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José Fermín Garralda Arizcun. 2011 1 RECENSIÓN SANZ-ORRIO ARRAIZA, Elena, Fermín Sanz-Orrio. Luchador por la justicia social, León, Akrón, 2009, 518 pp. José Fermín Garralda Arizcun Doctor en Historia ed. Revisada. Pamplona, 16 de noviembre de 2011 Este libro enriquece nuestro conocimiento de la historia contemporánea de España entre 1931 y 1976, especialmente en relación con un tema tan ignorado como es la historia sindical y la lucha por la justicia social. El libro desvela muchas de las claves necesarias para entender los pasos del Régimen político nacido en 1937, y lo ocurrido hasta su deterioro final provocado desde su interior. Nuestro protagonista pertenecía al Régimen debido a su militancia falangista, pero desde su origen fue muy crítico hacia los derroteros como éste se desarrolló. Creo que ello se debía a la raíz tradicionalista del pensamiento de Sanz-Orrio, que hizo de él un incomprendido –y atrevido- en los ámbitos oficiales que frecuentaba. Esta obra también es muy útil para mostrar hasta dónde y con qué resultados llegaba el pensamiento tradicionalista en las personas y la sociedad de entonces. Según él, las disonancias entre la tradición y lo que se desarrollaba en la España oficial en la época del gobierno de Franco son, una vez más, evidentes. No hay muchos libros autobiográficos ni biografías sobre los altos cargos sindicales y políticos de 1937 a 1975. Por ejemplo, tenemos las recientes memorias de Fernández de la Mora (1995) y González-Bueno y Bocos (2006), así como las publicadas por la editorial Planeta sobre políticos que, a diferencia de los anteriores y tras 1975 –o bien antes-, modificaron radicalmente sus ideas y planteamientos. Pues bien, los libros autobiográficos son necesarios para que, más allá de las interpretaciones de los historiadores, los protagonistas de la historia puedan expresarse libremente y dirigir el entendimiento que quieren que se tenga sobre ellos. El libro que presentamos tiene una naturaleza autobiográfica –esta es la parte más importante para el historiador- que se completada con una biografía narrativa realizada por su hija. La obra está muy bien estructurada. Es dinámica y nada aburrida. Su mitad, hasta la página 274, es muy amena y coherente. En adelante gana en profundidad e interés cuando el protagonista expone su pensamiento.

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José Fermín Garralda Arizcun. 2011 1

RECENSIÓN

SANZ-ORRIO ARRAIZA, Elena, Fermín Sanz-Orrio. Luchador por la justicia social, León, Akrón, 2009, 518 pp.

José Fermín Garralda Arizcun

Doctor en Historia ed. Revisada. Pamplona, 16 de noviembre de 2011

Este libro enriquece nuestro conocimiento de la historia contemporánea de España entre 1931 y 1976, especialmente en relación con un tema tan ignorado como es la historia sindical y la lucha por la justicia social. El libro desvela muchas de las claves necesarias para entender los pasos del Régimen político nacido en 1937, y lo ocurrido hasta su deterioro final provocado desde su interior. Nuestro protagonista pertenecía al Régimen debido a su militancia falangista, pero desde su origen fue muy crítico hacia los derroteros como éste se desarrolló. Creo que ello se debía a la raíz tradicionalista del pensamiento de Sanz-Orrio, que hizo de él un incomprendido –y atrevido- en los ámbitos oficiales que frecuentaba.

Esta obra también es muy útil para mostrar

hasta dónde y con qué resultados llegaba el pensamiento tradicionalista en las personas y la sociedad de entonces. Según él, las disonancias entre la tradición y lo que se desarrollaba en la España oficial en la época del gobierno de Franco son, una vez más, evidentes.

No hay muchos libros autobiográficos ni biografías sobre los altos cargos

sindicales y políticos de 1937 a 1975. Por ejemplo, tenemos las recientes memorias de Fernández de la Mora (1995) y González-Bueno y Bocos (2006), así como las publicadas por la editorial Planeta sobre políticos que, a diferencia de los anteriores y tras 1975 –o bien antes-, modificaron radicalmente sus ideas y planteamientos. Pues bien, los libros autobiográficos son necesarios para que, más allá de las interpretaciones de los historiadores, los protagonistas de la historia puedan expresarse libremente y dirigir el entendimiento que quieren que se tenga sobre ellos.

El libro que presentamos tiene una naturaleza autobiográfica –esta es la

parte más importante para el historiador- que se completada con una biografía narrativa realizada por su hija.

La obra está muy bien estructurada. Es dinámica y nada aburrida. Su

mitad, hasta la página 274, es muy amena y coherente. En adelante gana en profundidad e interés cuando el protagonista expone su pensamiento.

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Tras el prólogo de Sánchez Calero, jurista de la real Academia a la que perteneció Sanz-Orrio, unos datos biográficos presentan al personaje (p. 19-27).

En la primera parte se detalla la vida del protagonista, su lado humano,

sus ideas generales, y, sobre todo, su actividad social y pensamiento sindical. Este sindicalismo y lucha por la justicia social vertebra y da originalidad e interés a este libro, conforme al subtítulo: “luchador por la justicia social”.

Fermín Sanz-Orrio y Sanz (1901-1998) procedía de una familia netamente

carlista, aunque él, siendo joven, se trasplantó a falangista, a diferencia de otros hermanos suyos –como Cesáreo que fue Diputado foral de Navarra- que se mantuvieron carlistas. Decía de sí mismo: “Soy viejo falangista inserto en carlista” (p. 237). Lo cierto es que no pocos de sus planteamientos y actuaciones ofrecen abundantes pruebas de la profunda huella tradicionalista. Considero que por eso chocó con su entorno y la política de su tiempo.

El protagonista narra sus primeros pasos en la ciudad de Pamplona (de

donde también era Rafael García Serrano, La gran esperanza, 1983) y el ambiente de la ciudad. Narra su activa militancia en Falange antes de la guerra de 1936, su ejercicio como abogado del Estado tras oposición durante la República hasta que fue expulsado del servicio público por motivos políticos, sus trabajos como conspirador, su etapa como soldado hasta ser destinado -poco después y durante la guerra- al servicio de información y propaganda y, luego, al servicio de administración. En fin, una narración amena y muy interesante más allá de la natural emoción del público pamplonés del viejo Reino.

En esta primera parte se recoge un largo texto autobiográfico de Sanz–

Orrio, titulado “Iruña” (el autor y su familia eran vasquistas), que abarca desde su niñez hasta la postguerra (p. 31-97). Hablamos aquí de las fuentes. Ahora bien, la autobiografía no queda ahí, pues ha sido un gran acierto que, mediante el recurso de la historia oral, Alfredo L. Sanz-Orrio grabase para transcribir cuatro largas charlas mantenidas con su abuelo, que abarcan diferentes narraciones y consideraciones sobre la dictadura de Primo de Rivera, la República, la guerra o Cruzada de 1936 y los trabajos sindicales de su abuelo desde 1938, hasta las primeras elecciones también sindicales de 1944 (p. 101-185). Las transcripciones no han sido retocadas y tienen la viveza y naturalidad de la conversación. En este sentido son una delicia. De nuevo reaparece la biografía escrita por la autora (p. 189-274), en la que narra la labor de su padre como Delegado Nacional de Sindicatos, sus etapas de embajador, ministro de Trabajo, y otros destinos posteriores, para al final insertar el pensamiento del protagonista mediante unos amplios textos inéditos suyos relativos a filosofía, política y mística –muy hispano todo ello-, al consenso, la representación, la soberanía, el silencio, y la relación entre ciencia y fe (p. 241-268).

Según la autora, durante los últimos años su padre escribió muchos textos

–aunque incompletos- para su propia satisfacción, aunque sin descartar que pudiesen ser utilizados por otras personas. Estos escritos se han transformado en preciosas fuentes documentales para el historiador, lo mismo que para cualquier pensador. En ellos, el protagonista muestra su faceta intelectual, que

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no obstante se podía entrever en sus cartas y textos dirigidos a sus subordinados mientras ejercía sus cargos sindicales.

Como activo sindicalista, Sanz–Orrio ocupó altos cargos durante la

guerra (Navarra, 1938) y después en Barcelona y Madrid, fue gobernador civil, delegado Nacional de Sindicatos (1942-1951) y embajador en la lejana y exótica Asia (Pakistán y Filipinas). Tras esto, formará parte del Consejo Nacional y fue procurador a Cortes. Se le confió la cartera del Ministerio de Trabajo (1957-1962), fue nombrado académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (1961) en cuyo seno colaboró activamente, y luego ocupará otros altos cargos hasta su bien ganado retiro profesional.

Se recogen sus actuaciones más importantes en Sindicatos relativas a las

Obras Sociales como delegado Nacional (p. 201-202, 479 y 489), a la promoción de diferentes leyes en aras de una mejor justicia social (p. 228-229), y a sus nueve obras sindicales a través de las cuales se realizaba una función de asistencia (p. 232, 414-416).

Se trata del impresionante currículum de un hombre comprometido y

trabajador, con una larga vida cuajada de obras. Una vida activa y quizás también poética, en consonancia con su pluma y dotes de escritor. Una vida que mantuvo hasta el final su fidelidad a la fe católica y a los principios sociales, laborales y políticos que había defendido y desarrollado. Abstracción hecha de su adscripción falangista, considero que tanto su concepción de la vida como sus presupuestos y valores tienen una neta raíz tradicional. Su faceta principal fue la laboral o sindicalista, apoyada en sus dotes de organizador, en su carácter de hombre de acción y en su oratoria. En la última etapa de su longeva vida, se expresó con fuerza su dimensión más íntima de pensador y escritor.

Nuestro personaje era una persona crítica. En su autobiografía, Sanz-

Orrio muestra que una cosa era el régimen establecido tras 1939, y otra lo que entonces y después pudo haber sido España, de haber triunfado posturas como las que él defendía en el ámbito sindical, asistencial y económico. Si este alto cargo sindical, y luego ministro del general Franco, fue muy querido por sus jefes, colegas y subordinados, también fue incomprendido y criticado por quienes mantenían un capitalismo de mercado pero de mentalidad clasista y disgregadora, o bien un recelo hacia la representación obrera, aspectos ambos que se oponían al Sindicato vertical. Es más, Sanz-Orrio también sufrió el recelo e incomprensión de no pocos altos cargos del Régimen de aquella época. Explicar qué eran los Sindicatos verticales, su aplicación tan sólo parcial por decisión de las altas esferas políticas, y la posterior tergiversación de los Sindicatos promovida por los mismos duendes, son la novedad e interés del libro, que puede sorprender al lector medio y a no pocos investigadores. Hasta aquí la primera parte del libro, prolongada en la segunda con todo lujo de detalles.

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Pasemos a la segunda parte, que es mucho más densa y enjundiosa. Se trata de un largo texto de Fermín Sanz-Orrio, que por sí solo constituiría un denso libro (p. 277-503). Se titula: “Breve historia del sindicalismo vertical”. Fue escrito en 1976, tres años después del asesinato del almirante Carrero Blanco (p. 478). Este texto se dirige a sus hijos, quizás como recurso literario o bien por no tener la revisión final de su autor. Según éste último, se trata de una exposición familiar e íntima, más bien descuidada (p. 482). Aunque no tiene pretensiones literarias, y hay algunas repeticiones y párrafos algo complejos, goza del sabor de la espontaneidad de quien narra y

Excmo. Sr. D. Fermín Sanz-Orrio y Sanz

(Pamplona, 1901-1998)

explica acontecimientos y situaciones lejanas en el tiempo pero como si fuesen cercanas, mas el sabor de algún rasgo poético que dulcifica el texto.

Quizás por eso, o bien por prudencia debido a la proximidad histórica de

los hechos, el libro carece de nombres propios de interés salvo el de algunas de las principales figuras del Régimen; rastrear sobre personas que no han pasado a la historia como individuos de primera fila es muy útil al historiador. Sobre toco cuando hoy día se peca de simplismo, estereotipos, y creer que una época tan compleja como la de entonces se sostiene en tres personajes destacados. En realidad, lo que más le interesa al autor es explicar sus propios pensamientos en cuanto concebidos y realizados, eso sí, con un claro intento de identificar los hechos y profundizar en ellos.

El autor diferencia dos etapas en la España sindical, la

nacionalsindicalista que él propugnó para hacer posible una sociedad cristiana y justa, y la tendencia corporativa, esta última imbuida de institucionalismo y servidumbre política, que absorbían las iniciativas sociales en el ámbito social y laboral. Lo concebido y lo realizado por nuestro protagonista sólo coincidieron parcialmente; como lograrlo de una vez era muy difícil, tuvo que ganar terreno poco a poco, porque las altas esferas empresariales y políticas se oponían a él, movidas por su mentalidad clasista y sus prejuicios históricos. Sanz-Orrio no fue un rígido doctrinario, y sus logros fueron paulatinos. Si aceptó la Ley Sindical fue para escorar y acercar a los sindicatos hacia la buena solución, mediante un período preparatorio y de fácil transición, aunque ya hemos dicho que si no se llevó a cabo fue porque, además de lo ya indicado, el poder político quería controlar Sindicatos (p. 435, 440-440).

Sanz-Orrio rechazaba el sindicato clasista por considerarlo contrario a la

empresa, la solidaridad natural y la paz social. Como quería evitar la Subversión Social, propugnó el Sindicato vertical aunque insiste que sólo pudo llevarlo a

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efecto muy parcialmente. Su concepción de los sindicatos, la fuerza que estos llegaron a tener, los prejuicios y recelos de las altas esferas del Régimen, el peso del clasismo introducido por el liberalismo y el socialismo -clasismo admitido por muchos del Régimen con quienes nuestro protagonista, insistimos, discrepaba rotundamente-, hizo que el jefe de Estado, el general Franco, se viese obligado a desplazarle del cargo de Delegado Nacional de Sindicatos, y le hiciese sufrir a modo de un “destierro” temporal como embajador de España en los ya citados y lejanos países Pakistán y Filipinas.

Como crítica al Régimen, y aunque siempre fuese muy respetuoso con

sus dirigentes y fiel al jefe de Estado, adelantemos la tesis del autor. Según él, los sindicatos del Movimiento no fueron nunca verticales más que en la letra y el papel (p. 474). Es más, las élites dirigentes rechazaron los principios de solidaridad y subsidiariedad por la presión exterior de otros países, por el propio debilitamiento doctrinal en España, y por la decadencia política que supuso imitar a aquellos (p. 343). El Estado, que dejó pasar la ocasión de convertir en realidad el nacional-sindicalismo, mantuvo –con sus muchos defectos- todas las viejas estructuras administrativas y políticas, y, además, lo hizo rebautizándolas con los nombres de importantes instituciones históricas, trayendo para estas el consiguiente desprestigio (p. 348).

Sin duda, nuestro protagonista fue más social que político, y rechazó ser

hombre de partido. Todas sus consideraciones laborales y sociales se basaban en el derecho natural, en la doctrina social de la Iglesia, y en lo que él entendía como la especificidad o idiosincrasia del pueblo español. Por ello en sus escritos insiste en que siempre tuvo en cuenta la realidad social y las necesidades de la sociedad, sin subordinarlas a ideología alguna.

La huella tradicionalista de Sanz-Orrio se refleja en muchos aspectos. Ya hemos apuntado que podemos hablar de una persona de disciplina y organización falangista, pero de mentalidad tradicionalista. Quizás esto fuese inusual, por lo que chocó tantas veces con la realidad. Enumerar dicha huella puede ser algo prolijo, pero es interesante enfrentarse a ella, pues a la incomprensión de muchas de las élites de entonces (no obstante el falangista Arrese, navarro como él, siempre le apoyó en el tema sindical) se añadía el que muchas veces sus subordinados, que siempre le fueron fieles, no le entendían. Incidimos en este punto porque puede estar en el trasfondo de la postura crítica de nuestro protagonista ante la deriva del Régimen, que es el aspecto nuclear del libro en relación con los temas sociales y laborales, e incluso políticos.

Sanz-Orrio se mostró tradicionalista al entender cómo había sido la

evolución del pensamiento en Europa desde el s. XVI y la crisis de occidente, y al afirmar que la Revolución permanente la dirige, en última instancia, el Maligno Lucifer (p. 263), que –añadimos- es inicialmente calificado en la Biblia como “lucero brillante, hijo de la aurora”. También se mostró así al vincular el pasado y el presente y al fundar el futuro en el pasado.

Este sentido tradicional se encuentra en su preocupación por la cuestión

social y la proximidad al pueblo llano. También en su afán por el nacimiento espontáneo de los sindicatos (no había que crearlos sino garantizar la

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condiciones para que ellos mismos apareciesen), y en su oposición a que el Estado absorbiese o interviniera en dichos sindicatos y en sus tres funciones principales (social, asistencial y económica). Se opuso a la Ley Sindical de 1942 porque ésta incluía a los sindicatos dentro de la organización política del Estado. Mantuvo la independencia de lo laboral respecto a la política. Entendía que el sindicato era un instrumento de política económica, y rechazó que se obligase a los cargos directivos o representativos sindicales a pertenecer a FET y de las JONS. Criticó el Estado corporativo (p. 301-306) y a los sindicatos mixtos, es decir, formados por obreros dirigidos por patronos –que, recordemos, también fueron criticados por los Sindicatos Libres fundados por los carlistas a comienzos del siglo XX-, y revalorizó los gremios, que hizo presentes en determinados ramos de la producción.

No termina aquí nuestra relación obtenida de sus escritos y actuaciones.

En efecto, Sanz–Orrio criticó la política del momento basada –según él- en la desconfianza, el control, las ingerencias, los grupos de presión, y siempre ideologizada. Rechazó la exaltación del Estado, y fue contrario a la idea de una unidad en clave formalista, burocrática estatal y politizada. Deseó una representación auténticamente orgánica en la política, y también la defendió en los sindicatos verticales (familia, municipio y empresa).

Más profunda fue su paulatina denuncia de los vicios de origen del

Régimen, al rechazar que la empresa (en realidad la patronal) y los sindicatos mantuviesen la división de clases en vez de optar por la complementariedad, la solidaridad y la armonía sociales. Entendía necesario el saneamiento social, la corrección de los sociedad demo-liberal, que los organismos naturales se valiesen por sí mismos, aplicar de los principios de solidaridad y subsidiariedad, rechazar las ideologías, y que el Estado asistencial no extralimitase su jurisdicción inmiscuyéndose con un espíritu estatista en actividades de la sociedad (industriales y comerciales, la seguridad social, los jurados de empresa, las mutualidades laborales, el urbanismo y construcción etc.). Ello implicaba evitar tanto el desmantelamiento de la sociedad como las consecuencias de las doctrinas recio-positivistas y del Estado demoliberal.

En este mismo sentido tradicional, el autor realiza importantes críticas

sobre cómo se configuró la política de la España del momento. Lo ocurrido fue la gran ocasión perdida, y reconoce que existió una reconquista revolucionaria ya en tiempos del general Franco como jefe de Estado (p. 500). Es más, falló el criterio de la dirección política desde los primeros días del Régimen (p. 498). Si la política del Gobierno se inspiró inicialmente donde no debía inspirarse al copiar a otros países (se refiere a Italia), se señala que tras 1945 dio un giro definitivo separándose no sólo de la moda italiana –que el autor critica- sino también del camino que -según el autor- debía seguir y nunca se siguió, esto es, el específicamente español.

En el ámbito político, el autor también critica que el Estado controlase los

sindicatos, que no existiese una verdadera representación de la familia y los municipios, y que se manipulasen las elecciones a Cortes al igual que ocurría en las democracias (p. 499). Así “se cargaron” la democracia orgánica, hasta el punto de que un importantísimo ministro tecnócrata dijo públicamente que no sabía qué era eso de “democracia orgánica” (p. 493). Como no se hizo una gran

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Política, en 1978 se dio un gran salto atrás y además –según el autor- sin participación popular (p. 447). Con todo ello, este libro facilita la comprensión de lo ocurrido después de fallecer el general Franco.

Añadamos por nuestra parte que, el autor y protagonista principal del libro

que comentamos, conoce bien el último ciclo la historia hasta nuestros días: desde el renacimiento del siglo XVI con la pérdida de la noción de comunidad, seguido de la revolución francesa, el liberalismo y el marxismo con las coincidencias capital-marxistas, hasta el vacío y desorientación que en España supuso la llamada transición democrática y lo ocurrido posteriormente en Occidente, es decir, los últimos estertores del liberalismo. Este Estado moderno es, para el autor, “el gran corruptor de la vida pública actual” (p. 417), el “anquilosador de las energías individuales y colectivas más sanas” (p. 417). Por todo esto, en la concepción de la realidad considero que Sanz-Orrio tiene muchas concomitancias con lo que autores antiguos y modernos de la amplia escuela tradicionalista española afirman sobre la religión, el hombre, la comunidad y el Estado. Los últimos trabajos de Miguel Ayuso, entre otros autores, son una prueba de ello.

Mi pregunta es por qué, pensando como pensaba y realizando lo que hizo,

Fermín Sanz-Orrio se hizo y permaneció falangista. ¿Podía ser porque, según no pocos carlistas (v. gr. Jaime del Burgo Torres), los dirigentes de la Comunión Tradicionalista de Navarra carecían de la actividad y el capacidad de riesgo que exigía el momento histórico, por haberse acostumbrado a los resultados electorales –por otra parte con gran éxito- entre 1890 y 1923? De hecho, aunque otros carlistas consideraban que sí, lo que se propusieron fue renovar la fuerza política y de choque de la Comunión. Y lo hicieron con éxito.

Nuestro protagonista era muy católico, muy navarro y partidario de los

fueros del viejo Reino, vasquista en el aspecto cultural, y muy social. De esto último se derivó su vocación sindical. También su padre, que fue diputado foral de Navarra, tenía inquietudes sociales. Lógicamente, la deriva falangista de juventud de Don Fermín le distanció en diferentes aspectos con su tradición familiar. En el libro esto queda matizado por la fuerte crítica realizada al Régimen franquista, aunque él, hombre con un fuerte sentido de la lealtad, permaneció siempre leal a los jefes fruto de su primera opción, que le marcó toda la vida. Así, el protagonista estuvo influido por la tradición familiar hecha propia, y por su opción de juventud para la acción.

Para el lector, el libro quizás adolezca de alguna laguna, como es la

explicación de la opción falangista del protagonista, y si durante su larga vida, éste mantuvo relaciones con otras personas y sectores críticos -desde fuera del Régimen- como el tradicionalista o carlista.

Considero muy seria y significativa la siguiente afirmación del autor que

también efectuarán los carlistas:

“Fueron unos años de pureza en los procedimientos y honestidad en el obrar que se conjugaba perfectamente con un ambiente que, sin embargo, pronto comenzó a deteriorarse, repercutiendo a su vez con al tónica en el manejo de los intereses públicos. Éste fue uno de los factores más influyentes en la decadencia del régimen instaurado después del 18 de julio del 36. Régimen que, en definitiva, nunca fue demasiado fiel

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observante de los principios ni demasiado atento a las ilusiones, a los propósitos y objetivos perseguidos por los hombres que, en la precitada fecha, todo lo dieron con la esperanza de una España mejor (…)” (pág. 94-95). Deseo que esta recensión anime al lector a fijarse en nuestro protagonista,

a leer su autobiografía, análisis y pensamientos, a meditar esta biografía, a no dejar en el olvido las actuaciones, críticas e inconformismos del protagonista, y a reconocer no sólo la plenitud de su persona, sino singularmente la huella tradicional patente detrás de posicionamientos personales surgidos en la complejidad de cada vida y circunstancias.

Una vez más se demuestra que, el Régimen surgido de hecho en la España

de 1936, no fue en realidad -no ya en diversos deseos y leyes- fiel a la tradición española, como ya analizó Rafael Gambra en Tradición o mimetismo (1976) así como otros autores. El Decreto de Unificación de 1937 fue un elemento entre muchos. El caso de Fermín Sanz-Orrio muestra que, en lo que éste último tenía de mentalidad tradicionalista, chocaba con aquel Régimen y muchos de sus valedores que tenían una tendencia liberal-conservadora.

La personalidad y pensamiento de Sanz-Orrio indica que se equivoca cierta

escuela historiográfica, que en esto se presenta como “revisionista” aunque sin llamarse así. Tal escuela –tomada en su sentido amplio- no siempre se subordina a los datos empíricos de los que alardea, expresa una tendencia conservadora en sus interpretaciones y suposiciones que eleva a categoría de tesis (siguiendo a Federico Suárez diremos que sólo se interpreta lo que se desconoce), y algunos la han calificado de democristiana. En realidad, tal escuela pretende alejarse todo lo posible –quizás por su origen filosófico- de lo que ella denomina tradicionalismo. Influida por su propio ambiente cultural, por el pragmatismo ante el “qué dirán” y por su propia época, atribuye al tradicionalismo una falsa imagen, que en buena medida es la esgrimida por sus enemigos los liberales de ayer y por los que a ello añaden el pragmátismo de hoy.

Así, tal escuela se equivoca cuando insiste en que el Régimen del general

Franco desapareció por basarse en la tradición española, y el consiguiente agotamiento de ésta. Tengamos presente que otros historiadores y pensadores nada simplistas y quizás más agudos, afirman algo muy diferente, pues para ellos el llamado régimen de Franco no estaba verdaderamente –sí en algunas apariencias- fundado en la tradición española. Dicho régimen estaría en la órbita cultural del conservadurismo católico-liberal o simplemente liberal, muy distinta, y aún opuesta hasta la beligerancia, al tradicionalismo o carlismo que tiene en sí mismo el signo de la renovación. Seguramente esto explica lo ocurrido tras 1975.

Por otra parte, aportando algún juicio de valor de carácter interpretativo y

sobrevolando los hechos con un anclaje en la realidad, puede afirmarse que, en un país como España, alejarse de su tradición (tradere) así como del ser católico que fundamenta a los españoles en lo privado y a su sociedad como realidad pública y política –esto es lo que discuten los anteriores-, conlleva siempre ensayos aparentemente “salvadores” que tarde o temprano llevan a un rotundo

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fracaso, originando así una peligrosa e inacabada tendencia pendular sin solución.

Una vez más agradezcamos a la autora su dedicación, a la editorial su

esfuerzo, y al protagonista biografiado todas sus interesantes aportaciones teórico-prácticas, así como su gran memoria y sus abundantes y profundos escritos. Con este libro gana el entendimiento de una época fecunda en realizaciones sociales y económicas, y controvertida desde diferentes puntos de vista. La edición del libro es pulcra, su precio de venta muy asequible al público lector, y sus contenidos ora entretenidos ora de pensamiento profundo. Los géneros biográfico, autobiográfico, de Memorias, y de pensamiento social y político, están bien servidos.

José Fermín Garralda Arizcun

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