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PERIODISMO Trabajo Práctico Nº 1 Objetivos: Reconocer al Periodismo como oficio y profesión. Registrar y analizar las características del Periodismo. Debatir los elementos que constituyen al Periodismo. Reconocer los diferentes formatos en los que el Periodismo presenta sus trabajos y formas de expresión. Actividad: Conformar grupos de no más de 6 integrantes para trabajar lo siguiente: 1) A partir de la lectura del artículo “El mejor oficio del mundo”, de Gabriel García Márquez, que se encuentra en el Anexo 1, debata en el grupo lo que el autor quiere significar sobre el Periodismo. 2) Escriban las conclusiones a las que arribó el grupo en el punto anterior, señalando si están de acuerdo, o no, y fundamentando la respuesta. 3) Lean el artículo “El oficio del periodista”, de Juan Luis Cebrián, que está en el Anexo 2. Con sus propias palabras caractericen a ese periodismo y reconozcan y definan sus características. 4) Detenidamente lean “Repasando las funciones elementales del periodismo”, de Richard Rodríguez Revollar, ubicado en el Anexo 3. ¿Qué relación propone entre hecho y noticia? ¿Cuáles son las funciones del periodismo que señala y por qué? Indague sobre la Agenda-Setting, su importancia y práctica profesional. 5) En el Anexo 4, agregamos un artículo que Marcelo Fernández Zayas tituló “¿Qué es el buen periodismo?”. ¿Qué opinión les merece? ¿Por qué? Fundamenten su respuesta.

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PERIODISMOTrabajo Práctico Nº 1

Objetivos:

Reconocer al Periodismo como oficio y profesión. Registrar y analizar las características del Periodismo. Debatir los elementos que constituyen al Periodismo. Reconocer los diferentes formatos en los que el Periodismo presenta sus trabajos y

formas de expresión.

Actividad:Conformar grupos de no más de 6 integrantes para trabajar lo siguiente:

1) A partir de la lectura del artículo “El mejor oficio del mundo”, de Gabriel García Márquez, que se encuentra en el Anexo 1, debata en el grupo lo que el autor quiere significar sobre el Periodismo.

2) Escriban las conclusiones a las que arribó el grupo en el punto anterior, señalando si están de acuerdo, o no, y fundamentando la respuesta.

3) Lean el artículo “El oficio del periodista”, de Juan Luis Cebrián, que está en el Anexo 2. Con sus propias palabras caractericen a ese periodismo y reconozcan y definan sus características.

4) Detenidamente lean “Repasando las funciones elementales del periodismo”, de Richard Rodríguez Revollar, ubicado en el Anexo 3. ¿Qué relación propone entre hecho y noticia? ¿Cuáles son las funciones del periodismo que señala y por qué? Indague sobre la Agenda-Setting, su importancia y práctica profesional.

5) En el Anexo 4, agregamos un artículo que Marcelo Fernández Zayas tituló “¿Qué es el buen periodismo?”. ¿Qué opinión les merece? ¿Por qué? Fundamenten su respuesta.

6) Javier Darío Restrepo escribió “La ética floreciente”, copia adjuntada como Anexo 5, en la que expone la situación de Internet y su relación con el deber ser. ¿Cuál es la postura del grupo frente a sus afirmaciones? ¿Por qué? Fundamenten su respuesta.

Fecha de entrega del trabajo: al finalizar la clase práctica.

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ANEXO 1

El mejor oficio del mundo[Discurso ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa -Texto completo.]

Gabriel García Márquez

A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.

El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo... como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.

La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no

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son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.

Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como

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si hubiera estado en el lugar de los hechos.

Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma -sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite -como un loro digital- pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las

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transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.

Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica -reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras- bajo la dirección de un veterano del oficio.

En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado -que escasas veces puede ser de más de una semana-, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.

Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señaló muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomás Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnifico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Ángel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y

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fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.

Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.

Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.

Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente

http://www.fnpi.org/fileadmin/documentos/imagenes/Maestros/Textos_de_los_maestros/elmejor.pdf

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Anexo 2

El oficio de periodistaJuan Luis Cebrián *

Hoy hace treinta años* -hoy, y no ayer como algunos periódicos más amigos de la mercadotecnia que de la verdad han proclamado- que una patrulla de la policía local de Washington descubriera una operación de espionaje en la oficina electoral del Partido Demócrata. Con ese episodio, en principio relativamente menor, comenzaba lo que probablemente constituye el más abierto enfrentamiento que se haya dado nunca entre el poder político y un medio de comunicación: el Watergate. Desde que el presidente Nixon se viera obligado a dimitir en agosto de 1974 como consecuencia de los escándalos posteriores al suceso, el nombre de ese hotel del distrito de Columbia quedó escrito con carácter indeleble en la historia pero también en la mitología del periodismo mundial. Watergate es símbolo de la independencia de la prensa frente al poder político y recordatorio del papel que a los diarios compete en una democracia, en tanto que develadores de corrupciones y manejos sucios. A partir de entonces se acuñó la idea del periodismo como un 'contrapoder'.

Durante estas tres décadas la prensa en general, y la norteamericana en particular, ha experimentado una considerable transformación. Desde los cambios tecnológicos a los experimentados en la estructura de propiedad de los diarios, todo o casi todo parece distinto hoy. La competencia con los nuevos medios electrónicos ha llevado a los periódicos a aligerar el peso de sus reflexiones al tiempo que aumentaba el número de sus páginas y potenciaban la inclusión del color en sus fotografías, primero en los anuncios, más tarde en la información. Algunas publicaciones míticas, como el Times de Londres, cambiaron su austera apariencia de calidad por el ropaje alegre del sensacionalismo, mientras que la prensa vespertina agonizaba en muchos países, víctima de las horas dedicadas por sus eventuales lectores a ver televisión. Más tarde aparecieron los soportes digitales, con la consiguiente fragmentación de la audiencia, e Internet, con su vocación de universalidad individualizada. Todo ello condujo a una acelerada y creciente concentración de las empresas periodísticas, que sobrepasó enseguida la propiedad de los medios de comunicación para entreverarse con la de los sistemas de ocio y entretenimiento. El tamaño comenzó a ser una condición de la supervivencia, y la tradición de propiedad familiar en el sector se trocó en la inclusión de los más importantes diarios del mundo en la lista de compañías cotizadas. El Washington Post acababa de salir al mercado de capitales precisamente por las mismas fechas en las que su accionista de referencia, Katherine Graham, que había heredado el diario de su marido, tuvo que enfrentarse a numerosas presiones tendentes a parar los pies a los reporteros del diario encargados de la investigación sobre prácticas delictivas en la Casa Blanca. Los abogados y gerentes del Post no cesaron de avisar sobre los peligros que encerraba un enfrentamiento abierto con el poder, que acabaría por redundar en perjuicio de los accionistas, dañando el mercado publicitario y arriesgando la renovación de las licencias de televisión que la empresa tenía. La señora Graham, que se había enfrentado poco más de un año antes a decisiones similares con motivo de los famosos Papeles del Pentágono, no dudó, sin embargo, en apoyar las tesis del director Ben Bradlee y su equipo de redactores a favor de continuar con la investigación y publicación de los hechos. El argumento que sustentaba su decisión era bien sencillo: un diario es una empresa mercantil, y como tal se debe a sus clientes, pero es también un órgano de opinión pública, por lo que su obligación es servir, antes que nada, a los ciudadanos. Esta es la filosofía que entonces triunfó, de la que nos hemos enorgullecido miles de periodistas de todo el mundo

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durante estos treinta años y sobre cuya vigencia cabe preguntarse hoy, ante las modas en boga, las nuevas realidades y las diferentes amenazas que sobre la libertad de expresión se ejercen -no pocas de ellas en nombre de la guerra sin cuartel contra el terrorismo-.

Bill Kovach y Tom Rosenstiel son dos periodistas y expertos en comunicación que se han dedicado durante el último lustro a plantearse estas cuestiones. Han conversado con cientos de colegas, lectores, empresarios, anunciantes y ciudadanos del común, recogiendo opiniones, impulsando debates y tratando de averiguar, en medio de la polémica, cuáles serían los elementos del periodismo, la materia prima fundamental que, como el fuego, el agua y la tierra para los antiguos, nuclea los fundamentos de la existencia de nuestra profesión. Su experiencia, recogida en un libro publicado hace unos meses, pone de relieve que el periodismo de hoy, incluidas las transformaciones que Internet propicia, sigue teniendo unos principios básicos que le identifican como profesión. Apartarse de ellos es desertar de la propia condición de periodistas. Estas normas están recogidas en un decálogo de nueve puntos que no me resisto a reproducir aquí: 1. La primera obligación del periodismo es la verdad. 2. Su primera lealtad es hacia los ciudadanos. 3. Su esencia es la disciplina de la verificación. 4. Sus profesionales deben ser independientes de los hechos y personas sobre las que informan. 5. Debe servir como un vigilante independiente del poder. 6. Debe otorgar tribuna a las críticas públicas y al compromiso. 7. Ha de esforzarse en hacer de lo importante algo interesante y oportuno. 8. Debe seguir las noticias de forma a la vez exhaustiva y proporcionada. 9. Sus profesionales deben tener derecho a ejercer lo que les dicta su conciencia'. Sería difícil decir más en menos frases sobre los derechos y deberes del periodismo profesional en nuestros días. Claro que estos nueve mandamientos se encierran fácilmente en dos, pues desde las tablas de Moisés no hay decálogo con el que no pueda hacerse algo así: el periodismo debe ser veraz e independiente.

En tan sencilla, aunque resonante, sentencia se resume toda la esencia de nuestro oficio. Ser veraz significa que efectivamente los periodistas han de contar los hechos tal como sucedieron, no deben manipular los datos, ni resaltarlos a su conveniencia; tienen que ser rigurosos en la verificación, exhaustivos en las pruebas, puntillosos en los matices. Y tienen, sobre todo, que saber reconocer sus errores y sus equivocaciones, y estar dispuestos a purgar por ellas. Ser independiente equivale a que tengan conciencia del papel social que su tarea implica, a no administrar la verdad que conocen según las conveniencias o presiones del poder, a no inmiscuir sus opiniones o intereses personales con los de los lectores, a no cambiar su condición primaria de testigos por la de jueces, a ser críticos, discutidores, polémicos y brillantes sin que la pasión por las palabras les aleje de la primera pasión por la verdad, sino sirviéndose de aquéllas para iluminar con mejor y mayor luz a esta última.

El aniversario del Watergate es una fiesta para todo demócrata, y una buena oportunidad para reflexionar sobre los puntos aquí aludidos. Tanto o más que los partidos políticos y la representación parlamentaria, la libertad de expresión es condición básica para el establecimiento de democracias prósperas y sólidas. Estas son obviedades demasiadas veces olvidadas por el poder, que tiende hacia la autosatisfacción y el onanismo, parapetándose en los votos recibidos antes que honrando el libre albedrío de quienes se los otorgaron. Yo estuve con Nixon años después del escándalo, con ocasión de la publicación de un libro suyo en España. Me pareció un hombre amargado, rencoroso y cerril, incapaz de entender que la gloria del éxito de su política exterior pudiera haberse mancillado por las sucias triquiñuelas que empleó para vencer y desacreditar a sus adversarios políticos. Con Ben Bradlee y unos amigos cené la semana pasada en París. A sus 80 años estaba radiante de juventud y felicidad y jugueteaba como un niño a decirnos / no decirnos la verdadera identidad del

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garganta profunda, la fuente primordial de las revelaciones del caso. Algún otro de los presentes comentó el destino personal de los dos héroes de la historia, los periodistas Bernstein y Woodward. El primero ha devenido en pope de la profesión, dicta conferencias y escribe libros, algunos tan apasionantes como Su Santidad, la biografía del papa Wojtyla, texto en el que me sumergí a sugerente instancia de Gabriel García Márquez y que recomiendo a todo el que se interese por las miserias del poder temporal de la Iglesia. Woodward sigue oficiando de reportero, al parecer con el mismo entusiasmo y decisión con que se empleaba cuando joven, lo que le convierte en uno de los más temidos y apreciados periodistas de la ciudad.

Durante mucho tiempo he pensado que, siendo muy importante la contribución del caso Watergate a la historia de la prensa y de la libertad en general, su mitificación había generado no pocas desgracias. Entre las mayores de ellas puede situarse la obsesión de algunos colegas míos por derribar y encumbrar presidentes a su antojo, misión del periodismo que no he encontrado reseñada en el código moral arriba escrito. La decidida vocación de gran parte de la prensa española por intervenir activamente en las reyertas y conspiraciones del poder, poniendo en juego con gran descaro intereses de la empresa o de los periodistas que toman las decisiones, es lo que permite que se mantenga su carácter provinciano y atípico, marginal, en el panorama general de los medios de opinión pública europeos. Otra lacra no menor es la perversión injustificada que ha terminado por producirse del periodismo de investigación y de la que las cadenas televisivas nos ofrecen a diario lamentables ejemplos. El periodismo de investigación no puede convertir a los periodistas ni en espías ni en delatores. Tampoco en ladrones. La invasión indiscriminada y abusiva de la vida privada que muchas veces se comete jurando en falso el nombre de la libre expresión, el recurso a la utilización de métodos que en una democracia sana deben estar reservados a la caución y decisión judicial, como son las grabaciones clandestinas, la provocación a cometer irregularidades y corrupciones para así demostrar su existencia, la utilización del engaño y la mentira como métodos de trabajo, son cosas que permiten suponer que algunos periodistas de esos que se llaman agresivos están convencidos de que el fin justifica los medios. Ésa es la raíz y la esencia del pensamiento totalitario, por lo que, si queremos que el periodismo del futuro siga cumpliendo el rol social que le compete, debemos huir como de la peste de semejantes aberraciones profesionales. La historia del Watergate, la de sus protagonistas, debe servirnos también para eso: para apreciar la humildad difícil con la que es preciso ejerzamos nuestra tarea, aprender a separarnos de los fastos del palacio y apearnos de los balcones y tribunas desde los que nos saluda el poder. Al fin y al cabo, el éxito del Washington Post, su contribución a un cambio de rumbo en la historia política de la humanidad, se debe sobre todo a la perspicacia y la persistencia profesional de un reportero dedicado a la información local con buenos contactos con la comisaría de turno. Seguir teniéndolos es la obligación primera de todo el que se desempeñe en el oficio de periodista. Todo lo demás, la gran filosofía de estos temas, el mundo de las importancias y las reverencias, la vanidad del triunfo y la pretenciosidad del pensamiento, es algo que viene luego, a remolque de una lacónica y escueta nota policial.

* Juan Luis Cebrián, periodista español, es consejero delegado de Grupo Prisa, y fue director del diario El País, donde publicó este texto el 17 junio de 2002.

http://elpais.com/diario/2002/06/17/opinion/1024264807_850215.html

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ANEXO 3

Repasando las funciones elementales del periodismoRichard Rodríguez Revollar *

Una vieja versión del diccionario señalaba al periodismo como el ejercicio o profesión del periodista, siendo éste la persona dedicada a escribir en los periódicos. Dado los diversos medios de comunicación que existen en la actualidad y las especialidades que han brotado de la ocupación, el mencionado concepto quedó tremendamente superado.

Mario A. Cantarero anota que por el constante desarrollo y uso de las nuevas tecnologías en los medios de comunicación social y, consecuentemente, por la diversificación y especialización del trabajo informativo, el concepto de "periodismo" sintetiza la multiplicidad de funciones del periodista en diversos medios, resume toda la experiencia acumulada históricamente desde el surgimiento del periodismo en el medio impreso hasta la práctica profesional en los medios audiovisuales, incluyendo el ejercicio en instituciones públicas o privadas, y se extiende en estos momentos a la práctica informativa especializada, investigativa y multimedia.1

El periodismo es la captación y tratamiento escrito, oral, visual o gráfico de la información en cualquiera de sus formas y variedades. Es la forma de comunicación por excelencia de las organizaciones sociales. Su importancia consiste en que contribuye al rápido desarrollo de las ideas. Alejandro Miró Quesada G. destaca que el periodismo ha sido el más importante instrumento para reformar la sociedad. “Es justo reconocer que antes del periodismo se habían efectuado en el mundo importantes reformas; pero es asimismo indiscutible que sólo después de la evolución de éste se producen los grandes cambios sociales”.2

Desde sus albores se comprendió el importante rol del periodismo y la manera cómo estaba llamado a desempeñar una influencia decisiva en las sociedades. Su misión es, pues, además de informativa, orientadora y educadora.

Por su lado, el periodista –en las sociedades democráticas actuales– no es un profesional “sin más”, como lo dice Quim Gil. “Su actividad informativa tiene una trascendencia social reconocida y explicitada en el reconocimiento de derechos como la cláusula de conciencia y el secreto profesional. El respeto a estos derechos de los periodistas, la independencia de los medios y la pluralidad informativa constituyen uno de los pilares fundamentales del Estado de Derecho”,3 indica.

El hecho y la noticia

La noticia es la expresión periodística de un hecho capaz de interesar al público hasta el punto de suscitar comentarios. Es un hecho que “dará que hablar” y por tanto dará pie a nuevos hechos. Es decir, suscitará repercusiones. El hecho es cualquier cosa que ocurre, algo que hace alguien, algo que dice alguien, algo que le pasa a alguien. Puede ser un acto, un dicho, un comportamiento o un gesto, inclusive.

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Martínez Albertos señala que noticia es un hecho verdadero, inédito o actual, de interés general, que se comunica a un público que pueda considerarse masivo,4 una vez que ha sido recogido, interpretado y valorado por los sujetos promotores que controlan el medio utilizado para la difusión.5

La noticia en sentido amplio –dice este autor– es una materia prima sobre la que los profesionales de la comunicación periodística pueden trabajar con una de estas tres disposiciones psicológicas: la información, la interpretación y la opinión.6 En fin, las noticias en su conjunto y mediante su acción constante determinarán el conocimiento que un individuo tiene de su entorno y definirá la posición que asuma respecto de él.

De otra parte, Maxwell McCombs, autor de teoría de la comunicación denominada Agenda–Setting, señala que nadie ha buscado un nuevo concepto teórico de lo que es noticia desde que Henry Luce lo hizo en 1920 (“todo hecho que llame la atención del gobierno”). Esta definición de noticia como un problema, como aquello que llama la atención de las instituciones gubernamentales, ha determinado que noticia sea sinónimo de mala noticia, indica el analista. “La solución sería reinventar el concepto”, aconseja.7

Mientras tanto, día a día se vive una serie hechos en todas partes y rincones del mundo. La selección de estos para su divulgación a través de los medios informativos es un proceso complejo. Para ello deben ser medidos con los criterios de los valores-noticia. Estos son parámetros de actualidad, interés, proximidad, prominencia, relevancia personal, rareza, consecuencias; a lo que el periodismo con afanes esencialmente lucrativos agrega las categorías de interés humano (drama y dolor que promueven la conmiseración) y el impacto que busca provocar fuertes reacciones emocionales.

Aunque aquí acabamos de señalar uno a uno los factores, en la práctica éstos intervienen relacionados, combinados y complementándose entre sí. De esa manera, la noticia no es una mercancía uniforme y estable sino que su producción se gobierna arbitrariamente por innumerables influencias, a veces conscientes y otras veces inconscientes.

El grupo de noticias forma el noticiero que se transmitirá al público a través de los medios de comunicación, ya sean estos la prensa escrita, la radio, la televisión o la Internet. La gente elegirá el medio a informarse según la profundidad de la investigación que requiera (la radio y la TV son por lo general superficiales), el lugar donde se encuentre, el tiempo que tenga o el equipo electrónico con que cuente.

Funciones del periodismo

Maxwell McCombs sintetiza las funciones de la comunicación social y del discurso periodístico en tres aspectos: vigilancia (de los peligros y amenazas al mundo), consenso (organización y producción de respuestas de la sociedad a los problemas identificados con la vigilancia), y transmisión de la herencia social (de una a otra generación).

“Tradicionalmente –explica McCombs– la teoría de la Agenda–Setting ha sido estudiada en términos de la función de vigilancia: la gente se entera sobre lo que está ocurriendo en el mundo a través de los medios de comunicación. Se informa a través de ellos. Sin embargo, los nuevos avances en la teoría hablan sobre su relación con la función de consenso. Esto significa que los medios ayudan a la sociedad a llegar a acuerdos

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porque hacen que la gente hable o se preocupe sobre los mismos temas. De ahí que la Agenda–Setting responde no sólo a la función de vigilancia o de información de la sociedad, sino que además, a la del consenso necesario en toda democracia.”8

Con respecto al periodismo se ha dicho siempre que su función elemental es informar a la población acerca de los acontecimientos más transcendentales de la jornada. El carácter del medio informativo determinará cuáles son esos hechos trascendentales y cuáles no merecen esa categoría. De la misma manera, es independiente para determinar cuáles son las otras funciones que debe cumplir y en qué orden éstas deben ser consideradas.

Las funciones del periodismo las determinan muchas veces cuestiones ideológicas. Para el capitalismo, por ejemplo, la prensa tiene como función servir al sistema económico. Y de hecho lo hace, mediante la publicación de innumerable material de carácter comercial con lo que pone en contacto vendedores y compradores impulsando la dinámica mercantil y el sistema económico.

El socialismo, en tanto, le da a la prensa la función de un frente de combate que sirve a los trabajadores y al pueblo de plataforma para exigir sus reivindicaciones y dar cuenta de sus luchas de clase. Expresa además las tesis de su ideología y se convierte finalmente en vocero del Partido.

Cantarero ha recordado que “durante la intolerancia política de la década de los ochenta, en el marco de la guerra fría, se designaba como prensa burguesa a la práctica periodística cuya característica esencial era ‘servir de vehículo propagandístico de los explotadores y opresores, y como aparato ideológico de Estado, con el objetivo de desinformar, engañar y alienar a la población’; mientras que como prensa revolucionaria a la práctica periodística cuya característica esencial era ‘la revelación de la verdad, la educación y la orientación del pueblo, en la construcción de una sociedad sin clases sociales’”.9

En términos generales y sin penetrar en cuestiones ideológicas, podemos decir que las principales funciones del periodismo son, además de informar:

Educar: El periodismo debe ser un instrumento que sirva para la ilustración de la sociedad. Por estar permanentemente expuesto en las calles en forma de periódicos, o dentro de las casas a través del televisor o la radio, es el mejor medio para difundir conocimientos. Cuesta menos que un libro y sale más barato que contratar a un profesor particular. De esa manera, es asequible a las grandes mayorías. Alguien con justa razón le ha llamado alguna vez “el libro del pobre”.

Orientar: La función orientadora es muy importante y necesaria en toda información de tipo (política, económica, deportiva, etc.) para que el público no se quede en la simple recepción de las noticias, sino que obtenga gracias al periodismo desarrollado un criterio fundamentado acerca de las diversas actividades sociales.

Fiscalizar la administración pública: Este es un compromiso de la prensa independiente. De aquí la importancia de la investigación periodística y la actitud del medio de mantenerse sólido en la denuncia sin doblegarse hasta confirmar que se haya hecho justicia. Darío Klein retoma la singular metáfora de que la prensa es el "perro guardián" del sistema democrático y que esa tarea se ve potenciada cuando hablamos de periodismo de investigación, la cual como ninguna otra forma de periodismo cumple esta misión con más idoneidad.10

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La historia del periodismo está llena de grandes hazañas. Una de las más célebres a nivel mundial es el trabajo de los periodistas de The Washington Post que con la revelación del caso Watergate obligaron al presidente estadunidense Richard Nixon a dimitir en 1974.

En Perú, la prensa independiente en la década del 90 fue acosada por el gobierno de entonces hasta el extremo haber corrido peligro de muerte varios comunicadores. Esto, por no amilanarse y dar cuenta de los hechos de corrupción y sangre en las altas esferas del Estado. El caso de los estudiantes de la Universidad Enrique Guzmán y Valle (La Cantuta) asesinados por el grupo paramilitar Colina en 1991, fue revelado por la prensa a través de la revista Sí. En el 2000, el diario El Comercio reveló la falsificación de un millón de firmas con las que se inscribió al ex presidente Alberto Fujimori ante el Jurado Nacional de Elecciones para una tercera reelección. Claro que mientras esto ocurría, otros “periodistas” callaban e incluso algunos aceptaban a cambio la dirección de diarios o programas noticiosos.

La prensa es además tribuna para que los propios ciudadanos hagan denuncias públicas contra autoridades corruptas o abusivas y sirve a los trabajadores para expresar sus reclamos por bajos sueldos o ajustes económicos. Esta función de control social de los medios permite denunciar excesos de todo tipo. El diario o el noticiero es una gran caja de resonancia de la conducta individual y colectiva. Cuando pone sobre el tapete una incorrección obliga a las autoridades correspondientes a una rápida intervención porque en caso contrario éstas mismas se exponen a la censura pública. La denuncia conmueve a la opinión ciudadana y la motiva a la acción.

Servir a la sociedad: Esta es una función loable de los medios de comunicación. En las últimas tragedias nacionales provocadas por la furia de la naturaleza como fueron los violentos sismos, caídas de huaycos y elevadas temperaturas, han sido medios de prensa los que organizaron y concentraron la ayuda colectiva para salvar a millares de damnificados. Aunque reparando en esto, es también una tragedia considerar que sólo en circunstancias extraordinarias y dolorosas el periodismo debe y puede servir a la sociedad, mientras el resto del tiempo, para ciertas empresas de comunicaciones, es más importante obtener el lucro rápido.

De otro lado, los famosos “teletones” son destacados trabajos emprendidos sobre todo por los canales de televisión (detrás de los cuales hay un enorme –inimaginable para los televidentes– despliegue técnico) que tienen como fin colaborar económicamente con alguna institución pública generalmente de la rama de la salud.

Podemos señalar dentro de la función del periodismo de servir a la sociedad, la difusión de noticias “de interés humano”, las cuales muestran casos dramáticos de personas desvalidas con la intención de conmover al público y llamarlo a la solidaridad. Los clásicos “avisos de servicio público” por pérdida de objetos, robos y desaparición de personas se enmarcan dentro de esta función. Así también, ciertos casos que han sido aprovechados para el show televisivo como aquellos denominados “gente que buscan gente” o ese millonario segmento que trae personas desde los lejanos países para reunirlos con sus familiares de quienes se separaron hace largos años.

Entretener: Varios medios han hecho de esto su función principal. El periodismo local prácticamente ha quedado dominado por el espectáculo frívolo. Han tomado el sexo y la violencia como una fórmula para entretener y mantener a su público cautivo. Ignoran que es posible entretener educando, elevando el nivel cultural de la gente. Un claro ejemplo de esto es la publicación y grata aceptación de los crucigramas, donde los lectores –como jugando– miden sus conocimientos.

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De otro lado, una buena información puede ser entretenida y muy provechosa a la vez. Las noticias importantes, inclusive las políticas y científicas, no tienen por qué ser aburridas cuando se les trata adecuadamente. Además, el humor es –cuando se usa con maestría– un importante ingrediente en la redacción de una crónica o artículo de opinión. Por su parte, la caricatura con su festiva tomadura de pelo es un recuadro que nadie mueve de la sección política por esa grata sensación de alivio que nos da a los males que nos causan día a día los gobernantes que tenemos; gobernantes y figuras políticas construidas y destruidas por efectos mediáticos, precisamente.

_____Notas:1 Cantarero, Mario Alfredo. “Periodismo: de la ‘prensa’ a la imprecisión conceptual”. En Sala de Prensa N° 45, julio 2002 Año IV Vol. 2 <http://www.saladeprensa.org/art379.htm>2 Miró Quesada G. Alejandro. El periodismo. Lima: Servicios Especiales de Edición. 1991. Pag. 71.3 Gil, Quim. “Ética y deontología periodística en la Sociedad de la Información”. En Sala de Prensa N° 14, diciembre 1999 Año II Vol. 2 <http://www.saladeprensa.org/art90.htm>4 El Diccionario de Comunicación de Ignacio H. De la Mota (Madrid: Paraninfo. 1988) define “masa” como agrupación humana de grandes proporciones, no mensurables, que es producto en lo político de la democratización; en lo sociológico, del amontonamiento humano; en lo tecnológico, de la mecanización; y en lo cultural, de la unificación de la enseñanza y la concentración de la información. Suma de los receptores de los mensajes que se distingue por el elevado número de sus componentes y por carecer de cualquier tipo de organización interna.5 Martínez Albertos, Luis. Curso general de redacción periodística. Madrid: Paraninfo. 1993. Pag. 288.6 Martínez Albertos (op.cit.) Pag. 56.7 Leyva Muñoz, Paulina. “Hay que reinventar el concepto de noticia. Entrevista a Maxwell McCombs”. En Sala de Prensa N° 34, agosto 2001 Año III Vol. 2 <http://www.saladeprensa.org/art247.htm>8 Leyva Muñoz (op.cit.)9 Cantarero (op.cit)10 Klein, Darío. “El papel del periodismo de investigación en la sociedad democrática (I)”. En Sala de Prensa N° 29, marzo 2001 Año III Vol. 2 <http://www.saladeprensa.org/art202.htm> 

* Richard Rodríguez Revollar es periodista, bachiller en Comunicación Social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima. Es colaborador de la revista electrónica América Reporte y de SdP.

http://www.observatoriofucatel.cl/repasando-las-funciones-elementales-del-periodismo-richard-rodriguez-revollar/

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ANEXO 4

¿Qué es buen periodismo?Marcelo Fernández-Zayas *

Vivimos en una época donde abundan los diseminadores de noticias y opiniones y escasean: el conocimiento, la integridad y los buenos expositores del acontecer diario. El periodismo, en los Estados Unidos y posiblemente en muchos otros países, atraviesa una bien ganada crisis de confianza. Los culpables de esta penosa situación son las empresas comerciales de prensa y, por encima de todo, el público que no protesta de lo que sucede.

El medio dominante de las noticias, en casi todos los países, es la televisión. En esta época audio visual, la televisión es dueña y señora de la información. Empezaremos analizando este medio de comunicación. Generalmente, se selecciona a una persona, hombre o mujer, para los noticieros por su atractivo físico, su buena voz y dicción, no por su intelecto. Si luce bien ante las cámaras se estima que tiene carisma y credibilidad. En otras palabras, predomina la apariencia física sobre la inteligencia, el conocimiento, la integridad y la honestidad. Triunfo de la estética sobre la ética; de forma sobre substancia; envoltura sobre contenido. Esto no equivale a decir que no hay personas atractivas físicamente y que reúnan, al mismo tiempo, las cualidades intelectuales que se requieren para el periodismo. Desgraciadamente, si hay que sacrificar algo en este medio, el intelecto y conocimiento llevan las de perder.

Conozco el campo de la televisión, he trabajado en programas nacionales en inglés y español, esto no quiere implicar que sea un Adonis ni algo parecido. Actualmente, asesoro empresas en este campo. Muchas veces me piden que busque un "experto(a)" en determinado campo, pero hay veces que no lo(a) ponen en cámara porque no "televisa bien", eufemismo que se emplea para decir carente de belleza; no importa que la persona recomendada sea la máxima autoridad en su campo. Resultado: el público no tiene la mejor información disponible.

Con las actuales normas imperantes, en general, en la televisión estadounidense, Napoleón Bonaparte no lo seleccionarían para comentarista militar por ser muy pequeño. René Descartes, no lo escogerían para hablar de lógica, matemáticas o filosofía, por ser muy feo. Y, Marco Tulio Cicerón, hubiera limitado su oratoria a la radio, porque la televisión hubiera objetado la prominente verruga que mostraba en su rostro.

La manipulación de información por la televisión es algo increíble. Sin embargo, se hace en forma tan sutil que el público no se da cuenta. A una persona la ponen en cámara, la entrevistan por largo rato y solamente escogen un segmento de pocos segundos, fuera del contexto original, y la muestran diciendo lo que el que dirige el noticiero quiere decir. Esto ha llegado a un extremo tal que muchos políticos, Henry Kissinger, entre otros, no concede una entrevista que no sea "en vivo" para evitar manipulaciones. Están tan desacreditados los noticieros de la televisión que los personajes de los mismos, son apodados en esta capital como: "cabezas parlantes". ¿Estas manipulaciones pueden calificarse como deshonestidad periodística? El lector tiene que dar su veredicto? ¿Qué dicen las empresas de televisión al respecto? Que lo que hacen son "prácticas aceptadas".

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La prensa escrita no es inmune a estas faltas. Vamos a definir la labor y función de sus participantes. El reportero se debe limitar a relatar hechos, imparcialmente, sin colorearlos con sus opiniones. Los hechos deben de responder a estas interrogantes: ¿Qué, cuándo, dónde, cómo y por qué? Hay que ser muy cuidadoso al explicar esta última interrogante, el por qué. El reportero puede introducir, a sabiendas o por ignorancia, un elemento parcial o subjetivo en su crónica.

El columnista, generalmente, expresa su opinión sobre ciertos temas. El público sabe que el columnista no está obligado a la imparcialidad. Es más, su subjetividad es muchas veces su atractivo. Este periodista representa un punto de vista conocido, aceptado y compartido por un segmento del público. No engaña, porque da su opinión sin pretender ser objetivo.

El analista desmenuza los hechos, trata de explicarlos en un contexto histórico, político o de cualquier otro aspecto los temas que enfoca. Presenta, en lo que puede, una explicación de lo que hay detrás de una noticia o suceso. Su labor es dar más información al público sobre un tema para que los lectores puedan llegar a un mejor entendimiento de los sucesos o temas a tratar.

Los medios de comunicación suelen emplear "expertos" sobre diferentes temas a fin de profundizar en la información. Hay que tener mucho cuidado con los expertos. He encontrado, en los Estados Unidos, que muchos expertos en países latinos tienen conocimientos superficiales sobre los temas que tratan. Un fin de semana en un país una vez al año; amistades con diplomáticos; lecturas de libros de otros "expertos", no necesariamente califican a una persona para sentar cátedra.

Hace más de 35 años que resido en Washington, en contacto diario con políticos, diplomáticos, burócratas, periodistas, espías y otros habitantes de esta fauna. Trabajo, principalmente, como asesor de medios de prensa y tengo más dudas que respuestas, en muchas ocasiones. Washington es una ciudad muy dinámica y extremadamente compleja, es casi imposible entenderla y dominarla totalmente.

Laboro con un grupo de analistas conocedores y experimentados. En 1991, cuando la guerra del Golfo Pérsico, estábamos reunidos analizando los acontecimientos. Supimos que el primer bombardeo, silente y electrónico, había destruido los radares y computadoras iraquíes en las primeras cuatro horas de la guerra, el resto de la contienda fue una operación de limpieza. Concluimos el análisis con una buena documentación del mismo y se lo enviamos a la empresa que lo solicitó. Sin embargo, las estaciones de televisión continuaron hablando de la guerra por semanas. Mostrando una película de archivo, vieja, distribuída por el Pentágono que mostraba un mísil o cohete entrando por una ventana de un edificio. Pocos hablaron que la aviación y las computadoras estadounidenses, habían destruído en pocas horas, silentemente, las comunicaciones y los radares enemigos. Había que explicar que esta fue una guerra instantánea y electrónica; que marcaba el inicio de contiendas bélicas que tenían como principales actores técnicos anónimos, no generales. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Desconocimiento? No, las "cabezas parlantes" sabían que tenían un público cautivo y decidieron prolongar en los televisores una guerra que había terminado hacía días. Por supuesto, con la orden o aprobación de sus empresarios. No es secreto lo antes escrito, pero no es muy conocido.

Aclaremos un punto: un buen reportero es un investigador, ese es su trabajo. El termino, tan en moda, de reportero investigador es redundante. Pasemos a las entrevistas. Los que practican este arte son personas que deben escuchar y después comprobar todo lo dicho por el entrevistado. Desgraciadamente, la radio y televisión

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muestran que hay entrevistadores que hablan más que el entrevistado; que no toman el trabajo de verificar lo dicho por la persona. Muchos se excusan diciendo, que no tienen tiempo porque tienen que " salir al aire". Esta premura los lleva a propagar verdades a medias y a desinformar al público.

No quiero concluir sin mencionar la censura de prensa. La más prevalente y nociva no es la gubernamental, sino la empresarial. Son los dueños o directores de medios de comunicación los grandes censores. Irónica y paradójicamente, algunas veces, los más grandes enemigos de la libertad de prensa son los empresarios del periodismo que manipulan la información de acuerdo a sus caprichos o intereses. ¿Existe alguna forma de mejorar el periodismo? Sí, protestando a los patrocinadores y anunciantes de empresas deshonestas.

http://www.saladeprensa.org/art10.htm

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ANEXO 5

La ética florecienteJavier Darío Restrepo *

En el primer taller de ética, hace 15 años, el enfoque y los problemas eran otros. Pero los valores y principios son los mismos. Entonces nos preocupaba encontrar y reflexionar sobre esos valores universales que singularizan al periodista en cualquier parte del mundo; y al comparar códigos de todas partes subrayamos la coincidencia en la verdad, la responsabilidad y la independencia; hablábamos de normas y, algunas veces de prohibiciones.

Era la ética de qué hacer cuando la conciencia profesional se encontraba frente a un desbarrancadero. Las reflexiones conjuntas con periodistas de todo el continente, aquí en Cartagena o en cualquier otro lugar, desde Washington hasta la Patagonia, ayudaron a profundizar aquella visión y descubrieron, más allá de la ética del hacer, la ética del ser. No se trata de averiguar fórmulas para resolver situaciones complejas, sino de cómo orientar la vida profesional, cómo ser un periodista de excelencia.

Y en eso estábamos cuando llegó internet, que planteó los mismos problemas e ideales éticos de los medios tradicionales, pero amplificados.

A riesgo de que me llamen otra vez, apocalíptico, mencionaré los problemas y después, también seré apocalíptico al enumerar las posibilidades éticas que abre internet. El apocalipsis no es solo la visión de las catástrofes, también es la revelación de un cielo y una tierra nuevos.

Decía que con internet los problemas no han cambiado, sólo se han amplificado. Si antes se decía que la ética periodística limita la libertad para informar, y que cada uno se pone la ética que mejor le venga, hoy es pensamiento común que el ciberespacio crea una inmunidad frente a lo ético.

En el pasado y hoy se ha librado en los medios la batalla entre la lógica comercial y la del periodista que informa como un servicio, pleito que en internet se acentúa con la comercialización de todo en un medio que se revela como un espléndido negocio. Esto convierte a la red en un territorio salvaje, sin leyes mínimas como lo comprobaron en Túnez en el 2005.

Cuando los asistentes que buscaban una legislación que protegiera tuvieron que concluir que no había legislación ni tecnología posible para ese control.

La diferencia no es mucha cuando los medios tradicionales hablan de negocios. Los medios tradicionales no son tan excluyentes como internet cuya aparición dio lugar a esa nueva categoría discriminatoria de los inforricos y los infopobres. También la crean los medios impresos con sus tabloides sensacionalistas para pobres, y sus diarios inteligentes y bien informados para los otros. Son los mismos problemas pero con diferente intensidad. Afirmación que vale cuando uno mira las posibilidades de internet desde el punto de vista ético.

Un pesimista anotó que el auge de los medios no fue una buena noticia para la ética. Quizás lo dijo cuando no se conocían las posibilidades de internet.

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La mejor de ellas es la de convertir a todos los humanos en prójimos. Si la ética empieza cuando en el horizonte humano aparece el otro, la ética está viviendo su mejor momento con esta tecnología que suprime el espacio que separa a los humanos y los pone a la distancia de un clic. Fenómeno similar al que ocurrió cuando desde una nave espacial el astronauta pudo ver la tierra como una gran cuna azul que flotaba en el espacio.

Cuando la proximidad espacial o temporal deja de tener relevancia ética y es posible su presencia virtual, la responsabilidad hacia el otro se amplifica: se adquieren responsabilidades con el bienestar, con la dignidad y el respeto hacia los otros. Ya el otro está ahí con voz e imagen si es skype, en palabras si es twitter, chat o correo, y estando ahí no puede ser ignorado. Es él, con todo su poder de interpelación, con su requerimiento de respuesta, más allá de la esfera de la proximidad.

Adquieren así una vigencia amplificada los derechos y deberes sobre privacidad, información veraz, propiedad intelectual, respeto del buen nombre y de la fama. Anota Niceto Blazquez que “el simple encuentrocontacto-interaccion-interconexión con el otro en el ciberespacio implica por sí una relación que produce un acontecimiento ético moral e implica una responsabilidad con el otro.

La otra posibilidad ética de internet es la que aparece cuando esta tecnología acerca al hombre posible. Estoy citando al grupo de Oxford cuando se refiere al objetivo fundamental de la ética de la información que es el florecimiento de la infoesfera y de todos los presentes en ella, cita que debo a Ward Bynum.

Pero este grupo de Oxford a su vez es deudor de Aristóteles de quien viene la expresión. Según él, el objeto de la vida humana es florecer como ser humano, actuando de la manera que los humanos están equipados para ser.

Ese ser posible que habita en todo humano como en gérmen, florece, según el razonamiento aristotélico cuando razona de forma óptima. En nuestro tiempo, Norbert Wiener, matemático del MIT asegura que el objetivo básico de la vida humana es el florecimiento como persona y que vivir efectivamente equivale a tener la información pertinente. Sea válido o no ese esquema racional de lo humano, lo cierto es que en su estado óptimo el procesamiento de la información conduce al ser humano a sus más nobles acciones. Y es esta la posibilidad que abre internet como instrumento de la inteligencia que permite priorizar valores como la vida, la seguridad, el conocimiento, la felicidad, la paz o la libertad.

Siempre estuvo abierto el hombre a este mundo de los valores, pero nunca tuvo a su disposición instrumentos tan eficaces y poderosos para hacer posible su florecimiento como persona.

Y si la ética es el inventario de las posibilidades del ser humano, esto que llama Bynum la ética floreciente, es el argumento de fondo para creer que está a punto de darse una revolución copernicana en la ética.

Los elementos están dados: todos los seres humanos, esos referentes éticos, son prójimos; las posibilidades del hombre cuentan con un poderoso instrumento para la información y para el acercamiento, y como nunca las palabras y las acciones del ser humano cuentan con una resonancia universal, para bien o para mal.

Es, sí, la ética de siempre, pero amplificada, como si una poderosa lente de aumento nos dejara ver en todo detalle valores y conductas y objetivos. Esto crea un despejado

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campo para la utopía, que es el que se trata de explorar y proponer en el manifiesto ético que la fundación prepara.

* Javier Darío Restrepo es miembro fundador de la Comisión de Ética del Círculo de Periodistas de Bogotá, del Instituto de Estudios sobre Comunicación y Cultura (IECO), de la Fundación para Libertad de Prensa y de Medios para la Paz. Ha sido defensor del lector de los diarios El Tiempo y El Colombiano. Es autor de numerosos libros y artículos en materia de comunicación social y ganador de diversos premios como el premio a la ética periodística del Centro Latinoamericano de Prensa (1997). Es colaborador de Sala de Prensa. Este texto es una conferencia para la FNPI, en Cartagena, pronunciada el 12 de marzo de 2010.

http://www.saladeprensa.org/art1044.htm