se necesita muchacha

5
nº 180 marzo 2007 44 >>> ¿De cuántas personas podríamos decir de verdad lo que Cecilia dice de María Ángela? Es que María Ángela era realmente así de especial. No me perturbé cuando mi madre inspeccionó por primera vez delante de mí la maleta de una criada que se iba. ‘Maleta’ era mucha palabra para el atadito de trapos que llevaba en la mano. Detrás del sillón, a mis 8 años, yo espiaba. Ella fue sacando tímidamente una a una sus pertenencias delante de nosotras: camisas, pijama, ropa interior. Mi mamá me miraba diciendo “puede llevarse algo”. Tres mujeres en una pequeña sala y un acto de humillación que aún me pesa en la conciencia: mi propia madre contra la persona más débil que una pueda imaginar, una empleada que, embarazada, se iba para no regresar nunca. En una sociedad terriblemente injusta como la peruana, la discriminación y la segregación se aprenden desde la Rocío Silva Santisteban* Escritora Fotografías: Giancarlo Tejeda Se necesita (Primera parte) La íntima discriminación de las trabajadoras del hogar se ha hecho visible durante las últimas semanas en la prensa peruana, pero ¿cómo ir más allá de la anécdota de Asia? Esta serie de reportajes busca vincular el maltrato a las trabajadoras con la institucionalización privada del racismo, así como entender de qué manera la práctica del servilismo como mecanismo de supervivencia de sectores sociales paupérrimos permite no solo el clientelaje político de gobiernos populistas, sino también la preservación de situaciones degradantes. Es difícil una relación laboral justa en un ambiente de intimidad, pero no imposible. En esta primera entrega se analiza la situación de las trabajadoras del hogar en el Cusco; luego vendrán las de Piura y Lima. El proyecto que dio origen a este trabajo fue el ganador de las Becas AVINA de Investigación Perio- dística. La Fundación AVINA no es responsable por los conceptos, opiniones y otros aspectos de su contenido. * Con la colaboración de Daniela de Orellana y León Portocarrero. MUCHACHA MUCHACHA

Upload: haxuyen

Post on 06-Jan-2017

264 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Se necesita muchacha

nº 180 marzo 200744

>>>

¿De cuántas personas podríamos decir de verdad lo que Cecilia dice de María Ángela? Es que María Ángela era realmente así de especial.

No me perturbé cuando mi madre inspeccionó por primera vez delante de mí la maleta de una criada que se iba. ‘Maleta’ era mucha palabra para el atadito de trapos que llevaba en la mano. Detrás del sillón, a mis 8 años, yo espiaba. Ella fue sacando tímidamente una a una sus pertenencias delante de nosotras: camisas, pijama, ropa interior. Mi mamá me miraba diciendo “puede llevarse algo”. Tres mujeres en una

pequeña sala y un acto de humillación que aún me pesa en la conciencia: mi propia madre contra la persona más débil que una pueda imaginar, una empleada que, embarazada, se iba para no regresar nunca.

En una sociedad terriblemente injusta como la peruana, la discriminación y la segregación se aprenden desde la

Rocío Silva Santisteban* Escritora

Fotografías: Giancarlo Tejeda

Se necesita

(Primera parte)

La íntima discriminación de las trabajadoras del hogar se ha hecho visible durante las últimas semanas en la prensa peruana, pero ¿cómo ir más allá de la anécdota de Asia? Esta serie de reportajes busca vincular el maltrato a las trabajadoras con la institucionalización privada del racismo, así como entender de qué manera la práctica del servilismo como mecanismo de supervivencia de sectores sociales paupérrimos permite no solo el clientelaje político de gobiernos populistas, sino también la preservación de situaciones degradantes. Es difícil una relación laboral justa en un ambiente de intimidad, pero no imposible. En esta primera entrega se analiza la situación de las trabajadoras del hogar en el Cusco; luego vendrán las de Piura y Lima.

El proyecto que dio origen a este trabajo fue el ganador de las Becas AVINA de Investigación Perio-dística. La Fundación AVINA no es responsable por los conceptos, opiniones y otros aspectos de su contenido.

* Con la colaboración de Daniela de Orellana y León Portocarrero.

Muchacha Muchacha

Page 2: Se necesita muchacha

Reportaje 45

cuna: el racismo y la exclusión pasan de padres a hijos, y por eso mismo se ‘naturalizan’ con una espontaneidad que debe alertarnos. El caso de las playas de Asia ha sido una buena razón para que esta situación aparentemente invisible tome cuerpo y sea un punto en la agenda de ministros y encuestadores. Precisamente según la última encuesta de la Universidad de Lima (febrero del 2007), 87,9 por ciento de limeños considera que hay discrimi-nación contra las empleadas del hogar (41,8 por ciento mucha, 46,1 por ciento bastante). La percepción más alta de discriminación se da entre los sectores C y D, pero digamos que la media atraviesa género y estatus social. Se trata de una constatación gratificante, pues durante muchos años —quizá hasta el incidente de las discote-cas— el racismo y la segregación han sido percibidos “naturalmente” como una inevitable situación social.

Pero hay un avance sustancial de la sociedad para en-tender el problema: ya asumió que existe. Hasta hace poco las empleadas del hogar uniformadas paseando a los perros de sus patrones eran prácticamente invisibles. El retorno de Garabombo (“Garabombo el Invisible” es un personaje indígena de las novelas de Manuel Scorza) convertido en mujer rural y siempre excluida. Y es que, como sostiene Marisol de la Cadena, una de las condi-ciones de la hegemonía de la discriminación racial fue precisamente su negación. Negar lo evidente y restaurar relaciones feudales de servidumbre ha sido la reacción de los empleadores; mantener la “cerviz agachada” en un acto de servilismo, también es preciso decirlo, la manera de sobrevivir de las empleadas —aun cuando

hoy muchas han asumido su propia identidad dejando atrás el estigma de criadas o sirvientas—.

cusco ciudad imperial

“Yo no soy doméstica; doméstico es un perro o un gato: nosotras somos trabajadoras del hogar”, afirma Natalia Quispe Valeriano, secretaria de Defensa del Sindicato de Trabajadoras del Hogar del Cusco, fundado en 1972. A pesar de que las condiciones de las trabajadoras han mejorado en términos relativos desde esa fecha, las mujeres, pero sobre todo las niñas que se dedican a este oficio, siguen siendo utilizadas y maltratadas. La explo-tación infantil escondida tras el eufemismo “educar a la ahijada” se ha convertido en una excusa para la esclavitud. “Comencé a trabajar a los 5 años, chiquilla; ayudaba a cocinar para diez personas. Empezaba a las 4:30 de la mañana”, recuerda Natalia. Ahora tiene una hija de 11 años que vive con ella, en la casa donde trabaja, “pero ella solo estudia; la señora nos trata bien. Yo gano 150 soles mensuales, pero lo más importante no es el dinero, sino el trato, la consideración que me tienen”.

En el Cusco el trabajo como empleada empieza de-masiado temprano: a los 5 ó 6 años de edad (véase cifras). “Pero ¿qué puede hacer una niña de 6 años?”, le pregunto ingenuamente incrédula a Vittoria Savio, la directora de Yanapanakusun, institución que man-tiene un colegio, una casa refugio y una serie de talleres para las niñas domésticas que escapan, por azar, a su destino. Ella exhala el humo de su tercer cigarrillo para explicarme pacientemente: “Hay algunos trabajos que

3 Ibid.

4 Ponencia en el seminario internacional “Condiciones para lograr la reconciliación en el Perú” convocada por Instituto Bartolomé de las Casas (22 de agosto).

5 Presidente de la Asociación Civil Transparencia, Ponencia en la conferencia “Democracia y pacto social en las Américas: retos y posibilidades”, convocado por la Embajada de Canadá, Comision Andina de Juristas, y el Instituto de Democracia y Derechos Humanos el día 28 de Agosto en el Museo Nacional.

6 Ponencia en la conferencia “Condiciones para lograr la reconciliación en el Perú” (24 agosto 2006).

Victoriano Quispe, de 10 años, en un descanso durante los talleres del centro Bartolomé de Las casas.

Page 3: Se necesita muchacha

nº 180 marzo 200746

La vida de Sarita Montiel

Cuando sacó su DNI no sabía ni su apellido ni su fecha de nacimiento. Un médico le computó la edad por la dentadura. Sarita escogió su nombre y el 10 de abril como cumpleaños, pero al parecer nació en febrero “cuando florece la papa”. Ahora tiene 31 (ó 33), dos hijas, un esposo y apoyo de psi-cólogos para evitar que la indignación le merme el corazón. Es trabajadora del hogar y gana 200 nuevos soles al mes.

Comencé a trabajar a los 5 años

Yo me recuerdo que me han traído cargada a los 5 años. De ahí me han llevado al valle, mi madrina y mi hermano y unas personas que no conozco. Entonces mi hermano me dejó ahí en una casa, me metió a lavar platos y yo los rompía. Tenía mi cabello larguísimo hasta acá, la señora me agarraba de mi cabello y agarró una tijera y me cortó y de ahí me hacía trabajar. Y como era en Quillabamba entonces me hacía levantar tem-pranito, yo me dormía y la señora me tiraba agua fría. Yo tenía que cocinar para ir y como era pequeña no podía, no hacía bien, entonces me pegaba. Dormía sobre un cuero de chivo, al costado del catre donde dormían ellos… me han dado una manta y me hacía frío, no podía dormir. A las 3 de la mañana me estaban llamando, levántate, levántate, y me levantaba. Me recuerdo que ponía agua y como era la caja más grande que yo, entonces la pesaba y me dormía en la tienda. Tenía que pelar comote, yuca o plátano, entonces me dormía. Pero la señora se levantaba y me daba duro [solloza].

Ellos me iban a adoptar

Ellos me decían que ya habían hecho mis papeles con mi

mamá, que yo iba a quedarme como su hijo más, enton-

ces, no me trataban como su hija. Me golpeaban. Y así me

mandaban a comprar a la tienda y la señora [de la tienda]

me conocía, como iba así con mi cara, todo hinchado, verde

[solloza]. Entonces la señora me daba bien el vuelto porque

yo no sabía ni leer ni contar, nada. “¿Dónde está?, ¡falta

la plata! Te has robado.” Me daba duro [voz entrecortada],

me hacía regresar a la tienda. La dueña me decía, no, es

mentira, te he dado completo.

Mi mamá es como una amiga lejana

Ahora que conozco a mi mamá yo le he dicho ¿por qué no me fuiste a buscar? Y me dijo: “Tu hermano me ha dicho que tú estabas bien, que tú estabas estudiando” […] No nos llevamos bien. Yo la quiero como si fuera una amiga lejana. Yo no le quiero como una madre, no me nace.

Me escapé porque el señor me violó

Yo me escapé porque el señor, el dueño, se ha abusado de mí [solloza]. Me ha amenazado si la avisaba a su esposa

[que] me iba a matar. Me ha apuntado con su escopeta. Mi desesperación era salir de ahí… una vez había tomado veneno, yo no quería vivir. Después que me abusó [estu-ve] una semana, de ahí me salí. La señora se había ido a Quillabamba por una semana, entonces el señor siempre venía, cuando los trabajadores trabajan, él venía, no sé si a mirarme, no sé pero siempre venía. Una vez apenas se fue yo me salí, así con mi ropa, no tenía nada y como era bosque tenía que caminar sin carro y caminé.

Cusco

En el tren había carga, de yuca, había bastante y ahí me han metido abajo. Me han hecho pasar, y cuando llega-mos a Quillabamba igual. De ahí me vine acá, a Cusco. Yo hablaba español poco, dominaba más quechua, entonces ya la señora de la tienda me había dicho: “Cuando llegues vas a ir a la avenida El Sol”. Como no sabía leer, entonces bajé del carro y después preguntaba en la calle: “¿Dónde es la avenida El Sol?”. Un señor me dijo: “Por allá”. Caminé, llegué. No sabía leer, entonces habían autos escritos, pero no sabía adónde ir. Como no sabía leer, estaba caminando, tenía hambre, sed y ya estaba diciendo, ¿adónde voy a dormir? Cuando estaba pasando por la calle a un señor le pregunté por un cartel, ¿qué cosa dice? Era una librería. Me dijo: “Dice necesito una empleada”. Yo entré y le dije a una señorita: “Quiero trabajar”. Me dijo: “No tienes papeles, de repente eres ratera”. Le dije: “Me he venido de Quillabamba, por favor dame trabajo, no tengo dónde pasar la noche”. Otra señorita me preguntó: “¿Sabes hacer sopa?”. “Si sé”, le dije. “Que se quede”, dijo.

A veces soy violenta

Yo soy a veces violenta, será porque yo he vivido eso, trato de no hacerlo… [a mi hija] le hablo pero por cualquier cosa llora, entonces reacciono feo. Y a mí me duele mucho, ¿no? Entonces le cuento mi historia a mi hija y le digo que yo no quiero ser así.

Page 4: Se necesita muchacha

Reportaje 47

puede hacer una niña: pela papas, barre más o menos la cocina, da de comer a los animalitos que crían, limpia el sucio de los perros, juega con los niños, les lava su ropa. Y vive una vida de esclavitud y no tiene con quién quejarse”. Carmen Escalante, antropóloga, coautora del testimonio sobre Gregorio Condori Mamani, recuerda: “Un observador de la OIT, de origen cubano, tampoco lo creía […]. Fuimos al hogar refugio de niñas Vicenta María. Una de las niñas trabajaba en una picantería de Pomacanchi. Su papá la dejó porque la mamá murió y él formó otra familia. Ella debía pelar hasta un balde de papas por día, y por eso tenía su manito llena de cicatrices. A la dueña de la picantería no le interesaba que se cortara o no. Se la habían dejado y era como un favor que ella le diera comida”.

Esa es exactamente la idea que tienen las patronas de las niñas trabajadoras: las están ayudando. Briseida nació hace seis años y no habla español. Lleva en la frente una cicatriz; pero, a diferencia de Harry Potter, esta es la señal de una historia que no querrá recordar. Aquí no hay magia, solo una patrona que, vestida con delantal, le ha cortado las trenzas y le ha puesto un buzo nuevo para que acarree el agua sin problemas. Briseida —¡el mismo nombre que la esclava de Agamenón!— tendrá en el corazón la esperanza de haber salido de Paucar-tambo, zona de extrema pobreza, y la ilusión de que la patrona cumpla con enviarla al colegio y enseñarle a leer. “Generalmente esto es imposible”, comenta Esca-lante, “porque para ello habría que llevarlas y traerlas a la escuela o tener a alguien que lo haga. Pero también porque la educación es en castellano, y como estas niñas hablan quechua, los empleadores dicen ‘primero que aprenda castellano’ y no las educan.” El círculo vicioso no tiene cuándo acabar.

Las condiciones de pobreza de los padres de Briseida y de otras niñas similares a ella son la razón para llevarlas a la capital del Cusco o a otras ciudades de provincia; o, en todo caso, para “encomendárselas” a policías, profe-soras rurales, ingenieros o quienes se movilicen entre la ciudad y el campo. “Un compadre de la etnia q’ero nos trajo a su hija, y le dijimos no la debes dejar, llévatela, aquí no las tratan como a hijas sino como a esclavas. Pero estaba muy desesperado”, recuerda Escalante. Las familias cusqueñas de ingresos económicos bajos, sin presupuesto para pagar un sueldo aunque sea de 50 nuevos soles, son quienes tienen niñas trabajadoras del hogar cuyas edades oscilan entre los 5 y los 12 años. Precisamente la terrible historia laboral de Sarita Montiel (véase recuadro) empieza a una edad incierta, en la que ella solo recuerda que la llevan cargada a una casa y la dejan en Quillabamba.

Los turistas que visitan los domingos el mercado de Pisac no tienen la menor idea de las formas que usan aquellas

artesanas para salir de la pobreza. Raimunda Colloqui no puede evitar el llanto cuando nos cuenta su historia: a los 7 años una prima de su padre la llevó a Lima para trabajar “en una casa”. A los 11 se escapó del trabajo en San Juan de Miraflores, y pudo regresar a su hogar en Pisac; pero su madre la volvió a entregar a su tía y regresó a Lima para quedarse hasta los 15 años, trabajando y sin poder estudiar. Se escapó otra vez y regresó al Cusco, donde pudo terminar su secundaria. Ahora dirige un programa de radio para trabajadoras del hogar: “Nuestros oyentes son la mayor parte trabajadoras. Los temas que tocamos en el programa son de todo; no solo tocamos sobre lo que son las trabajadoras del hogar pero sí son nuestra base”, sostiene. Raimunda insiste en que se debe dar testimonio del sufrimiento, porque “sí es cierto que de niña he sufrido, he llorado, pero hay muchas cosas que aprendí. Y eso hay que contarlo, para que las otras, y los varoncitos también, sepan”.

cifras espeluznantes

Marleni Palomino trabaja en un proyecto de la OIT y del

Centro Bartolomé de Las Casas para erradicar el trabajo

infantil. Ha realizado una encuesta sobre un universo de

289 empleadas y empleados del hogar entrevistados

en el Cusco (2006), de 6 a 17 años, con resultados que

confirman lo que hemos dicho. Las relaciones laborales

se tejen entre parientes: los niños del campo son lleva-

dos a rastras por sus padres (20 por ciento), empiezan

a trabajar porque creen que tendrán acceso más fácil a

la educación (39 por ciento), o porque necesitan ganar

dinero (13 por ciento). Pero también hay un porcentaje

considerable (11 por ciento) que lo hace para fugar de

la violencia familiar.

El último censo (2005) del Instituto Nacional de Estadís-

tica e Informática (INEI) considera “trabajador o traba-

jadora del hogar” dentro de los cuadros de parentesco

(como una especie de no pariente que vive dentro de

la casa). En el Cusco hay 10.149 trabajadores del hogar

cuyas edades varían entre los 6 y los 80 años. La mayoría

son mujeres (7.299), pero hay un porcentaje bastante

considerable de varones (28 por ciento) en comparación

con Lima (6 por ciento). En el departamento del Cusco hay

censados 215 de 6 a 8 años (en Lima, 218), y la mayor

parte de ellos (2.380) tienen entre 13 y 17 años de edad.

En Lima se encuentran en los 20 años (5,329). La mayoría

de trabajadores del hogar del Cusco cuenta con secun-

daria incompleta (2.577), pero un alto porcentaje (16 por

ciento) no tiene ningún nivel de educación. Asimismo, 63

por ciento no asiste a ningún tipo de escuela.

Page 5: Se necesita muchacha

nº 180 marzo 200748

historia de un sindicatoCristina Goutet nos comenta que el Sindicato de Traba-jadoras del Hogar ha presentado una propuesta a la Mu-nicipalidad del Cusco para formar parte del presupuesto participativo y que se espera una mayor gestión, sobre todo, en la reglamentación de las leyes que no benefician a las trabajadoras. “En la ley actual hay derecho a quince días de vacaciones; ¿por qué, si los demás trabajadores tienen derecho a un mes? La ley no instituye un sueldo mínimo; entonces la madrina dirá: ‘Yo no te puedo pagar porque tú eres como mi hija, aquí en la casa tienes todo’. Y le da su ropa vieja”, acota Goutet. Ella es asesora del sindicato y autora del libro Se necesita muchacha (la primera versión se llamó Basta), que publicó hace veinte años con el Fondo de Cultura en México bajo el seudónimo “Ana Gutiérrez”.

El sindicato cusqueño fue iniciado por Egidia Laime —quien murió poco después— y ha tenido muchas afiliadas; luego ha decaído, como todo el sistema sindical peruano: hoy cuenta con 120. “El sindicato es sagrado, porque nació de las lágrimas de las empleadas, de los golpes”, sostiene Egidia en el texto de Goutet. Ahora, la presencia de la cochabambina Casimira Rodríguez como Ministra de Justicia del primer Gabinete de Evo Morales ha demostrado que las trabaja-doras del hogar tienen algo más que aportar: “Yo sé que a muchos verme de Ministra sentada con mis polleras en el despacho les dará bronca. Pero es contra eso que debemos luchar: contra la discriminación”, ha dicho.

“No solo se debe dar a conocer a las trabajadoras sus de-rechos, sino sensibilizar a las empleadoras sobre ellos”, dice Carmen Escalante advirtiendo sobre la necesidad de esta doble entrada. “Como las trabajadoras son niñas, a veces ni siquiera saben que no deben aceptar que les den las sobras de la mesa”, agrega. Marleni Palomino, del

Centro Bartolomé de Las Casas, sostiene: “Si el Gobierno no asume su responsabilidad y sus funciones como tal (operadores de justicia y Policía), esto jamás va a ser sostenible. Con la Demuna del Cusco se trabaja bien, pero hay otras que ni siquiera se dignan hacer una visita domiciliaria cuando denunciamos maltratos”, acota.

La OIT mantiene en el Cusco un proyecto de erradicación del trabajo infantil cuya segunda etapa concluye en pocos meses, y ahora es imprescindible no dejar a estos niños sin apoyo. “Nos tienen de banderitas las ONG muchas veces, ¿no? Ha-cen proyectos pero en realidad, en la práctica, nos marginan bastante”, confiesa Natalia Quispe Victoriano sentada en el patio de la Casa Campesina. El resentimiento ante las em-pleadoras, aunque sean activistas, tiene un peso específico en esta encrucijada de exclusión y sometimiento.

Más abusos

Según una de nuestras fuentes, existe una red de tráfico de niños para trabajo doméstico que opera incluso a sabiendas de la Policía y de la Defensoría, compuesta por maestros rurales y policías. “Los traen de diferentes lugares enga-ñándolos, les dicen que van a ganar dinero y van a estudiar. No sé si habrá tratos de por medio, pagos ocultos, o si lo que funciona ahí es la indiferencia de las autoridades”, nos comenta; y agrega: “El problema es que no tenemos pruebas, y por eso no podemos denunciar”.

El abuso sexual de los varones que habitan la casa es asimismo muy frecuente: una secuela del machismo de las relaciones feudales del hacendado que se imaginaba propietario de todos los cuerpos de su feudo, incluyendo el de las sirvientas. En el famoso cuento de José María Arguedas Warma Kuyay, el niño Ernesto llora cuando se entera de que Justina ha sido “forzada por don Froylán”. Pero, como siempre, la realidad supera a la ficción: Vittoria Savio recuerda que a Yanapanakusun llegó una adolescente que trabajaba en una casa desde los 6 años; a los 12 el patrón la había violado, salió embarazada y dio a luz. La patrona la obligó a “deshacerse del niño”, a quien esta adolescente, atormentada, tuvo que hundir en la misma tina donde lavaba la ropa. ¿Cómo poder remontar ese dolor y esa humillación?

La OIT tiene una definición de trabajo infantil doméstico que implica también el reconocimiento de “condiciones que afectan el desarrollo psicológico, físico, moral o so-cial de los niños”. Por eso, en el proyecto de erradicación del trabajo infantil proponen que, además de aprender sus derechos, los niños deben conocer otro tipo de vida. Vittoria Savio coincide en que “si no conocen el cariño, la tranquilidad, entonces, ¿cómo pueden comparar?”. Raimunda Colloqui lo confirma: “Ya no me siento sola, porque hay alguien; si me retiro de tal trabajo, sé adónde llegar, tengo dónde dormir. Tengo no solo comida sino también cariño; puedo contarles mis cosas, tal vez, y conversar. He cambiado bastante”.

Natalia Quispe Valeriano, secretaria de Defensa del Sindicato de Trabajadoras del hogar del cusco junto a su hija.