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2º Simposio Internacional de Postgrados en temas y problemas de investigación en educación. Retos y desafíos de la educación en la época de la inclusión y la interculturalidad.
Universidad Santo Tomás – Vicerrectoría de Universidad Abierta y a Distancia – Facultad de Educación.
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UN CURRÍCULO CONSTRUCTOR DE RESILIENCIA1
Yeni García Beltrán2 Resumen
La presente ponencia, es una reflexión desde el seminario de Currículum y
el proyecto de Investigación doctoral, “Explotación sexual comercial infantil: Un abordaje desde la resiliencia educativa, en la localidad de los Mártires”, cuyo objetivo es realizar un análisis de la resiliencia y su inclusión en el
contexto escolar, identificando las mejores estrategias para incluirla desde los diseños aplicados en la escuela, con el fin de cumplir las metas en la formación de seres humanos más sensibles, con más autoestima,
fortalecidos y con un proyecto de vida, que igualmente les genere calidad de vida. De este modo, la resiliencia se convierte en una herramienta que
facilita los procesos para superar las adversidades y alcanzar el éxito, tanto en la escuela como en la vida, ya que fortalece a la persona desde su interior, permitiendo nuevos imaginarios que nutren su autoestima y estimulan su
capacidad de superación personal.
En el primer capítulo, se menciona el concepto de resiliencia educativa y las características de ésta, particularmente en la formación de personas con habilidades y capacidades propias. En el segundo capítulo se dan ejemplos
de las características de un currículum que se apropie de la resiliencia en los procesos educativos, además de analizar algunos obstáculos que se viven al interior de las instituciones educativas, para analizar y apropiarse de la
propuesta de un currículum resiliente.
Palabras Clave Currículo resiliente, personas, desarrollo emocional, escuela, cambio.
Introducción temática
“Porque pensé, frente a ellos mirando sus caritas y a través de aquellos ojos, desconocía sus vidas, sus sueños, sus traumas y dolores, me sentí vacía, en
una escuela ajena y abandoné el rótulo impuesto por otros y decidí formar el corazón, más que la razón”.
La escuela de hoy está llamada a reconstruirse. A convertirse en un escenario que, más allá de la formación de los estudiantes, se enfoque en
ver las personas que se esconden detrás de una etiqueta. Es decir, a ver
1 Mesa de Trabajo: Currículo y evaluación. 2 Magister en Educación de la Universidad Externado de Colombia
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cada niño, niña o joven, para apoyarlo en descubrir quién es y qué necesita
de la escuela. Hoy, más que nunca, se critica a una escuela basada en contenidos poco relevantes, con fragmentación del conocimiento y poco
motivadora, pues en contextos así no se reconocen los traumas, ni los problemas de la cotidianidad, ni mucho menos la emocionalidad de los niños y niñas. Estos elementos, tan importantes para las personas, se dejan de
lado en los diseños curriculares de las instituciones educativas. Como dice Porlán (1996, p. 9) “Todos somos conscientes de que, por mucho que se produzcan transformaciones en el sistema educativo y se emprendan
reformas educacionales, nunca haremos cambios efectivos si no somos capaces de cambiar la escuela”.
De igual manera, se sigue pensando que uno de los objetivos de la educación es alcanzar niveles más altos de bienestar y crecimiento económico, para
entrar en un sistema de prácticas socialmente agobiantes, que han olvidado la esencia de lo humano.
“Los sistemas educativos al servicio de gobiernos que apuestan por modelos económicos neoliberales se contemplan, a sí mismos, de
modo reduccionista, como el conjunto de posibilidades que se le ofrece a cada persona para capacitarse de cara a una mejor empleabilidad en el mercado laboral; o sea, una educación para participar y obtener
los mayores beneficios económicos posibles en el mercado de trabajo. Las necesidades empresariales pasan a ser el referente para
condicionar tanto la duración de la escolarización obligatoria, como, principalmente, el currículum obligatorio a cursar, las especialidades a ofertar, y su vez, el tamiz para decidir los niveles de calidad y
excelencia de los sistemas educativos.” (Torres, 2011, p. 93)
¿Pero, qué es lo verdaderamente importante en la formación de nuestros niños, niñas y jóvenes?, ¿Cuál es el papel de la escuela frente a la inclusión y desarrollo, en su currículum, de capacidades que fortalezcan a las
personas, en medio de una sociedad conflictiva y en permanente cambio? Citando a Henderson (2003, p.18), podemos ver que “Las escuelas enfrentan
actualmente los difíciles desafíos de garantizar buenos resultados para todos los alumnos y promover un personal capacitado y entusiasta, en
permanente actitud de aprender”. En el caso singular de Colombia, se ha olvidado crear un contexto para
restablecer la autoestima, superar los traumas y conflictos, entender las transiciones permanentes a las que es sometida la sociedad, y apoyar a aquellas personas que llegan al sistema educativo en diversas condiciones,
como desplazamiento forzoso, violencia intrafamiliar, maltrato psicológico, vulnerabilidad sexual o múltiples factores de riesgo. Con esto en mente, nos
preguntamos si el sistema educativo actual está preparado para asumir y
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trasformar esta realidad. Y es dado este cuestionamiento, que nace la
inquietud de proponer la existencia de un currículum que integre la resiliencia como eje fundamental en la trasformación de una persona, para
superar la adversidad y lograr crecer con éxito, dentro y fuera de la realidad institucional, con el fin de hacerse fuerte frente a su futuro, y más aún, en las condiciones particulares que determina el contexto social y político de
Colombia. “El enfoque de la resiliencia, en poblaciones vulnerables, en este caso los niños y las niñas en la escuela, parte de la siguiente premisa:
Nacer en condiciones de pobreza, así como vivir en un ambiente psicológicamente insano, son condiciones de alto riesgo para la salud
física y mental, lo cual quiere decir que, asistir a estos niños y niñas para hacerlos resilientes, no implica el centrarse en los circuitos que mantienen esta situación, sino en preocuparse por observar y
fortalecer aquellas condiciones que les hacen posible abrirse a un desarrollo más sano y positivo”. (Galvis Muñoz & Moya Luque, 2006,
p. 52) Bajo estas inquietudes, se empieza un análisis de la resiliencia dentro de los
diseños curriculares y la importancia que ella tiene para el desarrollo de habilidades sociales, que permitan desenvolverse con éxito en la escuela y la vida; se deben romper esquemas tradicionales de poder, impuestos por
ojos externos, que desconocen las verdaderas necesidades emocionales de los niños y niñas de Colombia, para decir basta a las dicotomías curriculares
que desconocen el verdadero papel de las transformaciones educativas. “La racionalidad occidental ha venido edificándose sobre el privilegio
de una forma de conocimiento científico cartesiano y positivista, asentado en las dicotomías: naturaleza/cultura; natural/artificial;
mente/materia; vivo/inanimado; observador/observado; subjetivo/objetivo… Y como consecuencia de esta epistemología, la pedagogía y la escuela han venido enfrentando estos y otros pares
dicotómicos: niños y programas; prácticas y teorías; maestros e investigadores, conocimiento y experiencia,…Ciudad y Escuela”. (Martínez Bonafé, s.f.)
Teniendo en cuenta las situaciones a las que actualmente se enfrentan
nuestros niños y niñas, es relevante pensar en la reconstrucción de las personas, antes que en contenidos fríos y descontextualizados. De allí nace la propuesta ‘Un Currículo Constructor de Resiliencia’.
Resiliencia en la escuela
Para iniciar, es pertinente hacer un breve recorrido sobre el término, con el fin de orientar la resiliencia educativa hacia un concepto que pueda
contribuir a cambiar las orientaciones curriculares disciplinarias, por
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orientaciones que fortalezcan al ser humano desde su interior, y con ello,
realcen las habilidades intelectuales y emocionales que se necesitan para desarrollar un proyecto de vida con dignidad y éxito personal.
El término resiliencia, tiene su origen en la física. Se deriva del verbo latino resilio, el cual se refiere a la capacidad de un material de recobrar su forma
original después de haber estado sometido a altas presiones. (…)
Otras definiciones plantean que la resiliencia puede verse como “una capacidad humana que permite a las personas, que a pesar de atravesar adversas, dolorosas o difíciles situaciones puedan salir de ellas no
solamente a salvo, sino aún enriquecidas por la experiencia” (Rodríguez, 2004, p.77), o en palabras de Santos (2009, p.1) “La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a
pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves”
Este término se emplea para describir tres clases de fenómenos: primero, el desarrollo de niños que viven en contextos de alto riesgo,
como pobreza crónica o drogadicción parental; segundo, el mantenimiento de capacidades personales en condiciones de estrés
prolongado, como durante la ruptura matrimonial de los padres, entre otros, y tercero, la recuperación de traumas, especialmente de los sufridos en guerras civiles y/o campos de concentración. Para el caso
Colombiano, es apremiante la investigación sobre la resiliencia en el campo educativo, ya que muchos de nuestros niños son herederos de una realidad social que muchas veces la escuela y el currículum
desconoce. Esto los introduce en una escuela fría y reglamentada por intereses lejanos al verdadero sentir de quienes habitan o llegan allí.
“Los niños son siempre las víctimas inocentes de la violencia producida por los adultos (…) lo que equivale a sufrir una profunda ruptura y a haber perdido sus entornos naturales y habituales”
(Barudy, 2005, p. 27).
Por lo tanto, se debe fortalecer a la persona, para que partir de su emocionalidad, reconozca su propio valor. Y es aquí, donde podemos pensar que un programa basado en la resiliencia contribuye a la consecución de
estas metas. “Porque alienta a los docentes a centrarse más en los puntos fuertes que en los déficit, es decir, analiza conductas individuales desde la óptica de su fortaleza, y confirma el potencial de esos puntos fuertes como
un salvavidas que conduce a la resiliencia” (Henderson, 2003, p. 21).
Así mismo, la resiliencia, como proceso dinámico entre la persona y el entorno, no procede exclusivamente del mismo, ni es algo exclusivamente innato. Ésta nunca es absoluta ni terminantemente estable, por lo que «se
está resiliente» más que «se es resiliente». Sin embargo, requiere de un
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proceso de acompañamiento por un adulto representativo o una institución,
que la fomente como una forma de mitigar el riesgo y la vulnerabilidad que presentan los niños de los contextos educativos más desfavorecidos, como
lo dice Henderson (2003, p. 26) “El ambiente es crucial para la resiliencia del individuo, por dos motivos. En primer lugar, los factores protectores internos que ayudan al individuo a ser resiliente frente a una tensión o una
amenaza suelen ser resultado de determinadas condiciones ambientales que promueven el desarrollo de estas características. En segundo lugar, las condiciones ambientales innatas existentes, en adición a la tensión o a la
amenaza, contribuyen a contrapesar las respuestas del individuo, pasando de las de inadaptación o disfunción a las de resiliencia”.
Los niños que desarrollan resiliencia tienden a desarrollar también sus capacidades intelectuales, emocionales y espirituales, lo cual les contribuye
a fortalecerse en medios vulnerables. “Las personas resiliente conciben y afrontan la vida de un modo más optimista, entusiasta y energético, son
personas curiosas y abiertas a nuevas experiencias, caracterizadas por altos niveles de emocionalidad positiva “(Pose, 2006, p. 44).
En consecuencia, incluir la resiliencia dentro del currículum para el desarrollo humano, ayuda a fortalecer la autoestima, la autonomía, a crear vínculos sociales e interpersonales, y ante todo a cambiar la filosofía de vida.
De allí de la importancia de una escuela y de unos maestros empoderados en procesos de resiliencia.
La capacidad de las maestras y maestros para aportar a la creación de ambientes, en los cuales se acepte la diversidad y se reconozcan de manera
comprensiva y apreciativa las circunstancias difíciles que atraviesan niñas, niños y docentes, puede ser el camino para atenuar condiciones de vida
retadoras y para favorecer el aprendizaje (…) “La resiliencia es un proceso complejo, que se gesta al interior del sujeto, y que se construye además en relación con el medio, siendo fundamental en este proceso el contexto
cultural.” (Acevedo & Restrepo, 2012, p. 305) Por todo lo anterior, los currículos deben replantear sus principios
esenciales de formación, de tal manera que se dé un nuevo norte a la educación, como núcleo de transformación social y de cambio cultural,
donde los estudiantes vean como propios los contextos educativos, y en ellos, la oportunidad de reconstruirse como sujetos afectivos; donde se promuevan las relaciones entre la vida y la escuela, para que ésta deje de
ser ajena a las realidades personales y sociales de sus estudiantes. Torres (2013) plantea que “Muchas alumnas y alumnos llegan a asumir, tomando en consideración los implícitos que gobiernan la vida en las aulas, que es
muy difícil establecer lazos de conexión con la vida real, con los problemas y realidades más cotidianas, o que eso sólo está reservado a las personas
más inteligentes, a seres excepcionales. De esta forma, se contribuye a
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seguir perpetuando una mitificación del conocimiento, se ocultan las
condiciones de su producción y sus finalidades y peligros”. Y se considera que por esto, los procesos de resiliencia en niños, niñas y adolescentes,
dentro de la escuela, son una oportunidad de transformación y no se pueden excluir en el diseño de los currículum escolares, especialmente si resaltan cierto tipo de características en las personas, como las que nos evidencia
Ungar (2012, p.15) “Construir entornos educativos resilientes significa afianzar la confianza, el optimismo y la esperanza como elementos constitutivos del tejido escolar. Se trata de enhebrar relaciones mediante
vocabularios de esperanza que se fundamentan en la frase: ‘tú me importas’.”
Según ello, se describen las características propias de los niños resilientes, en la tabla No. 1.
Tabla No. 1 Características resilientes en los distintos niveles
ecológicos (Ungar 2003)
Características propias de los niños resilientes Aptitudes físicas e intelectuales. Auto eficacia. Introspección. Autoimagen positiva.
Autoestima. Metas y aspiraciones. Sentido del humor. Creatividad. Perseverancia.
Empatía. Expresividad. Iniciativa. Autonomía. Moralidad.
Características interpersonales
Relaciones significativas con otros, saber mantener su red social, capacidad de saber
restablecer la autoestima cuando es amenazada por otros, asertividad, atención positiva
en los otros.
Características familiares
Calidad en la crianza y educación, expresividad emocional, flexibilidad, bajos niveles de
conflictos familiares, recursos financieros suficientes, colaboración.
Características del ambiente y socioculturales
Ambientes seguros, acceso a recursos comunitarios educativos y de ocio, percibir apoyo
social, percibir integración social, afiliación a organizaciones religiosas.
De igual manera, desarrollar un currículo basado en habilidades que
fomenten los factores de la resiliencia y reconozcan la educación emocional y las historias de vida, facilita la inclusión e integración de niños con necesidades educativas o talentos especiales dentro del aula, ya que
reconoce los talentos de cada quien, sin discriminación ni apelativos. Tal como lo dice Riba (2012, p. 15) “El paradigma de la resiliencia permite analizar las realidades escolares y las dificultades que se presentan en los
equipos y en los alumnos muy especialmente los que presentan dificultades de aprendizaje, trastornos de comportamiento, los que han vivido o están
viviendo situaciones traumáticas de que se dispone, sean los que sean, desde la realidad y con firmeza desde el positivismo y la esperanza (…) La resiliencia es una ventana a una educación esperanzada de la naturaleza
humana que aspira al bienestar y el desarrollo de las personas desde la conciencia de la realidad, y muy especialmente de las potencialidades, y la
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responsabilidad individual y social. La escuela tiene un gran protagonismo
en devenir un contexto favorecedor de la resiliencia complementando, que no sustituyendo, la labor de las familias y de otros agentes sociales”.
Dadas estas características, a continuación se indican los seis pasos, propuestos por Nan Henderson y Mike Milstein (Henderson, 2003), que
ayudan a fortalecer la resiliencia desde los ambientes educativos y los elementos para la construcción de un currículum resiliente.
Tabla No. 2 factores de Resiliencia en un currículo.
Pasos Factores Resilientes Currículo resiliente
1- Enriquecer los
vínculos.
Fortalece las conexiones entre los
individuos y cualquier persona o actividad pro- social, y se basa en
pruebas indicativas de que los niños
con fuertes vínculos positivos
incurren mucho menos en conductas
de riesgo. De igual manera prioriza la participación de la familia en la
actividad escolar.
Promueve habilidades sociales
con vínculo afectivo y en sana convivencia y disminuyen los
factores de vulnerabilidad social
y escolar. Brinda participación a
la familia en la construcción de
objetivos y saberes. Los
contenidos y las metas son claros, explícitos y
consensuados.
2- Fijar límites
claros y firmes
Consiste en elaborar e implementar
políticas y procedimientos escolares
coherentes, y responden a la
importancia de explicar las expectativas de conducta existentes.
Brinda participación activa en la elaboración de las normas
institucionales y permite aporte
de contenidos de interés para los
estudiantes; a su vez, el sistema
organizacional de la escuela se debe modificar de acuerdo a los
factores aplicados en la rueda de
la resiliencia.
3- Enseñar habilidades para
la vida
Incluye cooperación, resolución de
conflictos; estrategias de resistencia y
asertividad; destrezas comunicacionales; habilidad para
resolver problemas y adoptar
decisiones, y manejo sano del estrés.
Fomentan procesos de
cooperación, autonomía y gran
capacidad para decidir de forma
asertiva. Se da prioridad y mayor
intensidad a las áreas que sensibilizan el espíritu humano.
Toma en cuenta las inteligencias
múltiples y los múltiples estilos
de aprendizaje.
Genera o muestra modelos de rol
positivos.
4- Brindar afecto
y apoyo.
Todos los miembros de la comunidad
educativa, presentan relaciones de
afecto y hermandad, donde al otro se le identifica y se le reconoce como
parte nuclear de la escuela. (“yo
tengo”).
“Las fortalezas de un alumno son las
que lo harán pasar de su conducta “de riesgo” a la resiliencia”
(Henderson, 2003, p. 38).
Reconoce la inteligencia
emocional y trascendental como eje de formación humana.
Identifica las características
propias de los estudiantes,
talentos excepcionales o
dificultades propias con el fin de
construir relaciones comunitarias de cooperación.
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5- Establecer y
transmitir
expectativas
elevadas y
realistas.
Es importante que las expectativas
sean a la vez elevadas y realistas a
efectos de que obren como
motivadoras eficaces, fomentando la
confianza en los estudiantes y los
demás. Se fomenta el “Yo puedo”
Las metas cognitivas suelen ser
altas, fomentando el trabajo
colaborativo, incluyente e
integrador de habilidades
individuales y comunitarias, con
el fin de alcanzar niveles altos de excelencia académica.
6-Brindar
oportunidades de
participación
significativa
Esta estrategia significa otorgar a los alumnos, a sus familias y al personal
escolar una alta cuota de
responsabilidad por lo que ocurre en
la escuela, dándoles la oportunidad
de resolver problemas, tomar
decisiones, planificar, fijar metas y ayudar a los otros.
El currículo se vuelve más pertinente al contexto y atento a
los cambios del mundo real,
construyendo parámetros de
calidad altos, de acuerdo a las
expectativas de los estudiantes y su medio comunitario.
Las investigaciones realizadas por los especialistas en resiliencia, donde se aplican los seis pasos para construirla en ambientes educativos e incluirla
en el currículo, manifiestan la importancia de éstos en el imaginario de una escuela para niñas, niños y adolescentes. Así como lo manifiesta Henderson (2003) “Aplicados en combinación, estos seis pasos han dado como
resultado en los alumnos una concepción más positiva de sí mismos, un mayor apego a la escuela, un mayor compromiso con las reglas y mejores
puntuaciones en los test estandarizados, así como significativos descensos en actividades delictivas, consumo de drogas y suspensiones”.
A su vez, el currículo resiliente presenta otras características, según el mismo Henderson (2005), como son “Currículum de mayor alcance, más significativos y participativos para todos los alumnos; grupos de estudio
heterogéneos, flexibles y basados en los intereses de los alumnos (sin señalamientos ni rotulaciones); sistemas de evaluación que reflejan la visión
de las inteligencias múltiples y los estilos de aprendizaje múltiples, y una gran cantidad de actividades variadas para que todos los alumnos participen, incluyendo programas de servicio comunitario (…) Éstas se
centran en la motivación intrínseca del alumno basada en sus propios intereses; también asignan la responsabilidad de aprender a los alumnos, haciéndolos participar y tomar decisiones respecto de su propio aprendizaje.
Los docentes expresan expectativas elevadas al establecer relaciones fundadas en la atención individual a cada alumno, aplicando un método de
enseñanza personalizado y valorando la diversidad”. En este sentido, pensar en un currículo resiliente exige la comprensión de
la comunidad educativa: conocimiento y apropiación por parte de los docentes, para integrar variados niveles de análisis respecto a los
estudiantes y su entorno, sus niveles de riesgo, vulnerabilidad y desarrollo, de modo que aparezcan como componentes de los diseños curriculares. Pero, a su vez, los docentes deben tener altos niveles de resiliencia para
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cultivarla y fomentarla en sus propuestas académicas, o como lo plantea
Henderson (2003, p.1369) “El proceso de resiliencia apunta al rendimiento académico y también al desarrollo de la conciencia cívica y otras habilidades
sociales, así como de la solidaridad, la confianza en sí mismo y el sentido de pertenencia a la comunidad.” Complementando la idea, Rodríguez Arenas (2004, p. 78) nos dice que “Promover la resiliencia apunta a mejorar la
calidad de vida de las personas a partir de sus propios significados, del modo como ellos perciben y enfrentan el mundo. De allí que la escuela, se debería reconocer aquellas cualidades y fortalezas que permiten a las personas
enfrentar positivamente situaciones desfavorables, esta capacidad de “transformar” las agresiones en elementos de superación. Estimular una
actitud resiliente implica potenciar estos atributos involucrando a todos los miembros de la comunidad en el desarrollo, la implementación y la evaluación de los programas de acción”.
Teniendo en cuenta las particularidades propias de la resiliencia, a
continuación se realiza un análisis de las características que debe incluir un currículum resiliente, para su apropiación en el contexto escolar.
Características del currículo resiliente Existen diversos conceptos de currículum, según la época, el enfoque, el
autor y la demanda social. Entre ellos, los de: Gimeno Sacristán (1991):
“El currículum es el elemento nuclear de referencia para analizar lo que la escuela es de hecho como institución cultural, y a la hora de
diseñar un proyecto alternativo de institución. Viene a ser como un conjunto temático, abordable interdisciplinariamente, que hace de
núcleo de aproximación a otros muchos conocimientos y aportes sobre la educación”.
U.P. Lundgren (1992): “El currículum es:
a) Una selección de contenidos y fines para la reproducción social, una selección de qué conocimientos y qué destrezas han de ser
transmitidos por la educación; b) Una organización del conocimiento y las destrezas; c) Una indicación de métodos relativos a cómo han de enseñarles los
contenidos seleccionados. Por tanto, el currículum es el conjunto de principios sobre cómo deben seleccionarse, organizarse y transmitir el conocimiento y las destrezas en la institución escolar”.
El ministerio de Educación Nacional colombiano, define el currículum en su
artículo 76 como:
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“El conjunto de criterios, planes de estudio, programas, metodologías y procesos que contribuyen a la formación integral y a la construcción de la
identidad cultural nacional, regional, y local, incluyendo también los recursos humanos, académicos y físicos para poner en práctica las políticas y llevar a cabo el Proyecto Educativo Institucional”.
Es evidente que ninguna de estas definiciones se ha orientado a las necesidades básicas del ser humano, como un ser enfrentado a situaciones
adversas, traumáticas o en constante vulnerabilidad, que requiere de procesos concretos que fortalezcan su propio concepto, su autoestima,
desarrollen sus habilidades innatas, lo tengan en cuenta como ser individual y le reconozcan su emotividad, como en el caso de los niños, niñas y jóvenes de los contextos colombianos y distritales, así como nos lo dice
Pórtela Guarín (2012, p. 69) “Es necesario habitar las aulas desde lo síquico-conceptual, lo orgánico y lo social con sus íconos, símbolos, mitos, rituales
y relatos. El currículum como texto y territorio permite descubrir la cara oculta de la educación, sus relatos de la vida cotidiana. La reciprocidad de la formación y el currículum, se traman desde otros lenguajes, otras
categorías plásticas, estéticas, literarias, en ese mundo apalabrado intrasubjetivo e intersubjetivo.”
Por tal motivo, para apropiar un currículum resiliente, se necesitan varias condiciones tanto de gestión y apropiación por parte de los docentes, como
de reconocimiento verdadero de los estudiantes, en tanto personas con desarrollos emocionales y cognitivos, especialmente si viven en contextos vulnerables. Guzmán (2001, p. 328) lo manifiesta diciendo que “Pensar en
un proceso de cambio, en el ámbito curricular es pensar en una transformación en las representaciones estructurales y sociopolíticas
existentes en las escuelas, ya que por una parte se resignifican los roles de profesor y alumno como actores curriculares y, por otra, se asume el carácter nutriente de la práctica en relación con el juicio curricular situado
y contextual del docente”. Desde este punto la resiliencia ofrece tres dimensiones: (Galvis & Moya,
2006, p. 53)
La existencial o necesidad de resistir y subsistir de la manera más satisfactoria.
La constructiva o capacidad de transformar problemas, crisis, errores o desgracias en situaciones de aprendizaje y crecimiento personal.
La ética o clarificación de lo que se considera bueno o valioso para la sociedad o para uno mismo. Para que la resiliencia funcione es
fundamental la conciencia ética.
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Para ello, los currículo que pretendan incorporar la resiliencia deben asumir
el análisis de los contextos socioculturales de sus estudiantes y permitirles la participación activa en sus contenidos, con lo cual fomentaránla
apropiación de los mismos, y estimularán procesos de participación en donde se reconozca la voz del estudiante y se le identifique como persona altamente afectiva y socialmente activa.A continuación, se muestran los
factores de resiliencia propuestos por Melillo (2002, p.54), que podrían fomentarse al desarrollar currículum resilientes.
Autoestima consistente: El estudiante debe contar con un adulto
representativo, que fomente su autoestima, tanto en sus capacidades intelectuales, como sociales y emotivas; elementos a incorporar dentro
del currículo.
Introspección: Se le permite al estudiante reconocerse a sí mismo,
potencializando sus habilidades propias, creando solidez en su autoestima y reconociendo al otro; un currículo que reconozca las
inteligencias múltiples de los estudiantes.
Independencia: El currículo debe desarrollar procesos de autonomía,
donde cada uno se fija unas metas claras y precisas, para que de igual manera, el estudiante fije límites entre sí mismo y el medio vulnerable.
Capacidad para relacionarse: El currículo permite desarrollos
interpersonales con sus pares y docentes, apropiándose de su comunidad educativa, lo que permite identificar las emociones y
expresarlas.
Iniciativa: Coloca estándares altos y tareas progresivamente más
exigentes, bajo la propia motivación del estudiante.
Humor: Facilita la identificación, el manejo y expresión de las
emociones, que contribuyen a una sana convivencia dentro de los contextos educativos.
Creatividad: Dentro del desarrollo curricular, permite el desarrollo de habilidades constructivas con base en la recursividad, tanto en el
plano físico como en lo emocional, para crear nuevas soluciones a sus problemas cotidianos.
Moralidad: Permite el deseo personal de bienestar a todos los
semejantes, sin ningún tipo de discriminación, como lo indica el autor: “es la base del buen trato hacia los otros” (Ibid, p. 55). Convierte
el trabajo escolar en dinámicas que permiten poner en práctica y ayudar a la comprensión, de las implicaciones de diferentes
posiciones éticas y morales.
Capacidad de pensamiento crítico: Desarrolla en el estudiante las
habilidades de pensamiento requeridas para analizar críticamente las causas y responsabilidades de la adversidad, y de igual manera, promueve la discusión acerca de diferentes alternativas para resolver
problemas.
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“Las escuelas más exitosas se caracterizan por tener un entorno físico
apropiado, retroalimentación afectiva del profesor hacia los alumnos, uso frecuente de reconocimientos, buenos modelos de
comportamiento de los profesores y porque brindan a los estudiantes la oportunidad de realizar labores de responsabilidad y actitudes de confianza” (Galvis & Moya, 2006, p. 58).
El currículo resiliente, no se limita a la trasmisión de contenidos programáticos, ya que buscan la interdisciplinariedad, planifican
colectivamente dentro del contexto y la realidad de sus estudiantes, guardan ilación entre los objetivos, contenidos, las estrategias y la evaluación,
creando un ambiente que favorece las relaciones interpersonales. En la gráfica No. 1 se sintetizan algunos de los elementos más relevantes a la hora de pretender construir un currículo resiliente. Y de igual manera, se indican
las estrategias curriculares dentro del aula (micro currículo), que se pueden llegar a utilizar para la concreción del mismo.
Gráfica No. 1. Un currículo resiliente.
Teniendo en cuenta las características de un currículo resiliente, también existen estrategias particulares al aula, (micro currículum), según el
maestro (Vaquer, 2014), como son:
Curriculo Resiliente, está incluido el
trabajo de cualidades
individuales y de la inteligencia
emocional y social.
Promueve y aplica los derechos humanos.
Se orienta hacia el éxito de todos los
miembros de la comunidad.
Establece canales de comunicación
entre los miembros de la
comunidad.
Cree en el potencial de sus estudiantes, por medio de tareas que le permitan
exigirse.
Es interdisciplario,
flexible, coherente con su
comunidad escolar.
Favorece un ambiente
favorable, para construir
relaciones de sana convivencia.
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1. Enseña a hacer preguntas: Enseñarle a formular preguntas
abiertas a los estudiantes permite ser más reflexivos y capaces de verbalizar sus preocupaciones y adversidades.
2. Enseña la bondad. Se trata de un recurso altamente efectivo. Consiste en pedirles que durante un día piensen en hacer un favor a
alguien que les importe. Una vez hecho este favor deben verbalizarlo, es decir, explicarlo en voz alta en clase. Los actos de bondad son un
arma muy poderosa no sólo por el hecho en sí, sino por la gratitud
que se recibe por este. Si se educa a los alumnos en la bondad, se educarán también en la gratitud y serán más sensibles a lo que los
rodea. La gratitud es la que pone la perspectiva a los acontecimientos que podemos considerar como dramáticos.
3. Enseña hábitos saludables. Se trata de un aspecto fundamental si se quiere educar a los alumnos en la resiliencia, ya que una rutina
saludable permitirá a los estudiantes afrontar con mejores garantías cualquier adversidad que se les presente. Estos hábitos incluyen ejercicio físico, dormir las horas necesarias, comer de forma saludable
y evitar situaciones estresantes. Con estos cuatro hábitos las posibilidades de afrontar con éxito una crisis siempre aumentarán.
4. Enseña a ser útil: Desarrollar estrategias para que todos los alumnos de una forma u otra se sientan útiles. Si se consigue que
tengan la sensación de que sirven para algo, automáticamente se crearán contextos donde exista un nivel elevado de autoestima. Los estudiantes serán personas felices y esta felicidad podrá ser
determinante no sólo para afrontar sus adversidades, sino también para ayudar a sus compañeros ante cualquier dificultad que surja.
5. Enseña positivismo. Ser positivo consiste en valorar lo que se tiene. El positivismo está muy ligado a lo que perciben de ellos
mismos. En una sociedad consumista, se hace necesario invertir los valores de los alumnos, es decir, se debe buscar el fomento de todo aquello de lo que disponen, en lugar de buscar lo que hace falta. Hay
que hacerles ver, de manera consciente, qué es aquello que tienen y qué es lo que más valoran de aquello que tienen, material y
aptitudinalmente. Se trata de mostrarles el valor de lo que hay en su mundo y de lo mucho que pueden dar, aún en los momentos en los que las circunstancias exhiban realidades que pudieran ser
consideradas como dramáticas o poco favorables. 6. Potencia habilidades: Apoyar el descubrimiento de sus
habilidades. Es decir, que cada estudiante logre identificar en qué es bueno y en qué puede llegar a ser mejor. Y una vez estén claros en
esto, es importante que los docentes potencien esas habilidades al
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máximo, con los recursos disponibles. Pensar en el potencial que
puede suponer una clase de treinta alumnos es pensar en al menos treinta potencialidades diferentes, que sin duda constituyen un tesoro
enorme, ya que estas habilidades podrían resultar, en algún momento, claves para superar experiencias que se consideren traumáticas.
7. Enseña a resolver problemas: La resolución de problemas es un aspecto que ha tomado fuerza en los centros escolares. Se debe ver el
conflicto como una oportunidad, es decir, como una posibilidad de resolución. En este sentido, las comisiones de convivencia de los
centros escolares resultan fundamentales, y la formación de alumnos mediadores se convierte en un vehículo para gestionar la resolución de conflictos. Aquellos centros escolares que tejen una buena red de
mediadores, serán centros con mayor capacidad de afrontar las adversidades que se presenten en el periodo escolar.
8. Fomenta la autoestima: La autoestima puede jugar un papel decisivo para hacer frente a cualquier tipo de adversidad. De ahí que
se deba insistir en reforzarla. Para lograrlo, se puede usar lo que se denomina como refuerzo positivo incondicional. Esto es recordar y verbalizar los aspectos positivos del estudiante y celebrar sus logros
de forma pública.
9. Crea redes de apoyo. Es fundamental transmitir a los estudiantes que nunca estarán solos ante una adversidad, sea del tipo que sea. De ahí que es recomendable establecer redes de apoyo entre
compañeros, establecer grupos y alianzas entre los miembros de un mismo grupo. Esto es crear vínculos y fomentar amistades que
perduren en el tiempo y que en la adversidad se conviertan en una red de seguridad. A través de esta red de apoyo, los alumnos pueden dar lo mejor de sí en cada momento y retroalimentarse de la gratitud
y de la bondad que reciben por parte de sus compañeros. 10. Enseña perspectiva. La perspectiva no es más que el punto de
vista desde el cual se analiza la realidad que nos rodea. Por eso es importante crear conciencia en los estudiantes, de que más allá de la
existencia de una realidad absoluta, las observaciones y descripciones que se hacen acerca de lo que ocurre en el mundo, no son en sí incuestionables, sino que hacen parte de una perspectiva particular.
Ante una situación adversa, la perspectiva juega un papel fundamental para la superación de la misma. Si se logra desarrollar en los estudiantes, la habilidad de girar el foco del dolor y del
sufrimiento, hacia un espacio donde se abra la oportunidad de preguntarse acerca de los aprendizajes que deja determinada
situación, los problemas tienden a reducir su magnitud y las
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situaciones adversas tenderán a observarse como retos. Dichos retos
requerirán una solución, y junto con ésta, traerán consigo un sinnúmero de beneficios que permiten disminuir la sensación de
trauma y adicionalmente, la posibilidad de crear conductas y habilidades que permitan dar solución a las situaciones futuras, de forma más efectiva.
En conclusión, la construcción y aplicación de un currículum resiliente depende del empoderamiento de cada uno de los miembros de la comunidad
educativa, desde el aula y sus docentes, hasta la parte de gestión e integración a la comunidad. Sin embargo, desarrollar un currículum
resiliente, Grotberg (1995), citado en (Mateu, s.f.), supone varias actitudes y consideraciones que son necesarias, para superar las adversidades y para recordarlas con los estudiantes. Tales consideraciones son:
Yo tengo
Personas del entorno en quienes confío y que me quieren incondicionalmente. Personas que me ponen límites para que aprenda a evitar los peligros o
problemas. Personas que me muestran por medio de su conducta la manera correcta de proceder.
Personas que quieren que aprenda a desenvolverme solo. Personas que me ayudan cuando estoy enfermo o en peligro o cuando
necesito aprender. Yo soy
Una persona por la que otros sienten aprecio y cariño. Feliz cuando hago algo bueno para los demás y les demuestro mi afecto.
Respetuoso de mí mismo y del prójimo. Yo estoy
Dispuesto a responsabilizarme de mis actos. Seguro de que todo saldrá bien.
Yo puedo Hablar sobre cosas que me asustan o me inquietan.
Buscar la manera de resolver los problemas. Controlarme cuando tengo ganas de hacer algo peligroso o que no está bien. Buscar el momento apropiado para hablar con alguien o actuar.
Encontrar a alguien que me ayude cuando lo necesito. Por lo anterior, el currículo resiliente, con todo lo que implica, se podría
definir como: El resultado del análisis particular de las habilidades (yo soy, yo tengo, yo estoy, yo puedo), que se pueden adquirir dentro del contexto
escolar, para superar los traumas o vulnerabilidades personales y
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contextuales, que dan como fin la adquisición de capacidades cognitivas,
socio- afectivas, psicobiológicas y espirituales. Todo ello, dentro de un programa flexible, inclusivo e integrador, que tenga en cuenta las diversas
formas de aprendizaje de los estudiantes y los medios de gestión escolar; los contenidos fundamentales de aprendizaje, así como las estrategias didácticas, por medio de proyectos interdisciplinarios que permitan la
participación y el desarrollo individual y social, con criterios de evaluación definidos por procesos, donde se involucren de manera activa los estudiantes y sus pares.
No obstante, la construcción de un currículo resiliente tiene factores que
inhiben su desarrollo en las escuelas, los cuales deben tenerse en cuenta a la hora de proponerlo. Dichos factores son:
El sistema de creencias institucionales, orientado por normas y políticas preestablecidas. Como nos dice Henderson (2003, p.75) “Las
reglas y políticas de este tipo de cultura nos inducen a obedecer, y no a asumir riesgos. También gratifican el logro individual, antes que la
colaboración y el trabajo en equipo, así como la uniformidad y la producibilidad en vez del cambio y la diversidad”.
El temor al cambio, ya que este implica desestabilización en las
antiguas prácticas educativas, en las relaciones de poder dentro de los contextos educativos y la resistencia por parte de los docentes.
El clima institucional, el cual es frío y amenazador, regido por manuales de convivencia que no desarrollan procesos de mediación y
conciliación entre los miembros de la comunidad. En palabras de Jurjo Torres (2011, P.269) “Hay falta de formación y de destrezas por
parte del profesorado para trabajar temas conflictivos”
La nulidad de voz de muchos miembros de la comunidad educativa,
en el establecimiento de políticas y normas institucionales.
La poca atención prestada a los ambientes de aprendizaje y las
inteligencias múltiples de los estudiantes. o Los rótulos discriminatorios adjudicados a los estudiantes,
según las dificultades que presentan.
o Los directivos docentes, que ven la escuela como una empresa donde hay que - administrar docentes y estudiantes.
o La transmisión de expectativas diferentes según género, etnia o
ingresos familiares. o La poca atención puesta a la construcción de un currículum
integrado, sin parcelaciones tan definitivas de áreas y docentes. o La obsesión por el currículum oficial, antes de observar las
características propias de los estudiantes y sus necesidades
cognitivas y emocionales.
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o Las pruebas estandarizadas, que marcan el derrotero de las
prácticas educativas, desconociendo el verdadero objetivo de la educación.
o El poco desarrollo de procesos de deliberación y pensamiento crítico frente a las realidades próximas y nacionales.
o Desconocimiento de los riesgos y las vulnerabilidades que
presentan los estudiantes. o La falta de desarrollo de vínculos pro- sociales, entre los
miembros de la comunidad educativa.
o El desconocimiento de las características de los estudiantes resilientes y las formas de desarrollar resiliencia en la escuela.
o En el clima institucional, se evidencia la falta de apropiación por los estudiantes, considerándolos tan solo clientes del sistema.
o No se tiene en cuenta la familia ni el entorno como primer influyente del ambiente escolar.
Finalmente, la propuesta de un currículo resiliente, para cualquier establecimiento educativo, se debe realizar posterior a un diagnóstico
institucional, desde su PEI (proyecto educativo institucional), hasta sus características administrativas, pedagógicas y curriculares, el cual contribuya a determinar los factores resilientes que se deben incluir en el
nuevo currículum.
Conclusiones Hablar y pensar en un currículo constructor de resiliencia, es concebir un
nuevo paradigma educativo, que rompa con las tradicionales imposiciones externas de los gobiernos de turno y del encargo social, para dirigir la mirada
a otra forma de educación, centrada en las necesidades afectivas de la infancia y reconociendo la vulnerabilidad de los niños y niñas, frente a su medio. De ahí que la escuela transforme sus prácticas educativas, para
posicionarse desde un imaginario diferente, como un espacio donde se permita la reconstrucción de la persona, con el fin de fortalecer sus capacidades cognitivas, emocionales y espirituales, como eje de su
formación.
La escuela debe cambiar sus prácticas curriculares, con el fin de darle prioridad al desarrollo de habilidades, que le permitan al ser humano ser más consiente de sí mismo y responsable de su existencia y su relación con
un medio social y ecológico. Se necesita formar una nueva generación de personas, con altos niveles de resiliencia y una alta conciencia por el otro, entendido esto no solamente desde lo humano. De igual manera, la escuela
debe cuestionarse sobre el verdadero sentido de la educación, y con ello proponerse metas coherentes hacia la formación de personas, seres que
viven en relación con su medio interior y exterior. Ya nos lo había planteado
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Sedano (1995, p. 138) cuando dijo que “Las instituciones educativas que
limitan todo su éxito a la pedagogía del dato pronto, inmediato y puntual, de lo que se entrega como indispensable para la utilidad y ganancia próxima,
por olvido de la metafísica pedagógica profesionalizan pero no educan; reducen al hombre al nivel de la educación para lo ordinario, impiden la aparición salvífica del buen maestro, imprescindible en la existencia
humana aunque en apariencia superfluo por ser la educación odisea íntima de quien emprende con arrojo la aventura de su propia educación”. Así mismo, pretender un cambio hace necesario que el docente modifique su
esquema mental y se atreva a aplicar de forma consecuente la praxis pedagógica, teniendo en cuenta los seis pasos para la construcción de la
resiliencia en la escuela, priorizando las habilidades de los estudiantes más que sus dificultades. De allí que, para la apropiación de un currículum con las características anteriormente mencionadas, se necesita de voluntad
administrativa y pedagógica que lleven a la apropiación de la comunidad educativa.
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