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Transporte Público

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Page 1: Traspatio 03
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Editor

Raúl Picazo

Colaboradores

E. David Montero

Raúl Picazo

Corrección de estilo

Dario E. Carranco Mendoza

Distribución y comercialización

Dario E. Carranco Mendoza

Marisol Tapia

Grafismo

Víctor Hugo Cabañas

Contacto

[email protected]

revista-traspatio.blogspot.com

Agradecemos a todos los que han sido parte de este proyecto. En especial a Yair Orozco y

Erick Parraguirre, miembros fundadores de Revista Desechable Traspatio. Gracias.

Esta revista cuenta con el apoyo del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo

Artístico del Estado de Puebla 2010

Ilustradores

Eduardo C. Picazo / México

Elmer Sosa / México

Hanna S. Abi-Hanna / Líbano

Maia Ruth Lee / Corea del Sur

Musa / México

Lars Wannop / Australia

Ramon Pezzarini / Italia

Portada

Víctor Hugo Cabañas / México

REVISTA DESECHABLE TRASPATIONÚMERO 3 / TRANSPORTE COLECTIVOJULIO 2010

Page 3: Traspatio 03

PÁSELE HAY LUGARES

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El panorama de las revistas culturales en Puebla es escaso, los grupos literarios se sumergen en ideas atávicas sobre el mundo donde habitan, para cerrar la puerta a la palabra impresa y abrir sin más las ventanas virtuales. Apostar por el papel que se vende en librerías, es decidir por la continuidad del objeto-revista; pero más que una apuesta a lo impreso, es tener la certeza de que funcionamos como impulso para dar salida a la expresión de aquellos que aún piensan que lo tangible es mucho más intenso que lo virtual e impalpable.

Traspatio es la suma de textos dispersos, de temas en común que llevan a la conversación, la cual nos sumerge en conceptos, diatribas, disertaciones y sandeces, pero sobre todo, a un texto abierto para aquel que desee recrear su vida dentro de una ciudad de territorios, donde cada quien conoce lo recorrido por su mirada.

El acontecer urbano popular da muestra de sus más concurridas expresiones, y de sus temas extraemos material, y de ese material viene el pensamiento y la reflexión. Las colonias y sus habitantes, los bares y sus prostitutas, las micros y sus choferes, expresan una cultura diferente a la nuestra, pero que presentamos por medio de narradores, poetas y escritores de esta ciudad, para mirar con otros ojos las calles con sus transeúntes, las cantinas y sus parroquianos, los choferes y sus rutas. Son en realidad tantos temas,

Editorial

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que para exponerlos tendríamos que hacer un llamado general a todo aquel que guste de expresar sus correrías dentro la ciudad.

Escoger como tema el Transporte Colectivo, es tan sólo querer dar forma a ese extenso panorama de lo urbano popular. Mientras la cuarta parte de los clasemedieros buscan la posibilidad de hacerse de un auto, la otra mitad se abalanza cada mañana en busca de un lugar que los lleve a su destino; mientras la clase baja espera en el parabús la ruta y la otra cuarta parte se encuentra en busca de empleo dentro del transporte colectivo, los ricos se ufanan de no tener nada que ver con ellos. Pero se encuentran inmer-sos, porque pertenecemos a un espacio común que es la ciudad, la calle, el bulevar, el periférico, las zonas donde transitan autobuses que transportan humanos como animales. No podemos soslayar el tema, no existe manera de desentendernos de una conversación que mira la vida del Transporte Colectivo con ánimo distinto, con una visión que nos hará recordar de donde somos y a donde vamos, qué esperamos y con qué nos comprometemos.

Escribir es entusiasta, hacer una revista mucho más, tocar un tema es exagerado, pero conversemos, sólo así se fortalecerán los lazos del escritor y su ciudad, pero lo más importante, de los lectores y sus ideas.

Raúl Picazo

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Contenido

COMO PERRO EN EL PERIFÉRICO Ana Violenta / página 6

CADENA DE TRENESSandra Munive / página 10

PASEN A VER AL LEÓN (MICROBUS FIGHT CLUB)Abigail Rodríguez Contreras / página 12

LETREROSRafael Rodríguez / página 16

CAMBIAR DE VELOCIDADESJavier Caravantes / página 18

INTERIORES METROSusana Silva Cruz / página 22

PARA-BÚS: MITOLOGÍA PATOLOGÍA DEL TRANSPORTE PÚBLICOIsaac Ventura Rivero / página 25

TARIFA MÍNIMANabor Rachowsky / página 28

HETEREOGENEIDAD SOBRE RUEDASEric David Montero / página 30

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8 TRASPATIO NÚMERO 3

> Como perro en el periférico

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como PERROen el PERIFÉRICORelato Corto / Ilustración Musa

No hay experiencia más traumática que treparse pedo y mal cogido a un Mayorazgo a las diez y media de la noche en la Cuarta sección de San Ramón. O extraordi-nariamente pacheco a una 68 en Xonacatepec. Usted, amable lector, podrá decir que qué necesidad de tomar el transporte público en esas condiciones, o de andar en esos terruños dejados de la obra pública, pero qué le hace una si: a) la parranda acaba con la posibilidad de llegar a casa en taxi y b) se es fan de los extremos de la ciudad.

De muchos remedios catárticos que ha probado la que esto escribe, tomar una combi cualquiera, y bajarse hasta la base, es la que más le ha funcionado. Así, puedo recomendarle exiliarse de sus pedos sentimen-tales en Guadalupe del Oro, en el norte, que cuenta con una panorámica nostálgica de la ciudad; si está harto del sistema, pero es usted burócrata, Unión Antorchis-ta, en el sur, es una buena opción (por cierto, ¿Sabía usted que en lo más profundo del sur de Puebla existe un conjunto de calles con nombres de escritores? No piense usted que lo están vacilando, si alguien le dice que vive en Borges esquina con Neruda). Si es usted derechoso, Rivera de Aparicio, en el oriente, le acerca a la emblemática comunidad de San Miguel Canoa. Y Buenavista, al poniente, es lo mejor entre Puebla y San Andrés Cholula. Algunos viajes a bordo de micro, han recreado ma-gistralmente el viejo cliché de llamarlos “Mágicos y Misteriosos”. O, ¿Se imagina usted ir hacia la Peni

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escuchando Watermelon Man de Herbie Hancock?, ¿O que se suba un payasito callejero, además costeño, que mientras baja de la unidad se avienta un chiste negro del tipo: “Si tienen un hijo como yo, mátenlo”? ¿Ha escuchado a un chofer discutiendo su condición agnóstica con una monja? O simple y sencillamente ¿Le han bajado de la unidad en movimiento? Alguien sabe ¿Cuál exactamente es la función de esos individuos que tabulan y monitorean durante todo el día cada vuelta de cada unidad y por qué a eso le llaman “chamba”? Sé que ésta no es la forma de ventilar intimidades familiares, pero hace muchísimos años, mi madre tuvo un affaire con un hombre del transporte público, llamado Manuel, que en aquel entonces me caía bien y al que incluso yo llamaba papá. Pienso que de haber continuado este romance, muy seguramente yo no estaría escribiendo esto, estudiaría Cultora de Belleza y Estilismo Profesional (con todo respeto a quienes estudian Cultora de Belleza y Estilismo Profesional), Titanic sería una obra maestra del cine mundial, sería americanista, chiva o cruzazulina y hasta creería que rock mexicano es Alejandra Guzmán. Así de radicalmente, estoy segura que habría cambiado mi vida el transporte público. Pero muy probablemente esté estereotipando y malviajándome gacho, como es mi costumbre. ¡Ah! Mi madre terminó rápido con este idilio cuando conoció a un agente de tránsito, de nombre Luis, que pronto me cayó bien y al que en seguida comencé a llamar papá. Por mi parte, antes creía que ligarse a un ruletero podía llegar a ser lo máximo en cuestión económica, así

10 TRASPATIO NÚMERO 3

> Como perro en el periférico

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que en cuanto tuve edad (quince) hice el intento con un joven de la ruta 17. El éxito financiero del flirteo fructificó durante los dos meses en los que viajé a cambio de sonrisas en el retrovisor. Bastó que una mañana intentara iniciar una conversación, para que yo evitara en lo consiguiente subirme a algún microbús de esa ruta. Misión fallida. Después de los choferes, comencé a fijarme en los pasajeros, que es donde se encuentra la verdadera diversión de viajar. Nada más hermoso que ver a una madre amamantando a su hijo frente a todo el pasaje y que luego este bebé le haga caras a uno. Y presenciar costumbres tan correctas como santiguarse cuando se pasa frente a una iglesia luego de no cederle el asiento a la embarazada con niña de tres años, y mi favorito, decirle al pequeño que no se ensucie y mejor tire el hueso del mango por la ventanilla.

Tema de fructuosas conversaciones mariguano-etílicas y no, éstas y demás notables curiosidades que no seré yo quién se las haga apreciar, sino el tráfico y el ocio de una insoportable tarde calurosa parado en la parte de atrás, de un Loma Bella. La otra vez tomé un camión que jugaba a las carreras allá por Revolución; estaba lleno de ratas que sacaban la cartera y las almas de volón. El camión mataba gente, les tronaba la cabeza pa’ saciar su satisfacción; el chofer era un chacal que comía la masa gris de los muertos en cuestión.

Ana Violenta

11 TRANSPORTE COLECTIVO

> Relato Corto

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CADENA de TRENESPoesía / Ilustración Hanna Abi Hanna

Todos los trenes se reúnen en la estación del recuerdo y luego, uno a uno, se convierten en las perlas del collar que alguna mujer, de largo cuello, lleva puesto. Los boletos se hacen en masa y caen como lluvia. Afuera, en el silencio cargado de nubes y ramas, la mirada se vuelve un reflejo mientras adentro el calor que escapa de los cuerpos deja que el dedo de la mano extendida, hacia

donde Dios le espera, se encuentre consigo mismo.

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El dedo de Dios, entonces, queda fuera del entorno lleno de ruedas, la estación ahora es un conjunto de tierra y techos caídos,

los garapiñados se han mudado a donde los labios de los taxistas las compran a los niños, pero este niño no lleva ninguna costra dulce

a su boca, lleva sed y cansancio y silencio, el mismo que repite desde que sus oídos dejaron de funcionar.

El niño camina, seguro de que no hay peligro, se acerca al borde de la banqueta, voltea, sin notar que a su alrededor estalla el grito de una sire-

na, toca con la punta del calzado el piso y un coche, que pretendía saltarse el alto, genera un golpe que termina con un suelo manchado de rojo, en el

que miles de trenes avanzan en una canción infantil que se produce, en la memoria del pequeño, justo antes de que se quede dormido.

Elizabeth Nava Munive

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> Poesía

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PASEN A VER AL LEÓN(microbus fight club)Cuento / Ilustración Eduardo Condado Picazo

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Leonardo siempre tiene sueño. Bajo sus ojos se esconden tintas negras que le explotan debajo de la piel, incluso cuando al parecer esa zona está ya demasiado oscura, se ennegrece de vez en cuando un tanto más. Leonardo toma la misma ruta a las cuatro de la tarde todos los días después de trabajar, como aborda casi en la terminal, el microbús está vacío, ofrecién-dosele todos los lugares para que él elija su favorito: siempre el número 20 del lado del chofer donde el sol no pega y puede recargarse bien en la ventana sin marco, y colocar su mochila en la elevación del motor con el suelo. Duerme siempre casi instantáneamente, siente que el motor que está debajo lo arrulla y le da calor como una madre protectora, abre la boca después de un rato e incluso ronca, pareciera que los sonidos de su boca salen desesperados por las puertas para aunarse al ruido interminable de los claxones y los insultos, en el río citadino que lleva motores y estruendo consigo. León tiene siempre los sueños más placenteros, no se preocupa por excederse en el viaje, ya que vive en la calle de la terminal y trabaja en la calle donde la ruta inicia, a nadie pertenece tanto la ruta como a él, que la conoce y en ella se siente seguro, cobijado, como en su hogar.

Sin embargo el lunes, León no pudo dormir el tiempo usual. Estaba sentado en el lugar veinte como siempre, acomodándose apenas cuando un hombre obeso se sentó junto a él y su celular comenzó a sonar desesperadamen-te, contestó y vociferó su amor ante una voz chillona, secándose el sudor con un pañuelo; “te amo cosa, ya voy para allá”. Se desajustaba el cinturón y parecía estar más cómodo a pesar de no entrar del todo en el asiento, colgó. León ya estaba molesto, intentó cerrar los ojos y pensar en aterri-zar directo a un sueño, pero tres calles después un anciano subió al micro reclamando su descuento del cien porciento al chofer; “los ancianos no pagamos nada, ¡lo dijo el gobernador!” Después de discutir pagó la mitad como era debido y se acercó al hombre gordo quien se frotaba desespera-damente un muslo; “mire nada más lo que los ancianos sufrimos, cómo nos tratan esos hijos de la chingada”. El gordo vociferó una carcajada; “siéntese ya viejo loco, le cobró lo que tenía que cobrarle”. La mandíbula del ancia-no comenzó a temblar, después sus manos; “por viejo me ofendes pero ya llegarás a mi edad también, y te vas a dar cuenta como todos son unos hijos

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> Cuento

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de puta como tú”. Leonardo abrió los ojos, ya no podía obviar esa irrupción a su paz, al hogar que estaba habituado únicamente a los ronquidos de su cuerpo. “Deje de ofenderme ya señor, no me obligue usted a hacer algo que no quiero”. Leonardo notó que el anciano tenía entre las manos un morral del que provenían sonidos metálicos, titiritando, chocando entre sí por el temblor del cuerpo del anciano. “¿A qué me retas? gordo hijo de puta, a rajarte la madre nada más, tú eres el que no sabe con quién se mete, yo fui boxeador, y seguramente tú eres un banquero rancio,o un Don pendejo cualquiera que no puede ni correr por la barriga que traes, vente, párate, puto, eres puto”. La gente estaba paralizada, todos miraban al viejo y los gestos del hombre; sentía ya no la mirada de desaprobación, sino un tenso gesto extendido que venía de todos los rostros, esperando que el hombre obeso mediara la situación, pero no hizo nada, sólo se reía, negaba con la cabeza; “Ya siéntese, deje de ofenderme”. El anciano parecía ofenderse cada vez más con los comentarios del hombre gordo, se sostenía de un tubo, entonces sacó de su morral una llave stilson roja, que parecía extrañamente una extensión de su brazo. Una mujer gritó que guardara su llave, que tenía un bebé y podía pasarle algo por imprudente, pero el anciano sólo dijo que eso no era asunto suyo y que por favor: no se metiera en cosas de hombres. El chofer, lejos de intervenir, parecía disfrutar la pelea, y es que seguramente después de más de diez horas de estar sentado en un asiento caliente, y recorrer por días la misma ruta inalterablemente, cualquier modificación sería óptima para mejorar su estado de ánimo.

El anciano no dejaba de vociferar y amenazar con su llave por debajo de la cabeza al hombre, y de pronto parecía un ring desde donde el anciano alejado en una esquina opuesta, retaba a su contrincante a ceder ante su fuerza, sólo que la cosa era más absurda. Por un lado un ex boxeador de trayectoria incomprobable, avejentado y armado, y por el otro lado un obeso sudoroso que se reía impulsivamente para cubrir el terror que seguramente sentía, sin embargo, estando halagado por ser extrañamente el protagonista de una pelea de honor. “Aquí no viejito, baja tu chingadera esa ya, le vas a pegar al niño, o a la señora, le voy a llamar a la policía”.

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> Pasen a ver al Leon (microbús fight club)

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El anciano se rió ahora; “pinche gordo maricón, ora vas a salir con que tienes un novio jura”. Leonardo no contaba con el espectáculo, realmente no le desagradaba tanto, incluso su cansancio había disminuido, y esos minu-tos de descanso se volcaban ahora en el interés de mirar la pelea, donde el obeso presionaba números al azar, Leonardo podía ver como el obeso temblaba, y sudaba más y parecía bañarlo a él de sus secreciones asquero-sas, pero era el precio por tener un lugar privilegiado. Y así transcurrieron otros minutos, hasta que el hombre obeso pidió la parada, y el anciano salió por la otra puerta con la llave en la mano corriendo tras él en un estacionamiento de centro comercial, como un neandertal persiguiendo un mamut con una lanza. Todos en el microbús miraron en dirección contraria a su destino para espiar el desenlace de la pelea. Leonardo no podía creer que el incidente hubiese durado tanto tiempo, pero sobre todo que nada más interesante hubiese pasado.

Y cerró los ojos esperar en su sueño el desenlace de la historia, donde el viejo sacara del morral la llave stilson y golpeara a alguna mujer en la cabeza, o le enterrara en un brazo al gordo algún desarmador. Deseaba encontrar en sus sueños la reconstrucción de la historia donde todo llevara a un triunfo épico del anciano sobre el cerdo-hombre. Leonardo deseaba dormir otro tanto mientras todos en el microbús intercambiaban opiniones, e interrumpir sus disertaciones abriendo las fauces como un león, arroján-doles un ronquido fuerte que encajara perfectamente en la multitud de sonidos desordenados de la ciudad a las cinco de la tarde.

Abigail Rodríguez Contreras

17 TRANSPORTE COLECTIVO

> Cuento

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Rafael Rodríguez

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cambiar de VELOCIDADCuento / Ilustración Larsigno

PRIMERAGira el volante, acelera y se mira en el espejo: cabello revuelto y lar-go, corbata fuera de lugar. Arnulfo regresa la mirada al frente y pisa más hondo el pedal para burlar el semáforo en amarillo. Un anciano despierta en la banca de la esquina, con impulso de resorte se pone de pie y extiende el dedo. El microbús frena; el claxon del camión formado detrás, protesta.

Aferrándose a la manija con una mano, en la otra carga un vaso de plástico, el anciano va entrando. -Con cuidado, señor, no se me vaya a caer- dice Arnulfo, mira cambiar de amarrillo a rojo y, por el retrovisor: el conductor que está detrás levanta el codo y aferra las manos contra la parte de en medio del volante.

El anciano termina de subir, y parado junto al asiento del chofer busca monedas en el bolsillo del saco. Encuentra algunas, las cuenta varias veces hasta que tiene cinco en la mano, Arnulfo las recoge y le devuelve otra. Verde. El arran-que agita el vaso de plástico.

Gotas de atole le caen en las pier-nas -No pasa nada- dice el anciano. Arnulfo lo mira caminar entre las bancas. Toma la franela y se limpia el pantalón. Se da cuenta de que las gotas también han caído en la foto, detenida sobre una base metálica a la izquierda del asiento. Busca al anciano que se empina el vaso en la boca, lo tira y cierra los ojos; inten-ta dormir en la última fila. Lugares adelante una pareja discute y un joven, en el asiento siguiente al del conductor, se esfuerza por leer a pesar del zangoloteo.

Una punta del trapo seca la mancha de atole. Ella sentada con el niño entre los brazos, él de pie: la foto de sus padres descansa junto a la figura de San Cristóbal, un clavel de plástico, la cajita forrada de terciopelo negro que hace rato compró para regalársela a su esposa en sus veinticinco años de casados y los botones que contro-lan las puertas. El nicho está debajo de la ventanilla. Arnulfo conduce la última vuelta del día, pronto estará en su casa.

20 TRASPATIO NÚMERO 3

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21 TRANSPORTE COLECTIVO

> Cuento

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SEGUNDAEl camión recorre calles alejadas del centro de la ciudad. La noche enfría. - Junto al poste, por favor - dice el joven, cierra el libro y se levanta. Por el espejo Arnulfo lo mira, más atrás el viejo duerme y la pareja ahora se besa. Reduce la velocidad al acercarse a la base del espec-tacular, enfrente está un portón: entrada de fraccionamiento.

Frena. Arnulfo observa al joven bajando, los zapatos deportivos van pisando los escalones. Al segundo intento logra acomodar la palanca de velocidades; a punto de acelerar voltea: un pie suspendido en el aire, el talón del otro no está bien asentado. Resbala. Escucha impactar la cabeza contra el pavi-mento. Adentro el viejo duerme y la pareja sigue besándose en un largo abrazo.

Empieza a acelerar poco a poco, la pierna le tiembla. Levanta la vista, distingue por el retrovisor al joven tirado en la calle. No hay nadie más.

TERCERA Al dar una vuelta frena totalmente y dice con voz suave: - Hasta aquí llego -

Los pasajeros no escuchan. Grita:- Hasta aquí llego - El viejo cruza a la esquina y espera otro microbús. La pareja entre risas sigue caminando en la aveni-da. Por un momento Arnulfo recar-ga la frente en el volante: piensa. luego endereza el cuello y detiene la idea de regresar con el peso de la mano sobre la rodilla que sigue temblando. El microbús sigue.

CUARTAArnulfo cree que ya deben de andar buscándolo. La llantas van rápido; quiere salir de estás colonias nuevas en donde es más fácil encontrarlo. Reconoce lugares por los que ya ha avanzado. Se desespera y empieza a confundir el sentido de las calles. En las esqui-nas da vuelta al sentido contrario de la que dio antes, no encuentra la salida. Se estaciona junto a un terreno baldío y baja. Camina y sus ojos recorren cualquier movimien-to: algunos coches, dos persona que caminan adelante, luces que se enciende en las ventanas, un policía que baja o sube la pluma de algún fraccionamiento y al encon-trar su mirada habla por el radio.

Da vuelta, regresa corriendo. Sube y el microbús es impulsado por una

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> Cambiar de velocidad

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pierna que se hunde. Tres esquinas adelante el periférico. QUINTALa camisa se pega al cuerpo por el sudor. Arnulfo clava sus ojos en la línea blanca, los automóviles rebasan y sigue armando posibi-lidades en el camino, piensa en desviarse dos retornos adelante, seguir por la orilla de la ciudad hasta el punto más cercano de su casa, pasar por su mujer... Un ruido de sirenas acercándose corta el plan.

Una patrulla seguida de una ambulancia vienen en dirección contraria y pasan junto a él separa-dos por el camellón. Arnulfo sigue la trayectoria de los vehículos que no intentan llegar a donde está el poste negro que sostiene el espectacular, sólo circulan por la avenida. Regresa al frente con menos presión en el pecho. Un ruido cruje en la defensa. La primera llanta derecha se levanta sobre algo y el volante chicotea, la segunda apenas salta. Arnulfo controla el microbús con la fuerza de las manos y frena. Levanta la vista hacia el retrovisor: en sus pupilas se dibuja una silueta tendi-da en el asfalto.

REVERSADetuvo el microbús en doble fila, bajó los escalones rápido y entró en la joyería. Repasó los modelos de cada aparador y se decidió por uno de plata. El número en la pequeña etiqueta alcanzó a coin-cidir con el de su bolsillo. Regresó con la cajita de terciopelo negro y la acomodó junto a la foto. Cortó el aire frío cerrando la ventanilla, las caras de una pareja exigía el avance, un joven leía. Al sentarse se miró en el espejo, pensó en corregirse la corbata y los cabellos antes de regalarle el anillo a su es-posa. Arnulfo aceleró y se dio áni-mos, ya sólo faltaba la última parte del trayecto para que terminara el día. En la esquina un anciano le hizo la parada.

Javier Caravantes

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> Cuento

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interiores METROCrónica / Ilustración Elmer Sosa

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Las noticias del periódico que leí en la mañana indican que aquí estamos a dos grados centígrados más alto que en el ambiente exterior, me alivia haber salido diez minutos antes de la oficina, al menos me servirán para llegar justo a las seis, en cinco minutos más empezarán a llegar todos los empleados de las oficinas aledañas y los empujones con ellos; no me alegra del todo viajar a estas horas de la tarde entre tanta gente con cara de cansancio, hartazgo y nausea ante los olores mezclados entre perfu-mes caros e imitaciones con los naturales de la jornada de trabajo; pero el metrobús es más caro… Así que decido buscar el lado amable a las cosas y me alienta saber que al final de mi recorrido encontraré a los vendedores ambulantes ofreciendo cualquier cantidad de cosas, entre ellas las con-geladas de rompope que tanto refrescan en esta época de calor, el metro está tardando en llegar y yo sin darme cuenta ya avance a tres pasos más cerca de la famosa línea amarilla que dicen los anuncios digitales que por nuestra seguridad no hay que sobrepasar, el andén se empieza a llenar al mismo tiempo que el pánico hace lo mismo en mi mente. Ya no quiero alcanzar lugar, con que entre al vagón está bien, son sólo seis estaciones las que he de recorrer y espero que el metro se vaya rápido.

Ya son seis quince de la tarde y el metro llega cuando el vagón está repleto de gente con trajes planchados que se ve, han tratado de cuidar para que no se arruguen durante el día, veo mis desgastados tennis y agradezco mi informalidad permanente, sería terrible planchar la ropa que durante el trajín del metro se volverá como recién salida de la secadora. Por fin apa-rece el anhelado tren y se abren las puertas, la gente entra como caballos a galope y termino en la puerta de enfrente de donde no sé ni cómo pasé en menos de tres segundos y termine perfectamente acomodada entre el tubo de un asiento y la puerta del otro lado del vagón, creo que la falacia de la mano invisible del mercado aquí sí es una realidad, aquí sí existe una mano reguladora qué en el vagón no le da a nadie un lugar más grande del que le corresponde y es necesario para su viaje, al menos acá sí hay justicia en cuestión de espacios. El conductor está tardando en reiniciar la marcha del tren y la gente empieza a chiflar, desde silbidos sin sentido hasta los más complejas mentadas de madre para ejercer presión y se avance ya.

25 TRANSPORTE COLECTIVO

> Crónica

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Se cierran las puertas y los olores empiezan a ser parte de la aromaterapia que la ciudad más grande del país ofrece todas las tardes; al parecer hoy también se ofrecerá de manera gratuita el sauna al mismo y muy accesible precio de tres pesos. La gente de mi alrededor empieza a sudar, sólo espero que no se vea obvio en mi rostro esa transpiración que empiezo a sentir ahora mismo. Llego a la siguiente estación y sube el señor de los discos pirata, la tarde empieza a cobrar sentido, ofrece un disco con la historia de la salsa, que promete tener los mejores temas desde que se originó el estilo y que nos hará recordar aquellos momentos en que estuvimos enamorados. La mayoría de las canciones no las conozco, pero el intro mezclado por cualquier DJ que seguro tampoco conozco, ya me lo aprendí después de una semana de haber recorrido constantemente esta línea. La gente no puede entrar en la siguiente estación y el vendedor de discos tampoco puede bajar, sigue poniendo de fondo sus mismas cancio-nes de salsa, quizá con la esperanza de que alguien se anime a adquirir la ganga que viene ofreciendo desde hace dos estaciones; el vendedor, se baja en la siguiente estación con casi un tercio de las personas que están en el vagón y al fin puedo respirar aire sin aroma.

En seguida entran personas mojadas, al fin entiendo la tardanza en el avance del transporte; la lluvia lo retrasa y un chico que sugiere que la cultura deba llegar a todos recita dos párrafos mal parafraseados de Benedetti apostando que nadie los sabe y le darán una moneda por hacer tal blasfemia del maestro uruguayo, lo omito para no asesinarlo con los ojos ahora que el espacio entre la gente me lo permite.

El tren sigue su curso y al fin llego a la última estación, tengo que bajar para tomar el microbús que me lleva a casa. Ahora sí empieza lo emocio-nante del viaje, si alcanzo lugar o no la emoción de viajar a más de cien en la avenida con más baches de la ciudad y lograr conservar el sistema óseo en su lugar, sí es acto de sobrevivencia, pero antes, compraré mi congelada de rompope porque se me empieza a hacer agua la boca.

Susana Silva Cruz

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> Interiores Metro

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PARA-BÚS: mitología patología del transporte públicoMinicuentos

Una vez me contaron la historia de un hombre que subía a los camiones y, durante el recorrido, se hacía dos o tres puñetas. No había más. Levantaba la mano, subía, pagaba, tomaba su bole-tito de papel de china, lo escondía en la bolsa, se sentaba atrás y después: se tocaba el pene y lo chicoleaba al ritmo vertiginoso de las mejores cumbias camioneriles. Lo gracioso de la historia es que me la contó mi abuela cuando yo tenía dos o tres años. Lo más gracioso es que yo no sabía lo que era un camión, pero sí sabía lo que era una puñeta.

Una vez, uno de mis primos más grandes me comentó que para ser estudiante de preparatoria, habían dos cosas que saber: Fingir voz de adulto para comprar cervezas cerca de la escuela. Para que la señora que vendía las caguamas te dijera “¿son para tu papá, verdad?”, mientras po-nía cara de “no nací ayer, tienes puesto el uniforme de la escuela” o, cuando ya

te conocía y decía “no te las vayas a estar tomando cerca de aquí”.

Los camioneros son los enemigos naturales de los estudiantes de preparatoria. Como el coyote Willy (muertodehambrus escolápium) y el Correcaminos Sin Nombre (objetivum precocis). Al parecer deriva de algo mitológico y evolutivo.

La idea del camión como vórtice temporal me parece interesante:

En la ciudad de Mérida hay una ruta de transporte público que rodea la ciudad en cuatro horas. Es un tour histórico: colonias que fueron parte escandalosa del último reparto agrario, terrenos ejidales que hace cinco años fueron expropiados y se convirtieron en laberinto fashionista, colonias de hacendados ricos que venían a tomar un whisky mientras sus esclavos indios cortaban pencas de henequén, la casa de un famoso asesino de principios del siglo XXI,

I

III

II

27 TRANSPORTE COLECTIVO

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avenidas que narran la historia deportiva de una ciudad, encuadres arquitectónicos que lo mismo tienen una estatua virreinal de un ángel con maracas como de novela de Alejo Carpentier, o un robot con forma de mujer indígena ataviada en el traje típico a la cual mete una moneda (no diré por donde) y responde con una pelotita saltarina, la casa de otro asesino no tan famoso del siglo XVIII, el primer tabledance y la tercera cantina en ser clausurada... Pero, sin duda alguna, la mejor diferencia en-tre un camión y el Delorian de Marty McFly es la parte aquella en la que el camión no te lleva a correr el riesgo de tirarte a tu madre.

El caballo de Troya fue el primer camión de la historia. Los testimonios apócrifos dicen que Odiseo se inspiró al recordar aquel momento en que Aquiles, excitado y contento, acercó sus genitales a las nalgas de Patroclo. A Odiseo se le ocurrió que 50 bravos guerreros encerrados en un sitio tan pequeño que sus genitales sólo topa-ran con los genitales de otro hombre, saldrían de inmediato a matar a quien se les pusiera enfrente para reafirmar su hombría, o a buscar a ese hombre. El pergamino perdido no aporta más señales, pero gracias al testimonio de

Homero en la Odisea sabemos que sólo el rey de Ítaca regresó a casa a reunirse con su esposa.

Hay una tribu de antropófagos perdi-da en la selva amazónica, su nombre es impronunciable y su vida cotidiana desconocida. Sólo han sido vistos por dos exploradores y cinco jipis. Los exploradores viajaban en camión, era una expedición de cuarenta gringos viejos con sombrero rígido y cámara reflex al pecho (de ahí se dedujo que eran exploradores), cayeron por un barranco y sobrevivieron veinte, dieciocho fueron atacados con dardos venenosos y armas contundentes. Los que sobrevivieron salieron por las ventanas, recordando los tiempos de estudiante en los que el camionero yonqui del bus escolar oía trinos de pajarracos metálicos en lugar de la voz infantil gritando al borde del llanto porque quería bajar.

Los cinco jipis se perdieron en la selva, encontraron a esta tribu que había convertido el autobús de los explora-dores en refugio contra el clima y los mosquitos. La tribu no se comió a los jipis, su carne le pareció asquerosa. Los jipis murieron dos días después, ataca-dos por zopilotes que creyeron que se estaban cenando a unos zombis.

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> Para-bús: Mitología Patología del transporte público

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El autobús de los Merry Pranksters era el submarino amarillo.

Subes al camión. Pisas los dos escalones altísimos que tu abuela no podría subir sin romperse la ingle. Te sientas atrás de una mujer guapísima, de las que le hacen los honores a los vestidos de colegiala. Intentas verle las nalgas desde su asiento. A la altura de su espalda baja una leyenda dice “¿qué me ves hijo de puta?”. Le cedes el paso a otra mujer guapísima, te agarras de los soportes. Preparas el camarona-zo para el siguiente tope. Al frente, sobre la ventana, en un letrero dice “más te vale que te agarres bien, si me das un camaronazo te lo estrujo”. Por fin consigues un buen asiento, un anuncio en la pared, escrito con la punta afilada de un compás: “si te quieres pasar un buen rato marca este número”. Llamas y contesta un hombre. Le dices que llamas por el rato agradable. Quedan en encon-trarse en un café a las ocho de la noche. Después de tomar un café piden una cerveza, platican de nada, van a jugar básquetbol, después van a otro bar y ven un partido de fútbol, ambos cuentan chistes y se ríen.

A las dos horas ambos se despiden y no se vuelven a ver jamás: se pasaron un rato agradable.

El camionero es un marinero del asfalto. Tiene una novia en cada colonia. A veces hasta tiene un hijo en cada colonia. A veces tiene una novia, un hijo, un perro, tres gatos y muchas deudas en cada colonia. Otras veces sólo tiene un perro en cada colonia. Hay colonias en las que no tiene perro pero tiene novia, e hijo. Los camioneros más extremos tienen hijos en cada colonia pero jamás han tenido mujeres: a esos camioneros se les conoce como Camiolechero.

Los nombres de las rutas son como los nombres de niño: un capricho, una promesa al compadre, cables cruzados en la borrachera o significados escondidísimos.

El turibús es el primo malinchista del camión urbano. El ADO es su primo fresa. El trailer su tío gañán. El auto deportivo su mejor amigo gay.

Isaac Ventura Rivero

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> Minicuentos

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Gran parte de mi vida me he visto obligado a depositar mi confianza, en aquellas personas que ponen en riesgo la existencia por una tarifa mínima; los choferes. Sujetos que conducen sus unidades de transporte público de manera atroz. Zangoloteando a los usuarios por calles y avenidas, con el fin de llegar puntuales a su base, para no recibir sanciones. No los culpo. Además, qué sería de nuestros traslados de un sitio a otro sin la aventura, diversión y peligro que brindan estos cafres del volante.

Son ellos los que mantienen periódicamente en actividad, los músculos de nuestras piernas y ponen a prueba los actos reflejos. Resulta toda una proe-za el ascender o descender de un vehículo en movimiento. O cuando toca ir de pie, mantener el equilibrio sujetándose con un solo dedo de algún espa-cio libre del tubo, mientras el coche cambia constantemente de velocidad.

Los viajes en microbús son fascinantes. Abordar ese universo es un juego del azar, no sabemos en que momento seremos víctimas de un asalto o de un choque. Si tenemos fortuna, quizás encontremos una moneda tirada en algún rincón del micro o una billetera en algún asiento. Todo puede suceder, es como una obra de teatro en la que todos interpretan un papel sin guión. Desde ver a la novia por la ventanilla al despedirse, hasta descubrirla pa-seando en la calle con su amante. Además, si uno desea ponerse meditabun-do también puede lograrlo, basta con echar una mirada fuera y observar los automóviles particulares, para darse cuenta de la desproporción de riqueza que existe. Unos viajando cómodamente en asientos afelpados, con espacio libre en la parte posterior del vehículo. Mientras la caterva se apretuja como alimento enlatado, dentro de un medio de transporte incomodo e inseguro.

El chofer, no obstante la mala imagen preconcebida que tiene la mayoría, hace su buena labor manteniéndonos al tanto de las canciones gruperas y cumbias de moda. Es el operador y amo de la música por antonomasia, subir a su unidad es entrar en su territorio sonoro. Uno no debería ser tan grosero como para ponerse audífonos durante el viaje. No podemos permitirnos perder este tipo de informa-ción valiosa. Debemos comprender un poco su universo. Algunos osados, pre-

TARIFA mínimaEnsayo / Ilustración Maia Ruth Lee

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guntarán cuál es el nombre de la canción que escuchan, y el chofer puede hacer dos cosas, una es, claro, responder a la interrogante, y la segunda reservar su respuesta, como melómano receloso. He de confesar mi admiración en un hecho particular del ser chofer. Los choferes son imanes de mujeres. Desde la amiga colegiala de preparatoria, hasta la madre soltera bailarina. Por su puesto, a estás personas se les condona el pago del transporte. Porque el chofer, también es un caballero, y no se dedica únicamente a mirarle las nalgas a las mujerci-tas que descienden por la parte delantera, mientras él finge vigilar sus pasos, para que no caigan.

Con todo lo anterior, no intento de ningu-na manera, injuriar a estos conductores, puesto que su figura ha sido desme-drada por la multitud. Igualmente hay que reivindicarlos de algún modo. Por esa razón yo seguiré pagando mi tarifa mínima y depositando mi confianza en ellos, puesto que no cuento con ingresos para pagar un auto y además, desconozco el arte de manejar.

Nabor Rachowsky

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> Ensayo

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heterogeneidad sobre CUATRO RUEDASCuento / Ilustración Ramon Pez

Infinidad de veces las personas han viajado en algún micro de la ciudad, es parte esencial del caos de un conglomerado, de cualquiera, el DF, Berlín, Munich, Nueva York, California, Cd. Juárez, Puebla, de todas. El transporte público junto con los autos particulares, indigentes, vendedores ambulantes, anuncios espectaculares, edificios coloniales y contemporáneos forman la selva urbana en la que habitan los entes humanos.

Tal vez parezca insignificante, monótono e incluso molesto viajar en algún microbús para trasladarse a la escuela o trabajo, y pueden ser varios factores los que influyen: la forma de manejar del chofer y sus malos modos, la mú-sica que pone a todo volumen, la cuota a pagar por la que muchos usuarios protestan, a veces hacen que sea más un mal necesario para algunos, que un beneficio para poder transportarse de un lado a otro. En un pesero hay más que brincos, enfrenones bruscos, gritos de “aváncele pa’ tras joven”, música sonidera a todo volumen, arrimones de camarón entre las personas que van de pie y mezcla de olores. Viaja de todo, estudiantes, albañiles, abogados

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> Cuento

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(los pobres, por que los riquillos ya no saben qué es eso), reporteros, asal-tantes, secretarias, jubilados, payasos drogadictos, vendedores con alguna medalla o tatuaje de la Santa Muerte, profesores, enfermeras y demás profesiones típicas de la clase media que sostiene al país por que es la única que paga impuestos en forma, y sufre los embates de una crisis económica inexistente, efímera o pasajera para el gobierno.

Mientras el chofer escucha a Charlie Montana -el remedo mexicano de Axel Rose- en su estéreo, los usuarios incurren en otras acciones; el universitario que acaba de subir, lleva un Ipod con música de la Arrolladora banda El Limón, mientras que la niña de secundaria escucha en su celular a Fanilú; un cantante urbano interpreta con su voz más aguardientosa que Chabela Vargas, a Andrés Calamaro y un payaso con visibles signos de intoxicación cuenta chistes en doble sentido que provocan muecas forzadas en los pasajeros, y regala perros hechos de globos a alguna simpática chica. Un microbús con gente es algo complejo, pues se trata conglutinación de mentalidades que viajan sobre cuatro ruedas: algunos platicando de sus experiencias, otros mandando un mensaje de celular, otros más mirando los traseros de las colegialas de bachi-llerato, leyendo el periódico, mirando los edificios y anuncios espectaculares de un político chiapaneco, o de un ex senador panista. Se puede nombrar una variedad de acciones y pensamientos dispersos que se encuentran al interior del pesero. Pero todos esos pensamientos y acciones se paralizan con un mensaje de 8 palabras que lanza un emisor con pistola en mano: “Saquen su lana hijos de la chingada”, para quitarles las pertenencias que en esos momen-tos llevan, sin importarle si es lo único con lo que viajaban, y que algunos no tendrán para regresarse a casa. Nunca se sabe cuando sucederá esto, y mucho menos quien será el cabrón que lo haga. Y esta experiencia la contarán los pasajeros en otro microbús, donde los usuarios van apretados como gallinas secretarias en hora pico, a algún sitio: trabajar, ir a la escuela o simplemente dirigirse a un parque para holgazanear por unas horas. El transporte público, simplemente forma parte de la vida cotidiana, testigo de miles de historias en la ciudad, tanto que si un chofer contara sus experiencias, daría como resultado una novela en la que se retrataría perfectamente la vida de la sociedad citadina.

Eric David Montero

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> Hetereogeneidad sobre cuatro ruedas

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esechable Traspatio es unproyecto independiente que otorga un espacio de opinión a todo aquel punto de vista consciente o inconsciente sobre nuestro acontecer urbano social.