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Y E S H Ú A B A R Y O S E F Una novela sobre el Jesús de la historia J o n C o d i n a

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Y E S H Ú A B A R Y O S E F

Una novela sobre el Jesús de la historia

J o n C o d i n a

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YESHÚA BAR YOSEF

Una novela sobre el Jesús de la historia

J o n C o d i n a

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Título original: YESHÚA BAR YOSEF. Una novela sobre el Jesús de la historia.

© Jon Codina, 2016

Reg. B-0817-16

Ilustración cubierta: la barca de Genesaret

© Rafael Guinart Baños, 2016

Reg. B-0816-16

Diseño cubierta: Abel Ubach

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de

la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito

contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal).

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En memoria de

Maria Rosa Viladoms i Sagristà (1920-2003).

Aunque probablemente no compartirías

muchas de las cosas que aquí se han escrito,

sé que me habrías apoyado en escribirlas.

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AGRADECIMIENTO

En 2013 y tras seis años de trabajo, ya tenía una versión «razonable» de

la novela y empecé a buscar un agente literario, un paso necesario para todo

aquel que desee publicar. Pues los editores, como norma, ya no hablan con

los autores sino con el intermediario, que es el agente literario. Esta persona,

el agente, es a la vez un filtro, pues descarta trabajos que considera que no

son suficientemente buenos y/o que no serán vendibles. Tras un año

conseguí un agente. Su nombre es Alberto Suárez y representa a la agencia

literaria Silvia Meucci, que trabaja a caballo entre España e Italia. Tuve mucha

suerte con él, tanto por su profesionalidad como porque, desde el principio,

se mostró apasionado con el proyecto. A él le debo la corrección

ortotipográfica de la novela y algunos buenos consejos, además de llevar a

cabo el arduo trabajo de intentar vender la obra, principalmente contactando

con editoriales que, a priori, podrían mostrarse interesadas. No diré

nombres, pero, en general, fueron editoriales grandes y medianas. Algunas

se mostraron interesadas –una de ellas estaba incluso dispuesta a editar el

libro si se suprimían los tres primeros capítulos (la parte no pública de

Jesús)–; pero, en general, siempre hay dos puntos que les son difíciles de

superar: que la novela tenga más de seiscientas notas al pie de página (me

temo que nunca entendieron que eso agilizaba la lectura, porque separaba la

parte técnica de la literaria), y que el autor –quien esto suscribe–, sea alguien

desconocido. Tras un par de años de negativas, decido ahora lanzar la novela

por mi cuenta, aprovechando la difusión del Jesús histórico hecha desde la

página de internet: www.yeshuabaryosef.com. No obstante, Alberto sigue

siendo hoy mi agente literario y aprovecho estas líneas para agradecer su

esfuerzo y su confianza.

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ÍNDICE

Mapa de Tierra Santa en época de Jesús 13

Mapa de Jerusalén en época de Jesús 15

Aclaración histórica 17

Guía para leer la novela 23

El marco 27

PRIMERA PARTE: VIDA OCULTA 33

CAPÍTULO 01: Yosef, el galileo 35

CAPÍTULO 02: Los tres pases 59

CAPÍTULO 03: El despertar 85

SEGUNDA PARTE: VIDA PÚBLICA(*) 105

CAPÍTULO 04: El maestro 107

CAPÍTULO 05: La decisión 145

CAPÍTULO 06: Galilea 159

CAPÍTULO 07: Nazaret 209

CAPÍTULO 08: Sukkhot 231

CAPÍTULO 09: Solos en el Jordán 303

CAPÍTULO 10: Regreso a Galilea 327

CAPÍTULO 11: La misión 345

CAPÍTULO 12: Rumbo a Jerusalén 367

CAPÍTULO 13: Pésaj 379

CAPÍTULO 14: El Templo 423

APÉNDICE 479

CAPÍTULO 15: El cambio 481

(*) Consideramos aquí que la vida pública de Jesús empezó con su encuentro con el Bautista y

no con su bautismo o su predicación en Galilea.

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ACLARACIÓN HISTÓRICA

Jesús de Nazaret es un personaje histórico y no un mito literario creado por

los evangelistas o los primeros padres de la Iglesia. La inmensa mayoría de

investigadores de distintas disciplinas (historiadores, arqueólogos, filólogos

especializados,… sean cristianos, judíos, agnósticos o no confesionales) lo

apoyan. En esencia, las razones para ello son tres:

I. Las fuentes históricas no cristianas: en especial, el senador e historiador

romano Publio Cornelio Tácito (56-117/125?), y el historiador judío Flavio Josefo

(37-100?) (ambos pasajes pueden leerse más adelante). Tácito, en su obra Anales,

utilizó probablemente documentos de carácter oficial conservados en archivos

romanos, memorias y obras de otros autores, la mayoría de las cuales están

perdidas.1 Este autor describe muy negativamente a los cristianos, lo que ayuda a

conferir credibilidad a su testimonio. Por su parte, Josefo escribe escuetamente

1 Tácito (c.55-120) era miembro de la aristocracia senatorial de Roma. Ejerció cargos públicos muy importantes y los últimos veinticinco años de su vida los compaginó con la tarea de escribir la historia de la Roma imperial. Algunos autores niegan que usara fuentes oficiales romanas, apoyándose, por ejemplo, en el error de Tácito al considerar que Pilato era procurador y no prefecto; pero Tácito pudo usar el cargo de procurador porque era el vigente en su época. A favor de su veracidad está, por ejemplo, su evidente tinte anticristiano cuando escribe y su importancia política para disponer de acceso a las fuentes oficiales. La parte del Libro V de los Anales, que comprendería el año de la crucifixión de Jesús, se ha perdido; y queda solo la del libro XV, que narra la persecución y tortura con que Nerón sometió a los cristianos, después del célebre incendio de la ciudad, culpabilizándoles de lo ocurrido y así tratando de acallar las protestas del pueblo. Algunos autores se preguntan si se destruyó voluntariamente información del Libro V, porque revelaba un carácter político antirromano de Jesús. Pero, hoy por hoy, esto es hipótesis.

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sobre Jesús en su obra Antigüedades de los judíos, en un célebre pasaje que se

conoce como testimonio flaviano. Este último pasaje presenta, en efecto,

interpolaciones cristianas —añadidos posteriores, producto de una mano

cristiana, tal vez la de Eusebio de Cesarea en el s.IV—; pero eso no invalida todo

el texto2. Reconocidos estudiosos avalan su autenticidad, inclusive autores judíos

especializados en la obra de Josefo, como Louis H. Feldman o Geza Vermes.

Además, Josefo habla en un segundo pasaje —en el que no hay interpolaciones—

sobre Jaime (Jacobo/Santiago), a quien denomina «el hermano de Jesús, que se

llamó Cristo» (Ant. Jud., libro XX, 197), hecho que, además, presupone que en

un momento anterior de su obra, Josefo ya había hablado de Jesús.

II. Las incongruencias de las fuentes cristianas esenciales, es decir, los

evangelios canónicos: si realmente se pretendía crear un perfecto mesías

universal, no tendría sentido escribir unos textos tan contradictorios entre ellos y

consigo mismos. Así, en tales obras se asumen hechos o testimonios que dañan la

identidad del personaje que describen, y que se mantuvieron porque existía una

tradición oral —y tal vez también escrita, como la denominada «fuente Q»3—,

demasiado fuerte como para despreciarla. Son ejemplo de ello: la crucifixión —

una muerte terrible y humillante—, el trato que Jesús recibe de su familia —no

creen en él, y hasta lo consideran un lunático—, el bautismo —que implica la

aceptación de los propios pecados y que presupone que el bautizado sea quien

acepte las doctrinas del bautizador, y no al revés—, o el pésimo retrato que se

hace en ellos de los llamados apóstoles —no comprenden a Jesús, lo abandonan,

etc—.

2 La sorpresa de Orígenes (Contra Celso, 1,47), autor cristiano del s.III, de que Josefo no afirmara que Jesús era el Mesías, significaría que él había leído el texto pero no la interpolación que, en su época, aún no se habría dispuesto. (Ya señalamos a Eusebio de Cesarea, que vivió poco después que él, como interpolador). A lo sumo, Josefo afirmaría que era Jesús quien se creía el Mesías. Josefo, pues, hubo de mantenerse «neutral», pues si se hubiera mostrado negativo, entonces Orígenes le habría atacado.

3 Fuente o Documento Q: este documento no ha sido encontrado y su existencia es fruto de una hipótesis científica, pero tiene un gran aval entre los estudiosos. Toma su base en que tanto Mateo como Lucas al redactar sus evangelios, usaron, en parte, una fuente común. Es decir, copiaron de un documento anterior, que sería el llamado Q. Este documento contendría casi exclusivamente dichos de Jesús y actuaría a modo de guía para los primeros predicadores cristianos itinerantes. Su composición se sitúa en torno al año 50. Y es, por tanto, unos veinte años anterior a la redacción del primer evangelio, que es el de Marcos.

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III. La dificultad para explicar lo que sucedería después, si no contásemos

con la existencia histórica de Jesús: por ejemplo, la carta a los Gálatas de Pablo

—considerada auténtica por la gran mayoría de historiadores y filólogos

especializados, y que fue escrita hacia el 54-57—, en donde este reconoce que

conoció, entre otras personas, a Pedro y a Santiago, el hermano de Jesús. (Gal

1,18-19). Flavio Josefo confirmaba la existencia de este último, y su lapidación y

muerte por los judíos de Jerusalén en el año 62, en ausencia del procurador

romano. Sabemos por la misma carta (Gal 2) que surgieron discrepancias entre

los tres discípulos, aunque Lucas tratara de diluirlas en los Hechos de los

Apóstoles. Pero si algo imperó en el cristianismo primitivo fue siempre su

diversidad, pues cada comunidad lo entendía a su manera. Eso explica tantos y

tan distintos evangelios (hay más de 50). Los cuatro evangelios canónicos, que

son también los más antiguos (años 70-100), no nacieron como una conspiración

de cuatro personajes en la sombra, sino que son fruto de la evolución del

cristianismo en distintas comunidades. Y nacieron en un momento muy claro: tras

la caída de Jerusalén y la destrucción de su templo, al concluir la primera guerra

judeorromana (año 70). En esa época escribe primero Marcos, y lo hace en buena

parte para indicar que los cristianos son pacíficos y distintos de los judíos que se

alzaron contra Roma. Señala que hasta los cristianos se llevan mal con los judíos,

pues estos últimos no reconocieron al mesías Jesús e incluso indujeron su muerte.

Los evangelios citan también a personajes reales: Juan el Bautista, los reyes judíos

Herodes el Grande y Agripa I, los etnarcas Herodes Antipas y Filipo, los

sacerdotes Anás y Caifás, Poncio Pilato,… todos ellos citados también por Josefo.

Pablo, además, explica en sus cartas sus vicisitudes desde que se convirtió al

cristianismo, pero también las de sus muchos colaboradores, hombres y mujeres,

con nombres, lugares, etc... Es muy difícil decir que todo ello sea falso, pues Pablo

escribe a comunidades —algunas fundadas por él, otras no— que conocen

también a estos personajes. Comunidades donde discípulos de Jesús, como Pedro,

visitaban y explicaban lo que recordaban de su maestro. Hay además personajes

del cristianismo primitivo del s.I, que se cree que tuvieron contacto con apóstoles

o discípulos directos de Jesús, como Clemente de Roma (?-97?) e Ignacio de

Antioquía (?-110?), y cuya historicidad no se cuestiona. Por otra parte, sabemos

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por Suetonio (s.I-II), que en época de Claudio, hacia el año 49, ya se expulsó de

Roma a judíos por causar alboroto por un tal Chresto (=Cristo). Probablemente

eran disputas entre judíos y cristianos, pues los romanos no diferenciaban todavía

entre ambos. También, y según los evangelios (especialmente Juan: Jn 9,22;

12,42; 16,2), hacia finales del s.I no se permitía el acceso de los «cristianos» a

algunas sinagogas. Finalmente, el Talmud (Talmud de Babilonia, tratado

Sanhedrín 43a) no cuestiona la existencia de Jesús, aunque lo considere un mago

embaucador que murió colgado (=crucificado) en víspera de la Pascua. Ahora

pues, ¿cómo explicar todo esto si Jesús no existió? Como historiador, es más fácil

hacerlo admitiendo su existencia.

Las obras literarias o documentales que niegan la existencia histórica de

Jesús, no tienen apoyo historiográfico serio, y basan sus argumentos en las

similitudes de la vida y circunstancias de Jesús con otros dioses de la antigüedad

(como Mitra, Horus, Perseo,…), maestros de sabiduría de otras culturas (Krishna,

Pitágoras,…), reyes extranjeros (Sargón de Accad,…), u otras religiones

(religiones mistéricas). Muchas de estas similitudes verdaderamente existen, pero

son explicables por distintos motivos: la influencia de la cultura irania y griega

que recibió la religión hebrea durante muchos siglos; el hecho que, tras su muerte,

se quiso divinizar a la figura de Jesús; a que muchos pasajes neotestamentarios

son, en efecto, ficticios (como las narraciones de la infancia de Jesús, milagros

contra la naturaleza,…) y carece de sentido tomarlos como auténticos; y porque

los evangelios son, en esencia, paulinos, es decir, están claramente imbuidos por

la órbita de Pablo de Tarso —San Pablo—, un judío fuertemente helenizado, que

repensó y transformó el mensaje de Jesús, al que ni siquiera conoció, y del que

tomó su muerte como epicentro y finalidad de su vida, y la consideró como un

sacrificio vicario para la salvación de una humanidad que ya estaba condenada

por el pecado original (1 Cor 15,20-22; Rom 5,12-6,11). Pero esto no es de Jesús;

sino, y como muestran sus cartas, de Pablo.

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Flavio Josefo (entre corchetes, «[ ]», las interpolaciones):

Por esta época vivió Jesús, un hombre sabio [, si se le puede llamar

hombre]. Fue autor de obras sorprendentes y maestro de los hombres que acogen

la verdad con placer y atrajo no solamente a muchos judíos, sino también a

muchos griegos. [Él era el Cristo.] Y aunque Pilato, instigado por las autoridades

de nuestro pueblo, lo condenó a morir en cruz, sus anteriores adeptos no dejaron

de quererlo. [Al tercer día se les apareció vivo, como lo habían anunciado los

profetas de Dios, así como habían anunciado estas y otras innumerables

maravillas sobre él.] Y hasta el día de hoy existe la estirpe de los cristianos, que

se denomina así en referencia a él.

(Antigüedades de los judíos, libro XVIII, 63).

Publio Cornelio Tácito:

Mas ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con

los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el incendio [de

Roma] había sido ordenado. En consecuencia, para acabar con los rumores,

Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los

que el vulgo llamaba «cristianos», aborrecidos por sus ignominias. Aquel de

quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por

el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente

reprimida, irrumpía de nuevo no solo por Judea, origen del mal, sino también por

la Ciudad [de Roma], lugar en el que de todas partes confluyen y donde se

celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas.

(Anales, libro XV, 44, 2-3).

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GUÍA PARA LEER LA NOVELA

Querido lector, a continuación se dispone a leer una historia novelada de la

vida de Jesús de Nazaret, que se ha intentado confeccionar sobre la base de aquello

que los investigadores que siguen una línea histórico-crítica han expuesto a lo

largo de más de dos siglos de estudio. Sin embargo, intentamos novelar unos

hechos, muchos de los cuales no puede probarse que sean estrictamente históricos.

De hecho, probablemente por esta razón, muchos historiadores estarán ya en

desacuerdo con novelar la vida de Jesús, y aún en mayor desacuerdo con novelar

la etapa anterior a su ministerio, pues para ese período, la ausencia de datos es

prácticamente absoluta. Debemos señalar que no les falta razón, especialmente en

lo que corresponde a la vida no pública de Jesús —los tres primeros capítulos de

la novela—, que son una reconstrucción ficticia obligada; aunque se disponga de

unas bases muy rudimentarias —si bien necesarias—, como son el conocimiento

del contexto histórico del s.I y lo que Jesús haría después, es decir ya en su vida

pública. Asimismo debemos señalar que, en cuanto a su vida pública, existen

también numerosas lagunas, así como eternas zonas de discusión entre autores, lo

que vuelve necesariamente cuestionables diversos puntos de la novela. Entenderá

pues el lector, la complejidad de nuestra tarea. Sin embargo, también es cierto que

existe un notable consenso entre investigadores en lo esencial sobre la figura de

Jesús, lo cual resulta alentador, y ha sido la base sobre la que se ha edificado esta

novela.

En general, nuestra obra sigue el principio básico que popularizó Guillermo

de Ockham (c.1288-1349), teólogo franciscano y filósofo inglés, con el axioma

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«Los entes no deben multiplicarse sin necesidad»4. Es decir, que no se debe

recurrir a explicaciones sobrenaturales para explicar los hechos históricos. Como

explica el historiador español Julio Aróstegui5, «La mejor interpretación es

aquella que explica más cosas, que tiene en cuenta más elementos y que, por el

contrario, tiene la arquitectura más sencilla, más simple… aquella que está

apoyada por mayor evidencia empírica. Y aunque puedan haber varias, siempre

hay una más significativa que hay que resaltar, sin excluir a las demás». Y esa es

la que hemos intentado alcanzar, pese a las dificultades ya explicadas.

Creo que podemos afirmar con sinceridad, que hemos intentado

mantenernos siempre dentro de la asepsia y controlar nuestra subjetividad, tanto

como nos ha sido posible. Creemos que todos los puntos que exigen justificación

están explicados en las notas al pie de página que hemos incluido. También se

explican en ellas conceptos y vocabulario propios de la época, o se citan los

pasajes del Nuevo Testamento (NT) que se han desarrollado en la novela, para

que el lector interesado pueda hacer su propia valoración. En algunos casos donde

existen distintas interpretaciones en discusión, se ha razonado el porqué de la

elección escogida. Igualmente, y debido a numerosas omisiones o a lagunas

dentro del mismo Nuevo Testamento —la fuente esencial para conocer a Jesús de

Nazaret—, algunos pasajes de la novela son ficticios, y así se han señalado.

Finalmente, en las notas al pie, se ha proporcionado todavía más información para

aquellos lectores que la deseen, redirigiéndoles entonces al apartado

correspondiente del análisis histórico sobre el que está basada la novela, un

4 Ockham, Guillermo de. Llamado también principio de economía de pensamiento o de parsimonia, aunque no es original del autor —el primero en utilizarlo fue Aristóteles —fue usado a menudo por Ockham como instrumento didáctico y como fórmula para combatir postulados de distintos autores. Este principio establece que, si un fenómeno puede explicarse sin suponer una entidad hipotética, ya sea por ejemplo un hecho sobrenatural o un concepto abstracto, no hay motivo para suponerla. En otras palabras, en igualdad de condiciones, la teoría más sencilla que explica un hecho es la más probable. El elemento decisivo no se encuentra tanto en la formulación del principio, sino en determinar qué entidades son necesarias y cuáles no para explicar un hecho. Postulados de muchos filósofos griegos o cristianos no superaron este principio elemental (lo que colaboró en la aparición de la llamada crisis de la escolástica en el s.XIV), de ahí su generalización en filosofía como la «navaja de Ockham»; y supuso un paso más en el avance de la razón. Puede encontrarse al final de su obra Ordinatio (Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo), o en el Tratado sobre los principios de la teología (Aguilar. Buenos Aires, 1972. pp. 129-138), aunque este último libro se considera, en la actualidad, obra de un discípulo suyo.

5 Aróstegui, Julio. La investigación histórica: teoría y método. Crítica. Barcelona, 2001. p. 377.

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análisis que recoge más de cuatrocientas obras de más de doscientos autores desde

mediados del s.XIX hasta hoy. Pero siempre reconoceremos nuestros límites,

nuestra subjetividad, nuestros errores y nuestro atrevimiento en novelar esta

historia.

Todas las citas del Antiguo Testamento proceden de la Biblia de Jerusalén,

edición de Desclée de Brouwer, 1975 (Versión digital) y las citas de los

Evangelios canónicos proceden de la obra Todos los evangelios. Canónicos y

Apócrifos, edición de Antonio Piñero Sáenz, publicada por la editorial Edaf,

marzo 2009. Aunque algunas han sido parcialmente adaptadas para obtener un

lenguaje más fluido, modificando a veces su tiempo verbal o su sintaxis.

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EL MARCO

Según el griego Heródoto, considerado el padre de la historia, el mundo es

una isla que flota rodeada por un océano inmenso y llano. El mar Mediterráneo es

capaz de penetrar esta isla desde el oeste, atravesando las columnas de Hércules

(el estrecho de Gibraltar) hasta alcanzar su centro. Los griegos llaman ecúmene a

esta gran isla en la que habitan los hombres, y que se extiende desde la soleada

África al sur, hasta las frías regiones de Britania al norte, y desde la fértil Iberia

al oeste, hasta la exótica India al este, donde Alejandro el Grande consiguió llegar.

Los griegos consideraron que el centro de esta tierra habitada, el ombligo del

mundo al que llamaban ónfalos, era su país, y aún más concretamente, el santuario

de Delfos. Los romanos difundieron esta creencia en su cultura, considerando que

con cada nueva conquista, acercaban su frontera a la frontera natural de la

ecúmene. Los judíos, en cambio, estaban convencidos de que el ombligo del

mundo era la ciudad de Jerusalén, y aún más concretamente, su Templo. El

también griego Estrabón, en el s.I, cambiará estas ideas, proporcionando una

cartografía más precisa y cercana a la actual. Sin embargo, su obra tardará aún

cierto tiempo en difundirse entre la gente de su época; y en el tiempo de Jesús,

prevalecían los otros puntos de vista.

En línea recta y a unos ochenta kilómetros al norte de Jerusalén se halla la

aldea de Nazaret, en la fértil baja Galilea, donde empieza esta historia hace unos

dos mil años, una aldea muy pequeña que cuenta a lo sumo con unos cuatrocientos

habitantes, la mayoría campesinos dedicados al cultivo de cereales, uva negra y a

la recolección de la aceituna. Es el año octavo de la era cristiana, y aunque Galilea

está gobernada por un aristócrata judío, Herodes Antipas, el poder real lo ostenta

el césar de Roma, el anciano Octavius Augustus, primer emperador romano.

«Yeshúa» —forma abreviada del hebreo «Yehoshua» (Josué), que significa

«Yahvé salva» y que traducimos por Jesús —es un joven judío de unos quince

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años6. Desde los trece es considerado ya un adulto, y puede ser tratado y juzgado

según la ley de Moisés, recogida en la Torá7. Ha recibido formación religiosa

como otros chicos de su edad y condición, mostrando aptitudes. Su padre le ha

enseñado su oficio, como corresponde a todo buen judío el educar en un trabajo a

sus hijos para ganarse el sustento diario8.

6 Edad de Jesús: Según Mateo (Mt 2,1), Jesús nació mientras aún reinaba Herodes el Grande, y este murió en el año 4 a.e.c (antes de la era común= antes de Cristo). En consecuencia, el nacimiento de Jesús se produciría un poco antes. En la novela tomamos el año 6 a.e.c. por Mt 2,16 («Entonces Herodes se encolerizó mucho… y mandó matar a todos los niños de Belén y en todas sus comarcas… desde la edad de dos años hacia atrás…»). El cálculo del nacimiento de Jesús en el año 1 es un error que se debe al monje y abad Dionisio, apodado el Exiguo, quien, sobre el año 525 y por encargo del papa Juan I, calculó el nacimiento de Jesús equivocándose en unos años. Cuando en el s.IV se empezó a celebrar el nacimiento de Jesús, (antes solo se celebraba la Pascua, muerte y resurrección), Constantino I propuso, hacia el 321, la fecha del 25 de diciembre para que coincidiera con una importante festividad romana conocida como Natalis Solis Invicti («nacimiento del Sol Invencible»), aproximadamente en el solsticio de invierno, cuando el «Sol Invicto» renace, marcando el inicio del predominio de las horas diurnas respecto a las nocturnas. (La divinidad de Mitra, importante en los ss.II-IV en el orbe romano, especialmente entre los legionarios, aunque nunca llegara a ser religión oficial, fue integrada en este culto al Dios Sol y a veces se confunden). En el año 350, el papa Julio I reconoció oficialmente el día 25 como la fiesta de la natividad. Cuando el cristianismo se oficializó en el Imperio Romano (edicto de Tesalónica, 380), esta fiesta pagana se convertiría en una fiesta cristiana, lo que facilitó también la aceptación de esta nueva religión; aunque sin existir relación alguna con la fecha auténtica del nacimiento de Jesús, la cual, o bien ya los evangelistas desconocían o, si aceptamos a Lucas, podría haber sucedido en verano, («los pastores pasaban la noche al raso», Lc 2,8, y por tanto, no necesitaban resguardarse del frío nocturno de las otras estaciones). La fiesta del Sol Invicto llegaba al final de las Saturnales, unas alegres fiestas populares en honor a Saturno celebradas la semana anterior, y que tenían su origen en la celebración del fin de la siembra. Después del día 25 empezaban las Sigilarias, unas festividades en las que se hacían regalos a los niños. Todas estas fiestas están en el origen de la actual Navidad. (Puede leerse más en el apartado J1a del análisis histórico Yeshúa bar Yosef. Jesús de Nazaret visto a través de la historia, que ha servido de base para esta novela).

7 La Torá (‘Enseñanza’, aunque suele traducirse del griego nomos, ‘Ley’): el equivalente al Pentateuco

(‘cinco rollos’) de los cristianos, es decir los cinco primeros libros de La Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. (Puede leerse más en el apartado I3c).

8 Una sentencia rabínica dice «Quien no le enseñe un oficio manual [a su hijo], le está enseñando a robar.» (Talmud de Babilonia, tratado Qiddushin 30b). Jesús heredó la profesión de su padre (Mt 13,55 y Mc 6,3).

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Yeshúa vive con su familia en Nazaret, la aldea donde nació9, junto a su

9 Lugar de nacimiento: De los cuatro evangelios canónicos, Marcos, el más antiguo, y Juan, el más tardío, señalan la aldea de Nazaret. Mientras que los otros dos citan la ciudad de Belén de Judea. Mateo explica que José y María vivían en Belén, mientras Lucas cuenta que vivían en Nazaret y solo se desplazaron a Belén en razón de un censo. A pesar de este aparente empate, las razones que inclinan a pensar que Jesús nació en Belén son de carácter exclusivamente teológico y no pueden constituir un hecho histórico. Veamos: a) La no existencia de referencias escritas a un «Jesús de Belén», sino solo y reiteradamente, a un «Jesús de Nazaret» (En la antigüedad se expresaba así el lugar del nacimiento); b) Se creía que el Mesías tenía que nacer en Belén de Judea según una profecía de Miqueas (Miq 5,1); c) El propio NT cuestiona que Jesús pudiera ser el Mesías porque era oriundo de Nazaret: ¿No dijo la escritura que la descendencia de David y de la aldea de Belén, de donde venía David, viene el Cristo? » (Jn 7, 42); «Y le dijo Natanael: «¿De Nazaret puede venir algo bueno?’…» (Jn 1, 46 frag.); d) El hecho de que los primeros cristianos fueran llamados «Nazarenos« por los judíos, al menos desde mediados del s.I (Hch 24, 5-6); e) El Talmud llamaba a los cristianos «nosrim» (Nazarenos). f) Los evangelios de Mateo y Lucas tienen poca credibilidad, pues describen un nacimiento tan diferente de Jesús, que se podría inferir fácilmente que se trata de dos personajes distintos, cuyo nexo común son abundantes referencias milagrosas y citas justificativas al AT. g) La veracidad de un nacimiento tan espectacular en Belén pone en duda que, años después, su madre y sus hermanos lo fueran a buscar porque creían que estaba «fuera de sí» (Mc 3, 20-21); o «ni siquiera sus hermanos creían en él» (Jn 7,5). h) La tradición de los padres de la Iglesia, en especial Hegésipo (s.II), parece confirmar también los orígenes de la familia de Jesús en Nazaret. i) El censo de Quirino que menciona Lucas (Lc 2,1-5) corresponde a una fecha posterior (años 6/7), y fue hecho en razón de la destitución del etnarca Herodes Arquelao y la creación de la gran provincia romana de Iudaea. Ocurrió pues, cuando Jesús tenía entre 10-13 años. (Recordemos que Jesús nacería entre el 7 y 4 a.e.c.). No hay noticia de ningún empadronamiento o censo de la época en que nació Jesús. El historiador del s.I Flavio Josefo se refiere ya al censo de Quirino (años 6/7) como algo nuevo y sin precedentes. Además, Publio Sulpicio Quirino no era gobernador de Siria en la época en que Jesús nació. Tampoco sería correcto que alguien que viviese en Galilea, gobernada en el año 6 por el judío Herodes Antipas, fuese a censarse en Judea, una provincia soberana (y tributaria) del Imperio Romano. j) Arqueológicamente se ha verificado la existencia de la aldea de Nazaret en la época de Jesús (y mucho antes), con tumbas, lagares o casas con restos de cerámica. (Más información en el apartado J1a.ii).

La idea de un nacimiento milagroso procede de los capítulos iniciales de Mateo y Lucas, muy generalizados entre la audiencia cristiana. Sin embargo, las fuentes más antiguas del cristianismo (Marcos, Q y Pablo) desconocen cualquier hecho milagroso —siendo obvio que de haberlo sabido lo habrían comunicado —y los relatos contados por Mateo y Lucas son de difícil credibilidad. (Sobre el nacimiento virginal de Jesús, puede leerse más en la nota 48). Sobre estos relatos citaremos ejemplos muy conocidos: La estrella de Belén (Mt 2,9): en la antigüedad, la estrella era el símbolo de la realeza, y se creía que era una señal divina de reconocimiento. Así se indicaba el nacimiento de grandes personajes, como sucedió por ejemplo con Jerjes I de Persia, Octavio Augusto o Trajano en Roma y Alejandro Magno, Mitrídates el Grande o Demetrio I Poliorcetes en Grecia. Para el evangelista no cabía duda que si los grandes reyes habían tenido una, Jesús debería haberla tenido igualmente. Esta historia es, posiblemente, una reelaboración de la historia del profeta de Oriente Balam, quien ve el ascenso de la estrella de Jacob (Núm 24,17). Los magos venidos de Oriente —que no reyes—también son obra exclusiva de Mateo (Mt 2,1-2), y aportan universalismo a la figura de Jesús, quien sería así entendido como rey, tanto para judíos como paganos. Este relato muestra incongruencias, como el hecho de que unos magos paganos vengan de tan lejos para adorar al «rey de los judíos» (Mt 2,2), o su ingenuidad ante el rey Herodes. El episodio del Templo (Lc 2,41ss.) en el que un Jesús de 12 años deslumbra a los sabios de Israel en el lugar más destacado, el Templo, es consecuente con que todo personaje ilustre debe ya despuntar en su juventud.

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padre Yosef (José), su madre Miryam (María) y sus muchos hermanos10. Su piel

está tostada por el sol de Galilea, y sus manos, habilidosas para el trabajo,

muestran callos precoces. Lleva una barba escueta y tímida y sus ojos, de un color

marrón vivo; están habituados a calcular las medidas exactas de todas las cosas

que construye en el diminuto taller de su padre, o fuera de él11. El joven trabaja

reparando y confeccionando instrumentos de madera, y también aradas para el

campo o yugos para los animales12. Si es preciso, trabaja también la tierra en las

épocas de cosecha, pero a menudo se emplea en la construcción de casas, no solo

en Nazaret, sino en los pueblos de alrededor. Sus parábolas nacerán de todos estos

contextos. El shabbat13, el día sagrado para su pueblo, lo dedica al descanso y a

su dios, Yahvé, como todo buen judío.

Yeshúa bar Yosef 14 —Jesús hijo de José— es pues un muchacho judío de

10 Así lo explica el Nuevo Testamento y en varias ocasiones (Mc 3,31. 6,3; Mt 13,55-56; Jn 2,12,…). (Sobre la familia de Jesús puede consultarse el apartado J1b).

11 Probablemente el lector se pueda interrogar por el físico de Jesús. Ello cae fuera de nuestros conocimientos, pues no tenemos base alguna para e llo. El breve retrato que daremos está basado esencialmente en la ficción. La síndone de Turín no es, al menos hasta la fecha, una prueba históricamente válida, por mucho empeño que se quiera poner en ella. 12 La palabra que usan los evangelios para describir el oficio de Jesús —recordemos que todo el Nuevo Testamento (NT) está escrito en griego— es tékton y, aunque tradicionalmente se tradujo por carpintero, su significación es más amplia: artesano o constructor se adaptan mejor. (Leer más en el apartado J2). 13 Shabbat (‘Sábado’): Día sagrado para los judíos que marcaba el cuarto mandamiento de Moisés: «Recuerda el día del sábado para santificarlo.» (Ex 20,8). Día pues, de dedicación a Dios y exento de todo tipo de trabajos. Dios: En los diálogos de la novela no usaremos esta palabra, pues los judíos evitaban pronunciar el nombre de Dios por respeto al tercer mandamiento (Ex 20,7). Según la tradición, a partir del momento en el que Dios se reveló a Moisés en el monte Horeb/Sinaí bajo el nombre de Yahvé («El que es» o «el que existe»). Los judíos del s.I, pues, ya no la empleaban, y en su lugar usaban otros nombres como, por ejemplo, Adonay («Señor»), Hashem («El nombre»), el Cielo, el Justo, el Poder... (Apartados I3d y J12).

14 Los judíos no tenían apellido, y usaban el nombre del padre para identificarse. Esta nombre completo aparece en el evangelio de Lucas (4,22) y Juan (1,45; 6,42). Jesús fue también conocido desde muy temprano con un sobrenombre: Jesús de Nazaret, en arameo Yeshúa ha-Notsrí. Nazaret era entendida por todos los evangelistas como una aldea de Galilea (Mc 1,9; Mt 2,23; Lc 24,19; Jn 1,45-46). Pero también Marcos denomina a Jesús con el griego nazarenós, usado como adjetivo (Jesús «Nazareno»: Mc 1,24), o sustantivo (Jesús «el Nazareno»: Mc 10,47; 14,67; 16,6). Mientras que Mateo y Juan prefieren utilizar mayoritariamente el sustantivo griego nazôraios, es decir «nazoreo» (Mt 2,23; Jn 18,5-7. 19,19). Y Lucas usa indistintamente los dos (Lc 4,34; 24,19 cf. Hch 2,22; 3,6). Sin embargo, esta distinción no es trivial, y hay autores que defienden dos hipótesis distintas que nada tienen que ver con la aldea de Nazaret: 1) Jesús el Nazoreo era en realidad un nazir. Los nazires eran aquellos israelitas que consagraban su vida a Dios, temporalmente o de forma perpetua, por medio de un voto voluntario (como favor, agradecimiento, ascetismo, vocación espiritual,...). La Biblia narra los casos

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clase humilde, trabajador, con escasa formación cultural pero inteligente, sensible

a la realidad que le rodea, orgulloso de su pueblo y con un sentimiento religioso

y una vocación espiritual muy fuertes. Este es nuestro protagonista y esta podría

ser su historia.

del juez Sansón (Jue 13,7) o el profeta Samuel (1 Sam 1,11). El nazir debía cumplir un triple voto: no cortarse el pelo, abstenerse de bebidas alcohólicas y no acercarse a ningún cadáver (Núm 6,1-21; Am 2,11-12). Y tal vez, el celibato. La transcripción errónea —¿voluntaria?— por parte de los evangelistas, de «nazoreo» por «Nazareno», en referencia a una localidad, Nazaret, sería la explicación del equívoco. Pero esta hipótesis, aunque posible, tiene sus dificultades: a) A Jesús se le acusaba de beber vino y ser comilón (Mt 11,19); b) Jesús no se muestra reacio del todo al contacto con cadáveres, como puede verse en algunas de las resurrecciones (Mc 5,35-43; Lc 7,11-17; Jn 11,38-44). Es cierto que él no toca los cadáveres, pero en el primer caso (la hija de Jairo) entró en la misma habitación, y en el segundo (la viuda de Naim) tocó el féretro, siendo ambos motivos de impureza. Y cuando la hemorroísa le tocó el vestido (Mc 5,25-34), Jesús no pareció contrariado sino todo lo contrario, aun a pesar de quedar impuro «hasta la tarde» (Lev 15,19). c) El hecho de que los evangelistas hubiesen cambiado «nazoreo» por «Nazareno», escogiendo una aldea llamada Nazaret, que precisamente aquellos que sostienen esta hipótesis del nazireato de Jesús defienden como inexistente en el s.I, resulta incongruente. La Nazaret del s.I está arqueológicamente bien documentada. 2) Jesús era miembro de la estirpe del rey David: La raíz hebrea «ntzr» expresa la idea de «guardar, observar», y confiere a nazôraios [«nazoreo»] un sentido mesiánico por la vía de Isaías 11,1: «Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago [nétser] brotará de sus raíces…». «Nazoreo» puede significar también «el vástago», el mesías que surge de las raíces del tronco de Jesé, que es la familia real de David. Sin embargo, la pretensión de que Jesús era del linaje de David por parte de su padre terrenal José (Lc 1,32. 2,4), como también muestran las dos genealogías de Jesús (Mt 1,1-16; Lc 23-31), o Pablo (Rom 1,3), supone serias dudas: a) Las dos genealogías de Jesús, que no casan. b) La contradicción de indicar que Jesús es hijo de David por parte de padre (José), cuando el verdadero padre de Jesús no es José —según los evangelios—sino Dios. c) Cuando el mismo Jesús formula la pregunta: «¿por qué dicen los escribas que el Ungido [=Mesías] es un hijo de David?» (Mc 12,35). d) Igualmente, y como ya dijimos, ¿por qué Dios habría situado a María en una situación tan comprometida de vergüenza pública con la apariencia de una adúltera, algo que en esa época era una grave mancha al honor? En ese sentido, otro de los propósitos de las genealogías de Jesús fue proporcionarle un linaje social honorabilísimo, pues la familia era la depositaria del honor de los antepasados. Citando a Jesús: «como el Padre, así el hijo» (Mt 11,27). e) Jesús es llamado «hijo de David» en varias ocasiones, pero ello no presupone que Jesús sea hijo de David en sentido literal. (Puede leer más sobre ambas hipótesis en el apartado J1a.iii.).

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PRIMERA PARTE

VIDA OCULTA

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CAPÍTULO 1

YOSEF, EL GALILEO

Nazaret, año 8...

Aaron entró en la casa a prisa y jadeando, y no se detuvo hasta llegar a la

habitación de sus padres, cruzando el patio central a gran velocidad. El niño

llevaba el borde inferior del vestido manchado de barro y las patillas empapadas

de sudor. En el dormitorio, se encontraban reunidos los suyos. Dos figuras

ocupaban el centro de la habitación. Sara, su madre, que aun se conservaba bella

en opinión del muchacho, parecía aquel día haber envejecido por lo menos diez

años. Con el rostro triste, los ojos llorosos y el pelo toscamente encanecido,

sostenía en su regazo la mano de su marido, Zacarías, el padre de Aaron, que yacía

en la cama con el rostro pálido y las piernas encogidas. El viejo, pues, superaba

de largo los cincuenta años, era de los hombres más ancianos del pueblo y daba

muestras inequívocas de sufrimiento mientras se sujetaba el bajo vientre con una

mano, y soportaba como podía los avatares del dolor y los escalofríos de una débil

fiebre. Sus otros dos hijos varones y su hija mayor, Esther, contemplaban la

escena apenados y en silencio. Eleazar, el segundo de los tres hermanos varones,

acababa de ser padre de una niña, pero no parecía feliz ese día a ojos del chiquillo.

La tía Raquel, la hermana pequeña de Zacarías, viuda y sin hijos, le acariciaba el

pelo a su hermano. Su pronta viudedad la había trastocado un poco el

entendimiento, pero continuaba siendo apreciada en la familia, siendo como era

tan dulce y paciente con los más pequeños.

Aaron era el único hijo varón de Zacarías y Sara, su segunda esposa. El

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pequeño se quedó cerca de tía Raquel, agarrado a su vestido, y contemplando la

escena con los ojos fijos en su padre. La pequeña María, que apenas contaba tres

años de edad, comprendía que algo era diferente. Y se quedó junto a su hermano,

como acostumbraba a hacer. La familia de Zacarías era de las más ricas de la aldea

y había prosperado merced al cultivo de la vid, que incluso exportaban a algunos

pueblos de alrededor.

—Ya está aquí —dijo Aaron aprovechando un instante de descanso entre

dos respiraciones.

—Ta qui —repitió la pequeña María, imitando a su hermano.

—Lo he encontrado —añadió Aaron, después de tomar aire.

—Contrado —repitió inocentemente la pequeña.

Eleazar salió de la habitación y se dirigió a la entrada de la casa. Él, Simeón

y Esther eran hijos de la primera mujer de Zacarías, que había fallecido hacía unos

doce años por unas fiebres altas. Al poco rato se oyeron crujidos de pisadas en la

antesala y una breve conversación. Luego unos pasos que se acercaban y una larga

figura entró pausadamente en la habitación. Tuvo que agachar un poco la cabeza

para pasar. Su sombra cubrió la escasa luz que llegaba al enfermo, quien giró la

cabeza para ver al recién llegado. Detrás de él venía Eleazar.

—Pasa, pasa Yosef15 —añadió Sara, la esposa de Zacarías.

—Que la paz esté con todos vosotros —dijo el extraño con una voz grave,

aunque no exenta de calidez.

—Y contigo Yosef —dijo tía Raquel.

—Gracias por haber venido —añadió por último, y desde el fondo de la

habitación, Simón, el primogénito de Zacarías.

Yosef era un hombre notablemente mayor, superaba la cuarentena, pero su

cuerpo se mantenía recio y ágil, al igual que su mente. El bigote y la barba habían

empezado a encanecerse, pero aún predominaba el tono castaño en sus cabellos.

Su barba, tal y como prescribía la ley16, no estaba cortada en sus lados, de forma

que sus patillas formaban unos rizos, muy habituales en la mayoría de los judíos

varones. Sus ojos eran grandes y muy expresivos, y su mirada penetrante, pero no

15 Yosef: forma hebrea de José. Abreviatura de Yehosef.

16 Lev 19,27; 21,5.

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invasiva. Su espalda estaba ligeramente encorvada, habido como estaba de

conversar con gente de menor estatura. Vestía una túnica hasta las rodillas y por

dentro una suerte de calzones que llegaban hasta un poco más abajo. La túnica

estaba abierta por los lados, que se mantenían cerrados gracias a un ceñidor.

Llevaba también un manto sobre ella pues refrescaba al atardecer, y un pequeño

turbante alrededor de la cabeza. Yosef contempló rápidamente a los presentes. Y

antes de posar la mirada en el enfermo, observó unos instantes el rostro de

Simeón. Su expresión era diferente a la de los demás; había cierta tristeza, pero

no denotaba preocupación. Su rostro mostraba cosas que no gustaron al extraño.

Pero, por supuesto, no dijo nada.

—Es mi Zacarías —le dijo Sara.

—El Cielo lo reclama —añadió Raquel.

Yosef asintió muy levemente.

—Hace dos días que no come y bebe poco y anteayer empezó a tener fiebre,

aunque creo que no mucha —continuó Eleazar.

—También le duele mucho la barriga —añadió Sara, y Zacarías asintió

desde la cama.

—Entiendo —respondió Yosef—. ¿Cómo pasó?

—Fue después de cenar. Dijo que no se sentía bien y se acostó. Desde

entonces apenas se ha levantado.

—¿Qué comió?

—Ah… —balbuceó Eleazar —. No sabría decirte que...

—Nada especial —contestó Sara—, comimos verduras, nueces, queso y un

pedazo de pollo. Todo kosher17 —aclaró.

—¿Y qué bebió?

—Vino. Él siempre bebe vino.

—Entiendo —dijo Yosef—. ¿Has ido de vientre desde entonces Zacarías?

—No.

—¿Y a orinar? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste?

—Creo que… ayer por la mañana —dijo después de pensarlo.

—¿Orinaste mucho?

17 Kosher («apto»): Es la comida aceptada, apropiada según la ley judía, y preparada según sus indicaciones.

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—Poco… muy poco —concretó Zacarías con esfuerzo—. A veces cuesta.

Yosef se acercó a la cama del enfermo y se sentó a su lado, en el espacio

que le dejó libre la tía Raquel. Puso su mano sobre la frente del enfermo y luego

le tomó el pulso, mientras con la otra examinaba los ojos y las encías del paciente.

La coloración le pareció buena.

—Yahvé nos lo reclama.

—Oh, no vuelvas a decir eso Raquel, por favor —le respondió Sara.

Yosef examinó el vientre del paciente con una de sus grandes manos que

casi ocupó la totalidad de la región cuando se posó sobre su barriga. La zona del

bajo vientre estaba abultada, caliente y era sensible cuando la tocaba.

—Respira profundamente, Zacarías —añadió Yosef.

El viejo cogió aire, pero al final de la respiración se detuvo y de sus labios

escapó un leve gemido de incomodidad.

—¿Te molesta aquí? —dijo Yosef tocándole el bajo vientre.

—Sí.

—Bien, vuelve a respirar normal. Creo que es tu vejiga, Zacarías. La orina

no puede salir y se ha acumulado.

—¡Bendito sea el Cielo! —exclamó Sara—. ¿Se puede hacer algo?

Zacarías suspiró resignado.

—Confío en ti, Yosef —dijo apretando con fuerza la mano del alto galileo.

Aaron, que se había retirado de la habitación, pues no soportaba ver a su

padre enfermo, entró aprisa de nuevo.

—¡Ha venido Yeshú!

—¡Ido Yeshú! —repitió alegremente la pequeña María, casi sin saber lo que

decía.

Yeshúa entró en la habitación en silencio. Tenía quince años, cuatro más

que Aaron, y era bastante más alto que este, alcanzando ya la talla de un adulto.

Sus manos eran alargadas y llevaba la cara con cierto acné. Antes de contemplar

lo que le rodeaba, dedicó una sonrisa a su pequeño amigo. Luego alzó la vista y

vio con claridad el sufrimiento en cada uno de los presentes. En todos, salvo en

Simeón, aquel que tenía la barba casi rubia. Como su padre, Yeshúa tenía cierta

facilidad para percibir cuando los sentimientos de las personas eran nobles y

sinceros. Y también cuando no lo eran. Y en ese hombre lo que percibió fue más

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bien una cierta indiferencia ante todo lo que sucedía. El joven suspiró y su mirada

acabo postrándose en el rostro de Zacarías, que intentó esbozar una ligera sonrisa

al ver al chico.

—Veo que llevas mi bolsa —le dijo Yosef interrumpiendo sus

pensamientos—. Necesito que prepares un caldo con infusión. Usa apio, perejil,

matalahúva, hinojo y....

—¿Menta?

—Eso es. Mucha menta —asintió satisfecho.

—¿Tenéis apio? —preguntó Yeshúa.

—Sí —repuso con rapidez Esther, la hija mayor de Zacarías. Y de inmediato

Esther acompañó a Yeshúa al patio. Aaron y María les siguieron. Aaron porque

no soportaba ver sufrir a su padre. Y María porque casi siempre seguía a Aaron.

Yosef sacó con suma delicadeza su talit18 y se lo puso cubriendo sus

hombros y la cabeza. De él colgaban los tzitzit, unos flecos que iban cosidos en

las cuatro puntas tal y como prescribía la Ley, a modo de recordatorio de los diez

mandamientos que Moisés había entregado a su pueblo. Respiró profundamente

y puso sus dos manos sobre el bajo vientre del enfermo, cerró los ojos y oró en

voz baja. Inconscientemente todos se acercaron para ver mejor. Sara acercó la

mano de su esposo a su corazón.

En el patio, Esther, que estaba embarazada, vertió agua de un cántaro en un

cazo de cerámica y lo calentó sobre las brasas. Yeshúa colocaba la bolsa de su

padre sobre la mesa, y rebuscaba entre un montón de bolsitas de tela hasta

encontrar las cuatro que quería, cada una marcada con un símbolo distinto. Las

sacó y extrajo con cuidado una pequeña cantidad de hierba de cada una de ellas.

Esther le facilitó el apio que el joven colocó también en un cuenco, triturándolo

todo con ayuda de un mortero de madera, y ante la atenta mirada de Aaron y la

pequeña María.

—Toma, aquí tienes el agua —dijo Esther poco después, depositando el

18 Talit: chal de color blanco y franjas negras con flecos en sus bordes y utilizado principalmente en los servicios religiosos, aunque antiguamente su uso podía abarcar la vida cotidiana. Su origen se

encuentra en el AT, cuando Dios habló a Moisés (Núm 15,37-41). Los tzitzit se llevaban según mandaba Deut 22,12. Jesús plausiblemene los llevaba (a tenor de Mt 9,20; 14,36), como judío piadoso que era, aunque criticó que se alargaran de cara al exterior (Mt 23,5). La orden de Moisés viene recogida también en Núm 15,37-39.

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cazo humeante sobre la mesa.

Yeshúa vació el contenido del mortero en una jarra y luego vertió el agua

del cazo.

—¿Tienes miel? —añadió.

—¿Hace falta miel también? —preguntó sorprendido Aaron.

—¿Miel también? —repitió la pequeña María.

—No —respondió Yeshúa— pero… —agachó la cabeza y miró a su

amigo—, sabe mejor —y le guiñó un ojo.

Aaron sonrió por primera vez, y luego también Esther. María hizo lo mismo,

aunque sin entender. Esther cogió un tarro del fondo de un estante, lo puso encima

de la mesa, y lo abrió con facilidad. Yeshúa extrajo un poco de miel con el dedo

y la puso en la jarra. La removió un buen rato frotándola entre sus dos manos

hasta que la miel se deshizo, y finalmente vertió parte de la infusión en un vaso.

—Ahora esperaremos a que se enfríe y... ya está.

Esther aprovechó ese momento para acercarse tímidamente al muchacho.

—Yeshúa podrías...— dijo con voz dudosa y cruzando las manos sobre el

vientre.

No hizo falta que dijera nada más. Yeshúa colocó sus dos manos sobre la

barriga de Esther para sentir si el bebe daba o no patadas. Luego cogió una muñeca

de la chica, y sin soltar la otra mano de su vientre, sintió el pulso un momento con

los ojos cerrados. Entonces los abrió y la miró a los ojos: «Niño».

Esther suspiró y sus ojos se llenaron de lágrimas en un instante.

—Bendito sea el Cielo! ¿Estás seguro, Yeshúa?

El muchacho asintió.

—Ya hemos tenido dos niñas y... bueno, ahora queríamos... en fin... alabado

sea el Señor —y Esther, emocionada, le besó en la frente.

Yeshúa cogió el vaso con cuidado y lo llevó a la habitación. Todos le

siguieron. En la casa, Yosef seguía aún con sus manos puestas sobre el vientre de

Zacarías y susurrando una oración, mientras todas las miradas estaban puestas en

él. La oración aparecía como un susurro agradable, un cántico apenas perceptible.

Al poco, el rostro de Yacob empezó a cambiar.

—Siento un calor agradable… —y añadió al poco—. ¡Qué calor…!

Y su expresión de malestar fue dejando entrever un aire de descanso primero

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y alivio después. Y acto seguido las sábanas quedaron mojadas, mientras un fuerte

olor a orín recorrió la habitación.

—Papá… ¿te has hecho pis? —dijo Aaron atreviéndose a romper el silencio.

Y la pequeña María se tapó la boca con las dos manos.

—Sí, hijo. Bendito sea el Señor —repuso tía Raquel ante la mirada

estupefacta del niño.

—Papá ha hecho pis y ya está mucho mejor —añadió Sara, la madre de

Aaron—, ¿verdad Yosef?

—¿Cómo te sientes, Zacarías? —le preguntó también el alto galileo.

—En la gloria, hijo mío, en la gloria —y todos rieron.

—Respira hondo de nuevo —le propuso Yosef.

Así lo hizo y en su rostro apareció la sorpresa.

—Ya no me molesta —y siguió respirando profundamente un par de

veces—. No me molesta nada.

—Bien. Ahora tómate esta infusión.

Entonces Yeshúa acercó el vaso a las manos de Zacarías, y este empezó a

beberla muy despacio. Paró un momento y sonrió al muchacho. «Qué buena»,

añadió escuetamente antes de volver a acercar la taza a sus labios. Esther y Yeshúa

intercambiaron una mirada de complicidad, y Yosef un suspiro de resignación

mientras los miraba, pero no dijo nada. Cuando Zacarías terminó la taza, Aaron

se abalanzó sobre su padre y lo abrazó con fuerza. Zacarías apretó a su hijo

pequeño contra su pecho. Ninguno de los presentes dijo nada, pero Sara se puso

a llorar.

—Que tome la infusión cinco veces al día durante una semana —dijo

Yosef—. Pequeñas cantidades. Si todo continúa bien mañana podrá empezar a

comer. Pero nada de crudo ni grasas. Cosas fáciles de digerir. Empieza con arroz

hervido, avena, verdura, espárragos y mucha fruta. Y por lo menos diez días sin

tomar queso. ¿Entendido?

—Entendido Yosef —respondió Sara aliviada.

—Ah! y de momento nada de beber vino, ¿de acuerdo Zacarías?

Zacarías dio un sobresalto, pero luego se encogió de hombros cuando Sara

lo miró con firmeza. «Lo que tú digas». Yosef se quitó el talit, y con el mismo

cuidado con el que lo había sacado, empezó a doblarlo antes de introducirlo de

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nuevo en la bolsa que llevaba.

—Sí, se hará como dices. Gracias Yosef —concluyó Sara con los ojos

llorosos.

—Su rostro ha cambiado, ya no tiene la sombra de la muerte —dijo tía

Raquel—. Ha sido un milagro —dijo agarrando una de las grandes manos de

Yosef entre las suyas.

Yosef la miró con ternura.

—Solo el Cielo hace milagros, Raquel —le respondió con tono apacible, y

después le acarició la mejilla—. Yo solo soy un hijo de hombre19 —concluyó con

una sonrisa.

—¿Y cómo podemos agradecerte lo que has hecho, Yosef? —añadió

Eleazar, uno de los hijos de Zacarías.

Yosef le guiñó el ojo «Que el Señor esté siempre con vosotros», y el galileo

rodeó el hombro de su hijo con su largo brazo y los dos salieron de la habitación.

Sin embargo, Eleazar decidió seguirles, alcanzándolos en la habitación contigua,

que era el patio central de la casa.

—Por favor Yosef, acepta esto —dijo entregándole una bolsa de judías, que

había en un rincón del patio.

—No. Está bien así —dijo Yosef, que no quiso cogerla.

—Gracias Yosef, pero de todas maneras... necesito que, en fin... No quiero

abusar de ti, pero...

—Dime —dijo el alto galileo con tono comprensivo.

—Hace dos días cuando trabajaba me hice daño en la espalda. Pensaba que

pasaría pero noto que no estoy bien, me duele bastante casi con cualquier esfuerzo

y también si respiro profundamente. A veces hasta me parece que me falta el

aliento. ¿Podrías... hacer algo?

Yosef interrogó a su hijo con la mirada, y Yeshúa comprendió. El joven

cogió en silencio la mano de Eleazar y le indicó que se sentara en la mesa.

Suavemente fue recorriendo su columna de arriba abajo con sus dedos a través

del vestido, sintiendo primero costilla a costilla, y luego vértebra por vértebra,

19 El Antiguo Testamento (AT) recoge esta expresión con la que Dios hablaba a Ezequiel. Jesús la usó en algunas ocasiones durante su vida, como veremos. (El lector puede leer más al respecto en el apartado F2b3).

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hasta encontrar una en mitad de la espalda. Entonces se paró. Movió el brazo de

Eleazar con una mano, mientras con la otra tocaba el hueso.

—¿Te duele cuando muevo el brazo?

—Un poco solo.

Entonces Yeshúa dejó el brazo y presionó el hueso hacía adentro.

—Sí, sí… es aquí. Es aquí —dijo Eleazar —. ¡Ah! Y se me corta la

respiración cuando aprietas.

Yeshúa colocó su rodilla detrás de la espalda de Eleazar, en el punto donde

le dolía, y luego llevo los brazos de este hacia atrás. Aaron y la pequeña María

observaban todos los movimientos del muchacho con sumo interés.

—Respira hondo unas cuantas veces y saca el aire suavemente —dijo

Yeshúa.

Eleazar respiro profundamente dos veces y cuando hubo terminado de sacar

el aire por segunda vez, el muchacho le imprimió una presión con su rodilla a la

vez que levantaba su espalda tirando de los brazos hacia atrás. Un chasquido seco

se oyó en el patio. Aaron se quedó a media respiración y la pequeña María

boquiabierta. Eleazar hizo un par de respiraciones cortas, asustado, pero luego

empezó a respirar cada vez más profundamente, hasta darse cuenta de que ya no

le dolía. Justo después empezó a mover el cuello, luego los brazos y finalmente

la espalda.

—Me encuentro mejor... De verdad. Y respiro mejor —dijo casi sin creerlo.

Yosef sonrió. Eleazar se levantó y puso la bolsa de judías en las manos de

Yeshúa, antes de que su padre pudiese decir nada.

—Gracias Yeshúa, eres digno hijo de tu padre. Que el Poder os proteja a los

dos —añadió.

Yeshúa y su padre salieron de la casa, y ya emprendían la ruta cuesta arriba

cuando Yosef sintió una manita que tiraba de su túnica.

—Señor —dijo una voz muy tímida.

—¿Sí, Aaron?

El niño depositó su canica preferida, la de cristal azul claro, en la gran mano

del galileo.

—Puede venderla si quiere. Pero es muy valiosa —dijo con timidez.

—En tal caso, la guardaré siempre.

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Aaron sonrió con orgullo y volvió a entrar de nuevo en la casa. Yeshúa

observó atónito la respuesta de su padre.

—¿Sabes hijo…? —dijo el hombre antes de guardar la canica en su bolsa—

. Nunca antes me habían dado tanto.

—¿Cómo dices padre? —respondió Yeshúa contemplando la bolsa de judías

que llevaba en las manos, y pensando en la canica de Aaron.

—Aaron me ha dado su mejor canica.

—Es solo una canica papá —dijo el chico con una expresión

condescendiente.

—Sí, pero para él es su mayor tesoro —Yosef hizo una pausa antes de

continuar—. Hijo, cuando alguien te da lo mejor que tiene, no importa lo que eso

nos pueda parecer, sino lo que representa para él20.

Yeshúa contempló nuevamente la bolsa de judías—. Tienes razón, padre.

No lo olvidaré.

—Sé que no lo olvidarás —dijo Yosef con una ligera sonrisa—. Y ahora

vamos, o tu madre empezará a preocuparse.

Cogieron el camino de arriba, pues aunque era menos llano, era más directo.

La casa de Yosef se encontraba algo alejada del centro de Nazaret. Como la aldea

estaba situada en gran parte en la cima de una pequeña colina, también algunas

casas se encontraban erigidas en sus cuestas. Otras se habían construido

aprovechando unas cuevas que había, lo que las mantenía frías en la época del

calor. Ahora llegaba la primavera, y los olivos mostraban con timidez sus

primeros brotes. La noche estaba cerca, como mostraban ya las débiles luces en

el interior de las casas de adobe y madera. Nazaret era una aldea muy pequeña

que contaría con poco más de trescientas personas, con las calles sin pavimentar

y sin seguir un trazado ortogonal ni ordenado; más bien eran grupos de casas que

se habían ido juntando con el paso del tiempo. Su riqueza, si es que podía llamarse

así, estaba en el cultivo del vino y del aceite, aunque algunos trabajaban también

en la vecina ciudad de Séforis.

Por el camino, Yosef intuyó cierta inquietud en el silencio de su hijo; pero

no dijo nada hasta que este le habló.

20 Aquí hay una alusión a la parábola del óbolo de la viuda (Mc 12,41-44), que veremos mucho más adelante.

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—Padre, había un hombre en la casa que... que...

—Que no se alegró cuando Zacarías mejoró.

—Eso creo padre —dijo Yeshúa alzando la cabeza.

—¿Cuál de ellos, Yeshúa?

—Simeón creo. El de la barba rubia.

—Simeón —exclamó con un asentimiento—. Yo también lo he sentido.

—¿Pero por qué no se alegró? Curaste a su padre; debería estar contento.

—No lo sé hijo —Yosef hizo una pausa antes de continuar—. Simeón lleva

siempre puesta ropa elegante, y vive en una de las mejores casas del pueblo. No

obstante, pocas veces lo he visto trabajar. Tal vez esté viviendo por encima de sus

posibilidades. Zacarías tiene una gran parcela de tierra, de la mejor de la aldea, y

tal vez Simón necesite ya su parte de la herencia para mantener su forma de vida.

—¿Qué forma de vida?

—Hijo, hay gente que nunca estará satisfecha con lo que tiene. Gente que

siempre quiere más. Desea lo que tienen los otros, y no para hasta conseguirlo.

Pero cuando lo obtienen, siguen igual. Nunca estarán satisfechos, y por eso nunca

serán felices. Recuerda hijo, si con lo que tenemos podemos comer, calentarnos

en invierno y, en fin, vivir de forma honrada como manda el Señor, eso ya está

bien. Las personas que nos rodean, nuestra familia, nuestros amigos, ellos nos dan

la felicidad. Y no las cosas. Toda persona rica es injusta, o lo que tiene lo ha

heredado de una persona injusta.

En las sociedades mediterráneas de la antigüedad, como la judía, las

personas honorables se esforzaban por evitar la acumulación de capital, pues lo

consideraban una amenaza al equilibrio comunitario. Como todos los bienes son

limitados, el que trataba de acumular capital era alguien carente de honor, puesto

que acumular riqueza o propiedades no era posible mas que si otro los había

perdido o había sufrido un percance. El joven reflexionó un instante.

—¿No estás de acuerdo conmigo muchacho? —preguntó finalmente Yosef

ante el silencio de su hijo.

—No, no es eso padre —respondió Yeshúa—. Sí que lo estoy. Pero luego

de la cena... querría que me enseñases la oración que has utilizado antes.

—¿Por qué?

—Si te pasase a ti lo mismo, alguien debería poder curarte.

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Yosef puso su mano sobre el hombro de su hijo, sintiéndose inmensamente

feliz—. Yo creo que la oración no es tan importante, sino nuestra fe en ella —

añadió.

—Entiendo, padre —dijo el niño, mirándole.

—Y recuerda que siempre es el Señor quien obra la curación.

—Ya lo sé —dijo casi resignado, pues había oído esa frase una docena de

veces.

Entonces Yosef, viendo aún el interés del chico, empezó a recitar en voz

baja la cita que había utilizado:

Mi refugio y fortaleza, mi Dios, en quien confío. Que él te libre de la red

del cazador, de la peste funesta; con sus plumas te cubra; y bajo sus alas tienes

un refugio: escudo y armadura es su verdad.

Pronto Yeshúa le acompañó y los dos recitaron al unísono los mismos

versos.

No temerás el terror de la noche, ni la saeta que de día vuela, ni la peste

que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía. Aunque a tu lado

caigan mil y diez mil a tu diestra, a ti no ha de alcanzarte. Basta con que mires

con tus ojos, verás el galardón de los impíos, tú que dices: «¡Mi refugio es el

Señor!»21.

Los dos pararon de cantar y Yosef dio una palmada de conformidad en el

hombro de su hijo.

—Estas palabras son el mejor de los amuletos —le dijo, y luego, al poco,

añadió—. Recuerda también que la muerte no debe darte miedo. Porque tras ella

solo puede estar el Señor.

21 Sal 91, 2-9 (frag.).

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—¿No te da miedo el sheol22, padre? —le preguntó el muchacho.

—No quiero morir hijo, si es a eso a lo que te refieres. Pero ni la muerte ni

el sheol me asustan tanto. El Poder nos resucitará cuando lo considere oportuno.

Yeshúa se sintió reconfortado. Su padre tenía siempre una respuesta justa

para todo.

*

El olor a comida casera recién hecha era ya perceptible aún antes de entrar

en la casa, pues el aroma de las especias que Miryam23 había usado para sazonar

el pescado impregnaba por completo hasta el pequeño taller de carpintería,

adosado a la casa, en donde Yeshúa se desplazó para guardar la bolsa con las

plantas de su padre. Al fondo, el joven pudo observar la mesa en la que estaba

trabajando para el padre de Jeremías, su mejor amigo. A lo sumo en tres días la

tendría lista. Antes de franquear el umbral de la casa, primero Yosef y luego

Yeshúa, se llevaron la mano a los labios después de tocar la mezuzá24 con los

22 Sheol: en el s.I los judíos creían que las «almas» irían allí después de morir (Gen 37,35; Ecl 9,9-10). Para algunos eso sería para la eternidad, pero para otros hasta la resurrección general (Isaías 26,19; Daniel 12,2). El sheol no era un lugar de tormento, pero tampoco se consideraba un sitio acogedor. Era bastante equiparable al hades de los griegos, donde iban a parar, sin pena ni gloria, las «almas» de los difuntos. En general, el concepto de alma no existe claramente en el AT, sino un aliento vital (nephesh, ruach, en hebreo, aunque estos vocablos tengan diversos significados), que Dios insufla al polvo para crear al hombre (Gen 2,7). Es, en gran medida, la influencia de la religión irania y la filosofía griega —Platón notablemente—, la que permite comprender la creencia en el alma para muchos judíos del s.I (por ejemplo, fariseos, esenios y gran parte del pueblo llano, entre estos últimos a Jesús: Lc 16,19-31, la parábola del rico y Lázaro). Es incorrecto asimilar el sheol con el purgatorio cristiano.

23 Miryam: forma hebrea del nombre castellano María. En griego «Mariám» o «Maria».

24 Mezuzá: cajita adosada en un hueco de la jamba de la puerta de entrada de las casas y que albergaba una hoja, mayormente de pergamino, que contenía algunas de las plegarias más sagradas para el pueblo judío, siguiendo las indicaciones que marcaba el Deuteronomio: «Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas.» (Dt 6,6-9 y 11,18-20)

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dedos.

En el interior de la casa el pequeño Yosef, con cuatro años recién cumplidos,

y la pequeña Shalom25, de tres, estaban ya sentados delante de la mesa, cada uno

sobre su pequeño cojín. Sus cabezas se levantaron para poder fijar la mirada en la

alta figura, y sus labios dibujaron esas sonrisas sinceras que Yosef tanto amaba.

Judá26, que hacía poco había cumplido los seis, se puso de pie sobre la mesa, pues

esta no distaba mucho del suelo, y empezó a mover las manitas buscando la

atención de su padre. Hana27, la tercera de la casa, mandó un beso a padre desde

la cocina, donde ayudaba a madre; pues no había separación entre las dos

habitaciones. Y Simón, el cuarto, encendía una tercera luz de aceite para iluminar

la casa.

Yosef se colocó la kipá28 y besó la frente de sus dos pequeñuelos; y cuando

le llegó el turno a Judá, este se abalanzó de un salto desde encima de la mesa, que

le obligó a cogerlo al vuelo.

—Hijo mío, no debes saltar antes de aprender a caer con seguridad. ¿Estás

de acuerdo? —dijo Yosef justo antes besar la frente de su hijo.

—Es más divertido —argumentó el niño.

—¿Ah sí? Bueno. Pero al menos avísame antes de saltar la próxima vez.

El niño negó con la cabeza y repitió «Es más divertido así».

—¡Ay! —suspiró Yosef con resignación.

—Padre —dijo Yacob29, reclamando su parte de atención. Con dos años

menos que Yeshúa era el segundo de la casa—. Hoy hemos estudiado en

25 Shalom: forma hebrea del nombre castellano Salomé.

26 Judá: abreviatura del nombre hebreo Yehuda. «Judas» en castellano.

27 Hana: abreviatura de Shoshana, nombre arameo de Susana. En hebreo Shushannah. Los nombres de Susana y Salomé, proceden de una fuente antigua, Helvidio (s.II), aunque no pueden confirmarse. Las hermanas de Jesús aparecen citadas en Mc 3,32; 6,3 y Mt 13,56 (El lector interesado puede leer más sobre la familia de Jesús en el apartado J1b).

28 Kipá («cúpula»): pequeño sombrero que cubre la corona de la cabeza. Aunque no tiene origen en el AT su uso es muy antiguo, y parece estar relacionado con la obligación de los sacerdotes del Templo de no llevar la cabeza descubierta por respeto a Dios.

29 Yacob: forma hebrea de Jacobo. El español Jaime es una deformación del griego Iacobos, que remite a la forma hebrea mencionada. En la novela mantendremos la forma original, Yacob, y no Jaime o el nombre habitual que recibe en España, Santiago (San Jacobo).

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profundidad el shabbat en la escuela.

—Bien hijo —dijo Yosef, besando ahora la frente de Simeón—. ¿Y qué has

aprendido?

—Pues…, lo que se puede hacer y lo que no. Y qué cosas son contrarias a

la ley ese día.

—¿Y bien?

Yacob respiró hondo, alzó la cabeza para mirar a los ojos de su padre y

recitó en voz alta lo que había aprendido:

Guardarás el día del shabbat para santificarlo, como te lo ha mandado tu

Di-s. Seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de

descanso para tu Di-s. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu

siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero

que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar, como tú, tu siervo, y tu

sierva. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que tu Di-s te sacó de

allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso tu Di-s te ha mandado guardar el día

del shabbat30.

—¡Bravo, hijo! —dijo Yosef con sinceridad.

El chico miró a su madre, que asintió orgullosa con la cabeza. Y Yeshúa le

sonrió.

—Pero dime —continuó su padre—. ¿Estás de acuerdo en todo?

Yacob se sorprendió por la pregunta.

—Por supuesto, padre. Es la ley. El Señor creó el shabbat. Él también

necesitó un día de descanso —dijo Yacob, atónito porque su padre no supiese algo

tan evidente. El padre se tumbó en el suelo, sobre una estera y un cojín, en frente

de la mesa. Judá seguía agarrado a su cuello, pero con el vaivén quedó sentado en

su regazo.

—El Altísimo creó el shabbat, hijo mío. Y gracias al Cielo que existe. Pero

dime —dijo después de besar la mejilla de Hana, que acababa de traer el pan

recién amasado y horneado por ella misma esa mañana—, si tuvieses un buey que

30 Uno de los diez mandamientos de Moisés (Ex 19,8-11; Dt 5,12-15).

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te ayudase a trabajar la tierra, y este cayera en un pozo en shabbat, y no pudiese

salir, ¿lo sacarías o esperarías al día siguiente?31

—Ah, pues… —balbuceó un poco antes de responder—, la ley dice que los

enfermos pueden ser atendidos en shabbat. Y si el buey se cae al pozo, seguro que

se habrá hecho daño, y eso es... como si estuviese enfermo. Así que, sí, lo sacaría

—respondió finalmente orgulloso de su razonamiento.

—Bien, pero dime, y si el buey no se hubiese hecho nada —interrogó Yosef,

que aún llevaba a Judá colgado del cuello.

—Pues entonces...

Yacob interrogó a su hermano mayor con la mirada, pero Yeshúa se abstuvo

de decir nada, limitándose a encogerse de hombros. Yacob estaba solo en su

respuesta.

—Esperaría a que acabase el shabbat... supongo —dijo finalmente, aunque

sin demasiado convencimiento.

—¿Y lo dejarías llorar asustado toda la noche…? ¿Y a merced del frío?

—Bueno… le traería una manta.

Yacob echó de nuevo una hojeada a Yeshúa y este suspiró antes de negar

con la cabeza.

—¿Y los otros animales nocturnos, no se lo podrían comer...?

—Ah pues.... no sé. Pues entonces… supongo… lo consultaría con algún

maestro de la ley para que me ayudase.

—¿Buscarías a un maestro de la ley… en shabbat?

Yacob ya no supo qué decir.

31 Esta escena alude al debate sobre si era lícito o no salvar la vida a alguien en shabbat, o incluso curarle. El NT (Nuevo Testamento) explica que Jesús se refería a menudo a tal discusión (la curación del hombre de la mano muerta en Mc 3,1-6, la del inválido en la piscina probática de Jerusalén en Jn 5,18 y, especialmente, en la curación del hidrópico en Lc 14,1-6); explicando que Jesús antepuso, en todos estos casos, la sanación al respeto por el shabbat. Ahora bien, aunque siempre había debates entre los hombres instruidos sobre cómo interpretar las Escrituras, la opinión de Jesús era defendida por muchos maestros de la ley antes que él. El respeto por la vida era prioritario. Jesús se limitó a seguir ese precepto. Sin embargo, también es cierto que no todos los judíos creían eso. Por ejemplo, no lo creían los esenios refugiados en Qumram, a orillas del Mar Muerto. El Documento de Damasco, un texto descubierto a finales del s.XIX en una sinagoga de El Cairo y más tarde (re)encontrado, a mediados del s.XX, en Qumram, recoge que ningún hombre podía liberar un animal en el día del shabbat. Y si caía en un pozo o una zanja, no podía ser sacado de él en shabbat (MS A 11.13-14). El historiador judío del s.I Flavio Josefo (Guerra de los Judíos II, 147-149) confirmaba que los esenios eran los que «evitaban trabajar el día séptimo de la semana con un rigor mayor que el de los demás judíos», dando algunos ejemplos de ello. (Puede leer más en el apartado H8 sobre la comunidad de Qumran, y en el apartado I2f sobre los esenios).

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—Hijo… —dijo Yosef con tono comprensivo.

—¿Sí, padre?

—¿Si fueses tú el buey, que querrías?

Yacob respiró un par de veces y luego suspiró resignado ante la lógica de la

pregunta. Su padre se acercó y le besó en la frente.

—Deja en paz al chico con esas ideas, Yosef —dijo una voz cálida, pero

enérgica, desde el patio—. No lo confundas —Miryam entró con un plato en las

manos, sobre el que había un pescado asado con abundantes especias—. El

respeto al shabbat es un mandamiento, y es ley —matizó—. Y no vengas tú a

complicarlo todo con tus historias.

El rostro juvenil de Miryam se mantenía al unísono con su cuerpo ágil y

lleno de energía. A pesar de haber dado a luz a siete hijos32, la gracia de sus

movimientos le recordaba que él aún seguía siendo joven; pues Yosef era unos

cuantos años mayor que ella. La mujer puso el plato sobre la mesa y besó a su

esposo sin perder su sonrisa.

—Te quiero, Miryam.

—Lo sé, Yosef.

—Te quiero Miryam —añadió Judá, colgado de nuevo de los hombros del

galileo.

—Lo sé, Judá —respondió ella mirándole—. Yo os quiero a los dos.

Yosef y Judá se miraron y sonrieron. Luego ordenó a su hijo que se sentara

donde le correspondía y los demás también ocuparon su sitio, sentándose sobre

algún pequeño cojín en frente de la mesa; pues no había sillas. Yeshúa llevaba

también puesta su kipá. Entonces Yosef anunció la pregunta de costumbre:

«¿Quién bendecirá hoy la mesa?». Luego, sus grandes ojos escudriñaron

maliciosamente las caras de sus hijos. Todos se hicieron bien visibles para que su

padre les viera. Todos excepto el pequeño Yosef. Y su padre se percató de ello

rápidamente: «Ánimo, Yosef».

Yacob, Simeón y Judá se lamentaron de no haber sido ellos los elegidos. El

pequeño Yosef agachó la cabeza y juntó las manos. Miró de reojo a su padre un

instante, y luego a Yeshúa. Finalmente levantó la cabeza.

32 Mc 6,3; Mt 13,55-56 cf. Jn 7,1-10. (Puede leerse más sobre la familia de Jesús en el apartado J1b).

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—¿No podría bendecirla más tarde?

—¿Cuándo? —respondió su padre—. ¿Después de comer?

Yosef negó con la cabeza y Miryam le sonrió. El pequeño respiró hondo.

No había otra salida.

—Bendito sea el Señor, rey del mundo… Bendice nuestra casa y a todos los

que están en ella —luego esperó un momento y viendo que su padre esperaba algo

más, bajó la cabeza, reflexionó un momento, y añadió—. Y bendice a todo nuestro

pueblo entero… —y tras una rápida mirada de reojo, añadió—, para siempre.

Entonces levantó la cabeza para observar la reacción de su padre. Este

esperó un momento, se rascó la barba, y le sugirió con delicadeza: «¿Y que te

parecería también “gracias por los alimentos que nos das”?».

—Eso también —remató el pequeño Yosef con un enérgico movimiento de

su cabeza.

—Hijo —dijo el galileo esbozando una sonrisa—, la próxima vez, sé que lo

harás perfecto.

El pequeño Yosef sonrió y miró a su hermano mayor buscando su

aprobación. Y Yeshúa asintió. Yosef el galileo cogió el pan hecho por la mañana

en el horno de casa, y lo fue partiendo como de costumbre, en tres partes, una para

él y las otras respectivamente para Yeshúa y Yacob, quienes, sentados uno a cada

lado de su padre, rompieron el pan en diferentes pedazos que dieron a los demás

hermanos. Miryam también tuvo su trozo, aunque ella comía solo lo justo, pues

el pan era a su vez usado como cubierto. Luego el galileo empezó a comer,

enrollando un puñado de lentejas mezcladas con cebolla y ajo de caballo —

puerro— en su lámina de pan, que luego untó en una salsa antes de llevársela a la

boca. Y solo luego los demás empezaron a hacer lo mismo, mientras Miryam

cortaba el pescado con el único cubierto de toda la mesa. El pescado era algo

exclusivo de los lunes, el día del mercado. La carne era muy cara, salvo cuando

un excedente llegaba a los mercados, como sucedía en las grandes fiestas en las

que se sacrificaba a muchos animales. La cena era lo mejor del día. Después de

estudiar o trabajar, era el momento en el que todos se reunían y padre hacía alguna

broma a madre para que todos rieran. Pero no solo eso, padre les contaba siempre

alguna historia de su pueblo que resultaba mucho más amena que las que oían en

la sinagoga.

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—¿Qué historia nos contarás hoy padre? —preguntó Judá con interés,

aunque sin dejar de comer.

—Pues no sé —dijo Yosef mientras cogía un trozo de pescado, y se lo ponía

en la boca—. ¿La de Daniel en el foso de los leones?

—Ya la contaste la semana pasada —arguyó Yacob con rapidez.

—Y por tercera vez —matizó Hana.

—¿Os he contado la de Jonás? —prosiguió el galileo.

—Hace dos lunes —volvió a señalar Yacob con extraordinaria rapidez.

—¿Y la de Isaías cuando se refugió en el desierto y el Señor le…?

—El jueves —matizó Yacob resignado.

—Bueno, pues, ¿qué queréis?

Todos dudaron, y el pequeño Yosef se adelantó a los demás.

—Una de guerra —dijo el pequeño, y todos le miraron sorprendidos.

—Estamos comiendo —razonó Yosef—. No creo que sea buena idea.

—Una de guerra —repitió Judá y sus hermanos empezaron a seguirle— una

de guerra, una de guerra, una de guerra —y excepto Yeshúa, todos fueron

canturreando la frase.

—¿Una de guerra?... Con lo bonitas que son las historias de nuestros

profetas —dijo Yosef resignado—. Bueno… ¿Y tú qué dices, Yeshúa? —le

preguntó entonces su padre.

Las miradas de sus hermanos se posaron en él, buscando su apoyo. Yeshúa

tomó aire y dijo con voz pretendidamente solemne: «una de guerra», y se ganó el

aplauso general.

—Está bien —dijo Yosef justo antes de morder un pedazo de pan que había

untado en la salsa y empezar a silenciar por fin las quejas de sus intestinos—.

Dejadme pensar.

—Háblales de los macabeos —le dijo Myriam.

—No creo que sea buena idea…—dijo disimulando una sonrisa.

—¡Sí! —exclamaron casi todos a una.

Yosef miro resignado a su mujer y bebió un par de sorbos de agua. Luego

suspiró—. Como quieras.

—Pues veréis… Hace muchos, muchos años… —y el hombre captó al

momento toda la atención de sus hijos— el rey de Siria, cuyo nombre el Cielo me

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castigue si oso pronunciar alguna vez, impuso a Israel la prohibición de que

adorara al Señor y de que le rindiera sacrificios en el Templo, como

agradecimiento a la ley que Este nos había entregado. Muchos obedecieron al rey

y se apartaron del camino del Señor.

Los hijos respondieron con muestras de disconformidad en sus expresiones

y sus gestos. La pequeña Shalom hizo lo mismo que sus hermanos, aún sin

entender del todo la situación de la historia.

—Pero una familia piadosa y humilde se negó, y lucharon contra esa falsa

ley, matando al emisario del rey. Este se vengó atacando al pueblo, y muchos

israelitas murieron, y los piadosos hubieron de buscar refugio en las montañas.

Pero pronto empezaron a luchar contra los soldados del rey, ocultos en las

montañas y los bosques. Luchaban con inteligencia, con coraje y con la fuerza del

Señor.

—¿Y quiénes eran?

—Les llamaban macabeos, porque su fuerza era como la de un enorme

martillo.

—¡Ah….! —admiración general.

—El rey sirio —prosiguió el galileo, después de ingerir otro trozo de

pescado asado— consiguió entrar en Jerusalén… y saquear el Templo.

Los niños se llevaron las manos a los labios, reprimiendo sus gestos de

indignación, pero sin dejar de comer.

—Pero el rey tampoco así pudo destruirlos… y como castigo, torturó y mató

a los siete hijos de una familia muy buena. Todos ellos se habían negado a adorar

a cualquier ídolo. Solo invocaban al Señor —les aclaró el galileo—. Por eso el

rey ordenó entonces que murieran uno a uno, y delante de su madre.

—¡Qué crueldad! —exclamó Hana.

—Pero su madre no desfalleció, como tampoco desfallecieron sus hijos —

dijo el galileo con un entusiasmo contagioso—, pues ellos sabían que el Señor les

recompensaría, en su día, con una nueva vida33.

—¿Y los mató a todos?

—A todos.

33 2 Mac 7.

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—¿A los siete?

—A los siete.

—Nosotros también somos siete —dijo Yacob—. Yosef miró entonces a su

esposa.

—Tienes razón, hijo —dijo Myriam mirando a su esposo.

—Pobre madre —dijo Hana—. ¿Y a ella que le pasó?

—El rey la mató la última.

—Qué injusticia.

—¿Y luego que sucedió? —preguntó Judá.

—Los macabeos siguieron luchando hasta que consiguieron expulsar al rey

de nuestra tierra, limpiar el Templo, y darnos una nueva y maravillosa fiesta. Que

es la… —y el padre esperó la continuación.

—La hanuká —dijo atento Yeshúa, cuando vio que nadie respondía

—La hanuká —ratificó su padre.

—Madre —preguntó Judá—. ¿Tú habrías hecho lo mismo? —preguntó el

niño.

La madre miró a su esposo, y luego volvió la mirada hacia su hijo.

—Pues, no lo sé... Supongo que sí —y hubo una exclamación general, poco

antes de que terminaran con avidez el pastel casero de higos y manzanas que tanto

les gustaba.

Cuando los niños estuvieron ya acostados, Miryam entró en su habitación,

se quitó el manto que le cubría el pelo y empezó a peinarse. Yosef, tumbado

encima de la cama, hecha con una manta puesta encima de una vieja estera, se

acomodó para disfrutar ese bonito instante, cuando su mujer se descubría el pelo;

uno de los mejores momentos del día, cuando todo ha pasado ya y uno se percata

que el Señor le ha bendecido con otro maravilloso día.

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—¿De verdad tienes que seguir trabajando en esa ciudad gentil34, Yosef? —

le dijo Miryam sin volverse.

—No veo otra solución —respondió él con paciencia, sin perder un detalle

de cómo ella se peinaba—. Y también hay judíos en Séforis35.

—¿Podrías buscar trabajo en otras aldeas?

—Ya hemos hablado de ello.

—Si aceptases algo de dinero cada vez que impones las manos, no tendrías

que ir a Séforis.

—Hoy me han dado judías.

—Judías… —dijo ella con cierto aire crítico.

—Amor mío, no puedo aceptar dinero por hacer lo que el Señor me ha

permitido.

—Pues los físicos36 sí lo hacen. Y a veces no pueden hacer nada por sus

pacientes.

—Pero yo no soy físico.

—Pues podrías —hizo una pequeña pausa para tragar saliva—. Y la última

vez que el físico enfermó… te vino a ver a ti. ¡Ya me dirás!

34 Los paganos (o gentiles), es decir, los no judíos, no son considerados propiamente impuros por los judíos, pues la impureza se contrae, principalmente, por entrar en contacto con la sangre, el esperma o por tocar a un muerto, pero no por tocar o hablar o hacer negocios con un pagano. Sin embargo, dado que la mayoría de los paganos adoraban a dioses «falsos», podían ser vistos –en especial entre los judíos más estrictos–, como idólatras, y la idolatria sí es un pecado grave para el judío. Por ello, un sacerdote que estuviera en un turno activo de oficio, debía abstenerse de entrar en la casa de un pagano. Pero, en general, el Levítico recomienda ser tolerante con el extranjero (Lev 19,33-34), y los judíos practicaron el proselitismo (Mt 23,15) y permitían el acceso de paganos a las sinagogas. (Sobre el origen de los vocablos pagano y gentil –el primero un término romano y el segundo judío–, puede consultarse el apartado I1c18.).

35 Séforis: ciudad situada a unos 5 km. al noroeste de Nazaret. Durante la juventud de Jesús era la ciudad más grande de Galilea. Aunque había sido destruida en la revuelta del año 4 a.e.c., surgida a tenor de la muerte del rey Herodes, al poco fue restaurada por Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, quien la convirtió en su residencia oficial hasta el año 20 aprox. Esto supuso, probablemente, un aumento de la presión fiscal sobre los pueblos y aldeas circundantes para sufragar sus costes. (Sobre Séforis, puede leerse el apartado H1a.i7. Sobre la posibilidad que José o Jesús hubiesen trabajado allí, puede consultarse el apartado J2).

36 Físico: médico. Aunque el NT no los tenga en buena consideración (Mc 5,26; Lc 8,43), y en alguna ocasión tampoco el AT (2 Cr 16,11-13), su figura no estaba tan mal vista como indican estas citas, a tenor de lo que puede leerse en el libro del AT llamado Eclesiástico o libro de Ben Sira (Eclo 38,1-14). No obstante, la creencia era igualmente que la curación, aún obrada por el médico, solo podía provenir de Yahvé (Eclo 38,2.12-14). Los tratamientos médicos iban acompañados de oraciones. (Apartado J10).

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Pero Yosef no dijo nada.

—¿Por qué me casaría contigo Yosef bar Yacob?37

—Por mi cuerpo, por supuesto —dijo Yosef, antes de dedicarle una mueca

divertida.

—Ja, ja… Sí, eso te crees tú —Miryam se volvió y le regañó con la mirada.

Hizo una pausa antes de continuar—. Eres alto, sí, pero más bien delgaducho. Y

tu nariz...

—¿Cómo que delgaducho? ¿Y qué le pasa a mi nariz?

—Tu nariz es aguileña. Y si trabajases como físico, por lo menos estarías

más relleno.

—Bueno, bueno... ¿y entonces por qué te casaste conmigo, mujer?

—Fueron mis padres. Yo era muy joven y no sabía...—dijo intentando estar

seria.

—¿Cómo? ¡Ahora verás! —y Yosef se dispuso a agarrarla. Miryam intentó

esquivarlo, pero no pudo nada ante la longitud de esos brazos.

—Repite eso ahora, si te atreves —dijo Yosef mientras la mantenía sujeta.

—Por supuesto que me atrevo: ¡DEL-GA-DU-CHO!

—Debería tumbarte en mi regazo y azotarte.

—Cómo lo intentes, Yosef bar Yacob, ya puedes prepararte. No pararé hasta

que...

Pero Yosef la besó con dulzura. Miryam intentó proseguir con su plétora de

amenazas, pero no pudo. Y se dejó, concentrándose solo en el beso. Un breve

instante al menos, hasta que la pequeña Shalom apareció.

—No puedo dormir, immá38 —susurró desde el fondo de la habitación.

—Ves —dijo Miryam apartando con fuerza el cuerpo de su marido—, con

tanto ruido mira lo que has conseguido. Ahora voy —le respondió a la pequeña,

después de abofetear dulcemente la mejilla de su marido. Luego la cogió en sus

brazos y se la llevó.

—Eras el hombre más bueno que conocía —le dijo antes de salir de la

37 El nombre del padre de Yosef proviene de la genealogía de Jesús recogida por el evangelista Mateo (Mt 1,16), aunque Lucas refiera otro nombre (Lc 3,23).

38 Immá: en arameo, palabra familiar para referirse a la madre.

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habitación— pero no eres práctico —añadió con una mirada desafiante.

Myriam se llevó a la pequeña Shalom a la cama. Shalom, Hanna y el

pequeño Yosef dormían juntos, mientras los otros tres hermanos compartían la

otra cama. Las camas eran igual de sencillas: una estera sobre el suelo, una manta

encima para hacer grosor y otra para cubrirse.

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CAPÍTULO 2

LOS TRES PASES

Al atardecer, cuando Yosef entró en el pequeño taller, Yeshúa hacía ya un

buen rato que trabajaba reparando la mesa del padre de Jeremías, una de cuyas

patas había cedido cuando su hijo, su mejor amigo, había saltado varias veces

encima en un vano intento por hacer sonreír a sus hermanos que había culminado

en reprimenda severa. El taller de Yosef era poca cosa, una habitación adosada a

la casa donde vivían, con una pequeña ventana abierta al exterior. El padre de

Yeshúa, aunque trabajaba algunos días en el taller acostumbraba a hacerlo fuera

de la aldea, la mayoría de las veces en Séforis, la ciudad vecina que llevaba ya en

obras varios años, desde que Herodes Antipas se había empeñado en reconstruirla

emulando los escasos buenos gestos de su padre. La mayoría de las veces Yeshúa

se quedaba en la habitación-taller, arreglando piezas o bien haciendo pequeñas

reparaciones en alguna casa del pueblo. Solo en un par de ocasiones había

acompañado a su padre a Séforis, aunque desconocía la trágica historia de la

ciudad.

Después de lijar la pata nueva, Yeshúa la encajó en la esquina

correspondiente de la mesa, y se disponía a practicar una capa de barniz cuando

su padre le habló:

—Estás haciendo un buen trabajo —observó Yosef con una vista rápida de

la situación, antes de devolver las herramientas que había cogido por la mañana.

Yeshúa asintió complacido.

—Has aprendido bien lo que te enseñé… Lástima que esto no te guste tanto

como a mí —añadió.

El muchacho miró a su padre, sorprendido por el comentario. Luego bajó la

cabeza y limpió el pincel con un trapo húmedo antes de untarlo.

—No me desagrada —le corrigió.

—Lo sé —Yosef hizo una breve pausa y luego preguntó como si nada—.

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¿Qué te agradaría hijo?

Las manos de Yeshúa se detuvieron, y alzó la cabeza con el rostro

iluminado.

—Viajar, padre —respondió sin dudar—. Me gustaría conocer más mi país,

y sobre todo nuestros maestros.

—¡Ah! —suspiró Yosef—. Eso no me parece mal. Pero… sospecho que no

es todo.

Yeshúa tragó saliva y se puso en pie para poder mirar algo más directamente

a los ojos de su padre.

—Habla con libertad, hijo. Te escucho.

Y Yeshúa usó un tono que pretendía ser solemne. Era la primera vez que iba

a hablar de eso con su padre. De sus ideas y sus anhelos, de un futuro que deseaba

diferente al que le correspondía por tradición familiar, pues él era el primogénito

y quien debería cuidar de la familia cuando padre faltara.

—Nuestro pueblo no es libre y deberíamos serlo —dijo el muchacho

mientras sus ojos brillaban—. Los malos gobernantes, y también Roma,

encadenan a nuestra gente. Si los judíos del mundo se unieran, podríamos

librarnos de su opresión…

Yosef respiró profundamente. Ya había oído argumentos parecidos muchas

veces. Incluso le recordaban a él mismo hacía no tanto tiempo. Y de hecho, eran

una línea de pensamiento muy importante entre los jóvenes galileos, quienes se

veían en su imaginación convertidos en valientes guerreros, emulando las gestas

de sus antepasados victoriosos: Josué, David o los hermanos macabeos. Muchos

jóvenes galileos, con esas historias en la cabeza, habían sido arrastrados a la lucha

contra las tropas romanas o incluso contra algunos dictados del rey Herodes,

aunque siempre con consecuencias nefastas para ellos. Sin embargo, los profetas

hebreos hablaban de un modo diferente, más prudente y respetuoso, y apelaban al

comportamiento recto y a la justicia divina.

—Creo en el futuro de nuestro pueblo Yeshúa —dijo Yosef—. Pero no creo

que la libertad nos llegue por la fuerza de las armas. Nosotros no podemos vencer

la fuerza de Roma. Solo Yahvé tiene la fuerza y el fuego para derrotar a las

legiones romanas.

Yeshúa se quedó en silencio. Escuchar hablar así a su padre podía hacer

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pensar en miedo o cobardía. Aunque él no creía que su padre poseyera esos rasgos.

El muchacho hizo una pausa y tragó saliva—. ¿Y no crees que el Cielo nos

ayudaría como hizo en otros tiempos?

Yosef pareció sorprenderse por la pregunta, pero solo brevemente. Guardó

una última herramienta y suspiró de nuevo antes de hablar. Decidió contarle lo

que siempre supo que algún día debía hacer.

—Hace ya algunos años, tú eras muy pequeño y apenas andabas, hubo una

revuelta a la muerte del rey. El padre de quien ahora gobierna me refiero. Unos

cientos de galileos a las órdenes de Judá, hijo de Ezequías, entraron en Séforis,

mataron a la guardia y saquearon el arsenal real. Muchos celebraron la victoria

que creyeron sería el principio de otras más. Y la revuelta se extendió a otras

ciudades, incluso a Jerusalén. Pero entonces Roma intervino. Sus legiones bajaron

desde Siria e incendiaron Séforis, donde mataron a cientos y crucificaron a

muchos de los nuestros. Y así continuaron su ruta de destrucción hasta llegar a

Jerusalén, donde se dijo que crucificaron a dos mil.

—Padre, nunca me contaste esto.

—Ya es hora de que sepas la verdad. En Séforis estoy reconstruyendo una

ciudad destruida por la cólera de Roma. Y eso no es todo. Hace unos diez años

otro galileo, Judá de Gamala, y un fariseo —Sadoq creo recordar—, que les

guiaba con sus promesas, alzaron numerosas poblaciones del país contra Roma.

Hasta que esta intervino otra vez e hizo crucificar a muchos de los nuestros39.

—Pero, padre, ¿no es verdad que los macabeos40 vencieron al rey de Siria?

Tú mismo nos lo recordaste la otra noche.

—Sí, hijo. En esa ocasión el Poder estuvo con el pueblo. Pero ahora, no sé…

39 Ambas historias son consideradas reales y pueden leerse en la obra del autor del s.I Flavio Josefo, aunque algún autor considera que los dos personajes son el mismo. La primera alude a la destrucción de la ciudad en el año 4 a.e.c. tras una revuelta a la muerte del rey Herodes, que fue liderada por un Judas, hijo de Ezequías, quien saqueó un arsenal real. La ciudad fue incendiada por orden del gobernador romano de Siria y sus habitantes vendidos como esclavos (Guerra de los judíos II,56 y 68; III, 30-34 y Antigüedades de los Judíos XVIII, 26). La historia de Judá de Gamala y Sadoq, quienes se levantaron contra un censo impuesto por Roma en el año 6, es narrada en Guerra II,56 (y tal vez II,118), y Ant. Jud. XVIII,1. (Más información en el apartado J19).

40 Macabeos: hablamos ya de ellos en el capítulo anterior. Con este nombre se conoce a los judíos que se alzaron contra las medidas impuestas por el monarca sirio Antíoco IV hacia mediados del s.II a.e.c. Después de varios años de lucha consiguieron imponerse, y mantuvieron la independencia de Israel casi un siglo, constituyendo una dinastía de monarcas judíos, los asmoneos, que gobernarían el país hasta la llegada de Roma en el 63 a.e.c. (Ver apartado I1a2).

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no parece querer intervenir a nuestro favor. Y míranos, no le culpo. Nuestros

líderes son corruptos, solo les preocupa aumentar su fortuna y practican una

religión que no es sincera sino de cara al exterior.

—Y aún así, el Poder no los castiga.

—Algunos dicen que hemos pecado, que por eso el Cielo no nos ayuda.

Puede ser. Yo… no lo sé. Pero si es así, es verdad que Roma ha pecado aún mucho

más y sigue dominándonos.

—¿Pero entonces... qué debemos hacer? —preguntó Yeshúa desconcertado.

—Yosef hizo una pausa antes de responder; y se hizo un silencio en la

habitación.

—¿Cómo podría yo saberlo…? —le dijo—. Soy solo el artesano de la aldea.

¿Quién sabe? —añadió—. Tal vez algún día encuentres tú la respuesta, Yeshúa

—el muchacho no supo qué decir, y se encogió de hombros tímidamente.

—Trabajas bien la madera, hijo. Ya pocos secretos me quedan para

enseñarte —suspiró Yosef acariciando la mesa—. Mi padre me decía que al

artesano que trabaja bien no le hace falta levantarse ante el más grande de los

doctores41 —concluyó, Yosef.

—Lo sé, padre. Me habrás dicho eso más de…

—¿…diez veces? —terminó Yosef.

—Iba a decir cien.

—¿Tantas? —y después de un breve instante, los dos rieron.

—¡Que la paz sea con vosotros! —dijo acelerada una voz de muchacho—.

Señor, ¿ha terminado ya Yeshú? —preguntó Jeremías, el mejor amigo de su hijo,

irrumpiendo en el taller con el ímpetu propio de la juventud.

—Que la paz esté contigo Jeremías. ¿Cómo están tus padres?

—Bien señor.

—Me alegro.

—Esto… ¿Ha terminado ya Yeshú, señor?

—Pues eso deberías preguntárselo a él —añadió Yosef.

—¿Has terminado ya? —preguntó de nuevo el muchacho.

—Me falta la capa de barniz.

41 Dicho popular rabínico. La expresión hace referencia a los doctores de la Ley, expertos en la Torá.

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—¡Ah!… Bueno... Ahora íbamos a jugar a los tres pases42 —añadió el chico

maliciosamente con un aire tentador.

—Yeshúa levantó la mirada, y sus ojos se agrandaron. Luego buscó en el

rostro de su padre una autorización.

—Hoy has trabajado mucho —se apresuró a decir Yosef en su habitual tono

reposado—. Ya barnizarás mañana.

—Gracias, padre.

—Qué os divirtáis… jugando a los tres pases —y su tono de voz daba a

entrever que el tékton de Nazaret intuía algo, pero Yeshúa no pareció prestar

atención a ese detalle, y ambos chicos salieron a toda prisa del taller en dirección

al pequeño llano donde solían ir a jugar a los tres pases.

Los muchachos se cruzaron al vuelo con el viejo Jonás, quien andaba con

ayuda de dos bastones, y a punto estuvo Yeshúa de derribarlo—. Disculpe señor,

añadió el chico sin pararse.

—No tienes que disculparte —le dijo Jeremías sin dejar de correr—. Que se

aparte él.

—¡Qué tonto eres! —respondió Yeshúa.

Y ambos rieron sin dejar de correr. A Yeshúa le divertía el humor de su

amigo.

—Oye, creo que tu padre sospecha algo.

—No creo —dijo sin apenas pensarlo.

Tomaron la ruta sur y cruzaron toda la aldea. Nazaret se había construido en

gran parte en la ladera de una pequeña montaña, de algo más de seiscientos

codos43 de altura. Galilea, que había sido originariamente asignada a la tribu de

Zabulón —nombre del sexto de los doce hijos de Yacob44 —era una de las

42 Los tres pases: antiguo juego tradicional en Israel/Palestina que consiste en pasarse la pelota tres veces y el último que la recibe debe intentar hacer diana en uno de sus compañeros, que quedará así descalificado.

43 Un codo equivale aproximadamente a 45-50 centímetros.

44 Yacob: Según el libro del Génesis, Jacob (Yacob) —hijo de Isaac y nieto por tanto de Abrahán— fue «rebautizado» como Israel por un ángel del Señor que no pudo vencerle en batalla. (Génesis 32, 23-30). Y más posteriormente lo fue por el mismo Dios (Génesis 35, 9-11). Lía fue una de las dos mujeres con las que estuvo casado (además de Raquel). Junta a ellas y a dos sirvientas (Bala y Zelfa), Jacob tuvo 12 hijos, que serían los líderes de las respectivas doce tribus de Israel. El sexto hijo de Lía (el décimo del total) fue Zabulón, quien se instaló en la región de Galilea.

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regiones más bellas, y fértiles de todo el país. Y aunque era una zona de paso

importante para las grandes caravanas que iban de este a oeste, la pequeña aldea

de Nazaret, situada a más de cien estadios45 al sudoeste de la capital, Magdala, se

encontraba lejos de estas. Sus habitantes, pues, no eran comerciantes o prósperos

mercaderes, sino humildes campesinos en su gran mayoría, que vivían del cultivo

de cereales, como la cebada, el trigo y el mijo, la recolección de la uva negra en

terrazas artificiales —que trituraban con sus pies en lagares construidos en el

interior de grandes bloques de piedra— y aceitunas, que molían en una prensa de

piedra para obtener el preciado aceite. Los terrenos donde se cultivaban estos

productos se encontraban en la parte más sur de la ladera, donde las pendientes

eran aún más notorias. En cambio, las zonas más sombreadas, en el lado norte, se

reservaban para el cultivo de legumbres y verduras. En la parte oeste había una

fuente natural que abastecía de agua la aldea. La parte más bella del pueblo era,

según el padre de Yeshúa, allá donde crecían los olivos; y era en sus alrededores

donde se daban cita los muchachos.

Cuando llegaron, encontraron a todos reunidos. Los dos hermanos hijos del

cestero: Matatías, el mayor, al que llamaban Mattai, que siempre parecía estar de

mal humor y nadie sabía por qué, y el menor, Isaías, que era todo lo opuesto.

También estaban Isaac, que andaba medio cojo desde que se rompió la pierna

derecha al caer de una higuera; Benjamin, al que todos apodaban «Rojito», pues

tenía la cara llena de granos; y Simeón, el hijo del propietario de la prensa de

aceite. Junto a ellos el pequeño Esdras, que comía algunas bayas de sicómoro, la

fruta de los pobres —al igual que la pulpa del algarrobo— y que acababa de

cumplir los diez años, aunque seguía tartamudeando cuando se ponía nervioso, lo

que sucedía a menudo. Finalmente estaba Judith, la hermana de Jeremías, la única

niña del grupo y la única niña de la aldea a quien gustaba jugar a los tres pases.

Tenía once años, y su padre ya la había advertido que pronto debería dejar de

jugar para atender sus responsabilidades como mujer, y poder así encontrar un

esposo prometedor.

Mattai, el mayor del grupo —un año más que Yeshúa y Jeremías—, al verlos

llegar les gritó con voz firme:

45 Un estadio equivale aproximadamente a unos doscientos metros. La medida estándar de un estadio es alrededor de 185 m., aunque existen variaciones según el país donde se utilice.

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—Llegáis tarde rufianes —dijo con cierta ironía—. Pero… ¡contemplad! —

y sacó de debajo de su manto una hermosa espada de madera de sicómoro, muy

bien barnizada, que dejó a muchos asombrados.

—Es magnífica. Casi tan bonita como la de Yeshú —dijo Ben el Rojito.

—¿Bromeas? Esta es mejor —respondió Mattai—. Fíjate en la empuñadura,

¿a qué es bonita?

—Ah, sí. Es verdad. Oh…

—Parece una gladius46 romana —dijo Yeshúa.

—No lo es —aclaró Mattai algo irritado—. Es una espada judía, como la

que llevaba Judá Macabeo.

Yeshúa y Jeremías contemplaron la exhibición de vanidad del chico con

visible, aunque exagerada actitud de menosprecio, si bien se veía que reconocían

que su espada era, cuanto menos, bonita. Pero ambos detestaban los pretenciosos

aires que solía darse Mattai, especialmente ante ellos dos. Mattai siempre

competía para ser el mejor. Sin embargo a Yeshúa lo que más le disgustaba del

chico no era eso, sino que no percibía un buen corazón en él.

—A mí me gusta más la espada de Yeshú —añadió Judith con un agradable

tono de voz—. Su madera es la misma que usaron los antiguos para construir el

arca.

—Tal vez, pero ¡fíjate! No tiene mi barniz —precisó Mattai moviendo su

espada de cara al sol y observando su brillo.

—Bueno, pero la suya me gusta más —repitió—. Esta parece… no sé…

más romana —y Judith y Yeshúa cruzaron una mirada de sintonía.

—No lo es —respondió Mathias irritado—. Es una espada judía, como la

que llevaba Judá Macabeo.

—¡A mí me gusta! —exclamó el pequeño Isaac, el medio cojo, absorto por

el brillo de la espada—. Déjame tocar tu espada Mattai —y este se lo permitió,

con muestras de orgullo.

Isaac primero, y luego todos, uno a uno, fueron tocando la empuñadura

mientras blandían la espada por un momento. Jeremías y Yeshúa aceptaron

también tocarla, aunque con un gesto de cabeza que pretendía simular el gran

46 Gladius: espada corta usada por los legionarios romanos. (Se hablará de ella más adelante, en el capítulo 14).

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esfuerzo que eso les requería.

—Qué ligera es —exclamó el Rojito. Luego le tocó el turno a Jeremías, que

la examinó como si fuera un experto.

—Está algo desequilibrada —dijo Jeremías—. Este mango romano es

demasiado pesado.

—No lo es. ¡Y es una espada judía! —respondió con enfado.

Entonces el Rojito trajo las diferentes espadas de madera que solían guardar

en un gran agujero natural que había entre dos rocas, y las fue entregando a sus

propietarios con solemnidad.

—¿Alguien quiere el pilum47? —preguntó el chico, pero como de costumbre

nadie quiso coger el palo, porque a nadie le apetecía ser romano. Y lo dejó en el

suelo. Cada chico cogió su espada.

Yeshúa cogió su espada de madera de acacia y gritó:

—¡Desafío a cualquiera que crea que puede vencerme a que lo intente!

—¡Acepto el desafío! —grito Judith elevando al aire su espada, antes de que

Mattai pudiera decir nada.

—Esperad —dijo Simeón intentando poner orden—. Primero haremos los

equipos. ¿A ver, a quién le tocaba hoy ser romano?

—A Mattai y a ti —señaló el Rojito.

Pero Judith, sin esperar, lanzo un mandoble a Yeshúa que estuvo a punto de

derribarlo. Por suerte, pudo frenarlo con un contragolpe de su espada en el

momento crítico.

—¡Traidora! —gritó Yeshúa, aunque con una media sonrisa—. ¡Todos lo

habéis visto!

—¡Ah, cállate! —dijo ella. Y dicho esto los dos empezaron a combatir,

mientras los demás aún discutían.

—¿Por qué siempre tengo que ser yo el romano? —inquirió enojado Mattai.

—Es que... con esa gladius romana lo pareces —dijo Jeremías.

—¿Cómo? Ahora verás —dijo Mattai aún más enfadado—. Te reto aquí

mismo… y a muerte.

—Muy bien, romano. Defenderé el honor de mi pueblo. A muerte —y

47 Pilum (pl. pila): Lanza usada por miembros de las tropas romanas, aunque diseñada principalmente para ser lanzada; por lo que a veces prefiere traducirse por jabalina.

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empezaron a luchar.

—Muy bien —gritó entonces Simeón—. Entonces yo e Isaac lucharemos

por el César y desenvainó su espada de madera amenazando a Ben el Rojito y al

pequeño Isaías.

—Es que a mí me tocaba hoy ser judío —se lamentó Isaac.

—No importa, Isaac. Hoy puedes ser mi centurión.

Isaac sonrió y desenvainó.

—Pero no lo olvides… —puntualizó el muchacho—. Yo soy César.

—¡Viva el César! —dijo el pequeño Isaac, pero Ben descargó un mandoble

sobre el niño y lo derribó al momento.

—¿Y yo? ¿Con qui-qui-quién voy? —añadió tartamudeando Esdras, el más

pequeño del grupo, que temía otra vez quedarse sin luchar.

—Tú con Isaac. Así entre los dos haréis un soldado romano completo.

—Es-es-está bi-bien —repuso el pequeño Esdras, alegre solo por poder

participar en el juego.

Judith no tenía aún doce años, pero peleaba con fuerza y sin miedo. Yeshúa

tuvo dificultades en contrarrestar algunos de sus golpes, hasta que, por suerte para

él, en uno de esos ataques, la misma fuerza del golpe acabó desequilibrándola.

Entonces Yeshúa de un fino golpe certero la hizo caer. Luego puso la punta de su

arma sobre el corazón de la niña.

—Judith de Nazaret, eres mi prisionera —exclamó Yeshúa.

—Maldita sea —refunfuñó la chica—. No vale. No vale.

—¿Por qué no vale?

—Pues, porque me he desequilibrado. ¿No lo has visto?

—Pero mi golpe te ha hecho caer.

—Sí claro, me has golpeado cuando ya estaba desequilibrada.

—¿Tú siempre tienes algo que añadir, verdad chica?

—Y tú siempre tienes la suerte contigo, Yeshúa bar Yosef.

—No es suerte. Es que tengo una espada mejor —añadió Yeshúa al final

para no ofenderla.

Judith recuperó su espada y se levantó del suelo con la ayuda del muchacho.

Los dos se quedaron mirándose unos momentos cogidos de la mano. Y entonces

Judith le besó en los labios. Fue espontáneo y tan rápido que Yeshúa apenas pudo

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reaccionar. Ese era su primer beso. Fue agradable pensó. Los dos soltaron sus

manos, y ninguno de ellos dijo nada mientras se dirigían hacia donde estaban los

demás. Yeshúa iba andando y blandiendo su espada, cortando la hierba más alta

que encontraba a su paso.

—No le digas a mi hermano que te he besado —dijo la chica.

—¿Y por qué lo has hecho?

—Que pregunta más tonta —dijo ella. Y dándole un empujón que casi lo

derriba se echó a correr—. Atrápame si puedes, delgaducho.

Y Yeshúa se puso a perseguirla.

Cuando llegaron a donde estaba el grupo ya nadie luchaba, salvo Mattai con

su gladius de madera de sicomoro y bella empuñadura, contra Jeremías y su más

sencilla espada de nogal, que empezaba ya a astillarse. Al final, uno de los

potentes golpes de Mattai acabó quebrando la espada de Jeremías, y entonces el

chico dirigió orgulloso su espada al cuello del muchacho.

—¿Y bien, judío, pides clemencia o no?

—¡Nunca! Antes la muerte que ser perdonado por un romano —repuso

Jeremías ante la expectación de los demás.

Mattai hizo como si le clavara la espada y Jeremías hizo ver que moría, con

un grito de gran sufrimiento. Los demás aplaudieron. Jeremías había muerto

heroicamente. Luego Jeremías se levantó y saludó, recibiendo una segunda

ovación.

—Así muere un buen judío —añadió el Rojito, sentado junto a los demás y

sin dejar de aplaudir.

—Así así que-que-querría mo-morir yo —añadió Esdras.

A petición de los presentes, Yeshúa y Mattai, los dos vencedores de sus

respectivos combates, entablaron la última batalla del día. Los dos oponentes se

examinaron antes de empezar, midiendo sus fuerzas. Entonces Mattai tomó la

iniciativa, lanzando fuertes golpes que desbordaron en un principio al joven

Yeshúa, hasta que, aprovechando la inercia de uno de esos movimientos y la fatiga

que este iba acumulando, consiguió desequilibrarle con un par de golpes precisos.

Y luego, con un último golpe más fino pero certero en la muñeca, le expulsó la

bonita espada de las manos; y Mattai cayó al suelo de culo y desarmado. El mango

de la espada se rasgó al golpear contra una piedra y un sonido seco lo anunció.

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Yeshúa apuntó con su espada al corazón de Mattai, pero este le clavó una dura

mirada. Los demás contemplaron la escena con miedo a parpadear.

—Romano —dijo Yeshúa—. Si prometes que os retiraréis de la tierra del

Señor, te dejaré ir con vida.

—Has hecho trampa. Estaba distraído.

—Retiraos de mi tierra y te permitiré vivir.

—Y has roto el mango de mi espada.

—Ha sido un combate justo —clamó Jeremías desde su sitio.

—Lo ha sido —dijeron los demás.

—Ha hecho trampa —repitió Mattai.

—No es verdad, ahora tienes que rendirte o morir —gritó Jeremías.

—Está bien —dijo Mattai después de reflexionar un momento—. Pero no

me rindo. Antes la muerte —arguyó—. ¡Viva el César!

—Que así sea —respondió Yeshúa. Y entonces hizo ver que le clavaba la

espada. Mattias agonizó un momento y luego hizo ver que moría.

Los demás aplaudieron, y luego se acercaron para dar una palmadita a

Yeshúa en la espalda. Isaías se acercó para ver cómo estaba su hermano mayor.

—Estoy bien —dijo Mattai mientras se levantaba—. Pero me ha estropeado

el mango de la espada haciendo trampas.

—Otro día le ganarás —y le dio la espada que acababa de recoger del suelo.

—Gracias, Isaías.

—Bah….No me extraña que haga trampas —dijo Mattai con cierto tono

desafiante—. Nació ya sin honor.

Todos le oyeron y se quedaron sin habla. Yeshúa levantó la mirada

—¿Qué has dicho? —preguntó visiblemente enfadado.

Mattai sintió de nuevo la atracción de todos, pero sacó pecho y dio un paso

al frente.

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—He dicho que no me extraña que hagas trampas porque eres un mamzer48.

Yeshúa tiró su espada al suelo y se lanzó encima del chico. Mattai dejó caer

la suya y los dos empezaron a pelearse hasta que Jeremías, Ben el Rojito, Judith

y Simeón, consiguieron separarlos, no sin esfuerzo.

—Eso que has dicho está mal —le dijo Judith a Mattai.

—¿Por qué? —repuso él—. Todos lo sabéis. Nació antes de tiempo.

Y Mattai dio un empujón a Jeremías, que lo sujetaba, cogió su espada con

el mango desquebrajado, y se fue a paso acelerado. Isaías vio como su hermano

se alejaba y se fue tras él, aunque tuvo tiempo para volverse

—No te enfades Yeshú. Mañana se le habrá pasado, ya verás —le dijo el

muchacho antes de partir.

Pero Yeshúa apenas le escuchó, manteniendo su mirada clavada en la figura

de Mattai, que se alejaba. Su rostro aún mostraba claramente su enfado—. Maldito

seas… —dijo en voz baja.

—Venga, no digas eso —le dijo Judith—. No te pega—.

Yeshúa contempló el rostro de la chica y luego el de su amigo Jeremías y,

poco a poco, fue calmándose.

48 Mamzer: Literalmente, «hijo cambiado por otro». Esta palabra hebrea tiene el significado aproximado de «hijo ilegítimo» o «bastardo», según algunos autores (apartado J1a.i). Aunque inicialmente designaba probablemente a la población mestiza de la llanura filistea, los judíos llamaron mamzer al fruto de la unión prohibida de una pareja que no tenía derecho a casarse, por ejemplo entre un judío y un pagano (Deut 23,2-3). Sin embargo, este nombre se aplicaría también a aquellos judíos hijos del fruto de una mujer cuya pareja sexual aún no estaba identificada. Así, parece posible la descripción del embarazo de María según Mateo (Mt 1,18: «De Jesús Cristo el nacimiento fue así. Desposada su madre, María, con José, antes de que se unieran se encontró embarazada del Espíritu santo.»), que ponía, tal vez, a Jesús en la situación de ser considerado un mamzer según una interpretación muy restrictiva (Misná, tratado Yebamot 4,13; aunque la Misná se compiló posteriormente, recogía opiniones de la época de Jesús). Pues Jesús nació tras la firma del contrato matrimonial, pero antes de que se consumase el matrimonio de sus padres (es decir, de que cohabitaran y compartieran lecho oficialmente, lo que solía ocurrir tras un año). Las gentes marcadas con la grave mancha del mamzer eran bien conocidas aunque, naturalmente, tratasen de ocultarla. Por otro lado, el nacimiento de una mujer virgen no se admite históricamente por varias razones: a) Es contrario a la naturaleza. b) ¿Por qué Marcos y Juan no saben nada de todo ello? c) Es un relato muy habitual en el orbe antiguo que los semidioses nazcan de la unión de un dios y un mortal (Hércules, Perseo,…), y la religión cristiana hubo de competir en este mundo grecorromano. d) La interpretación del texto de Isaías que los evangelistas usaron: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo...» (Is 7,14 frag., citado por Mt 1,23), en donde la «doncella» (parthenos), del texto griego de la Biblia de los LXX, procedía de una traducción incorrecta de la Biblia hebrea original que indicaba «mujer joven» (alma). e) ¿Por qué Dios habría situado a María en una situación de vergüenza pública con la apariencia de una adúltera, lo que, en esa época, era una grave mancha al honor? f) Además, ¿si el nacimiento de Jesús fue en verdad tan milagroso, por qué su familia en el NT consideró que Jesús estaba fuera de sus cabales (Mc 3,20-21)? (Puede leer más al respecto en el apartado J1a).

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—Otro día volveremos a jugar todos y no habrá pasado nada —le dijo

Jeremías poniéndole la mano en el hombro.

Dejaron las espadas escondidas en el rincón de siempre y todos volvieron a

sus casas, aunque no con el mismo humor de costumbre. Yeshúa se sintió dolido.

No era la primera vez que se metían con él por lo mismo. En los pueblos había

muchos chismorreos. Sus padres se lo habían dicho varias veces. Y cualquier cosa

podía ser motivo de reproche. Pero pocas cosas herían más a Yeshúa que se

metieran con sus padres y con su honor.

*

Al volver a casa, Yeshúa se fue directo al taller, entró en él y empezó a

barnizar la pata sin apenas decir algo. Su padre percibió su enfado, pero tampoco

dijo nada y siguió con lo suyo. Al joven se le cayó el bote de madera que contenía

el barniz al suelo. Lo recogió, secó el suelo con un trapo y luego siguió barnizando

usando pinceladas más largas de lo habitual.

—Vamos a comer —dijo Hanna, la mayor, sin pararse ante de la puerta del

taller.

—Bien. Ahora vamos —contestó Yosef—. ¿Vamos hijo?

—No tengo hambre.

—¿No tienes hambre después de jugar a los tres pases?

—No padre —repuso Yeshúa sin mirarle—. Terminaré hoy de barnizar.

—¿Te has caído? —le dijo viéndole un morado en la mejilla.

—Me he caído.

—Te has hecho daño.

—No padre.

—¿Alguno de tus amigos se ha caído también?

Yeshúa giró la cabeza para contemplar el rostro de su padre y entendió que

no podía engañarle.

—Mattai también se ha caído.

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—Ah… entiendo.

—Después de comer aplícate el ungüento y mañana estarás mejor.

—Luego lo haré.

—Bien.

Yosef se levantó y dejó lo que estaba haciendo. A través de la ventana se

reflejaban los últimos rayos de la tarde.

—Padre…

—Sí, Yeshúa.

—¿Por qué siempre hay alguien que me recuerda lo mismo…? ¿Acaso es

tan grave?

Yosef entendió en seguida.

—Yeshúa, la forma con que la gente suele atacarnos a menudo es aquella

con la sabe que va a hacer más daño.

—Pero el maestro Simeón dijo que no era tan importante…

—Hijo, tu madre te concibió poco antes de casarnos porque nos

«conocimos»49 al poco de firmar la ketubbah50. Tuvimos que haber esperado, pero

estábamos muy enamorados. Y éramos tan jóvenes… sobre todo ella. Y el amor

es entonces aún más fuerte. Pero eres nuestro hijo a ojos míos y del Señor. Cuando

naciste y vi que eras un varón y estabas sano, supe que el Poder no vio pecado

alguno en lo que hicimos.

Yeshúa miró a su padre y su mirada de enfado desapareció. Su padre tenía

siempre una respuesta justa para todo.

49 Conocerse: en este contexto indica mantener relaciones sexuales.

50 Ketubbah: contrato matrimonial que firman los esponsales, o sus padres si los prometidos son menores de doce años y medio aproximadamente, y que se produce un año antes de que se celebre la boda. Tras la firma, los representados pasan a ser esposos aunque el matrimonio no se celebre hasta al cabo de un año. Solo después de celebrada la boda, los recién casados empezarán a vivir juntos en una nueva casa y, por tanto, podrán entonces mantener relaciones sexuales. El matrimonio quedará entonces consumado. Durante este periodo de un año no deberían mantenerse relaciones de ese tipo. En lenguaje de la época «el hombre no debería conocer a la mujer». No obstante, si esto sucedía, los rabinos podían ser tolerantes; aunque en este punto la ley parece ser más estricta en Galilea que en Judea (Misná. Tratado Ketubot, 1,5). Para rabinos o judíos menos flexibles, tal suceso podía ser entendido como pecaminoso, y el recién nacido como fruto de ese pecado. Esta interpretación moderna de lo que pudo suceder con el nacimiento de Jesús puede leerse con más detalle en el apartado J1a, y toma como base al evangelista Mateo: «Desposada su madre, María, con José, antes de que se unieran se encontró embarazada del Espíritu santo.» (Mt 1,18 frag.), como ya citamos en la nota 48.

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—¿No soy un mamzer verdad?

—No digas nunca más eso hijo mío. El Poder lo negó cuando bendijo tu

nacimiento.

—Sí, padre —repuso ya más tranquilo.

—Pero la próxima vez…, prefiero que no uses la violencia, sino la cabeza.

Y Yeshúa sonrió

—Sé tan sabio como Yosef ante el faraón de Egipto, y tan listo como

Daniel51 —dijo Yosef—. Y ahora, vamos a cenar. Darás mañana una nueva capa

de barniz; seguro que te saldrá mejor.

—Sí padre —asintió el muchacho.

*

El shabbat era el día consagrado al Señor. Ese día no se trabajaba. Estaba

prohibido por la Ley. Todos los judíos del mundo se reunían para oír la palabra

del Señor. Nazaret no tenía propiamente una sinagoga52, pero sus aldeanos usaban

un antiguo almacén como si lo fuera. El edificio estaba situado en las afueras de

la aldea, cercano a un riachuelo que permitía que las gentes pudiesen purificarse

con su agua antes de entrar; y estaba construido en un lugar más elevado que las

51 Se alude a José, el hijo pequeño de Jacob (Yacob), que prosperó en Egipto interpretando con ingenio los sueños del faraón y evitando con astucia las trampas de los consejeros oficiales del monarca (Gen 39-42). Y al profeta Daniel, que, entre otros, salvó con inteligencia la vida de Susana de falsas acusaciones de adulterio (Dan 13).

52 Sinagoga de Nazaret: La sinagoga es el lugar de culto a Dios, distinto al Templo que hay en Jerusalén (el único lugar oficial donde se hacían sacrificios). Se cree en general que existían sinagogas en Galilea y Judea ya en la época de Jesús; aunque las excavaciones arqueológicas en Nazaret han puesto de manifiesto que, probablemente, no existía ninguna sinagoga «oficial». Se piensa que la comunidad se reuniría en algún lugar específico para tales actos: una habitación cuadrada o ligeramente rectangular donde celebrar asambleas comunitarias, aprender la Torah (a modo de escuela) y como casa de oración. (Así interpretan algunos arqueólogos y estudiosos la llamada sinagoga negra de Cafarnahum). La única sinagoga en Galilea que parece confirmada con seguridad en el s.I es la de Magdala. La de Gamla/Gamala queda más al este y la llamada sinagoga negra de Cafarnahum tiene detractores. (Puede consultarse más en el apartado H11a.i).

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demás casas, para que no hubiera nadie que habitara más arriba. Los aldeanos no

solo se reunían en asamblea para orar, también allí, en otros días de la semana, se

daban cita para firmar contratos matrimoniales, celebraban actos durante las

principales fiestas, o se realizaban circuncisiones a los recién nacidos —en su

octavo día, como mandaba la ley—. Pero en shabbat, los aldeanos se juntaban allí

para oír la palabra del Señor. Los lunes y los jueves también celebraban la liturgia,

pero eran menos los adultos que podían asistir debido a sus obligaciones

rutinarias. Por las mañanas, en cambio, asistían los niños, quienes recibían no solo

formación religiosa, sino también de lectura. A Yeshúa y a Yacob, su hermano,

les gustaba mucho ir allí, pero Yeshúa ya era demasiado mayor, y ahora, solo en

shabbat podía escuchar a Simeón53, quien había sido su maestro. Antiguamente,

Simeón había vivido en Jerusalén y algunos decían que había sido un importante

fariseo, incluso miembro del Gran Sanedrín de la ciudad; aunque él nunca había

dicho nada al respecto. En todo caso, hacía años que había abandonado la capital

y prefería la tranquilidad del campo, viviendo en la antigua casa de sus padres con

uno de sus hermanos. Simeón era un hombre muy respetado, y aunque era ya

mayor, recobraba toda su juventud cuando hablaba. Sus ojos brillaban cuando

hablaba del Señor recordando las historias de la Torá, que tanto gustaban a Yeshúa

y a Yacob. Lo hacía a su manera, con una gracia especial que le era propia.

Gustaba también de describir al Señor usando historias sencillas que penetraban

rápido en el corazón de la gente llana del lugar. El viejo Simeón era muy respetado

en todo el pueblo, y la gente a menudo consultaba con él cualquier tipo de

problema, porque los resolvía con argumentos tan simples como sólidos. Y rara

vez alguien discutía su opinión. «Siméon lo ha dicho», era suficiente garantía.

Las sinagogas no eran un lugar sagrado como el Templo —donde se

consideraba que moraba Dios—, y estaban abiertas no solo a los judíos sino

también a los gentiles, los cuales podían ser incluso bien recibidos. No solo

hablaban los maestros, sino también los laicos o cualquiera que fuera conocedor

53 Simeón: el nombre se ha escogido como un guiño a Lucas 2,22, donde leemos que cuando nació Jesús, fue llevado al Templo de Jerusalén para ser presentado al señor y ofrecer un sacrificio de acuerdo con lo que ordenaba la Ley. Allí, un hombre justo llamado Simeón, por revelación del Espíritu santo, supo que Jesús era ese mesías. Este hecho no es considerado histórico. Existe la posibilidad de que un sacerdote pudiera liderar una sinagoga, como muestra la inscripción griega de Theodotos en Jerusalén, pero parece poco probable en un lugar tan remoto y pequeño como Nazaret. (Puede leerse más en el apartado J1a).

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de las Escrituras. Pero no había gentiles en Nazaret. Era demasiado pequeña para

atraer el interés de algún mercader extranjero. La sinagoga era un sencillo edificio

de planta rectangular, sin ábside alguno. Los adultos se sentaban sobre una estera

en el suelo, apoyando la espalda en la pared, mientras los más jóvenes lo hacían

sentados delante de ellos. Así lo hicieron Yosef, Miryam y sus dos hijos mayores,

Yeshúa y Yacob delante. Ninguno de los dos muchachos llevaba talit, pero ambos

llevaban la cabeza cubierta con la kipá y una faja para que quedase fija en la

cabeza. Los hombres adultos, como Yosef, llevaban la kipá debajo del talit. Las

mujeres llevaban siempre la cabeza cubierta con un manto. No había separación

entre hombres y mujeres54. Los hijos más pequeños de Yosef y Myriam se

quedaron en casa a cargo de Hana, la hermana mayor.

Simeón, vestido también con su habitual talit, que él llevaba siempre puesto,

y el grueso rollo de la Torá en la mano, se situó sentado en el centro de la sala, de

forma que todos le viesen por igual, mientras los asistentes podían verse todos

cara a cara. No había ninguna mesa ni pedestal, pero el hazán55 le sostenía el libro

sagrado con sus manos, para que pudiera leer con más comodidad. A una señal de

Simeón todos se pusieron en pie y los hombres recitaron el shemá Israel56. Luego

se sentaron y Simeón recitó una plegaria acompañada del «amen» constante de

los oyentes:

54 Esa es la opinión más admitida para esta época. La estructura de las sinagogas que se conocen del s.I es distinta a la aquí expuesta, y la describiremos más adelante, al retratar las sinagogas de Cafarnahum y Magdala, que sí se han encontrado. Al no conocerse una sinagoga oficial en Nazaret, solo admitimos un edificio que fuera vagamente readaptado para cumplir esa función. (Sobre la estructura y organización de las sinagogas del s.I, puede consultarse el apartado H1d2i).

55 Hazán (en griego, yperetes): ayudante en algunas de las funciones que se realizaban en las sinagogas. Su cargo queda por debajo del director del culto, llamado en arameo ros ha-keneset y en el griego del NT, archisynagogus («arqueosinagogo»). La sinagoga (literalmente, «asamblea, congregación»), en arameo Kneset, recibe en el griego del NT el nombre de synagogé.

56 Shemá Israel: Primer verso de la «plegaria» más conocida del pueblo judío llamada así por sus primeras palabras, y que obligatoriamente los judíos recitaban dos veces al día, al amanecer y al anochecer. (Práctica que aún se mantiene hoy en día entre los judíos practicantes). El primer verso literalmente significa: «Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.» Es posible que originalmente fuera usado solo ese verso, que se encuentra en el Deuteronomio (Dt 6,4), y que resume perfectamente la creencia de la religión judía en un único Dios. Pero la oración completa comprende Deuteronomio 6,4-9; 11,13-21, y Números 15,37-41. De hecho esta «plegaria» no es un ruego a Dios sino una afirmación de la fe del pueblo de Israel en Él.

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Yhwh57 te bendiga y te guarde; ilumine Yhwh su rostro sobre ti y te sea

propicio; Yhwh te muestre su rostro y te conceda la paz58.

Después, el hazán desenrolló el rollo sagrado de la Torá hasta el punto en el

que habían terminado el shabbat anterior, y lo acercó al maestro, quien, con su

habitual ternura, y frunciendo el ceño, leyó un capítulo del Éxodo. Simeón

sostenía en su mano una pequeña lámpara de aceite para poder ver con claridad.

La lectura de la Torá se estructuraba de forma que, en un ciclo de tres años, se

leería por completo. Y luego se empezaba de nuevo con el propósito de que,

aquellos y especialmente aquellas mujeres que no sabían leer, pudieran al menos,

oír sus palabras. Simeón leía en hebreo, parándose a cada versículo para traducirlo

al arameo, la lengua que los aldeanos entendían. Aunque el hebreo no distaba

mucho del arameo, pocos eran los aldeanos que lo entendían. Solo algunos, si

habían mantenido la costumbre desde pequeños de recitar la Torá. No había libros

en la aldea, exceptuando esta única Torá, que guardaba Simeón como el tesoro

más valioso del mundo en el interior de una pequeña arca de madera. Yeshúa

había aprendido las Escrituras, como muchos de sus compañeros, por tradición

oral y repetición; pues no sabía leer ni escribir59.

Escuchando a Simeón, el joven recordó un momento especial que vivió en

una de sus clases, cuando Simeón les lanzó una pregunta, como solía hacer a

menudo para asegurarse de que le seguían y le entendían:

57 YHWH: forma para escribir Yahvéh («El que es» o «El que existe») para que el lector, cuando la leyera, no pronunciara el nombre en vano e incumpliera el tercer mandamiento. Por tal motivo, no se conoce exactamente cómo se leía (Apartado I1d4).

58 Núm 6,24-26

59 Aunque el pueblo judío educaba a los jóvenes ya desde niños (en el conocimiento de sus leyes y costumbres, no dando una información cultural general), es poco probable que el índice de alfabetización fuera importante. Y en las pequeñas aldeas del mundo rural todavía menos. Una muestra de ello es que la Torá se leía en hebreo, pero inmediatamente se traducía al arameo para que el pueblo pudiera entenderla. Es mucho más plausible que la educación sobre la Ley fuese por transmisión oral, tanto en casa como en la escuela. Las sinagogas servían también como escuelas elementales (llamadas, en hebreo, bet ha-Sefer («casa del libro»), que deben distinguirse de las escuelas superiores (bet ha-midrash, «casa de estudio»), cuyo acceso quedaba más restringido. El conocimiento se hacía por repetición y memorización, utilizando técnicas mnemotécnicas, como estudiar en voz alta y canturrear los textos, como todavía se hace hoy en día. Una máxima rabínica señalaba: «primero aprender (de memoria), luego entender». (El lector puede consultar más información al respecto en el apartado J2).

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—Cuando estuve en Jerusalén, me contaron que hacía muy poco un hombre

joven se había acercado al maestro Shammai, y le propuso: «Si me explicaras la

Torá en el tiempo que yo pudiese mantenerme a la pata coja, sería tu discípulo».

Shammai, un excelente maestro, consideró ese comentario una burla a la Ley y

una ofensa al Poder, y no quiso siquiera hablar con el joven, del que se

desembarazó de un empujón —Simeón hizo una pausa y arqueó las cejas—.

Aunque yo no creo que lo empujara realmente —añadió con una sonrisa; y

algunos rieron—. Al día siguiente —continuó Simeón—, el mismo joven fue a

ver al maestro Hillel, y le hizo la misma proposición: «Si me explicaras la Torá

en el tiempo que yo pudiese mantenerme a la pata coja, sería tu discípulo». Hillel,

que era un hombre más práctico, se tomó la pregunta como un reto, observó el

rostro del muchacho, y luego le respondió… —entonces el maestro Simeón hizo

una pausa y recorrió a sus alumnos con una mirada—. ¿Jeremías, sabes tú qué le

respondió? —preguntó entonces.

—Pues… no sé. Le recordó los diez mandamientos de Moisés —repuso el

chico.

—Demasiado largo pensaría Hillel, hay que condensarlo más… ¿Y tú,

Mattai?

—Pues… no sé… ¿Es posible condensarlo más?

—Hillel supo encontrar una solución. Yacob… ¿y tú qué dices?

—Solo hay un Dios —repuso el hermano de Yeshúa tras pensarlo.

—Hmmm —reflexionó positivamente Simeón—. Lo que dices es muy

correcto, pero ¿no te parece demasiado breve?

—Y tú, Yeshúa. ¿Qué crees que dijo Hillel?

Yeshúa, que llevaba un rato reflexionando, levantó la cabeza para observar

el rostro alegre de su maestro.

—Ama a Dios por encima de todas las cosas —repuso el muchacho.

—¡Ah! —sonrió Simeón—. Bien dicho. Y tienes razón en lo que dices.

Hillel bien pudo haber respondido así…, pero no fue eso lo que dijo. En su lugar,

Hillel escogió decir: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo60».

Hubo un «¡Ah!» generalizado. Y luego algún «claro, claro».

60 Lev 19,18.

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—Fijaos cual fue la respuesta del maestro —les remarcó Simeón—. Hillel

considera que la mejor forma de amar al Cielo es amar al prójimo, es decir a todos

los hermanos y hermanas de nuestro pueblo. Queridos niños, practiquemos esto

de corazón y nuestro pueblo será grande para siempre a los ojos del Señor. Y nada

tendremos que temer.

Yeshúa volvió al presente. En la sinagoga, tras leer el fragmento del Éxodo,

Simeón leía ahora el libro de Daniel, que luego comentó; y terminaron, como

siempre, con la lectura conjunta de un salmo. La sesión concluyó y la

muchedumbre se fue disolviendo. Muchos se acercaban y tocaban con un extremo

de su talit el rollo de la Torá para luego llevárselo a los labios en señal de máximo

amor por la Ley. Simeón, después de saludar a algunos vecinos, se acercó a

Yeshúa y le dijo delante de su padre.

—¡Ay Yeshúa…! Que gran hombre de leyes podrías haber sido —y Yeshúa

se sonrojó mientras su padre le acariciaba el pelo.

*

Era un día de finales de verano cuando Yeshúa llegó a casa y encontró

mucha gente de la aldea allí reunida. Había también un carro tirado por un asno

en la entrada, lo que le sorprendió todavía más. El muchacho aminoró el paso y

fue avanzando por el camino improvisado que la pequeña multitud le dejó libre.

Yeshúa oyó su corazón golpeando el pecho con fuerza y supo que algo iba mal.

Algunas voces resonaban de fondo, distantes, extrañas a sus oídos; hasta que, al

poco, entendió que eran lamentos.

—¡Pobre chico! ¡Y qué será ahora de ellos! —dijo una mujer.

—El Cielo te bendiga Yeshúa —le gritó otra.

—¡Qué desgracia! Qué desgracia… —repetían algunas.

—Es esa ciudad maldita…

Yeshúa entró en casa. Sus hermanos estaban de pie en un rincón de la

habitación. Hana, que sostenía en brazos a la pequeña Shalom, le miró con los

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ojos llenos de lágrimas, mientras los demás aguardaban a su lado. Simeón y Judá

lloraban sentados en el suelo. Yacob, con el rostro petrificado, salió de detrás de

la cortina donde normalmente dormían sus padres. Llevaba al pequeño Yosef

agarrado de la mano, pero era incapaz de responder a las inquietas preguntas del

niño. Yeshúa dejó sus herramientas en un rincón del suelo y se dirigió con lentitud

a la otra habitación. Separó la cortina y reconoció el rostro del físico en primer

lugar. Luego el de su madre, sentada a los pies de la cama y agarrando la mano

de su esposo. Y Yosef, su padre, quien yacía tendido, con la tez pálida y los ojos

hundidos. Su rostro indicaba dolor y gran debilidad, y percibió la muerte de su

padre como una aguja clavándose en su propio corazón.

—Lo siento, Yeshúa —dijo el físico antes de retirarse—. No he podido

hacer nada.

De pronto le pareció que la habitación estaba muy fría, y la débil luz de la

lámpara de aceite volvía el cuarto lóbrego. Pero su padre, al verle, le sonrió, y le

indicó que se acercara con un leve gesto de su mano. Y Yeshúa lo hizo, con

lentitud.

—Déjanos Miryam —dijo Yosef. Y esta obedeció, acariciando el cabello de

su hijo al salir.

—Madre, como trajiste al físico y no a Simeón —le susurró el chico, pero

ella no contestó.

Yeshúa se arrodilló a su lado. El chico apartó lentamente la manta, y vio que

la túnica de su padre estaba manchada de sangre a nivel del tórax. Su pecho se

movía con dificultad, como si cada bocanada de aire fuese un esfuerzo agotador,

y un brazo, escondido debajo de la manta, temblaba a sacudidas de forma

descontrolada.

—Padre…

—Ha habido un accidente en la obra, hijo.

—Padre, ¿es que te mueres?

Yosef le clavó la mirada con una ternura que no podía esconder la

desesperación del momento.

—Me muero, hijo.

Los ojos de Yeshúa enrojecieron, pero se contuvo y no lloró.

—Escúchame, hijo. Tengo que decirte algo que creo es importante.

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Yosef hizo una pausa para respirar. Intentó coger más aire, pero el pecho le

dolía enormemente. Respiró unas cuantas veces más despacio y se recuperó

ligeramente. Entonces puso su mano sobre la de su hijo.

—Yeshúa, la libertad de nuestro pueblo no llegará por las armas, pues nada

podemos así. Escúchame bien, hijo. No busques en la espada la solución a los

males que cubren nuestro pueblo. Es la palabra verdadera la que nos puede liberar.

Es el amor al Dios de nuestros padres lo que nuestro pueblo más necesita.

Recuerda a los profetas siempre.

—Padre…

—Déjame terminar hijo —Yosef puso su mano suavemente sobre el pecho

del muchacho y respiró un par de veces antes de continuar—. Sé un hombre justo.

—Lo seré padre.

—Bien —y sonrió—. Hubiese querido hacer más cosas en esta vida, pero el

Poder me reclama. Y aunque no estoy preparado, debo ir. Pero quiero decirte algo

muy importante, algo que mi padre, tu abuelo, nunca llegó a decirme —y dicho

esto, Yosef puso ahora su larga mano sobre el hombro del muchacho—. Hijo...

estoy orgulloso de ti.

Yeshúa no supo qué responder con la emoción del momento.

—Estoy muy orgulloso de ti. Y quería que lo supieses… —hizo una nueva

pausa y cogió aliento—. El Señor es fuerte en ti. Lo sé. Pero lo que sea que el

Cielo te haya reservado, cuida de tu familia. ¿Me comprendes, Yeshúa? Deberás

cuidar de ellos ahora. Porque te van a necesitar más que nunca. Siento traspasarte

esta carga, hijo mío... Sea lo que vayas a hacer en esta vida, no olvides a tu madre,

y a los pequeños… hasta que crezcan. ¿Podrás prometerme esto?

—Sí padre.

—Mi querido Yeshúa. Me temo que ahora ya no podrás volver a jugar a los

tres pases.

—No importa padre.

—Me reconforta oírte decir eso. Tú eres mi primogénito61. Y todos tus

hermanos te respetan… Sé que lo harás bien.

Yosef puso la mano en la mejilla de su hijo. Y respiró algo más tranquilo un

61 El hijo primogénito tenía privilegios especiales (Dt 21,15-17). De hecho, Pablo se refiere en alguna ocasión a Jesús como el primogénito de Dios (Rom 8,28-29).

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par de veces.

—Dame el talit.

Yeshúa cogió la bolsa de su padre y de dentro extrajo el talit de su padre,

cuidadosamente doblado y protegido por un trapo. Yeshúa quiso colocarlo sobre

la cabeza de su padre, pero este se lo impidió.

—No hijo. Hace unos años un chiquillo me dio su mejor tesoro, ¿te

acuerdas?

—¿Una canica? —dijo esforzándose en recordar.

—Una canica —dijo Yosef y sonrió—. Ahora yo te doy el mío—. Le apretó

la mano con el talit dentro. Y tragó saliva con dificultad—. Así debe ser. Y ahora

déjame besarte —dijo Yosef.

Yeshúa se acercó aún más—. Que el Poder te bendiga, Yeshúa, como hago

yo ahora—. Yosef cerró los ojos unos instantes después de besarle la frente—. Y

ahora llama a madre. Yeshúa retrocedió unos pasos y llamó a su madre, quien

apareció en seguida a tiempo para arrodillarse junto a su marido.

—Miryam…

—Yosef… —dijo ella estrechándole la mano entre las suyas, y conteniendo

el llanto y la respiración.

—Te quiero....

—Te quiero Yosef —repitió Miryam.

—Me llevo tu amor… —y dicho esto, la vida dejó su cuerpo en un instante,

mientras sus ojos permanecían abiertos, contemplando ahora inertes el rostro de

su mujer.

—Lo tienes —añadió ella antes de romper a llorar.

Yeshúa empezó a retroceder hasta salir de la habitación. Su respiración se

iba acelerando más y más, y no entendía porqué no la podía controlar. Su corazón

repiqueteaba con una fuerza desmesurada. El muchacho se volvió y contempló

los rostros de sus hermanos, ahora clavados todos en él. Y una fuerza oprimió aún

más fuerte su pecho. Y tuvo que salir de la casa, a respirar aire fresco. Pero viendo

como las mujeres de la aldea se golpeaban el pecho con las manos, y toda esa

gente que se le acercaba a consolarlo, prefirió alejarse y al poco empezó a correr.

Sin volverse ni saber hacia donde iba. Corrió y corrió hasta salir de la aldea. Y

luego, corrió por el viejo camino hasta el prado donde solían jugar a los tres pases.

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Y luego, corrió subiendo la montaña. Y luego, cuando ya no pudo más, cayó al

suelo de rodillas, frente a una higuera, en un lugar donde a menudo gustaba de

descansar. Y se echo a llorar bajo su sombra, golpeando el tronco con sus puños.

—¿Por qué… te lo has… llevado? —intentó decir mientras lloraba—. Él era

bueno. Era bueno… Te has equivocado... te has equivocado —y se sorprendió por

lo que estaba diciendo, y porque estaba tuteando al Señor.

Se cubrió la cara con las manos —ahora ensangrentadas por los golpes— y

continuó llorando. Solo al rato empezó a serenarse. Y al poco, o tal vez mucho

tiempo después, entendió que no estaba solo. Judith estaba de pie, no muy lejos

delante de él. Yeshúa se sorprendió y acabó de secarse los ojos.

—Sabía que estarías aquí. Lo siento Yeshú.

La muchacha se acercó y le abrazó. Y así permanecieron un rato. Hasta que

Yeshú se serenó del todo. Entonces volvió a casa. Judith le acompañó. Algunas

mujeres seguían con sus lamentaciones; algunos hombres, familiares y amigos, se

echaban ceniza sobre la cabeza para expresar su dolor. Todos los que habían

entrado en la casa estando allí el difunto, quedarían impuros una semana62. Pero

en las pequeñas aldeas algunos de habitantes se solidarizaban así con sus vecinos

y amigos, reconfortándolos y compartiendo con ellos su desgracia y su duelo;

aunque luego debieran purificarse. Yeshúa decidió empezar encargándose de

todo, y habló con un pariente para depositar al día siguiente el cuerpo de su padre

en la pequeña tumba familiar. Así lo harían. Le velarían toda la noche y por la

mañana lo enterrarían. Estarían siete días alejados de los habitantes del pueblo, se

lavarían el día tercero y el séptimo, y lavarían entonces sus vestidos para quedar

puros63. Simeón, el fariseo, sería el hombre puro que les ayudaría en el ritual de

purificación.

Precisamente fue Simeón quien entonces se acercó a Yeshúa, pero no le tocó

aunque quería, pues la ley se lo impedía. Vino con dos de los compañeros de

trabajo de su padre. Uno era un hombre alto, enjuto y con poca barba, que el

muchacho había visto ya una vez cuando acompañó a su padre a la ciudad de

Séforis. El carro, con el que supuso habían traído a su padre, era suyo.

62 Núm 19,14.

63 Núm 19,17-22.

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—Lo siento hijo mío —dijo Simeón con el corazón afligido—. Que el Cielo

acoja a tu padre y le resucite el día de los justos.

Simeón le presentó entonces a los dos hombres que le acompañaban.

—Estos son Ezequiel y David, compañeros de tu padre.

—¿Te acuerdas de mí? —le preguntó Ezequiel. Mientras el otro hombre

mantenía la cabeza baja y parecía avergonzado —Yeshúa asintió—. Nos vimos

en Séforis una vez —dijo el muchacho.

—Me alegra que lo recuerdes —le dijo Ezequiel. Luego tragó saliva y cogió

una bocanada de aire, como si necesitase recobrar las fuerzas—. Yo estaba con él

cuando pasó —le dijo el hombre—. Se desplomó una pared y tu padre nos apartó,

a mí y a mi compañero, para que no recibiéramos el golpe… Él lo recibió en

nuestro lugar.

Yeshúa se quedó medio petrificado escuchando la explicación y

contemplando el rostro de los dos hombres. Pero supo que no eran malas personas.

—Ha sido un accidente. No debería haber pasado —dijo el otro hombre,

casi sin levantar la cabeza—. Tu padre me ha salvado. Bendito sea.

—Tu padre era un hombre justo. El Cielo lo sabe —añadió Ezequiel. Yeshúa

asintió con la cabeza—. Ahora nos faltará un hombre. Tu padre decía que eras

habilidoso con las manos. Si quieres, puedes trabajar con nosotros; y si eres

bueno, con el tiempo ocuparás su lugar. Y tendrás para mantener a tu familia.

Yeshúa no respondió.

—También sé que es pronto… Puedes decidirlo más adelante.

—Sí Yeshúa, es pronto aún… —dijo Simeón, mirando de reojo al

trabajador.

—Ocuparé su sitio —contestó el muchacho con firmeza.

—Bien —dijo Ezequiel—. Volveré dentro de una semana, cuando termine

el luto, y te enseñaré entonces cual será tu trabajo en la ciudad.

—O unos días más si necesitas… —agregó entonces su compañero,

compungido por el pesar.

—Empezaré cuanto antes —respondió Yeshúa.

Y los tres hombres se sorprendieron.

—Muy bien —dijo al fin Ezequiel—. Así se hará —y dicho esto, los dos

trabajadores se alejaron.

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Simeón alzó la mirada y vio a Myriam, la madre de Yeshúa, quien había

oído la parte final de la conversación. Yeshúa se volvió y la vio también.

—Yo cuidaré de vosotros madre —le dijo.

—Hijo mío —dijo la todavía joven madre con los ojos llorosos—, sé que lo

harás.

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CAPÍTULO 3

EL DESPERTAR

Nazaret, de los años 25 a 29...

Yeshúa cumplió su promesa y trabajó desde entonces muy duro para sacar

adelante a la familia. Y aunque recibieron cierta ayuda de algunos parientes y de

la comunidad, los primeros años fueron especialmente difíciles, cuando Yeshúa

apenas podía contar con la ayuda de sus hermanos, si no era en pequeñas

colaboraciones en el taller o en algunos trabajos temporales en el campo. El

grueso del trabajo lo desarrolló él mismo en la vecina Séforis, ciudad todavía en

construcción a la que visitaba normalmente cuatro días por semana, recorriendo

la hora larga de distancia que le separaba dos veces al día, de buena mañana y

hacia el final de la tarde. Aunque tuvo que mejorar mucho su rudimentario

griego64 para poder hacerse entender con otros trabajadores y algun tékton local.

Dos días a la semana los pasaba en la misma Nazaret, trabajando en el pequeño

taller de su padre o en cualquier otro lugar de la aldea donde se le requiriera.

Alguna vez, incluso había hecho alguna faena en Naím u otra aldea vecina; pues

Nazaret no ofrecía muchas oportunidades, debido a que la mayoría de los

campesinos reparaban sus propias herramientas, y a que las casas apenas

contenían muebles, salvo una mesa y algunos estantes. Yeshúa trabajaba

preferiblemente reparando paredes o arreglando techumbres.

64 En la época de Jesús, una variante del griego llamada koiné era el idioma usado de forma estándar para comunicarse entre gentes de diferentes culturas. (Sobre si Jesús hablaba la koiné, leer el apartado J2).

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Se había afeitado la barba corta que llevaba, a causa del luto65, y tardaría

tiempo en dejarla crecer. Y solo lo hizo escuetamente, pues una barba larga le

molestaba para trabajar, en especial los cálidos días de verano. Aunque muchos

judíos se enorgullecían de ella, pues era una forma de reivindicar su procedencia,

y hasta cierto punto, un tímido elemento de resistencia contra Roma.

Yacob y Simeón le ayudaban recogiendo aceitunas en otoño, cuya

maduración gradual permitía alargar esa actividad hasta bien avanzado el

invierno. En primavera recogían brevas, el primer fruto de las higueras, de sabor

menos dulce que los higos pero muy apreciadas por su tamaño, y que algún año

podían llegar a ser comidas hasta en la Pésaj —la Pascua—. En mayo solían

recogerse las cosechas y, si procedía, podía entonces alquilarse esporádicamente

como jornalero, en previsión de poco trabajo. Los cereales se cortaban con la hoz,

y la trilla raramente se hacía con bueyes —porque casi no los había— y a menudo

se usaba solo el viento para separar el grano de la paja66. En septiembre estaba la

uva, cuya fermentación no solo era utilizada en las fiestas o las bodas, sino

también como elemento de trueque; aunque antiguamente el vino había sido un

elemento de culto, pues con él se embriagaron algunos sacerdotes y profetas67.

Hana y madre atendían a los más pequeños, y se ocupaban de las actividades

cotidianas de la casa. Hacer el pan era la tarea diaria de las mujeres para alimentar

a su familia68. Hacían las tortas de pan, triturando, amasando y horneando el trigo.

El pan podía tener entonces diferentes formas. La masa, en forma de bollo, se

colocaba sobre una placa de piedra previamente calentada en ceniza caliente69.

Una vez hecho, a veces lo guardaban ensartado en un bastón, de donde procedía

la expresión «romper el bastón del pan» cuando había hambruna70. Al pan se le

añadía algo de masa madre, la levadura natural, para darle más consistencia,

65 Jer 41,5.

66 1 Cor 9,9 y Sal 1,4 respectivamente.

67 Respectivamente Jn 2,3; 2 Cro 2,10 y Dan 1,5; Is 28,7.

68 Como parecen aludir a ello: Gen 18,6; Jer 7,18 o Mt 13,33.

69 Ex 12,8; 1 Re 19,6.

70 Sal 105,16.

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exceptuando los días previos a la Pésaj donde se eliminaba todo grano de levado;

pues durante el Seder —la cena pascual— y los siguientes siete días, solo se

comería el pan ácimo, es decir, sin la masa madre71.

Las mujeres se encargaban también de la colada, la limpieza del hogar y de

ir a recoger el agua al pozo. Precisamente gustaban de ir a la misma hora por la

mañana y aprovechar para ponerse al día de todo, pues era de los pocos momentos

en que las mujeres se divertían, armando cierto alboroto que ningún hombre en su

sano juicio se hubiera atrevido nunca a perturbar. También era menester suyo hilar

la ropa para toda la familia, aunque la mayoría de las veces se limitaban a zurcir

o a remendar. Yeshúa veía a veces a su madre, bajo la luz de la lámpara de aceite,

poniendo parches usados sobre ropa vieja72; y gustaba contemplar el trabajo de

sus habilidosas manos. Como norma, las mujeres confeccionaban la ropa de su

propia familia y no había tejedores en los pueblos, ya que tal oficio era además

despreciado, por estar relacionado con mujeres y tener fama de fraudulento.

También eran mal vistos los curtidores, porque a veces usaban pieles de animales

prohibidos por la ley para confeccionar el cuero73. Además, las pieles desprendían

malos olores. El clima de Nazaret en invierno era frío, e incluso refrescaba en las

noches de primavera, aunque la mayor parte de los días del año eran agradables.

Sin embargo, en verano, el calor podía llegar a ser sofocante, siendo a veces

preferible estar dentro de casa.

Poco a poco, y con el devenir de los años, sus otros hermanos llegaron

también a la edad adulta y se fueron incorporando plenamente al trabajo familiar.

Este hubo de repartirse pues el taller no daba para todos. Yacob, el segundo hijo

de Yosef y Miryam, trabajaba también la cerámica y la cestería, construyendo

respectivamente pequeños jarrones o vasos, así como cestos. Mientras que Simón,

el tercer hermano varón, ayudaba a Yacob o bien trabajaba como labrador en el

71 Ex 12,14-15.

72 Alusión a Mc 2,21 y par. (par=pasajes paralelos en los otros evangelios canónicos). No se ponen parches nuevos en ropa vieja.

73 Este fue el oficio de Pablo de Tarso (Hch 18,1-3). Pedro estuvo alojado en casa de uno de ellos en Joppe (Hch 9,43), pero la casa se encontraba a las afueras de la ciudad (tocando al mar), para no perjudicar a la población con sus olores e impurezas (Hch 10,6). Los evangelios aluden a los bataneros (Mc 9,3), que blanqueaban la ropa, en el episodio de la transfiguración.

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campo junto al pequeño Yosef, el hermano menor. Conseguir reunir la dote de

Hanna había sido una de las prioridades de Yeshúa. La dote era importante para

la propia seguridad de su hermana, pues, aunque sería el marido quien la

administraría en su nombre, si este cometía alguna injusticia —incluida el

adulterio—, debería devolvérsela intacta a su mujer, lo que la ayudaría en su

manutención hasta que pudiera volver a casarse. Toda mujer debía casarse, y si

no lo hacía, se veía como algo extraño e incluso preocupante, por la situación de

inseguridad en que quedaba. Los dos hermanos varones más pequeños, Simeón y

Yosef, no llegaron a recibir la formación artesanal de su padre debido a su muerte

prematura. Lo que, afortunadamente, no supuso una grave crisis, pues el taller

tampoco podría haber ofrecido trabajo para todos ellos. Hana se casó finalmente

con un pariente de la misma Nazaret, y se fue a vivir con él siguiendo la

costumbre74. Yeshúa compartía ahora la cama solo con Yacob, mientras Simeón

dormía con Yosef y la pequeña Shalom con madre. El huerto de casa marchaba

bien y podían intercambiar alimentos por otros productos, como pescado o en

ocasión de algunas festividades, carne. Una o raramente dos veces por semana

comían el pescado que traían unos comerciantes al mercado desde Magdala,

ciudad portuaria a orillas del lago de Genesaret.

Yeshúa siguió imponiendo las manos75, como había hecho su padre con

aquellos que se lo pedían buscando mitigar su dolor. Sus hermanos y su madre

sabían que había heredado el don de padre y lo consideraban una gracia del Cielo.

Y cuando el viejo maestro Simeón murió, a veces ante alguna disputa, algunos

aldeanos habían llegado a buscar consejo en Yeshúa. Pues los carpinteros pasaban

por ser personas justas, por su capacidad de medir las cosas de forma exacta, como

hacían en su trabajo. En tales casos no era raro escuchar: «¿no hay aquí un

74 Según Mateo, las hermanas de Jesús vivían en Nazaret cuando él predicaba (Mt 13,55-56).

75 Imponer las manos: esta expresión tiene aquí un significado de curación por las manos. En otros casos el significado podía ser distinto, por ejemplo de bendición o también de transmisión de una capacidad o poder (aunque no sea real) a una tercera persona. Por ejemplo, en los primeros libros del AT (Antiguo Testamento), este es el medio por el cual se transfería la autoridad de una persona a otra, como en el caso de José a su hijo Efraim (Gn 48,17), o de Moisés a Josué (Núm 27,18). En el NT toma un significado parecido pues los discípulos de Jesús la usan como una forma de transmitir el poder del Espíritu Santo (Hch 8,17-19), pero también como curación (Hch 9,17-18). Jesús la usó también como forma de curación (Mc 6,5). Originalmente parece haber sido la forma en que los judíos transmitían sus pecados a un animal, el chivo expiatorio, que luego sacrificaban a su Dios (Lev 1,3-4).

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carpintero o hijo de carpintero que nos solucione el problema76?»

Yeshúa bar Yosef no se comprometió en matrimonio hasta que pudo reunir,

esta vez con ayuda de todos sus hermanos, la dote para la pequeña Shalom. A la

joven no le faltaban pretendientes, y Yeshúa acordó el contrato de la pequeña,

quien al cabo de un año de esponsales pasaría a vivir en casa de la familia de su

esposo, también en Nazaret, un hombre a quien él consideraba bueno y con

expectativas de futuro. Cuando hubo firmado el contrato se sintió muy aliviado y

feliz, pues supo que había cumplido ya la promesa que le hizo a padre. Fue

entonces cuando firmó su propio contrato de matrimonio con Judith, su amiga de

la infancia, quien pasó entonces a ser su esposa. Al cabo de un año77 la tomó ya

en su casa y el matrimonio se consumó definitivamente.

Los dos habían esperado mucho, pero valió la pena al fin. Las cosas ya

habían cambiado notablemente desde que su padre había muerto. La

reconstrucción de Séforis estaba muy avanzada e incluso Antipas se había

instalado en ella de forma oficial. Sin embargo, había decidido, de nuevo

emulando las grandes obras de su padre, dotar a Galilea de una nueva capital,

construida según los cánones modernos helenísticos, es decir, romanos y griegos.

76 Dicho utilizado en época de Jesús. (Más información sobre esta cita en el apartado J2).

77 Jesús muy probablemente no estaba casado en su vida pública. Esta empezó muy tardíamente y se desconoce lo que pudo pasar hasta los 33-35 años en que empezó a predicar. Cabe preguntarse porqué empezó tan tarde su misión. El matrimonio era lo normal en la época y es más plausible considerar eso que no lo opuesto. Sin embargo, aquí no hay una postura clara entre historiadores. Existen algunos pasajes en el evangelio de Juan que algunos autores consideran que pueden aludir a un supuesto matrimonio de Jesús en su vida pública: las bodas de Caná (Jn 2) —entendiéndolas como las suyas propias—, las palabras de Jesús en la cruz («Mujer, ahí tienes a tú hijo», Jn 19,26, dichas a su supuesta esposa), o la aparición del Jesús resucitado a María Magdalena («No me toques», Jn 20,17, dando a entender que ella era su esposa y venía a besarlo). Pero estos argumentos son difícilmente sostenibles. Por otro lado hay evangelios apócrifos que parecen dar a entender más claramente que Jesús estaba casado, especialmente el evangelio de Tomás (cuando Salomé se dirige a Jesús diciéndole «¿Quién eres tú, hombre… Tú has subido a mi cama y has comido en mi mesa.», EvT, 61) y el evangelio de Felipe («Y la compañera del [Salvador es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos, y la besaba fuertemente en la [boca]. Los demás discípulos…le dijeron: ¿Por qué la amas más que a todos nosotros? El Salvador respondió y les dijo: ¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?», EvF 55b) Estos últimos textos son de mediados del s.II al s.III, son tardíos y escritos por generaciones de cristianos teológicamente más avanzadas, y no deben entenderse literalmente, sino dentro de una línea espiritual que formó parte del cristianismo primitivo y que es la gnosis. (Sobre el estado civil de Jesús puede consultarse el apartado J3 y sobre la gnosis el apartado F6). Finalmente y más recientemente, el llamado evangelio (?) de la esposa de Jesús («Jesús les dijo: Mi esposa».) tal vez del s.IV, no es sino un fragmento pequeñísimo de papiro del que se conservan algunas líneas incompletas a cuyo significado sus mismos descubridores no dan autenticidad histórica.

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Así se empezó a construir una ciudad, a pocos estadios al sur de Magdala, también

a orillas del lago de Galilea. Para muchos era absurdo construir una ciudad allí

cuando la función ya era ejercida por Magdala. Y la nueva capital solo serviría

para disminuir el nivel de vida y la buena marcha de los que vivían en Magdala y

los alrededores, que eran judíos del país, a favor de los nuevos habitantes de la

capital, cuya gran mayoría eran goyim (no judíos), judíos de dudosa piedad o

judíos forzados a vivir allí. Pues la nueva capital fue construida prácticamente

encima de un antiguo cementerio, lo que convertía en impuros a sus habitantes.

Por eso muchos judíos piadosos rechazaron ir allí a vivir. Sin embargo, Antipas

no cedió en su empeño. Y así prosiguió su política de helenización en detrimento

de la gente del lugar. La ciudad fue llamada además Tiberias, en honor del

entonces césar de Roma.

El reciente matrimonio fue bien recibido en el pueblo. Si tanto Hana como

Shalom se habían ido a vivir a las casas de sus respectivos maridos, como

mandaba la costumbre, en contrapartida Yeshúa trajo a su esposa a su casa, donde

vivían también Yacob, Simeón y Yosef con sus respectivas mujeres e hijos78. Su

familia la recibió bien —pues la conocían de toda la vida— lo que fue sin duda

agradable, pues a menudo el cambio de familia podía ser algo traumático para la

mujer, que se incorporaba a una comunidad en la que podía sentirse extraña o

incluso separada. Cada vez que un nuevo matrimonio se incorporaba a la familia,

Yeshúa y Yacob añadían una habitación a la casa; todas ellas comunicando con

un espacio interior que hacía las funciones de patio común. Yeshúa era entonces

el patriarca de su familia y tenía el pleno respeto de sus miembros, además de

contar con el afecto sincero de sus hermanos, pues había ocupado con éxito el

lugar de su padre a base de su propio esfuerzo y trabajo. Él y Judith se casaron en

septiembre, después de la vendimia, una época de celebración y alegría para todos

los pueblos de Israel. El día del matrimonio, la esposa pudo aparecer en el cortejo

con la cabeza desnuda79, mostrando su bonito pelo y un delicado peinado. A

diferencia de las ciudades, aunque en la vida diaria el velo era obligado, en el

78 Pablo explicaba que los hermanos de Jesús estaban casados y que sus esposas los acompañaban en sus viajes de predicación (1 Cor 9,5).

79 Lo que significaba que era virgen. No sucedía así si no lo era, por ejemplo si era viuda y se volvía a casar.

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campo —donde las mujeres podían andar solas hasta la fuente, ayudar en el huerto

e incluso vender luego sus productos— las relaciones eran más libres y las

costumbres menos estrictas, por lo que las mujeres podían no llevarlo en algunas

circunstancias. Con la consumación del matrimonio, Yeshúa pasó a ser según la

ley el dueño de su mujer, y ella le debía obediencia. Pero ambos se querían y se

anunciaba un matrimonio feliz.

*

Lamentablemente no fue así como siempre sucedió, pues aunque Yeshúa y

Judith se querían, al cabo de cinco años aún no habían tenido hijo alguno. El Señor

no los había bendecido en ese sentido, lo que fue un hecho penoso para ellos,

desdichado para su familia, sospechoso para algunos aldeanos y un castigo del

Cielo para otros. Había quien recordaba que el Señor dejó estéril a la mujer de

Abimelec y a todas sus siervas en el Génesis, y sus razones tendría80. Otros —

muy pocos—, que si Jesús era un mamzer no podía casarse con una mujer que no

lo era. Según la ley, Yeshúa podría haber repudiado a su mujer81 y haberse casado

de nuevo con otra; pero no quiso. Judith le había sugerido que podía tomar otra

esposa, como hizo Abrahán con Agar, la sirvienta de su mujer Sara, o Jacob con

Bilhá, la sirvienta de su segunda esposa Raquel82, pero aparte de que mantener a

dos esposas hubiera sido bastante costoso, Yeshúa jamás le hubiese hecho eso a

su mujer, porque la amaba demasiado. Para él, Judith era la mujer de su vida, la

80 Gen 20. Un “oprobio”, una deshonra pública, es como define el NT a la esterilidad (Lc 1,25).

81 El Talmud es un libro formado por la unión de dos libros, la Misná y la Guemará, ambos comentarios de leyes escritos por rabinos destacados de los primeros siglos de la era cristiana. Lo que decimos toma como referencia el Talmud de Babilonia (tratado Pesahim 113b), aunque fue recopilado unos siglos después (s.V), y no se sabe seguro si su validez era exacta en la época de Jesús. Al cabo de diez años sin hijos, resultaba obligado cambiar de esposa según la Misná (tratado Yebamot 6, 6). Es interesante señalar como la ley daba por supuesto que la mujer era la responsable de la infertilidad y no el marido. (Sobre la situación de la mujer en el judaísmo del s.I, puede leerse el apartado I2d).

82 Gen 16,1-4 y Gen 30,1-6 respectivamente.

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que el Génesis prometía a cada hombre. Y era con ella con quien debía formar

una familia83. De momento, Yeshúa disfrutaba con sus sobrinos y esperaba. Pero

Judith, cuando lo veía jugar y reír con ellos, sentía un enorme vacío en sus

entrañas. Tanto su marido como sus cuñadas la habían consolado en repetidas

ocasiones, pero la pena seguía dentro. A veces le costaba mirar a los ojos de su

marido, porque se sentía culpable y avergonzada por el oprobio de su esterilidad.

Yeshúa seguía trabajando la mayoría de las veces en Séforis, donde llevaba

ya el peso de algunas obras menores, como antes había hecho su padre. La salud

de su esposa empeoró en el último año, y a veces sufría crisis de tos. Las

cataplasmas de mostaza aplicadas al pecho que le recomendó el físico, y que se

hacían triturando el grano de esta planta, le hacían poco efecto. Una curandera de

Naím la visitó también, pero con poco resultado84. En cambio, Judith mejoraba

más cuando Yeshúa le imponía las manos sobre el pecho y rezaba —como había

visto antes hacer a su padre—. Eso la ayudaba… al menos durante cierto tiempo.

Pero su enfermedad convencía a la gente que esa joven familia no había sido

bendecida por el Señor. Aunque Yeshúa era honesto y trabajador, otros elementos

jugaban en su contra: siempre había quien recordaba que había nacido antes de

consumarse el matrimonio de sus padres. Además, su padre había muerto no de

muerte natural —lo que algunas voces habían llegado a relacionar con lo

anterior— y él se había casado con una mujer infértil que no contaba con la gracia

del Señor, y se veía obligado a trabajar en una ciudad donde había numerosos

gentiles, lo que para los más conservadores de la aldea, era algo negativo. Con el

tiempo, la gente empezó a acudir preferiblemente al físico, y fueron dejando de

pensar ya en el tékton de la aldea como sanador. Y esa faceta de Yeshúa fue

cayendo en el olvido entre la gente. Aunque no para su familia, que seguía

recurriendo a ella cuando les hacía falta. También con el tiempo, algunos

prefirieron confiar sus reparaciones a su otro hermano, Yacob, y no a él. Todo

esto no fue un proceso rápido, no pasó de la noche a la mañana; sencillamente fue

pasando.

83 Gen 2,21-24. Jesús se manifestó duramente en contra del divorcio (Mc 10,1-12 y par.) recordando este ejemplo del Génesis. (Para más información, ver el apartado J13).

84 Había mujeres curanderas en el judaísmo. (Lo citamos brevemente en el apartado J10).

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Yeshúa contaba con la ayuda y la admiración de sus hermanos y el amor de

su madre. Sin embargo, el joven matrimonio era consciente de su pesar, y aunque

Yeshúa creía que el Señor terminaría por bendecirlos, no entendía porque se

demoraba tanto. Simeón, su maestro en la sinagoga, antes de morir le había dado

esperanzas, poniéndole ejemplos de otras mujeres que, según las Escrituras,

habían parido en edad más avanzada, como la mujer de Abrahán. Pero Judit se

consideró85 siempre desdichada y marcada por no tener hijos, sintiéndose

empobrecida ante las demás mujeres de la familia y de la aldea. La infertilidad

era una vergüenza severa para ella y para toda mujer de bien86. Eso, unido a su

frágil salud, la debilitó aún más si cabía. Su nueva familia, y la aldea en general,

la tenían por una mujer honesta y trabajadora, aunque alejada del cariño del Señor.

Y como algunos aldeanos solían decir, el Cielo debía tener sus razones para ello.

Y así fueron haciendo durante un cierto tiempo más, en el que, aunque la tos de

Judith se agravó, ella procuraba no darle importancia y seguir adelante. A pesar

de intuir en su sino que la situación no mejoraría.

El shabbat la aldea se seguía reuniendo en el antiguo almacén que hacía la

función de sinagoga, y allí leían las Escrituras y alababan al Señor. Al llegar la

noche, cuando el shabbat oficialmente terminaba, discutían los asuntos del pueblo

que requerían más atención, como organizar algunas actividades, solucionar

algunas rencillas vecinales o preparar la festividad más próxima. A veces recibían

visitas de gente de otras partes del país, principalmente familiares o amigos, y

también de aldeanos que retornaban de peregrinación en caravana desde

Jerusalén, donde habrían celebrado alguna festividad. Todos ellos traían noticias

del país. Yeshúa había ido muy de vez en cuando con ellos hasta Jerusalén,

especialmente en alguna Pésaj. Aunque la ley obligaba a ir al menos tres veces al

año, por Pésaj, Shavuot —Semanas o Pentecostés — y Shukkot—Tabernáculos—

, las necesidades económicas de las pobres gentes de Nazaret hacían eso

impracticable; y una vez al año resultaba ya mucho.

Pero la gente que iba y venía de Jerusalén era la que se encargaba de

mantener informados a los pueblos. Así fue como, tiempo atrás, mientras

85 Gen 21,1-2.

86 Lc 1,25.

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discutían sobre la preparación de Purim —la fiesta de verano y una de las más

alegres, donde se celebraba la intercesión de Esther ante la amenaza del rey

persa— algunos vecinos que habían regresado con la caravana de Jerusalén,

habían contado la noticia de la muerte del rey Herodes. O cuando, tiempo después,

otros relataron que el hijo mayor de este, Arquelao —quien gobernaba la mitad

del reino de su padre— había sido destituido y sustituido por un romano87. La

última noticia que había llegado a Nazaret era que Herodes Antipas se había

casado con su cuñada Herodías —quien aún estaba casada con uno de los

hermanos del mismo Herodes—, y que había sido ella misma la que había tomado

la iniciativa de repudiar a su marido. Un hecho insólito y que suponía una evidente

infracción de la Ley88, pues una mujer no podía tomar tal decisión. El padre de la

primera esposa de Antipas era el rey de los nabateos, que vivían al sur de Israel,

y cuando su hija repudiada se lo contó, no se lo tomó nada bien. Algunos judíos

pensaron que podría haber guerra entre los dos países, aunque por fortuna no fue

así89.

*

El Nazareno llegó un día a casa y su mujer no salió a recibirle con un jarro

de agua fresca, como era su costumbre en los cálidos días de verano. La llamó y

no obtuvo respuesta, lo que le extrañó. Inquieto, dejó sus cosas en el suelo y entró

en la habitación, encontrándola tumbada boca abajo e inconsciente con un visible

87 Este dato es correcto. Su mala gestión, que provocó incidentes entre los distintos grupos judíos, provocó su destitución por orden de Octavio Augusto, quien ya no quiso nombrar otro sucesor judío y destinó en su lugar un prefecto romano. El primero fue Coponio y el más conocido, Poncio Pilato. (Más información en el apartado I1b).

88 Lev 18,16.

89 Sin embargo, la guerra entre Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea, y Aretas IV, rey de Nabatea, sí sucedió finalmente, aunque años más tarde a la muerte de Jesús, hacia el 36. Y se saldó con la derrota del primero. Muchos judíos lo consideraron entonces un castigo por el asesinato de Juan el Bautista ordenado por Herodes.

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golpe en la cabeza, sangre seca en la frente, y aún líquida en la comisura de los

labios. La levantó y la puso sobre la cama, donde la sacudió un poco hasta que

volvió en sí, aún desorientada.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó mientras con un trapo limpiaba la

sangre de sus labios.

—No lo sé Yeshú. Estaba doblando la ropa y noté calor, mucho calor.

Entonces entré en casa para beber agua y, supongo, me caí. Y… —dijo

poniéndose la mano sobre la frente—, me golpeé la cabeza, ¿verdad?... Pero no

me acuerdo de eso.

—¿Tropezaste?

—Creo que no.

Yeshúa tocó la mejilla de su mujer y la sintió caliente. Entonces le puso la

mano en la frente y se sorprendió.

—Judith, estás ardiendo.

—¿Sí? —dijo ella intentando levantarse—. Tengo calor... y frío. ¿Puede ser

por el golpe?

—Quédate en cama —le dijo impidiendo que se levantara.

—Pero no puedo. Tengo que acabar de recoger la ropa, preparar la cena y…

—un nuevo ataque de tos le sobrevino; y Judith cogió el trapo de las manos de su

esposo en un gesto rápido y se lo puso en la boca. Al pasar la tos y retirarlo,

Yeshúa vio de nuevo sangre en sus labios.

—¡Judith! Vuelves a tener sangre en los labios.

—¿No te ha tocado verdad? —dijo ella por miedo a haberle contaminado.

—No, no es eso.

Ella se los secó y contempló el trapo enrojecido en algunas zonas.

—¿No es esta la primera vez que te pasa verdad?

—A veces sangro un poco cuando toso —dijo ella—. Solo de vez en cuando.

—Oh Judith, ¿por qué no me lo dijiste?

—No quise preocuparte Yeshú. Has tenido que trabajar tanto para ayudar a

la familia.

El Nazareno la miró con ternura.

—Descansa aquí.

—Soy tu esposa. Debo cuidar de ti.

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—Hoy quiero que descanses —dijo forzando una sonrisa y cubriéndola con

una manta.

—Bueno —dijo ella viendo que no había otra solución y sintiéndose

agotada—. Creo que me hará bien reposar un rato.

Yeshúa se levantó y avanzaba hacia al exterior cuando Judith le interrumpió.

—No es grave, ¿verdad Yeshú?

—Tienes fiebre y necesitas descansar —le dijo, aunque le costó mirarla

directamente a los ojos. Luego, cuando salió al exterior, alejado de la mirada de

su mujer, se puso las manos en la boca y se contuvo para no llorar. Tuvo que

apoyarse contra una pared para no caer. El Nazareno lo sabía bien; su padre se lo

había explicado un par de veces por lo menos, para que supiera reconocer el

principio de esa enfermedad y alejarse de ella. Era tisis. Y todos conocían la

evolución, a veces lenta o a veces rápida, pero siempre con el mismo triste final.

Al ver acercarse a su madre, el Nazareno hizo un esfuerzo para serenarse, aunque

ella detectó la preocupación en el rostro de su hijo.

—Hijo… ¿qué pasa?

Yeshúa la alejó un poco de la casa y entonces le habló.

—Madre —le dijo antes de que ella pudiera decir nada más—, Judith y yo

nos trasladaremos.

—¿Pero por qué?

—Judith está enferma madre.

—¡Enferma! ¡Cielo bendito! —dijo antes de poder respirar al fin—. ¿Tan

grave es?

—Lo es madre.

—Hijo mío… —dijo ella poniéndole su mano en el hombro.

—Estaremos bien.

—¿Pero dónde iréis?

Yeshúa volvió la cabeza hacia el viejo cobertizo en el que guardaban todo

tipo de trastos.

—Pero no podéis vivir allí —dijo entendiendo su mirada.

—Aún no. Pero lo arreglaré; y dentro de un par de días nos trasladaremos.

No digas nada a los hermanos de momento. Hasta entonces, Judith comerá en

nuestra habitación.

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—De acuerdo hijo. Tú arregla el cobertizo, pero ya sabes que tus hermanos

te ayudarán sin más explicaciones. Y yo… —dijo tras un suspiro—, yo le traeré

la comida cuando no estés, para que ella pueda descansar.

*

Aunque con los cuidados Judith consiguió recobrarse, su salud volvió a

empeorar a las pocas semanas, y esta vez tuvo que guardar cama más tiempo.

Yeshúa ya había habilitado plenamente el cobertizo y vivían allí. No quería que

los frecuentes esputos sanguinolentos de su mujer trajesen la impureza a

miembros de su familia. La noticia se extendió inevitablemente por la aldea,

donde la desgracia de Judith fue interpretada en la misma línea del castigo divino

que ya suponía su infertilidad. Entre algunos habitantes del pueblo había debate

sobre si el pecado procedía de ella o de sus padres, pero al ser estos gente piadosa

y haber tenido varios hijos, Judith emergía como la principal responsable de lo

que le sucedía. Sin embargo, y tal vez porque Yeshúa era considerado por la

mayoría del pueblo un hombre bueno, aunque desafortunado —muy pocos lo

señalaban como mamzer—, si alguien sugirió el traslado de la enferma fuera de

la aldea, tal idea no prosperó. Pero a pesar de que el Nazareno obtuvo el apoyo de

su familia y de algunos amigos, en general primó cierta indiferencia entre la gente

del pueblo hacia su desgracia.

Yeshúa tuvo que sufrir cuando las fuerzas de su mujer de veintiséis años

iban minando cada día. Pasaron unos últimos meses muy tristes y penosos.

Yeshúa rezaba en solitario buscando ayuda. Su padre y Simeón, su antiguo

maestro, ya no estaban. Y nadie había podido ocupar su lugar con la misma

autoridad y sabiduría. Ayunó algunas veces implorando por su mujer. Usó sus

habilidades sanadoras con ella, aunque solo conseguía muy temporalmente

alejarla del sufrimiento. Pensó que tal vez había perdido lo que su familia

consideraba un don. También pasó a trabajar menos horas en Séforis, yendo solo

por las mañanas, para luego volver a casa y atender las necesidades básicas de su

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esposa. La alimentaba, la limpiaba y la cuidaba. Estaba tan menguada que verla

entera le resultaba muy doloroso, pero lo disimulaba. La vestía cuando ella se

encontraba algo mejor, y entonces la llevaba afuera. Le había construido una silla

especial, muy cómoda, con el asiento y el respaldo forrados de lana, donde ella

podía sentarse al exterior y, ya bien abrigada, contemplar como Yeshúa trabajaba

en el pequeño huerto que tenían.

Y llegó el último mes, luego la última semana, y tras ella el último día. Lo

pasaron juntos. Al atardecer, Yeshúa se la llevó afuera, para que disfrutara una

vez más de la belleza del fértil valle de Yizreel, al sur de las montañas de Nazaret,

el lugar donde Débora luchó contra Sísara, el jefe del ejército cananeo, y donde

Saúl lo hizo contra los filisteos90. Y allí, con esa bonita puesta de sol, bañados por

la última luz del crepúsculo, su mujer se fue. Estaba tan pálida y había perdido

tanto peso que sus ojos se hundían ya en el cráneo, y no pudiendo contemplarlos

más sin vida, prefirió cerrárselos. Lloró el Nazareno e imploró a Yahvé entre

sollozos: primero rogando por un milagro, después preguntándole enfadado el

porqué y, finalmente, ya resignado, pidiendo por la resurrección de su alma en el

día del Señor.

Sabía desde niño que los cadáveres eran impuros, pero abrazó el cuerpo de

su mujer con toda la fuerza que pudo. Y allí se quedó, hasta que abatido por el

cansancio, dejó de llorar y consiguió recuperar en algo sus fuerzas. Lo suficiente

como para llevarla de nuevo dentro del cobertizo. Como si estuviese dormida, la

colocó con dulzura sobre la estera y la manta que formaban la cama. Y encendió

la lámpara de aceite y unas velas para ver con más claridad. La desvistió y la lavó

con un paño húmedo91. Luego le puso su vestido más bonito, el que más le gustaba

de los tres que tenía, y le cubrió la cara con el velo que tenía92. Y allí permaneció,

quieto a su lado, velándola el resto de la noche. Por la mañana, cuando su hermano

90 Jue 4 y 1 Sam 29 respectivamente.

91 Según la costumbre que aparece en el NT: Hch 9,37.

92 Gen 24,65-67.

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vino a visitarlo, Yeshúa impidió que le tocara para no contraer impureza93, y le

pidió que transmitiera la noticia a su familia y a los padres de ella. Al enterarse

los padres de lo sucedido, le agradecieron el cuidado que siempre había tenido

con ella, pero se enfadaron por no haber podido velarla el tiempo suficiente, y

haber tenido poco tiempo para buscar plañideras94. Aunque ya estaban hechos a

la idea, vista la progresión de la enfermedad, que su desdichada hija moriría

pronto.

Yeshúa no quiso que entrara persona alguna en el humilde cobertizo, y solo

él se mantuvo en la más estricta impureza. Cuando estuvieron todos los familiares

reunidos de las dos familias, sacó finalmente el cuerpo en brazos y lo dispuso

sobre una tabla que su hermano había traído. Y allí, al exterior, sin tener que

contaminarse por entrar en la casa, su familia pudo por fin verla. Aunque Yeshúa

tuvo cuidado de que nadie lo tocara a él, dejó que los familiares que quisieran

tocaran el cuerpo de su esposa. Luego, entre los cinco hermanos trasladaron el

cuerpo de Judith sobre la tabla, pues no había féretro. Delante de la comitiva iban

como era costumbre las mujeres, llorando y dando muestras de dolor, echándose

ceniza y tierra sobre la cabeza. Las demostraciones de aflicción eran siempre

ruidosas. Dos flautistas iban detrás de ellas, emitiendo notas lúgubres, apropiadas

para el momento95. Se dirigieron al cementerio, un lugar que el uso había ido

creando como tal, y que se mantenía a más de cincuenta codos de la aldea. Allí se

enterraban todos los judíos del pueblo, aunque no los marginados por la sociedad

ni los gentiles. Esa fue la única impureza que contrajo la gente, y era muy habitual

que en las aldeas y pueblos gran parte de la población se contaminara así; pero

era considerada una impureza menor. Solo él entró dentro de la tumba, en verdad

una pequeña cueva, y ungió el cuerpo con aceite antes de cubrirlo completamente

93 Respectivamente Núm 19,14 y 19,22. En el judaísmo antiguo, la pureza no debe ser confundida con la limpieza en un sentido moderno y contrario a los gérmenes. La impureza tampoco debe ser confundida con problemas médicos, sino que es un término derivado de la legislación de la Torá y se aplica solo a los judíos.

94 Los tratados de la Misná (Ketubot, 4,6 ; Metsia, 6,1) indican que, incluso el israelita más pobre si pierde a su esposa debe poder costearse al menos, una plañidera y dos flautistas.

95 Es posible que en época de Jesús esta costumbre estuviese ya en vigencia. Mt 9,23 parece aludir a ello.

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con la sábana. Dejó el velo cubriéndole el rostro96. La enterró junto a su propia

familia, al lado de sus abuelos y también de su querido padre, bajo la sombra de

un terebinto97, un árbol de larga vida muy estimado por los judíos. Los israelitas

no practicaban la cremación, entre otras cosas a causa de la creencia en la

resurrección. Sellaron la pequeña entrada a la cueva con grandes piedras, para que

no entrasen perros u otros animales a mordisquear el cuerpo. Dentro de un año

aproximadamente, volvería a entrar, recogería los huesos y los depositaría en una

urna junto a los otros, liberando así espacio en el interior de la tumba.

Al terminar fueron muchos a casa de la familia, comieron el «pan de luto»98

y bebieron vino. Allí vinieron algunos vecinos más a dar sus condolencias.

Yeshúa continuó sin dejar que nadie lo tocara. Y al concluir, se aisló con la excusa

de la semana ritual de purificación que le exigía la Ley. Días después se purificó

con agua lustral, que algunos peregrinos habían traído de Jerusalén. Como no

había sacerdotes de Jerusalén en Galilea, el nuevo encargado de la sinagoga se

ocupó de realizar las aspersiones del agua lustral, una mezcla de agua y cenizas

de una novilla roja sacrificada en el Templo, el tercero y el séptimo día99. Yeshúa

se bañó luego y lavó también sus vestidos, como mandaba la ley. Y quedó puro.

96 Según la costumbre que aparece en los evangelios: los perfumes para ungir en Mc 14,3-8.16,1; y el pañuelo para cubrir la cabeza en Jn 11,44. 20,7. Los «nichos» (kokhim, en hebreo) excavados en las roca son habituales en época de Jesús y también se han encontrado en Galilea, por ejemplo en Cafarnahum.

97 Is 6,13 cf. 1 Cro 10,12. Terebinto: también conocido como cornicabra, es un árbol pequeño, aunque

puede alcanzar hasta los 6 m. de alto, de la familia de las anacardiáceas, del género pistacia, nativo

del Mediterráneo occidental y que se extiende desde las islas Canarias, Marruecos y la

Península Ibérica hasta Grecia y el oeste de Turquía.

98 Ez 24,17.

99 Esta es una suposición. Los sacerdotes podían distribuir agua lustral en poblaciones cercanas a Jerusalén, pero Galilea quedaba muy lejos. Es arriesgado decir que algunos peregrinos podían traer el agua lustral, pero es posible que hubiera algún método de purificación que evitara la obligación de ir a Jerusalén, pues no todos podían hacer ese viaje una vez al año. Y es obvio que el número de muertes, especialmente con una mortalidad infantil alta, era considerable durante el año. Por ley, la auténtica purificación tenía que celebrarse en Jerusalén y el agua lustral ser impartida por un sacerdote. En las festividades muchos llegaban una semana antes para tener tiempo a purificarse, y solo terminada esta, entraban en el Templo. Todo el proceso de purificación está descrito en el AT (Núm 19).

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101

*

Pasaron entonces dos años en los que Yeshúa se concentró en su trabajo y

en la oración. Ambas cosas centraron su vida, y poco a poco, empezaron a llenar

el vacío dejado por Judith. Volvió a la casa tras limpiar el cobertizo y quemar

algunas de sus cosas. E hizo aspersiones, con agua traída del Templo por unos

peregrinos, y así purificar el lugar. Hubiera tenido que hacerlas un sacerdote, pero

tuvo que hacerlo él mismo. Tras todo eso, aún le pareció que permanecía un ligero

aroma en la habitación que le recordaba a su esposa; aunque con el paso del

tiempo, fue menguando.

Si bien sus hermanas e incluso su madre insistieron en que debía volver a

casarse, desde ese momento él no manifestó interés alguno en ello. A veces se

aislaba algunos días y oraba en solitario en la naturaleza, gustando de subir al

cercano monte Tabor. Empezó a reflexionar sobre lo que le había sucedido. Sobre

el pecado y sobre la bondad de su esposa. Y no pudo entender la conexión.

Tampoco creyó ver pecado en los padres de ella, que eran gente honrada y piadosa

que habían tenido más hijos que vivían en plenitud. Yeshúa pensó si habría sido

él el responsable de lo sucedido, pero honestamente no entendía en qué podría

haber pecado; aunque recordaba que la ley decía que uno podía ser igualmente

culpable del pecado que hubiese cometido aún sin conocimiento de ello100. Pensó

también en su nacimiento, producido antes de la consumación del matrimonio de

sus padres, pero como bien le había dicho su padre, si hubiese habido sombra de

pecado en ello, él habría nacido con algún mal; o si no, su hijo. Pero no tuvo. Así

que empezó a dudar de la relación del pecado y la culpa. Todos los shabbat iba

puntualmente a la sinagoga y escuchaba con atención la lectura de la Torá. A

menudo, iba también a la sinagoga otros días de la semana —diez hombres

varones adultos juntos reunidos ya eran suficientes para que se celebrara la

asamblea del Señor— aunque él no pudiera leer las Escrituras. El antiguo hazán

100 Se creía en la transmisión del pecado de los padres a los hijos (Ex 20,3-5; Jn 9,2-3) o en el pecado cometido sin conocimiento (Lev 5,17-19). (Leer más sobre el pecado y la herencia de este en el apartado J13b).

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102

de Simeón era ahora el encargado de hacerlo.

En la sinagoga de la aldea seguían reuniéndose periódicamente aquellos que

traían nuevas de otros pueblos y ciudades de Israel, la mayoría llegados en las

caravanas de Jerusalén. Así llegó un día la noticia que en la región de Perea, tierra

gobernada también por Antipas —y no muy lejos de Jericó—, había un hombre

que empezaba a tener seguidores, y que con el agua del Jordán limpiaba los

pecados y prometía una vida nueva. Criticaba a los ricos y a los sacerdotes de

Jerusalén con dureza, y trataba a todos por igual. Muchos se habían convertido al

oír sus palabras. Ese hombre hablaba de la llegada de un nuevo Reino. Vivía muy

austeramente, como los profetas de antaño, y algunos se preguntaban si no habría

surgido un nuevo profeta en Israel101. También se decía que hasta el mismo

Herodes le temía, porque hablaba con rectitud y justicia. Yeshúa supo también

que en la próxima caravana a Jerusalén habría algún grupo de galileos que deseaba

desviarse para oírlo directamente. Muchos eran jóvenes y poseían sin duda un

fuerte sentimiento nacionalista y querrían saber lo que pensaba ese profeta sobre

ello: ¿iba a caer Roma? ¿Iba Dios a intervenir pronto? ¿Era cierto que surgiría el

Mesías? Yeshúa participaba también de todas esas inquietudes. Él era también

favorable a la libertad de su pueblo y a su sola dependencia respecto al Señor;

deseando que Este hiciera algo en su favor, como antaño había hecho con los

macabeos o aún antes, como explicaba la Torá, cuando liberó a su pueblo de la

esclavitud en Egipto102.

Cierto día, concluido el último sol de atardecer sobre la aldea y tras cenar,

Yeshúa fue a hablar con Miryam; quien remendaba bajo la luz de la vieja lámpara

de aceite, un parche en la túnica de uno de sus nietos. Ver trabajar a su madre le

devolvía a su infancia, cuando ella cosía la ropa que él rasgaba jugando. Recordó

esos felices momentos un instante. Miryam, aún sin verlo, percibió la figura de su

primogénito, y a esas horas avanzadas del día, pensó que algo importante iba a

suceder.

101 Mt 14,5. Se habla de Juan el Bautista.

102 Se alude a la historia pasada del pueblo judío, que vivió en Egipto bajo el yugo opresor de los faraones, hasta su liberación por Moisés narrada en el Éxodo. Sin embargo, arqueólogos e historiadores modernos consideran que no fue así como sucedió. (Ver al respecto la Bibliografía y el apartado I1a1, ambos en el análisis histórico).

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—¿Eres tú Yeshúa?

—Sí, madre… —dijo él con tono pausado—. ¿Ese zurcido ya no es para mí,

verdad?

—No, hijo. Ahora zurzo para mis nietos, que son tan revoltosos como lo

eras tú —y sonrió sin dejar de trabajar.

—Madre…

—¿Tienes algo importante que decirme verdad? —dijo ella intuitivamente,

aunque haciendo como si nada.

Yeshúa entró aún más en la casa y se agachó delante de ella

—Madre, ¿crees que lo sucedido pudo ser por mi culpa?

Ella levantó la cabeza y dejó de zurcir

—No hijo. Tú eres bueno, como mi Yosef.

—¿Ni tampoco por culpa de ella?

Miryam respiró profundo antes de responder

—Judith era una mujer honrada y buena hijo. Es todo lo que puedo decirte

—y le acarició la mejilla antes de continuar con lo que estaba haciendo. Yeshúa

dejó pasar unos momentos, contemplando el rostro de su madre y percibiendo aún

rasgos de juventud en él.

—Madre… —le dijo al fin—. Me voy.

El extremo de la túnica que Miryam sujetaba con la otra mano cayó al suelo.

La mujer le respondió con una pregunta que le sorprendió.

—¿Volverás hijo?

—¿No me preguntas a dónde voy madre?

—Siempre supe que algo así te iba a suceder. Incluso cuando te casaste,

pensé que este día aún podía llegar. Tú siempre fuiste diferente en eso a tus

hermanos... ¿Vas a ver a ese hombre que bautiza verdad?

Yeshúa cogió aire

—Sí madre.

—Hijo… ya sé que eres un hombre, y que debes hacer lo que crees que es

debido, pero… ¿piensas que ese hombre podrá ayudarte?

—Lo sabré cuando le oiga madre.

—¿Y qué esperas que ese hombre te diga?

—No lo sé. Voy a escucharle.

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—¿Piensas que es un profeta?

—Algunos que lo han oído, así lo creen.

—Tu padre amaba a los profetas. Pero mi Yosef no era práctico. Los

profetas siempre son peligrosos. Dicen las verdades que los poderosos no quieren

oír, y terminan mal. Y seducen a muchos, que les siguen y luego sufren por ello

—dijo ella con pesar. Luego respiró profundamente una vez más—. ¿Cuando

partirás?

—Pasado mañana.

—¿Tan pronto tiene que ser? —dijo tras una respiración cortada.

—Me han hablado de unos galileos de Naim que quieren también saber de

ese hombre. Iré con ellos en la caravana a Jerusalén.

—¿Ni siquiera pasarás la Pésaj con nosotros?

—No tengo motivos que celebrar… —reflexionó—, y solo os perjudicaría.

Miryam intentó mantenerse serena y, como percatándose de la realidad,

recogió el extremo de la túnica que antes se le había caído de las manos. Luego le

quitó el cabello de la frente a su hijo y le acarició la corta barba.

—Estarás bien aquí —le dijo Yeshúa en un intento de tranquilizarla—. Mis

hermanos cuidarán de ti. Ya he hablado con Yacob, ahora él ocupará mi lugar.

—Tus hermanos te idolatran; tú eres un ejemplo para ellos. Recuerda que

ellos podrían seguirte si los necesitas, hijo.

—Lo sé madre. Pero ellos tienen una familia y yo no.

—Podrías volver a casarte —dijo Miryam clavando sus ojos en los suyos—

. Nadie te culpa de nada, Yeshúa. Aún podrías ser feliz en Nazaret… tú eres mi

primogénito: la casa y la poca tierra que tenemos son tu herencia.

Yeshúa respiro hondo. Eso parecía ya no importarle si no lo compartía con

Judith.

—Creo que esto ha sucedido por algo, madre. Y creo que ahora debo irme.

—Yeshúa, mi pequeño Yeshú —fue la primera vez que usó el diminutivo

con el que le llamaban afectuosamente sus amigos y su esposa. La mujer le tocó

los labios con su mano, como si no quisiese oír más cosas de su partida—. Solo

es a ti a quien, cuando miro a los ojos, veo los ojos de mi Yosef. Y tus manos son

las suyas. Heredaste su don. Siempre pensé que harías con él algo más que lo que

hizo tu padre.

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Y luego le miró con cierta resignación, pero con ternura.

—Prométeme que cuidarás de ti. Prométeme que no me harás sufrir, hijo

mío… y prométeme que volverás.

—Volveré, madre —y la besó en la frente—. Eso te lo prometo.

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SEGUNDA PARTE

VIDA PÚBLICA

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CAPÍTULO 4

EL MAESTRO

Perea y Galilea, años 29 y 30...

Y por fin llegó el día. Ese día tan esperado. El día en que se despidió

cariñosamente de su familia y dejó su aldea; sin temor y con esperanza. Llevaba

puesta su mejor túnica, ceñida con un cinturón, y el manto de oración de su padre

—el talit— con los tzitzit cosidos en las cuatro puntas. Llenó el zurrón con algo

de comida y ropa interior de recambio, y enrolló un grueso manto junto a la estera

antes de colgársela del hombro con una cuerda. Salió temprano del pueblo,

llenando el odre de piel de cabrito103 con el agua fresca del pozo. Y partió hacia

Naim esperando encontrar a otros galileos que, en peregrinación hacia Jerusalén,

se desviarían también hacia Betania de Perea104. Allí, en un torrente del río Jordán,

esperaba encontrar una respuesta al pecado diferente a la tradicional que pasaba

por el Templo de Jerusalén.

¿Pero sería ese Bautista también un profeta? ¿Uno como aquellos de quién

Simeón o su padre tantas veces le habían hablado con orgullo? ¿Sería ese hombre

103 Odres: bolsas confeccionadas a base de piel de animal cosido. Si son relativamente pequeñas, pueden usarse a modo de modernas cantimploras. Los odres aparecen en Mt 9,17.

104 Estudios recientes sitúan al Bautista bautizando efectivamente al este del río Jordán, en la Jordania actual. Ver nota 123. (Puede leer más en el apartado I1d9ii.a). Si hubiese estado al oeste del Jordán estaría en tierra de Pilato y su detención hubiese podido ser efectuada con mucha más rapidez y menos miramientos por el prefecto romano.

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un nuevo Oseas o un nuevo Isaías? Algunos decían incluso que era Elías105, quien

finalmente había regresado cumpliendo lo anunciado. ¿Iba a conocer, pues, a un

profeta? —se preguntaba con el corazón henchido de esperanza—. Y si lo era…

¿qué intenciones tendría? ¿Tenía aquel Reino, cuya llegada inminente predicaba,

algo que ver con el «día del señor» que anunciaban los profetas106?

Fuera lo que fuera, tenía que escucharle directamente; verle con sus propios

ojos. ¿Si hablaba Dios por su boca, se daría cuenta? Tantas y tantas preguntas

cruzaban su mente a cada instante, que apenas formulaba una le venían dos más.

Aquel día fue uno de los momentos más decisivos de su vida. Al fin partía de su

aldea. Tenía ya treinta y tres años107, y se sentía fuerte y joven. Y se dio cuenta de

que, hasta aquel día, apenas había vuelto a sonreír desde la muerte de su esposa.

A razón del clima estacional la época de los viajes no empezaba hasta el

mes de nisán108, cuando finalizaba la época de lluvias y los caminos no estaban

tan encharcados. Ir en invierno resultaba demasiado peligroso, pues a las

vicisitudes del viaje había que añadir además el frío109. Ahora en primavera

empezaban a florecer ya algunos árboles, y hasta podían comerse las primeras

105 Elías: este nombre volverá a salir con frecuencia. (Hablamos de él en el apartado I1d6, y especialmente de su relación con Juan el Bautista y con Jesús en el apartado J9e). En síntesis, Elías fue uno de los primeros y de los más reconocidos profetas de Israel. Había obrado también milagros, alguno como la resurrección del hijo de una viuda en Sarepta (1 Re 17) con paralelismos evidentes con la resurrección del hijo de la viuda de Naim por parte de Jesús (Lc 7,11-17). Se creía que Elías no había muerto, pues Dios se lo había llevado al Cielo con un carro tirado por caballos de fuego (2 Re 2,11), dejando en la creencia popular que algún día regresaría, como anunciaba el profeta Malaquías (Mal 3,23), y que su regreso precedería a la llegada del Mesías. Los evangelios recogen también esa creencia (Mc 9,11).

106 El día del Señor o de Yahvé, cuando Dios irrumpirá en el mundo e impartirá justicia (Ez 30,3; Is 1,12, Jl 1,15, Zac 13,1…). (Más información en el apartado I1d6).

107 Según el capítulo 3 de Lucas, Juan predicó en el desierto «el año decimoquinto del imperio de Tiberio, siendo procurador Poncio Pilato» (Lc 3,1 frag.). Pilato gobernó en Judea del 26 al 36. Aunque es difícil saber a partir de qué año hay que contar el decimoquinto de Tiberio (hay dudas respecto a desde cuando se empiezan a contar los años de los emperadores —el año romano empezaba el 1 de octubre y Tiberio empezó a reinar hacia agosto-septiembre del 14: ¿esto ya se computaba como un año?—; o de si se cuentan también los años en que Tiberio estuvo asociado a Augusto. En general, se considera que estamos alrededor del año 28. Si, como decíamos al inicio de la novela (nota 3), Jesús pudo haber nacido hacia el año 6 a.e.c., entonces debería tener entre 33-34 años. (Leer más en el apartado J4c).

108 Nisán: mes judío que se extiende de mediados de marzo a mediados de abril.

109 Mt 24,20.

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brevas. Y si bien por la noche aún había necesidad de abrigarse con el manto,

durante el día el clima era bastante agradable.

En Naim encontró con facilidad al pequeño grupo del que le habían hablado,

cuatro galileos que también deseaban conocer al Bautista, y con ellos compartió

el pan110, antes de proseguir conjuntamente la marcha en dirección este hacia el

sur del lago de Genesaret111, donde se juntaron con la caravana que venía de

Damasco, y que recibía a muchos judíos procedentes de distintas partes de la

diáspora112, como Siria, Asia Menor o Babilonia. Allí llegaron tras dos horas113

de marcha y pernoctaron la primera noche.

La caravana tenía previsto llegar a Jerusalén una semana antes de la Pésaj,

pues así habría tiempo para purificarse. Cualquiera que hubiese estado en contacto

con un difunto, incluso por haber pisado un cementerio, necesitaría ya una semana

de aspersiones con el agua lustral del Templo para quedar puro, y así poder

participar de la fiesta114. Mayoritariamente, los desplazamientos medios y largos

110 Compartir el pan: significa comer juntos. Hay una connotación social importante, pues se sobreentiende que tal acto, si se realiza entre desconocidos, presupone al menos una afinidad de categoría social y, a menudo, de religión, entre ambas partes. Los judíos no solían compartir el pan con gentiles (no judíos). (Puede leerse más en el apartado I2e).

111 Lago de Genesaret: llamado también por su nombre en hebreo, Kinneret, también conocido como Mar de Galilea por su alta concentración en sal. Recibe agua principalmente de la parte norte del río Jordán, que la hereda de las montañas del Hermón. (Más información puede verse en el apartado H11a.i2)

112 Diáspora: Aquellos países fuera de Israel/Palestina, donde los judíos también residían, como por ejemplo Egipto y Roma. En este caso concretamente, nos referimos a Babilonia, Fenicia, Asia Menor o Siria, que irían a Jerusalén usando esta vía norte-sur.

113 Horas: Según explica Daniel-Rops, «en la época de Jesús, la división del día en doce horas era de uso corriente; el NT da ejemplos: la parábola de los obreros de la undécima hora (Mt 20,1-16), la precisión de Juan de que Cristo se sentó a la hora sexta en el brocal del pozo de la samaritana (Jn 4,6), o que según Marcos, Jesús fue crucificado en la hora tercia y murió en la nona (Mc 15,15 y 34). Esta costumbre de origen babilónico, se había impuesto totalmente desde el retorno del exilio (finales s.VI a.e.c.), por influencia de la civilización grecorromana. Aunque cuando Jesús dice a sus discípulos que no han podido velar una hora, gran trabajo costaría indicar a qué duración exacta alude, pues la división en minutos y segundos, conocida por los egipcios y caldeos desde hacía muchísimo, era desconocida para el pueblo judío». (Daniel-Rops. La vida cotidiana de Palestina en época de Jesús. 1961. pp. 210-211). Según Browning, «en la época del NT, el día se dividía en cuatro vigilias de 3h. cada una (Lc 12,38), que era el sistema romano. Y cuatro vigilias nocturnas que se corresponden a los cuatro dramáticos acontecimientos del subsiguiente relato de la Pasión (Mc 14-15): la última cena, Getsemaní y prendimiento, negaciones de Pedro y entrega de Jesús a Pilato.» (Browning, W. Diccionario de la Biblia, 1998, término: vigilias, p. 470).

114 Núm 9,6 y Núm 19,1-13 respectivamente.

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se hacían en caravana, por la existencia de salteadores, al acecho de peregrinos

con la bolsa llena para gastar en Jerusalén. La ruta de Naim hasta Jerusalén,

bordeando el río Jordán por su lado oriental, era de unos 700 estadios, lo que

suponía, al ritmo que se esperaba en una caravana, unos cuatro o cinco días de

marcha hasta llegar a la ciudad. Probablemente cinco, pues el tramo final de

subida desde Jericó era muy duro. Como también había un shabbat en medio, que

obligaba al descanso, tardarían un día más; en total seis días hasta llegar a

Jerusalén. Sin embargo, Jesús y el pequeño grupo de galileos calculaban llegar al

campamento de Yohannon, que se encontraba bastante antes que Jericó, en unos

cuatro días. Aunque los galileos tenían intención de desviarse solo para conocer

al hombre que bautizaba, y luego proseguir hasta Jerusalén para celebrar la Pésaj,

Jesús aún no había tomado una decisión firme sobre lo que haría después.

Durante el camino fue fácil entablar conversación con la gente. Iban todos

a la ciudad santa de peregrinaje y el ambiente era alegre y convival. Muchos

llevaban años sin ir y lo veían como una bendición. Algunos llevaban a sus

familias, aunque otros iban solos. Algunos iban a descubrir la ciudad por primera

vez, otros iban a reunirse con familiares lejanos. Algunos aprovecharían para

pagar el segundo diezmo, que consistía en consumir una décima parte de los

beneficios de todo el año —o desde la última vez que habían ido a la ciudad—,

comprando todo tipo de bienes en ella, que luego compartirían con su familia y

los parientes que tuviesen allí115. Al segundo diezmo debía sumársele el primero,

que era un tributo no poco importante y que podía alcanzar a muchos productos.

Así, por ejemplo, si la persona que compraba alimentos a un labrador desconocía

si este había pagado ya el diezmo como mandaba la ley116, él mismo debía dar el

diezmo de los alimentos comprados para cumplir con la ley. Lo que podía suponer

para el sacerdote o levita del Templo un beneficio doble.

El ambiente que respiraba la caravana, especialmente entre los galileos, era

plenamente nacionalista; lo que no era extraño. Galilea había sufrido dos grandes

expulsiones de su población, una tras la conquista del territorio por el Imperio

Asirio, y otra con la continua influencia del proceso helenizante iniciado por

115 Deut 14,22-27.

116 Núm 18,20-21.

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Alejandro el Grande y continuado por sus herederos, los monarcas seléucidas y

luego los lágidas. No había sido hasta finales del s.II a.e.c., cuando los monarcas

judíos de la casa de Asmón (los anteriormente llamados macabeos) derrotaron a

los lágidas y judaizaron la Galilea. Y aunque este proceso se llevó a cabo a veces

por la fuerza, ya nadie se acordaba de ello; y la revuelta de los piadosos macabeos

era contemplada con orgullo por todos los judíos, aunque luego sus líderes se

hubieran pervertido y desviado de la ley de Dios. La población galilea tenía así

un firme sentimiento de pertenecer también al pueblo elegido por Yahvé, y había

experimentado un crecimiento continuo, haciéndose especialmente fuerte en las

aldeas y los pueblos de Galilea, sin mezclarse apenas con los gentiles, como sí

sucedía en las ciudades. A resultas de ello, los pueblos y aldeas mantenían un

sentimiento nacionalista judío mucho más fuerte que las ciudades. Y en ese

ambiente rural y nacionalista había nacido y se había educado Yeshúa bar Yosef.

A la mañana siguiente, la caravana abandonó la región de Galilea y tomó

camino hacia la ciudad de Beit-Sheán; la cual, aunque había sido rebautizada con

el nombre gentil de Escitópolis, seguía siendo conocida entre el pueblo llano por

su nombre hebreo. Esta ciudad era una de las que formaban la llamada Decápolis,

una liga de diez ciudades de organización helenística, construidas al modo

grecorromano, con abundante población pagana y cuya jurisdicción quedaba bajo

el gobernador de la provincia romana de Siria. Beit-Shéan era la única ciudad de

la Decápolis que se encontraba en la orilla oeste del Jordán y tenía gran

importancia estratégica porque en ella se entrecruzaban el camino a Jerusalén

desde el norte, con el camino de la costa hacia el este, en la Transjordania. Sin

embargo, muchos judíos hablaban mal de ella, pues estaba impregnada de

costumbres extranjeras, y gobernada por los principios legislativos romanos, lo

que suponía una afrenta a las leyes judías dadas por el Señor. A las afueras de la

ciudad había un campamento, si podía llamársele así, donde se agrupaba gente de

extrema pobreza, marginada de la sociedad por algún criterio de impureza o

enfermedad. Algunos se acercaban a la caravana pidiendo limosna, quedando su

petición satisfecha en algunos casos, pues la limosna era considerada un deber117.

Yeshúa quedó impresionado por la gran miseria que existía en su país. Se

117 Así lo recuerda, por ejemplo, el libro de Job (Job 21,19-22; 31,16-25).

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preguntó de nuevo si el pecado era la causa de ella.

Desde allí la caravana cruzó el Jordán, el gran río de Israel moldeado por el

tiempo en múltiples recodos, y que cruzaba todo el país de igual modo que el Nilo

atravesaba Egipto, la tierra donde sus antepasados habían pasado cautiverio bajo

Faraón. La caravana siguió así camino hacía Jerusalén por el lado este del río, es

decir, evitando pisar la tierra de los samaritanos118, aunque más adelante ello

supusiera tener que vadear de nuevo el río, esta vez en dirección oeste para llegar

a su destino. No querían entrar en tierra samaritana para evitar mantener contacto

con sus habitantes, con quienes tanto los judíos del norte (Galilea) como los del

sur (Judea), mantenían pésimas relaciones desde hacía generaciones. Y aún menos

comprarles alimentos. Sin embargo, había grupos de galileos que sí usaban esa

ruta, priorizando la rapidez a la incomodidad, aunque a veces se producían

altercados119. Las aguas del Jordán, turbias por el abundante limo que arrastraban,

eran alimentadas en cambio por multitud de arroyos de aguas cristalinas que

llegaban al valle desde diferentes direcciones. En uno de esos afluentes de agua

pura, y no en el más sucio Jordán120, Yeshúa esperaba encontrar a Yohannon,

aquél al que la gente había impuesto el sobrenombre de el Bautista.

Ya en la Transjordania —la orilla este del Jordán—, llegaron pronto a Pella,

otra de las ciudades helenizadas de la Decápolis; donde en sus inmediaciones

hicieron noche. A la mañana siguiente pasaron por el pequeño puesto fronterizo

al sur de la ciudad, donde soldados de Antipas controlaban el acceso a la región

de Perea. Tanto Perea como Galilea, aunque estuviesen separadas

118 La mala relación entre judíos y samaritanos se atribuía, en parte, a que estos últimos rendían culto a Dios en un Templo distinto al de Jerusalén, situado en el monte Garizim, y al que un rey judío había terminado por destruir. Pero además, los judíos consideraban que los samaritanos no habían sufrido el cautiverio a Babilonia como ellos, y cuando se quedaron en su país se mezclaron (casaron) con población no judía (pagana). Esta mala relación queda reflejada en el trasfondo la célebre parábola del buen samaritano, aunque la autoría de esta historia por parte de Jesús ha sido muy cuestionada. (Puede consultarse el apartado I1a, y sobre los samaritanos el apartado I1c11. La parábola del buen samaritano es considerada un reflejo de esa situación: apartado J14).

119 Flavio Josefo, Ant. Jud., XX, 118, da un ejemplo de ello.

120 La tradición judía exige no emplear agua estancada («agua muerta»), sino «agua viva», es decir agua que pueda fluir. Al parecer, habían distintos niveles de pureza en función del tipo de agua utilizada. El agua del río Jordán fluía, pero arrastraba abundante limo y no era clara. Eso podría explicar que Juan bautizase junto al Jordán, en alguno de sus afluentes naturales donde el agua sería muy limpia, pero no en el mismo río.

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geográficamente por la Decápolis, estaban gobernadas por un mismo hombre,

Herodes Antipas, uno de los hijos del rey Herodes el Grande. Cerca del puesto

fronterizo aprovecharon para comprar comida en un pequeño mercado, una

docena de tiendas más o menos agrupadas en dos hileras, donde trabajaban

también judíos helenizados de la vecina ciudad y que servía a la vez de puesto de

venta, almacén y, en su parte trasera, de improvisado hostal. En sus alrededores,

extranjeros, beduinos y judíos se daban cita en ese pequeño bazar. Algo más allá,

un campamento de desheredados sobrevivía como podía a base de caridad y

pequeñas donaciones. Aunque los peregrinos solo lo divisaron de lejos, el olor,

así como la presencia de algunos mendigos que consiguieron acercarse a la

caravana en busca de limosna, delataba su localización. De nuevo, algunos

miembros de la caravana les ofrecieron algo de comida, aunque se vieron

desbordados por la cantidad de miseria. Todo eso contrastaba enormemente con

las grandes villas que poseían los señores más adinerados de Beth-Shéan o Pella,

y que habían divisado, aunque a lo lejos, desde el camino. Yeshúa fue consciente

de esa desigualdad, que no se limitaba solo a su Galilea natal sino que afectaba

también a las otras regiones de su país.

A la mañana siguiente continuaron ruta adentrándose en la Perea, enfilando

un buen trecho en dirección sur, aunque sin alejarse mucho del río. Recorrieron

unos 150 estadios hasta que llegaron al río Yaboq, uno de los mayores afluentes

del Jordán. Era el río donde el padre de su nación, Yacob, había luchado contra

Dios «cara a cara», y no había desfallecido a pesar de ser herido en el muslo. Dios

lo había entonces bendecido, y cambiado el nombre de Yacob por Israel121. Allí

hicieron otra parada, pues era además el atardecer y empezaba el shabbat.

Tuvieron forzosamente que descansar, pues la ley no permitía hacer muchas cosas

en shabbat, entre ellas largas caminatas. Nadie sabía con certeza cuánto se podía

recorrer ese día. En general, se estimaba en unos 2.000 codos la distancia máxima

permitida122. En todo caso, ellos permanecieron donde estaban un día y medio,

121 Gen 32,23-33. Luchando contra Dios o contra un ángel de Dios, pues no queda claro.

122 2.000 codos: ya dijimos que el codo era una medida habitual para las distancias no demasiado largas. Aproximadamente 2.000 codos eran cerca de 1 km.; o más exactamente unos 900 metros. Los esenios, los judíos más estrictos en la interpretación de la ley, rebajaban esa cifra a 1000 codos. El NT alude también al respeto por las distancias en shabbat, aunque sin dar cifras (Hch 1,12).

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pues al atardecer siguiente, cuando finalizó el shabbat, no había aún suficiente luz

para cruzar el río. Prefirieron hacerlo de buena mañana. Algunos campesinos de

una pequeña aldea cercana les vendieron comida y mantas. Jesús bebió vino,

comió pan de trigo, pescado del río asado con cebolla y salsa, y terminó con un

par de manzanas.

Se pusieron en marcha siguiendo la ruta sur paralela al Jordán y, a última

hora de la tarde, llegaron al punto donde esta se bifurcaba e hicieron noche. Por

la mañana, bien temprano, la caravana tomó la ruta oeste hacia Jerusalén,

cruzando de nuevo el Jordán en dirección a la vieja Jericó, la ciudad de las

palmeras, mientras los cinco galileos continuaban en dirección sur, siguiendo el

cauce del río hacia el campamento de Yohannon. Los cinco se despidieron de la

caravana con pesar y cierta envidia, por el deseo conjunto de visitar pronto

Jerusalén. Siguiendo su ruta, encontraron un agradable claro donde crecían

algunos sauces, y en donde un afluente del Jordán enfilaba su camino hacia el

este. Les faltaba ya muy poco, apenas cinco o seis estadios, pero decidieron hacer

una parada en el camino. Junto a uno de los sauces, Jesús fue el primero en

quitarse la túnica y las sandalias, y metió los pies en el agua fresca del arroyo.

Cuando se aclimató a la fría temperatura del río, respiró profundamente

disfrutando de la belleza del lugar, avanzó un par de pasos, y se zambulló sin

pensarlo más. Los otros galileos hicieron lo mismo. Bebieron todos del agua

fresca y pura del afluente y, como estaban muy sucios de todo el viaje, decidieron

bañarse usando algo de natrón y un cepillo que compartieron.

Al terminar, cada uno llenó su odre con el agua cristalina y algunos cogieron

corteza de sauce, pues era usada como remedio para dolores, calambres y

jaquecas. Había jazmín y Jesús tomó también un poco, masticando uno de sus

tallos, que tenía además del olor, un buen sabor. Empezaron a subir cuesta arriba

con decisión y mucha ilusión. Al poco divisaron el campamento en un pequeño

valle lleno de árboles, aunque con paredes rocosas marcando los límites. A

Yeshúa le sorprendió la belleza del lugar. Era menos desértico de lo que había

pensado. La zona donde estaban era francamente buena, pues el sitio ofrecía

discreción —lo que era bueno para algunas cosas— y a su vez, se encontraba

cerca de la ruta que muchos peregrinos hacían hasta Jerusalén, ya desde el este o

el norte. Con el tiempo, Yeshúa entendió la certera ubicación del lugar, que

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combinaba la belleza del pequeño valle fluvial con el desierto cercano. Pues

aunque el desierto de Judá era extenso —discurría entre el macizo central y el Mar

Muerto— y era una zona de muy escasa pluviosidad, allí donde estaban alcanzaba

todavía el verde del valle, gracias a la vida que proporcionaban sus aguas.

Además, el campamento se encontraba relativamente próximo a Jericó y a la

ciudad santa como para que el mensaje de Yohannon pudiese llegar hasta sus

habitantes, gracias al boca-oreja de los peregrinos que iban y venían en flujo

constante. Por otra parte, al encontrarse en Perea y no en Judea —tutelada esta

última por el prefecto romano Pilatus—, estaba lo suficientemente lejos para que

Roma no se inmiscuyera. Perea estaba gobernada por Antipas, pero se beneficiaba

porque la residencia oficial del monarca estaba ubicada en Galilea —y en su nueva

capital, Tiberíades—, y por tanto lejos de Perea lo que, a priori, les concedía más

margen de actuación. A priori, pues, los peregrinos estaban difundiendo sus

palabras más rápido de lo que Yohannon hubiera imaginado. El lugar donde

estaban ofrecía además agua abundante y limpia, que circulaba y no estaba

estancada, lo que era fundamental para cualquier ritual purificador. Finalmente,

el lugar, según muchos, estaba muy cerca del sitio por donde las aguas del Jordán

se habían separado a la orden de Josué —al igual que las del Mar Rojo lo hicieron

por Moisés—, y le habían permitido cruzar con su pueblo y con el arca de la

alianza, pues el Señor les había prometido la tierra que iba desde el Mar Grande,

hasta el poderoso Eufrates. La elección del lugar, pues, resultaba muy acertada

por todas estas razones123.

El cansancio perdió fuerza desbordado por la alegría de haber llegado. Él y

sus compañeros se sentaron en la orilla, contemplando la escena que tenían

delante de sus ojos. La gran mayoría que esperaban para ser bautizados eran de

su misma clase social, am-ha-arez124 o gente de la tierra, gente humilde sin apenas

estudios y dedicada en su mayoría al campo, la pesca, el pastoreo o al artesanado.

Había hombres y mujeres. Y también había marginados por la sociedad judía. Lo

123 Mar Grande: mar Mediterráneo. Eufrates: ver Jos 3 cf. Jos 1,4. Ya comentamos algo al respecto en la nota 104. La localidad jordana de Wadi al-Jarrar, tras más de quince años de excavaciones, se propone modernamente como lugar del bautizo. (Más información sobre el lugar en el que Jesús fue bautizado en el apartado I1d9ii.a).

124 Am-ha-arez: sobre esta amplia categoría social, la mayor de Israel, puede leerse más en el apartado I1c1.

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eran por su físico enfermo o por su mente enferma, como pudo observar. Algunos

de estos, gravemente incapacitados, eran acompañados por familiares, y

esperaban en camilla y en otra parte de la orilla, a que Yohannon los bendijera y

bautizara. Esta gente, apartada según la ley de su propio pueblo, era sin embargo

tenida aquí en consideración. Vio incluso a dos prostitutas125, lo que le pareció

entonces ofensivo, aunque con el tiempo llegaría a entender. Se veía también

gente mejor vestida, tal vez procedente de la cercana Jericó o de alguna otra

ciudad de Judea, pensó el Nazareno. Aunque la gente allí reunida no formaba un

bloque homogéneo, en conjunto todos buscaban la fuerza para continuar viviendo

en un mundo difícil, lleno de enfermedades y desdichas, regido por leyes estrictas

y, aún ahora, más hostil por la pesadez que suponía la deshonrosa ocupación

romana. Eran personas humildes en su mayoría que esperaban encontrar una luz,

un guía que los instruyese para continuar, alguien que reconfortase sus corazones

con palabras de esperanza y sosiego. Y aunque el número de gente que había no

era muy importante, Yeshúa se sorprendió gratamente al ver como, a pesar de ser

la mayoría gente humilde, había representantes de distintos grupos sociales que

podían converger hacia un mismo punto, aglutinarse bajo un mismo fin y ser

«dirigidos» hacia un mismo hombre. Todos estaban allí para ver y escuchar a

aquél del que algunos decían que, con la inmersión en agua podía purificar los

pecados, y permitir empezar de nuevo a la espera de un Reino maravilloso que no

tardaría en llegar. Muchos judíos lo consideraban un profeta, y para algunos, el

Bautista podía ser el mismo Elías que había, por fin, regresado, tal y como había

predicho Malaquías. Pues no solo vestía como él, sino que, en el lugar en el que

estaban, cercano a Jericó, fue donde el profeta había sido arrebatado hacia el Cielo

125 Alusión a Mt 21,31-32: «Pues vino Juan a vosotros por un camino justo, y no confiasteis en él, pero los publicanos y prostitutas confiaron en él.» Posteriormente, el evangelista Lucas omitió las prostitutas y dejó solo a los publicanos (Lc 7,29). Es posible que Jesús abriera el acceso al Reino también a ellas, aunque directamente Jesús, según los evangelios, nunca las trató, y mucho menos compartió con ellas la comida. Recordamos al lector que María Magdalena no era prostituta (Lc 8,2); la pecadora que se pretendía lapidar (Jn 8,1-11) era adúltera y no prostituta; y la mujer que ungió a Jesús fue convertida en una pecadora solo por Lucas (Lc 7,36-50), hecho que rechazan los demás evangelistas (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8. Juan considera que fue la hermana de Lázaro, María de Betania). (El lector puede leer más sobre Jesús y su relación con las mujeres en el apartado J15).

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en un carro de fuego.126

En el centro del arroyo estaba Yohannon, a quien apodaban el Bautista. Era

fácil identificarle, pues vestía además como le habían dicho, con ropa de piel de

camello y un cinturón de cuero en la cintura, haciendo creer al Nazareno que

estaba ante un profeta como los de antaño. Llevaba también puesto el talit, que le

cubría la cabeza y los hombros. Yohannon predicaba en nombre del Señor,

ofreciendo esperanza, y aunque a veces se mostrase duro en su tono, su ira no era

contra la gente del pueblo, sino contra sus guías, los poderosos sacerdotes del

Templo y algunos confiados doctores de la ley. Yohannon ofrecía a los que allí

venían comprensión y futuro a cambio de arrepentimiento sincero. Él hablaba de

un juicio inminente, de la llegada del Reino de los Cielos en la tierra127. Dios

recompensaría a los que sufrían, a los desconsolados. A todos los que venían a

verle con sed de justicia. Él hablaba con seguridad del Reino, «el reino de los

Cielos». «¡Que palabras más bonitas!», pensó Yeshúa.

En conjunto, cerca de medio centenar de personas yacían sentadas en la

orilla, formando pequeños grupos, mientras dos filas de unas diez personas cada

una enfilaban rectas desde la misma orilla hasta el centro del arroyo. Una fila

estaba compuesta por hombres, que llevaban puesta solo la ropa más íntima; y la

otra por mujeres, que llevaban una sencilla túnica128. Al final, y ya en medio del

arroyo, las dos filas casi se encontraban en un punto donde les aguardaban dos

personas. Una era un hombre joven, de mediana estatura, voluntarioso y sonriente,

que cogía de la mano a una persona de una de las filas —una de cada vez—, y la

acercaba a Yohannon, algo más mayor de edad y de estatura, con el torso moreno

por el sol, y un pelo negro y blanco recogido en siete trenzas que le llegaban casi

126 La desaparición de Elías en 2 Re 2,11; la cita de Malaquías en Mal 4,5. La ropa del Bautista en Mt 3,4. Puede compararse la ropa del Bautista con el vestido de Elías en 2 Re 1,8. (Más información sobre las similitudes entre ambos en el apartado I1d9ii).

127 Mt 3,2.

128 Tomando como referencia al historiador judío del s.I Flavio Josefo (Guerra II, 161), quien cita que este era también el vestuario usado en las purificaciones por los esenios. La posibilidad de que Juan el Bautista hubiese pasado algún tiempo con esenios, con quien compartía algunos rasgos (aislarse de la sociedad, entender la profecía de Isaías 40,3 como una justificación de su actividad preparatoria en el desierto, considerar inminente la intervención de Dios en la historia, el hecho de que ser judío no fuera motivo suficiente para la salvación, acompañar la purificación con agua con un cambio de actitud,…), ha sido señalada por varios autores; aunque también haya diferencias (ver apartado I1d9ii).

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a la cintura129. El Bautista ponía una mano sobre el hombro de la persona que se

le acercaba, y de vez en cuando decía unas palabras. Yeshúa pudo oírlas, pues a

pesar de cierta lejanía, el lugar favorecía la audición. Con el tiempo Yeshúa las

sabría de memoria. Yohannon les decía:

Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré

a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas

vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un

corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne

el corazón de piedra y os daré un corazón de carne130.

Después la persona se arrodillaba y Yohannon la preguntaba:

—¿Te arrepientes de corazón de tus pecados131?

—Sí, me arrepiento —respondía el penitente.

129 Según las fuentes que nos han llegado Juan el Bautista practicó —al menos al final de su vida— una vida austera y consagrada a Dios. Es posible pensar que Yohannon cumpliese con los votos de nazireato (Núm 6,3) como parece aludir el NT («Pues será grande a los ojos del Señor, y no beberá vino ni licor alguno y se llenará del Espíritu Santo desde el vientre de su madre», Lc 1,15). (Sobre el nazireato puede leerse más en el apartado J1a.iii, y sobre Juan el Bautista como posible nazareo, el apartado I1d9ii). Los nazires o nazoreos dedicaban su vida a Dios, normalmente de forma temporal mientras duraba el voto, y esto se simbolizaba externamente con la abstención de bebidas alcohólicas, el no tocar cadáveres ni cortarse el pelo y, según algunos autores, en el celibato voluntario. Sansón, el nazir por excelencia del AT (junto al profeta Samuel) llevaba el pelo recogido en siete trenzas (Jue 16,19).

130 Son palabras del profeta Ezequiel: Ez 36, 24-26. Sobre cómo era el ritual del bautizo, es posible que se usara un proceso judío que era una ceremonia de inmersión para la purificación conocida como tevilah, y que consiste en la inmersión en agua de todo el cuerpo. Ello puede apoyarse en algunos pasajes veterotestamentarios, además del ya citado de Ezequiel: «Moisés dijo a la comunidad: «Esto es lo que Yahveh ha ordenado hacer.» (Lev 8,5-6); «Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve.» (Sal 51:7).

131 Los evangelios indican que Juan realizaba un bautismo en señal de conversión para obtener el perdón de los pecados, que la gente proclamaba en voz alta (Mc 1,4-5; Mt 3,5-6; Lc 3,3). Ahora bien, el historiador judío del s.I, Flavio Josefo, indicaba que Juan «predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud.» (Josefo. Ant. Jud. XVIII, 116-118 frag.). Hemos intentado compaginar ambas opiniones. El perdón por los pecados proclamado en los evangelios es históricamente plausible, pues cumple el criterio de dificultad; ya que difícilmente la Iglesia primitiva lo hubiera inventado, al poner en dificultades al Jesús divino. Puede leerse la nota 174. (Leer más en los apartados I1d9ii y I1d9ii.b). Existe además, en el judaísmo antiguo, un precedente al perdón de los pecados, que se encuentra en la Oración de Nabónido, un texto hallado en Qumram (4QOrNab).

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—Entonces yo te bautizo con agua, para que cuando llegue el Reino puedas

entrar en él.

Y Yohannon, cogiendo la persona por los hombros, la sumergía

completamente en el arroyo. Y cuando la persona salía, en verdad parecía otra. El

ayudante la sostenía unos instantes, mientras Yohannon la bendecía o le hacía

alguna recomendación, y luego esta daba media vuelta y volvía a la orilla, sola y

con signos de paz en el rostro. Yeshúa y los demás galileos se quedaron allí un

buen rato, casi boquiabiertos, disfrutando de la escena.

Yohannon no era el único que bautizaba132, pero sus reclamos empezaban a

ser célebres y su voz estaba llegando no solo a oídos de Antipas, sino también a

Jerusalén. Herodes Antipas había respetado inicialmente la figura del Bautista por

creerlo un asceta solitario, pero con el tiempo empezó a ver con malos ojos que

tuviera un cierto apoyo social y que su influencia aumentara; pues el apoyo

popular lo volvía potencialmente peligroso. Sin embargo, en el fondo tampoco

descartaba la posibilidad de que fuese un hombre santo o un profeta, y temía las

repercusiones por encadenar a alguien que podía hablar en nombre de Yahvé. Por

el momento no lo había detenido, pero lo mantenía bajo cierta vigilancia; aunque

su paciencia tenía un límite y difícilmente podía hacer oídos sordos a las críticas

que el Bautista le dirigía. Además, aunque Yohannon no hablaba abiertamente

contra Roma, Antipas había recibido ya alguna presión de Pilatus133 para su

arresto. Pero en su territorio él tenía libertad en esos asuntos y quería ejercerla.

Yohannon sabía que sus prédicas y su figura estaban bajo vigilancia, y por eso el

grupo había cambiado varias veces de lugar. Aunque finalmente habían vuelto a

Perea, pues prefería bautizar en tierra del etnarca Antipas, que no estar sometido

a la autoridad del prefecto romano de Judea; quien, sin duda, actuaría sin

132 Tenemos noticia de otras personas que bautizaban en el s.I. De otra más conocemos su nombre, Bannus, del cual Flavio Josefo (Vida II, 11-12), reconoció ser discípulo durante tres años. Pero esto sucedería unas dos décadas después al Bautista. El bautismo no parece haber sido un movimiento coordinado, sino más bien disperso, aislado y dirigido a los sectores más humildes. Probablemente Yohannon fue el más importante, según las fuentes que tenemos; de ahí el sobrenombre que tuvo. Y es posible que fuera también el primero, aunque esto último no se puede asegurar con seguridad. (Leer más en el apartado I1d9ii).

133 Esto no lo sabemos, pero es plausible. Si Yohannon hubiese hablado claramente contra Roma, probablemente habría sido arrestado con prontitud al propiciar un motivo justificado. Es plausible también que Pilato estuviera al tanto de la labor de Juan el Bautista, pues este atraía a gente de sus dominios, Judea (Mc 1,5).

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contemplaciones y con celeridad.

Había un tercer grupo en la orilla, de unas quince personas, todos hombres,

que permanecía reunido alrededor de unas rocas. No parecían tener intención de

ser bautizados, sino más bien se mostraban atentos a las gentes que había en el

lugar. Alguno de ellos de vez en cuando se dirigía a alguna de las filas para dar

instrucciones, o se acercaba para reconfortar a alguno de los enfermos. Un par de

esos hombres que llevaban ya rato observando al Nazareno y a su reducido grupo

decidieron acercarse, pues vieron que algunos de los galileos llevaban cuchillo.

Yeshúa, sentado como los demás en la orilla, levantó la cabeza y les sonrió.

—La paz sea con vosotros —se anticipó a decirles.

—Y contigo —respondieron sorprendidos—. ¿Habéis venido para ser

bautizados?

—Hemos venido para escuchar a Yohannon —matizó el Nazareno.

—¿Sois galileos? —le preguntó el otro hombre reconociendo su acento134.

—Sí —dijo uno de ellos.

—¿De dónde?

—Somos de Naim, y él es de Nazaret.

—Conozco Naim, aunque no Nazaret —dijo uno de los recién llegados, que

pareció más aliviado al saber que los hombres eran galileos. De Galilea habían

salido numerosos defensores de Israel contra Roma. Unos galileos no suponían

motivo de preocupación—. Debe ser muy pequeña tú aldea porque no he oído

hablar de ella —añadió mirando al Nazareno—, pero sed bienvenidos.

—Es la primera vez que alguien se alegra de que sea galileo —dijo Yeshúa,

y todos rieron.

—No nos fiamos demasiado de los nuevos grupos que se acercan. Y aún

menos si van armados…

—Sí —añadió otro de los hombres—. Hace poco vinieron sacerdotes de

Jerusalén para oír a Yohannon, y discutieron con él.

Los galileos se sorprendieron de que los sacerdotes del Templo se hubieran

134 El evangelio nos hace ver las diferencias que debían existir al hablar el arameo en regiones distintas. Los galileos tenían una forma de hablar diferente que los hacía reconocibles. Esto queda reflejado en el reconocimiento de Pedro como galileo en el momento antes de las conocidas tres negaciones (Mt 26,73).

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desplazado hasta Perea para conocer a Yohannon. Y admiraron aún más su figura.

—Yohannon era sacerdote del Templo135, pero denunció sus abusos —

continuó el que hablaba orgulloso de su maestro—. Por eso ahora los saduceos lo

critican y niegan la autoridad de lo que dice.

—Él es un nazir, aunque no pueda consagrarse en el Templo porque los

sacerdotes no lo quieran.

—También han venido hombres de Antipas para saber lo que dice, por lo

menos dos veces —añadió su compañero—. Van acompañados de hombres

armados; por eso siempre estamos pendientes de los nuevos grupos que llegan.

—Entiendo —dijo uno de los galileos—. ¿Y vosotros de dónde sois?

—Yo y mi compañero somos de Betsaida136 —dijo el que más hablaba—, y

me llamo Andreas137.

—Soy Filipo —añadió su compañero—, y ese que está en el río con

Yohannon —señaló entonces Filipo—, se llama Natanael y es también galileo, de

Caná138. Y tú, ¿cómo te llamas Nazareno? —preguntó intrigado.

—Yeshúa.

Y los demás que iban con Yeshúa también se presentaron.

Si habéis venido a bautizaros —les dijo Andreas—, podéis poneros en la

cola de los hombres, que Yohannon lo hará si sois sinceros.139

135 Que Juan el Bautista fuese hijo de un sacerdote que trabajaba en el templo de Jerusalén es casi el único dato que sabemos de su pasado por el evangelio de Lucas (Lc 1,5-13), aunque sea un hecho que no pueda ser corroborado por otra fuente. Por regla general, los hijos adoptaban y continuaban el trabajo del padre, por eso se puede presuponer que, si la información de Lucas es correcta, Juan fue, posiblemente y al menos durante cierto tiempo, un sacerdote que trabajó en el templo de Jerusalén. El mismo evangelio lucano nos dice que Juan era originario de Judea (Lc 1,38). (Hablamos de todo ello en el apartado I1d9ii).

136 Jn 1,44. 12,21. Betsaida: En principio se piensa que era un pueblo costanero del lago de Genesaret, aunque se encontraba en la región de la Gaulanítida y no en Galilea, pues estaba situado al lado este del río. Sería un pueblo fronterizo administrado por hombres de Herodes Filipo, y no de Herodes Antipas, aunque ambos eran hijos del rey Herodes el Grande. (Su localización correspondería con et-Tell y está siendo excavada: apartado H11a.v2). El pueblo fue reconstruido por Filipo y su nombre cambiado por «Julias», en honor a la hija de Augusto. Aunque muy probablemente, los galileos continuarían usando el nombre original.

137 Andrés (Andreas, en griego) era discípulo del Bautista (Jn 1,44).

138 Jn 21,2.

139 No se conoce bien si los penitentes seguían un periodo de formación previo al bautismo. Es posible, pero no necesario.

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123

Los galileos se miraron y asintieron. Cuando se levantaron, Filipo les indicó

lo que debían hacer, y llamó a dos compañeros más para que les ayudaran: uno

era Mattai, y al otro lo llamaban Barsabas140. Los jóvenes galileos dejaron sus

túnicas en la orilla y se fueron hacia la fila que les tocaba. Sin embargo, Yeshúa

se quedó donde estaba y no se levantó.

—¿Y tú? —preguntó extrañado Andreas.

—Creo que primero querría escuchar más a Yohannon —dijo Yeshúa.

—Filipo no le atosigues.

—No le atosigo.

—Pues déjale en paz. Que así sea —dijo volviéndose hacia el Nazareno—.

Sé bienvenido Yeshúa ha-Notsrí141 —dijo Andreas con una sonrisa—. Si quieres,

esta noche tú y los demás galileos podréis escuchar al maestro con nosotros.

—Gracias. Estoy seguro que iremos.

Pasó un largo rato en el transcurso del cual las dos filas de personas fueron

menguando. Uno de los bautizados, al parecer, cayó en éxtasis justo antes de la

inmersión, tal vez compungido por la importancia del encuentro, y Yohannon lo

sujetó con firmeza. El joven, casi un niño, tembló un momento y luego pareció

recuperarse. Yohannon le sumergió entonces en las aguas y el chico, ya bautizado,

lloró. El maestro le dirigió unas palabras con dulzura antes de despedirle. La

escena había sobrecogido a todos. Al poco, la cola desapareció y los cuatro

galileos fueron bautizados, tras tener unas breves palabras con el maestro.

Yohannon volvió entonces a la orilla, junto a Natanael, quien hoy le había

ayudado en las tareas. A medida que se acercaba se hacía patente su figura, alta y

enjuta, su rostro ya entrado en años —solo alguno más que el Nazareno, pero

mucho más envejecido— y su pelo, largo hasta la cintura. Yeshúa le miró y le

vino de nuevo a la mente la imagen de los profetas de su pueblo de los que tanto

140 Yosef, llamado Barsabas, y Mattai (Matías): Los Hechos de los Apóstoles (la segunda parte del evangelio de Lucas) cita a dos discípulos que acompañaron a «los Doce» desde la época de Juan el Bautista y hasta la muerte de Jesús. Estos eran José, llamado Barsabás («hijo de la consolación»), y apodado el Justo, y Matías (Hch 1,21-26). Si todo esto es verdad, y ya estaban con ellos desde los tiempos del Bautista, es plausible que hubiesen conocido allí a Jesús. (Más información sobre ellos en el apartado J11). No hay que confundir a José Barsabas con José Barnabas (Bernabé, compañero de Pablo), ni a Mattai (Matías, discípulo del Bautista) con Mattai (Mateo, uno de los «Doce» y publicano de Cafarnahum).

141 Yeshúa ha-Notsrí: «Jesús de Nazaret» en arameo, la lengua coloquial de Israel/Palestina en el s.I.

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le habían hablado Simeón y su padre; y pensó que bien podía estar delante de un

hombre santo.

Yohannon salió del río y recorrió con la mirada a la gente que había

bautizado y que aguardaba aún en la orilla. Y cuando el silencio lo cubrió todo,

salvo el ruido del arroyo, alzó su voz:

—Y dice el Señor: «Yo soy Yhwh [Yahvéh], no hay ningún otro; fuera de

mí ningún dios existe. Yo te he ceñido, sin que tú me conozcas, para que se sepa

desde el sol levante hasta el poniente, que todo es nada fuera de mí»142.

Yohannon hizo una pausa para observar sus caras antes de continuar.

—Confiad en Ywhw por siempre jamás, porque él es la Roca eterna; porque

él derroca a los habitantes de lo alto; a la ciudad inaccesible la hace caer, la baja

hasta la tierra, la hace tocar el polvo. Para que la pisen los pies de los pobres, y

las pisadas de los débiles la cubran143 —hizo una pausa y los miró en conjunto—

. El bautizo no os servirá si no abrazáis al Señor de corazón y sois justos con

vuestro prójimo. Recordad sus palabras, y que él os bendiga.

En seguida la pequeña multitud rodeó al Bautista en señal de

agradecimiento, mientras sus seguidores no le perdían de vista. El maestro impuso

sus manos sobre algunos y bendijo a los que se lo pedían. Yeshúa, de pie

contemplando la escena, quedó fuertemente impresionado.

Empezaba la tarde cuando la gente se fue retirando, dejando casi vacío el

campamento. Yohannon se secó los brazos y las piernas con una toalla que trajo

uno de sus ayudantes, y luego se cubrió con un manto. Mantenía puesto el talit.

Andreas le susurró algo al oído y Yohannon echó una mirada rápida al Nazareno,

antes de susurrar unas palabras a su discípulo, y retirarse hacia un lugar apartado.

Andreas se acercó entonces a Yeshúa y le habló con amabilidad.

—El maestro desea que comáis con nosotros esta noche —y los galileos

asintieron con una sonrisa.

—Comeremos cuando vuelva de orar —le dijo el discípulo—. Pero venid

—y Filipo, que estaba a su lado, cogió a Yeshúa por el brazo—, os presentaremos

142 Libro de Isaías (Is) 45,5-6. El NT pone en boca de Juan el Bautista algunos textos de Isaías (Is 40,3 cf. Mc 1,2 y par. e Is 53,6-7 cf. Jn 1,29), por eso hemos usado un texto de este profeta que hemos considerado pertinente con el contexto del momento.

143 Is 26,4-6

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a los demás. Recibimos visitas de vez en cuando de gente que quiere oír al

maestro. Algunos, como hemos hecho nosotros, se quedan.

*

Hacia el final de la tarde se juntaron todos, protegidos del tenue y seco

viento detrás de un grupo de juncos que había. Algunos hombres del grupo habían

asado saltamontes y langostas144 que antes habían hervido con agua y sal.

Distribuyeron además pan de cebada, algunos frutos secos y otras frutas dulces

que dispusieron sobre un gran mantel. Beberían agua del arroyo, pues solo raras

veces, en motivo de alguna fiesta importante —y si alguien se lo proporcionaba—

tomaban vino. Solo Yohannon no tomaba nunca alcohol de ninguna clase, por su

condición de nazir. Yeshúa y los galileos que le acompañaban pusieron también

en el mantel lo que les quedaba dentro del zurrón. Yeshúa puso dátiles de su tierra

y miel.

—¡Has traído miel! —exclamó Natanael, el joven que había acompañado al

maestro en el río—. Le gustarás al maestro —y algunos rieron.

—Sin duda —dijo Filipo, y volvieron a reír.

La leche y la miel eran símbolos de prosperidad pues Dios había prometido

que llevaría su pueblo a una tierra que manaba leche y miel145, lo que era un reflejo

144 Mc 1,6 y Mt 3,4 indican que Juan comía saltamontes, aunque a menudo se haya traducido por langostas. Hemos respetado ambos términos buscando una dieta más creíble.

145 Is 60,16 cf. Ex 3,8.

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de la era mesiánica predicha por Isaías146. Por eso, cuando había miel, esta era

muy apreciada, además de por su sabor, por su simbología. Pero no solo por eso...

—A Yohannon le encanta la miel147 —añadió el joven de Caná—. Por

cierto, soy Natanael148, y como puedes oír por mi acento, soy paisano tuyo. Tú

eres de Nazaret, me han dicho…

—Sí.

—La conozco de nombre, pero nunca he estado. ¿Debe ser muy pequeña,

no?

—Más pequeña que Caná, seguro.

—Tal vez mi hermano la conozca —interrumpió Andreas—. Estuvo aquí

hace unas pocas semanas. Lástima que no le hayas conocido. Se llama Simón149.

Avivaron el fuego solo para calentarse y cuando Yohannon llegó poco

después, todos se alzaron y lo recibieron con salutaciones.

146 Recoge Browning en su diccionario que «Pablo (1 Cor 3,2) y la carta a los Hebreos (5,12) se refieren metafóricamente a la leche en el sentido de la enseñanza elemental al comienzo de la vida cristiana; y se exhorta a los conversos a desear la leche incontaminada, como niños recién nacidos (1 Pe 2,2), lo cual puede ser una alusión a la leche que se daba inmediatamente después del bautismo, mezclada con miel —un eco de la era mesiánica predicha por Isaías (Is 7,14-15)—. También se daba una taza de leche a los iniciados en los ritos mistéricos paganos. Sin embargo, es difícil que, en el lugar en el que se encontraban, se dispusiera allí de una fuente constante de leche». (Browning, W. Op. cit., 1998)

147 Tomamos como referencia Mt 3,4, aunque esto podría ser debido solo a la simbología mencionada.

148 Natanael: Aunque algunas veces se asocia este nombre con el de Bartomé/Bartolomé, (Bar Tomeo significa literalmente «hijo de Tomeo»), históricamente no hay pruebas para atribuirlos a una misma persona, salvo la tradición. (Puede leer más en el apartado J11a).

149 Simón: nombre griego, que en arameo se pronuncia «Simeón». El hermano de Andrés es conocido por el sobrenombre en arameo que le puso Jesús de Kefa (Piedra), de donde vendrá «Pedro». Se considera que pudo haber sido también discípulo del Bautista como su hermano, como sugiere el cuarto evangelista (Jn 1,41-42), aunque tal información no pueda ser corroborada. Para no confundir más al lector, reservamos Simeón para el hermano de Yeshúa, y dejamos Simón para el discípulo.

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—Maestro150 —dijo al fin Andreas—, estos cinco hombres han venido de

Galilea para oírte.

—Sed bienvenidos —dijo Yohannon mientras recorría sus rostros con la

mirada. Cuando vio a Yeshúa, que era tan alto como él, se detuvo—. Por fin

alguien de mi… altura —y todos rieron.

—Es Yeshúa ha-Notsrí —observó Filipo.

—La paz sea contigo —le dijo Yeshúa.

—Y contigo —los ojos del maestro se iluminaron al ver la miel—. ¿Quién

ha traído la miel?

—Ha sido Yeshúa —repuso Natanael.

—Entonces sé doblemente bienvenido —y los discípulos rieron entre

dientes. Cuando el maestro se sentó sobre una manta, ellos hicieron lo mismo.

—Habladme de vuestra tierra… —prosiguió Yohannon—. ¿Ha llegado

entonces la palabra del Señor a vuestro pueblo?

—Ha llegado… y por eso queríamos conocerte —respondieron los galileos.

—Pues aquí me tenéis —dijo mirando a sus seguidores que sonrieron

agradecidos.

—Maestro —dijo uno de los galileos—, ¿llegará pronto el reino que

anuncias?

—Tú lo has dicho. Aunque solo el Cielo sabe cuando llegará el día del

Señor…, será muy pronto. Fue siempre anunciado por los profetas, y ahora el

momento ha llegado.

—¿Y por qué los sacerdotes no escuchan? ¿Acaso no creen la palabra de los

profetas?

150 Maestro: El NT usa este término (en griego, didaskalos) como forma que, en algunas ocasiones, tienen los discípulos o la gente para dirigirse a Jesús. Es plausible pensar que los discípulos de Juan podrían dirigirse a su maestro de la misma manera. En los evangelios, que se escribieron en griego, aparece el término hebreo rabbí (Mc 9,5; Jn 3,2,…), o el arameo rabbouní (Mc 10,51; Jn 20,16,…), como forma en que los discípulos u otros se dirigen a Jesús. Aunque el NT traduce la palabra rabbí por «maestro» (Mc 14,45) y rabbuni por «maestro mío» (Mc 10,51), en época de Jesús, la traducción literal era «mi grande» o «mi señor», y se usaba para dirigirse a los maestros de la Ley. Aunque hay autores que afirman que hasta finales del s.I no empezó a utilizarse, otros sostienen que, de modo informal, ya se usaba con anterioridad. En general, diremos que tal título no fue aplicado mayoritariamente (y menos oficialmente) a Jesús, porque él no era un hombre docto ni instruido legalmente en leyes. Además, Jesús se mostró crítico ante muchos que se hacían llamar rabbíes (Mt 23,7-8). Ello no quita que algunas personas —tal vez entre las clases populares— se hubieran dirigido a él con el uso de este título, como muestra de respeto. Y así lo hemos querido reflejar en la novela. (Puede leerse más en el Apartado J7a).

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—No les interesa. Porque así como están, ya están bien. Viven del culto y

las ofrendas, centrados en sus sacrificios y sus normas, pero no en la oración ni

en el cambio interior. Son tolerantes en algunas cosas, pero intolerantes en lo

fundamental porque esto cuestiona su autoridad. No practican la misericordia que

los profetas exigen.

—¿El Señor bajará e impartirá justicia sobre ellos? —preguntó otro.

—Así será —repuso Yohannon sin dudarlo, antes de morder la cola de una

de esas langostas asadas—. El Justo juzgará a todo hombre, varón y hembra, sobre

la tierra. Nadie escapará a su juicio. Y aquellos que han negado la salvación a

otros por cosas nimias, que no han cumplido con lo que predicaban, o que han

guiado a su pueblo en función de sus propios intereses, sufrirán su condena. Y

será, en verdad, terrible151.

Yeshúa y los otros galileos quedaron prendados por sus palabras y su fuerte

personalidad.

—¿Cumplir la ley no es suficiente para salvarse? —preguntó entonces

Yeshúa.

—La Ley no es una condena para el hombre, sino una vía para la salvación

y es palabra del Señor —le contestó Yohannon mirándole a los ojos—. Y el

Altísimo recompensará a los que cumplen la ley de corazón, en sus entrañas, y no

de cara a la apariencia exterior. Pero es necesario también el cambio interior para

poder participar del Reino. Él recompensará a los que se arrepienten honestamente

de sus faltas y a los que practican misericordia. Hay que aceptar al Señor de

corazón y obrar así. El Señor no quiere grandes actos ni sacrificios: «Harto estoy

de holocaustos de carneros y sangre de novillos. No tolero falsedad y

151 La apocalíptica judía es un género literario reflejo de una atmósfera espiritual que impregnaba la época en la que vivieron Juan y Jesús. La palabra apocalipsis significa «revelación» y su uso es moderno. Sus textos ofrecían una visión universalista del fin de los tiempos, introducían la figura de un mesías y mantenían la esperanza de una vida tras la muerte. La apocalíptica judía está ligada a las aspiraciones de libertad del pueblo de Israel respecto las potencias extranjeras, e intentaba justificar las penalidades vividas en el presente, donde dominaba el mal (encarnado, por ejemplo, en el Imperio Romano). Sería muy difícil negar el importante tinte apocalíptico en Juan el Bautista y en Jesús. (Puede leerse más en el apartado F2b2i).

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solemnidad»152. Así habló él por boca de Isaías. De nada sirve ofrecer sacrificios

al Cielo si no se obra con rectitud. Antes el Cielo escogería a un gentil temeroso

del Señor153, que obrase con justicia y cuidase de su prójimo, que a un judío

preocupado solo en cumplir la Ley y practicar sacrificios vanos154.

—¿A un goy temeroso primero? —preguntó un Yeshúa sorprendido.

—La salvación va dirigida a nuestro pueblo, con quien el Justo selló la

alianza. Pero algunos gentiles, piadosos a los ojos del Cielo, también se salvarán.

Para ellos también es necesario el bautismo. Aquí también vienen algunos gentiles

temerosos del Señor155 —quiso puntualizar—, aunque, al final, deberán

convertirse156 para así poder participar del Reino.

—¿Y por qué no predicas en los pueblos y las ciudades, donde todos puedan

152 Is 1,11. El gran conflicto de Juan fue con Antipas, pero también con la clase sacerdotal del Templo en Jerusalén, probablemente porque el Bautista ofrecía una salvación que no pasaba por ellos. Muchos profetas: Amós (Am 4,4-5), Oseas (Os 6,6. 8,13), Jeremías (Jer 7,21-24), además de Isaías, hablaron ya en contra de los sacrificios, porque muchos judíos debían creer que el sacrificio de un animal ya lavaba automáticamente su pecado. Y esto no era así. Es muy plausible que el Bautista retomara este principio, tal y como Jesús también hizo (Mc 12,32-34 y par.; Mt 9,13 cf. Os 6,6). Esto no significa que Juan o Jesús estuvieran en contra del templo de Jerusalén, pero sí de sus líderes, porqué instruían al pueblo de forma equivocada y pueril, y se aprovechaban del gran negocio económico que el Templo generaba. Jesús pudo estar de acuerdo en ofrecer sacrificios en el Templo, aunque el sentido sea distinto, por ejemplo, cuando cura a un leproso y lo envía al Templo para que cumpla con la ley y haga la ofrenda pertinente (Mc 1,40-45). Pero para Jesús (y Juan) el cambio interior, el arrepentimiento sincero es fundamental y debe acompañar necesariamente a la ofrenda. (Puede leerse más en el apartado J21a).

153 Yohannon alude aquí a los «piadosos» o «temerosos del Señor». Con este nombre aparecen en el NT (Lc 7,2-5; Hch 10,2. 16,14. 17,4,…), aquellos paganos que se sentían atraídos por el judaísmo y cumplían muchos de sus preceptos (asistencia a las sinagogas, respeto al shabbat, colaboración económica,…), aunque no se habían convertido. Los hombres no hacían el último paso, circuncidarse, por temor al ritual en sí, pero también por la dificultad que tendría el frecuentar después lugares públicos del mundo greco-romano donde se iba desnudo, como los gimnasios, en donde la mutilación del prepucio podía ser motivo de burla. Posiblemente, también les alejaba del judaísmo el fervor nacionalista judío, pues podía —como sucedió no pocas veces—llevar a peligrosos conflictos con Roma.

154 Adaptaciones de Isaías 56, 1-2 y 56, 6-7.

155 Jesús, como veremos, predicó esencialmente a los judíos, y es consecuente que El Bautista, su maestro, hubiera hecho lo mismo. Sin embargo, es razonable pensar que ambos aceptaran que algunos paganos justos podrían salvarse, como enseñaban algunos profetas hebreos (Is 55,...), aunque con condiciones. Los evangelios dan a entender el éxito del Bautista en toda la provincia de Judea, Jerusalén (Mc 1,5; Mt 3,5) y la comarca del Jordán (Mt 3,5); y que predicó a lo largo del Jordán (Lc 3,3), incluyendo la Decápolis (en Ainon, Jn 3,23). Es posible que aquellos gentiles que simpatizaban con el judaísmo, los llamados temerosos de Dios, hubieran podido visitar también a Yohannon. (De ello hablamos en el apartado J6).

156 Convertirse: en este caso, circuncidarse.

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escuchar este anuncio?

Los discípulos miraron sorprendidos al desconocido y luego al maestro, ante

una pregunta que no parecía en nada descabellada; y esperaron su respuesta con

interés.

—Yo solo soy «una voz que clama en el desierto. Abrid el camino y trazad

en la estepa una calzada a nuestro Señor157».

—¿Acaso aquel que habla en nombre del Señor no sería escuchado en todos

los lugares de Israel? —preguntó de nuevo el Nazareno.

Los discípulos volvieron a mirar aún más atónitos al recién llegado. Filipo

y Andreas se cruzaron una mirada, muy interesados por la cuestión, pero aún más

sorprendidos por ese hombre de Nazaret. Yohannon le clavó una mirada de

reconocimiento antes de responder.

—¿Cómo habéis dicho que se llamaba? —preguntó el maestro a sus

discípulos, quienes rieron ante la pregunta.

—Yeshúa —dijo Natanael.

—Sin duda vienes preparado Yeshúa —repuso Yohannon, quien tomó aire

antes de continuar—. Hay muchas ciudades en las que no quisiera entrar, pues sus

gentes se han corrompido y no atienden ya al Señor. Aquellos que sí lo hacen, los

justos, vendrán aquí. A los justos, el Señor los llamará; a los justos, los encontrará

estén donde estén, aunque las tribus se hayan dispersado158. Si yo fuera a las

ciudades, me detendrían rápidamente y me harían lo mismo que hicieron a

nuestros profetas.

—Herodes nos odia —interrumpió Andreas.

—Herodes nos teme, que es igual de malo —matizó Yohannon—. También

157 La frase es del profeta Isaías (Is 40,3) y es recogida también por los cuatro evangelios canónicos (Mc 1,3; Mt 3,3; Lc 3,4; Jn 1,23)

158 Alude a las doce tribus de Israel, dispersadas a raíz de las conquistas de Asiria (s.VIII a.e.c.) y Babilonia (s.VI a.e.c.). Según la tradición, recogida en el AT, el pueblo hebreo estaba estructurado en su origen en doce tribus. Jacob, el nieto de Abrahán, tuvo 12 hijos varones (Gen 35,22-26) que fueron los líderes, respectivamente, de cada una de las doce tribus que formaron el pueblo de Israel. Jesús es considerado, por muchos historiadores, un profeta de la restauración de Israel. Es decir, que creía en que, en el futuro, Dios reuniría de nuevo a las doce tribus. (Aunque casi diez de ellas habían sido absorbidas y diluidas en el Imperio Asirio varios siglos atrás). Esta reunificación sucedería con la llegada del Reino de Dios. Esta creencia de Jesús tiene apoyo neotestamentario, (Mt 19,28; Lc 22,29-30. Hch 1,6, frag.). Es plausible que este concepto lo heredara del Bautista, aunque este advirtiera que ser hijo de Abrahán no fuera garantía de salvación. (Hablamos de ello en los apartados J6 y J7).

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Elías huyó del rey Ajab y se refugió en el Jordán159. Y tampoco puedo ir a

Jerusalén, pues los sacerdotes del Templo me detestan.

—Comprendo —dijo el Nazareno.

—Y Herodes Filipo es otro judío renegado, que reconstruye nuestros

pueblos como ciudades romanas —dijo Andreas visiblemente enfadado—.

Deberías ver lo que ha hecho en mi Betsaida160.

—Aquí me quedo: en el Jordán —sentenció Yohannon—. Y aquí predicaré

las palabras del Señor.

La conversación desde ese momento fue mucho más pausada. Y hacia el

final de la cena, alentados por la buena compañía y protegidos por la intimidad de

la noche, algunos discípulos hablaron con más libertad.

—Pronto llegará el día en el que caiga la mano del Señor contra los

enemigos de su pueblo —exclamó uno de ellos.

—El Reino llegará y nuestro pueblo será uno —añadió otro.

—Los romanos se inclinarán y reconocerán al Señor —dijo un tercero.

—También el César se inclinará —y se oyeron varios síes.

—Cada vez se oye más alta nuestra voz —dijo Andreas—. Ya llegamos

incluso a las pequeñas aldeas como Nazaret —y algunos rieron.

—Algún día lo hará también la espada del Señor, como hicieron antaño

Judas Macabeo y los suyos —y se escucharon de nuevo más y más síes, aunque

Yohannon no dijo nada.

—Maestro —preguntó entonces Andreas—, tenemos razón, ¿verdad?

Cuándo el Reino de los Cielos llegue, ¿será así en verdad?

Yohannon miró al discípulo con cierto pesar.

—Los romanos son una ofensa al Poder, Andreas. Y el Señor se abatirá

sobre ellos con su espada. Pero cuando llegue el Reino no será cómo con los

159 En la descripción de Juan el Bautista que hacen los evangelios (Jn 1,21; Mc 9,9-13 y par.), existen similitudes que lo identifican con el profeta Elías. Elías había «ascendido a los cielos en un carro guiado por caballos de fuego» (2 Re 2,11), y muchos creían que debía volver. Y se creía que volvería para anunciar la llegada del Mesías, (un reflejo lo encontramos en Mc 9,11). Elías vivió en el desierto un tiempo, escondido del rey Ajab en el torrente de Kerit, al este del Jordán (1 Re 17,2-4). Pero muchos historiadores dudan seriamente de que Juan pudiese considerarse Elías. (Puede leerse más en el apartado J9e).

160 Alusión a las reconstrucciones que Herodes Filipo, hermano de Herodes Antipas, hizo en su territorio. (Sobre ellas puede leerse en el apartado H11a.v).

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macabeos. Será algo muy distinto. Y hay que estar preparado… ¿Tú lo estás

también?

—¿Lo estoy, maestro? —preguntó después de pensarlo.

—¿Qué hay en tu interior?

—Arrepentimiento.

—Bien. ¿Y qué más?

—Amor a Dios —dijo tras pensarlo un momento.

—Bien. Tú lo has dicho. El Señor debería estar dentro de cada uno.

—¿Y qué más?

—¿Qué más maestro?

—Si, Andreas. ¿Qué más?

Andreas no supo qué responder.

—Misericordia… Amarás a tu prójimo como a ti mismo —dijo Yeshúa

recordando las palabras de su viejo maestro de Nazaret, Simeón, y repitiendo las

palabras del levítico161.

Yohannon fijó en el Nazareno su mirada.

—Así es.

—¿Pero los romanos...? —interrumpió Filipo.

—La alegría de encontrar al Señor es mayor que cualquier cosa —repuso

Yohannon—. Pero que esta alegría no os confunda, pues confundiréis también a

los que os escuchen.

—Entonces, ¿el Señor no destruirá al ejército romano?

—No me cabe duda que lo hará. El Cielo todo lo puede Filipo. Pero primero

prepara tu camino y favorece también así la llegada del Reino.

Yohannon hizo un gesto con el que quiso dar por terminada la cena.

—Recemos ahora —dijo. Cogió aire y entonó el primer verso del shemá —

. Shemá Yisrael, Adonai Elojenu, Adonai Ejad.

Y luego los demás repitieron el primer verso y continuaron la oración.

Yeshúa y los otros galileos se unieron al coro:

Escucha, Israel: Yhwh nuestro Dios es el único Yhwh. Amarás a Yhwh tu Di-

s con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón

161 Lev 19,18.

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estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas

tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás

a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás

en las jambas de tu casa y en tus puertas...

Al terminar la plegaria, Yohannon se retiró cerca del desierto a rezar162,

como era costumbre en él. Pero antes de irse, Yeshúa le habló.

—Puedo quedarme con vosotros, maestro.

—Quédate —le respondió Yohannon—. Quédate, y hazte fuerte aquí con el

Señor163.

Qué maravillosas sonaban esas palabras en la calma del lugar, pensó

Yeshúa. El Nazareno había escogido así a su maestro, como era costumbre que

los alumnos hicieran, y no al revés. Los cuatro compañeros de viaje de Naim le

desearon buena suerte, pero, como él ya sabía, al amanecer partirían hacia

Jerusalén en vistas a celebrar allí la Pésaj. Los discípulos de Yohannon le dieron

la bienvenida, y Yeshúa pensó que su vida, tal vez, podía empezar de nuevo.

*

El Nazareno empezó poco a poco a experimentar cómo funcionaban las

cosas en el campamento. Por la mañana se levantaban temprano y entonaban el

shemá. Luego leían la Torá y a los profetas, en especial a Isaías y Daniel. El

Bautista, que había tenido una formación sacerdotal y conocía bien las Escrituras,

162 Según los evangelios Juan predicaba en el desierto de Judea (Mc 1,4; Mt 3,1). Para Lucas, «la palabra de Dios vino sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3,2). Es plausible suponer que Juan practicaba la oración. (Sobre el desierto como lugar de oración, puede verse el apartado J17a.). Los judíos podían orar incluso públicamente en espacios abiertos como la orilla del mar.

163 En el mundo antiguo era normal que el discípulo escogiese a su maestro. Una excepción a esta regla la constituyó Elías (1 Re 19,19-21), y el propio Jesús, quien llamó personalmente a sus discípulos a seguirle.

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podía leerlas y, además, se las interpretaba. Al término, oraban; aunque Yohannon

acostumbraba a retirarse al desierto para hacerlo en solitario. Los discípulos lo

sabían perfectamente y enviaban siempre a alguien que, a distancia, vigilaba al

maestro. Se turnaban para hacerlo. Lo hacían porque temían por su seguridad, a

tenor de las visitas que últimamente habían recibido de sacerdotes de Jerusalén y

de la misma corte de Herodes. Pero también por si había fieras. Los discípulos

oraban en silencio y en solitario, pero sin dispersarse mucho. Entrada la mañana,

cuando Yohannon ya había regresado, recibían al primer grupo de penitentes. El

maestro escogía un discípulo para que le ayudara, y los dos hombres se adentraban

en el arroyo, donde Yohannon bautizaba. Luego, al volver, predicaba hablando a

la gente reunida en la orilla164. Para Yeshúa, ese era de los mejores momentos del

día.

Los sacerdotes de Jerusalén creen que porque son sacerdotes en el Templo

poseen el favor del Señor —decía Yohannon—. Pero no, no es así. Piensan que

cuantos más sacrificios hagan, mejores serán a los ojos del Señor. Pero no, no es

así. Nuestro pueblo vive en la miseria y su clamor ha llegado ya al Señor. Y el

momento está cerca. Esta es la Buena Nueva del Señor. Convertíos. No creáis que

por ser hijos de Israel, el Señor no os exigirá cuentas el día del juicio. Pues sí lo

hará. Convertíos. Y que el fruto de vuestra conversión se manifieste en vuestra

conducta. Os aseguro que antes se salvará un justo que un judío que no obedece

al Señor. Pues yo os digo que Dios es capaz de hacer surgir de estas piedras hijos

de Abraham si así lo desea —Yohannon hizo una pausa para coger aire y miró el

rostro de la multitud—. Convertíos ahora para que, cuando llegue el momento,

podáis decir al sirviente de Yahvé, yo te esperaba con el corazón limpio165.

Con tiempo y determinación, Yeshúa fue entendiendo progresivamente

164 El historiador judío del s.I Flavio Josefo (Ant. Jud. XVIII,116-118) da a entender de Juan el Bautista que no solo bautizaba, sino que también predicaba.

165 Este discurso de Juan el Bautista, que toma como base su discurso recogido en el capítulo 3 de Mateo y al profeta Isaías —a quien Juan cita en los evangelios— mantiene un tono apocalíptico en concomitancia con el que se cree que el Bautista utilizaba. Fíjese el lector las semejanzas entre este discurso y las futuras palabras de Jesús. Las frases «y no penséis en deciros: «tenemos como padre a Abraham.» Pues os digo que Dios es capaz de hacer surgir de estas piedras hijos de Abraham». Y «el hacha ya se encuentra junto a la raíz de los árboles; es más, todo árbol que no de fruto bueno es talado y arrojado al fuego» (Mt 3,9-10), llevan a pensar a los historiadores que al bautismo de Juan podían acudir también algunos gentiles. Es decir la salvación no estaba asegurada por el simple hecho de ser judío, había que ganársela. (Más información en el apartado I1d9ii.b).

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mejor el pensamiento de Yohannon y fue creyendo en sus palabras. Algunas de

las cosas que decía, ya las había intuido. Y hasta le recordaban expresiones que

su padre o el viejo Simeón le habían dicho algunas veces. Pero ahora, en boca de

Yohannon, se hacían más claras y cobraban pleno sentido en su mente.

Al acabar su discurso de la mañana, el maestro se retiraba de nuevo para

orar. Los discípulos recogían a veces algo de dinero, ropa o comida de los

penitentes que venían, en un acto totalmente voluntario. Así, a veces comían algo

al mediodía, pero no siempre. Dependía bastante de lo que la gente les traía, pero

también de lo que pescaban en el río o lo que encontraban en el valle. A veces,

ayunaban voluntariamente, otras veces les era obligado166. Al terminar recitaban

el shemá, de nuevo todos juntos y a primera hora de la tarde solía haber otro grupo

de penitentes, que eran también bautizados. Yohannon predicaba de nuevo antes

de volver a retirarse para rezar. Se juntaban otra vez antes del anochecer y comían.

Luego entonaban el shemá por tercera vez y, al término, Yohannon solía realizar

su última oración del día. Por la noche dormían en tiendas, pues no solo

salvaguardaban del viento y el frío, sino que las fieras no entraban nunca en ellas.

Las tiendas les recordaban alegremente el Éxodo, la época de su historia donde su

pueblo vagó por el desierto en busca de la tierra prometida por el Señor.

Y así transcurrieron los días.

Celebraron la Pésaj allí mismo y con mucha sencillez. Las festividades

formaban parte del pueblo hebreo prácticamente desde su propio origen y estaban

codificadas por la Ley. Los hebreos tuvieron la capacidad de asimilar fiestas

locales o tribales y hacerlas suyas, aprovechándolas para transmitir, a través de

ellas, sus valores, su historia, el recuerdo de un pasado glorioso —mitificado con

el paso de los años—, y potenciar un monoteísmo como elemento diferenciador y

unificador de su sociedad. Además, durante su celebración, las barreras sociales

se hacían mucho más permeables, lo cual era también más cercano a aquello que

reclamaban los profetas. Sin embargo, a Yohannon no le gustaba el cariz que estas

fiestas habían tomado, y recordaba —como también habían hecho algunos

profetas— que los ritos y los sacrificios no podían usarse como forma de

166 Los sinópticos recogen esta cita: «ticos recogen esta cita: el simple hecho de ser jud al bautismo de Juan podahaml «¿Por qué los discípulos de Juan ayunan y los tuyos no ayunan? » (Mc 2,18). También en Mt 9, 14 y Lc 5, 33.

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acomodación y expiación de las malas conductas, o como una manera de aplacar

la cólera de Dios por las faltas cometidas. Uno debía antes, cambiar sinceramente

de conducta y entonces participar de la fiesta. Al maestro le gustaba recordar al

respecto las palabras del profeta Amós:

Yo detesto, desprecio vuestras fiestas, no me gusta el olor de vuestras

reuniones solemnes. Si me ofrecéis holocaustos... no me complazco en vuestras

oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados.

¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus

arpas! ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!167.

Y así transcurrieron las semanas, y Yeshúa estuvo con ellos, escuchando a

Yohannon y conociendo su mensaje de primera mano. Compartiendo sus

opiniones con el maestro y otros discípulos, y comprendiendo que el Reino de

Dios llegaría de forma inminente a la tierra. Pero también, deseando que este

mensaje pudiese llegar antes a todos los hijos e hijas de Israel, y no solo a los que

podían acercarse al campamento.

*

Cierto día, mientras oraban por la mañana, una de las tiendas, la más grande,

se derrumbó. Por fortuna, no hubo heridos que lamentar. Las tiendas estaban

hechas de forma sencilla, con algunos palos clavados en el suelo y telas encima

sujetas con pequeños ganchos. Yeshúa se ofreció a repararla, usando el poco

material que allí tenían. Los galileos Filipo y Andreas le echaron una mano,

cortando un par de troncos para hacer más travesaños que reforzaran la estructura.

Cuando regresaron al campamento, ya encontraron al primer grupo de penitentes

en la orilla. Entre ellos había un hombre que había traído a su hijo menor, que no

167 Am 5,21-24.

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hablaba desde hacía unos meses. El padre creía que un demonio le impedía hablar,

tal vez el mismo que había hecho enfermar a su esposa hasta la muerte. Y trajo el

niño al campamento esperando ver si Yohannon podía hacer algo.

Dos discípulos, Barsabás y Matías, oyeron el caso y transmitieron el

mensaje al resto, antes de decidir comunicárselo al maestro; aunque ya le

advirtieron que Yohannon no hacía esa clase de cosas. Pero el hombre atendió

esperanzado cuando le dijeron que el maestro finalmente lo vería. Había venido

con toda su familia, y el niño, que contaría con unos seis o siete años, y que no

parecía enfermo físicamente, vagaba por el campamento curioseando. Se dirigió

hacia donde estaban los tres galileos que trabajaban la madera, usando con ingenio

y paciencia los escasos recursos de que disponían.

El niño se acercó, probablemente porque le pareció eso más interesante que

las columnas de gente que se metían al río para tomar un baño. Yeshúa pulía la

punta de uno de los palos de la base, usando un cincel que había construido con

un trozo de madera y un cuchillo oxidado. Los demás galileos cortaban con el

hacha los troncos según las medidas que Yeshúa había indicado. Andreas sonrió

al chico y Filipo le pasó la mano por la cabeza, sacudiendo una mata de pelos de

un lado para el otro. Pero el chico no hizo mucho caso, y se centró en el

instrumento que Yeshúa tenía en sus manos. Se notaba que sabía lo que hacía. A

veces el Nazareno dejaba el cincel y trabajaba con el martillo, golpeando con él

un trozo de metal a modo de escarpa. No tenía más material, ni siquiera clavos o

una tabla sobre la que trabajar. Cuando vio al chico, Yeshúa apenas hizo nada y

siguió con lo suyo. Volvió al cincel y la escarpa cayó al suelo, pero no la cogió.

El niño se acercó, la cogió y la examinó con sus manos. Luego la golpeó con

suavidad contra la roca que Yeshúa usaba de mesa, y escuchó el ruido. Lo hizo

un par de veces.

—Es una escarpa —puntualizó Yeshúa sin dejar de trabajar con el cincel.

El niño no dijo nada y se limitó a dejarla sobre la piedra. Yeshúa la cogió y

dejó el cincel en su lugar. El chico cogió ahora el cincel, viendo que el Nazareno

no se lo impedía, y lo examinó con cuidado.

—Es un cincel —añadió Yeshúa sin dejar de trabajar, ahora con el martillo

y la escarpa.

El chico comprobó que había un borde cortante debajo, y que era con eso

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con lo que Yeshúa producía esas virutas en la madera.

—Tal vez podrías pasar el cincel por ese tronco, tiene un bulto que debería

limarse —sugirió Yeshúa.

El niño se volvió sorprendido, e hizo lo que le pedía. Yeshúa lo observó. El

niño puso entusiasmo, y ejecutaba bastante bien el movimiento, aunque no

producía virutas.

—Gira el cincel y trabaja en el sentido opuesto —le sugirió Yeshúa.

Así lo hizo el niño y empezó a funcionar. Y pareció que sonreía.

Filipo y Andreas contemplaron la escena.

—Ya veo que ahora tienes otro ayudante —y Filipo volvió a frotarle el pelo.

El niño pareció de nuevo que sonreía, aunque sin dejar de trabajar. Cuando

terminó, llevó la madera al Nazareno. Este la examinó con cuidado y puso

atención al detalle.

—Es un buen trabajo —el niño se sintió bien y Yeshúa se dio cuenta—. Tal

vez querrías ayudarme a modelar ahora ese otro tronco que está allí. Será más

difícil porque tiene muchas rugosidades pero…

Antes de que terminara la frase el chico ya había cogido el tronco. Lo colocó

sobre una roca, no sin cierta dificultad, y empezó a trabajarlo. Filipo y Andreas

rieron entre dientes.

Al rato, Yeshúa se acercó al chico y examinó lo que hacía. Trabajaba bien

y era cuidadoso.

—Espera —le dijo—, esta zona es demasiado rugosa para el cincel —y le

dio el martillo y la escarpa.

—Trabajarás mejor con esto. ¿Crees que podrás? —el chico asintió. Empezó

a hacerlo pero le costaba, y Yeshúa le cogió la mano con la suya—. Tienes que

coger la escarpa de esta manera y golpear así con el martillo.

Durante un rato los dos trabajaron juntos. El padre se acercó hacia donde

estaban y quedó sorprendido al ver a su chico trabajando. Yeshúa le dejó y el niño

fue haciendo. Al poco el niño tiró del vestido de Yeshúa y este fue a comprobar

la pieza—. Mucho mejor. Ahora retoma el cincel y pule los detalles más

pequeños. El padre seguía los movimientos de su hijo con discreción, y Yeshúa

le hizo una seña para que esperara, y le indicó que se colocara detrás de una de

las sábanas que formaban la tienda provisional. Entonces Yeshúa habló al chico.

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—Sabes —le dijo—, tenía un hermanito de tu edad al que también tuve que

enseñar a hacer esto. Al principio le costó, pero luego, poco a poco fue

aprendiendo —Yeshúa hizo una pausa—. Se parece a ti —El Nazareno seguía

trabajando mientras hablaba y el chico, repicando la escarpa con el martillo,

parecía que no le escuchaba—. Tuve que enseñarle yo —añadió Yeshúa—,

porque nuestro padre murió cuando él era pequeño.

El niño seguía golpeando la escarpa con el martillo.

—Cuando sucedió eso —continuó Yeshúa—, mi hermano no habló durante

un tiempo. Tenía una pena muy grande y sufría mucho. Nuestro padre murió tan

de repente que no pudo despedirse.

Entonces Yeshúa dejó de oír el martillo y se volvió hacia el chico. Lo

encontró inmóvil, mirándole con los ojos muy abiertos. Intentó balbucear algo

pero no pudo, emitiendo en su lugar sonidos extraños. Sus compañeros

contemplaron atónitos la escena. ¿Qué eran esos ruidos? ¿De nuevo el demonio

no le dejaba hablar? Yeshúa dejó entonces lo que hacía y se agachó delante de él,

quedando a su altura. El niño siguió intentando hablar, pero sin éxito. Sus ojos

enrojecieron, como si quisiera llorar. Yeshúa puso una de sus grandes manos en

los labios del chico, y le cubrió hasta la nariz. El niño intentaba hablar pero no

podía, e intentó respirar y tampoco. El Nazareno le sujetó luego el cuerpo contra

el suyo y el chico apenas podía moverse. Forcejeó. El padre salió de detrás de la

sábana y avanzó para intervenir. El niño intentó liberarse pero no lo conseguía y,

en el último momento, buscando el aire vital, Yeshúa le soltó la mano de los labios

y el niño gritó.

—¡Mamá! —y jadeó luego varias veces con la boca abierta—Mamá...

El padre del niño tuvo que cubrirse la boca con las manos para contener la

emoción.

—Hijo mío… —y al ver a su padre, el niño se acercó rápido y le abrazó.

—¿Mamá? ¿Por qué no está mamá? —preguntó el pequeño.

Aturdido, no supo muy bien qué responder.

—Se ha ido con el Señor —dijo al fin.

—¿Y por qué no vuelve?

—Porque… no puede hijo. No puede.

El padre se sintió feliz por escuchar a su hijo, pero impotente por no poder

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ayudarlo como querría. El muchacho empezó a llorar.

—Cuando reces al Señor… —dijo Yeshúa, y el niño lo miró—, háblale de

ella. Y él se lo dirá.

Y al oír esas palabras el niño fue calmándose. El Padre se sorprendió del

efecto que esas palabras tuvieron no solo en su hijo, sino también en él mismo.

—Entonces rezaremos, ¿verdad padre?

—Sí, hijo. Rezaremos. Y daremos gracias al Cielo por este día.

El padre agradeció con su mirada la atención y el gesto de Yeshúa, y marchó

corriendo con el chico en brazos hacia donde estaba su familia. Y muchos

consideraron aquello un prodigio. Los galileos, que habían contemplado la

escena, quedaron estupefactos; pero Yeshúa siguió trabajando con la madera sin

darle más importancia, aunque con una sonrisa.

Los familiares del niño lo celebraron, y armaron cierto alboroto en la orilla.

Sus propios compañeros difundieron lo que Yeshúa había hecho en el

campamento, que llegó también a oídos del maestro. Durante el día algunos entre

ellos se acercaron para preguntarle qué demonio había expulsado168.

*

Al caer la tarde, mientras cenaban frugalmente, como en ellos era

costumbre, la figura de Yeshúa fue el blanco de las miradas de sus compañeros.

Algunos intentaron preguntarle por lo sucedido, pero el Nazareno no mostró

interés en hablar de ello. Al terminar de comer, recitaron el shemá. Luego

Yohannon se puso en pie, colocó adecuadamente el manto sobre sus hombros, se

168 Este «milagro» no aparece en el NT, donde Jesús empieza siempre su misión tras el bautismo. Sin embargo, es plausible que Jesús, estando con el Bautista, realizara algún acto similar que atrajera la atención también de sus compañeros. Pues recordemos que varios de ellos, según el evangelio de Juan, pasarían luego a formar parte del grupo de «los Doce» de Jesús (Andrés, Filipo, Simón Pedro y tal vez Natanael), o a ser discípulos suyos, como Matías y José Barsabbás (según Hch 1,21-23). Como base para este «milagro» hemos tomado muy libremente el relato de la curación del mudo endemoniado (Mt 9,32-34; Lc 11,14-23), que pertenece a la fuente Q (Q 11,14), muy antigua, y carece de un lugar geográfico propio. (Lo comentamos en el apartado J10a).

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recolocó el talit sobre la cabeza, y se dirigió al desierto para orar, siguiendo su

costumbre. Pero tras dar unos pocos pasos en esa dirección, se detuvo sin girarse.

—Yeshúa —dijo—, coge tu manto y acompáñame.

El Nazareno se quedó helado. Andreas, que se sentaba a su lado, le estiró la

túnica:

—¿No oyes al maestro? Venga, levántate —Yeshúa miró a sus compañeros

de reojo, y se levantó.

—Acompáñame. Hoy está… más oscuro.

No hacía falta ver la luna llena para entender que el maestro, después de lo

sucedido, deseaba hablar con el galileo en privado, y no era su intención crear

favoritismos entre sus discípulos. Yeshúa obedeció y los dos hombres anduvieron

un largo trecho hasta adentrarse en el desierto. Aún en verano, la noche era fría,

pero lo que más llamó la atención al Nazareno fue el atractivo del lugar, algo que

nunca habría pensado. El frío pareció desaparecer y los aullidos que en alguna

ocasión emitía algún lobo o chacal ya no parecían tan turbadores. Caminaron

todavía algo más, hasta llegar cerca de un árbol con abundantes ramas aunque

escaso follaje, y bajo el cual Yohannon se detuvo. Se arrodilló y Yeshúa hizo lo

mismo.

—¿Oras aquí maestro, en la soledad del desierto169?

—Solo Yahvé y yo. ¿Qué más le puedo pedir?

Yeshúa asintió al comprender.

—Antes de rezar quisiera que hablásemos de lo sucedido esta mañana,

aunque ya veo que no te apetece mucho hacerlo —Yeshúa bajó la cabeza—.

169 Desierto: El desierto era un lugar tenebroso en general, inhóspito, solitario y deshabitado. Tal vez, incluso ajeno a la presencia de Dios. Es el lugar por el que vagó el pueblo de Israel como castigo y como prueba durante 40 años (Núm 14,33-35; Deut 8,2), y es aquí donde los evangelios sinópticos describen el sitio en el que Jesús fue tentado por el diablo. El desierto es el reino de los escorpiones, las serpientes y muchas criaturas asociadas con nuestros miedos, y en él «habitan las fieras» según el evangelista (Mc 1,13). Y probablemente por eso, en el pasado, se podía pensar que también era un sitio ideal para el diablo. En el mundo antiguo, era habitual que el héroe tuviese que poner a prueba su valía con algún hecho sobrecogedor realizado antes de emprender su misión, algo que reflejase sus atributos y certificase su elección para el papel que habría de desempeñar. Es posible que el mismo evangelista equiparara la prueba de Jesús con la que superó Daniel ante los leones (Dan 6,11-29 cf. 14,29-42). Las tentaciones de Jesús en el desierto cumplen bien con esa misión inicial, y no son consideradas históricas. Por otro lado, los evangelios también sitúan ahí el lugar de actuación del Bautista. Pues el desierto, puede ser a su vez entendido como lugar de refugio, o incluso donde recibir instrucciones de Dios, como fue el caso del profeta Elías (1 Re 19,9ss) (nota 105). Un profeta que el NT quiso relacionar a menudo con Juan el Bautista. (Más información sobre las tentaciones en el apartado J10c).

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¿Conocías a esa familia? —preguntó entonces.

—No.

—¿Qué pensabas cuando viste al niño?

—Tenía un gran dolor.

—¿Cómo supiste que no era un demonio?

—Lo sentí —dijo sin pensar mucho la respuesta.

—Te creo, Yeshúa —dijo Yohannon después de reflexionar.

—Mi padre también podía —añadió el Nazareno.

—¿Quién era tu padre? ¿Era un hombre piadoso?

—Era un hombre… bueno.

—Entiendo —Yohannon hizo una pausa antes de continuar—. Desde que te

escuché el primer día, Yeshúa, pensé que tenías algo diferente, y lo sucedido hoy

me lo confirma.

—¿Diferente, maestro?

—El señor es fuerte en ti —dijo mirándolo a los ojos—. Aunque tú pareces

no verlo.

—Maestro, yo…

—Si puedes sentir y hacer esas cosas es por su gracia, pues si no, no podrías

—luego respiró profundamente y añadió—. Y por eso debes hacerlas —se dio

media vuelta y se encaró con la luna.

Yeshúa sintió una liberación interior al oír esas palabras.

—Sí, maestro —dijo tras respirar profundamente.

—Y ahora, oremos170.

Yohannon, de pie, acercó sus manos al cuerpo, levantó la cabeza hacia el

cielo estrellado y cerró los ojos. Yeshúa, observándole, hizo lo mismo. Poco a

poco fue notando como su respiración se tranquilizaba, casi hasta no sentirla. Y

sus inquietudes fueron desapareciendo, y agradeció a Yohannon poder disfrutar

de ese momento de calma junto a quien ya consideraba no solo su maestro, sino

un verdadero profeta para su pueblo. Luego, internamente, empezó a rezar de

170 Los evangelios indican la costumbre que tenía Jesús de retirarse a un lugar solitario para orar (Mc 1,35; Mt 14,23, Lc 6,12,..). El hecho puede bien ser histórico. En la novela, hemos imaginado que su origen podría encontrase aquí, en el desierto junto a Juan, tomando como base que Jesús «se retiraba a los desiertos y rezaba» (Lc 5,16; y probablemente Lc 4,42) (Apartado J17a). Los judíos piadosos rezaban de pie (Misná, tratado Berajot 5,1).

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forma natural, como nunca antes había sentido. Y así estuvo un agradable y largo

rato, percibiendo una paz interior reconfortante. Cuando abrió los ojos, Yohannon

le miraba y asintió.

—Ha sido maravilloso —dijo el Nazareno—. Nunca había orado así.

—Lo sé —repuso Yohannon.

—Maestro, ¿cuándo aprendiste a rezar en el desierto?

—Era entonces yo muy joven —Yohannon suspiró profundamente antes de

responder—. Pertenece ya a mi pasado Yeshúa.

—¿Fue cuando vivías con la comunidad del desierto171? —se atrevió a

preguntarle Yeshúa; y vislumbró un pesar en los ojos del maestro: le supo mal

haber preguntado.

—¡Ah! los hijos de la luz… —añadió en voz baja—. ¿Te han hablado de

allí? —pareció preguntar, aunque no esperó respuesta—. Ahí moran aquellos que

creen que lavándose el cuerpo cada día purifican el alma. Aquellos que creen que

el Señor en su venida les reconocerá solo a ellos. Los que esperan como nosotros;

pero no entienden que el Señor ha contemplado ya a su Pueblo y ha abierto sus

brazos a todos los hijos que le reconozcan y le amen de corazón.

Yohannon le puso la mano en el hombro para ayudarse a levantar.

—Y ahora regresemos. Empieza a hacer algo de frío, y estoy cansado…

Mañana me acompañarás al río —añadió.

171 Comunidad del desierto: se alude a «Quirbet Qumran» (en árabe, las ruinas de Qumrán). Su nombre en la antigüedad es desconocido, pero al parecer se autodenominaban «Damasco». Es el lugar de donde proceden los célebres manuscritos del mar Muerto, que informan sobre la pluralidad del judaísmo en los ss.II a.e.c—I e.c.). (Puede leer más en el apartado H8). Se considera que allí vivió en comunidad un grupo escindido dentro de los esenios, y autoproclamados «hijos de la luz» o «hijos de Zadok», el primer sumo sacerdote del primer templo de Jerusalén. Los esenios creían en la inmortalidad del alma, la resurrección, el juicio final y el reino futuro de Dios. (Leer más sobre ellos en el apartado I1c6). Juan el Bautista no era esenio. Pero la hipótesis de que hubiese convivido algún tiempo con los esenios —inclusive en el yacimiento mismo de Qumrán, en el desierto de Judea, al sur de Jericó y a escasos kilómetros del mar Muerto— aunque indemostrable, es posible. Hablamos de ello en la nota 129. (Ver semejanzas y diferencias entre el Bautista y los esenios en el apartado I1d9ii).

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*

Asombrados miraron los discípulos al galileo aquella mañana cuando este

se dirigió al arroyo junto al maestro. Hacía poco que había llegado, y este ya

confiaba plenamente en él. Tal vez incluso le había hecho partícipe de enseñanzas

secretas en el desierto, se preguntaron algunos algo recelosos.

Yeshúa, vestido con su túnica habitual y un gorro que le sujetaba el cabello,

entró en el agua detrás de Yohannon; y una vez ambos estuvieron firmes en el

centro, el maestro alzó el brazo y la gente empezó a acercarse. Lo hicieron como

de costumbre, en dos filas, una para hombres y otra para mujeres. El primero en

llegar fue una mujer joven. Yeshúa le dio la mano, pues caminar sobre las piedras

del río podía resultar engañoso, y la joven agradeció el gesto con una rápida

sonrisa antes de alzar el rostro hacia Yohannon. El maestro le dirigió las palabras

habituales y ella respondió afirmativamente antes de ser sumergida. Yeshúa la

ayudó a incorporarse y percibió el brillo en los ojos de la muchacha. Yohannon la

bendijo y la muchacha regresó, con esperanza en el rostro.

Y así fueron haciendo. Yeshúa indicaba a una persona, de una fila distinta

cada vez, que se acercara, y entonces el maestro le hablaba y luego la bendecía.

Aunque no hubo muchos penitentes ese día, Yeshúa veía a menudo la chispa en

sus ojos y presentía el cambio que se producía en el interior de cada persona.

Cuando Yohannon hubo terminado y se disponía a salir del arroyo, una palabra

de Yeshúa le detuvo.

—Maestro —le dijo el galileo—, bautízame.

Yohannon se volvió y clavó un instante su mirada en los ojos del Nazareno,

hasta que alzó la mano para indicarle que se acercara. Yeshúa se quitó el vestido,

quedando en calzoncillos como uno más de los penitentes que se habían

bautizado. El maestro repitió las palabras de Ezequiel que tantas veces había ya

oído el Nazareno. Pero esta vez sonaron aún de forma más especial, porque ahora

le iban dirigidas. Aceptó plenamente que se acercaba el final, que Israel debería

prepararse para la salvación, y que el Bautista tenía la misión de llevar a cabo la

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purificación del pueblo de Dios en esta hora final172. Y así entendió el vaticinio

del profeta Ezequiel, que Yohannon formuló esta vez por completo:

Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré

a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas

vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y te rociaré con

agua pura y quedarás purificado; de toda tu impureza y de toda tu basura te

purificaré. Y te daré un corazón nuevo, infundiré en ti un espíritu nuevo, quitaré

de tu carne el corazón de piedra y te daré un corazón de carne. Infundiré mi

espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y

practiquéis mis normas173.

Yohannon le puso las manos en los hombros y el Nazareno se arrodilló

delante del maestro:

—¿Te arrepientes de corazón de tus pecados?

—Sí, me arrepiento de ellos —le respondió174.

—Entonces yo te bautizo hoy con agua en el nombre del Cielo, para que

cuando llegue el Reino puedas entrar en él —y Yohannon lo sumergió

completamente en el arroyo.

Cuando lo incorporó, ambos se miraron con alegría y Yohannon le beso en

los labios175.

—Sé justo y misericordioso Yeshúa, y que el Eterno te bendiga cuando

172 Final: referido al final de los tiempos. La palabra técnica es «escatología», y hablamos de ella en el apartado F2b1.

173 Ez 36,24-27.

174 Mc 1,4-9. Esta parte del bautismo, la confesión de los pecados por parte de Jesús, ha causado siempre estragos en la Iglesia. Los otros evangelistas trataron de contrarrestar ese punto. De tal forma que, en Juan, el evangelio más tardío, el bautismo se eliminó. Además, se sobreentiende siempre que el bautizado reconoce la doctrina del que bautiza y no al revés. Esas dificultades son los argumentos en favor de su autenticidad histórica. El versículo 11: «y una voz surgió de los cielos: «Tú eres mi hijo amado, en tí me he complacido’» (Mc 1,11) está, precisamente, para contrarrestar este punto: Jesús no podía ser un pecador. (Más en el apartado J9a).

175 El ósculo era el beso en los labios como símbolo de transmisión del conocimiento. En ningún fragmento de los evangelios se explica que Juan besase a Jesús, pero consideramos que es plausible en este contexto.

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llegue el día del Señor, como hago yo hoy —los discípulos contemplaron la

escena desde la orilla. Y al volver, la mayoría le recibió con saludos y besos en

las mejillas. Desde fuera parecía una bienvenida oficial al grupo, pero Yeshúa bar

Yosef hacía ya tiempo que había penetrado en muchos corazones176.

176 Un teólogo católico especializado en el estudio del Jesús histórico explica: «Al someterse al bautismo de Juan (…), Jesús proclamaba su aceptación del mensaje escatológico [sobre el cercano fin del mundo] que llamaba a todo Israel al arrepentimiento ante la inminencia del juicio de Dios. Pese a todos los cambios que se verán luego en su ministerio, no hay indicio —aunque ello pueda escandalizar a muchos de nuestros contemporáneos— de que Jesús abandonase nunca lo esencial del mensaje escatológico que había aceptado a orillas del Jordán. (John Meier. Jesús. Un judío marginal, Tomo III, 2003, p. 626). Muchos investigadores sostienen, algunos desde hace más de un siglo, esta línea de pensamiento. (Puede leer más en el apartado J9a).

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CAPÍTULO 5

LA DECISIÓN

Era casi media mañana y Andreas llevaba ya un buen rato buscándolo sin

fortuna cuando, fatigado por la inútil pesquisa, decidió tirar su último dado y

descender por el arroyo en dirección al Jordán. Aunque no le encontró, divisó a

Natanael en la otra orilla, que regresaba al campamento tras un paseo bajo los

sauces. Al verlo, el discípulo cruzó el arroyo ciñéndose la cintura177, ante la

sorpresa de Natanael.

—Tú tampoco le habrás visto, supongo… —dijo sin mucho ánimo mientras

se ponía bien el vestido.

—Si te refieres a Yeshúa, esta mañana se ha ido al desierto —dijo Natanael

después de contemplar a su compañero con los bajos de la túnica empapados.

—¿Lo has visto pues? ¡Por fin! —dijo en un primer momento sin pensar.

Aunque en seguida reaccionó—. ¿Otra vez al desierto, dijiste?

—Sí… ¿Por qué le buscas? ¿Tal vez yo pueda ayudarte?

—El maestro le requiere.

—Ah pues, en ese caso, tendrás que ir al desierto. O eso ha dicho. Volverá

antes del anochecer.

—¿Tampoco comerá hoy…? ¿Estará ayunando?

—No creo.

—No sé cómo puede orar allí. Está lleno de escorpiones, serpientes y fieras

177 Expresión para designar que se arremangó la túnica (2 Re 4,29).

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—dijo mirando hacia el desierto.

—Yohannon también ora allí —repuso Natanael con tranquilidad—, y

nunca le ha pasado nada.

—Pero Hashem178 no dejaría que algo malo le pasase al maestro.

—Quien sabe… —dijo Natanael sin dar demasiada importancia a lo que

decía—, quizá Hashem esté también con Yeshúa.

Pero el rostro de Andreas pareció iluminarse.

—Hashem está… —murmuró despacio, y tras una breve reflexión interior,

arrancó hacia el campamento.

—¿Estás bien, Andreas? —le preguntó Natanael, alzando la voz para

asegurarse que le oía.

Pero Andreas ya no respondió.

*

Poco antes del anochecer, Yeshúa regresó del desierto con el manto sobre

los hombros y un aire de tranquilidad visible en su rostro. Lo primero que hizo

fue llenar su odre de piel de cabrito en el arroyo, y lo segundo, empezar a vaciar

su contenido dentro de su estómago. Filipo llenaba también su odre junto al

Nazareno, cuando Andreas se les acercó—. ¿Cómo estás Yeshú? —preguntó.

—Sediento… —repuso Yeshúa y sonrió—, pero satisfecho —se agachó y

volvió a llenar el odre.

—¿Es que no tienes miedo a las fieras? —le soltó Andreas.

—¿Fieras…? ¿Dónde? —preguntó Yeshúa extrañado.

—¿Fieras? —preguntó Filipo alterado, girando la cabeza en distintas

direcciones—. ¿Dónde?

178 Hashem: «El Nombre». Como ya se ha dicho, era una de las palabras usadas por los judíos para referirse a Dios, sin tener que usar su nombre en vano y quebrantar el tercer mandamiento. (Leer más en el apartado I1d4).

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—En el desierto, tontos.

—¡Ah! —se tranquilizó Yeshúa—. No he visto ninguna.

—Pues…. sí que las hay —dijo Andreas con seguridad—. Y muchas. Y

además, allí se esconde Azazel179. Deberías ir con más cuidado.

—Bueno… intentaré no molestarlas Andreas —respondió Yeshúa con voz

baja y una fina ironía. Filipo sonrió, pero Andreas no prestó oídos y continuó

interrogándole.

—¿Por qué vas tanto al desierto? —le preguntó.

—Yohannon me enseñó a rezar allí. Me encuentro bien y me aclara el

pensamiento.

—Ah… ¿por qué necesita tu pensamiento aclararse, Yeshú?

Yeshúa tomó una bocanada de aire fresco y respiró profundamente.

—Porque creo que debo irme.

—¿Irte? —preguntó atónito Andreas, y Filipo también se sorprendió—.¿Es

que nos dejas?

—No es eso. Hay que hacer llegar el mensaje de Yohannon a todo el pueblo

de Israel180 —y después de decir eso, les puso la mano en el hombro y les sonrió—

. ¿No os parece? —sus compañeros titubearon, pero Yeshúa se fue antes de

esperar contestación.

Los dos se miraron mientras el Nazareno se alejaba bebiendo de nuevo otro

sorbo del odre.

—El maestro te buscaba —le gritó finalmente Andreas.

—Gracias… —repuso Yeshúa sin volverse—, pero ya nos vimos en el

desierto.

179 Azazel: según varios autores, es uno de los nombres que se daba al demonio. La Biblia lo cita como un ser que habita en el desierto y al que se hacía un sacrificio regularmente una vez al año (Lev 16,6-10). Las tentaciones de Jesús en el desierto, como ya señalamos en la nota 169, no son consideradas históricas. (Puede leer más al respecto en el apartado J10c).

180 Toma su base de Mc 1,38.

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*

Los tres galileos, Andreas, Filipo y Natanael, pasaron el resto de la tarde

dando vueltas a las palabras del Nazareno. Después de cenar se le acercaron para

saber más acerca de esa idea de difundir el mensaje de Yohannon. Yeshúa les

contó que quería proclamarlo también en las aldeas de su tierra, y tal vez por todo

el país. La situación en Galilea no era fácil, los pueblos se veían presionados por

Antipas y aún más estos últimos años desde que había empezado la construcción

de Tiberíades, su nueva capital a orillas del lago, que había tenido la osadía de

llamar con el mismo nombre del emperador romano. Debido a la política

herodiana, la situación socio-económica del campo galileo hacía más difícil la

economía tradicional de reciprocidad, que tenía como base las familias

autosuficientes. La gran presión fiscal había favorecido la creación de latifundios,

pues los pequeños agricultores, bajo los impuestos y algunas malas cosechas,

terminaban vendiendo sus parcelas y alquilándose como jornaleros en

plantaciones mayores. Y si no, optaban por irse a las ciudades a probar suerte.

Muchas familias habían terminado así ahogadas por los impuestos, y habían

abandonado el hogar de sus ancestros. Otros, en cambio, se unían y formaban

grupos de delincuentes, como había hecho Eleazar, quien había formado una

banda en Galilea aún activa181. Además, los centros urbanos como Séforis y

Tiberíades, que crecieron con el dinero de los impuestos que pagaba el pueblo,

suponían el avance de la cultura grecorromana, lo que venía a añadir aún más

tensión entre las ciudades —con importante población pagana—, y el campo —

fundamentalmente de ámbito judío—. A todo esto, la boda de Antipas con

Herodías y el repudio de su esposa, que era hija del rey de los nabateos, Aretas,

podía traer también graves consecuencias para el país. Pues la región donde ellos

estaban, la Perea, gobernada también por Antipas, lindaba con el país de los

nabateos. Como además Yohannon había criticado también el matrimonio de

181 A tenor de lo narrado por el historiador judío del s.I Flavio Josefo (Guerra, II, 253), empezaron a actuar hacia esta época. Probablemente sea Eleazar, hijo de Dineo (Guerra, II, 235-236, aunque aquí en un conflicto con los samaritanos).

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Antipas y Herodías, tal actitud podía ser vista como la de un simpatizante de la

causa de Aretas. Y aunque no era así, ese podía ser un argumento más en favor de

su detención y condena.

Pasaron unos días más en que los galileos siguieron dando vueltas a la idea

de Yeshúa. Yohannon se había manifestado siempre en contra, no solo por los

riesgos que tal misión podía suponer, sino porque consideraba que era la gente la

que tenía que acercarse a la verdad y no al revés. Era un cambio de actitud

personal el que debía llevar a la conversión, y era la gente la que debía, por

iniciativa propia, cruzar el Jordán para ser bautizada. Pero Yeshúa sabía que había

muchos pecadores y enfermos que quedarían fuera de su mensaje y no por

voluntad propia, sino por imposibilidad de desplazarse o porque las noticias de

Yohannon no les habrían alcanzado. Poco a poco el mensaje del Nazareno fue

calando entre los galileos del grupo de Yohannon.

Y así, al fin llegó el día en que los cuatro discípulos decidieron hablar con

su maestro, y rogarle que les permitiera llevar su mensaje a las distantes aldeas

galileas, convenciendo así a sus habitantes para que se prepararan ante la

inminente llegada del Reino; y a su vez se sintieran menos desvalidos y más

cercanos al Señor. Yohannon les escuchó con calma y luego levantó la mirada al

cielo y suspiró. Sabía que los argumentos de Yeshúa no carecían de razón, pero

consideraba que no era su misión ser un predicador itinerante. Se sorprendió

entonces al divisar una paloma que cruzaba el firmamento, con vuelo elegante y

harmonioso, en su ruta hacia el norte. Y como otras la seguían182. Cuando su vista

las perdió, bajó la mirada del cielo y clavó sus ojos en el grupo de galileos.

—Pensaré en ello. Os lo prometo —les dijo—. Ahora hay que bautizar —y

dicho esto, se adentró en el río—. Yeshúa acompáñame.

Y en eso estaban los dos cuando, a punto de empezar la tarde, llegó un grupo

de hombres muy elegantemente vestidos, acompañados por una docena de

soldados. No vestían de negro, como los saduceos de Jerusalén, que también les

habían visitado hacía unos meses, sino al estilo de la corte herodiana, mucho más

182 Paloma: Hemos querido así, hacer una alusión al célebre pasaje de Mc 1,10 (y par.). La paloma era tradicionalmente un animal mensajero, tal vez un heraldo, como en el caso de Noé, donde actuaba como portadora de esperanza, regresando al arca con una rama de olivo (Gen 8,10-11). En el NT simboliza al Espíritu Santo. Su relación con la paz, ha sido muy posterior.

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llamativos y opulentos. Los discípulos ya habían visto con anterioridad enviados

de Herodes, pero nunca de tanta categoría, ni con tantos hombres de armas.

Previnieron al maestro, pues Yohannon estaba en sus tierras y, por tanto, bajo su

autoridad. Yohannon había criticado abiertamente la política de opresión de

Antipas hacia su pueblo, así como su alejamiento de los preceptos judíos. El hecho

de que Yohannon ganase adeptos poco a poco pero de forma constante,

especialmente entre las clases populares, empezaba a ser molesto o, en todo caso,

inquietante para el tetrarca judío. ¿Cuál sería su siguiente paso?, se preguntaban

los discípulos. Preocupados, algunos de ellos cogieron piedras y otros fueron a

buscar sus armas, cuchillos, dagas y alguna espada corta. Yohannon se percató de

todo ello, pero no dijo nada. Y Yeshúa se quedó en medio del arroyo, junto al

maestro.

Cuando el Bautista terminó su último bautizo, regresó a la orilla desde donde

solía hablar como era su costumbre. Aunque ese día tuvo bien claro quién estaba

en su auditorio. Los discípulos esperaron a ver cómo reaccionaba su maestro, pero

ya sabían que no era un hombre que se amilanara ante el peligro.

—Así dice el profeta Isaías —dijo Yohannon—: «Ay de los que decretan

leyes injustas y de los escribientes que escriben vejaciones, excluyendo del juicio

a los débiles, atropellando el derecho de los míseros de mi pueblo, haciendo de

las viudas su botín, y despojando a los huérfanos. ¿Pues que haréis para el día

de la cuenta y la devastación que de lontananza viene? ¿A quién acudiréis para

pedir socorro?»183.

Los recién llegados escucharon el mensaje de Yohannon, entendiendo que

iba contra ellos y los discípulos se sintieron orgullosos del coraje de su maestro

»Pues devastada será la tierra y del todo será saqueada, porque así ha

hablado Yhwh. La tierra ha sido profanada bajo sus habitantes, pues traspasaron

las leyes, violaron el precepto y rompieron la alianza eterna.»184.

183 Is 10, 1-3

184 Is 24, 3-5

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Esta última frase colmó el ánimo de los herodianos185. Uno de ellos, alguien

seguramente destacado en ese grupo, alzó la voz.

—¿Quién eres tú, hombre, para decir que la Alianza se ha roto? —dijo con

fuerza.

—Soy una voz que clama en el desierto186 —repuso el maestro—. Y

vosotros, necios, no entendéis nada.

—¿Te crees Isaías? —le preguntó el mismo hombre

—¿O acaso eres Elías resucitado? —dijo un cortesano en tono de burla.

—¿O te crees Eliseo, y es esta tu comunidad de profetas187?

Los discípulos se sorprendieron al oír esa comparación que, por otra parte,

no les disgustó. Pero sí lo hizo el tono y el menosprecio en que fue dicha.

—¿Y qué significa tu bautizo? —preguntó un hombre de leyes que les

acompañaba.

—Que el hacha ya se encuentra junto a la raíz de los árboles; y que todo

árbol que no da fruto bueno será talado y arrojado al fuego. Yo bautizo mediante

agua, pero quien viene detrás de mí es más poderoso; y cuando llegue el Reino de

los Cielos, él os bautizará mediante el fuego del Espíritu. Y en su mano estará

también el bieldo, y dejará limpia la era y reunirá el trigo en su granero, pero la

paja… la paja la quemará en un fuego inextinguible188.

185 Herodianos: con este nombre agrupamos a los miembros de la corte de Herodes Antipas. Algún autor ha sugerido que herodianos podían ser los esenios, pues contaron con cierto buen trato por parte del rey Herodes el Grande; sin embargo esta no es la postura oficial. (Leer más en el apartado I1c9).

186 Mc 1,3 y par.

187 El discípulo por excelencia del profeta Elías fue Eliseo. Eliseo vivía rodeado de una comunidad de profetas que le trataban de «padre». (2 Re 6,21).187 Era también un profeta extático como lo demuestra el que usase la música (una arpa) para entrar en estado de trance (2 Re 3,15-16). La Biblia habla de los «hijos de los profetas», que habitan en distintas ciudades (por ejemplo Betel según 2 Re 2,3, Jericó en 2 Re 2,5 o Rama 1 Re 19,19). Esta comunidad parece ser que fue creada por el profeta Samuel (1 Re 19,20), pero tiempo después aparece dependiendo de Eliseo, a quien piden permiso para instalarse en el Jordán y rogándole que les acompañe, lo que este acepta (2 Re 6,1-3). Algunos autores modernos han sugerido un posible paralelismo con Juan Bautista y su comunidad de seguidores, instalados también en el mismo río. Es plausible que alguna gente de su época lo viera de forma similar.

188 Mt 3,10-12; Lc 3,9.16-17. El fuego (fuego del Espíritu) limpia todavía más que el agua. Pero, en el día del juicio, el fuego también caerá sobre muchos, a modo de castigo y tormento (fuego inextinguible).

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—¿Y de dónde sacas tu autoridad? —añadió el líder de los herodianos.

—La mía es la de los profetas.

—¿Es que tú hablas por boca de los profetas? —preguntó de nuevo el líder

de los enviados.

—Yo recuerdo lo que dicen; y por eso, mi autoridad es la suya. La vuestra

en cambio, la sostenéis con la opresión y las armas. Y vosotros soldados —dijo

entonces señalando a los mercenarios que les acompañaban—, no extorsionéis a

nadie ni delatéis por dinero. Bastaos con vuestras pagas189. Vuestro amo lo es con

la ayuda de Roma, pero el profeta lo es por la gracia del Señor, y por eso le sirve,

y sirviéndole a él, sirve a su pueblo.

—¿A su pueblo? Yo solo veo mendigos, lisiados y pecadores. ¿Es ese el

pueblo del Señor?

—Lo son también las ovejas descarriadas190. Pues a ellas se dirige también

el Señor como su pastor.

La gente en la orilla se fue acercando cada vez más al Bautista con sus

corazones llenos por sus palabras. El herodiano, viendo menguada su autoridad,

quiso proseguir con sus preguntas.

—Explícanos, ¿qué dicen los profetas que debemos hacer? —le preguntó.

—El que tenga dos túnicas, dé parte al que no tenga, y el que tenga

alimentos, haga lo mismo191 —respondió Yohannon—. Compartid con el

hambriento el pan, y recibid en casa a los pobres. Que cuando veáis a un desnudo

le cubráis, y de vuestro semejante no os apartéis. Porque entonces brotará vuestra

luz como la aurora, y vuestra herida se curará rápidamente. Porque entonces os

precederá la justicia. Porque entonces la gloria del Altísimo os seguirá.

—¿Acaso el Altísimo no recompensa en esta vida a aquellos que son justos?

—le preguntaron.

—La riqueza no hace al justo —les dijo—. Y no penséis en deciros

«tenemos como padre a Abrahán», pues os digo que el Señor es capaz de hacer

189 Lc 3, 14

190 Is 53,6.

191 Lc 3,10-11

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surgir de estas piedras, hijos de Abrahán192.

Los herodianos se quedaron donde estaban, todavía sin saber qué hacer ante

tales amenazas. Algunos de los oyentes, muchos recién bautizados, entraron unos

pasos en el arroyo, como si quisieran compartir la causa de Yohannon y

protegerlo. Cuando Yeshúa contempló ese momento, se dio cuenta de la fuerza

que tenían las palabras cuando eran justas.

—Si apartas de ti todo yugo —continuó Yohannon—, no apuntas con el

dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas

saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía.

Te guiará Yhwh de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus

huesos, y serás como huerto regado, como manantial cuyas aguas nunca faltan193.

Y la multitud rodeó a Yohannon, construyendo improvisadamente con su

presencia un círculo protector a su alrededor. Los hombres de Herodes prefirieron

no meterse más con él, aunque fue difícil saber si por miedo a la reacción de aquel

gentío; o porque sus palabras habían sonado proféticas, y preferían no arrestar a

alguien así, sin órdenes directas de Antipas.

—Este hombre es, en verdad, peligroso —dijo uno de los herodianos.

—Tienes razón. Fijaos en lo que dice en nuestra contra, y en la de Herodes

—dijo el que parecía su líder.

—Sí. Osa amenazarnos —añadió otro.

—Pero no es solo por eso —respondió—. La gente le sigue.

*

Esa misma noche, los discípulos celebraron el retiro de los hombres de la

corte como un triunfo más de su maestro. Junto al fuego, y antes de la llegada del

192 Mt 3,9; Lc 3,8.

193 Is 58, 4-11

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maestro de su plegaria rutinaria en el desierto, hablaron entusiasmados sobre lo

sucedido. Y así estuvieron largo rato, hasta que, poco a poco, la peligrosa realidad

fue tomando su lugar en la conversación. Y, como algún discípulo se encargó de

señalar, Yohannon se había vuelto demasiado popular y eso lo convertía en un

objetivo. Ahora Herodes sabría de su desafío directo, y de todos era conocida su

falta de escrúpulos, igual a la de su padre. Si Yohannon era ya cuestionado por

los herodianos y los sacerdotes del Templo, ahora había dado un paso aún más

decisivo en esa misma dirección. No podía esperar decir lo que había dicho sin

esperar represalias. Si se quedaban allí, la vuelta de los herodianos sería solo

cuestión de tiempo, y esta vez vendrían preparados y con órdenes directas para su

arresto, o algo peor.

Pero cuando Yohannon volvió de su plegaria crepuscular los discípulos se

sorprendieron, pues el rostro del maestro no mostraba preocupación alguna, sino

más bien era próximo a la calma. En cambio, una rápida mirada del Bautista le

hizo comprender la duda y el cierto temor de sus discípulos. Durante la cena uno

de ellos le habló intentando expresar la opinión general.

—Maestro, Antipas te tiene como un objetivo.

—Lo sé —dijo después de una larga pausa.

—Deberíamos… tal vez…dejar…

—Adelante, dilo —dijo el maestro con comprensión.

—Deberíamos abandonar… Perea… Un tiempo al menos.

Yohannon contempló las expresiones de sus discípulos antes de hablar.

—Sé que tenéis razón —les dijo—. Debemos partir incluso de esta tierra,

pues la rige un impío, como hizo otro antes que él —los discípulos respiraron más

aliviados, pero aún expectantes ante la decisión del maestro.

—Pero no dejaremos de llamar y bautizar al pueblo. Remontaremos el

Jordán y nos quedaremos en la Decápolis.

—¿Y por qué no llegar hasta Galilea? —insinuó Natanael.

—Galilea está también regida por Antipas —le recordó otro.

Filipo le dio un codazo por haber hecho una pregunta tan obvia.

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—En Ainon, cerca de Salim, hay mucha agua pura194 —prosiguió el

maestro—. Y no estaremos lejos de aquellos que suben en peregrinación a

Jerusalén. Entre ellos algunos galileos —dijo en referencia a Natanael—. Allí

estaremos pues.

—Sí —exclamó la mayoría con la alegría recuperada, y orgullosos de que

su maestro no se rindiera.

—Nos quedaremos unos días más para anunciar el traslado a los que vengan

y luego marcharemos hacia el norte. Desde allí seguiremos bautizando en nombre

del Justo, hasta que llegue su día, que a cada momento está más cercano.

—Si nos vamos ahora, maestro, quedarán aún aquí muchos sin bautizar —

puntualizó el Nazareno.

—Volveremos cuando el Justo así lo indique.

*

A la mañana siguiente, cuando Yohannon abrió los ojos, Yeshúa lo estaba

observando. Y los dos parecieron examinarse un largo rato.

—Ya sé que quieres Yeshúa.

—Maestro, quiero llevar tus palabras a la gente. A los que no pueden andar,

a los que están en la miseria, a los que viven engañados, a los que están

equivocados. Tus palabras les iluminarán. Les prepararé para el Reino. Ahora lo

sé —dijo Yeshúa aún sorprendido por la facilidad con que salían esas palabras de

sus labios—. Me alegro de que te acerques más a Galilea, pero no es suficiente.

Conozco a mi gente, y hay que ir a buscarlos.

Yohannon se levantó y se frotó la cara con las manos.

—Si quieres hacerlo Yeshúa, yo no puedo impedírtelo.

Yeshúa se quedó algo sorprendido.

—Ve, si quieres. Háblales del Reino en el nombre del Señor. Y deja que su

194 Jn 3, 23

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fuerza fluya en ti… —y añadió con una mirada de complicidad—, y en tus manos.

—Sí maestro.

Yeshúa reflexionó un breve espacio de tiempo y luego bajó la cabeza.

—¿Acaso no dudaron también los profetas? —le dijo Yohannon intuyendo

las dificultades internas de su discípulo—. ¿No dudó también Isaías de que sus

labios fuesen impuros para dejar salir las palabras del Señor? ¿O Jeremías195? Pero

el Justo hablaba por ellos.

—Ellos eran profetas, maestro.

—Cualquiera que creyese de corazón en sus palabras podría hablar también

en su nombre. Di lo que ahora llevas ya dentro para siempre —y Yohannon le

puso la mano en el hombro.

Yeshúa respiró profundamente.

—Lo haré.

Filipo, Natanael y Andreas se habían acercado con discreción y habían oído

la conversación.

También sé que vosotros queréis volver a vuestra tierra y predicar allí la

llegada del Reino— , afirmó Yohannon.

Queremos, maestro —respondieron casi al unísono.

Bien, pues —dijo al fin—. De acuerdo. Id también.

Hubo una alegría entre el grupo galileo.

¿Y a dónde iréis?

Iremos a casa de mi hermano Simón, en Cafarnahum196 —contestó

Andreas—. Él nos ayudará.

Está bien. Id a casa de tu hermano, a casa del pescador que conoce también

195 Yohannon hace alusión a los profetas Isaías («¡Ay de mí, perdido estoy, pues soy hombre de labios impuros…», Is 6,5) y Jeremías («Ah! Señor Yahvé, mira, yo no s, pues soy hombre de labi! Y Yahvé dijo. No digas soy un niño, porque a todos los que envié irás, y todo lo que te ordene les dirás. No tengas miedo de ellos, porque yo estoy contigo para librarte…», Jer 1,6-8). Profetas que Juan el Bautista conocía bien, especialmente a Isaías, como reconocen teólogos e historiadores. (Ver apartado H3f, en relación al profeta Isaías).

196 Alusiones a la fraternidad de los dos personajes, Simón y Andrés, en Mt 10,2; Jn 1,40. 6,8. 21,2. Como el nombre de Simón aparece siempre en primer lugar se considera, en general, que Andrés sería el hermano menor.

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mi palabra197. Id pues, ya que hay muchas formas de servir al Cielo —sus mentes

se llenaron de gozo al oír esas palabras del maestro—. Y sed precavidos. Moveos

por las aldeas y no vayáis a las grandes ciudades, pues tampoco seríais allí

comprendidos. Muchos os criticarán, y algunos aún os querrán prender. Pero sed

fuertes en vuestro empeño, pues el Reino está ya muy cerca.

*

Unos pocos días después, tras el alba, el grupo al completo partió de la

Betania transjordana hacia la Decápolis, siguiendo una vía norte paralela al

Jordán, pero por su lado este, evitando así pisar la tierra samaritana. Yeshúa

aprovechó para recoger más corteza de sauce y algo de jazmín, que gustaba

masticar. Al cabo de dos días, en los alrededores de Pella, cruzaron entonces el

río, pues ya habían superado la Samaria. Llegaron pronto a Salim, donde se

aprovisionaron. Y luego siguieron un poco más arriba hasta Ainón. Y en sus

alrededores, al lado de un afluente del Jordán, instalaron su campamento. Allí,

Andreas, Filipo, Natanael y Yeshúa pasaron su última noche. Los cuatro galileos,

que habían ya comunicado la noticia al grupo, compartieron el pan con ellos en

una última cena de despedida que fue muy emocionante. A la mañana siguiente

los cuatro galileos besaron y abrazaron al maestro, y se despidieron del grupo.

—Hasta la venida de Elías —se repitieron entre ellos. Esta era una expresión

frecuente y que equivalía al fin de los tiempos. Se decía que el profeta Elías

regresaría justo antes de la llegada del Reino.

Yohannon autorizó a que se les diera una parte del poco dinero y de la

197 Jn 35-43 da a entender que Jesús conoció a Simón (Pedro) a través de Andrés antes de ir a Galilea. Aunque en los sinópticos Jesús lo conozca en Galilea, resulta plausible que Simón hubiese sido también discípulo de Juan el Bautista, al igual que su hermano Andrés. Según el evangelio de Juan, los dos primeros discípulos de Jesús lo eran de Juan el Bautista. (Jn 1,35-40). El primero era Andrés y el segundo no es identificado con claridad, podría ser Felipe (Filipo), aunque su nombre sea mencionado un poco más tarde (Jn 1,43). Felipe era de Betsaida, «el pueblo de Andrés y Pedro» (Jn 1,44), tal vez por eso aparezcan a menudo juntos en los evangelios. (Apartado J11).

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comida que aún tenían de la «colecta» que, espontáneamente, los discípulos

recibían de los penitentes. Mattai y Barsabas, que habían pensado en

acompañarlos en algún momento, lloraron al despedirse. Los cuatro galileos

continuaron la ruta norte, pasando por Beit-Shéan, en dirección a su tierra, con

los odres bien cargados de agua y un nimio equipaje. Andreas llevaba también la

espada corta de su padre y Filipo un cuchillo198.

—Yeshúa… —preguntó Natanael con lágrimas en los ojos—, ¿habremos

hecho bien verdad?

—La palabra del Señor debe llegar a todos —respondió él con seguridad, y

Natanael suspiró más aliviado199.

198 Viajar en grupo y armados es normal, por la cuestión de los ladrones y salteadores de caminos. Hasta los esenios viajaban armados para protegerse de los bandidos (Josefo. Guerra II,125). Sin embargo, en el NT se nos dice que algunos discípulos iban armados con espada (Mc 14,47 y par.; Lc 22,49: «Señor, ¿herimos con espada? », frag.). Y el evangelista Juan señala que fue Simón Pedro quien hirió con una espada al criado del sumo sacerdote (Jn 18,10 cf. Lc 22,50).

La palabra usada en el NT para referirse a espada es mákhaira (Lc 22,36.38.49), que significaba, en griego clásico, y según explica José Montserrat (Jesús. El galileo armado, 2007, pp.111-112;116-117), «cuchillo» o «espada curva»; a diferencia, de xífos, que era una espada recta. Sin embargo, a partir del s.II a.e.c., añade el mismo autor, mákhaira pasó a significar la espada corta (equivalente al gladius romano), y spáthe (spatha, en latín), la espada larga; siendo el gladius y no la spatha, el arma oficial romana en la época de Jesús. (Aquí debe precisarse que el arma que utilizaban las tropas auxiliares, que eran las tropas que había estacionadas en la provincia romana de Iudaea, era la spatha; y solo los legionarios o los altos oficiales – como por ejemplo Pilato–, por ser ciudadanos romanos, usaban la gladius). El cuchillo recibe el nombre de xiphídion en griego (diminutivo de xífos), y sica en latín, siendo pugio el cuchillo oficial de los legionarios romanos en el s.I. Ahora bien, la Biblia griega —la utilizada por los evangelistas— traduce casi siempre mákhaira por «espada», y el NT no suele distinguir tipos de espadas y parece utilizar siempre mákhaira como nombre genérico para ello. (En todo caso, es diferente de rhomphaía, citada en el Apocalipsis, Ap 1,16.2,12,…. que es una espada larga más de ataque y con uno o dos filos cortantes). Todo ello hace creer que cuando aparece mákhaira en el NT debemos pensar en una espada corta (y no un cuchillo), con un filo cortante y curvo, que se usaba en el ámbito helénico —con diferentes variantes según las regiones—. Una espada es más una arma de ataque que de defensa. Por otro lado, tiene un coste económico alto para un pescador. Para Montserrat, podría haberla heredado y/o, tal vez, proceder del saqueo del armamento real que se produjo en la ciudad galilea de Séforis (4 a.e.c.) por los hombres del rebelde Judas, hijo de Ezequías. (Apartado J18). En la novela, hemos aceptado que algún discípulo llevara espada, pero creemos exagerado generalizar este punto a todos ellos. En otros casos señalamos que se usaban cuchillos, algo más acorde en la época como arma de autoproteccion. También debe notarse que el NT, escrito en griego —así como el historiador judío Flavio Josefo, (ambos escriben en el s.I) —, generaliza términos de la cultura griega a la judía: así, llama espada (mákhaira) a toda arma, bandido (léstés) al sedicioso, cohorte (speîra) a la tropa del Templo y tribuno (chilíarchos) al jefe de la cohorte.

199 No hay un acuerdo unánime entre estudiosos de cuáles fueron los motivos que llevaron a Jesús a abandonar el grupo de Juan el Bautista, aunque en general no se considera que fuera conflictivo porque Jesús siempre habló bien de Juan. Al parecer, Jesús no marchó solo sino con seguidores del mismo Bautista (como dijimos, Jn 1,35-51). Según el mismo evangelio joánico, Jesús lo dejó antes de que Juan fuera arrestado. (Las causas que pudieron llevar a Jesús a separarse de Juan el Bautista se analizan en el apartado J9d).

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—Así lo haremos —dijo Andreas con la mirada firme al frente.

Los cuatro se cogieron de los hombros y así anduvieron un buen trecho.

Rodearon Bet Shéan y al poco entraron en Galilea. Hicieron noche allí y se

aprovisionaron, usando parte del dinero de la colecta que habían recibido del

grupo. Por la mañana retomaron la ruta norte hacia el lago, resiguiendo su orilla

oeste hasta llegar a Cafarnahum, la aldea donde Simón trabajaba en la barca de su

padre, Jonás. Allí empezarían su misión, junto al mar de su tierra. Allí predicarían

la llegada inminente del Reino de los Cielos y todo aquello que habían escuchado

de boca del profeta. Y allí, con su bendición, bautizarían.

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CAPÍTULO 6

GALILEA

Cafarnahum, la aldea que llevaba el nombre del profeta Nahum, era un

pequeño pueblo algo más grande que Nazaret, situado en la orilla noroeste del

mar de Galilea, llamado también lago Kinneret, o más sencillamente yam200, que

era como lo conocían los de la tierra. Al igual que Nazaret, las calles del pueblo

no estaban pavimentadas sino formadas por tierra apisonada que el viento se

encargaba de levantar en forma de polvo, y la lluvia de otoño y primavera la

convertían en un barrizal. Sin embargo aquí, a diferencia de Nazaret, las estrechas

calles sí seguían un trazado ortogonal más o menos planificado, con dos calles

centrales que se cruzaban perpendicularmente. A pesar de ello, algunas casas

estaban pegadas y las calles solían ser callejuelas, pudiendo hacer las veces de

cloacas, lo que en determinados momentos del año, cuando llegaba el máximo

200 Yam: vocablo hebreo que indica indistintamente lago o mar. El lago de Galilea o de Genesaret, en hebreo Kinneret, es geográficamente un lago. Kinneret proviene probablemente de una ciudad del AT (1 Re 15,20), aunque poéticamente se decía que era debido a su forma de arpa (kinnor: arpa o lira). Ahora bien, el lago recibe agua, por su parte norte, del río Jordán (en ese tramo llamado Alto Jordán), y en su parte sur, el río (Bajo Jordán) la deriva valle abajo siguiendo el curso del mismo río hasta desembocar en el Mar Muerto, que tampoco es mar sino un lago, pues está rodeado de tierra. Ambos lagos están salinizados, especialmente el Mar Muerto, por la gran evaporación que existe y por la sal que arrastra de la erosión de las rocas areniscas que forman su lecho. El lago de Genesaret podía ser entendido como un mar por la vecina gente de Galilea, pues era lo que más se asemejaba en su geografía: era salado y en él se podían producir notables tormentas debido a su ubicación orográfica. Además, los judíos no fueron expertos navegantes y tampoco mostraron interés en acercarse al Mediterráneo. (Más información en el apartado H11a.i2).

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calor, hacía que el hedor de algunos restos, mezclado con el de los animales,

extendiera una gama de olores con tendencia desagradable a la que, como en otras

aldeas, la gente del lugar debía ya acostumbrarse desde la niñez. En general, el

clima en la aldea era el de un verano largo y caluroso, mientras el frío se reducía

tan solo a un par de meses al año. Y cuando la brisa del mar sacudía la aldea, era

una bendición.

Cafarnahum contaría con una población cercana a las mil quinientas almas,

agrupadas en torno a un centenar de casas construidas con el basalto de la zona.

La mayoría de ellas estaba formada por varias habitaciones distribuidas alrededor

de un patio, con el cual comunicaban también a través de ventanas sin cristal.

Algunas casas contaban con una escalera adosada al exterior que daba acceso al

terrado, si bien muchas de ellas carecían de este y solo contaban con una simple

techumbre hecha a base de ramas. Las paredes de las casas eran de basalto negro

con las paredes sin enlucir, lo que obligaba al anochecer a utilizar lámparas de

aceite para circular sin riesgos de colisión. Algunos patios eran lo suficientemente

grandes para albergar también un pequeño cercado para cabras y gallinas, aunque

estas solían traspasarlo a menudo y andaban con cierta libertad por toda la casa.

El patio era el centro de las actividades del grupo familiar, haciendo a la vez

funciones de cocina y comedor, pues ahí se molía el grano, se cocía el pan, se

preparaba la comida, se comía, y también se llevaba a cabo cualquier actividad

doméstica o artesanal que practicara particularmente cada familia. Una casa

contaba con varias familias formadas por los hijos de un único matrimonio, cuyo

varón de más edad, el abuelo o el padre, era el líder del grupo, como en la mayoría

de las sociedades patriarcales del mediterráneo. De forma que cada habitación de

la casa era habitada por un hijo y su propia familia, es decir su esposa y su prole,

lo que obligaba a esta última, muy a menudo, a compartir la misma cama.

El pueblo vivía mayoritariamente de la agricultura, especialmente del

cultivo de sus olivos y del aceite, pero tenía una actividad pesquera importante,

como otras aldeas de la costa. Un muelle muy rudimentario permitía a algunas

barcas hacerse a la mar bien temprano en busca de pescado, a veces de madrugada

si había luna llena. Pues, además, la zona norte era la más rica del lago. Así, eran

bien valoradas las tilapias, con su característico disco negro a cada lado del

cuerpo, y las sardinas, de pequeño tamaño. El pescado era un alimento valioso y

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muy apreciado en Galilea, aunque no formaba parte de la dieta habitual, pues a

menudo era exportado. La mayor parte de la carga (percas, carpas, sardinas) era

llevada en la misma barca hasta Magdala, una modesta pero importante ciudad a

la orilla oeste del lago, donde el pez sería conservado con sal y se distribuiría

entonces hacia otros lugares, ya fuesen de la misma región o incluso a otros países,

como las ciudades fenicias de Tiro y Sidón, e inclusive más allá, hasta la

mismísima Roma se decía. El pez que se consideraba no kosher, es decir no apto

para ser comido según la ley judía, como el pez-gato o la anguila, pues carecían

de escamas, era directamente exportado fuera de Israel. El Levítico201 prohibía su

consumo. Cafarnahum era también conocida por poseer talleres que trabajaban el

vidrio, siendo el cristal coloreado un producto antiguamente considerado de lujo,

pero que poco a poco se iba haciendo asequible. El otro producto que trabajaban

era la cerámica, con una producción y decoración autóctonas y que no solían

exportar, pues cada población acostumbraba a cubrir sus propias necesidades.

Cafarnahum se encontraba a unos 25 estadios del Alto Jordán, río que hacía

de frontera natural con la tierra gobernada por Filipo, otro de los hijos del rey

Herodes. Esta frontera existía desde la muerte del rey, en que su territorio se

dividió entre sus hijos. Debido a esta situación geográfica, la aldea, situada casi

al extremo del dominio de Antipas, contaba con una aduana. Sin embargo, las

mayores cargas tributarias gravaban sobre el comercio y el traspaso de

mercancías. No solo pagaban por cruzar la frontera sino por entrar en el territorio

de una ciudad. Cafarnahum, además, no solo se beneficiaba del paso de

mercancías desde el territorio de Filipo, sino que recibía también productos de

Siria, pues a su vez Damasco era punto clave en la llegada de productos de lujo

desde Mesopotamia y aún del más lejano oriente.

La presencia de la frontera y la aduana hicieron que el pueblo contara

también con un núcleo de recaudadores, llamados publicanos, y con un modesto

destacamento militar comandado por un chiliarchos202, el equivalente a un tribuno

romano, encargado de la vigilancia de esa región norte del lago, y de asegurar el

cobro de tributos que gravaban el transporte de mercancías de una región a otra.

201 Lev 11,10.

202 Jn 18,12; Hch 21,33,... (Más información en el apartado H11a.i2: Cafarnahum).

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Pero la guarnición la formaban soldados de Antipas, la mayoría mercenarios

extranjeros, y no había soldados romanos. De hecho, resultaba excepcional ver

legionarios en Galilea. Y en el resto del territorio judío203, la presencia romana era

más bien escasa, limitándose a Jerusalén, Cesarea del Mar y algunos enclaves

estratégicos más.

En Cafarnahum, como en Nazaret, existía un edificio público que ejercía la

función de sinagoga, aunque aquí era de mayores dimensiones y sus muros, como

muchas casas, eran del característico basalto negro de la región. No existían

mikvaot en Cafarnahum y aquellos que querían limpiarse (purificarse), por

ejemplo antes de entrar en la sinagoga, lo hacían en las aguas del yam.

Prácticamente en frente del edificio público, a unos sesenta codos, se encontraba

la casa del hermano de Andreas, Simón, quien alimentaba a sus hijos con los

beneficios de la pesca en el yam204. Aunque Simón y Andreas eran de Betsaida,

vivían en casa de la familia de la esposa de Simón, pues estaban así más cerca del

lago, su medio de vida, que no en su Betsaida natal205. Un matrimonio así no era

raro en modo alguno. Pues las familias de pescadores formaban una sociedad

apacible que se extendía con numerosos lazos de parentesco entre los pueblos del

yam. Así, también la gente de Betsaida visitaba en shabbat la sinagoga de

Cafarnahum, pues carecían de ella.

Los cuatro galileos llegaron a la aldea antes del mediodía, y se dirigieron al

lago. Andreas saludó a muchos vecinos a quienes presentó sus compañeros de

viaje. Llegaron al muelle cuando ya regresaban las primeras barcas, aunque

pudieron ser testigos de cómo algunas pescaban todavía, lanzando desde la barca

el trasmallo, una red de triple malla206, mientras otras, a lo lejos, lanzaban desde

la barca la jábega, una red lastrada con boyas, de la que luego tiraban unos

hombres desde la orilla. Una vez recogidos los peces, procedían a la selección del

203 Durante el reinado de Herodes Antipas no hubo nunca oficiales romanos estacionados con carácter permanente en Galilea.

204 Mt 4,12-18.

205 Mc 1,29-30 y par., que indican que Simón tenía una suegra. Pablo confirma también que Pedro estaba casado (1 Cor 9,5); Jn 1,44.

206 Mc 1,19; Lc 5,4-6. (Más información sobre la pesca en el lago en el apartado I1d2i).

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pescado, apto o no apto para ser comido según la ley. El pescado no apto era

exportado en su totalidad. La pesca con red de jábega parecía más beneficiosa.

Había bastante gente faenando en el muelle, amarrando los botes, plegando

la vela o descargando la carga, aunque buena parte de esta se había vendido ya en

Magdala, la pequeña ciudad algo más al sur de Cafarnahum, donde el pez se

salaba para su exportación. Andreas reconoció la barca de su hermano y le hizo

señas con los brazos. Era una barca tradicional, de unos 25 pies de eslora y unos

9 en su parte más ancha. Las barcas del lago no tenían cubierta y podían inundarse

si se precipitaba un fuerte temporal, y solo contaban con un pequeño espacio en

la popa para guardar los instrumentos de pesca y ser usado individualmente como

refugio207. La barca poseía un único mástil, cercano al centro, vela cuadrada y

contaba con seis hombres, aunque la tripulación mínima era de cinco: cuatro a los

remos y uno en la quilla. La barca llevaba atada por un cabo un pequeño bote

auxiliar que se usaba en caso de dificultades208. Simón reconoció con sorpresa a

su hermano pequeño, y tanto él como sus otros compañeros de pesca, con la barca

a algo menos de una quinta parte de la carga máxima, se acercaron al muelle.

Antes que ellos, sin embargo, otra barca amarraba en el muelle, donde el viejo

Zebedeo daba las órdenes para el amarraje a sus dos hijos, que conducían su barca

junto a otros dos pescadores. El hijo mayor de Zebedeo, Yacob209, vio también a

Andreas e hizo señas a su hermano pequeño.

—Yohannan210, ¿no es ese el hermano de Simón?

207 Mc 4,37-38. En 1986 una barca del s.I fue desenterrada del lago muy cerca de Cafarnahum, en el kibbuz Ginnosar (donde hoy puede visitarse tras varios años de meticulosa restauración); aportando datos muy valiosos sobre su estructura. (Puede leerse más en el apartado H11a.i2).

208 Al que parece aludir Jn 6,22.

209 Yacob (Yacob bar Zebedeo): Jaime o Santiago, hijo de Zebedeo, uno de «los Doce». Conocido en el cristianismo como Santiago el Mayor. No confundirlo con Yacob, el hermano de Jesús, conocido en el cristianismo como Santiago el Justo; ni con otro Yacob (Jaime el de Alfeo), miembro también de «los Doce» y conocido como Santiago el Menor.

210 Yohannan (Yohannan bar Zebedeo): Juan, hijo de Zebedeo y otro miembro de «los Doce». Usamos esta variante hebrea para distinguirlo de Yohannon, el Bautista.

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—Creo que sí —dijo fijando la vista—. Y el del turbante211 es Filipo. Pero

los otros dos no sé quiénes son.

Ambos vociferaron el nombre de Andreas desde la barca, poco antes de

saltar al muelle. Este los vio y los saludó con la mano.

—Son Yacob y Yohannan, unos buenos amigos que os presentaré —les dijo

a sus compañeros—, y el viejo que manda la barca es su padre, Zebedeo, un

pescador de toda la vida. Es de los pocos aquí que tiene barca propia. Sus dos

hijos son… bueno, algo especiales212, ya veréis. Pero os gustarán.

Al poco, los dos hijos de Zebedeo llegaron y saludaron efusivamente a

Andreas con un par de sacudidas, mostrando un carácter fuerte que es propio en

algunos hombres de la mar. Yacob casi lo levantó al abrazarlo.

—Andreas, has vuelto… —dijo Yohannan.

—He vuelto.

—¿Te quedas pues a ayudar a tu hermano? —preguntó Yacob, una vez lo

devolvió al suelo.

—Me quedo… de momento —dijo Andreas, algo trastocado por las

sacudidas.

—¿Y estos? —preguntó Yohannan de forma directa.

—Son también discípulos de Yohannon. A Filipo ya lo conocéis.

—Sí, ya le conocemos —dijeron.

—¿Eres de Betsaida verdad? —preguntó Yacob.

—Sí, lo soy.

—Este es Natanael de Caná —continuó Andreas—, y el más alto es Yeshúa

ha-Notsrí.

Los hombres se saludaron. Más al fondo, Simón amarraba su barca al muelle

y empezaba a desembarcar la carga cuando los gritos de los hijos del Zebedeo le

obligaron a volverse. Y Andreas aprovechó para saludar de nuevo a su hermano.

Simón cogió un par de tilapias y las metió en su zurrón, cruzó unas palabras con

211 Turbante: los judíos solían llevar cubierta la cabeza. El lector no debe imaginarse un grueso turbante al estilo musulmán o hindú, sino algo más ligero. En muchas culturas, cubrirse la cabeza es una señal de respeto hacia Dios. La kipá, de la que hablamos ya en el capítulo 1, es un sombrerito aún más fino, que cubre solo la zona de la corona, muy típico en el pueblo judío y que muchos religiosos cristianos usan aún en la actualidad, bajo el nombre de «solideo».

212 Alusión a Mc 1,19-20 y par.

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sus compañeros de faena, y los dejó al cuidado de la carga para dirigirse, con

decisión, hacia el pequeño grupo en el que se encontraba también su hermano

menor.

—Maldito hermano mío —gritó Simón al llegar, sin saber los demás si su

exclamación era motivo de alegría o de reproche—. Por fin has vuelto —y le dio

un fuerte abrazo, aunque en seguida le recriminó—. Ya era hora que volvieras: te

necesito en la barca.

—Hermano, yo también me alegro de verte —dijo con cierta ironía, aunque

innegable afecto, después de reponerse del apretón.

—¡Filipo! ¡Tú también aquí! —exclamó ahora Simón, mientras le sacudía

los hombros con fuerza—. La paz esté contigo.

—Y contigo, Simón —dijo reponiéndose del vaivén.

—Deja que te presente a dos compañeros más que también son discípulos

de Yohannon —dijo entonces Andreas—. Este es Natanael y este Yeshúa.

Simón los saludó, aunque sin la efusión anterior porque eran extraños, y en

seguida preguntó por el maestro.

—¿Y Yohannon? ¿Qué dice el maestro? —preguntó contemplando el rostro

de los nuevos compañeros de su hermano—. ¿Cuándo llegará por fin su Reino?

—El Reino es del Cielo, no de Yohannon —puntualizó Yeshúa ante la

atónita mirada del pescador.

—¿De dónde eras tú? —dijo el pescador, levantando la cabeza algo

sorprendido.

—Yeshúa es de Nazaret —se anticipó Andreas señalando al Nazareno.

—Nazaret, eh…—dijo Simón, contemplando el rostro de aquel hombre alto

y delgado con interés—. Hueles a jazmín y tienes aspecto de predicador —le dijo.

Andreas, Filipo y Natanael rieron por lo bajo.

—La verdad es que bien podría ser un predicador —contestó Andreas

poniendo su mano sobre el hombro del Nazareno.

—Yeshúa sabe hablar —añadió Filipo.

—Sabe hablar, eh… Bueno. Venid a casa a comer y hablaremos entonces

—dijo Simón y se rió—. Y tu, Andreas, me contarás las nuevas del maestro. ¿Pero

por qué estás aquí? ¿Has decidido ya volver al yam?

—Hermano, estamos aquí para anunciar el Reino en las aldeas y pueblos de

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Israel.

—¿Qué…? ¿Yohannon os ha enviado a eso? —preguntó sorprendido.

—Te diré que Yohannon está de acuerdo —dijo Andreas.

—Vaya… ¿Pero él no vendrá verdad?

—Ya sabes que no, Simón.

—Bueno. De todas maneras, vayamos a casa. Sois mis invitados…, y tengo

hambre —añadió. Luego echó una mirada rápida a los hijos de Zebedeo—.

Yacob, tú y tu hermano pasad después de comer. Tengo mucho de qué hablar con

Andreas.

—Pasaremos —le dijeron de mutuo acuerdo.

Y con un par de señas, Simón se despidió de sus compañeros de faena que

aún descargaban la mercancía de la barca, y partió con los cuatro discípulos de

Yohannon hacia su casa.

—¿Ha ido bien hoy la faena? —preguntó Andreas.

—Ha sido un buen día213. Hemos podido vender casi toda la carga en

Magdala. Muchos peces gato, pero por suerte, se venderán bien en Tiro.

—Mi hermano conoce el yam como su propia mano —dijo a sus

compañeros.

—Pero uno más en la barca no me iría mal —repuso Simón agarrando a su

hermano por el hombro.

El pescador los condujo a su casa, casi en la orilla del lago, y a unos 60

codos enfrente del edificio que se usaba como sinagoga. Ambos edificios estaban

en la calle principal, de dirección norte-sur. Atravesaron una explanada delante

de la casa antes de entrar en la vivienda por el lado noreste. La morada del

pescador era una habitación casi cuadrada de unos diecisiete codos por lado,

hecha de piedra basáltica negra y con ventanas sin cristal. Al igual que el resto de

habitaciones adyacentes, donde vivían la familia de su mujer y otras familias,

todas desembocaban en un patio común en forma de «L», en el que se hacían la

213 Lucas es el único evangelista que retrata una pesca milagrosa (Lc 5,1-11). Posiblemente tal suceso, que Marcos, Mateo y Juan desconocen, es obra del mismo Lucas, quien intentaba así exponer un motivo que justificara la captación, por parte de Jesús, de discípulos en Cafarnahum. Porque Marcos o Mateo, que escribieron antes que Lucas, se limitaron a decir que Jesús llamó a los discípulos. Un argumento que, bajo la mirada lucana, pudo parecer poco convincente. Algunos autores ven parecidos con Jn 21, aunque este capítulo sea un añadido posterior. (Apartado J10a).

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mayor parte de las actividades del hogar y no solo la cocina. La casa de Simón

contaba además con una escalera exterior en el mismo patio, que permitía el

acceso a un terrado hecho de ramas y paja. Filipo, Natanael y Yeshúa conocieron

entonces a la mujer de Simón214 y a sus pequeñuelos215. Ella y su madre, la suegra

de Simón, les prepararon la comida y los tres galileos se beneficiaron de su

hospitalidad. En el menú de hoy habría, además de pescado fresco, vino; pues el

pescador consideraba una bendición volver a ver a su hermano, y había querido

también honrar a los otros discípulos de Yohannon con la bebida fermentada. Al

poco de comer, y terminando el último vaso, Simón les preguntó con más detalle

sobre la razón de su venida.

—¿Qué queréis conseguir…? ¿Qué la gente se bautice? —preguntó

extrañado.

—Que la gente oiga el mensaje de Yohannon es lo importante Simón. Ese

es el primer paso —dijo Andreas—. Luego los que quieran podrán ir a ver al

maestro y ser bautizados por él.

—Sí. Ahora no está tan lejos —aclaró Natanael.

—¿Y los que no puedan?

—Pues si no pueden… y lo desean… sí… —dijo Andreas mirando a sus

compañeros—, podríamos bautizarlos nosotros. Filipo y Yeshúa estaban de

acuerdo. Ya habían hablado del tema durante el viaje; aunque Natanael siempre

se mostraba más prudente.

—Bueno, ya sabes que aquí la gente es muy sencilla —le insinuó Simón—

. Os será difícil comunicaros con ellos, me parece a mí.

—Si Yohannon pudo hacerlo con nosotros, es que es posible —dijo Yeshúa

y todos sonrieron.

—Eso es verdad —reconoció el pescador—. Yo solo digo que no será fácil.

—Pues para eso hemos venido Simón —puntualizó Filipo.

214 Pablo alude a que Simón (Pedro) estaba casado (1 Cor 9,5), y los evangelios afirman que tenía suegra (Mc 1,29-31 y par.). El episodio de la suegra enferma a la que Jesús sana y, tras el cual ella se pone a servirles, es interpretado modernamente, y en clave antropológica, como una contraprestación de Jesús a cambio del hospedaje. Este es un rasgo propio de las sociedades mediterráneas de la antigüedad, en el que un favor es correspondido con otro entre hombres de honor. Por eso se omite el milagro.

215 Que Pedro tenía hijos parece señalarlo el contexto de Mc 9,33-37.

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—Desde luego sería más fácil si bautizarais vosotros… —sugirió Simón

antes de terminarse el vaso—. Pero en fin… no sé... La gente te conoce Andreas

desde que eras pequeño. Y a ti también Filipo… No sé qué dirán si los queréis

bautizar vosotros…

Andreas, Filipo y Natanael cruzaron sus miradas, aunque ninguno de ellos

supo qué decir.

—Debemos tener la oportunidad de hablarles. Y yo creo que Yohannon

estaría de acuerdo en que bautizáramos a aquellos que no pueden ir hasta él —

dijo Yeshúa.

Simón sonrió ante la sencillez del Nazareno, y asintió con la cabeza.

—Parece justo.

Los demás discípulos estuvieron de acuerdo. Bautizarían ellos si era

menester, pero la opción primera era informarles sobre lo que Yohannon

anunciaba, y si no podían desplazarse, ellos podrían bautizarlos allí.

—Lo primero, hermano —prosiguió Andreas más animado—,

necesitaremos un lugar.

—Podéis usar la casa. Tenemos un patio grande como podéis ver. Reuniré

algunos hombres de la aldea y veremos. ¿Os parece bien?

Los galileos sonrieron.

—Magnífico —repuso Andreas.

—Mañana por la tarde, después de comer y con la faena hecha… los

hombres estarán más predispuestos —afirmó Simón satisfecho con su idea, y se

rió.

*

Al día siguiente, como prometió el pescador, unos cuantos hombres, amigos

y conocidos de Andreas y Simón, la gran mayoría pescadores, se juntaron en el

patio de su casa para oír a los discípulos de Yohannon. Eran casi treinta personas

y los galileos estaban nerviosos por tener que hablar, pero también ansiosos. La

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suegra y la mujer de Simón, con el pequeño colgado del cuello, se hicieron un

hueco para poder escuchar. Los dos hijos de Zebedeo y sus padres también

estaban.

—Si no os molesta, yo prefiero no hablar hoy —dijo Natanael.

—¿Por qué no? Tienes el mismo derecho que los demás —respondió Filipo

poniéndole la mano en el hombro.

—Lo sé, Filipo, pero… —y el discípulo de Caná tomó aire—, aceptémoslo,

no soy bueno con las palabras. Y para mí hay demasiada gente hoy. Prefiero no

hacerlo.

—Está bien —le tranquilizó Yeshúa—. Hazlo cuando estés preparado.

Decidieron que Andreas y Filipo hablarían primero, ya que ambos conocían

a algunos de los presentes, pues al ser Filipo de Betsaida, otra aldea pesquera,

también conocía el ambiente y la gente que pescaba en el yam. Ellos harían una

presentación y luego, Yeshúa, un desconocido para los demás, les hablaría. Ese

tiempo en el que los cuatro debatieron, permitió que algunas miradas ajenas se

centraran puntualmente en la alta y enjuta figura del Nazareno, pero a la vez

facilitaron que este tuviera tiempo para observar el auditorio. La gente era en

verdad muy humilde. Seguramente ninguno sabría leer, y conocerían las

Escrituras solo por lo que habrían oído el shabbat en la sinagoga. Muchos se

sentaron en el suelo y los que pudieron se mantuvieron en la sombra, a resguardo

del sol bajo la techumbre de madera y ramas.

—Bienvenidos seáis todos. Que la paz esté con vosotros —dijo Andreas.

—Que la paz esté con vosotros —dijo Filipo, y muchos respondieron de

igual manera.

—Hoy queremos hablaros de Yohannon bar Zacarias, quien bautiza en el

Jordán anunciando la llegada inminente del Reino de los Cielos —dijo Andreas—

. Habréis oído tal vez hablar de él.

Y unos pocos asintieron.

—Ahora mismo se encuentra en Ainon, no muy lejos de Galilea —dijo

Filipo.

—Yohannon denuncia las injusticias de nuestro mundo. Es valiente y habla

por boca del Señor. Incluso Antipas le guarda respeto —dijo Andreas, exagerando

un poco—. Pero no venimos a hablaros de eso.

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—Yohannon es un hombre recto y buen conocedor de las Escrituras. Es un

profeta —añadió Filipo.

—Él nos ha dicho que el Reino de los Cielos llegará muy pronto, tal y como

anunciaron los antiguos profetas cuando hablaban del día del Señor. Y que

debemos estar preparados. Debemos reconocer nuestros pecados y prepararnos

para recibir ese momento. Pues deberemos recibirlo con el alma purificada para

poder ser dignos merecedores. Aquellos que no lo hayan hecho, no podrán entrar.

Hubo un silencio en el patio. Lo que dijo Andreas estaba bien, pues muchos

anhelaban que algún día se cumplieran las profecías de los antiguos; pero varios

de los presentes no llegaban a entender, y lo que oían sonaba a cierta imposición.

—¿Y qué debemos hacer para entrar en ese Reino del que hablas, Andreas?

—preguntó uno de los oyentes.

—Arrepentíos de corazón y comportaos con justicia con vuestro prójimo.

Obrad según la Ley. No engañéis, no robéis. Que cuando el Señor os llame, no

tenga nada que reprocharos. Eso pide el Señor.

—Eso está bien —dijo uno.

—Pero dinos Andreas, ¿cómo será el Reino? —le preguntaron.

—Yohannon dice que no nos lo podemos imaginar. Que será algo

maravilloso. Todo el mundo será feliz. Nadie estará enfermo y no existirá el

sufrimiento.

—Eso que dices es muy bonito, pero mientras llega, quien traerá comida a

nuestras casas.

—¿Y quién cuidará de nuestros mayores o nuestros enfermos?

—Sí —dijo otro—. Tenemos que pensar en nuestras familias también. Tú

no tienes una familia que dependa de ti, Andreas. Tu situación es diferente.

—Mi hermano Simón está casado y se ha convertido. Eso prueba que puede

hacerse.

—¿Y qué piensa Antipas de todo eso? ¿Podemos tener problemas?

—Ni siquiera Antipas se atreve a alzar la mano contra Yohannon. Sabe que

es un hombre justo y que habla guiado por los profetas —dijo Filipo, aún sabiendo

que exageraba un poco.

—Si Antipas tanto le teme, ¿por qué tu profeta no viene a vernos a

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Galilea216?

Andreas y Filipo no supieron muy bien qué contestar. Y entonces les llegó

aún un baño de preguntas que los desconcertó.

—¿Y cómo será exactamente ese Reino? —preguntó uno.

—¿Habrá que trabajar también? —preguntó otro.

—¿Y qué pasará con los romanos? ¿Qué hará el Señor con ellos?

—Y Elías…. ¿No tenía que venir primero217?

Andreas y Filipo se vieron desbordados por tantas preguntas y llamaron a la

calma. En algún momento Andreas y luego Filipo miraron a Yeshúa, buscando

ayuda. Ellos habían venido para difundir el mensaje del maestro y conseguir

adeptos para el Reino. Y en su lugar se estaban encontrando con preguntas, tanto

filosóficas como prácticas, a las que no les era fácil dar respuesta. Se dieron cuenta

entonces de la dificultad de estar en el lado del maestro, enseñando.

—Os puedo decir a qué es igual el Reino de los Cielos —dijo Yeshúa.

Fueron pocos los que le oyeron, y el Nazareno optó por elevar un poco el

tono de su voz.

—Os puedo decir a qué es igual el Reino de los Cielos —repitió Yeshúa.

—¿A qué? —dijo uno.

—Dejadle hablar —dijo otro, y ordenó silencio.

—Eso queremos saber —repuso otro de los pescadores a medida que el

gentío parecía tranquilizarse.

Entonces Yeshúa habló, buscando una manera sencilla, como cuando padre

le hablaba a él.

—El Reino de los Cielos es igual a unos pescadores… que arrojaron una red

de pesca al mar y recogieron peces de toda clase —el Nazareno hizo una breve

pausa y vio que los demás lo seguían—. Cuando la red estuvo llena la trajeron a

216 Aunque Lucas expone que el Bautista predicó en la comarca del Jordán (Lc 3,3), en general no se considera que hubiera llegado a bautizar hasta Galilea o la tierra de Herodes Filipo. Si bien tal suposición no puede descartarse por completo, todos los evangelistas coinciden en situarlo en la Perea. Cafarnahum, además, se encuentra muy arriba, cercana al Alto Jordán.

217 Ya hablamos (nota 105) de esta creencia bien difundida en el s.I. y de la cual se hace eco el mismo NT (Mc 9,11; Mt 17,10). Elías fue uno de los primeros profetas y guarda ciertas similitudes con Jesús. Fue arrebatado y llevado al Cielo en un carro guiado por caballos de fuego (2 Re 2,11), y el pueblo, en general, creía en su regreso. (Sobre Elías: apartado I1d6, y específicamente sobre Elías en relación al Bautista y a Jesús en el apartado J9e).

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la playa, se sentaron, y recogieron los más aptos en cajas… pero a los demás los

echaron fuera… Así será en el final de la era: vendrán los ángeles y separarán a

los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego218.

Hubo silencio. La gente quedó sorprendida y desconcertada por esa forma

de narrar y por el impactante final. Y además, parecían entender lo que les había

dicho. Yeshúa siguió sentado, hablándoles.

—El Reino de Dios es como un hombre que echó la semilla a tierra y se

durmió. Y se levantó noche y día, y la semilla germinó y creció sin que él supiese

cómo. Pues de igual manera, por sí misma, la tierra trae el fruto: primero está la

hierba, luego la espiga, y cuando se da el fruto, al instante el hombre ya envía la

hoz, porque la siega ha llegado219. De igual manera os digo que el momento ha

llegado ya.

Y aún les añadió, levantándose para andar unos pasos:

—Porque con el Reino de los Cielos sucede como con un grano de mostaza,

que cuando es sembrado es la más pequeña de las semillas de la tierra, pero

cuando luego crece se convierte en la mayor de todas las hortalizas, y produce

grandes ramas. Al punto de que es posible que, bajo su sombra, las aves del cielo

puedan anidar220.

Y quedaron admirados con esas historias; pues les enseñaba con una

sencillez de palabras y una autoridad, que ni los escribas221. Nadie les había

hablado nunca así. En la sinagoga, a veces no entendían algunas de las cosas que

se leían o se decían. Pero aquí era diferente. Alguna gente del fondo se acercó

para oírle mejor. Sus compañeros estaban asombrados.

—Hablas con bellas palabras, pero el mundo real es muy diferente —le dijo

uno.

218 Esta parábola se encuentra en Mt 13,47-50. Aunque no es la primera que aparece en los evangelios, la situamos aquí, en primera posición, pues es de fácil comprensión para un pueblo de tradición pesquera como Cafarnahum. Hay autores que no la consideran propia del Jesús histórico (apartado J14).

219 Mc 4,26-29 y par.

220 Mc 4, 31-32 y par.

221 Mc 1,22. Los escribas eran unos profesionales versados en el conocimiento de la ley. (Hablamos de ellos en la nota 382).

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Yeshúa se puso en pie y le contestó.

—Pues yo os digo que dejéis de preocuparos por vuestra vida, de qué

comeréis o qué beberéis. Ni por vuestro cuerpo o de qué vestiréis. Pues ¿no es la

vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Fijaos en los pájaros

del cielo: que no siembran ni cosechan ni acopian en los almacenes, y vuestro

padre celestial los alimenta. ¿No los aventajáis vosotros en mucho? Decidme,

¿quién de vosotros, con preocuparse, puede añadir a su estatura un solo codo? ¿Y

por qué os preocupáis por la vestimenta? Comprended como crecen los lirios del

campo222: no trabajan ni hilan. Y yo os digo que ni Salomón, mediante toda su

gloria, vistió como uno de ellos. Y si el Justo viste así a la hierba del campo que

hoy existe y mañana es arrojada al horno, ¿no mucho más a vosotros, hombres de

poca fe? Así pues, no os preocupéis diciendo: «¿Qué comeré?» o «¿Qué vestiré?»,

pues todo esto lo buscan las naciones [paganas]. Vuestro padre celestial tiene ya

el conocimiento de lo qué necesitáis. Por el contrario, buscad primero el Reino de

los Cielos y su justicia, y todo esto os será añadido223.

—¿Y cómo debemos comportarnos?

El Nazareno recorrió sus rostros antes de responder.

—Guardaos de hacer vuestra justicia ante los hombres para ser vistos por

ellos; desde luego si no, no tendréis pago de vuestro Padre de los cielos. Así pues,

cuando deis limosna, no hagáis sonar la trompeta ante vosotros, tal como hacen

los hipócritas en las sinagogas y las calles, para ser glorificados por los hombres;

con seguridad os digo, recibirán su paga. Pero cuando deis limosna, que no sepa

vuestra izquierda qué hace la derecha, para que vuestra limosna quede en secreto.

Y vuestro Padre, que ve en lo secreto, os recompensará. Y cuando recéis, no seréis

como los hipócritas, porque buscan rezar en pie en las sinagogas y en las esquinas

de las plazas, para mostrarse a los hombres; con seguridad os digo, recibirán su

paga. Pero vosotros, cuando recéis, dirigiros a vuestro cuarto y, tras cerrar la

puerta, rezad a vuestro Padre que está en lo secreto; y vuestro Padre, que ve en el

222 Lirios del campo: símbolo de belleza en el cantar de los cantares (2,12, 5,13), donde la flor a la que se refiere sea probablemente un jacinto azul. Según Browning (Op. cit, 1998, p.284), Jesús habla probablemente de una variedad de flores primaverales de colores diferentes, quizás anémonas (rojas).

223 Mt 6,25-33 (y par. en Lc 12,22-34): Mateo compila aquí muchos datos recibidos por tradición de Jesús. Es posible que nunca se dieran todos ellos juntos, sino por separado, como lo refieren Marcos y Lucas. Pero así es más didáctico. Omitimos el versículo final, v.34.

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cielo, os recompensará. Y al rezar, no parlotearéis como los gentiles, pues piensan

que mediante su locuacidad serán escuchados. Así pues, no os parezcáis a ellos;

pues vuestro Padre conoce lo que necesitáis antes de pedírselo224. Y cuando

ayunéis, no sigáis estando como los hipócritas, entristecidos, pues desfiguran sus

caras para hacer público a los hombres que ayunan; con certeza os digo, recibirán

su paga. Por el contrario al ayunar, ungid vuestra cabeza y lavad vuestra cara, para

no hacer público a los hombres que ayunáis, sino a vuestro Padre a escondidas; y

vuestro Padre, que ve a escondidas, os recompensará. No sigáis atesorando tesoros

en la tierra, donde una polilla o la herrumbre los hace desaparecer, y donde unos

ladrones excavan y los roban; atesorad tesoros en el cielo, donde ni una polilla ni

la herrumbre los hace desparecer, y donde los ladrones ni excavan ni roban; pues

donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón225.

Y el Nazareno siguió y siguió hablando, y haciendo más y más

comparaciones. Y allí se quedaron, boquiabiertos, escuchándole. Y aún más sus

compañeros, que se felicitaron porque Yeshúa sabía captar la atención de sus

oyentes. Los dos hijos de Zebedeo quedaron gratamente admirados por el discurso

del Nazareno. Y aún más sorprendido pareció quedarse el pescador de

Cafarnahum, interrogándose sobre aquel hombre de Nazaret que olía a jazmín.

*

Pasaron los días, y cuando celebraron otra charla muchos aldeanos no

pudieron ya entrar en la casa del pescador de lo abarrotada que estaba. Y algunos

se quedaron en la explanada que había delante de ella y exigieron silencio a los

demás para poder oír al Nazareno. Al cabo de un rato, unos cuantos hombres

llegaron al llano trayendo un enfermo y, al no poder introducir la camilla en la

224 Omitimos aquí el Padrenuestro que viene a continuación, y que situaremos más adelante y en otro contexto, siguiendo a Lucas. Aparecería descontextualizado para un primer discurso.

225 El siguiente pasaje se encuentra en Mt 6,1-21.

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casa a causa del gentío, ataron el paciente a la camilla y la subieron con cuidado

y no sin dificultad por la escalera que había hasta el terrado. Desde allí decidieron

bajarla, abriendo un boquete entre las ramas que formaban parte de la techumbre

que cubría una parte del patio, pues no vieron otra opción226. Cuando Simón vio

lo que hacían con su techo, se exasperó. Su mujer se llevó las manos a la boca

para contener un grito pero su suegra, directamente, le regañó.

—¡¿Pero qué hacéis con el tejado?! —dijo el pescador—. Andreas, Filipo,

Yacob decidles que paren.

Andreas y Filipo se vieron impotentes y se encogieron de hombros.

—¡Dejadle que escuche también! —gritó uno de los camilleros.

—Sí, déjale —dijo también Yacob bar Zebedeo con una sonrisa, ante la

atónita mirada del pescador.

Cualquier intento para que desistieran de bajarlo fue inútil. Los hombres no

atendieron y solo se preocuparon por descender al enfermo sin que sufriera daños.

Lo consiguieron, ayudados por la gente que había en el patio. Incluso los

hermanos Yacob y Yohannan ayudaron a bajarlo, ambos con una sonrisa. Yeshúa

intentó tranquilizar al pescador—. No te enfades Simón. No ves que fuerte es su

fe.

—A ti te es fácil decirlo. No es tu tejado —repuso el pescador, que intentaba

a su vez tranquilizar a su suegra.

—Este hombre quiere oírte también y convertirse —repitió uno de los

camilleros, vociferando desde el terrado.

—Está paralítico —añadió otro que lo conocía.

Cuando pusieron al encamado delante del Nazareno, este vio en su cara que

tendría tal vez su misma edad; pero sus piernas estaban tan raquíticas y encogidas

que ya no había vida en ellas. Se hizo el silencio y la gente se compadeció de la

desgracia de aquel hombre.

—Estoy paralítico por mis pecados —le dijo el encamado con el rostro

compungido, y aceptando la condena inevitable por tal enfermedad.

226 Alusión a Mc 2,4s y par. Los techos de pueblos como Cafarnahum o Nazaret estaban hechos de hojas y ramas y, por tanto, es posible que pudiera haberse retirado/atravesado para introducir por ahí al enfermo (Mc 2,4). Los techos rurales palestinos no estaban conformados por tejas, como afirma Lucas en Lc 5,19, aunque ello fuera familiar para los lectores griegos.

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—Lleva paralítico desde niño —dijo uno de los que lo traían desde el tejado.

Se hizo el silencio y Yeshúa le habló, manteniendo esa mirada suya tan

personal y penetrante; mientras toda la atención del gentío se ponía en sus

palabras.

—Tu enfermedad no es motivo para que seas condenado. Tu sufrimiento es

ya suficiente. Puedes convertirte. El Señor todo lo puede.

—¿Y qué tengo que hacer?

—Acepta al Señor en tu corazón y prepara tu alma para su llegada.

—Sí, lo acepto.

Yeshúa puso su larga mano sobre su cabeza. Lo hizo sin apenas pensar. Vino

solo. El hombre cerró los ojos compungido por el momento.

—Entonces tus pecados te son perdonados —le dijo con firmeza—. Y

cuando llegue el día del Señor, él te bautizará con su fuego, y entrarás en su

Reino… andando por tu propio pie.

La gente se quedó tan sorprendida, que el silencio, si cabe, se hizo aún

mayor tras oír esas palabras. Yeshúa no perdonó los pecados en su nombre, lo que

habría sido una blasfemia, sino en nombre de Dios, lo que era muy osado pero no

pecaminoso. Los discípulos se quedaron igualmente sorprendidos y temieron una

reacción inapropiada de la gente. Pero el encamado pareció regocijarse, y

respondió entre sollozos agarrando su mano entre las suyas.

—Bendito sea el Señor227.

—Bendito sea —dijo Yeshúa con una sonrisa.

Y entonces… la multitud lo celebró.

—Bautízanos —le dijeron algunos.

—Sí, bautízanos para que podamos entrar en el Reino.

Simón, al ver la reacción de la gente no sabía qué pensar. Ni siquiera

Yohannon había sido tan osado. Se volvió hacia Andreas y le habló:

—Esos hombres ya no vendrán más para escuchar la voz de Yohannon.

Vendrán para escucharlo a él.

227 Esta escena alude a la curación del paralítico (Mc 2,1-12 y par.), aunque aquí no se produzca. Igualmente, y aunque sorprenda también al lector, normalmente la gente no suele dar las gracias a Jesús por sus obras. El mérito se atribuye a Dios. (Puede leerse más sobre este episodio en el apartado J10a).

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*

Al atardecer, se reunieron para hablar sobre dónde y cómo debían proceder

ante las peticiones de bautizo.

—¿Dónde lo hacemos? —preguntó Natanael.

—Podemos buscar algún pequeño arroyo que llegue hasta el Jordán —dijo

Filipo.

—No hace falta —respondió Yeshúa con seguridad—. Lo haremos en el

mismo Jordán. Aquí el agua está mucho más limpia que en Perea, ¿verdad?

—Pues, de hecho, sí —dijo Andreas tras pensarlo—. Las fuentes del Jordán

aún están lejos, pero el agua aquí está mucho más limpia. Yo creo que tras salir

del yam empieza poco a poco a ensuciarse.

—Estoy de acuerdo —manifestó Yohannan.

—Es verdad. Pues a su paso por Betsaida aún está muy limpia —añadió

Filipo.

—Bauticemos entonces en el río —dijo Natanael.

—Bien. Correremos la voz entonces —señaló Yacob—. Y a aquellos que

quieran, los llevaremos allí para que los bauticéis.

—¿Y quién lo hará? —preguntó Natanael.

Hubo un instante de duda.

—Lo haremos todos228 —respondió Yeshú con una sonrisa hacia su

compañero, quien finalmente le correspondió de igual modo.

—Corramos la voz pues —dijo ahora Yohannan—. Digámoslo a todos los

pescadores y que lleven ellos la noticia a las aldeas del yam.

228 El evangelio de Juan indica que Jesús y sus discípulos bautizaban, por lo menos en Judea (Jn 3,22). Aunque poco después el autor intente matizar la cuestión indicando que eran solo los discípulos de Jesús los que bautizaban (Jn 4,2), en un pasaje considerado en general por la crítica histórica como un añadido propio del evangelista. Muy probablemente para no igualar a Jesús con Juan el Bautista.

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*

Era mediodía y Yeshúa paseaba tranquilamente por la orilla viendo algunos

pescadores faenando desde no muy lejos de allí, tirando de la jábega, previamente

lanzada desde una barca cercana. Cuando vio llegar la barca de Simón, se acercó

al pequeño muelle. Los pescadores bajaron y amarraron la barca. Simón guardó

la red en la caja de popa y respiró hondo un par de veces, mientras los demás

plegaban la vela y ataban los remos. La cubierta estaba prácticamente vacía de

carga —solo algunas sardinas y unas pocas tilapias escuálidas—, lo que podría

haber significado una buena jornada si, efectivamente, habían conseguido vender

toda la carga en el puerto de Magdala. Pero como el bote llegaba pronto y el rostro

de los pescadores parecía decaído, le pareció más bien que aquel día no había sido

productivo. Simón se llevó unas cuantas sardinas envueltas en un trozo de tela y

dejó a sus compañeros para que vendieran el poco pescado que tenían en el

mercado local.

—¿No ha sido un buen día? —le preguntó entonces, esperando

confirmación a lo que le parecía más lógico.

—La tormenta de anoche removió las aguas y asustó los peces229 —dijo el

pescador—. Pero el condenado impuesto debe pagarse igualmente —añadió con

una mueca, entre la resignación y el malhumor, y empezó a alejarse hacia la aldea.

Yeshúa reflexionó un instante antes de hablar.

—¿Vas a pagarlo ahora?

Simón siguió andando

—Sí. ¿Por qué? —le dijo sin volverse.

—Voy contigo —dijo finalmente.

Simón se detuvo

—¿Cómo dices? —preguntó sorprendido.

—Vayamos a verlos —le dijo acercándose al pescador.

229 Debido al gradiente de presión atmosférica entre el Mar Mediterráneo y el lago de Genesaret, se producen fuertes vientos desde el oeste que remueven las aguas y producen fuertes tormentas sobre el lago, aunque de muy corta duración, con olas que pueden llegar a los seis pies de altura. En invierno se originan tormentas procedentes de las montañas del Golán, aunque son menos fuertes.

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—¿A esos ladrones? ¿Por qué quieres venir?

—Aunque muchos se hayan apartado, la voz del Señor debe llegar a todos

en Israel. ¿Acaso no te acuerdas de lo que dice Yohannon230? El reino también

está abierto a ellos.

—¡Bah! son publicanos, Yeshú, y además los conozco. Esos no entrarán en

ningún sitio —y el Nazareno se quedó mirando fijamente al pescador, como solía

hacer a veces cuando reclamaba de alguien toda su atención. Esa mirada

incomodaba al pescador, y le recordaba a Yohannon.

—También son judíos Simón —añadió Yeshúa.

El pescador respiró hondo antes de responder con cierto pesar—. Vamos

pues. Pero tú no estás obligado a nada con esas ratas de Antipas —añadió al poco

de empezar a andar. Y los dos enfilaron el camino juntos.

—Por cierto, esta mañana he visto el amanecer mientras «me limpiaba» en

el yam. Es maravilloso, ¿no crees?

—Sí, claro —comentó Simón con la actitud de aquel al que la costumbre

vuelve relativamente insensible a las bellezas cotidianas.

—Sí, lo es —se reafirmó en su opinión el Nazareno.

—¿También hay amaneceres en Nazaret supongo? —añadió irónico el

pescador.

—Claro que los hay —y el Nazareno sonrió—. Pero no se ven los rayos del

sol acariciando el agua.

Simón lo miró, considerando aquella observación un tanto exagerada.

—¿Dices eso para animarme por lo del tejado?

Los dos se miraron y sonrieron.

—Vamos —le dijo Yeshúa, y apretó el paso. —Más tarde te ayudaré con el

tejado.

La oficina de los recaudadores de Cafarnahum231 no quedaba lejos de la

orilla del yam. Se ocupaba sobre todo de los impuestos indirectos, que gravaban

especialmente el comercio de personas y mercancías, que llegaban o salían de

aldea ya fuera por vía terrestre o marítima. Este tráfico era importante pues,

230 Juan el Bautista trató con publicanos (Mt 21,32; Lc 3,12).

231 Alusión a Mc 2,3-14 y par.

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además, Cafarnahum era puesto fronterizo entre Galilea y la Gaulanítida, la región

más al oeste del territorio gobernado por Filipo, lo que obligaba a su hermano

Antipas a estacionar allí alrededor de un centenar de soldados. Los publicanos de

Cafarnahum arrendaban este tipo de impuestos a Herodes Antipas, tetrarca de

Galilea y Perea, quien a su vez, pactaba un precio fijo con Roma sobre el tributo

que debía pagar. Galilea era la región más productiva de Israel, exceptuando Judea

porque contaba con la rica Jerusalén. Antipas exigía unos tributos que le

aseguraran, también a él, importantes beneficios una vez pagado el tributo a

Roma. Los publicanos se encargaban de arrendarlos y recaudarlos en su nombre,

pero a su vez, exigían un precio algo superior para embolsarse la diferencia.

Cuanto mayor era el margen entre los impuestos que les exigía Antipas y el dinero

que en verdad recaudaban, mayor era su beneficio. De ahí nacía buena parte de la

mala fama que tenían los publicanos entre el pueblo; pues se sabía que a veces

conseguían bastante más de lo que un salario justo debería.232 También, porque

no se ganaban la vida trabajando con las manos, sino con el trabajo de los demás,

lo que se consideraba poco honorable. Además, el dinero de los impuestos era

empleado por Antipas en levantar grandes edificios o reconstruir ciudades de

estructura helenístico-romana como Tiberíades; así como en aumentar un ejército

de mercenarios extranjeros que le protegía y servía, mientras el pueblo vivía con

lo justo y no pocas veces pasaba hambre. Y ello sin olvidar que una suma

considerable del tributo se iba a Roma para mantener las legiones y al César, el

líder gentil del pueblo opresor. Así pues, los recaudadores judíos eran el blanco

de una mala fama por cuatriplicado, y su profesión era tenida por un oficio

deshonroso. Si bien podía decirse que para los galileos era preferible pagar a un

monarca judío que a un delegado romano —aunque una parte considerable del

dinero terminaría igualmente en las arcas romanas—, ese no era motivo suficiente

para que disminuyera el resentimiento general que los judíos sentían hacia los

recaudadores. Y en alguna ocasión, la guarnición de Antipas había servido de

freno a algún intento de confrontación contra aquellos.

232 Juan el Bautista ya les advertía sobre ello en Lc 3,12-13.

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Los habitantes de las provincias romanas ocupadas como Galilea estaban

también sujetos a impuestos directos. Así, los propietarios de tierras debían pagar

cada dos años —en parte en especies y en parte en moneda—, un tributo por los

productos que sacaban de la tierra, lo que se conocía como tributum soli, y que

podía suponer un cuarto de su producción. Existía además un segundo tributo, el

tributum capitis, que incluía tanto una tasa por la propiedad, como el pago por

cada miembro adulto de una estructura familiar —los hombres a partir de los

catorce años y las mujeres de los doce—, de aproximadamente un denario al año.

Y aunque los niños y ancianos quedaban excluidos, las mujeres y los esclavos

también estaban sujetos. Este dinero era para el erario de Roma, supuestamente

para mantener los gastos de ocupación —que eran mínimos, porque Roma no

tenía hombres en Galilea y sólo unos pocos estacionados en Cesarea del Mar,

Jerusalén y algunos núcleos más—, y para sufragar las inversiones que esta

pudiera realizar en el territorio, como calzadas o puentes. Sumando los impuestos

y los tributos (más el tributo para el mantenimiento del Templo en Jerusalén y el

pago de los dos diezmos según la Ley), cada familia judía debía desembolsar entre

el cuarenta y el cincuenta por ciento de sus beneficios. Si a esto se le sumaba el

descontento de la población galilea contra Antipas por su poco respeto hacia la

ley judía, su afán por promover actividades culturales no judías y construir

ciudades al estilo grecorromano en lugar de mejorar los pueblos que ya había, o

su servilismo hacia Roma —ciudad que rendía culto a dioses gentiles—, se

entendía mejor el enfado de muchos ciudadanos judíos cuando debían efectuar el

pago de tales impuestos. Y la figura del recaudador, que añadía un tanto al

impuesto para él mismo, no sólo empeoraba el asunto, sino que podía convertirlo

en el blanco final de todo ese resentimiento acumulado.

Aún y así, Simón podía considerarse afortunado, pues el cambio de

residencia desde Betsaida a Cafarnahum, le permitía evitar el pago diario de peaje

por ir a Magdala a vender y/o ahumar el pescado. Pues Betsaida estaba bajo

dominio de Herodes Filipo, y Magdala y Cafarnahum pertenecían a Herodes

Antipas. De todos modos, el origen del cambio también radicaba en que tanto

Simón como Andreas, judíos cumplidores de la ley, estaban hartos de la

remodelación a la griega que llevaba ya varios años desarrollando Herodes Filipo

en Betsaida.

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Para Yeshúa, tal y como le había explicado su padre, las personas

honorables debían esforzarse en evitar la acumulación de capital, pues eso era

considerado una amenaza al equilibrio comunitario. Así, una persona no podía

acumular riqueza, más que si otro la perdía o sufría un perjuicio. Porque toda

persona rica es injusta o lo ha heredado de una persona injusta. Yohannon también

había clamado contra ella233. Así pues, solo los ricos acumulaban riqueza

impunemente, ya fuera mediante la práctica de la explotación de los trabajadores

del campo, del comercio abusivo o restringido solo a la gente adinerada, de la

concesión de préstamos con un elevado interés —que no perdonaban el séptimo

año como mandaba la Ley234—, o del cobro de unos impuestos algo abusivos,

como podía ser el caso de los recaudadores de Cafarnahum.

Simón entró con Yeshúa en el despacho de los recaudadores. Dos de ellos

hablaban con un par de comerciantes, mientras otro publicano estaba sentado

detrás de una mesa al fondo de la habitación, pesando unas monedas con pesos de

plomo. Pues como bien sabía el recaudador, el valor real de la moneda venía dado

por su peso, y no solo por lo que la moneda indicaba. Movía los pesos con

habilidad, usando la misma mano para sujetar el estilete, el instrumento con la

punta afilada en un extremo que permitía escribir, y el otro extremo romo para

borrar. Poco más había en la mesa, salvo una tablilla de madera recubierta de cera

donde escribir, y una lámpara235 de aceite con sencillos adornos florales; pues

aunque era de día, no había ventanas en la sala, y la única luz natural que entraba

lo hacía por la puerta. En la pared del fondo había unos cuantos estantes llenos de

papiros y más tablillas. El recaudador, sentado al fondo, les vio entrar, y les hizo

un gesto para que pasaran y así no obstaculizaran el paso de la poca luz que

233 Lc 3,10-13. Jesús también habló en contra de la riqueza (Mt 6,24. 19,23-24,...).

234 La condenación de las deudas al séptimo año, el llamado año sabático (Dt 15,1-6), permitía a la gente endeudada poder empezar de nuevo, a la vez que recordaba a todos que el propietario de la tierra era Dios y no el hombre. Ahora bien y como recoge la Misná (tratado Shevi’it 10,3-6), Hillel, un rabino de inicios del s.I, estableció el prosbol, un documento que permitía que se hicieran contratos en los cuales se pusiera por escrito que no habría condonación en el año séptimo. Aunque es posible que él sólo regulara una práctica preexistente, la Misná recoge que Hillel actuó motivado porque la gente con propiedades se retraía a la hora de hacer préstamos y, por tanto, su intención fue la de ayudar a los más desfavorecidos, aunque el efecto fuera probablemente el opuesto. (Puede leerse más en el apartado I1e).

235 Lc 1,63.

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entraba, terminando de calcular el valor de las monedas por su peso. Entonces

habló con el joven pescador que tenía en frente.

—Te falta casi un cuarto de siclo.

—El precio es este.

—El precio sí —dijo rascándose la barba corta que llevaba—, pero estas

monedas están raídas y han perdido parte del metal. La balanza no engaña. Debes

todavía casi un cuarto de siclo.

El joven, malhumorado, le entregó una dracma de plata a regañadientes. El

publicano la depositó sobre la balanza y cuadró los pesos. Anotó un signo en la

tablilla con la punta afilada de su estilete, y luego el joven pescador estampó un

signo, antes de marcharse.

—Espera —le dijo el publicano—, esto es tuyo.

Y le retornó un par de moneditas de bronce, dos lepta. Calderilla. El joven

las recogió con un movimiento brusco de su mano, y se fue. Se sorprendió al ver

a Yeshúa, a quien conocía de la reunión en casa de Simón. Le saludó e interrogó

a Simón con la mirada, aunque este prefirió no decir nada. A Yeshúa le pareció

que el publicano era, al menos, justo en su trabajo.

—La paz sea contigo —dijo entonces el Nazareno avanzándose hacia donde

estaba el recaudador.

Este alzó la mirada, atónito, y aún tardó un rato en contestar el saludo, algo

poco habitual entre los habitantes de Cafarnahum, que solo venían a pagar

malhumorados. El publicano clavó en él su mirada hasta que sus ojos se adaptaron

de la letra de la tablilla al rostro aguileño del Nazareno.

—La paz sea contigo —dijo al fin—. Creo que no te conozco.

—No es de aquí —dijo Simón.

—Ah… ya me parecía —dijo fijando la mirada—. Tú eres… ¿el Nazareno

del que hablan? —preguntó sin esperar respuesta—. El que estuvo con el Bautista

en el Jordán… —y luego volvió la mirada al pescador—. ¿Trabaja ahora contigo

este hombre Simón?

—No.

—Bien —y volvió a mirar a Yeshúa—. ¿Tienes algo que declarar?

—No.

—Entonces, Nazareno, no estás sujeto a tributo.

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—Ya lo sé.

—¿Y a qué vienes entonces? —preguntó intrigado.

—Vengo por ti236.

El recaudador se desconcertó y tardó en responder. Al oírlo, los otros dos

que trabajaban con él, se volvieron sorprendidos.

—No entiendo. ¿Acaso nos conocemos? —le preguntó el recaudador.

—No.

—Entonces, ¿qué quieres de mí? —preguntó algo molesto.

Yeshúa se acercó un poco más, casi tocando la mesa con su cuerpo, y el

recaudador se reclinó inconscientemente hasta pegar su espalda al respaldo de la

silla.

—He venido por ti, Mattai237.

El recaudador se sobresaltó y se puso en pie. Era un hombre bajito. Dio un

paso atrás, mirando a sus compañeros.

—Si esto es una broma, no me gusta. Puedo llamar a los soldados —Simón

tragó saliva y miró disimuladamente a su alrededor.

—He venido porque quiero que tú también me escuches —dijo Yeshúa con

tono firme y una sonrisa.

—¿Qué te escuche…? ¿Y qué tengo que escuchar?

—Lo que tu alma necesita238.

El recaudador no supo qué decir. Hizo una sonrisa forzada y miró a su

alrededor para ver las reacciones de los demás. Luego se volvió de nuevo hacia el

Nazareno.

236 Alusión a Mc 2,14 y par.

237 Mattai: Mateo, en arameo. Sin embargo, los evangelios de Marcos y Lucas lo llaman Leví. En general se sugiere que Mateo era levita (es decir, de la tribu de Leví), de ahí el sobrenombre de Leví. Aunque Marcos lo llama “Leví, hijo de Alfeo” (Mc 2,14). Existen otras hipótesis. (Se puede leer más sobre él en el apartado J11a).

238 La existencia del alma era aceptada en general por el pueblo llano (por ejemplo en el NT en 1 Tes 5,23, y la idea de una resurrección general en Jn 11,24). Los fariseos y los esenios también la aceptaban. Como ya dijimos (nota 22), este concepto penetró en el judaísmo poco a poco, muy probablemente a través de la difusión de la religión irania (Persia) y la filosofía griega (en especial Platón), y así, hacia el s.II a.e.c. ya puede verse en algunos libros más tardíos del AT, como el libro de Daniel (Dan 12,1-5), y en apócrifos del AT como el libro de los Jubileos. (Puede leer más en el apartado F1 e I1d2). Jesús la menciona específicamente en algún pasaje (Mt 10,28), y alude a la resurrección en otros muchos.

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—¿Cómo sabes tú lo que mi… necesita…?

Yeshúa se mantuvo con una actitud tranquila, pero firme en su posición. El

recaudador lo observó detenidamente y no le pareció ver peligro en él. Respiró

profundo y se tranquilizó.

—Está bien —dijo al fin, queriendo tomar las riendas de la situación—.

¿Quieres que te escuche?... Pues si quieres, puedes venir mañana a mi casa y

hablarme mientras comemos. Entonces te escucharé —el publicano medio sonrió,

pues sabía que ese hombre, que hablaba por boca de un supuesto profeta del

desierto, jamás entraría en casa de un publicano. Y mucho menos aún compartiría

sus alimentos, un símbolo social de igualdad entre ambos que sin duda el

Nazareno se vería obligado a rechazar.

—Allí estaré —repuso sin embargo el Nazareno. Y lo desarmó.

—Yeshúa…, no puedes entrar en casa de un publicano —le dijo Simón sin

reparos—.

Aunque el publicano oyó con claridad el comentario, seguía perplejo por la

respuesta del Nazareno. Este, sin quitarle los ojos de encima, siguió sin titubear.

—¿Dónde vives?

—Mi casa está en las afueras —dijo Mattai casi balbuceando—. Toma la

calle que hay saliendo a tu derecha y ve hasta arriba del todo. Es la última casa

que tiene terrado.

—Bien. Mañana vendré a comer a tu casa y hablaremos.

—Muy bien —dijo el recaudador—. Mis compañeros también vendrán —

añadió ya recuperado.

Al oírlo, los recaudadores que estaban en el mismo habitáculo se quedaron

boquiabiertos, y Simón pareció desesperarse aún más. Sin embargo, Yeshúa

asintió. Y al pasar por delante de los otros publicanos les añadió un escueto «Hasta

mañana», que medio los sobresaltó239. Simón contempló al publicano intentando

ocultar su desprecio, y dejó una moneda de plata en la mesa; la que le correspondía

239 El pensamiento de Jesús en favor de incluir en el Reino a los publicanos aparece en Mt 11,19 y Lc 7,34. Procede de la Fuente Q (Q 7,34) (apartado E2), un documento no encontrado, pero cuya existencia es admitida por amplio consenso científico. Se presupone que se escribió hacia el año 50 y contendría los dichos presentes en Mateo y Lucas. Jesús mantuvo relaciones con dos publicanos: Mateo, que formó parte de «los Doce» (Mc 3,18 y par.), y Zaqueo (únicamente según Lc 19). Las excavaciones en Cafarnahum han desenterrado muchas dependencias, pero ninguna que pueda relacionarse con la casa de un publicano hasta la fecha.

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por el impuesto. Mattai le ofreció la tablilla donde el pescador hizo una marca.

—¿Tú también vendrás? —añadió el recaudador extrañado.

—Por supuesto que no.

El pescador se dio la vuelta y salió tras de Yeshúa.

—Estás loco si vas a compartir el pan con un publicano —le dijo Simón

cuando ya estaban fuera—. Puedes perder todo el respeto que has conseguido

aquí.

—El Reino de los Cielos está abierto a todos los judíos, nos dijo Yohannon.

—Tal vez. Pero ni siquiera Yohannon comió con ellos. Y la gente no lo va

a entender.

—Pues deberemos hacer que lo entiendan, ¿no crees?

*

Era mediodía cuando Yeshúa enfiló decidido la cuesta para ir a casa del

recaudador. Detrás de él iban sus compañeros. Simón le había prevenido de su

error varias veces y los hijos de Zebedeo iban con él esgrimiendo la misma

cantinela. En cambio, Filipo y Natanael, que habían oído a Yohannon y que

conocían menos a Mattai, no trataron de impedírselo. Aunque, al igual que

Andreas, en privado consideraban que la comida era algo excesivo.

—No vayas —le repitió una vez más Yacob, el mayor de los hijos de

Zebedeo.

—No entres ahí —le dijo también Yohannan, su hermano—. Es un corrupto,

y además el dinero que recauda va a Roma.

—Dejadle —dijo Filipo—. Yohannon bautizó también a publicanos y

prostitutas.

—Aún puede arrepentirse —sugirió Natanael.

—¡¿Cómo dices?! —le gritó Yacob.

—Así es Yacob —dijo Andreas cortándolo—. Tú no estuviste como

nosotros con el maestro. El Reino es para todos los judíos que deseen convertirse.

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Solo el Señor decidirá en su día quien no podrá entrar, pero no nosotros.

—¿Pues por qué no entras tú también en la casa y comes con él, Andreas?

—le soltó Yohannan, el hermano de Yacob.

—Yo no digo que quiera compartir su comida, pero sí digo que Yohannon

ha bautizado también a publicanos.

Y siguieron discutiendo así hasta llegar al espacio delantero que había

delante de la casa del recaudador. Antes de entrar Yeshúa se volvió hacia los

suyos, que dejaron de discutir para mirarle.

—El físico debe estar con los enfermos —les dijo, y sonrió.

El Nazareno sabía encontrar siempre esa historia o esa frase que los dejaba

desarmados. Dio media vuelta y se acercó a la entrada, solo, ante la atenta mirada

de Mattai, que al oír el cierto griterío de los discípulos había salido de la casa para

recibirle. Llevaba una túnica elegante y la cabeza cubierta con un gorro a modo

de turbante.

—Has venido —dijo sorprendido.

—Ya te dije que vendría.

—Sí, claro… —e hizo una pausa—. Bien. Entonces pasa. Sé bienvenido a

mi casa.

Yeshúa cruzó el umbral. Las miradas de los hijos de Zebedeo parecieron

asustar al recaudador, y este prefirió volver tras la figura del Nazareno y entrar en

la casa. Simón se encogió de hombros e hizo un gesto de desesperación con las

manos antes de marcharse. Los Zebedeos se fueron con él.

Comerían en el patio, donde ya había varia gente esperando. El Nazareno

reconoció a los otros dos recaudadores de la oficina, que le devolvieron el saludo,

aunque parcamente. Los demás miembros de la familia de Mattai, sus hermanos

y las esposas de estos, le saludaron con cierta prudencia. Mattai le pidió que se

colocara a su izquierda en la mesa, el lugar de más honor, y Yeshúa aceptó. Todos

los demás se dispusieron a su alrededor. La mesa era muy baja, como de

costumbre, y los comensales yacían recostados sobre esteras y algunos cojines.

Trajeron un recipiente con agua para que, quien quisiera, pudiera lavarse las

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manos; pues esa era una costumbre que practicaban algunos judíos240. Luego las

mujeres trajeron la comida y el vino. Todo comida kosher, apta según la ley judía.

—¿Quieres bendecir tú la mesa? —le preguntó Mattai.

—Hazlo tú —dijo el Nazareno, y recordó con una sonrisa cuando su padre

les preguntaba lo mismo.

Mattai bendijo la mesa y así empezaron a comer.

—¿Cómo es que has aceptado venir a mi casa? —le preguntó al fin el

recaudador, sabiendo que todos allí deseaban hacerle la misma pregunta—. Como

imaginarás, no solemos tener muchas visitas —añadió.

—Porque tú me invitaste.

Mattai sonrió

—Cierto —reconoció—. Pero tú sabes que tenemos pocos invitados a causa

de mi profesión.

—Un físico debe ir donde los enfermos241 —añadió entonces Yeshúa con

naturalidad.

Los demás comensales se quedaron sorprendidos con la respuesta.

—¿Así que estamos enfermos…? —le preguntó Mattai.

—¿Y tú eres el físico que va a curarnos? —le preguntó otro. Algunos rieron

y Yeshúa sonrió.

El Nazareno tomó una torta de pan y la empezó a doblar—. Yohannon

enseña que todo aquel que lo desee de verdad, puede prepararse para recibir al

Señor cuando llegue su reino.

240 Los evangelios aluden al tema en Mc 7 y par. Aunque en época de Jesús era un asunto a discreción particular de cada comensal, y no era obligado por ley (nota 554). // En el mismo capítulo de Marcos, se da a entender que Jesús declaró puros todos los alimentos, contraviniendo las leyes judías (Levítico 11). Pero si esto fuera así, no tendría sentido que Pedro, tiempo después de la muerte de Jesús, aún diera muestras de seguirlas (Hch 10,9-11,19;15,29; Gal 2,11-14). O el mismo Santiago, el hermano de Jesús, las defendiera en la reunión de Jerusalén como medida necesaria incluso para la admisión de los paganos (Hch 15,19-21 cf. Gal 2). Si Jesús las hubiera abolido, tal reunión no hubiera dado a lugar. La coletilla «así declaraba puros todos los alimentos» (Mc 7,19 frag.) expresa la opinión del evangelista, Marcos, no de Jesús, y es un añadido posterior. Mateo no la incluye (Mt 15,10-20). Jesús declaró que no era importante lo de fuera (lavarse las manos) sino lo de dentro (lo que comemos), pero como señala E. P Sanders (La figura histórica de Jesús. 2000. p. 243), «Jesús explica que lo que entra en una persona se evacua, pero no dice que «lo que entra no pueda manchar.» Marcos escribió su evangelio para los gentiles, en donde el cristianismo iba ganando cada vez más sus adeptos, y extender las leyes judías alimenticias a los no judíos hubiese frenado esa expansión. (Hablamos de todo ello en el apartado J13).

241 Alusión a Mc 2,17 y par.

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—¿Incluso los publicanos? —preguntó uno de los recaudadores.

—También ellos.

—¿Y las prostitutas? —preguntó uno de forma irónica.

—También242 —dijo Yeshúa mirando al que había hecho la última pregunta.

Hubo una exclamación general, especialmente entre las mujeres, que

mostraron una actitud de rechazo. Los tres discípulos que aún esperaban fuera,

oyendo el griterío y las risas de antes, decidieron, finalmente, ir a comer a casa

del pescador y regresar luego a recoger al Nazareno.

—¿Y qué hay que hacer para ser curado… físico? —preguntó Mattai con

moderada ironía.

Yeshúa untó el pan en la salsa y le dio un par de bocados. Luego les lanzó

una pregunta

—¿Qué hombre entre vosotros, con cien ovejas y que hubiese perdido una,

no dejaría las noventa y nueve en el desierto y marcharía en pos de la perdida

hasta que la encontrara? —nadie respondió y él continuó—. Y cuando la hallase,

¿no la colocaría contento sobre sus hombros, y al ir a casa llamaría a sus amigos

y vecinos para decirles: «Alegraos conmigo, que he encontrado a mi oveja

perdida.»? —al oírlo, los comensales se quedaron gratamente sorprendidos. No

solo por lo que decía, sino por la manera en qué lo hacía—. Os digo —añadió el

Nazareno—, que mayor alegría habrá en el Cielo en lo que atañe a un solo pecador

que se arrepienta, respecto a noventa y nueve justos que, como tales, no tengan

necesidad de arrepentimiento243.

Hubo una exclamación general, aunque contenida. Mattai le sirvió más vino

en la copa, sin poder dejar de mirarlo. Yeshúa alzó los ojos hacia las mujeres y

les dijo:

—¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no toma una vela, barre

la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, ¡no

llama a sus amigas y vecinas para decirles: «Alegraos conmigo, que encontré la

dracma que perdí»? —hizo una pausa para beber un poco de vino—. De la misma

242 Mt 21,31-32.

243 Respectivamente, Lc 15,4-6. (par. Mt 18,12-13), comentada brevemente en el apartado J14 y Lc 15,7.

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manera, surge la alegría entre los ángeles del Justo respecto a un solo pecador que

se arrepiente244.

Y el Nazareno siguió hablando hasta obtener el reconocimiento mayoritario

de esa gente, al menos como un hombre sabio. Al terminar de comer, mucho más

opulentamente de lo que él acostumbraba, Mattai lo acompañó hasta la entrada y

le agradeció la visita con sinceridad. Filipo, Andreas y Natanael habían vuelto de

comer y esperaban allí a su compañero. Estaban sentados y abrigados con el

manto; y se alzaron al ver regresar al Nazareno.

—Mattai —dijo Yeshúa al despedirse ante los oídos de los demás—, dentro

de unos días bautizaremos a aquellos que nos lo pidan… —le dijo; y el publicano

se quedó petrificado—. Espero verte de nuevo —añadió con una astuta mirada.

Y cuando Yeshúa se alejaba, el recaudador sostuvo esta vez su mirada ante

los tres discípulos que aguardaban.

*

Habían pasado ya unos días tras la «comida» y se había armado cierto

revuelo en el pueblo a causa de ella. Pero también en el seno del grupo,

especialmente con Simón y los Zebedeos, que vivían en Cafarnahum y conocían

al publicano. Pero al final, eso no descohesionó ni deslegitimó al grupo. Yeshúa

continuó hablando y tenía demasiado carisma para no ser escuchado. Lo hizo

alguna vez desde la sinagoga de la aldea, aprovechando alguna de las lecturas.

Sus compañeros también hablaban, pero se veía que el centro de cualquier reunión

terminaba siendo siempre el Nazareno. La gente lo buscaba y le preguntaba. Los

discípulos lo entendieron y no se lo reprocharon.

Al atardecer, tras comer en casa del pescador junto a los Zebedeo, Simón

hacía esfuerzos para imponer sus argumentos.

—En mi casa no. No más veces —dijo el pescador sin poder ocultar su

244 Lc 15,8-10.

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enfado—. Aún tengo que terminar de reparar el tejado, y mi suegra sigue

recordándomelo cada día con alguna mirada.

—Y en la sinagoga ya estuvimos y no fue mal245 —sugirió Andreas—.

—Pero solo está la gente de Nahum —le indicó Yeshúa—. ¿Y el muelle?

—¿El muelle? —señaló extrañado el pescador.

—Sería fácil reunir a más gente. Además, desde las barcas del lago se nos

vería a lo lejos. Y puede que más gente se sintiera atraída.

Hubo un instante de vacilación en el grupo.

—¡Sí! —exclamó entonces Natanael—. Y a la vuelta esa gente explique lo

que oiga a su aldea…

—Buena idea —dijo Filipo.

—¿Vais a hablar a la gente desde el muelle? —le preguntó Simón—. ¿Y

después qué? ¿Los bautizaréis en el yam? —añadió irónico.

—Eso está fuera de lugar —repuso Andreas intentando ser constructivo—.

Si hablamos desde el muelle, y aprovechando la orilla, no habría problema de

espacio —señaló.

—Sí, pero los hombres estarán cansados por el trabajo. No tendrán ganas de

sentarse en la orilla sobre unas piedras a escuchar, sino de llegar a casa y comer

—matizó Simón.

—Nuestras palabras les darán de comer —dijo Natanael, y todos le

felicitaron, golpeándole cariñosamente la espalda o los hombros.

—Hagámoslo en el muelle —dijo Filipo.

—En el muelle —dijo Yacob—. ¡Hagamos correr la voz también! Vendrán

pescadores de otras partes del yam.

—Nosotros nos encargaremos de ello —dijó Yohannan, colocando su brazo

sobre el hombro de su hermano.

Andreas miró a su hermano y se encogió de hombros

—Llegaremos a más gente —añadió finalmente. Y aunque Simón dudaba,

así lo acordaron. Organizarían una charla general en el muelle para la siguiente

245 Según el NT, estando en Galilea, Jesús predicó a menudo en sinagogas (Mc 1,21; Mt 12,9; Lc 4,16; Jn 6,59). Cómo ya dijimos (nota 52), esto debe tomarse con cautela; porque solo se han encontrado dos sinagogas del s.I en esta región: Magdala y, tal vez, Cafarnahum (la de Gamla, pertenece a los dominios de Filipo). (Debatimos sobre ello en el apartado J7).

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semana.

—Otra cosa —dijo Andreas, con cierta dificultad—. Yeshúa, hemos

hablado entre nosotros… y… creemos que deberías hablar tú.

—Solo tú —especificó Filipo.

—¿Solo yo?… —dijo el Nazareno casi susurrando.

—Tú tienes facilidad por las palabras —dijo Natanael.

—Y tus palabras tienen fuerza —añadió Yacob.

Hubo un breve silencio.

—Creo que… Yohannon estaría de acuerdo —añadió Andreas.

—Y tú devolviste la voz al mudo —sentenció Filipo poniendo su mano

sobre la rodilla del Nazareno.

Yeshúa miró a todos sus compañeros y comprendió que, en general,

confiaban en él. Por eso la aceptó. Solo Simón pareció no estar del todo

convencido con esa petición.

*

La noticia de la charla en el muelle se difundió con éxito, acudiendo gente

desde el llano de Genesaret y de las aldeas del lago, desde Betsaida al norte hasta

más al sur de Magdala. Pescadores, campesinos, artesanos y mercaderes. La

mayoría llegaron a pie desde el llano o bien bordeando el lago. Algunos lo

hicieron incluso en barca desde distintas poblaciones del yam. Los discípulos de

Yohannon se felicitaron por la audiencia, tal vez doscientas personas. Yeshúa no

sabía donde colocarse, pues se vio sobrepasado por la gente. Y fue entonces

cuando subió a la barca de Simón, que estaba amarrada entre tantas otras.

—Simón, aleja ligeramente la barca del muelle, les hablaré sobre ella para

que todos me vean y me escuchen; también los de las barcas —dijo el Nazareno.

—¿Les hablarás desde la barca246?

246 Mc 4 y par.

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—Sí, así lo haré.

Simón dudó un instante. Hasta que oyó la voz de su hermano

—Haz lo que te dice maldito testarudo —le soltó Andreas. Y el pescador

obedeció, aunque algo desconfiado. Entró dentro de la barca, e hizo palanca con

un único remo para alejarla. Yacob le ayudó, aflojando la cuerda de amarre, y

Yohannan empujando desde el muelle. La barca se retiró unos tres cuerpos de la

orilla hasta que el ancla se tensó y la frenó.

—La cuerda ya no da para más… —señaló Simón.

—Así me basta —respondió el Nazareno.

Desde el muelle Andreas y Filipo pidieron silencio y, poco a poco, su

petición obtuvo respuesta favorable. Lentamente el suave oleaje colocó la barca

transversal al muelle, y Simón, desde la popa, jugó sin dificultades con el remo

para mantenerla así. Yacob y Yohannan le sonrieron desde la orilla, y el pescador

suspiró y negó con la cabeza con una expresión medio dubitativa muy suya.

Yeshúa se mantuvo en pie, apoyado en el mástil con la vela plegada, y se

posicionó delante de la gente antes de hablar. Vio a Mattai, algo alejado, y le

sonrió. Luego respiró profundamente antes de empezar, y entonces le pareció que

estaba haciendo lo que debía…

—Vengo a hablaros de Yohannon bar Zacarías, que bautiza en el Jordán y

anuncia la pronta llegada del Reino de los Cielos a nuestra tierra. Muchos habréis

oído hablar de él. Es un hombre humilde y recto, que no espera nada para sí

mismo, y que todo lo da por hacer esta llamada —el Nazareno hizo una pausa

para tomar aire—. Vengo a hablaros de un Reino para el que hay que estar

preparado; y para el que no hace falta dinero, ni posesiones, ni joyas para entrar,

sino misericordia y rectitud. Como anunciaron los antiguos profetas, el Reino de

los Cielos llegará pronto, y para que podamos entrar en él, debemos cambiar. Un

cambio que nace de dentro de cada uno de vosotros. Sabed que Yohannon lleva

ya tiempo bautizando con agua del Jordán a aquellos que desean hacer ese cambio.

Yeshúa hizo una breve pausa para ver si le seguían. Creyó que muchos no

del todo, y contó la parábola del pescador y la red, como ya había hecho en

anteriores ocasiones cuando estaba ante gente de este medio. La gente le entendió

mejor, y Yeshúa lo notó en sus expresiones. Pensó en continuar hablando de esa

misma manera, porque funcionaba bien:

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—El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo

que un hombre encontró, y luego volvió para esconderlo. Y por la alegría que le

dio, vendió todo lo que tenía y compró aquel campo —percibió la sorpresa de sus

rostros ante tales palabras, pero le pareció que le entendían. Y continuó—. El

Reino de los Cielos es igual al de un hombre que comerciaba con las perlas más

bonitas. Y al fin llegó el día en que encontró una que era, en verdad, preciosa,

excepcional. Ese día vendió sin dudar todo cuanto tenía para poder comprarla. ¿Y

sabéis por qué? —Yeshúa hizo una breve pausa y vio que le seguían—. Porque

así será la joya de hallar el Reino de los Cielos247.

Había silencio; todos escuchaban. Y solo el leve ruido del pequeño oleaje

que llegaba a la orilla, o chocaba contra el pequeño muelle, podía perturbar las

palabras del Nazareno. Hablaba ahora de una forma tan sencilla que todos, hasta

los niños, parecían entenderle. Más gente de la aldea se iba acercando para poder

escucharle, aunque armaron cierto ruido y algunos pidieron silencio. Simón,

sentado en la popa de su barca, no le sacaba la vista de encima, y ojeó al Nazareno

de arriba a abajo mientras hablaba: apoyaba su peso sobre unas sandalias muy

sencillas, y llevaba una larga túnica con flecos en el reborde inferior que le llegaba

hasta la rodilla y que sujetaba con un estrecho cinturón. El tronco iba además

cubierto por un manto de lana y un zurrón le caía cruzado sobre el hombro

izquierdo. Llevaba el pelo bastante largo y una barba muy corta. Mientras

hablaba, el pescador se fijó en sus expresivas manos, de largos y gruesos dedos,

con los nudillos grandes y algunos callos. Y en sus gestos, muy vivos, y apoyados

en una mirada penetrante pero agradable, sobre una nariz aguileña y una tez muy

morena. Y se preguntó quién era ese hombre. De dónde había salido. Le dijeron

que Yohannon le tenía estima, y empezó a entender el por qué. El Nazareno tenía

un carisma especial que impulsaba a escucharlo, a querer estar cerca de él.

Hablaba con una seguridad a veces desconcertante, pero que reconfortaba, atraía

y, debía reconocerlo, hacía querer creer en él. Entonces Yeshúa se giró y su mirada

hizo blanco en los ojos del pescador; quien, tras verse sorprendido en su examen,

bajó un instante la mirada. Como si le hubieran descubierto haciendo algo

inapropiado. Pero Yeshúa se volvió al público y respondió cuando le preguntaron.

247 Respectivamente, la parábola del tesoro en Mt 13,44; EvT (Evangelio de Tomás)109, y la parábola de la perla en Mt 13, 45-46; EvT 76.

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—¿Es ese Bautista el Mesías que dicen ha de venir? —preguntó al fin uno

de los oyentes, recogiendo la voluntad de muchos de conocer la respuesta. El

pueblo galileo ya había conocido a muchos pretendientes mesiánicos, y todos

habían terminado de la misma manera: ejecutados.

—Yohannon no es el mesías sino un profeta auténtico. Un profeta como los

de antes —les dijo —, que habla por boca del Señor. Un profeta como aquellos

de los que escuchamos en la sinagoga. Y nos anuncia el cumplimento de lo que

esos mismos predicaban: la llegada del Reino de los Cielos, que está hoy muy

cerca.

Hubo un murmullo general en medio del cual se percibía el interés en las

caras de los aldeanos. Uno de ellos, un hombre anciano con pocos dientes en la

boca, trató de hablar, pero su hilo de voz era apenas audible en medio del

murmullo y el ruido del oleaje. Al fin, los discípulos impusieron silencio y se le

escuchó.

—Si algo sé, hijo —dijo el viejo —, es que este mundo recompensa a los

avariciosos e incluso a los malvados. Dime, pues, ¿cuándo se hará justicia? ¿La

haremos nosotros? ¿La hará ese Bautista?

El Nazareno frunció el ceño tratando de oír bien la pregunta. Al terminar

esta, miró al anciano y tras un instante de duda, le sonrió antes de responder.

—Te contestaré. Un hombre sembró buena simiente en su campo, pero

mientras sus hombres dormían, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del

trigo y luego huyó. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, entonces apareció

también la cizaña. Tras verlo, los siervos del dueño de la casa le dijeron: «Señor,

¿no sembraste simiente buena en tu campo? ¿De qué pues, tiene ahora cizaña?»

Y él les contestó: «El enemigo lo hizo». Entonces los siervos le dijeron: «¿Quieres

entonces que vayamos y la recojamos?» Pero él les respondió: «No, no sea que al

recoger la cizaña arranquéis a la vez el trigo. Dejad que crezcan ambos juntos, el

trigo y la cizaña, hasta la siega; y entonces diré a los segadores: recoged primero

la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo reunidlo en mi silo».248

248 La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30; EvT 57) no es aceptada por muchos historiadores. (La explicación que la sigue no procede del Jesús histórico sino del evangelista y no la incluimos). En contra de la historicidad de la parábola está el hecho, por ejemplo, que es exclusiva de un evangelista. A favor, por ejemplo, está su contexto escatológico. (Hablamos de ella en el apartado J14).

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El anciano, tras sopesar la respuesta, sonrió y asintió con la cabeza. Dios se

encargaría de poner justicia en este mundo, no los hombres. El Nazareno siguió

así hablando un buen rato. Los allí reunidos descubrieron una forma especial y

sencilla de contar las cosas importantes. Muchos le preguntaron entonces por

otros temas: sobre la ley, los pobres,... y Yeshúa mostró siempre buen juicio y

compasión en responder. Cuando terminó no fueron pocos los que se le acercaron,

ya para saber más, ya por curiosidad. Yeshúa se vio entonces en el rol de

Yohannon y se sorprendió. Un hombre de Magdala, conocido de Simón, le invitó

para que viniera a su casa, y Yeshúa aceptó, acordando que iría próximamente.

Unas mujeres le trajeron comida, cosa que le sorprendió pero que fue bien recibida

por el grupo. Un matrimonio de jóvenes campesinos le trajo su bebé primogénito

para que le impusiera las manos. Y Yeshúa puso sus manos sobre la cabeza y el

cuerpo del pequeño y lo bendijo. Y ya no se sintió tan extraño al hacerlo.

Antes de que la gente se dispersara, Yacob y Andreas alzaron la voz.

—Dentro de dos días bautizaremos a aquellos que lo deseen —dijo Filipo.

—Nos encontraremos de buena mañana delante de la casa de Simón, e

iremos todos juntos hacia el Jordán —añadió Andreas—. Su casa está casi

enfrente de la sinagoga. En cualquier sitio del pueblo os indicarán. La paz esté

con vosotros.

El murmullo pareció reflejar cierto consenso entre la gente. El pueblo había

recibido bien la proclama. Mattai quería acercarse al Nazareno, se sentía en paz

consigo mismo tras haberle escuchado; pero no se atrevió ante tanta gente y

prefirió retirarse. Al rato, cuando todos regresaban ya a sus hogares y las barcas

volvían ya a sus puertos, Yeshúa recibió la felicitación de todo el grupo: Yacob y

su hermano menor, Filipo y Natanael, Andreas y también su hermano Simón.

—De ahora en adelante, habla tú —le dijo el pescador—. La fuerza de

Yohannon… está también en ti —Andreas se alegró al oír esas palabras de boca

de su hermano. Yacob le dio una fuerte palmada de las suyas en la espalda y

Yohannan le sacudió afectuosamente del hombro.

*

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Al cabo de dos días un pequeño grupo de unas veinte personas se presentó

delante la casa del pescador. Los Zebedeos, que hacían guardia delante de la casa,

vinieron a avisarlos. El grupo se alegró al recibir la nueva, aunque hubiese

deseado un número mayor dado los que habían asistido a la reunión. Tras salir a

recibirlos el grupo avanzó en dirección este hacia el río Jordán. Antes de empezar

con la ceremonia quisieron hacer una labor previa, recordando a la gente el

cambio de vida que el bautismo suponía. Cuando se aseguraron que lo entendían

decidieron bautizarlos. Para hacerlo los dividieron en cinco grupos, y cada

discípulo cogió a cinco personas. Así se formaron grupos alrededor de Andreas,

Simón, Filipo, Natanael y Yeshúa. Siendo los dos hijos de Zebedeo, Yacob y

Yohannan, bautizados por el Nazareno a petición propia. Cada discípulo repitió

con gozo las palabras de Ezequiel que tantas veces había oído en boca del maestro.

Y para ellos, bautizar, fue algo aún más grande que para los propios bautizados.

Todos compartieron leche y algo de miel, como habían hecho alguna vez cuando

convivían con Yohannon.

Ya habían terminado cuando llegó Mattai. El publicano pasó andando entre

los discípulos, que lo miraron con sorpresa y desconcierto. Se quitó la túnica en

silencio y la guardó entre sus manos. En calzoncillos, avanzó hacia donde estaba

el Nazareno.

—Bautízame —le dijo, y dejó a los discípulos petrificados. Simón pareció

enojado y dio un par de pasos hacia él, cuando Andreas le detuvo.

—Espera —le dijo sujetándole del brazo—. Yeshúa fue a su casa para eso.

No lo estropees ahora. Si es digno o no, el Señor lo dirá.

El pescador se contuvo y miró a Yacob, quien asintió en favor de las

palabras de Andreas. Y Simón no dijo nada.

Ante la mirada de los demás discípulos, Yeshúa explicó brevemente al

publicano lo que significaba aquel acto y el cambio de vida que se le pedía. Mattai

ya sabía que debería dejar su trabajo. Pero aceptó. Yeshúa repitió de nuevo las

palabras de Ezequiel y, al terminar, puso las manos en los hombros del publicano

y lo sumergió en el arroyo. Cuando salió, Yeshúa no le soltó aún y Mattai le

correspondió con una sonrisa sincera. Filipo y Natanael se acercaron y fueron los

primeros en felicitar al recaudador. Luego Andreas. Los Zebedeos hicieron una

leve salutación con la cabeza y Simón se limitó a gruñir algo indescifrable.

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Al terminar, todos los discípulos estuvieron de acuerdo en establecer un día

a la semana para aquellos que quisieran manifestar, con el bautizo, su intención

de participar en el Reino que se avecinaba.

*

El bautismo y el cambio de Mattai provocaron gran revuelo en la aldea

porque Yeshúa no se había mostrado interesado en una conversión completa del

recaudador. Así, no le pidió que devolviera dinero a la gente, o que cumpliera el

castigo que marcaba la Ley249. Si esto se hubiese producido, el Nazareno no

hubiese sido mal visto por tratar y ahora hacerse acompañar por un pecador

plenamente arrepentido. Pero, como señaló Yohannon, el Justo estaba a punto de

intervenir en el mundo instaurando su reino, y Yeshúa no se preocupó tanto por

exigirle a Mattai que devolviera lo que marcaba la ley. Se conformó con su

arrepentimiento sincero y el cambio de vida, pues desde entonces el publicano

dejó de ejercer su profesión. El Nazareno consideró así que si Mattai ya le seguía,

ya había tomado el camino adecuado para salvarse y participaría del reino. Para

alguno de los discípulos el escándalo fue más bien que Yeshúa se considerase con

derecho a decidir quién entraría en el Reino. Además, ellos se veían en la difícil

situación de justificar la acción de Yeshúa ante los aldeanos de Cafarnahum. El

Nazareno lo sabía y por eso había contado en público las parábolas de la oveja

perdida y de la dracma perdida, como había hecho ya en casa de Mattai. Pero un

día, además, y compartiendo precisamente una comida en grupo —las comidas se

compartían entre personas de igual honor, por ello los discípulos se mostraban tan

contrariados con la presencia del recaudador—, Yeshúa quiso añadir esta historia:

Un hombre preparaba un gran banquete y llamó a muchos. Y a la hora del

banquete envió a su siervo a decir a los invitados: «Venid, que ya está preparado».

Entonces comenzaron a excusarse todos a una. El primero le dijo: «Compré un

249 Lev 5.

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campo y tengo necesidad de ir a verlo; te lo ruego, excúsame», y otro le dijo:

«Compré cinco yuntas de bueyes y me voy a probarlas; te lo ruego, excúsame», y

otro aún le dijo: «Me he casado con una mujer y por eso no puedo ir»; y una vez

se presentó el esclavo contó a su señor todo. Entonces, enfadado, el señor de la

casa dijo a su siervo: «Sal rápido a las plazas y a las calles de la ciudad y trae aquí

pobres, tullidos, ciegos y cojos», y al poco le dijo el siervo: «Señor ya está hecho

lo que mandaste y todavía hay sitio». Y le dijo entonces el señor al siervo: «Ve a

los caminos y a los cercados, y haz venir a la gente para que se llene mi casa, pues

os aseguro que ninguno de aquellos hombres invitados gozará de mi banquete»250.

Un silencio se cernió sobre el grupo, reflejo que los discípulos comprendían

bien porque el Nazareno les había contado esa historia. Poco a poco, todos

miraron de reojo a los Zebedeos, quienes, a su vez, miraron de reojo al pescador,

quien se encogió de hombros.

—Aquellos que lo deseen —añadió Yeshúa —, aunque sean enfermos o

pecadores, tendrán su lugar en el Reino. El Señor sabrá escoger a los justos, a los

arrepentidos. En cambio, aquellos que lo rechazan, ellos serán condenados al

fuego251.

La historia ayudó en la integración de Mattai al grupo y, al poco tiempo,

dejaron de sentirse recriminaciones al respecto.

*

Yeshúa, Filipo y Natanael llevaban ya algún tiempo en casa de Simón, y

250 Parábola de la gran cena o el banquete de bodas (Mt 22,1-14; Lc 14,15-24; EvT,64), aunque optamos por la versión lucana del relato, pues Mateo engrandece el relato, lo alarga con una segunda parábola, convierte al propietario en un rey y, además, en un versículo (v.7) parece hacer una alusión a la destrucción de Jerusalén, hecho que no ocurriría hasta unas décadas después, y se considera añadido del evangelista. El evangelio copto de Tomás presenta una estructura todavía más simple que la lucana. (Puede leer más en el apartado J14).

251 Este pasaje es nuestro, pero es bastante acorde con Mt 10,14-15 o Mt 11,21-24 y par.

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compaginaban sus charlas, y algún bautismo, ayudando de vez en cuando al

pescador en su oficio. Era una forma de agradecerle el que les dejara quedarse en

su casa y compartir el pan con ellos. Cierto día decidieron ir a Magdala, a visitar

al amigo de Simón que les había escuchado el día del sermón desde la barca. Los

discípulos, pues, salieron a faenar muy temprano, y se repartieron entre la barca

de Simón y la de los Zebedeos. Mattai también les acompañaba. Al obtener la

carga, ambas naves pusieron rumbo a Magdala, donde esperaban vender la

captura y comer luego en casa del amigo del pescador.

Magdala252 era una pequeña ciudad vinculada con la pesca en el yam.

Aunque tampoco tenía muralla, contaba con una población mayor que

Cafarnahum y vivía, en parte, encarada al comercio. Se encontraba en la orilla

oeste del lago, a unos 25 estadios de Cafarnahum y a casi 50 de la capital que

Antipas estaba construyendo más al sur, siguiendo patrones helenísticos y con

abundante población pagana, y a la que había puesto el nombre del emperador de

Roma, Tiberio. De hecho, la construcción de Tiberíades estaba haciendo daño a

la cercana Magdala, pues absorbía parte de sus funciones. La mayoría de judíos

evitaba Tiberíades, pues se consideraba una ciudad impura al haberse construido

en una zona donde había un cementerio judío. Por esa razón se estaba poblando

mayoritariamente con gente pagana o con judíos poco piadosos que aceptaban

vivir cerca de las tumbas, lo que convertía la ciudad en doblemente impura.

Yeshúa no era una excepción a esa visión, y nunca mostró interés en predicar allí.

Magdala, en cambio, era muy diferente, pues aunque contaba con una importante

población pagana, la mayoría dedicada al comercio, esta convivía de buenas

maneras con la población judía del lugar. En parte, la ciudad vivía de la industria

de la preparación del pescado para la exportación, especialmente durante los

meses de invierno cuando la pesca era buena. Pero también había florecido la

industria del tinte, así como la de la construcción de barcas de pesca, que

proporcionaba embarcaciones para las poblaciones costeras del yam. Del

comercio se vivía todo el año; pues la ciudad era un punto de paso de mercancías

casi obligado, desde Siria o la lejana Babilonia hasta Egipto, por su buena

252 Aunque explícitamente la ciudad no es citada en los evangelios, muchos autores consideran que tanto la región de Dalmanuta, citada por Marcos (Mc 8,10), como la región de Magadán, por Mateo (Mt 15,39), se referirían a ella. (Más información sobre ella en el apartado H11a.i4).

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conexión con la via maris253. Pero también permitía, atravesando Galilea, conectar

con la costa del Mar Grande, donde su pescado salado sería exportado hasta

inclusive la misma Roma.

Las dos barcas fondearon en uno de los amarraderos de piedra del muelle,

pasando una cuerda por el agujero que tenían y haciendo un lazo marinero. El

muelle de Magdala era el mayor del yam hasta la fecha, y daba cabida tanto a las

barcas de pesca como a las comerciales que venían de los distintos puertos del

este y norte del lago. Los galileos descargaron la pesada carga con cierta rapidez,

pues había varios hombres en cada una para hacerlo, e hicieron tratos en el mismo

muelle sin necesidad de subir al mercado que había junto a la sinagoga. Un

agoranomos supervisaba la corrección del sistema de pesas utilizado, así como

posibles conflictos entre vendedores y compradores durante las transacciones.

Obtuvieron un buen precio y fueron a comer a casa del amigo de Simón, como ya

habían acordado previamente. Noticias sobre el Nazareno habían llegado también

a Magdala, en parte difundidas por las voces del amigo del pescador, y Yeshúa

fue bien recibido por este y otros comensales que mostraron interés en conocerlo.

De nuevo, mientras comían, habló Yeshúa sobre el reino como solía hacer,

respondiendo a sus dudas y preguntas valiéndose a veces de historias, y les

encantó. Shalom254 una de las hijas del anfitrión, se mostró vivamente interesada,

y antes de terminar la comida comunicó discretamente al sirviente que hiciera

venir a su tío, pues el Nazareno gozaba también de reputación como exorcista.

253 Via Maris: ruta usada también para el comercio de productos de Oriente (Mesopotamia) hasta Egipto –muchos de ellos de lujo–, siguiendo en parte el levante mediterráneo. Israel/Palestina se encontraba entre medio y se beneficiaba, directa o indirectamente, de este comercio. (Puede leerse más en el apartado I1f2).

254 Shalom: Marcos cita a una seguidora de Jesús llamada Shalom (Salomé) (Mc 15,40-41;16,1). Hay escasísima información sobre ella y los historiadores no se ponen de acuerdo sobre quien era realmente. La visión tradicional considera que Shalom era la madre de los hijos de Zebedeo (Jaime y Juan, miembros de «los Doce») basándose en la lectura conjunta de dos pasajes neotestamentarios (el citado Mc 15,40 y Mt 27,56). Sin embargo, esta relación no es tan fiable como se pueda creer. Una visión más prudente la considera una seguidora o discípula de Jesús. Este personaje aparece también en varios apócrifos, el más célebre de los cuales es el evangelio de Tomás (EvT 61). Algunos autores han postulado también que pudiera ser una de las hermanas del Nazareno citada por Hegésipo. (Hablamos más en el apartado J15b).

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Les acompañó en la comida Juana, la esposa de Cusa255, un intendente que

servía a Herodes Antipas en su palacio de Tiberíades. La mujer, de buena posición

y amiga de la familia, prefería vivir en Magdala y no en Tiberíades, la capital de

Galilea, donde su marido se veía obligado a residir por formar parte de los

funcionarios de la corte del tetrarca de Galilea y Perea. En Magdala, evitaba así

la impureza de Tiberíades. Además, la pequeña ciudad contaba también con

algunos refinamientos, y así podía disfrutar de unas bonitas termas, además de ser

la ciudad judía más cosmopolita del lago. Como Juana había oído hablar del

Bautista, y cómo, por su posición no podía conocerlo directamente, se interesó

por saber de él a través de uno de sus principales discípulos, Yeshúa ha-Notsrí.

No acudió sola, sino acompañada por una amiga, Susanna. La conversación les

resultó agradable, y Juana hizo un pequeño donativo a la bolsa del grupo que fue

bien recibido256.

Poco antes de finalizar la comida llegó el hermano del anfitrión, alertado

por Shalom. Habló con un sirviente y se quedó esperando fuera, pues no quiso

interrumpir la comida. Al poco, salió Shalom y le informó directamente de la

presencia del Nazareno, y una vez terminada la comida, Shalom pidió a Jesús que

escuchara a su tío por si acaso él pudiera hacer alguna cosa. La hija de este, su

prima, llevaba unos años enferma. El Nazareno asintió y salió de la casa. Los

demás discípulos le acompañaron.

Yeshúa descubrió a un hombre relativamente mayor, pero muy envejecido;

con un carácter fuerte, aunque debilitado ahora por la tristeza, y un semblante

pálido que iba a la par con una mirada baja. Sin embargo, al verlo, el hombre trató

de mostrarse agradable y le saludó con respeto. Con cierta dificultad le contó su

caso y el de su desdichada hija, la situación de la cual se había agravado en los

últimos meses al punto que su familia había tenido que encerrarla en una

habitación de la casa, pues temían ya por la vida de sus otros miembros. La

posesión de la joven había empezado al poco de morir su hermano pequeño,

255 Lc 8,2-3 refiere el nombre de algunas seguidoras de Jesús que le «asistieron con sus bienes», entre ellas María Magdalena, Susanna y Juana, la mujer de Cusa, un intendente de Herodes Antipas. Algunos autores piensan que Lucas acrecentó el estatus económico de estas seguidoras, añadiendo la frase entrecomillada, pues el pasaje de Mc 15,40-41, que pudo ser su base, solo explicaba que estas mujeres «le seguían y ayudaban».

256 Juan explica que el grupo tenía una bolsa de dinero común para todos (Jn 13,29).

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206

Esdras, quien había sido una alegría para todos en la casa. Físicamente Esdras se

parecía mucho a su padre, lo que llenó a este aún de mayor orgullo. Pero cierto

día, como explicó el padre, un demonio penetró en él y le llevó a la muerte. Pues

el joven cogió fiebres, y a los pocos días su cuerpo empezó a sufrir fuertes

contracciones, primero en la cara y luego por todo el cuerpo, como si potentes

golpes lo sacudieran sin cesar. Al final, las fuertes contracciones conseguían

levantar casi todo su cuerpo de la cama, llegando a ponerse tan erguido que podía

apoyarse solo con los talones y el último extremo de la cabeza. En una de esas

violentas contracciones se cortó la lengua257. Ante tal horrible espectáculo,

algunos creían que eran muchos los demonios que albergaba su cuerpo. Y usaban

el número siete, que significa muchos, para indicar tal magnitud. La desgracia

familiar fue enorme pues temían que el alma de su hijo estuviera condenada para

siempre. Pero tras su muerte, la desgracia de la familia no terminó, y al poco su

única hija, la que más unida estaba al joven Esdras, y que contaría unos dieciocho

años —aunque todavía no estaba casada—, empezó a comportarse de un modo

extraño. Hablaba sola, o con alguien a quien ellos no veían, se enojaba sin motivo

aparente, hacía movimientos bruscos con las extremidades y, más tarde, empezó

a proferir insultos y hasta a hacerse daño. Los muchos pretendientes que tenía la

dejaron. Sus padres entendieron que los mismos demonios que habían invadido el

alma y el cuerpo de su pequeño Esdras, se habían apoderado ahora del alma de su

hija, y que moriría pronto. Sin embargo, pasaron las semanas y los meses, y ella

no murió, aunque su comportamiento empeoraba. Supusieron que su desdichada

alma estaba aún luchando contra los mismos siete demonios de su hermano258. Un

exorcista la había visitado tres veces, pero no había podido hacer nada. Sus otros

dos hijos —le contó el padre—, aunque no lo dijeran, estaban asustados, pues

temían ser ellos los siguientes. El padre apenas podía terminar de contar la historia

sin derramar lágrimas y Yeshúa, conmovido, accedió a su ruego; tal vez también,

como agradecimiento por la comida recibida.

—Iré contigo a tu casa —dijo el Nazareno.

257 Hay una alusión al tétanos.

258 Esta es una interpretación libre del citado pasaje de Lucas (Lc 8,2), al que se trata de dar una explicación, siguiendo los cánones de la época. Los siete demonios, por ejemplo, podrían ser también entendidos como una enfermedad y no como una posesión.

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207

—Gracias. Te lo agradezco —dijo secándose los ojos con las manos—.

Verás, ella ha sido siempre tan buena. Su madre murió cuando ella contaba solo

doce años y desde entonces se quedó con nosotros. No se casó y cuidó de su

hermano pequeño, de mí, y también aprendió a llevar la casa. Es bonita y tenía

varios pretendientes, pero cuidó de nosotros cuando más lo necesitábamos.

El Nazareno pensó en seguida en él mismo, cuando ocupó el lugar de su

padre al morir este prematuramente. Y simpatizó con la joven aún antes de

conocerla.

—Es tan buena… que no puedo entender porqué le está sucediendo esto…

Mi hijo pequeño primero, tan inocente, y luego mi hija, de la cual no puedo sino

decir cosas buenas. Y —añadió el hombro con un nudo en el cuello— hace ya

tiempo que me pregunto si… si… —el Nazareno le miró, sabiendo de antemano

lo que iba a decirle—, si el pecado no será mío —añadió el padre con gran pesar.

—Entiendo —se limitó a decir—. Vayamos pues.

—Gracias —dijo complacido—. Tus discípulos pueden venir si así lo

quieren.

Al oír eso Yeshúa se quedó sorprendido, casi petrificado. ¿Sus discípulos?

Sus compañeros se miraron desconcertados y durante un momento no supieron

tampoco como reaccionar. Optaron por no decir nada, pues entendieron que el

hombre no había querido cometer ninguna falta, y solo había comunicado lo que

le parecía. Si hubiera participado de la reunión habría entendido que todos ellos

eran discípulos del profeta que bautizaba en el Jordán.

—¿He dicho algo inconveniente? —preguntó cautelosamente ante esas

miradas de desconcierto.

—Somos todos discípulos del Bautista —le aclaró el Nazareno.

—¡Oh! lo siento —dijo Zaqueo, que así se llamaba el hombre—. Creía

que… Perdonad si os he ofendido —dijo al grupo—. Por favor, venid también

conmigo a mi casa si lo deseáis.

Los discípulos accedieron. Yeshúa marchó delante hablando con el hombre,

mientras ellos les seguían de cerca.

—¿Has oído eso? —preguntó Filipo—. Nos considera discípulos de Yeshú.

—Sí, lo he oído—repuso Andreas—. Él no ha participado de la mesa.

—Pues a mí no me desagrada la idea —añadió Yohannan.

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—¿Cómo? —preguntó Andreas.

—Ni a mí —repuso Yacob.

—Vosotros dos no habéis estado con el Bautista, pero él es nuestro maestro,

como bien ha dicho Yeshúa —concluyó Andreas.

—¿Tú qué opinas Simón? —le preguntó Yacob con discreción.

—Yo soy discípulo de Yohannon —repuso inicialmente sin dudarlo—, pero

Yeshú habla de un modo… que no sabría explicar —añadió en voz baja. Aunque

no quiso agregar nada más a lo dicho.

El hombre los llevó a su casa. Sus dos hijos mayores, también muy

apenados, salieron a recibirlos. Ambos hermanos rodearon las manos del

Nazareno con las suyas, agradeciéndole que hubiera aceptado venir. Zaqueo llevó

a los visitantes a la habitación donde estaba la joven posesa. Olía mal. La joven a

veces se hacía sus necesidades encima y no dejaba que la cambiaran con facilidad.

Solo Yeshúa y el padre entraron, dando un par de pasos. La chica no estaba atada,

aunque se veían marcas en sus muñecas.

—A veces tenemos que atarla —se justificó Zaqueo— para que no nos arañe

o golpee cuando le damos de comer.

La joven daba vueltas por la habitación, cerca de la pequeña ventana sin

cristal, visiblemente enfadada, con la cabeza baja, los puños cerrados y los brazos

cruzados delante del cuerpo. Llevaba el pelo tan enmarañado cubriéndole la cara,

que era difícil calcular su edad. Pero por sus movimientos se percibía su juventud.

A veces se paraba y gritaba algo incomprensible, o miraba hacia arriba y alzaba

los brazos. Luego los replegaba de nuevo contra su pecho, bajaba la cabeza y

seguía andando. Yeshúa la observó un rato antes de hacer nada.

—Miryam, hija. He venido con alguien que quiere ayudarte —dijo

amablemente Zaqueo, pero ella no pareció atender. Siguió andando y

gesticulando. Al poco se paró en seco, se tumbó en la cama y apretó las manos,

los dientes y todo el cuerpo. Entonces se levantó, casi como un arco, apoyada solo

por los pies y la cabeza, y contrayendo los músculos de la espalda y de las piernas.

—¿Lo ves? —le dijo el padre—, ¿ves como se curva? Lo mismo hacía

nuestro Esdras.

—Entiendo —dijo el Nazareno—. Déjame solo.

—Sería mejor que la atara antes —le recomendó el padre.

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—No.

—Es peligroso —advirtió.

Yeshúa hizo un gesto amable con la mano y el padre se retiró, acercándose

al resto que aguardaba tras el umbral. La joven se había sentado ahora en la cama

y miró de reojo al Nazareno, a través de una mata de pelo negro y enmarañado.

—Me llevé a Esdras y ahora me llevaré a esta sucia perra —dijo la joven—

. Mala, mala, mala y sucia perra…. me la llevaré también.

Yeshúa la observó sin decir nada todavía. Ella le miró fijamente.

—¿Y tú? ¿Y a tú qué? ¿Qué hay entre tú y yo259? —le dijo ella hablando a

trompicones a través de su pelo completamente desaliñado.

Yeshúa siguió sin responder.

—Cerdo. Bastardo —dijo ella—. Eres un bastardo lo sabías. Bastardo,

bastardo.

Yeshúa siguió de pie inmóvil, observando antes de dirigirse a ella. El

demonio parecía conocerlo…

—¿Sabes dónde está Esdras?

La joven empezó a hacer movimientos repetitivos con los brazos, emitiendo

gemidos y alguna palabra incomprensible.

—¡¿Dónde está Esdras?!

La joven empezó a moverse cada vez más rápido, incluso violentamente. Se

tumbó en la cama y volvió a arquearse y a gritar. El padre y los hermanos no

sabían si debían intervenir, pues la situación se volvía muy agitada, pero los hijos

de Zebedeo les contuvieron. Y la joven seguía con sus movimientos, sus sacudidas

y sus gemidos.

—Esdras está maldito… —dijo la joven—. Con-de-na-do… Mal-di-to.

Siguió moviéndose y luego empezó a insultar a Yeshúa sin parar, usando

diferentes tonos de voz, hasta que el Nazareno la interrumpió.

—Esdras aguarda el día del Señor —le dijo Yeshúa con tono reposado.

—¡No! Bastardo —y la chica se levantó de una sacudida y fue derecha hacia

el Nazareno. A punto estaba de alcanzarlo…

—¡Espíritu impuro! —gritó Yeshúa con una mano alzada y la otra puesta

259 Expresión de Mc 5,7.

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sobre la frente de la niña. Y su voz retumbó en la habitación.

Al oírlo, la joven se tapó los oídos con las manos, apretó los dientes y

pareció paralizarse, cayendo de rodillas y luego completamente sobre el suelo.

Respiraba angustiosamente, hablando sin hablar y emitiendo voces disonantes.

Los demás, en la entrada de la habitación, seguían la escena con suma atención.

Yeshúa la cogió y la puso sobre la cama. Entonces la sujetó con sus grandes manos

por los brazos y acercó su cara a la suya muy despacio. La joven le miraba sin

dejar de respirar aceleradamente. Quería moverse pero él no la dejaba. Entonces

Yeshúa emitió un grito igual de poderoso:

—¡Espíritu impuro!

La joven temblaba y su respiración se aceleró aún más. Cogía aire en cada

inspiración pero apenas podía soltarlo y ya volvía a inspirar.

—¡Sal ahora y para siempre del alma de esta mujer! —le gritó de nuevo. Y

Yeshúa la sacudió con una fuerza brutal—. Porque al igual que el alma de esta

joven es pura, lo es también el alma de Esdras, que será llamada por el Señor

cuando llegue su día.

Al oír eso, la joven pareció colapsarse y perdió el conocimiento.

—Agua —pidió Yeshúa.

Zaqueo entró en la habitación temiendo que su hija hubiese muerto. El

mayor de los dos hermanos tuvo la serenidad suficiente para abandonar la

habitación y traer un cuenco lleno de agua limpia del pozo. Yeshúa cogió un

pañuelo limpio de su zurrón, lo enjuagó en el agua y lavó la cara de la joven: sus

labios, sus mejillas y su frente. Por fin pudo ver su rostro con claridad. Al fin, la

muchacha despertó y poco a poco abrió los ojos, sorprendiéndose al ver al

desconocido tan de cerca. Pareció entonces recordar progresivamente lo que había

pasado. El Nazareno le sonrió.

—Miryam —dijo su padre.

—Papá. Me siento bien por dentro —respiró hondo un par de veces—. No

me cuesta ya respirar.

—¡Alabado sea el Cielo! —dijo el hermano que había traído el cuenco.

También su hermano menor se adelantó para tocarla.

Los ojos de la joven contemplaron a cada uno de los allí reunidos y empezó

a llorar. Su padre, arrodillado junto a ella, la abrazó con fuerza.

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—Mi niña.

—Esdras está… muerto, padre —dijo al fin la joven, con mucho esfuerzo

entre tanto llanto.

—¿Pero qué dices criatura?

—Esdras está muerto.

—Sí, hija mía. Ya lo sé —dijo Zaqueo aún desconcertado—. Tu hermano

murió.

—Su alma… ¿su alma está a salvo, verdad? —preguntó.

Su padre miró al Nazareno buscando una respuesta tranquilizadora.

—Ninguna alma inocente puede ser condenada —dijo Yeshúa—. Esdras

reposa ahora en el sheol hasta el día en que será llamado por el Señor —sentenció

con una firmeza rotunda. Y la chica se alegró mucho al oír eso y le apretó la mano

instintivamente.

—Yo le… —y la joven se esforzaba en continuar—. Yo… le… quería tanto

—le dijo a Yeshúa, que asentía afectuosamente.

—Ya lo sé mi niña —dijo Zaqueo reclamando su atención.

Entonces ella volvió la mirada a su padre.

—Yo… le… le quería tanto —dijo con esfuerzo. Y rompió a llorar de nuevo.

—Ya sé, ya sé pequeña —su padre pareció comprender lo que le decía y su

enorme sufrimiento. Y la abrazó aún más fuerte.

Zaqueo alzó de nuevo la mirada para ver al Nazareno, que ya se había

levantado

—¿Está curada verdad? —le preguntó.

—Lo está —dijo Yeshúa asintiendo con la cabeza.

—Bendito sea el señor. Es un milagro —dijo ahora Zaqueo, sin dejar de

abrazar a su hija y con la mirada puesta en el Nazareno.

—Solo el Cielo hace milagros —respondió Yeshúa, sorprendido al usar las

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mismas palabras que alguna vez había oído pronunciar a su padre260.

Los discípulos lo presenciaron todo desde fuera de la habitación y

empezaron a preguntarse quién era realmente ese hombre de Nazaret, a quien

incluso los demonios obedecían. Empezaron a creer que Yeshúa no podía ser solo

un discípulo de Yohannon como lo eran ellos. Yeshúa ha-Notsrí era alguien

diferente. Tal vez Yohannon le había transmitido algún conocimiento especial

cuando ambos oraban juntos en el desierto, se demandaban Andreas y Filipo.

—Simón —le preguntó Yacob en voz baja—, ¿aún sigues pensando que él

es solo un discípulo del Bautista?

—¿Acaso el Bautista puede hacer esto? —añadió Yohannan.

260 Toda esta escena no aparece en los evangelios. Como dijimos, es una recreación ficticia a partir de Lc 8,2-3, el único dato sobre la vida de María Magdalena anterior a Jesús, y que es de muy difícil interpretación. Sobre Miryam de Magdala, los datos que pueden extraerse de este pasaje lucano son escasos y siempre conllevan un margen de error: 1) en general, se piensa que la citación Magdalena acompañando al nombre María, indicaría que no estaba casada (era joven y/o soltera), o bien su esposo habría muerto (era viuda), pues de lo contrario se habría acompañado su nombre con el del marido, como se hizo con Juana, la mujer de Cusa. 2) Se piensa que Magdalena aludiría a la población de Magdala, a orillas del mar de Galilea, actualmente en curso de excavación. 3) El rol de la mujer en Galilea era más importante y con menos limitaciones que en Judea. (Hablamos de ello en la nota 433). 4) Esta discípula hubo de tener relevancia, pues aparece aquí –y siempre que es citada– en primer lugar (Mc 15,40; 16,1; Mt 27,56; 28,1; Lc 8,2; 24,10). Además, junto a otras mujeres está presente en la crucifixión y es primer testigo del anuncio de la resurrección, y hasta de la resurrección misma (especialmente según Juan 20). Ella y la madre de Jesús son los personajes femeninos más relevantes del NT. 5) Como dijimos, los siete demonios podrían indicar una enfermedad grave o bien un pecado grave; aunque ambos términos podían estar relacionados en la sociedad de la época. (Información sobre Miryam de Magdala=María Magdalena en apartado J15a).

Una posesión, desde un punto de vista médico-antropológico, es un trastorno disociativo de la conciencia donde se produce una personalidad alternativa, la cual manifiesta una serie de signos —como la aversión a símbolos religiosos, una fuerza o flexibilidad mayor de la esperada, cambio del timbre de la voz, una conducta que se vuelve agresiva hacia los demás o incluso hacia la misma persona,...—, que no se dan en el estado «normal» de la persona. Pero el exorcismo (que no es un fenómeno exclusivo del cristianismo) puede entenderse también como una patología de grupo, esto es, inducida involuntariamente por un grupo. Y se produce así en un contexto determinado, a través de un estímulo desencadenante que sirve también de precalentamiento para que la víctima exteriorice su «otra conciencia». Esta patología de grupo vendría conformada por una estructura triangular, en la que se encuentra: 1) Un entorno familiar o muy cercano, que es religioso y/o opresivo; 2) Las víctimas, que pueden ser jóvenes sumisos/as víctimas de unos padres o tutores autoritarios y/o posesivos. 3) El propio exorcista, quien posee unas creencias firmes en lo que hace, y cuya acción (el exorcismo) viene a cerrar este triángulo. Las víctimas pueden servirse de este contexto para desahogarse de determinadas represiones o frustraciones que en la vida real no encuentran válvula de escape. Explica Antonio Piñero (Guía para entender el Nuevo Testamento, 2007, p.202), que la crítica histórica suele descartar la autenticidad de los milagros contra la naturaleza (andar sobre las aguas,…). A pesar de ello, que Jesús realizara [algunas] curaciones y exorcismos «es sumamente probable por la sencilla razón de que hasta sus enemigos lo admitían, [aunque] interpretándolo a su manera». El Talmud (Talmud Babilónico, Sanhedrín 43a) es reflejo de esta crítica. (Hablamos de los exorcismos, los milagros y la magia en el apartado J10).

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Simón no podía dejar de contemplar la serena figura del Nazareno.

—No —respondió el pescador—, Yohannon no puede hacer esto261.

261 No hay constancia de milagros atribuidos a Juan el Bautista. Ni por el NT (Jn 10,41) ni por Flavio Josefo (Ant. Jud. XX,197).

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CAPÍTULO 7

NAZARET

Su fama se fue extendiendo por la baja Galilea y los alrededores del yam, y

los demás discípulos, en sus conversaciones, empezaron a hablar más de él que

del Bautista. Yeshúa poseía carisma, esa mezcla de atracción y espiritualidad que

le permitían contactar con la gente de una forma inmediata, incluso sin buscarlo.

Y la seguridad que fue ganando consigo mismo y en lo que predicaba, sustentada

en la fe en las palabras y las promesas del Bautista, lo convirtieron en el verdadero

pilar del grupo. Además, el Nazareno realizaba exorcismos y todos veían como

los demonios le obedecían. Y así había curado ya a algunas personas. Y cuando

las dolencias no llegaban a desaparecer, al menos la persona acostumbraba a

mejorar y agradecía el gesto. Y ese era otro buen indicio de que su fuerza era un

don del Cielo. Algunos de los suyos, como los Zebedeo, hablaban de su fuerza

como poder, aunque Yeshúa hablaba siempre de fe262. Filipo, Andreas y Natanael

anunciaban además que le habían visto devolver la palabra a los mudos. Pronto

empezaron a visitarle enfermos que le rogaban que les impusiera las manos; y

también familiares que pedían un exorcismo o una imposición para alguno de sus

parientes. Los enfermos obtenían cierta paz cuando Yeshúa les hablaba del Reino

y les hacía ver que no estaban condenados, que el Reino se abriría también a ellos,

que debían convertirse y mantener firme su fe en el Señor y en su día. Los

discípulos se sintieron cada vez más orgullosos de poder estar junto a él y, poco a

262 Lc 9,51-55 cf. Mt 17,20.

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poco, de forma natural, fueron dependiendo cada vez más del Nazareno; buscando

primero su consejo, luego su supervisión en algunas cosas y finalmente su guía.

Él ayudaba a interpretar el mensaje del Bautista, aclarando los puntos que podían

dar lugar a duda. La gente venía ya para conocerle y escucharle a él como

predicador; y era difícil sentirse indiferente ante lo que decía. Pocos eran ya los

que preguntaban por el Bautista, y progresivamente Yeshúa terminó por asumir

un rol en el grupo muy diferente al que habría imaginado. Y tan importante, que

los discípulos de Yohannon empezaron a ser vistos, por muchos, como discípulos

del Nazareno.

Cada atardecer, tras la visita a alguna de las aldeas costeras o del interior,

en la que habrían anunciado su mensaje, regresaban a Cafarnahum. Una de esas

tardes, cuando enfilaban ya la calle principal que llevaba a la casa del pescador,

dos desconocidos les esperaban sentados en la entrada. Al acercarse el grupo, los

dos hombres se pusieron en pie, y antes de que los discípulos tuvieran tiempo de

preguntarles nada, y ante su sorpresa, Yeshúa se abalanzó sobre ellos y los abrazó.

Simultáneamente y con fuerza.

—¡Yacob! ¡Simeón! ¡Qué alegría! —les dijo.

—¡Yeshú! —dijeron ambos correspondiendo al abrazo—. ¡Yeshú! —

repitió feliz Simeón.

—¡Hermano! —dijo Yacob—. La paz sea contigo.

—La paz sea con vosotros. ¿Cómo estáis? ¿Todos bien?

—Todos bien, alabado sea el Altísimo.

—¿Y madre?

—Como siempre.

—Igual de dura —añadió Yacob, y los tres rieron.

Los discípulos tardaron unos instantes en comprender lo que sucedía, por la

sorpresa inicial del momento y la rapidez y la vivacidad del encuentro.

—¿Son tus hermanos? —preguntó finalmente el pescador.

—Son mis hermanos Simón —asintió el Nazareno—. Yacob y Simeón —y

luego indicando al grupo añadió—. Estos son mis compañeros en la palabra.

—Los hombres se saludaron amistosamente.

—¿Pero qué hacéis aquí? —les preguntó Yeshúa casi interrumpiendo los

saludos.

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—Han llegado noticias tuyas a Nazaret.

—¿Ah sí…? —y se sorprendió al igual que los otros discípulos—. ¿Y qué

dicen?

—Dicen que estás predicando en los pueblos por la libertad de nuestro

pueblo, anunciando la llegada de un nuevo Reino —contestó Yacob.

—Y también dicen que… que… —y no sabía cómo continuar.

—¿Qué dicen, hermano? —añadió con una sonrisa.

—Que expulsas demonios… —terminó finalmente Simeón.

—Dinos Yeshú, ¿todo eso es verdad? —preguntó Yacob.

—Lo es —dijeron con orgullo los hijos de Zebedeo—. El Señor es fuerte en

él.

Yacob y Simeón cogieron a su hermano del brazo.

—Bendito seas hermano. Lo que siempre dijo madre es verdad. Estás tocado

por la mano del Señor263.

—Podéis quedaros con nosotros esta noche —insistió Simón, a iniciativa

propia, recibiendo el agradecimiento del Nazareno y sus hermanos.

263 Durante su ministerio, y según los evangelios, la relación de Jesús con su familia es más bien negativa y por ambas partes (Mc 3,20-21 cf. Mc 3,31-35). Y no pocos autores están de acuerdo con ello. Sin embargo, Juan refiere que tanto su madre como sus hermanos acompañaron a Jesús en alguna ocasión a Cafarnahum (Jn 2,12), tal vez dos a Jerusalén (Jn 2,12-13. 7,10), y sabían de sus cualidades (Jn 7,1-5). Además, María aparece en la cruz (Jn 19,25) y, posteriormente, tras la crucifixión, ella y sus otros hijos estaban junto a los discípulos (Hch 1,12-14). Es pues muy dudoso que su relación con Jesús, en vida de este, fuera tan apática como muestra una primera lectura de los evangelios. Sobre los hermanos de Jesús debe decirse que Yacob ocupó muy pronto el liderazgo de la comunidad cristiana en Jerusalén y, según Pablo, su rol era igual de importante que el de Pedro (Gal 2,9). A ello alude también Lucas (Hch 12,17.15,13.21,18), el evangelio apócrifo de Tomás (EvT12), y especialmente el historiador judío del s.I, Flavio Josefo (Ant. Jud. XX,197-198). Por tanto, también sería muy dudoso que no hubiera compartido los principios de su hermano, incluso ya en vida de este. Sobre Simeón no hay datos firmes. Pero se sabe de otro hermano de Jesús, Judá, cuyos dos nietos fueron llevados ante el emperador Domiciano, acusados de considerarse sucesores del rey David. (Sobre María, la madre de Jesús, el lector puede consultar el apartado J1b.ii. Sobre Yacob, el hermano de Jesús, puede consultarse el apartado J1b.iii. Y sobre la relación de Jesús con su familia el apartado J1b.iv). Otros investigadores consideran que la mala relación entre Pablo y Jaime (Yacob) fue la causa del oscurecimiento de la importancia del rol de la familia de Jesús en los evangelios, y especialmente de Yacob. (Recordemos que los cuatro evangelios son de tradición paulina!: apartado E1f).

Por tanto, en la novela postulamos —contrariamente a los evangelios— que la familia de Jesús estuvo mayormente a su lado. Varios autores están también de acuerdo (por ejemplo Samuel Brandon. Jésus et les zélotes, 1975; José Montserrat. Jesús. El galileo armado, 2007), y sugieren que tal opción es plausible. El lector encontrará más información en el apartado J1b, aunque diremos que las fuentes para tal argumentación proceden de las cartas de Pablo, del historiador judío Flavio Josefo cuando describe al hermano de Jesús, del evangelio copto de Tomás (s.II) y de algunos padres de la Iglesia (Hegésipo).

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—¿Así que han llegado nuevas nuestras a Nazaret? —preguntó sorprendido

Natanael.

—Sí, y más allá.

—No será tanto...

—Y cosas mayores que estas verás Natanael264 —dijo el Nazareno con una

mirada tan firme que Natanael se ruborizó.

—Yohannon nos dijo que la voz del Señor llegaría a todos —recordó

Andreas.

—Pues va camino de cumplirse —anunció Yacob bar Yosef, el hermano de

Jesús.

Yeshúa cogió a sus hermanos por los hombros y ambos avanzaron hacia la

casa del pescador, tras el resto de discípulos.

—Madre siempre dijo que harías algo mejor con tu don que lo que hizo

padre —dijo Yacob.

—Ah… —suspiró el Nazareno—. Bendito sea nuestro padre.

—Bendito sea —dijeron los dos.

—Bueno… y madre nos envía también para recordarte una promesa que le

hiciste —añadió Yacob. Y los tres volvieron a reír.

*

Los dos hermanos terminaron quedándose unos días en Cafarnahum, y

tuvieron ocasión de convivir con el grupo y visitar, junto a ellos, algunas de las

aldeas circundantes. Así conocieron el pensamiento del Bautista a través de lo que

explicaban los discípulos y de las parábolas que contaba su hermano a la gente

que les recibía. A veces, el grupo era invitado a la casa de alguno de estos oyentes,

a menudo conocidos de uno u otro discípulo; surgiendo así personas interesadas

en conocer el mensaje del hombre de Galilea. Algunos de ellos pasaron a ser

264 Jn 1,50 (frag.), aunque dicha en un contexto diferente, de primer encuentro.

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seguidores del grupo, acompañándolos ocasionalmente. Sus hermanos

presenciaron igualmente los exorcismos, y quedaron fuertemente impresionados

del poder que emanaba Yeshúa en tales momentos. Se sintieron muy orgullosos

de él, pues entendieron que sin el sostén del Señor, no se podía obrar de esa

manera. Su hermano debía estar en el camino recto. Antes de regresar a Nazaret

los dos se hicieron bautizar por él.

El día antes de su partida, tras una charla más en otra pequeña aldea costera,

cenaron en casa de los hijos de Zebedeo. Allí se reunió el grupo al completo con

otros seguidores que habían ido atrayendo. Estaban así, además de la familia del

Zebedeo, Andreas265, Filipo y Natanael —los discípulos de Yohannon—, los dos

hermanos de Yeshúa, y algunos seguidores más, entre ellos Mattai, el publicano,

y también Bartomé266, un amigo de Filipo que se había unido recientemente al

grupo. Yeshúa tomó la palabra. Llevaba ya tiempo pensándolo y aprovechó el

momento para anunciarlo:

—Es hora ya que anunciemos la llegada del Reino a los otros pueblos de

Galilea —dijo mientras mordisqueaba un dátil— y no solo a las aldeas del yam267.

Y hubo una pausa.

—¿Más allá de Magdala? —preguntó Yohannan mientras agarraba un par

de dátiles y daba uno a su hermano mayor.

—Tal vez no seamos tan bien recibidos. No conocemos tan bien a la gente.

—Aún y así, debemos llegar a más gente y a cada pueblo, si queremos

cumplir con lo que dijimos a Yohannon —reflexionó Yeshúa—. El tiempo se está

acabando.

—¿Sugieres que nos repartamos? —preguntó Filipo.

—Es mejor que vayamos juntos —puntualizó Natanael—. Tendremos así

265 El evangelio de Mateo da a entrever que la madre de los discípulos Juan y Santiago, los hijos de Zebedeo, fue seguidora de Jesús (Mt 20,20-21.27,56). Este dato, sin embargo, es de difícil verificación.

266 Bartomé: en arameo, «hijo de Tolmi» y en castellano, «Bartolomé». Introducimos aquí a un nuevo discípulo, al que los evangelios sinópticos incluyen en sus listas de «los Doce», pero del que no se conoce nada seguro, salvo su nombre. Como aparece en ellas a menudo mencionado junto a Felipe, algunos han supuesto una relación entre ambos personajes. Así lo hemos considerado, pero tal argumento carece de base histórica. Igualmente, existe una identificación de Bartomé con Natanael, pero procede de la tradición y no es verificable históricamente. (Ver apartado J11).

267 Mc 1,38.

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más fuerza —dijo disimulando un cierto nerviosismo.

El Nazareno echó una mirada rápida a sus compañeros y entendió que,

exceptuando a alguno, la mayoría no estaban preparados para marchar en

solitario—. Vayamos juntos —confirmó el Nazareno.

—¿Y a dónde iremos primero? —preguntó Andreas mientras pasaba el odre

a Filipo.

—Sí. Se acerca ya la Sukkhot268 —dijo Bartomé.

—Podríamos ir a Betsaida, que nos queda cerca —dijo Filipo—. No es

Galilea, pero sigue siendo la tierra de nuestros padres —y echó un trago de agua.

—Venid a Nazaret269 —dijo Yacob, el hermano de Yeshúa.

Y se produjo un breve silencio.

—Venid a Nazaret —repitió—. Seréis bien recibidos, y desde allí podréis ir

a Caná o Naim.

—Y podríais alojaros en nuestra casa —añadió Simeón.

Se produjo un leve murmullo.

—No os ofendáis, pero… ¿Nazaret no es demasiado pequeña para empezar?

—dijo al fin Filipo.

—Entonces siempre podréis crecer —respondió Yacob.

—Lo que pasa es que queréis volver con vuestras esposas —dijo el mayor

de los hijos de Zebedeo, y algunos rieron.

—Eso también —añadió Simeón, y volvieron a reír.

—La bronca que os espera cuando lleguéis —añadió el pescador, y ahora

todos rieron.

—Bien —dijo Yeshúa—. Vayamos a Nazaret. Nos servirá de base para ir a

otros lugares, como aquí nos ha servido Cafarnahum. Además —añadió—, así

conoceréis a mis otros hermanos.

—¿Se unirán también a nosotros…? —sugirió Natanael.

Yeshúa no respondió y miró a los suyos, pues prefería que ellos

268 Sukkhot: Fiesta de los Tabernáculos. Alegre festividad celebrada en recuerdo a los años vividos en tiendas durante el éxodo de Egipto. Hablaremos de ella más adelante (cap. 8). (El lector puede leer más sobre ella en el apartado I1d5: principales festividades judías).

269 Lucas sitúa el viaje a Nazaret muy inicialmente en el ministerio de Jesús, mientras Marcos y especialmente Mateo lo sitúan más tarde.

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respondieran por él. El Nazareno llevaba ya un tiempo fuera de casa, y no sabía

como habían recibido los demás miembros de su familia su nueva vida.

—Puede que sí —dijo entonces Simeón.

—Tal vez… —añadió Yacob.

—¿A qué esperamos pues? —dijo Andreas. Y Yeshúa sonrió.

—Entonces a Nazaret —dijo Yacob.

—¿Y cuando volveremos? —preguntó inquieto el pescador.

—Eres demasiado terrenal Simón —repuso Filipo.

—Y tú despreocupado. No quiero dejar la barca.

—Ya sabes que te guardarán el sitio. Lo sabes bien —le dijo Andreas—. Yo

creo que te preocupa más lo que dirá tu mujer… —y todos rieron.

—Pues también. Ya le costó aceptar el tiempo que pasé con Yohannon. Si

ahora me voy, debería al menos poder decirle cuando volveré —dijo, y luego miró

al Nazareno—. ¿No crees?

—¿Y tú Yeshú, no tienes esposa? —preguntó uno.

Nunca nadie le había preguntado sobre eso, y hubo un silencio esperando su

respuesta. Yeshúa bajó la cabeza y respondió con un sencillo «No».

—Puedes volver cuando quieras Simón —dijo entonces Andreas.

—Yo no he dicho eso —rugió el pescador.

—Ven Simón —le dijo Yeshúa, ahora con una de sus miradas penetrantes—

. Ven conmigo y pescaremos hombres270.

Simón se sintió desnudo ante esa llamada tan personal. El Nazareno siempre

encontraba algo que decir que lo desarmaba. Los demás discípulos le miraron con

atención y el pescador se sintió abrumado.

—Iré —dijo al fin, y recibió las felicitaciones de sus compañeros, aunque

no podía apartar su mirada de la del Nazareno.

—Pescador de hombres… no de mujeres —le susurró Yohannan, y Simón

le dio un empujón; aunque se rió como todos los demás.

270 Mc 1,17; Mt 4,19. Cita personalizada a Simón en Lc 5,10.

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*

Unos días después salieron de Cafarnahum a buena hora y a media tarde,

tras recorrer un largo trecho de unos 180 estadios, en el que solo hicieron un par

de altos para descansar y comer cualquier cosa, llegaron a Nazaret271. Simón y

Yacob llevaban espada corta, y los otros, cuchillo. Los hermanos del Nazareno

habían vuelto días antes para prevenir a la familia y preparar así la casa para

recibir a los invitados; pues también ellos habían sido bien tratados en casa del

pescador. El grupo de Yeshúa atrajo con rapidez la atención de los aldeanos

cuando llegó. Los que se fijaron en él no tardaron en reconocerle, y al hacerlo,

algunos le saludaron con simpatía. Yeshúa les correspondió y anduvo hasta el

pozo. Allí el grupo se paró y muchos se tumbaron, rendidos, mientras Yeshúa

sacaba agua. La voz corrió y la gente, que terminaba entonces la faena en el

campo, se fue acercando hacia ellos para saludarlo.

—¡Has vuelto Yeshú! —le dijo un aldeano, y Yeshúa sonrió.

—Tu madre estará muy contenta —añadió la mujer que acompañaba al

aldeano—. ¿Ya lo sabe?

—Todavía no —dijo después de beber un cucharón de agua del cubo y

pasárselo a Andreas.

—¿Has vuelto para quedarte? —añadió.

—¿Volverás al taller, Yeshúa? —le preguntó otro campesino dándole una

palmada en el hombro.

—Me temo que no —dijo mirando a sus compañeros.

—¿No? —respondió sorprendido—. ¿Y de qué vivirás? —dijo rascándose

la barba.

—Sí, ¿qué harás, Yeshú?

—He venido para anunciaros algo importante.

—¿Traes nuevas? ¿De dónde?

—Más bien «de quien» —quiso matizar el Nazareno.

271 Mc 6,1.

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—¿Qué ha hecho ahora Herodes?

—No de él —añadió con una sonrisa—. Os traigo la nueva del Bautista, su

palabra de que la promesa de nuestros profetas pronto va a cumplirse.

—¿El Bautista?

—Sí, el hombre del Jordán —aclaró uno de los campesinos—. ¿Pero qué

promesa es esa?

—El Reino de los Cielos está muy cerca.

—¿El Reino de los Cielos llegará al fin?272

—¿Y cuándo será eso?

—Llegará muy pronto, y lo podréis ver273. El amor del Cielo no termina, es

infinito, y el Señor nos lo ofrece. Pero ahora debéis dar vosotros el paso.

—¿Cómo Yeshú?

—Arrepentíos de corazón. Y así os prepararéis para recibir el Reino de los

Cielos.

La gente de la aldea empezó a acercarse. Algunos entendieron lo que decía,

pero quedaban desconcertados porque provenía de un emisor que conocían de

siempre. ¿Cómo podía ser que el artesano de su pequeña aldea les llevara ahora

las palabras de los profetas? Dos campesinos que venían del campo pasaron cerca

de los discípulos, y al oírlo quedaron extrañados.

—¿No es este el artesano? ¿el hijo de Miryam y el hermano de Yacob,

Simeón, Judá y Yosef?

—Sí —repuso el otro campesino.

—Y sus hermanas, ¿no viven también aquí en la aldea? ¿De dónde le viene

todo esto274?

—¿Y quiénes son los que le acompañan?

272 Jesús nunca explicó qué era o cómo sería exactamente el Reino de los Cielos, pero sí utilizó muchas comparaciones para referirse a él: será como una semilla que crece, una perla escondida, un banquete de bodas... Los estudiosos sostienen que los judíos del s.I ya entendían ese concepto y no necesitaban que Jesús lo explicara. De la misma forma que hoy podríamos estar hablando sobre internet, whatsap,... sin necesidad de explicar qué son.

273 Aunque el tema es complejo y sigue siendo debatido, el Reino de Dios no era un mundo únicamente espiritual, sino una realidad terrena, al menos en un primer tiempo. Juan el Bautista y Jesús consideraban su realización como un hecho muy cercano en el tiempo. (Sobre el Reino de Dios puede consultarse el apartado J5).

274 Mc 6,3; Mt 13,55-56.

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Una aldeana llegó apresurada a casa de Miryam y entró sin avisar. La

matrona estaba en el patio alimentando unas gallinas escuálidas junto a una de sus

nueras, Esther.

—¡Miryam! —le dijo sin poder contener su excitación—. ¡Miryam, es tu

hijo!

—¿Mi hijo?

—Tu hijo. ¡Ha vuelto!

—¿Ha regresado entonces? —preguntó ella con alegría.

—Sí, Miryam. Y lo acompañan más hombres.

—Lo sé —dijo ella—. ¡Qué alegría!

—¿Lo sabes? —preguntó extrañada.

—Sí. Yacob y Simeón me lo anunciaron —aclaró Miryam.

—¿Y dónde está él? —preguntó Esther.

—Junto al pozo.

—Esther —dijo Miryam—, avisa a mis hijos mientras yo voy hacia allí.

—Sí señora —dijo la mujer de Judá, la esposa de su cuarto hijo varón.

Cuando Miryam llegó, una veintena de personas se agrupaba alrededor de

Yeshúa y los discípulos. Y algunos de los aldeanos le hacían preguntas mientras

otros escuchaban en silencio. Miryam avanzó hasta verle, pero no quiso acercarse

más, para no distraerlo. Al poco llegaron sus otros hijos, Yacob y Simeón, y luego

Judá y «el pequeño»Yosef. También llegaron Hanna, acompañada de su esposo,

y Shalom, la hermana pequeña del Nazareno. Miryam les pidió a todos que

aguardaran para así poder escucharlo. Quedaron sorprendidos cuando oyeron

hablar a su hermano. Miryam se llevó la mano a los labios y dijo en voz baja, pero

audible para algunos de sus hijos:

—Siempre supe que mi Yeshúa tenía algo. Tiene la palabra y las manos de

vuestro padre, pero también la fuerza que a él le faltaba.

—Si, madre —añadió Yosef, quien estaba a su lado, y Miryam apretó

instintivamente el brazo de su hijo pequeño.

—¿No crees Simeón —le susurró el esposo de Hanna, la hermana mayor

del Nazareno—, que estas palabras podrían interpretarse como rebeldía si llegaran

a Antipas?

—¿Por hablar del Reino de los Cielos? Quieres tranquilizarte —repuso él.

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—Los romanos no consentirían nunca otro reino. Ni tampoco reuniones así.

—No hay romanos en Galilea —le dijo Simeón.

—Todavía no —dijo él. Y Yacob bar Yosef le miró de reojo, mientras Hana

pareció preocuparse.

Aprovechando una pausa en las palabras de Yeshúa, Filipo le hizo ver la

presencia de su familia.

—Yeshúa, tu madre y hermanos están aquí.

El Nazareno se sorprendió gratamente al oír eso.

—¿Donde? Hazles venir —contestó con una sonrisa.

A una indicación de Filipo, Simeón salió del gentío y saludó a su hermano.

Yeshúa vio también a su madre, cogida del brazo de Simeón y los abrazó a ambos.

Fue un momento feliz para Miryam.

—Hijo mío, hijo mío…

Sus hermanos Yacob, Judá y Yosef le acogieron afectuosamente,

agarrándole de los brazos o el cuello. Hanna le besó y Shalom, su hermana menor,

le abrazó de la cintura casi todo el rato. Yeshúa correspondió con ternura a esos

saludos afectuosos. Al final su cuñado, más cauteloso, le saludó, aunque se

mantuviera distante. Sus compañeros se sorprendieron al conocer a Judá, pues era

físicamente muy parecido al Nazareno. El ros ha-keneset, el director y

responsable de la keneset —la sinagoga—, llegó entonces atraído por el gentío, y

al descubrir a Yeshúa le saludó y le propuso que asistiera el shabbat a la sinagoga;

pues antiguamente él había sido muy devoto en este sentido. Yeshúa aceptó con

agrado. Sería una maravillosa puerta desde la que hablar a su aldea.

*

Cenaron juntos en casa del Nazareno y tomaron vino celebrando el

reencuentro. Habían pasado ya algunos meses desde que Yeshúa marchó para

conocer al Bautista. Los discípulos pudieron comprobar como todos los hermanos

e incluso su madre consideraban que Yeshúa tenía algo especial. Lo que coincidía

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con lo que la mayoría de ellos también pensaba, ya a causa de la sanación del niño

mudo, ya desde el exorcismo en Magdala, ya desde el discurso que Yeshúa dio en

el muelle de Cafarnahum y al que se referían como el sermón de la barca de

Simón.

Por la noche se acostaron como pudieron. Algunos durmieron en el

cobertizo, que Yeshúa había limpiado poco tiempo después de la muerte de

Judith; ahora ya, sin señal alguna de su esposa. Allí se acomodaron algunos

discípulos en una gran estera sobre el suelo. Yeshúa prefirió dormir en la casa,

donde se habían improvisado dos camas más juntando mantas y esteras. Durmió

en una de ellas, acompañado por los hijos de Zebedeo.

A la mañana siguiente, el Nazareno se levantó temprano y paseó un rato por

los alrededores de la casa, mirando y evaluando como estaban las paredes o el

techo. Necesitaban un repaso, pensó mientras las mujeres preparaban el desayuno.

Esther, su cuñada, traía agua del pozo y le saludó. El Nazareno entró en la casa

cuando algunos discípulos empezaban a despertarse. Simón, de pie, desentumecía

el cuerpo a base de grandes movimientos.

—Buenos días —les dijo Yeshúa.

—Buenos días —contestó el pescador mientras estiraba los brazos y curvaba

la espalda.

—¿Has dormido bien Simón?

—Si no fuese por Andreas, que no ha parado de golpearme la espalda con

sus rodillas, te diría que sí.

—Pues a mí me golpeaba Filipo —añadió Andreas.

—Dejadme dormir un poco más —dijo Filipo—. Tuve que moverme

continuamente porqué Natanael me clavaba el codo en la cara.

—Pues yo he dormido muy bien —dijo Natanael tras bostezar.

Desayunaron y fueron a pasear por la aldea. Por el camino reencontraron al

ros ha-keneset, el responsable de la sinagoga, y hablaron con él sobre la reunión

del día siguiente. Yeshúa puso muchas esperanzas en ella. Ahora estaba en su

casa, su tierra, la tierra de sus padres. Tenía que hacerlo bien. Podría y querría

salvar a muchos. Visitaron luego el riachuelo del pueblo buscando una zona donde

bautizar, pero era insuficiente, aunque encontraron un lugar donde el agua manaba

de una fuente natural. Lo harían allí; no vieron otra solución. Pasaron el día

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hablando con la gente y convenciéndola de que vinieran al día siguiente a su

reunión, y en eso tuvieron bastante éxito.

Por la noche llegó el shabbat, y cenando, hablaron sobre los pueblos que

querrían visitar. Sus dos hermanas vinieron también con sus respectivas familias.

Yosef y Shalom, los más pequeños, fueron muy receptivos a sus palabras y

proyectos.

*

El sol de la mañana del shabbat era todavía cálido cuando los discípulos

entraron en la sinagoga de Nazaret rodeando a Yeshúa. Casi toda la aldea se había

acercado275, en parte porque era shabbat, y en parte por la curiosidad de

escucharle. Sus hermanos iban también, así como sus hermanas con sus

respectivos maridos y también su madre. Todos tomaron asiento en los bancos

adosados a la pared, tanto hombres como mujeres. El ros ha-keneset, encargado

de dirigir el acto, leyó y comentó un pasaje del rollo de la Torá, como era

costumbre. Luego leyó un pasaje del libro de los profetas y cantaron un salmo.

Antes de terminar, ofreció la palabra al Nazareno. Este avanzó hacia el centro y

contempló el auditorio. Llevaba puesto el talit de su padre.

—Así dice Ezequiel —y les recitó de memoria el pasaje que tantas veces

había oído del Bautista. Yeshúa habló en arameo276, la lengua del pueblo:

Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré

275 Mc 6,1-2.

276 Sobre las lenguas que Jesús podía conocer (apartado J2), ya comentamos que existe diversidad de opiniones entre estudiosos. Si bien en el pasaje lucano (Lc 4,16) Jesús lee en la sinagoga, realmente parece difícil que supiera leer. (Marcos y Mateo se limitan a decir que “enseñaba”). (Leer nota siguiente). Además, ya dijimos que el pueblo llano no entendía generalmente el hebreo, aunque fuera un idioma bastante similar al arameo –la lengua de uso común–. Por ello, existía un encargado (meturgeman) que traducía el texto y a veces lo explicaba.

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a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas

vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un

corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne

el corazón de piedra y os daré un corazón de carne277.

Contempló de nuevo al público.

—Así dice también Yohannon el Bautista antes de bautizar con el agua del

Jordán. Así nos dice cuando un hombre o una mujer se arrepienten sinceramente

de sus pecados ante el Señor, y piden de esa manera poder participar de su Reino

cuando llegue y se restauren las doce tribus.

El Nazareno aprovechó pues ese texto como introducción para hablarles del

Bautista y de su obra: de la necesidad de arrepentirse, de un Reino que se

establecería pronto, del reagrupamiento de las doce tribus de Israel, del profeta

Elías quien llegaría en los últimos momentos para anunciarlo y que bendeciría y

confirmaría a los elegidos que entrarían en él. Es cierto que hubo algunos que

escucharon con alegría su mensaje, pero poco a poco se vio que mucha gente

empezaba a desconcertarse. Tal vez porque quien decía todo eso no era un doctor

de la ley ni un sabio de Israel, sino Yeshú, el antiguo tékton del pueblo. Y ahora,

no solo hablaba en nombre de un pretendido profeta que bautizaba en el Jordán,

al que no conocían directamente, sino que hablaba de profecías que se cumplirían,

de Elías que regresaría, de un Reino de los Cielos aquí en la tierra y de la

restauración de las doce tribus de Israel, cuando hacía siglos que estas habían sido

dispersadas por poderosos Imperios de Oriente. Demasiadas cosas y demasiado

grandes para un carpintero.

—¿De dónde le viene esto? ¿Cuál es la sabiduría que se le ha dado278? —

preguntó así uno en voz baja.

277 Ez 36,24-26. En el evangelio de Lucas se indica que Jesús leyó un fragmento de Isaías (Is 61,1), parcialmente modificado, en el cual él mismo se autoidentificaba con el personaje descrito por el profeta, es decir, con el Ungido (=Mesías; christos, en griego). Y de ahí, el rechazo de su pueblo. Pero Lucas es el único evangelista que expone un pasaje determinado, pues no lo hacen ni Marcos ni Mateo, que escribieron años antes que él. El pasaje de Lucas es difícilmente aceptable que fuera pronunciado por Jesús, y mucho menos que él se identificara con el Mesías, al inicio ya de su ministerio. (Hablamos de ello en los apartados I1d7 y J16).

278 Mc 6,2.

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—Sí, es el hijo de Miryam —le respondió el hombre sentado a su lado.

—¿No es verdad que este es Yeshúa bar Yosef279? —preguntó en cambio

otro, admirado.

Yeshúa se dio cuenta de que, poco a poco, perdía el contacto con buena parte

de la audiencia. E intentó hacerles ver que se limitaba a transmitir la palabra de

Yohannon, que daba de hecho cumplimiento a la de los profetas. Sin embargo, la

reunión terminó sin éxito. Al concluir, Yeshúa recibió el saludo de alguno de los

vecinos de la ciudad, pero poco más. Y nadie pareció interesado en ser bautizado.

Tal vez alguno lo habría hecho, pero para no contrariar la actitud general de la

aldea prefirió no hacerlo. Aún así, Yeshúa bautizó a sus cuatro hermanos, a sus

hermanas y a su madre con el agua de la fuente280. Sin embargo, una sensación de

tristeza, y tal vez de derrota, embargó al grupo. Y el bautizo no fue tan celebrado

como hubiera sido de esperar. Nadie lo dijo, pero si Yeshúa, en quien se iban

depositando las esperanzas del grupo, no podía convencer a su gente, ¿qué podrían

hacer ellos?

*

Cenaron en casa, pero el ambiente no fue festivo como habrían imaginado.

Yeshúa se sintió apenado por la triste acogida que su mensaje tuvo entre la gente

de su aldea, aunque trató de no mostrar esa decepción ante los suyos. Ahora, la

idea de celebrar en Nazaret la cercana fiesta de la Acampada, una de las más

importantes del pueblo judío, no parecía ya entusiasmarles. Ni tampoco a él

279 Lc 4,22 y Jn 6,41-42, aunque este último evangelista ubica esta pregunta no en Nazaret, sino en la zona del lago de Galilea, y en un discurso teológico distinto.

280 No hay ningún hecho en el NT que sustente esto. Pero ya hablamos de que la familia de Jesús debió de jugar un rol mucho mayor a favor de su hijo del que se describe (como ya expusimos en la larga nota 263, y especialmente puede leerse en el apartado J1b.iv). Yacob, por ejemplo, sería el líder de la Iglesia de Jerusalén. Se hubieran bautizado algunos miembros de su familia en ese momento, o más tarde, es más difícil de saber; pero es plausible que en algún momento se produjera a tenor de los acontecimientos posteriores, aunque no podamos saber quienes se bautizaron y quienes no.

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mismo.

—¿Pasaremos aquí la Sukkhot? —preguntó Andreas, intuyendo el cambio

de parecer en el grupo.

—¿Es que vamos a volver a Nahum? —preguntó Filipo.

—Yo pensé que íbamos a pasarla aquí —dijo Natanael.

—Aquí podéis quedaros —dijo Yacob, el hermano de Yeshúa; y recibió una

palmadita en la espalda del mayor de los Zebedeo.

—¿También podríamos ir a Betsaida? —dijo Filipo al poco rato—. Bueno,

quiero decir, cuando termine la fiesta.

—¿Tienes ganas de volver a tu tierra, eh? —le dijo Yohannan.

—Hace ya más de un año que no veo a mi familia. Además, Andreas y

Simón también han nacido allí. Seguro que seríamos bien recibidos, como ha

pasado en las otras aldeas del lago.

—Bueno, Caná nos queda más cerca —dijo Natanael, que era nacido en

ella—. También podríamos ir allí…

—¿Tú también quieres volver a tu casa…? —le dijo ahora Filipo, y Natanael

se encogió de hombros.

—Tal vez no encajemos bien aquí, en Nazaret —insinuó Bartomé.

—Estáis hablando de volver a vuestra casa —dijo Andreas, elevando algo

el tono de voz—. Y eso no es lo que acordamos. Ni lo que le dijimos a Yohannon.

—Tranquilo —dijo Yacob bar Zebedeo—. Nadie ha dicho que no quiera

continuar.

—Un pequeño revés no cambia nada. También tuvimos reveses con

Yohannon. Hay que continuar.

—Nadie dice que no vayamos a hacerlo —repitió de nuevo Yacob.

—Estamos de acuerdo en pasar la festividad juntos —añadió Yohannan, su

hermano—. Luego… no sé… ya veremos a dónde iremos.

—Pues yo no os veo muy animados ni para la fiesta —continuó Andreas,

encarado con el mayor de los Zebedeo.

—También podríamos ir a Jerusalén… —sugirió Yeshúa, mientras abría

una granada madura con las manos, y obtenía dos mitades. Y se produjo el

silencio, concluyendo de inmediato la discusión.

Los que no habían participado en ella, parecieron despertar de una especie

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de letargo al oír una palabra que parecía ser mágica: Jerusalén.

—¿A Jerusalén, dices? —señaló Simón—. ¿Con qué intención quieres ir a

Jerusalén?

—Celebremos allí la fiesta de los Tabernáculos y vayamos también para

anunciar la llegada del Reino —respondió el Nazareno.

—Hemos tenido buenos recibimientos en Galilea, aunque aquí no tanto —

dijo Simón—. ¿No deberíamos seguir en Galilea…? La gente de Jerusalén es para

Yohannon.

—Sí. Dijimos que predicaríamos el mensaje de Yohannon en Galilea —

afirmó Filipo—, y ahora hablas de ir a Jerusalén…

—No estoy diciendo que no a eso —dijo el Nazareno—. Solo digo que

podríamos celebrar la fiesta en Jerusalén y, de paso, llevar el mensaje de

Yohannon allí. Pensadlo bien —añadió Yeshúa, que pareció animarse a medida

que hablaba—: el mensaje del Bautista es para todo Israel. Y sus noticias han

llegado con más facilidad a Judea que a Galilea. Vosotros mismos dijisteis que

habían venido sacerdotes del Templo alguna vez para verlo, pues habían oído

hablar de él. Si vamos a Jerusalén no trabajaremos sobre nada, sino sobre un

mensaje que ya ha llegado a algunos. Solo tendremos que expandirlo para que

llegue a los demás. Y a cuantos más mejor. Los judíos de todo el mundo se reúnen

allí, y difundirán nuestro mensaje haciéndolo llegar a nuestros compatriotas de

todas las naciones, de todas las tribus. ¿Acaso no es este nuestro objetivo final?

¿No es esta nuestra misión? Ser como el viento que dispersa esta buena nueva

entre nuestra gente.

Viendo la duda en sus caras, el Nazareno se levantó y les habló. Aún llevaba

las dos mitades de la granada en la mano. En lugar de desanimarse y dejarse llevar

por el traspié de Nazaret, hizo lo contrario y apuntó aún más alto. Ya no les habló

de aldeas y pueblos, sino de visitar la ciudad santa; y en plena festividad. Poco a

poco, los rostros de sus compañeros fueron cambiando, y la complicidad en ellos

pareció indicar que su idea no era tan descabellada. Solo Simón manifestó cierta

reticencia.

—Todos los judíos deberían ir a Jerusalén; por lo menos una vez al año —

dijo al fin Yacob bar Zebedeo en tono conciliador—. Aunque todos sabían que la

Ley mandaba hacerlo tres veces, estaba al alcance de pocos el poder cumplirlo.

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—Pero nosotros no vamos a ir solo a eso, ¿verdad? —afirmó Simón.

—¿Y cuál es el problema si es así? —preguntó Yohannan.

—Pues que olvidáis que Yohannon fue criticado por esa gente. Y no

podemos esperar un recibimiento alegre si pregonamos allí su mensaje —dijo

Simón, refrenando los ánimos.

—La gente de Jerusalén no rechazó su mensaje, solo los sacerdotes del

Templo —le contestó Yeshúa.

—Tampoco creo que a los romanos les guste mucho que hablemos del Reino

de los Cielos.

—No creo que ellos se metan en nuestras cosas —dijo el hijo mayor de

Zebedeo.

—¿Es que acaso nuestro mensaje puede ser peligroso para ellos? —preguntó

algo ingenuamente Filipo.

—¿Qué crees que hará el Poder con los romanos cuando instaure su Reino?

—preguntó Simón.

—Quemarlos con su fuego, supongo281 —dijo en voz baja, después de

reflexionar, reconociendo así su error.

—¡Pues no creo que a los romanos les guste oír que alguien anuncia eso!

Entonces Yeshúa miró al pescador antes de hablarle.

—Pero nosotros no vamos a anunciar eso. Aunque quien no crea se

condenará282, nosotros vamos a buscar gente para el reino. Vamos a salvar

hombres, a pescar hombres, Simón, ya te lo dije.

—No sé si Yohannon aprobaría que fuéramos a Jerusalén —se preguntó

Simón. Y miró a su hermano buscando alguna respuesta; pero este se limitó a

encogerse de hombros.

—Yohannon sigue amando a Jerusalén, sigue amando al Templo, pero no a

281 Que la venida del Reino traería fuego y castigo a los impíos es algo que aparece en el NT (Mc 7,49; Lc 12,49. 17,26-30,...). Es obvio que los romanos —opresores y ofensores de la religión judía con sus imágenes, impuestos y violencia— estarían en primer lugar de ese castigo. Esta es la creencia de la época. (Ver apartados J5 y J6).

282 Esta frase procede de Mc 16,16. Y aunque pertenece al apéndice de Marcos (un añadido posterior del s.II, que no es obra del evangelista), sin embargo, puede encajar bien con el pensamiento de Jesús, quien, en algunos casos, se muestra incluso mucho más tajante en cuanto a la condenación (Mt 10,15; Lc 10,12). Y condena incluso a ciudades enteras por no escuchar su mensaje (Mt 11,20-24; Lc 10,13-16).

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los que viven y se aprovechan de él, a los que oprimen exigiendo sacrificios sin

mostrar misericordia con los marginados, a quienes excluyen de la salvación.

Yohannon anuncia lo que va a suceder y a quien ha de venir. Pero su misión no

es estar allí —dijo Yeshúa—, aunque sí la nuestra.

Simón tardó en contestar, mientras recorría la figura del Nazareno.

—¿Y no debería ser Elías, cuando regrese, quien vaya a Jerusalén?

—Nosotros empezaremos allí su misión —dijo el Nazareno—. Elías la

terminará.

—¿Y cuándo vendrá, Yeshúa? —preguntó Simón, moderando su tono de

voz.

—Cuando venga, y no tardará, nos encontrará a su lado.

Yeshúa aprovechó para darle la mitad de la granada a su compañero, y

ambos comieron sus mitades, como analogía de un buen entendimiento.

—Vayamos pues a Jerusalén —dijo Yacob bar Zebedeo, colocando las

manos sobre los hombros del pescador y del Nazareno. Y al momento, obtuvo el

respaldo de sus compañeros y de todos los hermanos de Yeshúa.

¿No dice Yohannon que el momento está cerca? Pues vayamos —añadió

Yohannan. Tal vez sea esta la última fiesta a celebrar antes del Reino. Hagámoslo

en Jerusalén.

Nosotros iremos también —dijo Yacob, el hermano del Nazareno—.

¿Verdad madre?

Sí, hijo. Iremos también —gritó Miryam desde el patio283.

Solo Natanael, quien aún no estaba convencido del todo, se acercó al

Nazareno y le preguntó, con su delicadeza habitual.

—Yeshúa, si aquí, en tu aldea, no has podido difundir el mensaje de

Yohannon… ¿podrás hacerlo en Jerusalén? —preguntó Natanael.

Yeshúa vio la preocupación y la bondad en los ojos de su compañero. Y

supo que no había mala intención en su pregunta. Por eso le puso la mano en el

283 Como ya dijimos (nota 263) Jn 2,12-13 parece aludir a que su familia viajó conjuntamente con Jesús no solo a Cafarnahum sino a Jerusalén. Y también en una segunda ocasión, según sugiere Jn 7,10.

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hombro antes de responder—. Nadie acepta profetas en su tierra.284 —Fue la

primera vez que el Nazareno usó esa referencia hacia su persona, hasta ahora

reservada al Bautista; y aunque el discípulo inicialmente se sorprendió, sabía que

ese título había empezado ya a sonar en Cafarnahum.

Esa misma noche empezaron a hacer los preparativos. Dentro de dos días

partirían a Jerusalén. Sus dos hermanas, Hanna y Shalom, y sus respectivas

familias se quedarían en la aldea y ayudarían a Yosef, el hermano menor, y a su

esposa a cuidar de la casa, el huerto y los animales de corral. Yeshúa tuvo que

prometer a su hermano pequeño, Yosef , que en la próxima Pésaj, si el Reino aún

no había llegado, le llevaría con él a Jerusalén. En cambio, tanto Hanna como su

esposo rehusaron emprender con ellos el viaje a Jerusalén. Ambos consideraron

que las ideas de Yeshúa eran peligrosas, y podrían acarrear consecuencias tanto

para él como para la familia. —Me parece que lo que anuncias puede ser peligroso

Yeshú—dijo finalmente Hana, tras sopesarlo mucho.

—¿Peligroso? ¿La palabra del mayor profeta que tiene hoy nuestro pueblo?

—Peligroso… para ti. Peligroso también para nuestros hermanos, que veo

que te siguen, y sobre todo para el pequeño Yosef, quien te admira y hará todo lo

que le digas.

Yeshúa reflexionó un instante y Hana lo aprovechó para acercarse y colocar

afectuosamente su mano sobre la mejilla de su hermano.

—Lo que enseñas es bonito Yeshú, pero no todos lo van a ver así.

—¿Y crees que no lo sé, Hana?

El Nazareno cogió con ternura la mano de su hermana y la apartó de su cara,

pero no la soltó.

—Por eso debo ir a Jerusalén. Para los que sí me van a escuchar.

Hana le miraba con cariño, quería creer en sus palabras. Era su hermano

284 Lc 4,24. Esta frase aparece también en Mc 6,4 y Mt 13,57, donde se añade además la crítica de Jesús a su propia familia. (En Jn 4,44 aparece también la cita, pero en un contexto algo distinto). Ya hemos dicho reiteradamente (nota 263) que los familiares de Jesús hubieron de jugar un papel de apoyo al Nazareno mucho mayor del que le otorgan las Escrituras (apartado J1b.iv). Por eso, en este caso, optamos por la cita lucana, aunque sea más tardía. Sin embargo, admitimos que algún miembro de su propia familia no compartiera las intenciones del hermano mayor (opinión extendida entre muchos autores), y así lo hemos querido reflejar también. (Véase Mc 3,31-35 y par.; Mt 10,35-36 y par.). // Muchos autores –sobre una base neotestamentaria clara: Mc 8,28; Mt 21,11; Lc 7,16; Jn 9,18,…– consideran que el título que parte del pueblo, o los seguidores de Jesús, pudieron atribuir al Nazareno –antes que el de mesías– fue el de profeta (Puede leer más en el apartado J7).

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mayor, el antiguo cabeza de familia que, tras la muerte de padre, siempre había

cuidado de ella. Y le quería.

—Y créeme, serán muchos los que nos escuchen —le dijo el Nazareno con

seguridad —.Y aquellos que escuchen la palabra del Bautista y cambien de

corazón, se salvarán.

Su marido, que estaba junto a ella, habló entonces al ver dubitativa a su

esposa. Lo hizo recurriendo a la autoridad que tenía, pues ahora Hana estaba

vinculada a su familia, y Yeshúa ya no tenía la potestad legal sobre ella.

—¿Has pensado qué consecuencias puedan tener tus palabras para ti o tu

familia, si llegan a oídos de Herodes?

—¿Cómo dices? —preguntó algo desconcertado el Nazareno.

—¡Vamos! Hasta aquí sabemos que a Antipas no le gusta el Bautista, y

vosotros sois discípulos suyos. ¿Es por eso que ahora marcháis a Jerusalén?

—¡No! Y tal vez Antipas esté también allí. Llevamos la voz del Bautista a

Jerusalén para que todo Israel pueda oírla —le respondió.

—¿Y los romanos… Yeshúa? ¿Has pensado en ellos si vais a Jerusalén y

hablas abiertamente?

—Ellos no se meten en estas cosas —le respondió con firmeza.

—Pues yo creo que eso es algo que debería preocuparos.

El Nazareno desvió su mirada, buscando el rostro de su hermana.

—¿Todo esto es cosa de tu marido, Hana?

—¡No! —exclamó ella, sorprendida por la sequedad de la pregunta.

—Hana está de acuerdo conmigo —, se apresuró a responder su esposo.

—No es solo él —, aclaró entonces Hana con un tono más reposado, y

queriendo tranquilizar a ambos.

El Nazareno miró a su hermana con un atisbo de creciente tristeza. Y dejó

de agarrar su mano.

—¿Entonces eres tú quien tampoco quiere ir? —inquirió Yeshúa.

Hana retrocedió un paso y, finalmente, asintió con la cabeza. Su marido, que

estaba todavía detrás, la rodeó con su brazo. Hana contempló el rostro

decepcionado de su hermano y contuvo la emoción por lo que le iba a decir.

—Tú has cambiado —le dijo —. Desde la muerte de Judith has cambiado.

—A ella no la menciones aquí —y Yeshúa se puso serio —.¡Pues claro que

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he cambiado! He buscado respuestas…

—¿Y las has encontrado, hermano?

—Las he encontrado. Las encontré en el Jordán.

—¿Y tus… rudos amigos también?

—¿Rudos? —preguntó extrañado —. Son buena gente. Te lo aseguro.

—Sí… seguro que sí. Se ve que confían en ti. Y yo también. Pero lo que

pretendéis…

—¡¿Qué?!

—¡Nuestros hermanos no son los macabeos que nos contaba padre! —dijo

elevando el tono de voz a su hermano mayor, por primera vez en su vida.

—¡Ya lo sé! Y no hace falta que lo sean. El Bautista me lo ha enseñado.

Hana respiró un par de veces tratando de serenarse —. Me alegro que

pienses así —dijo finalmente —. Solo que…

Hana vio que madre se acercaba, alertada por algún tono de voz inapropiado,

y no quiso alargar más la conversación.

—¿Qué? —preguntó él ansioso.

—… solo que ten cuidado Yeshú —le dijo ella al fin, forzando una sonrisa.

Miryam llegó y puso se mano sobre el antebrazo de su primogénito.

—¿Pasa algo hijo? — preguntó viendo su cara de preocupación.

—No, madre — y el Nazareno suspiró —. Hana solo me recordaba que no

vendría a Jerusalén.

*

El grupo de galileos marchó a la ciudad santa, uniéndose a la caravana que

pasaba por Naim y que seguiría la ruta paralela al Jordán, evitando pisar la

Samaria. En cinco días de ruta, calculaban, estarían ya en Jerusalén. A tiempo

para pasar en ella la segunda mayor festividad de su pueblo y una de las más

alegres.

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Esta novela es una reconstrucción histórica de la vida de Jesús de Nazaret. Es cierto

que su vida ha sido ya narrada en multitud de ocasiones, sin embargo, no lo ha sido

bajo el prisma de la ciencia histórica. Esta afirmación puede parecer un

contrasentido, pero diría que es cierta. La razón principal es doble: por un lado, la

inmensa mayoría de autores que han novelado la vida de Jesús de Nazaret son

personas cuyas creencias religiosas –a favor o en contra– eclipsan a sus obras; por

otro lado, los estudiosos profesionales han mostrado un escaso o nulo interés en

utilizar el formato literario, por no querer alejarse del ámbito científico-académico

en el que se sienten cómodos y reconocidos. La consecuencia de todo ello es que se

difunden historias sobre el personaje alejadas de la verdad científica, en las que

cada autor ha dado rienda suelta a sus creencias y a su propia visión, que es la que

–en el fondo y de buena fe–, desea compartir con los demás.

La novela que tiene en sus manos no es así. El que aquí suscribe es un licenciado en

historia, agnóstico, respetuoso y atraído por el tema. Resultado de todo ello es esta

obra, históricamente bien fundamentada, que persigue exponer los hechos más

plausibles con la realidad del pasado. En ella, el lector encontrará la justificación

de todo lo que se describe, una referencia neotestamentaria y/o histórica al pie y,

cuando haya pasajes que necesariamente deban ser ficticios –porque no hay fuentes

al respecto–, se indicarán también, aunque exponiendo el contexto histórico que ha

dado pie a esa reconstrucción. El lector pues, siempre conocerá aquí el terreno que

pisa; aunque a veces sea forzosamente pantanoso.

Esta novela tiene su base en la confección de un análisis histórico e historiográfico

en el que durante ocho años se han consultado y valorado cerca de 400 obras,

escritas por más de 200 estudiosos especialistas en el estudio del Jesús histórico y/o

de su tiempo: historiadores, arqueólogos, filólogos, antropólogos, sociólogos,

teólogos de distintas confesiones, autores no confesionales,… donde todos sus

conocimientos se han aplicado para intentar entender al hombre que vivió hace dos

mil años. (Este trabajo histórico, ‘Yeshúa bar Yosef. Jesús de Nazaret visto a través

de la historia’ está también disponible, exclusivamente vía digital dada su

magnitud).

*

Jon Codina nació en Barcelona a mediados de los años setenta. Se licenció en

historia por la Universitat de Barcelona en 1998, con un itinerario curricular

centrado en la arqueología y la historia antigua. Por circunstancias de la vida, su

profesión es hoy otra muy distinta.

‘Yeshua bar Yosef. Una novela del Jesús de la historia’. Versión parcial y gratuita.

Prohibida su venta, en parte o en su totalidad. Todos los derechos reservados. © Jon

Codina, 2016.