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PRIMER CONCURSO DE RELATOS DE U.G.T. Ayuntamiento de Alcobendas Unión General de Trabajadores “inmigración, emigración e interculturalidad”

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PRIMER CONCURSO DE RELATOS DE U.G.T.

Ayuntamiento de AlcobendasUnión General de Trabajadores

“inmigración, emigración e interculturalidad”

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Agradecemos al Ayuntamiento de Alcobendas la colaboración brindada para la realización de esta obra.

Departamento de Migraciones Confederal UGT:Equipo Técnico

Ana Mª Corral JuanMaría Pino López de FrutosPilar Roc AlfaroFélix Llanos CruzJosefa Avalos

© Fotografía de portada: Fundación Largo Caballero© Fotografías:

Fundación Largo Caballero: pp. 14, 36, 52, 68, 90, 102, 138 y 174Javier Rodríguez Gómez: pp. 20, 28, 44, 60, 76, 82, 96, 120, 126, 150, 156, 166 y 180Francisco Manuel Borrego Romero: p. 108

© UGT, 2005

Colabora:FETE-UGT

ISBN: 84-8198-577-5Depósito legal: M-6.985-2005

Las citas de los emigrantes españoles recogidas en esta obra proceden de la página web:http://www.cnice.mecd.es/eos/MaterialesEducativos/secundaria/sociales/pobreza/f_como.html

Edición a cargo de Cyan, Servicios y Producciones Editoriales, S.A.

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En prácticamente tres décadas España, que fue país de emigración, se havisto plenamente implicado en el fenómeno de la globalización con lo queha venido a convertirse en un país de inmigración. Durante siglos fuimosdescubridores, navegantes, colonos, indianos, exiliados.... y emigrantes.

Emigrantes que respondieron a la demanda que hicieron, en los añosposteriores a la Segunda Guerra Mundial, los países que habían partici-pado en la contienda para reconstruir lo que empezaba a despuntar comola Europa próspera. Cientos de miles de españoles y españolas se embar-caron en un viaje, por motivos políticos, por motivos económicos, en elque no siempre conocían su destino. Muchos de ellos trabajaron, en cir-cunstancias de absoluta precariedad, como temporeros en la agricultura,en la construcción, en la hostelería, en el servicio doméstico. Graciasa las divisas de los emigrantes y las emigrantes España pudo comenzar adespegar en el proceso de una modernización que se consolidaría con lallegada de la democracia. Paulatinamente a lo largo de los años ochenta

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PrólogoCándido Méndez

Secretario General UGT

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y noventa los procesos migratorios fueron dando un giro decisivo y lo queera un país de emigración, hoy se ha convertido en un país de inmigración.

Para comprender el significado de la inmigración, que en nuestrotiempo llega a las ciudades y a los pueblos de España, debemos tenerpresente nuestra historia y no olvidar que a la vez que miles de personascruzan las fronteras en busca de nuevas oportunidades, numerosos espa-ñoles y españolas continúan residiendo y trabajando en los países a losque emigraron en las décadas de los cincuenta y sesenta.

Son otros rostros, otros idiomas, quizá otras costumbres... pero los mis-mos deseos de libertad, igualdad y prosperidad. Al igual que los que par-tieron entonces, los hombres y mujeres que llegan de todos los continentesvienen con el deseo de participar como ciudadanos y ciudadanas contribu-yendo al desarrollo de la sociedad democrática. Vienen para trabajar, paraformar parte de las instituciones, los sindicatos, las escuelas, las calles...vienen con la esperanza de que algún día, no lejano sean reconocidos tansólo por su nombre y no por su condición de inmigrantes o extranjeros.

Desde UGT trabajamos cada día por el reconocimiento de sus derechos.Somos conscientes de que el marco legal y la lucha sindical son dos com-ponentes fundamentales para garantizar los derechos de los trabajadoresy las trabajadoras pero que también éstos deben ir acompañadas de unaconvivencia de respeto y solidaridad, sin la cual no existiría la democracia.

En estás páginas transcribimos las voces de las trabajadoras y trabajadoresanónimos. Son las voces de los que partieron entonces y de los que llegan hoy.Personas emigrantes e inmigrantes que se encuentran a través de la pala-bra y nos recuerdan que todos y todas somos parte del proceso migratorio.

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Ahora, que de nuevo participamos juntos en un proyecto, no puedo másque agradecer esta oportunidad de construir futuro.

Vayamos hacia una nueva etapa llena de colores, de ideas, de carasnuevas, iguales y diferentes, en la que tengamos la oportunidad de tra-bajar por un nuevo mundo.

Cada uno de nosotros, desde nuestra responsabilidad, en nuestro ámbi-to, podemos hacer mucho, escribiendo, hablando, leyendo, gobernando,trabajando junto a todos los ciudadanos, cada día estamos más convencidosde que esta diversidad ayudará a mejorar nuestra sociedad, nuestra vida.

Ojalá pronto empecemos a olvidar palabras como racismo, xenofobia,guerra, desigualdad... y demos un nuevo valor a la paz y a la conviven-cia creadora; ésa será nuestra mejor historia.

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PrólogoJosé Caballero Domínguez

Alcalde de Alcobendas

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En las puertas del siglo XXI el sistema educativo prioriza entre sus obje-tivos la formación de una ciudadanía comprometida con los grandes retosdel tiempo y la sociedad en la que viven. Retos entre los que, sin duda,se encuentra la convivencia de personas originarias de distintas proce-dencias y culturas. España ha sido, históricamente, un país con unaenorme diversidad y riqueza cultural. En la actualidad esta diversidad secomplementa con una realidad migratoria que ha dejado de ser temporalpara convertirse en ciudadana. En efecto si en un primer momento lainmigración fue fundamentalmente individual y temporal, desde haceaproximadamente dos décadas, las personas que inmigran a España lohacen con el deseo de formar parte de esta sociedad, y como consecuen-cia de esto las escuelas se han convertido en un verdadero crisol denacionalidades y culturas.

Los y las profesionales de la enseñanza vivimos en directo los cam-bios que se están produciendo. Y sabemos que hoy, más que nunca, es

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PrólogoCarlos López Ordiñas

Secretario General FETE-UGT

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necesario trabajar en las aulas por el respeto, la convivencia y la luchaactiva contra el racismo y la xenofobia. Es en las aulas donde las alumnasy alumnos inmigrantes y autóctonos se encuentran, aprendiendo a comuni-carse, a compartir los mismos valores de respeto democrático y a apre-ciar la importancia de la diversidad.

Es en las aulas donde la heterogeneidad de cada uno de los sereshumanos cobra todo su significado. Donde la diferencia se convierte enun valor, a la vez que se reconocen y defienden los mismos derechosfundamentales, para todas y cada una de las personas independiente-mente de su sexo, creencias religiosas, país de procedencia o situaciónlegal. Es, en definitiva, en las aulas, donde se forman los ciudadanosy ciudadanas del siglo XXI.

Desde FETE-UGT manifestamos nuestra satisfacción y profundaalegría a través de la lectura de estas páginas, llenas de esperanza, deconvicción y de voluntad, en la construcción de una sociedad basadaen una convivencia democrática e intercultural.

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“Tu mundo de luz”, Raquel Pujante Serrano . . . . . . . . . . . . . 13“Un encuentro”, José Manuel Fernández Luque . . . . . . . . . . . . 19“Ida y vuelta”, Pablo Requejo Quintas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27“La tierra y el viento”, Benjamín Pulido Navas . . . . . . . . . . . . 35“Aromas diferentes”, Mª Ángeles Martínez Minguela . . . . . . . . 43“De vuelta a Chibuelo”, Arturo Varela Fernández . . . . . . . . . . 51“Morriñas y saudades”, José Nieves España . . . . . . . . . . . . . . . 59“Menú ecuatoriano en servilletas de papel”,

Rubén Sanz Martín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67“Seguimos” y “Junto a ti”, Yussef Zoubair . . . . . . . . . . . . . . . . 75“Ngueva”, Nieves Sevilla Nohales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81“Raquel”, Ana Isabel Blanco Brime . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89“Abril trece”, Miguel Ángel Morales Aguado . . . . . . . . . . . . . . 95“Sin papeles”, Juan Escudero Cano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101“A la sombra del eucaliptus”, Fabel Ilyas Aboulyas . . . . . . . . . 107

Índice

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“El cuento de nunca acabar”, Julián Olagaray Sillero . . . . . . . 119“Piratas”, Marcial Rodríguez Gil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125“Apuntes de un emigrantes”, Conrado Granado Vecino . . . . . . 137“Relato de Paulina y Esperanza”,

Mª Dolores Ramírez Baena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149“Reencontros”, Jesús García Seco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155“La chimenea”, Pedro Mateos Ferrari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165“Segunda oportunidad”, Mariana Sánchez Coello . . . . . . . . . . 173

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183

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Tu mundo de luz

… la inmigración la vivimos todos, y todos tenemos quehablar sobre ella, con naturalidad, sin radicalismos y sinhipocresía…Raquel Pujante Serrano

Emigramos en el año 62 a Holanda, fuimos con contrato de trabajo paraconstruir el metro. Fuimos en tren y vimos a muchos otros españoles que ibana otros países. Nos fuimos porque aquí se ganaba muy poco y vimos el cieloabierto.Ramón Oliva (emigrante español)

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Tu mundo de luzRaquel Pujante Serrano

Puedes abrazarme, puedes besarme, puedes hacer el amor conmigo peroni siquiera conocerás mi nombre. Apenas hablo tu idioma pero sé per-fectamente lo que quieres. Me acerco a ti y comienzo a desnudarme. Entu cara se dibuja una sonrisa torva y mellada. Con los ojos cerradoscomienzas a restregarme las manos sudorosas por los hombros, por elcuello, por las mejillas. Te llevo hasta la cama y allí el día cubre la nochecon un chasquido de pieles que se repite como gotas de una lluvia capri-chosa en el desierto, sin demasiado sentido pero inevitable. Intento escu-driñar tu rostro, ver más allá de estos ojos apretados y de esta boca entre-abierta que se acerca a la mía con cada nueva embestida. Tu rostro. Eslo único que retengo de ti, un semblante macilento y extraño, extraño apesar de que se parece al que vino anoche y que se parecerá al que vengamañana. Lo imagino entrando de puntillas a una alcoba con papel pintadoen las paredes, acurrucándose junto al de una mujer que se finge dormida.En este cuarto sólo hay manchas de humedad y botellas vacías. Siento

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como tu mano avanza sobre el colchón y me agarra un pecho. Empiezasa hacerme daño con esa mano, la mano que acarició el pelo revoltoso detus hijos esta mañana, la que estrechó la de un vecino ayer, la misma enla que llevas un anillo dorado. Tus manos. Dentro de esta habitación lasmanos no dejan calor, sólo un frío doloroso en el estómago y... dinero.

Puedes pegarme si quieres, también puedes gritarme, puedes inten-tar destrozarme las entrañas con tu hombría acomplejada pero seguirésonriendo y tú nunca sabrás de dónde vengo, no conocerás el sol que meha bronceado la piel, ni la tierra que hollaron mis pies por primera vez.La cama cruje debajo de nosotros como un pequeño bote que se estrellacontra las rocas, una vez, y otra vez. Era un pequeño bote el que nos lle-vaba a tu mundo de luz, el que dejaba tras las olas un país mutilado porlas guerras y por el hambre. Pero en realidad, sólo me acercaba a estacárcel de yeso enmohecido. El mar se tragó al pequeño bote y así sevengó de nuestros sueños. Veo los trozos de madera y tres o cuatrocuerpos, tendidos sobre la arena, dormidos más allá de las fronteras detierra y agua que tocamos con los dedos... yo nunca desperté en aque-lla playa sino debajo de vosotros, apretujada entre las sábanas suciasde una cama que cruje como el pequeño bote de esperanzas que nau-fragó a orillas de vuestro mundo de luz, el mundo que creéis habercomprado; como si se pudieran atesorar las nubes que cada día surcanel cielo... Compráis cosas que os compran a vosotros y compráis perso-nas que no tienen otra cosa que vender más que a sí mismas. Ya no esmío este cuerpo que alquilo para otros y si dentro de él había algo másque vísceras, se lo vendí a un camello a cambio de unas horas fuera deesta habitación.

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Sí, puedes fumar, puedes hacer cuanto quieras. Asiento con lacabeza. El juego consiste en eso. Todo lo que hay más allá de esa puer-ta por la que has entrado, a mí me está prohibido. Todo lo que está a estelado, a ti te está permitido. Dejas atrás tu mundo de luz y te adentras enel de las cosas invisibles, aquellas que porque no se ven no pueden exis-tir, aquellas que porque no se ven escapan de lo moral o lo inmoral,aquellas de las que yo formo parte. Mis ojos coinciden por primera vezcon tus ojos. Te das cuenta y me pegas un guantazo. ¿Qué has visto enellos? Tu propia humillación, tu miedo a que los dos mundos se mezclena través de una mirada. Olvidas que más allá de mis ojos no hay nada,que yo misma soy invisible, que el abismo aquí es tan profundo que tumundo de luz no puede colarse a través de ninguna rendija. La luz. Laluz resbalaba sobre los cuerpos de ébano que cubrían la arena, hincha-dos y sin vida a este otro lado del mar. Fue su espuma oscura la que arri-bó conmigo a esta habitación de besos negociados. Te pones de pie ytiras el cigarrillo al suelo. De espaldas a ti me atrevo a alzar los ojos. Teveo desnudo y pálido y te encuentro débil como un animal recién naci-do. Ya no guardo piedad para mí, se fue con las lágrimas del principio,con el claro de luna que guardáis en diminutas bolsas de plástico. Reco-ges la ropa de una silla que hace las veces de mesita de noche y sin que-rer tiras una caja de preservativos al suelo. No has querido ponértelo.Guardo entre las piernas el calor que engendró a tus hijos pero no sientomiedo. Mi vientre es un campo yermo, mi vientre sólo da frutos muertosdesde la noche de las agujas y la enfermedad, una ventaja que gano a estavida que no me pertenece. Dejas el dinero sobre la mesa y me levantocon rapidez para comprobar si es lo acordado. Murmuras algo y con un

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gesto de asco en la cara sales a tu mundo de luz, enseñando a los demástu alma limpia de pecados visibles. Aquella tarde escapé de la sangrederramada de mi pueblo, de las tumbas junto al mar, de las sirenas y delos uniformes, pero me atrapó el miedo, el miedo a la luz mentirosa de tumundo.

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Un encuentro

… se me hace difícil concretar a dónde me dirigiría en casode verme obligado a emigrar. Supongo que hacia al Norte.El Norte es tradicionalmente la zona rica, la quimera deloro: en los años sesenta, los primos hermanos de mi padreemigraron a Bélgica, mis primos emigraron a Alemania,otros familiares y amigos se trasladaron a Suiza o Catalu-ña… espero que, con el tiempo, la riqueza comience a via-jar en dirección contraria, buscando el nuevo Sur.José Manuel Fernández Luque

La inmigración española que comienza a finales de los años cincuenta seinscribe dentro de un sistema migratorio más amplio en el que un total denueve países de la cuenca mediterránea (Portugal, Italia, Grecia, Yugoesla-via, Turquía, Argelia, Túnez y la propia España) van a suministrar mano deobra a los países capitalistas europeos más avanzados (Francia, Gran Bre-taña, Alemania, Suecia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Suiza). Comoresultado, a mediados de los años setenta, alrededor de ocho millones deextranjeros residirán en los países de Europa noroccidental.José Babiano y Sebastián Farré. “La inmigración española a Europa durante los años setenta: Francia y Suiza como países de acogida”, Revista Historia Social, nº 42, 2002, p. 81

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El semáforo cambió a ámbar y, tras un par de segundos, se puso en rojo.Andrés frenó en seco su Audi A8 L 6.0 justo sobre la línea blanca pinta-da en el suelo. Tenía el edificio de oficinas WTC justo enfrente. “Lo tar-de que llego y el disco se pone en rojo justo ahora, ¡con lo que tarda encambiar este semáforo! Seguro que la reunión ha empezado sin mí.”Aquella junta era clave para él, pues si los accionistas aceptaban su nue-va idea para introducir los productos de la empresa en un nuevo segmen-to de población, le nombrarían director del proyecto, lo que representaríaun nuevo salto cualitativo y cuantitativo en sus responsabilidades, en suconsideración dentro de la organización y en su sueldo.

De esos pensamientos apresurados le sacó un sonido en la puerta delconductor: alguien llamaba en el cristal con los nudillos. En el vidrio seveía pegado un pack con seis paquetes de pañuelos de papel, sostenidopor unas uñas blancas al final de unos dedos oscuros, y detrás unaamplia sonrisa de blancos dientes rodeada por un rostro de betún. “Otro

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Un encuentroJosé Manuel Fernández Luque

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africano vendiendo klínex. Están por todos lados”, pensó. “No, no, gra-cias”, alzó la voz mientras movía de un lado a otro el dedo índice de sumano derecha. “Por favor, por favor...”, repetía el vendedor desde fueracon ese peculiar acento subsahariano del que apenas domina unas pala-bras en castellano. Andrés miró a un lado, miró a otro, miró detrás. Nohabía ningún otro coche esperando el semáforo. “No puede darme elcoñazo más que a mí, a ver si cambia el puto semáforo.” “Mírame, míra-me, jefe”, gritaba la voz de fuera. Cuando el conductor se giró, vio que lasonrisa había desaparecido del rostro del inmigrante. “Ayúdame, ayúda-me.” “Por favor, ¿cuándo se pondrá en verde el puñetero disco?” Derepente, los golpes en el cristal se hicieron más fuertes y secos, Andrésse volvió y la sonrisa había desaparecido para dar paso a una mueca mar-cada por el dolor, un dolor interno, de desesperación: “Me engañaron,jefe, me engañaron, esto no es lo que me dijeron...”. El inmigrante gol-peó el cristal con el pack de pañuelos y se alejó mascullando una len-gua ininteligible para el conductor. A veces no es necesario saberidiomas para entender lo que una persona está diciendo. Andrés sequedó mirando a aquel hombre desarraigado, solo, posiblemente ex-plotado por alguna mafia de la inmigración y sintió pena. Y angustia,una angustia asfixiante de pensar que, en otro lugar, en otra vida, aquélpodía ser él y que esa penosa situación podía ser la suya. Sólo un acci-dente de nacimiento los separaba. No existía razón objetiva que pudie-ra explicar por qué ese hombre vivía en la pobreza, desarraigado de suentorno y posiblemente de los suyos, marginado, desencantado, y él encambio tenía todas las comodidades que la imaginación podía conce-bir. Sonrió compasivamente y pensó que aquel inmigrante ni siquiera

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podría desear algunas de esas comodidades porque posiblemente nun-ca las habría visto.

El africano se sentó en el borde la acera, se llevó las manos a la caray comenzó a llorar. “Dios, este hombre está mal, está desesperado.”Andrés pensó en bajar del coche. Cuando accionaba el picaporte de lapuerta, un coche pasó junto al suyo a gran velocidad y sin detenerse. Elsemáforo había cambiado a verde. El móvil comenzó a sonar. La panta-lla parpadeaba insistentemente: OFICINA... OFICINA... OFICINA.“¿Sí? Sí, lo sé, voy tarde, estoy justo enfrente, en el semáforo... Ya llego.Me tenéis ahí en cinco minutos.” Cortó rápidamente la comunicación yarrancó instintivamente. Echó una última mirada al vendedor de klínex:“De todas formas, ¿qué puedo hacer yo por él?”. Las ruedas del cochechirriaron y el automóvil se dirigió al parking del edificio de oficinas.Tomó el ascensor interior hasta el piso siete. “Dése prisa, le esperan”,fue el saludo de la secretaria del director.

—Y con esta nueva estrategia, considero que dominaremos esteimportante segmento de población que, con su fidelización, nos colocaráen el corto plazo por encima de nuestros competidores en cuota de mer-cado y, lo que es más importante, nos dará una posición dominante en eltranscurso de no más de cinco años. Nada más. Muchas gracias.

—Muy bien, señor Andrade, una exposición muy convincente; ahorale ruego que abandone la sala para que el consejo de accionistas puedatomar una determinación sobre su propuesta.

“Los tengo en el bote, ¿o no? Cuento seguro con cuatro votos, peroson diez. ¿Cuento seguro con cuatro?” Andrés le daba vueltas a la cabe-za mientras se revolvía nerviosamente por la sala de espera. “¿Cuánto

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tiempo necesitarán para tomar la decisión? ¿Es bueno o malo que tardenmucho?” Absorto en sus pensamientos, miró por la ventana. Le llamó laatención que un grupo de personas se arremolinaba en la esquina delsemáforo donde estaba el africano. Los viandantes se paraban, observandoalgo que les llamaba la atención. Algunos se quedaban, otros continuabanla marcha. “¿Tendrá algo que ver con el pobre diablo de los pañuelos? Nosé, no creo.” Se apartó de la ventana para concentrarse en sus pensa-mientos profesionales, pero el recuerdo de aquel hombre hundido le mar-tilleaba el cerebro. “¿Le habrá ocurrido algo al inmigrante? ¿Y qué?, a míno me importa. Es el momento clave de mi carrera profesional y yo pen-sando en el muerto de hambre ése.” El sonido de la ambulancia en la callele sacó abruptamente de sus meditaciones. “Ha parado en la esquina. Algole ha pasado.” Como un resorte, Andrés se abalanzó hacia la puerta y sal-tó hasta la escalera. “Señor Andrade, ¿dónde va usted?”, escuchó lejana lavoz de la secretaria. “¡Le llamarán enseguida!”, acertó a oír por el huecode la escalera mientras bajaba los escalones de tres en tres.

El conductor de la Vanette tuvo que echar mano de todos sus reflejospara pisar rápidamente el pedal del freno. De otra forma, hubiera atro-pellado a aquel loco enchaquetado que atravesaba la calle a toda veloci-dad y sin preocuparse de evitar los vehículos que se cruzaban en sucamino. El repartidor se quedó mirando fijamente a aquel poseso y pudoobservar que, de repente, el tipo se paró en seco a unos metros de laesquina y comenzó a andar muy lentamente hacia el remolino de curiososque se encontraba en la intersección de las dos avenidas.

Andrés se abrió paso entre la pequeña multitud, hasta que, en su cen-tro, encontró el cuerpo del inmigrante, tirado boca arriba sobre el suelo

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entre un charco de sangre, mientras los sanitarios procedían a cubrir sucuerpo con una especie de sábana.

—¿Qué ha pasado?, preguntó apenas con un hilo de voz.—Lo ha atropellado un camión. El conductor está ahí con un ataque de

nervios y no hace más que decir que el tipo se arrojó al paso del vehículo.Andrés comenzó a andar por la ancha avenida en dirección contraria

al WTC. Su móvil comenzó a sonar: OFICINA... OFICINA... OFICINA.De un gesto seco, como deshaciéndose de todo lo que llevaba encima,arrojó el aparato a un seto junto a la acera. El teléfono seguía sonando(OFICINA... OFICINA... OFICINA) pero Andrés ya no lo escuchaba,seguía andando en dirección contraria al edificio de oficinas, en direc-ción opuesta a su vida anterior.

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Ida y vuelta

… los necesitamos y nos necesitan. La mayoría de ellos vanpor la mañana en el transporte público y no vuelven hastala noche, y se destaca demasiado a una minoría que no esrepresentativa. España no sería una potencia económica sinellos y se les debe valorar más y dejarles vivir mejor.Pablo Requejo Quintas

En un coche destartalado, muy viejo, y veníamos como piojos en costura,muy apelotonados porque había que aprovechar hasta los pasillos de pie ytodos traían sus cestas y pollos y conejos. Era un desastre. Las maletas en vezde llevarlas abajo, las llevábamos arriba en la baca.Fidel Sánchez (emigrante español)

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¡Madre mía!, llevo trabajando desde las ocho de la mañana. No voy a vera la niña despierta otra vez, y a este paso no la oiré nunca decir papá.

Mi jefe es un explotador. No comprendo a veces cómo puedo trabajarpara esta empresa. Pero desgraciadamente tengo poco tiempo para bus-car otro trabajo, y la hipoteca y el coche ahogan... y ahora encima la guar-dería. Por lo menos estoy mejor que muchos compañeros de la carrera,mi contrato es “indefinido”, no me he tenido que trasladar a otra ciudady encima tengo a Mónica y a la niña. Pero claro, salir a las nueve de lanoche otra vez... Por suerte la M30 no va muy cargada a estas horas y tar-daré menos.

Hoy es otra noche fría y lluviosa. Me deprime el ambiente y ni siquie-ra la música lo puede relativizar. Siempre rodeado de coches, hormigón ypor carreteras que me llevan del trabajo a la cama y nunca del trabajo a lafelicidad. Si al menos pudiese vivir algo mejor, disfrutar de la vida de unpadre y marido joven y de la casa que me está sacando las muelas...

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Ida y vueltaPablo Requejo Quintas

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¡Y encima los malditos semáforos! No comprendo cómo los sudame-ricanos del coche de al lado pueden llevar el volumen de la música tanalto. Además no comprendo cómo pueden estar tan contentos a esta horadel día.

A veces no sé qué pensar de esta oleada de inmigrantes. En miempresa los obreros van y vienen como hormigas. No distingues a nin-guno y además todos tienen una vivacidad increíble. No entiendo cómopueden trabajar por tan poco dinero. No entiendo su modo de vida, susreuniones multitudinarias, sus risas constantes, sus peleas... ¡y los móvi-les que tienen!

No he cambiado de móvil en dos años, ¡y lo que aguante! Pero ellosenseguida cambian de móvil. Dicen que lo compran de segunda o terce-ra mano en rastrillos, pero vete tú a saber. Igual son robados. No com-prendo cómo se gastan tanto en ropa de marca y en televisores.

Sin embargo, pienso que en este país existe mucha economía negra,que se aprovecha de esta gente, que vende artículos de segunda mano.Pero el ciudadano medio no sabe de dónde proviene esta economía, esignorante aunque lea el periódico diariamente, porque en él sólo se venlas cabezas de turco detenidas y nunca lo que está detrás, que es un sub-mundo económico donde se encuentran personajes de todo tipo de nacio-nalidades, no se distingue entre paisanos y extranjeros, entre sangreespañola e inmigración.

Hace tiempo que trato de sentir rechazo por los sudamericanos, por-que hasta cierto punto es injusto que un chico como yo no llegue a lostres millones de pesetas al año y ellos ganen tan sólo un millón menos enla obra. Yo tengo una carrera y ellos... bueno a veces dos, pero no todos,

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muchos de ellos no saben ni escribir. Pero son afables, divertidos ymuchas veces aprendes bastante de su forma de ser. Y al fin y al cabohoy el joven con corbata que va en el metro y que tiene una responsabi-lidad sobre tres o cuatro cuentas de clientes, tiene también que llevar eltupperware en el metro porque tampoco tiene tickets de comida con losque cuentan todos los directivos.

Sin embargo, y aunque me resulte un hipócrita y un niño pijo, admi-ro más a mi jefe por ese saber estar que tiene, yéndose a comer con lostécnicos del ayuntamiento y éstos adjudicándole obras y trabajo en can-tidades industriales. Además tiene un estilo impecable, lleva un depor-tivo negro precioso, con el tapizado de cuero blanco y siete marchas. Elhombre es bastante rácano y ha tenido problemas con algún que otro tra-bajador por las indemnizaciones pero hay que reconocer que tiene estilo.

No me gustaría ser como él, pero tiene la vida solucionada y el con-traste de su estilo de vida con el mío, el no tener que preocuparse de queun mueble valga cien euros más o menos, es lo que me lleva a admirar aun ser despreciable. Pero luego soy lo suficientemente cobarde comopara no exigirle la subida de sueldo que debía haber hecho hace tresmeses a mí y a parte de mis compañeros. Puesto que además carecemosde afiliación sindical, ya que el tenerla significaría estar en la calle.

Mi jefe me trata mejor a mí que a los obreros, por lo que, por un ladomi autoestima sube, pero por otro no acabo de comprender la razón. Por-que por muy mal que los mire en ciertas ocasiones, ellos se juegan lavida en la obra, sin casco, porque no hay suficientes, o sin redes de pro-tección, porque no puede haber para todos los rincones de la construc-ción. Yo tan sólo trato de maquillar las cuentas para que, en el fondo

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y pese a todo su estilo, tenga más y más millones, y tratemos de pagar lomenos posible a esos chicos. La competencia en este sector es muy duray conseguir un contrato de cualquier entidad pública requiere muchodinero. Por supuesto, ves que, con esto, muy poca gente cuenta con eldinero y que en encima con el dinero que es de todos se juega, se utili-za y se disfruta a costa de los demás.

Pero, mis pensamientos se vuelven a entrecruzar con los sudamerica-nos. Y no entiendo por qué me ha entrado esta postura tan conservadorade querer atarme sólo a un puesto de trabajo y justificar el estilo y la for-ma de ser de mi jefe. Pero no sé si tengo miedo de perder el trabajo porsi me jefe me ve hablando con los sudamericanos y cree que estoy con-fabulando o si es simplemente envidia por verlos tan felices. Por otrolado, sé que en otras empresas se está mejor, pero no sé si podré encon-trar trabajo pronto, y siendo padre me duele muchísimo tener que pararde trabajar o entrar en una etapa de inestabilidad, que la mayoría de lasveces acabas pagando con él que tienes al lado.

En muchas ocasiones me imagino a mi jefe en el coche, como yo estoyahora. Y creo que pensará en la ropa que se tiene que comprar, en suchalet de Marbella, en llenar la cuenta corriente de su amante con tresmil euros al mes, en relacionarse con otros constructores, en meter al hijode fulano en la oficina (con el consiguiente ardor de estómago por mi par-te), y en despedir a mengano que no le ha hecho ningún comentario acer-ca de la corbata que se ha comprado en Serrano ayer.

Dice Serrat que de vez en cuando la vida toma con él café y está tanbonita que da gusto verla, y entonces, cuenta Serrat, la vida se suelta elpelo y le invita a salir con ella a escena. Y la verdad es que en esos

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momentos, como cuando nació mi hija, o cuando disfruto en algún minu-to de mi tiempo libre con un amigo, es entonces cuando te das cuenta deque las sonrisas de los sudamericanos en el parque son vida, y les da alaspara disfrutar de la semana con la que cuentan por delante.

En esos instantes, es cuando te das cuenta de que ellos luchan eldía a día igual que tú, que son trabajadores, a veces explotados, otrasno. Pero que en general tienen un handicap más que tú, y que intentancambiar un mundo en el que hay que estar alerta constantemente por-que los beneficios de algunos no pueden ir a costa de los demás, porqueen este mundo somos millones de personas y que, independientementede nuestra nacionalidad, este mundo es algo que tenemos que cuidarentre todos.

Muchas veces, en el coche, a estas horas y ya llegando a casa, me pre-gunto dónde estará la salida, cuándo podremos ganar un poco más detranquilidad y cuándo toda la opulencia que muestran las revistas delcorazón, toda la impiedad de los periódicos color salmón, todas las masa-cres que muestran los telediarios y todas las injusticias laborales que sedan a diario se terminarán.

Cuando entro en casa, Mónica está dormida en la cama, con un libroentre los brazos. Y la niña está tumbada en la cuna, pero con los ojosabiertos. Al verme sonríe y levanta los brazos para que la coja. Me la lle-vo a la cocina y veo que Mónica me ha dejado la cena preparada en lamesa. La niña se duerme en cuanto me pongo a cenar y cuando vuelvo ala habitación la dejo en la cuna, me cambio y me acuesto. Mónica, dejael libro en la mesilla, me abraza y me dice “te quiero”. Mañana volveráa sonar el despertador a las siete menos cuarto, y no sé si podré volver a

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ver a la niña despierta, o si Mónica no estará tan cansada del trabajo yde la niña como para poder hablar algo conmigo.

Pero al menos sé que los sentimientos no se pagan, y que la alegríade poder jugar con la niña no me la quita ni mi jefe. Y eso que queríaque trabajase más horas todavía. Por supuesto, sin pagarlas. Y entoncesme pregunto: ¿cómo estarán los niños de miles de sudamericanos queestán trabajando aquí?, sin ver a su padre, o a su madre, o a ambos. Por-que no tienen dinero para traerlos, porque aquí no se pueden comprar unpiso, porque aquí no se les paga como se les debería pagar. Y pienso quela niña de mis ojos tiene suerte porque puede ver algo a sus padres y por-que sus abuelos la cuidan durante el día.

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La tierra y el viento

… desde el punto de vista del inmigrante, la penuria deabandonar el país y a la familia, las dificultades del viaje,trabajos mal remunerados y sin garantías laborales, posiblessituaciones de clandestinidad, desarraigo, marginalidad enciertos casos. Desde el punto de vista de la sociedad de aco-gida, miedo a lo diferente, falacias en cuanto al robo de tra-bajo, generación de guetos, crecimiento de los brotes racistaso xenófobos, los inmigrantes serán culpados del repunte de lainseguridad y la delincuencia aunque no existan pruebas... Benjamín Pulido Navas

El Uruguay siempre fue muy generoso para aquellos que querían trabajar.Cuando llegué, lo primero que me asombró fue encontrar, yo venía de la pos-guerra, generosamente restos de carne asada en los tachos de basura. Lasachuras eran para los perros y gatos porque no se comían, cuando enMallorca todo se aprovechaba. Es decir, que llegar al Uruguay en ese senti-do era como tocar el cielo. En Mallorca, los que vivíamos en el campo toda-vía podíamos vivir un poco mejor pero los que vivían en el pueblo lo pasabanmuy “triste”. Francisco Morell. Fundació Càtedra Iberoamericana

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Para Mari Luz, que es capaz de atravesar océanos buscándose a sí misma.

Walter Velázquez se levantó aquella mañana antes de lo previsto. Habíadormido fatal a causa de los nervios, que siempre le aparecían como unabola de plomo en el estómago, cuando la posibilidad de un viaje se plan-taba ante él como un reto.

Tenía todo preparado en su macuto. No es que hubiera viajadomucho, pero sabía hacer un equipaje. Cierta vez, llegó a la frontera deBelice junto a un camionero amigo que le ofreció kilómetros a cambiode compañía; estuvo también en Quetzaltenango trabajando un mes en elasfaltado de las calles, y, cómo olvidarlo, en California. Allí conoció LosÁngeles, San Diego, San Francisco. Fue de trabajo en trabajo hasta queMister Frankling le ofreció un empleo más estable en Sacramento, ade-centando jardines de gringos con mucha plata que rara vez disfrutaban

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La tierra y el vientoBenjamín Pulido Navas

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del césped, los pensamientos y las palmeras que él plantaba y mantenía.Y en Sacramento se quedó hasta que pasaron los nueve meses de su con-trato y volvió a su querida aldea de adobe y tablas, Rosarito, cercana ala ciudad de Antigua.

En Rosarito, Walter ayudaba con la cosecha de papas y en la milpa.Alguna vez marchó con la cuadrilla por unos días a Champerico, en lacosta, para la campaña de recogida de la banana, pero no le gustó el tra-bajo porque pagaban tarde y mal, la gente se reía de sus ropas (del famo-so vestido de las gentes de Rosarito y comarca, que venía hasta en lasguías turísticas), y sólo se hablaba en español, y Walter se defendía bas-tante bien con el idioma de la ciudad, pero se sentía inseguro maneján-dolo porque aquella sensación de que le estaban engañando le invadíacada vez que debía mantener demasiado la atención para escuchar lo quetenían que decirle.

¿Y lo de su traje?, ¿por qué hacían chanzas de su traje? En Antiguay, sobre todo, en Ciudad de Guatemala, muchas personas se habían reí-do de sus colores y las hechuras del pantalón, de los bordados de la blu-sa, de la cinta trenzada del sombrero. Ellos, que llevaban ropa mala com-prada en los mercados de detrás de la catedral, con inscripciones gringasy publicidad, sin duda ignoraban que las ropas de Walter, su colorido yla secreta técnica de tejido y bordado, fueron concedidos en exclusiva asu pueblo por los dioses un día, al principio de los tiempos, en que mági-camente hicieron nacer el arco iris, justamente donde se emplaza laaldea de Rosarito.

Walter se despidió de sus padres y hermanos, y bajó por el camino ala carretera donde le esperaba un pick-up que llevaba todos los días una

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cuadrilla de albañiles que trabajaba en Ciudad de Guatemala. En elcamino, cuesta abajo, trató de grabar en su mente las líneas perfectas delos campos de papa, el verde sagrado de los maizales, los majestuosospinos, altivos y orgullosos de su porte, la silueta corcovada de su aldea.Serían otros nueve meses, quizá más, de trabajo en el extranjero, y nece-sitaba llevar en su mente algunas referencias, fotografías intangibles desu tierra y los suyos. Algunos de sus amigos se habían establecido defi-nitivamente en California, otros en Chiapas. Durante la guerra se fuerona miles, y muchos no volvieron, otros se quedaron en el camino de la hui-da, muertos de un balazo del ejército o por una paliza de soldados quebuscaban saber dónde se ocultaban los campamentos de la guerrilla. Suspadres nunca quisieron emigrar. Se quedaron en Rosarito junto a losperros, haciéndoles compañía al hambre y a la miseria, conscientes deuna sumisión y una paciencia genética que formaba, y forma, parte de suhistoria como miembros de un pueblo al que los dioses dieron la espal-da porque, quizá, también ellos fueron expulsados de aquellas tierras deselva y volcanes.

En la caja del pick-up fumó un cigarrillo que le ofreció un hombre cur-tido de bigote estrecho. ¿Dónde marcharás?, ¿a California?, ¿a México?

Walter le dijo que a California, que ya conocía aquellas tierras, quesabía decir algunas palabras en gringo, coffe, chiquen, bus stop, milk, yque algunas personas hablaban español. El del bigote estrecho asintió,y dijo que él también se iría alguna vez, pero Walter sabía que no era cier-to; por alguna extraña razón sospechaba que aquel albañil gastado, de fren-te despejada y plática pausada, jamás se movería de su comunidad, y queprefería morir de hambre a tomar un bus que lo llevara hasta California.

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El albañil, sin duda, era de tierra, de la misma tierra que removía y agu-jereaba para hacer cimientos, y la tierra es lo que no se traslada, es loque permanece siempre en su sitio aunque cambie de patrón: lo que estádonde lo dejaste cuando has de volver. Sin embargo Walter era de vien-to, y el viento, ya se sabe, va y viene con los ciclos y las estaciones, hoycargado de lluvia, mañana sin nada que aportar en el macuto. Pero elviento de Walter no le llevaría en volandas a California. Había mentidoal hombre para que le diera el cigarrillo, había mentido a sus padres, atoda la aldea, había mentido a todos excepto a sus pensamientos.

El año anterior estuve trabajando en Rosarito como cooperantedurante un par de meses, en un dispensario médico junto al promotor desalud de la aldea. Soy médico, y Walter me llegó un día con un cortede machete en el hombro que, sin querer, le había dado un compañerocuando cortaban la caña. Desinfecté la herida y se la cosí. Recuerdo que,al comenzar la cura, me dijo que yo hablaba muy bien el español, a loque respondí que muchas gracias, pero que no tenía mérito porque eraespañol. Él cambió de tercio; el yodo, antes de sanarle, cobraba su acti-vidad con escozor, y esto distrajo el tema de conversación. Desde ese díanos hicimos amigos, y todas las tardes venía al dispensario a fumar y atomar un trago de quetzalteca conmigo, tras la hora de cierre. Casi siem-pre hablaba él, no parecía interesarle el lugar de mi procedencia, encambio yo absorbía como una esponja todas las historias a cerca de cómolos dioses construyeron aquellas montañas piedra a piedra, cómo suslágrimas divinas alimentaban los pozos de los cuales su pueblo bebía,cómo hubo un día en que se marcharon y aparecieron los soldados arma-dos de fusiles, cómo éstos asesinaron a su tío por esconder dos chanchitos,

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los únicos que tenía, bajo el camastro, cuando el ejército llegó en buscade guerrilleros, cómo casi todos los hombres emigraron a México des-pués, hasta el fin de la guerra.

Antes de retornar a España le di mi dirección de Madrid y un euro,para que tuviera un recuerdo. ¿Cuánto vale esta moneda? Algo más deun dólar. ¿Tanto? Sí. ¡Tá güeno! Cuando nos despedimos me trajo unablusa que había tejido su madre “para el doctorcito”, me dio un abrazo ydijo que volviera cuando quisiera, que me escribiría, pero a parte de fir-mar y hacer números, Walter ignoraba los misterios de la escritura encastellano.

Cuando Walter se bajó del pick-up en Ciudad de Guatemala y recibiólos buenos deseos de los albañiles, se encaminó hacia la estación deautobuses que ya conocía. De ella partían cargamentos de mano de obrapara Chiapas, California, Panamá, México DF, cargamentos de carne quelevantan rascacielos, sirven comida basura, cosechan huertas transgéni-cas y retiran la mierda de quienes la producimos en masa, allá en el nor-te. El estruendo de megáfonos que anunciaban partidas y arribos le tra-jo de nuevo a la tierra desde sus pensamientos. Se acercó a una ventanillay pidió un billete para España. ¿España?, ¿dónde está eso? Walter serascó la cabeza y respondió, no sé, junto al país de los gringos, supongo.El taquillero le recomendó que preguntara en información, porque élignoraba qué compañía llevaba hasta ese lugar.

El responsable de la oficina de información, un tipo chupado de peloengominado y cara picada de viruelas, miró de arriba a abajo la indu-mentaria de Walter, y no pudo evitar estallar en una carcajada enormecuando aquel indio joven le preguntó por la compañía de autobuses que

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llevaban a España. Con lágrimas en los ojos de tanta chanza, el hombrede información le llamó serrano y paleto, y continuó riendo. Tengo plata,dijo Walter bastante molesto. Amigo, a España tendrás que ir a nado,porque dudo que tengas para el avión o para un camarote de barco. Nadade avión, quiero ir en bus; si la línea no sale de aquí, dígame de dónde.Indio estúpido, no sabes nada. España está en Europa, E-U-R-O-P-A,hay que cruzar el océano. Mira —y le indicó un mapamundi de Ameri-can Airlines que había a su espalda, pegado en la pared con chinche-tas—. Esto —señaló el perímetro de su país con el dedo índice, gordo ycoronado de una uña preñada de suciedad negra— es Guatemala, y esto—dijo cruzando el Atlántico de papel en apenas dos segundos hasta lle-gar a la Península Ibérica— es España. No hay autobuses que naveguen.¿Por qué no pruebas marchar a California, como todo el mundo?

Supe de esta historia porque el médico que me relevó en el dispen-sario de Rosarito me escribió para contarme los hechos. Al parecer Wal-ter volvió a la aldea y dijo que jamás haría por marcharse, porque, segúnmi colega, ha descubierto que es de tierra, y que si en el pasado fue deviento, ese viento se quedó sin fuerzas, exhausto, aterrorizado, petrifica-do ante un océano demasiado inmenso para ser cruzado por un viento tanchiquito e ignorante.

Por cierto —finalizaba la carta de mi sustituto—, Walter me ha pedi-do que te devuelva el euro que le regalaste. Ya te lo daré cuando nos vea-mos en Madrid.

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Aromas diferentes

Me preocupan los prejuicios asociados a los estereotiposbasados en el miedo que causan el desconocimiento y laignorancia, la falta de respeto, de verdadera preocupaciónpor el otro como ser humano, como persona con una histo-ria y un pasado.Mª Ángeles Martínez Minguela

La utilización de este ejercito de reserva tiene un carácter eminentemente disci-plinario, como ilustra el caso de las contrataciones temporales de inmigrantesrealizadas de manera encadenada y que pusieron en práctica la Renault y otrasgrandes compañías. En efecto, pues la militancia laboral o las protestas podí-an pagarse con la negativa de la empresa a renovar los contratos, la entradaen una situación de irregularidad y los subsiguientes riesgos de expulsión.La entrada de los españoles en este ejército de reserva en condiciones de vulne-rabilidad, una vez que han emigrado al margen de los canales oficiales, puedecomprenderse mejor si observamos los sectores de actividad en los que trabaja-ron en los países de acogida. En el caso de Francia, la población activa espa-ñola empleada en la manufactura resultó una minoría. Los principales sectoresen los que se ocuparon fueron la construcción y la agricultura, en el caso de loshombres, y el servicio doméstico en el caso de las mujeres.José Babiano y Sebastián Farré. “La inmigración española a Europa durante los años setenta: Francia y Suiza como países de acogida”, Rev. Historia Social, nº 42, 2002, p. 95.

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Mientras la música de las guitarras dibujaba arabescos en el viento, elolor a té verde y a mate se colaba por las ventanas de los vecinos delnúmero 12 de la calle Esperanza. Aquel 11 de agosto, Ahmed y Nadiacelebraban el día en que comenzaba a cumplirse el sueño que habíanconstruido juntos. Atrás quedaban los años de trámites burocráticos, detrabajos basura en condiciones inhumanas, de temporadas de calor abra-sador en las calles y de frío en el alma desarraigada y triste...

Entre las canciones que sonaban en el local familiar donde se cele-braba la boda, fueron los acordes de El emigrante, de Juanito Valderra-ma, los que hicieron derramar lágrimas de melancolía a los padres deNadia.

Ellos, como tantos “gallegos” que emigraron a Argentina en los tiem-pos del hambre, habían conseguido abrir con mucho esfuerzo una peque-ña casa de comidas en los arrabales de un Buenos Aires entonces pujan-te. Tras muchas horas entre marmitas y pucheros y entre mesas cubiertas

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Aromas diferentesMª Ángeles Martínez Minguela

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con manteles de cuadros blancos y rojos, consiguieron reunir unospequeños ahorros y sacar adelante a su hija única, nacida en la tierraargentina, que de niña soñaba con conocer a los abuelos y primos de losque tanto oía hablar en el Centro Español las tardes de los domingos.

Cuando Nadia terminó sus estudios de bióloga, la crisis económica yase empezaba a notar. Los obreros y empleados de las oficinas habíandejado de llenar el restaurante a la hora del almuerzo porque ya notenían trabajo al que acudir. Tampoco lo frecuentaban las parejas deenamorados y los grupos de amigos que se daban allí cita las noches de losfines de semana porque apenas podían malvivir en un país sumido en elcaos y la penuria económica.

La hija no encontraba trabajo y los padres, cada vez más cansadosy consumidos, decidieron malvender lo que les ataba a aquella ciudad,y probar fortuna de nuevo en la madre patria, retornar para comenzar unavez más. Entonces alquilaron un pequeño local en un barrio populoso deMadrid, y lo convirtieron en un acogedor lugar donde ofrecían platoscalientes y aperitivos aderezados con recetas de salsas aromáticas yespecias que trajeron de allá, y que para muchos servían de anestésicoemocional, conscientes de que el placer de la mesa es el último que que-da para consolarse de la pérdida de los otros.

Se encontraron en la Pradera de San Isidro. Nadia iba vestida de chu-lapa, y Ahmed llevaba puesto un turbante mientras ayudaba a venderkebab a unos amigos argelinos que habían abierto un pequeño kiosko. Elaire olía a fiesta y a verbena.

Ahmed había encontrado el apoyo humano y material básico parasobrevivir en una gran ciudad como Madrid, tierra inhóspita para quien

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no tiene nada, gracias a sus vecinos de Marruecos ya instalados en laciudad.

Quedaban atrás los años pasados en las callejuelas del zoco, ayudan-do a su madre, viuda desde muy joven, a vender los dulces caseros queelaboraban de madrugada amorosamente las dos hermanas pequeñas, lamadre y la abuela. Fueron tiempos de compartir con la familia las peque-ñas alegrías y sufrimientos del día a día, los encuentros con los turistasextranjeros que tanto apreciaban aquellas humildes delicias de harina,azahar, miel y azúcar.

Cuando la madre enfermó y las hermanas se casaron, trabajó duranteun tiempo en la cocina de un lujoso restaurante frecuentado por turistasoccidentales de los de tarjeta oro y chófer a la puerta. Le trataban comoa un leproso social. Estuvo trabajando de sol a sol sirviendo comidas agente que nunca tuvo la menor consideración, gente mucho más igno-rante de lo que él llegaría nunca a ser, pues desconocían el significadode dos de las palabras más importantes que son Adiós y Gracias.

Ahmed pensaba que él también podría prosperar, trabajar fuera de supatria para volver un día y abrir su propio negocio donde reunir en tornoa los fogones a las mujeres de su familia y a los amigos que no tenían tra-bajo. Soñaba con que la realidad cotidiana se volviera comestible y queel aroma de los guisos caseros y el vaho de los caldos, potajes y estofa-dos, aves y pescados, reconfortaran el estómago y despejaran las nieblasde la mente y las tristezas del alma.

Con gran esfuerzo y ayuda de sus parientes, reunió el dinero justopara cruzar el Estrecho. Cuando llegó, con un millón de ilusiones en elcorazón, sólo cinco euros en el bolsillo y un número de teléfono de unos

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conocidos, era todo lo que tenía para comenzar a labrarse el futuro conel que tanto había soñado.

Varios días en busca de trabajo le obligaron a aceptar chapuzas malpagadas, como peón. Hubo semanas, meses de desesperación, de mirara las estrellas a través del tejado agujereado de la buhardilla donde dor-mía para buscar una respuesta a tanta indiferencia frente a la necesidadhumana, a tanta falta de generosidad y empatía por parte de aquellos alos que se presuponía tener una civilización más desarrollada, una socie-dad más justa y culta.

Meses de calvario por el papeleo, de ir de ventanilla en ventanilla, desolicitar ayuda en diversas asociaciones y entidades, tuvieron finalmen-te un resultado positivo. Su esfuerzo se vio recompensado con logrartener los papeles en regla que le permitieron trabajar en los fogones delos restaurantes más humildes de su ciudad de acogida. Y así, de nuevede la mañana a una de la madrugada, ponía desayunos, comidas, churrosy copas, y entre medias limpiaba los retretes, lavaba los platos despuésde limpiarlos de restos de comida, cambiaba los manteles y después decerrar, dejaba todo limpio, cargaba las bolsas de basura y las llevaba alos contenedores.

Nadia fue la primera mujer que se acercó al puesto de Ahmed. Sólounas palabras, unos breves comentarios sobre el intenso y nutriente aro-ma de los asados de kebab, y ambos se dieron cuenta de que compartíanel gusto por las comidas de sabor fuerte y agridulce, por el olor pene-trante a sustancia y a vida.

Aquella noche los dos jóvenes bailaron en la verbena al son de unacumbia, rodeados por parejas de tez morena incaica y ojos brillantes

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como el azabache, que resplandecían bajo la luz tenue de los farolillosde colores. También asistían a la celebración familias con algunas niñasy niños de ojos rasgados y piel ámbar claro, de ascendencia asiática perotan españoles ya como los nacidos en la propia ciudad.

Al cerrar el restaurante, cada sábado Ahmed se reunía con algunoscompatriotas a tomar un té verde, caliente y purificador, alrededor deuna vieja mesa camilla rescatada de un contenedor de basura, mientrashablaban de sus desventuras diarias, de sus esperanzas muertas y de sussueños aún latentes. Él se sabía más afortunado que muchos de sus com-patriotas porque había encontrado una estrella: perteneciendo a mundosdiferentes, eran almas gemelas.

Nadia guió sus pasos por aquella jungla de asfalto y papeles en quese había convertido la existencia de Ahmed. Nadie como ella, viajaba deun país a otro, para entender el sentimiento de desarraigo, de soledady el espíritu de lucha y de superación que todos llevamos dentro.

Los domingos después del cine (juntos vieron películas como Las car-tas de Alou, Bwana o Los lunes al sol, pero también Sonrisas y lágrimaso Pocahontas), paseaban por el parque, un lugar lleno de vida gracias alos gritos de los niños de ojos claros y pelo transparente, o morenos conel pelo negro y rizado, que se entretenían en los columpios mientras suspadres jugaban al fútbol en una especie de liga intercontinental o ento-naban cantos nostálgicos de su infancia en tierras lejanas.

El negocio familiar del restaurante prosperó, y Ahmed comenzó a tra-bajar con los padres de Nadia y a elaborar una comida mestiza, de fusión,que encandilaba a los comensales. Creando todo un universo gastronómi-co, el amor que Nadia y Ahmed se profesaban fructificaba terrenalmente

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en platos de nombres exóticos donde ingredientes de tres culturas (laespañola, la magrebí y la argentina), de diferentes colores y texturas, semezclaban hasta lograr sabores desconocidos y casi taumatúrgicos.

Ahora su presente está lleno de recuerdos del pasado y esperanzasdel futuro porque juntos empiezan un recorrido con un destino común.La vida les ofrece una oportunidad única para agarrarse a ella con piesy manos, para saborearla con fuerza y ser felices. En los oídos de Ahmedresuena cada día la frase que Nadia le dedicó la primera noche que pasa-ron juntos: “para el mundo eres alguien, para mí eres el mundo”.

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De vuelta a Chibuleo

… tratándose el nuestro de un país con una larga historia deemigración por razón económica y política, le diría a lasociedad que las gentes de otros países enriquecen a la socie-dad que les acoge en múltiples vertientes: cultural, de cos-tumbres, económica. Que sea una sociedad tolerante, gene-rosa, porque que los inmigrantes nos dan mucho más de loque reciben, sin duda.Arturo Varela Fernández

Los domingos los señores se iban a comer fuera. Mi marido y yo aprovechá-bamos para cocinar platos españoles y disfrutar del día de descanso. Al cabode un tiempo, nos pidieron que cambiáramos el día de descanso al sábado yque cocinara para todos los domingos. ¡Con qué gusto se comían el cocido!Alguna vez me pidieron también que hiciera una cena para sus amigos… yque no dejara de cantar en la cocina. Hoy vivimos en Valencia, y los hijosnos visitan una vez al año. Hacen el arroz casi tan bien como yo. Mª Ángeles Fernández (emigrante española)

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Todos los días, a última hora de la tarde, salía con un compañero de tra-bajo llevando un contenedor negro de plástico con sobrantes de las comi-das de un restaurante situado cerca de mi domicilio, al que íbamos mimujer y yo frecuentemente. Y, todos los días, cuando volvíamos del tra-bajo coincidíamos y nos saludábamos. Era Raúl Sandoval, un ecuatoria-no que había venido a Madrid desde Murcia donde había trabajado comotemporero.

Un día laborable, a primera hora, con la amabilidad que le caracteri-zaba, me abordó para decirme que ya no trabajaba en el restaurante y sisabía de algún trabajo. Con prisas, le dije que podríamos quedar para latarde y poder charlar un rato en el bar “El Acantilado”, muy cerca de su—hasta entonces— empleo.

Y allí estaba. En su rostro percibí un rictus de amargura. No me diomuchas explicaciones y no supe si él había dejado su empleo o si lehabían despedido. Me dijo que quería mejorar; en el restaurante, a pesar

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De vuelta a Chibuleo Arturo Varela Fernández*

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de las muchas horas que trabajaba, no conseguía ganar lo suficiente paratraer a su familia de Ecuador, como era su deseo.

Me creí en la confianza de preguntarle por sus primeros pasos enEspaña. “Sí, cómo no. Una tarde, a la caída del sol, estaba sentado a lapuerta de mi chabola —en Chivuelo— charlando con mi vecino BenitoRojas, mientras mi mujer, Sandra Lisset, preparaba unos frijoles y nues-tros dos hijos, Tania y Daniel, muy alegres, jugaban a nuestro alrededor.A Benito Rojas acudían familiares de emigrantes que no sabían leer paraque les leyese las cartas que recibían de sus allegados desde países euro-peos, la mayoría desde la madre patria. Esa tarde, Benito me había cita-do para comunicarme que un vecino nuestro, Gilmar Tello, le habíaescrito desde España y le encargaba que nos dijera a algunos hombres,que no teníamos qué hacer, si nos interesaba trabajar como temporerosen Torre Pacheco, en Murcia, pues había mucha demanda de trabajado-res, incluso sin papeles, para recoger las cosechas. A mí me sonó Mur-cia, claro, porque supimos de un mortal accidente que por allí se produ-jo hace dos años (creo que en enero de 2001) con 12 muertos, cuando untren se llevó por delante a una furgoneta que los llevaba a trabajar. Huboentre los muertos dos vecinos míos. Fue un golpe muy duro para nosotrosy además nos enteramos de que muchos de nuestros compatriotas no loestaban pasando muy bien.

A pesar de eso —continuó Raúl— decidí arriesgarme y venir a Espa-ña porque mi país estaba en una gran crisis económica, con muchodesempleo, y no había futuro para mí y mi familia. Además, sólo me fijéen los vecinos que prosperaban porque sus familias recibían regular-mente dinero y presumían de las muchas cosas que compraban.”

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Cuando comunicó a su familia su decisión de emigrar, al no disponerdel dinero para costear el viaje, tuvo que acudir a un “chulquero” (pres-tamista) que le adelantó 400.000 pesetas para pagar el viaje. “Y ahoritamismo, después de casi tres años de mi estancia aquí, apenas saco parapagar esa deuda.”

“Al llegar a España, me puse en contacto con Gilmar Tello que mepresentó a un capataz que dirigía unas cuadrillas de recogida de tomatesen Torre Pacheco.” Pero Raúl Sandoval suspiró al decirme que no lehabía visto todavía la cara a las penurias que le aguardaban. “Despuésde unos meses como temporero me di cuenta de que la situación de los‘sin papeles’ (él era uno de ellos) era penosa. Hay españoles que nosmantienen en el trabajo, incluso siendo irregulares, pero conocí a muchosde mis compatriotas que quedaron al poco sin empleo, no les pagaron sutrabajo, y estuvieron durmiendo en iglesias o albergues, casi como mendi-gos. Tal era la situación —dijo— que provocó muchas protestas, muchasmarchas y entonces la sociedad murciana, los de la ciudad, los periódicos,empezaron a interesarse por cómo éramos explotados.”

Entonces, Raúl Sandoval supo de la existencia de algunas organiza-ciones para defenderlos, pero que el Gobierno apenas las tenía en cuen-ta. “Un día unos señores que eran del sindicato UGT se presentaron enla finca mientras comíamos y se interesaron por nuestra situación, paraver cómo nos ayudaban. Nos dieron una charla sobre unas leyes sobre losemigrantes, que estaban cambiando continuamente sin que hiciesennada por los que no estábamos regularizados. Y eso a pesar —dijeron—de estar siempre detrás del Gobierno, incluso del Defensor del Pueblo,para que mirasen por nuestra situación. Nos entregaron unos folletos

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para conocer nuestros derechos; había también para gente de otros paí-ses, en sus correspondientes idiomas, y unos cuantos escritos dondepedían que nos legalizasen. Además nos dijeron que debíamos denunciarnuestra situación, por lo que pedían al Gobierno que nos protegiese, porejemplo, facilitándonos los trámites para conseguir los papeles y así podertener derechos. Pero los irregulares no podíamos denunciar, porque lo quenos pagaban era lo único que nos mantenía. Luego vinieron a vernos otrossindicatos. Pero lo que más nos ayudó fue conocer a la Asociación Hispa-no-Ecuatoriana Rumiñahui que nos ayudó mucho con ropa y comida, yconsiguieron recomendarnos para que nos alquilasen viviendas.”

El debate social sobre la situación de los temporeros provocó que, poraquel entonces, se firmase un convenio entre España y Ecuador. Median-te dicho convenio, los ecuatorianos que venían con un contrato de dura-ción determinada, tenían derecho a los beneficios y prestaciones de laSeguridad Social durante su estancia en España. Se les pagaba el viajede vuelta a su país y podían volver a España con un contrato.

“Cuando se firmó este convenio, para mí y para todos los que estabanen mi situación, ya era tarde; teníamos que seguir siendo carne de cañónpara los patronos, que nos contrataban por una miseria, si queríamoscontinuar aquí. Era consciente de que lo estaba pasando mal, pero esta-ba convencido de que era mejor tener un trabajo en España, aunque fue-ra ilegal, que ninguno en Ecuador. Y antes de marcharme definitiva-mente me iba a dar una segunda oportunidad. Me vine a Madrid, con larecomendación de un compatriota, para colocarme como pinche de coci-na en el restaurante donde él trabajaba y donde le conocí a usted y a suseñora. Pero ahora…, ¿qué hago?”

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Y pensé, ¿qué puedo hacer yo por este hombre? Con poca convicciónle prometí que haría unas gestiones para conseguirle un trabajo, a travésde un intermediario inmobiliario que conocía. Le di mi número de telé-fono, pagué la cuenta y nos despedimos.

No me llamó en un tiempo. Cuando lo hizo me contó que, durante unosmeses, trabajó como peón de albañil, aunque no le duró mucho. Mientrashablaba, notaba en su voz a una persona angustiada, una persona que yahabía asumido su fracaso. Decía que se sentía despreciado y humillado enuna tierra que creía de acogida. Pero la verdadera razón de su llamada erala despedida: “No aguanto más. A los irregulares nos explotan como manode obra barata. Incluso sé de muchos que, aunque tienen papeles, sólo tra-bajan de lo que hay, de peones, pues no hay oferta de mejor categoría. Pre-fiero, explotación por explotación, ser explotado allá y comer, que serloaquí, donde el sueldo, cuando hay trabajo, no me alcanza para vivir. Y ade-más allá no me miran con malos ojos. Ni tengo que dar gracias por nada”.

Después de casi tres años —decía Raúl— le apenaba no haber podi-do cumplir su deseo de quedarse en este país y labrarse un futuro, comolo había hecho alguno de sus vecinos. Aunque, por otra parte, se alegra-ba porque pronto volvería a estar con su mujer, Sandra Lisset, con sushijos, Tania y Daniel, volver a su hermoso país, a su aldea: “Me voy conla idea de que este Gobierno no sabe qué hacer con nosotros; a lo mejor,otro Gobierno podría arreglar nuestra situación, eso es lo que dicen.Entonces, quizá lo intente de nuevo”.

Y pensé: sí, ojalá llegue otro Gobierno, como decía Raúl Sandoval,para arreglar la situación de muchos emigrantes. Y otros empresarios.Y otra mentalidad menos racista. Y mucha más tolerancia.

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* Este relato es mi modesto homenaje a todas las víctimas del aten-tado perpetrado en la estación de cercanías de Atocha (Madrid) el 11 demarzo, en el que murieron muchos emigrantes que, como el protagonistade este relato, vinieron a España a labrarse un mejor futuro, pero que,aunque quisieran, nunca podrán volver a “su” Chibuleo.

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Morriñas y saudades

… todos podemos volver a ser inmigrante algún día como en laépoca de la posguerra, porque la vida da muchas vueltas, hoyestamos aquí pero mañana no sabemos… ahora que somospaís receptor y basándonos en nuestra experiencia debemoscomportarnos con tolerancia y humanidad con las personasque llegan a nuestro país en busca de una vida digna…José Nieves España

Para los asturianos que llegaban a Estados Unidos, el estado de VirginiaOccidental [...] se volvió una nueva patria. Debido a las condiciones de explo-tación y al hecho de que se los consideraba como ciudadanos de segunda cla-se, por no decir esclavos modernos, muchos de ellos se encontraron literalmen-te atrapados en alguna de las Company Town (literalmente “ciudad de lacompañía”) [...]. Eran pueblos enteros compuestos de casas construidas yalquiladas al obrero por la empresa. El obrero era pagado en fichas o vales(“tokens”) en vez de en dinero real, que sólo podía redimir en la tienda de laempresa, donde los precios eran de un treinta a un cuarenta por ciento más ele-vados que en cualquier otro comercio. Esta primera generación de emigrantesasturianos [...], vivió la mayor parte de su vida en estado de deuda perpetua,[...] sin ninguna posibilidad de movilidad, sea social o simplemente espacial. Daniel F. Ferreras sobre la novela de Gavin González, 2003. «Pinnick Kinnick Hill»(«Las colinas sueñan en español), Morgantown, West Virginia University Press, 2003.

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El mar dormía sus aguas al amparo del sueño y la ilusión de un vie-jo buhonero, ejercedor de los más variados oficios al que le resbala-ban lágrimas de morriña cada vez que veía ponerse el sol al otro ladode aquel inmenso e interminable y hasta inagotable océano, guar-dián de sus memorias y de sus antepasados, dueño del mayor de susanhelos.

Cuando llegaba la primavera, Genaro se dejaba seducir por la morri-ña y soñaba —siempre soñar ha sido gratis—, con el día de su regreso ala tierra de sus antepasados. Todas las tardes, Genaro, el buhonero, hacíacompañía al mar pintando las más hermosas puestas de sol, reflejan-do en sus cuadros el ir y venir de las nubes, el largo viaje de las gaviotas enbusca de una tierra desconocida. Pintaba a su querido amigo GenerosoParedes, el pescador, cuando se hacía a la mar, incluso había momentosen que juntos se hacían a la mar.

—Buenos días Generoso, qué, ¿hoy no vas a pescar?

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Morriñas y saudadesJosé Nieves España

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—Hoy no, amigo Genaro, hoy toca acicalar a “Manuela”, pintarla yponerla guapa y a punto para esta noche de luna llena, por cierto, siquieres puedes acompañarme, seguro que juntos llenamos la barca.

—Está bien, iremos juntos, ya sabes lo que me gusta ver las estre-llas desde “Manuela”.

La noche había sido muy aprovechada y la pesca abundante. Gene-roso Paredes, el pescador, se frotaba las manos, y en sus ojos se veíaese resplandor, sólo de la idea de tener mucha y brillante plata al ven-der el pescado en la lonja del mercado.

Guardó su barca y se dirigió hacia la casa de su amigo Genaro, a jugaruna partida de ajedrez, su mejor pasatiempo. Lo encontró en el porche,sentado en su mecedora, con una pequeña cajita de cristal azul y en lamano una foto desgastada por el tiempo, que apretaba contra su caramojándola con las lágrimas de su corazón, roto por el dolor de la distan-cia. Sus ojos miraban de manera fija a una estrella que parecía hablarle.

—Buenas noches, amigo Genaro, ¿estás bien? —le preguntó Gene-roso.

—¿Ves aquella estrella? —le decía Genaro a su amigo.—Bueno, mi vista no alcanza a ver lo que tú ves. Mientras tú te

dedicabas a la pesca yo la he observado un buen rato y ella no ha deja-do de seguirnos. Mira esta foto, mírala bien —le insistía Genaro a suamigo Generoso Paredes, el mejor pescador de la bahía.

—Eso es lo que hago, amigo, pero dime, ¿a dónde quieres llegar?—preguntó Generoso, algo desorientado. Entonces Don Genaro, lo deDon es algo de justicia, el pintor, el maestro que no ejercía el buhonero,le mostró una carta.

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—Es de mi nieta Lucía, hoy ha sido su cumpleaños, y yo aquí, comoun idiota mirando su foto y leyendo y releyendo su carta, mientras esereloj de pared, tan viejo como tú y yo juntos, me va marcando el pocotiempo que me queda. Sabes, querido amigo, allende los mares, en micasa siempre ha habido un reloj de pared que ha marcado las horasfamiliares. Sus campanas tienen un bello sonido de gong tibetano, ycuando suenan, las vibraciones del metal llenan toda la casa, con lagrave monotonía que marca el paso inexorable de las horas. La agujacrujía un poco, espero que siga igual. Pero su sonido tiene una espe-cie de sugestión hipnótica que invita a meditar y a imaginar como ima-gino a mi nieta Lucía. Sabes amigo, mi padre jamás rechazó ni uno solode los minutos anunciados por el viejo reloj de pared que su padre, asu vez, compró a un maestro relojero de Zaragoza para regalo de suesposa.

—Oye, ¿por qué me cuentas esta historia del reloj y lo de la foto y tunieta?, no será que sientes nostalgia, viejo amigo.

—Creo que esta vez es algo de nostalgia, es morriña, es necesidad deescuchar el sonido de las campanas los domingos anunciando la misa de lasonce, son deseos de salir volando como un pájaro. Sabes, compañero,mañana estaremos en el paraíso, los dos juntos.

—¿Qué quieres decir viejo?, de tanto jugar al ajedrez te volviste loco,boludo, ¿qué carajo te traes entre manos? —preguntó Generoso a su ami-go con cara de no entender nada de nada.

—Sabes compadre, aquí en la Argentina no se está mal, pero quenada mal, pero al otro lado de ese montón de agüita una lindamuchachita que pronto será una señorita, me está esperando. Tengo

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una casa junto a otro mar como éste, en una aldea de pescadores,además ya bastante hemos pescado aquí, ahora toca descansar en mialdea y si te place podemos pescar. Te vienes conmigo y con el relojde pared.

—¿Se puede saber cómo vamos a viajar?, de dónde sacarás la plata yel barco —preguntaba Generoso sin salir de su asombro.

—Tu querida “María”. —Vaya ahora le cambiaste de nombre, ésta sí que es buena, —Bueno, Manuela, nos llevará y las estrellas nos marcarán el rumbo

a seguir.A la memoria de mi abuela Francisca, frágil y caprichosa a veces, vie-

ne como un rayo de luz, el momento de ver a su marido bajando las esca-leras de aquel enorme barco, gracias al cual fueron recogidos junto alviejo reloj de pared que todavía hoy acompaña con su hermoso y bellosonido de gong tibetano, las horas familiares. Hay días en que, viendo elreloj de pared, creo ver a mi abuelo mirar su reloj de bolsillo, con sucadena de oro, abrir luego la portezuela de cristal y ajustar las agujas ala hora exacta. Le veo coger la llave guardada en un cajón pequeño ygirar el mecanismo de relojería. Lo hacía satisfecho hasta que las cam-panas volvían a sonar con nuevos bríos.

A veces, y en ocasiones especiales, la memoria de mi abuela sevuelve lúcida y me cuenta y me habla de los muchos oficios que abuen ejercer tuvo mi abuelo, el emigrante más importante, más impor-tante y de más postín y tronío que ha dado esta aldea. Primero fuezahorí,

—¿Y qué es eso, abuela?

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—Son los que tienen el don de hallar agua bajo tierra, con la ayudade una simple rama o una plomada —era la respuesta de la abuela Fran-cisca.

También fue sacristán y cómico de la legua para acabar regresando auna tierra de la que nunca debió partir, aunque tal vez lo hizo como elviejo reloj de pared, para repetir el ritual del tiempo y la memoria.

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Menú ecuatoriano en servilleta de papel

Memoria: No nos podemos olvidar que nosotros tambiénhemos sido emigrantes. No quiero quedarme al margen de loque veo, oigo, siento... y dar un mensaje positivo y buscaruna respuesta a lo que significa la interculturalidad.Rubén Ranz Martín

Cuando llegues a la frontera de Francia, con lo primero que tropezarás, conunos señores vestidos de azul, pero tú tranquila, que éstos ni son falangistasni mecánicos, son “gendarmes”, policías franceses, que aunque vistan deazul pero nada quieren saber de mecánica, eso sí, ven algunos “tornillos”que no son del color que ellos esperan que les entren por las puertas de Euro-pa, hacen igual que los conocedores de “cochinos” ahí en el pueblo cuandolos seleccionan: oscuros a un lado y claros al otro. Sí, querida mía, porqueen la viña del Señor hay de todo, y a veces te meten “gato por liebre”, es decir,gatos pardos por gatos romanos y aunque para nosotros es igual —porquetodos estamos metidos en el mismo saco— pero para los seleccionadores del“Parque Zoológico de la rica Europa” no es lo mismo. Juan F. Díaz Ruiz. Dortmund, R.F.A. Emigrante español 1962.

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Ray tenía siempre llenos los bolsillos de servilletas de papel. Algunaslas utilizaba para escribir efímeros hallazgos literarios sin destino. Otras, lasutilizaba para limpiar sus gafas. Y el resto, se perdían en juegos de papi-roflexia. Ray siempre tenía tiempo y llegaba a los sitios antes de la hora.Por eso le llevé una pequeña sorpresa.

—Toma —le di un díptico rojo, mientras me quitaba mi abrigo.Eran las bases para un concurso literario. Lo leyó con cierta curiosidad.—Si quieres yo te puedo ayudar a encontrar una historia.No lo pensó mucho. Aceptó el reto y pronto empezó con un recital de

preguntas sobre cómo debía escribir un cuento. Después de algunas cer-vezas y de cientos de anotaciones en servilletas de papel sobre la estruc-tura, la presentación de los personajes y de otros aspectos literarios, meimaginé que no me iba a necesitar en mucho tiempo. Hasta que un sába-do, a las ocho de la mañana, me llama para decirme que quiere abando-nar porque no tiene una historia.

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Menú ecuatoriano en servilleta de papel

Rubén Ranz Martín

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—Todo lo que he visto sólo me da para escribir relatos trágicos. Yono quiero eso. Quiero contar un cuento como los de Cortázar.

—No eres Cortázar, recuérdalo. Escribe sobre la interculturalidad.—He buscado la palabra “interculturalidad” en el diccionario y no

viene. No sé lo que significa.En esa palabreja pensaba yo cuando seguía a Ray por las diferentes

asociaciones de inmigrantes que visitamos. Nos contaron muchas histo-rias; odiseas de Ulises que buscan vellocinos dorados, supervivientestroyanos que sobreviven en un mundo hostil. Emigrantes errantes. Nece-sitábamos una historia que nos enseñase el verdadero significado deinterculturalidad.

Hasta que Ray vino un día a mi trabajo. Se sentó y me miró a los ojos.—Ya lo tengo —y me mostró una servilleta garabateada en la que

había escrito: seviche, plátano maduro, arroz moro, Sherezade, moto yprograma de TV.

—¿Qué es esto?—Lo que vas a comer hoy y la protagonista de mi cuento.—Sherezade es un nombre de novela de Corín Tellado. ¿No será una

historia de amor?—Eres un incrédulo, ya no crees en el amor.Antes de sentarme en la mesa, Ray ya había escrito en el mantel de

papel cómo olía el restaurante. Y antes de presentarme a Sherezadesabía que Ray ya estaba enamorado sólo por las palabras que había uti-lizado para describir su encuentro casual en la cola del paro.

—¿Sabes que pegó a su novio por televisión? —me preguntó Rayentre las risas ahogadas de Sherezade.

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—Dime que os pagaron bien.—A él más que a mí. Él se llevó una moto. Y yo 1.000 euros.Sherezade nos contó sus recuerdos infantiles y sus travesuras que

parecían ser comunes a pesar de los miles de kilómetros de distancia.Ray, quien escuchaba como si fuese su último día de vida, lo apuntabatodo en el mantel. Casi no probó el seviche y apenas comió el plátanomaduro con queso del mismo Ecuador, una delicia para el paladar. Ypara terminar arroz moro que era como una especie de paella mestiza decontundente sabor. Con el café empecé a darme cuenta que su complici-dad había aumentado. Hasta que el sonido de una moto irrumpió y, paraRay, fue como si se hubiera caído de la cama y se hubiese despertado delsueño más dulce abrazado a su almohada. Por la puerta del restauranteentró un hombre rubio y con ojos azules, sólo su acento delataba su ori-gen ecuatoriano. Se sentó con nosotros. Ray cortó sus notas y se las guar-dó como si fuesen las pruebas de su breve infidelidad platónica.

—Éste es mi hombre: Walter Eusebio.Nos presentamos y pedimos unas jarras de sangría. Walter empezó a

hablar de cómo consiguió su moto, de su participación, junto con sunovia, en un programa absurdo de televisión presentado por una silico-nada mujer rubia de bote y voz de pito. De la ilusión que le hacía teneruna moto y de poder trabajar con ella en Madrid. Lo contaba como siestuviese soñando y acariciaba su casco como si aquellas curvas fuesenlas de las caderas de Sherezade. Ray le miraba con celos.

—Y lo peor de todo, es que a los dos días de estar trabajando con esabelleza, me la robaron —y pegó un puñetazo en la mesa.

—Mala fortuna.

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Y Sherezade abrazo a aquel motorista y Ray murmuró las mismapalabras.

Pagué la cuenta y me quedé con la receta del arroz moro. En la callenos esperaban Walter y Sherezade apoyados en una vieja vespino. Rayse quedó sorprendido con la moto.

—Ésta es mi herramienta de trabajo ahora. Con ella trabajo por lamañana llevando pizzas y por la tarde estoy en otra de la competencia.

—Ladrón de bicicletas —dijo Ray.—¿Cómo?—Tranquilo, es una película italiana de Vittorio de Sica. Nos despedimos de Sherezade con un convencional beso y el ronco

ruido del vespino nos adelantó, dejándonos a Ray y a mí sumidos en elsilencio.

—Creo que ya he encontrado una historia.—Ten calma al escribirla. No te dejes llevar por lo primero que se te

ocurra.—A veces hay que escribir la historia que necesitamos vivir —me

dijo Ray.La tarde de un sábado me encontré a Ray dibujando en una serville-

ta encima de una carpeta azul. Apuró el café y dejó una moneda.—Llegas tarde, como siempre. Tengo una cita.—¿Con una chica? Cada día me sorprendes más.—Pues aquí guardo la mayor de todas las sorpresas. Es un cuento de

un niño y una niña separados por kilómetros con un mismo destino. Esun cuento mágico, lleno de obstáculos y donde triunfa el amor.

—Si la piensas conquistar así vas a tardar mucho tiempo.

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—Aunque tarde mil y una noches, le seguiré contando mis cuentos,sus cuentos. Te dejo una copia. Y gracias.

—¿Qué va a pasar con el concurso?—Yo ya he encontrado el significado a la “interculturalidad”. ¿Y tú?Ray me dejó solo en la cafetería. Cogí una servilleta de papel y le pedí

un bolígrafo a la camarera. Apunté: seviche, plátano maduro, arroz moro,programa de TV, moto, “ladrón de bicicletas”, Ray y Sherezade, motoris-ta, escribir un cuento, magia, servilletas, literatura, amor, búsqueda =interculturalidad.

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Seguimos /Junto a ti

Me animé a escribir para aportar un granito de arena, unasonrisa a todos, una mano cogida...(y por mis compañerosde trabajo que me presionan) . A la sociedad de acogida lepediría que mirara al pasado... a eso llamado “Historia”.Yussef Zoubair

Muchos volvían decepcionados y derrotados antes de que venciera su con-trato anual [...]. Esto sucedía sobre todo, con los inmigrantes contratados através de los organismos oficiales de inmigración. Nada de lo convenido serespetaba [...] los que habían ido por su cuenta, aleccionados por paisanos yamigos con más experiencia encontraban mejores posibilidades de defensa...si eran despedidos quedaban “libres”... para hallar trabajo que no faltaba. J. García Meseguer. Los inmigrantes: nuevos ciudadanos en Europa, Madrid, 1978, pp. 43-45.

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Mirando hacia delante,En caminos diferentes,Buscando anhelos,Unos sueños, unas vidas.Seguimos,Saliendo de nuestras casas,Dejando ese recuerdo,Ese barrio que te ayudó a crecer,Esas calles andadas mil veces por tiEsas gentes, tu gente vivida por ti.Seguimos,Volamos y nadamos hacia aquíCorriendo, andando sin finSufriendo y muriendo por síBuscando, queriendo de ti,Sí, seguimosMirando hacia adelante.

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SeguimosYussef Zoubair

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Junto a ti quiero vivir

Andando por los mismos caminos

Sonriendo por las mismas cosas

Pensando en las mismas situaciones

Junto a ti quiero seguir

Mirando por nuestros hijos

Esperando sus mismas ilusiones

Alegrándonos por sus vidas plenas

Junto a ti quiero tener

Mi verdad, mi ciencia, mi historia,

Mis ideas, mi consenso y mis anhelos

Mi café, mi saludo y mis historias

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Junto a tiYussef Zoubair

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Junto a ti quiero pensar

En libertad para mí y los míos

Una igualdad por todos y para todos

Junto a ti, sí, todo junto a ti.

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Ngueva

… percibo una gran falta de perspectiva por parte del mun-do occidental que no se enfrenta a la situación y no adoptamedidas de progreso y desarrollo para los pueblos y las gen-tes hambrientos de pan y de esperanza. La UE debe incluiren sus objetivos inmediatos el problema de la inmigración,estableciendo un plan real de desarrollo y bienestar para lospueblos y un ambicioso plan de formación cultural y técni-ca para las personas. Los emigrantes tienen derecho a venir,y no apelando a la generosidad o a principios universalessino, simplemente, a la Historia.Nieves Sevilla Nohales

Emigré porque mi marido no tenía trabajo, muchas veces no había queecharse a la boca, porque estaba más tiempo parado que trabajando, y noporque él no quisiera trabajar, sino porque no había trabajo.Carmen Ramos (emigrante española)

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Bajo el pandero grande y redondo de la luna, el tam-tam retumbó entodos los rincones de la aldea. Danzaron durante horas en comunión conla tierra, recibiendo su fuerza y su misterio, hasta hallar en los ritosancestrales la danza primigenia. Así fue que se encontraron a sí mismos:un gran útero verde, fresco y acogedor recorrido por manantiales y reple-to de frutos maduros. Era la despedida de Ngueva. Las semanas anterio-res había sido instruido por los ancianos y toda la historia de su puebloiba con él. Bagaje necesario para no perderse en el mundo nuevo al quese dirigía y para estar siempre orientado; para respetar sus orígenes y parano sentirse solo. Unas pocas piedras mágicas completarían su exiguoequipaje. Ésas eran para alejar el olvido.

La última mañana, ya antes del alba, lo miraban con admiracióndecenas de ojos negros extrañamente agrandados por la delgadez infini-ta de sus órbitas. Cuando él abrió los suyos todos le sonrieron. Nguevatambién sonrió. Los más pequeños se le echaron encima para hacerle

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NguevaNieves Sevilla Nohales

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cosquillas y jugar. Jugaron. Todos le tocaban. Los dedos largos y flexi-bles de los amigos, familiares y vecinos recorrían su piel buscando suinflujo, su bienaventuranza, quedarse algo de él y que él se llevara algode ellos. Había llegado la hora y Ngueva partía. Leyde, algo apartada, lomiraba sin pestañear y, mientras que sus ojos almendrados se inundabande agua, su boca de ébano le dedicaba una sonrisa.

El camión saltaba en la carretera impulsado por resortes invisibles, lamarcha y el calor excesivo recalentaban el motor. Una nube de polvo,desordenada y ruidosa, deslizándose en la tierra roja. Ngueva cerró losojos y recordó el primer encuentro con su amigo europeo que no parabade hacerle preguntas. No, yo nunca he visto el mar. Creo que está muylejos. ¿Un río grande? ¡Qué va! Antes, corría un riachuelo por ahí detrásy nos bañábamos. De un pozo que hay siguiendo ese camino; allí recoge-mos alguna para poder beber. Pero no hay para cultivar. Oiga, tengo oídoque en otros lugares hay mercados en los que se vende todo tipo de frutosy de alimentos en grandes cantidades. ¿Entonces es verdad? No, aquí nohay mercado. Si lo hubiera cambiaríamos vasijas de barro por comidapero no lo hay; y, por otro lado, vasijas muchos las tienen; es comida loque no tiene nadie. Su amigo, que entonces todavía no era su amigo, lecontó cómo era un auténtico mercado y a él se le abrieron las ganas; lasde ver el espectáculo, pues las de comer ya llevaban años mordiéndoloel estómago. Al llegar el camión su amigo, que aún no lo era, se empeñóen acompañarlo a la fila. Perdone, señor, que me tengo que ir a por la ayu-da. Bueno acompáñeme, si le apetece. Nada, que algunos quieren llevár-selo todo. Lo intentan pero, ¡uf!, es difícil. No, a mí no me gusta pelear,prefiero esperar y hacer cola. Tengo paciencia. Fue Juan, cuando ya se

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hizo su amigo, quien le dio la idea de emigrar al ver que Ngueva sabíahablar su lengua porque una misionera que estuvo allí mucho tiempo sela enseñó. No, a mi sólo no. Nos la enseñó a todos; lo que pasa es que losdemás ya no se acuerdan.

Después de varias horas de viaje no siente los huesos. Los de la orga-nización, que le han dado ropa y comida, le ayudarán durante gran par-te del camino según las instrucciones que les dio Juan, que es quien selo ha preparado todo. Ngueva está un poco nervioso y teme perder suaplomo habitual. Las expectativas de futuro que se alzan ante él le pro-ducen una intensa emoción cercana a la euforia. Imagina un regreso de éxi-to y un sinfín de proyectos que se hacen realidad. Sus dedos acarician sincesar las piedras mágicas. De pronto un enorme desasosiego se apodera deél y, sin poderlo evitar, le invade la nostalgia. Tan sólo se ha alejado de laaldea unos kilómetros y ya no puede apartar su recuerdo de la mente. Y deLeyde. Leyde y Ngueva se miran siempre y siempre se buscan y se prefie-ren entre todos los demás. Tú sabes, Leyde, que si no fuera por el agua y pornuestro pueblo yo jamás me marcharía. Lo sé, Ngueva. ¡Estás tan delgada,Leyde! Tú también Ngueva. Si traemos el agua cultivaremos el campo y ten-dremos hijos, Leyde. Nuestros hijos, Ngueva, y nuestros campos. ¿Me espera-rás, Leyde? Te esperaré Ngueva. Con Leyde sonriéndole, Ngueva se duermea pesar del traqueteo. Cuando despierta es de noche y ahora piensa, otravez, en Juan. En aquella mañana que lo buscó para hablar con él y con losancianos y dijo algo de buscar soluciones definitivas. Los ancianos lo mira-ron en silencio, no quisieron opinar y se alejaron.

—¿Qué piensan ellos, Ngueva? —preguntó Juan.—Han oído decir que se podría traer agua de los lagos.

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—¿Qué más?—Se sienten agradecidos pero también humillados. Han perdido su

dignidad y ya no trabaja nadie. Si un día no llegaran las ayudas, moriría-mos. Pero no van a estar mandando camiones por los siglos de los siglos.

—Ven conmigo, Ngueva.—¿Dónde?—A mi país. Buscaremos la forma de traer el agua. Tú representarás

a tu pueblo. Yo te ayudaré. Puedo hacerlo. Soy rico. Conozco gente.Vamos, Ngueva, acepta. No hay otra solución.

—Si tú me ayudas no tendré miedo.—Te ayudaré. Lo juro.—Necesito el permiso de mis mayores y prepararme antes de partir.Ahora iba hacia lo desconocido más muerto que vivo del miedo y de

la impaciencia. Se había adelantado a las fechas que Juan le indicó pues,una vez tomada la decisión y sintiéndose preparado, no fue capaz deesperar más tiempo. Las instrucciones las guardaba en un papel y en sumemoria; localizar a Juan nada más llegar a su destino no le parecía nin-gún problema. A pesar de todo, en el barco aumentó su inquietud. Laseguridad que había sentido durante el viaje lo abandonaba ahora que seaproximaba a la meta y era cuando más la iba a necesitar. Menos mal queuna suave brisa le acariciaba la piel y el calor del sol le calentaba agra-dablemente el cuerpo. Mecido por las olas, Ngueva luchó contra la necesi-dad de dormir y, entre sueño y vigilia, imaginó un futuro mejor. Mientrastanto, su parte consciente, intentaba desterrar el nerviosismo y controlarla curiosidad hacia ese mundo, próspero, e ignoto, del que todos habla-ban y que ya se avistaba en el horizonte.

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Pero ya regresa Ngueva.Otra vez el balanceo del barco lo adormece. La travesía es rápida y

su ansiedad, que va en aumento, no le permite estar tranquilo. Yadesembarca y, sin pausa, con paso ligero, se dirige al autobús que tam-bién recorre las carreteras desdentadas con velocidad de vértigo.Corriendo sin descanso atrapa, al vuelo, un vehículo de la organiza-ción. El mismo camión que lo alejó, cuando se fue, lo acerca ahora queregresa. Ngueva desciende del camión y todos lo rodean, como el díade su marcha, abrazándolo y tocándolo. Inmediatamente comienza lafiesta de recibimiento. Los tambores suenan con más fuerza que enla despedida; la alegría inunda los corazones de todos. Bailan y bailan sincesar durante horas. Ngueva ha regresado. Ahora traerán el agua de loslagos. Ngueva ríe y baila, ríe y baila. Piensa en Leyde, en sus camposy en sus hijos. Pero, ¿y Leyde? No ve a Leyde por ningún lado. La bus-ca por todas partes y no la encuentra. Recorre el poblado de choza enchoza. Desesperado como un lobo hambriento corre despavorido por loscampos. Leyde. ¿Dónde estás, Leyde? Y entonces aparece, tan delga-da y tan hermosa, con sus ojos almendrados que lo miran fijamente, conla sonrisa en su boca de ébano y con su vestido blanco, blanquísimo einmaculado. Hacia ella se dirige Ngueva en su carrera frenética. Laalcanza, la abraza y la cubre de besos; como un torbellino se adentraen el tornado al que lo arrastra el vestido, blanco y resplandeciente, dela muchacha.

Lejos del poblado, en otro punto de la geografía, cuando ya quedabapoco para llegar a la tierra prometida, unos hombres son rescatados a lasaguas del océano. Alguien deposita sobre la arena de la playa el cuerpo

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sin vida de Ngueva. Sus manos, que nadie puede abrir, retienen con fuer-za las piedras mágicas. De sus ojos semicerrados se escapa como humola totalidad de sus sueños y en sus labios amoratados aún puede leersesu último pensamiento.

Leyde.

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Raquel

… me siento muy a gusto en mi país pero si algún día tuvie-se la necesidad de emigrar, me gustaría que me tratasen conrespeto y dignidad... Ana Isabel Blanco Brime

Tolerancia no es suficiente. Tolerarse es soportarse y, aunque es algo, no escreador ni caritativo. Convivir es compartir el pan y la esperanza.María Zambrano

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¡Qué largo se estaba haciendo el viaje...! Nunca se lo había imaginado así,a pesar de que su hermana ya se lo había advertido antes de marchar.

El año pasado Sofía, su hermana, había ido y tenía un recuerdo muypositivo. Aunque regresó cansada, quería repetir de nuevo este año, perose había quedado embarazada y tuvo que renunciar. Este año iría Raquela España a recoger fresas.

¡Quién se lo iba a decir! Hace dos años acabó la carrera de Derechoy ahora emigraba para trabajar en los fresales de Huelva...

Los últimos días antes de emprender el viaje no podía dormir, se agol-paban demasiadas emociones en tan poco tiempo: la muerte de su madre,el embarazo de su hermana, el paro de su padre..., y toda la responsabi-lidad familiar sobre sus hombros.

Cuando acabó la carrera pensó que encontrar un empleo sería muyfácil. Al principio tuvo suerte y trabajó varios meses en un bufete de abo-gados como ayudante, pero allí, como en todo el país, las cosas no iban

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RaquelAna Isabel Blanco Brime

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bien y se tuvo que marchar. Desde entonces no dejó de llamar a todas laspuertas, de vez en cuando salía algún trabajo para cuidar niños o susti-tuir a una cajera de supermercado o dar alguna, más que esporádica, cla-se particular a niños “bien”.

El nuevo año se presentaba tan desalentador como el 2003, su madreestaba cada vez más delicada, los médicos no tenían muchas esperanzasde que se recuperase, y su padre llevaba un mes en la calle, sin trabajo,despido masivo en la empresa..., por eso las fiestas navideñas pasarontan desapercibidas...

Al final mamá no llegó al año nuevo y la tristeza los embargó a todosdurante mucho tiempo, hasta que un día llegó su hermana gritando.

—¿Qué te pasa?, ¿por qué gritas?—Imagínate, dijo Sofía, ya se puede solicitar el trabajo en España

para la campaña de la fresa; yo ya he presentado mi solicitud y te he tra-ído una para ti, este año iremos juntas, ya verás que bien nos viene cam-biar de aires, y por supuesto ganar algo de dinero...

—Si, claro, qué fácil lo ves todo. Y papá se queda aquí solo ¿verdad?Con lo que está pasando...

—Bueno, tú sabrás lo que haces, pero no tendremos otra oportunidadpara salir de este infierno..., además sabes que papá está de acuerdo.

Tenía razón, y Raquel lo sabía, pero se resistía a tener que huir de supatria, dejar a su padre, aunque sólo fueran unos meses...

Al día siguiente fue a presentar la solicitud, pero era demasiado tarde,en un día habían ido más de cinco mil mujeres a presentar los papeles. Nose lo podía creer, cómo podemos estar tan desesperadas como para aban-donar a nuestros padres, esposos y niños, para irnos a trabajar tan lejos...

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No es difícil contestar a esa pregunta, no hay trabajo, y el poco quehay es precario, mal remunerado y sin prestación sanitaria. Sí, estamosdesesperadas.

Al cabo de dos semanas Sofía recibió la notificación tan esperada,estaba admitida, ya tenía práctica y podría enseñar a otras compañeras,estaba entusiasmada, ¡en quince días volvería a España!

Cuando sólo quedaban cinco días para su partida, Sofía se enteró desu embarazo, no se lo podía creer, precisamente ahora...

Su novio y ella siempre habían querido un bebé, pero ahora no era elmejor momento. Una noticia tan esperanzadora trunca otra de necesidady se ve obligada a abandonar su esperado viaje, así que arregla todo paraque sea Raquel la que pueda “disfrutar” de él.

Qué largo se me está haciendo el viaje, ¿cuánto queda para llegar?Aún siete horas, vamos camino de Madrid, que pena no poder conocertodas las ciudades por donde pasamos...

Son las 12:40 h, es domingo, acabamos de llegar a nuestro destino, unpequeño pueblo de Huelva, allá al suroeste de España, ¡qué lejos estoyde mi casa!, pero no me siento sola, hemos venido muchísimas mujeres,y yo tengo la suerte de conocer a varias. Nos han alojado en unas casitasque no están mal y una compañera nos pone al día de todos los detalles,el patrón ha venido a recibirnos y nos desea una feliz estancia en Espa-ña, hoy descansaremos, mañana comenzaremos la jornada temprano.

¡Qué bueno es tener papeles!, ¡qué bueno es tener trabajo!, el quesea, yo estoy dispuesta a doblar la espalda ¿y tú?

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Abril trece

A ti Ana María porque a través de tu mirada descubrí otrasrealidades.Miguel Ángel Morales Aguado

Las condiciones precarias, la escasa protección sindical y del Gobierno espa-ñol originaron numerosos abusos de los empresarios suizos. Los temporerosque representaban una media del 30 por ciento de la emigración española,eran las principales víctimas de la discriminación laboral y social de la emi-gración: lejos de sus familiares durante varios meses, muchas veces eran alo-jados en condiciones indignas. A principios de los años setenta, un periodis-ta español, Díaz-Plaja, describía en estos términos el paraíso temporal:

“Recorrer por fuera y por dentro los barrios de barracas de Ginebra,de Lausanne, de Zurich, es una experiencia que difícilmente se borra[...]. Para empezar, el emplazamiento: en las afueras de la ciudad,más allá de las zonas suburbiales, en lugares aislados, sin comuni-caciones [...]. Los servicios comunes, precarios, insuficientes [...]. Edi-ficaciones de madera, con aire de provisionalidad paramilitar. Dor-mitorios comunes, en casos afortunados de dos o cuatro camas porcuatro, en otros de ocho, dieciséis, de veinte...”

José Babiano y Sebastián Farré. “La inmigración española a Europa durante los años setenta: Francia y Suiza como países de acogida”, Rev. Historia Social, nº 42, 2002, p. 97

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Ya falta poco para partir, aún no he terminado mi tarea y para variar vinonuevamente don Félix preguntando por papá y otra vez le tuve que decirque no se encontraba, lo cierto es que no me gusta mentir, mamá diceque eso no es bueno y papá sólo me mira sin decir nada.

Hoy en el recreo les conté a mis amigos que en unos días me iría aEspaña. Todos me felicitaron excepto Marianita que se puso a llorar ensilencio. Ella me gusta mucho pero debe comprender que ahora soyimportante y conoceré nuevos mundos, aunque en el fondo sé que la voya extrañar mucho.

Llegamos al aeropuerto de Barajas muy cansados y un señor gorditonos esperaba con un cartel de bienvenida en lo alto, tenía unos bigotesmuy graciosos que me recordaban a Pancho Villa y saludó muy efusiva-mente a papá mientras nos indicaba que lo siguiéramos. Al cabo de unahora estábamos instalados en una pequeña habitación donde me resultóimposible dormir, aunque no tanto por el ruido de los trenes sino por la

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Abril treceMiguel Ángel Morales Aguado

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tristeza que me causaba el no tener cerca a “despeinado”. “¿Se acorda-ría tía Leonor de darle su comida a tiempo? ¿Lo llevaría a pasear por suparque preferido? ¿Lo abrazaría tanto como yo cuando se sintiese tris-te?”... y así, haciéndome un sinfín de preguntas, me quedé dormido.

Tres semanas han pasado ya desde que llegamos y una desde quepapá sale a trabajar tempranito acompañado de los vecinos. Me sentía unpoco aburrido y desobedeciendo a mamá, me aventuré a conocer mientorno. Demás está decir que mis compañeros de cuadra hablaban unpoco gracioso, sentía que sobraba en su grupo y ello me confundía, asíque decidí formar mi grupo, de a uno, donde todos serían bienvenidos.Me senté en una banqueta mientras los miraba jugar, a la espera de posi-bles aspirantes, que por cierto nunca llegaron; pero que les conste a uste-des que tomé la iniciativa.

Decidí caminar un poco más y llegué a la estación de trenes (así dijomamá que se llamaba) y me quedé maravillado de ver cómo la gentesubía a unos cajones grandes con asientos llamados vagones y las puer-tas se cerraban de par en par, y luego se iban muy ordenaditos por uncamino de metal... ¡¡Qué diferentes a las combis!!... que paran cuandoquieren, se adelantan unas a otras a gran velocidad y no paran de tocarla bocina.

De pronto vi bajar a mis vecinos y a mi padre, no lo podía creer, esta-ban vestidos con los trajes típicos de mi patria y llevaban unas guitarraspequeñas en sus manos. Solo atiné a esconderme para que no me viera,porque tampoco quería avergonzarlo y mucho menos que me castigarapor estar ahí sin su permiso. Recordé entonces su rostro cuando lo des-pidieron de su empleo por reducción de personal y cuando llegó aquella

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vez a casa, muy bien vestido de traje y corbata con su infaltable bolsa depan bajo el brazo, orgulloso porque lo habían ascendido a jefe de siste-mas “¡Pobre papá! habría imaginado terminar así?”... Como fuese, mesentía orgulloso de él aunque no lo supiera aún.

Cierta noche le sobrevinieron a mamá fuertes cólicos y como nopodíamos llevarla al hospital por ser ilegales, perdió a mi hermanito.Pasaron muchos días para que mamá le dirigiese la palabra a papá y llo-raba mucho cuando estaba sola. Yo también lloraba en mi cama, pero nopor mi hermanito que murió, sino por “despeinado”, en verdad lo extra-ñaba mucho y sé que él también a mí.

El trece de abril fue el día más feliz de mi vida, mami y yo regresá-bamos a casa. Esa noche en el avión no pegué un ojo, porque me moríade las ganas de abrazar a “despeinado”. Los días en casa son los mejo-res, papá llama constantemente a mamá quien ya lo ha perdonado y hadecidido quedarse porque quiere darnos lo mejor, más aún ahora quemamá está nuevamente de encargo. Ahora trabaja como ayudante de unmaestro de obras y no le va nada mal, excepto cuando llega a su cuartoy no nos encuentra y no le queda otro remedio que besar nuestro retratoy seguir alimentando la esperanza de llevarnos algún día con él.

En el colegio tuve que ponerme al día en las clases porque podíareprobar el año y Marianita, más solícita que nunca, me apoya en todo.En cuanto a mis amigos, cuando me preguntaron que cómo era España,les respondí:

—¡Es como cualquier otro país, ni que madre patria, ni leches!... peroeso sí, ¡qué bonitos son sus trenes!

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Sin papeles

De todas partes llegan sobres de nostalgianarrando cómo hay que empezar desde cero,navegar por idiomas que apenas son afluentes,construirse algún sitio en cualquier sitio,a veces, lindas veces con manos solitariasy otras amargas veces recibiendo en la nuca la mirada xenófoba.Mario Benedetti

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Llegó en otoño.En septiembre, ese mes de vendimias, retornos y esperanzas. Era

lunes, lo recuerdo bien. Llegó sin avisar.Trajo consigo una bocanada de aire puro que consiguió atemperar los

rigores extremos de nuestro lugar de trabajo, y ventilar el enrarecidoambiente cargado de envidias, indolencias y mezquindades.

El lugar de trabajo. Ese diminuto e inhóspito universo de atmósferairrespirable y desierto de afectos, que nos encadena, dos tercios de nues-tra vida, a la noria de la rutina y el hastío.

Vino y, desde entonces, ya nada volvió a ser como antes.Y con él llegó la revolución; eso sí, pacífica, silenciosa y afectiva.Apareció, discreto y humilde, como pidiendo perdón por existir, y nos

pilló por sorpresa, ocupados como estábamos todos en tareas extralaborales.A saber: rumiar envidias, alimentar críticas, ejercer insolencias, disi-

mular carencias…

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Sin papelesJuan Escudero Cano

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* * *

Era un “sin papeles”. Lo llevaba escrito en la cara.Un espalda mojada, que dicen por otros lares, allá por el río Grande

que ejerce de infame frontera.Le dieron un trabajo provisional más negro que su futuro, y me lo

asignaron como compañero.Era muy alto. A la vez, fuerte como un toro y ágil como una ardilla;

un verdadero atleta. Un noble gigante que rebosaba sensibilidad y ter-nura.

Se le veía siempre alegre, a pesar de no andar muy sobrado de moti-vos para la alegría.

Diligente y mañoso, nada tenía secretos para él. Atesoraba una mez-cla de inteligencia práctica y de habilidad manual para todo, que hizo deél un verdadero comodín en la sección.

—Vasile, mira esto no funciona.—Vasile, a ver qué pasa en aquella máquina...—Oye, Vasile, ¿sabes cómo se hace esto?...Sí, era rumano. Precisamente de Transilvania, la mítica región en

donde, vete tú a saber cómo, el personaje histórico de Vlad, el Empala-dor, devino en la leyenda del celebérrimo conde Drácula.

Cuando hablaba de Rumanía, los ojos le brillaban de una maneraespecial. Describía su país en su escaso castellano, hablándome de pai-sajes de ensueño, de inmensas praderas y frondosos bosques; de nievesperpetuas y fuentes termales; de una tierra hermosísima, fértil, rica enrecursos y, sin embargo...

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* * *

Sin embargo, tuvo que dejarla un día, fugitivo de la miseria y ladesesperanza, lanzándose a una incierta aventura, siempre en direcciónsureste, en busca de pan y horizontes vitales.

Atrás dejó mujer, dos hijos y un grave error: haber nacido en el ladoequivocado del mapa.

Me enseñó la foto familiar. La esposa, bellísima; el niño, siete años,idéntico a su padre; la niña, nueve; una rosa encendida, de ojos intensa-mente verdes... y mientras me mostraba su tesoro, inundaba sus ojos eldrama cruel de la separación, y me confesaba bajito:

—No tener ayi casi per comerComer... ¡pobre Vasile! Tan pobre, que se pasaba días enteros sin lle-

varse nada a la boca, con el afán de enviar unos euros a su lejana familia.Mientras soportaba la severidad de las duras jornadas invernales, en

aquella especie de Ramadán involuntario y cruel, su único alimento con-sistía en un termo de café, bien cargado, que le ayudaba a anestesiar eldolor de esas cornadas que dicen que da el hambre.

* * *

Y tan discretamente como vino, se marchó. Tuvo que hacerlo por cau-sa de los papeles, porque las leyes no saben de sentimientos, y los hom-bres que las hacen tampoco.

Pasó como una estrella fugaz, dejando tras de sí una estela luminosay un recuerdo indeleble.

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No lo he vuelto a ver.¿Qué habrá sido de su vida?...Cuando me acuerdo de él, noto esa vieja sensación conocida como

nudo en la garganta, y que, mira tú por donde, ni es nudo, ni está loca-lizado en ese preciso lugar de nuestra anatomía.

Era un “sin papeles”. Lo llevaba escrito en la cara. Pasó como unasuave brisa, ventilando el enrarecido ambiente del lugar de trabajo, esediminuto e inhóspito universo de atmósfera irrespirable y desierto deafectos, que nos encadena, dos tercios de nuestra vida, a la noria de larutina y el hastío.

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A la sombra del eucaliptus

Emigré con el objetivo de ampliar mi formación pero tambiénpor el deseo de acceder a un entorno favorable a las libertades,a la igualdad de oportunidades..., los primeros días o semanasfueron difíciles por la nostalgia y por los nuevos hábitos de vidaautóctonos a los que hay que conocer y adaptarse. Creo queexisten muchos esteriotipos y afirmaciones equivocadas acercade la inmigración y los inmigrantes. Por eso se hace cada vezmás necesaria por parte de los ciudadanos españoles una refle-xión objetiva, coherente e independiente respeto a muchasequivocaciones cometidas, directa o indirectamente, quizátambién por ignorancia, por los medios de comunicación.Fadel Ilyas Aboulyas

Como ciudadanos, como hombres y mujeres de ambas aldeas —la global y lalocal— nos corresponde desafiar prejuicios, extender nuestros propios límites,aumentar nuestra capacidad de dar y recibir, así como nuestra inteligencia delo que nos es extraño... La lección de nuestra humanidad inacabada es quecuando excluimos nos empobrecemos y cuando incluimos nos enriquecemos.¿Tendremos tiempo de descubrir, tocar, nombrar, el número de nuestros seme-jantes que nuestros brazos sean capaces de hacer nuestros? Porque ninguno denosotros reconocerá su propia humanidad si no reconoce, primero, la de los otros.Carlos Fuentes. En esto creo, Barcelona, Seix Barral, 2002, 323.

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Temprano como de costumbre, Rachid se incorporó aquella mañana ensu “cama”, hecha a base de retales de cartón húmedo y de porespán.Recordó a su madre cuando le decía: “Temprano despertar, con orodebes comprar”. También resonaban en su cabeza las broncas de suprofesora de inglés en Tánger, cuando a cada compañero suyo de cla-se que llegaba tarde, le machacaba con: “early to bed and early to risemake a man healthy, wealthy and wise”. Rachid siempre llegaba pun-tual a sus clases.

Dormía en una casa abandonada y apartada de uno de los pueblos dellevante español. Medio en pie y medio en ruinas. Se frotó los ojos y lue-go echó la mano al bolsillo derecho de su pantalón tejano desteñido yhúmedo, para comprobar si aún tenía su única fortuna. Llevaba cincomonedas de un euro, dos de veinte céntimos y tres de dos céntimos deeuro. Una miseria. Sonrió y murmuró: de “wealthy” nada, profesora. Peroal menos tenía el desayuno garantizado. “hamdu-li-lah” dijo tres veces.

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A la sombra del eucaliptusFadel Ilyas Aboulyas

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Desde la muerte súbita de Si-Mimun, su padre, las condiciones devida de su familia sólo habían ido a peor. Su madre, Lala-Zubida, queantes era ama de casa, salió a trabajar limpiando viviendas de gente yfamilias adineradas. Rachid podía apreciar en los ojos de su madre lágri-mas de duelo, amargura y lástima por la mala suerte que golpeó a sufamilia. Lala-Zubida se sentía despojada de su honor y de su dignidad.Sentía humillación trabajando en casas con mala reputación. Decía quemuchos de ellos eran traficantes, contrabandistas y especuladores. Gen-te fuera de la ley y sin miedo a “Alá”.

Rachid, a su vez, no tardó en abandonar el instituto, aunque era unbuen alumno y muchos de sus profesores le predecían un futuro brillan-te. Se puso a trabajar en el mercado mayorista de verduras, frutas y hor-talizas más grande de la ciudad, cargando y descargando furgonetas ycamiones. A veces parte de su jornal se perdía entre las discusiones y lasriñas de los camioneros y los mayoristas sobre a quién le correspondíapagarle su esfuerzo y su sudor.

Sus hermanas pequeñas, Nayat y Latifa, aún menores de edad, noentendían lo que pasaba. Sólo sabían que su padre nunca volvería. Perocomo niñas que eran, pronto se acostumbraron a la ausencia del cabezade familia. Jugaban y se reían, ajenas a los desasosiegos de los mayores.

Se calzó y se echó encima una americana de color calabaza que sacóde una caja situada en uno de los rincones de la habitación que “oKupa-ba”. Del bolsillo interior izquierdo sacó su pasaporte y miró la pegatina desu visado de turista. Ya han pasado nueve días. Desde la ventana se veía enel horizonte la silueta de un conjunto de casas dominadas por el campana-rio de una iglesia. La imagen provocaba su memoria y le traía recuerdos de

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su pueblo natal, a las afueras de la ciudad de Tánger. Una aldea peque-ña, quieta y también dominada por el minarete de la única mezquita, ala cual sólo acudían los ancianos. Los jóvenes habían emigrado a lasgrandes urbes o a Europa, en busca de oportunidades y de fortuna.

Salió de su habitáculo oscuro a la luz del día. Los primeros rayos delsol molestaban su vista y tuvo que usar su mano de visera, para echar unvistazo a su alrededor. No apreció a nadie en la cercanía ni en la lejanía.Sintió que estaba en medio de la nada y no supo qué dirección tomar.Volvió a entrar, cogió una botella de agua de plástico medio llena y se lapuso entre las rodillas; la inclinó ligeramente para no malgastar todo sucontenido. Se lavó las manos, la cara y se enjuagó la boca. Dijo “bismi-al-lah, se tomó dos o tres tragos y luego dijo “alhamdu-li-lah”. Cerró bienla botella y la dejó al lado de la caja de donde había sacado la america-na de color calabaza. Salió a la luz del sol, rodeó la construcción dondese hallaba y tomo dirección campo a través, hacia la silueta del conjun-to de casas dominadas por el campanario de una iglesia. Caminó a pasoligero y mientras lo hacía intentaba poner a prueba su capacidad deconocimiento de la lengua de Cervantes.

En Tánger, como en el resto de región norteña de Marruecos, el cas-tellano no es un idioma ignorado. Rachid estudió en un instituto español;y acudió durante varias semanas a la biblioteca del Centro Cervantes dela ciudad. Su profesor de Literatura Española le encargó elaborar un tra-bajo sobre el libro titulado El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha,de don Miguel de Cervantes. Rachid centró su labor en hablar detallada-mente sobre la literatura caballeresca en la obra y las características de susdos personajes principales, Don Quijote y Sancho Panza.

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Estaba a medio camino, cuando los ladridos de un podenco cortaronel hilo de sus pensamientos. Los ladridos cesaron cuando apareció depronto el amo del animal saliendo desde detrás de unos matorrales. Eraun señor mayor con un bastón en la mano pintado de color verde oscuro.Llevaba colgado del hombro izquierdo una bolsa de tela amarillenta.Rachid vio cómo el anciano empezaba a caminar en su dirección. Eljoven se asustó y aceleró el paso, siempre en dirección al conjunto decasas dominadas por el campanario de una iglesia.

El anciano le hizo una señal con la mano que sujetaba el bastón yRachid se quedó parado mientras el hombre se acercaba hacia él.

—¿Qué haces pisando mis tierras, joven? —le preguntó.Perplejo, Rachid no supo responder a una pregunta que no esperaba.

Tampoco imaginaba que unas tierras sin cultivar y atiborradas de malashierbas y matorrales pudieran ser de alguien.

—Supongo que no entiendes nada de lo que te digo. Claro que no.¡Será sordo!

El podenco estaba echado tranquilo a los pies de su amo, pero no lequitaba el ojo de encima a Rachid. Era de color blanco con manchas negras,con ojos de distinto color; uno azul celeste y el otro marrón oscuro. Rachidcontestó con un castellano perfecto, aunque con acento andaluz.

—No, señor. Le he oído y entiendo lo que me ha dicho.En el norte de Marruecos, la gente habla con acento andaluz. El colo-

nialismo español estuvo en esta región durante muchos años. “El Norte”,así citan los marroquíes a esta región rifeña, que sigue siendo una de las tie-rras más pobres del país. Tras la independencia de la ocupación española,las autoridades marroquíes tampoco hicieron nada para esta hermosa zona,

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ni para su humilde y noble gente. Se rumoreaba que el “Mejzen” marro-quí la mantenía castigada por las aspiraciones separatistas de antaño, enlos tiempos del Abd-el-Krim, Silverster, Raisuni y Berenguer. Eran tiem-pos de guerra y paz.

El anciano y su animal estaban ahora a sólo tres pasos del joven, queaún permanecía inmóvil en el mismo lugar desde que el abuelo le habíahecho la señal con la mano que llevaba el bastón verde oscuro. Mientrascontestaba al anciano, Rachid, a su vez, no le quitaba ojo al perro decolor blanco con manchas negras y ojos de distinto color; uno azul celes-te y el otro marrón oscuro.

—¿No te enteras de que es una propiedad privada?—Sólo pasaba por aquí. Voy a aquel pueblo de allí.Mientras el joven hablaba, el viejo le observaba de arriba a abajo,

como si se tratase de un pintor a punto de iniciar una obra maestra. —Me decías que ibas al pueblo ¿verdad?—Sí, señor. —Buscas trabajo, ¿eh? —Sí, pero iba primero al pueblo a comer. No he desayunado.El anciano se acercó más al joven y descolgó de su hombro izquierdo

la bolsa de tela amarillenta. Sacó una fiambrera de plástico transparentey le quitó la tapa verde medio rota. Un color verde que hacía juego conel color del bastón que ahora tenía sujeto debajo del brazo derecho.Rachid permanecía quieto observando lo que hacía el abuelo cuando elpodenco de repente comenzó a mover la cola interesándose por la bolsade tela amarillenta.

—¿Comes cerdo?

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—No señor.—Ya lo sabía. ¿De dónde eres? —De Marruecos.—También lo sabía.—¿Queso de cabra?—¿Eh?—“¿Fromage de Chèvre?” —Ah, sí. Muchas gracias.Con una pequeña y afilada navaja, el anciano cortó un buen pedazo

de queso después de quitarle el envoltorio de papel aluminio y se lo dioal joven.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el anciano.—Me llamo Rachid, señor. —¿Rajil?—No, R-a-c-h-i-d —puntualizó el joven.—Yo, Francisco. Ven conmigo —dijo el anciano.El anciano caminó en dirección al montículo de donde había salido al

principio. Detrás de él iban Rachid y el podenco. Los tres caminabantodos en fila india. A Rachid no le gustaba tener al perro detrás de él.Así que aflojó la marcha para que le adelantase al animal. “Manchas”,que así se llamaba la criatura, también aflojaba la marcha para no qui-tarle ojo al forastero.

—No tengas miedo —dijo el abuelo sin girarse para mirar al joven—.“Manchas” es un buen perro y para eso está.

Pero Rachid no se fiaba del can y seguía alerta, vigilando sus talones.El sol del mes de junio ya tenía bañadas todas las tierras de alrededor

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y sus rayos habían comenzado a picarle en el cráneo al joven. El abue-lo se paró junto a un árbol de eucaliptus. Junto al tronco había dosbloques de cemento de los que se utilizan para los bordes de las ace-ras. Los bloques estaban situados uno enfrente del otro. El viejo tomóprimero asiento en el bloque que estaba más cerca del tronco deleucaliptus para apoyar su espalda contra el árbol. Rachid permanecióde pie sin saber qué hacer.

—Siéntate hombre —le invitó el anciano.—Gracias señor. El anfitrión volvió a meter la mano dentro de la bolsa de tela amari-

llenta y esta vez saco un cuarto de pan de payés y un fuet, aún en suenvoltorio de plástico con una etiqueta roja que indicaba la marca delembutido. Con la pequeña y afilada navaja seccionó una rebanada depan y se la ofreció a su huésped. Rachid aún no había degustado el peda-zo de queso que tenía en la mano. El podenco se echó al lado de su amoy comenzó a observar a los dos hombres.

—Come, hombre, come —dijo el abuelo mientras cortaba el fuet enrodajas.

—Muchas gracias, señor.—No me llames señor, llámame Paco. —Vale, señor.—“Jolines”, sólo Paco, a secas ¿vale?—De acuerdo.Comenzaron a comer. Pan con fuet y con queso. El árbol les ofrecía

sombra y frescura y la resonancia del baile de sus hojas hacía agradablela sentada de los dos hombres.

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—Por el pueblo pasa mucho la Guardia Civil y te arriesgas a quete detengan si te acercas allá. El dueño del bar es un chivato ¿Tienespapeles?

—Tengo un visado de turista de tres meses. Hace una semana queestoy en España y aún me quedan ochenta y un días.

El anciano se entregó a su pasado y soltó las riendas de sus recuer-dos. Cuando tenía dieciocho años, había emigrado a Suiza y había esta-do allí trabajando durante treinta largos años. Luego volvió a su puebloy adquirió estas tierras, ahora atiborradas de malas hierbas y matorrales.Se casó y tuvo cuatro hijas y dos hijos. Todos se habían casado y se habíanmarchado a las grandes ciudades. A Murcia, Valencia o Barcelona.

—¿Volverás luego a tu tierra? —preguntó el abuelo.—He venido a buscar trabajo.—Trabajo, ¿eh?—Sí señor.—Y dale con “señor”.—Sí, Paco.El anciano echó las pieles que envolvían el fuet a su perro y éste se

las zampó antes de que tocaran tierra. —Todas estas tierras son mías y la casa donde dormías desde hace

una semana también. Mis tierras necesitan alguien que las trabaje. Sibuscas trabajo, yo puedo ofrecerte uno ¿qué me dices?

Rachid no se creía lo que oía. De un salto, se levantó del bloque decemento de los que se utilizan para los bordes de las aceras, se acerco alanciano y le tendió su mano temblando y le dijo al abuelo que sí, queaceptaba el trabajo.

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—Ahora acompáñame a mi casa en el pueblo para darte herramien-tas, utensilios y un colchón. Puedes permanecer en aquella casa de allípero has de arreglarla un pelín, ¿de acuerdo Ra? A partir de ahora te lla-maré así.

—Gracias, muchas gracias señor—“Jolines” con “señor”, Ra. En fila india, los tres comenzaron a andar hacia el conjunto de casas

dominadas por el campanario de una iglesia.

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El cuento de nunca acabar

… se trata de hacer comprender a la sociedad que la inmi-gración, un fenómeno contra el que no cabe oposición, por-que irremediablemente se seguirá produciendo…Julián Olagaray Sillero

Estuve en una fábrica de ropa donde entraban los hilos y salían hechas lasprendas, y yo estaba en el lado del corte, en el lado donde se cortabanlas gabardinas, las chaquetas lo que fuera... donde era el corte. Y la titaestaba abajo en la primera planta, en la confección. Había allí mil quinien-tos españoles.Ángeles Burgos (emigrante española)

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Aquel día José cambió el recorrido del paseo que todas las mañanashacía. Ni quería ni podía sentarse en el banco de la estación del tren enque todas las mañanas lo hacía. Prefirió deambular por el parque de allado de su casa.

Le gustaba sentarse allí porque de alguna manera recordaba losmomentos en que decidió subirse en el vagón de ese tren con el únicoequipaje de una maleta cargada de ilusión. Entonces rondaba el año 60y José era un joven emprendedor a quien las pocas expectativas de futu-ro en España y la ausencia de libertades le empujaron hacia Europa parabuscar un futuro mejor.

Lo recordaba todo perfectamente, no le costó encontrar trabajo al lle-gar al corazón de Europa. Era un empleo lamentable, como el siguientey el que encontró después del siguiente. Pero eso a José no le importa-ba, ya le habían avisado sus amigos, “aquí trabajamos en los que ellos noquieren”. Así aguantó muchos años, se casó y tuvo dos hijos. Pero lo que

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El cuento de nunca acabarJulián Olagaray Sillero

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más le molestaba era el rechazo de la gente, los desprecios por tener uncolor de piel mediterráneo. Pese a ser un ciudadano más nunca dejó deser un inmigrante. Así que cuando las cosas cambiaron en España deci-dió volver con su familia con los ahorros de su vida. Estaba cansado deno sentirse integrado.

Desde que se jubiló, José se sentaba en aquel banco de la estacióndel tren de Madrid, después de dejar a su nieto en el colegio y contem-plaba a los inmigrantes. Se identificaba con ellos. Cada mañana obser-vaba el ir y venir de éstos a los centros de trabajo y podía percibir per-fectamente el rechazo que los ciudadanos españoles a la hora de sentarsecon ellos en el tren, en las miradas de superioridad y a veces de despre-cio. No era capaz de comprender el comportamiento de sus compatriotas,a quienes siempre achacaba la falta de memoria histórica.

El otro día ocurrió algo terrible. Varias explosiones en uno de los trenesconvirtieron la estación en un infierno. Pese a su edad José no dudó enponerse a ayudar a los heridos. Su amigo Luis, con quien siempre discutíaacerca de los inmigrantes, ya que según él el Gobierno los debería expulsara todos, tampoco. Entre los dos sacaron a un ciudadano ecuatoriano al lími-te de la asfixia de uno de los vagones. Le salvaron la vida. Después de aquelrato ambos se abrazaron mientras se lamentaban de lo ocurrido. José pudocomprobar cómo su amigo se había jugado la vida por ayudar a esa perso-na y eso también le conmovía. Pensó que ya nunca más volvería a discutircon Luis sobre los inmigrantes y los puestos de trabajo. Y así fue.

En cierto modo eso le alegró, como la respuesta de la sociedad espa-ñola. No hubo una oleada generalizada de racismo como había ocurridoen otras ocasiones en otros países.

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Mientras paseaba, José miró a su alrededor. La ciudad había vueltoa la normalidad y pudo comprobar que nada había cambiado. Volvió areconocer los mismos comportamientos de la gente, en la panadería, alcomprar el periódico…

Entonces pensó que la lucha contra el racismo no había acabado.

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Piratas

… el mayor problema al que se enfrentan los inmigrantes,no son las pateras, ni las inmensas olas que dividen nuestropaís del suyo…, el GRAN problema reside en esos empresa-rios para quienes trabajo es sinónimo de explotación yexprimen la vida de los inmigrantes…Marcial Rodríguez Gil

Vivía con los señores y a trabajar y trabajar y nada más. Me acostaba a lasdos y media de la noche y me levantaba a las seis y media de la mañana.Trinidad Domínguez (emigrante española)

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—Madre, madre —gritaba— ¿Quién es este hombre de la foto?El pequeño niño se elevó por los aires y se detuvo en el regazo de su

madre que lo miraba con ojos tristes.—Este hombre —dijo cogiendo el retrato— fue un gran marino que

surcó los mares en busca de un legendario tesoro.—¿Para él?, ¿para comprar todo el mundo?, ¿para tener todo lo que

quisiera?—No —negó la madre—. Para sus seres queridos.—¿Y qué hizo?, ¿lo consiguió?, ¿peleó?, ¿naufragó?—Te contaré su historia —dijo la madre admirada por el entusiasmo

de su hijo.Cuentan las leyendas ya olvidadas de nuestros antepasados que existe

un gran tesoro de inconmensurable valor perdido en una península rele-gada al olvido por los hombres.

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PiratasMarcial Rodríguez Gil

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Ese valeroso hombre, era capitán de un navío y tenía a su cargo másde veinte fieros marineros dispuestos a morir por él. Todos luchaban por unsueño, obtener ese grandioso tesoro.

* * *

Furtivas gotas de agua marina escapaban de la ola que provocaba elvaivén de la chalana mojando su, ya de por sí, húmedo rostro. Había teni-do suerte, pues fue uno de los primeros en acceder al pequeño bote per-mitiéndole acomodarse en el casco del barco, cerca de la amura debabor. A su alrededor, más de veinte hombres que no había visto antes,mantenían un silencio sepulcral solamente roto por el bramido sobreco-gedor del mar que los separaba de su destino. Todos ellos rondaban laveintena y, salvo eso, su color y su propósito; nada más tenían en común.

No podía respirar, el capataz había introducido en la barca a dema-siada gente y esto obligaba a los viajantes a embutirse en su medio detransporte sin gozar de un pequeño espacio que les permitiese expandirperfectamente sus tórax y respirar. Tan sólo el dueño del barco tenía parasí un habitáculo lo suficientemente amplio como para que pudiera recos-tarse y reposar su enorme tripón de tragaldabas:

—Si por algún motivo veis que el moro que lleváis al lado muere,haceros un favor y arrojadle por la borda —gritaba él dirigiendo la pate-ra—, más sitio para vosotros y menos peso para la barca.

Segundos después cinco marroquíes, todavía agonizantes, eran arro-jados por la borda y los ejecutores de la acción soltaban una risotada yse acomodaban mejor. Jamal se estremeció al ver esto y permaneció toda

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la noche con los ojos abiertos por temor a que alguno de los que viajabana su lado, por creerlo muerto, lo arrojasen al mar.

* * *

Pero ninguno de aquellos fieros y valientes marinos conocían de la existen-cia de ruines piratas instalados en el centro de la isla. Estos temibles y sangui-nolentos piratas tenían la ambición de morir abrazados a su gran tesoro aun-que tuvieran que matar a aquellos que, necesitados de oro, recurrieran a él.

* * *

Furtivas gotas de cerveza escapaban del vaso que Javier le ofrecía conahínco manchando su rostro y sus ropas:

—Bebe compañero —decía Javier, ya algo borracho— bebe paracelebrar que se ha acabado por fin el instituto.

Javier era un año mayor que él, pero, a pesar de ello, se había inte-grado muy bien a su grupo de amigos. Marcos sabía bien que era un buenamigo, pero cuando bebía demasiado se volvía irritante:

—Déjame Javier —gritó Marcos— tengo que llegar a casa pronto yno quiero entrar por la puerta oliendo a borracho. Vete a hablar con laschicas, a ver si mojas, y olvídate de mí.

—Ahora que recuerdo —dijo Javier riendo— dentro de dos semanasjuega el Madrid, ¿qué te parece si vamos todos juntos como antes?

Marcos se llevó el dedo a la sien e intento recordar, el ruido del localno le dejaba pensar con claridad:

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—No puedo —recordó— he quedado con los otros para ir al partido.Ya me han conseguido los pases y...

—Ya no digas más —interrumpió su amigo— jamás estaremos a laaltura de esos amigos nazis que tienes ahora.

Las palabras de Javier pasearon por su cabeza como un hierro incan-descente que le estaba hirviendo la sangre:

—No —ladró Marcos enfurecido— son sólo seguidores de su equipo,nada más. Tú sí que eres un nazi y un borracho. Vete con las niñas, maricón.

Se descubrió con la mano cerrada en el aire esperando una contesta-ción de su compañero para dejarla caer, pero no lo hizo, su tono autori-tario fue suficiente, siempre lo era. “Es un marica. Míralo, con la cabe-za gacha y su botellín de cerveza hablando con las chicas. Me danáuseas. Si no fuera tan niña ya le tendría invitado al fútbol. Ni parabeber alcohol se comporta como un hombre. Marica”.

* * *

Sin saber el secreto de los piratas, el valiente capitán del navío arrió lavela cerca de la olvidada península y desembarcó con los hombres que nohabían perecido en el tortuoso viaje.

* * *

—No te preocupes Smara, todo saldrá bien. Confía en mí.—Jamal —dijo ella con lágrimas en los ojos— mira a tus hijos. ¿Los vas a

dejar en plena niñez? Dentro de unos años siquiera se acordarán de tu nombre.

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—Dentro de unos años —contestó el fríamente— no recordarán loqué es la vida pues yacerán a dos metros bajo tierra dentro de una míse-ra caja de cartón, muertos por el hambre que jamás pudieron saciar yaque su padre sucumbió a las súplicas de su mujer. Calla —ordenó—. Nopuedo escucharte.

—Y ¿qué harás allá? —preguntó la mujer a punto de desmayarse.Despertó. Su lecho se transformó en un conjunto selvático heterogé-

neo formado por maleza, insectos y diminutas piedras que, durante lanoche, se habían instalado bajo su espalda ocasionándole diversas lesio-nes, y su mujer se había deformado hasta el punto de convertirse en unenorme negro de dos metros llamado Rashid. En ese instante compren-dió que no había estado con ella sino en sueños y creyó desfallecer.“¿Ayer? Lo recuerdo. Recuerdo que la patera llegó a la playa y nos esta-ban esperando unos hombres que decían ser la autoridad de España.Hijos, os añoro. Recuerdo cómo los sobrevivientes corrieron desespera-dos hacia los bosque más cercanos. Smara, te quiero. Recuerdo cómo yoseguí a un grupo de compatriotas que parecían saber a donde ir. Pudehaber muerto y no ver nunca más a mi mujer e hijos. Puedo ganar dine-ro Smara, eso le tendría que haber dicho. Quiero besarte.”

—¿A dónde te diriges? —le dijo el negro de dos metros llamado Ras-hid que había sido su mujer por un instante—. ¿Sabes qué vas a hacer?

Jamal, que seguía pensando en lo que había dejado atrás, negó con lacabeza sin hacerle mucho caso a Rashid.

—Ven conmigo —dijo al ver la respuesta de su compatriota— estosnegros prefieren trabajar en los invernaderos recogiendo fruta, pero yotengo otro plan mejor, ganaremos mucho dinero.

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La última palabra del gigantesco negro, como si del chasquido de unhipnotizador se tratase, sacó del trance a Jamal que miraba, ahora, conmás atención a Rashid.

* * *

Muchos hombres del capitán perecieron y se perdieron por las tierrasmaravillosas de la península dejándolo ir, solamente con la compañía desu fuerte almirante, a la busca del tesoro.

Los piratas, mientras tanto, jugaban y se divertían rodeados de riqueza y ron.

* * *

—Pasa el balón, no lo chupes —gritaban—. Ese negro acabará conel equipo.

Marcos no opinaba lo mismo que sus compañeros y, sólo a veces,cuestionaba la animadversión que éstos sentían hacia la gente de otrocolor. Pero ese sentimiento se disipaba poco a poco, mientras el porro dehachís se consumía lentamente entre sus labios.

—Este porro está muy cargado —balbuceaba Marcos— ¿quién fue elderrochador?

Todos sonrieron y señalaron con la cabeza hacia un tipo simiesco, sinpelos en la cocorota y con la cara excesivamente enrojecida a causa delos berridos que profería al árbitro. Su nombre era:

—Tino, Tino —gritó Marcos hasta obtener su plena atención—.Joder tío, cargaste de más esta mierda. No puedo con ella.

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—Me parece que la niña nos abandona —dijo Tino mirando al grupode más de veinte personas que lo rodeaban—. Si no puedes con ello —dijoal fin dirigiéndose a él— déjalo.

Marcos, intimidado por la mirada de Tino, bajó la suya sonrojado ydijo sonriendo tímidamente:

—No te preocupes —tartamudeó— yo puedo con lo que me echen.Tino desvió la mirada hacia el partido y le dio una palmada de felicitación

a Marcos en la espalda. “No quiero perder a este grupo de amigos. Hacencosas por mí. Me traen a los partidos del Madrid gratis. ¡Qué mal está jugan-do hoy! Por eso Tino estaba enfadado e insinuó que mejor sería que me fueradel grupo por ser un maricón. Pásala, tira. Pero no soy un maricón. A partirde ahora haré todo lo que hagan y digan. No quiero más discusiones con Tino.Maldito árbitro. No quiero que piensen que soy una maricona”.

* * *

Pero el destino trágico del capitán hizo que se separara de su camara-da una vez llegado al centro de la península, lugar donde estaban insta-lados los temibles piratas.

* * *

Jamal había tenido suerte. Había cogido un bus con su compañero Rashid,había llegado a Madrid hacía tan sólo dos días y la fortuna ya le sonreía. Talcomo le había prometido su amigo de viaje, al llegar a la capital tan sólo tuvoque visitar dos locales y como por arte de magia ambos tenían ya trabajo.

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Se encontraba a las puertas del Bernabeu, con una manta a suspies y, en ella, cientos de títulos de intérpretes desconocidos para él.Pero no los tenía que escuchar, tan sólo vender. Estaba contento. Loprimero que iba a hacer cuando le dieran el dinero sería mandárseloa su mujer, quedándose él con lo suficiente para vivir. Tenía todoprevisto.

Las puertas del Bernabeu se abrieron de repente, vomitando a unamasa de gente enfurecida por el mal resultado de su equipo. Jamal sólopensaba en vender muchos discos y poder mandar, más pronto que tar-de, dinero a su familia. Pero la gente ni lo veía, pasaba a su lado sin nitan siquiera ojear los discos. Su esperanza lo abandonaba junto con lagente que se marchaba del estadio. Una hora después, tan sólo eran visi-bles unos rezagados vejetes que discutían enardecidos los fallos de suequipo, unas bellas mujeres ligeras de ropa y un gran grupo de mucha-chos que reían y bebían y fumaban divertidos.

Para sorpresa, grata, de Jamal; uno de ellos, muy grandote, estabaseñalando con el dedo su puesto y le susurraba unas palabras a unmuchacho notoriamente más joven. Éste, el más joven, negó rotunda-mente con la cabeza pero, después de escuchar asustado los deseos delgrandote, se irguió y se dirigió al puesto de Jamal.

* * *

El capitán obnubilado por la grandiosidad del tesoro no se percató dela situación de los piratas. Éstos, aprovechándose del infortunio del capi-tán, se abalanzaron sobre él y lo golpearon hasta la muerte.

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* * *

—Tino, no puedo hacer eso —dijo asustado Marcos— no ha hechonada.

—Gilipollas —escupió Tino— esa gentuza no hace más que enri-quecerse a costa de España. Un trabajador no puede ponerse en huelgaen este país ya que, segundos más tarde, el jefe coloca, a mitad de pre-cio, a cinco tíos como ése que trabajan el doble. Son una lacra. Mierda,nada más. Así que ve allí y pégale una paliza.

“Quizá tenga razón. Quizá no sean más que escoria. Quizá no pasenada. ¿Y la poli? Ellos pusieron bombas. ¿Y mamá? Ellos matan, roban,vejan a sus mujeres. Tino me pegará una paliza si no lo hago. Quizá deba.Puto negro”.

—Ve. Ya —gritó Tino—. Ahora.Lentamente se levantó, se llevó las manos a los bolsillos y se acerco

al puesto del moro. El tiempo que tardó en llegar fue la eternidad y lospensamientos que rondaron su cabeza incontables, pero allí estaba,delante de él.

La sonrisa del moro comenzaba a irritarle y tan sólo quería rematar laorden de Tino cuanto antes y largarse a su casa a dormir, pero antes teníaque empezar.

Lo que pasó después no lo recuerda con claridad, sólo puede verun escupitajo en un rostro oscuro, a él abalanzándose como un gatoencima del moro, a él extrayendo de sus bolsillos un puño americano,a él machucando la cara de aquel moro, a sus amigos separándolo delcuerpo ensangrentado, a su sangre fluyendo por su cuerpo, a su instinto

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gritando que le pegara; que le pegara más; más fuerte, al sonido de lassirenas, al sueño placentero que tuvo.

A la mañana siguiente, Marcos se enteraba que el moro al que golpeóse llamaba Jamal y que estaba muerto. No le importó. Una mierda menos.

* * *

Cuentan que el tesoro todavía esta en poder de los piratas sobre los cua-les recayó una terrible maldición.

—Mamá —dijo el niño decidido— yo conseguiré ese tesoro.—Espero que sí hijo —contestó la madre con lágrimas en los ojos—

y ahora ve con tu padre.El niño salto del regazo de su madre y se dirigió correteando a la

cocina. Segundos después salía de la misma habitación la voz gutural deun hombre que exigía un plato de comida a su mujer.

—Smara —decía la voz—, la comida. Ya.La mujer sólo podía asentir, librándose antes del escalofrío que reco-

rría su cuerpo al escucharla, y pensar en el capitán de aquel infaustonavío.

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Apuntes de un emigrante

… siempre existe, en todas las sociedades, un rechazo a loajeno, que hay que intentar limar por la vía del diálogo, sien-do conscientes todos de que no existen verdades absolutas.Conrado Granado Vecino

Me enfadaba la imagen que tenían de los españoles. A veces unas preguntaste hacían sentir fatal: que si teníamos lavadora en casa o carritos de niños,que si los niños habían estudiado o si las mujeres no podíamos salir solas ala calle…Yo entiendo que cuando nos veían bajar del autobús, con las male-tas de cartón y esas caras de perdidos, diéramos cierta pena, pero de ahí…Martínez Ten y otras. El viaje de Ana, CJE. Madrid, 2002.

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Casi cuarenta años después de que todo aquello sucediera, y mientrasleía diversos temas acerca de los millones de emigrantes que había enEspaña, el antiguo emigrante recordaría sentado a la sombra de un gra-nado en flor aquel tiempo en que también él fue emigrante, un tiempodesconocido por las generaciones presentes, pero que existió y tuvo supunto álgido en la década de los años sesenta. Era aquella una época defranquismo tardío, años en los que España intentaba abrirse paso haciael exterior, si bien la caspa del viejo Régimen de ordeno y mando flota-ba a flor de piel. Bajo esta premisa, por aquel año de gracia de 1965serían expulsados de la Universidad los catedráticos Aranguren, TiernoGalván y García Calvo por el “delito” de haber participado en una pro-testa, al tiempo que un tal José Solís Ruiz, “la sonrisa del Régimen”, eraministro secretario general del Movimiento. Y mientras en Madrid ejer-cía de alcalde Carlos Arias Navarro, las playas del Levante comenzabana llenarse de biquinis, una prenda altamente pecaminosa e impúdica

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Apuntes de un emigranteConrado Granado Vecino

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para los tiempos que corrían en una España que era oficialmente católi-ca, apostólica y romana. Allende nuestras fronteras moría el gran políti-co Winston Churchill, considerado “el hombre del Siglo”, mientras elConcilio Vaticano Segundo intentaba sacar a la Iglesia Católica delmedioevo tardío en que se encontraba.

Un país, España, que atravesaba la década de los años sesenta, lla-mada del desarrollo, en la que miles de españoles emigraron a distintospaíses necesitados de mano de obra barata y dócil para su desarrollo, enunos casos, y reconstrucción, en otros. Hacía apenas dos década quehabía terminado la Segunda Guerra Mundial, con un saldo conocido demillones de europeos muertos, con lo que el centro de Europa había que-dado semidespoblado, por lo que cientos de miles de emigrantes de dis-tintos países iban a jugar un papel importante en su reconstrucción. Loque nunca pudo imaginarse Carlitos Gálvez, a punto de cumplir en aquelmomento los veinte años, era que su partida hacia la emigración, su bau-tismo de fuego como trabajador extranjero, iba a coincidir con un hechoglorioso para el panorama musical español, cosa que por otra parte a élle importaba un rábano. Sea como fuere, mientras la reata de cientos deemigrantes esperaba en la madrileña Estación del Norte la partidahacia Alemania, lugar que consideraban su tierra de promisión, carga-dos de maletas, mochilas, bolsos y demás enseres viajeros, amén de lasilusiones a flor de piel, pensando en ganar dinero y ahorrar mucho pararegresar pronto, en otra parte de la ciudad a pocos kilómetros de allí,descendían del avión provenientes de Liverpool unos denominados“escarabajos melenudos” que ya empezaban a ser conocidos como LosBeatles.

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En este cruce de coincidencias, aunque caminos separados, mientrasmiles de fans gritaban enfervorizadas en el aeropuerto de Barajas losnombres de Paul Mac Cartney, Jhon Lennon, Jeorge Harrison o RingoStarr, en la Estación del Norte, por el contrario, el silencio cortaba la res-piración en la seca canícula veraniega, en un adiós que parecía eterno,con madres, esposas, hijos llorando en silencio para adentro, afín de nohacer sufrir al otro, la partida de los que se iban a trabajar a Alemania,aquellos cientos de miles de seres anónimos con cuyas remesas de divi-sas se llenó la andorga durante tantos años el Régimen, logrando de pasoequilibrar con ello, junto con las divisas provenientes del turismo, nues-tra maltrecha balanza de pagos. Ambos lugares, aeropuerto y estación,estaban apenas separados por unos pocos kilómetros, pero también loestaban por miles de historias, emociones, vivencias, silencios eternos,pues mientras los músicos eran recibidos en loor de multitudes, cientosde emigrantes, por su parte, aquella reata de desposeídos de la tierra par-tía en silencio, ocultando para sus adentros el dolor que sólo ellos podíansentir, unido al de los familiares, cuyas figuras se iban difuminando len-tamente, perdiéndose poco a poco en la lejanía, mientras el tren partíacamino de una aventura llamada emigración.

El viaje, a lomos de unos trenes dignos de figurar en la filmografía deJohn Ford, era eterno, y la convivencia, más que conveniente, se hacíaobligatoria, por la proximidad humana, hacinamiento personal, y la bús-queda de calor humano en el inicio del desarraigo, comenzando los via-jeros unas conversaciones entrecruzadas que, nacidas en Príncipe Pío,llegarían, elevando el diapasón, hasta la misma Alemania: “Mire usted,señora, aquí un paisano para lo que guste, tenga un poco de tortilla, que

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me la hizo mi madre para el viaje, qué bien sabe el vino de su bota, porfavor, apriétese un poco, que esto es muy estrecho, ¿cuántos van uste-des?, perdonen por la molestia, pero mi marido ronca en cuanto pega laoreja”. Poco a poco la locomotora ponía distancia entre el inicio, echan-do un humo que se esparcía por las calles colindantes, mientras un vie-jo transistor Marconi dejaba escapar la melodía de “Borracho”, cancióna la sazón de actualidad de Los Brincos, tal vez como una premonición,porque seguramente había que estar beodo para embarcarse en unaaventura semejante.

De esta guisa, con historias fugaces e ilusiones viajeras, el tren atra-vesaba renqueando media España, parte de Francia y Bélgica, hastadejar a los nuevos emigrantes en la tierra prometida, en ese a modo devertedero de mano de obra extranjera, que era la ciudad alemana de Colo-nia. Previsores que eran ellos, hubo un tiempo atrás en el que los res-ponsables del Instituto Español de Emigración colgaban del cuello decada emigrante un cartel, para que los patronos, esperando en la estaciónde arribada, identificaran a sus trabajadores recién llegados. A partiraquel momento comenzaba una nueva vida, apenas desembarcados deltren, el último vínculo que los había unido con España. No había vueltaatrás, pues la suerte estaba echada.

Una de las primeras cosas que hubo de aprender Carlitos Gálvez, unavez instalado en el país de acogida, fue que los emigrantes venidos deotros países no eran considerados como extranjeros, sino como otra cosa,denominada con una extraña acepción, pero que con el tiempo el términoen cuestión se convertiría en su segunda piel: en este sentido, los trabaja-dores extranjeros eran en realidad gastarbeiters, es decir, “trabajadores

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invitados”. Un francés, inglés o americano era un extranjero sin más,pero en cambio un trabajador español, portugués o italiano era un “tra-bajador invitado”, con una cierta connotación que el término conllevaba,y que solamente habiéndola sentido en propia carne se podía llegar acomprender.

Según constaba en el contrato firmado en España, la fábrica, a la quefue destinado se dedicaba a la industria de la cerámica, es decir, a lafabricación de lavabos, wáteres, tazas y jarras, por más señas. Era por finel lugar donde —pensaba en aquel tiempo— empezaría a ganar dineropara enviar a España, primer y último deseo, al fin y al cabo, de todoemigrante que se considerara tal, junto al de regresar cuanto antes a sutierra. Y si la cita bíblica afirma lo de que “Ganarás el pan con el sudorde tu frente”, allí tomaba cuerpo el aserto en toda su extensión, porquesudar, había que sudar, y de lo lindo, si lo que se pretendía era ahorrarunos cuantos marcos que convertir en pesetas. En este sentido, la jorna-da consistía en estar toda la mañana recogiendo y vaciando en contene-dores unos enormes cubos llenos de barro, es decir, los restos prove-nientes de la fabricación de wáteres y lavabos, para posteriormente, ydespués de la comida, a modo de “aperitivo”, lavarlos diariamente: tan-tos como 400 ó 500 cubos por días, cinco días a la semana, 12 meses poraño, y vuelta a empezar.

A ello habría que añadir la “propina”, que todo emigrante que se pre-ciara debía uncir a su trabajo si quería engordar el sueldo con algunosmarcos: se trataba de las horas extraordinarias, que en la fábrica de marrasconsistía en ir los sábados a descargar camiones de sacos de arena, cemen-to y tierra, es decir, los materiales necesarios para la composición del barro.

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Un trabajo al parecer digno de emigrantes, porque alemanes no aparecíani uno, excepto el capataz. El resultado eran cinco o seis horas descar-gando sacos de 50 ó 60 kilos, y a lomos llevarlos al almacén sobre aquelmontón de huesos en un cuerpo de 20 años recién cumplidos. Pero a finde cuentas, ése era el precio a pagar para conseguir el sueño dorado delemigrante, el de ahorrar unos marcos, ya se fuese español, turco, italia-no, marroquí portugués o yugoslavo que había ido a Alemania, Francia,Bélgica o Gran Bretaña para ganar dinero, mucho dinero —eso creían,los muy ilusos— y regresar cuanto antes a la tierra de sus ancestros.

Carlitos Gálvez comprendió desde un primer momento que ahorrarresultaba difícil, muy difícil, trabajando como emigrante en Alemania,como probablemente resultaría igual de difícil en cualquier otra parte delmundo. Sobre todo cuando los emigrantes, cual era su caso, en más del 95por ciento de los casos realizaban trabajos auxiliares, de peones, subal-ternos, ayudantes y poco más, porque para las especialidades ya estabanlos alemanes. Algo similar —recordaría ahora en su retiro del extrarra-dio de Madrid—, a lo que sucedía con los emigrantes foráneos en supaís, que por lo general ejercían las profesiones de albañiles, camareros,repartidores de butano, motoristas de empresas de correos urgentes..., lasprofesiones rechazadas generalmente por los propios del lugar. Es decir,que la historia se repetía.

La verdadera cara de la emigración, la realidad del día a día comen-zó a palparla en seguida en el nuevo país de adopción, a despertarse delsueño de “El Dorado” en que algunos habían convertido imaginariamen-te la emigración, dando a entender que al otro lado de la frontera ataban losperros con longanizas. Porque para longanizas, ya estaban las salchichas

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tipo “frankfurt” que había que comer a todas horas como plato más bara-to, acompañadas de patatas, que aparte de baratas, hacían las veces depan. Y es que a la hora de la verdad, sólo existían dos tipos de emigra-ción: la ficticia o del engaño, aquella que describían los emigrantes comode maravilla cuando regresaban de veraneo a bordo de sus coches, pre-sumiendo y dándose postín por el pueblo entre los propios del lugar; y laotra emigración, la verdadera, la que se vivía a pie de tajo, a flor de piel,en el día a día de cada una de sus existencias. Y a fuer de sinceros, laverdad es que esta última era una vida dura, de vivienda cara y difícil,de horas extraordinarias y de mal comer, si se quería ahorrar. Es ciertoque también existía otro tipo de vida, la normal, aquella que hacían lospropios del lugar e incluso algunos emigrantes, pero entonces ya no seahorraba, porque se vivía al día, y no había ni para venir de vacacionesuna vez al año. En este sentido, siempre recordará Carlitos Gálvez la car-ta de una madre que le escribió a su buen amigo Arturo Gándara, unmadrileño más chulo que un ocho que el muy iluso había dejado su pues-to de pulidor en la empresa Boetticher y Navarro para embarcarse en laaventura de la emigración, porque creía que iba a regresar cargado demarcos: “Arturo, hijo mío —le escribía la buena mujer desde el madri-leño barrio de Villaverde Alto—. Si el próximo año que vas a permane-cer en Alemania piensas ahorrar tanto como éste, vente para España, yyo te regalo la misma cantidad a final de año”. ¿Habrá en el mundo pala-bras más sinceras que las de una madre? Ellas hablaban por sí solas delo que sucedía cuando alguien pretendía hacer una vida medianamentenormal, cual era el caso de Arturo... Lo demás eran brindis al son, men-tiras piadosas, engañarse a uno mismo... y a los demás.

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Porque a la hora de la verdad, para la inmensa mayoría de los emi-grantes su vida se reducía a trabajar, hacer todas las horas extraordina-rias posibles, salir poco y sacrificarse mucho, a fin de poder ahorrar.Unos sacrificios que comenzaban con el capítulo de la vivienda, en laque la habitación compartida era lo más habitual, o a lo sumo una habi-tación con derecho a cocina, ya que disponer de un piso para uno solo,era un sueño difícilmente alcanzable. Incluso llegó a conocer casos, enque por la estrechez de la vivienda el emigrante tenía que cocinar en elpequeño habitáculo que hacía las veces de water... y cocina. Por eso nole cogía de sorpresa, como algo nuevo, las dificultades de los inmigran-tes llegados ahora a España a la hora de encontrar vivienda, al haberlovivido en propias carnes décadas atrás. Lo de la comida era otra historia,porque cada cual se lo montaba como buenamente podía, pero casosconoció en los que ciertos emigrantes llenaban una perola de patatas,verduras, un poco de carne y mucho agua, y de ahí se empezaba a tirarde “rancho”. Cuando se acababan las patatas se metían más patatas,y cuando acababan las verduras metían más verduras, y así sucesiva-mente... y vuelta a empezar. Y todo, viviendo en la parte alta de unafábrica de cerámica de las que hacían jarras de cerveza. Lógicamente, el“menú” resultaba más bien barato, aunque eso sí, bastante monótono.Pero por encima de todo estaba la ilusión, la ilusión de regresar cuantoantes a casa, el retorno a la tierra, que es el impulso que acaba convir-tiéndose en el motor del emigrante, la verdadera energía que además dehacer avanzar, es también el tubo de escape de sinsabores.

Las vacaciones de verano venían a ser un alto en el camino, en el durobregar diario, un mes en el que muchos emigrantes regresaban para

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poner en escena lo que podría llamarse la gran mentira del emigrante,fácil de interpretar, por otra parte, en aquella España anclada casi en elsubdesarrollo que era el país a mediados de los años sesenta: Retorna-ban ahora con sus coches, chupas de cuero o sucedáneo, con radios ytelevisiones, con lo que lógicamente daban “el cante”. En el bar, algu-nos parecían los reyes del mambo contando mil historias acerca de lobien que se vivía en Alemania, lo poco que trabajaban y lo mucho queligaban, con aquellas teutonas macizas, de piel suave y carne distraídade moral. Al fin y al cabo era un mes y había que dar rienda suelta a lahúmeda, soñar despiertos, pues la realidad estaba a la vuelta de la esqui-na, la vuelta a empezar en la construcción de autopistas, edificios, cade-nas de montaje, mataderos, friegaplatos en los hoteles o limpiezas varias.El cine se haría eco años después de aquel tipo de vida en una películade la mejor “época Landa”, en la que el actor interpretaba la vida de unemigrante de aquellos que creían que se iban a comer el mundo, en lapelícula Vente a Alemania, Pepe.

Aquel año 1965 fue sólo el primero de los varios que vivió CarlitosGálvez en Alemania, procurando ahorrar lo que nunca consiguió, porquelos milagros no existían, y él sólo intentó ser una persona normal, meti-do en la piel de un emigrante. Han pasado casi cuarenta años de todoaquello, y ahora ya, de vuelta de todo, y con la madurez que da la vida,ve cómo la historia se repite... en la piel de otros emigrantes.

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Relato de Paulina y Esperanza

Tengo miembros de mi familia que tuvieron que emigrar, lotuvieron muy, muy difícil, allí por ser inmigrantes y aquí porhaberse ido. Con los años tuvieron un buen trabajo, formaronuna familia, encontraron un sitio en una sociedad desconocida,pero siempre tuvieron el corazón fuera del cuerpo, en Españase lo dejaron. No podían volver, ni podían dejar de venir.

Ahora cuando voy a la gasolinera, al centro médico, a lapanadería o al mercadito ambulante, veo en Enrique, en Paula,en Abdul, en Mai y en otros muchos las caras de mis familiares… Mª Dolores Ramírez Buena

A principios de siglo, en Francia se sostenía que los italianos eran “inasimi-lables” porque eran demasiado católicos; en los años veinte y treinta, en casitoda Europa se acusaba a los judíos de ser “irreductibles”, enemigos de Cris-to y conspiradores financieros (ya conocemos la continuación). Después de laguerra se decía de los inmigrantes españoles en Francia, Bélgica, Alemaniay Suiza que no se podían integrar en la sociedad moderna europea: “dema-siado ruidosos”, “demasiado violentos”. Entre los años sesenta y ochenta vol-vimos otra vez con la misma copla con respecto a los inmigrantes magrebíesen Francia y en Bélgica. Los indios y los paquistaníes no estaban mejor para-dos en Inglaterra. Hoy día se escupe el mismo veneno en España. Sami Nair. Domingo 6 de mayo de 2001”No a otra limpieza de sangre”

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De Paulina sé más bien poco. Casi nada, pero empezaré diciendo quehace tres años vive e intenta trabajar en lo que puede o, más bien, en loque le dejan, aquí en España. Sé, eso sí, que se casó muy, muy joven,que dejó en Ecuador a dos hijas al cuidado de sus padres y que vino aEspaña con su marido y con un polizonte en su alma, la Esperanza.

Esperanza le decía que ganaría dinero suficiente para mantener a suspadres allá de donde venía y para poder vivir modestamente ellos aquí.Durante un tiempo fue así, se instaló en una casa donde cuidaba a unaanciana y su marido en un invernadero. No gastaban en vivienda pues laanciana a quien cuidaba les había cedido una casita situada frente a la suyay todo lo que ganaba lo iban mandando a sus padres y a sus hijas pero...

Paulina hablaba todas las noches con Esperanza y daba gracias aDios por tener suerte y poder enviar dinero a sus hijas, pero Esperanza ledecía que algo andaba mal, que la diferencia de culturas se notaba cadadía más, su marido empezaba a comportarse de una manera extraña, la

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Relato de Paulina y Esperanza

Mª Dolores Ramírez Baena

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“viejita” estaba cada día peor de salud y ella, egoístamente, pensaba “semurió el perro, se acabo la rabia”. Para colmo de males el vecino denun-ció a su marido el día que éste estaba intentando instalar una antena detelevisión y se apoyo en la pared medianera de las dos casas pues le acu-saba de intentar colarse en su vivienda para robarle. Su marido, que nohabía sido capaz de robar ni siquiera un bollo cuando pasaban por lospuestos de comida los días de fiesta en su pueblo, aunque los dos tuvie-ran las tripas pegadas a la espalda del hambre que arrastraban.

Su marido no volvió a levantar cabeza, se tiró a la buena vida, lo queganaba trabajando se gastaba sin darle nada, maldecía el país dondehabía ido a parar, no iba a dormir y cuando se dejaba caer por casa eramucho peor.

Paulina, menos mal, tenía a Esperanza y le contaba que la anciana semoría, que se había quedado embarazada, que hacía más de dos sema-nas que no veía a su marido, que llevaba una semana comiendo pan duroy le preguntaba qué sería de la criatura cuando naciera. Esperanza lareconfortaba, le decía que sólo era un bache en el camino, que cuandonaciera el bebé su marido cambiaría...

¿Cambió? Sólo durante un mes, luego vio que era otra boca que ali-mentar, otra hora que trabajar y se fue, se fue y ella no supo adónde.

La “viejita” murió y a ella por suerte le dejaron la casita por lo bienque se había portado, pero, ¿y ahora? ¿Dónde iba a trabajar? ¿Cómo?,teniendo que cuidar de su hijo, sin luz y, dentro de poco, sin agua.

Esperanza le dijo que fuera y pidiera ayuda al Consulado pero pocopodían hacer por ella, sólo pagarle el pasaje de vuelta a su país y una vezallí ¿qué? ¿Cómo iba a mantener a sus hijas, a sus padres?

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Los pocos que le ayudaban le daban comida, le buscaban trabajo alque no podía acudir por muchos días, pues se llevaba a su hijo, y esomucha gente no lo toleraba, pero Dios no quiso que ella se viera sola y alpoco tiempo una tía suya llego a España buscando trabajo y se fue a vivircon ella.

Hoy por hoy Paulina malvive con su hijo y su tía, pues dos mujeresno pueden ganar mucho cuando una de ellas se queda cuidando al niño, suspadres le mandan cartas pidiendo porque no tienen y ella, la pobre, maldi-ce a su marido por haber presentado a su hijo en el Consulado ¡por lo menosel niño sería español y tendría todos sus derechos como ciudadano!

Maldice a la “viejita” por haberse muerto tan pronto, se maldice porquedarse embarazada, maldice al vecino que fue el causante de que sumarido la dejara, maldice a su tía porque tiene muy mal genio y no tratamuy bien a su hijo y maldice a Esperanza ¡Oh Dios! cómo la maldice porhaberla engañado y porque, al final, también la ha abandonado, porquele dejo el alma seca, se fue para no volver jamás y le dejo tal vacío quesiempre siente frío y hasta su hijo la mira con miedo cuando ve que losojos de su madre miran a través de las cosas y parece que no tiene alien-to. No se esperaba esto de Esperanza, no de ella.

Esperanza no está, no vendrá, no la esperes...Y siempre te dirá que el polizonte en su alma ya no está, que se ha ido

y no volverá por más que la llame y, lo que más le ha dolido, es que Espe-ranza también la haya abandonado, abandonado... ¡ABANDONADO!

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Reencontros

… siento una fuerza enorme que me arrastra hacia el sur...,el sur es Marruecos, el Sahara y, después, toda esa enormetierra que sigue hasta Ciudad del Cabo. Quiero ir, quierover, sentir a su gente, escuchar su idioma, conocer sus cos-tumbres, compartir.

El Sur me llama, el Norte ya ha sellado mi frente, no meimporta tanto. Jesús García Seco

Como mujer no tengo patria. Como mujer no quiero patria. Como mujer, mipatria es el mundo entero.Virginia Wolf

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No xornal escrito en árabe, leu: “TRECE INMIGRANTES, AFOGADOSAO INTENTAR CHEGAR A TARIFA”. Nese intre estremecéuselle ocorpo e ás bágoas dende os seus ollos humedeceron as súas meixelasqueimadas polo sol.

ALI non pode olvidar que o seu irmán NOURREDINE leva desapa-recido xa fai tres anos, dende que deixou a súa aldea do Atlas, alentadopolas noticias que viñan do outro lado do mar: “Europa, a montaña quedescribira o profeta”, “Al-andalus, cima da cultura mulsumana, prevale-ce no Occidente”.

De nenos escoitaron as lendas que proviñan dos seus avós, baseadasnas historias que sucederon dende o Califato de Medina Azahara ata oúltimo reino musulmán de Garnata. Sobrecollíanlle sobremaneira osrelatos do pazo-fortaleza chamado Al-hamra e o do último rey nazaríBoabdil, que acabou os seus días nas terras que hoxen ocupa Marrocos. Ascotas de desenvolvemento acadados polos seus antepasados e a felicidade

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Reencontros

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que traslucían os seus antergos fixeron mella en eles, de tal xeito quesoñaban con ver algun días as terras dos seus ancestros e poder residiren elas como se fora a súa propia terra.

ALÍ moitas veces pensou en poñerse en camiño na precura do seuirmán, en parte porque as súas vidas estaban vencelladas e tiña a nece-sidade vital de volver a compartir recordos e sólo mediante o reencontroiso sería posible, de outro xeito non podía vivir e manter na memoria avida de un ser querido sin tela conciencia de que estaría vivo.

Decidido a recuperála memoria púxose en camiño. Informado de queas rutas dos aventureiros que perseguían o primeriro mundo levabansempre camiño da costa do norte, as ribeiras do mar, aquela fronteiranatural que afastaba dun xeito violento a realidade de dous mundos dife-rentes, cultural e relixiosamente, pero que estaban habitados por perso-as que podían, en base aos lazos da historia, compartir a misma gota desangre.

Un día calquera chegou a Tánger, nada máis poñer o pé na costa,unha pléyade de vendores de ilusións, a modo de comerciales de baixaestopa, ofrecéronlle a posibilidade de pasar o outro lado, polo módicoprecio de 30.000 dirhams, iso sí en patera guiada e de noite para poderevitar así as inclemencias do sol do día e sin comentalo, os gardacostas.

Convencido como estaba de recuperála memoria do seu irmán, aque-les contactos, amoláronlle sobremaneira e case que lle produciron un tre-mendo pesar e unha depresión pasaxeira, xa que asociaba “os mediosque lle ofrecían” coa sorte que poidera haber sofrido Nourredine. De xei-to inmediato púxose a arreglar os permisos necesarios para viaxar aEspaña, como turista.

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Os atrancos burócraticos, como era de esperar, case que o fan desis-tir de segui-la pista do irmán, tiña sofrido a insensibilidade dos funcio-narios españois da oficina diplomática de Tetuán, onde se tivera que des-plazar para obte-los visados necesarios, cando lle espetaban un “volvavostede mañán”, un día sí e outro tamén, de xeito que chegou a com-prender que aquelo viña a significar que lle estaban dando largas.

A súa vida en Tánger alongóuse mais do previsto de xeito que chegoua conocer xente de todo-los ordenes e ocupacións. Xuntábase frecuente-mente cunha xornalista local que escribía nun xornal árabe, a quen llecontou o obxecto da súa presencia alí e do pouco éxito que tiña acadadono seu desexo de chegar o outro lado do mar. Amina, a xornalista, con-toulle os reportaxes que tiña escrito sobre os cidadans compatriotas quequerían pasar a Europa, e sobre todo, informoulle das condicións enque o facían, de tal maneira que o resultado case que sempre era o mes-mo, centos de persoas engulidos polo mar ou escravizados no paraíso pro-metido..

Alí cando escoitou o relato escomezou a tremar de medo, pero de nin-gún xeito pensóu no peor, por un momento soñou que o seu irmán foi undos que conseguíu chegar o outro lado, e que por diversos motivos ondeestivera vivindo ou traballando nun empleo, ainda non lle permitirapoñerse en contacto con él, ou secadra foi apresado e permanecía pecha-do nún cárcere do primeiro mundo.

Amina presentoulle a persoas que traballaban en instiutucións comoa media lúa roxa e outras organizacións que tiñan entre as súas tarefas apescuda de persoas desaparecidas sin deixar rastro. Conseguiron esta-blecer contacto cunha institución chamada “Andalucia Acoge”, que

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estaba atenta a chegada dos inmigrantes do magreb e dos subsaharinosque chegaban as costas españolas.

Conseguiron entre a institución e os contactos de Amina un visadoque o acreditaba como reporteiro, que se iba a achegar a Andalucia parainteresarse pola acollida que recibían os seus semellantes.

Cando ALÍ, esta maña coma todas-las mañás dende hai tres anos,despértase co recordo do seu irmán, non pode evitar o llanto, o llantocontido das bágoas, ten que acudir a pequena oficina da ONG do seupobo para axudar os xóvenes que pretenden un futuro “no norte”, o para-íso prohibido, e cando máis sofre é cando relata que non foi capaz de ato-par o seu irmán, que soio foi capaz de discernir o eco da voz afogada deNourredine dende o camposanto de Tarifa onde reposan varios centosde magrebíes en nichos sen identificar.

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En el periódico escrito en árabe, leyó: “Trece inmigrantes, ahogados alintentar llegar a Tarifa”. En ese momento le tembló el cuerpo y las lágri-mas desde sus ojos humedecieron sus mejillas quemadas por el sol.

Alí no puede olvidar que su hermano Nourredine lleva desaparecidoya tres años, desde que dejó su aldea del Atlas, alentado por las noticiasque venían del otro lado del mar: “Europa, la montaña que describiera elprofeta”, “Al-Andalus, cima de la cultura mulsumana, prevalece enOccidente”.

De niños escucharon las leyendas que provenían de sus abuelos,basadas en las historias que sucedieron desde el Califato de Medina Aza-hara hasta el último reino musulmán de Garnata. Le sobrecogían sobre-manera los relatos del pazo-fortaleza llamado Al-hamra y el del últimorey nazarí Boabdil, que acabó sus días en las tierras que hoy ocupaMarruecos. Las cotas de desarrollo alcanzados por sus antepasados y lafelicidad que traslucían sus predecesores hicieron mella en ellos, de tal

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ReencontrosJesús García Seco

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manera que soñaban con ver algún día las tierras de sus ancestros ypoder residir en ellas como si fuera su propia tierra.

Alí muchas veces pensó en ponerse en camino en la búsqueda de suhermano, en parte porque sus vidas estaban ligadas y tenía la necesidadvital de volver a compartir recuerdos y sólo mediante el reencuentro esosería posible, de otro modo no podía vivir y mantener en la memoria lavida de un ser querido sin tener la conciencia de que estaría vivo.

Decidido a recuperar la memoria se puso en camino. Informado deque las rutas de los aventureros que perseguían el primer mundo lleva-ban siempre camino de la costa del norte, las riberas del mar, aquellafrontera natural que apartaba de un modo violento la realidad de dosmundos diferentes, cultural y religiosamente, pero que estaban habitadospor personas que podían, en base a los lazos de la historia, compartir lamisma gota de sangre.

Un día cualquiera llegó a Tánger, nada más poner el pie en la costa,una pléyade de vendedores de ilusiones, a modo de comerciales de bajaestopa, le ofrecieron la posibilidad de pasar al otro lado, por el módicoprecio de 30.000 dirhams, eso sí en patera guiada y de noche para poderevitar así las inclemencias del sol del día y, sin comentarlo, a los guar-dacostas.

Convencido como estaba de recuperar la memoria de su hermano,aquellos contactos le incomodaron sobremanera y casi le produjeron untremendo pesar y una depresión pasajera, ya que asociaba “los mediosque le ofrecían” con la suerte que pudiera haber sufrido Nourredine. Demodo inmediato se puso a arreglar los permisos necesarios para viajar aEspaña, como turista.

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Los problemas burocráticos, como era de esperar, casi lo hacen desis-tir de seguir la pista de su hermano sufrió la insensibilidad de los fun-cionarios españoles de la oficina diplomática de Tetuán, adonde se tuvo quedesplazar para obtener los visados necesarios, cuando le espetaban un“vuelva usted mañana”, un día sí y otro también, de manera que llegó acomprender que aquello venía a significar que le estaban dando largas.

Su vida en Tánger se prolongó más de lo previsto de modo que llegóa conocer gente de todo tipo y ocupaciones. Se juntaba frecuentementecon una periodista local que escribía en un periódico árabe, a quien lecontó el objeto de su presencia allí y el poco éxito obtenido en su deseode llegar al otro lado del mar. Amina, la periodista, le contó los reporta-jes que había escrito sobre los ciudadanos compatriotas que queríanpasar a Europa, y sobre todo, le informó de las condiciones en las que lohacían, de tal manera que el resultado casi siempre era el mismo, cien-tos de personas engullidas por el mar o esclavizados en el paraíso pro-metido…

Alí cuando escuchó el relato comenzó a temblar de miedo, pero deningún modo pensó en lo peor, por un momento soñó que su hermano fueuno de los que consiguió llegar al otro lado y que, por diversos motivos,donde estuviera viviendo o trabajando, aún no le permitiera ponerse encontacto con él, o quizá fue apresado y permanecía encerrado en una cár-cel del “primer mundo”.

Amina le presentó a personas que trabajaban en instituciones comoLa Media Luna Roja y otras organizaciones que tenían entre sus tareasla investigación de personas desaparecidas sin dejar rastro. Consiguieronestablecer contacto con Andalucía Acoge, que estaba atenta a la llegada de

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los inmigrantes del Magreb y de los subsaharianos que llegaban a lascostas españolas, y consiguieron entre la Institución y los contactos deAmina un visado que lo acreditaba como reportero, para acercarse aAndalucía e interesarse por la acogida que recibían sus semejantes.

Cuando, esta mañana como todas las mañanas desde hace tres años,Alí se despierta con el recuerdo de su hermano, no puede evitar el llan-to. Tiene que acudir a la pequeña oficina de la ONG de su pueblo paraayudar a los jóvenes que pretenden un futuro “en el norte”, el paraísoprohibido, y cuando más sufre es cuando relata que no fue capaz deencontrar a su hermano, que sólo fue capaz de discernir el eco de la vozahogada de Nourredine desde el cementerio de Tarifa, donde reposanvarios cientos de magrebíes en nichos sin identificar.

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La chimenea

Emigré a Alemania en 1960, es decir, hace ya cerca de 45años. ¿Por qué emigré? El emigrar a Alemania estaba demoda en aquella época, además me encontraba un pocoreprimido en mis libertaddes, de familia anarquista, estabaacostumbrado a la protesta, a lucha sobre todo sindical, unfamiliar mío formó parte de la Junta de Defensa de Madrid. Entré en las Juventudes en 1964 y en UGT en 1965 y fuientre otras cosas miembro del Comité Nacional de Juventudesy Secretario de Organización y Administración de la Federa-ción de la UGT en Alemania, era la época en que teníamosque pagar hasta los sellos de nuestro bolsillo, por desgraciaestas cosas se han olvidado a los españolitos que quedaronen el país. Pedro Mateos Ferrari

Emigrar es desaparecer para después renacer. Inmigrar es renacer para nodesaparecer nunca más.Sami Nair y Juan Goytisolo, 2001

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La cuesta hacia abajo, en verdad no se le hacía muy difícil, pero peor eraal subir, después de terminado el rato que diariamente se pasaba en elpequeño parque infantil donde solía acudir diariamente para distraerseviendo el corretear de los pequeñuelos, que no eran muchos en realidadpues hoy en día la sociedad no parecía estar muy dispuesta a tenermuchos niños; pero siempre había alguno, el verlos correr, subir, bajar,columpiarse y enredarse por las nuevas construcciones de los parquesinfantiles llenas de cuerdas con nudos, castillos y laberintos, resultadostambién de la época modernista en que vivimos. El clásico columpio,había ya casi desaparecido, cosas de la época, pensó.

Llegado al parque se sentó en un banco, su banco, que estaba en unaesquina en la que daba un poco de sol, que ya a primeros de octubre, enque estábamos, se agradecía. Dentro de muy pocos días llegarían los díastristes y oscuros que le hacían casi el ponerse al borde de la desespera-ción. En España seguro que hace mejor tiempo, pensó recordando las

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La chimeneaPedro Mateos Ferrari

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fechas, ya casi olvidadas de su salida del país hace más de cuarentaaños, muy joven, casi un niño, por lo menos eso decía su madre cuandole llevó la noticia de que quería emigrar. Su disgusto fue tremendo ¡eresun niño todavía! ¿Dónde vas? y las lágrimas de su madre rodaban cau-dalosamente por sus mejillas que a él le parecía recordar ahora, pero sinresultado, ¡ay! si le hubiera hecho caso, por lo menos el solecito no loecharía de menos como ahora lo hacía.

Al final de la calle se podía ver una gigantesca chimenea, desde ladistancia no parecía tan grande pero acercándose a ella se podía ver suimponente dimensión, más que una chimenea parecía un rascacielos,hoy en día ya había dejado de echar aquel humo amarillento y espesoque durante tantos años le acompañó en el cotidiano ir y venir desde casaa la fábrica donde se había dejado lo mejor de su juventud y toda susalud, con esos larguísimos inviernos cuando se entraba a trabajar por lamañana, que era de noche, y se salía por la tarde temprano y que tam-bién era de noche. La oscuridad y la chimenea fueron sus compañerasdurante tantos años. Ahora, la chimenea también estaba jubilada, aun-que a ella no le habían metido en el Plan Social que los sindicatos y elConsejo de Empresa habían negociado con la empresa. Ella seguía allísin moverse, altiva y orgullosa y parecía decir: ¡Mirad, mirad, todavíaaguanto! A pesar de todo, casi la consideraba como una fiel compañera,seguía firme en sus fundamentos, altiva y quizá, pensaba él, algo orgu-llosa de saber los muchos obreros que habían sobrevivido, el pan que leshabía dado y las, no muchas eso sí, luchas reivindicativas de los traba-jadores, que a su sombra se habían llevado a efecto, mirándola ya desdeun poco más cerca, parecíale ver en la estructura de los rojos ladrillos y

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las manchas del tiempo, caras que le recordaban a muchos compañeros,al buenazo de Antolín, que fue durante los primeros años como el padrede los más jóvenes, a Román de su misma edad, un luchador nato por losderechos de los trabajadores, siempre al frente de los plantes y de lasdemostraciones de aquellos Primeros de Mayo que había conocido porprimera vez, tan diferentes a las fiestas de San José Obrero que se hacíanen España; le recordaban esas caras, también, a Luciano que fue el quele introdujo en las organizaciones obreras, entonces clandestinas y que,con más romanticismo que medios, luchaban a su manera contra la omi-nosa dictadura. Todos los Primeros de Mayo, llevaba una rosa roja a latumba de Luciano, que se había quedado para siempre ahí. Le parecíaque esas caras que creía ver en la chimenea, eran como las caras quedecían haber aparecido en las paredes de una casa en un pueblo deAndalucía; parece que le sonreían como si le quisieran decir ¡acuérdatede nosotros compañero! Y bien que se acordaba de los que volvieron yde los que se quedaron aquí, los que se quedaron para siempre. ¡Vamos,qué cosas se le pasaban por la cabeza!, será porque todavía no habíanempezado a llegar los niños a jugar su diaria ración de saltos, volteretasy carreras, pelota y empujones y que, mirándoles, le hacían pasar unrato, por lo menos distraído, sin que pensara en los dolores y achaquesque, a la sombra de la chimenea, había adquirido en el transcurso de losaños. Viendo el corretear de los niños, no pensaba en la vuelta que nuncallegaba, la vuelta que cada vez estaba más lejos y cada vez se le hacía másimposible. Abrió los ojos que sin querer había cerrado al oír un ruido, unode los ruidos ya familiares que diariamente oía, con el jugar de los niños.Efectivamente ya estaban empezando a llegar y en el columpio, el último

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que quedaba, ya había tomado asiento Jasmín, la niñita turca que solíaser de las primeras en llegar, ya que su pasión por el columpio era tre-menda. Por la calle que bajaba del barrio venían Félix y Thomas monta-dos en sus pequeños bólidos de carreras, en realidad modestas bicicle-tas. Después de saltar en marcha de las mismas, se acercan al columpio,le hacen renegar un poco, sin malicia, a Jasmín y continúan en sus “bóli-dos”, dando su cotidiana vuelta al barrio. Era la señal de aviso para todoslos demás: Ahmed y Saul, vecinos suyos; Filippo, de la casa de al lado,y Anna Danielle y Ruth las más mayorcitas del grupo, eran como lasmadres de todos y aunque con una cierta altivez y ligero orgullo cuida-ban sin darlo a demostrar el que en su contorno no ocurrieran cosas fue-ra de lo normal.

Al principio, hace ya un par de años, bien es cierto que le mirabancon algo de recelo hasta que empezaron a considerarle como una partemás del parque, casi como la chimenea que, altiva, vigilaba el cotidianojugar de los niños, tal y como antes había vigilado el cotidiano quehacerde los trabajadores.

Encendió un cigarrillo pensando otra vez que tenía que dejar defumar ya que el médico le había dicho más de una vez que era de su-ma necesidad que dejara de fumar, su corazón y los años a cuestasno permitían excesos. ¡A primeros de mes, lo dejaré, con toda segu-ridad!

Mientras expiraba con satisfacción el humo en dirección a su ami-ga, la chimenea, se le acercó un pequeño que no había visto nunca porallí; llevaba un cubo y una pala en las manos y le miró como si le cono-ciera de toda la vida. Dejó cerca de él el cubo y la palita y le extendió la

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mano diciéndole algo en un idioma que no había escuchado en toda suvida. No es que fuera políglota, pero el idioma del país donde había pasa-do más de cuarenta años sí que se le hacía familiar y lo que el niñohablaba no lo había escuchado nunca, ni a ninguno de los demás peque-ños del parque, pero lo extraño de todo ello es que, ¡le entendía! Le acer-có el cubo y la pequeña paleta y entonces le preguntó al pequeño, enespañol, ¿quieres jugar?

El niño le miró y sonrió afirmando con la cabeza, ¿será posible quetambién me entienda?

Hacen unos pequeños moldes con la arena todavía humedecida delas últimas lluvias, oye un pequeño ruido a su espalda se vuelve ¡no esnada!, vuelve la cabeza hacia el niño pero ha desaparecido, ¿qué le pasahoy? Se restriega fuertemente los ojos y al volver a abrirlos nota quetodavía está sentado en el banco y está empezando a anochecer, hayque volver a casa, piensa; intenta levantarse pero las piernas no le res-ponden. Un cansancio indescriptible se ha apoderado de todo su cuerpo,los ojos se le van cerrando solos. Vuelve a sentarse en el banco y, sinquerer, su mirada se dirige hacia la chimenea: las sombras que a él leparecen rostros le sonríen más intensamente. Cierra los ojos un momen-tito, piensa, voy a descansar un momentito.

Amparo está preocupada; va siendo muy tarde y, en contra de su cos-tumbre, no ha vuelto todavía. Baja hasta el jardincillo y le encuentra dur-miendo. ¿Durmiendo?

El médico de urgencia al que han llamado sólo puede testificar sumuerte. En la documentación posterior consta: fallecimiento, ruptura delcorazón por nostalgia.

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A la semana siguiente una Comisión del Ayuntamiento viene urgen-temente a inspeccionar la chimenea que según los vecinos del entorno seestá cayendo sola. Las caras ya han desaparecido.

En los próximos días es demolida y sus escombros trasladados a unvertedero municipal, no muy lejos del cementerio.

En el cielo una nube blanquísima va tomando forma, que, con un pocode imaginación, parece ser un niño que ríe, pacíficamente.

Adiós, adiós amigos, despedidme del sol y de los niños del barrio.

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Segunda oportunidad

A mediados del primer mes, el señor me llamó para explicarme algo. Yo nohablaba francés y el muy amablemente hizo un gesto juntando el dedo pul-gar y el índice, enseñándome el armario en el que guardaba los papeles. Ledije “gracias, gracias” y me fui corriendo a ver a mi marido, diciéndole queya nos iban a pagar. Pero pasaron otras dos semanas. ¡Luego entendí quesólo me quería decir que quitara el polvo de este armario! Hoy, todavía nosreímos pensando en ello.Mª Ángeles Fernández (emigrante española)

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Todo ser humano necesita una segunda oportunidad, buscar un futuromejor es muy propio del hombre, cuando se propone algo buscará losmedios para lograrlo, buscará dentro de sí las fuerzas necesarias para darel paso, ese primer paso. Pensar en emigrar, encontrar en tu interior elvalor que necesitas para seguir adelante...

Cuando estás lejos aprendes a valorar y apreciar cosas a las que antesnunca dedicaste tiempo, detalles tan simples cobrarán una fuerza incre-íble, agudizan tus sentidos, y los sentimientos a flor de piel... (un beso, unacaricia, un abrazo, una palabra, el oír tu nombre, un aroma, un plato decomida, un ritmo, etc.) y si a esa situación ponemos la distancia de cruzarel charco, volar el océano atlántico, todo es mucho más grave, hay veces quelas cosas terminan bien y otras que las cosas se demoran en llegar o no lle-gan como soñamos... Para todo se necesita paciencia y valor...

Esta vez contaré una historia con un final feliz... para mí es lo idealde la aventura de la migración.

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Segunda oportunidadMariana Sánchez Coello

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Empieza en Ecuador, país sudamericano que pasa por una crisis devarios años que va en aumento sin encontrar el rumbo. El problemasocioeconómico se acentuó a raíz de la dolarización, es decir, el cambiode la moneda oficial, el cambio del sucre por el dólar americano. Estoacaba con la hasta entonces llamada clase media que ahora son pobres ylos pobres, miserables, los sueldos y las medidas económicas impuestasy dictadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI-EEUU) ya no per-miten una vida digna, ya que no hay fuentes de trabajo y el alto costode vida hace imposible vivir, sólo se sobrevive cada día, crece el ejército depobres y marginados en una sociedad corrupta, estos factores hacen que lagente emigre... Así empiezan muchas historias y muchas no terminan bien.

Un matrimonio y dos hijos, el padre Teofilo y la madre María y sushijos Juan y Rocío, es una familia de escasos recursos económicos quepasan muchas necesidades pero que saben que las cosas se puedenponer peor, han perdido su trabajo; en busca de un mejor futuro paraellos y sus hijos maduran la idea de viajar, se repiten y piensan que enel planeta tierra debe haber un lugar donde su vida y el futuro de sushijos sea feliz, les hablan de un sitio, en el que se puede hacer realidadese sueño, España, pero que necesitarán de mucho dinero y pondrán eseamor a prueba; no separarse nunca: “para lo bueno o malo, juntos”.

Así cuando ellos deciden viajar a España, la madre patria, lo prepa-ran y lo harán como casi todos, llegar de “turistas” y quedarse (antes eraasí, ahora sólo se sale con visado de trabajo y eso cuesta mucho tiempoy dinero, así se han frenado muchos sueños, casi todos). Ellos se lo juga-ron al todos o ninguno, la familia, padres y hermanos, etc., se quedantristes pero seguros de que Dios les guiará en su nuevo proyecto de vida,

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admirando el valor… Apenas les pierden de vista, que ya anhelan tenernoticias de los suyos.

Ellos, en ese viaje largo de doce horas y por primera vez en un avión,experimentan de todo, miedo, alegría, tristeza, angustia, se abrazan y sebesan, la sensación es la de ser una piña con sus hijos, sus corazoneslaten muy fuerte, tienen ansiedad de que termine, confían en que todosaldrá bien, sus manos entrelazadas, sus ojos llorosos, una mezcla dedolor y alegría esperan... pasean recuerdos que les ayudarán en su día adía de su nueva vida...

Llegan a lo desconocido confiando en que tienen dos brazos para tra-bajar y salir adelante y, sobre todo, que a sus hijos no les falte de nada,que sean felices, para ello están aquí...

La gente que se cruza en su camino es buena, se abren puertas yempieza esa segunda oportunidad: comparten piso, empiezan a trabajary llegan las alegrías, las sonrisas de los niños; sólo por eso saben quevale la pena estar aquí.

Contado así y muy resumido parece muy fácil. No se engañen, cues-ta mucho el estar lejos de sus raíces y mantenerlas, el seguir cada díaadelante, retomando el siguiente con lo mejor del anterior, olvidando yaprendiendo de lo malo, los trabajos no son los ideales, muchas vecesaceptan trabajos con horarios forzados y mal pagados, pero de cualquiermanera es mejor que en Ecuador... Los primeros años se vive muy ajus-tado, hay deudas que pagar y compromisos que cumplir, deudas muyaltas con intereses inimaginables, y aquí tienen que vivir de alquiler,comida, vestido, educación, enfermedades..., pero se puede tirar de esecarro juntos y, confiando en su buena suerte, se repiten que teniendo

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salud y trabajo se sale adelante. Hay que ponerle ganas a la vida y vivir-la y lo hacen con sacrificio y amor por delante.

Luego de unos años, ya se puede ahorrar y vienen los años en quehacen algo de dinerito y se planifica el regreso, la tierra tira, siempre hancontado con ayudas del Ayuntamiento, de vecinos, servicio de guarderíaa media paga, ropa, comida, Cruz Roja, Cáritas… Han sabido aprovecharesas manos que se han solidarizado y todo su tiempo para trabajar; siem-pre estuvieron juntos para llorar, reírse, el equilibrio de la pareja ayudóa que sus hijos no se sintieran solos, que como siempre ignoran lo maloy disfrutan de las cosas buenas que ahora tiene la interculturalidad, sonlos que mejor se adaptan y lo disfrutan.

Confían que ya pueden hacerle frente al futuro en Ecuador, cuentancon una casita que está comprada, tienen en mente montar un restau-rante. Aquí trabajaron y aprendieron un oficio, tuvieron esa oportunidady aprendieron a pescar: España no les dio el pez, les enseño a pescar.Todo va como lo imaginaron, al año les visitan amigos españoles felici-tándoles por su aventura que salió bien y que siguen en contacto, ayu-dándolos.

Mucha gente en Ecuador quiere venir y de hecho lo intenta viendoque las cosas les salen bien a unos, que la segunda oportunidad funcio-na, ya no es tan fácil, también hay que pensar que no todos vuelven, hayotro grupo muy numeroso que sólo espera el pescado, aprovechándose delas instituciones y de las personas de buen corazón pero, como en todaspartes, hay gente buena y mala.

La sociedad española es muy solidaria y agradezco desde este espa-cio, yo también soy emigrante, y les invito a que se acerquen y conozcan

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Ecuador, necesitamos la ayuda allí, sólo así se para el fenómeno de laemigración, abriendo puertas a un mejor futuro. Ecuador es pequeño yexiste la segunda oportunidad, debe llegarles allí; los niños de hoy sonlas víctimas del futuro, sin educación no hay desarrollo, hay que invertiren ellos, es el camino para alcanzar una vida digna.

Gracias España.

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Este libro que ahora tenéis en vuestras manos es el resultado de un pro-yecto que UGT inició en el año 2001 formando parte de la Campaña Per-manente por la Convivencia Intercultural y en contra del Racismo y laXenofobia: Vive y Convive, del entonces Instituto de Migraciones y Ser-vicios Sociales, y en el marco del cual hemos venido realizando variasactividades.

El compromiso en la lucha contra cualquier clase de discriminaciónes una constante en UGT. Y por eso nos hacía mucha ilusión que dentrode esta campaña de sensibilización, tuvieran cabida los rostros y las his-torias, de aquellos implicados realmente en los procesos migratorios, losque han venido y los que tuvieron que dejar España. Y queríamos tam-bién que todos, incluso los que sólo vemos la realidad de la migración através de los ojos de nuestros amigos, nuestras familias o nuestros con-ciudadanos, tuviéramos la oportunidad de aportar nuestra opinión. ¿Quémejor que un concurso de relatos?

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EpílogoAlmudena Fontecha López

Secretaría para la Igualdad UGT

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Gracias a todas las personas que habéis participado en este nuestroPrimer Certamen, y muy especialmente a los que habéis compartidovuestras propias historias. Se ha abierto una puerta a una realidad ahoraya más cercana, para todos nosotros.

Más allá de participar en un mero concurso, habéis contribuido aabrir un diálogo entre personas que no se conocían, unas de aquí y otrasde allá, pero con las que compartimos el día a día y unas circunstanciascomunes. Todos somos trabajadores, vecinos, amigos, estudiantes, hijos,padres...

Este Primer Concurso de Relatos ha sido un primer paso cuyos resul-tados no podían ser más satisfactorios, por ello os agradecemos nueva-mente vuestra participación y os emplazamos a nuevas convocatorias.

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Al Ayuntamiento de Alcobendas que acogió con tanto entusiasmo esteevento y sin cuya participación, este libro no existiría.

A Consuelo Toledo, por su inestimable ayuda y entrega al proyecto.A Almudena Grandes, por el apoyo que nos ha prestado.A Paca Gabaldón, Mª José Goyanes e Herminia Rodríguez, por ser la

voz de los relatos.A Javier García y a Francisco Borrego por la mirada que queda reco-

gida en la lente.Al Jurado de este premio por su trabajo y dedicaciónA la Fundación Largo Caballero, por ser nuestra memoria.A Carmen Nodar, nuestra traductora desde Galicia.A todos los que nos habéis enviado vuestra historia.A Jonatan Pozo, por su colaboración.A Carmen Vieites y a Luz Martínez, por su entusiasmo, su ayuda y su

amistad volcadas en la realización de este libro.Y a Pilar Roc que con su tesón y cariño a este proyecto, lo ha impul-

sado y hecho realidad desde su inicio.Y a todos vosotros, hombres y mujeres, que con vuestras palabras

estáis contribuyendo a la construcción de una sociedad más solidaria eigualitaria. Gracias por participar.

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Agradecimientos