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4 distribución gratuita Palabras que me gustan “Los libros, como las personas, envejecen e incluso mueren, pero algunos sobreviven y llegan a convertirse en clásicos gracias a la fuerza de la literatura”, dice Clarisa Ruiz. Para ella, Palabras que me gustan es un libro que, a pesar de tener más de veinticinco años a cuestas, no ha envejecido. Esto se debe, según ella, a que está compuesto por una literatura muy viva y, por otro lado, a las ventajas de su formato; pues aunque es el de un diccionario impreso, se acomoda muy bien al zapping moderno, a la lectura discontinua que hacen quienes saltan de un canal o de una palabra a otra. 4 Ediciones SM Colombia 4 jul / sep de 2012 issn 2248-6445 Pez quiere ir al mar La maravilla del mundo infantil que este libro consigue convocar, literalmente darle voz, consiste en que es una búsqueda por el lenguaje. Pez, la extraña niña que se pone un pargo en la cabeza para poder ser llamada Pez, trata de entender el mundo para tener un nombre, de asimilar un mundo que no se ajusta a las palabras que conoce y que no cabe en ellas; un mundo grande que en efecto la asombra. www.literaturasmcolombia.com entrevista a Clarisa Ruiz palabras como muñecas rusas Por Julio Caycedo 9 reseña Pez quiere ir al mar Por Francisco Montaña 12 No hace mucho, cuando se le preguntaba a cualquier paisano sobre un personaje emblemático de la literatura infantil colombiana, por lo general –en caso de que respondiera algo– se refería a Rin Rin, el renacuajo paseador. Hoy en día el panorama no es tan distinto, sin embargo el relevo generacional ha hecho que algunos paisanos se refieran a otros personajes, como Chigüiro, por ejemplo. Esta pesquisa plantea que los referentes de la literatura infantil colombiana están cambiando y apuntan a que las nuevas generaciones cuenten con un corpus distinto, amplio y enriquecido de libros para niños escritos y editados en el país. Editoriales como SM dan la pauta en estas novedades literarias, ofreciendo obras en las que los autores colombianos marcan el paso. ¿Qué significa esto? ¿Cómo repercute en los lectores y en el desarrollo de la literatura infantil colombiana? La literatura colombiana en crecimiento De Rin Rin a Pez: la literatura infantil colombiana en crecimiento Por Zully Pardo 2

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Entrevista a Clarisa Ruiz 4di

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Palabras que me gustan“Los libros, como las personas, envejecen e incluso mueren, pero algunos sobreviven y llegan a convertirse en clásicos gracias a la fuerza de la literatura”, dice Clarisa Ruiz. Para ella, Palabras que me gustan es un libro que, a pesar de tener más de veinticinco años a cuestas, no ha envejecido. Esto se debe, según ella, a que está compuesto por una literatura muy viva y, por otro lado, a las ventajas de su formato; pues aunque es el de un diccionario impreso, se acomoda muy bien al zapping moderno, a la lectura discontinua que hacen quienes saltan de un canal o de una palabra a otra.

4Ediciones SM Colombianº 4 jul / sep de 2012issn 2248-6445

Pez quiere ir al marLa maravilla del mundo infantil que este libro consigue convocar, literalmente darle voz, consiste en que es una búsqueda por el lenguaje. Pez, la extraña niña que se pone un pargo en la cabeza para poder ser llamada Pez, trata de entender el mundo para tener un nombre, de asimilar un mundo que no se ajusta a las palabras que conoce y que no cabe en ellas; un mundo grande que en efecto la asombra.

www.literaturasmcolombia.com

entrevista a Clarisa Ruizpalabras como muñecas rusasPor Julio Caycedo

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reseña Pez quiere ir al marPor Francisco Montaña

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No hace mucho, cuando se le preguntaba a cualquier paisano sobre un personaje emblemático de la literatura infantil colombiana, por lo general –en caso de que respondiera algo– se refería a Rin Rin, el renacuajo paseador. Hoy en día el panorama no es tan distinto, sin embargo el relevo generacional ha hecho que algunos paisanos se refieran a otros personajes, como Chigüiro, por ejemplo.

Esta pesquisa plantea que los referentes de la literatura infantil colombiana están cambiando y apuntan a que las nuevas generaciones cuenten con un corpus distinto, amplio y enriquecido de libros para niños escritos y editados en el país. Editoriales como SM dan la pauta en estas novedades literarias, ofreciendo obras en las que los autores colombianos marcan el paso.

¿Qué significa esto? ¿Cómo repercute en los lectores y en el desarrollo de la literatura infantil colombiana?

La literatura colombiana en crecimiento

De Rin Rin a Pez: la literatura infantil colombiana en crecimiento

Por Zully Pardo2

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De Rin Rin a Pez:La literatura infantil colombiana en crecimiento Por Zully Pardo]

no hace mucho, cuando se le preguntaba a cualquier paisano sobre un personaje emblemático de la literatura infantil colombiana, por lo general –en caso de que respondiera algo– se refería a Rin Rin, el renacuajo paseador. Hoy en día el panorama no es tan distinto, sin embargo el relevo generacional ha hecho que algunos paisanos se refieran a otros personajes, como Chigüiro, por ejemplo.

Esta pesquisa, aunque no muy rigurosa, plantea que los referentes de la literatura infantil colombiana están cambiando y apuntan a que las nuevas generaciones cuenten con un corpus distinto, amplio y enriquecido de libros para niños escritos y editados en el país. Editoriales como SM dan la pauta en estas novedades literarias, ofreciendo obras en las que los autores colombianos marcan el paso.

¿Qué significa esto? ¿Cómo repercute en los lectores y en el desarrollo de la literatura infantil colombiana?

IEl camino de la literatura infantil colombiana ha sido largo y, si

se le compara con el desarrollo de este mismo género en otros países, tardío. Esta literatura surgió a principios del siglo XX y ha presentado pasajes sinuosos y enrevesados, con ires y venires y etapas de mayor y de menor progreso, dependiendo no solo del desarrollo lector de su población sino de factores económicos y educativos.

Los años ochenta fueron una época de luz para este género. Entonces la industria editorial colombiana comprendió el gran potencial económico que le representaban los libros para niños y fue también cuando los jóvenes profesionales comprendieron que

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“Los referentes de la literatura

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en el país.”

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De Rin Rin a Pez: sus hijos requerían de libros acordes a su edad. Las escuelas adoptaron un enfoque distinto de la literatura y generaron bibliotecas escolares, horas libres de lectura e incluyeron en su currículo literatura infantil. Decenas de propuestas de promoción de la lectura fuera de la escuela empezaron a tomar más fuerza y los concursos que promovían la creación literaria (como el Enka y el Norma-Fundalectura) fueron el trampolín para varios autores.

Desde entonces, el desarrollo de este género no se ha detenido. Unos años con más y mejor producción, otros con menos. Los autores e ilustradores que se forjaron en esta etapa son ahora emblemáticos: Ivar Da Coll, Triunfo Arciniegas, Yolanda Reyes, Irene Vasco, Luis Darío Bernal, Jairo Aníbal Niño, Celso Román, Pilar Lozano, Gloria Cecilia Díaz, Clarisa Ruiz, Beatriz Helena Robledo, Alekos, Ródez, Olga Cuéllar; y las editoriales que entonces se arriesgaron a editar los primeros libros locales aún permanecen, como Norma y Panamericana. Tras ellas, editoriales de origen español, como SM y Alfaguara, dirigieron su mirada a Colombia, en donde se asentaron. En un principio importaron libros, luego los imprimieron para, en últimas, editarlos.

Los años recientes de la literatura infantil colombiana se traducen en variedad y cantidad de subgéneros, libros, editoriales, ilustradores, autores... Si bien los pioneros de la literatura infantil de la década de los ochenta siguen publicando, han surgido otros talentos, muchos de ellos impulsados por iniciativas estatales y privadas que promueven la escritura de libros para niños a través de premios como el Norma, El Barco de Vapor-Biblioteca Luis Ángel Arango, el Comfamiliar, o las becas de creación del Ministerio de Cultura o del IDARTES.

I ILos subgéneros se han ampliado y quizás uno de los que tiene

más seguidores es el libro álbum, dirigido principalmente a primeros lectores. En estos libros las imágenes y el texto narran una historia a través de un contrapunteo en el que se complementan. Autores como Claudia Rueda, Dipacho, Rafael Yockteng y Jairo Buitrago se han enfocado en este género, ganando numerosos reconocimientos nacionales e internacionales.

Entre las novedades de libros álbum se encuentra Nicolás aprende los números, una obra publicada por SM y escrita por uno de los más prestigiosos autores colombianos, Darío Jaramillo Agudelo, quien a través de versos lleva a los primeros lectores a reconocer y a escribir los números del cero al nueve, cada uno asociado con un objeto o una situación del entorno de Nicolás. El impacto de esta obra es aún mayor gracias a las ilustraciones de Juan Camilo Mayorga,

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> que van de un trazo auténticamente infantil al de un ilustrador maduro.

La magia de este libro se relaciona con la fluidez del lenguaje, el ritmo, la rima y el contenido. La figura de los números hace parte del entorno: el dos es un pato y el siete la patica de un caballo, pero

cada número también es un momento especial que Nicolás comparte con Darío.

I I IHay dos fenómenos importantes en la última década de

la literatura infantil colombiana. El primero es la publicación de libros informativos y de no ficción como Así vivo yo, de Pilar Lozano; Guía de viaje: ciudades históricas de Colombia, de Irene Vasco; ABC musical, de Carmenza Botero o la serie de recetas Cocinando cuentos de hadas, de María Villegas y Jennie Kent, también autoras de los populares títulos para preadolescentes: Cosas de niñas, A bailar y Cómo no meter la pata.

El segundo fenómeno relevante es la publicación de historias que abordan una temática social contextualizada en la situación colombiana: la guerra (El árbol triste, de Triunfo Arciniegas), el desplazamiento (El mordisco de la medianoche, de Francisco Leal; La luna en los almendros, de Gerardo Meneses), el hambre (La muda, de Francisco Montaña), la desaparición (Camino a casa, de Rafael Yockteng y Jairo Buitrago), el abandono (Aventuras de un niño de la calle, de Julia M. Castilla) son abordados de una manera literaria y poética, desde una postura humana y conmovedora.

La luna en los almendros fue el título ganador del Premio El Barco de Vapor-Biblioteca Luis Ángel Arango 2011. Esta historia, a pesar de abordar realidades difíciles, como el reclutamiento de menores por parte de grupos armados ilegales, la presión de la población civil que se encuentra en medio de dos bandos, o el desplazamiento, consigue generar una atmósfera de relativa calma en la que se retratan la vida de los colonos en la selva, de las escuelas que quedan a kilómetros de los cascos veredales, de unos hermanos que han vivido en pleno siglo XXI sin conocer un televisor. En suma: una cotidianidad poco común para el lector citadino.

Narrada en primera persona, en esta novela nos enteramos cómo era la vida de Enrique y su familia antes de verse involucrados, involuntariamente y casi por accidente, con la guerrilla. La historia empieza donde termina y abre una nueva trama que solo el lector podrá resolver.

IVLa ficción por la ficción, el placer de la literatura por sí misma, es

también parte de la producción editorial colombiana dirigida a niños. Nóveles autores e ilustradores son protagonistas, como Amanda Low (El flamenco calvo), Constanza Martínez (James no está en casa), Paula Bossio (Los direfentes) o Alejandra Algorta (Pez quiere ir al mar). El relato de esta última —publicado por SM en 2012— es un cuento corto para lectores que inician su camino en la literatura. Ingenioso, creativo, inesperado y sencillo, Pez quiere ir al mar cuenta

“La ficción por la ficción, el placer

de la literatura por sí misma, es

también parte de la producción editorial colombiana dirigida

a niños.”

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la historia de Pez, una niña que, además de tener la particularidad de llevar un pargo en su cabeza, pasa sus días en un ancianato con la tía bisabuela Amalia, quien cuida de ella mientras su mamá trabaja. Allí, Pez se relaciona con los ancianos mejor que con los niños de su edad, hace listas de favoritos y menos favoritos y, en la hora de la siesta, se sienta junto al Señorqueolvidósunombre y piensa en cómo hacer para que su mamá le de permiso para ir al mar.

Aunque esta historia está llena de situaciones inesperadas, en ocasiones inocentes y con una lógica muy particular, logra generar una conexión especial con los personajes, abordando de manera muy sencilla el tema del miedo al cambio, el miedo a crecer y a ser diferente:

—El agua es lo que podemos tocar del mar, en el agua nos bañamos. El agua cambia todo el tiempo. La línea que divide al mar del cielo no cambia, pero esa no la podemos tocar. No le puedes pedir al mar que suba la marea antes de tiempo, y aunque lo haga, eso no va a cambiar lo que verdaderamente hace que el mar sea el mar, la línea del horizonte. Tú eres como esa línea, Pez, sin importar tu piel o tus pecas o tus rodillas, tú eres tú.

VUn poco del lado de la poesía, pero con un pie en la prosa y otro

en los libros de referencia, se encuentra Palabras que me gustan. Diccionario poético, escrito por Clarisa Ruiz e ilustrado en su última edición —a cargo de SM— por Rafael Yockteng. Este es, sin duda alguna, uno de los más relevantes rescates editoriales de los últimos tiempos. Editado por primera vez en 1986, fue uno de los títulos precursores de la literatura infantil colombiana. Su originalidad no tiene par y su estilo propone muchas formas de leer. Cada una de las palabras, seleccionadas por su musicalidad, su sonido, su raíz, está asociada con un fragmento literario, ya sea de la pluma de la autora o de la literatura universal. El germen de esta idea se retrata en su prólogo:

Me gustan las palabras. Me gusta oírlas, me gusta decirlas, me gusta verlas en el papel. (...) Entre las palabras que a mí más me gustan tomé un puñado que aquí les presento. Son palabras que gustan a mis oídos y a mi boca, como cáscara o maíz. (...) Cuando están solas, las palabras se aburren y esconden muchos secretos. Hay que jugar a rimarlas, preguntarles de dónde vienen y verlas vivir en las frases, en las canciones, en los libros. Así las palabras comienzan a respirar, a mostrarnos sus habilidades, a iluminarnos.

Y por el lado de los libros realmente originales que, además, hacen parte del catálogo de novedades de SM para este 2012, se encuentra Días de rock en el garaje. Una breve historia del rock n’ roll desde el cuarto de mi hermano, escrito por Jairo Buitrago, uno de los nóveles y consagrados autores de libros para niños en Colombia.

Como esta novela corta no se ha visto otra. Buitrago consigue plasmar la historia de una niña que, a diferencia de la mayoría de las chicas de su edad, se enamora del rock y encuentra en él un vehículo >

“Me gustan las palabras. Me gusta oírlas, me

gusta decirlas, me gusta verlas en el papel. (...)

Entre las palabras que a mí más me

gustan tomé un puñado que aquí les presento.”

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para expresarse. La ausencia del padre, la soledad del hogar, las dificultades económicas pasan a un segundo plano durante esas gloriosas horas en las que Santiago, el hermano mayor, le cuenta a Juliana los mejores capítulos de la historia del rock: desde Robert Johnson hasta los Strokes. Juliana creará su propia banda en la que no importa si el baterista es skinhead y la cantante fanática del pop; lo verdaderamente importante es la música. Con un estilo fluido y urbano, Jairo se sale del supuesto de que los niños y el rock son dos asuntos distintos. El barrio, la música, la familia, la amistad, la diferencia, son algunos de los componentes de esta original historia.

VIPor otro lado, las efemérides también han dado lugar a la

creación de libros para niños alrededor de un personaje o suceso. Ocurrió en 2010 con la conmemoración del bicentenario de la independencia de Colombia, que impulsó libros como El primer día (Rafael Yockteng y Jairo Buitrago), Memorias de un caballo de la independencia (Gonzalo España) o De cómo un pueblo alzó su voz (Catalina Ruiz), entre otros.

Este 2012 el personaje es Rafael Pombo. Al conmemorarse cien años de su muerte, muchas editoriales han reeditado y promovido su obra. Entre estas ediciones se destacan Pastorcita (Alfaguara, 2005), ilustrada por Alekos; la notable edición de Cuentos pintados (Babel, 2008), maravillosamente ilustrada por Ivar Da Coll y Personajes con diversos trajes. Antología de Rafael Pombo (SM, 2012), una selección de Beatriz Helena Robledo ilustrada por Dipacho. Esta última no solo recoge lo mejor de la creación de Pombo, sino que muestra su obra —en una edición impecable— con un enfoque muy original, cercano a los lectores actuales.

La antología presenta los poemas y fábulas clásicas del poeta de una manera distinta a como fueron publicados. En primer lugar se reúnen los poemas en los que los animales son los protagonistas. Este capítulo se titula Animales en escena y allí es posible encontrar poemas como “El gato bandido” o “El renacuajo paseador”. Para seguir, un apartado en el que los héroes son animales y personas: Personajes con diversos trajes en donde pasea “Simón el bobito” y “Juan Matachín”, entre otros. Fábulas y verdades es el tercer capítulo, en el que se encuentran versos algo menos populares pero sí contundentes como “El ciego” y, por último, A jugar con las letras, donde está “El modelo alfabético” que responde al interés pedagógico del poeta. Todos los poemas y fábulas allí reunidos respetan la escritura original de Pombo y están acompañados por una introducción y una biografía escritas por la antologadora, una reconocida experta no solo en literatura infantil sino especialmente en Pombo y su obra.

VIIEn contraste con lo clásico, recientemente se han escrito novelas

de aventuras, policiacas y detectivescas para niños. Aunque tal vez se haya extendido más el género de la aventura (Aventura en el Amazonas, Aventura en Tierradentro y Aventura en el Caribe

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“La ausencia del padre, las

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de Francisco Leal o Mapaná de Sergio Álvarez), la novela policiaca y detectivesca se ha abierto camino. Tal es el caso de libros como Patricio Pico y Pluma de María Inés McCormick o El cetro del niño rey de Albeiro Echavarría, ambos publicados por SM.

Precisamente El cetro del niño rey es otra de las novedades para este 2012. Jeremías es un niño curioso e inteligente que, sin quererlo, descubre no solo un secreto familiar sino también un tesoro que viene desde el antiguo Egipto. Pero el asunto no es tan sencillo: por un lado, su padre es incapaz de hablar al respecto, pues siente que su familia fue deshonrada por un abuelo saqueador de tumbas; por otro, parece ser que unos bandidos siguen en busca del tesoro. Jeremías, con ayuda de don Cornelio, desenmarañará el enredo.

Esta obra, finalista del Premio El Barco de Vapor-Biblioteca Luis Ángel Arango, es una de esas historias que atrapan al lector y no lo sueltan hasta que se solucionan todos los acertijos. La ágil pluma de Echavarría lleva la narración con fluidez y coherencia. Su habilidad como escritor y su influencia de la escritura periodística —con un importante trasfondo investigativo— consiguen que no quede ningún cabo suelto.

VIIILa tradición oral llevada a la literatura infantil es un camino

frecuente en los libros para niños alrededor del mundo. Leyendas y mitos, tales como El Mohán, de María Inés McCormick —publicado por SM en 2012 e ilustrado por Paula Ortiz— es un ejemplo de tradición oral que se traduce a la literatura como un cuento corto en el que se narra la desaparición de dos niños que van río arriba en una tarde de tormenta. Mientras el padre y un grupo de hombres van a buscarlos, las mujeres se quedan en casa acompañando a la desconsolada madre de los desaparecidos. Entre tintos y rosarios van contando las muchas historias del Mohán, su origen, costumbres, virtudes y defectos. La atmósfera ribereña y el calor que se torna en frío nocturno nos hablan de paisajes conocidos: “El viento sacudió las ramas de los platanales y las primeras gotas de lluvia golpearon las tejas de aluminio del techo”.

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“Aunque se ha extendido más

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niños se ha abierto camino.”

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IXPor su parte, la literatura juvenil también ha hecho su propio

camino en nuestro país, generalmente con historias realistas o estudiantiles que enmarcan el entorno de muchos de sus lectores. Algunos ejemplos podrían ser Bajo el cerezo o Las primas del primíparo Juan, de Francisco Montaña; El llamado del silencio, de Helena Iriarte; Épica patética, de Pedro Saboulard o Flores blancas para papá, de Beatriz Helena Robledo.

Aunque cada una tiene un enfoque particular, en Flores blancas para papá (SM, 2012) se resalta un carácter íntimo que permite que el lector se asome a la vida de Magdalena, una chica de diecisiete años que perdió a su padre cuando era niña. Su depresión constante y los conflictos con su madre terminan haciendo que vaya al psicólogo. A través de esta charla y de sus diarios nos enteramos de su compleja historia familiar: el dolor de la ausencia de su papá, la dificultad para comunicarse con su mamá y la falta de respuestas hacen que se arriesgue a emprender un viaje por sí sola para visitar a su agonizante abuelo y a su familia paterna. La genialidad en la narración de Robledo permite que también los lectores se sientan de visita en una casa abandonada hace años, creando una atmósfera a partir a de los muebles, los primos cada vez más lejanos, los rencores familiares y, al final, la revelación del secreto: la historia de amor de sus padres y la muerte de su papá.

XTras vislumbrar este panorama se puede deducir, a grandes

rasgos, que la oferta de literatura infantil y juvenil colombiana se ha ampliado con creces, y que los niños que se vincularon con la literatura infantil bajo el enfoque de los años ochenta hoy son adultos que tienen un acercamiento especial a esta literatura. Son padres y docentes, son mediadores de lectura con una visión mucho más enriquecida sobre este género y con muchos más referentes que sus propios padres. Esto se traduce en unos promotores de lectura más preparados, capaces de ofrecer y de seleccionar más y mejores opciones literarias para los lectores en formación.

Al crecer el corpus de la literatura infantil colombiana se enriquece el imaginario lector y los personajes, antes Rin Rin, luego Chigüiro, serán mañana Pez, Jeremías Renoblanco o cualquier otro que se encuentre, ahora mismo, en la pluma de algún novel escritor o en las páginas que lee un pequeño lector.

] Zully PardoFanática de los libros para niños, del aire libre, de la danza y la naturaleza. También le gusta estudiar, por eso concluyó un pregrado en comunicación social en la Universidad Javeriana,

un máster en literatura y libros para niños y jóvenes en la Universidad Autónoma de Barcelona y fue becaria de la Fundación Carolina para el curso de edición de la

Universidad Complutense de Madrid y SIALE. Actualmente es docente en la Universidad Javeriana, también es editora y correctora independiente y en su tiempo libre escribe en un blog, prepara mermeladas y baila danza africana.http://zupardo.wix.com/editora

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Bogotá, 5 al 9 de marzo www.cilelij.com

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Palabras como muñecas rusas

En la palabra está encerrada la luz. Es necesario romperla para que nos ilumine.

fernando arbeláez

Recuerda Clarisa Ruiz que, cuando era muy niña, su papá reunía a sus tres hijos en la biblioteca de la casa para leerles en voz alta cuentos para niños, o historias de grandes adaptadas para ellos, durante unas jornadas en las que hacía mucho calor. Las persianas de las ventanas estaban todas cerradas para evitar la entrada del sol de la tarde y, aunque dice que se sentía cierta modorra flotando en el aire, las historias que oían capturaban por completo su atención.

Así aprendió a leer, o mejor, así aprendió Clarisa Ruiz que le gustaban las historias como las que le oyó leer a su papá en el libro Cuando la tierra era niña, una adaptación infantil de la mitología griega. Años después, recuerda, se encontró en el colegio con cartillas para el aprendizaje de las primeras letras, como La alegría de leer, en las que también primaban las adaptaciones para niños de grandes obras literarias, o se incluían fragmentos que alguien de su edad podía entender y disfrutar.

Mucho tiempo ha pasado desde entonces y Clarisa Ruiz, quien no se considera una gran lectora, reconoce que le gusta estar rodeada de libros y picar, saltar de uno a otro; aventura en medio de la cual se ha convertido en una escritora convencida, por experiencia propia, de que la literatura es la mejor semilla posible para cultivar en los niños el gusto por la lectura. Tal es la convicción con que hace más de veinticinco años, a partir de una idea de Silvia Castrillón, imaginó Palabras que me gustan.

Este título fue publicado por primera vez en Editorial Norma en 1987 y fue un éxito. En 1988

Por Julio Caycedo

entrevista a clarisa ruiz

recibió el premio al mejor libro infantil del año otorgado por la Asociación Colombiana para el Libro Infantil y Juvenil (ACLIJ) e ingresó a la lista de honor de la Organización Internacional para el Libro Juvenil (IBBY, por sus siglas en inglés). Esa edición, ilustrada por Esperanza Vallejo, cautivó a miles de lectores en seis reimpresiones más, hasta que un día se agotó para siempre de las librerías.

A propósito de la edición corregida y ampliada que Ediciones SM acaba de publicar de Palabras que me gustan, ilustrada esta vez por Rafael Yockteng, su autora nos habló acerca de por qué cree que la idea de su libro no ha envejecido y sobre cómo una noción de los derechos de autor no muy conocida en la década de los ochenta enriqueció la nueva edición.

“ME guSta La PaLabRa DiCCioNaRio”

No obstante su título, Palabras que me gustan no es un libro en el que se juzgue si las palabras son feas o bonitas, ni es un diccionario en el sentido tradicional que proporcione explicaciones racionales o lingüísticas sobre distintos términos.

Palabras que me gustan es un diccionario poético en el que cada palabra definida y cada texto-definición, junto a su respectiva ilustración, propone a los lectores un juego que, saltando de una palabra a otra, develará derivaciones semánticas o deslizamientos de sentido. Así, un viaje que inicia en amarillo puede pasar por rosas, después por mariposas y terminar en volar. Cada palabra de este diccionario refleja la luz con que la literatura ilumina las palabras ante los ojos del lector.

En palabras de la autora, el libro es “una especie de estudio de lingüística, un trabajo sobre la hermosura del lenguaje y sus maneras de vivir”. En él hay palabras que aunque parecen de otros tiempos, como brillantina, recobran su vigencia; pues tanto la definición como las alusiones gráficas le

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Adaptar textos clásicos para acercarlos a los niños es la estrategia gracias a la cual Clarisa pudo leer siendo muy pequeña los mitos griegos, el Quijote y hasta la Biblia, y que hoy en día usa para adecuar textos que originalmente están dirigidos a lectores adultos. Palabras que me gustan es un libro que si bien está dirigido a lectores desde los ocho años, presenta textos y autores que podrían resultar complejos incluso para lectores adultos y experimentados, tal es el caso de Aristóteles, que en este diccionario aparece reflejado en el texto “Acerca del alma”.

Una de las diferencias fundamentales de esta edición de Palabras que me gustan, respecto a las anteriores, consiste en el rigor que se tuvo con las referencias bibliográficas. “Aunque la edición anterior era muy cuidadosa, en la década de los ochenta no teníamos una noción tan clara sobre lo que significaban los derechos de autor”. Así pues, el libro circuló por ahí sin mayores referencias a la que pudieran acudir los lectores cuando les gustaba una palabra.

La nueva edición del libro es muy rigurosa con las fuentes, información que no solo les servirá a los niños y a los adultos para “encontrar piticas que se pueden jalar hasta descubrir nuevas cosas, sino que además les mostrará una forma más respetuosa de apropiarse de la voz de otro”.

“Hicimos un esfuerzo muy grande por reconstituir las referencias. Me pasó –confiesa Clarisa– que recordaba el papel, la letra y hasta la encuadernación de los libros en que había leído algunos de los textos citados, pero después de todo este tiempo alimentando y trasteando mi biblioteca me fue imposible encontrar muchos libros de los que incluso recordaba el lugar en dónde los había leído”.

En la primera edición del libro había textos en los que, por ejemplo, Clarisa había mezclado dos traducciones distintas para conformar un texto que se acomodara a sus gustos; o fragmentos cuyas traducciones habían sido superadas por otras desde que el libro salió por primera vez y que, fieles a la calidad bibliográfica con que se quería alimentar la nueva edición, fueron remplazadas.

Esta nueva versión es, en palabras de Clarisa, un poco como ella, “tutifruti”. Incluye algunas palabras de la primera edición, excluye algunas que abandonaron a los hablantes con el tiempo y agrega algunas recientes, más cercanas a los nuevos lectores. Palabras que me gustan es un libro que debería llevar a los lectores a otros libros; motivo

aclaran a los niños que, a pesar de que sus abuelos se quejen insistemente de los raros peinados nuevos, en su juventud también se plancharon el cabello.

Clarisa Ruiz asegura que las palabras necesitan su contexto, su historia y sus relaciones mutuas para encantar, y que despliegan mejor su belleza si las ponemos a vivir en la literatura. En esto la propuesta del libro es muy diferente de proyectos recientes similares, como el caso de la popular iniciativa “El día E, la fiesta de todos los que hablamos español”, que desde 2009 promueve el Instituto Cervantes y en cuyo marco se elige, a través de la web, la palabra más hermosa del idioma.

“Cuando están solas –dice el prólogo que sobrevive en la actual edición desde 1986–, las palabras se aburren y esconden muchos secretos. Hay que jugar a rimarlas, preguntarles de dónde vienen y verlas vivir en las frases, en las canciones, en los libros. Así las palabras comienzan a respirar, a mostrarnos sus habilidades, a iluminarnos”.

“ME guSta ESCRibiR a CuatRo MaNoS”

Palabras que me gustan es un libro en el que los lectores encontrarán fragmentos y adaptaciones de textos de Antonio Machado, Gianni Rodari, Rudyard Kipling y Jorge Luis Borges, entre otras muchas grandes plumas, a pesar de que en la portada aparezca como única autora Clarisa Ruiz, ¿cómo es eso posible?

Gracias a una estrategia de apropiación que para Clarisa es cada vez más visible en el arte contemporáneo, y sobre la que se han regado ríos de tinta en la disputa de qué es un plagio y qué no, la autora toma en su diccionario la voz de algunos de sus escritores favoritos y, a la manera del collage, o del calidoscopio, corta y pega fragmentos de muchas partes para generar un nuevo todo.

“Al citar a alguien –explica– lo vuelves tu voz, te apropias de sus palabras en un sentido en el que, si se me permite la licencia, acabo escribiendo a cuatro manos con Aurelio Arturo, Lewis Carrol y Daniel Defoe”. De otra parte, este libro peculiar, con antecedentes como La voz del jaguar, escrito con Nathalie Leger, y Una noche en el tejado, escrito con Yolanda Reyes, cuenta también con el trabajo a dúo desarrollado entre la autora y algunos escritores contemporáneos, como Alberto Valdiri, con quien llegaron a esta lúcida definición, zancudo: “piquetas picón picudo”.

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por el cual, a la hora de elegir de dónde sacar las referencias, para Clarissa no solo primaron criterios alrededor de la calidad literaria de las fuentes, sino también fue importante verificar su disponibilidad en el mercado. Los lectores encontrarán detrás de cada palabra que les guste una referencia precisa que podrán rastrear en las bibliotecas o en las librerías del país.

uN LibRo a La MEDiDa DE LoS NiñoS

“Aunque los libros, como las personas, envejecen e incluso mueren, algunos sobreviven y llegan a convertirse en clásicos gracias a la fuerza de la literatura”, dice Clarisa Ruiz. Para ella, Palabras que me gustan es un libro que, a pesar de tener más de veinticinco años a cuestas, no ha envejecido. Esto se debe, según ella, a que está compuesto por una literatura muy viva y, por otro lado, a las ventajas de su formato; pues aunque es el de un diccionario impreso, se acomoda muy bien al zapping moderno, a la lectura discontinua que hacen quienes saltan de un canal o de una palabra a otra.

El diccionario de Clarisa está pensado para permitirles a los niños, si acaso ese fuera su deseo, leer desordenadamente textos breves pero completos. Bastan unos pocos minutos de atención para que palabra, definición e ilustración actúen en el lector. Para Clarisa “Palabras que me gustan tiene el poder de los micro-relatos, usa un lenguaje a la medida de los niños de hoy, quienes, como las moscas, tienen visión caleidoscópica”.

“Me gusta mucho de este libro que apela a la comunidad –dice Clarisa–, que es un trabajo colectivo tanto en lo que respecta a la escritura, como en lo que le concierne a los lectores. En verdad espero que muchas personas lo lean y que suscite discusiones sobre la belleza de las palabras; debates que en principio uno solo tendría con uno mismo, pero que también pueden ser muy nutritivos si se tienen en familia o entre amigos”.

Cuenta Clarisa a sus lectores, en la “posdata” de Palabras que me gustan, que cuando recibió la buena noticia de la nueva edición del libro, una noche la despertó una algarabía de palabras entre las que había unas muy conocidas, otras recién nacidas, y otras que venían viajando desde lenguajes remotos. Todas querían entrar al

diccionario pero, como no todas cabían, Clarisa se sintió triste, hasta que recordó que “las palabras son como esas muñecas rusas que uno abre y encuentra otra, y la abre y encuentra otra”.

Este libro es un diccionario en el que cada palabra definida descubre cientos de palabras que llevarán al lector a encontrar miles de otras más. Palabras que me gustan es una invitación a un juego en el que cada lector podrá alcanzar el premio mayor: encontrar adentro suyo una luz que le responda para qué leer, una pregunta a la que Clarisa Ruiz respondió con una retahíla: “leer para descubrir, para mirar la vida desde otros ángulos, para ampliar el mundo y viajar, para respirar; leer para ser libre; libertad para expandir la vida”

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clarisa ruiz ha dedicado toda su vida a promover las artes en todas sus manifestaciones. Ha sido agregada cultural de Colombia en Francia, directora de la galería Santa Fe, subdirectora de la Corporación Festival Iberoamericano de Teatro, subdirectora

del Teatro Nacional, directora de la Casa del Teatro, directora de la Academia Superior de Artes de Bogotá, directora del Teatro Cristóbal Colón y directora de artes del Ministerio de Cultura. Actualmente es secretaria de Cultura de Bogotá.

Publicó Palabras que me gustan en 1986; Traba la lengua, lengua la traba (1988); El libro de los días (1990-1993); Tocotoc el cartero enamorado (2005); Una noche en el tejado (en coautoría con Yolanda Reyes, 2006) y La voz del jaguar (en coautoría con Nathalie Leger, 2010). 

Las palabras que más usa son aquellas derivadas de vida porque le gusta la naturaleza, un espacio en el que “todos los seres somos uno solo”.

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Si hay algo que pueda definir cierta tendencia de la literatura para niños es el asombro. El asombro como forma –forma asombrada quisiera uno decir–. Y eso es lo que más impresiona en el libro Pez quiere ir al mar de Alejandra Algorta.

Asombrarse es claramente parte de lo que hemos entendido como algo propio de la mirada de los niños. Los niños, esos seres asombrados sin palabras; o cuyas palabras generalmente nos cuestan, porque pocas veces están dichas en el registro con que pedimos la cuenta del taller del carro o negociamos en el mercado por las remolachas que ellos, asombrados, después tendrán que comer.

Pero en este libro el asombro va más allá del simple hecho de quedarse con la boca abierta frente a las cosas, sin poder decir nada sobre ellas. El asombro presente en este libro, el que lo forma, lucha por desasombrarse, por ponerse nombre, por liberarse de la sombra y empezar a decir. Como los niños que van encontrando las palabras en la boca de los adultos y van intentando el mundo.

Eso es lo maravilloso de su forma. Está escrito con la dificultad –o a través de ella– de poner en palabras las cosas que pasan en el mundo, y que no se resuelven cuando les ponemos títulos asombrosos que nos

tranquilizan e ilustran, como niño, adulto, viejo, triste, mujer, soledad.

La maravilla del mundo infantil que este libro consigue convocar, literalmente darle voz, consiste en que es una búsqueda por el lenguaje. Pez, la extraña niña que se pone un pargo en la cabeza para poder ser llamada Pez, trata de entender el mundo para tener un nombre, de asimilar un mundo que no se ajusta a las palabras que conoce y que no cabe en ellas; un mundo grande que en efecto la asombra. Entonces, como el Señorqueolvidósunombre, se debate entre quedarse en silencio o empezar a nombrar con las palabras que están allí sobre la mesa. Y eso hace, nombra con sencillez y humor.

Pero eso no es todo. El relato, preciosamente ilustrado por Gerald Espinoza, es la historia de Pez. Bueno, la historia de unos días en la vida de Pez, en los cuales entiende algunas cuantas cosas, algunas cuantas palabras. Ese tiempo transcurre en el ancianato donde vive su tía Amalia; donde don Ezequiel, uno de los huéspedes, nada todos los días entre las olas, tratando de llegar a África. Allí llega Pez, llevada por su madre que debe ausentarse de su lado sin más explicaciones; con sus problemas, como sus rodillas

gordas, que no le gustan; con sus ganas de quedarse al lado de su mamá o de tomar leche tibia con vainilla, una de las pocas cosas que la alivia.

El tiempo en que transcurre el relato, ganador de una mención en el Premio El Barco de Vapor-Biblioteca Luis Ángel Arango, es el tiempo de los ancianos y de los niños. Un tiempo en el cual las cosas simples se muestran con su dimensión extraña y a veces aterradora, porque están aparentemente ligadas a la anomia (falta de nombre con que las dota el ajetreo productivo de los adultos).

Así, este rico texto nos propone algunas preguntas, una de ellas, con la que yo me quedo, es: ¿realmente son los viejos y los niños los que no tienen las palabras adecuadas para comprender y controlar el mundo, o es más bien en manos de los adultos donde la manía de nombrar y delimitar termina por aplanar un mundo para el cual en efecto no hay suficientes palabras? El mundo en el que Pez encuentra que no necesita arrugarse para no perder la cabeza, y con ella al pargo que la adorna y le da su identidad, es un lugar donde vale simplemente intentar nadar hasta África o sentarse en silencio todo el día frente a un televisor apagado.

sobre pez quiere ir al mar de alejandra algorta

Los mares del asombro Por Francisco Montaña

dirección  María Fernanda Paz-Castillo

diseño Camila Cesarino Costa

corrección Juan Pablo Mojica

colaboradores de este número Zully Pardo Julio Caycedo Francisco Montaña

Tiempo de Leer  es una publicación de Ediciones SM Colombia

Ediciones SM Colombia

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