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Poesia Colombiana. Ensayo. Ciudad en la poesía.

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Tres ensayosColección Un libro por centavos

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Universidad Externado de Colombia

Tres ensayosColección Un libro

por centavos

Mapa de una identidad poética Luz Mary Giraldo

La ciudad en la poesía colombianaJuan Manuel Roca

Poesía para un país imaginadoLeonardo Gil Gómez

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ISBN 978-958-772-118-8

© 2014, UnivERsidad ExTERnado dE CoLoMbia Calle 12 n.º 1-17 Este, bogotá Teléfono (57-1) 342 02 88 [email protected] www.uexternado.edu.co

Primera edición: marzo de 2014

ilustraciones de cubierta: dibujos de Manuel Mejía vallejo

diseño de cubierta: departamento de PublicacionesComposición: david alba salazarimpresión y encuadernación: digiprint Editores EUTiraje de 1 a 1.000 ejemplares

impreso en ColombiaPrinted in Colombia

Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización expresa y por escrito del departamento de Publica-ciones de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores.

Giraldo, Luz Mary, 1950-

Tres ensayos / Luz Mary Giraldo, Juan Manuel Roca, Leonardo Gil Gómez -- bogotá : Universidad Externado de Colombia, 2014.

124 p. ; 21 cm. --

incluye bibliografía

ISBN: 9789587721188

1. Poesía colombiana -- Historia y crítica 2. Literatura colombiana -- Historia y crítica I. Roca, Juan Manuel, 1946- II. Gil Gómez, Leonardo III. Mapa de una identidad poética IV. La ciudad en la poesía colombiana V. Poesía para un país imaginario VI. Universidad Externado de Colombia VII. Título

C861.44 sCdd 21

Catalogación en la fuente -- Universidad Externado de Colombia. biblioteca Marzo de 2014

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contenido

La aventura poética de Un libro por centavos 9

Mapa de una identidad poética Luz Mary Giraldo 13

La ciudad en la poesía colombiana Juan Manuel Roca 53

Poesía para un país imaginado Leonardo Gil Gómez 89

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la aventura poética de “un libro por centavos”

Gracias a la poesía, la decanatura Cultural de la Universidad Externado de Colombia celebra diez años y cien ejemplares de su colección Un libro por centavos, sin contar dos antologías, una del 2006: La Colombie en Poèmes, y otra del 2008: Y si el amor ya no acompana, ¿a dónde ir? Las dos incluyen varios poemas de los poetas de los libros hasta las respectivas fechas publicados.

al gratificarse con la utopía cumplida que sigue constru-yendo sueños, no sobra recordar el poema “Celebración” de Pablo neruda:

Pongámonos los zapatos, la camisa listada,el traje azul aunque ya brillen los codos,pongámonos los fuegos de bengala y de artificio,pongámonos vino y cerveza entre el cuello y los pies,porque debidamente debemos celebrareste número inmenso que costó tanto tiempo,tantos anos y días y paquetes,tantas horas, tantos millones de minutos,vamos a celebrar esta inauguración.

si hace diez años se festejaba la aventura de la colección Un libro por centavos, como un hecho que iniciaba su camino en cuadernos de bolsillo. Entonces, inaugurábamos. Hoy reinauguramos. afirmamos su existencia con distintas

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maneras de aproximación a lo que ella ha significado, tanto para los colombianos como para los poetas y lectores de diversos lugares y latitudes, pues el desafío demuestra que la poesía es una realidad que sobrepasa todas las expec-tativas. Que tiene escritores y lectores. Que corresponde a una necesidad y a una urgencia. Que está viva.

Los ensayos que siguen reconocen la diversidad de la colección, sus matices, cronologías y estéticas diferentes, y son a la vez seguimiento de un itinerario poético, balance, puesta en perspectiva de unos temas, atención al carácter selectivo, mirada a la divulgación, recepción y acogida. según el estilo y el interés de cada uno de los autores, di-bujan expectativas, trazan rutas, auscultan, siguen caminos temáticos y formales. a su manera reflexionan y recrean. si Luz Mary Giraldo sigue los procesos de desarrollo de la poesía colombiana, muestra antecedentes en los estudios de la misma, los momentos culminantes, los poetas decisi-vos, las voces nuevas y las que se rescatan, la presencia de las mujeres y las representaciones indígenas, hasta ver su resonancia en la colección, Leonardo Gil se interroga sobre “¿Qué tipo de lectores habitan el país imaginado de Un libro por centavos?” y “¿con qué poesía sueñan esos habitantes?”, pregunta que se dirige tanto a quien selecciona cada libro o autor como a los poetas y posibles lectores, deteniéndose no sólo en versos que representan a algunas voces y sensi-bilidades, sino en las características de la colección misma, en las formas de distribución que han permitido que cada ejemplar no solo circule mensualmente con la revista El Malpensante, sino que llegue a manos de instituciones, festivales y encuentros de poesía para el aprovechamien-to del conjunto en talleres y lecturas. Gil concluye que la colección ha cumplido el propósito inicial de llevar poesía a gran cantidad de lectores, “la mayor cantidad posible”, lo que contribuye al país imaginado propuesto desde sus comienzos en el 2004: “los colombianos de a pie, aquellos que han tenido poco o ningún contacto con la poesía; lectores

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desprevenidos”. Por otro lado, al hacer un seguimiento temá-tico, Juan Manuel Roca rastrea versos que apoyan la mirada sobre la ciudad como fuente de poesía y señala poéticas de la misma, imágenes, escenarios, estados anímicos, primero en nuestro pasado colonial o republicano, pasa por la tra-dición norteamericana y europea, se detiene en las paredes y en los muros, llega a nuevos versos para detenerse en la poesía de algunos autores colombianos y latinoamericanos contemporáneos incluidos en la colección, y ve la totalidad como un caleidoscopio: “Miradas entrañables o apocalípti-cas, escrutadoras de grandes y pequeños sucesos, lenguajes migrantes a través de otras artes mostrando concepciones, estéticas, recursos, orientaciones, perspectivas, imágenes y estructuras”. de ahí, concluye que está presente “la ciudad descrita a la manera de un escenario en el que, como en el sueño, podemos ser al mismo tiempo director, actor y hasta su amotinado público”.

Los ensayos reconocen la aventura poética de Un libro por centavos, y así mismo perciben una radiografía de más de siglo y medio de poesía colombiana y latinoamericana. Como señala Giraldo, la lectura del conjunto o de parte del mismo implica una travesía que hace estaciones entre poetas y poéticas y entre voces que han sido únicas y decisivas al generar corrientes o reflejar afinidades y diferencias, vasos comunicantes y alternancias. Y afirma también que si se leen sólo los libros de poetas colombianos, pueden trazarse las rutas que definen la idiosincrasia poética, las constantes, las modalidades y las búsquedas renovadoras.

Cada libro, no cabe duda, entra a formar parte del ritual que instaura y recuerda la inauguración de la travesía. Y si cada uno reinaugura, lo que se anuncia es su ampliación en el tiempo y en el espacio, extendiéndose desde Colombia a otros lugares y temporalidades que revelen el ser y el estar de la poesía como un modo de vida, una actitud alerta y una forma de conocimiento.

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ayer no pensábamos en mañana y hoy cumplimos una década y cien libros que nos llevan a todos a celebrar este momento “inmenso que costó tanto tiempo, /tantos años y días y paquetes, /tantas horas, tantos millones de minutos.”

Y siguiendo con el poeta chileno, tal vez mañana diga-mos como hoy:

Hoy es hoy y ayer se fue, no hay duda.

Hoy es también manana, y yo me fui con algún ano frío que se fue, se fue conmigo y se llevó aquel ano.

De esto no cabe duda. Mi osamenta consistió a veces, en palabras durascomo huesos al aire y a la lluvia,y pude celebrar lo que sucededejando en vez de canto o testimonio un porfiado esqueleto de palabras.

decanatura Cultural

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mapa de una identidad poética Luz Mary GIraLdo

Cada poema un pájaro que huyedel sitio senalado por la plaga.

Álvaro Mutis

Resguardada en el anterior epígrafe, quiero pensar que eso debe ser cada poema: un pájaro que busca otros horizontes. Para bien y para mal de nuestras letras, desde hace mucho tiempo se afirma que Colombia es tierra de poetas. Pero para lo mejor, está la colección “Un libro por centavos” que llega a diez años y cien números, e incluye una amplia gama de autores entre hombres y mujeres de distintas épocas y dife-rentes regiones de Colombia y una notable representación de autores de distintos países de Latinoamérica. no sobra reconocer que ahora se proyecta a incluir poesía de otras regiones, sin abandonar la creación nacional. Con amplia trayectoria o sin ella, poetas de todas las edades le apuestan a la poesía y han sido tenidos en cuenta por Miguel Méndez Camacho y Clara Mercedes arango, también poetas.

Toda colección es una selección, cuyo criterio es tan personal como objetivo. Y toda selección ofrece un diálogo de convergencias y divergencias entre autores y lectores. En el caso particular de ésta, hay que destacar que ante el reconocimiento de la pasión por la poesía en el país, Miguel se propuso sacarla adelante. Y pensando que lucharía contra

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molinos de viento, se encontró con el apoyo del entonces rector de la Universidad Externado de Colombia, doctor Fernando Hinestrosa, quien creyó en la propuesta y le dio el estatuto que toda aventura a de este tipo bien merece. Es claro que desde la aparición del primer ejemplar en el año 2003, Clara Mercedes y Miguel iniciaron la aventura sorteando algunas pruebas, pero no imaginaron que la hazaña iba a superar el número de ejemplares por edición, su trayectoria en el tiempo y la acogida, cosa inusual en un país donde lo transitorio parece habitual.

diez años y la colección no solo demuestra que sigue cabalgando en este país donde las grandes editoriales cerraron las puertas a los poetas, sino que su amplia cir-culación mediante la revista El Malpensante, no sólo llega mensualmente a todos los rincones del país, sino sus libros de reducido formato cruzan fronteras. no cabe duda de su carácter incluyente: se recorren diversas épocas, generaciones y regiones, se presentan voces de otros países y nuevas voces colombianas que encuentran en sus páginas posibilidades de divulgación. no sobra decir que si de género se trata, hay un amplio porcentaje de mujeres, con las cuales puede trazarse una verdadera línea transversal con autoras nacidas entre comienzos y finales del siglo pasado. El balance no puede ser más positivo, y en el caso de los autores nacio-nales, permite ver figuras fundacionales, orientaciones del canon, autores inclasificables, determinadas generaciones, tendencias, tonos, ritmos, líneas, estilos, universos y lenguajes poéticos que pueden caracterizar nuestra poesía y definirla en lo que es, lo que ha sido y que lo que va siendo entre la plenitud del siglo xIx a los casi primeros cinco lustros del siglo xxI. notables autores, algunos de figuración internacional, aunque no primen los atrevimientos renovadores, sino la consistencia de claras manifestaciones líricas en las que el culto por la palabra es una cualidad.

no son muchos los estudiosos interesados en reflexio-nar y analizar la poesía colombiana y menos en ofrecer un

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balance o referirse a su evolución o desarrollo en el tiempo. Es posible que se den más aproximaciones a determinados autores, a tenor de las exigencias académicas o gustos per-sonales. Colombia es tierra de poetas y basta, parece ser el sentir común, lo que se percibe no sólo en la profusión de versos y poemas, sino en la asistencia y convocatoria de determinados encuentros nacionales e internacionales de distintas regiones, algunos con suficiente prestigio como para convertirse en la meca deseada de algunos poetas del país o del exterior. no sobra destacar las publicaciones de poesía en editoriales universitarias como las de la Universidad de antioquia y Eafit que llevan la delantera, la de la Javeriana, las de la nacional y otras instituciones, además de algunas revistas como Puesto de Combate, Luna de locos, Ulrika y Pro-meteo. a su manera, la colección llena el vacío que no sólo han dejado las editoriales, sino las revistas Golpe de Dados y Acuarimántima, que durante años permitieron rastrear tanto la poesía nacional como la de autores de diversas latitudes.

defINIcIoNeS de La traveSía poétIca

según algunas visiones de conjunto, generalmente elabo-radas por poetas y unos cuantos investigadores, muchas de las apreciaciones coinciden. Por ejemplo, desde los años ochenta, el poeta Juan Gustavo Cobo borda se ha referido a “la tradición de la pobreza” en la literatura colombiana y en cuanto a la poesía, destaca de soslayo unos pocos poetas, la ausencia de autores de primer orden, la pobreza en recursos e imaginación, la “inalterable intrascendencia”, el carácter “doméstico y familiar” que reconociera Rafael Maya, y “la maraña de prestigios” que señalara Gabriel García Márquez en 1960 (133-153)1.

1 Juan Gustavo Cobo borda. (1980). La tradición de la pobreza. bogotá: Carlos valencia Editores.

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En una investigación adelantada con el poeta Jaime García Maffla a comienzos de los setenta, hicimos un segui-miento de la evolución del lenguaje poético en Colombia iniciando en la Colonia con Hernando domínguez Camargo y culminando con Porfirio barba Jacob. El resultado fue una recopilación histórica de poemas y poetas que no fue publicada, además de un artículo conclusivo escrito por el poeta mencionado, denominado “Evolución del lenguaje poético en Colombia”2, en el que refiriéndose a los autores que desde la Colonia hasta algunos poetas de la década de los 70 considera representativos, destaca el tradicional cultivo de la forma. no sobra agregar que García Maffla ha demostrado su conocimiento amplio de los sistemas formales de la poesía en lengua castellana, lo que aprovecha para el análisis de los poetas que estudia, sobreponiéndolo al análisis histórico o conceptual.

El artículo en cuestión parte de una breve mención de la “Epopeya de varones ilustres de indias” de Juan de Cas-tellanos, de la que dice que es “una epopeya fallida” que nos llega como “texto de historia” (397), para aseverar que “el primer hito auténtico de la postura del creador delante de su obra poética” es Hernando domínguez Camargo, quien resulta una figura paradigmática en el manejo de la forma y la postura poética. Rápidamente muestra la con-densación y pureza de experiencia de la Madre Francisca Josefa de Castillo y Guevara; pasa al ciclo romántico, entre quienes destaca a José Eusebio Caro, como quien anticipa los sistemas estróficos y de composición del modernismo; sigue con Rafael Pombo y su manejo de la lengua; con Julio Flórez y su “eclosión de fuerzas interiores” y el “destello de su sensibilidad” (401), hasta culminar en José asunción

2 Jaime García Maffla. “Evolución del lenguaje poético en Colombia”. bogotá: Universitas Humanística, n.º 12, Pontificia Universidad Javeriana. 1980, pp 397-409.

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silva, de quien reconoce “la emoción del lenguaje del poe-ma” que atiende “al ritmo de la frase antes que al del verso, al del período antes que a la estrofa” (402). aunque no lo considera propiamente una figura de ruptura, como sí lo es para el poeta Henry Luque Muñoz, como se verá adelante, sí le parece una “revelación” poética que atiende menos a la versificación ceñida tradicional e “inaugura entre nosotros el concepto moderno del dibujo del poema” (403), e impone “su pauta e intención a una estructura estilística”, lo que resulta contrario en Guillermo valencia, quien “definió el ámbito todo, por condensación y conciencia, del Modernis-mo en Colombia” (404).

Coincide con otros autores al señalar hitos, relaciones y posturas poéticas, encuentros o distancias entre sensibilida-des, peculiaridades de los movimientos y grupos que se van articulando a lo largo del siglo xx. así dedica especial aten-ción en aurelio arturo y Fernando Charry Lara, el primero, anterior a Mito y quien con Morada al sur se adelanta en la idea de “una composición amplia, desarrollada en secuen-cias o capítulos” (408), como lo hará luego con Estoraques de Eduardo Cote Lamus (autor sobre el que hizo su tesis de grado). arturo, “intérprete” que en “su verso modifica hasta las raíces el lenguaje poético en Colombia, como lo hiciera silva en el siglo anterior” (407). Charry Lara, quien recoge el legado de silva en ese “lenguaje de línea y ritmos lentos, aún dentro de la ocasional ausencia de puntuación” (408). sobre algunos de los poetas de Mito, advierte que Jorge Gaitán durán y Cote Lamus son los representantes, y que gracias a las conquistas en ritmos y espacios verbales, logrados por los de Piedra y Cielo, como es el caso de Eduardo Carranza, se conquista la concepción del verso regida por el pensamiento poético y los ritmos interiores. Cierra el ar-tículo refiriéndose a dos poetas opuestos y contemporáneos: Mario Rivero y Giovanni Quessep, ambos ya reconocidos en esa década de los setenta. se refiere al lenguaje conver-sacional en la poesía de Rivero, que “incorpora la anécdota

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como sustrato lírico creador de su propia secuencia”, y al imperio de la sensibilidad que se favorece con “el lenguaje que recupera la frescura y fuerza interiores de la estructura tradicional del poema y de su íntima comunicación, por las músicas austeras entrañables” (409) en Quessep (de la línea de silva y arturo).

“Un país reacio a las rupturas”, dice Luque Muñoz, al reflexionar sobre la historia de la poesía colombiana, casi a fines de la década de los noventa, tanto en un artículo como en el prólogo de una antología3, reconociendo que desde sus orígenes y “sin grandes aciertos” ésta ha buscado su propio lenguaje poético. sin reconocer a Juan de Castellanos, insiste en que “la seducción por el lenguaje constituye una de las características esenciales a lo largo de su historia”. anteriormente había dicho: “Existe una constante defini-tiva en la poesía colombiana, legible hasta nuestros días: el idilio con el lenguaje”4, “desde la poesía gongorista de Hernando domínguez Camargo (1606-1658) se despliega una reluciente subversión barroca, hasta el ademán patriota de la lírica de la independencia; desde las arquitecturas verbales neoclásicas y la contemplación romántica hasta cierta irrupción vanguardista –sugerida en su invitación renovadora por José asunción silva (1865-1896)” (9). di-ferente a lo afirmado por García Maffla, Luque considera que silva se prolonga en Porfirio barba Jacob, Luis Carlos López, Luis vidales y León de Greiff, no propiamente por el intimismo o el sentido rítmico de su efusión lírica, sino por sus respectivas actitudes de rebeldía y utopismo: López, quien coincide con el mexicano Ramón López velarde, por

3 Henry Luque Muñoz. “Tendencias de la poesía colombiana: una carta de navegación”. Universitas Humanística 43-44, año xxv, enero diciembre 1996. bogotá: Facultad de Ciencias sociales, Pontificia Universidad Javeriana, pp 51-60.

4 Henry Luque Muñoz. Tambor en la sombra (1996). Poesía colombiana del siglo xx. México: verdehalago. Prólogo pp 9-44.

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“caricaturizar los excesos del corazón”, barba-Jacob por su “práctica del cinismo”, vidales por “la paradoja y el humor” y de Greiff por su crítica a “la abulia sentimental” (12-14).

acepta que vidales inaugura las vanguardias en Co-lombia con su poemario Suenan timbres (1926), pero sin aprovechar elementos del surrealismo, como hace con “las greguerías de Ramón Gómez de la serna” (1996, 14), el uso del humor y la paradoja, a esto, no cabe duda, debe agre-garse la verdadera relación con la modernización y la vida de la ciudad que presenta con ironía y verdadera chispa lúdica. Rápidamente pasa por de Greiff, quien le resulta de “mayor capacidad de riesgo, mientras aventuraba indeci-bles exploraciones líricas, permitiéndose el lujo neobarroco del exceso, el desperdicio y la repetición calculada” (1996, 13). Y al llegar a arturo, no vacila al relacionarlo como un definitivo poeta insular alrededor de quien girarán algunos de los poetas de la Generación sin nombre, próximo a Pablo neruda, lleno de contención, no obstante su voz de “estirpe romántica y en un ancestro surrealista” (19-20).

al reconocer que sólo hasta mediados de los años cin-cuenta y con los poetas de la revista Mito, se logra cierta madurez e independencia intelectual y trascendencia conti-nental, al publicar autores nacionales, arriesgarse con figuras desconocidas, publicar textos inéditos de diversos países y sobre temas que permiten entrar en diálogo con el mundo contemporáneo. al detenerse en algunos autores, destaca a Meira delmar por su “yo erotizado” que cae a veces en congoja; a Héctor Rojas Herazo por el peso de los sentidos expresado con fuerza demoledora; a Álvaro Mutis que, como dijera Fernando Charry Lara, lo determinan atmósferas entre fantasmales y exuberantes y un vigía nostálgico y delirante. selecciona a Gaitán durán, Cote Lamus, Fernando arbeláez y Rogelio Echavarría. si de Gaitán destaca “la proclamación del erotismo como código de representación, de simboliza-ción y de comunicación” (1996, 28), de arbeláez “la entrega a los clásicos y la bienvenida de un tiempo solar” (30), de

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Cote “la urgencia de tomar conciencia del fracaso” y de Echavarría la ciudad como espacio interior. no cavila en incluir el nadaísmo y sus desplantes a los antecesores y a la tradición, asumiendo que más que expresión poética es de contracultura. Y, al destacar a Mario Rivero, celebra su distanciamiento de este movimiento.

Para complementar lo anterior, quiero insistir en el ca-rácter vital de algunos de los poetas de Mito, como reacción ante una nueva conciencia de devastación de la existencia. si bien la poesía de Cote, entre lo vegetal y terrenal, acuáti-co y aéreo, coloquial y solemne, atiende a la fragilidad del tiempo. no ajeno a ello, Jorge Gaitán, apoyado en el goce de los sentidos, la sensualidad y el erotismo ante todo, incita a aprovechar el día, como quien asume el Carpe diem clásico, antes de la llegada de la muerte devoradora que pone de presente en uno de sus poemas en la figura de las moscas (“vengan cumplidas moscas”, dice), lapidaria imagen tam-bién utilizada en uno de los últimos poemarios de María Mercedes Carranza.

Por los lados de Rojas Herazo, la poesía es afirmación de la vida como solemne pesadumbre y del dolor que hace “vivir por siempre sollozando”. no sobra recordar su poema “segunda resurrección de agustín Lara”, cuando la voz poética afirma: “de manera que al fin la palabra fue dicha/y la ignominia purificada”. En una entrevista afir-maba: “donde no hay ruinas no estoy cómodo. La ruina es el saldo de la vida, de lo que se ha padecido y usado”5. La ruina es testimonio del transcurrir y encierra el paso del tiempo, y se presenta ante la conciencia del deterioro, lo que lo aproxima a Álvaro Mutis.

su dinámica expresiva entraña el más hondo contenido de la desesperanza que con lucidez revela la condición humana

5 Henry Luque Muñoz. “Héctor Rojas Herazo: enviado de lo invisible”. Gaceta, n.º 29, Colcultura. bogotá, agosto de 1995, p. 38.

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y la búsqueda de purificación del dolor. Ésta es la fuente de la desesperanza que su contemporáneo Álvaro Mutis definió a partir de la aventura vital, en la que se debe estar marcado por el presente de quien no espera nada, pues no existe la posibilidad de una trascendencia redentora. sólo existen la vida misma y el individuo que realiza su tránsito por ella. La actitud puede confundirse con indiferencia, locura, soledad, incomunicabilidad e incomunicación6.

Poesía y novela se intercomunican en las obras de Rojas Herazo y Mutis. En uno el centro del mundo es un enorme patio en la mitad de un pueblo, el Cedrón, a la cabeza de una diosa madre: Celia. El pueblo respira y Celia agoniza. En otro, la vida de los personajes de las novelas transcurre en un mundo en el que la civilización se deteriora. de ahí que la ruina, la devastación y la decadencia estén presentes en determinados espacios: hospitales, miserables cuartos de hotel, cárceles espantosas, burdeles inhóspitos, puertos carcomidos, naves agonizantes… Maqroll los representa como un joven eterno que asume la vida como riesgo. Los modelos del viejo mundo se aproximan a lo americano para encontrar la muerte en el trópico, lugar de la desesperan-za. Ya en uno de sus primeros poemas, “La Creciente”, el paisaje anuncia las tensiones de su libro Summa de Maqroll el Gaviero y en sus novelas, reconociéndose la visión de la vida constatada como “danza de inútil miseria”.

Lo anterior refleja el espíritu de la posguerra que la revista Mito explorara (1955-1962); si nos atenemos al contexto y a su momento, Colombia estaba en plena violencia partidista de medio siglo, lo que a la vez generaba desasosiego. dis-puesta a estar al día y a tono con los debates de su tiempo, los directores mostraban una sensibilidad abierta e interesada en universalizar la cultura local apelando al cosmopolitismo,

6 Álvaro Mutis. “La desesperanza”. Ensayistas colombianos del Siglo xx. bogotá: Colcultura, 1976.

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y ofrecer diversos diálogos que resultaban claramente interdisciplinarios (entonces el término no estaba en uso): incluía además de poesía y cuento, traducciones de textos de autores de diversos países, ensayos sobre cine, filosofía, literatura arte, entrevistas referidas a temas de moda, como sexología o violencia. Cada uno de sus números lo confir-ma, incluido el último que posee valioso material sobre el nadaísmo.

volviendo a las lecturas de los estudios de nuestra poesía, está el caso del investigador alemán Hubert Pöppel, quien en 1994 escribió en su país su tesis doctoral sobre las corrientes poéticas de los años veinte en Colombia, publicándola en español con la Universidad de antioquia en el 2000. allí señala los efectos de la modernidad y de la modernización en la creación, publicación, recepción y transmisión de poesía en nuestro país, y considera que sólo se da “una modernización parcial de la poesía”, “cautelosas tendencias de renovación” y “pocos intentos reales por escribir una poesía moderna que correspondiera a los años veinte”7. Posteriormente, en el año 2002, el crítico david Jiménez analizó la forma de abordar la poesía colombiana de los años veinte a los cincuenta, refiriéndose a la construcción del canon según cada época y dependiendo del criterio de los poetas volcados en críticos8, lo que significa que éste ha sido variable y tal vez caprichoso, según se colige no sólo de diversos artículos sino de la selección de autores e incluso de las antologías que generalmente han sido elaboradas por distintos poetas.

otros lectores han realizado balances desde orientacio-nes, períodos, poetas particulares y gustos personales, que dieron paso a definir o consolidar grupos, generaciones o

7 Hubert Pöppel (2000). Tradición y modernidad en Colombia. Corrientes poéticas en los anos veinte. Medellín: Universidad de antioquia.

8 david Jiménez (2002). Poesía y canon. Los poetas como críticos en la formación del canon en la poesía moderna en Colombia. bogotá: norma.

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autores, como los de Los Nuevos, Cántico, Los Cuadernícolas, Piedra y Cielo, Mito, Nadaísmo y Generación sin nombre, para aseverar que ésta corresponde al último grupo definido, ya que a partir de éste el panorama es más variado, según veremos más adelante.

En un artículo de 1988, interesado en mostrar circuns-tancias históricas y citar y relacionar a unos cuantos poetas que quisieron escribir “cuando cayó el telón del espectáculo “nadaísta”, María Mercedes Carranza se refería a la exis-tencia de una poesía posterior a ésta9 en la que por fechas de nacimiento es problemático hablar de generaciones, ya que no existen propuestas comunes ni coincidencias en las fechas de nacimiento. Por eso prefiere hablar de fechas de aparición de libros, coincidentes con el llamado Frente nacional, la creación de la Casa de las américas en Cuba y su labor divulgativa de la literatura latinoamericana, el desarrollo de la canción protesta, la consolidación entre los sesenta y los setenta de la cultura de masas. destaca a la llamada Generación sin nombre, en la que muchos vieron cierta continuidad de las propuestas de los de Mito y algunas de las conquistas nadaístas desprendidas de la cultura de masas y de la estética surrealista introducida por los mismos, como resaltó Rafael Gutiérrez Girardot. (249)

obviando generaciones o grupos, en 1995 Cobo borda habla de formas de institucionalización de la poesía: la Casa de Poesía Silva de Bogotá, fundada en 1986, revistas especializadas como Golpe de dados, actualmente desaparecida, los premios nacionales de diversas instituciones, la producción poética de la emisora cultural hjck, y diversidad de convocatorias a festivales y encuentros locales, nacionales e internacionales. de la misma manera, al detenerse en algunas publicaciones de la década, llama la atención por el romanticismo surrea-

9 María Mercedes Carranza. “Poesía posterior al nadaísmo”, pp. 137-266. Manual de Literatura Colombiana (1988), t. II. bogotá, Planeta/Procultura.

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lista de Juan Manuel Roca y su explícita denuncia, subraya el vitalismo desmesurado y promiscuo de Gómez Jattin, destaca la precisión de Horacio benavides y la aspiración contemplativa de Jaime García Maffla y ante muchos otros autores, entre ellas algunas mujeres, no sólo es inclemente, sino considera que existen libros bien logrados, pero que en su conjunto hay “una sensación de timidez inconclusa, de logros parciales, incapaces de rozar la plenitud”10.

En los balances de cada década, Cobo borda observa esa “tradición institucionalizada” que corresponde a lo leído y escrito de generación en generación. En algún momento, llega a afirmar que existen varios panoramas generales de la poesía posterior al nadaísmo, a tenor de las percepcio-nes de distintos lectores, sin dejar de referirse a las nuevas maneras de leer a estos mismos, a arturo, Mutis, López, vidales, Cote o Gaitán. no deja de señalar el carácter en-dogámico, las influencias, la memoria como inspiración a partir de la música y la frágil melancolía (Quessep), el refu-gio en la tradición española (Jaime García Maffla), el etéreo cuerpo (Jaramillo agudelo) o la asimilación de lecturas de norteamericanos como en anabel Torres y su “intensidad viril”, y los confronta con la percepción de realidad del poeta Álvaro Rodríguez, en quien reconoce su forma de captarla a través de una poesía que la esclarece.

En el año 2001, arango Editores publica Inventario a contraluz, antología realizada por Federico díaz-Granados, que incluye 43 poetas nacidos entre 1960 y 1980, sin dejar de mencionar en el prólogo, en un acto de justicia poética, a algunos de los nacidos desde mediados de la década de

10 Juan Gustavo Cobo borda. “La poesía en Colombia: también en crisis. W.a”. La poesía nueva en el mundo hispánico. Los últimos anos. Madrid: visor, 1995, pp 141-150. Consúltense del mismo autor: (1995). Historia portátil de la poesía colombiana (1880-1995). bogotá: TM. así como Historia de la poesía colombiana del siglo xx. De José asunción Silva a Raúl Gómez Jattin (2008). bogotá: villegas Editores.

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los 50. sin reflexiones y análisis que permitan entender el criterio, salvo afirmar que se divide en dos partes cuyas voces “el tiempo irá decantando”, “vendrían a constituir un fantasmagórico mapa literario en un país que perdió la brújula hace rato” y en el que se escribe “en medio de la zozobra y la incertidumbre” (14-15)11.

Luis iván bedoya publica en el 2001 una antología que incluye veinticuatro poetas colombianos nacidos entre 1944 y 196712, en la que con particulares afirmaciones advierte no pretender referirse a tendencias o movimientos, sino a “una escritura libre y variada en la que acontecen las experiencias de cada día en este territorio de tanta vida y tanta muerte que es Colombia hoy” (8). de las mujeres selecciona a Gloria Posada, Piedad bonnett, anabel Torres, María Mercedes Carranza y Teresa sevillano, respectivamente como memoria cósmica, guía para extraviados, convicción de todo como fábula, “suma de oficios” o sobrevivencia milagrosa. a los 19 poetas los articula con la “lectura de los cuerpos” y “la danza erótica” de los mismos, “la esfera de las palabras”, el bestiario de metáforas y la “poesía de la vida. “El contra-punto del canto y los oídos sordos” que contrasta con “el tiempo como otro lugar de los inquilinos” o la “expresión elusiva del silencio” y “el latido y la respiración del mundo”. de la misma manera, la muerte y el viaje que contrastan con el nirvana y “la dialéctica de una retórica de poesía y silencio” o el lenguaje de los mudos. si en uno “la poesía es una tarea que busca disipar oscuridades”, en otro es “reino y asilo”, “cuerpo que se abraza a la noche”, regresos en el sueño o memoria y espejo.

a propósito de los análisis de Jorge Hernando Cadavid sobre la poesía de los 80 y los 90 y sus tendencias, que

11 Federico díaz-Granados (2001). Inventario a contraluz. Antología de una nueva poesía colombiana bogotá: arango Editores.

12 Luis iván bedoya. (2001). 24 poetas colombianos. Medellín: Hombre nuevo editores.

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Catalina arango y ana isabel Correa destacan desde los poetas seleccionados sin omitir la inclusión de algunos que consideran ausentes13. Cadavid considera que hay una tendencia autoirónica, que refleja al ser escindido de la con-temporaneidad, el universo doméstico y la inutilidad de la escritura (tema que, no debe olvidarse, desde sus primeros libros era expresado por Juan Gustavo Cobo borda); otra tendencia es la de quienes buscan diálogo con la cultura clá-sica y el saber erudito, como Ramón Cote baraibar, William ospina, Horacio benavides (habría que agregar a Óscar Torres duque). Estaría la barroca, cargada de referencias culturales y juegos verbales, entre quienes nombra a Juan Felipe Robledo y algo de Jorge García Usta. La que marca ciertos límites con la prosa, el lenguaje escueto y el orden narrativo, entre quienes considera a Óscar Torres, víctor Gaviria, Fernando Herrera y Flobert Zapata. Y, finalmente, la de determinados discursos de corte filosófico, metafísico y místico como los de Rómulo bustos y Felipe García14 .

Para las articulaciones y caracterizaciones de la historia de la poesía colombiana, además de los nombrados han sido definitivas las lecturas de Rafael Maya, Carlos arturo Caparroso, Fernando Charry Lara, andrés Holguín, Hernan-do valencia Goelkel, Héctor H. orjuela, samuel Jaramillo, Martha Canfield, Eduardo Camacho Guizado, Guillermo

13 Jorge Hernando Cadavid. Prólogo y selección (2012). República del viento Antología de poetas colombianos nacidos en los anos sesenta. Medellín: Universidad

de antioquia14 Estas tendencias, reconocen las autoras de un artículo, ofrecen una manera

de leer la poesía de esta época, pero no necesariamente de leer esta antología, pues la selección de los poemas se valió de la sensibilidad y el gusto de sus compiladoras. La escogencia de los poetas tuvo como criterio principal que ellos hubieran publicado su primer libro entre el año 1980 y 2000. Luego la selección estuvo marcada por criterios, sin duda injustos y excluyentes, como que los poetas hubieran obtenido premios y menciones en concursos de poesía nacionales e internacionales, contaran con más de dos libros publicados y hubieran sido incluidos en antologías de poesía colombiana. Consultado en la biblioteca virtual biblioteca Luis Ángel arango. Enero 30, 2014.

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alberto arévalo, armando Romero, entre otros, y más re-cientemente, algunos que desde el espacio editorial, intere-santes análisis de determinados poetas o la preparación de valiosos ensayos, reseñas y antologías. Tal es el caso de los mencionados poetas Jorge Hernando Cadavid y Federico díaz Granados, así como Óscar Torres duque, Juan Felipe Robledo y Catalina González, Ramón Cote baraibar, ariel Castillo, Fabio Jurado, albeiro arias y Rolando bastidas y otros que analizan o seleccionan poetas del país o de sus regiones, como en los casos de arias y bastidas. Guiomar Cuesta, también poeta, merece mención aparte por las antologías y ediciones elaboradas alrededor de la poesía escrita por mujeres.

En gran parte de estos documentos se reconoce el estatuto lírico e intimista de la amplia gama de poesía escrita por autores colombianos: no ha habido afanes renovadores ni de ruptura y si alguien lo intenta, su propósito se trunca o es desatendido, como pudo ser el caso de Gotas amargas de José asunción silva, Suenan Timbres de Luis vidales y las manifestaciones de los distintos nadaístas. afortunada-mente, nociones más actuales de la crítica y de la literatura permiten volver de otra manera sobre ellos.

La coLeccIóN y eL cuerpo poétIco

El vasto corpus de la colección “Un libro por centavos” ofre-ce varias posibilidades de lectura e interpretación: incluye antologías de autores del pasado, generalmente preparadas por Miguel Méndez y/o Clara Mercedes arango, otras ela-boradas por expertos o familiares del poeta seleccionado y otras preparadas especialmente por el poeta incluido. si sólo se revisara el carácter antológico, podría verse cómo se lee a los primeros y cómo los autores se leen así mismos, lo que sería una interesante propuesta de estudio o de balance. En cada libro hay, además, breves comentarios y desde los cuales se puede tomar nota sobre quiénes y cómo se han

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referido al poeta, e incluso sobre quiénes han sido los más frecuentes comentaristas del país o de afuera.

Por ahora interesa complementar los ya mencionados procesos de desarrollo adelantados páginas atrás, que con las lecturas generacionales y las líneas transversales permi-tan ver los diálogos entre unos y otros autores o entre unas temáticas y otras, así como seguir la escritura de las mujeres, entrar por la puerta abierta de los autores indígenas y de los más recientes poetas. El conjunto constituye un amplio corpus desde el cual puede rastrearse una línea histórica, de tal manera que ante esta claridad se muestre la evolución del lenguaje poético y las mencionadas líneas persistentes, la creación de grupos generacionales o de individualidades esbozadas, e igualmente relacionar convergencias y diver-gencias. si bien la poesía escrita por mujeres debe incluirse en el cuerpo general y en las líneas transversales, no deja de ser interesante revisar su evolución y participación en el marco general, así como sus búsquedas y hallazgos.

En la lengua de todas la culturas, la poesía le da cuerpo a muchas cosas o las pone en su lugar. La poesía le canta a la vida, y en la vida están la muerte y el vacío, el amor y el fuego del deseo, el desamor y el frío de la soledad, la tragedia y el dolor, las alegrías o las amarguras. Está en el silencio y el ruido, en la música y el grito, en los maulli-dos y ladridos, en los paisajes de todos los colores. En el cuerpo amado, en la risa y la mirada. En el tiempo perdido y recobrado, en el día y la noche, en el viento y el relente nocturno, en la lluvia y en el agua que corre, en los potros que trotan, en el gato que maúlla o en el perro que ladra. En todas partes y de diversas maneras, lo dicen la diversidad de poetas cuya música sugiere el paso de los días, como se aprecia en esta colección.

sobre los poetas del pasado, en el conjunto prevalecen autores nacidos a fines de los 30 hasta comienzos de los 80, con obra establecida o en marcha. al intentar un recorrido cronológico desde los seleccionados del siglo xIx hasta el

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presente, es necesario trazar un mapa y seguir una ruta, pues es claro que la colección no está concebida de forma evolu-tiva ni histórica, sino desde un criterio meramente poético y por autores. de ahí que como quien está a la búsqueda de un tesoro, debe zigzaguear para buscar el horizonte que incluya la línea de comienzo, o visto de otra manera, armar un rompecabezas para tener frente a sí el cuerpo poético y el mapa que marca rutas. se inicia con un poemario de una autora contemporánea, y sólo hasta el número 80 del 2013, es decir nueve años después, aparece Rafael Pombo: Poemas infantiles y otros poemas, que a la fecha es punto de partida. En este juego de tiempos, el número 15 corresponde a Jorge isaacs: Antología publicada en el 2005; el número 83 del 2012 es la antología de Julio Flórez: Todo nos llega tarde. Regre-sando al número 11 del 2005 está la Antología poética de José asunción silva. Luís Carlos López y la antología ¿Qué hago con ese fusil? se publica en el número 45 del 2009, mientras en el 2011 aparece el número 71 con Tierra de promisión de José Eustasio Rivera, año en el que se da paso al número 76 dedicado a Porfirio barba Jacob con la antología Canción de la vida profunda. El zigzagueo converge en los números 13 (2005), 22 (2006) y 7 (2004), respectivas antologías de León de Greiff y Luis vidales y Morada al Sur de aurelio arturo. sin lugar a dudas, estos últimos libros pertenecen ya al siglo xx, que con las leves rupturas del Tuerto López y de Greiff, los atisbos vanguardistas de vidales, precedidos de los poemas Gotas amargas (algunos incluidos en la antología) de José asunción silva, se perfila esa línea disidente que, como he señalado, no logra sostenerse de manera constante en nuestra poesía, mientras en los otros se ven los tránsitos del romanticismo al modernismo y el trazo prevaleciente del intimismo lírico.

Esta trayectoria intimista definida desde José Eusebio Caro, pasa por Pombo, Flórez, isaacs y silva, atraviesa el siglo xx con arturo, Fernando Charry Lara, Rogelio Eche-verría, Giovanni Quessep, José Manuel arango y voces

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más recientes. si bien en ellos se destaca la llamada música del alma que transita por parajes evocativos, de ensueño y nostalgia, en los más contemporáneos asoma el espíritu de decadencia y desencanto. La otra corriente determina a veces la conciencia de un universo que al romperse se ma-nifiesta en mueca expresada con ironía crítica. después de Gotas amargas pasa por López, de Greiff, algunos poemas de barba Jacob, determinada postura de Gaitán durán, Eduardo Cote Lamus, Héctor Rojas Herazo y Álvaro Mu-tis, así como por los énfasis antipoéticos de los Nadaístas y la ironía conversacional de Mario Rivero, el revés de la nostalgia de darío Jaramillo agudelo, el carácter incisivo de Juan Gustavo Cobo borda y María Mercedes Carranza, la mirada de soslayo de Juan Manuel Roca y en ocasiones de Piedad bonnett, quienes sin apartarse del intimismo, ofrecen una percepción aguda y crítica de la realidad o de la condición humana, y en ocasiones buscan estéticas más próximas a lo prosaico que a lo lírico, es decir, más que la música de las palabras y del alma, atienden al ruido de la realidad y la existencia15.

En el ir y venir entre las temporalidades y voces que ofrece la colección, van sucediendo etapas cumpliéndose ciclos. imperceptiblemente se pasa por la plenitud del xix y su romanticismo (isaacs, Pombo), la Gruta Simbólica (Flórez), La Lira Nueva y los albores del modernismo (silva), por El Centenario (El Tuerto, barba Jacob y Rivera) y Los Nuevos (de Greiff y vidales), y entre las décadas del 30 y el 40 Piedra y Cielo (arturo Camacho Ramírez), los Cuadernícolas (Charry Lara), el llamado “paradigma arturiano”, para a mediados del siglo xx y en plena violencia partidista la revista Mito que circuló de 1955 a 1962 y que fuera animada por Gaitán durán y la compañía de Eduardo Cote Lamus y el crítico

15 agregaría la poesía cruda y escatológica de Raúl Gómez Jattin y el cinismo inclemente de la poesía de Harold alvarado Tenorio.

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Hernando valencia Goelkel. de los años 60 y la irrupción del Nadaísmo (Jotamario, Jaime Jaramillo Escobar, armando Romero) y de los setenta la Generación sin nombre o de Golpe de dados (Giovanni Quessep, augusto Pinilla, José Luis díaz Granados, Cobo borda, Jaramillo agudelo, María Mercedes Carranza), para desde ahí apreciar diversidad de voces que por razones generacionales se van incluyendo en uno y otro grupo, entre quienes están Meira delmar (contemporánea de los Cuadernícolas y Mito), Héctor Rojas Herazo, Rogelio Echeverría (Mito), Óscar Hernández (contemporáneo de Mito), Mario Rivero (entre Nadaismo y Generación sin nom-bre), nicolás suescún, José Manuel arango, Juan Manuel Roca, además de la variedad de poetas que con el amplio abanico de tendencias posteriores no han sido considerados de manera grupal, muchos de ellos nacidos desde finales de los cuarenta.

Con el paso del tiempo la idea de grupo se diluye y los intereses de los autores no siempre responden a postulados comunes, como sucedía con las tertulias y cenáculos del si-glo xIx16, o con los grupos poéticos que lograron derroteros comunes en el siglo xx. Es con Mito que se logra poner a tono la literatura y la cultura nacional con el resto del mundo y tomar conciencia de las palabras como hechos históricos, según se colige de la contundente frase de la página editorial del primer número en 1955: “las palabras están en situación”. Pero quienes con gestos iconoclastas se autodenominaron Nadaístas constituyeron una nueva respuesta de oposición al aburguesamiento de las tradiciones, y surgió en el país casi al mismo tiempo que Cien anos de soledad al proponer cambios a través de manifiestos y actos que fueron entendidos como formas del espectáculo17. En los setenta, La Generación sin

16 Muchas de puertas abiertas a individuos y expresiones creativas, como La Gruta Simbólica.

17 no sobra señalar que esta actitud fructifica años más tarde en la narrativa colombiana, abriéndose en perspectivas que, particularmente a fines de los

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nombre no actuó como grupo sino fue definida al tener en cuenta la confluencia de poetas de edades semejantes, cuyos intereses poéticos eran personales y apuntaban a temas y formas diferentes. se vivía la plenitud de la narrativa del boom latinoamericano y eran épocas de consignas y búsquedas, como las que, entre otras, animaron la Primavera de Praga y Mayo del 68 en París.

Una fotografía de 1968 reúne a quienes pueden consi-derarse pioneros: Henry Luque Muñoz, Álvaro Miranda, darío Jaramillo agudelo, david bonells Rovira, José Luís díaz Granados, Juan Gustavo Cobo borda y augusto Pi-nilla. Los jóvenes poetas de la fotografía han conservado durante más de cuarenta años la convicción de un destino común alrededor de la fidelidad a la poesía y a lo poético y comparten con otros que entraron o salieron por amistad o concepción. Fue así como muy tempranamente se incluyó a Giovanni Quessep, a Jaime García Maffla, William agudelo y Elkin Restrepo, para luego ampliar el grupo con María Mercedes Carranza y Martha Canfield, ésta última quien además de escribir poesía se preocupó por estudiar y divul-gar en el país y en el exterior a muchos de sus compañeros de generación. Con el paso del tiempo, se amplió panorama en el que hasta han tenido cabida José Manuel arango, Juan Manuel Roca, Harold alvarado Tenorio y otros, que a tenor de lectores, estudiosos, críticos o antólogos, en el afán de explicar el momento histórico y cultural en el que se dio, han llevado a abrir el abanico y la denominación, pues unos lo vinculan a la revista de poesía Golpe de dados, otros, siguiendo momentos históricos lo relacionan con el Frente nacional y la llamada por isaías Peña Generación del

años setenta dio paso a expresiones no solo contestatarias e irreverentes, sino a búsquedas de estructuras y lenguajes críticos que asumieran la tradición renovándola, así como las formas de pensamiento más actuales, como en el caso de R. H. Moreno-durán, Rodrigo Parra sandoval, y más adelante, Fernando vallejo.

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bloqueo y el estado de sitio, mientras otros, desde categorías más existenciales lo denominan Generación desencantada18.

Cuando el 10 de diciembre de 1967 Álvaro burgos Palacios publica en Lecturas Dominicales de El Tiempo el artículo en el que llamaba la atención sobre autores jóvenes, insiste en la búsqueda de nombre para una generación que iniciaba su trasegar en la poesía. En 1969, la revista argentina Cormorán y Delfín incluye en sus páginas a algunos de ellos, y en 1970 la editorial adonais de Madrid publica Antología de la Gene-ración sin Nombre, con selección y prólogo de Jaime Ferrán, con la cual legitima la existencia de ese grupo de escritores cuyo mayor punto de unión fue el de la voz personal que apuntara a la conciencia del poeta y de la condición poética. La consagración al oficio se ha sostenido en cada uno de ellos, la mayoría ha escrito ensayo y en el caso particular de Miranda, Jaramillo agudelo, díaz Granados y Pinilla han publicado narrativa, en la que en general conservan su compromiso con un ideal de literatura y creación.

Luque Muñoz matiza esto al referirse a las “pandillas líricas” que al agruparse por “afinidades generacionales, literarias, culturales y hasta etílicas” ejercen “cierta endo-gamia de tribu” (1996, p. 55). no sobra decir que de alguna manera éstas se prolongan a nuestros días y se definen por edades, regiones y actividades.

al seguir el proceso cronológico de la poesía colombiana, el mismo Luque Muñoz resolvió “denominar ‘Generación de los 80’ a los poetas posteriores a la ‘sin nombre’, nacidos después de 1950”, reconociendo en 1996, cuando publica en

18 véase: James J. alstrum (2000). La generación desencantada de Golpe de Dados: Los poetas de los anos 70. bogotá: Fundación Universidad Central. Colección 30 Universidad Central. Harold alvarado Tenorio (compilación) y antonio Caballero (prólogo) (1985). Una generación desencantada. bogotá: Universidad nacional de Colombia. Y la ya citada María Mercedes Carranza: “Poesía posterior al nadaísmo”. Manual de Literatura Colombiana (1988). bogotá: Procultura-Colcultura, tomo II.

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México Tambor en la sombra. Poesía colombiana del siglo xx, que “tiende a ser fijada otra frontera a partir de 1990, las comunes referencias estéticas, salvo matices, las coincidencias en la actitud ante el lenguaje” (41), lo que implicaría que cada generación responde a cambio de década, casi veinte años después de estas afirmaciones, pueden tenerse en cuenta dos generaciones más. En mi caso particular, prefiero pensar en promociones, antes que en generaciones.

al revisar el estado actual a partir de los diversos libros de los autores incluidos en la colección, es clara la repre-sentación de los nacidos entre las décadas del cuarenta a los ochenta. La de los cuarenta o los albores de ésta, incluye poetas al margen de grupos generacionales, y oriundos de Carmen de viboral (antioquia), Miraflores (boyacá), Me-dellín, Cali, bogotá y Cúcuta, como José Manuel arango, reconocido como poeta insular de sugestivo y económico tono lírico concentrado en paisajes interiores y urbanos; Eduardo Gómez y su voz meditativa de la experiencia capaz de cantar al tiempo y a la soledad desde el “pájaro oculto en el follaje”; nicolás suescún, que aúna el juego del vuelo lírico con la realidad prosaica; Elkin Restrepo, cuya conden-sación de instantáneas poéticas resume las simples cosas que hacen la vida; armando orozco, con rasgos cercanos a la poesía de Luis vidales, destaca vacío e indiferencia, miedo y desgracia con ironía nostálgica; y david bonells, incluido a veces en el Nadaismo o la Generación sin nombre, en quien la precisión de las imágenes se detienen en la impaciencia vital y remiten a lo instantáneo.

La colección se amplía mucho más con los poetas nacidos a fines de la década de los cuarenta y durante los cincuen-ta. si en el anterior grupo María Mercedes Carranza es la única mujer, en este figuran ocho autoras acompañadas por cerca de dieciséis poetas. aunque prevalecen los naci-dos en bogotá, hay de diversas regiones del país: Tolima (ibagué, Guaduas, Guamo), antioquia (amalfi, Girardota, Medellín), valle (santiago de Cali), atlántico (barranquilla),

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norte de santander (Pamplona), bolívar (santa Catalina de alejandría), Caquetá (Florencia), sucre (sincé), Córdoba (sahagún) y boyacá (Toca). a medida que se avanza en el tiempo, se advierte que la gran mayoría ha adelantado es-tudios universitarios y que se ha desempañado en asuntos académicos o culturales.

ante la dificultad de analizar detalladamente a cada cual, acudo a la variedad de matices que caracteriza el abanico de propuestas temáticas y formales: hay poemas cosmogó-nicos o cargados de cosmogonías, en los que la naturaleza y la palabra cobran vida y se salen del paisaje (los de Juan Carlos Galeano, por ejemplo), tal vez menos abismales y existenciales que en otros momentos, hay poemas concep-tuales, reflexivos, evocativos, burlescos, amorosos, de vida cotidiana y de ciudad, del cuerpo y los sentidos. si bien la lírica tradicional parece desvanecerse en algunos de estos libros, y si en uno los versos convocan poetas mientras se reflexiona sobre el tiempo o la luz que llega a la palabra hasta “devorar el silencio” (Álvaro Rodríguez), en otro no menos reflexivo y con reconocido sentido del humor, sin acudir a temas trascendentales subraya con ironía la fragilidad de la existencia (orlando Gallo). si se dibujan miniaturas con sutiles palabras que parecen buscar la poesía como algo orgánico (Rómulo bustos), se percibe el desplazamiento de lo cotidiano tradicional al espacio de una prosa poética que apresa el objeto (Fernando Herrera), o el de una contunden-cia y desgarrada poética que en tono de prosa hace vivir el dolor y la violencia (Mery Yolanda sánchez). si en otro libro se percibe la búsqueda de precisión absoluta, como si la poesía formara parte de una “libreta de apuntes” donde se consigna lo esencial (Gustavo adolfo Garcés), en otros los poemas marcan travesías de viaje, son voces del tiempo, fronteras, sombras que se levantan, soledades de dioses huidizos. Un caleidoscopio poético define este grupo de libros, en los que sin rupturas determinantes, la variedad de tonos matiza el carácter lírico e intimista.

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no son muchas las variables en quienes han nacido en las décadas siguientes. sin embargo, se nota en el proceso creativo que va de la década de los setenta al presente, el escepticismo como una marca de la conciencia de decadencia y a veces de fracaso y desaliento. si hasta sus últimas publi-caciones poéticas y sobre todo ficciones, Mutis se apoyaba en la desesperanza como una de las formas de la lucidez para asumir la vida en sus riesgos, en los autores más recientes de las diversas expresiones artísticas y literarias, prevalece el escepticismo. afectados por el pasado y por el desastre que caracteriza la contemporaneidad, los creadores lo testi-monian. si la poesía que se publicaba a mediados del siglo xx mostraba las repercusiones de la violencia rural, la de las últimas décadas refleja la decadencia de los valores, el énfasis en la ciencia por encima de las creencias, y búsquedas en muchas direcciones o abulia consumada. El yo fragmentado y el espíritu de crisis que resuena en todas partes.

En el caso de los poetas nacidos en los sesenta algunos están publicando sus poemas a partir de las dos últimas décadas, varios cultivan diferentes géneros y actividades; así por ejem-plo, Jorge Hernando Cadavid, Hernán vargas Carreño, Juan Felipe Robledo y habría que agregar a Óscar Torres duque, están en el ambiente académico y son ensayistas o antólogos; Luz Helena Cordero escribe literatura para niños así como Ramón Cote, quien también es cuentista; otros dirigen revistas como Rafael del Castillo, quien además hace lo propio con el Festival internacional de Poesía de bogotá, el Encuentro internacional de Poesía Universitaria y la revista Ulrika; Juan Pablo Roa dirige una revista de poesía en barcelona, y Robledo, Cadavid y Cote están en la línea de las antologías. varios son de bogotá y Pamplona, otros de Zapatoca o bucaramanga. son voces particulares y la mayoría tienen reconocimientos nacionales e internacionales. si de caracterizar su poesía se trata, habría que hacer aproximaciones individuales, pero la promoción podría revisarse en esa determinación de ser espectadores de los días, caminantes de las ciudades y sus

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ámbitos interiores, testigos de la música o de los autores de quienes reciben su legado. varios se apoyan en la prosa poética a veces conversacional sin ser coloquial, o en la prosa introspectiva que incita a la reflexión; otros persisten en el poema de imágenes metafóricas y rítmicas que nacen del silencio y la evocación. Los hay atormentados, con cierto dejo de ironía al referirse a la vida como fracaso o como permanente desvanecimiento. algunos escriben versos casi epigramáticos y otros se acercan a la delicadeza oriental que se aleja de la realidad externa, histórica y personal, en un afán de regresar a la música contenida de los objetos y de la naturaleza minúscula.

Entre los poetas nacidos de 1970 a 1982, el hilo conduc-tor no rompe la travesía y refuerza las marcas del proceso. no son muchos en la colección, pero lo suficientemente representativos de lo que las nuevas promociones ofrecen, entre hombres y mujeres de bogotá, bucaramanga, itagüí, Medellín, barrancabermeja, barranquilla, bolívar (Cauca). algunos con cierta trayectoria, otros con uno o más premios, otros con primer libro. si se reconocen voces personales por el acento lírico que juega con las palabras, también se captan a quienes quieren cambiar las estructuras de los versos para dibujar poemas o experimentar con la abolición de letras para enfatizar el derrumbe, o a quienes sugieren que es el aire el que dibuja el paso del tiempo o que en las ciudades se extrema la imagen de la caída y de lo prosaico que viene de otras urbes, otras músicas, otros ritmos y fragmentos. También hay voces que cuestionan los viejos paradigmas y muestran su desmoronamiento, o las que con ternura señalan el dolor o el vacío. Y no faltan, por supuesto, quienes con profundo escepticismo cantan con agudeza las heridas del presente y otros aconteceres19.

19 Para un seguimiento de todos los poetas publicados en la colección Un libro por centavos, véanse los artículos que comparten con éste los aportes de la

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La travesía cumple su periplo y la sostenida lírica inti-mista alterna en ocasiones, sin imponerse, con esa vertiente en cuya gravedad se siente la punzada de la burla y el des-garramiento que pretenden quitar solemnidad a la música de las palabras y del sentimiento. octavio Paz definiría esta oscilación poética entre la analogía y la ironía. La primera partícipe de lo sagrado. La segunda a lo prosaico y bizarro: “la herida por donde se desangra la poesía”.

SI de MujereS Se trata…

Maruja vieira y Meira delmar, nacidas en 1922, trazan en los números 30 y 36 de esta colección la ruta de inicio de la poesía escrita por mujeres. Es fácil advertir que sus lenguajes, perspectivas y concepciones no son muy distintos de los del corpus mencionado y en muchos aspectos responden al espíritu de los Cuadernícolas. su tono y sus temas van variando a tenor del paso del tiempo y según la experien-cia de cada cual, reflejando a la manera de cada intimismo existencial, conciencia del paso del tiempo, inquietudes políticas urbanas, según el caso, la talladura de los exilios y las ausencias. no reniegan de su género y son exquisitas voces de mujeres, lo que imprime una manera particular de sentir, expresar y elegir su lenguaje, sus giros, su propia sensibilidad.

al hacer un somero recorrido por la poesía escrita por mujeres en Colombia, el punto de partida está en la Colonia, indudablemente con la madre Francisca Josefa de Castillo, sigue en el siglo xIx especialmente con silveria Espinosa de Rendón y agripina Montes del valle, esta última destacada como “la más ilustre de las poetisas colombianas”, al decir antonio Gómez Restrepo. Entrados en el siglo xx, no cabe

misma. El de Leonardo Gil incluye la bibliografía pormenorizada de todos los libros de los autores colombianos.

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duda sobre la importancia de Matilde Espinosa (1910-2008), Emilia ayarza (1919-1956), dora Castellanos (1924) y olga Elena Mattei (1933). de esta última se han destacado variados registros, entre ellos su refinada sutileza erótica, el acento cosmogónico del poema largo (“Pentafonía”), el compromiso social y el juguetón gesto burlesco de su decisivo poema “La señora burguesa”20.

así como comentaristas del país o del exterior destacan a Maruja y Meira como representantes de la poesía femenina latinoamericana, reconocen la delicadeza que deriva del piedracielismo que en ellas adquiere voz propia al inde-pendizarse de sus contemporáneos. La primera, reconocida hoy “decana de las poetas colombianas”, al crear sugestivas atmósferas plenas de color y penumbra, la rebeldía ante las pérdidas y los vacíos, la conciencia del paso del tiempo por el cuerpo y por la vida. En varias ocasiones Cristo Figueroa ha destacado particularmente el uso perfecto de las formas clásicas y un tono coloquial más contemporáneo, además del carácter evocativo que se vuelca en retratos de sí misma, de poetas, de artistas, de amigos y de seres anónimos. En la antología publicada en “Un libro por centavos”, Todo lo que era mío, hay una muestra completa de ese universo que baldomero sanín Cano reconociera originado en la palabra, al decir que Maruja vieira “la hizo cumplir su destino. La circundó de una atmósfera luciente, le infundió vida, formas sublimes y un poder mágico de comunicación”21.

Por su parte, Meira, quien falleció en el 2009, como su-giere el título de su antología: Alguien pasa, refleja también

20 Para un conocimiento más exhaustivo de la poesía escrita por mujeres, es útil consultar las publicaciones del Museo Rayo y sus diversos Encuentros de Poetas en Roldanillo, y particularmente las selecciones y estudios de Guiomar Cuesta sobre el tema. véase: el estudio y selección de Guiomar Cuesta y alfredo ocampo Zamorano (2013). Poesía Colombiana del Siglo XX escrita por mujeres. bogotá: apidama. a la fecha está publicado el Tomo i y programado para varios volúmenes.

21 Contracarátula.

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el sentido del pasar, la exquisitez asimilada de sus ances-tros orientales, la rigurosa y cuidada forma clásica que va del verso a la prosa y la constante del amor que entreteje a ámbitos de la vida cotidiana. ariel Castillo reconoce sus temas recurrentes y el cambio de la ensoñación de sus primeros poemas a una conciencia de duda más compleja, una “angustia no dicha”, determinado registro erótico, la experiencia de distintos paisajes, entre ellos la ciudad, la reflexión sobre la palabra, la mitología, el arte y la literatura.

La travesía hace sus piruetas en la colección, hasta llegar al ejemplar número 6 dedicado a María Mercedes Carranza (1945-2003), quien marca un hito entre las voces femeninas. Fundadora en bogotá de ese lugar icónico del país denomi-nado Casa de Poesía silva, el tono personal, atormentado y sarcástico, fue caracterizado por la “conversación hablada” como señala darío Jaramillo agudelo y el carácter corajudo de “esa tristeza que ríe”, “y que no le impide hacer la guerra como se debe hacer”, según palabras de Ernesto volkening, en la contracarátula.

Con la desaparición de María Mercedes Carranza, vale decir que la narradora, dramaturga, traductora y profesora universitaria, Piedad bonnett (1951), varias veces galardonada nacional e internacionalmente, adquiere mayor reconocimien-to y figuración en el campo de la poesía escrita por mujeres. a veces con humor irónico y profundo desgarramiento, su intimismo se regodea en lo cotidiano y doméstico, expresado con un lenguaje puntual, tono grave y sin abuso de imágenes metafóricas. si bonnett corresponde al número 20, en adelante se van encontrando voces nacidas entre finales de la década de los cuarenta, pasando por los cincuenta, sesenta, setenta y ochenta. no cabe duda que en todas, en mayor o menor grado, se perciben las antenas de su tiempo. no están nece-sariamente sujetas a las definiciones convencionales: nada de miniaturas que las hagan ver como a las decimonónicas guardianas del hogar, nada de excesos melosos y exaltaciones religiosas o patrióticas, nada de reivindicaciones de género

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ni sumisiones, por el contrario, se plantean la escritura como parte de la vida cotidiana, las pasiones o los viajes, lamentan la existencia o la celebran, preguntan por “la loca carrera”, se abandonan al amor y al deseo, aceptan el paso y el peso de los días, se miran al espejo y hasta cuestionan las rutinas, exaltan poetas, músicos y otros personajes en sus versos y no son ajenas a las guerras propias o de otros territorios.

El lector que haga este recorrido por los libros de las autoras22, pasa sucesivamente por ámbitos cósmicos y ciu-dades lluviosas, por la rotunda intimidad del poema que teje versos en silencio como “claves de la vida”, y por el vuelo de pájaros que “gravitan como caligrafías”. Puede notar que “el día es como siempre”, que la “poesía planea imperturbable”, que la “luz comienza en el punto más ne-gro” y las litografías “muestran desiertos infinitos”. Cada una explora la existencia y el mundo a su manera, ilumina la sombra, canta a la mosca que atraviesa la noche aguje-reada, a la piel que se rasga, a la memoria de los cuerpos y a los abrazos que se pierden. Y mientras alguien ve tejer la urdimbre de los días, un gato se mira en los espejos donde está la “memoria del deseo insatisfecho”. Hay quien habita palacios de encierro y rompe el mundo idílico con versos punzantes como si diera la última batalla, y también quien en poemas próximos a la ficción mínima ve florecer la flor nacional en orquídeas negras que reflejan acuarelas de la muerte. sorprende la poca figuración de algunas de gran altura poética en las antologías, así como no deja de extrañar el desdén con el que a la gran mayoría se ignora.

22 a la fecha, estas son las publicadas en distinto orden, además de las ya mencionadas: Martha Canfield (Uruguaya de nacimiento y colombiana por adopción), Renata durán, María Clara ospina, Laureen Mendinueta, Tallulah Flores, Luz Helena Cordero, Mery Yolanda sánchez, María Eugenia sánchez nieto, amparo osorio, orietta Lozano, Claramercedes arango, amparo villamizar, María Clemencia sánchez, Luisa Fernanda Trujillo, Catalina González, Lucía Estrada, andrea Cote y Luz Mary Giraldo.

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aquello abiertamente agresivo con el que en otros mo-mentos algunas buscaron cierto efectismo para llamar la atención por su género y su cuerpo, ha cambiado por otro quizás más honesto y verdaderamente poético y reflexivo. Por eso se destacan los someros atrevimientos desmitificado-res y prosaicos con los que algunas tuercen concepciones y estructuras. Lo inefable soñado no existe en ninguna, menos en las más jóvenes. se retratan miserias en la sombra que le pesa al cuerpo, retratos líricos, fantasmagorías personales que miran el vacío. no niegan la muerte como algo natural y cotidiano en ese mundo de bocas vacías donde “nada existe. Tan sólo sucede”. Considero que este corpus merece un análisis pormenorizado de cada una de las autoras, pues esta primera lectura solo pretende ser global y contextual.

Es necesario insistir: afortunadamente la colección ha sido incluyente y ha tenido en cuenta a veintidós autoras colombianas, salvando del silencio a las que no han sido suficientemente incluidas en antologías, incorporadas al canon o institucionalizadas, a pesar de premios y publicacio-nes. ¿Quienes y cuántas han sido publicadas en las grandes editoriales? ¿a cuáles se refieren los periodistas culturales?

LoS poetaS INdíGeNaS taMBIéN tIeNeN La paLaBra

Mención aparte merece la creación indígena. Un ejemplar, el número 73 reúne tres voces que constituyen una buena muestra de poesía que está fuera del canon conocido y sin embargo, comunica toda una perspectiva de las conviccio-nes y mundos expresivos y expresados en sus tradiciones, con lo que se definen unos rasgos de su identidad. En los tres poetas se perciben esos profundos nexos con culturas ancestrales: visión cosmogónica, simbologías y analogías correspondientes a los principios de la Creación, concepcio-nes y ritmos sagrados, profunda relación con la naturaleza y el paisaje, arraigada concepción de la mujer, de la palabra.

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Es conveniente advertir que estas manifestaciones han adquirido un estatus cultural no solamente etnográfico, antropológico o arqueológico sino literario. se reconoce en el continente americano y en el concierto mundial, lo que se refleja en frecuentes convocatorias nacionales e internacio-nales que van de encuentros poéticos a congresos, cátedras, publicaciones, premios, en fin, que tienen en cuenta otras interacciones multiculturales. no sobra reconocer que en estas manifestaciones la poesía de afroamericanos también se ha destacado, particularmente en las voces de Candela-rio obeso y Jorge artel, sobre quienes existen selecciones y análisis23. Entre las reconocidas publicaciones sobre el indígena en Colombia, se encuentran los estudios y selec-ciones poéticas del ensayista Miguel Rocha24, los estudios de las tradiciones guajiras de Weilder Guerra Curvelo25, los diversos análisis de Fernando Urbina26, las antologías de literatura guajira de Gabriel Ferrer, y otros que se unen a la amplia producción ensayística de autores nacionales y extranjeros, que desde hace décadas se detienen en las características de estas expresiones, sus orígenes, el torrente verbal de su oralidad y el carácter mítico y legendario.

Freddy Chikangana, vito apüshana y Hugo Jamoy, de distintas etnias, representan este grupo que corresponde al número 73 titulado Herederos del canto circular. Este es un verdadero homenaje a la poesía indígena de diversas regio-nes, lo que explica que se inicie con el “Poema de creación

23 Graciela Maglia (2010). Si yo fuera tambó. Poesía selecta de Jorge Artel y Candelario Obeso. Editorial Pontificia Universidad Javeriana.

24 Miguel Rocha vivas (2012). Palabras mayores, palabras vivas. Tradiciones Mítico-Literarias y escritores indígenas en Colombia. bogotá: Taurus. Edición ampliada y revisada de la 1ª edición en 2010.

25 Weilder Guerra Curvelo (2001). La disputa y la palabra. La ley en la sociedad wayuu. bogotá: Ministerio de Cultura, i/M Editores Ltda.

26 Fernando Urbina (2004). Diijoma, el hombre-serpiente-águila. bogotá: caB. Fernando Urbina (2010). Las palabras del origen, breve compendio de la mitología de los uitoto. bogotá: Ministerio de Cultura.

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de los seres y las cosas”, de los Huitotos, seleccionado por Jorge Zalamea e incluido en La poesía ignorada y olvidada, publicada por Casa de las américas en Cuba (1965). vienen luego dos poemas de los Kunas que definen su relación con unas tradiciones y forman parte de la antología Poesía indígena de América (1988) preparada por Guillermo alberto arévalo: “Canto de solidaridad”, de sugestivas imágenes que aportan al sentido comunitario, e “ipelele”, de abadio Green, de marcada relación con la naturaleza, los principios ancestrales y la memoria.

si bien los lenguajes de los tres poetas indígenas recientes son similares, sus rasgos específicos y sus raíces no dejan de participar de las convicciones idílicas sustentadas en remanentes míticos y legendarios. así, por ejemplo, de Freddy Chikangana, en su mundo indígena más conocido como Wiñai Mallki y quien estudió antropología en la Universidad nacional de Colombia y ha sido merecedor de notables galardones, están presentes las palabras ancestrales, el espíritu de los pájaros, de la madre tierra, de los ríos, de los elementos, del sueño y el significado de la minga. El poeta se erige cantor y el poema es “un hilo/ en el viento”. al aprovechar las versiones en español y la transcripción de algunos poemas en quechua, el lector puede captar otras formas de sugerencia presentes en los ritmos y sonidos a veces onomatopéyicos. afirma Rocha que una de las claves temáticas de Freddy “como escritor y líder comunitario, es claramente la del despertar la memoria a través de la palabra. se convierte así, para sí y para los suyos, en una suerte de despertador poético que da la hora en otro tiempo, el de su remembranza, con tal de voltearse y ponerse de pie aquí, en su p’acha, que es tierra, tiempo y abundancia” (2010, 176-177). Y de sus poemas, afirma que “los muertos despiertan no de su muerte, sino de su olvido” (174), reconociendo, además, que en su poesía hay claridad sobre la vida en el territorio originario, a diferencia del mundo de las ciudades donde todo está muerto. a esto agrego el rasgo de conciencia de

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presente que dice en un verso: “la historia es tan miserable /que los ríos prefieren callar…”.

Poeta de heterónimos, vito apüshama, conocido también como Miguel Ángel López y Malohe, se auto define como “un poeta guajiro de origen wayuu”. Es un líder político-cultural que estuvo, como recuerda Rocha citando sus palabras: “dedicado en su rincón natal al quehacer diario de un wayuu común (el pastoreo, la búsqueda de agua, el comercio…) y también a escribir leyendas, cuentos, poemas” (153). si Malohe es el nombre del poeta premiado en Cuba (nombre hecho con las primeras iniciales de su nombre de pila), Miguel Ángel López Hernández es el de faceta política, textos críticos, investigaciones y publicaciones por la red y vito es el “contrabandista de sueños” incluido en las anto-logías. Cada heterónimo refleja una experiencia diferente: uno corresponde al proyecto continental indígena, es un ideólogo, un escritor supranacional que “se siente destinado a la recolección de los guijarros” (159) y el otro es la vigilia y el sueño del indio wayuu, el del viaje a los orígenes. En otras palabras, y siguiendo a Rocha: vito encarna al escritor y poeta wayuu en Miguel Ángel López Hernández y Malohe personifica al escritor panamericano de origen indígena.

En español y wayuu, los poemas de la selección hablan de los mitos vivos en las figuras evocadas del Hombre-Jaguar; de la luz que emana de los sueños en los que están las mujeres-aves “que nos abrigan”; de la huella de los an-tepasados donde “morimos como si siguiéramos vivos”, de la madre tierra y de las mujeres que dan sombra protectora. Hablan de sus tradiciones como pastores en una vida que “nos pastorea”; de los contrarios donde están la oscuridad y la luz; de los cementerios familiares actuales o inmemoriales; de la tierra donde “de su barro se forja nuestro rostro” y donde “la vida florece en la calma”. Las analogías con los cuatro elementos y simbolismos numéricos, espaciales, de los puntos cardinales, aluden a los orígenes donde coexis-ten la vida y la muerte, los sueños venideros, los espíritus,

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las autoridades, los parientes, desde un yo poético que es “tiempo de lluvia de mi madre”.

Hugo Jamioy (1971), el más joven de los tres poetas de Herederos del canto circular, es sibundoy y escribe en lengua camëntsá. si se caracteriza por promover tradiciones y obras de otros indígenas, también por la mezcla de escritura alfa-bética con ideogramas de los coloridos de las máscaras, las fajas o los chumbes (Rocha 185) y por sus poemas breves, de dos o tres líneas, como éste: “Hoy”: Hoy es el tiempo/ manana/ puede ser nunca”. dos vertientes hay en su poesía: una se arraiga en la voz de los ancestros, las cosmogonías, los asombros, la experiencia con el yagé como medicina tradicional (son más pictóricos), las búsquedas, como dice en “buscándome”: Durante anos/ he caminado buscándome// ¿Cómo voy a encontrarme/ si los lugares/ donde escarbé/ están fuera de mi tierra?. otra, sin desprenderse de la anterior, es más prosaica y está entrelazada a sus convicciones. así, si el yo poético percibe que en sus sueños le “están apagando la luz”, afianzando las diferencias lingüísticas y culturales puede preguntarle al señor presidente: “¿En qué lengua/ están escritos sus sueños?”, así como puede entender que las leyes de otro gobiernos generan líneas que separan y no permiten lo que antes eran “puntos de encuentro”.

Los tres poetas incluidos, no cabe duda, reflejan muy bien otras corrientes apoyadas en culturas y lenguajes colectivos que también tienen la palabra. Más que íntima, es sugestiva palabra sagrada comunitaria. Ellos mismos reconocen que su interés radica principalmente en caminar con su pueblo, que por eso nunca están solos, que guardan “la semilla del ensueño” y tienen “los pies en la cabeza” para que sus pasos nunca sean ciegos.

* * *

diez años y cien libros: una verdadera aventura poética. Una aventura de quijotes. Cada libro de esta colección es

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como los versos del epígrafe: un pájaro que busca nuevos horizontes. Pero también, línea en un croquis donde se dibuja el mapa de nuestra identidad poética. al leer el conjunto se encuentra un tesoro. La lectura implica una travesía que hace estaciones entre poetas y poéticas y entre voces que han sido únicas y decisivas y otras que en su conjunto reflejan vasos comunicantes, afinidades y diferencias, alternancias. Cada poemario es, a su manera, una botella al mar y una carta que busca interlocutor en el destino de las letras.

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la ciudad en la poesía colombiana

juaN MaNueL roca

1. uNa cIudad revISItada

a manera de umbral al tema de la ciudad en la poesía colombiana quisiera rastrear primero viejas visiones que tuvieron algunos viajeros e historiadores del pasado.

Cualquier hombre moderno sabe que las palabras bau-delaire y “flaneur”, es decir, poeta andariego y ciudad, son de la misma estirpe, de la misma naturaleza.

Las ciudades han sido un asunto tratado y develado en sus espacios secretos, quizá de manera más clara y contun-dente por sus escritores y poetas, que por los estudiosos desde el ámbito urbanístico o sociológico.

víctor Hugo y el París de las cañerías y los albañales. El México ferroviario en la obra de Fernando del Paso y de su “José Trigo”. buenos aires y una mitología casera en Manuel Mujica Laínez, para no hablar de los mitos arraba-leros de borges o del Montevideo orillero de Juan Carlos onetti. La decadente santiago de José donoso, la ciudad de las columnas que parece fundada por alejo Carpentier, la Caracas en la que envejece un hombre becketiano como el personaje conmovedor de adriano González León. La Lima horrible de salazar bondy y vargas Llosa, la triste fundación de un conato de ciudad debida al poeta de Martinica aimé Cesaire, todas ellas nos remiten más que cualquier teoría de lo que se ha dado en llamar con facilismo literatura urbana,

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al sentir de quienes vivimos en la ciudad, entre sus cuatro muros cardinales. a lo mejor Lisboa haya sido en realidad fundada por Pessoa y no hace tres mil años como se dice o cuando fue colonia de los fenicios. a lo mejor fue silva y no Gonzalo Jiménez de Quesada quien fundó a bogotá, por lo menos aquella ciudad nocturna de “perfumes y de música de alas”.

a manera de introducción, intento un breve recuento de los encuentros que he tenido con bogotá en muchos parajes de libros variopintos, de diferentes momentos de su historia y de sus imaginarios.

Esta es, como buena parte de las ciudades del tercer mundo, una urbe cuya belleza no se le entrega de manera fácil al mal viajero. Me recuerda la saga de la bella mujer envuelta en piel de asno, en una cierta aspereza que hay que encontrar bajo su abrigo de harapos. ocurre que quien encuentra esa belleza escondida, ya está perdidamente enamorado y quizá sin un remedio posible.

Es posible que nuestras ciudades hayan sido menos mi-tologizadas que buenos aires o que ciudad de México, para solo citar dos urbes latinoamericanas de muchos registros en prosa y verso.

Es posible que la ciudad no haya sido motivo expansi-vo de inspiración para historiadores y que algunos de sus poetas, narradores e historiadores hayan sido refractarios a su trato con ella.

voy a itentar un rastreo intermitente a partir de la ciudad revisitada desde la escritura, de manera ecléctica como es la ciudad misma. La ciudad burguesa y los hombres del burgo, sufren tal grado de mutaciones que cada poeta puede verla de distinta manera, de acuerdo a su talante, pero difícilmente puede permanecer indiferente ante su dinámica evidente o secreta, tras sus sitios emblemáticos y la dura y estimulada fragmentación social.

otra cosa es su prehistoria, los hechos grande y terribles en su condición fundacional. o´Leary cuenta, al evocar a

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simón bolívar, que el libertador no quería, tras librarse la batalla de boyacá, que santafé siguiera llamándose de tal manera. deseaba que la ciudad tuviera como nombre, en honor al religioso español a quien consideraba americano, Las Casas.

si bolívar hubiera cumplido su deseo, hoy hablaríamos de Colombia, Capital Las Casas, y tendríamos el gentilicio de delascasinos o, sencillamente, casinos, donde quizá pu-dieramos jugar el corazón al azar sin que ojalá, como a José Eustasio Rivera en “La vorágine”, nos lo ganara la violencia.

desde la prosa de o´Leary sobre la antigua capital, son cientos los viajeros que han descrito la ciudad. Eduardo Posada recuerda en sus “narraciones” que un militar grin-go, en 1820, hablaba de los rincones que encontró en estos pagos sabaneros hoy llamados bogotá. Y anota la gracia de nuestros nativos espacios vertidos al inglés. así, la bogota-nísima zona de Las nieves es señalada por el viajero como “our Lady of snows”, la iglesia de Las aguas, como “our Lady of Waters”, entre otros líricos nombres de las capillas de la ciudad.

Entre 1828 y 1839 vivió acá augusto Le Moyne, autor de “viaje y estancia en la nueva Granada”, un libro que registra costumbres de una época adormilada y virreinal. Es difícil que los bogotanos de hoy se imaginen lo que el viajero francés vió al arribo al poblado neogranadino: “eran las seis de la tarde, hora en que el día empieza a declinar. Las calles estaban silenciosas y todos los habitantes se habían detenido; los hombres se habían descubierto y algunos se habían arrodillado, como las mujeres, mientras las campanas tocaban el ángelus”.

Esto ocurría cuando, aún más que hoy, se sabía que bo-gotá estaba 2.600 metros más cerca de las estrellas, ya que uno de los pocos pasatiempos de sus habitantes era mirar el cielo, aunque casi siempre estuviera encapotado. Porque en materia de diversiones los antiguos capitalinos que hicieron del aburrimiento una religión, contaban con pocas cosas a

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la mano. Muy al contrario de lo que ocurre en la ciudad de hoy, arropada por una frenética actividad cultural.

En aquellos tiempos el tedio se veía salpicado, según el gran cronista Cordovez Moure y sus “Reminiscencias de santa Fe”, por algunas notas de piano que salían de las grandes casonas. de esos pianos de cola que llegaron a nuestra ciudad por selvas y trochas y altas montañas y que a veces se escondían en los bosques de niebla hasta llegar a la sabana.

aquel cronista, a quien debemos una historia que parece emanada de unas páginas de Edgar allan Poe, “Custodia la emparedada”, no ignoraba la explotación sobre la que se daban esos lujos: “Era necesario que el precio de los jorna-les fuese muy bajo y abundantísimos los indios cargueros para no arruinarse por el capricho de poseer un mueble de pura fachenda”.

John P. Hamilton, diplomático inglés que vivió en Colom-bia durante la presidencia de bolívar, señala en un pequeño librito que los domingos, al atardecer, se celebraban en bo-gotá riñas de gallos. Y Miguel Cané, a quien se atribuye el título de “atenas suramericana” para bogotá, habla de los bogotanos de 1883 como de hombres “inteligentes, varoniles y despreocupados”. Que además producían admiración en España por la obra de notables intelectuales como Caro y Cuervo, más aún si se pensaba que vivían “en la región del cóndor, en las entrañas de américa”.

Podría trazarse un arco de esta ciudad atrapada entre los libros de viajeros y nativos, desde el paraguas del Padre León descrito por José asunción silva, hasta la “horrible” ciudad trazada por el poeta norteamericano William burroughs en sus “Cartas del Yagé”.

del “diminuto París”, aristocrático, cosmopolita y corrup-to que señalaba el poeta suicida en algunas páginas suyas, hasta la negra visión del poeta beatnik, que despacha así a bogotá en una carta a allen Ginsberg recogidas en un urti-cante libro: “como en ninguna otra ciudad que haya visto

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en américa del sur, se siente en bogotá el peso muerto de España, sombrío y opresivo. Todo cuanto es oficial lleva el sello de Made in spain”.

La ciudad de José asunción silva bajo el sonido de “Las campanas plañideras/ que les hablan a los vivos/ de los muertos” es la misma de “Cien años de soledad”, la obra de Gabriel García Márquez que en su juventud se vio trasladado a bogotá, un lugar poco aconsejable para un hombre solar, un lugar donde se sabe que no hay nada más triste que un costeño con gabardina.

En “Cien años de soledad”, el narrador de aracataca afirmaba que en esa gélida capital de entonces “treintaidós campanarios tocaban a muerto a las seis de la tarde”, algo que tampoco dista mucho de la bogotá provincial que regis-tra nuestro novelista Luis Fayad, cuando narra la visita de Charles de Gaulle mientras una marejada de empleados y estudiantes gritaban a su paso por la avenida Jiménez con la carrera séptima: “¡viva Francia! ¡viva de Gaulle! ¡vive la Colombie!”

Hay muchas visiones trágicas de la capital recogida en un centenar de libros. Está la ciudad emocionada y silen-ciosa que vio el avisado y más grande cronista colombiano, Luis Tejada, cuya prosa magra y jugosa a la vez envidiaría azorín, cuando pasó el cadáver del general Herrera desde el Hotel Franklin.

Era esa la ciudad que se enteró consternada del asesinato de Rafael Uribe Uribe a golpes de hacha en vecindades del Capitolio, o la bogotá de 1948 tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán narrado en sus saqueos y en sus duros avatares, entre otros, por Luis vidales, Hernando Téllez, osorio Lizarazo, arturo alape y, más recientemente, por el dramaturgo y narrador Miguel Torres que lo hace desde la perspectiva de Roa sierra, el asesino de Gaitán.

definitivamente, estas son visiones muy distintas a la del poeta francés Phillippe soupault que vino a bogotá de paso a otros países latinoamericanos, enviado por la

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Resistencia francesa durante la ocupación nazi con el fin de crear capítulos de la agencia France Press.

El poeta francés decía en su “oda a bogotá”: “Y he aquí que una estrella, la que brilla para los prisioneros/ he aquí que una estrella me conduce/ hacia una cima que se llama bogotá/ la ciudad adornada por las nubes… Esa cima, esa ciudad bogotá/ es sobre todo el lugar donde el amor por la poesía/ por la poesía poderosa por la poesía milagro/ no ha sido jamás desatendido/ ni despreciado/ nevermore… desde vuestra cima/ oh amigos colombianos/ de bogotá/ juzgaís el mundo/ y desde esa altura preferida por los pá-jaros y las campanas/ podeís ver el espacio y el tiempo… podeís saber como os digo/ que la poesía es más fuerte/ que las explosiones de las bombas/ que la voz de la poesía es más potente/ que el estruendo del cañón… aló bogotá aquí París/ la poesía vive, la verguenza ha muerto”.

nicolás Guillén, con su aire de trompetista de jazz y su nariz de boxeador enfundado en un abrigo llegó por los años cuarenta a bogotá para afirmar que la suya fue “una experiencia durísima para un hombre del trópico y por añadidura aledaño al mar”.

También el polemista y escritor boliviano alcides argue-das escribió sobre bogotá en un libro memorable de viajero. Y en algún lugar, más en una carta que en un libro –dato para sabuesos literarios– debe haber una alusión de Joao Guimaraes Rosa, pues el gran escritor del sertao brasilero ejerció la diplomacia en esta ciudad.

a lo mejor también haya por ahí una carta de Paul Gau-guin, escrita en Panamá, ciudad desde la que odió a los colombianos en épocas en las que trabajó en la construcción de su Canal, dirigida a su hermana María, cuyos restos se encuentran hoy en una urna visible en la iglesia de santa Clara. La hermana de Gauguin se casó con un comerciante en copra, un tal Uribe, uno de esos grandes señorones bo-gotanos que no encajaba en el gusto del arisco pintor y a quien le dedica unas líneas rencorosas.

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Un largo itinerario por las letras viajeras envuelve a bogotá, recogido en infinidad de libros. desde la llegada de Humboldt en visita a José Celestino Mutis, Expedición botánica en la mira, hasta el arribo del poeta mexicano José Juan Tablada, al que la Quinta de bolívar le pareció “el relicario de la tristeza” del héroe.

Para Pablo de Rokha, el poeta chileno, “bogotá es una gran fruta de almendro, en la cual todo el gusto está en la semilla”. Para andré Maurois: “la poesía de bogotá no sólo está en la naturaleza. Mis amigos los poetas me llevaron a una curiosa casa a comer obleas”, escribió en sus memorias.

En lo que atañe al poeta guatemalteco Luis Cardoza y aragón, que se casó en bogotá, el país y su capital son algo más que paisajes y retórica y malos políticos, es el país de los amigos: “sanín Cano, Gerardo Molina, Luis vidales, Fernando Charry Lara, Hugo Latorre, Jorge Rojas, aurelio arturo, Jorge Zalamea, León de Greiff, Carlos Martín, Ca-macho Ramírez y Álvaro Mutis”. así decía en su “nocturno de José asunción y de Porfirio”, publicado en sus obras completas y dedicado a Jorge Gaitán durán: “Porfirio, el mariguano,/ prolongado alarido de arcángel y cianuro,/ patibulario cuervo, agrio delirio, fantasma y túmulo:/ Una limosna para el más grande poeta de Colombia´”.

Entre tantos viajeros que escribieron sobre la ciudad, cómo no recordar al Che Guevara y los trazos de esta ciudad: “el primer día en bogotá fue regularcito, conseguimos la comida en la Ciudad Universitaria pero no alojamiento”, o la impresión que causó en Fidel Castro el gentío en las calles y en los cafetines en vísperas del 9 de abril, un día que fue, más que planificadores y urbanistas, lo que le cambió de forma radical la cara a la ciudad, tras los incendios y la labor de una que pudiéramos llamar la inmobiliaria de la ira. Esa impresión del líder cubano resulta vívidamante recogida en “El bogotazo”, la obra del escritor caleño arturo alape.

Pero volvamos a burroughs, al poeta beatnik y a sus des-cripciones de bogotá cuando en los años cincuenta llegó en

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procura del yagé. Es la visión de un país polarizado –¿cuándo no?– por los partidos políticos y los rezagos virreinales. El espléndido e hiriente libro de sus cartas cruzadas con allen Ginsberg es uno de los mejores documentos sociales sobre nuestra ciudad en la época del general Gustavo Rojas Pinilla.

no tan lejana a la visión de William burroughs, es la de antonio Caballero en su novela “sin remedio”, una narración en la que describe a bogotá “como una gruesa morcilla purpúrea”.

Para mí que la nueva capital que ahora asalta tantas pá-ginas de los nuevos poetas y narradores, casi como un leit motiv, está muy lejos de una ciudad en la que el norte daba risa, el centro daba miedo y el sur daba lástima, según leí alguna vez que afirmara nuestro más importante arquitecto, Rogelio salmona, alguien que se encargó de ennoblecer nuestros espacios y de descubrir su poética secreta, como si fuera un libro.

Esa belleza escondida y esquiva de bogotá, no me cansaré de repetirlo, es la que posee la mujer envuelta en piel de asno. Una belleza que no se entrega a primera vista pero que al momento de descubrirla hechiza y cautiva.

no obstante muchos libros sobre la ciudad amueblan hasta el cansancio una forzada escenografía ciudadana, sin que se logre poblar de seres de verdadera carnadura humana. Mucho tinglado urbano pero poca exploración de sus habitantes, como sucede en buena parte de la nueva narrativa colombiana.

bogotá es una ciudad que hicimos nuestra en sus espa-cios y que ya empezamos también a hacer nuestra en sus poemas, una ciudad que llevamos a cualquier lugar donde vayamos, como la casa del caracol que permanece adosada a su lomo.

Ciudad y libro nos aglutinan en este encuentro a través de dos estancias para el goce, ambas propicias para la re-flexión. abrir las puertas de un gran libro es como entrar a una ciudad. desde el milagro o la derrota, el fasto y la

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miseria humana, la arquitectura y el sueño, la sorpresa de la caricia o del asalto; desde lugares de hormigón y rostros por descifrar, los habitantes del amplio libro de la ciudad somos, como los viejos argotiers descritos por Fulcanelli en “El Misterio de las Catedrales”, lectores de piedras, traduc-tores de espacios, ciudadanos de las formas habitadas que algunas veces logramos encontrar el ritmo de la ciudad en la prosa vertiginosa de autores que fundan de nuevo un lugar.

Muchas veces no es alguien nacido en una ciudad ni en el país desde el que escribe quien logra una visión más aguda y certera. Quizá ningún poeta beat haya logrado tal grado de revelación y doloroso esplendor sobre nueva York como un poeta granadino llamado Federico García Lorca.

Hay otra cosideración final sobre el carácter libertario del libro, sobre la falta de aduanas que permite entrar y salir libremente de países y ciudades, que establece casi sin premeditación una cierta extraterritorialidad. El invisible y nada ortodoxo pasaporte a otros ámbitos es expedido por la libre voluntad de un escritor.

de tal manera podemos ser moradores del berlín de los tambores de hojalata en unas páginas de Günter Grass, o recorrer el Moscú de Mijail bulgákov para ver cómo el diablo llega al Kremlim en “El maestro y Margarita”, po-demos caminar tras la cortina de la niebla en una página de Robert Louis stevenson, vadear la calle de “El Golem” en un ghetto de la Praga de Gustav Meyrink o entrar a la catedral de dijon donde alloysius bertrandt cuenta que el diablo le entregó su “Gaspar de la noche”, o ser momentá-neos habitantes de una desangelada oficina como el pobre mister bartleby. Es posible que nadie, o quizá todos, seamos extranjeros en las páginas de un libro y no pocas veces en nuestra propia ciudad.

En la colección “Un libro por centavos” no solamente hay alusiones poéticas a bogotá, hay una serie de poemas que hablan de una ciudad indeterminada y de ciudades de otros países que son abordadas por una sensibilidad de la época.

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sin embargo no deja de aparecer una procedencia rural en un diálogo amoroso que se niega a escindir la poesía entre naturaleza y civilización.

La ciudad parece hecha de futuros ya cumplidos, de espacios soñados por los grandes arquitectos y urbanistas, que no obstante por momentos están más ligados que al sueño a unas pesadillas con “aire acondicionado”, como diría el resabiado Henry Miller.

2. La cIudad eN LaS LíNeaS de SuS verSoS

“¡Una ciudad! Es la mansumisión de la naturaleza por el hombre. Es una acción humana contra la naturaleza, un organismo humano de protección y trabajo. Es una creación. La poesía es un acto humano: las relaciones concertadas entre imágenes perceptibles. La poesía de la naturaleza sólo es exactamente una construcción del espíritu. La ciudad es una imagen poderosa que acciona nuestro espíritu. ¿Por qué no habría de ser la ciudad, también ahora, una fuente de poesía”?

Le Corbusier (“La ciudad del futuro”)

“En esta ciudad habitan desde antaño los poetas. Pasean sin sonido con las manos cruzadas, recuerdan al azar suce-sos olvidados, palabras, paisajes, consoladores del mundo siempre desconsolados, perseguidos por los perros, los hombres, las polillas, los ratones, las estrellas, perseguidos por sus mismas dichas o no dichas palabras”.

Yannis Ritsos.

desde hace muchos años, sobre todo desde los años veinte cuando el país asistió con atraso a la supuesta entrada en la modernidad, saliendo de calles y bares, de factorías y lupa-nares, atravesando parques e inquilinatos, tras la oscuridad

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de los pocos cines que existían, tras la misa diaria y el tedio del domingo, la ciudad comenzó a desembocar en el poema.

Era un tiempo, y un uso del mismo, que parecían haber llegado al país en un lento tren de carga. La ciudad, esa sobrenaturaleza que nos decribe Le Corbusier, empieza a aparecer en la poesía y ya no se deja el coto de caza de la poesía a la aldea perdida, al paisaje bucólico y pastoril que regía la lírica de cuño conservador del siglo xIx.

Por supuesto que ya había antecedentes de la aparición en algunos versos de un conglomerado social que quizá pudiéramos llamar con optimismo una urbe. bogotá, por ejemplo, empezó a insinuarse en la poesía con las sombras y los murmullos de José asunción silva, cuando era apenas un conato de ciudad.

En realidad, la de silva era una aldea con ruido de trancas en la noche, de campanarios y perros que no distaba mucho en su atmósfera del caserío que asentó Gonzalo Jiménez de Quesada en 1538.

También nuestro luctuoso poeta Julio Flórez festejó su belleza aunque la comparara con un inmenso “camposanto”. desde entonces casi no ha habido un poeta que viviendo en bogotá no se haya referido con amor, con ironía, con temores, con rabia o asombro a la ciudad que habita y que también termina por habitarlo.

Esa fuente de una nueva belleza no se dejó esperar para otras ciudades colombianas, pero fue pródiga en lo que ata-ñe a bogotá. Es algo que no ocurre de manera tan clara con Cartagena, a pesar de los versos de Luis C. López y su ana-logía con unos zapatos viejos que se fueron gastando en su tránsito por sus bellas callejuelas mientras evocaba un pasado de “ciudad amurallada” y de “aceite en botijuelas”, o con un Medellín camandulero, el del “catolicismo y una total inopia en los cerebros” del poema de León de Greiff con la cual se incicia, precisamente, la antología que realizara su hijo boris para la colección de “Un libro por centavos”. Y menos, mucho

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menos ocurre aún con la “Popayán de piedra pensativa” de los versos de Eduardo Carranza.

bogotá empieza a ser de manera más nítida un tema recurrente en la poesía con la llegada de la generación de “Los nuevos”, con los poemas de Luis vidales celebrados por el espíritu liberador de Luis Tejada.

no era nada sencillo el asunto si pensamos en esa pugna entre tradición y ruptura, que se daba en los años veinte, como lo recuerda Hubert Pöppel en su excelente libro “Tradición y modernidad en Colombia”. “Para el 70% de los colombianos, el único acceso a la poesía que existía era la forma oral, ya que no sabían leer”, afirma Pöppel no sin aclarar que a cierta poesía escrita se tuvo acceso gracias a esa misma tradición oral.

“suenan Timbres”, publicado en 1926, es el primer poe-mario colombiano decididamente urbano. En él aparecen sin complejos la carrera 7ª, y la tímida hasta entonces palabra bogotá: “Por los alrededores de bogotá/ merodea la luna./ ¡Y qué luna!/ Es una Luna barnizada de blanco/ y con una instalación propia”. (Fragmento de “Cinematografía nacional”).

Tras vidales viene la generación de “Piedra y Cielo”. de este grupo de poetas sólo hay un libro que trata en su totalidad el tema de la ciudad, escrito por el payanés Ge-rardo valencia.

En ese libro el poeta hace una bella y áspera evocación de su fundación: “Todavía ardían las chozas de los indios/ cuando el capitán dijo:/ aquí edificaré mi ciudad./ Por entre los ramajes brillaban mil ojos asombrados;/ flechas inútiles caían sobre la tierra como un bosque desnudo./ Restallaba la pólvora./ Y ya las calles estaban señaladas./ años des-pués regresaron los indios a acurrucarse en los andenes en silencio… En las noches los blancos saciaban su cansancio/ sobre las indias núbiles”. (Fragmento de “Fundación”).

Luego muchos poetas pavimentaron sus versos rurales y por ellos echaron a caminar en distintas direcciones. Jorge

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Gaitán durán, hacia un ámbito nocturno y desquiciado: “suelo buscarme/ en la ciudad que pasa como un barco de locos en la noche” o Fernando arbeláez por una urbe amoblada para el goce: “Por los bares, por las avenidas, por las calles, la nubevoz viene,/ flotando viene”, o Rogelio Echavarría desde un tono existencial: “Todas las calles que conozco/ son un largo monólogo mío,/ llenas de gentes como árboles/ batidos por oscura batahola”, o Héctor Ro-jas Herazo en la figura urbana y dolida de un burócrata: “Qué distante queda ahora de ti/ el cinematógrafo de tu barrio/ y la solterona que todos los días espera frente a tu puerta/ el bus de la tres de la tarde”. Y, por supuesto, Mario Rivero, “el husmeacosas” que nos lleva a encontrarnos con las barriadas obreras, la ginebra barata, con la vendedora de pescado y los asuntos cotidianos sin mayor prestigio literario, sin ninguna heráldica preconcebida.

Más tarde la ciudad y el poema vivieron su alegre, su dolido o sorprendido maridaje con los nadaístas x-504 o Jotamario arbeláez y con los poetas del inxilio, hasta llegar a estos tiempos en los que resulta escasa una poesía del campo de tanta belleza como la de Horacio benavides, de un alto rango estético que parece cerrar una estrecha dis-cusión entre el ámbito rural y el ciudadano, toda vez que no existen espacios privativos para el poema.

3. LoS MuroS tIeNeN La paLaBra

ahora buena parte del lenguaje poético y artístico en general, migró, como lo recuerda néstor García Canclini, a géneros constitucionalmente híbridos, como el grafiti o la historieta”.

Y sí, la pintada callejera o el grafito que terminamos por llamar con el equívoco italianismo de graffiti, ya que en italiano graffiti es plural, es la parte terca de una memoria ciudadana, una suerte de palimpsesto, como lo termina siendo de alguna manera la poesía en sus temas y metáforas.

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bajo la piel de la pintura, bajo su leve cascarón, hay toscas grafías escritas con dolor, con amor o con acoso. si alguien hunde un punzón en el muro, si despelleja sus capas de color, el muro le hablará de días pasados, de letras borradas que se fueron en algo así como el barco de los años, como en un borroso almanaque de los días. Y es que el muro, como la poesía, está al servicio de la memoria.

Una tapia cubierta de pieles de pintura y el color que se oculta en el color parece ser una sombra engullidora de voces. no basta al albañil o al funcionario que empañeta la piel de los muros para borrar sus viejas historias. así lo hagan a cada tanto, en cada mañana de la ciudad las brigadas de despintadores, alguien trazará en sus muros la renacida memoria escondida como muchas zonas y espacios que le son afectos a la poesía.

Es algo más que un escenario, más que nombres de calles, que parques y lugares públicos, lo que los poetas atrapan del entorno urbano en sus versos. También habitan sus palabras la miseria, el milagro y el oprobio, ese hecho singular de que en una misma esquina puedan convivir el beso o la puñalada, el traje de novia o la mortaja.

4. BoGotá a LoMo de verSo

se puede hacer un desglose de temas y obsesiones en torno a la ciudad. En el caso bogotano la mayoría de los poetas que le cantan a la capital son llegados de otras regiones. Tal vez es por esto que Héctor Rojas Herazo afirmaba que la ciudad es una suma de aldeas, una reunión de provincias.

Con el tema urbano vienen otras capas temáticas que le son propias a la ciudad. En un rápido vistazo aparecen a cada tanto los oficios: “Los albañiles suben a los tejados/ y la ciudad parece suspendida en un tiempo muerto”. (darío samper, fragmento de“ Los albañiles”). o la música, en un poema donde quizá aparerece por primera vez una alu-sión en la poesía colombiana al jazz: “Llovía en bogotá en

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1935./ En la noche los pianos y las copas/ van entrando en la música./ armstrong camina por selvas de estaño./ Jazz, gimen los saxofones en un aire de búfalos”. (darío samper, fragmento de “nocturno en bogotá”).

También algunos rasgos psicológicos de sus habitantes: “nadie mira a nadie de frente,/ de norte a sur la desconfian-za, el recelo/ entre sonrisas y cuidadas cortesías”. (María Mercedes Carranza, fragmento de “bogotá, 1982”).

Los barrios, los populosos barrios crecidos sin más pla-neación que el desespero: “Muchachos amontonados a la entrada de los inquilinatos/ para robar relojes parabrisas o libros/ al río de estudiantes que desborda la calle”. (Mario Rivero, fragmento de “La Candelaria”).

sin mencionar a bogotá, sólo siguiendo los pasos de su paleta asordinada, Fernando Charry Lara atrapa con suti-leza sus atmósferas: “En la ciudad de bruma la fiesta de las noches es un bosque/ de cabelleras oscuras y de estrellas”. (Fragmento de “El verso llega de la noche”).

otro capítulo importante tiene que ver con los poemas que la ciudad ha inspirado a un buen número de poetas llegados del exterior, desde hace muchas décadas. Resulta difícil y molesto hablar de “extranjeros”, en todo lo que de hermandad hay en la poesía, en un mapa muy amplio que engloba sin duda a los buenos poetas, más allá de geografías y de lenguas.

Phillipe souppault, quien vino a bogotá en los años treinta, recoge en su “oda a bogotá” versos como estos: “Esa ciudad bogotá/ es sobre todo el lugar donde el amor por la poesía/ por la poesía poderosa por la poesía milagro/ no ha sido jamás desatendido./… Podéis saber como os digo que la poesía es más fuerte que las explosiones de las bombas”.

Francisco Cervantes dice en “Ya lejos, recuerdo bogotá”: “bogotá, mi sangre es tan tuya como mía”. Luis Cardoza y aragón reunirá a silva y a Porfirio en un bello poema en el que el último de estos pide “una liomosna para el más grande poeta de Colombia”.

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José Gorostiza, el excelente poeta mexicano, evocará una tarde plomiza: “La entristecida bogotá se arropa en un tenue plumaje de llovizna”. Y Jorge Guillén se sentirá atraído por sus cerros: “Monserrate y los vahos de una cumbre. /verdo-res hay de frondas/ Con íntimas honduras, vagos valles”.

ahora, en lo que atañe a poetas recientes que han venido a Colombia, algunos de ellos publicados con una generosidad sólo proporcional a la admiración por el autor, en “Un libro por centavos” hay un poema del argentino Jorge boccanera en su antología “Tambor de Jadeo” que hablando de bue-nos aires bien podría estar también hablando de cualquier ciudad, como pasa no pocas veces en la mejor poesía que aborda el tema urbano, en todo lo que de común hay en este tema donde el fasto y la miseria se reúnen: “ya nadie se ama bajo los puentes/ donde los vagabundos crecen en número y silencio” (“Una fotografía que nos sacamos una vez”).

5. verSoS y reverSoS

Rastreo versos que apoyan esta mirada sobre la ciudad en “Un libro por centavos”. La ciudad descrita a la manera de un escenario en el que, como en el sueño, podemos ser al mismo tiempo director, actor y hasta su amotinado público.

Unos versos de un poema de nicolás suescún del libro “Jamás tantos muertos y otros poemas”, enfoca su lente en un escenario callejero, con un actor de la misma materia, es decir formado en la escuela de la calle:

“se encontró en el escenario de improviso, sin saber sus líneas, o el nombre o el carácter de la pieza,sin estudios de actuacióny sin saber siquiera si lo que se esperaba de él era que actuara.de modo que prefirió el silencioy ahora en la calle hace la mímica

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del papel que creyó suyo,lleno de crimen y de sangre,de sudor y de lágrimasy de ritos extraños”. (“El actor callejero”).

He aquí, me digo, la eficacia del poema frente a las otras artes escritas que necesitan de la descripción minuciosa, no obstante el poema de suescún esté apoyado en un carácter narrativo. sin contarnos, por ejemplo, la procedencia social del actor callejero, terminamos sin duda por identificarlo kafkianamente con “un artista del hambre”.

Lo sabemos un bufón sin corte, un clown de barriada hecho a pulso en la vía pública y sin el permiso de nadie.

El poema de suescún podría ser de la misma manera la metáfora dolorosa de las llamadas “mayorías silenciosas”, las que por no tener ni voz ni voto optan por el silencio, algo que siempre saben modular muy bien, en una suerte de esperanto mudo los que no tienen audiencia.

así, como nos resulta identificable una ciudad que en el caso del actor callejero creo que retrata desde un personaje cotidiano a bogotá y sus oficios orilleros, también podría tratarse de una esquirla urbana de Medellín o barranquilla, de Cali o bucaramanga.

otra cosa son las ciudades imaginadas, como la santa María de onetti en la gran narrativa y en poemas que no solo hablan desde una ciudad abstracta sino desde calles fundadas por el designio libre del poeta, más allá de una existencia comprobable.

María Clemencia sánchez me parece que imagina una ciudad que hacemos nuestra por su belleza. Una ciudad que puede ser la Lisboa mencionada en el poema, pero que puede de igual manera ser una calle ciega inventada por su autora.

su libro editado en esta colección que registramos se titula “Paraíso precario” y el bello poema al que me refiero “avenida Helen Keller en el cruce de la calle 15”:

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vaya lugar para una cita de amor.aquellos que acordaron el reencuentroEn la avenida Helen Keller,En el cruce de la calle 15,a las cinco de la tarde, hora de Lisboa,Jamás se encontraron.Cruzaron tan cerca que no se vieron,Tropezaron con el viento fríoQue venía de ese muelledonde Fernando y los otrosHuyeron como niebla.

La rosa, la misma rosa de Keller,En las manos de estos amantes,afilaba sus espinas,Justo cuando el díaauguraba la hora ciega del olvido.

La ceguera del olvido, que como la ceguera impuesta es la peor de las cegueras y que casi siempre ronda al amor, ocurre acá en un tenue escenario donde la niebla de los desencuentros le juega una mala pasada a los amantes.

La rosa del poema, como ocurre con la belleza desde que un poeta de Charleville la encontró amarga, parece flotar en el aire para hablarnos de la precariedad del paraíso, para recordarnos la serpiente que desde siempre lo ronda. Es una flor cruel y sugerente la del amor, es como una flor tantálica blindada por espinas. Ese podría ser el aserto sin estridencias que hay en el poema de María Clemencia sánchez.

Una ciudad es muchas ciudades. Existe la del “flaneur” tan cara a Walter benjamin, la ciudad del andariego sin otro destino que la observación y el gozo de leer las calles, las huellas de su pasado pero también sus transformaciones permanentes o el cambio de piel urbano: edificios, catedrales y parques, suburbios y tiendas, el maravilloso espectáculo

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donde la privacidad desaparece momentáneamente para entrar en el magma colectivo.

Esos espacios visitados por el “flaneur”, que es un voye-rista de “su otro” al que néstor García Canclini llama “un coleccionista de las sensaciones de la gran ciudad”, pocas veces se nos han revelado de manera tan aguda como en los poemas en prosa de baudelaire.

En Colombia quizá los más agudos transmisores de la ciudad hayan sido nuestros mejores cronistas, y quisiera recordar con admiración la poética que encierran las cró-nicas de Luis Tejada o de Jaime barrera Parra, por ejemplo.

Pero el hombre a pie, quizá el más civilizado habitante de las ciudades, no se queda en el recuento bello y terrible a la vez de nuestra escenografía urbana. no es quien hace las veces de cicerone de su propia metrópolis, ni quien para admirarse y verla por primera vez finge tener los ojos de un extranjero.

así como suescún logra un buen poema en la observa-ción de un mimo callejero y en las contradicciones de orden social que lo rodean, omar ortiz hace una ronda por las plazas donde se pregunta una y más veces por la suerte de los desaparecidos, por esa legión de ausentes que es más que una fantasmagoría. Y lo hace sin un tono épico y sin ninguna arenga de puño cerrado, desde la más simple cotidianidad, la de un hombre que tiene un traje azul, que solicita un empleo y por lo tanto usa corbata, y que en el amplio termitero humano que es la ciudad podría ser un n.n., si no tuviéramos el tino para pensar que para la familia de un desaparecido nadie es un n.n., nadie es una entidad fantasmal, un sin nombre.

El poema de ortiz tiene un título directo y sencillo: el nombre personal de un desaparecido llamado “Héctor Fa-bio díaz”, pero pudo tener el nombre de tantos otros que salieron de casa sin regreso. Está recogido en el libro “Un jardín para Milena” y acá lo reproduzco:

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Llevo encima el traje azul, la corbata naranja,la camisa que tanto gusta a Margarita, la del 301,los zapatos negros recién lustrados, una pinta de hombre,como dijo mi madre después del beso ritual de despedida.

En la Kodak me tomaron la foto para la solicitud de empleo.

Pero de pronto me empujaron a un auto,me pusieron dos armas en la cabezay acabé tirado en una pocilgadonde me preguntaban por gente desconocida.

no señor, decía, y me pegaban. sí señor, respondía, e igual me pegaban. duro lo hacían,como si no tuviera carne, ni sangre, ni alma.

Ya no tengo traje azul, ni corbata naranja,ni puedo abrazar a Margarita. ahora soy una desteñida fotoque mi madre lleva a cuestas en plazas y desfiles.

Quien ha vivido mucho una ciudad a veces tiene en reali-dad dos ciudades en su imaginario. La ciudad que fue, la que se llevó la niebla del tiempo, y la ciudad trepidante de su hoy, la dolorosa y vital urbe donde estamos invitados, como diría Federico García Lorca en nueva York, a “la fiesta de los taladros”. a la demolición permanente, al síndrome febril de la destrucción que se impone en aras de levantar nuevas mañanas.

Hay un poema de Pedro arturo Estrada que habla de un jirón de una ciudad que ha ido desapareciendo en medio de la llamada modernidad, en una puesta en marcha para que todas las ciudades terminen por parecerse, gloablizadas en su decadencia. Hablo del Medellín que pervive más en la escritura o en la plástica que en su presente.

El poema de Estrada tiene el nombre exótico de “Cafe Turrkestán, 3 P.M”, el nombre sonoro de uno de esos cafe-

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tines clásicos del barrio villahermosa, al que llegaban en los comienzos de los años noventa los viejos jubilados, los billaristas y, por supuesto el poeta en trance de observar los pequeños ritos del ocio.

Estoy seguro que muchos iban a jugar su soledad a tres bandas y que al cierre definitivo del café ya no compartie-ron esas otras soledades que acompañan las horas de los jubilados. Y nada más solitario que un billar sin un ruido de carambolas.

El poema nos regresa a un momento que muchos compar-timos: la caída azul de la tiza sobre la mesa de paño verde, el garitero dando la partida del ritual, un tango sonando una y más veces en la rocola, una liturgia pagana cuyos al-tares eran naturalezas muertas, transitorios bodegones con restos de cerveza y de cenizas, cuando ya los billares como toda la ciudad estaban amenazados por el juego trivial de las maquinitas:

Café Turkestán, 3 P.M.

ocho mesas de hierrotodavía resisten el peso de las tardes.Los que alguna vez tomaron el tranvíade días más amablesahora se recuestan calladamente al fondo.

nimias complicidades los acercan,pobres asuntos que recuerdano remedan la vidamientras ruedan las bolas del billar.

Hay una luz exigua que persistea pesar de las muecas ajadas,la pared desteñida del pequeño urinario:restos del sol de 1950 que secretose encierra aún en sus pupilas.

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Es un bello y vívido poema de evocación que le sirve a Estrada para contar y cantar a la vez el paso del tiempo, la flor deshojada de la senectud, los pequeños asuntos del día.

En la retícula secreta de la ciudad las historias esconden, como en una trastienda de la vida, el paso de equilibrista de sus habitantes, el cruce de una cuerda tensa como la del funámbulo de Jean Genet, una cuerda tendida casi siempre sin malla protectora. Y entonces las calles se hacen oído para el rumor, el “enemigo rumor” del que hablara en contextos diferentes José Lezama Lima.

En el poema “Calles” de Mery Yolanda sánchez, del libro “Un día maíz” se encierra una poética amarga. si en la poesía de esta autora valiente para atrapar los signos trágicos que acompaña nuestro transcurrir colectivo hubiera un jardín, las flores tendrían pétalos de esmeril, tallos de lija, pues es refractaria a esconder la dureza que se oculta en nuestras vidas. Las “Calles” develan el cinismo de toda gran ciudad:

En las calles se dicen tantas versionesdel policía que desnuda la mañanadel loco que se maquilla en la tarde de una niña.

En las callesse dicen tantas noticiasinclusive del que bailadesnudando las sombras que lo acosan.

Maquillajes, arteras noticias, sombras que acorralan, la ciudad en la poesía de Mery Yolanda sánchez nos trae noticias del subsuelo. Es la suya una pesquisa por el gran sueño trocado en pesadilla de quienes llegan a la urbe por la fuerza del desplazamiento o por la atracción que ejerce desde lejos todo espejismo.

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de otra estirpe, quizá más celebratoria, viene la poesía de Lauren Mendinueta reunida en su libro “La poesía en sí misma”. Para ella las ciudades pueden ser lugares propicios para que el brazo se haga abrazo, la boca beso y la búsqueda del tesoro no debería olvidar que puede ocultarse en algún lugar nocturno del cuerpo. Hay en sus versos ciudades huidizas, una confusión de calles y de heridas que por mo-mentos desembocan en el deseo como pasión y exorcismo:

otro NocturNo de cIudad

Los parques han cambiado como crisálidas.La telaraña gris flota inalcanzablemientras la araña se deleita con mil presas.no pierdas de vista el muroque acarició mi espaldacuando túbuscabas entre mis piernas las calles de la ciudad.Recuerda mirar mis pechoslas cabinas telefónicasson perfectas para el amor.no olvides tener cuidadola ciudad se marchapodría escapar de tus manos.

acá, en el poema de Lauren Mendinueta no se necesita un mapa para llegar a la ciudad, pero no estaría mal editar una guía de cabinas telefónicas. Es maravilloso saber que, a falta de un lugar mejor para las llamadas de emergencia del amor, hay espacios inesperados que pueden trocarse en febriles hospedajes de paso y que se pueda amar lo mismo en una cama de marfil que en una bodega o un hangar.

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6. y SIGue La roNda

Es maravilloso ver cómo en el amplio caleidoscopio que es una ciudad, el poeta, que es antes que nada un voyerista de sí mismo, también se asoma a la ciudad de los otros, para atraparla dependiendo de su propio y no siempre empañado cristal.

así han ido apareciendo en este recuento que no intenta ser un inventario sino una muestra, lo mismo un artista del hambre seguido por la lente de suescún, una urbe donde la rosa afila sus espinas fundada en los versos de María Clemencia sánchez, una ciudad en un tono sepia donde se desvanecen los retratos de los desaparecidos a los que omar ortiz les entrega una plaza, un cafetín de Medellín devorado por el tarascazo del progreso en la memoria de Pedro arturo Estrada, en fin, tantas ciudades como ojos las miran, tantas urbes diversas y contradictorias como los miles de pies que las recorren.

Un poema de víctor López Rache de esta colección “Un libro por centavos” es eficaz en su carácter onírico y en su contención verbal. En sus tres versos encierra una noche pánica tan propia de las percepciones urbanas:

uNa caLLe eN 1996

Los inquilinos de este anocheceren la peor tormentasomos fósforos encendidos huyendo en fila.

La visión un tanto apocalíptica de López Rache, la poderosa e inquietante imagen de una noche bajo los relámpagos, visita como en un cuadro surreal nuestras calles. Como si “un árbol elegido por la tempestad” en un poema de andré breton cambiara de escenario sobre unos inquilinos de la ciudad que huyen en un pentecostés casero con sus lenguas de fuego. Que de todo un bosque un rayo elija un árbol

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bretoniano en particular, podría ser la metáfora de lo que algunos llaman irremediablemente el destino. Esos desti-natarios ahora, en los versos de López, son unos insomnes que cruzan una calle de la ciudad en la que mora el poeta, anclados en una imagen con una data específica de 1996.

El poema, y hay que recordar las dotes de buen narrador breve, los buenos relatos ascéticos en el lenguaje que le de-bemos a López Rache, resulta algo así como un fogonazo de luz en la sombra, el retrato de un instante atrapado en la hoja de un álbum de sensaciones nocturnas, de atmósferas ciudadanas.

de la misma manera como a López Rache le basta con una sola imagen para crear un hecho estético de tan alto calado, Renata durán lo hace con la misma precisión y el mismo ascetismo verbal en un poema de su libro “signos y espejismos”:

oLa

Es la ciudaduna gran olaque se levantaa diarioy repetidamentenos empujaal naufragio.

Resulta una rareza que en una lengua asertiva, en un clave afirmativa como la del poema de Renata durán haya tal grado de misterio, tal grado de belleza que no se queda en el dictamen ni en lo conceptual, que casi seimpre es lo propio de los asertos, tan cercanos al aforismo.

Con y en un lenguaje decantado, Renata nos hace par-tícipes de una sola imagen, desde una fisura por donde ve la realidad náufraga de la ciudad en una soledad sin playa.

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También está en la poesía de algunas mujeres colombianas el tema de la fantasmalidad del otro, en este caso a partir de la imagen del paria, del sin techo, de ese hombre de las orillas que muchos miran como habitantes limítrofes de un mundo ajeno, irreconciliable y segregado, como si el vaga-bundo o el mendigo vivieran no solo en la periferia de un mundo sino en los linderos de otra lengua. Es, como en la crónica de nuestro formidable Luis Tejada, una “apoteosis del vagabundo”.

Me refiero a un duro y bello poema de Luz Helena Cordero en el que la ciudad enajenada, la ciudad que tiene incorporada una vocación por la autofagia, tiene su reino desolado, me refiero sí a unos versos dolidos pero a la vez celebratorios de su libro “Por arte de palabras”:

durMIeNte

Un hombre dormido en el parquemientras los carros lo cubren con humo,la ciudad camina por su lado sin verlo,los perros husmean su olor anodinoy prosiguen con desgano,el sol y el frío pasan de largo,nada dicen sus brazos abarcando la tierra que lo acuna,nada sus pies, inútil extremo del sueño.Un hombre dormido en el céspedes un insulto al trabajo, a la prisa,a la reputación de los bancos,una burla a las obligaciones,a las estadísticas, a los ascensores,a los estantes de las notarías.dónde habrá ido tan lejos,abandonó su cuerpo aquíy no ha vuelto a recogerlo.

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Fiel estandarte del ocio. Un hombre dormido en el parque,tan ajeno, tan piedra, tan bello.

Hay un poema que podría dialogar con el ya antes registrado de nicolás suescún en el asordinado lenguaje silencioso, en esa especie de esperanto de gestos que hablan todos los mimos del mundo.

sus imágenes me recuerdan también a esos hombres que hacen señas en las pistas de los aviones y que parecen orientadores de vientos.

El poema del sucreño John Jairo Junieles tiene ocurrencia en ese inmenso termitero humano que es México, distrito Federal, y hace parte de su libro “aquí estuve y no fue un sueño”.

sus versos conforman algo como una apretada crónica lírica y luctuosa alrededor de un mimo nómada en una calle de la siempre sorpresiva capital mexicana:

eN MéxIco d.f. Muere uN MIMo

nada extraño tiene que un mimo mueraen México arrollado por un auto, pudo ser en Madrid o en alajuela(la noticia es escueta, parece el obituariode un fantasma).

Uno es lo que come, me digo, y el mimose alimentaba de gestos y silencios.

Cuando se lava la cara, el mimo fingeque es un hombre. Extraña los guantesblancos con que inventa cuerdasy paredes invisibles.

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no son pocos los locos que insistieronen su locura, y el mundo se volvió el reflejo de sus delirios.

Por eso, nada de extraño tieneque un mimo muera arrollado por un auto.visto de alguna manera,es señal de perfección en su arte.

También y más por tratarse de una ciudad dada al amor que por el exotismo de su escenografía, un poema de Claramer-cedes arango camina por las calles de su memoria romana.

Un poema de amor a cada tanto dibuja y desdibuja una ciudad, una habitación de hotel, la estación de los amantes, valga de ejemplo, sea esa ciudad bogotá, México o Roma. Un raro y andariego cartógrafo es el amor.

si está presente la pasión funda muchas veces el Paraíso, pero a veces, de una manera proporcional al amor que desaloja, inaugura fugazmente un espejismo, como suelen serlo los amores abolidos. Ya lo decía nazim Hikmet desde la ruptura: “hay hombres que conocen mil variedades de hierbas, otros conocen variedades de peces, yo, de separa-ciones”.

Este es el breve poema de adioses o separaciones con algo de epigramático que icluyó Claramercedes arango en la que resulta ser su ópera prima “En la memoria me confundo”:

roMa

bajo la inmensa bóvedadel cielo azul romanodescubroque la ciudad sin tino es más que desiertoy un creciente vacío.

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La mayoría de las ciudades que aparecen en los libros de esta colección son colombianas, pero por supuesto que al abrir el espectro la colección a autores nacidos en otros países, empezaron a aparecer noticias de otras partes, de otras ciudades y culturas.

7. otraS cIudadeS, otroS áMBItoS

Entre los varios poetas de otras naciones he elegido para este muestreo de la ciudad a cuatro poetas como se pueden elegir cuatro puntos cardinales. César vallejo y un París del que se despide con su anticipada defunción, Marco antonio Campos y una viena de nieves y tranvía, Eugenio Montejo y xavier oquendo en dos ciudades innominadas, aunque la última de ellas se suponga la pequeña y dulce ciudad de ambato.

Los libros de estos cuatro poetas son “¿dónde quedó lo que yo anduve?”, del mexicano Marco antonio Campos, una selección realizada por el mismo; “Los ausentes y otros poemas” del poeta venezolano ya fallecido Eugenio Montejo, de la misma forma seleccionado por el propio autor; “Piel de náufrago” del ecuatoriano xavier oquendo Troncoso también preparado por él mismo y como broche de oro de esta muestra “Quiero escribir pero me sale espuma”, del peruano César vallejo y con selección realizada por Clara-mercedes arango.

Marco antonio Campos traza en un bello poema una estampa de viena en una jornada en la que advierte la as-pereza que para algunos migrantes, una anciana croata o un desolado magrebí, reserva la ciudad en medio de una escenografía fastuosa. Esa ciudad a orillas del danubio a la que los romanos llamaron “ciudad blanca”, tiene como todas las ciudades unos pliegues oscuros, una trasescena amarga, de la que no se sustrae la mirada del poeta.

Campos, un andariego que ha hecho grandes crónicas urbanas (“Las ciudades de los desdichados”) en las que se

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refiere a muchos centros urbanos donde grandes artistas han padecido su tránsito vital, nos dice en su breve e in-tenso poema:

INvIerNo eN vIeNa

El tranvía pasa. En la acera,sobre la negra nieve,entre castaños deshojados,marchan viejos comofantasmas en desfile lúgubre.La mendiga croata,desde ayer y siempre, pideen la boca del Metro,con el mismo papel rugoso,plata para medicinasde alguien que murió hace años.El árabe vende el periódicode mañana, y sueña en fríoen ciudades del Mahgreb,en otoños meridionalesy en parientes pobres.La iglesia se hunde envueltaen la bruma y se apagacomo la mortecina luzde la gélida tarde.Llega el tranvía. sube gente.En los lívidos rostrosse pinta la mala jornada.Y la última líneade luz se pierde en el rojodel tranvía.

La ciudad innominada de Eugenio Montejo, un poeta que tanto y tan bien le cantara a las montañas de Caracas o a la Lisboa de Fernando Pessoa, tiene un dejo melancólico, una

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suerte de amoblamiento para la saudade con terraza de café y lluvia y pájaros quietos y un conglomerado de paraguas y árboles llovidos:

fINaL de LLuvIa

Ya ennegrecen los árbolessus ramas y sus floresal fin del aguacero.

En la terraza del Caféuna sombra amontona las sillasdonde rondan amores bisiestos.

Las últimas gotas en las hojaslavan las plumas del tordoque ya por hoy no quiere vuelo.

Pasan parejas con paraguas,Pasan paraguas sin parejas.

Un joven y buen poeta ecuatoriano, xavier oquendo Tron-coso nos habla al mismo tiempo de la ciudad y del barrio que podría ser el que llama su país primero.

aunque no lo menciona, quizá su primer país haya sido el ambato de su infancia, el pueblo metido a ciudad de las dulces aldeanas andinas “de junco y capulí”, que dijera vallejo en su Perú natal.

El poema de oquendo me suscita una presencia que ha permanecido quizá más viva aún en nuestra música popular que en el poema, como algún tango cantado por Goyeneche en el que recuerda que nunca se ha ido de su barrio.

acá oquendo evoca sus pasos en el primer país de los primeros juegos y de los primeros y añorados fuegos. Con alguna nostalgia por aquellas fogatas encendidas en el in-vierno traza un retrato hablado de su educación sentimental:

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eL prIMer paíS

I.

nos hemos reunidoen la glorieta del parque antiguodonde un par de pilares se han mantenidoy aún se huele el café de las ideas.

II.

Fue un barrio de machos.Las hembras dulces,como el algodón de las ferias,se desplegaban.

III.

En esta barberíalos mayores peinaronla catarata de su corazón.El olor de su perfume y de su sombrasalían en busca de la novia andinacon ojos de petróleo.

Iv.

En esa plaza donde hasta ahorase juega el fútbol,siempre anduve buscandola leña que haga un fuegoazul en los inviernos.

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Y bien, qué mejor que cerrar el ciclo ciudadano con César vallejo cuando empezaba a miralo todo como una víspera y a despedirse de París y de su cuerpo. Qué mejor, repito que el broche dorado de quien, a mi juicio personal, es sin duda el más grande de los poetas de este rumoroso lado del mundo:

paríS, octuBre 1936

de todo esto yo soy el único que parte.de este banco me voy, de mis calzones,de mi gran situación, de mis acciones,de mi número hendido parte a parte,de toso esto yo soy el único que parte.de los Campos Elíseos al dar la vueltala extraña callejuela de la luna,mi defunción se va, parte mi cuna,y, rodeada de gente, sola, suelta,mi semejanza humana dase vueltay despacha sus sombras una a una.Y me alejo de todo, porque todose queda para hacer la coartada:mi zapato, su ojal, también su lodoy hasta el doblés del codode mi propia camisa abotonada.

Miradas entrañables o apocalípticas, escrutadoras de gran-des y pequeños sucesos, lenguajes migrantes a través de otras artes, el tema de la ciudad en los poetas reunidos en los libros que la Universidad Externado de Colombia ha puesto en miles de manos y en miles de ojos ávidos de poesía, son una muestra de diversidad inabarcable que la colección, así lo creo, ha respetado en muchos matices, propuestas y cronologías, sin casarse con una estética única.

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no por refutar al aguafiestas y lúcido bertolt brecht cuan-do dice que “de estas ciudades quedará quien las atravesó: el viento”, también valdría la pena recordar a José Martí, cuando afirma que “un grano de poesía sazona un siglo”.

Quizá a la imagen del poeta cubano valga la pena darle una vuelta de tuerca en un diálogo imaginario con brecht, así parezca una impertinente o atrevida variante: un trozo de ciudad escrita a lo mejor quede más allá del viento, más allá de las ruinas.

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poesía para un país imaginado

LeoNardo GIL GóMez

La aventura de Un libro por centavos inició hace poco más de diez años, cuando Miguel Méndez Camacho le propuso al entonces rector de la Universidad Externado, Fernando Hinestrosa, la posibilidad de una colección de poesía que buscara “la divulgación masiva de los poetas más recono-cidos en el ámbito nacional e internacional y la promoción de nuevos valores del género”1. Para entonces, el proyecto se había trazado por el tiempo de un año y pocos habrían imaginado que se convertiría en la colección de poesía más grande de nuestra lengua.

sin embargo, antes de entrar en materia acordemos una licencia que nos permitirá preguntarnos por la colección de una manera hasta el momento poco explorada: considerar-la, en primer lugar, como una selección de autores y obras de poesía para su publicación; y en segundo, observar la divulgación de los mismos como la razón de ser propia de la colección. Hablar de estos dos elementos es señalar lo obvio (aquí la licencia que nos permitimos), pero facilita fijar dos pilares en los que se asienta la labor de la colección: selección y divulgación.

1 Fragmento extraído de la portadilla que acompaña todos los ejemplares de la colección.

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Un breve rodeo nos permitirá aclarar la naturaleza de un tercer pilar: la crítica. En su ensayo de 1962, “Leer”, W. H. auden propone un ejercicio para dar a sus lectores una aproximación a su propio carácter como crítico literario. se-gún él, los juicios estéticos “por más objetivos que tratemos de hacerlos, son en parte una racionalización y en parte una disciplina normativa de los deseos subjetivos. En tanto el hombre siga escribiendo poesía o ficción, su idea del Paraíso es asunto suyo; pero desde el momento en que comienza a escribir crítica literaria, la honestidad exige que describa esa idea a sus lectores, para que ellos puedan estar en posición de juzgar sus juicios” (2007, 15). acto seguido describe los elementos que compondrían su propio Paraíso en términos de paisaje, clima, origen étnico de sus habitantes, idioma, religión, formas de gobierno, entre otros.

inspirado más por el ejercicio creativo detrás del cues-tionario de auden que por sus preocupaciones críticas, en el año 2009 Róbinson Quintero replica las preguntas a un puñado de poetas colombianos, cuyas respuestas dan lugar a un curioso experimento poético que publicó con el título El país imaginado. En su libro, los poetas responden el cues-tionario, ya no con un paraíso en mente sino con un país, y acompañan con un poema su visión. Habría sido interesante preguntar, en el año 2003, por el país imaginado detrás de una iniciativa como la de Un libro por centavos.

Y aún más, el ejercicio de auden ofrece una mirada inte-resante para hablar del asunto. El experimento del paraíso imaginado busca confesar los caprichos de la imaginación como principal motor de la crítica literaria; de reconocer que un juicio estético puede partir de una motivación personal, pero debe responder a criterios disciplinares. Lo personal y lo disciplinar se encuentran para dar lugar a una lectura específica que busca reconocer las virtudes de una obra lite-raria, la “sitúa” en relación con el campo cultural al que su autor la ha proyectado. Pero esto no es cuestión de un mero ejercicio de poder, y auden, en el mismo ensayo, lo remarca

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como la primera función del crítico: se trata de un ejercicio de divulgación de autores y obras. así, pues, la crítica parece ser el pilar central de los tres que tenemos para hablar de Un libro por centavos, pues no es descabellado afirmar que ésta implica un ejercicio de selección y divulgación. ahora bien, si quisiéramos indagar por los intereses que motivaron el nacimiento de Un libro…, habría que sumarle una pregunta al cuestionario original para hacerle a la colección, tal vez habríamos indagado por el tipo de poesía con que sueñan los habitantes de aquel país imaginado.

Pero alguien podría pensar que detrás de una colección literaria hay un editor, no un crítico. Y tiene razón. de hecho, auden se preocupa en su texto de manera particular por el crítico como un tipo específico de lector. sin embargo, quisiera proponer una suerte de vecindad entre el oficio del crítico y el del editor, que no es otra cosa que otro tipo de lector. si bien la labor de estos dos difiere en cuanto su valoración de una obra no responde necesariamente a los mismos criterios disciplinares, coincide en que de su oficio depende la divulgación de la misma. ahora bien, la tarea de un antologista (a medio camino entre el editor y el crí-tico) parece acercar los criterios disciplinares de la crítica literaria con los de la edición. Pero, ¿por qué pensar en la figura del antologista? Porque con el tiempo, una colección literaria resulta una cuidadosa antología que funciona por acumulación. basta citar algunos ejemplos (biblioteca de ayacucho, Bibliothèque de la Pléiade, de editorial Gallimard, por mencionar importantes referentes internacionales, o las colecciones de Procultura Clásicos colombianos2 y biblioteca Popular, que entre 1980 y 1990 se propusieron “llegar a to-dos los miembros de la familia colombiana”) para observar que el crecimiento de dichos proyectos no solo responde a

2 La colección Clásicos Colombianos de Procultura fue fundada por Miguel Méndez Camacho, mientras estuvo al frente de esta institución en los años '90.

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la necesidad de ofrecer un conjunto de autores y obras con un género o una línea ideológica común. Estas colecciones resultan tan variadas, que su criterio parece definirse por premisas como “lo mejor de la producción intelectual la-tinoamericana”, “la obra completa de autores clásicos en ediciones de bolsillo” o por su carácter popular.

El espíritu detrás de una colección literaria parece ser la cara de la moneda que corresponde al crítico en el oficio del antologista: seleccionar autores y obras según un criterio disciplinar acorde al campo del conocimiento en el que se inscribe su trabajo. Pero solo las colecciones que prevalecen tienen un verdadero impacto en la cultura, y para ello es necesario el oficio del editor, que se ocupa de procurar lo mejor en cuanto a la divulgación de las obras. He dicho que estos dos aspectos se encuentran en un punto intermedio cuyo ejercicio es cercano a la crítica. He dicho también, con auden, que una lectura ideal de la crítica parte del recono-cimiento de los intereses del crítico.

Retomemos, pues, el ejercicio de auden, y hagamos caso a Quintero cuando prefiere la figura del País sobre la del Paraíso. Hablemos de Un libro por centavos partiendo de la pregunta por el país imaginado desde el que nos habla esta colección, al que le habla esta colección. Para ello, comen-cemos por la segunda categoría propuesta para el análisis: la divulgación.

Hablar de Un libro por centavos no es tarea fácil. En pri-mer lugar, porque en Colombia hay pocos (o ninguno en poesía) referentes de una envergadura similar con los que pueda contrastarse. En segundo lugar, porque es un pro-yecto modesto. Y la modestia, por definición, es un atributo difícil de ponderar.

Un momento: ¿es posible hablar de modestia para un proyecto editorial de emisión mensual, con tiraje de diez mil ejemplares, distribución nacional, y además, nacido en una Universidad de la élite intelectual y jurídica colombiana?,

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¿modestia para un proyecto que ha publicado la obra de cien poetas de Colombia y Latinoamérica?

Maticemos. Un libro por centavos es un proyecto para un país imaginado, cuyos habitantes hacen gala de modestia en lo que se refiere al acceso a la cultura. Esto es, en térmi-nos de divulgación, un país que reconoce en la cultura un factor de inclusión fundamental. La imagen se traduce en trabajo con comunidades de las regiones más apartadas, para garantizar el acceso a las obras publicadas por la colección.

Entre los acuerdos de inclusión, destaca el apoyo a la hermana Reina amparo Restrepo, quien fundó el Círculo de Lectores de san vicente del Caguán y Puerto Leguízamo en 19973, una época en que para los niños y jóvenes de la región no había más relatos que los del rigor del conflicto. La hermana amparo y su Círculo de lectores han sido be-neficiarios de donaciones de la colección que han aportado a su proyecto de lectura. La contribución, que comenzó en el año 2008, ha entregado centenares de libros y permitió desarrollar actividades en más de 64 instituciones educa-tivas. Para 2011 apoyó el programa itinerante “La casita de los sueños”, del Círculo de Creaciones didácticas (Circreadi) que llevó actividades didácticas, de educación ambiental y lectura a más de 1000 niños y jóvenes de la región. según el informe que entrega Circreadi a la Universidad Externado:

durante el primer semestre académico de 2012, la Universidad Externado de Colombia a través de la decanatura Cultural y en alianza con El Círculo de Creaciones didácticas “círcreadI y las Misioneras de la Consolata en san vicente del Caguán, estuvo presente en varias escuelas rurales de la región, acom-pañando a los docentes de español en sus clases con la poesía, a través de los poemarios de la colección Un libro por centavos, en donde los profesores y los alumnos, de una manera didáctica

3 diez años después fue galardonada con el Premio nacional de Paz por su trabajo de fomento a la lectura.

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y académica leen y se divierten en las clases con los poetas colombianos y latinoamericanos publicados en la colección. También la Universidad los acompañó, durante la celebración del mes del niño, en donde organizaron actividades lúdicas con más de 800 niños de diferentes barrios del municipio, los cuatro fines de semana del mes de abril. Estas actividades lúdicas se realizan para motivar a los niños y hacerlos amar el arte y la literatura para crear con ellos una cultura de paz. (decanatura Cultural, boletín de prensa publicado en el portal: www.uexternado.edu.co, en el año 2012)

En 2013 Un libro por centavos llegó a 42 escuelas rurales de san vicente del Caguán, beneficiando a 1018 estudiantes, 58 docentes, 251 adultos y 140 niños extraescolares. se re-partieron 696 libros de la colección entre más de 2000 títulos donados por diferentes instituciones. se tiene proyectado, para 2014, llegar a 150 instituciones educativas de al menos 10 municipios entre Caquetá y Meta: “El trabajo que ha hecho la Universidad Externado de Colombia en la decanatura Cultural con la impresión de los Libros por Centavos ha sido maravilloso ya que ha permitido que muchos autores sean conocidos por comunidades que nunca habían tenido la oportunidad de leer un poema, además sirve como he-rramienta de lectoescritura para que los docentes la pongan a disposición y en práctica en el aula de estas comunida-des rurales dispersas”. (Circreadi, carta a Miguel Méndez Camacho, decano Cultural de la Universidad Externado, noviembre 5 de 2013).

Un alcance semejante ha tenido la colección en antioquia gracias a la contribución con el Museo de antioquia, que ofrece actividades itinerantes por la región. Entre diciembre de 2009 y febrero de 2010, el programa Museo itinerante visitó el municipio de El bagre y entregó libros de la colec-ción a más de 600 personas en 7 instituciones educativas. Para el 2012, la colección se articuló de manera permanente al programa Museo y Territorios, cuyo objetivo es llevar actividades culturales a distintas comunidades de Medellín

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y el departamento. sumado al trabajo con el Museo, la de-canatura hace donaciones a Comfama, que lleva los libros de poesía en Jornadas de Literatura a Casas de la cultura de Medellín, área metropolitana y zonas aledañas; así como al Metro de Medellín mediante el programa “Pregoneros”, que promueve la lectura compartida de obras literarias en las instalaciones del sistema.

además del apoyo a las comunidades en san vicente del Caguán y antioquia, la colección ha llegado a otras regiones del país, como el municipio de dosquebradas, en Risaralda, cuyo colegio Pablo sexto recibió 250 libros en el año 2009, o Calarcá en el Quindío, que realiza el Encuentro nacional de Escritores de Calarcá y desde 2012 cuenta con la presencia de Un libro por centavos. También reciben libros de la colección las Universidades Pedagógica, san buena-ventura, Panamericana, Gran Colombia, Rosario y Piloto entre otras; las bibliotecas sobre Ruedas de Colsubsidio (200 libros para 5 bibliotecas rodantes por las localidades de bogotá en 2008); el Festival de poesía de bogotá, el Encuentro de Escritores “Fuerza de la palabra”, de Chía, y el proyecto Escuela-Comunidad que hace promoción de lectura en colegios de Ciudad bolívar en bogotá. no está de más decir que, a través de entidades como la Casa de Poesía silva o Fundalectura4, la colección llega a cientos de colegios y bibliotecas públicas de la ciudad. a ello se suman las donaciones hechas a la Cárcel distrital y a proyectos como la Casa de la danza, de idartes, los festivales F-10 y F-11

4 En cifras de Fundalectura, la colección es leída en diferentes biblioestaciones de bogotá. El mayor uso se registra en las biblioestaciones de av. Jiménez, Ricaurte y Usme (40%, 22,8% y 14,2% del total de los préstamos, respectivamente). El 41,4% de los préstamos en las biblioestaciones de toda la ciudad lo hacen hombres y mujeres entre 25 y 39 años de edad, y los libros más solicitados son Ciudadano de la noche, de Juan Manuel Roca, Los ausentes y otros poemas, de Jorge Gaitán durán, Una sonrisa en la oscuridad, de William ospina y Álbum de los adioses, de Federico díaz-Granados. Fuente: archivo de la decanatura Cultural..

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de la revista El Malpensante, y el día de la bibliodiversidad que, en 2011 y 2012 convocó a editoriales independientes5, librerías y centros culturales a “liberar” libros para que fue-ran tomados de forma gratuita por transeúntes en parques, plazas y cafés de bogotá.

si a ello le añadimos que Un libro por centavos llega a gran parte de las bibliotecas públicas de todo el país (185, según cuentas de 2012, desde Puerto Escondido en Córdoba, hasta Puerto nariño en el amazonas) encontramos un panora-ma de divulgación de la poesía y fomento a la lectura sin precedentes en Colombia. Ya en el año 2008, la decanatura Cultural de la Universidad Externado había donado 6000 ejemplares de la colección a la biblioteca nacional para que fueran distribuidos en 300 bibliotecas públicas nacionales. Con ello, la colección cumple el propósito de su fundador, cuando afirma que se trata de un proyecto que “no persi-gue utilidades económicas, sino rendimientos académicos, como corresponde a la filosofía de nuestra Universidad” (decanatura Cultural, boletín de prensa publicado en el portal: www.uexternado.edu.co, en el año 2008).

Un impacto social de estas dimensiones parece posible solo gracias a un equipo logístico que, por sí solo, haría impagable cualquier proyecto editorial. ahora bien, en un país donde el lugar común para explicar las limitantes en lo que respecta a edición de poesía es repetir el manido círculo vicioso de que la poesía no se vende porque no hay quien la edite y que a su vez nadie edita poesía porque no se vende, las cifras que ofrece Un libro por centavos en tiraje y distribución son superiores a las de cualquier edición (sin importar el género) exitosa en Colombia.

5 La iniciativa del día de la bibliodiversidad es coordinada simultáneamente en 60 países por la alianza internacional de Editoriales independientes (aIeI), cuya representación en américa está a cargo de la Red Hispanohablante (redh) y de la cual hace parte la Red de Editoriales independientes de Colombia (reIc).

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En el año 2003, al principio del proyecto, la Universidad Externado editaba entre 12.500 y 13.500 ejemplares de cada volumen de Un libro por centavos. si 13.500 es un número abultado en términos de impresión, lo es mucho más en términos de bodegaje y distribución. Para ello, un convenio inicial con la revista El Malpensante, proveyó a la Universidad Externado un canal de distribución preexistente, efectivo y cuyos beneficios cobijaban a la colección, la revista y, todavía más, a los lectores. La frecuencia de la colección se ajustó a la de la revista en aquel entonces (45 días), y así, desde el 30 de octubre de 2003, cada suscriptor de El Malpensante recibe en la puerta de su casa un ejemplar de la colección. El excedente de ejemplares se distribuye en donaciones, entre los estudiantes de la Universidad Externado, o se vende en la librería del Externado a $1.000 pesos. según la propia revista El Malpensante, para octubre de 2007 las cifras de la colección decían que:

En 30 ediciones se han publicado 384.500 ejemplares, lo que quiere decir que ésta es probablemente la colección de poesía con mayor tiraje en lengua española.

Más de 150.000 palabras componen los casi 25.000 versos de los 897 poemas.

22 hombres y 8 mujeres conforman la nómina de poetas: 8 paisas, 6 de los dos santanderes, 5 bogotanos, 3 costeños, 2 vallunos, 2 tolimenses, 1 nariñense, 1 boyacense, 1 quindiano y 1 colombiana nacida en Montevideo.

10 poetas muertos y 20 vivos, 5 de ellos jóvenes, confirman que la poesía colombiana aún tiene camino por recorrer y voces por descubrir.

La palabra “muerte” se encuentra escrita 265 veces, mientras que la palabra “amor” puede leerse 373. ¿señal de que en

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nuestro país severa no tiene tanto mandato como imagina? vaya uno a saber. (14)

En sus inicios la colección fue una iniciativa del departamen-to de Extensión de la Facultad de Comunicación social, que entonces dirigía Méndez Camacho. El crecimiento y alcance del proyecto permitieron que se fundara en la Universidad una decanatura Cultural (única en su género en Colombia), que entre otras funciones tiene la de velar por la continui-dad de Un libro por centavos. Hay que decirlo: el alcance de la colección solo es posible gracias a que el Externado cree en un proyecto editorial cuyos réditos son exclusivamente para la cultura; prueba de ello es que ha invertido cerca de mil millones de pesos en diez años para garantizar que una colección de poesía de calidad y bajo costo encuentre caminos expeditos para llegar a los lectores. su éxito se ve reflejado no solo en las comunidades apartadas a las que llega, sino en que, con todo, se han agotado ediciones enteras de autores reconocidos (César vallejo, Mario Rivero, Jorge Gaitán durán, Eugenio Montejo). En agosto de 2008, la pe-riodicidad de la revista y la colección pasaron de circulación sesquimensual (cada cuarenta y cinco días) a circulación mensual; el tiraje de Un libro… pasó a ser de 8000 ejemplares, ajustándose a la cifra de suscriptores de El Malpensante y la necesidad de un remanente importante para bibliotecas públicas, universidades y donaciones a talleres literarios y de fomento a la lectura en todo el país. además, en la actua-lidad la colección se puede conseguir completa en formato electrónico en la página web de la Universidad Externado y cada nueva publicación cuenta con cubrimiento en prensa a nivel nacional, gracias a los boletines de prensa emitidos por la decanatura Cultural de la Universidad y la alianza con medios de comunicación en bogotá y otras ciudades. decía la revista semana, en marzo de 2009:

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de hecho, si hay algún responsable de haber difundido de manera masiva la poesía son las universidades. Es el caso de la colección Libro por centavos, de la Universidad Externado. En seis años se han publicado 45 libros con un tiraje de 12.500 ejemplares –de un libro de poesía no se suelen imprimir más de 500–, de los cuales 10.000 circulan gratis cada mes con la revista El Malpensante y el resto se distribuye en bibliotecas públicas, centros culturales, o se venden por 1.000 pesos. La continuidad de la colección es evidente. Tanto, que un Libro por centavos ya es una firma de la Universidad y una especie de institución para la revista, y no sólo para sus suscriptores. La colección es un referente obligatorio cuando se habla de poesía colombiana reciente. "Los libritos del Malpensante", dice la gente. Y no hay necesidad de aclarar a qué se refieren. En pocas palabras, es un proyecto masivo y plataforma para nuevos escritores. (73)

Y la presencia en prensa ha sido permanente en estos diez años. Cabe destacar la divulgación constante en medios de circulación nacional, entre ellos el diario El Tiempo, el diario El Espectador, el diario La opinión, de Cúcuta, que dedica su sección “imágenes” a cada nueva edición de la colección, el boletín Cultural y bibliográfico del banco de la República, en el cual han sido reseñados buena parte de los libros de la colección, el Magazín del extinto periódico bogotano Ciudad viva, y el blog nos Topamos Con… (http://ntcblog.blogspot.com/), que se edita en Cali y cuyo cubrimiento de las actividades de la colección es permanente. Una muestra de la atención que prestan los medios a Un libro por centavos es el artículo “Poesía para todos”, de la entrega del 19 de diciembre de 2013 de El Espectador, en el que la periodista sara Malagón se anticipa a la celebración por el libro número 100:

En el 2007 la colección empezó a incluir a reconocidos escri-tores latinoamericanos como Eugenio Montejo, César vallejo, Jorge boccanera, Gonzalo Rojas y Rubén darío, entre otros, y

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a partir de la publicación número cien va a abrirse aún más el abanico de poetas con la publicación, en principio, de los poetas españoles del siglo de oro y luego, de otros latinoamericanos y colombianos, de los poetas malditos franceses y de los más grandes poetas ingleses e italianos. (22)

al alcance de la colección en Colombia se le puede sumar la presencia en festivales de poesía, tanto de orden nacional como internacional6 y, de manera particular, dos hechos de alcance internacional. En primer lugar, la participación en la campaña Libros para Colombia, liderada por las empresas españolas iberia, Telepizza y la red social Ideas4all, en asocio con la onG colombiana buena nota, que se propuso llevar libros donados a 120 escuelas rurales del país, beneficiando a cerca de 98000 niños. El segundo hecho fue la publicación de la antología bilingüe La Colombie en poèmes, en el año 2006, que ofrece en 223 páginas lo mejor que hasta entonces había publicado la colección (23 títulos). Esta antología se publicó en asocio con la alianza Francesa, para ser distribuida en todas las sedes de la misma. Fue presentada durante el evento “alianzas en resonancia”, entre el 18 y el 31 de oc-tubre en París, donde Colombia fue país invitado de honor.

6 Un libro por Centavos ha hecho presencia permanente en las Ferias del libro de bogotá, Cúcuta y Medellín, y en el exterior en las de Guadalajara (2013), Frankfurt (2013) y brasil. a ello se suman festivales internacionales de poesía y encuentros de escritores en diversas ciudades de Colombia y el mundo. Entre ellos, el encuentro internacional Las Líneas de su Mano, realizado anualmente por el Gimnasio Moderno en bogotá (desde el año 2010); el x Parlamento de Escritores de la costa (2012); el Festival internacional de poesía de Granada, España (2012); el Festival internacional Poemarío, barranquilla (2011); encuentros en la biblioteca pública Piloto de Medellín (2011); el Festival del libro en Cúcuta (2011); el Festival de Cereté, (2011); el Festival internacional de Poesía de bogotá (anualmente, desde el año 2003); el Festival Luna de Locos, Pereira (2009); el Primer Festival Manuelita sáenz en el convento de san Francisco en Quito, Ecuador (2009); el segundo Encuentro de artistas Populares y Gestores Culturales del Guaviare, (organizado por la Fundación Manos Limpias, 2009); el viii Festival internacional de Poesía de Granada, en nicaragua (2012); el Festival Universitario de la imagen y la palabra, Tulúa (desde el año 2008); y en la biblioteca de la Cancillería de surinam (2012).

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La Colombie en poèmes ofrece, además, una presentación de la Universidad y sus Facultades.

así, en términos de divulgación, la colección Un libro por centavos, ha contado con una modesta capacidad logística, pero la habilidad para hacer alianzas estratégicas suficiente como para decir que cada vez se acerca más a un país ima-ginado en el que todos sus lectores han conocido la poesía.

Una vez expuestos los alcances de la colección en térmi-nos de divulgación, podemos volver la mirada a la primera categoría de análisis propuesta: la selección. He señalado una relación entre la forma en que se edita una colección de poesía y el oficio del antologista, y si acordamos con auden aceptar el nivel de capricho personal en el ejercicio de la crítica, hay que hacer lo propio cuando se piensa en una antología. He dicho también que una colección de poesía, si se parece a una antología, difiere de ella en que funciona por acumulación; y es aquí donde el proceso implica más que la revisión de autores en un punto específico en el tiempo: para una colección literaria, no basta con escoger un autor (o grupo de autores) por un puñado de sus textos que ofrezcan un panorama de su obra. se trata, más bien, de la preparación cuidadosa de cada obra que se va a incluir en la colección (trabajo que casi siempre se hace a cuatro manos entre el editor y el autor); así como de la capacidad que tiene el editor de estar en consonancia (o franca y cabal disonancia) con las tendencias literarias que se modifican conforme el paso del tiempo, y a la luz de las cuales la co-lección se sitúa frente al campo cultural que le corresponde.

desde sus inicios, Un libro… se propuso como un proyecto editorial cuya ambición fuese más académica que comer-cial. sus cinco primeros libros Postal de viaje, de Luz Mary Giraldo; Puerto calcinado, de andrea Cote; Antología personal, de Fernando Charry Lara; Amantes y Si manana despierto, de Jorge Gaitán durán; y Los poemas de la ofensa (selección), de Jaime Jaramillo Escobar, reflejan el espíritu detrás de la selección de autores: abarcar el mayor espectro posible

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de la poesía nacional. En ellos se incluye una escritora de amplia trayectoria académica, la ópera prima de una joven poetisa, la antología de un autor canónico de la literatura colombiana, la compilación de dos obras fundamentales Gaitán durán (reconocido no solo como punto de inflexión en la poesía del s. xx en Colombia, sino por su labor al frente de la revista Mito), y una selección de, quizá, lo mejor que pudo quedar del nadaísmo.

Este puñado de libros representó, en el año 2004, toda una declaración de intenciones por parte de la Universidad Externado. En siete meses, quienes recibieron los ejempla-res de la colección disfrutaron los versos melancólicos de Charry Lara o Luz Mary Giraldo7 “Repites los gestos de tu madre /–esa suma de pausas y desvelos– / preguntas por qué tan poca luz /por qué tus ojos se enredan en las letras /y caminas despacio hacia la tarde” (Giraldo 14); las imágenes fuertes y cargadas de urgencia de andrea Cote “Mansa, Marianita, /mejor acuéstate sin piel /sin corazón /que tienes que dormir todo tu sueño /aunque la casa esté incendiada” (33); el tono narrativo y onírico detrás de los poemas de Jaramillo Escobar: “He aquí que una ballena ha venido a visitarme. /desde lejanas regiones del mar ha venido a visitarme y me saluda con tres surtidores de niebla (…) /le hablo de mi juventud en una gruta del alto pico del aconcagua, /y de la salida del sol detrás de mis orejas” (47); o el erotismo en Gaitán durán “Vas a morir, me dicen. Tu enfermedad /Es incurable. Solo puede salvarte /El milagro que niegas. /Mas quiero apenas /arder como un sol rojo en tu cuerpo blanco” (34).

El carácter exclusivamente nacional de la colección se mantuvo durante tres años y se puede afirmar que en estos

7 Recientemente galardonada en Rumania con el Gran Premio internacional de Poesía, otorgado por la academia internacional oriente-occidente, con ocasión del Festival internacional de Poesía de la ciudad Curtea de arges.

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100 números se han rescatado autores capitales para la lite-ratura nacional como aurelio arturo (no. 7 Morada al sur, julio de 2004, edición idéntica al original de 1963 publicado por el Ministerio de Cultura) “He escrito un viento, un soplo vivo /del viento entre fragancias, entre hierbas /mágicas; he narrado /el viento; sólo un poco de viento” (25); Héctor Rojas Herazo (no. 16, Antología, noviembre de 2005) Con su linterna /parecían dos girasoles en la noche. /Ella y él /con su aroma de sueño /con su perfume de hijos en los brazos. /Todavía sin sonido las palabras /Pero el mar es el mar (y lo sabían)” (47). o Luis vidales (no. 22, Antología poética, agosto de 2006) “El día es lo más ciudadano que hay. Eso no me lo puede negar nadie. El día tiene gentes y casas y pegados en las cintas vertiginosas de las calles tiene tranvías – coches – autos – etc. – etc.” (20). Las obras de estos tres autores, en particular, o bien hacía mucho tiempo no se reeditaban, o eran publicadas en tirajes reducidos, lo que implica una difusión escasa. aún con lo limitada que pueda ser la muestra aquí presentada, se puede apreciar la dife-rencia de sus voces: la musicalidad de arturo, la presencia del Caribe en Rojas Herazo, la fluidez de la prosa poética de vidales. Estos, entre otros elementos, leídos a la luz de su época y el aporte que hacen al campo literario, dan cuenta de su valor para la poesía colombiana.

La lista de autores de reconocida importancia, recobrados por la colección, se ha nutrido con obras de José asunción silva, Rafael Pombo, Luis Carlos López, José Eustasio Rive-ra, Julio Flórez, Porfirio barba Jacob, León de Greiff, Meira del Mar, Eduardo Cote Lamus, José Manuel arango, Juan Manuel Roca, entre otros. Llama la atención que durante los primeros 17 números, la portadilla de cada libro anunciaba la continuidad de la colección en términos de un número reducido de publicaciones. así, Postal de viaje, que es el pri-mer libro, anuncia que “Un libro por centavos (…) persigue la divulgación masiva de los poetas más reconocidos en el ámbito nacional (…) en ediciones bellas y económicas, que

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durante los próximos 8 números se distribuirán con la revista El Malpensante” (1). El anuncio de los próximos ejemplares a partir del número 9 se renueva por otras 7 entregas; y, a partir del número 17, la cuenta se suspende y el texto de la portadilla se reduce a la descripción genérica de la colección. Este detalle, que a primera vista parece insignificante, da cuenta de la fuerza y el respaldo institucional que, con el tiempo, adquirió Un libro… Y aunque ya se ha resaltado la inclusión de autores canónicos, contemporáneos y jóvenes desde los primeros volúmenes, se observa que la apuesta por los contemporáneos se refuerza a partir del número 17. Hasta entonces, el canon (observado en la aceptación por parte de la academia y la crítica, sumada al reconocimiento en concursos literarios nacionales e internacionales) y una larga permanencia en el tiempo parecieran haber sido los criterios dominantes en la selección de autores. aparecen en la nómina poetas cuya obra se ha desarrollado en los úl-timos treinta años y ha sido ampliamente reconocida; entre ellos Piedad bonnett “Por la ventana abierta el día es día como /siempre, /o noche, que es igual, /y el árbol tiene la mansedumbre de las cosas /ya vistas” (43), y Ramón Cote baraibar “La muerte es una alguacil que exige una preci-sión, al menos una certeza que justifique a las caléndulas su tránsito por la vida. Entonces, para qué dudar que su reino aceptó complacido ese bus que un miércoles huía del asedio del sol…” (41).

a partir del número 31, la colección abre sus puertas a autores internacionales con el mismo criterio con el que ha optado por los autores más destacados de la poesía nacional: de nuevo el canon y el tiempo dictan la presencia de algunos de los más grandes autores de la poesía latinoamericana. Hasta el momento se han publicado 13 autores extranjeros, entre quienes figuran César vallejo (Perú), Rubén darío (nicaragua), José Martí (Cuba), Eugenio Montejo (vene-

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zuela), affonso Romano de sant'anna8 (brasil) y Gonzalo Rojas (Chile); estos dos últimos alcanzaron a publicar en el s. xxI. a continuación, una pequeña muestra de Montejo y sant'anna, primer poeta internacional y primer poeta traducido de la colección:

El buey

El buey que lleva mis huesos por el mundo,el que arrastra mi sombra, uncido a las estrellas, a yugos siderales, va arando el tiempo, no la tierra,por eso es sabio, profundo, demorado,al tardo paso de las nubes.

(Montejo, 52)

Noticias montadas en la TV

i. siento meter mi mano en vuestra sangre para sacar poemas, pero seis mil antílopes están siendo abaleados en Yellowstone y ensucian mi cena.(…)

(Romano de sant'anna, 9)

a estos nombres se les suman otros que implican una mirada a la poesía contemporánea, conforme a la tendencia que la consolidación de la colección dictó para los poetas nacio-nales en volúmenes anteriores. así, distribuidos entre los

8 Montejo y Romano de sant'anna suponen hitos en la trayectoria de la colección, toda vez que Los ausentes y otros poemas, de Montejo, fue la primera publicación de un autor internacional; mientras que el libro del brasilero, El tiempo que me escribe, constituyó la primera traducción de un autor extranjero, la cual estuvo a cargo del poeta John Galán Casanova.

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números 49 y 90, llegan a los lectores noticias del argentino Jorge boccanera, los mexicanos Marco antonio Campos y Homero aridjis, el uruguayo Rafael Courtoisie y el ecua-toriano xavier oquendo Troncoso, entre otros.

Y si hemos prestado atención a los autores destacados nacionales e internacionales, es necesario ahora echar un vistazo a los autores jóvenes colombianos. En este sentido, la colección ha optado por un sistema de selección que exige cierto reconocimiento para los nuevos poetas; muestra de ello es la articulación con el Concurso nacional Universitario de Cuento Corto y Poesía que la Universidad convoca anual-mente desde hace 26 años. del premio de poesía han sido publicados andrea Cote, ya mencionada y quien, además, con Puerto calcinado ganó en Macedonia el premio mundial Ponts de Strugas, de la uNeSco en 2005; abelardo Leal, ga-nador en 2005 y 2007 y publicado con el poemario no. 91, Somos las horas; Felipe García Quintero, ganador en 2010 y publicado bajo el título El pastor nocturno, número 84 de la colección9. otros poetas jóvenes, incluidos en la colección que vale la pena destacar son John Galán Casanova, María Clemencia sánchez, Federico díaz-Granados, John Jairo Junieles, John Fitzgerald Torres10 y Lucía Estrada.

Merece especial atención el volumen número 73 de Un libro…, pues hace un esfuerzo que pocas colecciones o antologías han hecho en Colombia: incluir autores raizales dentro del panorama que ofrece. así, bajo el título Herederos del canto circular, se agrupan las voces de Fredy Chikangana, poeta Quechua de la nación Yanakuna Mitmak, nacido en 1964; vito apüshana, escritor Wayúu que bajo el nombre de Miguelángel López-Hernández fue ganador del Premio Casa

9 otro ganador del concurso de la Universidad, pero que no pertenece a esta generación de jóvenes poetas es víctor López Rache, ganador de la primera edición del premio en 1990 y publicado en 2012 con Antes de despertar.

10 Recientemente ganador del premio de literatura infantil El barco de vapor, convocado por la biblioteca Luis Ángel arango.

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de las américas en 2000, con la obra Encuentros en los senderos de Abya Yala; y Hugo Jamioy, de la nación Kamëntsá, nacido en 1971. La carátula del libro presenta, además, la pintura Bodegón wayuu, obra del pintor Guillermo ojeda Jayariyuu, quien ha participado en diferentes exposiciones nacionales e internacionales en Colombia y venezuela. La antología estuvo al cuidado de Ángela García11 y su importancia tras-ciende la necesidad de inclusión, creciente en estos tiempos de lenguaje políticamente correcto y buenas maneras; dicha importancia radica en que ofrece una mirada al esfuerzo de tres autores por verter en la escritura una forma de ver el mundo tamizada por tradiciones donde predomina la oralidad. Como una suerte de guiño a la memoria indí-gena, el poemario ofrece, antes de la obra de los poetas, el “poema de creación de los seres y las cosas”, huitoto; el “Canto de solidaridad” de los Kunas; y el poema Kuna-Tule “ipelele”. además, la obra de cada poeta comienza con una presentación bilingüe del primer poema seleccionado por la antologista. así, pues, Herederos… se ofrece como un punto de encuentro entre lenguas y culturas. ofrece un vistazo a tradiciones que están en el límite del olvido, en tiempos en que occidente avanza sin miramientos y traza un manto uniforme sobre lenguas y culturas que durante siglos ofrecieron alternativas para comprender el mundo. Me permito transcribir completo un poema de cada autor:

Palabra del abuelo (Fredy Chikangana)

Palabra del abuelo —no sigas ese pájaro gris—,que es espíritu y lleva al despeñadero,es pájaro de muerte.

11 Ángela García fue cofundadora del Festival internacional de Poesía de Medellín y miembro del consejo editorial de la revista Prometeo. Ha publicado los poemarios Entre leno y llama y Rostro de agua. además, sus textos han figurado en diferentes antologías internacionales.

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Palabra de la abuela —no juegues con fuego—, que hace orinar en cama,es frío dentro del cuerpo.Palabra de Taita —haz caso al abuelo—,hay que pagar pa' cazar.Palabra de mamita —haz caso a la abuela—hay que pagar para jugar con el fuego.Palabra de pájaro gris —abuelo de mal agüero—,es hombre desconfiado.Palabra de fuego —abuela de mal presagio—,es mujer maliciosa.Palabra de mi corazón —bienvenido al misterio—,alienta este canto.

(Chikangana, apüshana, Jamioy, 23)

Yonna (Danza) (vito apüshana)

salimos al baile circulary todos los pies giran desnudos.

Las mujeres ríen la alegría de los hombres.

Hay toques de Kaasha,cantos de Jayeechmajachi,sonidos de Wontoroyoi,sonidos de Sawawa…

Música de los que estamos en la risa.

Los hombres nos hacemos contentosbajo las sombras de las mujeres.

sentimos sus brazos,aún, en los viajes lejanos.

(Ibid., 39)

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Los pies en la cabeza (Hugo Jamioy)

siempre es buenotener los pies en la cabeza,dice mi taita,para que tus pasos nunca sean ciegos.

(Ibid., 63)

dada la envergadura de la colección es difícil dar cuenta de la selección de autores más allá de los criterios y parti-cularidades aquí esbozados. Queda decir que este repaso, atendiendo a los tres grandes grupos de autores (consagra-dos, contemporáneos y jóvenes), sumado a la inclusión de poetas raizales y extranjeros a la colección, da cuenta de un amplio espectro de selección. Esto, entendido como tarea de divulgación, permite decir sin temor a equivocarse, que Un libro por centavos constituye la mayor colección (acaso antología) de poesía de nuestra lengua.

Hasta el momento me he ocupado de dos de los tres pi-lares en que se funda la colección, y he propuesto el juego de auden como forma de entender el tercero12. Es necesario recalcar que cuando aquí hablo de crítica, me refiero al papel del editor o antologista detrás de una publicación, más que a la imagen de un académico que escribe reseñas para ponderar un libro específico. En todo caso, estamos hablando de un lector. Recordemos la pregunta que quedó esbozada páginas atrás y llevémosla al siguiente nivel: ¿Qué tipo de lectores habitan el país imaginado de Un libro por centavos?, y más interesante aún: ¿con qué poesía sueñan esos habitantes?

12 según el poeta y crítico británico, recordemos, la crítica se ejerce en la medida en que la valoración de un autor responde a criterios estéticos y personales en consonancia con el "Paraíso imaginado" del lector que tiene en sus manos la obra.

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Estas preguntas permiten suponer que la publicación de una obra es ya un ejercicio crítico sin caer en el error de otorgar a la colección (en general a cualquier esfuerzo editorial) la potestad de establecer qué debe o no ser leído. ningún editor que se precie de amar la lectura abanderaría semejante despropósito. Habrá quienes jueguen la carta de la tiranía del mercado editorial para demostrar aquel punto, pero hay ejemplos de sobra que demuestran que la calidad de una obra puede rebasar las barreras que el mercado o los paradigmas estéticos imperantes le oponen, y esa calidad solo es apreciable mediante la lectura atenta de alguien que decide publicarla. si aceptamos que un proyecto editorial tiene una suerte de alcance crítico, debemos insistir en que lo es en la medida en que la divulgación de autores y obras que ofrece amplía el panorama literario, no porque su criterio de selección lo limite.

En esta medida la intención de Un libro por centavos coincide con el proyecto de auden, pues se ha propuesto llevar poesía a la mayor cantidad de lectores posible en el país y la variedad de su oferta da cuenta de un programa de divulgación que satisface las ambiciones tanto logísticas como literarias que se planteó desde sus inicios. Los lectores que habitan el país imaginado, según las cifras que ofrece la decanatura Cultural, son los colombianos de a pie, aquellos que han tenido poco o ningún contacto con la poesía; lec-tores desprevenidos. Esta colección no pretende definir los autores que constituyen el canon de la poesía colombiana, sino acercar la mayor cantidad de ellos a sus potenciales lectores. así las cosas, para satisfacer al grupo de lectores eruditos (y la erudición es un atributo del crítico para auden) diremos, acaso, que del canon se encargarán el tiempo y, por supuesto, los mismos lectores; desde el estudiante rural en san vicente del Caguán, hasta el académico que busca entre los libros de la colección nuevas voces.

La segunda pregunta ofrece una mayor complejidad y el peligro de caer en la mera suposición. En Un libro por centa-

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vos se dan cita cada mes voces cuyas diferencias fácilmente marcarían el carácter de colecciones literarias distintas. Por ejemplo, en marzo de 2008 fue publicado Al pie de la letra, de John Galán Casanova, un poeta joven conocido, entre otras cosas por sus experimentos con el lenguaje, “nunca escasea el coraz´n. / no bien lo has perdido / y ya está el vacío en el pecho /acuñando uno nuevo” (27); y al mes siguiente una antología poética que ofrece una muestra de sesenta años de trabajo de Maruja vieira “donde va mi recuerdo /hay flores como espadas de amatista /y los hombres caminan en silencio” (25). Y el panorama se ex-tiende sin miramientos ideológicos de ninguna índole. En el mismo lugar cabe la publicación de poetas conocidos por participar del fervor político de izquierda de los años '70, y a los pocos meses, la de escritores cuyos apellidos han estado ligados por generaciones al poder en Colombia; autores que en su tiempo protagonizaron álgidos debates literarios en el país se dan cita en la estantería de la colección; mujeres que se atrevieron a hacer erotismo hace treinta o cuarenta años, y así, de manera diversa. ¿Qué podríamos concluir entonces? ¿Los habitantes de aquel país imaginado prefieren la experimentación, la sonoridad modernista, el poema en prosa, la poesía erótica, el canto contemplativo o la poesía comprometida? La respuesta parece saltar a la vista: el lector de aquel país imaginado está abierto a las posibilidades. Pero no hay que olvidar que el ejercicio lúdico de auden sirve para observar un fenómeno real, concreto. En este sentido, alcanzaríamos a afirmar, parados en cien libros de poesía que, sin importar cuánto imaginemos, un resultado satisfactorio arrojaría una radiografía del panorama literario (al menos en poesía) colombiano.

Es comprensible que al ser el objetivo de Un libro…, esencialmente, la divulgación de la poesía, el espectro que compone su público objetivo abarque la mayor amplitud po-sible. Una premisa según la cual, más que satisfacer el gusto de académicos y poetas, apuesta por acercar diversos tipos

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de lectores a la poesía. Por esta razón, uno de los principales criterios editoriales de la colección es la sencillez de los textos escogidos para su publicación. Un derrotero que favorece el encuentro con versos sencillos, cuyo efecto se da por una lenta acumulación, como en la poesía de Mario Rivero “Conozco las lágrimas. /sé de las lágrimas. /Un negro rocío cuyo sabor perdido /de nuevo encuentro” (47), hasta la condensación de imágenes en los versos de José Manuel arango “o la caricia /de una pareja anónima entre extraños /que miran” (44); o desde el lenguaje florido de Rubén darío y León de Greiff, hasta la poesía en prosa de autores contemporáneos.

Consciente de lo que exige este reto, la decanatura Cul-tural se ha rodeado de un comité de pares académicos que proponen autores y acompañan el proceso de edición de los textos que se publican en la colección. así, pues, cada obra se prepara a varias manos, entre el autor, la decanatura Cultural y asesores allegados tanto a la colección como a los escritores, para el caso de autores vivos; o casi siempre de la mano de algún especialista, en el caso de autores muertos. Podemos encontrar que así como Morada al sur respeta la selección que hiciera aurelio arturo en 1963, la antología de poesía de Rubén darío, por su parte, fue seleccionada por el poeta Jorge Cadavid, la de Luis vidales por Juan Manuel Roca, o la de Héctor Rojas Herazo, preparada por el propio Miguel Méndez Camacho en compañía de la hija del poeta.

otra forma que ha encontrado la colección para estimular la curiosidad de los lectores, ha sido la realización de antologías extraídas de sus propios volúmenes. Ya mencioné el caso de La colombie en poèmes, y a éste hay que sumarle la antología Y si el amor ya no acompana, ¿a dónde ir?, que ofrece textos de 12 poetas publicados13 en Un libro…, que para entonces (no-

13 Eduardo Cote Lamus, Jorge Gaitán durán, Piedad bonnett, Juan Manuel Roca, Meira delmar, Mario Rivero, Maruja vieira, Elkin Restrepo, Luz Mary Giraldo, Ómar ortiz, Federico díaz-Granados y andrea Cote botero.

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viembre de 2008) iba por su número 42. Esta antología ofrece una muestra de entre doce y quince poemas de cada autor, en un formato inusual para la colección, dado que se sale de las dimensiones de libro de bolsillo y opta por un formato más grande. El título, que es un verso de Eduardo Cote Lamus, sugiere que se trata de una antología de poemas de amor, pero una vez que el lector se sumerge en la lectura encon-trará una diversidad de temas que enriquece lo que anuncia Méndez Camacho en su prólogo: “Hacer antologías es igual a sacar de una matrioska otras muñecas rusas, pequeñas en tamaño, pero no en belleza. breve e intensa, como el eco de un eco que se vuelve canción (…) no persigue buscar un lu-gar para esconder la soledad sino en reinventar el amor (…) doce poetas buscan un equilibrio de voces, edades, tonos, tendencias, temas y sensibilidades” (13).

Cuando afirmo que una respuesta aproximada a la pregunta por la poesía que sueñan los lectores de aquel país imaginado corresponde a una radiografía de la poesía colombiana, me refiero a dos elementos que, si bien se han señalado, vale la pena enfatizar a la luz del papel de la colección. En primer lugar, una acuciante falta de lectores (no solo de poesía), que es tema recurrente en los medios e informes oficiales de educación y cultura. En segundo lugar, y derivada de esta, una falta de espacios para la puesta en común de experiencias de lectura, a pesar de las iniciativas de diversos colectivos independientes e instituciones oficiales.

Para cubrir el primer punto nunca serán suficientes los esfuerzos de distintas organizaciones públicas y privadas, y hemos observado bastante el papel de Un libro por centavos, que se esfuerza por llegar a talleres, tertulias y bibliotecas de todo el país. aún está por verse el resultado de esta presencia, pues todavía es muy pronto para conocer los mejores frutos que una iniciativa como ésta puede arrojar. sin embargo, valdría la pena tratar de anticiparse y señalar no solo la importancia de la colección como mecanismo de fomento a la lectura, sino su papel como formadora de

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lectores de poesía en Colombia. seguramente es una pre-gunta que queda abierta, pese a distribuirse con la mayor revista literaria del país; pues si bien es una pena que en Colombia solo exista una colección literaria con el alcance o la trayectoria de Un libro por centavos y un par de revistas del tamaño de El Malpensante, se puede entender este panorama como una oportunidad para formar un público lector para las nuevas generaciones. Un trabajo que está más allá los esfuerzos que hasta el momento ha hecho el Externado de Colombia, pero en el que sin duda la Universidad ha se-ñalado un camino. En este sentido, además de la presencia en clubes de lectura y talleres, Un libro por centavos realiza desde el año 2008 un encuentro de poesía cada vez que un nuevo libro es publicado. En principio, los miércoles de poesía se realizaron en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en bogotá. desde el año 2010, la cita mensual se trasladó al Gimnasio Moderno, el día cambió; desde entonces, en los jueves de poesía cada nuevo poemario es presentado por un poeta o académico reconocido, y el autor comparte con el público la lectura de sus textos. La entrada a estos eventos es libre y a cada asistente se les obsequia un ejemplar del volumen que se está celebrando.

ahora bien, en la formación de este público juegan un papel muy importante los espacios de discusión que se puedan abrir, que van desde los talleres de lectura o poesía, hasta las aulas universitarias. En este punto todavía hace falta por construir un espacio de debate, no tanto en torno a la colección propiamente dicha, como frente a la poesía misma; los pocos escenarios de crítica se caracterizan por estar llenos de ataques personales y análisis que poco tienen que ver con el hecho literario. Un libro por centavos puede, en un futuro muy cercano, ser un referente también en cuanto a la reflexión sobre la poesía.

Ese potencial se ve reflejado desde ya en el alcance de su difusión de los poetas jóvenes y los desconocidos, así como en la posibilidad de que la obra de grandes autores

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que han sido olvidados resurja y prevalezca; pero es toda-vía más evidente en libros como Herederos del canto circular que muestra la obra de autores que tienen todavía menos difusión dada la indiferencia frente a la forma de ver el mundo de los pueblos raizales.

Entre los documentos del archivo de la decanatura Cultural, figura un texto que al parecer fue preparado en el año 2004 para el periódico El Tiempo. Cuenta la siguiente anécdota:

La colección Un libro por centavos fue iniciativa de Miguel Mén-dez Camacho el decano de Comunicación social-Periodismo del Externado de Colombia, para llenar un vacío que dejaba la editorial norma que había cancelado su colección de poesía. Porque lamentablemente en el país, la poesía ni se compra ni se vende. Méndez Camacho forma parte del comité editorial de la Universidad Externado de Colombia, que preside Carlos Restrepo Piedrahita y que edita más de 140 libros al año, mu-cho más que cualquier editorial comercial, pero en su mayoría son libros de derecho, finanzas, economía, administración de empresas, etc. Cuando Miguel le dijo al Comité, hablándoles de la colección: “vengo a proponerles un mal negocio”, lo miraron incrédulos. Cuando les explicó que se trataba de una colección de poesía en libros de bolsillo y en un tiraje masivo, que le cambiaría la imagen a la editorial externadista, y sería de promoción cultural para la Universidad, aprobaron de in-mediato la iniciativa. El rector, Fernando Hinestrosa, que es un lector furtivo de poesía, escogió el título de la colección: “Un libro por centavos”. antonio Milla, director del departamento de Publicaciones, había propuesto: “Un libro por monedas” con la intención de que los libreros lo dieran como vueltas en sus ventas, por ser tan económico: Mil pesos, menos de lo que vale un pasaje en transmilenio. El doctor Milla escogió las características editoriales de la colección y su símbolo: una moneda girando…14

14 Fuente: archivo de la colección.

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El texto continúa describiendo el periplo de la colección tras siete volúmenes publicados, anuncia la convocatoria para premios de poesía, la inclusión de los poetas Juan Manuel Roca y Piedad bonnett, entre otros; los intentos de establecer alianzas con el Ministerio de Cultura; la apatía de las librerías frente a un libro de tamaño “embolsillable” que fácilmente podría ser sacado de los locales sin pagar; y el éxito de la colección tras el primer año de trabajo.

Cuando Un libro por Centavos salió a su público, hizo parte del homenaje a los 40 años de rectoría de Fernando Hinestrosa. Cien números después, tras años de representar un “mal negocio” indispensable para muchos lectores de poesía en Colombia, y ahora en un homenaje constante a la memoria de Hinestrosa, la colección cuenta con el respaldo de la Universidad y su nueva rectoría. Los habitantes de aquel país imaginado, pueden decir que tienen poesía para rato.

de cara al futuro es inevitable preguntarse por lo que vendrá, hacer cábalas sobre lo que diremos cuando nos reunamos a hacer cuentas de otro centenar. Hay nombres de grandes poetas colombianos que quisiéramos ver entre las páginas de Un libro por centavos. Y hay otros pueblos cuya voz desconocemos y que seguramente tienen un ritmo y una forma de ver el mundo auténticos. ¿Cómo sonará la poesía del pacífico negro, por ejemplo?, ¿qué tienen que decir quienes habitan las fronteras de nuestro país?, ¿qué se escribe en san andrés?, ¿qué escritores latinoamericanos serán incluidos en la colección? autores que, o bien han sido olvidados, o todavía no salen a la luz. de momento, sabemos que se avecinan en la colección las voces de poetas universales, empezando por el siglo de oro español, y con la expectativa de abarcar poetas de otras lenguas.

Es difícil medir con un termómetro el estado actual o venidero de la poesía en Colombia. Pero se puede afirmar con certeza que cumplidos más de diez años de la aparición del primer ejemplar de Un libro por centavos, y con el volu-men número cien recién salido del horno, esta colección es su mejor indicador.

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biografías

Luz Mary GIraLdo (IBaGué, 1950)

Poeta, ensayista y profesora universitaria, licenciada en Filosofía y Letras con Maestría y doctorado en Literatura, además de estudios musicales en piano y canto. Ha recibido varios premios entre los que se destacan: beca nacional de Ensayo Ministerio de Cultura, 1998; Premio internacional de Ensayo Pensamiento Latinoamericano, 2000; beca na-cional de Ensayo instituto distrital de Cultura 2003; Premio nacional de Poesía Casa silva “La poesía como una casa”, bogotá, 2012; Gran Premio internacional de Poesía en Rumania, academia oriente-ocidente/Mijail Eminescu, Curtea de arges, 2013; Premio internacional LaSa-Monserrat ordóñez uSa, en el 2012, por la antología cuentan: Relatos de narradoras colombianas contemporáneas.

Ha sido profesora y directora del posgrado en Literatura de la Universidad Javeriana, coordinadora de la carrera de Estudios de la Universidad nacional, asesora Cultural de la biblioteca nacional de Colombia, conferencista y pro-fesora invitada a universidades del país y del exterior. Ha dedicado sus últimos años a la investigación de la narrativa y la poesía colombiana contemporánea, sobre lo que tiene varias publicaciones.

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juaN MaNueL roca (MedeLLíN, 1946)

Poeta, narrador, ensayista y periodista colombiano. Por 10 años fue coordinador y director del Magazín dominical de El Espectador. obtuvo el II Premio nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1975, el Premio nacional de Poe-sía Universidad de antioquia en 1979, el Premio nacional de Periodismo simón bolívar en 1993. En 1997 recibió el doctorado Honoris Causa en Literatura por la Universidad del valle. Fue Premio nacional de Cuento Universidad de antioquia, en 2000. Y en el 2007 obtuvo en Cuba el Premio José Lezama Lima, y en México, los premios: Poetas del Mundo Latino, México, 2007 y Ciudad de Zacatecas, 2009, año en el cual y también fue galardonado con el Ix Premio Casa de américa de Poesía americana, entregado por la Casa de américa de Madrid, con la obra inédita Biblia de pobres. Tiene varios libros de poesía, de cuentos y una novela Esa maldita costumbre de Morir, de alfaguara. Ha sido incluido en varias antologías nacionales e internacionales.

LeoNardo GIL GóMez (BoGotá, 1985)

Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana por la Universidad distrital y Magíster en Escrituras Creativas por la Universidad nacional. Fundador y director de la re-vista de poesía El Ático (2005-2009). artículos, entrevistas y poemas suyos y han sido publicados en diferentes revistas colombianas y de Latinoamérica. En 2010 fue incluido en la antología de la colección “Cincuenta poetas colombianos y una antología”, y en 2012 en la antología colombo-mexicana “Postal del oleaje”. Fue finalista del concurso nacional de cuento del Taller de Escritores de la Universidad Central, 2011. actualmente se desempeña como docente universitario.

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Editado por el departamento de Publicacionesde la Universidad Externado de Colombia

en marzo de 2014

se compuso en caracteres Palatino de 11 puntos y se imprimió sobre propalbond de 70 gramos

bogotá (Colombia)

Post tenebras spero lucem

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