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SISA La niña kichwa de la Amazonía

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SISALa niña kichwa de

la Amazonía

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SISALa niña kichwa de

la Amazonía

Oscar García y Kerstin Jonsson

Ediciones

2001

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SISA. La niña kichwa de la AmazoníaOscar García y Kerstin Jonsson

1era. edición: Ediciones Abya–Yala.Av. 12 de Octubre 14-30 y WilsonCasilla: 17-12-719Teléfonos: 506-247 / 562-633 Fax: (593-2) 506-255e-mail: [email protected]

[email protected]

Diagramación: Abya–Yala Editing

Diseño Portada: Raúl Yépez

Ilustraciones: Laura Savolainen

ISBN: 9978-04-739-5

Impresión: Sistema DocuTechQuito-Ecuador

Impreso en Quito-Ecuador, 2001

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INDICE

SISALa niña kichwa de la Amazonía

5

CAPILa capibara

27

ZULUEl monito barrigón

33

GUAYOEl guacamayo

39

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SISA La niña kichwa de la Amazonía

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Es sábado por la mañana en laselva amazónica. Los árboles

se esconden en la niebla espesa. Hayhumedad en el aire. El gallo de la fa-milia Santi canta: ¡Ya salió el sol! Sisasalta de la cama. Ya huele a humo. Sumadre está encendiendo el fuego enmedio de la choza. Sopla con fuerzaen las brasas.

“¿Puedes traer más leña?” le dice a Si-sa, cerrando los ojos para que no leentre humo.

Sisa trae unas ramas secas y le ayudaa su mamá a colocarlas debajo de laolla. Allí adentro se está cocinando eldesayuno: plátanos verdes. “Hoy va-mos a ir a la chacra”, dice su mamá.

En la amazonía cada familia tienesu chacra. Allí cultivan yuca, pláta-nos, papaya y maiz. A veces las cha-cras quedan bien adentro en la selva.

La familia Santi comienza su viajepor el río antes de que el sol calientedemasiado. Todos van: la mamá, elpapá, Pedro, Sisa, la pequeña Violeta,el perro y el lorito Tico. Viajan enuna canoa que el papá ha hecho deltronco de un árbol.

Nadie se queda en casa. La granchoza con techo de paja donde vivenno tiene paredes. Pero nadie se preo-cupa. En Boveras la gente confía ensus vecinos.

SISA. LA NIÑA KICHWA DE LA AMAZONÍA 9

Sisa es kichwa. Su idioma maternoes el kichwa. Pero ella habla tambiénespañol. Los indígenas de la amazoníahan tenido contacto con los mestizosdesde hace mucho tiempo. Hoy los ni-ños aprenden tanto su idioma como elespañol en las escuelas bilingües.

Sentada en la canoa Sisa va pen-sando en su tarea. Está preocupada.La maestra ha dicho que ella tiene

que hablar sobre un animal el lunes.¡Qué problema! Sisa no encuentra dequé animal hablar.

“Violeta, dime el nombre de un ani-mal” le dice a su hermanita.

“Perro”, dice Violeta.

“No”, dice Sisa. “De perro ya hablóotro niño.”

“Tico.”

* * *

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“Tampoco. De loros ya habló otro ni-ño.”

“Guanta”, dice su mamá.

Y entonces Sisa se alegra. Unagran sonrisa se dibuja en sus labios.Pero sólo por un momento. A decirverdad Sisa no sabe mucho sobre lasguantas. Sólo que parecen conejosgrandes con orejas cortas. Y que vi-ven en la selva. Y que se cazan paracomer.

El río sobre el que viajan Sisa y sufamilia es claro y pedregoso. A amboslados se levantan árboles enormescual si fueran muros. Se escuchan lossilbidos de los pájaros, pero a ellos no

se los ve. Sólo a veces sale alguno vo-lando de la vegetación, para atravesarel río o bien pararse en alguna de lasramas que cuelgan sobre los remoli-nos del agua.

Muchas familias viven a orillas delrío. Sisa mira las grandes chozas y lascanoas que, amarradas en la orilla,flotan sobre el agua. Las chozas estánsiempre en lo alto. Aquí llueve casitodos los días y el río suele desbor-darse a veces.

“¡Adiós Sisa!” grita un niño desde laorilla. Es Víctor, el compañero de cla-se de Sisa que también tiene como ta-rea hablar de un animal.

10 OSCAR GARCÍA Y KERSTIN JONSSON

* * *

Cuando llegan a su destino, el pa-dre de Sisa y Pedro mantienen la ca-noa inmóvil junto a la orilla, mien-tras todos se bajan en orden. Al perrotiene que cargarlo Sisa en sus brazos.Sobre el hombro de su madre, el lorogrita y sacude las alas.

“Papá, dime el nombre de un ani-mal”, dice Sisa, corriendo al lado desu padre.

“Perro.”

“¡Otro!”

“Loro, guanta, vaca…”

Sisa está preocupada todavía. Deperros y de loros ya hablaron otrosalumnos. De guanta casi no sabe na-da. Vacas nunca ha visto. No hay va-cas en la selva amazónica.

Ya es hora de almuerzo cuandollegan a la chacra. La mamá de Sisasaca unos plátanos verdes cocinados

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de una funda. Para acompañar la co-mida beben chicha de yuca. La chi-cha es para muchos aquí el sustentomás importante.

Por la tarde trabajan todos en lachacra. La mamá de Sisa saca hermo-sas yucas de la tierra negra. Su papácorta los racimos de plátano. Tam-bién hay unas papayas maduras que

pueden llevar. Sisa y Violeta le ayu-dan a su mamá, mientras Pedro bajalas papayas.

Sisa no puede concentrarse del to-

do en el trabajo. No es cosa fácil sacar

las yucas, y además todavía anda

pensando sobre qué animal hablar el

lunes en la escuela.

SISA. LA NIÑA KICHWA DE LA AMAZONÍA 11

* * *

La familia Santi se queda a pasar lanoche en la chacra. Así se hace cuan-do ésta queda lejos de la casa. Por esohan construido una pequeña chozajunto a las plantaciones.

A las siete ya está oscuro y todos seacuestan. Sisa no ve nada, pero escu-cha muchas cosas interesantes. Millo-nes de insectos hacen lo posible porllenar la noche con sus zumbidos. Ylas ranas no quieren quedarse atrás.¡Croac! ¡Croac! cantan. A lo lejos seoye también el rugir del trueno.

Todos se levantan al amanecer. Yaes domingo y al día siguiente tiene Si-sa que hablar sobre un animal en laescuela. Su hermano mayor Pedro es-

tá sentado amarrando un anzuelo auna piola.

“Pedro”, bosteza Sisa. “¿Puedes decir-me el nombre de un animal?”

Pedro mira el anzuelo y después a suhermanita despeinada.

“¡Pescado!”contesta.

“¿Pescado? ¿Cuál pescado?”

“Tilapia.”

Es difícil hablar de peces, piensaSisa. Los peces ni siquiera tienen pa-tas y además no hacen ningún ruido.Pero algo sabe por lo menos: La tila-pia es un pez rojo. Un amigo de supapá que se llama Vicente tiene unasen una pecera. Pero, ¿bastará con eso?

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“¿No sabes el nombre de otro ani-mal?” pregunta Sisa.

“¡Perro!”

No, no vale la pena seguir pregun-tando más. Sisa se decide por la tilapia,de ese pez va a hablar en la escuela.

De repente se siente muy feliz. Yatiene un problema menos. Ahora sí

puede ayudarle a su mamá a soplar elfuego e ir a traer leña. Y para más tar-de le esperan otros trabajos.

Su papá y el perro ya salieron a ca-zar. De seguro regresarán al medio-día. Pedro toma nada más un pocode chicha antes de irse al río a pescar.La pequeña Violeta se entretiene ju-gando con el loro Tico.

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* * *

“Mamá, ¿qué sabes de las tilapias?”pregunta Sisa.

Madre e hija están escarbando enla orilla del río. Sacan pocos de barropegajoso que van poniendo sobreunas hojas. Con este barro la madrehará mucahuas al regresar a casa, be-llas vasijas adornadas donde se sirvela chicha.

“Son ricas las tilapias”, responde.

“¿Y cómo se cocinan?”

“Bueno, puedes hacer maito conellas. Las envuelves con hojas y laspones sobre las brasas.”

“¡Miren!” grita Pedro con alegría. Es-tá parado en medio del río, con el

agua hasta la cintura. “¡Cogí un pes-cado!”

“¿Una tilapia?” pregunta Sisa.

“No, esa no es tilapia”, dice su mamá.“Imposible. No hay tilapias en el río,sólo en las peceras.”

El pescado de Pedro va a pararpronto a una olla, junto con unas yu-cas y algunos plátanos verdes. Le daun sabor especial a la comida. Para lafamilia Santi es difícil conseguir car-ne. Solamente cuando el papá sale acazar es que abunda, o cuando matanuna gallina.

Pero hoy es un día afortunado. Elpapá regresa con un animal. Primero

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viene el perro arrastrando la lengua.Después sale el cazador de la selva.

“¡Aquí hay algo!”dice dejando caerun sajino en el suelo.

Aunque el sajino ya está muertoparece peligroso con sus grandes col-millos blancos. Las cerdas que cubrensu cuerpo son largas y duras.

La madre no pierde un minuto.De una vez le quita el cuero al ani-mal, lo destaza y pone a ahumar lacarne. El padre toma chicha y cuentasobre su hazaña. “Por poco y nosquedamos sin perro…”

Pedro, Sisa y Violeta se sientanfrente a él y escuchan con atención.La mamá oye también pero sin dejarde trabajar.

“Este animalito…”, dice señalando a

su presa, “…estaba escondido detrás

de unas matas. Pero cuando el perro

se acercó y empezó a ladrar salió dis-

parado. Yo sólo vi un rayo. Y escuché

un gruñido. Casi se me cae la escope-

ta del susto… Pero cuando vi que iba

persiguiendo al perro levanté la esco-

peta y ¡pum! Allí cayó. Ahora tene-

mos comida.”

SISA. LA NIÑA KICHWA DE LA AMAZONÍA 13

* * *

Cuando la carne está ahumada lafamilia Santi agarra sus cosas y regresaa casa. Ahora el viaje por el río es máscomplicado. Van contra la corriente yes dificil avanzar a puro remo.

El río corre hacia el vecino país Pe-rú. Se va mezclando con las aguas deotros ríos y quebradas y se vuelve ca-da vez más grande, hasta que al finalllega a Brasil. Allí se encuentra con

más ríos y juntos forman el Amazo-nas, el río más caudaloso del mundo.

“¡Por allí!”, dice el papá de Sisa. “Unpoquito a la derecha. ¡Cuidado con lapiedra!”

Va parado atrás en la canoa, em-pujándola con una palanca. Adelanteva Pedro con otra palanca. Su trabajoes meterla en el río para cambiar derumbo y evitar las rocas.

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“Papá”, dice Sisa, “¿puedes contarmealgo sobre las tilapias?”

“No hay aquí en el río”, contesta supapá.

“¿Por qué?”

“No sé. Quizás se acabaron hacetiempo. Pero nuestro vecino Vicentepuede saber. El tiene una pecera contilapias.”

Al llegar a casa Sisa y su padre van

donde Vicente. Lo encuentran senta-

do tejiendo una shigra.

Vicente es técnico agrícola. Cría

tilapias. El sabe que no hay muchos

peces en el río y que no es mala idea

dedicarse a la crianza.

“¡Buenas tardes, Vicente!”, dice el pa-

pá de Sisa. “Mi hija quiere hablar con

usted.”

De repente Sisa siente vergüenza.

No había pensado que a lo mejor

tendría que hablar ella misma. Pero

tiene que conseguir información pa-

ra la tarea. ¡Tiene que hacerlo!

“Don Vicente…”, dice, “¿por qué no

hay tilapias en el río?”

“Porque las tilapias no son de aquí dela amazonía”, contesta él. “En reali-dad son del Africa.”

“Y entonces ¿por qué hay aquí?”

“Las trajeron porque se reproducenrápidamente y es fácil criarlas.”

“¿Y por qué tiene usted tilapias?”

“Sí, es porque nosotros los indígenasamazónicos nos alimentamos mal.Casi sólo comemos yuca y plátano, otomamos chicha, que también estáhecha de yuca. Solamente comer yu-ca y plátanos no es bueno para la sa-lud. Hay que variar la comida. Poreso todos deberíamos por lo menossembrar hortalizas y criar tilapias.”

Mientras hablan, la esposa de Vi-cente les ofrece chicha. Así es siempreaquí. A cada casa que uno llega le danchicha. Las mujeres tienen tinajas in-mensas en la casa llenas de chicha.Cuando llegan huéspedes es nadamás cuestión de sacar un poco ymezclarla con agua.

La chicha es una bebida fermenta-da. Las mujeres cocinan la yuca. Lue-go la machacan y mastican un poco.Pero no se la tragan, sino que la

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echan de nuevo en la masa. La salivahace que la yuca se fermente y que seproduzca alcohol.

Pero por lo general se toma chichafresca. Esta no tiene alcohol y se tomaen vez de café, leche y colas.

SISA. LA NIÑA KICHWA DE LA AMAZONÍA 15

* * *

Sisa y su papá acompañan a Vi-cente a ver la pecera donde él cria ti-lapias. Es un gran hoyo en la tierra.Dentro nadan un montón de pecesrojos y gordos.

“¿Bonitas, verdad?” sonríe Vicentecon orgullo.

“Sí, están gordas”, dice el papá de Si-sa. “¿Qué comen?”

“Termitas”, explica Vicente, señalan-do unos troncos podridos llenos determitas que están inclinados sobre lapecera.

“¿Y por qué no echa unas tilapias enel río?” se atreve Sisa a preguntar.“¡Así se llenaría el río de tilapias!”

“No, mi hijita”, dice Vicente. “Eso nose puede. El problema de la tilapia esque se come a los otros peces. Nuncase llena. Es glotona. Si se sueltan pue-den matar a todos los peces de aquí.”

Sisa cree que ya tiene bastante in-formación sobre las tilapias. Se sienta

sobre una piedra y saca un cuadernoy unos lápices de colores. Ahora quie-re hacer un dibujo.

Hace un rectángulo y lo coloreacon el lápiz azul. Es la pecera. Aden-tro dibuja muchos peces rojos.

Vicente tiene cuatro hijos. Todos

están rodeando a Sisa para ver cómo

dibuja. Ellos también acaban de di-

bujar, pero no en papel sino sobre sus

propias caras.

“Si quieres te pintamos una tilapia en

la cara”, dice Lisbeth, una compañera

de clases de Sisa.

Eso le parece estupendo a Sisa. Pe-

ro ya se está haciendo tarde. Pronto

va a oscurecer y nadie tiene electrici-

dad en Boveras.

“No se puede”, dice.“Ya casi no se mi-

ra. Y así quizás vas a dibujar mal y me

vas a llenar la cara de caimanes en lu-

gar de pescados.”

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“Sí se puede”, dice Lisbeth. “Es rápi-do. Tenemos el wituk ya listo. ¡Va-mos!”

Todos se van corriendo para don-de Lisbeth. Sobre un banco está unahoja con wituk y junto a ella está elpalito que se ocupa de pincel.

Los kichwas de la amazonía sacantinta negra de la fruta de un árbol.

Con ésta las mujeres se pintan el ca-bello. Y también la utilizan para di-bujarse figuras en el cuerpo, sobre to-do en la cara.

Lisbeth dibuja muy bien. En po-cos minutos llena la cara de Sisa conpeces muy bonitos, estrellas y líneas.Al día siguiente Sisa les mostrará losdibujos a sus compañeros.

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* * *

Truena y llueve toda la noche. Porla mañana cae una llovizna. El gallode la familia Santi canta: ¡Vuelve allover!

Sisa está en su cama y se sientemal. Le duele todo el cuerpo.

“¡Sisa!” grita su mamá. “El fin de se-mana se acabó. ¡Tienes que ir a la es-cuela!”

“No me siento bien”, dice Sisa, conuna voz que a penas se oye.

“¿Qué?” pregunta su mamá. “¿Quédices, Sisa? ¿Que vas a irte corriendoal río para bañarte de una vez?”

“No, que no me siento bien”, repiteella. “Me duelen los huesos.”

La madre deja el fuego por unmomento y va donde su hija. De lejosse da cuenta que la niña está enferma.Está triste i enroscada en la cama.

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Cuando le toca la frente siente queestá caliente.

“¡Pero si tienes fiebre!” dice. “¡Estáshirviendo!”

¿Y ahora qué hago? piensan Sisa ysu mamá al mismo tiempo. Sisa estáaflijida porque tiene que hablar sobreun animal en la escuela. Pero no tie-ne fuerzas ni para levantarse. La ma-dre está preocupada porque la enfer-medad puede ser peligrosa. No haycentro de salud en Boveras. Uno sepuede morir por cualquier cosa.

“Vamos donde el curandero”, dice lamadre. “¡Ojalá que esté en su casa!”

“¿Me voy a componer?” pregunta Si-sa con cara de cansancio.

“Si el señor está allí te cura. Lo im-portante es que creamos en él.”

Los demás miembros de la familiaya se han levantado. Pedro irá a ba-ñarse al río. El papá está preparandoun trozo de carne de sajino para ven-dérselo a un vecino. Violeta juega ellasolita.

El curandero no vive lejos. Porsuerte sí está en su casa. Es un hom-bre viejo con un collar de dientes dejaguar rodeándole el cuello. Su choza

es muy sencilla, más sencilla que lasdemás. Del techo cuelgan unas hier-bas y una culebra seca.

“¡Buenos días!” saluda la madre deSisa.

“¡Buenos días tengas tú y tu hija!”contesta el curandero el saludo. “¡Yque estén bien todos nuestros ances-tros!”

“Mi hija…”

“Sí, veo que está enferma”, dice él. “Yno es porque yo sea curandero, sinoporque se nota de lejos.”

Según el anciano no es una enfer-medad peligrosa. Probablemente Sisaestá asustada o tensa por alguna cosa.

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Rápidamente pone a cocer unas hier-bas y le da el té a Sisa. Desde antes detomárselo todo ella se empieza a sen-tir mejor.

“¡Gracias, muchas gracias!” dice lamamá muy feliz. “¿Cuánto le vamos adeber?”

Hasta la madre se siente bien des-pués de la visita. Ella sólo ha habladocon el curandero, pero tal parece quesus palabras tienen algo mágico. El

anciano es tan tranquilo y seguro. Nodice más de lo que necesita decir.

“Paguen lo que quieran”, dice.

“Tenemos carne de sajino. ¿Estarábien con un pedazo?”

“¡Sabroso es!”

“Ahora tenemos que apurarnos paraque alcances a llegar a la escuela”, ledice su madre a Sisa. Madre e hija co-rren entonces por el camino lodoso.

18 OSCAR GARCÍA Y KERSTIN JONSSON

* * *

La escuela de Boveras queda cercadel río. Repartidas en el monte que larodea están las chozas de la gente.Antes de entrar a clase los niños ha-cen un círculo en el patio. Cadaquien lleva una yuca o un plátano.Con eso un padre de familia preparael almuerzo escolar.

Cuando Sisa llega a la escuela yatodos han entrado. Y todavía tieneque pasar por la cocina dejando suyuca. Le explica a la maestra que vie-ne de visitar al curandero, que se des-pertó enferma pero que ya está sana.No hay problema, contesta la maes-

tra. Todavía no ha comenzado la cla-se.

“Hoy vamos a hacer así”, dice lamaestra, dirigiéndose a todos losalumnos. “Primero, Sisa va a hablarde un animal. Después, yo les leeréun cuento sobre otro animal. Luego,Victor nos va a contar sobre otro ani-mal. Y finalmente leeremos otrocuento. ¿Les parece bien?”

“¡Sí!” gritan todos los niños, ya queles encantan los cuentos.

“Bien”, dice la maestra. “Entonces: Si-sa, ¿de qué animal nos vas a hablar?”

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Las escuelas de la amazonía se pa-recen a las escuelas que hay en la ciu-dad. Se usan pupitres, pizarra, esferosy cuadernos. Pero en la selva las es-cuelas son más sencillas. Además lospadres de familia no tienen dineropara comprarles a sus hijos todo loque necesitan. Muchos alumnos notienen ni zapatos.

Sisa tampoco tiene zapatos. Estánada más vestida con pantalones cor-tos y una camiseta. Pero tiene mu-chos dibujos bonitos en la cara. Separa. Siente como frío en el estóma-go.

“Yo voy a hablar de tilapias”, dice.

“¡Bravo, bravo!” dice la maestra, ha-ciéndoles señas a los alumnos paraque aplaudan.

“¡Miren!” grita un niño. “¡Sisa tienetilapias pintadas en la cara!”

Sisa se alegra al escuchar losaplausos. Se siente más segura. Em-pieza diciendo que la tilapia no es deEcuador sino que de Africa.

“¿Dónde queda Africa?” pregunta unniño.

“Queda cerca de Quito”, respondeotro.

“No seas tonto”, dice un tercero.“¡Africa queda en Colombia!”

Desgraciadamente tampoco Sisapuede explicar dónde queda Africa.Apenas va al tercer grado y tanto noha aprendido todavía.

“No, Africa no queda en Colombia”,dice la maestra. “Y tampoco cerca deQuito. Africa es un gran continentedonde hay muchos países. Igual queAmérica, el continente donde quedaEcuador.”

Para poder explicar mejor, lamaestra va a otra aula a traer el ma-pa mundi. Sólo hay un mapa mundien toda la escuela. Todos tienen quecompartirlo.

“Pero ahora no vamos a seguir ha-blando de Africa”, dice, “sino de tila-pias. ¡Continúa Sisa!”

Afuera en el patio andan unas ga-llinas. También se escucha un perroque ladra cerca del río. Unos niñosque todavía no van a la escuela mirancuriosos desde la puerta. Sisa ve queVioleta es uno de ellos.

Sisa continúa y le cuenta a suscompañeros que la tilapia nunca sellena, que es glotona, y que se puede

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comer a todos los peces si se la sueltaen el río.

Una niña levanta la mano. Tieneuna pregunta.

“¿También comen gente?”

“Creo que sí”, dice Sisa un poco inse-gura. “Yo por lo menos no me baña-ría en la pecera de don Vicente.”

Entonces explotan todos de la ri-sa. El travieso de Victor hasta se caede la silla.

Pero Sisa no se acobarda. Sola-mente se siente un poco caliente de lacara. Cuando todos se han calmadoagarra aire y les cuenta cómo se asanlas tilapias sobre las brasas. Y para ce-rrar con broche de oro les muestra ellindo dibujo que ha hecho, el rectán-gulo lleno de rojas tilapias.

Sus compañeros de clase dejan lospupitres y van donde está ella. Exa-minan sorprendidos el dibujo delcuaderno y también los que tiene enla cara.

La tarea está terminada. ¡Lo ha lo-grado!

La maestra toma el dibujo de Sisay lo pega en la pared. La felicita y les

dice a los demás que Sisa ha hechouna tarea muy buena. Ha buscadoinformación. Así deberían hacer to-dos.

“A mí hasta se me antojó un maito detilapia”, les dice. “Hasta siento el oloren el aire… Creo que mañana hare-mos una minga para construir unapecera para la escuela.”

“¡Sí!”gritan todos. “¡Así vamos a te-ner tilapias para el almuerzo!”

Cuando los indígenas quieren ha-cer algo grande hacen una minga.Eso significa que muchas personas seunen y trabajan juntas. El que orga-niza la minga les da chicha y consi-gue música. Así construyen veredasen medio de la selva y celebran gran-des fiestas religiosas.

La maestra saca un librito decuentos. Todos se tratan de animalessalvajes que viven en un criadero enlugar de vivir en la selva. Ella mismalos ha escrito, ya que en la escuela ca-si no hay libros.

“Ahora les voy a leer el primer cuen-to”, dice. “Siéntense. Se trata de unanimal que se llama capibara. ¿Lo co-nocen?”

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“No”, dicen varios alumnos. “¿Quées?” “¿No lo conocen? ¡Dios santo!¡Pero si la capibara es de aquí! Enton-

ces tienen que escuchar con atencióneste cuento. Se llama: Capi, la capiba-ra…”

SISA. LA NIÑA KICHWA DE LA AMAZONÍA 21

El salón de clases está caliente co-mo casi todos los días. Sólo cuandollueve se pone el aire un poquito frío.Temprano había llovido, pero ahorabrilla el sol sobre Boveras. La maestraestá sudando, igual que sus alumnos.

“Bueno”, dice. “¿Les gustó el cuentosobre el roedor más grande del mun-do?”

“¡Sí! ¡Sí!” gritan todos. “¡Capi es muygraciosa!”

“¿Quiénes de ustedes han visto unacapibara?”

Sólo algunos levantan la mano. Laverdad es que la capibara, al igual queel tapir, la anaconda, el jaguar y otrosanimales típicos de la amazonía se es-tán extinguiendo. Están desapare-ciendo al mismo ritmo con que desa-parece la misma selva. Si no se lesproteje, pronto existirán nada más enzoológicos y disecados en los museos.

La maestra quiere que los niñosconozcan a los animales que viven enla selva que les rodea. Y que sepanpor qué es que están desapareciendo.

“Cuando Victor haya presentado suanimalito vamos a leer el cuento delmono huérfano Zulu”, dice la maes-tra. “Y si alcanzamos podemos leeruno sobre un guacamayo que nopuede volar.”

“¡Léalos ahora, por favor!” piden losniños.

“No”, dice la maestra, “después deVictor. Ahora le toca a Victor presen-tar un animal. El tiene de seguro algointeresante que decir.”

Victor es hijo del mejor cazadorde Boveras. Acostumbra acompañara su papá cuando él va de cazería. Lacaza, la pesca, la cerámica y la pintu-ra con wituk son cosas que los niñoskichwas aprenden directamente de

* * *

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sus padres. A menudo se le ve a Vic-tor con aves y otros animales que élmismo ha cogido.

“¿De qué animalito nos vas a ha-blar?” pregunta la maestra.

Que los mismos alumnos cuentencosas es algo nuevo en la escuela. An-teriormente estaban sólo sentadosescuchando al maestro, hora tras ho-ra, día tras día y año tras año. Erabastante aburrido. Pero ahora tienenla oportunidad de hablar.

“¡Yo voy a hablar de éste!” dice Victoral tiempo que pone un caimán decincuenta centímetros sobre el pupi-

tre. El animal mueve las patas y la co-la tratando de escaparse.

Sisa y Lisbeth son las primeras ensalir huyendo del salón. Ellas eran lasque estaban más cerca de Victor.

“¡Ay, ay, ay, un caimán!” grita Sisa.“¡Socorro! ¡Me quiere comer!”

“¡No, me quiere comer a mí! ¡Ayu-

da!” grita Lisbeth.

Detrás de ellas corren los demásalumnos. Algunos gritan y otros ríen.Esferos y cuadernos caen al suelo. Só-lo hay una puerta, así que todos seempujan.

22 OSCAR GARCÍA Y KERSTIN JONSSON

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El salón de clases queda vacío enun par de segundos. Adentro se que-dan nada más el travieso de Victor yla maestra. “¿Pero qué haces?” le pre-gunta la maestra, enojada pero tam-bién asustada. “¿Por qué traes un cai-mán vivo a la clase? ¿No te das cuen-ta que puede ser peligroso?”

“No, si no es peligro”, contesta Victor.

“No puede morder. Esos miedosos

no tienen por qué salir corriendo co-

mo locos. Mi papá me lo prestó para

que yo lo mostrara en la clase. ¡Pero

antes le amarró el hocico con una

piola!”

SISA. LA NIÑA KICHWA DE LA AMAZONÍA 23

* * *

Poco a poco regresan los alumnos.Vienen hablando y bromeando entresí. Ya no están tan asustados. Alguienles ha dicho que el caimán está ama-rrado por el hocico. Pero de todasformas entran con cuidado.

El pequeño cazador Victor no tie-ne mucho más qué decir. Le pareceque basta con mostrar un caimán vi-vo y de paso asustar a sus compañe-ros de clase. Pero la lección no ha ter-minado. Los alumnos quieren escu-

char los dos cuentos que la maestrales ha prometido. Y eso le agrada aella. Significa que los niños quierenaprender más sobre los animales queviven en la misma selva que ellos ha-bitan.

La maestra saca su libro y se lo daa Victor.

“Bueno” dice. “Como no has habladomucho más que tu caimán, entoncespuedes leer el cuento. Se llama: Zulu,el monito barrigón…”

* * *

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No es fácil para Victor leer “Zulu,el monito barrigón”. El cuento es unpoco largo para él. Pero por suerterecibe ayuda de Lisbeth. Entre los doslogran leerlo.

“Y…”, les pregunta la maestra a to-dos cuando le han devuelto su libro.“¿Les gustó el cuento?”

“¡Sí! ¡Sí!” dicen los alumnos. “¡Leaotro!”

“¿Pueden decirme por qué Zulu viveen un criadero y no en la selva?”

Sisa levanta la mano.

“Un cazador mató a su mamá.”

“¡Bien!” dice la maestra. “¡Bien! Algoque no es de nuestra cultura le arrui-nó la vida a Zulu. ¿Verdad? Porque asu mamá le dispararon con una esco-peta. Y la escopeta es un invento de laciudad.”

Para los animales es realmente unproblema que existan fusiles y otrascosas modernas. Pero no sólo la vidaanimal está amenazada por los in-ventos de la ciudad. Las mismas tra-diciones de los kichwas también pue-

den desaparecer. Por supuesto, ellosno están en contra de todo lo nuevo.Por ejemplo usan motores en sus ca-noas, cuando tienen dinero paracomprarlos. Pero quieren seguir ha-blando su idioma, trabajando en suschacras y tomando su chicha, así co-mo siempre lo han hecho.

El problema es que la gente de laciudad y su modo de vivir se acercacada vez más a los territorios indíge-nas. Entonces hay riesgo de que loviejo desaparezca y quede olvidado.Las empresas petroleras ensucian losríos. Las madereras cortan los árbo-les. Y algunas gentes de la ciudad me-nosprecian a los indígenas sólo por-que son indígenas.

Pero los kichwas piensan lucharpor su cultura. Es por eso que Sisa ysus compañeritos aprenden kichwaen la escuela y es por eso que se sien-ten orgullosos de pintarse con wituk.

“Yo tengo un mono”, dice un niñoque tiene la mitad de la cara pintadade negro. Sobre el pupitre ha coloca-do un vaso de cerámica donde guar-da los lápices.

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“Yo también”, dice otro. “No tienenombre, pero desde ahora se va a lla-mar Zulu.”

Aquí es común tener animales sal-vajes como mascotas. La gente tienemonos, tortugas, perezosos y hastaalgún caimán. Aunque lo que máshay en las casas son loros y guacama-yos de todos los colores.

“¿Alguno de ustedes tiene un loro oun guacamayo?” pregunta la maestra.

Todos levantan la mano. Hasta losniños que están mirando desde lapuerta.

“El último cuento que vamos a leerse trata precisamente de un guaca-mayo”, dice la maestra. “Se llama:Guayo, el guacamayo…”

Afuera se escucha un sonido muyconocido. Es la gritadera de un grupode loros que pasa volando.

SISA. LA NIÑA KICHWA DE LA AMAZONÍA 25

Mientras la maestra lee “Guayo, elguacamayo”, los alumnos piensan ensus loros. Casi sienten ganas de salircorriendo a casa para rascarles elcuello, así como lo hizo Maya conGuayo.

“¡Y esa fue la historia de Guayo!”, di-ce la maestra cerrando su libro.“¿Qué les pareció? ¿No es maravillo-so que aprendió a volar?”

“¡Sí! ¡Sí!” dicen todos. “¡Es maravillo-so!”

“¿Y qué les gustó más del cuento?”

Los niños piensan un momento.No es tan fácil responder a la pregun-ta. Finalmente levantan la mano tresalumnos. Son Lisbeth, Victor y Sisa.

“¡Que Maya le ayudó a su amigo!” di-ce Lisbeth.

“¡Y que no se fue volando con los lo-ros!” dice Victor.

“¡Y que Guayo aprendió a volar!” di-ce Sisa.

La maestra se ve muy satisfecha.Los niños entienden de verdad el sig-nificado del cuento. Ellos saben que

* * *

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es una historia de solidaridad, de ayu-darse unos a otros, de comprender yaceptar a los demás. Y saben tambiénque es una historia que nos recuerdaque no hay sueño que no se puedarealizar. ¡Solamente hay que luchar!

Lo mismo sucede con los kichwasde la amazonía. Ellos quieren que suantigua cultura sobreviva. Es comoun bello pájaro que quiere volar.

“Y ahora creo que haremos comoGuayo”, dice la maestra mientras mi-ra su reloj. “Ya es la hora de la colada.¡Volemos todos hacia afuera!”

Los libros se quedan descansandosobre los pupitres, mientras los niñosmueven sus brazos como si fueranalas. Y así, uno tras otro, salen volan-do al verde patio que rodea la peque-ña escuela de Boveras.

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CAPI La capibara

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Capi es una linda capibara delEcuador. Vive con su mamá

Capitana y tres hermanos en un grancorral. Comparten el lugar con otrasmadres y sus hijos. Todas las crías tie-nen el mismo padre, un macho gran-de y fuerte que se llama Capibarón.

En el corral hay una laguna verdedonde los capibaras se bañan por lastardes, mientras el lagarto Juancholos mira con disimulo.

Pero aún es de mañana y hay mu-chas cosas por hacer. Pedro el guar-dián trae la comida. Capi y sus her-manos corren hacia él, para ver quécosas sabrosas trae hoy. Son hierbas yhojas. Y también la comida favoritade Capi: ¡Maiz!

Capi es un roedor, como los cone-jos, los cuyes y las guantas. Se les diceasí porque roen, o mordisquean, consus grandes dientes incisivos. Los ca-pibaras son los roedores más grandesdel mundo. El papá de Capi pesa se-senta kilos, casi lo mismo que Pedroel guardián. Y mide cincuenta centí-metros de altura.

Capi pasa el resto de la mañanajugando con sus hermanitos y des-

cansando en la sombra. Hace calor.El corral donde viven queda en elCentro Fátima, el criadero de anima-les amazónicos que la organizaciónindígena OPIP tiene en el Puyo.

“¡Despierta, Capi!”, dice uno de sushermanitos. “¡Llegan unos turistas!”

A Capi le gusta que le tomen fo-tos. Sabe que los turistas siemprequieren llevarse un bonito recuerdode los animales amazónicos. Una ni-ña se acerca y le acaricia la cabeza.Los capibaras del criadero son man-sos y no le tienen miedo a la gente.

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Es hora de dar un paseo. Todos loscapibaras van en fila india a recorrerel corral. Sólo hay uno que no puedeir: Capulín. Capulín es macho y se-gún las reglas de los capibaras sola-mente puede haber un macho adultoen el grupo. Si Capulín se acerca, Ca-pibarón lo puede morder con susgrandes dientes.

Todo está tranquilo en el corral.No hay jaguares ni anacondas peli-grosas. El único animal depredadorde los capibaras, o sea animal que selos puede comer, es el lagarto Juan-cho que vive en la laguna verde.

Los primos de Capi viven en laselva. La vida allí es más difícil que enel corral. Los indígenas cazan a loscapibaras para comérselos. Y además

la selva está desapareciendo porquelas grandes compañías petroleras ymadereras talan los árboles. Por esoya no hay tantos capibaras silvestres.

“¡Vamos a bañarnos!”, grita la ma-má de Capi, y todos los capibaras setiran al agua con alegría.

Es rico bañarse, y también saluda-ble. Capi es una gran nadadora. Laspatas de los capibaras tienen mem-branas entre los dedos, que les sirvenpara nadar y para caminar en terre-nos pantanosos.

A Capi le gusta mucho bañarse.No se da cuenta que los demás capi-baras han salido ya del agua. Se que-da sola en la laguna verde. Juancho lamira y sin hacer ruido se desliza den-tro del agua.

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“¡Cuidado Capi!”, grita Capulíndesde la orilla. “¡Cuidado con el la-garto!”

Capi se da vuelta y mira las naricesde Juancho, que se acercan rápida-mente. Le da mucho miedo. Sin pen-sarlo dos veces, Capi se sumerge. Ycuando sale de nuevo ha alcanzado laorilla. Pero todavía corre peligro, puesJuancho ha llegado a la orilla también.

“¡Mamá!”, grita Capi, pero su ma-dre no la escucha porque todos loscapibaras están lejos de allí.

Juancho abre la bocota, mostran-do sus dientes filosos. Y la pobre Ca-pi cierra los ojitos…

Entonces se oye un gran ruido enel agua: ¡Plosh! Es Capulín que se hazambullido. Y ahora es Juanchoquien se asusta y huye como canoa amotor por la laguna.

En la noche, los capibaras duer-men bajo los arbustos. Pero Capi estádespierta. No puede dormir por elmiedo.

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“No te preocupes, Capi”, le dice sumamá. “Al lagarto Juancho le dan co-mida aquí. Seguramente quería sólojugar contigo”. Y entonces Capi se

duerme contenta y feliz, soñando quese baña con sus hermanitos en la la-guna verde.

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ZULU El monito barrigón

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Zulu es un mono barrigón. Asíse les llama a estos monos

porque tienen el estómago grande yredondo como pelota. Un día lo llevóun campesino al Centro Fátima delPuyo, que es un criadero de animalesamazónicos. El pobrecito había que-dado huérfano. En la selva un caza-dor había matado a su mamá.

Desde que llegó al Centro Fátima,Zulu se encariñó con Lucero, la jovenbióloga que estudia mariposas. Ellase convirtió en su nueva mamá.Mientras Lucero mira huevos de ma-riposa en el microscopio, Zulu está

sobre su cabeza o sentado en suhombro.

Zulu es de color café. Le gustamucho recorrer la casa buscandoarañas que comer. Se sube también alos árboles, junto con los otros mo-nos que viven allí. Se agarra de las ra-mas con su larga cola, y a veces sequeda colgado de ella.

“¡Ven Zulu, vamos a jugar!”, le di-cen sus amigos.

Los monos se divierten saltandosobre los hombros de los turistas,aunque estos a veces se asustan y gri-

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tan. Hay un mono grande, ágil y ju-guetón que se llama Marcus. El es deotra especie. Su juego favorito es qui-tarle la comida a los otros animales.

En un descuido Marcus le quita elpan a Zulu y se va saltando por losárboles.

“¡Marcus, regrésame mi pan!”, gritaZulu, pero Marcus se aleja más y más.

Como tiene hambre, y sabe que elpan es suyo, Zulu decide perseguir alladrón. Pero Zulu está demasiado pe-queño para esos juegos. Tiene sóloseis meses y un mono barrigón es ni-ño hasta los dos años de edad. Cuan-do él se sube al primer árbol, Marcusha saltado ya hacia el quinto.

“¡Zulu!”, dice Lucero, saliendo desu cuarto. “¿Dónde estás? ¿Dónde sehabrá metido ese monito? Es hora deque coma su guineo”.

Pero Zulu anda bien arriba en losárboles, persiguiendo a Marcus. Derepente se da cuenta de que ha trepa-do demasiado. Le da miedo la altura.Desde la rama en que está paradomira casi todo el terreno del CentroFátima: la laguna del lagarto Juan-cho, el corral de los capibaras, loscriaderos de caracol y la casa de losencargados. Chilla pidiendo ayuda,pero nadie escucha allá abajo. ¿Dón-de estará Lucero?, piensa con lagri-mones en los ojos.

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Zulu comprende que nadie va asubir al árbol para ayudarle. Es horade comida y todos los animales y lagente están ocupados comiendo.Tiene que bajar solito. Se agarra conuna mano de una rama y con la colade otra, y después coge otra ramacon una de sus patas traseras. Es fá-cil. A pesar de que no es tan ágil co-

mo Marcus, Zulu puede moversecon facilidad.

Llega hasta las ramas más bajas,que están en el corral de los pecaríes osajinos. Estos animales se parecen alos chanchos que la gente tiene en suscasas. Pero los sajinos tienen el cuer-po cubierto de duras cerdas, y ademásviven libres en la selva amazónica.

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Los sajinos que están en el CentroFátima han nacido aquí, pero sonbravos como los que viven en la sel-va. Aun más a la hora de comer. Noles gusta que venga ningún monito amolestar.

“¿Qué haces allí?”, pregunta Jacin-to Sajino muy enojado. Se le erizanlas cerdas de la espalda sólo de ver alintruso.

“Estoy colgado de una rama”, res-ponde Zulu, suspendido en el aire ca-beza abajo, agarrándose con la cola.

“Sí, pero ¿por qué estás colgado deuna rama que está sobre nuestro co-rral?”, pregunta Jacinto Sajino.

“Porque soy un mono barrigón”,dice Zulu y se suelta, cayendo paradoen el suelo.

Entonces Jacinto Sajino se acercaenfurecido. Tiene unos dientes tangrandes y fuertes que de una mordi-da podría romperle los huesos a Zu-lu.

“¡Lucero!”, grita Zulu, pero quienaparece no es Lucero, sino Marcus, elmono ladrón de comida, pero debuen corazón, que ha regresado paraayudar a su amigo.

Marcus corre alrededor de JacintoSajino y salta sobre su lomo, al tiem-po que grita: “¡Súbete al árbol, Zulu.Vamos. Rápido. Súbete!”

Zulu salta pero no alcanza la ra-ma. Hay otros monos que saltan muyalto, pero no los monos barrigones. Ylos gritos llaman además la atenciónde los otros sajinos que se acercancorriendo.

De repente cae un poco de maizen el corral. “¡Comida!”, grita al-guien. Y todos los sajinos se olvidande los monos por irse a comer. Mar-cus aprovecha para mostrarle a Zuluel camino para salir. Afuera los espe-ra Lucero con un balde vacío.

“¿Qué pasó, Zulu?”, le pregunta asu monito. “¿Por qué te fuiste? Te es-tuve llamando para darte tu guineo”.

“Es que Marcus me quitó el pan”,trata de contarle él, señalando al otromono.

Entonces Marcus corre a la chozi-ta donde los turistas se refugiancuando llueve, y al regresar trae algoescondido detrás de la espalda.

“Perdona”, le dice a Zulu, dándolelo que trae. Es el pan.

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GUAYO El guacamayo

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Guayo es un guacamayo de lar-gas plumas rojas. Nació en el

hueco de un árbol de chonta en laselva amazónica, a treinta metros dealtura. Allí era libre y feliz. Estabaaprendiendo a volar.

Pero un día llegó un hombre y letiró una piedra, lastimándole una desus alas. La idea del hombre era ven-der a Guayo en la ciudad. Muchosguacamayos son raptados en la selva.La gente los coge de los nidos cuandoson pichones. Quieren tenerlos ensus casas como mascotas, como sifueran perros o gatos. Y algunos sonvendidos y luego sacados ilegalmentedel país. Es un grave problema, yaque los guacamayos ponen solamen-te dos huevos por año.

A Guayo lo encontró un agente dela policía dentro de una funda. Lohabían escondido debajo del asientode un bus. El policía le dió agua y ga-lletas, y lo llevó al Centro Fátima delPuyo, que es un criadero de animalessilvestres amazónicos.

Rápidamente Guayo hizo amistadcon los otros animales que viven allí.En especial le encanta ver volar a losotros guacamayos. Observa con aten-

ción como extienden sus bellas alas yse lanzan desde las ramas, cruzandoel aire. El también quiere volar.

Guayo ya tiene edad para volar. Supico es grande y fuerte como tenaza,sus plumitas se han vuelto plumotas,y pesa casi un kilo, que es lo máximoque puede llegar a pesar un guaca-mayo. Pero no puede, pues desde chi-co tiene el ala izquierda lastimada.

“¡Vamos, inténtalo!”, lo alienta suamiga Maya, que es una bonita gua-camaya de cola azul y pecho amari-llo.

Ella lo espera en una rama. Y Gua-yo, parado en otra, se agacha y mue-ve los hombros varias veces. Titu-bea… Vuelve a mover los hombros…Titubea… Hasta que agarra valor yse suelta. Pero no vuela sino que caeen la rama de abajo, con las alas ex-tendidas, y tiene que agarrarse con elpico para no terminar en el suelo.

“¿Cuántos metros volé?”, preguntaentusiasmado.

“Veinte centímetros”, dice Maya.“¡Mañana volarás treinta!”

Es la hora de la merienda. Ruth, laencargada del Centro Fátima, trae

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pan para todos los guacamayos. En laselva los guacamayos comen frutas ysemillas, pero en cautiverio aceptantambién pan. Maya se lanza desde larama y aterriza a los pies de Ruth. YGuayo siente otra vez deseos de volar.

Como siempre, Guayo tiene quebajar del árbol caminando por eltronco. A los guacamayos y a los lorosse les conoce como aves trepadoras,porque trepan a los árboles y puedencaminar sobre las ramas. Suerte paraGuayo. Si él no fuera un ave trepado-

ra no podría subirse jamás a los árbo-les con su ala lastimada.

Por la noche llueve. Todos los gua-camayos amanecen mojados. Pero derepente sale el sol. Así es el clima en laregión amazónica, lluvia y sol todo elaño, lluvia y sol. A Guayo le gusta quellueva, porque entonces Maya se acer-ca a él. Y cuando sale el sol ella le ayu-da a limpiarse las plumas.

“Hoy tienes que volar por lo me-nos treinta centímetros”, dice Maya,mientras le rasca el cuello con su pi-co.

Guayo no contesta. Tiene los ojoscerrados. Se siente tan a gusto con lascaricias de Maya que casi se ha dor-mido. Sueña que vuela por las nubes.

“Si no aprendes pronto a volar meiré con los loros verdes que pasan gri-tando todas las tardes por aquí”.

Ahora sí escucha Guayo. Y abre losojos.

“¡No, por favor!”, dice. “Tú nopuedes irte con los loros y dejarmesolo”.

“Estoy bromeando”, dice Maya.“Los loros y los guacamayos somos

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animales diferentes, aunque nos pa-recemos mucho. No podría irme conellos”.

En realidad es fácil distinguir a unloro de un guacamayo. Los guacama-yos, o papagayos, además de ser másgrandes y coloridos que los loros, notienen plumas alrededor de los ojos.

Desgraciadamente cada vez haymenos guacamayos en la selva. Lagente los persigue para fabricar ador-nos con sus bellas plumas, para co-mérselos y para venderlos comomascotas. Y además los guacamayossólo tienen una pareja en su vida. Asíque si alguien mata o rapta a uno deellos, seguramente el otro miembro

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de la pareja se quedará solo parasiempre. No podrá tener nuevas crías.

Ya las plumas de Guayo estáncompletamente secas y limpias. Bri-llan en el sol. Parada en una rama,

Maya lo espera con impaciencia. Tie-ne un plan secreto para hacerlo volar.

A lo lejos aparece una pequeñanube verde. Se va acercando y cam-biando todo el tiempo de forma. Son

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los loros gritones que van para la sel-va. Cuando pasan sobre el Centro Fá-tima, Maya abre sus alas y vuela tam-bién.

“¡Espérame!”, grita Guayo desdesu rama, porque piensa que Maya lova a dejar.

Maya se posa en la rama de un ár-bol cercano y un momento despuésllega Guayo hasta allí. Los dos guaca-mayos se miran. Luego se ponen areir.

“¡Volé!”, dice Guayo, sacudiendosus alas con alegría.

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