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SEGUNDO CONCURSO DE RELATOS DE UGT Ayuntamiento de Alcobendas Unión General de Trabajadores “inmigración, emigración e interculturalidad”

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SEGUNDO CONCURSO DE RELATOS DE UGT

Ayuntamiento de AlcobendasUnión General de Trabajadores

“inmigración, emigración e interculturalidad”

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Agradecemos al Ayuntamiento de Alcobendas la colaboración brindada para la realización de esta obra.

Departamento de Migraciones Confederal UGT:Equipo Técnico

Ana Mª Corral JuanMaría del Pino López de FrutosPilar Roc AlfaroJosefa Avalos

© Fotografía de portada: Javier Rodríguez Gómez

© Fotografías: Javier Rodríguez Gómez

© UGT, 2006

Colabora:FETE-UGT

ISBN: 84-8198-635-6Depósito legal: M-12.262-2006

Edición a cargo de Cyan, Servicios y Producciones Editoriales, S.A.

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Este segundo concurso de relatos vuelve a poner en las manos historiasde ahora y de ayer; de un pasado en el que los españoles nos fuimos abuscar otra vida, y de un presente en el que son otros los que vienena buscarla aquí, entre nosotros. Historias de grandes triunfos y pequeñasderrotas. Y al revés. Puede que reconozcamos lo que nos cuentan, que lohayamos oído alguna vez, quizás a nuestros padres, a los abuelos y quenos sorprenda la poca diferencia que media entre los sueños, desengañosy el vivir de unos y de otros. Recordar nuestra historia de emigrantes, tie-ne que servirnos para hacer más fácil el presente en esta tierra de aco-gida. La convivencia requiere esfuerzos, pero al esfuerzo estamos acos-tumbrados los trabajadores y trabajadoras, desde siempre y en todaspartes.

Hay relatos en esta publicación que hablan de momentos comparti-dos que dan inicio a un camino conjunto con el propósito de entendersey respetarse. Otros, de momentos desaprovechados que separan. Todos

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PrólogoCándido Méndez Rodríguez

Secretario General UGT

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ellos, contados por los propios migrantes o por otros, son parte de la rea-lidad de nuestro país. Porque morir en el Estrecho, ofrecer sexo por dine-ro o trabajar en condiciones de explotación es una realidad, aunque secuente en un relato.

Que esta cuidada publicación y que las palabras escogidas no nosconfundan en cuanto a la dureza del fondo de las historias que cuentan.Conocer y por ello entender, sentirnos concernidos y actuar ganandoespacios para la convivencia y el respeto es tarea que nos corresponde atodos. El concurso de relatos de la UGT es una de nuestras aportacionesa este objetivo de lograr una convivencia pacífica y una sociedad mejor.

Madrid, 17 de febrero de 2006

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Cuando el año pasado iniciamos este concurso junto con FETE-UGT,todos estábamos convencidos de que teníamos un instrumento muyútil.

Útil no sólo para reivindicar la solidaridad con los inmigrantessino también el reconocimiento que debemos al emigrante que dejan-do su país, su familia y sus cosas más queridas busca una vida mejorpara los suyos; y más todavía para enfatizar los valores de una nuevasociedad.

Y efectivamente esta segunda edición nos da la razón por una partepor la gran participación y la calidad de los relatos, pero, sobre todo, porel corazón, la esperanza, la fuerza y la generosidad que llega a través deellos. Nos habla de muchos ciudadanos comprometidos, sensibles anteesta nueva situación que, estamos seguros, cambiará muchas cosas en elsiglo XXI.

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PrólogoJosé Caballero Domínguez

Alcalde de Alcobendas

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No dudemos ni un momento: está en nuestra mano que el cambio seapositivo, como toda revolución pacífica, requiere del trabajo continuado,del esfuerzo de todos y de la generosidad para comprender a los otros yhacer con ellos una causa común. Y qué mejor causa que hacer una nue-va sociedad para todos.

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Necesitamos palabras. Palabras para entendernos. Palabras para conver-sar. Palabras para conocernos. Palabras para crear redes de solidaridad.Necesitamos todas las palabras que nos permitan borrar la distancia ycrear una nueva mirada sobre este mundo nuestro, cada vez más multi-cultural, cada vez más rico en matices, en proximidades y diferencias.Necesitamos todas las palabras, de todos los lugares, en todos los idio-mas, en todos los dialectos.

En la escuela, día a día, alumnos y alumnas se esfuerzan por en-contrar las palabras que nos nombran. Guiados por el profesorado,trabajan afanosamente sobre los cuadernos, para entender el significa-do de estos trazos incomprensibles, que poco a poco les van abriendolas puertas de una vida a la que acaban de arribar. A cambio delaprendizaje, nos regalan un nuevo vocabulario, otros acentos, distin-tos significados, que poco a poco se van incorporando al mestizajedel aula.

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PrólogoCarlos López Cortiñas

Secretario General FETE-UGT

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Es en la Escuela donde ellos y ellas aprenden a relacionarse des-de el conocimiento, el respeto y el diálogo. Quizás mañana escribirán,como lo hacen hoy, las personas que protagonizan este concurso, un rela-to que nos ayude a entender el significado de la inmigración, de la lle-gada, del adiós, de la acogida..., relatos imprescindibles sobre el respe-to, el intercambio y la convivencia en común.

Necesitamos todas las palabras.

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“En el fútbol como en la vida” (primer premio)José Mª Rodríguez Matarredona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

“La vida sin nada” (segundo premio)Domingo López Humanes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

“Distancias” (tercer premio) José Luis Sánchez-Garrido García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

“Quesadillas quiteñas” (finalista) Benjamín Pulido Navas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

“La niña del acordeón” (finalista) Walter Christian Medina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

“El peso de lo invisible” (finalista) Carmen Marzo Calleja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

“La esfera de la vida” (finalista) Emilio Garrido Moreira . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

Índice

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“Gracias, Don Quijote” (finalista) Hajar Aynaou . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

“La soledad de la gata” (finalista) Pedro Manuel Martínez Corada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

“El sueño del camaleón” (finalista)Francisco Bribiesca Páramo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

“Una se entera de todo”, Eduardo Jauralde . . . . . . . . . . . . . . 87“Melodía en negro”, Ana María Moya Romero . . . . . . . . . . . . 93“La última llamada de Mamá-Dido”, Bárbara Meneses

Montgomery . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99“A través de las líneas discontinuas”, María José Álvarez

Álvarez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109“El poeta y el desarraigo”, Andrés Alarcos Vela . . . . . . . . . . . . 119“Poesía”, Jacinto Bacón Tixi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121“Mujeres de muchas partes”, Alba Alfageme Casanova . . . . . . 125“Sueños prisioneros”, Ana Belén Figueira Álvarez . . . . . . . . . . 135“Hipercor de La Castellana”, Beatriz Gladys Vieites Vázquez . . 141“Buenos Aires-A Coruña. Madrid-Guayaquil”,

Pablo Vázquez Pita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

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En el fútbol como en la vida

Como ciudadanos, como hombres y mujeres de ambas aldeas—la global y la local— nos corresponde desafiar prejuicios,extender nuestros propios límites, aumentar nuestra capaci-dad de dar y recibir así como nuestra inteligencia de lo quenos es extraño... La lección de nuestra humanidad inacaba-da es que cuando excluimos nos empobrecemos y cuandoincluimos nos enriquecemos. ¿Tendremos tiempo de descu-brir, tocar, nombrar, el número de nuestros semejantes quenuestros brazos sean capaces de hacer nuestros? Porqueninguno de nosotros reconocerá su propia humanidad si noreconoce, primero, la de los otros.

Carlos Fuentes, En esto creo

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En la vida como en el fútbol hay cuestiones que no tienen explicaciónlógica; por ejemplo, el hecho de que yo, un profesor oriundo de Sevilla,esté mirando desde la ventana de mi aula cómo un sahariano, llamadoMourad, y un rumano, llamado Emanuel, juegan al fútbol en un institu-to de un pueblo perdido de la serranía de Cuenca.

Hoy es día de excursión para el curso de Mourad y Emanuel peroellos no han podido ir porque no han traído la autorización firmada porsus padres. Ellos, como sus hijos, no conocen el español, así que a efec-tos prácticos da exactamente igual entregarles una autorización, un bole-tín de notas, una amonestación o cualquier otra cosa. De todos los alum-nos de segundo de la ESO sólo Mourad y Emanuel permanecen en elcentro por problemas de papeles.

La solución lógica que adopta el equipo docente consiste en darles unbalón e indicarles con el dedo índice la dirección del patio. Allí comien-zan a jugar un partido de características especiales. Para empezar,

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En el fútbol como en la vidaJosé María Rodríguez Matarredona

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ambos tienen claro que deben jugar uno contra otro, que no les queda otraalternativa que el enfrentamiento; no se plantea en ningún momentojugar juntos a pasarse el balón o ir alternando los papeles de portero ychutador. Además, quizá ya demasiado acostumbrados a las circunstan-cias adversas, a ninguno de los dos se le ocurre suavizar las condicionesde este partido descomunal, por ejemplo reduciendo las dimensiones delcampo. Es decir, se juega uno contra uno y sin ninguna limitación espa-cio-temporal: por todo el espacio del campo de fútbol y sin cota aparen-te de tiempo, ya que estamos a primera hora y la excursión de los que tie-nen papeles en regla durará todo el día.

A mi izquierda, directamente desde el Sahara, con pantalón vaqueroque le queda corto, chaleco de lana gordo de la línea de moda Cáritas,Mourad, de segundo A. Mourad, es el alumno que en los recreos vieneconmigo para que juguemos a las cartas, al pinball del ordenador o paraque veamos las fotos de los periódicos sobre la guerra de Irak; cuandoveo que sus compañeros le zarandean y/o putean Mourad disimula rién-dose como si estuvieran jugando. Mourad sabe imitar muy bien el balidode una oveja y acepta peticiones de sus compañeros al respecto.

A mi derecha, desde Rumanía, también con pantalón vaquero perocon chaqueta de chándal con cremallera, Emanuel Illie, de segundo B.A. Emanuel, no lo conozco porque no me visita en lo recreos pero tieneaspecto de campesino español que se acaba de quitar la boina despuésde trabajar en el campo o en un ataque de calor, el pelo grasiento pega-do en el rostro pecoso que de alguna manera está menos bronceado en lafrente. El profesor de Educación Física me ha comentado que a Emanuelle huelen mucho los pies.

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Comienza del partido y desde el principio es Emanuel quien domina.Este dominio territorial del rumano me obliga a visitar con demasiada fre-cuencia el fondo de la clase para alcanzar el ángulo que me permite ver laportería izquierda. Esta operación la hago con disimulo y envolviéndola enmotivos pedagógicos, yendo y viniendo a lo largo de la clase extendiéndo-me quizá demasiado en mis charlas. Con mucho mérito por mi parte con-sigo mantener la clase peripatéticamente mientras veo el partido.

Durante la primera hora la goleada del rumano es ya espectacular.Hace muy buen día y el espléndido sol que luce me hace temer por lasalud de los jugadores.

En la segunda hora mi condición de espectador se ve seriamente perjudi-cada. Estoy en un aula aún más escorada a la derecha, además Mourad es yaprácticamente incapaz de realizar un ataque. Debo permanecer casi inamovi-ble en el fondo de la clase para ver el partido. Sólo me dirijo a la pizarra cuan-do es totalmente imprescindible. A estas alturas del encuentro confirmo queéste es un partido especial, distinto a cualquiera que haya visto o jugadoantes. Son varias las cosas que no entiendo de este partido y creo que otrasque ellos no entienden o de las que al menos no son totalmente conscientes.Por ejemplo, Emanuel le está dando una paliza a Mourad extremadamentecruel. No entiendo la extraña insistencia de Emanuel en seguir marcandogoles, no perdona ni uno. Por su parte Mourad no ve nada raro en esto y élmismo sigue jugando al máximo de sus posibilidades (ya bastantes merma-das, va con los brazos en jarra). El caso es que Emanuel está siendo cruel conMourad y éste lo entiende, lo ve lógico, se da cuenta de que los dos están enlas mismas circunstancias y podríamos decir que comprende que Emanuel nopierda una oportunidad que le presenta la vida de poder tiranizar a alguien.

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A tercera hora Mourad no puede físicamente más, está reventado.Estoy realmente preocupado por la posibilidad de que le dé un ataque decansancio, insolación o algo así. Emanuel permanece aparentementefresco, con su cara de campesino haciendo un receso en su trabajo parasecarse el sudor, pero dispuesto a continuar. El juego se desarrolla total-mente en el campo de Mourad, que ha pasado de los brazos en jarra ainclinarse con las manos en las rodillas. Por su parte, Emanuel siguemarcando goles mecánicamente a un ritmo frenético. Mientras explicocómo el cloro y el sodio se unen mediante un enlace iónico me preguntosi esto que estoy viendo demuestra la superioridad atlética de la razaeslava sobre la árabe o algo así. Me sorprendo planteándome esta cues-tión en un pueblo de Cuenca, pero sigo adelante con el enlace iónico.

Mourad y Emanuel llevan más de dos horas jugando. A partir de lacuarta hora los pierdo de vista porque tengo clases en el otro ala del ins-tituto. Al día siguiente me informaron de que Mourad y Emanuel acaba-ron peleados. Yo le pregunté a Mourad mientras jugábamos al pinball alordenador quién había ganado el partido. Me contestó imperturbable quehabía ganado él.

—¿Seguro?—Sí, gané yo —y sonrió.Y es que en el fútbol como en la vida es duro aceptar las derrotas.

Perder jugando al fútbol es aún más terrible que perder al ajedrez. Per-der al ajedrez duele en tanto que se admite que es un juego de inteli-gencia y que por tanto gana el más listo. Pero es un dolor localizado, laderrota en el fútbol deja en cambio una infelicidad global, que hiere alcuerpo y a la mente, es una insatisfacción general.

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La vida sin nada

—¿Y dónde quedaría, exactamente ese Japón?Siempre recto. Hasta el fin del mundo.Partió el seis de octubre. Solo. A las puertas de Lavilledieu abrazó a su mujer Hélène y ledijo simplemente:—No debes tener miedo de nada.

Alessandro Baricco, Seda

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Lo más preciado que poseo en la vida, mi sustento, es esa cabra que memira y bala de hambre. Quiere el trozo de pan duro que, siendo lo úni-co que comeré hoy, estoy mordiendo a pequeños y ansiosos bocados, paraque tarde un poco en acabarse. El animal no se mueve. Quizás com-prende que no debe gastar fuerzas en trotes inútiles y que a su alrededor,en bastantes kilómetros a la redonda, no hay otra cosa que esta llanurarojiza y pedregosa sobre la que diariamente padecemos juntos. A veces,cuando la debilidad y la fatiga no me lo impiden, la llevo a la loma deZenuia, casi pastoreándola de verdad, y consigue masticar algún hierba-jo, enano y espinoso, sin demasiado verdor, de donde sacar el alimento.Ella sabe bien que estamos rodeados por la miseria, condenados por lapobreza más absoluta y yo sé que cuando caiga muerta, Dios no quieraque sea pronto, pereceré sin remedio tras ella. Me llamo Manssur, tengo47 exhaustos años, que es mucha edad para un campesino pobre marro-quí, una esposa y una hija sepultadas bajo el polvo de este páramo y dos

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La vida sin nadaDomingo López Humanes

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hijos que emigraron a España hace dos años y de los cuales no he vuel-to a tener noticias. Es todo lo que he conseguido en una existencia bru-tal de necesidades, sobreviviendo casi por pura inercia, con la fuerzaque, como lo hace una chumbera, atesora el cuerpo. Eso y la ropa y lasalpargatas rotas que voy arrastrando. No disfruto ni siquiera de unamorada digna. Vivo de alquiler en un cuartucho oscuro que pago con laleche que vendo en este lugar donde apenas germina nada que se pre-tenda cultivar, donde no llueve y el sol lo achicharra todo. No hay futu-ro aquí. La mayoría de los jóvenes dejaron la aldea, tentando la suerte.Ahmed, el vecino, tiene también dos varones en España. Pero él hablacon ellos y le brillan de orgullo los ojos todas las mañanas. Sus hijos leenviaron un teléfono móvil, que exclusivamente enciende los viernes porla noche —cuando llaman— para que no se gaste y estropee la mecáni-ca. Hasta se permite afirmar que va a adquirir una antena parabólica yuna televisión de batería. Es afortunado, su sonrisa y su reloj lo dicentodo. Si padece —le gusta exponer sus numerosos achaques— es sólo lonormal en un sitio extremo y paupérrimo como éste. Yo no podría pagarnunca un aparato como el suyo. No puedo ahorrar. Con la leche ganounos pocos dirhams, que mal me llegan para darle la mensualidad aHazim y comprar algo de pan y té. Y aunque pudiera ¿adónde iba a lla-mar? ¿A Almería, donde dicen que van todos y al parecer viven bien sushijos? ¿Al fondo del mar, donde también pueden estar los míos? Un hom-bre no llora pero a veces, como si rebosara por dentro, casi sin darmecuenta, me surcan la cara llena de arrugas dos lágrimas, una a cada lado.Me paso el día sentado aquí, pensando en mi hijo pequeño. Se fue con 14años, sin despedirse. No sé ni quién le prestó el dinero. Dicen que llegó a

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Tánger, que pasó semanas alimentándose en los cubos de basura, que alfinal se ocultó en los bajos de un camión y logró pasar el Estrecho. Alparecer, las autoridades españolas lo descubrieron en un pueblo llama-do Algeciras y la policía lo envió entonces a un centro de menores en elque ahora estudia el idioma y aprende un oficio. Si así fuera, él aprove-charía la oportunidad, es listo y aplicado. Y risueño. En cambio algunosaseguran que lo vieron subirse a una patera y que junto a otros chicos deBeni Mellal, el mar se los tragó.

Incluso alguien vino a mi puerta a presentarme sus condolencias. Yono digo nada. Callo y, acuclillado, espero que pase el día, para que ven-ga otro y pase también. Lo único que le pido a Dios, una y otra vez, esque esté vivo en España y que no lo echen y le den trabajo y rehaga allísu vida. Aquí no hay nada, la patria es el lugar en el cual uno come y seviste con decencia. Los sábados por la tarde voy adonde yace Fátima, laque fue mi mujer, y le cuento que todavía no sé nada de los hijos queparió dolorosamente. Barro el suelo con una rama seca y ordeno la hile-ra de piedras que marcan el terreno que ocupa la tumba. A su lado estámi niña Zahra. La cabra me acompaña siempre, como un perro. Luegovolvemos al jergón. Y digo volvemos porque duerme a mi lado. No tengocorral ni cuadra ni otro sitio donde dejarla sin temor a que la roben y lavendan o se la coman una noche. A veces, de madrugada, la oigo masti-car la manta rota sobre la que se echa. O me despierta el olor penetran-te de su orín. Pero no me quejo, nunca lo he hecho. A estas alturas, des-pués de tantos años de penalidades, ya nada me molesta. Ni siquiera elinsomnio, la angustia de no poder dormir. Y cuando puedo dar una cabe-zada me espabila enseguida cualquier ruido, un rebuzno, algún grito

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lejano. Son mis hijos que vuelven a verme, me digo temblando, soñandoaún. Pero entonces el silencio de la noche lo cubre todo, dejando a laintemperie de mi corazón la soledad y el sufrimiento. Si vinieran, aunquesólo fuera un rato, podría luego morir tranquilo. Allá en la muerte, debede haber un rincón para mí. Si supiera que gozan de salud y trabajan,que se hacen personas de respeto, aunque no pudiera abrazarlos hastacansarme, me iría de este mundo ahora o cuando le hiciera falta a Dios,tranquilamente. Sé que no me llevarían con ellos, entiendo que en esepaís les resultaría un estorbo. Porque ¿qué podrían hacer allá un viejo yuna cabra? Gastar, exigir atenciones y comida, sin arrimar el hombro oarremangarse en las faenas. No, nunca me iría. Jamás salí de esta tierra,nunca atravesé aquellos montes pelados. Mis ojos no conocieron otra cosaque cielos sin nubes y resignación. Al paso que vamos, dentro de poco yano habrá nadie que encale las paredes de abobe, ni se oigan —y ya ape-nas se oyen— las risas montunas de los niños. Dejarán de correr tras unapelota de trapo para hacerlo tras ese nombre, Europa, tras el porvenirque aquí no tienen. Muchos seguirán dejándose la vida en el camino y notendrán ni sepultura. ¿Como los míos? Si están vivos, si no murieron, sino me han olvidado, quizás en alguna ocasión reciba algo de dinero queme permita gozar de una vejez digna. Me compraría una tetera y uninfiernillo con su bombona llena. No necesitaría alardear, como Ahmed,de inutilidades ni inventos modernos. Me basto con poco. Sí, yo los trajea este mundo inhumano pero no sé si, por ello, es culpa lo que siento.Contemplo el horizonte, el día que se encamina lentamente a descansar,a buscar el alivio de la noche que lo releve y se libre unas horas de exis-tir. Un viento aún caliente levanta remolinos de fina arena llevándose, a

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falta de hojas, los rezos y lamentos de los ancianos y los sueños de hui-da de los últimos muchachos. Me levanto y la cabra se acerca. Teme que-darse sola. Le acaricio la cabeza y me vuelve a mirar, como si supiera yentendiera todo lo que estoy pensando, todo lo que me cuento a mí mis-mo. En la realidad más cruda, cuando es cotidiana y compartida, sobranlos gestos y las palabras. Antes de que la oscuridad nos envuelva iré apor agua, caliente y amarillenta, al pozo comunitario. Llenaré la botellapara beber y asearme. Y para regar las semillas que, enterradas desdehace semanas en una vieja lata, parecen negarse a brotar, como si supie-ran lo que aquí les espera. Y el animal me sigue, faldero, hacia lo quellamo mi casa, en silencio, como si ambos únicamente tuviéramos pararumiar el escaso resto de fe que nos queda.

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Distancias

Mucho me falta por andar. Hay lunas a las que todavía noladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavíano me sumergí en todos los mares del mundo, que dicenque son siete, ni en todos los ríos del Paraíso que dicen queson cuatro.

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos

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Creo que me enseñaste, en la infancia, a calibrar las distancias. Es unabella palabra, me decías aquella mañana mientras tus manos aún lavabanlos cubiertos y platos del desayuno. Me hablabas de espaldas ocupada entus labores, como en una rutinaria conversación entre madre e hijo, perosabías que desde mi silla alpina, donde aún no me llegaban los pies al sue-lo, te observaba embelesado. Siempre supiste contarme lo más complejo dela manera más simple. Pero yo, secretamente, ya intuía que fingías, y teagradecía silenciosamente que fueras tan sabia y que esquivaras tan hábil-mente los incómodos escenarios de las solemnes lecciones de la vida.

Te mentí aquella mañana, como tantas otras, cuando traté de expli-carte que la única razón para no ir al colegio, era para no dejarte sola.Para no alejarme de ti, como hizo papá cuando se fue a Alemania, tan depronto, tras un desayuno.

—Hay muchas distancias, hijo —contestaste, sin que la crueldad demis argumentos mermaran el cariño de tu tono—. La distancia de tu

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DistanciasJosé Luis Sánchez-Garrido García

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padre es sólo física. El espacio se anda, y se reduce —sentenciaste,mientras lavabas los últimos platos.

Me revolví inquieto en mi tribuna, disconforme con tu explicación ydispuesto a no renegar de mi intento de escaqueo del cole a la primera.Y percibiendo de soslayo gotas tristes en los azulejos del fregadero, tedije como quien arroja un cuchillo: “Hay mucho que andar de aquí aAlemania, mamá”.

Te volviste, entonces, secándote las manos. Y pensé que me habíaganado la primera torta de mi vida, bien merecida, para mi desconsuelo.Pero en lugar de eso, te sentaste frente a mí y, recogiendo lentamente lasmigas de tostadas desperdigadas de la mesa, empezaste a hablar, yo nosé bien si sólo a mí, de tus distancias. Hay tantas, decías. Hay distanciasen el tiempo, irreversibles, distancias de amores que fueron, que nadiequiere tocar, distancias con la familia que convierten cualquier otrolugar en extraño, distancias que nos imponemos, religiosas o políticas.Distancias con los desaparecidos y con los que vendrán. Hijo, tu vidagravitará en un mundo sustentado por tus distancias. Cada una de ellasserá un hilito, un vínculo con otras personas, con tus recuerdos y sueños,con los lugares que andarás. Aprenderás a romper unas, las que puedanliar a otras o hacerte perder el equilibrio y a soportar con firmeza aque-llas que te serán imprescindibles.

Y mientras te escuchaba me imaginaba en el centro de una enormetelaraña rodeado de miles de cuerdecitas y sólo la evocación de esta ima-gen ya me despertaba la angustia que debe padecer la presa de la arañamisma.

—Pero mamá, yo no tengo tantas manos.

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Y al ver mi expresión un tanto asustadiza, te echaste a reír por miingenuidad, tu risa me sacó en brazos de mi fugaz maraña imaginaria ysupe en ese instante que toda mi vida, hasta entonces, dependía de midistancia segura de ti.

—De todas ellas, hijo, preocúpate sólo de una. Aquella que te une ati mismo, si tu propia distancia es pequeñita —me decías suavemente,marcando la medida exacta entre el pulgar y el índice—, menos extrañaste parecerán todas las demás.

Para un niño de la edad que tenía entonces, comprender aquello noera fácil, y recurrí a la cara de interrogación que tan bien me salía, frun-ciendo mucho el ceño, casi con enfado, esperando la traducción a mi len-guaje infantil. Entonces hiciste algo que me sorprendió tremendamente,esparciste de nuevo, sobre la mesa, las migas de pan que habías reunidoen tu mano y pensé que te habías vuelto loca o que había acabado con tupaciencia. Hasta que descubrí, en unos segundos, con asombro, un uni-verso formado de diminutas porciones a las que ibas ligando nombres yconceptos: ésta de aquí, es tu futuro, y éstas otras tus sueños, aquí estápapá, y ésta tan redondita será tu novia, y este morenito de corteza, erestú, ¿y sabes?, todas tienen algo en común —decías mientras me obser-vaba, tan minúsculo, sobre la mesa—, harina, levadura y sal.

Levanté la vista persiguiendo en tus ojos la explicación definitiva alcomplejo mundo de los bollos.

—Si no conoces tus propios ingredientes —aclaraste— no sabrás queeres pan y en este mundo de migas, serás siempre un extraño.

—¿Y cómo sé yo de qué estoy hecho? —te pregunté.—Lo aprenderás en los libros, tonto —resumiste, sonriendo.

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—Y de esta forma, rompiste en mil pedazos el perfecto plan queaquella mañana de octubre, sobre la mesa de la cocina, había elaboradocon maestría y que creía infalible para no ir al colegio. Ahora el colegiono sólo estaba ridículamente cerca, sino que lo necesitaba imperiosa-mente para acortar las distancias con el mundo y con mi padre.

No tuve nunca, o casi nunca, la sensación de ser un extraño en losaños que pasamos en Alemania. Encaré una nueva vida con la seguridadde saber cuáles eran mis distancias vitales y aprendí a tirar de ellas. Meesforcé por conocerme, a medir la longitud de mi intimidad para recortarel espacio con el mundo. Años más tarde, después de hablarles a mishijos con un puñado de migas de pan en las manos emulando tus leccio-nes, me quedé en silencio un largo rato, evocando aquella mañana.

Ahora, camino despacio, recordándote. Creo que deben de ser las úl-timas brisas, apenas se balancean las hojas secas de esta vereda. Se va-cía la tarde con urgencia por abandonarse. Te hubiera gustado ese hori-zonte que enrojece su despedida, tiene la suavidad de tus miradas. Lodemás es todo silencio. Enmudece el aire y me acerca a ti. Te percibo,entretenida, de espaldas a mí, como si nada hubiera cambiado desdeaquel día en la cocina. De todas las distancias que me enseñaste, se teolvidó una: aquella que no existe.

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Quesadillas quiteñas

Estamos sujetos a la prueba del otro. Vemos pero tambiénsomos vistos. Vivimos el constante encuentro con lo que no so-mos, es decir, con lo diferente. Descubrimos que sólo laidentidad muestra es una identidad fija. Todos estamos sien-do. Nada nos hace comprender —o rechazar— esta reali-dad mejor que el movimiento que definirá cada vez más lavida del siglo XXI: las migraciones masivas de Sur a Norte yde Este a Oeste.

Carlos Fuentes, En esto creo

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La “asistenta social” de tu pueblo se despidió de ti con amabilidad, perote dijo que no era “asistenta”, sino trabajadora, trabajadora social. Parati era la Montse, la “asistenta social”; todos, hasta el alcalde, la llama-ban así.

—¿Cómo te sentaría que te dijeran “Felipe, de profesión gañán”, sisiempre fuiste pastor?, pues a mí me pasa lo mismo. La Montse, aunquequejicosa, era atenta y se preocupaba mucho de ti y de todos los que, enel pueblo, padecían complicaciones. Procurarías acordarte de lo de “tra-bajadora social”, pero de un tiempo a esta parte la memoria te da esqui-nazo siempre que puede, aunque la persigas llamándola a gritos.

Desde que murió tu esposa, habías hecho las cosas de la casa lo mejorque Dios te dio a entender, pero la artrosis y los problemas en la vista,que cada vez iban a más, cuestionaban tus ansias de no depender denadie, y es que la dependencia es como una llaga que escuece, más aúncuando eres consciente de que, a tu edad, ya no va a cicatrizar jamás.

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Quesadillas quiteñasBenjamín Pulido Navas

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Siempre fuiste un solitario, por eso te gustaba ser pastor. Tus ovejas, tusperros y el campo de puertas inconcebibles eran todo el paraíso que nece-sitabas para ser feliz. La única compañía imprescindible, tu esposa Matil-de, a la que no le diste hijos porque Dios, según el cura, debió oponerse,pero con la que te compenetrabas a la perfección, que nunca te reprochónada y, a cambio, te hacía reír porque tenía ese don y destacaba entre todaslas mozas del pueblo por ser la más graciosa. Debido a eso, al deseo de man-tener tu independencia y el recuerdo de Matilde, no querías que otra mujerentrase en tu hogar, aunque fuera sólo para hacerte las tareas, pero la Mont-se te convenció, y a decir verdad, había mugre en la casa para llenar trescarros, y malcomías porque ya no te atrevías a encender la cocina o a desa-fiar a la hoja afilada del cuchillo en la ardua pelea de cortar una cebolla.

—Ves fatal y estás mayor, Felipe. No vas a arrepentirte, de verdad.El Ayuntamiento te puede proporcionar una “asistenta de ayuda a do-micilio”. ¡Ah!, ¿ésa sí que es “asistenta”? —pensaste mientras firmabasvarios papeles de solicitud.

Rosa llamó a tu puerta una mañana para presentarse y decirte quecomenzaría al día siguiente. Cuando se hubo marchado, tomaste el caya-do y, con más voluntad que fuerza, te acercaste al despacho de la Mont-se en el Ayuntamiento, entraste sin llamar y le espetaste:

—Es chiquitilla, medio negra y del Perú, ¿de dónde la has sacado?,¿es que no hay trabajo para las mozas del pueblo? Y la “asistenta social”,que revisaba un cerro de papeles, levantó los ojos y te miró en silenciopor encima de las gafillas, como se mira al que mira el diente del caba-llo que le han regalado…, o eso pensaste tú, porque seguramente elmirar de la Montse constataba aquello de que los ignorantes rechazan

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y temen aquello que no conocen. No sabes lo que quiso decir cuandohabló de prejuicios tontos.

—Es de Ecuador, no del Perú, tú no eres mucho más alto que ella, yen cuanto a lo de medio negra, ¿te has mirado al espejo? Supongo quetantos años de pastor te han curtido la piel con ese color de tierra aman-tillada que tienes. Y sí, trabajo hay, lo que no queda en el pueblo sonmozas que quieran limpiar las casas de los viejos y Rosa es trabajadoray responsable. Eso es lo único que debes tener en cuenta.

No te gusta la situación, no te gustan los forasteros, no sabes dónde estáEcuador. “Lo tomas o lo dejas”, sería el órdago que la Montse te echaría ydebías quererlo, no te quedaba más remedio, porque necesitabas la ayudade cualquiera aunque esa persona fuera bajita, tiznada y de Ecuador.

Rosa limpió meticulosamente la casa, que falta le hacía, y tú, mien-tras, te fuiste a la plaza a tomar el sol y un chato de vino. Volviste a lahora de comer, y en la casa flotaban aromas desconocidos para ti, oloresque, de haber tenido más mundo, reconocerías como de la lejana Améri-ca, pero para ti no tenían origen, eran simplemente raros a tu nariz. Rosaestaba recogiendo sus cosas y te dijo que volvería pasado mañana, peroque te había dejado en el frigorífico comida y cena para dos días.

—Bien sabroso quedó. Le he cocinado para comer encebollado degallina. En la olla está. Para la cena tiene yuca frita y ceviche de cama-rón. Mañana puede almorzar bolón de verde y de cena, churrasquito. Yame contará si le gustó. —Caminando calle abajo te gritó—: ¡Ah!, se meolvidaba, en el fondo del refrigerador le dejé una sorpresita.

¿Ceviche, yuca, bolón?, ¿qué coño eran tales comistrajos? Sólo lapalabra gallina habías entendido de toda esa ensalada de guisos que

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había en tu frigorífico. Te maldecías por no tener hijos, que no hubieramozas en el pueblo dispuestas a atenderte. Otros llegarán que de tu casate echarán… y si no de tu casa, por lo menos de la cocina y de tus cos-tumbres gastronómicas. ¿Tenías que comerte toda esa mierda que, a saberde qué estaría hecha? ¿Qué había sido de las patatas con orégano y del ajoarriero, del magro con tomate y las lentejas estofadas?, ¿por qué en esospaíses no se come en cristiano ya que hablar, más o menos, sí se habla?Cansado como estabas, te fuiste a ver a la Montse, pero ya se había mar-chado a comer, a eso que tú no podías hacer porque tenías la cocina llenade guisotes que serían buenos para aquellos indios, pero no para ti.

No probaste bocado por orgullo, pero a las cinco de la tarde tu honri-lla se moría de necesidad, y atacaste la “gallina encebollada”, que era loúnico que te sonaba. Te costó reconocerlo, pero aquello sabía a gloria. Elhambre que tenías te empujó a acabarte la olla entera, y por seguir empu-jando, empujaste la salsa con el pan, y claro, tuviste que echar mano delAlmax, y esa noche no cenaste porque tuviste ansias de vomitar, y al díasiguiente el médico hubo de verte, y luego fuiste tú a ver a la Montse yle dijiste que Rosa quería envenenarte, que cocinaba cosas de indiosy no de cristianos, que cualquier día echaría en la sartén un mono o alperro de la vecina, y que no estabas dispuesto a soportar eso a tu vejez.La trabajadora social podría haberte echado otra vez el órdago a la gran-de, y decirte que no había más Rosas, que Rosa era la única Rosa y queson lentejas. ¡Lentejas!, tiene gracia la cosa, ésa era la verdad. Pero no,optó por pedir que te sentaras, por explicarte que en Ecuador se cocinade otra manera pero tan saludable como aquí, y por ofrecerse a acompa-ñarte a tu casa para ver la comida que Rosa te había dejado.

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—Vente a casa, sí, pero te quedas a comer conmigo, y hablamos deesos guisotes extranjeros, a ver si luego piensas lo mismo.

Lo primero que hizo la Montse cuando llegasteis fue reñirte, ya queno te pusiste malo a consecuencia del guiso de gallina, sino porque te lacomiste entera a la pobre. Mirando al suelo en silencio, como un niño deorejas gachas, sacaste las fiambreras donde Rosa te había dejado lacomida y, abriendo mucho los ojos, la Montse dijo:

—¡Pero Felipe! Tienes mucha suerte, ¿sabes lo que cuesta en Madridun plato de ceviche de camarón? ¡Esto está buenísimo!, ¡verás! Le res-pondiste que a ti no te engañaba, que no eras un crío y que decía esascosas sólo para hacerte cambiar de opinión.

—Felipe, piensa lo que te dé la gana. Yo, si quieres, te traigo unastortillas y pollo empanado, y me llevo todo esto, que está cojonudo. Tequedaste callado, masticando tus desgracias, tu ignorancia. No sabíasqué hacer, no sabías si te tomaba por tonto, si la Montse decía la verdado sólo hacía teatro; únicamente eras consciente de tu soledad, de tu inde-fensión, de tu impotencia. Responder con coherencia era tu única vía deescape.

—No te llevas nada, te he dicho que comías conmigo y a comer tequedas.

Y la Montse sirvió el ceviche —frío, que así se come—, y de guarni-ción la yuca frita y te explicó que los camarones no son otra cosa quenuestras gambas y que el guiso llevaba cebolla roja y en vez de perejilen Ecuador usaban cilantro, que es más aromático y que solía macerar-se en zumo de limones criollos, que son muy difíciles de conseguir —yfíjate tú, la pobre Rosa, que se habrá recorrido todos los mercados de la

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ciudad donde vive para conseguir los dichosos limoncillos criollos, queno saben igual que los nuestros; total para que tú los desprecies, ¡y layuca frita!, manjar de dioses, más rica que la patata a pesar de ser pri-mas hermanas—. Y tú ibas comiendo en silencio, y con tu silencio reco-nocías que aquello era delicioso, porque el que calla, otorga. El cevichetraía a tu paladar el mar que nunca viste; la yuca era comer patata consabor a castañas de otoño y a tierra mojada.

—Esta noche, cénate el bolón de verde: se hace con plátano, al quellaman “macho” porque no es dulce, cebolla y queso, y va horneado. Estáde chuparse los dedos. A ver, ¿qué más te ha dejado? Churrasquito, estoes carne, también lleva huevo, pimienta, cominos, patatas fritas y, mira,le ha puesto una rodajita de aguacate encima. ¿Ves?, no es tan diferen-te a nuestros filetes, pero lleva más alimento; ¿a que nunca habías pro-bado el aguacate?

La Montse, cuando acabó de comer, preguntó si había postre. Nosabías, pero te acordaste de que Rosa dejó una sorpresa al fondo del fri-gorífico, y la sacaste.

—¡Son quesadillas quiteñas! ¡Rosa vale una fortuna! Esto no lo comecualquiera, Felipe; estoy por contratarla para que me cocine y a ti que tezurzan.

La “asistenta” social dijo que aquello era un postre muy típico enQuito, la capital de Ecuador y que tenía historia y todo, que pidieras aRosa que te la contara.

Cuando la Montse volvió a su oficina, intentaste echarte la siesta enel sofá, pero no pudiste. No dejabas de dar vueltas en tu mollera a todolo que había ocurrido; el aroma a comida que persistía en el comedor

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contribuía a ello. Te levantaste y tomaste la enciclopedia que tu mujercompró para adornar el mueble de la televisión. Ecuador aparecía en suspáginas centrales. Sabes leer poco pero aquel libro tenía magníficas foto-grafías de paisajes, de personas, de selvas inmensas y de montañas casiverticales. Paraste en seco tus pensamientos y reflexionaste mirando alcielo; apenas sabes nada de extranjeros ni de sus países, de por qué semueven, de por qué los abandonan. Y sin embargo recuerdas a vecinosque viajaron a Francia, a Suiza, a Alemania; a unos se los llevó el vien-to del exilio y las ideas, a otros el hambre y la búsqueda de un futuro—ni mejor, ni peor, simplemente futuro—; vecinos a los que nunca vol-viste a ver, y que tendrían sus razones para marcharse. Tú no las tenías,o quizá no te planteaste si existían o no en tu interior, y permaneciste eneste pueblo donde todo, la electricidad, las máquinas, la televisión, lapolítica, las ideas, las ciencias, las artes, llegó tarde. El alcalde decía siem-pre que, más que un municipio, parecía el apeadero de una vía muerta pordonde nunca circuló el ferrocarril, ese ferrocarril que transportaba la elec-tricidad, las máquinas, la televisión, la política, las ideas, las ciencias y lasartes y ahora los extranjeros, los extranjeros que limpian tu casa y te dande comer porque nadie en tu pueblo desea hacerlo ya.

Rosa tendría las mismas razones que tus vecinos para abandonar supaís y su gente. Decidieron entre el hambre y el futuro incierto y eso escomo decidir entre poco o nada. ¿Pero es lo mismo decidir que elegir?Eligen los que no están presionados, los que no tienen hambre, los quegozan y controlan los recursos, los que disponen de instrucción, escuela,libertad. En tales circunstancias, tú no supiste ni pudiste elegir, tus veci-nos tampoco y Rosa, Rosa mucho menos.

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La ecuatoriana llegó al día siguiente preguntando por el éxito o el fra-caso de sus guisos y, con una gran sonrisa, le contestaste. Era todo lo queella necesitaba.

—Ay, no sabe cuánto me alegro, Felipe; no crea que toda la genteestá dispuesta a probar la comida de Ecuador, y la verdad es que nues-tros platillos son bien sabrosos —y, mientras hacía las tareas de la casa,contigo tras sus faldas como un niño goloso, te enumeraba que más cosascocinaría para ti, embelesando tus oídos con rotundas palabras quejamás escuchaste, e incitando a tu imaginación a averiguar el sabor, elcolor, la textura de lo que significaba decir yapingachas de papa, mun-chines de yuca, chucula, locro de queso, mousse de zapote, choclo, fanes-ca, empanada de quinua con queso, cuy a la quiteña, chuchuca con chan-cho, tamales, porotos, guaguas de pan, chugchucaras, papas cholas, dulcede babaco…

—Dime Rosa, ¿cuál es la historia de las quesadillas quiteñas?—Las mejores que yo probé, las hacían allá en Quito, en la calle Gua-

yaquil y Mejía, muy cerca de casa de mis papás. Se cocinan en todoEcuador, pero ningunas tan ricas como aquellas. Dicen que está prohi-bido que las chicas solteras las cocinen, porque corren el riesgo deencontrar marido demasiado pronto, pero eso es precisamente lo quequieren las mamás y por tal razón, yo me casé con catorce años. Éramospobres, y a los pobres no se les permite elegir la vida que desean; bas-tante tenemos con poder vivirla.

Mascullaste un asentimiento y miraste al suelo. La música de aque-llas palabras era distinta a la que tú conocías, pero la letra te sonaba.

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La niña del acordeón

La selva había logrado poseerlo pronto. Me imagino que lehabía susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía,cosas de las que él no tenía idea hasta que se sintió aconse-jado por esa gran soledad.

Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas

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Tania cogió el dinero y se dirigió al cuarto de baño cargando con susropas y una duda. Sabía que lo había visto antes, en otras circunstancias,de eso estaba segura, aunque no recordaba cuándo ni dónde.

Aquella era la mejor parte de su rutina. Salir de la cama, recuperaruna libertad que no era tal, lavarse las manos, borrar los rastros y qui-tarse vergüenzas con agua y jabón.

Lo había visto antes, lo sabía y estaba dispuesta a preguntárselo cuandodespertara. Eso era lo bueno de los clientes mayores, se dormían. Pero eramejor así, porque el tiempo ya estaba pagado, como lo había hecho este hom-bre a quien Tania había visto antes, pagando incluso por el resto de la noche.

Se secó la cara y se miró al espejo. Sonrió. Porque en ese espacio endonde quedaba al resguardo de las frías miradas de los hombres ador-mecidos, Tania era otra vez, la niña del acordeón. Y recordó el cubo delata sin monedas suficientes, y los ojos de su padre sentado siempre a suderecha, y ambos acordeones en perfecta armonía.

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La niña del acordeónWalter Christian Medina

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Luego pintó su rostro. Eran las reglas de la casa. “Recuperar elmaquillaje”, le llamaban las mujeres de los otros cuartos. Y mientras lohacía, recordó el cartel de cartulina: “Músicos rumanos agradecen suayuda”. Ella misma lo había escrito con pulso firme y desconociendo elidioma, en letra negra como el rímel. Y otra vez su padre saltándose unDo menor y sonriéndole cómplice bajo el techo de aquella estación, en elprimer y largo invierno de la tierra nueva. Y el recuento de monedas, losestuches del acordeón, el paseo de vuelta, el frío, y un final de lechecaliente y bocadillo. Y siempre papá, sonriendo tocando el acordeón ysonriendo para espantar miedos y hambre.

Tania se desenredó el cabello y sus movimientos fueron cautelosos,porque despertar al hombre significaba volver a la cama, perder la liber-tad del recuerdo en el cuarto de baño, ensuciarse, conceder, aguantar. Yasí, pelo en orden y rímel en los ojos, su obligación había terminado.Ahora tenía el tiempo que durara el sueño del hombre, tiempo de liber-tad para recordar, dibujar o inventarse algún juego. Porque con el tiem-po había aprendido a jugar en silencio (para no despertar, para no tenerque volver a la cama). A veces con el rímel y un papel y otras con el pelu-che que desde Rumania era su confidente. Se inventaba historias paracontarle en voz baja, y siempre se quejaba porque él se negaba a hablar.

Pero aquel día Tania cargaba con una duda. ¿De dónde conocía aaquel hombre? Y aquella era la pregunta que elegía para decir, casi ensilencio, al oído del peluche. ¿Dónde lo he visto? Entonces jugó a acer-carse sigilosa a la cama, para volver a mirarlo de cerca, sin sentir tantavergüenza y, también, un poco menos de asco.

Lo había visto antes, de eso no tenía dudas. Pero cuándo y dónde.

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Se acercó a la cara vieja del hombre viejo, dio una vuelta alrededorde la cama, de puntillas, observándolo. ¿Dónde? ¿Cuándo?

Volvió al cuarto de baño, a su pequeña y restringida libertad y a supasatiempo hecho de fantasías y ejercicios de memoria. Habló. Le pre-guntó de dónde sin esperar respuesta porque Tania sabía, desde Ruma-nia, que los osos de peluche sólo podían escuchar. Así lo había dicho supadre cuando una tarde Tania le exigió respuestas. Así era y había sidosiempre. Un mundo de dudas y preguntas sin respuesta. ¿Por qué tantofrío?, ¿por qué la gente no se detiene a escuchar el acordeón?, ¿por quéno entiendo lo que dicen? Aunque un día, de repente, Tania había com-prendido el nuevo idioma en la voz de un hombre de bigotes. “Que tie-nen hambre... pues que se vayan a su país”. Y entonces, papá, que ya nosonreía. Y siempre el frío de la calle, el salto del Do menor, acordesdesacordes, cubo de lata vacío, vasos de leche y bocadillo que no llenan.Y para colmo, el peluche que se niega a responder.

Lo conocía, lo había visto antes, de eso estaba segura. “Tal vez cuan-do despierte, quizás si le pregunto”... Mientras tanto, ocupaba las horasde libertad, como recreo. Como cuando dejaban de tocar sólo para des-cansar. Entonces podía buscar un sitio más tibio, algún portal o simple-mente la escalera de un centro comercial. Allí, al reparo de tanto viento,preguntando al peluche los por qué de todo. Como aquel día cuando oyópor segunda vez a ese hombre a quien sí podía comprender, el de bigo-tes, el que gritaba, el que decía que a estos inmigrantes hay que echar-los del país. Lo oyó desde el portal, mientras le preguntaba al peluche.Y luego se acercó despacito para ver cómo se llevaban a papá y le empu-jaban y le pegaban y le gritaban que se fuera.

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Tania recordó jugando a lo de siempre, en voz baja y sin esperar res-puestas. Luego cogió al peluche y lo invitó a salir con ella, para acercar-se a la cama, para mirar al hombre viejo. Pero nada. No recordaba nidónde ni cuándo.

Después surgió aquella idea. Un poco arriesgada, pero como parte desu juego, de su recreo. Y entonces buscó entre las ropas del hombre dor-mido, con el que aún debía compartir cama el resto de la noche y cuan-tas veces él quisiera. Y mientras lo hacía, estaba segura de que si el osopudiese hablar le diría que no, que eso no se hace, que es peligroso, quetiene miedo, que se puede despertar. Pero Tania sabe que los peluchesno hablan, entonces insiste en jugar un juego distinto, revisar, sabery averiguar de dónde y de cuándo. Y buscando, encuentra una cartera, ydentro, una fotografía del hombre que duerme y que por ella ha pagadola noche entera. Y no puede ser de hace mucho tiempo, porque el hom-bre se ve apenas más delgado, con más cabello, menos canas y bigotes.Y ahora sí, Tania lo recuerda, lo reconoce. Y ya no importa ni cuándo nidónde, porque ahora sabe más de lo que esperaba saber, porque ahoratodas las respuestas le pertenecen y porque sabe lo que debe hacer.

Aquella fue la mejor forma de acabar con su rutina, de recuperar sulibertad. Luego salió de la cama, se lavó las manos y borró los rastros sinvergüenzas. Se dirigió a la puerta cargando con el peluche, con paso fir-me y sin preocuparse por el ruido. No había nada que temer, aquel hom-bre no despertaría.

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El peso de lo invisible

“El adiós de los sueños”Los sueños se marchaban de viaje. Helena iba hasta la esta-ción del ferrocarril. Desde el andén, les decía adiós con unpañuelo.

Eduardo Galeano, El libro de los abrazos

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De la misma manera que ella había sobrevolado el océano, la idea sobrevo-ló sobre su cabeza, planeando silenciosamente hasta que se hizo realidad.

Llevaba un rato despierta, pero no quiso abrir los ojos. Esperó tran-quilamente a familiarizarse con los ruidos de su alrededor. Muerta noestaba, eso lo sabía seguro, muerta no, la muerte debía ser otra cosa, otrasensación, otro olor, y allí olía a limpieza, a desinfectante, a hospital.

Qué más daba desde dónde hubieran partido su idea y ella, y qué másdaba hacia dónde dirigirse, pensó que todos sus movimientos eran auto-máticos y que alguien se entretenía manejándola. No se atrevió a pensarque ese alguien pudiera ser Dios, porque a pesar de creer en Él, llevabaun tiempo temiendo que la hubiera dejado sola, o es que quizá los dio-ses, como las personas, creían que uno debe quedarse en el lugar dondenace y no probar vidas mejores.

Volvió a verse en el aeropuerto, un año atrás, ahora si cabe, con mayornitidez, un aeropuerto que nunca antes había visto, lleno de información

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El peso de lo invisibleCarmen Marzo Calleja

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que apenas podía leer, el tiempo de escuela fue escaso, justo para uniralgunas sílabas y escribir su nombre, y volvió a verse subiendo por pri-mera vez a un avión, con la incertidumbre de si realmente aquellas má-quinas llegarían a alguna parte.

Al igual que en todas esas horas de vuelo, se sintió suspendida en elaire, con la misma sensación de dejar en tierra todas las cosas que lamantenían pegada a ella.

Una mano cálida agarró la suya buscándole el pulso. Nada le resulta-ba extraño, sabía que podía ocurrir, que alguien entrase en la habitaciónque compartía, que se empeñara en hablar y decir lo cansado de otro díasin rumbo, y se diese cuenta entre ritmos de música latina que lo suyo noera un simple sueño, que no era un arroparse en la cama porque el díahabía sido agotador. Y que agitados la zarandearan entre voces, mientrasla música seguía sonando alto, muy alto, lo suficiente para tapar el susu-rro de su propia voz, preguntándose una y otra vez ¿qué hago yo aquí?Y podía imaginar la situación, porque acordarse sólo se acordaba de loslabios exuberantes de la dominicana, la de la habitación contigua, queentre gritos decía, pero niña, cómo has hecho esto, tan exagerada siem-pre, y todo lo demás era eso, imaginar las carreras, el buscar un coche,las quejas de los vecinos, siempre los vecinos, qué escándalo es éste.

El médico no dudó, levantó el párpado y alumbró su ojo con una lin-terna. Bien, esto va bien, dijo, pero hacer una cosa así es peligroso, tuestómago ya está limpio, ahora dime, ¿cómo te llamas? ¿Recuerdas elnombre de tus padres?

Quiso entonces articular palabra, contestar, pero el pensamiento se lefue ¿cómo no iba a acordarse? Se llamaba como sus dos abuelas, que ya

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era casualidad, aunque sólo hubiese conocido a una: la madre de sumadre, la que le había tejido un jersey, con lanas de tres colores dife-rentes, la que le había enseñado a recoger la cosecha y quien le dijo unay mil veces no te vayas, no sabes cómo es aquello, y asustada, con lasmanos en la cabeza decía, por Dios, por Dios, tan lejos y sola, y ella tuvoque tranquilizarla, decirle que las noticias que llegaban de otros eranbuenas, que todo estaría bien.

¿Y el nombre de sus padres? Cómo no iba a acordarse del nombre desus padres, Armando y Juana, y el de sus hermanos, y el de sus amigos,y eran precisamente todos esos nombres los que más habían pesado ensu viaje, y los que fueron pesando cada día un poco más con ese pesoinvisible que se instala en el corazón y silenciosamente lo va dañando.Y fue eso y todas las cosas que no pudo guardar en la maleta, las que fue-ron ahogándola. Sus padres diciéndole adiós esperando que despuéspudieran venirse ellos y los más pequeños, y ahí es donde las alarmas delos aeropuertos tenían que haber saltado por exceso de equipaje, por tan-ta esperanza depositada en ella, como si las cosas fueran fáciles. Pero no,las alarmas se quedaron mudas y pasó por aduanas y ventanillas, entre-gó pasaporte y revisaron sus papeles, y nadie le dijo que aquí o allí, lascosas no eran fáciles y todo se convertía en una espiral interminable conlos ojos del médico observándola, esperando una respuesta.

Si contestas podrás irte a casa, aunque tendrá que verte otro médico,con él podrás hablar, decirle qué cosas te pasan por la cabeza, y ellahubiera querido contestar que antes las cosas que pasaban por su cabezase las contaba a su amiga, o por las noches cuando todos dormían iba has-ta la cama de su abuela, y allí platicaban y platicaban, pero que ahora

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había un océano por medio, sabe usted doctor, y las voces no llegan igualy mucho menos las respuestas.

Me llamo María Rosa. Su voz le sonó distinta, pero de nuevo estabadentro de ella. Contestar quizá era la solución para quitarse de encima aldoctor, si no, aquel médico no dejaría de mirarla.

Bien, está bien, el informe de alta te lo traerá la enfermera, vístete,podrás irte a casa. Y en ese momento pensó, que quizá a la salida delhospital estuviese esperándola el mismo avión que la trajo hasta aquí, ycomo en un sueño fantástico pudiera acercarla de verdad a casa, aunquesólo fuera un ratito y explicarle a su abuela, que todo estaba bien, quehabía sido una idea absurda y que quizá pronto, muy pronto, pudieranvolver a verse.

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La esfera de la vida

Retornaron a España hace diez años. Pero nunca termina-ron de instalarse del todo; siguen siendo algo extraños, peroa hora a una tierra, la suya, en la que les está vedado reco-nocerse extranjeros. Mucha gente que amaron ya no está ycon la que si está no resulta fácil reconstruir lazos despuésde tanta ausencia. Por eso ambos saben que vuelven y vol-verán siempre a la travesía, soñaron doble, se sentirán mi-tad. Soñaron doble por sus mundos, se sentirán mitad por sudoble añoranza. Y es que cuando uno se va jamás regresa…navega, navega y se extingue en la deriva.

Mª Ángeles Sallé, Travesía

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Hace unos meses acudí a una reunión muy especial. Era la despedida deTucho, un tío excepcional que cerraba, por cosas de la edad, su bar “Laesfera de la vida”. Atrás quedaban noches de nostalgia en las que la vidapasaba, como el sueño, en un abrir y cerrar de ojos. Allí fue donde apren-dí que la pobreza era de color negro, blanco, gris y con todos los maticesque nos podamos imaginar; la ilusión, algo a lo que todos aspiramos a lolargo de nuestras vidas; los sueños, paraísos que apenas alcanzamos asoñar mientras respiramos la vida cotidiana y la amistad algo que, comoel amor, hay que cultivar todos los días mientras respiramos y aprende-mos a sobrevivir.

“La esfera de la vida” era un habitáculo de la sabiduría con aforo paragentes de todas las edades, ideologías, razas, abstemios, bebedores...Nadie se lo explicaba, pero allí se producía la confluencia de las corrien-tes que mueven el mundo sin desencadenar las iras del mal de concien-cia, que suele corroer a la humanidad en su interior.

No era el Gijón y ni siquiera tenía un pianista como el soñado Savoy delcolumnista Alvite; era un bar mucho más universal. Algunos maldecían sus

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La esfera de la vidaEmilio Garrido Moreira

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luces de neón y decían que era un nido de rojos. Yo diría más, era unpuzzle con una variada gama de colores donde confluía un amplio espec-tro de la civilización y la vida giraba, en su interior, en el sentido de lasagujas del reloj. ¡Como debe ser, o así mandan los cánones establecidos!

En “La esfera de la vida” pernoctaban argentinos que eran gallegos enla Pampa y argentinos en su tierra, jinetes del frío que nada tenían que vercon las pandillas organizadas del este, de las que renegaban nada más oírhablar de ellas y que tan mala fama les estaban dando, colombianas conañoranza de Colombia, venezolanos a los que los planes se les “chungaran”,dominicanas, españoles de todo tipo, sin miedo a la ficticia división territo-rial, mezclados en un mismo espacio sin invadir competencias indignas...Polo Norte y Polo Sur girando en el rincón de la esperanza en busca del per-fecto punto de ebullición de la civilización. ¡Una utopía!, que duraba lo quetardaban en apagarse las luces de neón de “La esfera de la vida”.

Allí conocí a Xosé, un gallego que apenas había pasado más de unasnavidades en su tierra, sabía de lo que hablaba, definiendo la intercul-turalidad como la vida en puro movimiento, como las olas del mar quebatían todos los días en diferentes rincones del planeta. El viejo Xosé, unhombre de mundo, siempre ponía el mismo ejemplo. Para él los verda-deros emigrantes, inmigrantes y los más interculturales, en la actualidad,eran esos miles de desconocidos, que vemos todos los días en la televi-sión, intentando escapar del infierno de la pobreza batiendo sus cuerpos,como las olas, en los arrecifes de la muerte. Un inmenso campo de aguabañado por miles de historias, de las cuales cientos nunca podrían sercontadas. Siempre decía: “Del infierno negro al infierno blanco de lasmiserias y penurias”.

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Recuerdo con cierta añoranza a Francisco, un hombre curtido en milbatallas dialécticas, que dudaba de si era argentino, español, gallego,suizo o alemán. Su dilema arrancaba en el árbol genealógico de su fami-lia, que había atravesado por todos los estadios de la emigración. Susbisabuelos probaron el agrio sabor de la esperanza en su escapada haciael cono sur, que tardaron más de seis meses en alcanzar. Sus abueloscruzaron Irún en busca de un mundo mejor y más amable, que suponíanexistía más allá de los Pirineos. Sus padres fueron testigos de la divisióngermana institucionalizada por el muro de Berlín. Para unos, muro negro,para otros muro blanco, ¿quién lo sabe? Él quiso regresar a las raíces desus bisabuelos para respirar el aire limpio del antiguo cono sur en la tie-rra de sus orígenes. Lo que nunca imaginó fue que él sería el que aca-baría cerrando la cuadratura del círculo para ser un argentino en su pro-pia tierra. Él siempre decía que los dados cósmicos de los dioses sealiaron para que nunca pudiera ser él mismo en ninguna de las tierras.En aquella reunión me enteré que de nuevo estaba comenzando a trazaruna nueva línea, la vigésima en su particular mapamundi. ¡Que las fron-teras de la esperanza no se le cierren jamás!

Siempre sentí una especial predilección por Maite, que se dejabacaer por “La esfera de la vida” todos los viernes, durante sus cortasestancias en su tierra natal, incorporándose a la tertulia para contar suexperiencia, que definía como la nueva, triste e injusta emigración y losgurús de alto copete social como el necesario intercambio laboral en ladenominada como nueva era de la globalización. Su historia era todomenos “linda”, como diría Francisco. A sus veinticinco años la vida sele “chungó”, después de un desengaño amoroso, la muerte de sus padres

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en un accidente de tráfico, una hipoteca que no podía pagar y sus estu-dios sin acabar. Obligada por la necesidad, embarcó en un avión rumboal paraíso del sol, del que nunca llegó a disfrutar. Los luminosos paraí-sos de los folletos turísticos pronto se convirtieron en oscuros presagios.Las agotadoras horas de trabajo, en un restaurante que servía comidasdesde el amanecer al anochecer, apenas le dejaban tiempo para acostar-se unas horas y soñar, con Morfeo, su nueva vida que carecía de sentido,pero se imaginaba con el amor de su vida, que ya había enterrado hacíatiempo, tumbada al sol con una amplia sonrisa de satisfacción. Ella, real-mente, sabía que ese momento nunca llegaría, pero le hacía ilusión con-tar sus nuevas experiencias, a aquellos únicos amigos del bar de Tucho,cada año cuando volvía a su tierra para reencontrarse con sus raíces ysus dolores más profundos.

En aquellas reuniones, Liliana se olvidaba de sus quehaceres sexua-les a los que la vida la había empujado; Marta, de la explotación a laque la sometía el “señor” por ser una clandestina de papel en la nuevaBabilonia; Jaime, del cansancio de haber trabajado 14 horas al día porcuatrocientos euros al mes “gracias” a un contrato basura, que duraríahasta que su conciencia le permitiese soportar la humillación de la ex-plotación.

En “La esfera de la vida” se mezclaban historias de los conventillosargentinos con las de las barracas suizas. Historias de hacinamientos, deduros momentos de la vida, de las dificultades para entenderse con elprójimo, de lo útil que solían ser los signos convencionales para comer ybeber, de las duras raíces de la procedencia del tango y la fuerza del jazznacido, como el baile argentino, en las afueras del mundo rico, de las

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dificultades para conservar tradiciones en un mundo abocado a la dis-persión, de las penas y alegrías que el mestizaje cultural solía producir.

Las viejas paredes de “La esfera de la vida” guardan tantos secretos,tantas historias de lucha por sobrevivir, que algunos malintencionadoshablaban, en sentido despectivo, de la multinacional de los pueblos y lossueños. Los bien pensados albergamos la esperanza de que en cada pue-blo exista un rincón como el bar de Tucho, donde el encuentro de la civi-lización se pueda producir sin envidias ni rencores, donde muchos Fran-ciscos, Lilianas, Martas, Jaimes... se puedan encontrar y escribir nuevashistorias de esperanza e ilusión sin molestar a los propietarios de lasmultinacionales que se apostillan como guardianes del sentido del debery del bien. Toda una metáfora que los carcome por su falta de solidari-dad e interculturalidad, a pesar de poder pisar los mejores mausoleos delplaneta tierra. ¡Quizás sea ésa su misericordia!

Tucho siempre decía que la vida camina en ese sentido, aunque esdifícil albergar esperanzas si tenemos en cuenta los precedentes de lahumanidad. Lo de la interculturalidad es tan cierto como que los viejossabemos lo que debemos y no podemos hacer, los jóvenes no saben loque pueden hacer y que la vida, como decía una sabia mujer, es paso cor-to, vista larga y algo de mala hostia. Toda una filosofía de la vida queTucho puso en práctica en su propia esfera de la vida.

Ayer soñé que pasaba por delante de la multinacional de los pueblosy sus luces de neón estaban encendidas. La felicidad dura lo que un sus-piro. Las olas siguen castigando a los atrevidos de la esperanza inyec-tándose espuma en las venas en busca de la esperanza como la lengua delas mariposas de flor en flor, las Lilianas siguen llegando engañadas, los

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Franciscos siguen pernoctando por el mundo... También es cierto quehay distintas maneras de abrir las puertas y que algunas veces hay que de-rribarlas desde fuera. El sabio de Tucho estoy seguro que está pensandoque en las ciudades del sur existe una escalera de la vida con muchospeldaños por escalar. Un oasis de la vida que tardará mucho tiempo enfermentar porque el hambre no entiende de fronteras ni limitaciones.El hambre sólo se calma, como la vida, con alimentos. La vida como lasluces de neón de “La esfera de la vida” se apaga y enciende por momen-tos y nosotros no dejamos de ser los culpables. Siempre pensé que el Ter-cer Mundo estaba lejos pero estoy viendo que, apenas a unos metros dela opulencia, está instalada la miseria. El Cuarto Mundo está más cercade lo que pensamos y nos puede morder con rabia. Tucho lo sabe, por esodecidió, en su retirada, acercarse más al Tercer Mundo antes de descu-brir que la esfera de la vida estaba girando y acercando a su existenciala pena de la injusticia.

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Gracias, Don Quijote

—¿Y más allá del Bosque Salvaje? —preguntó—. Allá don-de todo es azul y difuso y se ve algo que parecen colinas (o qui-zás no) y algo como el humo de ciudades ¿o es que son sólonubes?

Kenneth Grahame, El viento en los sauces

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Me llamo Hajar, Hajar Aynaou, soy una niña, tengo 11 años y vivo enEspaña, en Alhama de Murcia, desde hace tres.

Mi maestra me ha dicho que hay un concurso de historias que cuen-tan cosas sobre los inmigrantes, pero que yo no puedo participar porquees para personas mayores. Yo quiero hacerlo, aunque sea una niña, puesdeseo contar todo lo que me ha ocurrido desde que vine a vivir a estepaís, que es casi lo mismo que les pasa a los mayores.

Yo ya tengo experiencia en escribir sobre las cosas que nos pasan ysentimos cuando venimos a vivir a un sitio que no conocemos, pero esomás adelante lo explicaré. Por favor, déjenme contarlo.

Cuando me dijeron, en el año 2003, que vendría a vivir a España, mepuse muy alegre, feliz, porque iba a ver a mi padre y a mi hermano

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Gracias, Don QuijoteHajar Aynaou*

* Hajar es la participante más joven en este concurso de relatos, tiene 11 años,nació en Marruecos y le gusta mucho escribir, felicidades Hajar.

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mayor que se habían venido a trabajar aquí hacía ya algún tiempo, ynos habían prometido que cuando ganaran dinero, vendrían a llevarnosa toda la familia.

Yo en Marruecos era feliz, tenía muchas amigas y la escuela me gustabamucho. Pero también me parecía estupendo ver un país nuevo del que habíaoído hablar cosas maravillosas, cosas nuevas que yo quería ver y conocer.

Hicimos el viaje en barco, hasta Almería, y llegamos a este puebloque se llama Alhama de Murcia, mi padre nos dijo que aquí viviríamosporque la gente era buena, había trabajo y era bonito.

Una vez aquí, me dijo mi padre: “irás a la escuela, tú y tus hermanosMouad y Somaia, de 7 y 4 años”. El primer día, llegamos a un colegiogrande y muy nuevo, mi padre nos había apuntado allí y en un cartelgrande ponía: “C.P. SIERRA ESPUÑA”. Era bonito, había muchos niñosy niñas, y me gustó. Nos acompañó mi hermano Yaya y después dehablar con don Ginés, el director, nos llevaron a nuestras clases, a mí metoco la de 4ºB. Nada más llegar, los alumnos empezaron a preguntarmeun montón de cosas que yo no entendía, no entendía absolutamente nada,nunca había oído hablar en español y, por lo tanto, no podía responder.Cuando toco una sirena, todos salieron al recreo y yo detrás, sin saber loque pasaba, pero me llevé una gran alegría al salir al patio, pues meencontré con dos niñas marroquís, mayores que yo, Hasna y Wafa, y gra-cias a ellas no estuve sola en ese patio tan grandísimo.

Hasta que no pasaron tres o cuatro semanas, no pude abrir la boca enla escuela, era como si fuese muda, no sabía decir ni una sola palabra,hasta que aprendí a decir: “si, no, gracias, hola” y algunas cosas más.Pero muy pronto empecé a entender lo que decían de mí cuando pasaban

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a mi lado, hablaban muy rápido, pero entendía algunas cosas como:“mira qué fea va vestida esa mora”, “mira esa mora, que se vaya deaquí”, “mora de mierda, apártate”.

A Hasna y a Wafa, como ya llevan muchos años aquí, tantos que yano saben escribir en árabe, y hablan muy bien español, no les decíanesas cosas. Hablar el idioma es algo muy importante, hablando se dicentodas las cosas y si no puedes hacerlo, pues no puedes explicar nada, nisaben cómo eres, ni puedes decirles que todos los niños somos iguales,y empiezas a sentirte triste, muy triste.

De esta forma, llegaron las vacaciones, llevábamos tres meses en Españay me dieron las notas. Me suspendieron todo, pero no por ser tonta, sino por-que no podía leer en los libros, ni escribir, ni hablar, ¡un desastre! Fue unmomento muy triste para mí, a mí que me encantaba la escuela y siempresacaba buenas notas allá en Marruecos, aquí era todo difícil, muy difícil.

El verano lo pasé visitando las casas de mis familiares que vivían enotros pueblos de Murcia, en especial la de mi tío de El Palmar, allíhablaba con mi prima de mis notas suspensas y de los insultos que medecían los compañeros, ella me decía que a ella le había pasado lo mis-mo cuando llegó a España, lo de los suspensos y lo de los insultos tam-bién, pero que a eso tenía que acostumbrarme.

Visitamos Murcia, Cartagena, Fuente Álamo… y he aprendido cosasde esos pueblos, son ricos, los pueblos de mi país están llenos de tierray basura.

Pero yo estaba preocupada por cuando empezara la escuela de nue-vo, así que empecé a estudiar, a leer y a escribir en español con la ayu-da de mi hermano mayor, que era el que más sabía. Cuando había ayudado

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a mi madre a hacer las cosas de la casa, me dejaban ver la televisiónespañola, para que aprendiera el idioma, aunque mis hermanos peque-ños sólo querían ver los dibujos animados de Marruecos.

Llegó el primer día del nuevo curso 2004-2005, entré en el colegio yme equivoqué de aula, me fui a mi clase del año anterior, como tenía querepetir..., pero mi antigua maestra, María, me acompañó a mi nueva aula.Después, el director me llamó a su despacho para regalarme los libros,eran de otros niños de cursos anteriores, y así mi papá no tendría quegastarse el dinero, yo le di las gracias porque mi familia tiene muy pocodinero, así que mi hermano Yaya sólo tuvo que comprarme los libros deinglés y los cuadernos.

Nada más empezar el curso, en la clase seguían los mismos insultosde siempre, eran otros compañeros, pero me decían lo mismo que losanteriores: “fea, mora, fuera de aquí” y en clase de Educación Física nome cogían de la mano cuando el maestro lo mandaba para hacer algúnejercicio, les doy asco, me dicen.

Pero un día, cuando ya llevábamos dos semanas de clase, vino unamaestra a mi clase y me dijo: “vente conmigo, te voy a enseñar a hablar,a leer y a escribir en español. Vendrás conmigo varias veces a la sema-na”. Se llama Mª Carmen y en su clase se hacían muchos trabajos, sehablaba, se leía y te enseñaba libros en español. En esa clase sólo está-bamos niños y niñas de Marruecos.

Una mañana, nos contó la historia de un señor llamado Don Quijotede La Mancha y de su amigo Sancho Panza, porque durante ese año secelebraba la fiesta de Don Quijote. Nos enseñó varios libros que conta-ban las aventuras de este hombre y de su criado, y empezamos a leerlo

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entre todos, también a dibujarlo en sus diferentes aventuras. Mª Carmennos enseñó a escribir cartas y nos dijo que le escribiéramos una a Don Qui-jote, como si fuese una persona real; yo como lo veía tan bueno, generosoy tan dispuesto a ayudar a los demás, le escribí una carta muy largapidiéndole ayuda para solucionar los problemas que tenía desde que vinea vivir a España y contándole lo triste que estaba siempre. Lo que másdeseaba era tener amigos, porque los amigos son las personas que tehacen ser feliz, con ellos puedes hablar, pasear… y yo en Marruecos lostenía, pero aquí no tenía ni uno solo.

Yo pensaba, a veces, que seguramente existía de verdad, que era unpersonaje real, que vendría a la escuela si se lo pedíamos. Todos losniños y niñas de Marruecos le escribimos a Don Quijote unas cartas muytristes, le contamos nuestros sueños, nuestras tristezas y le pedíamosayuda, a él que era tan valiente y que luchaba contra molinos y gigantes.Le contábamos que no teníamos amigos en la escuela, que si nos acer-cábamos a los demás niños para jugar, salían corriendo. Me sentía muysola y sólo los maestros eran nuestros amigos, ellos eran buenos, eran lasúnicas personas buenas que había en España.

Salieron unas cartas tan bonitas y tan tristes, que Mª Carmen nos dijoque íbamos a hacer un libro con ellas, para que todo el mundo se ente-rara de lo mal que lo pasábamos. Así, que hemos hecho un libro que sellama Más de cien mentiras.

El libro lo presentamos en el Ayuntamiento de Alhama, con muchosperiodistas que nos hacían preguntas y fotos, el Ayuntamiento es muybonito e importante, estuvimos en un salón grande y luego el alcalde nosinvitó en su despacho y nos regaló llaveros y pins.

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¡Vaya suerte que hemos tenido!, hemos salido en varios periódicosde Murcia y en uno muy importante llamado El País, nos han llamadode la televisión, TVE de Murcia, y también de Radio Nacional de Espa-ña; nos han hecho fotos en todos sitios y nos hemos hecho un pocofamosos leyendo nuestras cartas, a los periodistas les salían lágrimasde oírnos.

Recuerdo uno de los días más emocionantes, fue cuando fuimos aTVE en Murcia, nunca había visto la televisión por dentro. También vinocon nosotros una maestra que dirigía el libro, llamada Mayte, y contó porqué se había hecho este libro, pero lo mejor fue que cuando terminamos,Mª Carmen nos invitó a ir a El Corte Inglés, yo no había ido nunca, y noscompró pizzas, empanadillas y helados. Yo no sabía a dónde mirar, habíatantísimas cosas, tantas luces, comidas, ropa; venía también Hakim, otroniño que escribía en el libro, y nunca habíamos visto nada igual, perocomo mi padre me dice que no hay que comprar cosas caras, pedimos loque de verdad nos gustaba.

Todo cambió después de ese libro, desde entonces, todo es distinto,en el colegio nos miraban de otra forma, los compañeros ponían la tele-visión y nos veían a nosotros, éramos escritores y además los maestros detodas las clases nos hacían leerles a los alumnos nuestras cartas, paraque todos se dieran cuenta de lo mal que lo estábamos pasando y de quenos sentíamos rechazados.

Por eso, quiero dar las gracias.Yo ahora estoy contenta, estoy feliz y tengo amigas. Mi vida ha cam-

biado gracias a Don Quijote. Él no vino nunca a la escuela, pero siguesiendo mágico, Don Quijote nos ha ayudado a tener amigos.

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Cuando alguien, todavía, se porta mal conmigo, no me hace caso o meinsulta ¡ya todo eso me parece una tontería!, porque yo soy capaz dehacer cosas que otros no hacen, he escrito en un libro, he aprendido elespañol en dos años, bueno, no del todo.

Mi papá me dice que lea y piense en árabe y en español, que nuncaolvide mi lengua. Por eso, ahora tengo que aprender muy bien esta len-gua, también el árabe tengo que estudiarlo, pues hay cosas que se meestán olvidando ya, así cuando sea mayor, podré trabajar aquí o enMarruecos, allí hay menos casas, menos médicos, menos dinero…, segu-ramente me necesitarán en mi país.

Pero ahora sólo tengo sueños para cuando sea mayor. Quiero ser muy,muy inteligente, quiero saber hacer de todo, ir a la universidad y estu-diar para ser inventora. Y nunca, nunca más ser una niña triste.

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La soledad de la gata

Viajar es pasear un sueño.

Manu Leguineche, extraído de Vagabundo en África, de Javier Reverte

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Aura Esthela nació en Ecuador la misma noche que murió la gata Flora.Fue en plenilunio, cuando los dioses de la tierra y el cielo se reúnen paracelebrar la armonía de las esferas del universo. El padre de Aura deci-dió poner este nombre a la bebita de pelo negro cuando vio la luna páli-da, envuelta por un círculo de luz lechosa. Después bebió un trago decerveza y le dijo a su compadre Franklin:

—Lo de la gata es un buen presagio, créemelo. La niña llegará muylejos...

Cuando tuvo veinticinco años, Aura se marchó a España, días antesdel Carnaval de la Mama Negra. Le debe todavía mil dólares a un señorde Saquisilí, que acaba de reclamar a su padre el pago de una cuota atra-sada del empréstito. Hoy, sin falta, tiene que conseguir la plata paramandarla.

Son las seis de la mañana y Aura pulsa el botón del número cuatro enel panel del ascensor. Mientras sube recuerda cuando de niña iba al

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La soledad de la gataPedro Manuel Martínez Corada

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Caño Gordo a por agua y soñaba con trenes plateados que la llevaban ala ciudad. Es el primer apartamento que va a limpiar en el día. Podríahaberlo hecho por la tarde, el dueño se ha ido de viaje, pero hoy tieneque aprovechar el tiempo. Aprieta el bolso contra el costado y siente cómocruje el resguardo blanco que le dieron ayer en el banco, el justificante delúltimo pago a la policía. Si todo va bien, en diez días tendrá tarjeta de resi-dencia, un salvoconducto de plástico para entrar en el futuro.

Abre la puerta del piso, su apartamento preferido. Hay periódicostirados en el suelo y vasos pringosos sobre la mesa de cristal del living,mas no le importa. Busca con la vista a la gata grisácea, panzuda comoun oso de peluche y grandes ojos azules, pero no la encuentra. Tira elbolso sobre el escueto sofá, apaga el descuidado televisor, y se agacha unpoco:

—Misi, misi, misi...La gata, redonda como un melocotón, está debajo de la única cama

del apartamento, observando fijamente a una cucaracha negra que acabade caer desde el somier. Los ojos azules se le contraen hasta que casi for-man una fina línea recta. El bicho está panza arriba y mueve con deses-peración las patas y las antenas, intentando girarse. La gata no le quitaojo, alguien diría que con aire divertido, y eriza la cola aterciopelada.Espera. Al fin, el insecto consigue dar la vuelta y corre hacia el rodapiéen busca de la guarida. La gata se lo traga de un bocado.

—Misi, misi, misi... —Aura está en el pequeño cuarto de baño, rega-do con toallas en la bañera y el suelo.

Debajo de la cama, la minina cierra los ojos, se relame y con una delas patas delanteras se frota el hocico. El tránsito del cuerpo ovalado

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hacia el estómago termina y asoma la faz entre los faldones del edredónnórdico. Aura, que sale del baño, la ve:

—Cariño, ¿dónde estabas? Ya sé, quieres jugar... Ven. Ven aquí...A Aura le gusta la gata. La quiere como si fuera propia. Cuando la ve

firma un armisticio con el mundo. La gata ronronea y se frota contra laspiernas de la mujer que siente el pelo suave del animal. Aura se dejacaer en el sofá, la gata le salta encima del regazo y le lame las manos.Es una lengua caliente, húmeda, áspera. Aura se olvida del cuarto debaño, de la pileta del fregadero llena de platos manchados de grasa yacaricia las orejas de la gorda, erizadas como si fuera a haber tormen-ta. Los ojos azules del félido la miran, magnéticos como una constelaciónequinoccial, brillantes como los fuegos artificiales del Carnaval.

Durante unos minutos acaricia al animal, que ofrece gustoso la pan-za y la tetillas. Minutos que, sin embargo, son horas de vida recorda-da. Los padres, los hermanos, tan lejanos; la roja línea del horizonteen las tardes en que comían queso de hoja y ayuyas y el Curiquingue,el Capariche y el Caporal recorrían con sus disfraces las calles carna-valeras.

Es un momento que se concede Aura, todos los jueves, en el mi-núsculo apartamento, donde a veces llora un poco. Ella querría serenfermera. O mejor doctora, en un gran hospital como los que salenen televisión, para ayudar a la gente, casarse y vivir en una casa conjardín y hacer cuy asado a sus padres. Pero se tuvo que ir sola a Espa-ña, tras pedir un préstamo al señor de Saquisilí, después de darsecuenta de que nada había por hacer en el pueblo, que tenía que bus-car otra vida.

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Aura pone en el cedé un disco de Maná, mientras comienza a fregar losplatos. Hace dos meses que no ve al dueño del apartamento, sólo algunanota en la puerta, de cuando en cuando, da razón de que él existe.

Casi está terminando la canción “Hechicera”, cuando suena el telé-fono. Aura se sobresalta un poco, pero menos mal que no se le cae laensaladera que está enjuagando. Salta el clic del contestador y oye unavoz de mujer que grita entre ruidos de coches:

—Javier, es el tercer recado que te dejo. Hoy es once de marzo ytodavía no me has ingresado el dinero de Marta. Sabes que lo necesito...Como sigas haciendo el cabrón se lo digo al juez. —Marta debe de ser laniña rubita de una de las fotos que hay sobre la repisa de la mesa plega-ble, piensa Aura.

—Misi, misi, misi...La gata no sale a despedirse cuando se va. Ya le dio su ración de cari-

ño hace un rato. Otra vez está debajo de la cama vigilando el rodapié consus ojos azules como el cielo de verano sobre el Cotopaxi. Aura cierracon cuidado la puerta del apartamento y acaricia de nuevo el bolso. Tie-ne que darse prisa o perderá el tren para la estación de Atocha. Sonríeen el ascensor pensando que dentro de poco quizá pueda traer a suspadres: cada vez hay más apartamentos que limpiar.

La gata cierra los ojos y dormita. Hace ya mucho tiempo que se acos-tumbró a la soledad.

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El sueño del camaleónMicro versión personal de la utopía del sueño americano

¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajoel sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tie-rra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone,corre hacia su lugar y allí vuelve a salir... Lo que fue, esoserá: lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.

Eclesiastés, La Biblia

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Durante muchísimos años, mi vida transcurría tranquilamente en el inte-rior de la enorme pecera donde yo vivía rodeado de seres afines a mí,similares en forma, conceptos y conducta. Durante esos años, para mí erainimaginable siquiera soñar con abandonar la seguridad de mi pecera.Aunque con toda sinceridad, en mi interior ya se gestaba el deseo decaminar, es más el deseo de volar. Y para los que sólo nadamos, pues esaterrador siquiera imaginarlo, nosotros no respiramos como los seressuperficiales. Por el contrario, nosotros obtenemos el oxígeno necesariopara vivir a través del filtraje del agua en nuestras branquias. Por eso,realmente mis ilusiones me aterraban y por ende las dejé muy dentro demi subconsciente... lo más lejos de mi vida diaria.

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El sueño del camaleón*

Micro versión personal de la utopía del sueño americano

Francisco Bribiesca Páramo

* Nota del autor: La comparación entre especies... humano/animal es sin nin-guna intención ofensiva. Sólo fue manejada con el deseo de enfatizar las con-ductas humanas.Cualquier situación de ofensa no es intencional.

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Durante todos esos años a través de la pecera pude ver a todas lasespecies que rodeaban mi entorno. Iguanas, alacranes, escorpiones, lom-brices, perros, gatos, aves, camaleones, cucarachas.

Sólo podía observarlas, estaban muy lejos de mí, su entorno era dis-tinto, ellos se arrastraban, caminaban, volaban y yo... yo sólo nadaba.

Desde la seguridad de mi mundo empezó a renacer esa terriblecuriosidad que está arraigada incluso en mis células, en mi respira-ción, innegable es para los de mi especie lo terrible que es ver nacery crecer, esa curiosidad por algo o alguien, así como también es inne-gable, el deseo de cambiar, de transmutarse, de hacer lo que nadiemás haría, y eso causa temor, pero ese temor en lugar de acabar conmis sueños, pareciera como si se hubiese convertido en fertilizantepara mis ideas y éstas finalmente terminaron germinando y obligándo-me a aceptar que fui incapaz de controlar el mensaje que vive en misentrañas.

De esa forma y por esa razón un buen día sin pensarlo más, tan sólonadé y nadé dando vueltas y vueltas dentro del límite de mi pecerayyyyyyyyyyyy... huuuuuufffffffffffffffffff...

Cuando fui lo suficientemente rápido... Salí disparado del agua...sentí el aire golpear mi cara y una sensación totalmente ajena a mí...ya no era el roce del agua contra mi húmeda piel... nooooooo ahora erael aire tibio... mis branquias se detuvieron por la impresión... mis ojosparecían brotarse de mis cuencas por la carencia del agua... así y degolpe caí sobre la mesa donde se encontraba la pecera, mi situaciónera difícil, apremiante, en extremo de alarma, me estaba muriendo ylo sabía.

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En ese momento, mis ojos se posaron en el interior de la pecera. Ahíestaban todos, todos mis seres amados, viéndome, sufriendo, por misdecisiones. En sus pequeños ojos y a pesar de estar dentro del agua podíaadivinarse la lágrima, la tristeza.

Esos sentimientos me golpearon el cerebro. Con una actitud hastaentonces desconocida por mí, me puse sobre la mesa, tomé decisiones yempecé a respirar.

Al principio sentía explotar mi interior, pero a fuerza de costumbrepoco a poco el cambio se empezó a dar, no niego que miles de vecesmis pensamientos fueron hacia el creador, hacia Dios, hacia ese serque sin importar la especie, ni el color, todos nuestros sentimientosvan.

Mientras mi sistema respiratorio se adaptaba, mi cerebro me indicóempezar a caminar, sorprendido pude constatar que en lugar de aletas,mis piernas habían empezado a crecer, aún débiles, pero ya podía cami-nar, se había gestado el milagro.

Con pasos titubeantes enfilé hacia lo desconocido, mis ojos estabanatentos a todo lo que pudiera verse como peligro, así que inicié mi andar.Empecé a encontrarme con seres nunca antes vistos por mí, con algunossólo imaginados y con otros, tan feos, raros y extraños que de sólo verloscreció mi temor.

Fue entonces cuando los conocí... conocí a los camaleones, camina-ban muy junto a mí, con su andar lento, pero seguro, capaces de adapta-ción. Al verlos cambiar sus colores e incluso desaparecer, me pregunta-ba. ¿Para qué?, yo no le veía ningún sentido, ninguna necesidad. Cuánequivocado estaba, después lo pude constatar.

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Al empezar a comunicarme con ellos, empezaron a embelesarmecon sus historias, con sus deseos de alcanzar a llegar a la tierra delescorpión.

¿Escorpión? ¿qué es eso?, les preguntaba yo, y al mirar sus ojos veíauna gran ilusión.

Yo podía suponer tal vez una tierra llena de cosas buenas, de ali-mentos, de bienestar y no miento. Aún así me pregunté, ¿para qué?, loscamaleones vivían en un verdadero paraíso, verde, lleno de vegetación,de sentimientos de amor, porque aunque no parecía que yo observabapude muchas veces percatarme del maravilloso amor que las madres lestenían a sus hijos, del amor y respeto que muchísimas veces observé delos hijos hacia los padres ¿entonces? Fue cuando llegué a comprender,sin estar de acuerdo con los camaleones, debí entender.

Ellos veían una ilusión en el país del escorpión, tal vez una mejor for-ma de vida.

¿y y y?... ¡adivinaron!... ¡eso yo lo tenía que ver!Con esa conciencia y muy junto a ellos caminé observando y memo-

rizando, un buen día después de muchísimo andar, llegamos a un lugarextraño, lleno de seguridad. Ahí empecé a ver seres extraños... fascinan-tes para mi entendimiento.

Los escorpiones, seres ensimismados en su grandeza, y en la concep-ción del mundo, en donde ellos son tan sólo el centro, el origen y el final.Perfectamente dotados para la pelea, acorazados sus cuerpos con unaguijón listo para actuar, todos observan las reglas, todos caminan yviven con un ritmo, fríos y calculadores, todo tiene un horario, un lugary una forma, verdaderos autómatas de la vida.

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Al mirarme, uno de ellos de inmediato me cuestionó los motivos parapisar su tierra, su reino, su lugar... Sin inhibirme, ni achicarme y con lamisma fuerza de su pregunta, mi respuesta se dejó escuchar, tan sólo memiró y se apartó de mi paso.

Inicié mi andar en esta tierra tan extraña como fascinante.Las respuestas se empezaron a dar cuando algún día observando a los

camaleones cambiando su color llegué a preguntarme... ¿para qué? Sinrecordar esa escena la respuesta llegó. Empecé a observar cómo funcio-naba esa mutación, los escorpiones son rubios, blancos, pero también loshay negros.

Los camaleones son de varios colores, pero casi no los hay rubios ninegros. Como buenos guardianes, los escorpiones vigilan mucho conquién se mezclan, o a quién le permiten el paso.

Pero un buen día se dieron cuenta de que mucha de esta tierra estápoblada por los camaleones y ya no son tantos escorpiones, el temor y eldesprecio por ésta que ellos sienten subespecie fue mayor y han termi-nado desplazándose hacia otros lugares con tal de no mezclarse con loscamaleones. Aquí fue donde empecé a darme cuenta del verdadero moti-vo de la mutación de los camaleones.

Por un lado, los sentimientos de algunos escorpiones son muy com-parables con los sentimientos de algunos camaleones, que buscandosemejarse a los escorpiones, mutan su físico, muchas veces de maneraperfecta, pero también muchas veces incluso risible, la naturaleza essabia pero no cumple caprichos o deseos de adaptación, el negro esnegro, el blanco es blanco, el rojo es rojo, podrás semejarte, peroooooo,sólo serás semejante, jamás serás igual o lo mismo.

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Por otra parte, esas iguanas, no sólo mutaron su color o su apariencia,sino que incluso empezaban a mutar su conducta, su comida y lo mástriste, sus emociones y sus sentimientos empezaron a escorpionizarse.

Y no es que yo en mi condición de pez, con piernas, pudiera darlemás o menos créditos a una u otra especie, digamos. Decir quién era peoro quién era mejor.

¡Noooo! Sólo que para mí aun en ese entonces era incomprensible einnecesaria esa necesidad de mutación.

Pasaron los días y mi avidez de observación crecía y con ella tambiénmis decepciones. Muchas veces al caminar entre los unos y los otrospude sentir ese desprecio, ese temor, esa agresividad del que se sienteinvadido y del que se siente invasor.

Pude ver iguanas teñidas de rubio, con caras de iguana, vestidas a lausanza del escorpión y debo aceptar que algunas eran mucho más her-mosas que las originales, pero también muchas mostraban la cola de rep-til distinta al aguijón del escorpión y vamos que entre ellos se reconocenmuy bien y lo mejor es que creo que ahora se aceptan mucho más fácil-mente. Sin embargo mis incógnitas seguían, suponiendo que esa acepta-ción se diera. Nuevamente, para qué ¿la mutación? Si el escorpión esescorpión y la iguana es la iguana y el pez es el pez. ¿Para qué tratar decambiar su aspecto físico?

Tratando de descubrir el porqué, encontré dos situaciones; la prime-ra es que el camaleón admira y desea ser como el escorpión, vivir comovive él, comer como él, respirar el mismo aire y ver el mundo como lo veel escorpión, pero eso no garantiza que esto sea posible. Desearlo alograrlo es muy distinto y en este sueño, en esta utopía, se les va la vida

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y un buen día al verse al espejo se dan cuenta del cambio, siguen sien-do camaleones, con idioma distinto, comiendo distinto, bebiendo distin-to, pero siguen siendo camaleones.

El cambio con todo y la maravillosa ayuda de la naturaleza no se con-siguió. Muchas veces de frente y caminando vi maravillosos ejemplos decamaleón, con su cola de reptil, sus vivos colores y sus robustas formas,pero hablando como escorpión. Ahí empecé a comprender.

Al camaleón no le importa no ser escorpión, pero le interesa que losdemás camaleones sí le vean como escorpiones. Mi tristeza brotó cuandopude observar la mirada de los escorpiones al ver a estos camaleones, eldesprecio no había cambiado, aun hablando como ellos, porque el escor-pión sólo veía a un camaleón, robusto, con cola de reptil y con sus vivoscolores, hablando como ellos, pero que... jamás podría ser escorpión.

Y no quiero que esto quede como crítica porque es muy legítimo elderecho a ser y vivir como nos dé la gana... eso es inalienable, pero lodenigrante es renunciar a la dignidad, renunciar a la condición de sercamaleón tan sólo por parecer escorpión, eso sí es triste, perder tu iden-tidad buscando parecerte a otra especie.

Aunque aquí comprendí la otra verdad, esa mutación y esa sumisiónsólo se debe a los deseos de superación, lo triste es tener que sumir enla oscuridad tu entidad, sumir en un pozo oscuro tu dignidad, para poderacceder a otra forma de vida.

Eso sí es triste, pero lo más triste aún es que el camaleón finalmentetermina creyendo en esta historia, acaba con su ayer para iniciar un maña-na basado en la ignominia, en la carencia de raíces, en el olvido de su ver-dadera identidad. La que debería de portar con orgullo, ser camaleón o ser

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pez o ser escorpión, o ser lo que sea debería de ser un orgullo, nunca unpecado, por eso mi frustración.

Así que un buen día, después de caminar junto a los camaleones,decidí tornar mis pasos para volver a mi pecera, junto a mis amigos, jun-to a mis congéneres.

Había aprendido algo nuevo en la vida... Y no es que critique a unoso a otros o que mi concepto acerca de la identidad tenga conflictos, essimplemente que no deseo vestirme de escorpión sin los atributos delcamaleón ¡yo no nací camaleón!

Tal vez ellos sea mejores que yo... Nunca voy a saberlo...Pero mi decisión es jamás ser camaleón ni mucho menos escorpión.Nací pez, nado muy bien en el agua, ni me arrastro, ni trepo árboles

eso queda muy claro. Respeto a las demás especies y continúo nadando.

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Una se entera de todo

Frontera: en geografía política, línea imaginaria entre dosnaciones que separan los derechos imaginarios de una de losderechos imaginarios de la otra.

Ambrose Bierce, Diccionario del diablo

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Terminaban completamente borrachos. Se tiraban a la piscina con ropay todo o sin ella. Vomitaban. Nos ponían el jardín como corral dechanchos. Ellas tomaban igual, fumaban y provocaban a los chicos:más parecían putas de carretera que señoritas de familia educada. Nosdaba vergüenza verlas. Mejor no mirábamos lo que pasaba. No habíamás que esperar a que se terminara la fiestecita para ponerse a reco-ger aquel campo de batalla. Nosotras estábamos para lo que está-bamos. Para limpiar toda aquella mierda y que cuando llegaran lospadres, la casa se viera reluciente. Así son los ricos, pues. Así hansido siempre. Eso no cambia de un país a otro. Cuando una los ve delejos, en las revistas, en las películas de los cines o en las telenovelasno digo que a una no le gustaría ser como ellos, vivir rodeada de gen-te guapa en esas mansiones que las llaman, que una sirvienta te trai-ga el desayuno a tu cama donde te estás hasta la hora que a ti te gus-te estarte. Pero cuando los ves, así cerquita suyo, ya se te quitan las

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Una se entera de todoEduardo Jauralde

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ganas de parecerte a ellos. Mi tía dice que el dinero da lustre por fue-ra, pero que por dentro pudre los corazones.

Una se entera de todo. Un poco por casualidad y otro poco por curio-sidad. La vida de los ricos es a veces más enrevesada y entretenida queuna película. La cosa es estar de modo que no la vean a una, como si unafuera un mueble entre los muebles. Es fácil porque nosotras somos y nosomos, a medio camino entre ser una persona o ser un trasto de la casa.De seguro que los señores creen que nosotras no entendemos las cosasque ellos platican entre sí. Que existe una barrera invisible entre la bocasuya y los oídos nuestros. Entre su mundo y el de nosotras.

Nunca me hicieron los papeles y quiera Diosito que no me enfermeen el trabajo. La señora me dijo que ellos no podían perder su tiempo connuestras cosas, que en vez de reclamarles papeles yo tenía que estarlesagradecida por tenerme en su casa, que peor si me hubiera tocado estarde puta en un bar. Era verdad, o currando, como dicen ellos, para sacartomates de debajo de un plástico acalorado.

A los señores no los quiero. Ni a la hija. A quien quiero es a mi espo-so, que lo es, aunque nadie nos haya casado. No es muy trabajador, peroplatica bonito y sabe darme gusto cuando yo se lo pido. Los días en quelos señores no están, lo puedo meter a mi cuarto. Allí hacemos lo que nosgusta hacer, calladitos y sin armar tanta escandalera. No más tengo quetener cuidado que no me pase lo que le pasó a la hija. Ella se quedó pre-ñada porque estaban borrachos cuando lo hicieron. Perdieron el controly sucedió esa desgracia. Las desgracias que les suceden a ellos sonmenos desgracias que las que nos pasan a nosotros. ¿Qué hubiera hechoyo con un niño en la tripa y sin papeles?

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Así fue como los señores se enteraron (porque de aquello sí tuvieronque enterarse) de que su niña había dejado de serlo. Lola se lo dijo muya lo bruto una mañana a la hora del desayuno. No pudo disimular lasnáuseas. Su padre empezó a explicarle que eso le pasaba por fumar enayunas. Y ella vomitó: “¿tampoco vais a ver que estoy preñada?”. Yoentraba ya para servir el café y como si nada. Escuchando no más perocon cara de no enterarme. A la madre lo único que le preocupó demomento fue saber quién se lo había hecho. Cuando Lola le dijo “ha sidoNono Frosser”, ya se quedó más tranquila. El padre se limpió los labioscon la servilleta antes de hablar. Dijo que era una broma de mal gusto.Yo, que soy observadora, vi que aquello lo decía porque no se le ocurrióotra cosa que decir. “¿Lo sabe él?”, preguntó la madre. Y el padre, yacon cierto enojo en el tono, pero sin perder las buenas maneras: “Pues sino lo sabe, se va a enterar”. Lola se había repuesto de las náuseas y espe-raba. Como si se hubiera quitado un peso de encima por el momento. Elpeso ahora lo tenían ellos.

Durante los días que siguieron hubo revuelo, cuchicheos, muchoteléfono. La niña tenía diecisiete años y el chaval, por lo que pude oír,veinticuatro y un brillante porvenir de ingeniero naval. Mi esposo,mientras, se impacientaba: “¿cuándo nos van a dejar la casa sola?,¿vamos a tener que esperar los nueve meses?” “No, mi amor, le decíayo, al final a esa criatura le van a dar el pasaporte, lo veo venir”. Minovio era un sentimental: “¡Qué burros!, ¿ella lo quiere tener?”. Paramí que ella no sabía si quería o no quería; estaba asustada, deseandoque lo que fuera se acabara pronto. Yo la miraba y me parecía que la queiba a nacer era ella.

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Una tarde se reunieron aquí todos, en el salón grande, el de la partede detrás. Vino el chaval con sus papás; ella una señorona de mucho pos-tín, enjoyada como un árbol de navidad y con cara de leona que defien-de a sus cachorros. Él bajito, con lentes de montura de oro. Vino tambiénun padre cura, muy mayor, que me pellizcó los carrillos y me llamó hijamía. Creí que era de la familia, pero luego resultó que era el confesor dela señora. Ella dijo mi director de conciencia. Yo les serví el café, el té,las bebidas. Pasé las bandejas con las pastas, los bocaditos de nata parael reverendo. La señora me había pedido que retirara los ceniceros por-que el humo del tabaco podía dañar a la criatura. No sé qué cosas estu-vieron platicando durante las tres horas que duró el comité. Cuandotodos se marcharon yo miré la cara de la señorita Lola para saber, perosu rostro seguía igual: la misma expresión de susto y de cansancio. Elmismo fastidio en el mohín de su boca.

Al día siguiente se llevaron a la niña a una clínica de postín. Ynomás, ahí se acabó la cosa. Cuando volvió ella ya con la tripa vacía, sefueron todos dizque a una convalecencia, a la Suiza. Yo le ayudé a hacerlas maletas a la señora. Total, nada, porque los ricos, si necesitan algo,se lo compran y ya está. No como nosotros que tenemos que andar de acápara allá con lo poco que tenemos. Después, las maletas que se fueroncasi vacías como digo, volvieron llenas. La señora se compró un montónde ropa. Y el señor igual, cosas finas, caras. Cosas que nunca tendremosnosotros por más que sirvamos y seamos dóciles y sumisas.

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Melodía en negro

Viajar es bailar.

Proverbio chichewa, extraído de Vagabundo en África, de Javier Reverte

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Dícese de la composición en la que se desarrolla una idea musical, simpleo compuesta, con independencia de su acompañamiento.

PRELUDIOUnos cincuenta pares de ojos me observaban atónitos. No eran ojos indi-ferentes. Eran espejos brillantes de admiración. De admiración y de sor-presa. De sorpresa y de incredulidad.

Su primer reflejo fueron mis lustrosos zapatos cuando cruzaron, máso menos decididos, la sala de conferencias. Los cincuenta espejos asis-tentes enviaron ondas a sus correspondientes cerebros y les gritaron: “Unnegro con zapatos, con zapatos limpios”.

Después, mientras seguían su fascinante camino, rastrearon con vora-cidad mis tejanos, mi camisa, mi americana. Obtuvieron reflejos de micorbata. Y ésta provocó un chillido aun mayor que el de mis zapatos: “Unnegro con corbata, ¡qué excentricidad!”.

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Melodía en negroAna María Moya Romero

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No saciaron su sed hasta ver cómo empuñaba el bolígrafo con unamano y el micrófono con la otra. Y, en ese momento, los veinticinco jue-ces silenciaron a sus histriónicos ojos, ahora mudos de tanta emoción.

SINFONÍAMi voz surgió desde muy lejos, intentando huir del auditorio donde meencontraba, intentando volar entre las líneas del pentagrama retórico.Sabía que mi discurso era mediocre. Que no aportaba nada nuevo. Yo noera un especialista en la literatura de mi país, ni siquiera era un lectorasiduo de literatura africana. Pero eso no importaba. El público ya mehabía atribuido el título de director de orquesta. Supiera lo que supiera,sería un buen director si el tema a tratar era África, en cualquiera de susespecificidades, voces, riquezas. Como buen ejemplar negro, había recibi-do mediante insigh toda la información necesaria para transmitir todos losconocimientos acumulados tras siglos de historia de un gran continente.

Mi melodía debía ser oscura. Las notas debían oscilar entre lo étnicoy lo políticamente correcto. El director negro no debía confesar que dis-frutaba cada noche leyendo Jane Eyre o que era un fan incondicional deAlbert Cohen. Que disfrutaba con la música clásica y con el cine de JohnHuston. Eso hubiera sonado a demasiados notas blancas en una partitu-ra negra.

VARIACIONESDe repente, algo en la sala llamó mi atención. Una mujer, en la últimafila, parecía no admirarme. Resoplidos cada vez que yo aportaba unaidea. Rostro enrojecido. Manos nerviosas. Composición de rubios rizos

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rebeldes. Espejos que leían mis pensamientos. Feliz nota discordante,feliz melodía desafinada.

Acabé mi monótona obra y la gente parecía satisfecha, todos menosElla. Y, sorprendentemente, nunca mis fracasos me parecieron tan dul-ces. Al fin alguien que me escuchaba y me criticaba. Ella me trataba deigual a igual, sin ningún problema de conciencia por encontrar mi músi-ca poco correcta. A partir de ahora debería ser más exigente. Alguien mehabía otorgado la humanidad que los demás me habían robado.

El resto de mi público se dirigió hacia sus casas, o quizás, hacia uncafé cercano, conversando acerca de mi exposición. Algunos se lucieroncon comentarios exquisitos. Otros corrieron a apuntar en su currículumque habían estado ante la presencia de un negro director de orquesta.Compraron mis partituras. Explicaron. Fanfarronearon. Olvidaron.

Ella se me acercó con paso firme y extendió una tarjeta ante mi vis-ta: “Grupo de trabajo sobre literatura africana. Cada martes a las 19:00horas en el Instituto de Estudios Africanos”. Yo reí durante un buen rato,mientras sus espejos divertidos me susurraban que a Ella parecían nomolestarle mis carcajadas.

CANNONAl llegar a casa y encender el televisor, un rostro familiar me miró fija-mente desde la pantalla. Una mujer de pelo rebelde hablaba de su últi-ma publicación sobre literatura africana. Una sonrisa atacó mi rostro. Laevidencia de una bonita casualidad provocó que las llaves de mi casa,que aún mantenía apretadas entre los dedos de mi mano, se deslizarande su escondite hasta el suelo.

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En ese mismo instante, al otro lado de la ciudad condal, Ella busca-ba en el mapa de su estudio la situación exacta del lugar donde yo habíanacido. Y, unos segundos más tarde, descubría un pequeño objeto olvi-dado en el suelo frente al mapa de África. Eran las llaves de plástico conlas que su gato solía jugar, prueba definitiva del delito de haber entradosin permiso en la habitación.

Ella se agachó y recogió las llaves.

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La última llamada de Mama-Dido

“El oro es el regreso”Husmeando la tierra extranjera desde el alba oscuraHasta que rodó en la llanura la noche en la hogueraMurieta olfatea la veta escondida galopa y regresaY toca en secreto la piedra partida la rompe o la besaY es su decisión celestial encontrar el metal y volverse inmortal.

Pablo Neruda, Fulgor y muerte de Joaquín Murieta

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Sólo tengo quince céntimos cfa. En este viejo locutorio sólo podré haceruna llamada. He decidido llamaros a vosotros. Mi hijo ya no me escu-cha.... ¿para qué malgastar ese dinero? Así que os hablaré, quizás tengáisoídos para escuchar. Hablaré hasta que se acaben estas monedas...

Me llaman Mama-Dido, soy la madre de Mohamedu, mi hijo de 18 añosque abandonó las verdes tierras de Camerún en busca de un borroso sue-ño más allá del gran desierto y del estrecho mar. Sé que su sueño eraborroso, porque no sentí vibrar su corazón. Sólo sentí que una pesadaangustia se apoderaba de él, al escuchar y conocer relatos de otros jóve-nes y de cómo se abrieron camino en aquellas remotas tierras. Cuandome hablaba de todo aquello con los ojos enrojecidos, mi viejo corazónsólo percibía envidia, rivalidad y esa sed estéril de riquezas que nos hacebeber y beber más agua salada, sentimientos que según las enseñanzasrecibidas de los ancianos de mi tribu no pueden propiciar nada bueno.

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La última llamada de Mama-Dido

Bárbara Meneses Montgomery

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Pero un buen día, conocedora y respetuosa de los procesos y ciclosde la vida, le tuve que dejar marchar. No salí de mi choza para despe-dirle porque sabía, que aunque aquel viaje iniciatorio le ayudaría a cre-cer, aquello le traería tantas desgracias que capaz sería de perder suespíritu sin remedio. Y no me equivoqué.

Mi hijo Mohamedu emprendió un viaje por los motivos equivocados.Su primo Yossef le llamó desde Sevilla. Le hizo babear contándole susaventuras, el coche enorme que conducía y la cantidad de chicas quele rondaban. De trabajo, andaba desbordado, según él y estaba a pun-to de comprarse una casa. Y todo eso, tan sólo seis meses después dehaber llegado a tierras españolas. No había langosta que se creyeraaquello, pero Dido siempre fue un inocente. Durante semanas y sema-nas después de aquella llamada, Dido no cejó en su empeño de pedirdinero a los abuelos, los tíos Mama Dioulé y Bunte, los vecinos BabaGouré y Dembé, hasta emprendió viaje a la capital en busca de alguienque le ofreciera un buen empleo como mecánico con el que ahorrarpara el Gran Viaje. Yo escuchaba en silencio las palabras de mi hijo,entusiasmado, obsesionado, cegado. Hablaba de coches, de mujeres,de fiestas con alcohol, de grandiosos puestos de trabajo en fábricas delas que ni hemos oído hablar en África. Aquello me resultaba extraño.¿Cómo la sangre de mi sangre podía ser tan dispar? Fue entonces cuan-do recordé...

—Sólo dispone usted de 10 céntimos —dijo entonces la fría voz deuna operadora en francés.

—Ya va, ya va... Déjeme usted seguir...

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Hace muchos años, vino a nuestra tierra un hombre llamado Gustav.Compartió con nosotros algunos días y una noche, cuando estábamostodos sentados en silencio alrededor del fuego, nos preguntó qué es loque soñábamos al dormir. Me sorprendió su pregunta. Ningún blanco sehabía interesado nunca por nuestros viajes interiores. Los ancianos de mipueblo se reunieron durante cuatro noches y finalmente le ofrecieron lamejor respuesta que encontraron:

—¿Para qué soñar? —dijeron—. “El hombre blanco tiene todas lassoluciones.”

No sé si fue consciente de la magnitud de aquella respuesta, peroaquel hombre anotó esas palabras en su cuaderno y al día siguiente semarchó por siempre jamás. Para mí, aquellas palabras cayeron sobre micorazón como pesados fardos. Comprendí entonces que habíamos dejadode soñar y que ahora, el hombre blanco lo haría por nosotros. Nos teníaatrapados en el último reducto donde se esconde la semilla de nuestralibertad: el mundo interior.

Mi pequeña mente no alcanzaba a entender por qué si la hormiga rojaamasa el grano por la mañana y la hormiga negra lo hace al atardecer,porqué los blancos querrían que danzásemos a su mismo ritmo. ¿Acasola naturaleza no tiene un sinfín de danzas en el gran baile que es la vida?

Mi hijo acababa de caer en la Gran Trampa. Había dejado de soñarpara abrazar un sueño blanco, el sueño de otro. ¿Cómo podría jamás serfeliz si buscaba satisfacer el sueño de otra persona? No lo entiendo. Escomo si la cebra quisiera ser jirafa, ¿para qué?

Intenté hablarle. Le pregunté si acaso no era capaz de ganarse unplato de comida y construirse una casa de adobe en la que criar a sus

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hijos. Le pregunté si acaso no podría llevarles a la escuela, prosperar enel pueblo, o incluso en la capital. Nada... mi hijo dejó de mirarme a losojos. No podía sostenerme la mirada. Sus ojos ardían de deseo y com-prendió que las aguas de mi sabia vejez apagarían aquel fuego.

Y un buen día, mi hijo se marchó.

—Cinco minutos y le corto la comunicación —dijo la operadora.

¿Sabíais que el primer inmigrante que existió fue el Gran Creador?Una vez terminada su obra fue considerado como un extraño por su pro-pia creación. Conforme se fueron olvidando de él, le echaron de cadacasa, de cada aldea, de cada corazón.

Dido me llama de vez en cuando pero su voz es distante, fría. No mecuenta apenas nada pero yo siento que sufre. No sé por qué penurias estápasando pero sé que de haberse quedado aquí, con el tiempo y la ayudade los demás jóvenes, hubiera podido labrarse un futuro mejor.

Yo sigo sin entender esto del sueño europeo. Para mí, un sueño queno puede realizarse aquí y ahora, en estas mismas tierras africanas que mevieron nacer y crecer, no es un sueño, sino una trampa que busca extra-viarte de tu propia riqueza interior, de tus propias posibilidades, de tupropia creatividad. Un sueño que dice “tú sí”, “tú sí tienes papeles”, “tuno”, no es un sueño de verdad. El sueño de verdad es aquel que creceaquí y ahora echando raíces tan fuertes como las de mi amado Baobab.Un sueño de verdad es un sueño que te libera, no que te encadena a ban-cos, deudas, compromisos imposibles de cumplir en plazos de tiempoinhumanos.

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Mi hijo puede tener ahora muchos coches, de todos los colores y for-mas pero en su mundo interior, camina descalzo por el ardiente suelo desu desértico espíritu. Camina malherido y sin agua con la que saciar sused y reponer fuerzas. El sol de su desolado paisaje interior le ciega cadavez más haciéndole tropezar a cada paso. Camina como el viejo zebú zig-zageando sordo hacia su muerte.

¿Y qué puede hacer Mama-Dido para salvar a su hijo? Os pregunta-réis...

Mama-Dido sólo puede hacer una cosa y la está haciendo ahora mis-mo, al dirigirme a vosotros. Los africanos hemos dejado de soñar porquevosotros invadisteis nuestras tierras con los bolsillos repletos de ideas ysoluciones con las que arreglar nuestras míseras vidas. Nos disteis re-ligión, hospitales, sistemas administrativos, educación europea... todasesas cosas que quizá hubiéramos desarrollado a nuestro ritmo, a nuestrapropia manera si nos hubierais dejado tan siquiera respirar un poco traszarandearnos con vuestro frenesí civilizador. Nos impusisteis vuestrosueño. Dejamos de soñar. Mama-Dido sólo puede hacer una cosa. Cam-biar vuestro propio sueño y a través de ese cambio, transformar el sueñode mi hijo Dido.

Os invito, invisibles oyentes que atendéis hoy mi llamada, a que revi-séis ese vuestro sueño. Observadlo, tocadlo, revolvedlo, engullidlo, dige-gidlo, devolvedlo, dadle todas las vueltas que podáis y descubrid así enqué trampa os habéis metido vosotros también. ¿Qué cultura y qué civi-lización es aquella en la que las personas no pueden responsabilizarse nide su propia basura, ni de su propio cuidado personal? Si un hombre nopuede limpiar el plato en el que come, el sistema no funciona. Más de un

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poblado se ha extinguido en África cuando sus habitantes decidieron uti-lizar esclavos y sirvientes. Si una madre no puede criar a su hijo, si másque las relaciones humanas, lo importante es conseguir una casa y otra ydos coches... Si vivir bajo un techo resguardado puede suponer años y añosde pagos a los bancos... ¿qué sueño es ése? En África un techo resguar-dado se consigue en diez minutos, un plato caliente en cinco, un amigoque te escuche en dos minutos y la comunión con la naturaleza es ins-tantánea.

Buscad vuestro sueño verdadero... salid de la trampa en la que osmetieron vuestros antepasados, los hombres modernos. Sólo así quizás, undía, mi hijo Dido pueda volver a casa y sonreírme mirándome a los ojos.

Hace años Mama África me dijo que la Tierra es Una y que como tal,el hombre podría encontrar un hogar en cualquier lugar. El hombre blan-co ha borrado esas palabras para colocar fronteras que dividen la tierra.No hay nada malo en emigrar si lo haces por los motivos correctos. Sino,no estás emigrando, estás huyendo de ti mismo. El primer error que hayque sanar es la idea de que estas tierras africanas, indias, sudamerica-nas no tienen nada bueno que ofrecer.

Nunca me ha faltado un plato de comida en casa. Os contaré un secre-to. Hace años, cuando yo era aún una jovencita, Mama África me susu-rró al oído mientras recogía agua del pozo. Me dijo que si yo creía enella, si cada día ponía en ella mis esperanzas de encontrar alimento, ellaordenaría a árboles, pájaros y plantas que me nutriesen. Hasta la fe-cha siempre ha cumplido su promesa. Un pueblo que ni aprecia ni creeen la capacidad de su tierra de nutrirle, cuidarle y protegerle, merece serexpulsado por ingrato.

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—Hora de despedirse, no le quedan más céntimos —dijo la operadora.

La estridente alarma de un coche despertó a Sara. Se había quedadodormida de forma repentina sobre el informe que escribía. Se estiró conpereza antes de ir a servirse un café y correr la cortina para admirar laluz anaranjada anunciando el nuevo día. Recordó que en tan breve espa-cio de tiempo había tenido un sueño fugaz sobre África. Serían cerca delas siete cuando Sara decidió releer su escrito. Una mueca agridulce y unchasquido de dientes bastaron para saber que algo iba mal. Cogió eldocumento escrito con tanto esmero la noche antes, lo arrugó formandouna pelota y lo lanzó con furia a la papelera.

Sara oteó el horizonte como si buscase en él, un hilo invisible quenutriera su inspiración. Su mirada y su aliento quedaron suspendidospor unos instantes que parecieron eternos por la quietud que se apo-deró de ella.

Después, Sara cogió de nuevo el bolígrafo y escribió con fuerza: “Unhombre no es libre si no puede soñar. Nadie puede imponer su propiosueño a otros. Las naciones del mundo hemos de trabajar para que todohombre pueda descubrir en plena libertad cuál es su sueño y dispongade ayuda para poder realizarlo. Sólo entonces seremos naciones civiliza-das. Por todo ello, mi país votará en contra de esta propuesta por consi-derar que vulnera la libertad esencial de todo ser humano”...

En esos momentos, en algún lugar de África, Mama Dido sonrió tra-viesa. Aquello le pareció un buen comienzo. De alguna forma misterio-sa, había logrado colarse en el sueño de Sara y plantar su semilla.“¿Quién lo iba a decir? ¡Y con tan sólo 15 francos cfa!”

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A través de las líneas discontinuas

Poco a poco el silencio me hizo un Robinson asustadizosin ropa pero sin hambre, sin sed porque por los poros la luz mineral nutría y humedecía pero a poco a poco el planeta me descolgó de mi lengua,y erré sin idioma, oscuro, por las arenas del silencio.

Pablo Neruda, La Barcarola

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Procuraba no pensar en ello, pero hoy su hijo habría cumplido los tresaños. Habría sacado sus ojos, y la sonrisa de Celine... Celine aún no ten-dría los veintidós.

Los días transcurrían apilándose con lentitud y perseverancia, comosi se tratara del calendario de un prisionero que espera su libertad. El últi-mo año y medio había pasado así, entre el permiso de residencia y el aloja-miento adecuado para solicitar la reagrupación familiar. Así seguía pasandomientras esperaba una respuesta. Pero al llegar el diecinueve de septiembre,la inercia del tiempo se estremecía, y esa esperanza en la que siempre pro-curaba sostenerse y sostener a quienes le importaban, se estremecía con él.

Tres golpes secos de la aldaba de la puerta arrancaron a Samir de susrecuerdos y aceleraron los latidos de su corazón. Ésas eran las secuelasde los abusos sufridos en El Ejido tras su llegada. Pero en Fraga habíaencontrado lo más parecido a la paz, y con un simple par de inspiracionesrecuperó la calma perdida.

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A través de las líneas discontinuas

María José Álvarez Álvarez

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—¿Samir Tokabango? Policía —dijo secamente uno de los dos hom-bres desde el umbral.

—Tengo papeles —respondió Samir, como si en la magia de esas dospalabras se diluyeran todas las complicaciones del mundo.

—¿Reconoce este documento? —continuó el funcionario, con el mis-mo tono antipático, interrumpiendo el ademán de responder a la pregun-ta anterior.

El otro hombre le tendió un sobre arrugado de los del correo aéreo. Lacara frontal era un manchurrón azul ilegible. El remite podía descifrarsea pesar del deterioro. Samir asintió con la cabeza sin acabar de com-prender qué significaba todo aquello.

Tras unas escuetas palabras, más bien poco esclarecedoras, le ten-dieron un papel con una dirección donde debía presentarse. Al ver escri-to Almería, Samir palideció bajo la negrura de su piel.

Esa noche no hubo forma de conciliar el sueño. La madrugada leencontró macerando pensamientos en busca de un sentido coherente queno acababa de encontrar. Cuantas más vueltas le daba, más se iba envol-viendo en la incertidumbre de sus conclusiones. Probablemente al pedirlos visados para su familia, se habría abierto una investigación másexhaustiva y habrían descubierto todas las ilegalidades de su pasado ocualquier cosa que poder utilizar en su contra. Lo que no acababa deencajar en los escombros de su castillo de naipes era la carta... ¿quéhacía esa carta allí?

Aquel “documento”, como lo había llamado el policía, era un subli-me homenaje a la mentira. La primera vez que habló con su madre des-de España, ésta le dijo que Fodé no había dejado de llorar ni una sola

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noche desde que él se marchó. Su hermano tenía entonces trece años yla cabeza llena de historias fabulosas sobre “un país de ensueño”, queSamir iba recreando para él desde un folleto de turismo que hacía tiem-po había llegado a sus manos. Un tiempo después, desde un cuartuchode unos veinte metros cuadrados, sucio, sin ventanas, que compartía conocho “moros negratas” más, le escribió una carta de esperanza a Fodécontándole lo maravillosa que era España, donde las fronteras son sólounas rayas discontinuas dibujadas en los mapas; donde el color de lapiel, la religión y otras diferencias culturales no son más que atuendoscon los que se reviste un ser humano; donde la gente es generosa y soli-daria... Y ratificó en aquel sobre todas las ilusiones concebidas en unaaldea remota del norte de Benín, donde las esperanzas se convertían enfugitivas, junto con la promesa de encontrarse con él en Almería.

Ahora, por lo visto, los sueños de Fodé habían cambiado. Se marchóde la casa, dejando sola a su madre. Ahora es ella quien lloraba. Hacíameses que no sabían nada de él.

Desde el coche del jefe, camino de la estación, miró a su alrededor através de los cristales. Las frutas en los árboles, esperando su recolec-ción, el grifo del lavadero, que seguía goteando, tres gallinas y un gallosuelto por el corral... y un nombre muy raro (el suyo) escrito en el buzón,a la entrada del camino. Temió que aquellas imágenes que huían de susretinas hubieran perdido su significado cuando las volviera a ver y quehubiera desaparecido esa sensación tan frágil y esquiva de recíproca per-tenencia. Aún a pesar de su inquietud, su jefe consiguió arrancarle unasonrisa, sugiriéndole un par de precauciones para el viaje, que deslu-cían bastante después de haber cruzado media África. Una palmada en

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el hombro a modo de despedida activó en el interior de Samir un viejoamago de soledad. El autobús salió de allí medio vacío.

La monotonía del paisaje de los Monegros, el movimiento del autobúsy el insomnio de la noche pasada le hicieron caer rendido. Volvió a tenerla misma pesadilla en la que revivía el diecinueve de septiembre, peroesta vez Celine moría en el parto, como en la realidad, pero era él y noel bebé quien se quedaba encerrado en su vientre, esperando la muerte,sin poder salir.

Se despertó alterado, y quiso concentrarse en los paisajes y en laspersonas de cada lugar. Al otro lado de la ventanilla de seguridad, Teruelse quedaba rezagado y la Comunidad Valenciana ofrecía la bienvenida aquien se diera por aludido.

A pesar del cosquilleo con el que se quejaban sus músculos, el lar-guísimo trayecto se le estaba haciendo corto, pero era consciente de queel tiempo se disfraza cuando no quieres llegar.

Algunas horas después, una marea de plásticos a ambos lados de lacarretera, casi desdibujados en la noche, avisaban a Samir de su proxi-midad. No pudo evitar preguntarse cuántos jirones de dignidad se pudri-rían aún entre las plantas. Aunque (ojalá) tal vez las cosas hubierancambiado desde que él había pasado por allí.

Con la luz de la mañana y una muestra de hospitalidad de su viejoamigo Ismael, Almería no parecía tan terrible. Tuvo que tenderle el pa-pel al taxista para no tener que volver a pronunciar en español flojo y conacento francés una palabra con tantas eres. Lo cierto es que enviarle aun edificio en medio de una calle llamada Recorrido, no dejaba de pare-cer una broma pesada. El policía que se ocupaba de la recepción, le

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acompañó hasta otra estancia, donde otro agente le mostró el resto de lacarta y una bolsa de plástico que, al menos en parte, la había protegido...Samir se preguntaba de qué...

—Acompáñeme, por favor —le pidió con una amabilidad que lehizo dudar de la veracidad de sus preocupaciones respecto a su expul-sión.

Salieron del edificio y cruzaron la calle. Samir tuvo la impresión deque el hombre que caminaba a su lado quería mostrarle algo que no sabíacómo explicar. Empezó a salir de dudas cuando atravesaron la puerta dela funeraria.

—Se trata de un muchacho joven, de raza negra. El mar llevó su cuer-po hasta la playa a principios de este mes, pero ninguno de los ocupan-tes de las pateras interceptadas en las fechas más cercanas ha podidoidentificarle ni aportar datos sobre su origen. Sus huellas dactilares tam-poco figuran en otros archivos. Lo único que llevaba encima era la cartaque nos ha llevado hasta usted.

El hombre de la funeraria ya estaba abriendo la puerta de la nevera yextrayendo su contenido. Abrió la cremallera de la bolsa, dejando al des-cubierto la cara más siniestra de la inmigración.

—¿Lo reconoce? —le preguntó, con esperanzas de avanzar un pasomás en su investigación.

Samir miró a Fodé por última vez y enmascarando el dolor que leapretaba la garganta, le respondió con la más convincente de susnegativas. Su hermano se quedaría con él en España, como le habíaprometido en aquella carta, aunque fuera en un nicho sin nombre quenadie iría a visitar.

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Una voz ajena a sus pensamientos le agradeció las molestias y sedespidió de él. Samir buscó un estanco donde comprar un sobre de losdel correo aéreo, para llenarlo de esperanzas para que alguien se lasleyera a esa madre, que, si de él dependía, seguiría esperando cadanoche el regreso de Fodé.

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El poeta y el desarraigo

Poesía

... y ahora sopla, oh viento; hínchate ola;boga, boga, que estás encima de la tormenta,y todo queda en mano del acaso.

William Shakespeare, Julio César

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El poeta y el desarraigoAndrés Alarcos Vela

Todo ocurrió un día, en mi casa, en mi familia, en mi país...Empecé a soñar más allá de mi tierraY la dolorosa realidad por los que amaba me hizo romper fronterasY voléY comencé a volarY cuanto más me alejaba más me dolía mi tierraY más amaba a los que amabaY me inundaba la tristezaY empecé a sentir miedo por llegar a una tierra que no conocía

[y que quería conocer.Podría ser España u otro país cualquieraY empecé a luchar, y quise entender y querer que me entendieran,Luché con el esfuerzo de mis manos en mil batallas de trabajo,A veces casi inhumanoY topé con las leyes de gobiernos y trabajos

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Que hablaban de una legalidad fría que sólo existe en los despachosY por conseguir esa legalidad pagué un precio muy alto y sólo quieroRecordarlo comoUn mal sueño y seguir adelante luchando…

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Andando por la vidala gota de alegríala risa indiferente,la tarde que se anida,la extensión la agonía,el día dolorido.

Conocí la fraganciade tanta poesía.Unas hilaban tiernocon flores y diademas,sublimando el silenciolas tumbas y los sueños.Otras cantaban dulcea momias y esqueletos,

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PoesíaJacinto Bacón Tixi

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a huellas enterradasy besos que se fueron.O adornaban el humode azucenas quemadas,la ceniza que el vientolo escupe y lo esparce.

Para esta poesíano existía la ira,el odio que aniquila,el hambre que degüella,el frío que fucila,el dolor, la tristeza,la soledad la nada.

Porque volaba ciegatenebrosa, distante,cerrada y enredada,como noche en sí mismo,Pintando paraísosque no huelen, conocen,el cielo que no han visto,el amor que no entienden,perdidos en las sombras,que piensa que no existe.

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Para esta dulce trovanadie enferma o se cae,nadie duerme en la calle,no hay seres explotados,no hay pueblos pisoteados,tampoco existe hienaso inhumanos tiranos,empresarios banquerosque utilizan, despojan,el pan de los hermanosdejando los harapos,los huesos, las cenizasdonde se alzan las manos,pequeñas e inocentesde madres y niños.

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Mujeres de muchas partes

“La extranjera”Habla con deje de mares bárbaroscon no sé qué algas y no sé qué arenasReza oración a dios sin bulto y pesoenvejecida como si muriera.En el huerto nuestro que nos hizo extraño,ha puesto cactus y zarpadas hierbas.Alienta del resuello del desiertoy ha amado con pasión de que blanquea,que nunca cuenta y que si nos contasesería como el mapa de otra estrella.Vivirá entre nosotros ochenta años. pero siempre será como si llega,hablando lengua que jadea y gimey que le entienden sólo bestezuelas, y va a morirse en medio de nosotros,en una noche en la que más padezca,con sólo su destino por almohada,de una muerte callada y extranjera.

Gabriela Mistral, Tala

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Así era ella, una mujer a la que le palpita el corazón cuando oye que sue-na esa horrible sintonía en su teléfono, pero que, al final, llega a desear,porque es en ese preciso instante en el que se abre la puerta que le per-mite escapar y flotar a otra realidad.

Mira la pantallita y efectivamente ve que es esa llamada tan espera-da, en la que aparece un largo número… Ese sonido hace que su cora-zón se active de nuevo, que su piel se sienta abrumada, que sus labiossonrían de manera inconsciente y que sus ojos se nublen de lágrimas,que por unos instantes puede controlar pero que, una vez aprieta ese tanconocido y gastado botón del teléfono, acaban resbalando por sus meji-llas heladas y secas por el frío infernal al que no está acostumbrada…

—¿Sí...?—Soy yo…Suspira intensamente y ese suspiro que surge de su interior traspasa

la frontera de lo físico y llega a la persona que está al otro lado.

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Mujeres de muchas partesAlba Alfageme Casanova

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—Cariño, ¿qué te pasa? —le preguntan desde el otro lado del teléfono.Le cuesta articular esa palabra que le ayudará a tranquilizar el

ambiente, se muerde los labios, respira de manera imperceptible y sedispone a hacer aquello que tanto nos han enseñado, aquel mecanismode dejar las cosas bajo la alfombra y girar la mirada hacia otro lado, aescondernos, de manera ya casi intuitiva, jugando con el engaño, teóri-camente para no herir a los demás y esconderse tras ese aparato que tan-to nos une pero a la vez tanto nos llega a separar.

—¿Qué tal? Estoy bien… —aunque por dentro se repite, estoy deses-perada, ¡te necesito!

—¿Cómo va todo por ahí? He visto en las noticias al presidente deEspaña, porque ha estado aquí de visita con el presidente y salió en latelevisión… Encuentros de gente rica… ¡ya sabes!

—¡Ah, sí!, lo vi también… total, ya ves, ya pueden hablar y hablar,porque después nada de nada… Ya podrían darnos los papeles…

—Sí, la verdad es que mucho hablar y poco hacer… bueno y tú, ¿qué tal?—Pues mira, aquí estoy, trabajando y pasando el duro invierno… Y

¿por allí?—Bien, pero como hacía días que no sabía de ti…Suspira y repite para sí misma “tengo que ser fuerte, tengo que estar

tranquila…, necesito que me abraces, necesito poder contarte todo loque siento, la soledad me está agotando poco a poco… pero, ¿qué saca-ré?, yo aquí tan lejos… no puedo fallarte, ¡tengo que ser fuerte!

Se mira al espejo y prácticamente ni se reconoce. Se acerca más ycuando su pequeña nariz toca el frío espejo, fija su mirada en el interiorde sus ojos y se va separando poco a poco…

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Algo ya le es más familiar, pero ¿cómo hablar con los demás si nopuede ni hablar consigo misma? Tiene que ponerse el disfraz de nuevo,separarse de ese espejo que la martiriza cada vez más y… seguir…

—¿Hola? —oye desde lejos.—¡Sí, sí! es que hay interferencias y no te oigo bien —intenta con-

vencer a quien está al otro lado.Estoy desesperada porque esta ciudad me agobia, porque siento que

estoy a la deriva, sin rumbo y siento que no siento. Me estoy muriendoen vida, estoy viendo desde cerca mi final —piensa para sí misma—¿enqué me estoy convirtiendo? —se pregunta—; ¿cómo puede mi cuerposeguir respirando si siento que lo más importante de mí, mi espíritu, miyo, se está desvaneciendo?

Me aterrorizan los espejos porque no me reconozco, me atemoriza quellueva y poder verme reflejada en los charcos que se crean en esta isla,que parece a veces estar superpoblada, pero que hace que me sientasuperviviente de un naufragio, donde la soledad invade cada esquina,cada rincón de un espacio que no conozco…

Miro a mi alrededor y sólo me atrevo a dejarme llevar por la luna, por-que sólo puedo escapar a través de ella. Pero hay muchos momentos sinluna, los eclipses se apoderan de más noches y si no hay noches, no haydías y si no hay días, no hay vida.

¿Qué daría por decirle todo eso, por articularlo a través de ese peque-ño altavoz que está empapado por su tristeza y su mudez…?, pero vuel-ve a suspirar y rectifica sus palabras en el camino entre su corazón, sucabeza y su boca e intenta maquillarlas…

—¿Hola? ¿No me oyes?… ¿Eoooooo?

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—¡Sí!, ¡sí!, es que no sé qué pasa con la comunicación, no se oye muybien —dice para esconder sus eternas pausas telefónicas.

Las lágrimas se apoderan de nuevo de sus ojos tristes y mira haciaarriba en un intento de no dejar brotarlas de nuevo, coge un kleenex y selas seca, igual que hace con la nariz, para de nuevo contar, engañar ydisimular lo que se presenta como el epitafio de su vida.

Esa conversación era como un oasis en un desierto inundado por suslágrimas, pero a la vez sabía que tenía que mantenerla como un espejis-mo, porque en cualquier momento podía desaparecer de nuevo y susaguas también… era mejor mantenerlos lejos…

—¿Qué me decías? —agarra el pañuelo totalmente húmedo entre susmanos y lo aprieta.

—Pues nada que estamos muy bien, sobre todo Pedro, porque a lomejor le ofrecen un trabajo aquí en el pueblo, para recoger café y así ten-drá dinero para poder mantener a su familia. ¡Ah! ¿Sabes que están espe-rando a otro bebé? Marta vuelve a estar embarazada ¿te lo había dicho?

—Oh… ¡Qué bien!, me alegro mucho… ¿Otra vez embarazada? —son-ríe— ¡Qué contenta estoy!

—Dicen que te dé muchos recuerdos, ya sabes lo mucho que te quie-ren porque les has ayudado tanto; eres un sol, lo sabes ¿verdad? ¡Ah! Medijo que te diera las gracias por el dinero para el bebé.

—Gracias, pero no es nada. ¿Ya está bien?—Sí, el doctor les dijo que ya estaba todo en orden, pero lo pasamos

tan mal… Pero no quiero preocuparte con todas estas historias, que yahiciste bastante. Es muy difícil estar aquí sin ti, pero pensar que estás

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bien me tranquiliza mucho y la verdad es que nos estás ayudando tanto.No sé qué haríamos sin ti… (pausa) ¿Estás bien? Te noto extraña…

—No sufras, es que estoy resfriada y también tengo un poco de prisa.Tengo que colgar ¿vale?

Otra vez siente una sed brutal que hace que se acerque al oasis, perosabe que ese espejismo puede romperse y prefiere mantenerse alejada.De nuevo se gira y vuelve al árido escondite, en el que sólo está ella, ydecide cortar la conversación en la que ya no puede fingir más…

Se repite una y otra vez: “no sé qué haríamos sin ti!”. —Y yo —se pregunta—, y yo ¿qué hago yo, sin mí? Siente que su mochila de viaje va creciendo y creciendo y que tiene

que llevarla a cuestas sola y no puede caerse, porque si se cae, van arodar cuesta abajo todas las personas a las que quiere… y ese peso lahunde cada vez más, cada vez sus pasos son más cortos, cada vez sienteque se queda más parada y que casi le es imposible caminar…

—Muy bien mi solecito, cuídate, tómate cosas calentitas para el res-friado.

—Vale mamá… ¡os quiero mucho! Tengo que irme.—Mi niñita, eres tan fuerte y tan valiente… ¡estoy tan orgullosa de ti!

¡Te quiero! —Muy bien, ¡un besazo!… ¡Ah! les mando el dinero hoy mismo y ya

les llamo el sábado. Te quiero. —¡Gracias mi corazón! ¡Mua! Hasta el sábado…Se queda mirando al teléfono y deja que sus palabras se pierdan en

el vacío, repitiendo —mamá, te quiero— y rompe a llorar como lo hacíacuando tenía 4 años y se despertaba en medio de la noche. Entonces se

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encendía una luz y aparecía su mamita, la que la besaba y la acunaba...ahora no había ni tan sólo luz.

Se tumba en la cama que siente como único refugio y mira esa fotoque se llevó cuando decidió empezar su vida de nuevo, cuando soña-ba mirando a las nubes y las transformaba en parajes bonitos y fan-tásticos, en los que encontraría la panacea a sus problemas y a los delos suyos. Unos lugares que con el tiempo se han ido desvaneciendo,como las nubes, aunque a éstas las pudo ver algún día y ya nadie selas podrá quitar.

Esas ideas maravillosas que se había creado se han perdido en algu-na parte de su ser y no entiende cómo las siente aún, ¿será que el día enel que deje de soñar, se habrá desvanecido todo?

Mira a su alrededor y ve las dos camas de sus compañeras de viaje,con las que comparte el día a día, con las que compara su decrépita viday con las que ya no sabe de qué hablar.

Ha aprendido a vivir sin respirar y se repite que compadecerse no laayudará y tiene que mirar hacia adelante. Levanta la mirada hacia elmaldito espejo que le recuerda en qué se ha convertido, dónde está ycómo llegó allí.

De nuevo se tumba para coger la foto medio arrugada que le permiteescapar, aunque sea efímeramente, de su cotidianeidad.

Es gracioso —piensa—. Desea salir de su vida actual para volver aaquella de la que tanto soñó escapar.

Las bolsitas de la vida, como las llama ella, le ayudaron a cruzar doslíneas de vidas antagónicas, pero ahora se da cuenta de los paralelismos

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que las unen. En las dos soñaba y anhelaba algo, en las dos tenía deseosde marchar y de llegar, de salir y de entrar…

Y ahora, la vida, siempre irónica, la ha llevado a codearse con esagente horrible que sólo tiene en mente entrar y salir, entrar y salir, entrary salir… Se asfixia…

—¿Cómo puedo encontrar la fuerza de dejar todo esto atrás? —sepregunta.

Vuelve a sentir esa necesidad vital de huir, de correr hacia otrolugar, porque el caminar ya se ha convertido en algo insostenible que lalleva a la extenuación.

Se mira de nuevo al espejo y ve entrar a Lourdes, una de las compa-ñeras con la que comparte los 10 metros de suelo en el extrarradio deMadrid y ve que ella también ha perdido su brillo, la ve agotada, peroantes de que pueda llegar a sus respectivos 3 metros 33 cm, Lourdes segira y le dice

—No puedo más…, necesito dormir…Y ella, desde su caparazón roto, le contesta:—Yo necesito dormir y despertar, y darme cuenta de que todo ha sido

un sueño, un maldito sueño del que, por fin, he podido escapar.

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Sueños prisioneros

Cuando al día tercero la Aurora de trenzas hermosa;se anunció, cesó el viento de pronto, y se hizo la calma;no hubo un soplo siquiera y Odiseo vio cerca la tierra,aguzando la vista en lo alto de una ola rizada.

Homero, La Odisea

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Cuando uno confía en que el mundo ya no puede volverse más absurdo,¡bang!, ocurre lo más inesperado. Después de que la tostada se caiga alsuelo por el lado de la mermelada, se rompan las medias nuevas y carí-simas en cuanto acabo de estrenarlas, después de dejar las llaves olvi-dadas en la cerradura y tener que llamar a un cerrajero…, tras todasestas experiencias, dignos ejemplos de la ley de Murphy, uno busca eva-dirse para olvidar que ese día se ha levantado con el pie izquierdo. Y nome refiero al Valium, sino al sueño. El maravilloso y acogedor mundo deMorfeo.

Con una sonrisa de satisfacción, ante la noche de fantasía e irrealidadque me espera, me acurruco en mi cama, dispuesta a echarme sin para-caídas a ese valle onírico. Me encontraba ya a las puertas de ese paraísoprivado, con la mano en el pomo, cuando de repente, una estridente vozgritó a mis espaldas:

—¡Alto! ¡Pasaporte!

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Sueños prisionerosAna Belén Figueira Álvarez

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—¿Cómo? —grité a mi vez, anonadada, girándome para comprobarel origen de tan extrañas palabras. Quizás ya formaban parte de mi sue-ño. Quizás hoy me tocaba pesadilla en el menú. Y en cierto modo así era.

La persona que se había dirigido a mí en ese tono autoritario iba ves-tida como un agente de aduanas. No podía definir claramente su sexopues un halo de ambigüedad se reflejaba tanto en su figura como en suvoz. Me miró con ojos escrutadores y recriminatorios, sin prestar aten-ción a mi indumentaria un tanto infantil, un pijama de franela con ositoscomiendo fresas, para una mujer entregada ya con fervor a la treintena.No señor, sus ojos se clavaban en mis manos sudorosas. Y vacías.

—Veo que aún no está al corriente de la nueva ley, señora. Según elartículo 23-b/05 referente a la libre circulación de personas y seres ani-mados en la esfera astral y otras dimensiones paralelas, es preceptivopresentar un pasaporte válido para poder acceder a su interior.

¿Un pasaporte para soñar? En efecto, era una pesadilla. La burocra-cia me perseguía hasta en mis sueños.

—Pero, esto es increíble —acerté a murmurar perpleja—. Es total-mente surrealista.

—Lo siento, señora —me respondió ella/él—. Así están las cosas.No se imagina usted lo peligroso que se ha vuelto el soñar últimamente.Tras esas puertas, pueden producirse verdaderas barbaries. Se debeponer un freno antes de que la situación se descontrole.

¿Cómo replicar a la incoherencia? Lo absurdo de esa situación nubla-ba mi capacidad de respuesta. Hasta ese preciso momento, hubiera jura-do que éramos libres para soñar.

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Pues por lo visto, no. Así me lo confirmaron a la mañana siguiente,cuando me presenté furiosa, tras una noche truncada de fantasía e intro-misión en mi reducto privado del sueño, en la oficina encargada de expe-dir esos pasaportes.

—Para obtener el pasaporte al mundo de los sueños, deberá ustedsometerse a unos tests para detectar irregularidades en sus fantasías.Hay cierto tipo de sueños e ilusiones que están penados y que conllevanmultas. Y en caso de violación repetida de la norma, puede suponer lasuspensión temporal del derecho a soñar. Por ejemplo, está prohibidomantener fantasías sexuales con estrellas del celuloide o cualquier otropersonaje de dominio público. Atenta contra el derecho a su imagen,sumado al delito de sexo no consentido. Tampoco podrá usted soñar conpelículas, obras literarias o exhibiciones musicales, pues vulneraría losderechos de propiedad intelectual. Caso flagrante de piratería.

Siguió enumerando otra serie de ejemplos del mal uso del mundo oní-rico. Pero al ver mi rostro poseído por la confusión, junto con una buenadosis de mala leche, decidió interrumpir su perorata y poner en mismanos la guía para un “sueño justo”.

—Aquí encontrará resumido lo que le acabo de contar, junto conunas recomendaciones para evitar la producción de sueños nocivos.

Ese folleto, insulto a la libertad de expresión, recogía incluso fotos depersonajes en busca y captura, como Peter Pan y Alicia del País de lasMaravillas. En sus páginas se animaba a los mortales a construir sueñosasépticos, incoloros, aburridos… Pero sobre todo, prisioneros. ¿Quiénosaba ponerle cadenas a los sueños? Son nuestra vía de escape a una

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vida anodina. Ellos nos dan fuerza para cambiar lo que nos rodea, inten-tar convertir este mundo en un lugar mejor.

Quizás eso es lo que asusta a los podadores de sueños. El cambio.Quieren despojarnos de nuestras esperanzas. ¿Vamos a permitirlo? Yono quiero vivir en un mundo monocromático ni entrar de forma ilegal enun mundo que debería recibir a todos con los brazos abiertos.

¿Mi propuesta? Una “dormida” general. Que nos multen a todos, siasí lo quieren. El mundo ya sufre bastante despierto como para que tam-bién lo haga dormido. Soñar con un mundo mejor no debería ser delito.Los sueños deben ser libres. Por siempre.

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Hipercor de La Castellana

“La primera palabra venida de América”Salamanca, 1495Elio Antonio de Nebrija, sabio en lenguas, publica aquí suVocabulario español-latino. El diccionario incluye el primeramericanismo de la lengua castellana: Canoa: Nave de una madero.

Eduardo Galeano, Memoria del fuego, 1, “Los nacimientos”

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Hipercor de la Castellana, 11:30. Entre las estanterías de la zona Deli-catessen doña Elvira iba seleccionando productos, cuidadosamente.Esa tarde había invitado a sus amigas y quería que todo resultase per-fecto. Dos pasos por detrás, su asistenta la seguía, solícita, e iba depo-sitando en la cesta los paquetes que la señora le entregaba con ciertadisplicencia.

Las observé durante unos momentos y me pareció que no era yo laúnica que veía aquella escena como un anacronismo: la señora reciénsalida de la peluquería, a todo punto sobrevestida, con sus joyas, su abri-go de piel, su maquillaje perfecto y sus manos con las uñas cuidadosa-mente pulidas y pintadas de rojo, bailando entre las baldas del super-mercado y entregando objetos, casi sin mirar, a una chica algo incómodaen un ridículo uniforme gris con su cursi delantal y cofia, rematados porun primoroso encaje. La satisfacción de Elvira era inversamente propor-cional a la vergüenza y humillación que sentía la muchacha.

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Hipercor de La CastellanaBeatriz Gladys Vieites Vázquez

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Yo las conocía. Vivían en mi edificio. La señora se mostraba distan-te, pero con Johana, la asistenta, había llegado a tener una relativa amis-tad: un día en el ascensor, le había comentado el mal gusto de su jefa alhacerle llevar ese estúpido uniforme, y ella, agradecida por ese atisbo decomprensión en una ciudad donde apenas conocía a nadie, acabó porhacerme pequeñas confidencias cada vez que nos encontrábamos en elrellano. Tenía mi misma edad y era de México D.F. Había estudiadoingeniería informática pero al no tener trabajo, se había venido a Espa-ña, pensando que aquí le iría mejor. Por el momento no había encontra-do nada relacionado con sus estudios pero al menos trabajando en unacasa, podía ayudar a su familia. Comía y dormía en casa de su patrona yasí casi no tenía gastos y podía mandar a México casi la mitad de su suel-do. Lo que le molestaba profundamente era la actitud sumisa que teníaque adoptar durante todo el día.

A las 12:30 me encontré a doña Elvira con Johana en el portal. Des-pués de saludarme fríamente, la señora hizo una indicación con la cabe-za y Johana se dirigió al montacargas para entrar en la casa por la puer-ta de servicio mientras ella esperaba conmigo el ascensor. Una vez encasa se reencontraron las dos en la cocina.

—¿Preparo ya la tortilla de papas, señora?—Patatas, Juanita. Se dice patatas. Y ya sabes que tienes que tener-

la preparada para la hora a la que llega el señor. Voy a cambiarme. Des-pués de comer hablamos de lo que vas a servir por la tarde y cómo quie-ro que lo sirvas.

Johana bajó la cabeza obedientemente pero Elvira pudo atisbar porun segundo la mueca que el orgullo lastimado de la chica hacía asomar

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a su rostro y, sin querer, su mente retrocedió a otro lugar, treinta añosatrás. Molesta, se pasó la mano por el pelo y salió de la cocina. Esa tar-de tenía una partida de cartas con sus amigas y tenía que estar de buenhumor.

14:30. Llegó el señor, la besó y se sentaron a comer.17:00. Llegaron las amigas, la besaron y se sentaron a jugar.22:00. Llegó la noche y doña Elvira entró en el vestidor y se sentó

frente al espejo. Contempló su pelo ondulado color ambarino y las arrugas que se mar-

caban en su cuello sobre el collar de perlas. Observó el delicado cierredel collar y la graciosa elegancia del twin-set color lavanda sobre la fal-da de cheviot en tonos pardos. Se desvistió cuidadosamente, y esta vez sí,se permitió a sí misma recordar. Y recordó a la muchacha algo provin-ciana que con veinte años se había ido, recién casada, a Inglaterra, a ser-vir en una casa. Volvió a recordar la honda impresión que le había cau-sado la señora para la que trabajaba, lady Olivia Nocton. Sus vestidos, suporte, su manera de recibir. Pero todos estos recuerdos no eran más queuna densa niebla que desdibujaba lo que Elvira había olvidado: habíaolvidado que ella también había llevado un uniforme. Había olvidadoque recién casada no podía dormir con su marido. Había olvidado lasmalas contestaciones y lo que se siente al no ser tratado como un igual.Lo único que recordaba, borrando todo lo demás, era el íntimo y cada vezmás vivo deseo fraguado durante largo tiempo de ser como ella, comolady Nocton, aquella mujer que la llamaba Elvaira y la reprendía por nosaber preparar un Bloody Mary como Dios manda. Y había costado losuyo, pero, a su manera, lo había logrado. Fueron diez largos años en

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Inglaterra, ella de criada y su marido de chófer, pero cuando volvieron,con el dinero ahorrado, su marido había montado una empresa concesio-naria de coches que le había ido más que bien: ahora tenían diez. Y trescoches. Y dos casas además del piso. Y dos hijos abogados. Y club decampo. Y amigas bien. Y el servicio pero que muy bien.

Elvira bostezó. Las pastillas para dormir iban haciendo su efecto. Sepuso el camisón y se recostó al lado de su marido que ya dormía pláci-damente. Se quedó pensando en lo agradablemente que había transcu-rrido la reunión de la tarde. Ella sabía recibir. Ella era una señora. Casidormida ya, recordó el pulcro uniforme de su criada y lo bien que sehabía manejado para atenderlas. ¡Lo que había aprendido esa muchacha!¡Si cuando la tomó a su servicio no sabía ni hacer un gazpacho en con-diciones! Al poco, doña Elvira roncaba levemente, con una sonrisa desatisfacción dibujada en su rostro.

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Buenos Aires-A Coruña

Madrid-Guayaquil

¡Rumbo a casa! ¡Armoniosas palabras! ¿Habéis marchadoalguna vez rumbo a casa? ¿No? ¡Rápido! Tomad las alas dela mañana, o las velas de un buque, y volad hasta los últi-mos confines de la tierra. Una vez allí, quedaos uno o dosaños; y después dejad que el más ronco de los contramaes-tres, con los pulmones hechos piel de gallina, grite esas pala-bras mágicas, y juraréis que “el arpa de Orfeo no era tanseductora”.

Herman Melville, Chaqueta blanca

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Todo mi ser está ligado a la tierra,me sabe a tierra todo en la memoria,

tierra el camino, tierra mi historia,tierra esta voz que en el desierto clama.

Celso Emilio Ferreiro

Todo lo que quise yo, tuve que dejarlo lejos.

Romance de mi destino(Pasillo ecuatoriano)

Buenos Aires, agosto 1940Mi niña:

Te escribo esta carta desde un café de la Avenida de Mayo. Hacefrío, tanto frío, no te lo puedes imaginar. Es que el viento, “el vientonorte” como lo llaman aquí, penetra en tu cuerpo y es como si se que-dara adentro. Me metí a este café a calentarme. Ojalá no se den cuen-ta de que no he consumido nada. Hay muchos más como yo con la cara

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Buenos Aires-A CoruñaMadrid-Guayaquil

Pablo Vázquez Pita

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pegada a la ventana. Nos reconocemos por la mirada triste. Mirada degallego.

Mi niña… Allá es verano y estarás en alguna playa y yo aquí, tan lejosde Galicia y de tu presencia. El trabajo es agotador. Jornadas de más dedoce horas diarias. Trabajo en el puerto. Carga y descarga. Cada día lle-gan barcos y barcos repletos de hombres como yo, inmigrantes. “¿Dóndese reúnen los españoles?”, preguntan. “¿Habrá algún alojamiento?” “¿Medas un trozo de tu pan?”. A veces me pregunto quién quedó en Galicia yte imagino andando con ese caminar tuyo tan decidido por una provinciadesierta. Te preguntarás cómo es este lugar tan distinto y distante llama-do Argentina. Sólo puedo decirte que es hermoso y horrible y que aveces, los domingos como hoy, muero de morriña. Buenos Aires no es ACoruña, no sé decirte más y con eso creo que digo todo… Pronto se daráncuenta de que no he consumido ni un café y tendré que volver a la calle,al viento norte que me está esperando. Echa espuma por la boca como unlobo. Espero que estés bien a pesar de todo, espero que nuestro peque-ño esté creciendo en ancho y largo y espero volver para nunca marchar-me y que ninguno de nuestros hijos o nietos tenga que dejar la bella Gali-cia para “hacer las antípodas” en un mundo tan ajeno. Te abrazo conabrazo transatlántico… mi pequeña. Pablo

To: [email protected]: Besos desde MadridMamita linda:

La ciudad se llena de colores y luces por la Navidad. En El CorteInglés que es un centro comercial grandote han puesto un nacimiento y

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en la Puerta del Sol un árbol que iluminan de noche. A usted le encan-taría. Me dijo Freddy que me va a prestar la cámara digital para tomar-me unas fotos y poder mandárselas. Qué frío que hace, no tiene ideamamita. Los guayaquileños y los dominicanos nos andamos quejando delfrío todo el día porque se hace más difícil trabajar con las manos hela-das. Conseguí trabajo en la construcción de un aeropuerto. Nos sacan lamadre pero pagan bien. Si sigo así podré ahorrar para dar la entrada parala casa, ésa que le conté y que las cuotas me salgan más baratas. Me ponemuy triste no poder ir en Navidad, pero todavía estoy solucionando eltema de los papeles. Nos dijo el jefe que va a tratar de ayudarnos, no sécómo.

¿Qué quiere que le regale? Se va la hija de Lupe, la del locutorio, via-ja el 18 y me dijo que cualquier cosa a las órdenes. Yo no sé qué man-darle. A los niños les estoy mandando una computadora y a mi papi uncelular. ¿Prefiere que le mande la plata y usted se compra lo que quie-ra? Me tengo que ir mamita. Un beso, acuérdese siempre de que la quieromucho. Su hijo que la adora y la extraña: Víctor.

Buenos Aires, febrero, 1941¿Que si te he olvidado? Mujer… Si no hago otra cosa que pensar en ti,en ti y en nuestro pequeño. No dejes que te llenen la cabeza de malos pen-samientos. Es verdad que aquí estamos muy solos y también es cierto quelas mujeres argentinas son muy guapas, pero yo cuando me casé contigote dije que te sería fiel todos los días de mi vida y lo dije con mi corazón.Niña, mi niña, no permitas que la bestia de los celos tenga crías en tucabeza, así no serás feliz ni tú ni yo. Yo vine para que tuviéramos un

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futuro mejor, no para que nos separásemos. Que salgan esas ideas de tualma, yo sólo tengo amor para ti.

Ahora es verano, el calor derrite las suelas de los zapatos y no esextraño ver a las mujeres atascadas en la calle por que el tacón se que-dó pegado al asfalto. En la pensión donde vivo hace tanto calor que elotro día dormimos en el tejado. Pude mirar las estrellas y se me ocurrióque tú las estarías mirando, pero no, cuando tú miras al cielo ves lasnubes de Galicia y el sol, mientras que yo veo la luna y las estrellas. Has-ta en eso estamos lejos. Me pongo triste, lo siento mi vida. Cuida muchoa nuestra pequeña y cuídate tú. Ya estaremos juntos y no nos separa-remos más, te lo prometo. Cierro esta carta con un beso largo y profundocomo el océano que nos separa. Pablo

To: [email protected]: Feliz Navidad a mi familia queridaMamita linda. Me dijo Daniel que usted no se ha estado sintiendo bien,que el otro día la llevaron al dispensario y que le han mandado unas pas-tillas para la presión. Cuídese mami, cuídese mucho. Yo no quiero quele pase nada y me paso angustiado porque aquí desde lejos no puedohacer nada más que rezar y ya tengo cansada a la Virgen con tanto rezo.Me dijo que le mandaron una dieta. Tiene que hacerla mami, aunque lecueste y también dejar de andar de aquí para allá. Le cuento que yacompré una tarjeta para llamarlos mañana cuando allá sean las doce.Los del piso en donde vivo han organizado una comida, la señora de lacasa va a preparar pavo y relleno, usted no se preocupe que aquí tengoamigos y lo vamos a pasar lo mejor posible. Me invitaron unos amigos

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de la construcción a pasar con ellos, pero prefiero no ir porque ellos tie-nen a las mujeres y a los hijos aquí y entonces creo que me va a dar máspena que si me quedo con todos los “solteros”, o sea los amigos que vivensolos en Madrid. ¿Llegaron las cosas? Envuélvales a los chicos la com-putadora. Se van a poner contentísimos, es la última que ha salido. No seolvide de decirle a mi papi que le mando un abrazo y que lo extrañomucho. Espero que le guste el celular. Dígale que voy a estar pensandoen él todo el día. Mamita quiero pedirle un favor, un favor enorme. Quie-ro pedirle que no llore, que no deje que los niños la vean llorando por-que después ellos también se van a poner tristes y la Navidad será unsolo llorar. No mamita linda, no. Yo estoy bien, estoy haciendo plata paravolver y tener una casita propia, así que éstos son los sacrificios que hayque hacer, estar separados en estas fiestas tan importantes. Rece por míen la misa de gallo, pídale a Dios que nos reúna lo más pronto posible.Y a todos los panas del barrio dígales que estoy bien y que les mando unabrazo. Me despido mamita, cuídese mucho por favor y si necesita algopídame no más que yo se lo mando. Feliz Navidad a todos les desea conmucho cariño desde Madrid. Víctor.

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En primer lugar me gustaría dar las gracias a todos los que habéis par-ticipado con nosotros en esta segunda edición del concurso de relatos“Inmigración, emigración e interculturalidad”, organizado por UGT y elAyuntamiento de Alcobendas.

Estas historias, sean reales o el reflejo de una realidad conocida, con-tribuyen a difundir un mensaje de compromiso con la construcción deuna sociedad de convivencia. Nos recuerdan nuestro ayer y nuestro pre-sente. Nos hablan de las razones de la emigración, las vivencias, las año-ranzas, para que seamos capaces de ver más allá de las estadísticas y demensajes sesgados sobre los inmigrantes que llegan y los españoles quese fueron o retornan. En treinta años la sociedad española ha cambiadomucho, todos lo hemos hecho, somos más y venimos de sitios diferentes.En nuestras manos está que sepamos ver las ventajas de esa diversidady que empecemos a considerar lo que cuentan estos relatos como partede nuestra propia historia, de la de todos.

Gracias a todos los que de una forma u otra habéis participado eneste segundo concurso de relatos y en la elaboración y edición de estelibro.

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EpílogoAlmudena Fontecha López

Secretaria para la Igualdad de UGT

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A todos los que han colaborado en la elaboración de esta publicación y,muy en particular, al Ayuntamiento de Alcobendas, a Consuelo Tole-do y a Luz Sanz Masedo del Departamento de Cooperación, por su parti-cipación, entusiasmo y convicción.

A nuestra Federación de Trabajadores de la Enseñanza, a CarmenVieites y Jonatan Pozo, por su necesario apoyo. A Javier Rodríguez, quepone rostros y manos a los relatos. A Almudena Grandes y al resto deljurado, cuyo trabajo de selección es, cada vez, más complicado.

A Luz Martínez, que siempre está llegando, afortunadamente paratodos; a María del Pino, porque en la recta final convirtió el pequeñocaos en un éxito. Y a Pilar Roc, que, como en todo lo que hace, ha pues-to en este concurso todo su cariño, su saber hacer y dedicación.

A todas las personas inmigrantes que han venido a este país. A losque llegaron a Alcobendas y nos han dado la oportunidad de aprendercon ellas.

Y a todas las personas que habéis participado, gracias por habernosconfiado vuestras historias y, sobre todo, gracias por vuestro compromi-so con la convivencia.

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Agradecimientos