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Sentido y realidad del «otro» en la vida cristiana JosÉ DAMIÁN GAITÁN 1. Sería injusto por nuestra parte no reconocer que al "otro" desde siempre se le ha concedido en la vida cristiana práctica una gran importancia. Sin embargo, también hay que admitir que, por esos abatares de la vida, a la hora de hacer las grandes síntesis de vida cristiana y espiritualidad se le ha asignado casi siempre un puesto bastante secundario. Secundaria era la impor- tancia concedida a los temas a través de los cuales tradicional- mente se hablaba del papel o sentido del otro en la vida per- sonal y espiritual de cada cristiano (pueden reducirse casi exclu- sivamente a la dirección espiritual dada y recibida, y a las lla- madas obras de apostolado y de misericordia), y, por lo mis- mo, pocas eran también el número de páginas dedicadas dentro de la teología espiritual a presentar dichos temas. Ni que decir tiene que en principio ciertamente esta actitud está en abierta contradicción con un sistema de vida como el cristiano, en que toda norma de vida se encierra en uno de estos dos mandamientos principales, muy semejantes en importancia e íntimamente unidos entre sí, que son el amor de Dios y el amor del prójimo, y en el que la medida del amor de Dios, a quien no vemos, se cifra en el amor que somos capaces de tener hacia el hombre, el hermano, a quien vemos. 2. Dos causas, no intrínsecamente cristianas, han podido influir de un modo decisivo en este hecho del que venimos ha- blando: l.a La valoración religiosa y humana, común incluso en nuestros días, de todo lo que naciese o condujese al interior del REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 39 (19,80) 5'83-612 17

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Sentido y realidad del «otro» en la vida cristiana

JosÉ DAMIÁN GAITÁN

1. Sería injusto por nuestra parte no reconocer que al "otro" desde siempre se le ha concedido en la vida cristiana práctica una gran importancia. Sin embargo, también hay que admitir que, por esos abatares de la vida, a la hora de hacer las grandes síntesis de vida cristiana y espiritualidad se le ha asignado casi siempre un puesto bastante secundario. Secundaria era la impor­tancia concedida a los temas a través de los cuales tradicional­mente se hablaba del papel o sentido del otro en la vida per­sonal y espiritual de cada cristiano (pueden reducirse casi exclu­sivamente a la dirección espiritual dada y recibida, y a las lla­madas obras de apostolado y de misericordia), y, por lo mis­mo, pocas eran también el número de páginas dedicadas dentro de la teología espiritual a presentar dichos temas.

Ni que decir tiene que en principio ciertamente esta actitud está en abierta contradicción con un sistema de vida como el cristiano, en que toda norma de vida se encierra en uno de estos dos mandamientos principales, muy semejantes en importancia e íntimamente unidos entre sí, que son el amor de Dios y el amor del prójimo, y en el que la medida del amor de Dios, a quien no vemos, se cifra en el amor que somos capaces de tener hacia el hombre, el hermano, a quien vemos.

2. Dos causas, no intrínsecamente cristianas, han podido influir de un modo decisivo en este hecho del que venimos ha­blando:

l.a La valoración religiosa y humana, común incluso en nuestros días, de todo lo que naciese o condujese al interior del

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 39 (19,80) 5'83-612

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hombre por encima de aquello que viniese del exterior o con­dujese a él. La cual apreciación, en 'estos últimos siglos sobre todo, se ha visto ulteriormente reforzada por la supervaloración de los elementos humanos individuales y privados, en detrimento de los colectivos y de los que nos unen a otros hombres,

2, a La falta de estos planteamientos es a todos los niveles del pensar humano, no sólo el teológico. Así nos dice Pedro Laín Entralgo a este respecto: "El menester mental que hoy solemos llamar "problema del otro" -la necesidad intelectual de dar razón suficiente de nuestra convivencia con otras personas- no es un problema básico y permanente de la existencia humana. Lo es sin duda la operación de tratar con el otro en nuestra concreta convivencia con él, no el justificar intelectualmente su peculiar otredad. Cientos y cientos de siglos ha vivido el hom­bre sobre el planeta sin sentir esa inquietante necesidad, en su espíritu; la realidad del otro en cuanto tal era para él obvia e incuestionable, no problemática" 1. Ciertamente. En la historia humana siempre se ha visto como la cosa más normal la reali­dad de los otros junto a la realidad del propio yo -asunto muy distinto, aunque no por eso menos importante, será lo que de ellos se haya pensado y el puesto que se les haya asignado res­pecto del yo personal e individual-, pero quizá no siempre a nivel teórico se les ha concedido la importancia debida, lo cual ha influido con frecuencia negativamente en la praxis.

3. Ninguna de las mencionadas causas, sin embargo, jus­tifican el ignorar por más tiempo al otro en la visión humana del mundo y de la vida. Por eso en la actualidad, después de varios siglos de fuerte defensa de los valores personales e indi­viduales -que han dado como fruto muchas realidades~negati­vas, pero también positivas-, sin olvidar éstos, estamos siendo testigos y autores de una nueva corriente de revalorización y comprensión intelectual del sentido del "otro", de los "otros", del "nosotros" en la vida personal humana; de la dignidad de todo ser humano, de cada ser humano; de una mayor y mejor comprensión de la dimensión social del hombre. Y como con­secuencia de todo esto, se está viendo cada día más la necesidad de dar un paso decisivo a este respecto: el de abandonar una

1 Pedro LAíN ENTRALGO, Teoría y realidad del otro, Madrid, Revista de Occiden· te, 2.' ed., 1968, vol. 1, pp. 21-22.

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mentalidad en la que los demás sólo son valorados en la medi­da que son reflejos de mi "yo" personal, para pasar a un mundo donde el "yo" se comprenda siempre desde la justa armonía del "nosotros" 2.

Este hecho es de una gran importancia para la actual teo­logía espiritual cristiana, porque significa la superación de la vieja consideración un tanto unidimensional, individual y yoísta de nuestra relación con los "otros". Y está ayudando a poner de relieve, cada vez más, la idea de que el otro puede tener un sentido para mi vida, no sólo en cuanto me ofrece la posibili­dad de hacer algo por él, sino también en el sentido de que desde él yo puedo comprender mucho mejor mi propia existencia hu­mana y cristiana. A su vez, esta mayor comprensión y valora­ción del puesto y sentido del otro dentro de todo proyecto per­sonal de vida humana y cristiana, está también íntimamente re­lacionadocon el proceso actual de reajuste entre interioridad y exterioridad, que estamos viviendo en nuestros días.

Es así como, poco a poco, de este modo todos los plantea­mientos tradicionales en este tema del sentido del otro en la vida cristiana se van abriendo a nuevos y más amplios horizon­tes. Se trata en principio de una labor principalmente teórica, pero el beneficio que de aquí se está derivando para la vida cris­tiana, tanto teórica como práctica, es grande, porque a la luz y al ritmo de esta renovada comprensión antropológica del ser y del existir humano hacia la que caminamos durante estos úl­timos años, se está dando dentro del cristianismo un proceso de revalorización y más amplia comprensión de lo que compor­tan en la práctica sus dimensiones interrelacionales y comunita­rias, al tiempo qu~ estamos asistiendo a un proceso de libera­ción de toda manipulación subjetivista o reducción interiorista del mismo.

Estamos, sin duda, ante un hecho transcendental que vamos a intentar presentar más ampliamente al lector en las páginas que siguen. El trabajo constará de dos partes. La primera estará de­dicada a presentar el gran esfuerzo de discernimiento teologal que está suponiendo la actual tarea de revalorizar el sentido del

2 El libro que acabamos de citar en la nota anterior nos ofrece una especie de historia y síntesis filosófica de este hecho actual y de sus principales principios sistemáticos, cfr. Pedro LAfN ENTRALGO, o. e., 2 vol. Interesante a este respecto me parece el subtítulo que el autor da a cada uno de los dos volúmenes de su obra: I. «El otro como otro yo. Nosotros, tú y yO» (433 pp.), rr. Otredad y projimidad» (412 pp.).

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otro en la vida cristiana. Mientras que dedicará la segunda a intentar una primera sistematización de algunos puntos o líneas fundamentales que a este respecto deberán tenerse en cuenta a la hora de elaborar en el futuro cualquier síntesis sistemática de teología espiritual cristiana.

I. REALIDAD DEL OTRO Y REESTRUCTURACIÓN DE LO TEOLOGAL

La principal tarea teológica con que se ha tenido que en­frentar el actual esfuerzo por revalorizar el sentido del otro den­tro de la vida cristiana, ha sido la de liberar a la experiencia teologal del fuerte reduccionismo interiorista a que estaba so­metida.

1. El cristianismo tiene como una de sus características más fundamentales la de ser una experiencia teologal, una experien­cia humana de Dios, una experiencia humanamente transforman­te por la cabida que se da en nuestra vida al Dios de Jesucristo, de cuya doctrina y vida, quien se proclama cristiano, se declara discípulo y seguidor. Pero ¿cómo o por qué caminos el hombre puede llegar en concreto a vivir esta experiencia? ¿Qué nos dice Jesús y el evangelio a este respecto? ¿Qué la historia de la espi­ritualidad cristiana?

A través de todo el N. Testamento sobre todo encontramos delineadas -como en germen, si se quiere, pero delineadas­una serie de realidades que se sugieren al hombre como posibles medios a través de los cuales el hombre puede convertir toda su existencia humana en una experiencia, a la vez, teologal, de Dios. Entre otros se puede señalar el ·corazón del hombre, la' naturaleza, la palabra evangélica de salvación, el culto, el her­mano, la comunidad, los acontecimientos de la vida, y, en otra línea muy superior y por encima de todo lo anteriormente se­ñalado, Jesucristo, que por voluntad del Padre ha sido constitui­do mediador supremo,camino y sacramento de las realidades teologales -referentes a Dios- en el cielo y en la tierra. De­bemos señalar, sin embargo, que a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana no han sido valoradas de igual manera todas esas realidades. A algunas de ellas se les ha prestado más atención y dado más relevancia que a otras, por diversos moti­vos históricos, de mentalidad, gustos, etc., lo cual ha comportado

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una minusvaloración en la práctica -no negación- de las de­más frente a ellas. Así, de todos es sabido que durante siglos, cuando la Teología Espiritual -llamada teología ascético-mís­ticaen tiempos pasados- hablaba de la experiencia de Dios propiamente dicha, se refería con preferencia a la que el hom­bre puede hacer en el interior de su persona, porque se pensaba, haciendo una interpretación parcial y neoplatonizante del evan­gelio, que en ninguna parte como allí el hombre podría encon­trarse más directamente con Dios, podria hacer una experiencia tan directa y explícita de Dios mientras viviera en este mundo.

Esto explica, por ejemplo, que, a pesar de las cosas tan es­tupendas que encontramos en el N. Testamento y en algunos escritos espirituales de grandes cristianos de todos los tiempos sobre el valor teologal del otro 3, que es el tema que ahora nos preocupa más directamente, a éste se le haya concedido en Teo­logía espiritual un puesto más bien secundario en beneficio de todo lo que supiera a interioridad personal. Y de esto no nos hemos librado todavía plenamente ni siquiera en nuestros días, ya que es curioso constatar cómo, incluso en las más modernas síntesis de Teología Espiritual, se aborda prácticamente el tema del hombre sólo desde su aspecto de sujeto activo de la expe­riencia humano-cristiana, y se descuida el valor teologal que tie­ne el otro considerado en sí mismo 4. Pero, como ya quedó di­cho anteriormente, la actual necesidad sentida de reconocer y potenciar el valor del otro en la vida humana y cristiana, y la búsqueda de un nuevo equilibrio de fuerzas en el existir humano entre interioridad y exterioridad, a la par que el deseo, tan fuer­te en nuestros días, de revisar y acomodar lo más posible nues­tra actual visión cristiana de la vida al evangelio, está suponiendo

3 Como dato curioso se puede indicar que en la tradición cristiana de los pri­meros siglos, en plena sintonía con las enseñanzas del Nuevo Testamento, se llegó a atribuir a Jesús la frase siguiente: «¿Has visto al hermano? Has visto a Dios», cfr. CLEMENTE ALEJANDRINO, Stromata, 1, 19,94,5 Y II, 15,70,5, TERTULIANO, De ora­tione, 26.

, Hay que reconocer, sin embargo, que algún autor como, por ejemplo, F. Rurz SALVADOR, en su obra Caminos del Esplritu, 2.' ed., Madrid, EDE, 1978, al tratar el tema de la vida teologal, ya sintió la necesidad de hacer una serie de afirma­ciones importantes en este campo (cfr. pp. 60-83), aunque sólo fuera de paso. También a este respecto me parecen interesantes los articulas de Ch. A. BERNARD, Médiations spirituelles et diversité des spiritualités, en NRT, 92 (1970), pp. 605-633 (tema integrado después en su libro Le projet spirituel, Roma, Gregorianum, 1970, pp. 239 Y ss.), Y de F. Rurz SALVADOR, Discernimiento y mediaciones, en Revista de Espiritualidad, 38 (1979), 551-578, porque en el10s ambos autores tratan el tema del otro como mediación teologal de una forma autónoma, es decir, no diluido dentro de otros temas, y además 10 ponen junto a una mediación tan tradicional­mente importante como es la propia conciencia o la vida interior.

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un esfuerzo muy positivo por revalorizar al otro -hombre cre­yente o no- como instancia fundamental de experiencia teo­logal; al menos a un nivel de importancia tan decisivo como el concedido hasta ahora a la interioridad humana.

2. Una de las cuestiones que ha estado siempre a la base de esta marginación del valor del otro en la vida cristiana frente al valor de la interioridad, y que hoy está también a la base de su revalorización, es la de la relación inmediata y mediata con Dios 5. Esta división o clasificación tradicional de nuestras po­sibles experiencias de Dios estaba basada en una idea no-bíblica del mismo, descrito como un ser demasiado extra temporal, y en una idea de experiencia de Dios demasiado psicológica, es decir, basada en la posibilidad de una atención mental a Dios más directa, refleja y exclusiva. De aquí arranca la preferencia por todos los caminos teologales de matiz interiorista y la convinCÍón de que a través de este camino se llegaba a tener una vivencia más inmediata o directa de Dios. Pero hoy se ha llegado a com­prender que esta identificación entre atención y vivencia es fal­sa 6. Esto, a su vez, ha sido posible gracias a un principio que muy acertadamente se ha afirmado en estos últimos tiempos y que toca de lleno nuestro tema: que la espiritualidad cristiana no se puede entender según rasgos que no le son propios, aunque éstos sean patrimonio común de otras grandes espiritualidades y religiones. La dimensión teologal de la espiritualidad cristiana tiene unos tonos característicos marcadamente propios, que traen su origen precisamente de la imagen de Dios y de la vida hu­mana que se nos reveló en Jesucristo.

Nuestro Dios no es, ciertamente, un ser celoso de su feli­cidad y a quien sólo se puede .llegar tras largos períodos de es­fuerzos sobrehumanos (ascesis), y largos momentos dedicados a vivir abstraídos de las preocupaciones e inquietudes de este mun­do para poder contemplar algo de la divinidad en un clima de gran concentración sobre sí mismo (apatheia mística). No. La vida cristiana, tal como Jesús la predicó y la entendieron los primeros cristianos, no es ni mucho menos en primer lugar una

5 Aparte de los trabajos citados en la nota anterior, el lector castellano puede consultar también Ph. ROQUEPLO, Experiencia del mundo, ¿experiencia de Dios?, Salamanca, Sigueme, 1969, 423 pp.; J. SUDBRACK, Prognosis de una futur~ espiri· tualidad, Madrid, Studium, 1972, pp. 45·120; H. U. VON BALTHASAR, Relación inme­diata del hombre con Dios, en Concilium (1967), n.O 29, 411-427.

6 Cfr. F. RUIZ SALVADOR, Caminos ... , pp. 78-80.

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carrera o esfuerzo personal en solitario para hacerse con Dios, cuyo máximo logro sería llegar a una experiencia inmediata de la divinidad, libre de todas las realidades de este mundo. Desde luego que no 7.

Aquí se trata, más bien, de lo contrario. De un Dios que es el primero en salir a nuestro encuentro -pues en sí mismo es amor, comunicación, donación-; que, para que al hombre no le resultara tan imposible llegar hasta Dios, él se acercó y se acerca hasta nosotros de muchos modos y maneras a través de todos los tiempos, pero principalmente en la persona de Jesús, identificándose con nuestra vida y con nuestra historia, y asu­miendo no sólo lo bonito y positivo de la misma, sino también lo negativo y desagradable; que, en su generosidad, no ha du­dado incluso en dar la vida por los hombres 8; y que ha pensa­do todo, todo, todo, aun la misma Iglesia, en función de un mayor acercamiento al hombre.

De aquí se deduce que nuestro Dios no es un ser ahistórico, sino que se revela y acerca al hombre en las cosas concretas, en las cosas creadas, en los acontecimientos, en la historia. Por eso hoy se afirma que a Dios, al de Jesucristo, sólo se le puede descubrir entrando plenamente en la dinámica de esas realida­des, y que, por lo tanto, nos alejamos del mismo cada vez que intentamos encontrarle en un mundo ahistórico guiados por una idea equivocada de lo que es, hablando en cristiano, una viven­cia más inmediata y plena de Dios. Para un cristiano, pues, todo encuentro con Dios es mediato, aunque se pueda y se deba decir también con verdad, que toda vivencia humana, que se quiera decir cristiana, supone una adhesión inmediata, directa y plena, al Dios de Jesucristo y a su mensaje de salvación.

Estando así las cosas, la actual Teología Espiritual cristiana tiene que afirmar positivamente que el hombre está llamado a descubrir y a responder de un modo inmediato a Dios a través de todo aquello que llamamos mediaciones, precisamente por su carácter de realidades creadas e históricas. Ahora bien, si según

7 Cfr. J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Salamanca, Sígueme, 2.' ed., 1977, 479 pp. (en especial más directamente sobre el tema del que estamos hablando, pp. 382-399); IDElVI, El Dios crucificado, en Selecciones de Teologfa, 12 (1973), 3-14; 1. H. DALMAIS, Shalom. Cristianos a la escucha de las grandes religiones, Bilbao, DDB, 1976, 330 pp.

• Cfr. J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Salamanca, Sígueme, 2.' ed., 1977, 479 pp. Esta obra pone de relieve quizá como pocas las consecuencias y la diná­mica del acercamiento de Dios a la humanidad por medio de Cristo Jesús.

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la Sagrada Escritura el hombre es el centro de las predileccio­nes de Dios, también el otro, y no sólo cada uno para sí mismo, es mediación fundamental de toda revelación de Dios, encuen­tro con él y respuesta inmediata por nuestra parte, es decir, me­diación fundamental de toda vida teologal 9. Evidentemente, den­tro de esta estirpe humana estamos todos y cada uno de nos­otros, tomados en el sentido más individual y personal del tér­mino, pero también los otros, los demás hombres, y no hay que olvidar que el ser donación a los demás, al género humano, es una de las características esenciales del Dios en quien cr~emos. Por eso, uno de los modos como mejor podemos encontrarnos con el Dios de Jesús de una forma segura y muy de acuerdo con su estilo, es sumergiéndonos en la difícil historia humana, estando junto a los otros hombres, cerca de cada hombre, entre los hombres. Es precisamente por eso que el ponernos a amar a los hombres y dar la vida por ellos, aunque al principio sea de un modo muy limitado el imperfecto, es uno de los medios más válidos -tan válido como el que más- que el hombre tiene a su disposición para conocer verdaderamente por expe­riencia las dimensiones del amor de Dios para con el hombre, y responder al amor con amor de un modo digno, es decir, pres­tando su ,colaboración para que el mayor número posible co­nazca el amor de este Dios.

Por su sencillez, además, es éste un camino bastante al al­cance de todos. Si Dios está presente en la vida de cada hom­bre, porque somos creación suya y porque con la encarnación y muerte de Jesús se hizo solidario de las alegrías y las penas de todo hombre que viene a este mundo desde el más pequeño al mayor, identificándose plenamente con él, no tenemos más que ponernos a amar a los demás para encontrarnos, como se suele decir, existencialmente con Dios, para ponernos inmedia­tamente a vivir la vida de Dios, para hacer de nuestra existen­cia humana una experiencia teologal. Y, ciertamente, de un modo más pleno que en la hermosa creación bucólica, e incluso de un modo más sencillo, si cabe, ya que la promesa de venir a mo­rar en el corazón del hombre con una presencia personal, que

9 Cfr. JUAN PABLO n, Redemptor Hominis, n.o 14, donde se nos dice insistente­mente y en repetidas ocasiones a lo largo de dicho número, que el hombre, todo hombre, es «el camino de la Iglesia, camino de su vida y experiencia cotidianas, de su misión y de su fatiga», porque es un camino que Cristo mismo ha estable­cido con su existencia terrena.

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es de la que más se ha preocupado siempre la espiritualidad, está ligada a la condición de guardar sus mandamientos (In 14, 23-24), mientras que Jesús no puso ninguna condición especial por lo que respecta a nuestro poder descublirle, conocerle y amarle en los demás (Mt 25, 31-46), porque para eso al otro le basta su condición de persona humana. Y si en esto hay al­guna indicación evangélica especial es precisamente la de bus­carle allí donde esta condición de ser persona humana está más deteriorada. Aparte de que no hay que olv1dar que el gran man­damiento de Jesús, aquel a través del cual se manifiesta más nuestro amor a Dios y se le da más parte en nuestra vida, es el del amor al prójimo (Jn 13, 34-35; 15, 9-14).

3. Este afirmar que no hay posibilidad de un encuentro con Dios si no es a través de las mediaciones, no es un postu­lado inventado gratuitamente en nuestros días para destruir todo lo que sepa a interioridad, sino que nace de una exigencia de justicia para con las demás me;diaciones teologales cristianas. Y no supone tampoco, ni mucho menos, una minusvaloración de la interioridad, sino un poner las cosas en su lugar, y un hacer justicia a algunos hermanos nuestros, a aquellos que a través de los siglos han comprendido que el hermano, el otro, es un camino de vida cristiana y teologal tan digno como el que más, y han ordenado su vida en consecuencia, incluso teniendo que ir en contra de toda una mentalidad general.

La interioridad humana es muy importante para la vida hu­mana, y para la vida cristiana en su dimensión teologal, pero hay que aquilatar bien todo. En la medida que ésta se identi­fica con la propia persona y con la propia 'candencia, en este sentido es de gran importancia, porque nadie puede suplir a otro en esta experiencia de la vida propia, sino que cada uno la tiene que hacer por sí mismo, porque sólo entonces se 'comienza a ser verdadero hombre, verdadero cristiano, verdadero sujeto de vida teologal 10. Yen este sentido realmente hay que decir que cada uno de nosotros somos importantísimos, si se quiere más inclu­so que todos los que nos rodean, para la vida teologal, porque quien encuentra a Dios, lo conoce, lo ama, lo reehaza, o lo ig­nora, somos 'cada uno de nosotros. Esto nadie lo discute. Lo

10 A. M. BESNARD. en su libro Chemins et demeures, Paris, Cerf, 1972, 116 pp., insiste precisamente en el hecho de que la fe se puede heredar, pero que la expe· riencia de la misma ha de hacerse personalmente desde el principio hasta el fin.

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que se pone en tela de juicio es el querer reducir los caminos de manifestación y acercamiento de Dios hacia nosotros, y de respuesta por nuestra parte sólo al ámbito de lo que se halla de puertas adentro de nuestra personalidad, o sólo a lo que des­de fuera nos arrastra hacia el interior de la persona de un modo contemplativo y más bien pasivo.

Esta identificación tan absoluta de Dios con el interior de la persona es lo que hoy no va, entre otras cosas porque Dios no se identifica, salvo en el caso de Jesucristo, absolutamente con ninguna de sus mediaciones. (Yen . este sentido hay que tener mucho 'Cuidado con una posible larvada interpretación pan­teísta del cristianismo.) Por eso aquí venimos haciendo una se­gunda afirmación muy importante a este respecto: que la inte­rioridad-conciencia como medio de manifestación-respuesta a Dios, en principio tiene igual valor que los demás medios ne­cesarios de encuentro con Dios 11. Por último, una tercera anota­ción: la interioridad, en cuanto se identifica con la conciencia como criterio de discernimiento en el obrar, es una realidad

11 Por lo que respecta a la dinámica de la experiencia teologal, ciertamente de­bemos decir que, hablando objetivamente, no todas las mediaciones tienen igual valor. Estas pueden agruparse en dos grandes bloques: En el primero entrarían las que son necesarias y obligatorias siempre, eS decir, que de algún modo deben estar siempre presentes en toda vida cristiana, entre las que hay que contar no sólo al mundo y a la Iglesia en cuanto tales, y al hombre en cuanto objeto de la propia existencia, sino también a los demás hombres, tanto en el sentido gene­ral de humanidad, como en el particular de prójimos. En el segundo bloque entrarían todas las demás, es decir, las que son útiles o necesarias sólo en oca­siones y según modos personales de ser de cada uno. Por encima de ambos gru­pos está, como hemos venido diciendo, Jesucristo, que es la mediación por exce­lencia, a partir de la cual tienen sentido todas las demás y a la que están orde­nadas todas ellas, tanto las necesarias y obligatorias coma las libres y circuns­tanciales.

Por lo que respecta a las virtudes llamadas teologales, quisiera decir que, en mi opinión, más que mediaciones propiamente dichas, al menos como venimos entendiendo aquí la mediación, son cualidades fundamentales de la mediación humana, es decir, del hombre transformado o en vías de transformación, que corresponden, a su vez, a realidades fundamentales del Dios en quien creemos, tal y como se nos ha revelado sobre todo en Jesucristo. Se dice, sin embargo, de ellas que son medio próximo o apto para llegar a la unión con Dios como reafir­mación de un camino estrictamente evangélico, en contra de otros caminos y otras metas espirituales no propiamente cristianos que se quedan a la mitad en la trans­formación del hombre si se les tiene como criterio supremo de vida cristiana, pero no en oposición a lo concreto de la vida, porque las virtudes teologales, tanto por parte de Dios en su acercamiento a nosotros, como por parte del hombre en su respuesta a Dios, nunca existen en abstracto, sino siempre encarnadas en lo que solemos llamar mediaciones. Sin embargo, por otra parte, dado que como manifestación, camino y criterio supremo de la presencia de Dios en nuestra vida las virtudes teologales no se identifican exclusivamente con ninguna mediación, sino que han de abarcarlas todas y estar por encima de todas, porque han de ser una cualidad inherente a todas ellas por lo que a nuestra vida respecta, con razón se las puede llamar supermedios o supermediaciones del encuentro con Dios.

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plenamente válida y, en el fondo, el criterio supremo y último por el que debemos guiarnos. P,ero esto sin olvidar el deber de confrontar nuestro parecer 'Con los demás, porque Dios no quie­re vernos sólo como individualidades llenas subjetivamente de buena voluntad, sino que nos quiere humanidad realizada, lo cual sólo se logra en unidad con los demás hombres 12.

4. Diciendo, sin embargo, que todas las mediaciones son igualmente válidas, no queremos significar que sea conveniente que el cristiano se limite sólo a una de las mediaciones posibles. Ni siquiera a la del hermano, que es la que estamos intentando poner de relieve en estas páginas. Queremos decir precisamente todo lo contrario, ya que de no ser así ello traería consigo un terrible empobrecimiento de la vida cristiana, por cuanto que todas las mediaciones son limitadas y Dios no se identifica, como ya dijimos antes, de un modo absoluto con ninguna. A esto hay que añadir que, desde la condición humana y desde la fe, el hombre no puede ser, por ejemplo, pura interioridad o pura exte­rioridad, sino que se debe dar un cierto equilibrio entre ambas dimensiones del existir humano. Y, aparte de esto, hay que afir­mar que, aunque por vocación o especial sintonía uno pueda sentir especial predilección por una mediación en concreto, toda verdadera experiencia de Dios abre siempre al hombre al uni­verso, a captar el valor humano y cristiano de nuevas y más numerosas realidades.

Y, siguiendo dentro de este clima de necesaria complemen­tariedad entre todas las mediaciones, hay que afirmar que lejos de dañarse entre sí 13, en principio la vivencia en profundidad

12 CONCILIO VATICANO II, Lumen Gentium, n,o 9; JUAN DE LA CRUZ, 2 Subida del Monte Carmelo, 22,7-19. A este respecto también me parece útil transcribir aquí lo que Juan de la Cruz dice en el n,O 12 del "bro citado en torno a la necesidad de confrontarse can los demás, comentando el dicho de Jesús «donde dos o tres estén unidos en mi nombre alli estoy yo en medio de ellos)) (Mt 18,20), «y es de notar -dice Juan de la Cruz- que no dijo: Donde estuviere uno solo, yo estoy allí, sino por lo menos dos; para dar a entender que no quiere Dios que ninguno a solas se crea para si las cosas que tiene por de Dios ( ... ), porque en esto sólo no estará El aclarándole y confirmándole la verdad en el corazón, y así quedará en ella flaco y frío)),

13 Lo que daña no son las mediaciones en sí mismas consideradas, sino la falta de equilibrio entre ellas en nuestra vida práctica, Equilibrio que ha de darse no sólo entre vida interior y exterior, sino incluso, por ejemplo, dentro del circulo de las llamadas mediaciones interiores, como son oración, meditación­reflexión, lectura estimulativa y de formación, el compartir gratuito, el discer­nimiento comunitario o a dos, etc, Sobre este mismo tema de la armonia entre todas las mediaciones se pueden ver las interesantes reflexiones y principios que

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de una de ellas ayuda a vivir en plenitud las demás. Lo mismo se diga de la no vivencia. Y aSÍ, por ejemplo, entre 10 que lla~

mamas interioridad y exterioridad no sólo no se da una inven­cible oposición connatural a cada una de ellas, sino que lo que debe darse más bien es una armoniosa compensación natural '/ sobrenatural. Esto supone afirmar no sólo, como se ha venido haciendo hasta ahora, que la vivencia a fondo de las llamadas mediaciones interiores significan una ayuda de transcendental importancia a la hora de saber descubrir y vivir con mayor co­nocimiento de causa el valor teologal que se encierra en las lla­madas mediaciones exteriores, aquÍ, en concreto, la relación con el hermano, sino también que una jornada vivida plenamente en servicio de los hermanos, lejos de ser un obstáculo para la verdadera oración cristiana, puede ser su mejor preparación, porque el hombre llega a ella lleno de experiencia cristiana, de resonancias, de contenidos, de presencia, de realidades totalmen­te teologales y, por lo tanto, en perfecta sintonía con Dios 14.

Pero para que esto sea realidad es necesario que se cumpla una condición: Que tanto en un ,caso como en otro incluso el más mínimo rincón del ser y del obrar humano esté siempre movido e iluminado no por el egoísmo, sino por la fe en el Dios de Jesús. Dejando bien claro que egoísmo y fe son en primer lugar actitudes de la persona en general, y ésta es algo más que inte­rioridad.

5. No se debe, pues, identificar por más tiempo de forma exclusiva "contemplación" de las realidades teologales en la in­terioridad o en orden a la interioridad, y experiencia-vivencia

establece F. Rurz SALVADOR en su libro Caminos del Espíritu, Madrid, EDE, 2." ed., 1978, pp. 73·76.

El criterio verdaderamente último por el que ha de medirse la eficacia teologal del equilibrio que hayamos establecido entre las distintas mediaciones no es la mayor o menor presencia de una u otra de las mismas, sino la mayor o menor madurez teologal que se consiga imprimir a la propia vida cristiana, porque en último término esto es 10 verdaderamente Importante. A este respecto me parecen muy interesantes unas reflexiones que hace TERESA DE JESÚS a sus hijas en el Camino de Perfección, 28,6, Dice así: «Miren que la verdadera humildad creo cierto está mucho en estar muy prontos en contentarse con 10 que el Señor qui. siere hacer de ellos y siempre hallarse indignos de llamarse sus siervos, Pues si contemplar y tener oración mental y vocal, y curar enfermos y servir en las cosas de la casa, y trabajar en desear sea en 10 más bajo, todo es servir al hués· ped (Jesucristo) que se viene con nosotras a estar y a comer y a recrearse, ¿qué más se nos da en lo uno que en lo otro?».

14 Curiosamente en el pasado generalmente s6lo se hablaba de los beneflcios que la vida interior traía a la vida activa, y de los perjuicios que la vida activa podía suponer para la interioridad.

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de los "misterios" de Dios manifestados en Cristo Jesús o "ex­periencia mística". Lo que los grandes escritores místicos cris­tianos del pasado escribieron en torno al proceso de crecimien­to espiritual dentro de la experiencia teologal humana, es patri­monio común de toda experiencia cristiana, aunque ellos per­sonalmente pudieran creer que a dichos estados de madurez teologal sólo se llegara como norma general a través del camino de la progresiva interiorización, y centraran todos sus esfuerzos en iluminar a las personas que querían iniciarse o recorrer ese camino.

Si se admite que lo importante es la experiencia teologal hu­mana, no la mediación a partir de la cual esta es vivida, no se podrá negar que a través de todas ellas, sobre todo de las más fundamentales, se puede llegar a un grado igualmente ele­vado o sumo de madurez y vivencia teologal (de Dios, de los misteriosos designios de Dios sobre el hombre o mística). Esta es una de las grandes novedades cristianas. En la historia de la Iglesia han florecido grandes místicos cristianos que deben la profundidad de su experiencia precisamente, por ejemplo, a lo que ellos han hecho por los hermanos, los otros, el prójimo. Quizá entre éstos nó se encuentren grandes teóricos de esta expe­riencia. En esto ha podido influir la mentalidad ambiental, y tal vez el poco tiempo que han tenido para dedicarse a ello. Pero nos enseñan quizá mejor que nadie cómo vivir el reino de Dios en la vida ordinaria de una forma concreta siguiendo las huellas de Cristo, es decir, llegando incluso a dar la vida por los demás; nos enseñan quizá mejor que nadie el camino más sencillo para llegar a descubrir y comprender el gran misterio de Dios: su amor para con los hombres manifestado en Cristo Jesús.

No quiero decir con esto que aquellos cristianos que han se­guido preferentemente el camino de la interiorización no hayan vivido esta realidad de. la que hablamos. Digo simplemente que en esto puede haber otros tan expertos o más que ellos. Entre otras cosas porque elegir un camino no significa automáticamen­te vivirlo en grado sumo.

Cada uno aporta lo mejor de sí mismo a la experiencia hu­mano-cristiana común. Lo cristiano es la comunión y el nece­sitarnos todos a todos, no losexdusivismos. Aparte de que na­die, por muoho que haya madurado en su experiencia teologal a través de un camino, puede negar a Dios la posibilidad de

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acercarse al hombre a través de otras mil vías igualmente efica­ces y válidas que la suya personal.

6. Por último, la revalorización del sentido del otro en la vida cristiana está exigiendo una revisión de la misma idea de mediación, a la que tantas veces en este trabajo hemos hecho referencia, porque las categorías mentales que generalmente se usaban hasta ahora para definir la realidad de la mediación teo:; logal en general, suscitan en muchos la idea de una descarada instrumentlización en el caso del hombre 15.

Al hablar del tema de las mediaciones algunos daban la im­presión de que éstas debían transcenderse de tal manera, que ellas en sí mismas nos importasen bien poco. Esto es, sin em­bargo, hasta comprensible dentro del conjunto de la mentalidad anterior, porque, si lo fundamental era llegar a una experiencia de Dios lo más inmediata posible, todo paso por las cosas tenía que reducirse a lo mínimo imprescindible. Pero nuestra socie­dad, tan sensible, al menos teóricamente, al hecho de la digm­dad humana, no nos permite seguir por más tiempo con una semejante interpretación del papel de la mediación en toda di­námrca teologal.

Una mediación no es algo así como un puente a través del cual Dios, después de abandonarlo, logra llegar hasta nosotros, y nosotros pasar hasta la otra orilla donde se halla El. Como decíamos hace un momento, esta visión bastante corriente, tiene mucho de reminiscencias inmediatistas totalmente inaceptables. Cuando, hablando desde una perspectiva cristiana, decimos que a Dios se le encuentra en las mediaciones, queremos decir que a Dios se le experimenta, se le encuentra, se le descubre y se le alcanza en las cosas concretas de la vida humana, en medio de ellas, dentro de ellas. Por eso es que, cuanto más entremos hasta el fondo de las cosas, más las tomemos en serio, y más nos adhiramos a -ellas, más encontraremos a Dios y nuestra vida cristiana será más madura. No se trata, pues, tanto de trans­cender y olvidar, cuanto de hacerse uno de tal manera con las cosas, que lleguemos a ser capaces de descubrir incluso la di­mensión teologal que late hondamente en lo más profundo de cada una de ellas; que seamos capaces de captar, sin egoísmos

15 Cfr. F. Rurz SALVADOR, Discernimiento y mediaciones, en Rev. de Espiritua­lidad, 38 (1979), 572-575; IDEM, Caminos ... , pp. 69-73.

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manipuladores y deformadores de lo divino y de lo humano, en cada persona y en 'cada cosa, el amor que Dios les tiene y lo que hace por ellos, y, sin ninguna pereza, nos pongamos nos­otros a hacer lo mismo.

La dinámica de lo teologal en la vida humana está, pues, Íntimamente unida a la capacidad que cada hombr,e tiene de encontrarse con las demás cosas y personas, al grado de serie­dad con que las siente y las trata, y al grado de apertura y so­lidariedad que muestra hacia ellas. Desde el evangelio el grado de encuentro con Dios yn la propia vida y de encuentro con uno mismo, es proporcional a lo que nosotros hayamos sido capaces de asumir todo cuanto existe en este mundo, personas y cosas, El caso de Jesús es muy esclarecedor a este respecto. Por eso, a mi parecer y para evitar todo sentido de instrumentalización es mejor decir: "a Dios se le encuentra en medio de la vida y de la historia", que decir: "a Dios se le encuentra a través de las cosas, por medio de las cosas".

También, desde una perspectiva del universo que podríamos llamar relacional -en cuanto que todo lo que existe guarda una Íntima ,relación entre sí, aunque siempre hay que distinguir grados y grados- se podría decir que todo cuanto existe tiene la capacidad de abrirnos camino hacia otras realidades ulterio­res complementarias con las que guarda cierta relación de mu­tua complementariedad. Así, y por citar un ejemplo que atañe directamente al tema que estamos tratando, se puede decir que la fe en Jesús es camino (mediación) que nos guía hacia el her­mano, hacia el otro, en cuanto que nos lleva a él, y también, por otra parte, que, en principio, el hermano es camino (media­ción) que nos conduce, entre otras cosas, a una comprensión y vivencia más profunda de los contenidos de la fe, de Dios, de Jesús. Adhiriendo, pues, plenamente a la fe, llegamos al herma­no. y adhiriendo plenamente al hermano, llegamos a la fe. Y, si desde esta perspectiva admitimos con facilidad que en el pri­mer caso no se da ninguna instrumentalización de la fe, hay que admitir también que tampoco en el segundo caso se da una instrumentalización del hermano.

Pero entendámonos bien. Hay que decir que esto no exige necesariamente e:l abandono de la mediación que nos ha abierto camino hacia otras realidades, sino más bien una profunda ac­titud de adhesión, porque, siguiendo el ejemplo antes puesto,

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esto es posible gracias al hecho de que el hermano es en cierto modo algo intrínseco a la fe del evangelio, y al hecho de que todo hombre, por su misma condición, para un creyente es siem­pre imagen y reflejo de Dios.

Pero, volviendo al razonamiento inicial, esta capacidad que tienen las personas y las cosas para abrirnos camino hacia otras realidades ulteriores, se puede entender también en el sentido de que nos invitan a transcenderlas, a dejarlas atrás, en cuanto que nos descubren y nos lanzan hacia nuevas realidades, que a su vez se convierten en fuente de ulteriores relaciones y descu­brimientos. Así, por ejemplo, si nosotros mantenemos en nuestro ser una actitud de apertura a lo universal, una cosa nos condu­cirá a otra, y el valor descubierto y conocido en una realidad tendrá grandes posibilidades de ser reconocido fácilmente en otras que también lo poseen, las cuales instantáneamente se con­vierten en medio-ambiente apto para encontar o plasmar ulte­riormente dichos valores. Esto es válido, sobre todo, para los valores humanos llamados éticos y personales, entre los que se encuentra la vivencia teologal, los cuales, por no encontrarse nunca exclusivamente identificados con una única cosa, provo­can en el universo una continua comunión o intercomunión de mediaciones.

No se trata, pues, aquí -en este último planteamiento que hemos hecho y referido expresamente a la cuestión teologal, tan decisiva por lo que respecta a la justa apreciación del sentido del otro en la vida cristiana- de pasar de las mediaciones a un estado puro de relación inmediata, sino más bien de una me-_ diación a otra, lo cual puede ser fruto de una elección, pero nunca signo de desprecio o desinterés por la realidad dejada.

II. DINÁMICA DEL OTRO EN LA VIDA CRISTIANA

Hasta ahora, en la primera parte de este trabajo, hemos reafirmado el valor y la importancia teologal del otro en la vida cristiana, dentro del 'conjunto de toda la dinámica teologal. Aho­ra, en esta segunda parte, es mi intención plantear, de una for­ma un tanto sistemática, algunas de las líneas fundamentales que deberán configurar en un futuro el tema del otro dentro de la Teología Espiritual. Tema que, en cuanto tal, no se puede

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tener relegado casi al olvido por más tiempo, si queremos que nuestra actual teología de la vida cristiana o teología espiritual esté a la altura del momento en que vivimos y en sintonía con el evangelio, tal y como se lo siente hoy.

1. Dios como fuente de acercamiento al otro, y el otro como fuente de acercamiento a Dios.

1.1. Por medio de los misterios de la creación y encarna­ción-redención -culmen y a la vez nuevo inicio de una larga historia de relaciones divino-humanas-, Dios se ligó para siem­pre a todo cuanto existe en este mundo, y, de modo especial, al hombre, a todo hombre, a cada hombre, aunque nosotros, por nuestra parte, no siempre seamos conscientes de ello.

El ser capaces de llegar un día a descubrir este amor per­sonal y 'concreto que Dios ha ido acumulando pacientemente hacia cada uno de nosotros desde el primer momento de nuestra existencia, manifestado de modo supremo en Cristo Jesús, es el verdadero origen de una vida cristiana real y concreta; porque este taer en la cuenta de quién es verdaderamente Dios -des­cubrimiento que se puede hacer a través de muchos caminos en la vida, entre los que hemos de enumerar al hermano, al otro hombre semejante a nosotros- provoca un movimiento de co­rrespondencia por nuestra parte, que será mayor o menor según nuestra mayor o menor capacidad de apreciar dicha realidad. Se trata, pues, no de un mero 'conocimiento nocional, sino exis­tencial 16•

16 En este sentido me parecen interesantes las afirmaciones que JUAN PABLO II hizo en su encuentro en Parls con los jóvenes el pasado primero de junio. Allí dijo «no poderse aprendel' el cristianismo como una lección compuesta de capí­tulos numerosos y diversos, sino que es necesario leerlo siempre con una persona, con una persona viviente; con Jesucristo_ Jesucristo es el gula, es el modelo_ [Ecclesia, (980), n.O 1987, p. 11(747)]. Ser cristiano no es fundamentalmente co­nocer el cristianismo, aunque esto también hay que hacerlo, sino descubrir una persona, descubrir a Jesús, y dejar que entre en nuestra vida de un modo deci­sivo, transformante, determinante. Es sólo desde esta perspectiva desde donde tienen un sentido verdaderamente cristiano las frases: «Dios ha entrado en mi vida», y «He encontrado a Dios en mi vida».

Sobre este momento del descubrimiento existencial de Dios, puede verse la inte­resante descripción que hace JUAN DE LA CRUZ en su obra Cántico Espiritual, 1,1. En este exto aparecen magníficamente descritos los tres elementos de todo descu­brimiento existencial de Dios: el amor de Dios hacia nosotros que siempre nos pre­cede, el caer en la cuenta de ello, y el deseo de corresponderle, a su vez, con un amor concreto.

18

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1.2. Ahora bren, entre los frutos que se desprenden del des­cubrimiento inicial del Dios de Jesucristo -poco inlporta en prin­dpio ahora el medio a través del cual esto se haya realizado-, se encuentra el amor a los otros, a nuestros hermanos los hom­bres, porque ésta es una de las realidades más importantes que el hombre descubre en Dios. Movido por este descubrimiento siente que no debe hacer otra cosa más que comenzar a vivir también él por aquello por lo que Dios vive, sentir pasión por lo que El siente pasión, y colaborar con El. Así es como nuestra vida comienza a ser toda ella un don de amor a Dios y 3; su causa -la humanidad, todo hombre-, como respuesta al amor sentido y constatado de Dios hacia nosotros y hacia todos. Si nosotros nos hemos sentido amados por Dios, es natural que nos sintamos en la obligación de seguir 'esta corriente de amor y, a imitación suya, estemos dispuestos incluso a dar la vida por aquello que El más ama: la humanidad.

y 'cuanto más sensible sea uno a este amor de Dios, tanto más sensible se vuelve para descubrir la presencia de este Dios allí donde se manifiesta, como realidad ya conseguida o como realidad a realizar; porque Dios en su amor quiere llegar a todos los hombres, a todas las dimensiones de la vida humana.

Este es el verdadero sentido de la expresión "amar al pró­jimo por Dios", que hay que interpretar no tanto, en primer lugar, en el sentido que ordinariamente se le ha dado de que haciendo algo por el prójimo agradamos a Dios, aunque también sea esto como veremos, sino sobre todo en el sentido de que Dios es el verdadero origen de nuestra actitud evangélica hacia el prójimo. Porque por experiencia sabemos, que sólo un fuerte descubrimiento existencial de este Dios del que hablamos, es capaz de hacernos salir de nuestros círculos egoístas de interés, en que generalmente nos movemos, vencer hasta el fondo las barreras de nuestros individualismos que nos impiden abrirnos al otro, y ponernos a amar al prójimo por sí mismo y aceptán­dolo tal cual es, con sus posibilidades y sus defectos, sin que­rerlo manipular a nuestro gusto, sino más bien ayudándole a descubrir su designio personal dentro de la historia humana, que es lo que hace Dios con cada uno de nosotros. Esto es pura vida teologal cristiana, porque es entrar dentro de la dinámica de Dios respecto de la humanidad, de la que formamos parte. Este es precisamente el sentido de aquellas palabras de la Escritura

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en donde se nos dice que el amor proviene de Dios y que el saber amar como verdaderos hijos suyos es algo que hace rea­lidad en nuestros corazones el Espíritu Santo que se nos ha dado 17. Así por esta actitud de humildad y servicio al prójimo, por éste ponerse al paso del hermano, y abajarse si fuera nece­sario, el cristiano se convierte, él el primero, para el hermano, para el otro, para todo hombre, en mediación, en camino, en sacramento del encuentro con Dios, consigo mismo y con la hu­manidad entera 18.

Este amar así al prójimo, será, pues, la mejor señal de que verdaderamente el Dios de Jesús ha entrado en nuestra vida, aunque a la hora de encamar esta realidad, haya que aceptar una múltiple variedad de formas, según vocaciones y otras mil circunstancias determinantes.

1.3. Hasta ahora hemos visto cómo, independientemente del medio a través del cual nosotros hayamos conocido a Dios, y entre los muchos frutos existenciales que de este descubrimien­to se produce en nuestra vida, se halla siempre el de hacernos tomar conciencia del otro y de nuestras responsabilidades hacia él, superando las barreras de toda visión de la vida egoísta e individualista.

Pero dentro de esta dinámica, hay que afirmar no sólo la

17 Cfr. Rom 5,5; 1 Cal" 12-13; 1 Jn 4,7-13. 18 En este sentido me parecen interesantísimas las reflexiones que sobre este tema

hace H. U. VON BALTHASAR en uno de sus libros, y que me voy a permitir citar aquí íntegramente. Dice así: "El que ama es 'la Iglesia'. Gasta su amor, no a su soberano arbitrio, sino en servicio. No como cabeza, sino como miembro. Y así, y solamente así en la humildad, sin 'dominar la situación', sin 'estar a su altura'; de modo que en la situación haga algo que no puede calcular, y dé algo que necesariamente es más que él mismo, aun cuando ese 'más' exija la puesta en juego, la entrega en prenda de él mismo entero. Sólo así el que da no se sitúa por encima, y el pobre hermano que recibe no es humillado por el que ama. Es humllJado sólo en cuanto es un signo del amor de Dios, que se humilla a sí mismo. y el que ama también es humillado por la misma razón. Sólo entre humillados es posible el amor; de otro modo el dulce sacramento del que hablaba (. .. ) Orígenes, se pervierte en seguida en un salvaje devorarse unos a otros (. .. ). Lo humillante consiste más que nada en que el hecho del cual todo depende, ese amor que acon­tece en una situación determinada, no tiene nada de místico, ni de carácter acen­tuadamente religioso, ni de selecto. Puede ocurrir muy bien algtma vez que en un acontecimiento semejante descienda un relámpago de la suprema cúpula celeste y por un momento obligue a caer de rodillas a los dos participantes. Pero general­mente no ocurre nada, nada perceptible; sólo ese ligero movimiento, apenas sen­sible, de uno a otro, ese volverse hacia un lugar que queda más allá de todas las palabras y quizá de todas las experiencias; de modo que no se nota nada propia· mente, sino que sólo se comprueba por las consecuencias de cómo desde ahora en adelante la palabra y la vida emanan de un amor que antes no existía, y que súbita e incomprensiblemente brota del suelo». H. U. VON BALTHASAR, El problema de Dios en el hombre actual, Madrid, Cristiandad, 2." ed., 1966, pp. 302-303.

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obligación que el creyente tiene de identificarse hasta el fondo 'con el otro y convertirse en sacramento, en camino para el her­mano, sino también que el hermano, a su vez y por lo mismo, ha de ser considerado como mediación primerísima para mí en mis relaciones con Dios, tanto a la hora de descubrirle diaria­mente, como a la hora de responder concretamente al amor de Dios .con amor.

El cristiano, que verdaderamente ha descubierto a Dios, ha de considerar siempre al otro, a toda persona humana creyente o no, con sus cualidades y deficiencias, como un don de Dios para con él, ,como una -gracia de Dios para su vida, porque ésta depende en gran medida de lo que los demás son en sí y para nosotros, de sus cualidades, necesidades y deficiencias, ya que todos dependemos de todos y necesitamos de los demás para ser hombres maduros y vivir el evangelio 19. Y uno de los ma­yores servicios que el otro siempre haoe y puede hacernos a este respecto, es el de recordarnos y, por lo tanto, manifestar­nos continuamente el amor concreto de Dios por mí y por todos, especialmente pOor aquellos que son considerados últimos, y lo que esto exige constantemente de nosotros. En esto el otro con su sola existencia es siempre transparente. La opacidad, si se da, es siempre problema del que mira, porque, incluso en lo que humanamente parece más opaco, es precisamente donde el amor de Dios se manifiesta más exigente para con nosotros.

De este modo 'el otro se convierte para nosotros en una con­tinua presencia-recuerdo d~ Dios y en ámbito existencial de com­promiso para con su causa, no sólo en un sentido contemplativo y pacífico de respuesta interna afectiva, sino también en el sen­tido activo de respuesta externa en favor de los hombres. Por­que, desde la fe, la causa de Dios y la de los hombres se iden­tifica, porque Dios está detrás de la historia de cada hombre; y, tan compenetradas están ambas, que el cristiano sabe que, 10 que se hace por la humanidad, se hace también por el Reino de los cielos, por Dios. Si hace unos años el amar a Dios y al prójimo se presentaba para algunos corno una verdadera dis­yuntiva existencial, hoy somos más conscientes de que por el

19 Muy interesante es a este respecto el capítulo que H. U. VON BALTHASAR, en su obra citada en la nota anterior, dedica a este tema y que titula El sacramento del hermano (pp. 287·307). Múltiples e interesantísimas son también las referencias que a este tema hace D. BONHOEFFER en su obra Vida en comunidad, Buenos Aires, La Auror!\, 1974, 123 pp. (cfr. especialmente los capitulas 1. Vida en comunidad, pp. 7· 31, Y 3. El servicio, pp. 89·110).

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mismo hecho de ponernos a amara los demás, estamos corres­pondiendo al amor de Dios y agradándole en 10 más íntimo de nuestro corazón, porque comenzamos a vivir a semejanza de Jesucristo. Importante a este respecto me parece lo que dice E. Mersch: "El hombre es en sí mismo un fin, un valor abso­luto y último; y la simple filantropía natural llega a amarlo con­siderando su grandeza intrínseca. ¿Acaso la caridad de Cristo es menos humana y no akanza a ver en él más que un medio para amar a Dios?.. Un hijo puede estar feliz y orgulloso de ser amado a causa de sus padres, pero esto se explica porque, de algún modo, él es ellos mismos. Pero si fuera amado sólo a causa de 10s padres, muy pronto tendría la impresión de ser olvidado y no amado ... La caridad mira al hombre, realmente; no pasa a través de él para ir más lejos: ¿qué iría a buscar más lejos? Desde el momento que el Verbo se ha hecho carne y se ha hecho uno, "unus" con nosotros (d. Gál 3,28) no tenemos que ir ya a buscar a Dios en la lejanía del delo, sino en la interioridad del hombre, donde El se encuentra como principio interior de vida y de divinización" 20. Realmente, ¿qué puede buscar el cristiano más allá del hombre, del hermano, si es vi­viendo por él como se vive por Dios? Se llega así juntamente tanto a Dios en nuestra respuesta de amor, rcomo al hermano, porque una cualidad de las riquezas espirituales, entendida esta palabra 'en el sentido antropológico humano, es el poderse re­partir entre varios sin disminuir la intensidad para con cada uno. Así, por ejemplo, cuando uno habla o escribe, no es que toquen a menos o a más los que escuc.~han o leen, porque aumente o disminuya ~l número de los mismos. Es más, cada uno puede escuchar o leer como si 10 que el otro dice o escribe no tuviera más destinatario que él. Lo mismo sucede con el deseo de res­ponder al amor de Dios y con la preocupación por el prójimo. Son realidades que lejos de -excluirse, naturalmente se completan 'entre sí sin que por eso haya que pensar que una de las dos realidades ha salido perdiendo. Tomar en serio al prójimo sin más, supone justamente la mejor respuesta que podemos dar al amor de Dios para con nosotros, porque así es El de totalitario para con cada uno de nosotros 21.

J

20 E. MERSCH. Cuerpo Místico y moral, Bilbao, DDB, 1963, pp. 390-394. 21 JUAN DE LA CRUZ dice en Llama de amor viva, 2,36, que Dios se da de tal

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1.4. Hablando, pues, en cristiano, no se debe querer sepa­rar en ningún momento el servicio al prójimo, la realización per­sonal y la respuesta a Dios, descubierto a través del prójimo o por otros caminos, pero correspondido en este caso a través del amor que somos capaces de dar a los demás hombres, nuestros hermanos. En principio no son tres intenciones incompatibles entre sí dentro de una misma acción, aunque puedan separarse de hecho. Precisamente :cuando se separan estas tres intencio­nes, es cuando aparece el tan aborrecido fenómeno de la ins­t/'umentalización, que es lo más opuesto a la mediación, porque se pasa de la actitud de servicio y la autodonación al autoser­vicio, al pensar sólo en sí mismo como único o casi exclusivo motor de nuestro obrar 22.

Pero no tenemos que ser ilusos y echar todas las culpas a una parte, que sería la del hombre que busca amar a Dios aman­do al prójimo. Por lo que toca a la parte humana, la posibilidad de la instrumentalización puede venir por ambos lados, porque, por citar los dos casos más extremos, la suma de egoísmos es tan posible como la recíproca donación total. Así tanto el que ayuda como -el que desea ser ayudado puede instrumentalizar al otro en el sentido de interesarle no en sí mismo, sino sólo 'en la medida que le ayuda a sentirse bien, cómodo, realizado. Ambas posturas podrían resumirse en las frases siguientes: "tú me interesasen la medida que me ayudas a realizarme" (instru­mentalizadora), y "mi realización la tengo puesta en ayudar a que se ,realicen los demás" (no instrumentalizadora).

Aunque, en principio parezca al exterior que en ambos casos Se hace lo mismo, la vida se encargará de aclararnos ulterior­mente la verdad de ambas actitudes. Como en el primer caso

manera al hombre que en determinados momentos «le parece al alma que no tiene El (Dios) otra en el mundo que todo El es para ella sola».

Sobre el tema de la armonía entre el amar de Dios y del prójimo al lector caso tellano le pueden ser útiles los siguientes trabajos: J. R. GARCfA-MuRGA, Intimidad con Dios y servicio al prójimo a la luz de la teología de Karl Rahner, Madrid, Ediciones S. M., 1968, 187 pp. IDEM, El rostro liberador de Dios, en Teología y mundo contemporáneo. Homenaje a Rahner, Madrid, Cristiandad, 1975, pp. 89-114; W. KRUS­CHE, Jesús de Nazaret verdadero hombre y camino hacia el prójimo, en Libertad cristiana al servicio del hombre, Bilbao, DDB, 1980, PP. 53-61; J. SUDBRACK, Prognosis de una futura espiritualidad, Madrid, Studium, 1972, pp. 45·120. Sobre este tema quisiera añadir que quizá la incompatibilidad que en el pasado algunos veian entre amar a Dios y amar al prójimo, tenga su origen en que se insistía demasiado en el hecho de que el primero era fuente del segtmdo, pero se olvidaba que el segundo, a su vez, hace crecer el amor de Dios dentro de nosotros.

22 Cfr. las reflexiones que a este respecto hace F. RUIZ SALVADOR en su articulo Discemimiento y mediaciones, en Rev. de Espiritualidad, 38 (1979), 574-575.

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lo que se busca es la realización personal y el otro es sólo una mera ocasión propicia, al otro se le abandona cuando ya no nos es útil. En el segundo caso, como el centro son los otros, la humanidad -lo cual, sin embargo, trae también como conse­cuencia la realización personal, la felicidad personal que da el haber s~do capaces de hacer felices a los demás-, se estará siempre en grado de superar la prueba de la vida, porque los otros, independientemente de la rentabilidad personal, siempre serán objeto de sus atenciones y pensamientos. Este es el ideal de relación cristiana perfecta con el otro, aquella en donde no sólo no hay instrumentalización, sino más bien ayuda mutua en la realización personal humana y cristiana, aquella a través de la cual podemos encontrar verdaderamente a Dios y nuestra pro­pia realización en la convivencia junto con nuestros hermanos los hombres. En otras palabras: sólo hay verdadero encuentro con el Dios de J eSllcristo y realización personal cristiana, si nos esforzamos por buscar también la realización personal del pró­jimo, porque Dios es esencialmente relación, donación, y el hom­bre hecho a imagen y semejanza suya 10 ha de ser también.

1.5. Por último, dos aclaraciones complementarias en torno a dos problemas que me parecen fundamentales a la hora de valorar el puesto y sentido del otro dentro de la dinámica teo­logal cristiana.

En primer lugar, con frecuencia cuando se piensa en el otro como fuente de vida teologal para mí, sólo se piensa (precisa­mente por un error de perspectiva, de autoservicio en el fondo) desde una perspectiva parcia lista en aquellas personas buenas, o santas, o sabias, o de un testimonio sorprendente en algún campo; a lo sumo en una comun1dad 'eclesial en que todo mar­che sobre ruedas, o, como mucho, en los 'cristianos; es decir, personas de las que yo pueda sacar personalmente provecho. Los demás, aquellos de los que yo no puedo sacar provecho según mi modo de ver, a lo sumo serían objeto de nuestro amor por Dios ya afirmado, pero no origen de él, no recuerdo-presencia reveladora del amor de Dios para con nosotros, que nos ayuda a crecer en el amor hacia El y en actitudes vitales concretas semejantes a las suyas respecto de toda la humanidad. Este modo parcialista de enjuiciar las cosas debe desaparecer de nuestro ámbito mental. Aunque cada uno nos ayude a su modo en este

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caminar evangélico, todo hombre por el hecho de serlo, sea cre­yente o no, sea inteligente o poco dotado, rico o pobre, ha de ser considerado 'como fuente de vida teologal y evangélica por parte de todo cristiano. Como ya hemos señalado anteriormente, todo encuentro con un hombre es en potencia, y de hecho si nosotros queremos, un encuentro con Dios. o con otras pala­bras: para un cristiano todo encuentro con otro hombre ha de suponer siempre un reencuentro con el evangelio. Y, si algo falla alguna vez, habrá que buscar la ¡causa en el creyente, no en aquel hermano nuestro a quien tenemos delante. Todo tipo de límites parcialista y selectivo a este respecto ha de ser abolido. Nuestra frontera ha de ser los limites de la humanidad. Por eso, respetando vocaciones y condicionamientos sociales, hemos de procurar llegar siempre a los más a:1ejados, a los que son los últimos, a los que están más allá de nuestro círculo. Si alguna vez ha de hacerse una selección, los ahora mencionados son los que han de tener nuestras preferencias, pero como fruto de una -eIedción existencial personal, no como consecuencia de la exclu­sión de los demás 23.

La segunda anotación pretende desbloquear cierta rigidez mental que solemos tener por 10 general a la hora de hablar del sentido de las mediaciones; casi como si el descubrimiento de Dios y la respuesta por nuestra parte tuviera que darse siempre a través de la misma mediación en cada ocasión, 10 cual es falso. Ateniéndonos al caso del hermano, podemos decir que uno puede descubrir a Dios en el hermano y encarnar su respuesta en otras ·mil formas diversas, y al revés; al Dios descubierto en no importa ahora qué forma, corresponderle con nuestro amor por el hermano. Lo importante, pues, no es que la manifesta­ción de Dios y nuestra respuesta se produzca siempre en el mis­mo medio-ambiente teologal, sino que ambas realidades se den de hecho en la dinámica de la vida real y que el hermano se encuentre siempre entre las realidades claves de nuestra vivencia teologal.

23 Sobre el tema de saber encontrar a Dios en los últimos, en los «sin dignidad», cfr. E. McDoNAGH, La dignidad de Dios y la dignidad de los «sin dignidad», en Concilium, (1979), n.O 150, 567-575. Este encuentro con Dios puede ser en si tan positivo como cualquier otro. Y diciendo esto, no pretendemos atacar aquellas apor­taciones del prójimo que no provengan del contacto con los que son más pobres que nosotros, sino simplemente liberar de toda interpretación clasista el encuentro con el otro. Precisamente sobre el sentido de otras aportaciones de los demás en nuestra vida, el lector puede consultar mi artículo Dirección y gula espiritual, en Rev. de Espiritualidad, 38 (1979), 615-633.

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2. Realización colectiva e individual.

Para completar nuestras reflexiones en torno al sentido del otro en la vida cristiana, me parece muy importante y necesa­rio abordar ahora en segundo lugar un aspecto un tanto distin­to, aunque complementario, del que hasta ahora hemos venido desarrollando en esta segunda parte de nuestro trabajo, y al que, sin embargo, hemos venido haciendo alusión con una cierta fre­cuenda. Se trata de la importancia que tiene la realización co­lectiva en toda realización personal.

2.1. Con el otro, 'con los otros, nos liga, hablando en hu­mano y en cristiano, no sólo una relación individual, sino tam­bién otra colectiva, dado que los otros no sólo son aquellos seres humanos indivÍ'dualmente distintos de nosotros, sino que también son aquellos con los que estamos unidos en una misma suerte humana y cristiana, con los que formamos, querámos10 o no, un todo inseparable. Y esto es algo de 10 que el hombre de hoy cada día tiene más conciencia 24, Pero ¿cuál sería la dinámica de la relación entre los otros y cada individuo desde esta pers­pectiva?

Partiendo del hecho de que todos nosotros estamos integrados en un cuerpo que se llama humanidad, 10 primero que hay que decir es que ésta es algo más que un mero ambiente, más o menos favorable o adverso, en el que el hombre realiza su propio designio personal en solitario. La Humanidad, los otros, son algo más que un puro entorno condicionante de la propia realización personal. Si somos humanidad, la humanidad es nuestra vocación, aquella meta que siempre hemos de tener ante nuestra mente

24 ef. Pedro LAÍN ENTRALGO, O. c. Al lector, quizá, le pueda interesar aquí de modo particular el capítulo que, al final del primer volumen, dedica el autor a presentar expresamente el hecho de «El espíritu comunitario del siglo XX», pp. 393-433. También una breve presentación de este fenómeno actual se puede ver en B. WALDENFELS, El transfondo histórico-espiritual: Del yo al nosotros, en ExpeTien­cia y teología del Espíritu Santo, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1978, pp. 225· 242, que es un estudio más bien filosófico, aunque publicado en una obra de carácter predominantemente teológico.

Símbolo de esta nueva mentalidad, y ya dentro de un campo de publicaciones dedicadas más directamente a presentarnos la vida cristiana, es el hecho de que haya autores, por ejemplo, que titulen algún capitulo de su libro con frases como «El cristianismo es ... los otros» (J. M. GONZÁLEz-Rurz, Marxismo y cristianismo fren­te al hombre nuevo, Madrid, Marova, 2." ed., 1972, p. 135), Y «El 'nosotros' de los cristianos» (P. A. LrEGE, Comunidad y comunidades en la Iglesia, Madrid, Nal'cea, 1978, p. 17).

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y hacia la que hay que tender con todas nuestras fuerzas, porque en su realización se juega la nuestra personal. Esta última, pues, para todo hombre pasa siempre por el deseo de construir la hu­manidad del tiempo en que le ha tocado vivir y a sí mismo den­tro de él, y será mayor o menor en proporción de lo que nosotros, según nuestras posibilidades y vocaciones, hayamos sido capaces de aportar a esta gran tarea común de la :construcción de nuestro ser humanidad. Y es sólo desde esta perspectiva, del que pone de su parte todo lo que ,está a su alcance, que se puede decir de una persona que se ha realizado como tal, incluso habiendo vivi­do en una época o en un ambiente que, juzgándolo colectiva­mente, podemos calificar de desastroso. Pero si yo no pienso en la realización de la humanidad, me estoy desayudando a mí mis­mo, porque todos estamos unidos en una misma suerte para los bienes y para los males. Nadie que se olvida de esta verdad po­drá librarse, como consecuencia, de perder inútilmente mucho tiempo y fuerzas.

2.2. Y, si esto es verdad hablando humanamente, no lo es menos desde una perspectiva cristiana, porque, lo mismo que no se puede ser verdaderamente hombre si no se es humanidad, tampoco se puede ser cristiano si no se es esencialmente comuni­dad, asamblea de Dios, Iglesia de Jesús, Cuerpo vivo de Cristo, por lo que la descripción del ideal de realización cristiana o san­tidad no se sostiene hoy día en ningún sentido. Es el mismo Con­cilio Vaticano II quien nos confirma esto cuando dice: "En todo tiempo y lugar son aceptos a Dios los que le temen y prac­tican la justicia (Cf. Act 10,35). Quiso, sin embargo, el Señor santifi:car y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente" 25.

El cristiano, como decíamos, es verdaderamente tal en la me­dida que es comunidad, que es Iglesia, y por eso ha de considerar la madurez, la realización, la santidad de la misma como la prin­cipal tarea de su vida de creyente. Si, porque el cristiano madura

25 Lumen Gentium, n.O 9. En este sentido se pueden leer algunos artículos publi­cados por M. D. CHENU en su libro El Evangelio en el tiempo, Barcelona, Estela, 1966, así por ejemplo Cuerpo de la Iglesia y estructuras sociales (pp. 151-161), Liber­tad y compromiso del cristiano (pp. 319-340), Destino personal y moral comunitaria (pp. 341-349), Clases y Cuerpo Mlstico de Cristo (PP. 463-478). Por desgracia muchas de las grandes intuiciones que aquí expresa el autor están todavía poco desarrolla­das en nuestra actual Teología espiritual.

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en su fe, se hace santo en la medida que entra en el ámbito del Santo, de Dios, viviendo para lo que El vive, es decir, la nueva humanidad, la Iglesia. Y, desde el punto de vista del evangelio, lo que verdaderamente importa no es tanto que uno o dos o cien se sientan realizados dentro de la Iglesia, sino la santidad, la realización, la madurez del entero grupo de los que creen en Jesuoristo. Pero no basta 'con esto, sino que hay que decir algo más, y es que, dado que la vocación de la Iglesia 'es precisamente transformar la humanidad en Reino de Dios, nadie puede decir que está dentro de la misma, si la humanidad en cuanto tal no ha entrado dentro de nosotros con todas sus alegrías y preo­cl1paciones 26,

Con 'esto no queremos decir que no tengamos que trabajar por maduramos a nosotros mismos y superar nuestras propias deficiencias. Tenemos que trabajar sí, pero nunca, en primer lu­gar, en orden a nuestra propia perfección individual, sino en orden a estar más capacitados para poder ayudar a los demás y hacer la Iglesia más digna, más bella. Una madurez cristiana planteada así, lejos de redu:cir las exigencias evangélicas, como podría parecer a algunos, las amplía constantemente, porque el criterio de nuestra entrega al evangelio no viene marcado por nuestra generosidad más o menos conformista, sino por los de­más, por las necesidades y exigencias de la humanidad y la Igle­sia de cada tiempo y lugar. Desde esta perspectiva habría que señalar la necesidad de que la actual teología espiritual abando­nara su excesiva atención a la santidad individual, y, sin olvidarse por eso de los santos que han existido en el pasado y de su fun­ción actual en la Iglesia, se preocupara un poco más de hacer­nos comprender mejor a todos el sentido eclesial de la misma.

2.3. Es precisamente desde este contexto desde el que se ha de entender también el apostolado cristiano en el sentido más amplio de la palabra, es decir, sin las restricciones parcialistas de las que ahora suele ser objeto. Dentro del apostolado ha de entrar todo aquello que el cristiano hace para contruir el ideal

26 Cfr. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, n,O 1. En general toda la mencio· nada constitución pastoral gira sobre este tema, como se sabe. H. U. VaN BALTHASAR, en su o. e" pp, 290·295 -al hablarnos del sentido cristiano del prójimo- afirma que, desde un punto de vista eclesial, los otros, los que aún no son Iglesia, constituyen una de las razones más importantes de su existencia, porque a ellos, como Cristo, ha sido enviada, Y por eso un cristianismo cerrado sobre sí, sobre la plácida con· templación gozosa de los que ya forman la comunidad eclesial sin esta apertura a la humanidad, estaría viciado en sus planteamientos,

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de humanidad hacia el que tiende, el Reino de Dios, la Iglesia. Sólo así adquieren su verdadero sentido las afirmaciones del Con­cilio Vaticano n de que todo cristiano, por el hecho mismo de serlo, está llamado al apostolado, es decir, a la construcción del Reino de Dios, y que toda la Iglesia 'es misionera 27.

Sin despreciar en nada todas aquellas realidades que hasta ahora han recibido más expresamente el apelativo de apostolado -evangelización directa a través de la palabra, catequización, predicación y toda una gama de obras llamadas de mise,ricordia o apostólicas-, y que suponían, por lo general, un estado de vida especial en aquellos que las realizaban o era algo como añadido a la vida ordinaria, hay que decir que todo cristiano, por el hecho de serlo, es un enviado (apóstol), tiene confiada una misión: la de construir, como ya dijimos antes, la Iglesia, la humanidad, el Cuerpo vivo de Cristo del que forma parte. Pero no sólo esto. Hay que decir más. Hay que decir que no sólo algunos actos del 'creyente, sino todos pueden y deben ser "edificantes" (en el sentido que venimos hablando), cons­tructores de humanidad y del Reino de Dios en este mundo, precisamente porque formamos parte de un cuerpo vivo y todo repercute en el cuerpo total tanto lo malo como lo bueno. Así, el trabajar por la propia madurez cristiana, el ayudar a los demás a madurar, el realizar una tarea de las denominadas seculares, el realizar una de las tareas que hasta ahora recibían más expresamente el nombre de apostólicas, todo, por esta co­rresponsabilidad que existe en la fe de la que hemos hablado, edifica la Iglesia.

Desde este punto de vista, se entiende mejor el valor cons­tructivo eclesial de la vida contemplativa, y de la misma vida lai~ca, a la que se la libera de la necesidad de tenerse que es­tructurar a semejanza de la vida sacerdotal o religiosa en este campo del apostolado, porque cada vez que el hombre vive su vida desde el evangelio está construyendo la Iglesia, está siendo 'consecuente con la misión que se le confió en el bau­tismo.

Además, esta visión del ser cristiano nos libra a todos de esa especie de esquizofrenia existencial que dividía a los cris­tianos, e incluso la vida de un mismo cristiano, en dos mitades:

27 Cfr. CONCILIO VATICANO II, Apostolicam actuositatem, n,o 2-3, y Ad Gentes, n.O 2. 36.

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una apostólica y otra no-apostólica -como si hubiera acdo­nes del cristiano que pudieran ser indiferentes a la vida de la comunidad ecIesial-, y fomenta en todos nosotros un mayor sentido de responsabilidad o "sentido de Iglesia", del que tan escasa anda cierta espiritualidad tradicional, precisamente por su marcado tono individualista. Porque ciertamente una cosa es clara: que el ser crisiiano no es un asociarse a algo que ya está acabado y conseguir permanecer allí hasta el final de nuestros días, sino adherirse a algo que se está construyendo día tras día, y donde el crecimiento cualitativo es tan impor­tante como el cuantitativo.

2.4. Esta meta 'comunitaria y eclesial de la que venimos ha­blando -que forma parte integrante de nuestra realización per­sonal-, es algo, sin embargo, que no se alcanza sin mucho esfuerzo, porque la humanidad está viciada por la tendencia al pecado, que es sinónimo de tendencia a la autodestrucción, degradaCión, individualismo, y que es, por lo tanto lo más opuesto al ideal de humanidad del que hablábamos hace unos instantes. De aquí la importancia decisiva que tiene para nues­tra vida el sacar a la ascesis cristiana de los estrechos plantea­mientos individualistas en que ha permanecido hasta ahora, y el abrirla a dimensiones más eclesiales y de humanidad, que son las suyas verdaderas 28.

Porque ascesis 'es sinónimo de esfuerzo, de arte de saber transformar, a semejanza de Cristo y por su poder, todo lo que es pecado, caducidad y muerte en resurrección y vida. Pero este misterio de muerte y de vida afecta tanto a nuestras propias personas como al cuerpo del que formamos parte. O mejor, afecta a nuestras personas porque, de un modo irreversible, formamos parte integrante de ese cuerpo que se llama humani­dad. Por eso el 'cristiano no puede contentarse sólo con libe­rarse y transformarse individualmente. Quien esto hiciera, es­taría siendo víctima de un espejismo humanamente hablando, aparte de ponerse en abierta opisición respecto del evangelio y del ejemplo del mismo Cristo. En este punto, verdaderamente cristiano es sólo aquel que siente la necesidad y el deber de cargar sobre sí con todo lo negativo de la humanidad a todos los niveles -material, moral, espiritual- precisamente para

2B Ofr. M. D. CHENU, Dimensiones colectivas de la ascesis, en su libro El Evan­gelio en el tiempo, Barcelona, Estela, 1966, PP. 367-376.

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transformarlo en positivo, en misterio de vida, porque, como ya dijimos antes, en la realización de toda la humanidad se está jugando la suya propia. Naturalmente, entre lo negativo de la humanidad está la propia tendencia al pecado, y por eso el cristiano también habrá de trabajar por superarse a sí mismo, por estar a tono con el evangelio, pero siempre desde perspec­tivas de humanidad y ecIesiales, y siendo conscientes de que toda liberación personal por nuestra parte supone una aporta­ción muy positiva a la realización de la humanidad en su con­junto, a la realización del cuerpo de los creyentes en Cristo en cuanto tal.

Por otra parte, y como consecuencia de todo lo dicho hasta aquí, me parece importante indicar que la Teología Espiritual debería apreciar, mucho más de lo que lo ha hecho hasta el momento, el valor ascético, es decir, de vivencia personal del misterio de muerte y resurrección con Cristo, que tiene todo aquello que de negativo cargan los demá.s sobre nosotros 29 o que nosotros voluntariamente compartamos con los demás para ayudarles a transformarlo en positivo, en vida, en resurrección, en liberación. Lo que nos viene de fuera, de una forma pasiva si se quiere, es decir, no buscada expresamente en ese momen­to, nos ayuda a vivir el misterio personal y social de muerte al pecado y todo lo que destruye al hombre de una forma mu­cho más radical que todo aquello que nosotros nos podamos inventar.

29 Cfr. CONCILIO VATICANO n, Gaudlum et Spes, n,O 38.