un amor en la esquina

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Un amor en la esquina

Luis Ernesto Romera

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Obra registrada ISBN : 130-20-9456-824-4 Título: Un amor en la esquina Autor: Luis Ernesto Romera Idioma: Castellano Editor : Free-Ebooks

Impreso en España / Printed in Spain

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Síntesis

Esta es la historia de Berenice, una joven que llega a Paris, y pronto se ve atraída por un indigente al que desde ese momento vigila y busca conocer. Un amor en la esquina no es como decir el quiosco de la esquina, o la tienda de la esquina, como si el amor se encontrase en cualquier esquina. Más bien es una metáfora de como una situación casual, una mirada en un momento oportuno, puede despertar una pasión que el tiempo solo hace multiplicar hasta el grado de no poder ser controlada. Quienes hayan leído “La esquina indiscreta”, se darán cuenta que este es un relato con gran similitud, como si fuera complementaria, pero no una segunda parte, sino la otra cara de la historia.

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Mejor es la reprensión manifiesta que el amor oculto Proverbio bíblico

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La historia que les pretendo contar no es una historia de amor como otra cualquiera, por lo menos no es la típica de chico conoce a chica. Tampoco se trata de un amor de un héroe buscando a su heroína, ni de un galán tratando de conquistar a la mujer fatal. Bueno, es cierto que hay esperanzas, desengaños, malos entendidos, sufrimiento, gozos y sombras. Pero eso es parte de la vida, en mi historia sin embargo, es algo así como la dama y el vagabundo, salvando algunos matices, y que ni el vagabundo es del todo vagabundo, ni la dama es lo que es. En fin para que explicar todo ahora, mejor es que lo vayan asimilando poco a poco. Me llamo Berenice, aunque desde pequeña mis padres se empecinaron en usar el diminutivo Beri, que por cierto, nunca me ha gustado que me llamen así, y por supuesto solo se lo tolero a mis padres, que después de veinticinco años ya no puedo hacerles cambiar en eso. Así que aunque resulte largo, todos mis amigos y amigas me tienen que llamar así, Berenice. Soy una chica desde mi punto de vista del montón, ya sé que eso lo suelen decir las que no están muy agraciadas, pero no es mi caso, no me considero fea, por lo menos los que me rodean no me lo dicen, claro que tampoco te puedes fiar por lo que te digan los que te aprecian. La mejor prueba para saber cómo luces es como te vean los hombres, por supuesto no cualquier hombre, si le preguntas a un albañil posiblemente solo te vean de cuello para abajo y en eso realmente no destaco, soy más bien de poca carne y no creo que por arriba llegue a los famosos noventa. Pero mi cara, no ha salido tan mal, mi nariz, bien perfilada y proporcionada a mi rostro, sin embargo no me agrada mucho mi boca, para mi gusto quizás un poco pequeña y labios poco carnosos, pero mis ojos, esos son los más bellos del planeta, y eso me lo ha dicho un hombre con buen criterio. Claro que si no te lo dicen otros y ese hombre de buen criterio es tu padre, quizás no vale, pero yo me quedo con eso. Y si dicen que recuerdo a mi madre cuando era joven y ella traía locos a

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todos los hombres del barrio, eso me halaga, además está confirmado por mi madre, no he podido preguntar a los que dice ella que fueron sus amantes, pero no es necesario, ella se conserva muy guapa, no sé si yo estaré así cuando alcance su edad. Yo sin embargo no puedo presumir de muchos pretendientes, como mi madre, y eso que a cualquier mujer de mi categoría le causaría un trauma, a mi no, pues es por propia voluntad que no he tenido ningún otro novio que aquel amor de mi adolescencia. Y este no me llegó hasta que cumplí los veintisiete. ¿Cómo es eso posible?, se preguntara mucha gente. Bueno en realidad si he tenido pretendientes, o por lo menos creo pensar que lo fueron, pero no les hice ni caso, sobre todo desde que mis ojos conocieron al hombre de mi vida. Créanme que no es fácil para una chica como yo, viviendo en un pueblo del Languedoc francés con ciertas costumbres tradicionales en lo que respecta a la manera en que una chica encuentra novio, y proviniendo de una familia muy tradicional en esos aspectos y siendo yo también excesivamente celosa de guardar esas tradiciones, siempre he esperado que sea el chico quien tome la iniciativa y se declare como rigen las costumbres en mi pueblo. Claro que no siempre es fácil, sobre todo si el que te gusta, ni siquiera te conoce, vive lejos y solo sigues su vida desde la distancia. Mi madre a la que consulté en cierta ocasión sobre qué hacer cuando te gusta un chico que aún no se ha fijado en ti porque ni siquiera has cruzado palabras con él me dijo: -mira hija, nunca olvides lo que te voy a decir: tú ofrece el producto, ponle un precio competitivo, pero nunca regales la mercancía. Dicho así, suena como muy comercial, pero es que mi madre, comerciante desde los quince años, era de lo que entendía. Mis padres tenían una tienda de deportes, mi padre era amante del ciclismo y montó en su momento una tienda de bicicletas que pronto evolucionó hacia otros deportes en general hasta que se convirtió en una prestigiosa tienda de artículos deportivos, una de las más grandes de la comarca. Cuando mi padre se convirtió en concejal de

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deportes de Laucane, mi madre se encargó del negocio familiar y la verdad es que lo llevó muy bien. Por eso ella todas las cosas las entendía desde el punto de vista de las mercancías, y en el fondo tenía razón, una se debe mostrar a los hombres, debe darse a conocer y que aprecien sus cualidades como persona y por supuesto físicas, pero no entregarse sin más a cualquier postor, una debe saber valorarse como persona. Así que he permanecido casta hasta ahora y no me avergüenzo por ello, mis amigas nunca entendieron mi postura, me consideraban un raro espécimen, pero yo no creo en la experimentación sin más, también la verdad es que he sido una persona de estudios, mi carrera me ha ocupado el 90% de mi tiempo entre los 19 y los 25 años, así que no he tenido tiempo apenas para otras cosas. Bueno, sí que me he enamorado, ya lo dije antes, pero eso siempre ha estado allí, tal vez ha sido un tema que no he sabido manejar bien. Yo soy muy cabezona y tenaz, cuando algo se me mete en la cabeza, es difícil que se me salga y aquel chico, no ha salido de mi cabeza nunca. Lo conocí con 15 años, recuerdo muy bien el momento, llegó a la tienda de mis padres a comprar una bicicleta, lo primero en lo que me fijé fue en sus ojos claros y en otra cosa por la que guardo extraña fijación en los hombres, su nuca. Sí, me llamó la atención lo perfilado de su corte de pelo y la forma de su cabeza, esa cuadratura de su rostro, también llamó la atención su voz, tan varonil, pese a que no creo que alcanzase los veinte años. Observé que era ciclista y desde entonces, pedí a mi padre que me regalara una bicicleta, todo por si me encontraba con el chico en alguno de sus paseos, me pasé muchos fines de semana paseando por todos los carriles bici de mi ciudad, incluso en una carretera muy frecuentada por los amantes del ciclismo, pero nada. Sin embargo, poco tiempo después se acercó a la tienda para comprar equipación y otros artículos relacionados con el ciclismo y tuve la oportunidad de contemplarle más de cerca, incluso de envolver los productos que compró, mientras escuchaba su voz, observaba sus ojos y al irse contemple su

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nuca, sin que se diera cuenta, pues lamentablemente seguía siendo invisible para él. La verdad es que desde ese día no le volví a ver, hasta cinco años después, ¿Que cómo lo reconocí? Pues por su inconfundible lunar en el cuello, su perfilada nuca, por sus ojos y esa sonrisa que le caracterizaba. El, por supuesto no se acordaba de mí, en realidad nunca me había visto, pues como ya he dicho, en las visitas a la tienda yo era invisible para él. Pero esta vez hubo algo que significó un cambio en las circunstancias, en aquella época, mi padre era concejal de deportes y se celebraba la final de una etapa del tour de Montpellier en Laucane, ocurrió que el chico en cuestión había ganado la etapa. Casualmente mi padre me escogió como azafata en la entrega de premios, ya saben, la que entrega el ramo de flores y el mallot amarillo de la victoria. Yo no quería participar de aquello al principio y rechacé el ofrecimiento de mi padre, pero mi madre me empujó a ir para alegrar a mi padre que sobre todo quería presumir de hija. Cuando vi quien había sido el ganador, agradecí esa insistencia de mi madre. Bien, por aquello de los nervios y la tensión, primero olvidé el ramo, que tampoco entiendo a que viene entregarle un ramo a un hombre, cuando debería ser al revés, pero bueno la tradición es la tradición; el caso es que me volví para entregar el trofeo y con los nervios, en el cruce de besos, accidentalmente nuestros labios chocaron, es de esas veces que tu vas a la derecha y el a su izquierda y en fin, nos besamos en la boca, yo dije: ¡tierra trágame! Y el sonrió Sentí un calor en la cara y un frio en el cuerpo difícil de explicar, le miré y el creo que también se ruborizó, fue una experiencia que jamás olvidaré, en ese momento no sabía si él había sentido lo mismo o no, el caso es que no pude dormir esa noche soñando con mi campeón. Ludovic Jabart se llamaba, desde entonces seguí su carrera, mi habitación se llenó de fotos suyas, incluida por supuesto la de aquel día como campeón. Incluso con la influencia de mi padre, me inscribí en la sección femenina del club, por asi conicidíamos, pero mi paso por el club, fue fugaz, no daba la

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talla. Total, de poco me sirvió tanto esfuerzo, nunca le pude ver por allí. Pero pocos años después de ese incidente, oí la terrible noticia de que un accidente había truncado la carrera de mi ciclista. Recuerdo que me atreví a ir al hospital, a verle, pero no tuve el valor para entrar en su habitación y hablar con el directamente, no sabía cómo entrarle, ¿Qué iba a decir? -Hola soy la del beso accidental, ¿Te acuerdas de mí? Y si respondía: -No se, he besado a tantas que no te recuerdo, perdona... Eso sería arruinar mi vida. Así que lo único que me atrevía hacer fue entregar una nota anónima a una enfermera para que la hiciera llegar al muchacho, por supuesto no puse mi nombre, ni se lo dije a la enfermera, quizás fue un error mío, pero tampoco quería identificarme tan rápido. Fue un error, no haber puesto algun dato que me identificara, incluso el número de teléfono, eso me dijo una amiga, pues, como iba a saber de quién eran la notas y como iba a conocerte si no, me decía, con buen criterio. Por eso, tras varios meses de hacer visitas secretas, decidí dejar la nota definitiva, donde puse mi número y mi nombre de pila, pero al parece cuando llegué con esa nota, él ya no estaba allí, había sido dado de alta y nadie sabía ya de su paradero. Me sentí totalmente abatida, me invadió un sentimiento de estupor y desaliento, aquella había sido una gran oportunidad echada a perder. ¿Por qué no habré hablado con mi amiga antes? Lo único que podía hacer ahora era comprar revistas especializadas a fin de saber algo de aquel ciclista, pero por alguna desconocida razón, su nombre desapareció de todas partes. Hasta que una pequeña reseña apareció en un artículo, en el que se hablaba de ciclistas accidentados, entre ellos se mencionó a Ludovic Jabart y se dijo que ahora vivía en París alejado del mundo del deporte y viviendo de una pensión. Aquel día lloré con un gran desconsuelo, el problema es que no podía hablar con nadie de esto, me tomarían por loca, estar sufriendo por un desconocido. Porque en realidad, era un perfecto desconocido, aunque yo no lo quería ver así, había seguido su

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carrera durante todos estos años y había leído sus entrevistas, sabía de sus gustos, de sus lugares favoritos, de sus pasiones, hobbies, incluso sabía con seguridad que estaba soltero, pues reconoció en una entrevista mientras aún era ciclista de élite, que la bicicleta le impedía tener mucha vida social por eso no se había casado, ni tenía novia, y yo me alegraba por eso. Yo también le había estado esperando, estaba guardando mi virginidad para el, vale, en ciertos periodos de tiempo, ha habido algún que otro noviete, pero eran cosas pasajeras que no cuentan, él siempre volvía a mi corazón, de una manera u otra. El problema es que ahora su vida había cambiado y probablemente ahora el si tenga que hacer vida social y por lo tanto esos ojos llamen la atención de otra que lo encandile. Con el tiempo, cuando terminé la universidad y me licencié, decidí buscar trabajo en París, donde había leído que se había mudado. Sabía que encontrarle iba a ser la aguja en el pajar y menudo pajar con doce millones de habitantes, aún si al menos supiera que vive en el límite administrativo, es decir en plena ciudad y no en los suburbios, la búsqueda se limitaría a dos millones y medio, desde el punto de vista de la razón, un imposible. Pero como la razón, no le sirve al corazón, mi corazón decía que debía ir a vivir y trabajar allí. Mi madre encantada con la idea, pues si bien me especialicé en economía y finanzas, tenía a mi hermano en la ciudad quien era gerente de una empresa de importación de artículos de deportes, así podía encargarme de la cuentas de la empresa. Y a eso llegué a París, pero por circunstancias de la vida, trabajar con mi hermano Renou no siempre era fácil, además su mujer que era contable también llevaba demasiado bien las cuentas, así que acabé trabajando en una empresa de seguros. Encontré un apartamento en la en la Rué Didot, un edificio ruinoso, con un portal un tanto abandonado, pero mi apartamento si estaba en buenas condiciones, limpio bien arreglado y lo más importante, cerca de mi trabajo. Yo siempre he sido muy meticulosa, y de costumbres rigurosas, llegaba a mi trabajo, siempre a la misma hora a las 8:45, iba al banco, que estaba en la esquina, a las 10:00 y a las 11:00,

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bajaba a tomar un desayuno a la cafetería Berlitz, en la calle debajo justo de mi oficina, creo que se llama D´Alesia o algo así, la verdad es que no me fijo mucho en los nombres de las calles. En el Berlitz se toman unos croissants únicos, los había con chocolate por dentro, por fuera, con mantequilla, con queso, con nata, con crema, con fresas, en fin, para aburrirte. Había un camarero que estoy segura que quería algo conmigo, se mataba por ser él quien me atendiera, dándoselas de simpático y chistoso. Búa, le olía el aliento, me daba nauseas, le llamabamos el pegajoso. También es posible que me tocara siempre este chico porque yo soy de costumbres fijas y siempre me siento en el mismo sitio, cuando voy en metro o autobús también me pasa lo mismo, siempre busco la ventana de emergencia, quizás a él siempre le tocaba atender esa mesa, en cualquier caso no era mi tipo. El caso es que, no sé por qué casualidades del destino, cierto día al salir del banco, me encuentro a Ludovic. Allí estaba él, sentado en una banca de madera de la esquina, justamente enfrente del banco, si bien ya no tenía aquel tipo de ciclista, se le notaba un poco más ancho de hombros y de cuerpo, sus ojos le delataron, no tenía ninguna duda que se trataba de él. Noté que me estaba observando, lo cual me hizo sentirme nerviosa, ¡No podía creer que la vida me diera una segunda oportunidad! Pero como aprovecharla, yo seguía siendo muy tradicional y no me iba a lanzar, por otro lado tenía que ofrecer el género, como decía mi madre. ¿Pero cómo me iba a dar a conocer, si ni siquiera me recuerda? Bueno tal vez, si le pidiera un autógrafo, y con ese pretexto, al halagarle, le haría sentirse importante, y al mismo tiempo a mi me serviría para decirle “sin palabras”, que aquí estoy, que se fije en mi, en fin, decirle que existo. Claro en ese momento no podía ser, no iba a lanzarme sin más, ¿Y si no era él? Qué tontería, claro que era él, pero así a palo seco, no podía lanzarme. Tenía que planear algo. En principio no hice nada, di la vuelta a la esquina y subí a mi oficina, pero rápidamente subí la persiana lo suficiente para ver si estaba allí y ver hacia donde se dirigía. Para mi sorpresa, el tío no se movía de

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allí, no sé si estaba esperando algo o yo que sé, el caso es que simplemente estaba allí. Bien, bajé a mi hora al Berlitz y de nuevo me lo encontré, pero esta vez nuestras miradas se cruzaron y a punto estuve de acercarme para lo del autógrafo, pero en ese momento llegó Elieen, mi compañera, una parlanchina de las de no terminar. Así que no pude realizar mi plan. Lo curioso es que al día siguiente, de nuevo el chico estaba allí, esta vez leía un periódico, alcancé a ver que era prensa de economía. ¡Qué bien, le gustan las finanzas como a mí! Ya tenemos más cosas en común, un punto a mi favor. Pasaron varios días y no hacía más que preguntarme por qué razón siempre estaba allí sentado. ¿Esperaba a alguien? ¿Quizás a su novia? Eso sería lo peor que me podía pasar, pero no era eso, en alguna ocasión le vi levantarse y le seguí con la vista alejándose calle abajo, cojeaba un poco, quizás secuelas del accidente. ¡Que lastima! ¡Pobre mío! Lo que debe estar sufriendo por no poder realizar sus metas. A mi no me importaba aunque estuviera lisiado, creo que es un buen hombre. Lo que no lograba entender es que liandres hacía allí, mirando hacia el banco... ¡Dios mío! No será un ladrón de una banda, quizás vigilando cuando llega el furgón blindado, o cuando abren las cajas fuertes. Espero que no, que yo no quiero compartir mi vida con un delincuente. En cierto modo me sentía decepcionada, pues si bien había visto lo que había venido a buscar a París, ahora no sabía qué hacer con él, incluso si volviera a verle, ¿cómo podría contactar? ¿Qué hacer? ¿Cómo llamar su atención? Me empecé a arreglar un poco más y vestirme de forma un poco más llamativa, y noté que eso despertó su interés, sé muy bien cuando un hombre sigue a una mujer con su mirada, con solo un par de disimuladas vistas de reojo, pude darme cuenta, pero eso no significaba nada, algo tenía que hacer para acercarme a él y hablar. Incluso consulté con mi compañera Elieen, y sin decirle quién era el chico en cuestión le expuse el caso, ella me dijo que lo del pañuelo todavía funciona, o lo de dejar caer algo que te dé a conocer, una

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tarjeta de visita, un pase identificativo, o cualquier cosa que le indique tu nombre. -Claro, -me dijo-, ¿estás segura que no es peligroso?, chica, que dar tus datos a un desconocido tiene sus riesgos. Pensé que podía ser una buena idea, aunque es verdad, era un desconocido, estaba confiando en alguien del que no sabía nada salvo su truncada carrera. Sea lo que sea, a los pocos días de verle por allí, un buen día se esfumó, sin que pudiera tener la oportunidad de pedirle su autógrafo, ni tirar un pañuelo, una nota con mi nombre, ni nada de nada y sobre todo sin poder hablar con él. La idea de que vigilara el banco, me asustó e impidió que diera más pasos, ni siquiera me atrevía a preguntarle la hora para escuchar su voz, y ahora ya es tarde. En fin, pensé, por lo menos se que se mueve por este barrio y es posible que me lo encuentre en otra ocasión. Reconozco que durante varios días imaginé encontrarme el banco desbalijado, pero no pasaba nada, todo iba como siempre. Empecé a hacerme de amigas y tener vida social, pensé que me ayudaría a olvidar ese amor imposible, esa ilusión de niña que no iba a ningún puerto. Pero en honor a la verdad, no conocí a nadie que me atrajera lo suficiente, ninguno de los muchachos que me presentaron, tenía el efecto de aquel ciclista, algunos se acercaban y parecían simpáticos, incluso los había muy guapos, pero tanto se lo creían, y eso es algo que no aguanto en un hombre, que se sienta más guapo que una. -¿Qué te pasa Beri? -me preguntaba Elieen, que para ese tiempo se había convertido en mi mejor amiga- ¡Se te va a escapar el tren! -No me vengas con eso Elieen, no me gusta nada esa expresión, y no me llames Beri, que me recuerdas a mi madre. ¿Sabes que te digo? si ese no es mi tren ¿por qué diantres lo tengo que coger? -Tienes que disfrutar de la vida, Beri, perdón Berenice, no puedes estar enamorada toda la vida de tu amigo invisible, la juventud no dura mucho, luego que, a coger al primero que llegue.

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-No te preocupes, ya llegará el mío -le contestaba, para luego añadir: ¿Bueno y como te va en el trabajo? Cuando Elieen sacaba el asunto de los hombres, yo siempre quería cambiar de tema, y lo mejor era en esos casos, sacarle lo del trabajo, porque entonces se olvidaba de todo y empezaba a despotricar de su jefe. Si bien se repetía mucho, reconozco que en el fondo tenía razón. Elieen, era de la opinión que la mujer tenía cuatro etapas, entre los 16-20, en el que el mundo se acaba y tienes que probar lo que sea; luego entre 21-26 quiero algo, pero yo lo escojo; después entre los 27-35, prefiero disfrutar sola, me siento libre sin nadie, para finalmente, de 35 en adelante, de nuevo se acaba el mundo; todo eso si no acabas viviendo con alguien fijo en la primera o la segunda etapa. Vaya, yo ya estoy en la tercera, pero tampoco es que quiera estar sola, llevo enamorada desde los dieciséis, lo que pasa es que quizás, como decía Elieen, de un amante imaginario, porque en ese caso la invisible soy yo para él. ¡Caramba!, ¿Por qué tiene que ser la vida tan difícil para una mujer como yo? Yo soy feliz así, no siento que me falte algo, salvo cuando le veo a él y noto ese cosquilleo extraño. La próxima vez me meto en el charco y me dejo de rodeos, que se me escapa el tren. Pasaron varios días y no le vi, en su lugar me fui encontrando durane varios días seguidos con un mendigo sentado en el mismo banco, así que triste y cabizbaja, me someto a la dura realidad de perdedora y me dirijo a mi trabajo y del trabajo a casa. Hasta que uno de esos días, no sé cuánto tiempo habrá pasado, pero solo entonces le veo la cara al mendigo, esos ojos, me resultan familiares y su voz, cuando le escuché su tono mientras hablaba con una ancianita que le bajaba bocadillos, este me suena de algo. Yo para eso tengo un don, suelo reconocer a la gente al vuelo por la voz, aunque la haya escuchado una sola vez hablar y aunque sea por teléfono, sé muy bien identificar a quien me habla, algunos se sorprenden de mi memoria auditiva. Bien, un día quise acercarme al mendigo para confirmar una sospecha que si bien era descabellada, tenía visos de parecer cierta.

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Aproveché para echarle unas moneditas y entonces me fijé bien que esa barba no era suya, ¡llevaba una barba postiza! Y la voz al darme las gracias... ¡Era él! ¡Pero cómo podía estar así! ¿Qué le había pasado? ¿Se habrá trastornado, estará tocado de la cabeza? ¡Dios mío! Tal vez el accidente le dejó mal Esa mañana no me pude concentrar en el trabajo, nada me salía bien. Al bajar al Berlitz, me acompañó Elieen y le hice la observación de la barba, por si ella se daba cuenta de que era falsa, yo no quería ser tan descarada viéndole. Elieen me lo confirmó, si, llevaba una barba postiza y según me indicó también su pelo, el color de sus cejas era muy distinto del de su cabello, -ese era un disfraz. -me dijo-, ese es un rumano, esos se disfrazan para dar más lastima, y para que la policía no los identifique, vete a saber si lo que está es vigilando el banco. -No lo creo, muchas veces está leyendo, y se va siempre a la misma hora... -Pero chica ¡tú qué haces vigilando la vida a un mendigo! -no solo que me suena su cara. -¿En que más te has fijado? -su voz -no me digas que te has puesto a hablar con un mendigo. -no solo que me acerqué y le eché una monedas para escucharle -Hay, no sigas Berenice, tú estás, loca o algo trastornada, ¿qué te estás fijando en un tío tirado en la calle?, ¿tu estás bien? tu debes tener un problema. -Tonterías, que dices, simplemente que me parece familiar, creí conocerle. -¿Algún amigo de la infancia, o un familiar? -no un antiguo amigo... -Un amigo, mira Berenice, solo te digo una cosa, si está en la calle es por algo, o es un borracho o un delincuente salido de prisión, un arruinado de la vida, vamos, no merece la pena prestarle atención. Tú ya sabes.

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-tranquila que no es lo que tu crees. Bueno, la verdad es que aunque me dé vergüenza reconocerlo, empecé a pensar que aquel hombre con esas pintas de abandonado, no representa lo que realmente es. Quizás se había disfrazado por mí, para verme, rápidamente rechazo la idea, porque si pienso eso significaría que quizás mi amiga tenga razón y estoy perdiendo la cabeza. En cualquier caso, me preocupa que ese hombre haya caído tan bajo y se encuentre pidiendo, o será verdad que está vigilando el banco. El otro día, no hacía más que vigilar los movimientos del mendigo, veo como se levanta, va de un lado a otro, luego cuando bajo siempre está en la esquina sentado en el banco. Y al poco tiempo de subir de nuevo yo a la oficina, simplemente ese levanta y se va. Bueno salvo algunos días que al salir lo veo allí, pero eso solo en contadas ocasiones. No hago más que pensar en cómo me las ingeniaría para hablar con ese hombre y preguntarle la razón por la que está en esa situación. Quizás el pobre esté endeudado y como no encuentra trabajo ha caído en la mendicidad. Sé que no es un borracho, porque yo observo a otros y casi todos tienen las mejillas coloradas, los ojos vidriosos y la nariz hinchada por el alcohol, pero este no, sus facciones son finas, detrás de esa careta puedo ver a un hombre sano, sin vicios, pero parece tan desgraciado, como siga en la calle pronto se va a hechar a perder. ¿Tendría que ayudarle a salir de esto? El otro día hablé con mi hermano sobre Ludovic, le expliqué que él sabe mucho de cosas del ciclismo y le vendría muy bien para asesorarle sobre ese tema. Si tan solo le ofreciera un empleo, eso le haría salir de esa situación, claro que no le mencioné a Renou que me refería al mendigo de la esquina, si así fuera me tomaría por loca. La única respuesta de su parte fue: que me traiga su currículo. ¿Cómo le pido un currículo? Bueno ¿y si se lo hago yo?, tengo fotos y conozco su trayectoria, sus conocimientos sobre el deporte, o sea, podría perfectamente hacerlo, de hecho el otro día lo hice. Solo que no me he atrevido a entregarselo a mi hermano, claro que si lo aprueba me metería en un buen lio, mejor que no.

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Hoy mientras iba hacia mi trabajo, me abordaron una pareja muy simpática, que me ofrecieron unas revistas religiosas, las tomé porque ya había leído antes otros números, cuando en la tienda de mis padres también las habían dejado. Me gustaba una sección sobre los jóvenes con consejos muy interesantes, esta vez trataba sobre como sobrellevar un desengaño amoroso, que bien me venía a mí. Si porque lo mío era un desengaño constante, el otro día pensaba que el mendigo me iba a abordar, pues le vi acercase cuando yo salía de la cafetería, pero tan solo se levantó porque la viejecilla de los bocadillos le llamó. La obsesión por mirar por la ventana de mi despacho me estaba haciendo desconcentrar de mi trabajo, decidí por ello, con el consejo de mi jefe tomar unas vacaciones, y despejar mi mente. Aproveché para ir a Holanda, allí tenía una tía a la que había prometido visitar hace años, así que pasé unos estupendos días visitando los molinos y sobre todo el famoso museo Van Gogh, mi pintor favorito, me traje pañuelos, bolígrafos, libretas, camisetas y hasta un porta documentos con ilustraciones de sus pinturas. Al volver a la rutina diaria, de nuevo volví a encontrarme el barrio como siempre, y allí estaba él, como si no me hubiera echado de menos, de verdad que no le entiendo, ¿que pretende ese hombre?, va se sienta, no dice nada, me mira de arriba a abajo, y sin ninguna explicación se va. Más que enamorada me tiene intrigada, las pocas esperanzas que tenía de que algo diferente surgiera entre nosotros, se estaban esfumando. Mientras el tiempo transcurría sin novedad empecé a relacionarme con Josephine, otra compañera de la oficina que casualmente también pertenecía al grupo de los de las revistas, esta me explicó todo lo que tenía que ver con ellos y el sentido que le daban a la vida, me animó a acompañarla a donde se reunían, un día lo hice. Cuando estuve allí, me di cuenta que eran muchos más de los que yo me imaginaba y parecía que todos se conocían, no era como en la iglesia que cada uno iba a su aire. El día siguiente ya nada sería igual, cuando las cosas entre el mendigo y yo se iban enfriando, al no observar ninguna iniciativa de su parte, empezaba a pensar en olvidarme de todo y hacer mi vida,

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ignorarle. Eso pensaba hacer cuando aquel día bajé al Berlitz y ni siquiera le miré y eso que me lo encontré de frente y noté que se sobresaltó al verme de frente, bueno si le miré, sino como me iba a dar cuenta de su sobresalto, pero lo hice solo de reojo. Cuando me senté en mi mesa, vi que había un papel muy bien doblado debajo del azucarero, miré para un lado y otro y tomé el papel. Este contenía una nota que me dejó estupefacta e hizo que mi corazón casi se saliera de mi pecho. ¡Qué palabras más bonitas!: “No puedo borrarte de mi mente, eres la que me insufla de esperanza y ganas de vivir” Las concluía con una hermosa declaración: de tu amor escondido. Por un momento, pensé que quizás alguien haya olvidado esa nota de un enamorado a su enamorada, aunque me quedé muy desconcertada con las últimas frases. ¿Qué significa eso de amor escondido? Será la dedicación del amante secreto de alguien que estaba a punto de arruinar su matrimonio. O será un adolescente cuya relación sus padres no consienten. No se tampoco si se trataba de expresiones de cariño de un hombre hacia una mujer o al revés. En cualquier caso me parecieron unas palabras muy bonitas, ¿cuando me dedicarán algo así a mí? Lo que en un principio pensé que era una nota dirigida hacia otra persona, pronto me di cuenta que esa persona podría ser yo. Tan solo dos días después de haber encontrado en mi mesa del Berlitz, aquel papelito, ahora me encuentro otro. Esta vez más explicito: tu eres la luz que en mi oscura vida ilumina mi corazón, te quiero, quiero que seas mía algún día, deja que tus bellos ojos se sigan posando sobre los míos y me infundan la esperanza de poder algún día ser tuyo. Tu admirador secreto. Aquello me dejó sin aliento, era mucha casualidad que dos veces casi seguidas encontrase mensajes de amor, y esta vez no había dudas que provenían de un chico hacia una chica. Al día siguiente, un día frió como pocos, llevaba lloviendo casi hielo toda la mañana, se me hizo larga la espera para bajar al Berlitz, era como abrir una caja de sorpresas, esta vez mi amigo el mendigo no parecía estar allí, claro que con ese día, como para estár en la calle, aunque

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lo había visto en otros días parecidos, en cualquier caso no verle me desalentó y me hizo sospechar que quizás no hubiera papalito con mensaje. Pero al llegar, había un grupo de chicos, riéndose a cosa de otra nota que si estaba en mi mesa, en lugar de sentarme en otra mesa, esperé a que el grupo de adolescentes bulliciosos se marcharan. Cuando estos se fueron, me puse a buscar como una desesperada la nota, con la determinación de alguien que busca algo de gran valor, por fin pude dar con ella, pisoteada, arrugada, pero completa, la recogí, limpie y estiré con mucho cuidado, y la leí con gran atención: Aquel mes de febrero tiritaba en su albura de la escarcha y la nieve; azotaba la lluvia con sus rachas el ángulo de los negros tejados; Y decía: ¡Dios mío! ¿Cuándo voy a poder encontrar en los bosques las violetas que quiero? Mira, el árbol negruzco su esqueleto perfila; se engañó mi alma cálida con su dulce calor; no hay violetas excepto en tus ojos verdes, y no hay más primavera que tu rostro encendido. Debe ser un verso de un poeta famoso, lo conocía muy bien pues en el instituto nos lo hicieron leer y comentar, aunque hace tanto que no me acuerdo de quien es, pero es bonito. ¡Además, la de los ojos verdes tengo que ser yo! -pensé-, mientras miraba a un lado y a otro, pero allí no había nadie al que yo considerara fuente de esas bellas palabras, ¿Será el camarero pesado? Fue el único que interrumpió con su ¿qué tal guapa, me das tu número o te pongo lo de siempre? No, a ese pegajoso desde luego que no lo veo capaz de leer a poetas clásicos y citarlos, no, más bien está más cerca de los piropos del albañil. Tras pedir mi café con un croissant con nata, continué leyendo de aquel arrugado papel, después del poema hablaba de su deseo de conocerme mejor: Quiero conocerte, estar cerca de ti. ¿Cómo podría yo? porque mi amor por ti es tan fuerte como la muerte...el fuego de mi corazón no puede contener las llamaradas de este amor.... Las muchas aguas mismas no pueden extinguir ese

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fuego, ni pueden los ríos mismos arrollarlo.... y después la misma despedida de antes. Mientras leía esto sentía como un temblor en mis entrañas, estoy segura que si me pusiera de pie, mis piernas no me sostendrían. Sin embargo luego no hay un nombre, ni ninguna referencia a quien es el remitente, ni la destinataria. Todo esto me estaba dejando confundida, a la vez que embaucada por este nuevo amor secreto. Estaba deseando que llegara el día siguiente para leer mas, me embargaba una emoción tan fuerte que cuando el pegajoso de Joel, el camarero se acercó para entregarme el café di un salto, este con su típica galantería y con el romanticismo de un minero, dijo -vaya, te has sobresaltado al verme, y eso que no me has visto por dentro, -rebuznaba, mientras guiñaba un ojo-. ¡Como odio a ese hombre! Solo espero que no sea este pelmazo el de la nota. Regresé tan ensimismada en mis pensamientos y emociones que no esperé a los demás en la cafetería, y ni siquiera me percaté de mi mendigo, total ahora presentía que estaba naciendo en mí un nuevo amor, mi amor secreto. A la mañana siguiente, bajé lo más deprisa que pude, aunque me acompañaba mi hermano, contando sus típicos chistes machistas, siempre está igual, y encima tengo que reírle las gracias, porque si no se molesta. Pero esta vez, no había nota, ni mensaje, así que tuve que esperar al siguiente día. Como las anteriores veces, procuré bajar sola, así que sin avisar salí pitando al Berlitz, aquella mañana había más gente de lo habitual en la calle, había muchas madres con sus hijos creo que tenían un descanso escolar, si, había muchos niños en la calle, hasta al mendigo lo visto desde la ventana hablando con alguno de ellos. Vaya, si resulta que habla, ¿por qué conmigo no? Temía que la cafetería estuviera atestada y alguien tomara el mensaje y no me llegara, pero creo que llegué tarde, no había mensaje y mi mesa ocupada. De nuevo me tocó esperar, aunque esta vez fui yo quien le dejé un mensaje, tuve que pedirle al pegajoso camarero que me prestara su boligrafo, esperando que le escribiera algo a él, en fin dejé el mensaje debajo del azucarero, de la misma manera que me

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los encuentro. Le puse una nota agradeciendo los poemas y escribí mi nombre, junto a una cita para esta tarde en la esquina del banco a las seis de la tarde. Pero una de dos, o no leyó la nota, o no le llegó, o quizás su timidez le impidió hacerlo, la calle estaba bastante desierta por las tardes y se me hizo de noche sin que nadie llegara, lo cual me decepcionó. Al día siguiente ocurrió algo que me dejó estupefacta, sucedió antes de ir al trabajo, algunas veces, cuando no hace demasiado frio acostumbro a ventilar el apartamento y me asomo por el balcón para ver cómo está el tiempo, desde la cuarta planta puedo observar toda mi calle, no es que sea muy larga, pero es fácilmente observable. Esta vez si mi vista no falla, en un momento dado veo entrar por mi calle a Ludovic el ciclista, pero vestido normal, pantalón vaquero y cazadora marrón. ¿Qué hace en mi calle? Y lo más sorprendente, se dirige a mi portal, retrocedí por precaución, por si le daba por levantar la cabeza y me descubría vigilándole, esperé un segundo y volví a asomarme, pero ¡qué veo! ¡Entra en mi portal! Corriendo me vestí y recogí todo lo que había dejado la noche anterior por medio, los restos de mi cena, algún que otro trapo, no es que no acostumbre a hacerlo, pero normalmente me tomo mi tiempo, pero ahora había una posible urgencia, menos mal que mi apartamento era pequeño. Entonces pensé ¿Por qué ha de venir a mi casa?, es más, ¿quien le ha dado mi dirección? Esperé a que sonara la puerta o el timbre, pero nada, pasaron casi cinco minutos y decidí volver a asomarme, pero no había nadie, nadie salía ni entraba. ¿Será que vive en este mismo edificio? ¡Dios mío! Y si resultase que somos vecinos. Al bajar a mi trabajo, observé el nombre que aparece en los buzones de los diferentes apartamentos, pero en ninguno vi su nombre. Quizás tenga novia o compañera o simplemente viene a casa de un amigo, ¿pero a las 8 de la mañana? Desde luego no es una hora normal para visitar a nadie, salvo que te espere. En fin, en cualquier caso, estaba segura que era él, de eso no tenía ninguna duda. Y que me estaba volviendo loca con esa absurda

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obsesión por ese desconocido, también lo reconozco. En el camino, iba pensando que quizás hoy se presentaría a la esquina vestido normal, quizás dispuesto a hablar de una sola vez. El caso es que al llegar al trabajo, allí estaba en la esquina de siempre el mendigo, y entonces me pregunté, si he visto a Ludovic entrar en mi edificio, el mendigo no es el disfrazado, como yo pensaba. ¿Quién es entonces este mendigo y por qué me he fijado en él? Y lo más importante, ¿quién es el de los mensajes? Empecé a temer que ese mendigo me estuviese vigilando a mí por algo, quizás para secuestrarme o algo así, si sabía que mis padres o mi hermano manejaban dinero, por eso desde ese día decidí bajar con Renou, solo como precaución, aunque eso significaba arriesgarme a que él se enterara de lo de los menajes. Al día siguiente, tuve que bajar sola, mi hermano tenía asuntos urgentes que atender y Elieen estaba también muy ocupada y bajaría más tarde. Por un lado quizás mejor así, y efectivamente, porque ese día encontré algo que me dejó perpleja y totalmente sorprendida, no solo encuentro un mensaje en el que definitivamente se que va dirigido a mi, aunque no aparezca mi nombre, sino que incluye un obsequio, unos pendientes preciosos con forma de corazón, parecían de oro con piedrecitas brillantes, quizás sea zirconita, pero me da igual, me gustó mucho el detalle. Sabía que era para mí, pues el mensaje era aun más directo, tenía que tratarse de alguien que me observaba, que me había visto muchas veces, pues mencionaba mi forma de vestir, admiraba no solo mis ojos, sino mi pelo, mi nariz, mi boca, mi forma de caminar, desde luego si se presentara en ese momento me iría con él con los ojos cerrados, hasta incluso que fuera el camarero pegajoso ese, con esas palabras me había conquistado de pleno. Debo parecer tonta, pues a cualquier otra, recibir esto la asustaría, pero no era miedo lo que yo sentía, sino un subidón de adrenalina, de autoestima, y una sensación de sentirme deseada, hasta el grado de casi flotar, es difícil expresar el sentimiento de felicidad que suponía leer esos halagos de un desconocido, que quizás resultase un conocido.

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Después de aquello, durante unos días no recibí mensajes, pero si pude ver antes de ir a trabajar acercarse a Ludovic, una de las veces abrí la puerta para ver si escuchaba desde la escalera hacia que piso se dirigía, quizás si vivía en el edificio y trabajaba de noche por eso llegaba tan pronto. Pero solo notaba un misterioso silencio, como si al entrar al portal, la tierra se lo tragara, es posible que subiera al primero, el caso es que ni siquiera escuchaba cerrar puerta alguna. No fue hasta una semana después cuando recibí otro mensaje de mi amante secreto, valió la pena esperar, se trataba de otro hermoso poema, que venía a decir: Hace ya tanto tiempo que te adoro, Son años atrás, son muchos días... eres de color rosa, yo soy pálido, yo soy invierno y tú primavera. Lilas blancas como en un camposanto en torno de mis sienes florecieron, y pronto invadirán todo el cabello enmarcando la frente ya marchita. Deja al menos que caiga de tus labios sobre mis labios un tardío beso, para que una vez esté en mi tumba, en paz mi corazón pueda dormir. Tu amante secreto Ludovic. Leer esas últimas palabras me dejó paralizada, mis sueños se hacían realidad, la persona que deseaba que fuera era quien escribía los menajes, miré para todos lados por si se trataba de una broma, aunque nunca he hablado a nadie sobre Ludovic, por lo menos nadie debía saber su nombre, por lo tanto nadie haría una broma así. Además no cabe duda que la letra era la misma que en anteriores misivas. También aparecía una posdata en la que me invitaba a dejarle un mensaje con su nombre, eso significaba que el mensaje anterior no le llegó, que alivio, pensé. Pero, ¿por qué no me cita de una vez? ¡Tánto cuesta poner un día y una hora! El caso es que de nuevo bajé sin boli y sin papel, ¡qué mujer tan poco preparada para

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esta situaciones soy! Menos mal que el camarero pegajoso, siempre estaba dispuesto a dejarme uno. Puse mi nombre de pila y nada más, lo deposité donde siempre y en ese momento llegó Elieen, rápidamente guardé el mensaje y tras un rato me fui. No cabía en mi de felicidad, tanto es que recibí a mi hermano al quien me encontré en la esquina detrás del mendigo y le di un fuerte abrazo, el, extrañado me acompañó a mi oficina. Sigo teniendo dudas, y después de lo de ayer aún mas, porque si yo le veo entrar a mi portal, supuestamente viene de trabajar o algo parecido, y luego no le veo salir, ¿Cuándo deja los mensajes en Berlitz? ¿Y si fuera el mendigo el de los mensajes? Eso no, demasiado descabellado, mucha casualidad ya es que se le parezca, que encima se llame igual, no, hay algo que no me encaja en toda esta historia. Salvo que el mendigo y él estén de acuerdo y este último le dé información a Ludovic, ¡claro esto si encaja! Muchas veces desde la ventana de mi oficina, veo moverse al mendigo hacia la cafetería, no sé si entra o no, no llego a ver eso, y el otro día al salir estaba al otro lado de la calle, quizás pendiente de si leía los mensajes o no. Mañana estaré más pendiente de eso cuando esté en la cafetería. A la siguiente mañana, por fin descubrí el misterio, vi salir al mendigo de mi portal, fue por pura casualidad, miré para ver si venía Ludovic a la hora acostumbrada pero no le ví, sin embargo de repente salía con sus harapos el mendigo. Pero bueno ¿es que todos vamos a ser vecinos? No alcanzo a entender que está pasando aquí. La próxima vez voy a bajar al portal para encontrarme a uno o a otro, o a los dos y voy a poner en claro que pretenden. Esa misma mañana, no le vi llegar, lo cual no significa que no lo haya hecho, es posible que se adelantara unos minutos, intercambiaran información y luego el mendigo abandonara su casa, ¿será que viven juntos? Ese día sin embargo no recibí ningún mensaje, así que me dediqué a leer unos folletos de los que me deja de vez en cuando Josephine, una compañera de trabajo, que suele hablarme de su religión, al principio reconozco que me pareció un poquito insistente, por no decir pesada, pero me cae bien, se le ve sincera y hemos tenido buenas charlas. En

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sentido religioso yo siempre me he considerado un bicho raro, en un país católico yo era calvinista, eso era porque mis padres al provenir de una familia suiza siguieron la tradición de sus padres y abuelos, yo a su vez he seguido esa costumbre y de vez en cuando asisto a una iglesia del centro de Paris; pero mis inquietudes y mi curiosidad por lo trascendental y lo espiritual, me hacen no cerrar las puertas a otras alternativas, en eso no tengo miedo a ser diferente, siempre lo he sido. Así que algún día acompañaré de nuevo a Josephine a su iglesia. Al día siguiente, me armé de valor y bajé al portal a eso de las ocho, pero pasó como media hora y ni rastro de Ludovic, ni del mendigo, ni uno entró ni el otro salió. Será que el mendigo me ha visto bajar y tal vez ha avisado al otro, no lo sé, pero si me quiere evitar ¿a qué viene tanto mensaje? El caso es que ese día no se presentó el mendigo en la esquina, lo cual me dejó cavilando. El fin de semana, hice un intento por olvidarme de todo esto, pues el no podérselo contar a nadie, ¿a quién le podría contar tal cantidad de disparates? Pero guardarmlo para mi, no me ayuda, me estaba volviendo una obsesionada. Accedí a la invitación de Josephine y la acompañe a su iglesia, no estuvo mal la experiencia, la gente me pareció muy sincera y amable, cosa que hoy día es difícil de encontrar. Después tuve una larga conversación con Josephine, a quien tuve la tentación de contarle mi secreto, pero no me atreví, pese a que en un momento dado me preguntó si tenía pareja. No, -le dije- los anillos son por costumbre, pero algo hay en ciernes -le dije-. Porque la buena de Josephine no era excesivamente inquisitiva, si fuera Elieen ya me lo habría sacado. Una cosa que escuché en aquella reunión a la que asistí con Josephine, me hizo pensar, eran unas palabras que se leyeron, quizás no tienen nada que ver con mi asunto, pero me sonaron muy bien: “Mejor es la censura revelada que el amor oculto”. No entendí la aplicación que le dieron a esto, pero a mí me abrió la mente, si quería acabar de una vez con todo este juego de amores ocultos, debía plantarle cara al problema y citarme con él. Decidí que la próxima vez abordaría al mendigo, le preguntaría si estaba allí por

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mí, y si era así averiguaría quien lo enviaba y solo de esa manera llegaría al fondo de la cuestión. Si lo hago en la esquina, no correría ningún peligro y el no tendría más remedio que soltar prenda. ¡Era un plan magnifico! Llegó el lunes, el temido lunes, primero me cercioré que entraba Ludovic, al que efectivamente vi, y luego, en menos de cinco minutos salía el mendigo, quiere decir que o vivían en el mismo apartamento, o lo que en ese mismo momento rondó en mi cabeza que quizás era el mismo que se cambiaba en el apartamento, pero que pasa ¿este tío no duerme o qué? Algo no encajaba en mis teorías. En cualquier caso, esta vez estaba decidida a hablar con el mendigo, quizás lo hiciera al salir del banco, después de ingresar el dinero, si porque antes no es conveniente, no vaya a ser un asaltante. También podría hacerlo al ir a la cafetería, pero llamaría la atención de mis compañeros, sobre todo de Elieen y quizás hasta de mi hermano que suele presentarse a la hora del café. Bueno pues lo haré a primera hora. De esa manera llegué al banco, ese día hubo un problema de fallo del sistema y me entretuve más de la cuenta, y al salir vaya, me abordan los compañeros de Josephine, mientras de reojo intentaba ver al mendigo, quien notaba que también dirigía la mirada hacia mí. Tuve que esquivarle, ¿cómo podía ser tan descarado? ¿Es que no se da cuenta que los demás notamos su mirar? Bueno, después de despedirme de la pareja de predicadores, me quedo sola ante el peligro, intento dirigirme a él, pero en ese momento un perro atraviesa la calle y casi es atropellado por un coche, que al esquivar al animal, choca con otro vehículo y se origina una trifulca en el cruce, todo el mundo, incluido el mendigo se percataron del incidente, así que me detuve, pues mucha gente de pronto se agolpó en la esquina y no era momento para ponerme a hablar en medio de todos. Al día siguiente quise hacerlo, pero no tuve el valor para ello, sin embargo se me ocurrió otro plan, recordé el consejo de Elieen, para llamar la atención de un hombre y empezar una conversación, dejar caer un pañuelo o algo más llamativo. Me acordé que tenía en

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mi bolso, una antigua tarjeta de acceso de cuando trabajaba con mi hermano, no se la devolví, aunque ya no importaba, pues conociéndole la habría desactivado. Así que cogí aquél porta documentos que compré en el museo Van Gogh, y guardé allí la tarjeta con mi foto y mi nombre, metí un papel con una referencia clara e inequívoca, lo cité en L´Ouest con Maine a las 18:30 el viernes 25. Escogí ese lugar porque me pareció que un viernes a esa hora aún es muy transcurrido, buscaba un lugar suficientemente transitado para no correr riesgos. Tuve que ser muy disimulada pues esta vez Elieen bajó conmigo al Berlitz, justamente me puse lo mas a la derecha posible para que el mensaje cayera donde a mi me interesaba. Podían ocurrir dos cosas, que el mendigo lo cogiera e intentara devolvérmelo, lo cual sería una buena oportunidad para hablar con él y citarlo en el mismo lugar, o que se lo quedara con lo cual la cita también llegaría. ¡Otro plan magnifico! Ocurrió lo segundo, o eso me pareció, la verdad es que no pude ver si cogía el estuche o no, pienso que es lo más probable pues en ese momento no pasó nadie por allí en un buen rato y desde la cafetería pude observar que ya no estaba en el suelo, aquella carterilla era fácil de distinguir, por sus colores llamativos. Bueno, pues la primera parte de mi plan estaba en marcha. Ahora solo faltaba esperar, hasta el viernes, ¡no sé por qué no puse la cita el mismo martes! Así acabaría antes esta tensión que crea esa espera y la angustia de la incertidumbre. Por las noches no puedo evitar leer y releer los mensajes de aquel amante secreto, estas palabras tan bonitas me llenan de ilusión y me hacen sentir bien por un lado aunque nerviosa y con gran ansiedad por otro. He tenido también varios sueños durante esas noches, uno en concreto me dejó un tanto preocupada, en este resulta que llegaba el viernes de la cita y el amante secreto resultaba ser el mendigo, quien en ese momento se quita la peluca y la barba y se descubre, resultando ser Joel, el camarero del Berlitz, este me propone matrimonio y lo peor de todo yo le acepto, luego mi padre se entera y me deshereda. Después al llegar a su casa me encuentro que vive en un portal entre cartones y basura y me encuentro en el portal con

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Ludovic, quien me asegura que fue él quien me envió los mensajes y yo ahora estaba casada con el hombre equivocado, sentí una angustia y una sensación de infortunio, la meta de vivir en una chabola entre cartones y suciedad y encima con alguien al que detesto. Por supuesto me desperté aliviada de que todo eso haya sido solo un mal sueño, solo espero que al haberle dado el mensaje al mendigo no se convierta en realidad, por lo menos lo de que se presentara este. Claro que yo en el papel no puse nada de mis sentimientos, con lo cual como mucho, iría para ver qué es lo que yo quería, eso me daría la oportunidad de decirle unas cuantas cosas. Se me ocurrió ese mismo día por si las cosas se complicaran y dado que no había contado de esto a nadie, mencionarle a Elieen otra versión de los hechos, simplemente le dije que tenía una cita con alguien que conocí en internet y que si me fallaba y surgía algún problema pudiera contactar con ella, claro que tuve que escuchar la charla que me dio por aquello de no fiarme, que si mira que si es un viejo o un violador, bla, bla, bla. En fin, tenía razón, pero no era el caso. Aunque la verdad es que, pensé que si desaparecía o me secuestraran, por lo menos alguien supiera donde y cuando me había citado con el individuo, cualquier precaución era poca, dadas las circunstancias. Llegado el día, puedo decir que me pasé casi toda la tarde buscando que ponerme, ni siquiera comí; ¡hay, tenía que haber puesto la cita más tarde! Me probaba esto, luego lo otro, la cama era una montaña de pantalones, faldas, blusas, camisetas, y menos mal que no tengo mucha ropa que si no. Al final me puse una falda azul, que según mis amigas me sentaba muy bien y un jersey de cuello alto gris perla, que era de mis favoritos, decidí que mejor sería si llegaba el caso morir con algo ajustado que estilizaba mi figura, aunque también algo cómoda por si me secuestraran que no fuera con tacones demasiado altos. Quería presentarme llamativa, pero sin excesos, además me puse los pendientes que me regaló, así demostraría que aceptaba su amor. Estaba muy nerviosa e inquieta, no sabía que me iba a deparar todo esto, llegué cinco minutos antes, todavía no había nadie por

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allí, bueno, aquello era un hervidero, pero no estaba al que yo buscaba. ¿Habrá viso mi mensaje? ¡Mira que si se presenta otro que no sea el que espero! En eso que se acerca Bernard, un compañero de trabajo, me asusté pensando que haya sido el quien cogiera el mensaje, pero sencillamente se dirigía a una cita con amigos, me invitó a acompañarles, pero le dije que esperaba a una persona y nos despedimos sin más. ¡Qué alivio! No es que no fuera mono, pero demasiado presumido y se cree gracioso sin serlo. Luego por la otra acera vi a Arnuo, era unos de los amigos de Elieen, con los que alguna vez he salido, pero me parece el tío más pedante y sabiondo que he conocido, además hay una cosa que no me gusta de él, ya ha echado la solicitud de calvo y no me gustan los calvos. Menos mal que ha seguido de largo y no me ha visto, y de nuevo siento el alivio de que no sea este. Pasaban más y más hombres, pero ninguno era el mío, o al que yo espero y deseo, también pasaban los minutos, eran ya casi las siete y yo allí, plantada como una flor sin dueño. Esa era la canción que tenía en la mente y cuyo estribillo no dejaba de sonar en mi cabeza. Me sentía desalentada, no podía creer que me dejaran plantada. Cuando ya pasaba media hora, decidí que ya era suficiente humillación, triste y cabizbaja me retiré. Para olvidar el mal trago, tuve la tentación de llamar a Elieen e irme con su grupo de amigos, pero decidí llorar mis penas a solas en mi casa. ¡Qué decepción de tarde! Ahora, ese ya no me volvería a dar plantón, el siguiente lunes le quise demostrar que ya no me interesaba, bajé con mi hermano Renou y procuré mostrar la mínima atención, mirada al frente y reírme con mi hermano. Quería olvidarle, aunque no pude evitar darme cuenta que estaba allí, y concluí que si estaba allí otra vez como si nada, quizás sea simplemente porque no se enteró de lo de la cita, ¡mira que es tonto! O bueno, quizás otra persona haya cogido la cartera y ni siquiera haya hecho caso a la nota. Cualquier día me la encuentro en el buzón devuelta. Para colmo me enteré que había habido un intento de robo en el banco esa mañana, curiosamente poco después de irse él, lo cual me hizo sospechar que quizás estaba

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detrás de todo, y después de todo me haya estado fijando en un ladronzuelo. Y volvía a comerme el coco, que si no era el mendigo el de los mensajes, o que este no conociera a Ludovic y lo de su entrada y salida era casual, en fin, tengo que concentrarme en otras cosas sino me veo encerrada en un centro mental a base de pastillitas. Al día siguiente, aunque la mañana era fría y ventosa, y notaba cierto carraspeo en la garganta, síntomas de que estaba incubando un virus, pero mi curiosidad pudo más, así que decidí asomarme y esperar para verle llegar, esperando sobre todo saber si el mendigo del que sospechaba como cómplice del robo del banco salía. Minutos después veo llegar a Ludovic y como siempre, sale el mendigo poco después, eso por un lado lo descarta como cómplice del robo, pero me doy cuenta de un detalle que hasta ahora había pasado desapercibido para mi, ¡llevan la misma mochila! ¡Cómo no me había dado cuenta antes! ¡Claro, era el mismo, era el disfrazado! ¡Pedazo de cobarde! ¿Por qué hace eso? ¿Que pretende con esa patraña de artimaña? Haber si el tío es un detective privado contratado por mi padre y camuflado para vigilarme. Pero no creo que mi padre llegara tan lejos. Bueno, el caso es que estaba otra vez allí. Una de dos, o no tuvo ninguna relación con el robo, o estaba loco volviendo al lugar de los hechos. Pero apenas había llegado a mi oficina, pude observar desde la ventana, como la gendarmería llegaba y le rodeaba. ¡Ya está! lo van a detener, -pensé-, era la gota que colmaría el vaso para olvidarme definitivamente de poder tener algo con él. Era un delincuente y no valía la pena, tenía razón Elieen. Decidí bajar para ver más de cerca lo que sucedía, adelanté mi bajada a la cafetería y al pasar, procuré disilumular para que los gendarmes no pensaran que conocía a tal hombre. El caso es que no se lo llevaron detenido, que era lo que normalmente se haría con algún sospechoso, más bien al salir estaba allí, seguía hablando con los gendarmes, como si nada; tal vez sea todo lo contrario y trabaje como informador, en cualquier caso, yo aún me sentía herida por el plantón y todo mi

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deseo era olvidarle y mostrarle mi malestar, espero que lo haya notado. Al día siguiente no pude ir al trabajo, pasé varios días infernales, la gripe pudo conmigo, pagué cara mi observación desde el balcón. No es fácil vivir en soledad una enfermedad, ¡cuánto echaba de menos los cuidados de mi madre! ¡Cuánto deseaba que alguien me hiciera aunque sea una sencilla sopa caliente o una infusión! Incluso me planteaba mi futuro como una viejecilla solitaria, llena de gatos, de estas que se mueren y no la encuentran hasta meses después. Bueno, tampoco era mi situación tan extrema, en realidad no estoy tan sola, la verdad es que no quise llamar a ninguna amiga, aunque si recibí las llamadas de estas, incluso la visita de Josephine, quien fue de gran ayuda. Pero necesitaba algo más, alguien que me acompañara también en los días buenos. ¡Y pensar que he perdido tantos años de mi vida en la obsesión por ese amor imposible e imaginario! Cuando salga de esta me propongo rehacer mi vida y buscar a un hombre de verdad, hay millones esperando a una chica tan bien preparada como yo, no creo que sea tan difícil encontrar a uno a mi edad, tan solo tengo 27 años. Pasé una semana de baja, y cuando por fin volví a mi rutina, si bien el barrio seguía igual, faltaba alguien, ya no vi llegar a Ludovic, ni vi en la esquina al mendigo, ni encontré ya más mensajes, lo cual me llevó a la conclusión de que todo confluía en la misma persona, me acordé de la última mirada que le eché, quizás con ese gesto lo haya espantado definitivamente. Aunque también puede ser que los gendarmes por fin se lo hayan llevado y ahora esté durmiendo entre barrotes. Si bien, me propuse olvidarle y hacer mi vida, tuve tiempo de informarme si habían detenido a alguien por el robo del banco y lo único que llegué a saber es que en el barrio había habido un crimen y en esa semana durante mi ausencia, hubo algunas detenciones, pero no del mendigo, sobre este apenas nadie prestó atención, ni echó en falta. Quizás pregunte a la viejecilla que le bajaba

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bocadillos, la he visto en alguna ocasión en la iglesia de Josephine, quizás ella esté mejor informada. Pasaron varias semanas sin que nada nuevo ocurriera, ya empezaba a ser una la nueva Berenice, notaba que ya empezaba a asimilar mi fracaso amoroso y estaba preparada para pensar en otros proyectos futuros. Ya no sufría tanto la soledad de la noche, había dejado de releer las notas, incluso pensaba tirarlas más adelante. He de decir que eso era lo que yo pensaba, es decir, realmente aun no había olvidado a aquel personaje, tanto que todavía seguía abriendo la ventana y asomándome por el balcón por la mañanas, cada poco, desde mi oficina seguí levantando la persiana para ver si llegaba mi mendigo de la esquina, seguí viendo debajo del azucarero de mi mesa en Berlitz, si había mensajes nuevos, lo hacía casi por inercia, sin darme cuenta y cuando lo pensaba me reprochaba a mi misma esa actitud compulsiva. Cierto día, no sabría decir cuánto tiempo había pasado desde la última vez que le vi, me llevé el susto de mi vida, espero que no se haya dado cuenta. Resulta que entraba sola en el Berlitz, para sentarme en mi mesa, cuando me lo encuentro allí mismo en mi sitio, sentado tomando un café tan tranquilamente, solo, como esperándome. No supe reaccionar, si hubiese podido prepararme le habría plantado cara y me hubiese sentado con él, haber que hubiera hecho o que habría dicho, por otro lado una parte de mi tenía la tentación de volverme e irme, bastante daño me había hecho ese sinvergüenza mirón. Pero reconozco que me quedé bloqueada, sin saber que decir, ni que hacer, decidí sentarme en una mesa que daba frente a él. Mejor no podía haber elegido, así vigilaba bien sus movimientos, que no eran muchos pues permanecía inmóvil, casi como una estatua. Eso sí, iba guapísimo, bien afeitado y peinado, una chaqueta azul de pana fina y con coderas verdes tirando a turquesa, bajo esta un polo amarillo claro que indicaba elegancia y a la vez un cierto aire deportivo. Estaba para comérselo, no tuve fuerzas para largarme, de nuevo me venció la curiosidad y esa extraña atracción que sentía por ese hombre, imposible de evitar. Vi como me miraba con ganas de romper el hielo, pero sin hacerlo.

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Quizás esperaba que empezara yo, no lo sé. En cualquier caso no sería yo quien lo hiciera, el me debía una explicación, una no, muchas, porque su comportamiento en todo este tiempo dista mucho de la presencia que ahora demostraba, ninguna persona con mínimas nociones de normalidad haría lo que este loco hizo, pero ¿y si lo hizo por mí? Eso no cambia nada, no puedo compartir mi vida con una persona que como mínimo necesita un psicólogo. A que venía ese disfrazarse tan ridículamente durante tanto tiempo, ¿para qué? Y después de todo si era por mi ¿Por qué cuando le di la oportunidad no me hizo ni caso? En fin, me dejé de especulaciones y para aparentar que no le prestaría atención, salvo que el diera un paso, tomé el libro que me había dejado Josephine para leerlo detenidamente, claro que miraba de vez en cuando de reojo, sin que él se diera cuenta, para observar lo que hacía, que no era nada sino consultar su reloj. Será que espera a alguien. ¿Me va a restregar encima que tiene novia? Desde luego si veo acercarse a una, soy capaz de desvelar ante ella lo que ese indeseable ha estado haciendo todo este tiempo. No, no puedo ser tan cruel, quizás realmente ha estado en la indigencia de verdad y ahora ha salido por alguna herencia, lotería o yo que sé y ahora... -hola mi niña, ¿Lo de siempre? -¡¿eh!? .... ah, sí, perdón No era la primera vez que el pesado camarero del Berlitz me daba un susto. Pero esta vez el sobresalto que me dio, hizo que el libro saltara por los aires y el propio camarero hiciera un brusco movimiento hacia atrás y se le cayera la taza que llevaba en la bandeja. Que bochorno, tan ensimismada estaba que por un momento pensé que era otro quien se acercaba. Apenas me estaba reponiendo del susto, cuando veo a Ludovic levantarse de la mesa y dirigirse hacia la mía, tomé el libro de forma compulsiva intentando aparentar normalidad y como si no me daba cuenta de su presencia; las letras se movían de un lado a otro y no había manera de entender nada de lo que tenía delante, pero era la única manera de disimular mi nerviosismo ante lo que se avecinaba,

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por fin podía hablar cara a cara con mi amor imposible. Pero en ese preciso momento llegaron todos mis compañeros y me rodearon, vi como él se quedó parado justamente detrás de Elieen, para después dirigirse a la barra, quizás a esperar otro momento más oportuno, ¡también podía haber sido más rápido! Después ya no pude hacer nada, intenté acercarme a la barra para ponérselo más fácil, pero sería demasiada descaro de mi parte, además, era él quien debía tomar la iniciativa y no yo. Al día siguiente le esperé en Berlitz, pero no llegó, tampoco estaba en el banco de la esquina, ni como Ludovic, ni como mendigo, así pronto se había esfumado. Tal vez será que la mañana de ayer vino a despedirse, no lo sé, ¿por qué no dejó una nota al menos? Me sentía abatida, sin fuerzas, sin ánimo de nada. Pasaron muchos días y nada de nada, sin noticias de Ludovic. Ya me estaba planteando dejarle definitivamente, es decir olvidarme de él y empezar a buscar otro amor más real, más humano, aunque eso ya lo había intentado hacer antes, pero siempre volvía el. Le conté a mi nueva confidente, Josephine, que me sentía sola, echaba de menos a mis padres, ella me animaba constantemente a asistir a su iglesia, salón de reuniones o como le llamaran, me dijo que allí iban muchas personas sinceras y transparentes, además de honradas, que allí encontraría muchos amigos y amigas. A decir verdad, las veces que estuve yendo, me parecían personas autenticas y nobles, noté mucho cariño y me hacían sentir bien. Por ello decidí volver a asistir más regularmente y acompañar a Josephine. Aquel día 7 de Mayo, no lo olvidaré jamás, tras casi un mes, volví a la reunión, allí me esperaba Josephine, mi maestra y con quien la verdad me sentía muy agusto, me presentaba a todos y algunas veces tras la reunión íbamos a cenar o a algún lugar a pasar un buen rato agradable. El caso es que ese día llegue un poco tarde, había empezado la música, que era una de las partes que más me gustaba, se cantaban canciones muy bonitas y melodiosas, además había muy buenas voces allí. Recuerdo que volví a ponerme la falda azul y mi jersey de cuello alto, pues esa noche hacía algo de frio. Una vez iniciado todo, me dirigí a la fila de asientos que daban al

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extremo derecho de la plataforma desde donde se daban los discursos, en un fugaz lapso, como si de una pesadilla se tratara, en un momento dado, entre las decenas de cabezas me pareció ver una familiar, pero no quise mirar más, no podía ser, allí no, debía ser mi imaginación, ya lo veía por todas partes, el otro día paseaba por la calle, vi a lo lejos a otro mendigo y me acerqué, para ver si era él, no, puedo seguir así. Me senté, dispuesta a escuchar con atención a lo que se decía sin que nada se interpusiera y no permitir que mis pensamientos se desviaran hacia otras cosas, no cómo al principio cuando a menudo divagaba sobre lo de siempre. Ahora creía sentirme liberada por fin y dispuesta recuperar mi vida, sin que ningún ciclista o mendigo me perturbara mi paz. ¡Vaya por Dios!, el tema del que trataba el discurso era sobre las parejas, el noviazgo, el matrimonio y la familia, no era desde luego, el más conveniente para olvidar mis desavenencias amorosas, pero algo bueno supongo que sacaré para el futuro, cuando encuentre el verdadero amor, que se que tendrá que llegarme tarde o temprano, digo yo. En un momento dado, empecé a divagar y mirar a mi alrededor, fijándome en el decorado de la plataforma, sencillo, sin imágenes, ni cruces, el que daba el sermón vestía igual que los demás, bien arreglado, pero sin ningún habito especial. La gente escuchaba atenta y silenciosa, me fijé que hasta los niños guardaban silencio, había tres hileras de bancadas, creando una especie de anfiteatro circular, desde mi posición podía hacer un recorrido casi completo y podía ver con un poco de esfuerzo a todos los presentes, observaba detenidamente por si conocía a alguien, el local estaba lleno, ¡que gente más educada! -me dije- todos estaban atentos prestando atención, ni siquiera hablaban unos con otros, mientras el orador discursaba. Mirando hacia un lado y otro, de repente fijé mí vista hacia el grupo de asientos opuesto a donde yo estaba, a mi izquierda, y fue en ese instante cuando mis ojos se sobresaltaron al ver lo que tenía justamente unas filas más allá. Era a la última persona que en ese

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momento podría suponer encontrarme allí, el mismísimo Ludovic. No me lo podría creer, pero ¡cómo es posible!, había estado allí en varias ocasiones y jamás lo había visto, ¿me estará siguiendo? Rápidamente volví la vista al frente simulando que no pasaba nada y que estaba concentrada en el discurso, pero sabía que él lo tenía más fácil que yo pues estaba una fila más atrás siguiendo mi línea. Ya no pude reprimir la tentación de volver a mirar, y claro está, lo hice; entonces nuestras miradas se cruzaron, de nuevo volvía a sentir lo de antes, todo lo que pensé superado de nuevo se me venía encima, los latidos de mi corazón me perturbaron, ya no podía concentrarme en nada de lo que allí se estaba diciendo, Josephine, me indicaba la parte de la Biblia que en un momento dado se estaba leyendo, pero de nuevo las letras se movían y no podía seguir la lectura. Empecé a pensar en lo que podía hacer entonces, una vez que terminara la reunión, podría ignorarle e ir a lo mío, pero alguna vez me lo encontraría y ¿ahora qué? No, esta vez no se me iba a escapar, ese se iba a enterar quién era yo, esta vez no me iba a quedar esperando que el diera el paso, por lo que veo es tan cobarde que jamás lo dará. Como sea, tenía que averiguar qué era lo que perseguía ese hombre, si me seguía por alguna razón, si estaba por mi o no y en cualquier caso que quería de mi. Intenté echar a un lado mis miedos, sobre todo por si al hablar con él, ni siquiera me reconozca, o ni siquiera se haya percatado de mi existencia. No, eso no podía ser, pues habíamos intercambiado miradas en más de alguna ocasión y antes lo hemos hecho por lo menos dos veces, sus penetrantes ojos me cautivan y no puedo resistir esa mirada. Bueno, Berenice, ante todo mucha calma, -me repetía constantemente- no vayas a meter la pata, ni armar un escándalo, menos en este lugar. Le daba vueltas a las palabras que debía utilizar, ¿qué es lo primero que le puedo decir? Podría preguntarle por su afición al ciclismo, no, eso es una tontería, ya sabemos que lo dejó hace tiempo; que hay si le hago ver que conozco todos sus movimientos y sé a lo que se dedica, no, eso tal vez le cortaría. No, no pienso avergonzarlo, si realmente es tímido, lo mejor es

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ponérselo fácil, presentándome, “hola soy tal, ¿y tú? ¿Nos conocemos de algo? No sé, esa presentación me suena a la típica de las discotecas, pero ni va conmigo, ni me gusta. También podría ir directamente y preguntarle ¿Eres tu Ludovic Jabart? ¿Y si me dice que no es él?, no, eso sería un desastre. Mientras pensaba en la manera de presentarme ante él, el tiempo pasó volando, mas rápido de lo que yo deseaba. Una vez acabado el servicio religioso, me puse manos a la obra, cobré valor y me fui acercando, en estos lugares la gente no hace como en las grandes iglesias, que una vez termina el cura, todos se van sin más, no, aquí parecen todos amigos y se van saludando dándose la mano unos a otros y hablando, así fui haciendo yo; según veía, a los hombres le daba la mano y a la mujeres las saludaba con un par de besos. Así que como pude, fui abriéndome paso, Josephine, siempre cerca mía, me iba presentando a los que aún no conocía, a la que no pude ver fue a la viejecilla a la que quería haber preguntado por el mendigo de la esquina, pero no hacía falta, allí estaba él, cada vez más cerca. De repente, me encontré frente a él, yo estaba detrás de un chico alto con el que hablaba, este me ocultaba por completo, según supe era un anterior drogadicto, ahora recuperado. Una vez que el chico alto se retiró, allí nos quedamos, solos en medio de una muchedumbre, saludé primero a su tutor, un muchacho más o menos de mi edad llamado Javian, luego extendí mi mano como si nada, aunque por dentro estaba hecha un flan, el también hizo lo propio y me sonrió, sentir su mano en la mía fue algo que alteró todo mi cuerpo, por un momento quedé atrapada en ese sentimiento y no sé si se dio cuenta, pero no le solté la mano hasta que Josephine intervino con un: -¿Os conocéis? En ese momento, el hizo un gesto como para apartar y yo le solté, pero por dentro algo de mi quería mantener esa conexión. Estaba descubriendo que lejos de guardarle rencor y echarle en cara todo lo que me había hecho y lo que no había hecho, solo tenía ganas de expresarle lo enganchada que estaba a él. Pero claro, no

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podía hacerlo, no era el momento, y debía reprimir mis sentimientos, no pensé que caería tan bajo, pero es así, lo reconozco. Yo respondí, con un tímido, casi inaudible: bueno, no sé, quizás del barrio. -mientras la expresión de él se tornaba seria, como de culpabilidad, pensando que lo iba a poner en evidencia. En ese momento me sentí en una posición de superioridad, en el sentido de que podía tener el control de la situación, quizás el estuviese más nervioso que yo. Así que en el primer momento en el que Josephine se apartó de nosotros, me acerqué a él y le lancé una pregunta mirándole a los ojos que si bien no era la más acertada, pero sirvió para romper el hielo: -¿Tu no eres ciclista o algo así? Mi voz de nuevo no debió salir muy fuerte, pues me hizo repetir la pregunta, eso me puso más nerviosa y tuve que repetirsela, pero esta vez lo hice en afirmación: -a que tú eres o eras un ciclista profesional. Su respuesta afirmativa, fue suficiente para tranquilizarme, me explicó que había tenido que dejarlo por un accidente. -¿a que fue con un coche? -si -entonces, tu eres Ludovic Jabart, ¿a que sí? Su voz se volvió entrecortada y noté como que se quedó admirado ante lo que yo sabía de él. No sé si es que realmente no sabía nada de mí o que se hacía el sorprendido, pero yo me sentía cada vez más cómoda y el estaba ante las cuerdas. -Sabes, yo he seguido tu carrera desde que era una niña. Tú quizás no te acuerdas, pero yo te entregué un premio en una etapa en Laucane. Le hablé de mi padre y porqué estaba yo allí entregando premios. -Entonces, ¿tu eras la del beso? Cuando dijo eso, recordando ese episodio tan vergonzoso, me dejó sin palabras, ¿se acordaba de aquello? Eso significa que para el también significó algo. -Jo, menudo apuro pasé, me escogieron como azafata de premios y desde entonces....

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-¿si? -preguntó él, invitándome a continuar con lo yo que no quería decir, mientras, callé para no meter la pata y descubrirme antes de tiempo- -sigue, ¿decías que desde entonces? -ah, sí, bueno, desde que ocurrió aquello he seguido tu carrera. Después, bueno me enteré de lo que te pasó, me dio mucha lástima al principio verte en ese estado, hasta que lo supe todo. ¡Pero que estoy diciendo!-pensé-, no sigas por ese camino, que te va a descubrir. -¿Qué es eso de que lo supiste todo? -preguntó él, ahora viéndose dominador de la conversación- Todo se estaba volviendo en mi contra, debía hacer algo para que no descubra que lo sé todo de él, que le he estado espiando, que le escribí mensajes en el hospital, no eso no debe saberlo, por lo menos ahora no. -bueno, si, digamos que vi cosas, fui uniendo cabos y... -vaya, vaya, parece que si os conocías ¿no? -interrumpió en un buen momento Josephine- -Mas o menos -dijo él, con un tono mucho más tranquilo- Después alguien llegó y nos invitó a ir con un grupo a cenar a un restaurante que ahora no recuerdo, al fin y al cabo no llegamos a encontrarlo. Así aproveché la ocasión para alejarme e interrumpir el interrogatorio al que me veía sometida por él, se supone que debería ser yo la que haga las preguntas, el tenía más cosas guardadas y más preguntas que responder. Cuando salimos, pronto nos acercamos uno al otro, yo me solté de Josephine y me quedé un tanto rezagada, entonces se acercó y continuamos nuestra conversación. El empezó a hablar de ciclismo y su accidente, de cómo ocurrió todo, mientras yo pensaba como preguntarle por la cuestión más importante ¿Por qué? Si, por que se disfrazaba, por qué me ha seguido y un montón de “porqués”. Pero el hábilmente me llevó a su terreno y me sacó el tema de cómo seguí su carrera, claro lo traté de explicar como si fuera una fan, pero terminé admitiendo que tenía mi habitación llena de posters.

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¿y como supiste lo de mi accidente? -preguntó- -como yo también era ciclista, del mismo club que el tuyo, pero de la sección amateur femenina, me enteré y fuimos al hospital. -¿fuiste a verme? -bueno, si, casi todo el equipo fue -No te creas que a muchos de mis compañeros no los volví a ver -dime una cosa, ¿fuiste tú la que me escribiste cuando yo estaba en el hospital? -¿yo? ¿Por qué lo dices? -Es que verás, estando en el hospital recibí unas cuantas cartas y las enfermeras me dijeron que había sido una chica del club. -bueno, tal vez te haya escrito algo... -Ya, ya... -¿qué quieres decir con ya, ya? -no, nada que recibí unas notas de una chica que no ponía su nombre. ¿y? -Que siempre he querido agradecérselo, me animaron muchos sus palabras y pensé que.... -¿que era yo? No sé, no me acuerdo. Ese “no me acuerdo”, no debió sonar muy convincente, por la sonrisa de oreja a oreja que se le puso, ahora me tenía en sus manos, y yo me estaba desnudando completamente ante él. Debía decir algo que diera otro giro a la conversación sino quería quedar en ridículo. -bueno ¿y tu por qué no seguiste con tu carrera de ciclista? –me preguntó -Ya sabes, las mujeres ciclistas nunca triunfan, simplemente me cansé, me fui a la universidad, estudié económicas, me vine a Paris, trabajé en una empresa de deportes y luego de contable en una oficina de seguros, esa es mi vida. Mientras hablábamos, en un momento dado, perdimos de vista a los demás, aunque reconozco que fue mejor así, yo no quería dejar de hablar, tenía muchas cosas que saber de él y supongo que el de mi.

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-conozco una pizzería en el boulevard Brune, si quieres vamos allí. –me indicó- Acepté la invitación, dejándome llevar sin freno, y sin seguro, pero no me importaba, me estaba sintiendo muy agusto a su lado, tanto que ya no me importaba que se hablara de mí, me había olvidado del episodio de antes. Pronto el se sintió también más cómodo, lo noté muy tranquilo y eso me ayudó también en mis nervios. Cuando hablaba, observaba el movimiento de sus labios, esa sonrisa tan atractiva, su mirada, hasta sus muestras de cierta timidez, me parecía atractiva, yo también lo era y por eso me sentía a gusto con él. Tal fue el caso que se nos hizo muy tarde, el restaurante cerraba y tuvimos que salir. A pesar de haber pasado tantas horas hablando, el asunto no había sido resuelto, sobre todo porque él no había dicho nada sobre sus sentimientos para conmigo, yo había dicho más, por lo menos lo de ser seguidora suya y lo del hospital. Temía que llegara el momento de despedirnos, sin que pasara nada, pero al mismo tiempo, no sabía qué hacer. Sé que lo que normalmente se hace es que invitas al chico a tu apartamento y luego todo llega de forma natural, pero no iba conmigo esa velocidad, yo tenía que tener las cosas claras y el no se había abierto del todo, no podía confiar en alguien que oculta su verdad y no suelta prendas con respecto a sus intenciones. Accedí un tanto forzada a su petición de acompañarme a mi casa, no creo que supiera donde yo vivía, pues constantemente me preguntaba hacia donde era. Yo lo guié, pero una vez llegada a la rué Didot, noté que el palideció. Más aún cuando llegamos a mi portal. -¿vives aquí? -preguntó el con tono de sorpresa- -Supongo que te es familiar esta calle, ¡no es verdad? -le dije, con una sonrisa de verme triunfadora de la noche- -No puede ser.... ¿tu eres la de...? -me respondió señalando hacia arriba a mi casa- -si, Ludovic, yo vivo aquí... ¿y tú?

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Esta última pregunta no me la contestó, pues rápidamente volvió a decir: -¡tu eras la que vigilaba desde arriba! -si, era yo, y la que te veía desde la ventana de mi oficina, o mas bien veía alguien disfrazado... -así que tú eras la que miraba tras la ventana -devuélveme mi cartera de documentos -le solté- y explícame que hacías todas la mañanas allí en la esquina pasando frio, lluvia y de todo. En vez de responderme directamente como yo esperaba que lo hiciera, soltó otra pregunta: -¿Leíste mis mensajes? Al decir esto, me dejó desarmada, ya daban igual las explicaciones de porque estuvo en la esquina, esa pregunta respondía todas mis dudas. ¡El había estado allí por mí! Se había disfrazado solo para verme, su timidez y miedos le impidieron hacer frente a ese deseo de acercarse a mí, un deseo que se despertó la primera vez que me vio. Aquel mes de mayo, casi un año antes, cuando nuestra miradas se cruzaron y cuando yo supe que era él. El se enamoró de mí de la misma manera que yo de él, sin palabras, solo con la mirada. Teníamos más cosas en común de lo que nos imaginábamos. En ese momento ya no pude frenar mis sentimientos, le dije que aquellos mensajes eran lo mejor que nadie me había dicho nunca y que todo mi deseo era que ese hombre me dijera todo aquello en directo, sin mascaras ni escondites. Como no, de paso le agradecí lo de los pendientes. El me respondió recitando de memoria algunas de esas poesías que me había dedicado, diciendo que todo lo que había hecho, si bien parecía infantil, descabellado y loco, era porque para el, solo contemplarme le llenaba, noté que sentía mucha vergüenza de reconocer que utilizaba mi portal para cambiarse, sin saber que yo le observaba. Me explicó la cantidad de veces que quería haber hablado conmigo de forma directa, pero siempre surgía algo que lo impedía, las oportunidades perdidas que le hicieron sufrir mucha incertidumbre, porque si bien yo sufría por no poder acercarme a él,

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el porque hasta conocer mi nombre fue todo un reto. Me reí muchísimo, cuando me dijo que pensaba que entre Renou y yo había algo, por eso no se había atrevido a ir a mi invitación cuando dejé caer aquella carterilla, pensando que el invitado era otro, el se quedó a lo lejos, esprando que llegara Renou, mi hermano. Resultó que aquella noche, tras el fiasco de cita, ambos nos habíamos ido cabizbajos y derrotados. En un momento de la conversación, cuando ya casi todo lo nuestro estaba siendo aclarado, el se calló, me tomó de la mano, -mi pulso entonces se puso a cien-, me miró fijamente a los ojos y me dijo: -Berenice te quiero, se que debo compensarte por tanto desengaño, por ocultarte mi amor tanto tiempo, por los malos ratos que te he hecho pasar, pero todo le he hecho por tí, aunque no me aceptes, pensando que soy un inmaduro, lo entendería, pero ahora por lo menos siento que debo decirte lo mucho que te quiero. Mi sonrisa nerviosa se mezcló con lágrimas de emoción y antes de que yo pudiera decir nada, su boca se había acercado a la mía peligrosamente, hasta que nos fundimos en un beso, esta vez no accidental. Estuvimos abrazados no se cuanto tiempo, hasta que nos despedimos, prometiéndonos ver la mañana siguiente. No sé, quizás él se quedó con las ganas de que le invitara a mi apartamento, pero pienso que el mejor plato había que prepararlo mejor y para eso soy muy tradicional, no me avergüenzo de ello. Nunca pensé que un amor de pubertad, un amor secreto, silencioso, escondido en las apariencias llegara a convertirse en realidad. En parte reconozco que el plan de acercamiento de Ludovic, fue tonto, loco y absurdo, pero eficaz, pues llamó mi atención. Así, si alguna vez ves a un mendigo que te mira, antes de rechazarlo, mejor es verle bien a los ojos, que son el espejo del alma. Por cierto, la abuelilla que bajaba bocadillos a Ludovic, sigue pensando que sacó a este de la indigencia y se siente orgullosa de su hazaña, no veo que sea conveniente contradecirle en esto, pues algo de razón puede tener, pues el asistir ambos a aquella iglesia, hizo que esta historia de desamor acabara en un final feliz.

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Pronto Ludovic y yo nos casaremos, y viviremos cerca del Berlitz, hemos encontrado un pequeño pero acogedor apartamento, cerca de mi trabajo y del de Ludovic, que después de entrgar el curriculo que yo le hice, fue aceptado por mi hermano y trabaja en el departamento de compras. Además desde nuestro futuro hogar se ve la esquina que dio inicio a esta historia, una historia poco convencional, pero que es la nuestra, nuestra hermosa y heroíca, historia de amor._

FIN

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