólico; el único texto aparece en la leyenda inicial que nos permite

identificar personajes y escenarios.

A pesar de la abstracción y minimalismo de la propuesta, el resultado es una

narración clara y efectiva, donde cada personaje, elemento y escena se

reconoce a primera vista, debido al conocimiento universal que tenemos de la

estructura narrativa de Caperucita, pero sobre todo gracias a la habilidad de la

autora por traducir en lenguaje esencial los elementos principales y

fundamentales de la misma.

La obra se compone en un largo desplegables, donde las imágenes se

suceden con un ritmo y dinamismo, dónde los personajes son representados

por puntos de color y tamaño diferentes. La niña es un pequeño punto rojo, la

madre un punto amarillo, la abuela uno azul, el lobo es un enorme punto negro,

el cazador un círculo marrón, la foresta un conjunto de puntos en tonalidades

verdes de diferentes tamaños, las casas son rectángulos y la cama de la

abuela está representada en forma de cuadrícula.

Nuevamente encontramos el uso del zoom como recurso expresivo en las

escenas cruciales: cuando el lobo se come a la abuela y a Caperucita, llena

toda la página. Aquí también se echa mano de la trasparencia: así, para

representar que el lobo ha comido a la abuela y a Caperucita, vemos un círculo

azul (la abuela) dentro del negro más grande (el lobo) y a su vez, el pequeño

círculo rojo que representa a la niña es inscrito dentro del azul, como si de un

juego de cajas se tratara

Además, cabe señalar cierto sentido cíclico de la obra, obtenido gracias a las

variaciones cromáticas y a la mayor o menor profusión de detalles, por lo que el

principio y el final destacan por la presencia de los tonos verdes y la multitud de

círculos, mientras que en las láminas centrales la composición espacial se

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limita a la representación de los personajes en acción. El resultado es una

sensación de cuento circular en el que la situación inicial se restablece al final,

pero al mismo tiempo es una historia que nunca se acaba, en cuanto las

imágenes finales impulsan a volver a la primera página.

En relación al tono general de la obra no podemos hablar de tensión emotiva,

debido al elevado grado de abstracción, pero sí cabe señalar expresivas

variaciones rítmicas que provienen de la alternancia del sosiego y la lectura

pausada, que se impone en las primeras y última imágenes (profusas en

detalles y con espacios densos), a la rapidez, casi precipitación, de las

imágenes centrales, en las que la reducción a lo esencial nos conduce a una

lectura casi frenética del cuento.

8. Versiones para adultos

Consideramos interesante mencionar brevemente dos versiones de Caperucita

más para adultos, debido al grado de angustia y dramatismo presentado,

superando en este sentido incluso a la propuesta de Lydie Aryky. Nos referimos

a las de Sarah Moon y de Roberto Innocenti.

Sarah Moon nos propone una Caperucita con fotografías en blanco y negro, lo

cual otorga mayor fuerza y realismo a las imágenes, infundiendo a la obra el

tono angustioso e inquietante que la caracteriza y que recuerda la estética del

cine neorrealista italiano.

Caperucita se presenta como una niña angelical, de grandes ojos inocentes y

con una mirada que nos captura y conmueve a través de las páginas. El lobo

es un fantasma, una sombra que siempre está presente aunque no se

represente de manera explícita en ningún momento. Su peso agobiante se

percibe por medio de recursos simbólicos: el coche negro que parece acechar

a la niña, el enfoque de la cámara que trasmite la sensación de que alguien la

está espiando o finalmente, en modo directo y terrible, en la enorme sombra

que ataca la niña.

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Nuevamente nos enfrentamos a una propuesta en la que lo sugerido es más

aterrorizador e inquietante que lo manifiesto, el ejemplo más claro lo ofrece la

imagen final de la cama desecha y vacía, que hiere con fuerza y seguramente

de manera más dolorosa al lector adulto.

Roberto Innocenti nos propone una Caperucita en clave metropolitana, una

versión cargada de los mitos de la sociedad actual, sin valores ni principios.

Según él, el bosque y el lobo no dicen nada a los niños de hoy, por eso

convierte a uno en un centro comercial y al otro en un motorista vestido de

negro. Caperucita es una niña moderna, que vive en un barrio popular y

marginal de una gran ciudad. Vemos en el entorno la degradación paulatina de

toda urbe, las casas dejan paso a los enormes centros comerciales llenos de

luces y sucesivamente a las chabolas de las zonas más pobres. Hay un

simbolismo muy marcado en el contraste entre el brillo de la ciudad, de los

anuncios publicitarios, del centro comercial, viva representación del

consumismo, de la ilusión de opulencia de la vida moderna y el triste y grisáceo

color del cielo y del especio en general, traducción del engaño de la sociedad

de la imagen.

Caperucita se sumerge en el caos sin identidad, entre las luces de las tiendas y

los neumáticos abandonados, en medio de una creciente decadencia, camina

decidida, resuelta, en medio de un mundo hostil y peligroso. Se trata de un

espacio que no deja lugar a la esperanza, no hay sitio para los sueños y los

ideales, sólo opresión.

El lobo aparece en un primer momento como un héroe, el que salva a

Caperucita de la agresión de un grupo de pandilleros, es una figura fuerte,

atrayente, viril y ahí la traducción de la esencia del personaje, el engaño, el

disfraz, el aprovecharse de la indefensión e ingenuidad de la niña.

El autor deja al lector la opción de escoger entre el final de los Grimm, en el

que Caperucita y la abuela serían salvadas justo a tiempo por las fuerzas

especiales; o el de Perrault, terriblemente angustioso en este caso, en el que

niña y abuela sería devoradas por un terrible lobo urbano, convirtiéndose en

una de las tantas noticias de crónica negra que aparecen en los periódicos.

Desoladora es la imagen de la madre asomada al pequeño balcón del enorme

24

bloque, sola, abandonada, sin esperanza, en medio de un mundo individualista

e insensible.

9. Versiones étnicas

Para concluir quisiéramos repasar brevemente una serie de propuestas

étnicas.

Miguel Tanco nos presenta una Caperucita gitana, bastante estereotipada, con

la tez muy morena, el pelo y los rasgos claramente gitanos y un pañuelo en la

cabeza que sustituye a la caperuza; el mismo aspecto presenta la madre. El

lobo, a pesar de su postura erecta, tiene una apariencia totalmente animal, los

pequeños ojos y la larga lengua viperina le confieren un aspecto malicioso e

intrigante. Las casas se convierten en los carromatos típicos de los gitanos

nómadas y el bosque se transforma en una campiña árida en tonos amarillos y

marrones.

El ilustrador se vale de la mezcla entre las técnicas pictóricas y collage, como

apreciamos en las nubes o en los árboles. El resultado es una narración visual

en tonos cálidos y soleados, y un tono en general bastante sosegado sin ser en

ningún momento angustioso, sensación recreada también por el carácter

sinuoso y redondeado de las figuras y del espacio

Una versión oriental de Caperucita la encontramos en la obra Lon-po-po

ilustrada por Ed Young que se decanta por el uso del color y la técnica

pictórica que recuerda a la acuarela. Se vale principalmente de colores tenues

y difuminados, acentuando la intensidad y el contraste en las escenas cruciales

o alrededor de la figura del lobo, creando así diferentes ritmos y tensiones

narrativas. Así mismo podemos ver como en diferentes momentos el espacio

se construye de planos fragmentados y sucesivos, de efectos de acercamiento

y ampliación de detalles, que infunden dinamismo y contrastes emocionales a

la obra.

El lobo es representado como animal, con un pelaje más espeso que en las

versiones analizadas hasta ahora y en muchas escenas aparece bastante

25

amenazante (los ojos redondos, vacíos y rodeados de un halo de fuego y una

boca llena de dientes afilados).

Los elementos que permiten reconocer a la obra como propia de la cultura

oriental son: los rasgos faciales de los personajes, sus peinados y atuendos,

las posturas y actitudes adoptadas que de manera casi imperceptible evocan la

cometida y delicada cultura oriental; la arquitectura presente en la obra; el

paisaje.

En la edición de Media Vaca se incluyen veintiuna versiones ilustradas por

diversos autores japoneses, destacamos una versión en la que, con una

técnica de dibujo, se usa el blanco y la gama de grises y el único contraste lo

pone la figura roja de Caperucita y los cartuchos en los que se inserta el texto

en japonés. Los atuendos (el kimono y el pañuelo en la cabeza según la

tradición campesina), la arquitectura (el espacio multifunción de la habitación,

las puertas correderas con los cuadrantes de papel de arroz) y los gestos y

posturas de los personajes (arrodillados no sentados, descalzos) nos sumergen

en la cultura japonesa.

Por su parte la edición iraní de Shabaviz Publishing Companyes es una caja

de sorpresas, en ella se mezclan diversas técnicas, pues es fruto de la

colaboración de varios ilustradores, siendo el resultado verdaderamente

sorprendente por su variedad y riqueza expresiva. Con todo, se perciben con

claridad las marcas culturales en el atuendo de los personajes, en sus gestos y

posturas y en la arquitectura representada.

Por último Niky Daly nos trae una Caperucita africana. Selma, que así se

llama, vive con sus abuelos y es enviada al mercado, no lleva una cesta sino

un capazo a la cabeza y su atuendo es el tradicional africano en el que la

caperuza roja se sustituye por un pañuelo azul. El lobo semeja más a un perro

famélico. El paisaje cambia campo por ciudad africana (aunque también tiene

un cierto aire caribeño) y la vegetación que encontramos no puede ser otra que

la palmera. A pesar de los cambios narrativos o situacionales la historia sigue

siendo, en esencia, la misma, y conlleva el mismo aviso a jovencitas de las

primeras versiones conocidas.

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10. Conclusiones

Lo expuesto es sólo un mínimo ejemplo de lo que podemos encontrar en el

campo de la ilustración. No hemos pretendido abarcar todas las traducciones

visuales del universo de Caperucita pero sí presentar una muestra que

creemos suficientemente significativa para apreciar distintas líneas de trabajo

que van del clasicismo más ortodoxo y de la ilustración figurativa y detallista a

las que utilizan técnicas y estilos más vanguardistas y llevan las ilustraciones a

la abstracción.

Todas las técnicas y estilos aportan nuevos matices a la lectura del cuento

tradicional, enriqueciéndolo y haciendo que la historia de Caperucita sea

eternamente joven. Se trate de versiones para niños o versiones para adultos,

los ilustradores han jugado, esencialmente, con el color y con las formas

llenándolas de simbolismo para destacar toda la tensión dramática de la

historia llegando a producir efectos que no dejan impasible al lector.

Dada la amplísima oferta con la que nos hemos encontrado, sólo hemos

abierto una puerta hacia un estudio más profundo de las traducciones visuales

del cuento. Y es que, cada vez que golpeábamos una puerta, se abrían diez

nuevas, una inmensa, infinita, cadena de Caperucitas ilustradas.

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