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Traducción Ana del Corral

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Stone, Gene Los secretos de la gente que nunca se enferma / Gene Stone ; traducción Ana del Corral. -- Bogotá : Grupo Editorial Norma, 2010. 256 p. ; 23 cm. -- (Autoayuda) Título original : The secrets of people who never get sick ISBN 97895845318961. Salud 2. Autocuidado en salud 3. Mente y cuerpo I. Corral, Ana del, tr. II. Tít. III. Serie. 615 S76s 21A1275267

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Edición original en inglés:The Secrets of People Who Never Get Sickde Gene Stone

Una publicación de Workman Publishing Company, Inc.225 Varick Street New York, NY 10014-4381www.workman.com

© Copyright 2010 de Gene Stone

© Copyright 2011 para América Latina por Editorial Norma S.A.Avenida El dorado No. 90-10, Bogotá, ColombiaReservados todos los derechos.Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso escrito de la Editorial.

Primera edición: febrero de 2011

Impreso porImpreso en Colombia – Printed in Colombia

Fotografía de cubierta, Stock.Xchng®

Diseño de cubierta, Alejandro Amaya RubianoDiagramación, Blanca Villalba Palacios

ISBN 978-958-45-3189-6

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Contenido

IntroduccIón 11

secreto I 25Las zonas azules

secreto 2 33La levadura de cerveza

secreto 3 43La reducción de calorías

secreto 4 53El caldo de pollo

secreto 5 61Las duchas frías

secreto 6 67La desintoxicación

secreto 7 77Comer mugre

secreto 8 85Los amigos

secreto 9 95El ajo

secreto 10 103Evitar los gérmenes

secreto 11 113Los buenos genes

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secreto 12 121Los remedios herbales

secreto 13 131El peróxido de hidrógeno o agua oxigenada

secreto 14 137Alzar pesas

secreto 15 147Hacer siesta

secreto 16 157Un pH balanceado

secreto 17 165La alimentación a base de plantas

secreto 18 175La actitud positiva

sescreto 19 183Los probióticos

secreto 20 191Correr

secreto 21 201La espiritualidad

secreto 22 211La carencia de estrés

secreto 23 219Los estiramientos

secreto 24 227La vitamina C

secreto 25 237El yoga

epílogo 245

acradecImIentos 253

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A todas las personas que trabajanpor desarrollar un sistema de salud

que preste tanta atención a prevenirla enfermedad, como a curarla.

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Introducción

Luigi Cornaro, un adinerado noble veneciano, nació alrededor de 1460 en una familia próspera. Al igual que muchos de sus pares en

la Italia del Renacimiento, Cornaro vivía de manera extravagante, vestía lujosas prendas de seda importadas, disfrutaba de puestos costosos en justas y desfiles populares y comía lo que quisiera cuando quisiera.

La vida de un aristócrata consistía, casi siempre, en la búsqueda del placer: el deporte, el ejercicio intelectual y la comida. El día promedio podía consistir en despertarse para ingerir un generoso desayuno, manejar algunos negocios, ponerse entre pecho y espalda una comi-da de media mañana y luego salir a una carrera de caballos o a un debate sobre política con el dogo, (el máximo dirigente veneciano). A continuación se volvía a comer, luego se hacía una siesta, y después quizás hubiera un baile y una cena extravagante.

Los hombres adinerados como Cornaro ingerían por lo general cada día cuatro o cinco comidas enormes. Dichos festines eran la oportunidad de deslumbrar a los huéspedes con una mesa esplén-didamente cubierta y con la oferta de una gran variedad de platos cuyo énfasis estaba en los ingredientes difíciles de conseguir como el azúcar (que era costosa) y los espárragos (que se daban fuera de estación solamente en países diferentes a Italia).

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Lo que sigue a continuación es el menú de un festín veneciano en los tiempos de Cornaro.

Agua de rosas perfumada (para las manos) •

Pasteles de piñón y azúcar •

Otras tortas hechas con almendras y azúcar parecidas al •mazapán

Espárragos•

Salchichas diminutas y albóndigas•

Perdiz gris asada con salsa•

Cabeza entera de ternero, con baño de plata y oro•

Capón y pichón acompañados de salchichas, jamón y jabalí, •además de potages (una especie de sopa espesa)

Cordero asado entero con salsa de cerezas avinagradas•

Una gran variedad de aves asadas —tórtola, perdiz, faisán, •codorniz, curruca mirlona— acompañados de un condimento de olivas

Pollo con azúcar y agua de rosas•

Cochinillo entero asado con acompañamiento de caldo•

Pavo real asado con diversos acompañamientos•

Salsa espesa dulce con sabor a romero•

Membrillo cocido con azúcar, canela, piñones y alcachofas•

Diversas conservas hechas con azúcar y miel•

Diez tortas diferentes y una abundancia de especias con-•fitadas

Menú tomado de Mario Bendisciolo y Adriano Galia, Documenti di Storia Medievale, 400-1492 (Milán: Musia, 1970), pp. 267-68.

En los años 1490, Cornaro cayó enfermo cuando se acercaba a su cumpleaños número 40 (unos 10 años antes de la edad esperada de fallecimiento para un aristócrata italiano del siglo XV). Sus médicos le informaron que si quería sobrevivir tendría que moderar la dieta. La

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mayoría de las personas que recibían consejos similares hacían caso omiso de ellos, pero no así Cornaro. Habiendo vivido sin moderación durante la primera parte de su vida, estaba decidido a vivir de manera sensata durante la segunda parte.

En ese entonces el conocimiento sobre la conexión que existe entre la alimentación y la salud era turbio, así que, a modo de experimento, Cornaro diseñó una nueva dieta y redujo de manera drástica la can-tidad de alimentos que consumía. Cada día se limitaba a 12 onzas de comida sólida y 14 onzas de vino (el agua de su día, el vino medieval era mucho más ligero que las versiones contemporáneas).

El plan de Cornaro funcionó casi de inmediato. Su salud mejoró de manera tan drástica que cumplió el plan hasta los 68 años cuando sus médicos, preocupados de que su ingesta de alimentos fuera dema-siado escasa, le insistieron en que comiera y bebiera de manera más generosa. Hizo caso pero pronto desarrolló una fiebre leve, lo cual lo motivó a regresar a un menú más ligero, el cual mantuvo durante el resto de la vida, hasta la edad de 102 años.

Cornaro escribió sobre su plan en su obra de cuatro volúmenes, a menudo traducida como Discourses on a Temperate Life, en la cual articulaba su filosofía de que las personas deben comer cada vez me-nos a medida que envejecen. También ahondó sobre su convicción de que durante períodos de debilidad el cuerpo prefiere el descanso a la acción digestiva, queriendo decir que es más saludable evitar los alimentos que atiborrarse. “No cabe duda —escribió— de que si una persona que recibe este consejo actúa de manera acorde, evitaría toda la enfermedad en el futuro, porque una vida bien regulada elimina las causas de la enfermedad”.

Cornaro no solo vivió mucho tiempo, sino que también se mantuvo saludable hasta justo antes de su muerte. Según él mismo observó, “una vida prolongada llena de enfermedades y malestares es peor que no tener vida”.

Durante siglos después, el libro de Cornaro fue leído y debatido por muchos otros grandes escritores y pensadores, entre ellos el ensa-yista Joseph Addison, Sir. William Temple (el empleador de Jonathan Swift) y el filósofo Francis Bacon. Sin embargo, a lo largo de los siglos, la influencia del libro fue desapareciendo y hoy en día son pocas las

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personas que han oído hablar de Cornaro. No obstante, su secreto —la reducción de calorías— ha resurgido como enfoque del siglo XXI para promover la salud y la longevidad (ver la página 43).

Muchos otros secretos modernos de salud también se originaron tiempo atrás, aunque fueron perdiendo favorabilidad o su eficacia fue desafiada por científicos que buscaban pruebas tangibles; pero al igual que los de Cornaro, estos secretos suelen tener un alto grado de validez.

Por ejemplo, si usted tiende a sufrir de convulsiones, alguien podría haberle dicho que tuviera en cuenta la luna llena, una advertencia que la medicina no tomó en serio hasta la década de los noventa, cuan-do investigadores de la Escuela Médica Patras de la Universidad de Grecia, analizaron los registros de 859 pacientes admitidos por causa de las convulsiones y encontraron “un agrupamiento significativo de los episodios de convulsiones” en torno a la época de luna llena.

Uno también puede haber descartado —por considerarla supers-ticiosa— la creencia, a menudo expresada, de que el pescado es un buen alimento para el cerebro. Empero, muchos estudios recientes muestran que ciertos aceites que se encuentran en pescados grasos (como la caballa y las sardinas) desempeñan un papel significativo en la función y el desarrollo del cerebro. El consumo de pescado también está asociado con un declive más lento en las facultades cognitivas en pacientes en proceso de envejecimiento, además de que se le atribuyen muchos otros beneficios.

Durante siglos, la sabiduría popular sostenía que el jugo de aránda-nos curaba las infecciones en la vejiga. Investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, confirmaron recientemente que el jugo de arándanos destruye de verdad las bacterias que se aferran a las paredes de la vejiga. De manera semejante, es muy posible que una manzana al día sea el secreto para no tener que acudir al médico; información proporcionada por la Universidad de Ulster, en Irlanda, sugiere que tener elevados niveles de ciertos componentes químicos que se encuentran en las manzanas sirve para destruir las células cancerosas en el colon. Más aún, investigadores de la Universidad de Cornell han descubierto que las manzanas pueden prevenir en los animales el cáncer mamario.

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Hablando de animales, se ha dicho a menudo que para la salud y el bienestar de las personas es provechoso tener una mascota. Nuevas evidencias corroboran el concepto: quienes tienen perros, por ejemplo, tienden a enfermarse menos que las personas que no los tienen. “El hecho simple de acariciar un animal ha demostrado poder reducir la presión sanguínea porque induce una respuesta relajante instantánea”, dice Alan Beck, ScD, director del Centro para los estudios de los vínculos entre los humanos y los animales en la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad de Purdue.

Durante miles de años, los médicos utilizaron sanguijuelas como mecanismo para desangrar; la práctica apenas fue descontinuada ha-cia fines del siglo XIX. No obstante, ciertas investigaciones médicas recientes indican que las sanguijuelas pueden ayudar a curar muchas condiciones, incluida la osteoartritis. También las picaduras de abeja han regresado como tratamiento para aliviar los síntomas de la escle-rosis múltiple. Y si usted tiene escaras producidas por la permanencia en cama, uno de los mejores remedios es el mismo que le habrían recetado en el año 1250: serían los gusanos, pues devoran los tejidos muertos de las heridas abiertas y erradican las bacterias porque ex-cretan una solución parecida al amoníaco.

En la Edad Media, los pacientes adinerados solían beber suspen-siones de oro finamente molido (aurum potabile, u “oro bebible”) para aliviar los síntomas de la enfermedad. Luego el metal dejó de ser popular durante cientos de años, pero hacia fines del siglo pasado, ciertos estudios revelaron que cantidades pequeñas de oro líquido pueden fortalecer el sistema inmune y son particularmente útiles en pacientes que sufren de artritis reumatoide. Según los investigadores del Centro Canadiense para la Investigación sobre artritis, “La terapia con oro redujo la intensidad de la artritis en pacientes que habían presentado una pobre respuesta al metotrexato, la droga que normal-mente se usa para tratar la enfermedad”.

Al mencionar los remedios populares en la descripción anterior, la idea no es insinuar que todas las creencias de las madres, parteras, cien-tíficos o, para el caso, cualquier otra persona, siempre son acertadas,

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o siquiera útiles. Muchas son erróneas. Algunas son insensatas. La trepanación, la práctica de hacer un hueco en el cráneo para aliviar la presión que supuestamente causaba toda clase de males, fue practicada durante más de 5.000 años en todo el mundo. No funcionó. Durante siglos muchas personas creían que el café impedía el crecimiento; no es así. Los brazaletes de cobre, que supuestamente son benéficos para quienes sufren de artritis, al parecer no tienen ningún beneficio. La idea de que estar afuera en clima frío le ocasionará un resfriado, resulta ser equivocada; el riesgo real proviene de estar adentro en contacto cercano con otras personas que al exhalar le están pasando gérmenes.

La hierba llamada cicuta alguna vez se consideró útil para reducir el dolor, pero también provocaba la muerte. La cocaína se consideraba un blanqueador dental excelente, además de un buen tratamiento para la adicción a la morfina; Sigmund Freud dijo que era un estimulante excelente sin efectos colaterales o potencial para el abuso.

Hubo un tiempo en que los médicos rutinariamente desangraban a sus pacientes; se suponía que el proceso de desangrar restablecía el equilibrio de fluidos en el cuerpo. Cuando George Washington estuvo enfermo, sus médicos le drenaron casi dos litros y medio de sangre del cuerpo, con lo cual seguramente precipitaron su muerte.

En 1899, el respetado Manual Merck recomendaba el arsénico como tratamiento para la calvicie. Hoy en día, este metal causante de cáncer aparece en la lista de sustancias tóxicas según la Agencia Estadounidense para la Protección del Medio Ambiente. El Manual Merck también decía que el café era bueno para aliviar el insomnio. A otras bebidas, en particular a los licores (que primero se formularon como curas para todo, desde los parásitos hasta la impotencia), se les adjudicaron erróneamente poderes medicinales. Benedictine D.O.M. (Deo Optimo Maximo, “A Dios el más bueno, el más grande”), el licor herbal, se formuló primero en 1510 y estaba compuesto de 27 hierbas y especias. Fue diseñado para combatir la malaria, cerca de la Abadía Benedictina de Fécamp, en la costa norte de Francia. Otros licores que eran considerados tónicos restauradores incluyen el Elíxir Belga de Amberes (para los dolores de estómago), el mastic griego

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(también para el alivio gástrico), y la verbena francesa de Velay (para aumentar la libido).

Los siglos XVIII y XIX estuvieron plagados de una categoría particu-larmente infame de pociones conocidas como medicinas de patente (o nostrums), brebajes registrados de efectos dudosos y a veces dañinos. Populares en Europa y en los Estados Unidos, estos productos que se vendían sin receta prometían tener poderes curativos milagrosos sobre todas las cosas, desde la tuberculosis y las enfermedades venéreas, hasta el cólico y el cáncer, además del eterno favorito de la industria publicitaria, los “quebrantos femeninos”.

En realidad, muchas medicinas de patente eran soluciones benignas diluidas en alcohol, pero algunas contenían opiáceos o estimulantes peligrosos como la morfina, el opio o la cocaína. Por ejemplo, el láudano, a base de opio y elogiado por la comunidad médica como un analgésico efectivo, fue la plaga de las clases bajas de la Inglaterra victoriana. La heroína fue alguna vez puesta en el mercado por Bayer para suprimir la tos.

Una de las pociones más inocuas incluía el “aceite de culebra”, un término que fue primero acuñado inocentemente por un hombre llamado Clark Stanley para denominar un ungüento benigno que él había creado para curar los dolores musculares, pero que llegó a ser el apelativo para cualquier medicina fraudulenta. (Stanley se hizo fa-moso por matar serpientes cascabel como parte de su demostración en la Feria Mundial de Chicago de 1893). Aunque el aceite de culebra de Stanley ya no se consigue, otras pociones que alguna vez fueron puestas en el mercado como medicinas de patente todavía circulan en el mercado (aunque ya no incluyen las promesas salutíferas): Coca Cola, Dr. Pepper, 7UP, Angostura Bitters y el agua tónica.

Incluso algunas curas recientes han errado el blanco. Hace unas décadas se pensaba que acudir durante el invierno a una cámara de bronceo podía servir para mantener altos los niveles de vitamina D o para prevenir la depresión estacional, hasta que la revista Lancet Oncology publicó resultados que mostraban que la probabilidad de sufrir de cáncer aumentaba en un 75 por ciento en las personas que utilizaban las cámaras de bronceado antes de los 30 años. Esta

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investigación llevó a la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer a reclasificar las cámaras de bronceo como “definiti-vamente cancerígenas”, además de los productos relacionados con el tabaco, el arsénico y el gas mostaza.

¿Cuáles secretos de salud tienen sentido y cuáles no? ¿Quién se pue-de beneficiar más? ¿Cómo puede uno asegurarse de llevar una vida sana y prolongada? ¿Cómo se hace para no faltar a la oficina por enfermedad?

Sencillamente, ¿cómo se hace para evitar del todo estar enfer-mo?

Este libro está diseñado para responder esas preguntas, porque todos podemos sacar provecho de conocer lo que hacen otras personas para conservarse en buen estado y de saber cómo mantener nosotros nuestra buena salud.

Yo mismo ciertamente sentía que mi salud podía ser mejor. Como periodista y como escritor fantasma, he dedicado los últimos 20 años a escribir extensamente sobre salud. Ya que soy un convencido de que escribir con responsabilidad puede requerir participación, he ex-perimentado prácticamente con todas las ideas, técnicas y tónicos que he cubierto. (La excepción: la terapia electro convulsiva. Los médicos que entrevisté me ofrecieron una sesión gratuita, pero no la acepté).

Este compromiso significa que quizás se me ha sometido a más pruebas que a casi cualquier otro ser humano relativamente sano. Me he sometido a tomografías computarizadas de todo el cuerpo, a electrocardiogramas, a densitometrías óseas, a densitometrías de la composición del cuerpo, a examen de IgG (anticuerpos tipo inmu-noglobulina G) contra los alimentos, a ecocardiografía 2D y doppler. Me hicieron una proteína C reactiva en sangre y me han hecho exá-menes de sangre para establecer los niveles de la homocisteína, el fibrinogeno, la insulina y la lipoproteína A y he aceptado el reto de la glucosa. Me han hecho perfiles nutricionales de aminoácidos en la orina y en el suero hemático, además de múltiples perfiles lipídicos; me han medido con tanta frecuencia los niveles de colesterol que el gráfico resultante se parece al del Promedio Industrial del Índice Dow

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Jones. Me han hecho pruebas para todas las alergias posibles (soy ligeramente alérgico a los gatos, a ciertos tipos de polen y al moho). Me han estudiado los músculos, los órganos y mis ondas cerebrales han sido sincronizadas por medio de un artilugio que me pusieron sobre la cabeza (en lugar de generar ondas alfa, mi cerebro sintonizó una estación radial local).

También he probado innumerables tratamientos en baños tera-péuticos, desde Bindi Shirodhara hasta el rejuvenecimiento ayurvédi-co herbal, y me he sometido a docenas de modalidades Nueva Era, incluidas la terapia termal auricular o candling, al renacimiento o rebirthing, a terapia con cristales, a la regresión a vidas pasadas y a la terapia de polaridad. Expertos en Feng Shui me han reorganizado la casa para un mejor fluir de la energía y expertos en trastornos afectivos estacionales me han instalado iluminación especial para mejorarme el estado de ánimo. Me he sometido a la acupuntura, a la biorretroa-limentación o biofeedback, a la hipnoterapia, a la bioenergética, a la técnica Alexander, al Método Rolf de Integración Estructural o rolfing, al reiki y a la reflexología.

Siendo bastante obediente, por lo general he probado todo lo que los expertos me han recomendado, desde hacer ejercicio a la manera de los años ochenta (entrenamiento cardiovascular y de fuerzas) hasta ejercitarme a la manera del siglo XXI (entrenamiento por intervalos). He dejado que los médicos me pongan electrodos en el cuero cabe-lludo en laboratorios para el estudio del sueño y he permitido que expertos en los laboratorios de conciencia investiguen el interior de mi cerebro. He experimentado con la terapia freudiana, la terapia jungiana, la terapia primal, la terapia cognitiva, la aroma-terapia y la des-sensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares o EMDR (por las siglas en inglés de eye movement desensitization and reprocessing). He hablado con psíquicos sobre mi salud, y con psíquicos de mascotas sobre la salud de mi mascota. (Uno de los últimos insinuó que mi gato gemía por la noche para advertirme que las escaleras de nuestro apartamento eran peligrosas).

A pesar de todo ello, siempre me enfermaba por lo menos dos veces al año. En algún momento en cada invierno, padecía un virulento dolor de garganta que después se convertía en una gripe persistente.

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Luego, o bien hacia el final de la primavera o a comienzos del otoño, un tipo distinto de resfriado se apoderaba de mí; empezaba con un ligero cosquilleo en la garganta, luego se trasladaba al pecho y luego se me asentaba en la nariz, donde persistía como un huésped pere-zoso que no quisiera levantarse del sofá y optara por descansar allí con indolencia durante días.

Hace poco pensé que estaba tomando el remedio equivocado. En lugar de depender exclusivamente de los expertos, mis pensamientos se han dirigido a las personas que no dependen de los profesionales médicos —que, para el caso, en realidad no dependen de ningún experto— sino que se mantienen sanos de todos modos.

He conocido a muchas personas así en mi vida. Mientras que soportaba un resfriado tras otro, ellos vivían felices bajo el manto de algún secreto personal que los conservaba sanos aun mientras que yo me contorsionaba, me retorcía y estornudaba en las garras del germen, virus o vida extraterrestre no identificada que navegaba por mi ser.

No quiero decir que todos estos secretos valgan la pena, como ya mencioné, algunos de ellos son francamente erróneos, mientras que otros son sencillamente extraños. Lo que sí comparten todos los secretos en este libro es que, para las personas que los promueven, al parecer funcionan, a menudo mucho mejor que las soluciones profe-ridas por la ciencia. A pesar de los siglos de adelantos en medicina y salud pública que salvan vidas, los profesionales médicos todavía no pueden indicarnos cómo conservarnos en buen estado. El resfriado es tan común como lo era hace siglos, y la enfermedad misma no parece estar cediendo. ¿Así que por qué no buscar las soluciones a la enfer-medad entre aquellos para quienes el resfriado es poco común?

Esta ha sido mi misión durante los últimos años: encontrar personas que no se enferman, descubrir por qué no se enfermaron y luego ver si sus secretos son válidos para otros.

Por lo general, estas personas que “nunca se enferman” en realidad pueden tener un resfriado menor de vez en cuando o sufrir un dolor ocasional aquí o allá. Lo que no tienen son los resfriados, influenzas y fiebres que tantos de nosotros experimentamos con excesiva frecuen-cia. Además, rara vez padecen enfermedades graves. Aunque pueden haber heredado algún tipo de condición genética que se manifestó en

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determinado momento, la han combatido decididamente, o, en algu-nos casos sí sucumbieron a una enfermedad grave pero adaptaron su secreto a la situación y lograron una recuperación sólida. En general, están llevando vidas saludables y prolongadas.

En ocasiones la idea más sabia en cuanto a salud permanece secreta no porque su proponente no la re­vele a los demás, sino porque nadie le cree, como en el caso de Ignaz Semmelweis.

Húngaro de nacimiento, Semmel­weis se hizo médico alrededor de 1840 y se fue a trabajar en el departa­mento de maternidad de un hospital vienés. En ese entonces, muchas de las mujeres que daban a luz contraían fie­bre puerperal, ahora una enfermedad infecciosa muy poco frecuente y que alguna vez fue la causa más común de muerte materna en Europa.

Curiosamente, pocos casos de fiebre puerperal ocurrían cuando los bebés nacían a manos de parteras en casa de la madre y no asistidos por médicos en una clínica de materni­dad. Se adelantaban muchas razones posibles; ninguna se lograba com­probar. Entonces Semmelweis, quien estaba obsesionado con el problema, se dio cuenta de que los médicos y los estudiantes de medicina entraban a menudo a los pisos de maternidad procedentes directamente de los salones de disección, donde sus ma­nos habían estado en contacto con los cadáveres. Concluyó que las tasas

de mortalidad descenderían si los médicos simplemente se lavaran y se desinfectaran las manos antes de hacer la siguiente cirugía o atender el siguiente parto.

Nadie le creyó. En ese entonces no había razón para creer que unas manos sin lavar podían causar enfer­medades, la teoría de los gérmenes no había sido propuesta, mucho menos probada. Semmelweis fue sometido al ridículo. Sin embargo, él no dio su brazo a torcer: luchó sin éxito a favor de que los médicos se lavaran las manos y se fue volviendo cada vez más amargado y lleno de rabia, hasta 1865, año en que su esposa y otros los recluyeron en un asilo. Allí murió dos semanas después, según se dice por una golpiza que le propinó el personal.

La asepsia en los pisos de materni­dad y en las salas de cirugía no gozó de apoyo generalizado sino hasta 1800, después de que los científicos (en particular Louis Pasteur, el quími­co y microbiólogo francés) desarro­llaron la teoría de los gérmenes para explicar la enfermedad. Hoy en día Semmelweis es considerado pionero en salud.

LAS MANOS DEL DR. SEMMELWEIS

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Para encontrarlos, hablé con amigos, puse anuncios, busqué en Internet, busqué antiguos colaboradores de mis libros, localicé ex compañeros de escuela y conversé con profesionales en el sector de la salud, periodistas y editores. Como llevo tanto tiempo escribiendo sobre el tema de la salud, tuve la suerte de contar con una larga lista de contactos a los cuales acudir.

A algunas de las personas cuyo perfil presento en este libro las he conocido durante años. Susan Rennau y yo asistimos juntos a la secundaria. Además está mi maestra de sexto grado (a quien no he visto, bueno, desde el sexto grado). A otros los conocí gracias a mi carrera de escritor fantasma: he escrito libros para Rip Esselstyn, Gail Evans y Robert Fulford. Al final de cuentas entrevisté aproximadamente a 100 personas, todas las cuales ofrecieron diversos y en ocasiones extraños secretos de salud. Los secretos que acá presento son aque-llos que parecían destinados a conservarse interesantes a lo largo del tiempo, tenían las bases más firmes en la información científica y fueron endosados de manera inteligente y bien articulada por sus proponentes.

Algunos de los que no seleccioné incluían cerrar la tapa del ino-doro antes de evacuarlo (aunque ciertas evidencias sí sustentan los beneficios de esta práctica), tomar varios suplementos vitamínicos y nutricionales (en algunos casos, engullir más de 20 píldoras al día), consumir ciertos alimentos (incluidas las naranjas, las manzanas y las granadas o alimentos menos comunes, como las judías de mar, helechos tiernos, cardos y mamoncillos o rambutanes), consumir úni-camente alimentos crudos (o una dieta aún más restringida de alimen-tos crudos estrictamente vegetarianos), colocar un deshumidificador en cada habitación, cambiar la cortina de la ducha con regularidad, meditar en un tanque de aislamiento, vacunarse contra la influenza y bañar con frecuencia los gatos y los perros. Todos son secretos posi-bles de salud pero no son tan verificables, interesantes y replicables como los elegidos.

Lo que sigue a continuación son 25 de los secretos que considero más valiosos para la salud. Usted, el lector, tiene la palabra final sobre cuáles le parecen más sensatos para usted.

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secreto 4

El caldo de pollo

l a s e ñ o r a g o d d e l l

Cuando yo cursaba primaria elemental, lo más emocionante era la llegada de una profesora de reemplazo. No conocía a los estu-

diantes y por tanto era incapaz de controlarlos, mucho menos asig-narles trabajo, así que la agotada y desdichada maestra de reemplazo representaba lo más cercano que teníamos a un día libre mientras que todavía estuviéramos sentados en un salón de clase.

Infortunadamente, ningún estudiante de la señora Goddell lograba ese privilegio. Una maestra recia y a la usanza antigua, mantenía a los estudiantes soñando con que un día no llegaría. Por lo que sé, la señora Goddell nunca faltó a la escuela un solo día de su vida. Una vez afirmó que no había faltado ni un día cuando era estudiante, lo cual, sumado, significaba que nunca se enfermó durante seis décadas, aunque sus días laborales transcurrían en medio de las toses y estor-nudos de innumerables niños. Aparte de los profesionales de la salud, pocas personas pasan más tiempo entre enfermos que los maestros.

Cuando todavía estaba matriculado en su clase de sexto grado, la primera vez que falté a la escuela por enfermedad llegué al día si-guiente todavía tosiendo y sonándome. Su instrucción fue que tomara caldo de pollo. Cuando le pregunté por qué, me explicó que consu-mir varios platos de sopa de pollo a la semana previene las gripas.

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gene stone

Lo había aprendido de su madre, quien a su vez lo había aprendido de la suya, quien posiblemente lo oyó por muchas generaciones de consumidores de sopa de pollo.

Una vez, durante la hora de almuerzo, la encontré tomando sopa, servida en un plato de porcelana que debió haber traído de casa, sentada ante su escritorio. El aroma de la sopa hirviente, rebosante de especias, pollo y vegetales perduró toda la tarde, llevándonos a abrigar la esperanza de que la aparición de la sopa significara que estaba a punto de enfermarse. Ni soñar, nos habría dicho.

Los datos sobre la sopa de pollo

La sopa de pollo seguramente ha sido parte de la dieta humana siempre que ha habido pollos y que ha habido sopas. En el antiguo Egipto era recetada para los resfriados y siguió siendo considerada un remedio poderoso desde la antigüedad y a lo largo de la Edad Media. Avicena, el médico persa del siglo X, era uno de sus promotores, como tam-bién lo fue el médico judío del siglo XII, Moisés Maimónides, quien también le recomendaba para las personas que sufrieran de hemo-rroides, constipación y lepra. La sopa de pollo llegó a ser conocida eventualmente como “la penicilina judía”.

A lo largo de los años, los médicos y las madres por igual han recomendado la sopa de pollo, a pesar de la ausencia —hasta hace poco— de evidencias científicas para comprobar su eficacia. Según se informó en el 2000 en la revista médica Chest, los investigadores del Centro Médico de la Universidad de Nebraska descubrieron que la mezcla de vitaminas y nutrientes que tiene la sopa de pollo tiene un efecto antiinflamatorio, que aminora el crecimiento de los glóbulos blancos o leucocitos llamados neutrófilos, que estimulan la liberación de moco. Menos neutrófilos significa menos síntomas de la gripe.

Asimismo, según el médico Irwin Ziment, neumólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en Los Ángeles, la sopa de pollo contiene agentes medicinales que se parecen a los que se encuentran en las medicinas modernas para tratar el resfriado. Por ejemplo, un aminoácido que libera el pollo durante la cocción tiene una semejanza química con la droga Acetilcisteína que se receta para la bronquitis y otros males respiratorios.

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¿EL POLLO O LA SOPA?

Otra veta de investigación relacio­nada con la sopa de pollo indica que tal vez el pollo no importa tanto como el resto de la sopa. Algunas especias, como el curry, la pimienta y el ajo pueden servir para aliviar una tos porque disuelven el moco; estos condimentos han sido utilizados du­rante siglos para tratar enfermedades respiratorias debido a sus diversas propiedades antibióticas, antivirales y fungicidas.

Y cuando la sopa de pollo contiene vegetales como cebollas, zanahorias, nabos, apio y perejil, la porción es una panacea potencial. Las cebollas, por ejemplo, contienen proteínas, calcio, azufre (que en sí mismo con­tiene compuestos de propiedades antiinflamatorias y alicina, un aceite antibiótico), y varias vitaminas entre ellas C, E, complejo B, y A, la última de las cuales sirve para combatir las infecciones porque potencia las acciones de los glóbulos blancos o

leucocitos que destruyen bacterias y virus perniciosos. Las zanahorias son una fuente excelente de betaca­roteno, que el cuerpo convierte en vitamina A. También los nabos son ricos en betacaroteno y protegen las mucosas (en particular los pulmones y el tracto intestinal) de células can­cerígenas y del daño que causan los radicales libres. El apio ha sido utili­zado durante largo tiempo para pro­mover el descanso y el sueño, factores importantes para combatir una gripe, y tiene un alto contenido de hierro y de magnesio que es benéfico para las células sanguíneas. Más aún, debido a sus propiedades anti espasmódicas, el apio es benéfico para condiciones pulmonares, entre ellas el asma y la bronquitis. Y por último, el perejil con­tiene dos componentes que parecen proporcionar beneficios salutíferos: aceites volátiles y flavonoides, que son una de las clases de polifenoles.

Nuevas investigaciones llevadas a cabo en Japón y publicadas en el Journal of Agricultural and Food Chemistry, muestran que la sopa de pollo puede incluso servir para combatir la presión alta, porque la pechuga de pollo contiene proteínas colágenas, que exhiben efectos similares a los inhibidores ACE, los medicamentos más populares para tratar la presión alta. El investigador Ai Saiga y sus colegas probaron en ratas de laboratorio el colágeno originado en el pollo e informa-ron que encontraron una disminución significativa y prolongada de la presión arterial.

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Finalmente, el vapor de la sopa abre las narices y pechos congestio-nados, razón por la cual durante siglos los médicos han recomendado líquidos calientes, desde el agua simple hasta estofados complicados, para aliviar los síntomas de la gripa.

La conclusión que puede sacarse: no existen pruebas absolutas de que la sopa de pollo pueda prevenir los resfriados, pero sí hay más que suficiente evidencia de que puede aliviar sus síntomas. Sus otros poderes todavía son investigados.

El secreto, compartido

Si quiere sentirse sano ya mismo, prepare una buena olla de sopa.

Sopa de pollo

Esta receta, de Cooking Jewish, de Judy Bart Kancigor, fue creada por la madre de Judy. “Es de un color dorado oscuro —escribe Kancigor— de sabor intenso y, en resumen, un elíxir de los dioses”.

2 pollos (1/2 a 4 libras cada uno) con el pescuezo y las menudencias pero sin hígado, despresados2 libras de zanahorias (sí, 2 libras, no 2 zanahorias)2 cebollas grandes, partidas por la mitad5 tallos grandes de apio con las hojas, partidos por la mitad2 chirivías o nabos blancos, grandes1 boniato o batata pequeña (170 gramos) partida por la mitad1 colinabo (170 gramos) partido por la mitad1 raíz pequeña de apio, partida por la mitad (opcional) ½ pimiento verde, sin el tallo y sin las semillas

½ pimiento amarillo grande, sin tallo y sin semillas2 ramos grandes de eneldo, partido en trozos grandes (1/2 taza, aproxi­madamente)½ ramo de perejil crespo, picado no muy finamente (1/4 taza, aproxima­damente)3 dientes de ajoSal gruesa kosher y pimienta recién molida, al gustoEneldo picado, para el momento de servir (opcional)

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Coloque los pollos en una olla de 16 litros y agregue agua para •que apenas cubra. Lleve al punto de hervor, luego reduzca el calor para que hierva a fuego lento y retire la espuma que queda en la superficie. Agregue todo el resto de los ingredientes (excepto el eneldo picado opcional) y solo suficiente agua para que quede a unas dos terceras partes de la altura de los vegetales en la olla. (La mayoría de las recetas le dirán que agregue agua hasta cubrir. ¡No lo haga! ¿Quiere elíxir de los dioses o té aguado? A medida que la sopa se cocina, los vegetales se encogerán y pronto estarán cubiertos. Entre 8 y 10 tazas de agua, en total, es más que suficiente para este brebaje de intenso sabor. Deje a fuego lento, cubierto, hasta que el pollo esté totalmente cocido, aproximadamente una hora y media.

Retire el pollo y más o menos la mitad de las zanahorias; deje •a un lado.

Cuele la sopa en un colador de malla fina y ponga en otro •recipiente, y al colar presione los vegetales para extraer todo el sabor. Raspe la parte inferior del colador con una espátula de caucho y agregue la pulpa a la sopa. Descarte las membranas fibrosas de los vegetales que queden en el colador. Si a usted le importa mucho que sea clara, puede volver a pasar la sopa por un colador de té apretado, pero allí se perderá algo del sabor. Tape la sopa y refrigere de un día para otro.

Cuando esté listo para servir la sopa, retire la grasa espesa •que se ubicó en la superficie y deshágase de ella. Recaliente, agregando más eneldo si lo desea (yo sí lo deseo). Parta las zanahorias que apartó, adiciónelas a la sopa, y sirva.

RINDE: unos 3 litros.

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Los investigadores dicen que sí. La mayoría de los resfriados comunes son causados por algo que se llama rinovirus, del cual existen muchas ce­pas. No solo es posible pescar más de uno al tiempo, sino que, si los dos virus invaden al tiempo la misma célula, su ADN puede aparentemente com­binarse y producir un tipo de virus de resfriado completamente nuevo y utilizando las células de la persona afectada como incubadora.

No obstante, puesto que la ciencia apenas ahora acaba de confirmar que esta clase de actividad ocurre,

no existen datos aún sobre si esta nueva combinación de resfriado le ocasionará síntomas peores que el resfriado que ya tenía.

La buena noticia: es posible matar tres resfriados de un solo tiro. Cuando haya pescado los tres virus, su cuerpo lo curará mediante la fabricación de anticuerpos específicos para esos vi­rus que después permanecen en sus sistema inmune, listos para combatir el nuevo tipo de resfriado además de sus dos progenitores, en caso de que volvieran a atacar.

¿ES POSIBLE TENER DOS RESFRIADOS A LA VEZ?

El condimento más frecuente para la sopa de pollo es la sal, pero salar la sopa puede cancelar algunos de sus beneficios.

Información básica: La sal, o el clo­ruro de sodio, es la única clase de roca que los seres humanos consumimos con regularidad, y que hemos estado consumiendo durante milenos. Los arqueólogos han encontrado evi­dencias de que la sal ha sido recogida por lo menos durante 8.000 años; sabemos que casi todas las culturas antiguas eventualmente encontraron la forma de sacarla de minas y/o de comercializarla.

La sal siguió siendo un producto básico altamente valorado hasta el siglo XVII, cuando la disponibilidad de mejores taladros y el desarrollo

de la geología revelaron que la sal se podía encontrar en muchas partes de la naturaleza. Desde entonces, los problemas asociados con esta pro­vienen de la sobreabundancia más que de la falta.

La sal es vital para el funcionamien­to humano: Sirve para mantener el equilibrio de los fluidos dentro de las células, regula la presión sanguínea, transporta nutrientes y oxígeno y transmite impulsos nerviosos en for­ma de corrientes eléctricas. Sin esta, el cuerpo podría ser incapaz de digerir los alimentos, eliminar los deshechos de las células del cuerpo, regular la presión sanguínea o activar y relajar los músculos.

Debido a que la sal es ubicua —se encuentra en casi todos los alimen­

SAL

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tos— es fácil satisfacer la necesidad diaria de sodio mediante el consumo de una alimentación balanceada. El problema es que casi todas las personas la consumen en exceso. El efecto más común de este exceso es la presión alta (la hipertensión). La hipertensión hace que el corazón trabaje más y aumenta el riesgo de enfermedad cardíaca y de derrame. Según la Organización Mundial de la Salud, en 2003 la hipertensión causó alrededor del 4,5 por ciento de toda la carga global de enfermedades.

Un estudio llevado a cabo en el 2009 por los Centros para el Control de la Enfermedad (CDC por las siglas en inglés de Centers for Disease Control) concluyó que la persona promedio no debería consumir más de 1.500 miligramos de sodio al día. No obstante, se estima que el consu­mo generalizado es en la actualidad del doble. Un estudio reportado en el New England Journal of Medicine en febrero del 2010 concluyó que reducir el consumo de sal en tres gramos al día en la dieta promedio podría pre­venir 44.000 muertes al año.

Aun así, un gramo de sal no es tan fácil de disminuir como suena. Solo el 11 por ciento del sodio que consu­men los estadounidenses proviene del salero o se agrega durante la cocción. La mayor parte del resto se encuentra adicionada a los alimen­tos procesados. Algunas cantidades aproximadas:

• Sopadepolloenlatada(unataza):1.000 miligramos

• Requesón (una taza, 1 por cientode grasa láctea): 900 miligramos

• Sopavegetarianaenlatadadeve­getales (una taza): 800 miligramos

• Sopademaízdulce,enlatada(unataza): 575 miligramos

• Unpanfrancés(uno,mediano,sim­ple, de cebolla, semillas de amapola o ajonjolí): 400 miligramos

No obstante, la sal no se puede culpar por todos los problemas de hipertensión. Según la Asociación Cardiovascular Estadounidense, las causas directas de casi el 90 por cien­to de los casos de hipertensión son desconocidas. Muchos otros factores —entre ellos la obesidad, la falta de ejercicio, la predisposición genética, el exceso de consumo de alcohol, la diabetes, la enfermedad renal y la edad avanzada— desempeñan un papel. Investigaciones recientes también indican que un alto porcen­taje de adultos parece ser capaz de consumir un exceso de sal sin que ello afecte su presión sanguínea. Y, como casi todas las investigaciones que miden los efectos de la sal sobre la salud giran en torno a sus efectos en el corazón, aún no está claro cómo el exceso de sal puede afectar el resto del cuerpo.

No obstante, con base en lo que ahora la ciencia conoce, el exceso de sal es probablemente peligroso, así que cuando esté condimentando esa sopa de pollo, piense en la pimienta, la albahaca, el tomillo, las hojas de lau­rel, el ajo, el perejil, el romero: tantos condimentos, tan poca sal.

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