tamames ramon - ni mussolini ni franco

Upload: epentico

Post on 13-Jul-2015

388 views

Category:

Documents


2 download

TRANSCRIPT

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 2

Ramn Tamames

Ni Mussolini ni Franco: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempoEspaa Escrita, de la mano de Editorial Planeta, pretende promocionar la escritura del pasado, no desde los supuestos de la verdad histrica absoluta, que es empeo imposible, sino desde visiones plurales cuyo contraste permita al lector sacar sus propias conclusiones, pues los hechos son sagrados pero la interpretacin de los mismos es libre. Centrada en la historia poltica, social, econmica y cultural de la Espaa del siglo XX el reinado constitucional de Alfonso XIII (1902-1923), la Dictadura militar (1923-1931), la Segunda Repblica (19311936), la Guerra Civil (1936-1939), el rgimen del general Franco (1939-1975), la Monarqua del 18 de Julio (1975-1978) y la Monarqua parlamentaria de Juan Carlos I (1978), Espaa Escrita se propone ofrecer una serie de ensayos, estudios, biografas, memorias y reportajes que contribuyan a un mejor conocimiento de nuestra historia ms reciente. Rafael Borras Betriu Director Julio de 2005 Este libro no podr ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados Ramn Tamames, 2008 Editorial Planeta, S. A., 2008 Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (Espaa) Ilustraciones del interior: EFE, Archivo Daz Casariego/EFE, Vidal/EFE, EFE/cifra grfica, F. Largo Caballero/EFE, Hermes Pato/EFE, Franzen/EFE, AISA, Heritage/Index, Cover, Korpa/Cover, Planeta Actimedia, AKG Images, Prisma, Index Fototeca y archivo del autor Primera edicin: enero de 2008 Depsito Legal: B. 53.445-2007 ISBN 978-84-08-07707-7 Composicin: Foinsa-Edifilm, S. L. Impresin y encuadernacin: Hurope, S. L. Printed in Spain - Impreso en Espaa

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 3

Ni Mussolini ni Franco: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo Ramon Tamames Editorial Planeta Coleccin Espaa Escrita Prlogo de Fernando Garca Cortzar 1 Edicin: enero de 2008 Ramn Tamames, 2008 Editorial Planeta S.A., 2008 Gnero: Ensayo histrico ISBN: 978-84-08-07707-7 458 Pginas

El profesor Tamames realiza un anlisis exhaustivo de un periodo histrico no demasiado conocido por la mayora de los espaoles: la dictadura de Primo de Rivera. Algunos la han relacionado equivocadamente con la del General Franco o con el fascismo de Mussolini, pero en opinin del autor el gobierno de Primo tuvo poco que ver con el Franquismo o con el Fascismo Italiano. Primo de Rivera no buscaba perpetuarse en el poder cuarenta aos sino que fue un dictador ms o menos accidental, ni tampoco quiso instaurar un rgimen de corte fascista, sino que ste posea ms bien una base catlica-social. Comienza en primer lugar describiendo los antecedentes sociales, econmicos y polticos que precedieron al golpe de estado de Primo de Rivera que surge principalmente como solucin inmediata a la crisis de la Restauracin canovista. Por eso, la dictadura de Primo fue aceptada sin demasiada oposicin por el pueblo espaol ya que se pensaba que la llegada de un nuevo rgimen poltico vendra a paliar los tremendos problemas polticos, econmicos y sociales de un pas que no funcionaba. La dictadura de Primo de Rivera puede ser dividida en dos fases muy diferentes la una de la otra: el directorio militar (hasta diciembre de 1925) y el gobierno de los hombres civiles (1925-1930) y el hecho ms sobresaliente de este periodo fue el trmino de la guerra con Marruecos. El nuevo gobierno se ocup adems de disolver las diputaciones provinciales y las Cortes. Adems se investigaron los archivos de la comisin de responsabilidades por el desastre de Annual. De igual modo, se vigilaron todas aquellas instituciones de carcter claramente liberal como la Institucin Libre de Enseanza. Sin embargo, el golpe fue elogiado por intelectuales de la talla de Ortega y Gasset e incluso Alfonso XIII un rey que perjur la Constitucin Espaola y de su propia familia- estuvo de acuerdo con la conspiracin, aunque esto significar poco despus su "acta de defuncin" poltica. Tambin algunos dirigentes del PSOE hicieron buenas migas con el dictador, como sucedi por ejemplo con Largo Caballero. Por el contrario, Prieto y Fernando de los Ros no quisieron colaborar con un rgimen conservador, corporativo, intervencionista y nada democrtico y en el que el poder ejecutivo estaba separado por completo del legislativo. A pesar de todo, la dictadura tuvo algunos logros muy importantes en el mbito poltico-econmicosocial que ayudaron a superar la crisis inicial. Los ms destacables fueron los siguientes: - Desarroll la enseanza pblica y la sanidad. - Mejor la economa. - Se cre empleo - Aument el gasto pblico en infraestructuras, urbanismo, escuelas, universidades, etc. - Se consigui controlar la inflacin, aumentar el PIB y mejorar la Hacienda Pblica. - Se crearon empresas pblicas como CAMPSA, Telefnica. - Hubo un enorme crecimiento industrial. - Grandes mejoras rurales como la creacin de Confederaciones Hidrogrficas, aunque no se realiz la Reforma Agraria.

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 4

Ramn Tamames (Madrid, 1933) es Doctor en Derecho y en Ciencias Econmicas, habiendo seguido cursos en el Instituto de Estudios Polticos y en la London School of Economics. Desde 1968 es Catedrtico de Estructura Econmica, primero en Mlaga y desde 1975 en la Universidad Autnoma de Madrid. Autor de numerosos libros y artculos sobre economa espaola e internacional, as como ecologa, historia y cuestiones polticas, ha sido consultor econmico de las Naciones Unidas y del Instituto de Integracin de Amrica Latina del Banco Interamericano de Desarrollo. El profesor Tamames ha recibido el grado de Doctor Honoris Causa por las Universidades de Buenos Aires, Lima y Guatemala. Miembro del Club de Roma desde 1992 y Ctedra Jean Monnet de la Unin Europea designado en 1993, en 1997 recibi el Premio Rey Jaime I de Economa, y en el 2003, el Premio Nacional de Economa y Medio Ambiente Lucas Manada. Como miembro del Congreso de los Diputados (1977/1981), es firmante de la Constitucin Espaola de 1978. En su faceta de historiador, adems de muchos pasajes en su Estructura Econmica de Espaa (ya en su 25. edicin, Alianza Editorial), particip en la Historia de Espaa dirigida por el profesor Miguel Anula; con el volumen VII, sobre La Repblica. La era de Franco (Alianza Editorial, 11. edicin), e igualmente es autor de Una idea de Espaa (1 edicin, Seix Barral) y de La formacin econmica de Espaa (Universitas).

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 5

ndiceAgradecimientos 13 Prlogo 15 Capitulo 1. Antecedentes histricos 23 Primo de Rivera: la forja de un protagonista de la historia, 23; Genio y figura, 33; Los ltimos tiempos de la Restauracin: de 1909 a 1922, 37; Los intentos regeneracionistas de Santiago Alba, 43; La inestabilidad de los gobiernos: el borboneo, 45; El talante del rey, 48; El desastre de Annual, 52; El extrao caso del cabo Jess Arenzana, 58; Prisioneros y soldados de cuota, 59; El Gobierno Snchez Guerra, y las responsabilidades, 61; Las reformas fallidas del Gobierno Garca Prieto, 66; Elecciones de abril y verano de 1923, 69; Muerte de Segu y huelgas en Barcelona, 71. Captulo 2. Conspiraciones y golpe de Estado 75 La fallida revolucin burguesa, 75; Dos conjuras militares simultneas, 76; Primeros preparativos del golpe de Estado, 78; Movimientos de fondo: librecambio-proteccionismo, 82; El golpe: del 22 de junio al 11 de septiembre de 1923, 85; Del 11 al 13 de septiembre, 90; Del 13 al 15 de septiembre: Primo gana, 95; El papel del rey en el golpe, 103; Una hoja de ruta: el manifiesto del 13 de septiembre, 107; La inmediata organizacin de la Dictadura, 112. Captulo 3. La naturaleza de la Dictadura: Primo de Rivera y sus circunstancias 119 Mal menor, Cincinato, cirujano de hierro, cesarismo?, 119; Reacciones favorables al golpe, 125; Los intelectuales y la Dictadura, 132; La prensa ante el dictador, 137; El apoyo de los militares, 138; La inoperancia de los republicanos, 140; Burguesa y sociedad con la Dictadura, 142; Camb asesor de Primo de Rivera?, 145; Fue fascista la Dictadura?, 149; El entendimiento del nuevo rgimen con el PSOE, 155; Pablo Iglesias, Largo Caballero y Besteiro, con la autocracia, 160; Los partidos y sindicatos contrarios a Primo, 163. Captulo 4. La solucin del problema de Marruecos 169 El problema crnico desde 1906. La Semana Trgica, 169; La dificil ocupacin del protectorado (1912-1923), 171; El primer abandonismo de Primo de Rivera, 114; Tiempos difciles: el repliegue de Xauen (192411925), 178; El acuerdo hispano-francs y el desembarco de Alhucemas, 184; Las mieles del triunfo, 186. Captulo 5. Instituciones de la Dictadura 191 Sobre la duracin del nuevo rgimen, 191; Dos etapas: el directorio y despus, La Unin Patritica, un partido frustrado, 205; La Asamblea Nacional, un pseudoparlamento, 210; El proyecto de Constitucin y de nueva Asamblea, 194; El gobierno de los hombres civiles, 197; Control militar y Somatn, 202; El fracaso final de las instituciones, 218.

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 6

Captulo 6. Reformas y presencia exterior 225 Transformaciones laborales, 225; Cuantificacin de avances sociales, 228; La nueva administracin local, 231; La disolucin de la Mancomunidad de Catalua, 233; Cambios en el ejrcito, 238; Poltica exterior: Tnger y la Sociedad de las Naciones, 242; Portugal: reencuentro ibrico, 246; Hispanoamrica: la conexin transatlntica, 248. Captulo 7. Economa y sociedad 253 Coyuntura, desarrollismo y endeudamiento, 253; Auge y crisis de la economa mundial, 256; Proyectos de reforma fiscal, 259; La peseta y los problemas cambiarios, 267; La difcil estabilizacin de la valuta, 273; El dictamen de la Comisin del patrn oro, 275; Negocios internacionales de Gamb, 278. Captulo 8. El estado corporativista y sus polticas econmicas 281 Un Estado corporativista, 281; Comits paritarios, 285; Un intervencionismo excesivo?, 288; Regeneracionismo agrario, 290; El sueo incumplido de la reforma agraria, 292; La industrializacin reforzada, 294; Sectores protegidos, 296; Reforzamiento de la banca privada, 301; Eclosin de la banca pblica, 303; Cuantificaciones de poltica econmica, 305; Sntesis sobre crecimiento econmico, 311. Captulo 9. Infraestructuras y monopolios pblicos 315 Obras hidrulicas y confederaciones hidrogrficas, 315; Ferrocarriles y carreteras, 319; Puertos, navegacin area y turismo, 321; Empresas pblicas: fsforos y tabacos, 323; El monopolio de petrleos y la CAMPSA, 327; La Compaa Telefnica Nacional de Espaa, 333. Captulo 10. Nuevas realidades sociolgicas 337 Cambio social y edad de plata de la cultura, 337; Teatro, pera y msica, 339; Pintura, escultura, arquitectura, 342; La generacin del 98, 346; La generacin de 1914, 349; La generacin del 27, 350; Residencia de estudiantes y ciudad universitaria, 352; Prensa, radio, cine, deportes, toros y juego, 354; Ciudades, vida popular y cafs, 357; Aviacin y automovilismo, 360; Las dos grandes exposiciones: Sevilla y Barcelona, 363. Captulo 11. El final de la dictadura 365 Sin legitimidad, 365; Los anarquistas contra la Dictadura, 370; La Sanjuanada de Romanones, 371; La Repblica catalana segn Maci, 373; El movimiento no tan frustrado de Snchez Guerra, 374; Soliviantados funcionarios y artilleros penalizados, 379; El lance amoroso de Nin y el dictador, 382; Desavenencias entre los reyes y muerte de la ex regente, 385; La tarda preparacin del trnsito, 391; Los estudiantes contra el dictador 397; Consummatum est, 402; Dimisin, o borboneo? 406; Sic transit gloria mundi, 409.

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 7

Captulo 12. Eplogo semi-ucrnico: Ni Mussolini ni Franco 417 Habra habido dictadura sin Primo de Rivera?, 417; Principio del fin de la monarqua?, 420; Apoy el rey la Dictadura?, 423; La Dictadura no cambi el modelo... y la Repblica, tampoco, 424; Hombres de Primo de Rivera en la Espaa de Franco, 428; El dictador, sin el talante de Mussolini, 431; El dictador, sin la doctrina de Franco, 432.Bibliografa ndice onomstico 439 451

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 8

Al profesor Juan Velarde Fuertes pionero en los estudios sobre la Dictadura de Primo de Rivera, y maestro de economistas, al cumplir sus primeros ochenta juveniles aos.

AgradecimientosComo siempre sucede, se sabe perfectamente cundo comenzamos un libro, pero cualquier proyecto de fecha para terminarlo acaba transformndose en una ubicacin cronolgica muy diferente. Y eso es lo que ha sucedido igualmente en esta ocasin, puesto que un trabajo que pensaba no sera de ms de unos pocos meses a partir de ciertos antecedentes con los que ya contaba slo he podido finalizarlo despus de dos aos. Sin embargo, creo que la experiencia ha merecido ese tiempo; y mucho ms habra sido necesario en la idea de un mayor perfeccionamiento, puesto que la poca que aqu se esboza, dentro de la Historia de Espaa, es una de las ms interesantes del siglo XX:, y al tiempo una de las ms desconocidas, y en muchas circunstancias resuelta con toda una serie de lugares comunes sobre la Dictadura, desde una ptica pretendidamente liberal que no vacila en dar por seguros ciertos razonamientos con escasa fundamentacin. Y con una lamentable falta de informaciones precisas sobre lo que supuso aquella etapa histrica de algo ms de seis aos, en trminos de modernizacin y progreso econmico de la sociedad espaola. Sirva el presente espacio, sobre todo, para expresar mi reconocimiento al editor, en la figura de Rafael Borrs, buen conocedor de la atormentada primera mitad de nuestro siglo XX, y asimismo, a una serie de personas que de una forma u otra, pero siempre con generosidad y diligencia, me ayudaron en el empeo que ahora sale a la luz. Entre ellas debo citar a mis colaboradoras desde hace tantos aos, Begoa Gonzlez Huerta y Mnica Lpez Fernndez, que trabajaron de firme en el avance y en la culminacin de esta obra. Una serie de amigos me ofrecieron documentacin y versiones de viva voz muy valiosas para este trabajo, entre las que destacan, el profesor Juan Velarde, y don Antonio Chozas, que son citados expresamente en el ltimo captulo del libro. En la misma lnea, he de expresar mi gratitud a Roco Primo de Rivera, biznieta del dictador, que me abri su archivo personal, facilitndome publicaciones ya muy difcilmente encontrables, as como puntos de vista sobre ciertos pasajes histricos de su antecesor. Extiendo mis gracias ms cordiales a Jos Luis Gutirrez, editor de la revista Leer, que me anim insistentemente a terminar este libro. Igualmente, en la nmina de agradecimientos debe figurar Toms Priet-Castro, que se hizo cargo de la ltima

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 9

correccin, cuando ya pensbamos que el libro estaba limpio y refulgente, a pesar de lo cual surgieron an unas buenas decenas de erratas, errores, y cuestiones de estilo. Y no sera justo terminar este captulo de agradecimientos sin recordar a mi abuelo, Clemente Tamames, que vivi intensamente la poca de la dictadura (1923-1930), y que tanto me habl de los episodios de aquellos tiempos; y con algo menor de intensidad, lo mismo debo decir de mi progenitor, el doctor Manuel Tamames. Por ltimo, quiero manifestar mi reconocimiento anticipado a quienes, desde las reas de la crtica bibliogrfica y desde los mbitos docentes se ocupen de este libro, en la seguridad de que entre todos podremos contribuir, en alguna medida, a ofrecer a los espaoles de hoy el testimonio de una poca que ha significado mucho para nuestro desarrollo histrico.RAMN TAMAMES Madrid, 4 de septiembre de 2007.

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 10

PrlogoUna vieja fbula contaba cmo un maestro chino mont una escuela en la que enseaba a cazar y matar dragones. El original centro docente se llen de alumnos que durante semanas fueron entrenados en tan singular arte cinegtica por el terico cazador. Preguntado por uno de sus discpulos sobre las posibilidades prcticas de ejercer semejante oficio, que entenda de inexistentes animales mitolgicos, el astuto educador le aconsej, como salida profesional al trmino de sus estudios, la apertura de una academia similar en la que otros alumnos aprenderan, a su vez, a cazar ilusorios dragones. Esto es: que cada cual se busque su dragn, aunque las aulas crujan con el peor sonido de la tarima apolillada. La pregunta salta imparable. Cuando la sociedad cae en la cuenta de que los dragones de la Historia ya no existen, o que estn a buen recaudo, atrapados y hasta fosilizados por monte-ros eruditos cmo pueden justificarse las escuelas o los libros en los que se ensea a capturarlos? Una vez satisfecha la curiosidad sobre el pasado en un lmite razonable para qu sirve seguir amontonando detalles sobre la trashumancia medieval de la oveja, la Dictadura de Primo de Rivera o el ejrcito de Franco? Pocos son los que se atreven a responder con franqueza a esas cuestiones, mxime cuando la Historia, en abstracto, mantiene su prestigio de bien cultural necesario y de cierto tono, en las sociedades desarrolladas. Como un cuadro en el saln, una escultura en la plaza o una orquesta sinfnica en la pequea ciudad provinciana. Por ello, las instituciones pblicas encuentran un placer especial en el dragoneo que no compromete; y de ese modo, la historia subvencionada se convierte tantas veces en el barniz de los nuevos poderosos con el que se abrillanta un pasado meramente fruto de la invencin. Luego, los libros no aparecen por las libreras, porque el mercado librrimo tiene sus leyes y el pblico sus gustos y sabe separar lo real de lo ilusorio. La patria que buscamos era un pblico, escribi Unamuno, manifestando as el esfuerzo de algunos intelectuales por tener lectores y ensanchar el gueto de los iniciados y selectos que frecuentaban los ateneos o que discutan en los casinos la opinin de los diarios. Ahora, en el siglo de la comunicacin, la historia verdaderamente seria ya no es la reducida a la clandestinidad de las logias universitarias, sino la que consigue influir en el conjunto de los ciudadanos y enriquecer su biografa con cientos de miradas del pasado. Por supuesto, no es ese ladrillo esotrico y abstruso que ha puesto a los historiadores, en bloque, bajo sospecha de inutilidad social. La presuncin de que el oficio de historiador ha dejado de ser til porque trata de seres y cosas inexistentes, empieza a dominar el horizonte laboral de los componentes del clan. Por el contrario, la historia influyente es la que golpea la memoria cvica con el recordatorio del esfuerzo desplegado por los espaoles en consolidar las libertades individuales, y que dispone de un diablo Cojuelo amigo, encargado de levantar los tejados de todas las polticas egostas. Los historiadores no pueden estar esperando, ya,

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 11

entre sus vetustos legajos, que algn director de cine deje un recado en su contestador automtico, sino que deben tomar la iniciativa de crear su propia demanda, constituida en el centro de la conciencia ciudadana y destinada a ser instrumento de las aspiraciones de las mayoras, denunciando imposturas y apaos. Tpicos como el de que conociendo el pasado se construye un mejor futuro o bien el otro de que los pueblos desconocedores de su ayer, estn condenados a repetirlo maana; y que puestos en boca de polticos aficionados o de pontfices del status histrico, lo nico que buscan es evitar que se hable de hoy. Que resulta ser la nica realidad en la que, lo mismo la Historia que la sociedad, pueden y deben intervenir. No es fcil encontrar a gente del oficio tan preocupada en la bsqueda de un inters para la Historia como Ramn Tamames, consciente de las enseanzas que del pasado pueden extraerse, pero tambin de las lecciones que arroja nuestro vapuleado presente. Conocer el pasado en lo que fue y tal como fue, desconfiando del moralismo fcil, es una empresa cada da ms rara en los libros que buscan el gran pblico; como el viajar sin delirios a lo Pedro Damin, aquel personaje de Borges que en 1946, por obra de una larga pasin, mora en la derrota de Masoller (en guerras fratricidas uruguayas), que haba ocurrido entre el invierno y la primavera de 1904. Viajar al pasado sin romanticismos, sin aficionarse a luchar en guerras que ya fueron ganadas o perdidas, y que, por eso mismo, ya no pueden obligarnos a realizar opciones trgicas, es tarea del libro de Ramn Tamames que ahora arranca. La historia se escribe con datos contables y con el propsito de llegar a la verdad, pero se inserta tambin en nuestras biografas de historiadores o lectores. Y por eso se reescribe continuamente. Es lcito y aconsejable revisarla, pero a base de documentos y fuentes, no de buenos sentimientos. Ni Mussolini ni Franco: la Dictadura de Primo de Rivera y su tiempo es una obra distinta sobre aquel general que fue campechano y golpista. Escribir historia es una costumbre de la inteligencia y tambin de la mirada, deca Michel de Montaigne; tal como ha hecho Ramn Tamames, al hojear toda suerte de autores, viejos y nuevos. Adems, escribir historia es viajar a travs de mltiples prosas, balances y literaturas. El pasado pesa en Espaa, porque el presente lo manipula. Aqu se mezclan tiempos y pocas, se atribuyen a las sociedades pretritas actitudes, creencias y valores del presente. O se utiliza la contradictoria memoria histrica como un instrumento de deslegitimacin del adversario poltico, considerndolo heredero de los personajes ms sombros del ayer. De ah que en medio de un viscoso magma de remembranza sentimental, ligado al discurso de los perdedores de la guerra civil, una mirada nueva, forzosamente crtica, de la personalidad de Miguel Primo de Rivera y de su poca, ayuda a situar el debate de una Espaa militaruda y poco liberal. El desastre de Annual abri una nueva herida en la sociedad. Miles de muertos se pudrieron en las tierras agrietadas del Rif... Republicanos, intelectuales y socialistas hicieron or su voz contra un sistema que rehua responsabilidades... En Barcelona, la hegemona conservadora del catalanismo se vio contestada por un antiguo oficial del ejrcito, Francisco Maci; inspirador de un nacionalismo que reivindicaba el reconocimiento de Catalua como Repblica independiente.

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 12

En la otra Barcelona, la proletaria, la de las utopas anarquistas y la barricada, ruga la conflictividad obrera... En el campo andaluz permaneca viva la ensoacin revolucionaria que en Rusia haba llevado a los bolcheviques al poder... Los lderes monrquicos no saban o no podan resolver los viejos problemas de Espaa... La clase poltica, los partidos dinsticos y el Parlamento estaban desprestigiados... Las crticas alcanzaban tambin al rey. El 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera, capitn general de Catalua, se rebel en Barcelona. Y tras levantar a la tropa, se puso en contacto telefnico con el rey:El Consejo de ministros debe ser arrojado por la ventana y nosotros permaneceremos fieles a su majestad.

Alfonso XIII brind su confianza al general golpista. El riesgo fue muy grande. Algunos le avisaron y el rey lo saba: del xito o del fracaso de la dictadura, dependera la suerte de la monarqua. Imbuido en las imgenes del 98, el general Franco gobern Espaa en dictadura casi cuarenta aos, y dira una y otra vez que el pas en manos del liberalismo haba sido un barco sin rumbo. Tiempo atrs, otro general, Miguel Primo de Rivera haba recurrido a la misma retrica para devolver Espaa al mesianismo militar del XIX y, llevando hasta sus ltimas consecuencias lo denunciado por Joaqun Costa y los regeneracionistas, para destruir la legalidad constitucional, manifestando:Ha llegado para nosotros el momento... de atender el clamoroso requerimiento... de liberar la Patria de los profesionales de la poltica, de los hombres que por una u otra razn nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el ao 98 y amenazan a Espaa con su prximo fin trgico y deshonroso.

Pero dejemos que Ramn Tamames, que tiene oficio como historiador y economista y maneja con maestra el dificil arte de la sntesis, nos cuente aquella peripecia de la Espaa autoritaria: la mano de hierro del dictador, el exilio de la clase poltica, el silencio del movimiento obrero extenuado de persecuciones el anarquista, conciliador con la dictadura el socialista, todo ello configurando una poca de paz burguesa que culmina con la pacificacin de Marruecos. Un perodo de prosperidad econmica, que el profesor Tamames sabe explicar entre los pliegues y claroscuros de una poltica de resonancias populistas gestionada sin el concurso del pueblo. Los avances, favorecidos por el control social y la forzada disciplina impuesta en las relaciones de trabajo, por el contrario, hicieron de los empresarios, excelentes valedores del dictador, un personaje que, efectivamente, no fue ni Mussolini, ni Franco. La historia no es slo una petrificacin del pasado o un confuso frrago de sucesos. La historia, es cierto, hace relacin completa de las guerras, de las aventuras fantsticas, de los viajes y exploraciones arriesgadas, de las crisis econmicas, de los muertos por la gripe, de los impuestos, de la produccin de navos y alpargatas... pero tambin es o debera ser latido, aliento, tragedia, sueo... tambin es el camino

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 13

hollado por aquellos hombres o mujeres que esculpieron con la vida su estatua triunfante o quedaron sepultados en el olvido. En el eco de sus pasos, en la oscura madeja de sus ambiciones y fracasos, se halla el rastro de la experiencia histrica. El cientfico, el pensador o el cronista que ejerce de bigrafo se atreve a sumergirse en ese ocano de voces, recuerdos, astillas, fragmentos, versiones, memorias... que resume la vida de los pequeos o grandes hombres para rescatar en su extrao fondo la realidad del personaje, su espacio, su tiempo... e iluminar ese dificil punto de interseccin en que por un momento coinciden el destino personal y el de la historia. Es una empresa ilusoria, pues ofrecer un retrato acabado, definitivo, resulta imposible. Lo individual escribi Ortega es inasible. Podemos presentirlo, suponerlo, adivinarlo, pero nunca conocerlo estrictamente. Cabe, nicamente, releer con espritu crtico las crnicas de la poca, rastrear el mundo del personaje, sus anhelos, sus victorias, sus fracasos... Cabe intentar reconstruir una imagen veraz. Bucear, en definitiva, en el fondo de antiguos naufragios, y regresar al sol de nuestro siglo con un personaje de carne y hueso, que restituya al biografiado su dimensin humana. Todo este esfuerzo se condensa en el libro Ni Mussolini ni Franco: la Dictadura de Primo de Rivera y su tiempo, en el que Ramn Tamames se pone a salvo del vendaval de pasiones polticas que tantas veces ha arrasado la neutralidad de los historiadores y enturbiado su labor. l sabe, como nadie, que si se aspira a un pblico que mantenga su apuesta por la Historia de Espaa, sta debe responder a las preguntas que el ciudadano se hace verdaderamente. Y al tiempo, debe contestarlas, adems con buena prosa y mejor imaginacin. Sin componenda alguna con los mitos que constituyen la dieta ideolgica de los nacionalismos, el potaje visceral que impide un debate cvico sosegado.FERNANDO GARCA DE CORTZAR

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 14

Captulo 1

Antecedentes histricosPrimo de Rivera: La forja de un protagonista de la historia Miguel Primo de Rivera naci en Jerez de la Frontera (provincia de Cdiz) en 1870, y muri en Pars en 1930. Y, como subraya Xavier Casals en el libro Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, el que andando el tiempo sera dictador de Espaa perteneci a una familia donde la sed de gloria era pareja a la bsqueda de promocin social. En ese sentido, su bisabuelo, Joaqun Primo de Rivera (1734-1800), remont el linaje familiar a la poca de los Csares, considerando como fundador del linaje a Marco Antonio Primo, honrado que fue en Roma por el Senado en tiempos de Nern; para despus, imperando Galba, ser elegido tribuno de la Legio Septima, al frente de la cual obtuvo sealadas victorias. Siguiendo tan larga tradicin familiar, en 1884, a los quince aos, Miguel Primo de Rivera escogi la carrera militar y, tras sus estudios en la Academia General de Toledo, march a la isla de Puerto Rico, en las Antillas espaolas, donde estuvo destinado en el Memorable Batalln de Cazadores durante dos aos. Desde all, en 1893 volvi a Espaa, al Regimiento de Extremadura, de guarnicin en Jerez, su tierra natal. Por aquel entonces, cuando se levantaba un fuerte en el cerro de Sidi-Aguariach, en el entorno de Melilla, para mejorar sus defensas, varios ingenieros espaoles fueron tiroteados por un grupo de rifeos. Y como la nueva fortaleza no poda construirse bajo el constante asedio de los indgenas, el personal de la obra hubo de trocar las herramientas por fusiles y ametralladoras; en tanto, el general Margallo, que estaba al mando de la plaza de soberana, tuvo que emplazar varias piezas de artillera contra los atacantes y pedir refuerzos a la Pennsula desde donde se hizo llegar el Regimiento de Extremadura, el de Primo de Rivera. Fue as como el joven teniente particip en la defensa del fuerte de Cabrerizas Altas, donde su heroico comportamiento al recuperar un can le vali la cruz de primera clase de San Fernando y las estrellas de capitn. A la vuelta de frica, se confi al joven Miguel el mando de la segunda compaa del Batalln de Cazadores, en Ciudad Rodrigo, la plaza fuerte prxima a la raya de Portugal, lo que vino a suponerle un perodo de insoportable monotona. Hasta que, en 1895, Martnez Campos, a la sazn gobernador general de Cuba, y comandante en jefe del Ejrcito de operaciones que buscaba sofocar la sublevacin en la isla contra el dominio espaol, le llam a su lado como ayudante de campo. En los crculos ms selectos de La Habana de entonces, no se dejaba sentir en demasa el curso de la guerra que se libraba contra la independencia de los cubanos. En los medios espaoles se sucedan de continuo saraos y fiestas: haba cinco teatros

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 15

abiertos, y numerosos cafs-concierto que alegraban la vida, en medio de los peligros que acechaban por doquier. En ese ambiente de placeres cotidianos, el joven Miguel, no se senta a gusto, y por ello mismo no vacil en pedir que se le diera de alta en las operaciones militares. A lo cual Martnez Campos respondi envindole a los lugares de ms duros enfrentamientos, participando en la accin en que result muerto Jos Mart (el presidente de la Repblica insurrecta), en la localidad de Dos Ros. Poco despus, en un operativo contra el generalsimo cubano, Antonio Maceo, Primo gan el ascenso a comandante. Retornado a la Pennsula, en 1896, al nombrarse capitn general de Filipinas a Fernando Primo de Rivera que por mritos propios haba ganado el ttulo de marqus de Estella y quien, por no tener hijos propios, haba decidido adoptar a Miguel en 1894, le reclam para una misin en el otro gran archipilago espaol, en el confn extremo del planeta. Y cuando all arrib el joven comandante, el mismsimo marqus le defini su destino como una tarea dificil: Manila est tranquila, al parecer, pero hay rebeldes en todas partes. Y es que, en efecto, en analoga a La Habana, la vida cotidiana resultaba de lo ms engaosa: la gente concurra a los casinos y teatros como si no pasara nada, y las seoras ms encopetadas se paseaban por la Calle de la Escolta, con sus tiendas de lujo, haciendo compras, y pensando siempre en acudir a las recepciones del capitn general de las Islas. Nunca haban sido tan solicitadas las invitaciones para el Palacio de Malacaang, donde el marqus de Estella reciba a lo ms granado de la sociedad espaola y filipina. El gobernador encarg al hijo adoptivo que se ocupara de su secretara personal, donde haba de llevar las cuentas de la residencia, supervisar los ments de los gapes, y distribuir las invitaciones para fiestas y veladas. Una actividad social de la que su to estaba convencido era parte notable del necesario trabajo social si se quera pacificar el archipilago. Sin embargo, y como antes en Cuba, el joven Primo de Rivera no soportaba tan domsticas encomiendas, y al solicitar ms accin, particip en las operaciones de Cavite en que se derrot al jefe de los guerrilleros filipinos, Emilio Aguinaldo, quien con sus hombres se vio en la tesitura de tener que huir a las zonas ms recnditas de la isla de Luzn. Luego, cuando el gobierno de la metrpoli autoriz al gobernador Fernando Primo de Rivera a que pactara con los insurgentes, y a que incluso comprase la paz, Miguel tom parte muy activa en las tratativas para ello. Con diligencias que permitieron, el 23 de diciembre de 1897, la firma del Pacto de Biacnabatt piedra partida en tagalo, merced al cual los rebeldes aceptaron deponer las armas, a cambio de una amplia amnista y de la cantidad de un milln setecientos mil pesos en concepto de socorro por los daos recibidos en la conflagracin. Para llegar a ese acuerdo, Miguel Primo de Rivera, estuvo negociando con Aguinaldo en Hong-Kong, donde permaneci por espacio de cuarenta das sin la menor escolta. Gestiones stas en las que revel un fino sentido de la diplomacia, por lo cual recibi la Gran Cruz de Mara Cristina, la reina regente en la an minora de edad de Alfonso XIII.

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 16

Firmada la paz Bacnabat, los crculos espaoles de Manila se sumieron en la despreocupacin total, hasta que la voladura del Maine en el puerto de La Habana (15 de febrero de 1898) infundi cierta intranquilidad, pues una guerra con EE.UU. poda tener tambin las ms graves consecuencias para el archipilago que Legazpi haba incorporado a los dominios de Felipe II en el siglo XVI. Dos semanas despus del incidente del Maine, se nombr nuevo capitn general de Filipinas a Basilio Agustn Dvila, quien arrib a Manila en vapor-correo, el 9 de abril de 1898, la misma fecha en que Fernando Primo de Rivera le hizo entrega del mando. Pero ese mismo da se recibi de Madrid un telegrama instndole a quedarse con el nuevo capitn general, en previsin de un inminente conflicto con EE.UU. Sin embargo, todo volvi a cambiar cuando lleg otra misiva de Madrid en la que textualmente se deca: Visto el telegrama de V.E. de ayer, y no pareciendo inmediata la ruptura con Estados Unidos, puede regresar el general Primo de Rivera en cuanto estime oportuno. El 11 de abril, el ya ex capitn general embarc en el puerto de Manila en el vapor Len XIII de la compaa Transatlntica, regresando a la Pennsula junto con Miguel, quien siempre guard gran pena por no haberse quedado en Manila, la Perla de Asia, esperando la eventual incursin de los yanquis. Fueron largos los das de navegacin, sin noticias de lo que suceda en el mundo, y solamente en la escala hecha en Suz se enteraron los dos militares de la declaracin de guerra de EE.UU., as como de la trgica prdida de la flota espaola en Cavite. El primer marqus de Estella y su sobrino arribaron finalmente a Madrid cuando era escenario de la derrota de Cavite, y tambin de la de Santiago de Cuba, compensadas ambas por funciones patriticas y por la rutina de festejos de todas clases, que nunca se interrumpieron por los fracasos en ultramar. En ese entorno, que le resultaba desmoralizante, Miguel permaneci algn tiempo en la capital, ayudando a completar el informe que su to estaba en la obligacin de presentar sobre Filipinas ante el Congreso de los Diputados. Y fue por esos das cuando en Jerez de la Frontera falleci su padre natural. El dolor de hijo por esa prdida, junto con los episodios en las ltimas posesiones de Espaa en Amrica y Asia, terminaron por vencer la robusta naturaleza del joven militar. El 1 de enero de 1899, las banderas de las barras y estrellas se alzaron en las mismas astas en que por siglos flamearon las enseas espaolas en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, la capital del archipilago de las Marianas. Y las derrotas pasaron a ser menciones virtualmente prohibidas, en la intencin de olvidarlas. El sentimiento popular se pronunciaba a favor de archivar los aciagos recuerdos, en la sensacin de que no se haba luchado lo suficiente por estimarse de antemano que la guerra estaba perdida. En ese contexto, Primo de Rivera senta el ms vivo desprecio por los estrategas de mesa de mrmol, que haban cometido todos los errores imaginables en la paz y en la guerra. Asimismo tampoco ocultaba su aversin haca quienes, en la burguesa y en la aristocracia, pagaban para no enviar a sus hijos a ultramar. Qu saban ellos de los ofidios venenosos de la manigua, de los afilados machetes de mambises y tagalos, de las emboscadas a 45 grados de temperatura? A Miguel slo le

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 17

quedaba la rabia ante la prdida de lo que siempre haba considerado parte inenajenable de Espaa. Dicen que en Jerez, su ciudad natal, al volver a encontrar a su madre, envuelta en negros atavos, la imagen le qued grabada como la expresin de la Espaa atormentada del trgico 98. A poco de lo cual la vida segua, hubo de tomar el mando del Regimiento de Soria, de guarnicin en Sevilla, para ms tarde ser trasladado al Batalln de Alba de Tormes, en Barcelona, donde en 1902, por primera vez, presenci las manifestaciones del catalanismo. No obstante, en la relativa tranquilidad del nuevo siglo XX, Miguel Primo de Rivera tuvo tiempo para dedicarlo a su propia vida personal: en 1902 cas con Casilda Sinz de Heredia y Surez de Argudn, mujer de gran belleza nacida en San Sebastin, Guipzcoa, hija de don Gregorio Sinz de Heredia y Tejada, riojano de Alfaro y magistrado que fue en las Audiencias de Cuba y Puerto Rico; siendo su madre, doa ngela Surez de Argudn y Ramrez de Arellano, de ascendencia habanera. Del matrimonio, que slo dur seis aos por la muerte de la esposa en 1908, nacieron seis hijos de los que vivieron cinco: Jos Antonio, Miguel, Fernando, Carmen, y Pilar, que en lo sucesivo tuvieron por madres a dos tas paternas; una soltera (Mara), y la otra viuda sin descendencia (Ins). Pero la pronta viudedad no signific que Miguel no llevara a lo largo del resto de sus aos una vida galante, ni que no tuviera algn notorio noviazgo, como el mantenido con Nin, tema al que nos referimos en el penltimo captulo de este libro. En 1909, Miguel Primo de Rivera volvi a entrar en combate, otra vez en la zona de Melilla. Una copla popular del momento se hizo eco de la desesperacin y del pesimismo nacionales. La cantaban nios y viejos, hombres y mujeres, como muestra de aversin frente a los gobiernos que tan desgobernado tenan el pas:Para los novios y novias es una gran pesadilla: antes, la guerra de Cuba, y hoy, la de Ceuta y Melilla.

En junio de 1910, Primo de Rivera regres a Madrid, esta vez para reintegrarse en el Estado Mayor Central, donde permaneci hasta septiembre del siguiente ao en que solicit y obtuvo el mando, por unos meses, del Regimiento de San Fernando, instalado en Melilla. All, su participacin en una serie de operaciones blicas le vali el ascenso a general, siendo el primero de su promocin en llegar a ese nivel de la escala. Vuelto a Madrid, mediando 1913, no tard en retornar a la actividad blica en las operaciones del Ejrcito en frica, de las que se deriv un nuevo premio: la gran cruz del Mrito Militar, con distintivo rojo, y el ascenso a general de Divisin. Y en esa calidad, 1915, fue nombrado gobernador militar de Cdiz. All, en 1917, fue elegido miembro de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias y Artes, docta casa en la que ingres con un discurso sobre el tema Gibraltar y frica, cuya tesis era contundente: ante la cruenta prolongacin del conflicto marroqu, haba

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 18

un dilema digno de ser meditado, o bien se conquistaba Marruecos (cosa que se estaba intentando sin escatimar hombres ni dineros, pero sin resultados positivos), o bien se renunciaba por completo a pacificar el pretendido protectorado. Y fue en ese mismo evento acadmico cuando enunci una de las ideas que luego reiterara: solicitar del Imperio Britnico la devolucin de Gibraltar a Espaa, a cambio de la plaza y baha de Ceuta, y si es preciso ms, ofreciendo la leal renuncia a toda pretensin sobre Tnger. Luego, ya en las postrimeras de la Gran Guerra, Guerra europea, o la que acabara llamndose Primera Guerra Mundial (1914-1918), el gobierno de Madrid design al joven general para visitar los frentes blicos del lado de franceses y britnicos. En medio de todo ello la gran polmica nacional de la Espaa oficialmente neutral: a quin apoyar, si a los aliados (Pars y Londres), o si a los imperios centrales (Alemn y Austrohngaro, con el apoyo de Turqua). En julio de 1919, Miguel Primo de Rivera, a los 49 aos, ascendi a teniente general con destino de capitn general en la regin militar de Valencia, y seguidamente de la de Madrid. Por entonces, en carta que dirigi a su to Fernando, marzo de 1921, poco antes de la muerte de quien fue su gran protector y padre adoptivo, pareca como si ya tuviera claro su ideario poltico:Yo creo que en Espaa no hay educacin poltica ni arriba ni abajo para gobernar con grupos acoplados a un programa... Y creo, por lo tanto, que hacen falta los partidos, dos o tres todo lo ms: conservadores, liberales y radicales, sin que por ahora pueda pensarse en ms gobierno que en el de los primeros, y aun se acentuando su accin contra el sindicalismo revolucionario y terrorista... Lo importante, por el momento, es hacer fuerte y unido al partido conservador que gobierna [entonces bajo la gida de Antonio Maura] y ha de gobernar largo tiempo; todo lo que duren estas Cortes, por lo menos tres aos. Slo as podrn hacerse las obras de reconstitucin econmica y de restablecimiento del orden social, que hoy estn en derrumbamiento.

Fue ocupando el puesto de capitn general de Madrid cuando Primo de Rivera pronunci un discurso memorable en el Senado, cmara a la que haba accedido como miembro nato, por ser grande de Espaa, al convertirse en segundo marqus de Estella tras heredar el ttulo nobiliario de su to Fernando. En esa intervencin, 25 de noviembre de 1921, el general propuso abandonar el protectorado de Marruecos. Yo estimo, desde un punto de vista estratgico dijo que un soldado ms all del Estrecho es perjudicial para Espaa. Razonando, adems, que resultaba ridcula la situacin del pas, sin defensas en las costas ni en las fronteras, sin fabricacin de armas ni municiones, sin industria naval propia, sin movilizacin ni instruccin. Resultaba necio, en tales circunstancias, decir que se tena la llave del Estrecho. Lejos de las prepotencias al uso, su crtica fue descarnada:Somos el enano de la venta, chillando sobre el pasado y el porvenir y olvidando el presente, que es lo que ms importa y que no puede ser ms msero... Espaa est con los caminos llenos de pobres famlicos que no encuentran trabajo en parte alguna, con los nios

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 19

esculidos mantenindose en los vertederos como cerdos; y todos sin escuela, sin hogar, sin cura en los campos, sin mdicos, habitando zonas paldicas que se sanearan con menos de los que cuesta un ao de frica... para qu hablar de esto?

En esa ocasin, Primo plante de nuevo, argumentndola minuciosamente, la posibilidad de cambiar a Inglaterra Gibraltar por Ceuta. Idea poco convencional revivida sin xito ulteriormente, en julio de 1925 que por considerarse antipatriota, le vali ser relevado de su puesto de capitn general en la primera regin militar; permaneci ocioso algunos meses, hasta que en marzo de 1922 fue nombrado capitn general de la Cuarta Regin, Catalua. A fin de cuentas, el gobierno decidi que Barcelona, la ciudad de los disturbios sociales y del pistolerismo, inacabables desde el final de la Gran Guerra, necesitaba de un hombre como Primo de Rivera, para ser curada de las querencias anrquicas y separatistas. All, el flamante capital general se pronunci a favor de las pretensiones autoritarias de la burguesa, alarmada como se encontraba por la agresividad de los grupos anarquistas. Y desde esa actitud, aplic una poltica de mano dura contra el pistolerismo sindical, consiguiendo la destitucin de varios gobernadores civiles considerados excesivamente dbiles por la belicosa Federacin Patronal, que si bien en lo poltico era nacionalista, socialmente se mostraba partidaria del centralismo policial. En ese ambiente de fuerte crisis poltica y social en Barcelona y, primero de todo, para evitar las consecuencias del Expediente Picasso por las responsabilidades del mayor desastre militar en Marruecos, Annual (al que nos referimos en este mismo captulo), el 13 d: de 1923 Primo de Rivera dara un golpe de Estado que cont con la rpida aprobacin del rey: el punto de arranque del perodo histrico que estudiarnos en este libro.

Genio y figura Para el historiador Carlos Seco Serrano, y en coincidencia con otros estudiosos, el general Primo de Rivera era una especie de genio castizamente nacional, que se pareca lo bastante a la masa popular como para que sta se reconociese en l: espontneo, intuitivo, irritable ante los obstculos, imaginativo, intensamente patriota, dado a opiniones simplistas, a cortar nudos gordianos, a resolver problemas complejos con sencillez, a preferir la equidad a la justicia, el buen sentido al pensamiento, a obrar, pensar y sentir con un punto de vista irremediablemente personal. Adems, y por encima de esos rasgos que adornaban su figura, Primo de Rivera tena otras cualidades muy notables. Primero de todo, su valenta fsica y moral, que llegaba a la audacia... Estaba, adems, su generosidad, sin rencor ni siquiera para quienes le ofendan, ni para aquellos a quienes l haba ofendido. Se dice tambin que Primo de Rivera trabajaba por instinto e inspiracin, teniendo como ideal una frase bien expresiva: Confiar en Dios y veremos. Divisa que luego competira con la de su partido, la Unin Patritica, de manera no menos contundente:

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 20

Patria, Religin y Monarqua; con particular insistencia sobre ese orden de referencias. En cuanto a su formacin, con indudable sinceridad, al recibir en 1925 el ttulo de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca, el doctorando asegur ser ms que docto en la ciencia de la vida: En ella recog las enseanzas que me prepararon para el ejercicio del gobierno. Quien lleva cuarenta aos interviniendo en la vida pblica de su pas, en contacto con cuanto produce de bueno y de malo, de noble y de villano, puede, si su voluntad es firme y el favor Dios le asiste, aventurarse en la pretensin de gobernar su pueblo. La filosofa del dictador abarcaba a todos los temas imaginables. Segn el testimonio de su ntimo amigo Jacinto Capella, incluso lleg a defender a los ladrones como profesin, que tenan su razn de existir, con argumentos rayando en lo esperpntico: El gorrin perjudica los sembrados, porque diezma el grano, pero come tal cantidad de insectos que beneficia con creces a la agricultura. Da ms de lo que hurta. Los ladrones tambin. Haz una estadstica de lo que entre todos ellos roban en un ao, y valalo. Y despus haz otra de lo que ganan millares de policas. Sin ladrones, la guardia civil, la polica, muchos jueces y autoridades, estaran de ms, y no se fabricaran llaves, ni cajas de caudales, ni puertas, ni cerraduras... Cunta gente desocupada! Qu desastre! Si todos los ciudadanos cumplieran la ley, cunta gente se quedara sin comer! Sin comentarios... El general tena gran capacidad de trabajo y, cuando era el mximo gobernante del pas, casi todas las noches iba al teatro, y con frecuencia tambin a las corridas, en las que el personaje que ms le interesaba, lo deca l mismo, era el toro. En cuanto a-la imputacin de transitar por frecuentes borracheras, no se trat sino de una de las tantas calumnias que se le atribuan. En cambio, s era fumador empedernido: el habano le gustaba poco, pero fumaba ms de cincuenta cigarrillos emboquillados al da. Al extremo de que, mientras se afeitaba, con la mano izquierda siempre sostena uno. Echaba humo en todas partes, incluso en las comidas, despus de cada plato. En cuanto a su carcter, uno de sus mayores adversarios polticos, el Conde de Romanones, reconoci que Miguel Primo de Rivera se movi siempre sin egosmos, creyendo que realizaba una obra de justicia y patriotismo. Opinin de la que participaron otros comentaristas, en las semblanzas que de l hicieron, en las que a la postre siempre resplandecieron sus cualidades: extraordinario a veces, humansimo siempre, lo propio de un archiespaol, y, como tal, patriota, generoso y sincero. Pero a pesar de tan bonhoma, el dictador no era ningn iluso, y ello se vio en sus apreciaciones psicolgicas sobre las masas, tal como reflej en una conversacin evocada por Jacinto Capella: S, indudablemente, las multitudes son perversas; experimentan igual sadismo al encumbrar que al derribar. Ya ves, las multitudes que quisieron lynchar (sic) a Zola cuando lo del proceso Dreyfus, luego le levantaron un monumento. Las multitudes nos llevaron a la guerra con. EE.UU., las mismas que abofeteaban con almohadillas a Joselito, y que a las cuarenta y ocho horas de su muerte lloraban por la tragedia en Talavera de la Reina. Ellas son las que igualmente condenaron a los atracadores del expreso de Andaluca, y los que a la maana si-

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 21

guiente censurarn el rigor de la ley para con ellos al llegar su ejecucin. Algunos observadores tambin se fijaron en los aspectos ms negativos del carcter de Primo de Rivera, en sus violentos arrebatos, casi siempre pasajeros, y normalmente motivados por un exceso de confianza en s mismo, tal como lo expres Salvador de Madariaga; esbozando un cuadro no diferente del trazado por los colaboradores ms prximos al dictador, como Calvo Sotelo o Pemn. Por su parte, el Duque de Maura y Melchor Fernndez Almagro se fijaron en el paternalismo del general, al considerar que tom Espaa en sus robustos brazos y la acun amorosamente durante ms de seis aos seguidos. Con un regalo esplndido: la conquista total y la pacificacin subsiguiente del protectorado marroqu, granjendose por ello imperecedera gratitud. Entretuvo despus a Espaa con sonajeros polticos, y la calm con valiosos presentes econmicos: obras pblicas, circuito de firmes especiales, telfonos automticos, etc.. Despus de esa de cal, y no sin fundamento, los dos mencionados autores dieron, muy expresivamente, la de arena. En el sentido de que el dictador, teniendo a Espaa en brazos, se guard muy mucho de ponerla en el suelo constitucional para que volviera a andar por s sola: De ese modo, los espaoles quedaron, desde septiembre de 1923, tan inmviles como las figuras de la pantalla de una cinta cinematogrfica cuando sobreviene cualquier avera en el proyector. Segn el historiador Antonio Ramos Oliveira, el dictador era mejor persona que la mayora de los polticos que l alej del poder, y nunca se comport como un atormentado por la suerte de Espaa; por mucho que el embrollo nacional le hubiera despertado la idea de ir a soluciones radicales. Es por lo que hizo de la dictadura militar un rgimen patriarcal, en el cual esperaba que los ciudadanos se guiaran por los consejos de su dictador, de un hombre que haba vivido mucho... Y como ttulo para gobernar, exhiba el de su patriotismo y su experiencia de hombre de mundo, en propsito de reformar las costumbres, el expediente infalible de todo arbitrista. Y a pesar de esas prdicas, no dudaba en acudir a las verbenas y regocijos populares, para mezclarse con la multitud que nunca le odi, porque la dictadura fue un despotismo templado, y Primo de Rivera no se deshonr con la crueldad del tirano. Conforme a otro testimonio, otra vez de Salvador de Madariaga, Primo de Rivera fue todo un poema en su vida de dictador: Vivi en el Ministerio de la Guerra, en pleno centro de la ciudad [Plaza de la Cibeles], y sola salir de despus de una cena tarda, en las horas de la noche en que las calles ms bullan de gente. Despus de lo cual, ya muy tarde, volva al ministerio-vivienda y, ante un plato de fiambres, se pona a hilar sus notas oficiosas de insercin obligatoria, cuando no a suspirar alguna que otra nostalgia: "Quin me diera poder tirar todo esto y volverme a mi Jerez..." El dictador fue muy aficionado a la publicacin de notas oficiosas, escritos respecto de los cuales Jos Mara Pemn sostena que estaban llenos de la ambicin de llegar a todos los rincones de la vida espaola, para despertarla y ennoblecerla: Con energa a veces, con sencillez paternal otras, con fuego de apstol o catequista en ocasiones, el general correga, censuraba o aplauda con espontaneidad cuanto lastimaba o confortaba su espritu durante la jornada... Nada escapaba a su sensibilidad. Se dira que tuviera el alma en carne viva para el roce de cuanto poda afectar al nombre o a la

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 22

vida .de Espaa. Como Santa Teresa, que vea al Seor hasta entre los: pucheros de su cocina conventual, el dictador parece que vea a su Patria hasta en los actos ms menudos y en los detalles ms insignificantes. En el mismo sentido, Jacinto Capella subraya que las notas oficiosas que tantos y tanto se le criticaron, y de las que incluso para algunos de sus mejores amigos claramente abus, eran un exponente de su carcter abierto y franco. No poda estarse quieto, y el menor detalle le impela a la expansin: coga el lpiz y trasladaba sus ideas al bloc, de donde arrancaba las cuartillas. El motivo de escribir con lpiz lo explicaba el dictador de esta forma: Es ms rpido y ms limpio. No se pierde el tiempo en mojar la pluma, ni en tener que quitar ningn pelo, ni se hacen borrones, ni se manchan los dedos. Pragmtico, pues, a carta cabal. Por su parte, Shlomo Ben-Ami sostiene en su obra La dictadura de Primo de Rivera 1923-1930, que sea cual fuere el enfoque historiogrfico que se adopte, es obligado desterrar la idea de un Primo de Rivera serio, si es que realmente quiere llegarse a una conclusin vlida sobre su rgimen: que en manera alguna fue el de un dspota oriental o un benefactor carente de cualquier orientacin conceptual, o de un tipo elemental de caudillo decimonnico. En ese sentido, Ben-Ami subraya que el dictador nunca intent elaborar un cuerpo de doctrina coherente y sistemtico. En cierto modo, l fue el primero en admitir sus improvisaciones, su pragmatismo y su sincretismo. Y en uno de sus discursos ante una de sus criaturas, el pseudo-parlamento que era la Asamblea Nacional, lleg a declarar que, a lo largo de toda su vida, haba cambiado de puntos de vista en muchas ocasiones. Esto qued patente en el hecho de que, tal vez, fue el nico dirigente militar, con la sola precedencia de Prim en 1868, que desarroll en Espaa la nocin de un nuevo Estado y de un tipo nuevo de hacer poltica.

Los ltimos tiempos de la Restauracin: de 1909 a 1922 Para entender plenamente el carcter de la dictadura que en 1923 instaur Primo de Rivera, resulta necesario considerar cul era la situacin de Espaa en la poca; la sucesin de una serie de difciles episodios polticos que empezaron por la Semana Trgica, 1909, cuando en Barcelona se desarrollaron graves incidentes de orden pblico, al negarse los conscriptos a embarcar para la impopular y cruenta guerra de Marruecos. Una contienda colonial que se inici despus de que el Tratado de Algeciras de 1905 asignara a Espaa el Protectorado de la zona norte de Marruecos, donde, en el belicoso Rif, sus pobladores se resistan a la ocupacin. La Semana Trgica tuvo muchas consecuencias y, polticamente, su mayor incidencia consisti en que dej de funcionar uno de los instrumentos clave de la Restauracin: el turno de partidos, establecido en 1885, a la muerte de Alfonso XII, por. Cnovas y Sagasta, para hacer rotar en el poder a conservadores y a liberales, y garantizar as la estabilidad de las instituciones. Desde 1909, la Lliga de Catalua y el PSOE adquirieron suficiente fuerza como para impedir la continuidad de la farsa del

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 23

turno. Luego, en otra explosin contra el caduco sistema de la Restauracin, y en medio de la gran guerra iniciada en 1914, llegara el episodio de la huelga revolucionaria de 1917, que se origin por la convergencia de tres procesos incidentes: el corporativismo de las juntas militares, promovidas por el descontento de la oficialidad en apariencia ms progresista antes de los desastres en Marruecos; los afanes de los nacionalismos de Catalua y del Pas Vasco, que se haban enriquecido con los beneficios de la guerra; y el malestar obrero, debido a los bajos salarios y al alto precio de las subsistencias, por la desmesurada exportacin espaola durante la neutralidad oficial declarada en 1914 frente a los dos bandos en contienda. En ese ltimo aspecto, cabe destacar, como dice Ramn de Franch en su libro Genio y figura de Alfonso XIII, que en la barahnda de la gran guerra europea, los audaces se dieron a las ms disparatadas especulaciones burstiles, arrastrando con la resonancia de sus xitos a otros muchos y, hacindose millonarios de un da para otro... Bastaba un pequeo capital de base, un poco de crdito y un agente de Bolsa bien colocado; siendo el resto cuestin de la suerte, que ciertamente se generaliz con la bonanza de las exportaciones de todas clases a los dos bandos en conflicto desde la Espaa neutral. Bilbao se llev la palma en esos negocios fciles: as result que un gran nmero de contribuyentes bien modestos, con un paquete de acciones de compaas navieras, levantaron regias fortunas. Recuerdo a ese propsito dice De Franch que una noche, en una de esas clsicas comilonas Ande Lusiano, le o decir a un bilbano castizo, que "ya no era Hamburgo la ciudad de Europa de ms millonarios, sino Bilbao"; donde hasta los obreros beban whisky del mejor, trado de propina en los barcos ingleses que llegaban a cargar mineral de hierro. De modo que, mientras la burguesa e incluso las clases medias se hacan ms ricas, las clases trabajadoras sufran en su bolsillo y en sus carnes el impacto de la caresta de los gneros que eran exportados masivamente. La protesta se incub, y no tardara en explotar. En cuanto a las juntas militares, segn Azaa, combatan el nepotismo de los generales y el favoritismo del rey; y pedan el mejoramiento tcnico del ejrcito. Traan un aire de oposicin a lo constituido, que las hizo momentneamente populares. Y para ser reconocidas, cometieron un acto de indisciplina colectiva en 1917. El gobierno se inclin ante ellas, pero las juntas no se atrevieron a tomar el poder, y as las cosas, a fin de compensar su acto indisciplinario, reprimieron con dureza la huelga general. En palabras del propio Azaa, derribaron cinco o seis ministerios, depusieron generales, comisarios, y gobernadores civiles. Todo ello, a pesar de que con la mayor seriedad del mundo afirmaban que no hacan poltica. Pero en realidad tampoco contribuyeron al saneamiento de la sociedad y de las instituciones. A la hora de la verdad, se apuntaron a la represin de los obreros, y al mantenimiento de un rgimen parlamentario mediocre y corrompido. Con ese trasfondo, tan complejo como imprevisible en sus consecuencias, uno de los dirigentes conservadores ms extremistas de la poltica del momento, Juan de la Cierva, ministro de la Guerra en sucesivos gobiernos, corrompi a las juntas, ascendiendo al nivel de general a los siete coroneles de su organizacin central, y

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 24

arrancando a las Cortes las reformas militares de 1918, que lejos de mejorar el funcionamiento del ejrcito no hicieron otra cosa que multiplicar los empleos, rociando con millones a la inquieta oficialidad. Tambin segn Azaa, los efectos de esa gestin se tocaron en Marruecos, en 1921, en Annual, cuando los moros destruyeron en pocas horas un ejrcito de 25.000 hombres con todo su material, y se apoderaron de parte del territorio en torno a Melilla. No qued en la Pennsula ni un solo regimiento en disposicin de salir en campaa para socorrer a aquellos desventurados. Lo esencial del triple movimiento de 1917, como puso de relieve Juan Antonio Lacomba, en su Historia Econmica de Espaa, es que, en la ocasin que comentamos, se dieron otras tantas posibilidades de revolucin: la parlamentaria, la obrera, y la militar. Pero, sin que hubiera una verdadera conjuncin de intereses entre ellas, pues de otro modo la monarqua habra cado irremisiblemente. En todo caso, la rebelda militar de las juntas, signific la reincorporacin del ejrcito a la politica (como reiterativamente haba sucedido en el siglo XIX), con la aquiescencia del rey, e incluso con el apoyo de ste. En el campo, las ocupaciones de fincas caracterizaron el perodo, entre 1917 y 1920 en Andaluca, lapso que lleg a conocerse como el trienio bolchevique, con gritos de Viva Lenin y viva Rusia, evocadores de la nacionalizacin de la tierra decretada por el emergente gobierno sovitico tras la revolucin bolchevique de octubre de 1917. Agitacin que se extendi a las reas industriales, en las que los sindicatos vieron aumentar su fuerza, sobre todo en el caso de Barcelona, donde surgi la guerra sucia de la polica contra el sindicalismo anarquista, lucha que degener en un autntico pistolerismo bilateral, que algunos das produca ms de 20 muertos. Por ltimo otro problema, tambin comentado antes, y que no dej de intensificarse progresivamente, fue el del nacionalismo cataln, que no cejaba en sus reivindicaciones. Y, a esa situacin en Catalua, se agregaron las ideas separatistas sembradas por Sabino Arana desde finales del siglo XIX, y que fueron al alza por la accin de su partido, el PNV, que tambin entr en fase de exacerbacin. Con el apoyo militar, el gobierno, presidido entonces por Antonio Maura, se emple con especial violencia contra el movimiento obrero, hasta el punto de romperse de esa manera el consenso social de la Restauracin, quedando el rey virtualmente condenado por la opinin pblica, al no moderar a su propio gobierno. As las cosas, y aunque su funcionamiento estaba minado ab initio por todos los vicios de la oligarqua y el caciquismo denunciados por Joaqun Costa en su libro del mismo ttulo publicado en 1902, la Restauracin qued seriamente daada. No obstante lo cual, an se mantendra en vigor durante cinco revueltos aos, hasta 1923. Ese quinquenio result verdaderamente agnico, pues a lo largo del .mismo se recurri a la frmula de los gobiernos nacionales, en un intento de estabilizar la situacin poltica, concentrando las fuerzas conservadoras y liberales en sucesivos gabinetes. En todo la idea de que con ese proceder, se resistira mejor la marea amenazante de la monarqua desde el movimiento obrerista, el republicanismo, el nacionalismo y las posibles intentonas militares. Y en esa vorgine nacional, en marzo de 1921; cay en atentado anarquista el propio presidente de gobierno, Eduardo Dato, el ms valioso de

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 25

los conservadores, tiroteado en la Plaza de la Independencia de Madrid. En cuanto a la economa, tambin de Ramn de Franch es el testimonio de que por la ley inexorable de la oferta y la demanda, el valor comercial de Espaa declin rpidamente, tan pronto como se suspendieron las hostilidades en 1918. La produccin tuvo que restringirse, resurgiendo d paro obrero, y gran nmero de empresas no pudieron continuar en actividad a causa del alto nivel alcanzado por los salarios. Una infinidad de nuevos ricos, en la euforia de su inopinada situacin, no supieron apretarse el cinturn a tiempo, y acabaron ms pobres que antes: El proletariado fue presa fcil de los agitadores, y pronto, en los grandes centros industriales, la vida se hizo insoportable a fuerza de desrdenes, cuya violencia aumentaba, al amparo de un relajamiento inaudito del principio de autoridad.

Los intentos regeneracionistas de Santiago Alba En ese estado de cosas, los gobiernos de concentracin nacional no pasaron de ser amalgamas de grupsculos frente a una crisis ya claramente estructural. Por lo cual, no result posible volver a la normalidad de lo que haba sido la Restauracin canovista con el turno y el encasillado. Entre otras razones, porque el primero, ya lo vimos antes, se hizo imposible a partir de las elecciones ulteriores a 1909, por la atomizacin de los tradicionales partidos conservador y liberal, que se patentiz en toda clase de fraccionamientos, con sus fulanismos y menganismos. En cuanto al encasillado, era un mecanismo de pucherazo ms o menos institucionalizado, operante entre 1885 y 1909, de modo que el jefe del gobierno de turno, designado por el rey tras la crisis ministerial correspondiente, pudiera disponer de su propia mayora parlamentaria; todo segn los acuerdos entre liberales y conservadores, de manera que los puestos de parlamentarios se ajustaban antes de las elecciones. Se amaaban por los grandes electores, los jerarcas de los dos grandes partidos, a fin de que salieran elegidos quienes previamente se haba designado para cada escao. En ese contexto, los gabinetes de concentracin nacional de 1917/23 ya no dispusieron del apoyo parlamentario imprescindible para sostenerse. No duraremos ms que ocho o diez das porque slo contamos con cuarenta votos, declar el conde de Romanones al constituirse uno de esos voltiles ejecutivos. En anloga actitud de crtica se manifest el poltico ms notable de la izquierda monrquica, Santiago Alba. Con reflexiones que bien merece la pena reproducir: Gobiernos y ministros de diecisiete das, de veinte das, de un mes, de tres meses... Una lucha feroz, una intriga permanente, las combinaciones ms absurdas... La opinin pblica, hastiada. Todas las cuestiones importantes del pas, abandonadas y agravadas. El Ejrcito, sin poder reprimir su enojo. El golpe de Estado abrindose camino en la conciencia pblica... Coincidiendo con ms puntos de vista, Shlomo Ben-Ami puso de relieve cmo al llegar la dictadura de Primo de Rivera, Santiago Alba, por ser el ms crtico con el corrupto sistema poltico nacional, acab por convertirse en el chivo expiatorio, para acabar pagando por todos los males de una Restauracin agotada, pulverizada. En

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 26

primer lugar, porque el golpe militar del 23 de septiembre de 1923 se dio en Barcelona, donde Alba pasaba por ser la ms viva representacin del centralismo castellano; de la poltica que presuntamente subordinaba la economa catalana a los intereses del poder central, con unos aranceles de aduanas de tendencia librecambista no slo por sus tarifas no muy elevadas, sino tambin por las que se concedan por medio de los tratados comerciales muy aperturistas que iban firmndose con otros pases; en contraste con el viejo proteccionismo canovista para el textil, la siderurgia, etc. En segundo trmino, Alba se mostr partidario de aplicar criterios civiles y diplomticos al problema de Marruecos, en tanto que los militares seguan en su pretensin de resolverlos a bayonetazo limpio, por muchos fracasos que fueran cosechando. Y tercero, el representante de la izquierda dinstica, se pronunciaba con mxima vehemencia en pro de que las instituciones representativas supervisaran la llamada autonoma militar. En ese sentido, el propio general Franco relatara ms tarde cmo sus soldados, convencidos del abandonismo del prcer poltico, al conquistar una posicin enemiga en el Rif lo hacan a los gritos de Viva Espaa! Muera Alba!. Por ltimo, Alba era contrario a los beneficios excesivos de las empresas que tenan tratos con el ejrcito, al tiempo que pretenda eliminar la evasin, fiscal de las rdenes religiosas. Fu palabras de Vicente Blasco Ibez, en su Alfonso XIII Unmasked. The Military Terror in Spain (Londres, 1925), Santiago Albaera un liberal convencido, casi un revolucionario. Y para colmo de los colmos, recordemos una frase de Primo de Rivera a un reportero de La Correspondencia de Espaa al da siguiente de su golpe: En Barcelona, seores, el ambiente era fatal. Todos cuantos industriales y comerciantes me visitaron ese da, repetan alarmadsimos sus quejas contra el seor Alba: "s un lladre, s un lladre!", me decan todos. En fin de cuentas, en 1923, del aparato poltico de la Restauracin de 1875 slo quedaban en pie, formalmente, la farsa de la Constitucin de 1876 (Joaqun Costa dixit), y la monarqua extremadamente debilitada como institucin, por la falta de respaldo social ante el borboneo continuo del rey, haciendo y deshaciendo gobiernos a su antojo. Una situacin de cuya gravedad Alfonso XIII tena plena conciencia, llegando a pensar en una nica salida: un rgimen de fuerza que barriera a la oligarqua de los antiguos partidos y a los republicanos, sus dos grandes enemigos; la primera por corrompida e inepta, los segundos por sus principios favorables al cambio de rgimen. Un tema al que pasamos a referirnos in extenso.

La inestabilidad de los gobiernos: El borboneo Las circunstancias hasta aqu expresadas, de carcter estructural, mostraban un pas que no funcionaba. Entre otras cosas, por el defecto ms grave en que haba degenerado la Restauracin, en palabras de Carlos Seco Serrano, la inestabilidad: la rpida sucesin de gabinetes ministeriales impeda que madurase programa poltico alguno, y no permita que los ministros llegaran a adquirir la necesaria competencia en los asuntos de sus carteras. Como tampoco resultaba factible que arraigara ninguna re-

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 27

forma que mejorase una administracin ineficaz, ineficiente, llena de burocratismos y corruptelas. Las causas de esa inestabilidad provenan, en gran medida, de la falta de una burguesa organizada y con fuerza, por lo cual prevalecan las intrigas y ambiciones personales de los polticos, con sus afanes de protagonismo. Defectos suficientemente graves como para generar las ms deplorables consecuencias, que tampoco el rey supo contrarrestar, pues en vez de elegir a los mejores, fue manejando a los sucesivos presidentes del consejo de ministros, para servirse de ellos en permanente ansia de acrecentar su propio poder. Desde luego, tanto los polticos como el rey, no desconocan los grandes problemas de Espaa; pero se vean sumidos en la desidia, cuando no en la impotencia, para resolverlos. Cualquier jefe de grupo llamado por el rey poda subir al poder, pero con la contrapartida de tener plena conciencia de que los dems se conjuraran para derribarlo con toda suerte de zancadillas preparadas dentro y fuera de las Cortes, hacindose as imposible poner en prctica cualquier clase de programa de gobierno. A la luz de esos avatares, lleg a decirse que los ministros eran como enciclopedias vivientes, pues de corrido se vea al de Fomento asumir, en otra combinacin, la cartera de Marina, o la de Gracia y Justicia, para luego pasar a Hacienda, o dirigir los asuntos diplomticos del departamento de Estado. Resultaba, al final, que en realidad haba bien poca diferencia entre unos gobiernos y otros, ya fueran conservadores, liberalesconservadores, de la izquierda liberal, o liberales a secas: todo daba lo mismo desde el punto de vista prctico de la administracin pblica, que se abandonaba al albur de los acontecimientos de cada da, vindose superada por ellos. En el discurso que pronunci en Crdoba en junio de 1921, en el casino del Crculo de la Amistad entre los ms hermosos frescos del pintor Julio Romero de Torres en su primera fase prxima al modernismo, y al que luego nos referiremos ms ampliamente, el rey fue bien explcito sobre los mencionados mecanismos de la politiquera:Uno de mis gobiernos presenta un proyecto al Congreso. La mayora vota en contra, y el gobierno cae. Viene otro que se apropia el mismo proyecto, y como aquellos que lo presentaron antes ya estn en la oposicin, se vengan contra los responsables de su muerte poltica, y seguimos lo mismo. Algunos creern que, hablando como hablo, me aparto de mis deberes constitucionales. Pero a eso contestar que, habiendo reinado diez y nueve aos, durante los cuales he expuesto mi vida ms de una vez, no voy a dejarme coger en un error constitucional. Creo que todas las provincias deberan iniciar un movimiento a favor de vuestro rey y de los proyectos que sean beneficiosos, y de esta manera se har recordar a los miembros del Parlamento que son simples mandatarios del pueblo, pues ese es el sentido del voto que depositis en las urnas.

Cuantificando ahora la cadencia de inestabilidad a que estamos refirindonos, un sencillo clculo mostrar las diferencias entre Alfonso XIII y los tiempos en que su madre, Mara Cristina, ocup la regencia, desde noviembre de 1885 a mayo de 1902. En diecisis aos y cinco meses, la reina regente tuvo once ministerios. En cambio, desde

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 28

mayo de 1902 a septiembre de 1923, en veintin aos y tres meses, el rey quem treinta y tres gabinetes. Por tanto, mientras los gobiernos de la regente duraron un promedio de diecinueve meses, los de su hijo, el rey, apenas superaron la media de siete. En esas circunstancias de incesante borboneo, resultaba imposible gobernar el pas con un cierto provecho, como supo concretar Jos Mara Garca Escudero en su libro De Cnovas a la Repblica, centrndose en la fase ms crtica del reinado de Alfonso XIII: en el quinquenio anterior a la dictadura (19171923) hubo doce gobiernos en menos de seis aos, ochocientos atentados sociales en lo que iba de 1923, escndalos polticos, pistolerismo entre sindicatos nicos y libres en Barcelona, vivas a la Repblica del Rif, asesinatos de un prncipe de la Iglesia [el cardenal Soldevila, 4 de junio de 1923] y de un presidente del consejo de ministros [Eduardo Dato, 8 de marzo de 1921]....

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 29

El talante del rey Como dice Ramn Franch, en los primeros consejos de ministros, que en 1902 presidi el rey a partir de su mayora de edad, no dej de mostrar un gran aplomo; sabiendo de memoria casi toda la Constitucin, y en particular los artculos relativos a las prerrogativas de la Corona. Pareca como si Alfonso XIII quisiera demostrar que no iba a ser un sello de goma para sancionar cuanto le presentaran sus consejeros. Por otro lado comentaba el mismo Ramn de Franch la juventud salida de la Universidad que hubiera podido aportar al rey un nuevo concurso, casi nunca lo hizo: en Madrid, pasaba los atardeceres jugando en La Pea; y las noches de juerga, en Los Gabrieles o en la Cuesta de las Perdices, despus de haber disfrutado la hora posmeridiana del caf que en la Espaa de entonces eran por lo menos dos en la terraza de la planta baja del Casino de la calle de Alcal, obstruyendo el paso de los transentes y jaleando el garboso pisar de las madrileas. Esa terraza, con sus cmodos sillones de mimbre, sola estar tan concurrida de seoritos que el pueblo burln le puso el mote de la Unin General de Trabajadores. Por su parte, el rey no daba ningn ejemplo, siendo su fuerte la caza al vuelo. En otras palabras, Alfonso XIII encontr en el tiro de pichn su gran esparcimiento, con la ventaja de ni siquiera tener que correr detrs de las perdices. El rey bati todos los records, junto con la flor y nata de la Espaa holgazana y parasitaria. Cuando se oa la voz: "tira su majestad el rey" describe con brillantez la secuencia Ramn de Franch se haca un silencio en el que el resorte de apertura de la jaula de los pobres pjaros sonaba como un estallido. Y, luego, llegaba el momento de las lisonjas y los entusiasmos. "Seor por ac, seor por all"; sonrisas femeninas, arrebatos masculinos, y entre elogios justos y adulaciones interesadas, se terminaba la fiesta en el bar; con preferente consumo de alcoholes exticos, que fueron para el corazn del rey el peor complemento de su inseparable cigarrillo. Entrando ahora en el hilo de los antecedentes reales ms concretos que llevaron al golpe de Estado de Primo de Rivera, ha de resaltarse el ya aludido discurso que el monarca pronunci en Crdoba el 23 de mayo de 1921 destaqumoslo, apenas a dos meses del desastre de Annual, en el auditorio del Crculo de la Amistad, cuando se mostr abiertamente contrario al sistema parlamentario; y en el que lleg a pedir al pueblo que apoyase a su rey en pro de un buen gobierno, dejando patente, as, su idea de que, ante las mltiples adversidades polticas, la ltima esperanza del trono se polarizaba en la idea de un pronunciamiento militar. En el sentido apuntado, Rafael Borrs (en su libro Alfonso XIII. El Rey Perjuro) subray cmo el monarca se manifest dispuesto a vencer- todos los obstculos que la poltica opona al progreso y bienestar de Espaa, hablando de las reformas que tropezaban con insuperables dificultades por la pugna de personas e intereses. Llegando a la conclusin de que l mismo, dentro o fuera de la Constitucin, tendra que imponerse y sacrificarse por el bien de la Patria: en su mente estaba que, ms tarde o ms temprano, llegara el golpe de Estado.

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 30

El discurso se divulg rpidamente porque en Crdoba lo haban tomado taquigrficamente, y los periodistas lo transcribieron. A pesar de lo anterior, en el parlamento, el ministro que iba de acompaante del rey en Crdoba, Juan de la Cierva, afirm que la nica versin autntica era la que l mismo haba dado con la aprobacin real. No admiti De la Cierva ms discusin, pero no convenci a nadie. Desde entonces, todo el mundo supo de fijo lo que ya se barruntaba: el rey estaba por una dictadura que el mismo apoyara sin reservas. El monarca que as se manifest en Crdoba fue, sin duda, el Borbn ms eglatra desde Felipe V. teniendo que respetar la Constitucin de 1876,1a burl con el borboneo desde su propia mayora de edad en 1902, hasta que en 1923 k dio la puntilla con su visto bueno a la derogacin de facto de la Carta Magna que signific el golpe de Estado del 13 de septiembre. En definitiva, el rey siempre haca su real gana, especialmente en lo militar. Y segn Jos Luis Gmez-Navarro (en El Rgimen de Primo de Rivera), el fundamento de esa actitud no era otro que el principio constitucional de 1876 en que se consideraba al monarca como el representante del ejrcito ante los dems poderes del Estado. Un precepto segn el cual los militares vean en Alfonso XIII a su jefe natural; con la derivacin muy negativa de que la figura originaria del rey-soldado del canovismo, practicada de manera austera y prudente por Alfonso XII, se pervirti en su hijo pstumo. De modo que, la frmula ideada para controlar el ejrcito, paradjicamente, pas a convertirse en la potenciadora de su autonoma e intervencionismo. As lo puso de relieve Manuel Azaa en su trabajo La dictadura en Espaa:El propsito era desmenuzar los grandes partidos. Se arrog ilegalmente la direccin del personal militar: no se haca un nombramiento, ni un traslado, ni un ascenso, desde alfrez a general, que no fuese propuesto u ordenado por el rey. Quera tener un ejrcito suyo. Soaba con un imperio ibrico que englobara a Portugal y a Marruecos, bajo el patronato de Guillermo II.

Frente a ese comportamiento, agudizado desde los ya examinados episodios de 1917, las crticas menudearon incluso entre los propios monrquicos. De ellas, registraremos la de Santiago Alba, quien se pronunci por la necesidad de un cambio radical. Despus de la guerra europea 1914-1918, slo podran continuar en funcionamiento las monarquas que supieran regir sus pueblos como repblicas coronadas: Quien no lo diga, o se equivoca o no habla al rey el lenguaje de la verdad, que es el de la ms perfecta adhesin. Pero, Alfonso XIII siempre fue muy suyo, y observaciones de ese corte debieron parecerle ms bien ejercicios de retrica contra lo que, desde su autoadmiracin, l deba creer que era un buen hacer.

El desastre de Annual Segn ya vimos anteriormente, la Conferencia Internacional de Algeciras de 1906 tuvo

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 31

como resultado el establecimiento del protectorado franco-espaol de Marruecos. Un contexto en el cual la ocupacin de la parte Norte, correspondiente a Espaa, se presentaba harto peligrosa y dificil; tanto por la va militar como por la diplomtica, respectivamente. En esa tesitura, el general Berenguer, en su calidad de alto comisario para el protectorado, consigui el 14 de octubre de 1920 entrar sin lucha en la ciudad santa de Xauen de ah el ttulo nobiliario que recibi de conde de Xauen, desde donde pretendi dominar toda la zona occidental de la Yebala, hegemonizada por el lder local, El Raisuni. Fue en la zona oriental donde se encontrara el principal ncleo de resistencia, sobre todo en torno a la cabila de Beni Urriaguel, controlada por Sidi Muhammad Ibn Abd al-Karim al-Khattabi; Abd elKrim segn la grafa tradicional, personaje de hondo calado poltico, quien dos aos despus de terminar sus estudios en Fez, fue enviado por su padre a trabajar a Melilla. All, en la hermosa ciudad norteafricana, el futuro caudillo rifeo se ocup desde 1907 en ensear a leer y a escribir rabe en una escuela marroqu, convirtindose despus en intrprete de lengua bereber en la OCTAI (Oficina Central de Tropas y Asuntos Indgenas), llegando a ser responsable de la columna en idioma rabe del peridico local, El Telegrama del Rif. Y fue desempeando esas tareas cuando, en enero de 1913, el joven melillense de adopcin recibi, por su lealtad a Espaa, el reconocimiento de la orden de Isabel la Catlica. Algo que segn comenta Richard Pennell en su libro La guerra del Rif, 19211926 no dej de resultar irnico, dado que, en su testamento, la gran reina haba pedido para la Cristiandad la conquista de todo el norte de frica. El caso es que en 1917, Abd el-Krim se convirti en el msacrrimo enemigo de los espaoles, al ser llevado a prisin coincidencias de la vida por el general Fernndez Silvestre, a la lgubre crcel melillense de Cabrerizas Altas, donde, en un intento de fuga, qued cojo de por vida. Fue acusado, injustamente, de traidor y, para ms inri, al sobreseerse su causa todava continu un tiempo entre rejas. Y al solicitar por ello una indemnizacin de 44.935 pesetas, le fue ruinmente denegada por las autoridades espaolas. El moro rebelde nunca perdon tales afrentas, y en diciembre de 1918 abandon Melilla, de acuerdo con su padre, que le impuls a preparar una rebelin en toda regla contra los arrumi (los cristianos). Para ello, su hermano Mohamed, estudiante de Ingeniera de Minas en Madrid, regres al Rif, convirtindose en su lugarteniente. As las cosas, cuatro aos despus de haberse puesto al frente de los rifeos, y aprovechando la falta de preparacin de las tropas peninsulares y con unos efectivos no superiores a 2.000 hombres, Abd el-Krim puso en retirada al ejrcito espaol en Annual, en lo que fue una autntica caza del hombre. La sucesin de episodios empez en enero de 1920, cuando se encomend al general Manuel Fernndez Silvestre el mando de las fuerzas de la zona oriental del norte de Marruecos, con base en Melilla. All concibi las operaciones militares para ir ocupando el Rif (vase el mapa 1, p. 55), como ya se ha dicho, la zona ms dificil del protectorado dado la manifiesta aversin de sus cabilas a cualquier clase de sumisiones

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 32

al invasor extranjero. El operativo, tcnicamente de muy mal diseo y polticamente alentado con todo gnero de entusiasmos por el rey, tena como objetivo extenderse por un amplio espacio territorial en torno a la plaza de soberana, hasta llegar a Alhucemas; posicin estratgica desde la cual podra ocuparse Axdir, la capital de la que Abd el-Krim ya denominaba Repblica del Rif. En febrero de 1920, Silvestre inici el avance con unos 25.000 hombres, suficientes sobre el papel para controlar la zona prevista, y el 12 de marzo conquist la posicin de Sidi Dris. Pero la precariedad de ese rpido avance pronto se evidenci, a causa de la dispersin de tropas en pequeas posiciones aisladas, los blocaos; desde all un puado de hombres tena que controlar rutas y poblados, la mayor parte de las veces hostiles, y casi siempre con escasez de agua y suministros. Con todo, el avance de las tropas espaolas prosigui hasta el 1 de junio de 1921, fecha en que se intent ocupar, desde el campamento constituido en la cabila de Annual, la cumbre del cerro de Abarrn la ltima barrera natural antes de llegar a la baha de Alhucemas, y desde la que se dominaba el territorio costero de la peligrosa cabila Beni Urriaguel, la ya citada de Abd el-Krim. A travs de la senda, se consigui llegar a la cumbre de Abarrn e instalar all una batera de caones, momento crucial en el que se produjo la traicin de las tropas indgenas, que se apoderaron de las piezas recin instaladas. El 5 de junio, los generales Silvestre y Berenguer, reunidos en-Sidi Dris, consideraron el suceso de Abarrn como un mero incidente, e intentaron recomponer la situacin como si nada hubiera ocurrido. Pero, en realidad, Silvestre estaba hundido: era el primer general espaol que perda caones en frica. Adems, la cada de Abarrn fue el inicio de una gran sublevacin de las cabilas de todo el Rif, de modo y manera que Abd el-Krim logr unir fuerzas muy numerosas bajo su direccin, provenientes incluso de los adeptos al viejo y moderado Raisuni. Situacin frente a la cual, la comandancia de Melilla reaccion ordenndose afianzar la linea Sidi Dris-Annual, de modo que el 7 de julio se ocup la posicin de Igueriben, tres kilmetros al suroeste. Un enclave, que no tard en ser cercado por los rifeos, cada vez ms motivados en su acoso. En tan aciagas circunstancias, al amanecer del 21 de julio, Silvestre sali de Melilla para Annual, a fin de hacerse cargo directamente de la problemtica situacin. De aquel hombrn fornido dijo un testigo: presencial apenas subsista la sombra... En Ben-Tieb, donde par unos minutos, oyronle decir sordamente: "Como Dios quiera! Como Dios quiera!" El caso es que, ya con el espectro del fracaso flotando en el ambiente, Silvestre acumul en Annual todas las fuerzas disponibles, que fue reuniendo desde Dar-Drus, procedentes incluso del propio Ben-Tieb. El mismo da 21 de julio cay la posicin de Igueriben, a pesar del intento de ayuda de una columna de 3.000 hombres mandada por el propio general Fernndez Silvestre. Los refuerzos fueron rechazados con graves prdidas para los atacantes, de modo que, de los 800 soldados que haba ocupado Igueriben por unos das, slo 25 volvieron a Annual. Supervivientes que, en las condiciones ms deplorables, extendieron la sensacin de la tragedia en curso, que desde ese momento fue a ms y ms, incidiendo

Ramn Tamames

: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo

PGINA | 33

negativamente en el coraje y la tcnica del mando. Era el segundo gran fracaso de Silvestre en poco tiempo, despus de Abarrn, con la consecuencia de que el terror acab apoderndose de la tropa. En esas circunstancias, los efectivos rifeos atacaron la base espaola de Annual en nmero muy inferior al de los defensores, pero Silvestre, desbordado por los acontecimientos, en vez de replicar con inteligencia, orden, el 22 de julio, el repliegue a lneas ms seguras, hacia Melilla. Retirada sta que se convirti en autntico desastre cuando las cabilas se levantaron una a una contra los espaoles. Y aunque la escuadrilla area de Melilla se multiplic para atacar al enemigo, abastecer los blocaos y apoyar a las columnas de refuerzo, todo fue intil. La recta entre el llano del Uadi Kert por Ben Tieb y DarDrus se convirti en un inmenso matadero de soldados profesionales y reclutas espaoles, entre ellos el general en jefe y todo su estado mayor. El coronel Snchez Monje, en conferencia telegrfica el 22 de julio al Ministerio de la Guerra, inform: Segn me comunica el hijo del comandante general, su padre, el general Silvestre, se ha suicidado en Annual... Durante la retirada, el general Navarro, el segundo de a bordo, se atrincher en Monte Arruit para dar proteccin a los restos de la columna de Silvestre, donde resisti diez das, para, al final (el 9 de agosto), pactar su rendicin con las fuerzas rifeas que les hostigaban sin cesar, llegando al compromiso de que se respetara la vida de los espaoles que se entregaran. Pero, al ocuparse el lugar por los marroques, y como era de esperar, no respetaron los acuerdos, llevando a cabo una autntica masacre. Murieron 2.300 hombres y otros 600 fueron hechos prisioneros, entre ellos el propio general Navarro. En todo el proceso, las tropas de Abd el-Krim no dieron pbulo a sus ojos por la falta de resistencia, y acosaron a los espaoles en su huida sin darles respiro. El 23 de julio Dmaso Berenguer se hizo cargo de la situacin en Melilla y orden la suspensin de las operaciones en el sector de Ceuta (El Raisuni estaba prcticamente derrotado), para transferir tropas al trgico teatro de operaciones, para lo cual cont con el general Sanjurjo y el comandante Franco, con las recin creadas banderas de la Legin. Pero, inclu