txt 6ta parte de la bestia humana.txt 3ra parte de la bestia humana

Download Txt 6ta Parte de La Bestia Humana.txt 3ra Parte de La Bestia Humana

If you can't read please download the document

Upload: jorge-gil

Post on 23-Dec-2015

212 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

6TA PARTE LA BESTIA HUMANA

TRANSCRIPT

Severina cambi una mirada con Roubaud,el cual se atrevi decir:Efectivamente, habra que tener buenosojos.No importamanifest el seor Caucheesta declaracin es muy importante. El Juez leayudar Ud. ver claro en todo esto SeorLantier y seor Roubaud, denme ustedes exac-tamente sus nombres para las citas^Aquello haba terminado: disolvise poco poco el grupo de curiosos, y el servicio de la es-tacin recobr su habitual actividad. Roubaud,sobre todo, tuvo que correr presenciar la for-macin del mixto de las nueve y cincuenta, queya se iba llenando de viajeros. Haba dado San-tiago un apretn de manos ms vigoroso que deordinario; y ste, que se qued solo con Severi-na, detrs de la mujor de Lebleu, de Pecqueuxy de Filomena, se crey en el deber de acompa-arla hasta la escalera de los empleados, no ha-llando palabras qu decirle, pero sujeto sulado, no obstante, como si algo lo encadenaseall. A la sazn mostrbase el da ms sonrien-te, el sol se presentaba vencedor de las nieblasde la maana, en el pursimo cielo azul; mien-tras que la brisa del mar aumentada su fuerzacon la marea que suba, aportaba su salada fres-cura. Y como se apartase de Severina, medianteuna vulgar palabra de despedida, tropez donuevo con sus rasgados ojos, cuya dulzura y do-lorosa impresin le haban emocionado tanto.Pero sintise un prolongado silbido. EraRoubaud que daba la seal de partida. Contestla mquina con otro no menos prolongado y msestridente, y el tren de las nueve y cincuentacomenz rodar, lentamente al principio, velozdespus, 1 asta que desapareci lo'lejos en me-dio de la dorada polvareda de los rayos del sol.LA BESTIAAquel da, en la segunda semana deel seor Denizet, Juez de instmccion haba.ci-tado nuevamente en su despacho del Palacio deJusticia de Rouen varios testigos importantesde la casa Grandmorin.Haca tres semanas que esta causa estaba dan-do gran ruido. Traa trastornados Roen y a Pa-rs Y los peridicos de oposicin, en la violentacampaa que sostenan contra el Imperio, se ha-ban apoderado de ella como de una maquina deguerra. La proximidad de las elecciones gene-Vales encarnizaba la lucha. En la Cmara se pro-dujeron sendas discusiones: una en que secuti agriamente la validez de los poderesdiputados adictos la persona del emperador, yotra en que se encarnizaron contra la ges-tin econmica del Prefecto del Sena, recla-mando la eleccin de un Consejo municipal. Lacuestin Grandmorin llegaba muy a propositopara continuar la agitacin; circulaban las his-torias ms extraordinarias; los peridicos traantodas las maanas nuevas hiptesis injuriosaspara el Gobierno. De una parte dejabase ,ver que la vctima, un familiar de las Tullerias.antiguo magistrado condecorado con la Leginde Honor y hombre riqusimo, se haba entrega-do maldades de las del peor gnero; de otra,Aquello haba terminado: disolvise poco poco el grupo de curiosos, y el servicio de la es-tacin recobr su habitual actividad. Roubaud,sobre todo, tuvo que correr presenciar la for-macin del mixto de las nueve y cincuenta, queya se iba llenando de viajeros. Haba dado San-tiago un apretn de manos ms vigoroso que deordinario; y ste, que se qued solo con Severi-na, detrs de la mujor de Lebleu, de Pecqueuxy de Filomena, se crey en el deber de acompa-arla hasta la escalera de los empleados, no ha-llando palabras qu decirle, pero sujeto sulado, no obstante, como si algo lo encadenaseall. A la sazn mostrbase el da ms sonrien-te, el sol se presentaba vencedor de las nieblasde la maana, en el pursimo cielo azul; mien-tras que la brisa del mar aumentada su fuerzacon la marea que suba, aportaba su salada fres-cura. Y como se apartase de Severina, medianteuna vulgar palabra de despedida, tropez donuevo con sus rasgados ojos, cuya dulzura y do-lorosa impresin le haban emocionado tanto.Pero sintise un prolongado silbido. EraRoubaud que daba la seal de partida. Contestla mquina con otro no menos prolongado y msestridente, y el tren de las nueve y cincuentacomenz rodar, lentamente al principio, velozdespus, 1 asta que desapareci lo'lejos en me-dio de la dorada polvareda de los rayos del sol.LA BESTIAAquel da, en la segunda semana deel seor Denizet, Juez de mstniccum haba.ci-tado nuevamente en su despacho del Palacio deJusticia de Rouen varios testigos importantesde la casa Grandmorin.Haca tres semanas que esta causa estaba dan-do gran ruido. Traa trastornados Roen y a Pa-rs y los peridicos de oposicin, en la violentacampaa que sostenan contra el Imperio, se ha-ban apoderado de ella como de una maquina deguerra. La proximidad de las elecciones gene-Vales encarnizaba la lucha. En la Cmara se pro-dujeron sendas discusiones: una en que secuti agriamente la validez de los poderesdiputados adictos la persona del emperador, yotra en que se encarnizaron contra la ges-tin econmica del Prefecto del Sena, recla-mando la eleccin de un Consejo municipal. Lacuestin Grandmorin llegaba muy a propositopara continuar la agitacin; circulaban las his-torias ms extraordinarias; los peridicos traantodas las maanas nuevas hiptesis injuriosaspara el Gobierno. De una parte dejabase ,ver que la vctima, un familiar de las Tullerias.antiguo magistrado condecorado con la Leginde Honor y hombre riqusimo, se haba entrega-do maldades de las del peor gnero; de otra,como la instruccin del proceso no liaba dadoresultado prctico alguno, comenzaban acusar la polica y la magistratura de complicidad,diciendo muchos apropsitos de este asesino le-gendario que permaneca ignorado. Si haba mu-cha verdad en estos ataques, no eran por ellomenos duros de soportar.As, pues, el seor Denizet senta perfecta-mente toda la responsabilidad que pesaba sobrel. Este seor se apasionaba tambin tanto mscuanto que tena ambicin 3' esperaba ardiente-mente un negocio de esta importancia paradar luz las altas cualidades de perspicacia yenerga que l se atribua. Hijo de un norman-do que se dedicaba la cra de ganado, haba es-tudiado Derecho en Caen y haba entrado bas-tante tarde en la magistratura, donde su origenhumilde, agravado por una quiebra de su padre,haba entorpecido sus ascensos. Sustituto en Ber-nay, en Dieppe y en el Havre, haba tardado diezaos en llegar ser procurador imperial enPont-Audemer. Luego, enviado Rouen otravez como sustituto, era juez de instruccin hacadiez y ocho meses, los cincuenta aos de edad.Sin fortuna, acosado de necesidades que no po-dan satisfacer sus escasos rendimientos, viva enesa dependencia de la magistratura mal pagada,aceptada nicamente por los espritus medianosy donde las inteligencias se devoran en esperade venderse. El posea una inteligencia muyviva, bien desarrollada y hasta honrada; tenaamor su oficio, embriagado de su omnipoten-cia que le haca en su despacho de juez, dueoabsoluto d la libertad de los dems. El intersera lo nico que correga su pasin; tena tanvivos deseos de ser condecorado y de pasar Pa-rs, que despus de haberse dejado llevar, el pri-mer da de la instruccin, de su amor la verdad,ya no avanzaba ms que con extrema prudencia,tratando de adivinar por todas partes dnde ha-bra una hondonada en cuyo fondo pudiese zo-zobrar su porvenir.Hay que decir que el seor Denizet era pre-venido, pues desde el principio del sumario unamigo le aconsej que fuese Pars al Ministeriode Justicia, All haba hablado largamente conel secretario general, seor Camy-Lamotte, per-sonaje importante que tena gran .prestigio entreel personal, encargado de los nombramientos, yen continuas relaciones con las Tulleras. Era unhombre excelente, que haba comenzado tambinpor ser sustituto, pero que lleg ser diputadoygranoficialdelaLegi0n.de Honor, gracias sus relaciones y su mujer. El asunto le habacado naturalmente entre manos; el procuradorimperial de Rouen, inquieto por este drama cuyavctima era un antiguo magistrado, tuvo la pre-caucin de trasmitirlo al Ministerio, el cual suvez lo haba delegado en su secretario general.Precisamente el seor Camy-Lamotte era anti-guo condiscpulo del presidente Grandmorin,algunos aos ms joven que l, y del cual siguisiendo tan amigo que lo conoca muy fondohasta en sus vicios.I 9LA BESTIA HUMANAAs es que hablaba de la muerte trgica desu amigo con profunda afliccin; manifest alseor Denizet su ardiente deseo por encontraral culpable. No trataba de ocultar que en las Tu-lleras andaba todo el mundo muy disgustadocon aquel formidable clamoreo y hasta se permi-ti recomendarle mucho tacto. En suma, el juezhaba comprendido que hara bien en no apresu-rarse y no haca nada sin obtener previamenteel beneplcito de sus superiores. Habase vuelto Rouen en la seguridad de que, por su parte, elsecretario general haba lanzado agentes, deseosotambin de fa vorecer la instruccin del sumario.Queran conocer la verdad, para ocultarla mejorsi era necesario.Sin embargo, pasaban los das, y el seorDenizet, pesar de sus esfuerzos de paciencia, seirritaba contra los dichos de la prensa. Luegoreapareca el polizonte, olfateando como un buenperro. Arrastrbalo la necesidad de encontrar laverdadera pista, de ser l quien primero topasecon ella, pero dispuesto estaba dejarla si se lomandasen. Y mientras esperaba del Ministeriouna carta, un consejo, una simple indicacin,que ya tardaba en venir, prosegua activamentesu instruccin. Dos tres detenciones se habanverificado sin que hubiesen podido sostenerse.De repente la apertura del testamento del presi-dente Grandmorin despert en l una sospechaque ya haba asomado su cerebro en los pri-meros momentos: la posible culpabilidad delmatrimonio Roubaud. Este testamento, lleno deextraos legados, contena uno, por" el cual Se-verina era instituida legataria de la casa situada-en el lugar denominado Groix-de-Maufras. Des-de aquel momento, el mvil del asesinato, vana-mente buscado hasta entonces, quedaba descu-bierto: el matrimonio Roubaud, conociendo ellegado, haba podido asesinar su bienhechorpara entrar en posesin inmediata. Esta idea leasediaba tanto ms, cuanto que el seor Camy-Lamotte haba hablado especialmente de la mu-jer de Roubaud como habindola conocido enpocas pasadas en casa del presidente cuandoan era muchacha.Pero cuntas inverosimilitudes imposibili-dades materiales y morales! Desde que dirigasus investigaciones por este camino tropezaba ada paso con hechos que daban al traste con su-concepcin de un sumario clsicamente llevado.Nada se aclaraba; la causa primera, que debailuminarlo todo como foco principal, faltaba.Otra pista exista tambin, que el seor De-nizet no haba echado en olvido: la suminis-trada por el mismo Roubaud al decir que bienpudo sabir alguien la berlina en la confusin-que se produjo al partir el tren. Aquel era el fa-moso asesino legendario, imposible de encon-trar, de que hablaban todos los peridicos deoposicin. El esfuerzo de la instruccin haballegado en un principio sealar este hombre,que haba partido en Rouen, y se haba ba-jado en Barentn; pero nada prctico habaresultado; algunos testigos negaban hasta,laposibilidad*fie asaltar una berlina reservada yotros daban seas enteramente contradictorias-Y la pista no pareca conducir nada bueno,cuando el juez, interrogando al guarda-agujaMisard, descubri sin quererlo la dramticaaventura de Cabuche. y Luisita, esa nia que;violada por el presidente, haba ido morir acasa de su buen amigo. Esto fu para l un rayo-de luz; el acta de acusacin clsica se formul ensu cabeza. Todo se encontraba all: amenazas demuerte proferidas por el cantero contra la vc-tima; antecedentes deplorables y una coartadaque se invoc con mala intencin, imposible deprobar. En secreto, en un minuto de inspiracinenrgica, hizo sacar Cabuche la vspera de lacasita que ocupaba en medio de los bosques, es-pecie de cubil perdido donde se haba encontra-do un pantaln manchado de sangre. Y, defen-dindose todava contra la conviccin de queestaba penetrado, prometindose no abandonarla hiptesis relativa al matrimonio Roubaud, seregocijaba ante la idea de que l solo haba te-nido la nariz bastante fina para descubrir el ver-dadero asesino. Para cerciorarse haba citadoaquel da en su gabinete varios testigos inte-rrogados ya, al da siguiente del crimen.El despacho del juez de instruccin daba lacalle de Juana de Arco, en el viejo edificio de-rruido, al lado del antiguo palacio de los duquesde Normanda, transformado hoy en Palacio deJusticia, Aquella extensa y lbrega pieza, situa-da en el piso bajo, estaba alumbrada por una luz.tan opaca que haba que encender una lampara,desde las tres de la tarde en invierno. Empape-lada con un papel verde descolorido, tenia portodo mueblaje dos butacas, cuatro sillas, el escri-torio del juez, la mesa del escribano, y sbre lafra chimenea dos copas de bronce a cada lado deun reloj de mrmol negro. Detrs del escritoriouna puerta daba otra pieza, en la que el juez-ocultaba las personas que quera tener a sudisposicin, mientras que a puerta de entradase abra directamente al ancho corredor adorna-do de banquetas donde aguardaban los testigosDesde la una y media, aunque la cita judicialera las dos, estaban all Roubaud y su mu-jer Llegaban del Havre, apenas haban tenidotiempo de almorzar en una fonda de la GrandeRu. Ambos vestidos de negro; l de levita, yella con traje de seda como una seora, guarda-ban la gravedad algo cansada y triste de unacasa que ha perdido un pariente. Sevenna sehaba sentado en una banqueta, inmvil, caca-da, mientras que, en pie, con las manos unidasen la espalda, se paseaba Roubaud delante deella Pero cada vuelta se encontraban sus mi-radas, y su oculta ansiedad pasaba entoncescomo una sombra por sus mudos semblantes.Aunque les haba colmado de alegra el legadode la Croix-de-Maufras, acababa de reavivar sustemores; pues la familia del presidente, su hija,sobre todo, herida por las extraas pacionestan numerosas que alcanzaban la mitad do lafortuna total, hablaba de atacar el testamento; yLA BESTIA HUMANAla seora de Lachesnaye, empujada por su ma-rido, se mostraba particularmente dura contra SILantigua amiga Severina, quien cargaba con las-ms graves sospechas. Por otra parte, el pensa-miento de una prueba en que Roubaud no habacado en un principio, le mortificaba ahora conun miedo constante: la carta que hizo escribir su mujer para decidir Grandmorin empren-der el viaje, y que seguramente encontraran siste no la haba roto. Felizmente, pasaban losdas sin que nada sucediese; la carta deba habersido inutilizada. Cada nueva cita en el gabinetedel juez de instruccin produca al matrimonio-sudores fros, pesar de su correcta actitud deherederos y testigos.Dieron las dos y se present Santiago, quevena de Pars. Enseguida se acerc Roubaudmuy expansivo y le tendi la mano.Ah! Tambin Ud. le han molestado'?Qu fastidioso se va haciendo este triste asuntaque no concluye nunca!Santiago, al ver Severina, siempre sentada inmvil, acababa de sentarse tambin sin hablarpalabra. Haca tres semanas que un da s y otro-no, en cada uno de sus viajes al Havre, el subjefele colmaba de atenciones. Una vez hasta tuveque quedarse comer. Y junto la joven se es-tremeci en turbacin creciente. Iba desearlatambin? Su corazn palpitaba, sus manos abra-saban al ver solamente la lnea blanca del cuello-ai rededor del escote. Estaba resuelto huir deella en lo sucesivo.Y qu dicen del asunto ese en Pars?re-puso Roubaud Nada nuevo, verdad? No sesabe ni una palabra, ni se sabr nunca..... Hom-bre, venga Ud. dar los buenos das mi mujer.Se lo llev consigo; fu preciso que Santiagose acercara y saludase Severina, cortada, son-riendo con su aire de nio medroso. Esforzbasepor hablar de cosas indiferentes bajo las miradasdel marido y de la mujer, que no se apartaban del, como si hubiesen tratado de leer ms all ande su pensamiento, en las vagas hiptesis quel mismo no se atreva descender. Por qu semostraba tan fro? Por qu trataba de evitar supresencia? Acaso se despertaban sus recuerdos?Acaso eran llamados de nuevo para carearlescon l? Ah, con qu gusto habran conquistadoese nico testigo quien tanto teman! De qubuena gana se hubieran unido l por lazos defraternidad tan estrecha, que le faltara valorpara decir la menor cosa copra ellos!El subjefe, torturado, fu quien volvi alasunto.De modo, pues, que no sospecha Ud. poi-qu razn nos citan? A Ud, qu le parece, habralguna novedad?Santiago tuvo un gesto de indiferencia.Cierto ruido circulaba antes en la estacin tiempo que yo llegaba. Hablaban de una de-tencin.Los Roubaud se extraaron, muy agitados,muy perplejos. Una detencin? Pues si nadieles haba dicho una palabra! Era que iban practicar una detencin que ya haba sido lle-vada cabo? Las preguntas llovan sobre Santia-go. pero l nada ms saba.En aquel momento, en el pasillo, un ruido depasos hizo que Severina volviese la cabeza.Aqu estn Berta y su marido murmur.Eran, en efecto, los Lacliesnaye. Pasaronmuy tiesos delante de los Roubaud, sin que laseora de Lachesnaye tuviese una mirada parasu antigua compaera. Un ujier les introdujoenseguida en el gabinete del juez de instruccin.Yaya, nos armaremos de pacienciadijoRoubaud Nos darn un plantn de lo menosdos horas Sintese usted!Acababa l de colocarse la izquierda de Se-verina, y con la mano haca seal Santiagopara -que se sentara al otro lado, junto ella.Este permaneci an en pie un ra tito. Luego, in-fluido por la mirada dulce y medrosa de Severina,se dej caer sobre el banquillo; y el calor tibioque emanaba de aquella mujer, durante el largotiempo que estuvieron esperando, le fu entu-meciendo lentamente.La instruccin iba empezar ya en el gabine-te del seor Denizet, pues los interrogatorioshaban suministrado materia suficiente para unlegajo enorme, varias resmas de papel, con cu-biertas azules. La justicia haba hecho lo posiblepor seguir la vctima desde su salida de Pars.El seor Vandorpe, jefe de estacin, haba decla-rado l que saba sobre la salida d?l exprs delas seis y treinta: el coche 293, aadido ltimaliora; las pocas palabras cruzadas con Roubaud,quin subi su compartimento un poco antes-de la llegada del presidente Grandmorm; final-mente, la instalacin de ste en su cup, en don-de ciertamente estaba solo. Despus fu interro-gado el conductor del tren, Enrique Dauvergne,sobre lo que haba sucedido en Rouen durante laparada de diez minutos, y nada definitivo pudoafirmar. Haba visto los Roubaud hablandodelante del cup, y crea de veras iue se habanvuelto su coche, cuya portezuela cerrara smduda algn vigilante; pero aquello permane-ca vago, indeciso, enmedio de los apretones dela muchedumbre y la escasa luz de la esta-cin.En cuanto declarar sobre si un hombre, elfamoso asesino oculto, haba podido penetrar enel cup cuando echaba andar el tren, parecalela cosa poco verosmil, aun admitiendo la posi-bilidad; pues ciencia suya, ya dos veces se ha-ba dado un caso igual. Preguntados igualmente-otros empleados del personal de Rouen sobrelos mismos puntos, en lugar de aportar algunaluz, no hicieron ms qu enmaraar las cosas,por sus contestaciones contradictorias. Sm em-bargo, un hecho probado era el apretn de ma-no dado por Roubaud desde el interior del vagnal jefe de estacin de Barentin, estando ste su-bido sobre el estribo: ese jefe de estacin, el se-or Bessire, haba reconocido formalmente la-cosa como exacta, y haba aadido que su colegaestaba solo con su mujer, la cual, medio recos-tada, pareca dormir tranquilamente. Por otra-parte, hasta se lleg investigar qu viajeros ha-ban salido de Pars en el mismo compartimen-to que los Koubaud.Aquel seor y aquella seora, tan gruesos-llegados con retraso, tiempo que iba salir eltren, haban declarado que, como se adormilaronenseguida, nada podan decir; y en cuanto lamujer vestida de negro, muda en su rincn, ha-base desvanecido como una sombra y habasido del todo imposible encontrarla. Finalmente,otros testigos declararon an, la gente menuda,los que haban ayudado establecer la identidadde los viajeros que se haban apeado aquella no-che en Barentn, pues segn probabilidades, allera donde haba bajado el hombre: .haban con-tado los billetes, consiguieron reconocer todoslos viajeros, menos uno, justamente un mocetn,envuelta la cabeza en un pauelo azul, de pale-tot, segn unos, y de blusa al decr de otros;nada ms que sobre ese hombre, desaparecido,desvanecido como un sueo, haba un legajo detrescientas diez piezas, con tal confusin, quecada testimonio era desmentido por otojY el legajo se complicaba an con piezas ju-diciales: el acta de reconocimiento, redactadapor el secretario que el fiscal imperial y el juezde instruccin haban llevado al teatro del cri-men; toda una voluminosa descripcin del sitio-de la va frrea en donde yaca la vctima, de laposicin del cuerpo, del traje, de los objetos en-contrados en los bolsillos y que haban permitidoestablecer la identidad; el informe del mdico,trado tambin, un informe donde, en trminoscientficos, estaba ampliamente descrita la heri-da de la garganta, un espantoso tajo hecho conun instrumento cortante, un cuchillo sin duda;algunos informes ms y otros documentos sobrela traslacin del cadver al hospital de Rouen,sobre el tiempo que haba permanecido all, an-tes que su descomposicin, notablemente pre-matura, hubiese obligado la autoridad quele devolviera la familia. Pero de todo aquelmontn de papelotes, slo quedaban dos trespuntos importantes.Primeramente, en los bolsillos no haban en-contrado el reloj, ni una carteritaen donde debahaber diez billetes de mil francos, cant idad debi-da por el presidente Grandmorin su hermana,la seora de Bonnehon. Habra, pues, parecidoque el mvil del crimen era el robo, no ser poruna sortija adornada de un grueso brillante, en-contrada en un dedo de la vctima. Otro motivoque daba una serie de hiptesis. No tenan, pordesgracia, los nmeros de los billetes del Banco;pero s conocan el reloj, un reloj muy grueso,remontoir, ostentando en una tapa las dos inicia-les del presidente, enlazadas, y al interior unnmero de fabricacin, el nm. 2.516.Luego otropunto importante era el-arma, la navaja em-pleada por el asesino; haba promovido investi-gaciones considerables, lo largo de la va, entrela s malezas de las cercanas, en todas partes, don-de podan haberla tirado; pero todas las pesqui-sas quedaron sin resultado; sin duda el asesinoliaba ocultado la navaja en el mismo hoyo enque haba escondido los billetes y el reloj.Lo nico que haban recogido, unos cienmetros antes de llegar la estacin de Barentm,era la manta de viaje de la vctima, abandonadaall como un objeto comprometedor, y figurabaentre las piezas de conviccin.