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.. NOTAS Y TEXTOS SANTA TERESA DE JESÚS Y LA INQUISICION ESPAÑOLA ESTUDIO lNTRODUCTIVO 1. SITUACION DEL TEMA l. El tema Santa Teresa de Jestls y la Inquisición española puede sor- prender a no pocos lectores y parecerles extraño y atrevido. Y esto, por varias razones. En primer lugar, es un tema que no goza de relieve en las biografías teresianas, ni aun en las de última hora. No ha despertado grande inte- rés, ni preocupación en los historiadores. En parte, creemos, que por des- conocimiento; en parte, también, porque juzgamos que está aún por hacer una historia del fenómeno teresiano, en su amplitud y complejidad, en- marcada en la historia multiforme y polifacética del siglo XVI español. Las últimas tentativas llevadas a cabo por el P. Efrén de la Madre de Dios se orientan por este camino; pero no han cuajado aún en una obra definitiva. No se ha escrito hasta la fecha una biografía a fondo de la reformadora del Carme10, en la que se conjuguen los datos puramente históricos, con sus vivencias, y se usufructúen los testimonios de los tes- tigos de vista, incorporando elementos del medio ambiental, y aun de la geografía española que ella recorrió. Cualquier hecho en la vida de las grandes figuras da materia para largas investigaciones. Los sucesos importantes en la vida de las grandes figuras, como es Teresa de Jesús, encierran una fuerte virtualidad histórica. Entre esos su- cesos situamos nosotros el fenómeno inquisitorial. Esta consideración nos ha movido a replantear este problema y a investigarlo desde sus orígenes. Al término de nuestro trabajo creemos estar en condiciones de tejer un hilo histórico de signo inquisitorial, que recorre los años más cuajados de la vida de la monja carmelita. Incluso se proyecta más allá de su muerte. Es como una sombra que se cierne sobre las fechas decisivas de su historia, dando mayor relieve y lustre al resplandor de su santidad.

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NOTAS Y TEXTOS

SANTA TERESA DE JESÚS Y LA INQUISICION ESPAÑOLA

ESTUDIO lNTRODUCTIVO

1. SITUACION DEL TEMA

l. El tema Santa Teresa de Jestls y la Inquisición española puede sor­prender a no pocos lectores y parecerles extraño y atrevido. Y esto, por varias razones.

En primer lugar, es un tema que no goza de relieve en las biografías teresianas, ni aun en las de última hora. No ha despertado grande inte­rés, ni preocupación en los historiadores. En parte, creemos, que por des­conocimiento; en parte, también, porque juzgamos que está aún por hacer una historia del fenómeno teresiano, en su amplitud y complejidad, en­marcada en la historia multiforme y polifacética del siglo XVI español. Las últimas tentativas llevadas a cabo por el P. Efrén de la Madre de Dios se orientan por este camino; pero no han cuajado aún en una obra definitiva. No se ha escrito hasta la fecha una biografía a fondo de la reformadora del Carme10, en la que se conjuguen los datos puramente históricos, con sus vivencias, y se usufructúen los testimonios de los tes­tigos de vista, incorporando elementos del medio ambiental, y aun de la geografía española que ella recorrió. Cualquier hecho en la vida de las grandes figuras da materia para largas investigaciones.

Los sucesos importantes en la vida de las grandes figuras, como es Teresa de Jesús, encierran una fuerte virtualidad histórica. Entre esos su­cesos situamos nosotros el fenómeno inquisitorial. Esta consideración nos ha movido a replantear este problema y a investigarlo desde sus orígenes.

Al término de nuestro trabajo creemos estar en condiciones de tejer un hilo histórico de signo inquisitorial, que recorre los años más cuajados de la vida de la monja carmelita. Incluso se proyecta más allá de su muerte. Es como una sombra que se cierne sobre las fechas decisivas de su historia, dando mayor relieve y lustre al resplandor de su santidad.

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En realidad, en la biografía teresiana se acumulan muchas referencias a la Inquisición. La sombra y el temor respetuoso al santo tribunal, y ante una posible--y en ocasiones inminente--intervención contra ella la acom­pañó durante su vida. Ella mantuvo una actitud constante, que se trasluce en múltiples insinuaciones, frases de doble sentido, actit\1des de reserva, a vistas de un probable encausamiento. Los sucesos de Sevilla, los más aireados y de mayor volumen en esta historia sombría no pueden consi­derarse como un hecho aislado de un conjunto de mayores proporciones. No es un caso de excepción. Adulteraríamos el sentido de aquellos suce­sos si los interpretásemos desconectados de unos antecedentes inmediatos y de sus legítimas consecuencias.

Nuestra actitud al abordar el estudio del problema Santa Teresa de Jesús y la Inquisición española podría causar extrañeza por otro motivo. En el fondo de la pantalla, a la que se dirigen nuestras miradas, se recorta la figura de la Madre Teresa, exponente autorizado e indiscutible de la espiritualidad clásica española, aureolada por el distintivo de una santi­dad heroica, que actúa a través de toda su vida, dándola forma. Ella ha sido reconocida por la Iglesia como maestra universal de las ciencias del espíritu. Ella fue artífice de ese edificio del castillo interior, que encierra los más sublimes secretos de la vida espiritual y de la comunicación con Dios. ¿No caeremos en el peligro de empequeñecer esta figura, estudiando ese lado humano de su biografía, rasgado con la flecha de la envidia hu­mana? Creemos que no. Antes, por el contrario; este fragmento de su biografía dará mayor autenticidad a nuestros conocimientos.

2. Por lo demás, la presencia del fenómeno inquisitorial en la biogra­fía teresiana y en la historia de sus escritos, no puede causar extrañeza a un lector avisado. La vida de la Madre Teresa discurrió en una época que no había logrado aún plena consistencia y seguridad en el terreno de la renovación espiritual. Por eso destacan tanto los artífices de esta renovación, que tardó en encontrar firmeza y solidez en el subsuelo es­pañol y una aclimatación depurada.

El medio siglo que vivió la Madre Teresa estuvo tremendamente agi­tado por fuertes corrientes de un espiritualismo extremista, y en muchas ocasiones heterodoxo; cuajado de mil casos lamentables, ensombrecido por las perturbaciones ocasionadas por hombres fanáticos, licenciosos y em­busteros-clérigos y monjes, muchas veces-que abortaron los frutos de sus bajos instintos. Llerena, Ubeda, Baeza, Jaén, Sevilla, Toledo, Salaman­ca, Valladolid, Madrid ... , tejen una larga historia de sucesos desconcer­tantes, que estimularon y provocaron una constante vigilancia en los de­fensores de la ortodoxia y de la pureza de las costumbres.

La figura de la Madre Teresa, como otros santos y religiosos de pri­mera talla de su misma época, sufrió los efectos de esa réplica severa con que la autoridad respondió a los excesos y engaños de tantos farsantes. Los paladines de la ortodoxia, en ocasiones excesivamente celosos de la pureza de la fe, sobrepasaron los límites de la prudencia y de la rectitud. El cieno oscuro de la sospecha salpicó el blanco manto de la Santa Re-

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formadora. La envidia buscó en ella su cebo, como en Ignacio de Loyola y en el Maestro Avila, soportando como ellos el sambenito de infundadas acusaciones. El factor inquisitorial era un signo del tiempo.

Los fenómenos de la vida espiritual constituían un coto de preferencia para la Inquisición. Pero no siempre los Inquisidores estaban suficiente­mente preparados para juzgar los problemas del espíritu. Allí. donde ad­vertían una manifestación, con carácter extraordinario, pensaban que se ocultaba la herejía, o que el demonio se simulaba bajo capa de bien. Con esto, reducían alminimum la obra de Dios en las almas, queriendo ence­rrar en cauces angostos la efusión del espíritu, que lo llena todo. Por eso fueron procesadas figuras eminentes en virtud y en santidad.

Esta actitud de los inquisidores del siglo XVI solamente puede justifi­carse a través de su signo histórico y ambiental. La sociedad religiosa de entonces, en todas las esferas y latitudes, presentaba los pródromos de una virulenta fiebre de exaltación mística y espiritualista, que justamente po­día infundir sospechas y reservas.

La vida de la Madre Teresa, vista en su conjunto, fue un caso excep­cional. Nació con el signo de lo extraordinario, que dejó impreso su sello en sus cualidades humanas y en sus vivencias espirituales. Su actuación no podía encerrarse en moldes comunes. Las constelaciones de su espíritu, reforzadas por una firmeza de carácter poco común, la empl.ljaban hacia una meta nunca alcanzada. Los fenómenos extraordinarios afloraron muy pronto en su vida espiritual. Ella inició un nuevo camino en el campo de la espiritualidad vivida, matizado de múltiples aspectos originales. A veces su juicio chocó con el de hombres doctos y eminentes letrados; su expe­riencia parecía estar en litigio con los postulados de la ciencia especulativa y aun de la teología y de la Escritura. ¿Qué extraño es que la Inquisición manifestase sus reservas y tuviese desconfianza ante sus fenómenos?

3. Nuestra intención en este caso se centra en el estudio de las ges­tiones llevadas a cabo por la Inquisición española en torno a la figura de la Madre Teresa. Prescindimos de la relación que ella tuvo con algunos Inquisidores, y de los más prestigiosos, que experimentaron el influjo be­néfico de su santidad y pureza de vida, para reducir nuestro trabajo a las cuestiones que tienen carácter de juicio inquisitorial.

Es preciso tomar aquí la acción inquisitorial en toda su amplitud: tanto de tiempo, como de manifestaciones: sospechas, pesquisas, indagaciones, procesos formalmente dichos, declaraciones de testigos, etc. Esta acción inquisitorial reviste diversas características, que es preciso estudiar por separado. Existe una acción inquisitorial contra la persona de la Madre Teresa, y otra-de signo muy diferente-contra su doctrina y sus escritos. La primera tiene lugar en vida de la Santa carmelita. La segunda, después de su muerte.

La Inquisición intervino repetidas veces contra la Reformadora, prin­cipalmente en el último período de su vida, cuando había llegado a una plena madurez espiritual y gozaba de una indiscutida seguridad interior. Era una Reformadora religiosa de máximo prestigio, venerada por todas

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sus hijas y por muchas personas ajenas a su Orden. Precisamente por eso sintió en sus carnes los estragos que ocasionó la envidia de los hombres; arrojada en tapujos y pretextos de celo religioso. Con reiterada insistencia llegaron a la Inquisición acusaciones, o voces de sospecha contra ella. El tribunal temió-con suficiente probabilidad-que toda su Orden quedase inficcionada de mal espíritu. No quería responsabilidades en el asunto; por eso intentó atajar ese utópico peligro, solicitando informaciones con­cretas de diversos tribunales sobre la conducta de la monja encausada.

Aparte de esto, registramos en la Inquisición otras preocupaciones en torno a la Madre Teresa. En su Reforma ella cumplía una misión de Madre y Maestra, guía indiscutida en el camino y práctica de la oración mental. El ejemplo de su propia vida y de su conducta marcaba el camino a ~e­guir. Su magisterio tuvo otro exponente. Escribió para sus hijas unos libros, ofreciéndolas en sus páginas un código claro, preciso, uniforme de doctrina espiritual. Esto podía representar también un peligro para la naciente Reforma, ya que sus escritos eran un reflejo de su vida y de sus experien­cias. Sus émulos, conscientes de esto, delataron al Santo Oficio también este fingido inconveniente.

La Inquisición retuvo, antes de que saliera a luz-aceptando el con­sejo del P. Báñez-el libro de la Vida de la Madre Teresa, sometido a riguroso examen. Este hecho influyó poderosamente en su ánimo y en su actitud general frente al Santo Oficio. Eran años decisivos para su vida y para su maduración espiritual (1574-1580). De otras intrigas contra su persona-si exceptuamos las que tienen lugar en Sevilla-, tal vez no tuviese noticia concreta. Por eso, la actitud que ella observa por estas fe­chas frente a la Inquisición creemos que tiene como fondo este ambiente en torno a su manuscrito. Estos sucesos son los que van entretejiendo el cañamazo de su historia, muñido por la oposición y las reservas contra su persona y sus doctrinas.

Nos sorprende la ligereza con que algunos de sus émulos hablaron contra la Reformadora, y el rigor con que otros censuraron sus admirables escritos. Algunos la calificaron como una monja vulgar, religiosa andariega e imperfecta, enemiga de la clausura, visionaria, encubridora de solapadas herejías. Se atrevieron a inscribir su nombre en los anales de la Inquisición, al lado de otros encausados, que no se habían levantado del polvo de sus imperfecciones.

En el fondo, creemos que late aquí un problema de falsa perspectiva y de envidia humana. Unos levantaron su voz contra la Madre Teresa, sorprendidos por el alto misterio de su vida espiritual, incapacitados para comprenderlo. Excesivamente prevenidos contra conjuras heréticas y dia­bólicas, desenfocaron la realidad espiritual de su vida. Otros, experimen­taron frente a ella su inferioridad resentida, que buscó un desquite en la lucha y en la persecución más o menos solapada. La envidia tiene que arroparse en algún pretexto. Aquí buscó el ropaje del celo de la ortodoxia y la capa de la piedad.

A pesar de todas las intrigas, la Madre Teresa cerró definitivamente sus ojos a la luz de este mundo (1582), en el sosiego ilimitado de su es-

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pÍritu, porque mOría hija de la Iglesia, sin excomuniones ni entredichos, en el regazo caliente de la caridad de Cristo. El signo de su muerte podía ser un. testimonio a favor de la autenticidad de su vida y de su conducta espiritual. Pero ¿qué sucedería a partir de aquel momento, línea divisoria de su proyección en la historia de España?

Sus émulos vivieron desde esa fecha un período de expectación. Co­menzaban a dibujarse en torno a su sepulcro fenómenos portentosos, con visos de milagro. La Inquisición abrió sus arcas, y dio curso libre al libro de su Vida, recluido y custodiado durante más de dos lustros. En 1588 se publicaban sus libros. Un año más tarde aparecía de nuevo inscrito el nombre de la Madre Reformadora en los anales del Santo Tribunal. Sus obras serían sometidas a un largo proceso. El año 1589 marca una fecha definitiva, fatídica para los enemigos de su causa y gloriosa para la Santa carmelita, absuelta al fin de las censuras de los hombres.

4. El estudio del fenómeno inquisitorial en la vida de la Madre Te­resa podría discurrir por una doble vertiente: la histórica o la doctrinal.

Podrían ser sometidos a examen los temas delatados por los acusadores, analizando su sentido y significado, su alcance, sus raíces, sus antecedentes en la doctrina o en las prácticas de otros herejes y alumbrados.

Tal fenómeno podría suministrarnos tema abundante para realizar r..n estudio, similar al que L. Garzend hizo sobre el caso de Galileo (1).

Garzend define doctrinalmente el concepto dé herejía teológica, que se opone a los dogmas de la Iglesia y la distingue de la herejía inquisito­rial, de más amplio sentido que aquélla y de carácter más bien discipli­nar. Tal sería una doctrina, que aunque no fuera herética ni errónea, no sería oportuno ni conveniente que fuera enseñada en la Iglesia, bien por sus fundamentos y principios, bien por la repercusión que podría tener en otros problemas doctrinales.

En este sentido, podríamos orientar el problema inquisitorial teresiano por esta línea, estudiando los temas concretos delatados por los inquisi­dores y juzgando de su carácter, de su veracidad, de su oportunidad, etc. Simplemente, podríamos plantearnos el problema de si su conducta y su doctrina, aunque no cayeran en el terreno de la herejía doctrinal, caían en el campo de la herejía inquisitorial, con lo que estaríamos en vías de juzgar y valorar rectamente la actitud de los acusadores de la Inquisi­ción en este caso.

A nuestro modo de ver, el problema debe orientarse en sentido prefe­rentemente hist6rico. El punto de partida de este fenómeno lo constitu­yen las acusaciones de los delatores contra la doctrina y la conducta de la Madre Teresa, censuradas como una herejía formal, teológica, más que como simple herejía inquisitorial. No habría aquí lugar propiamente dicho para este segundo supuesto, al menos si queremos ser fieles a las inten-

(1) L. GARZEND, L'Inquisition et l'hérésie. Distinction de l'hérésie théologique et de l'hérésie inquisitoriale. A propos de l'affaire GaZiZée. Paris, Desclée de Brouwer, 1912.

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ciones de la oposición. Los acusadores fueron reacios e intransigentes con las fórmulas teresianas.

Podría orientarse con todo un estudio de este tipo por la vía de la in­vestigación histórico-doctrinal, en un intento de descubrir las raíces y las causas que determinaron-próxima y remotamente-esa equivocación ra­dical de los acusadores. Pero es éste un terreno accidentado, erizado de incógnitas, que nos apartaría notablemente de nuestro principal intei1to, avocándonos inevitablemente en no pocas ocasiones al terreno de la hi­pótesis. Ante todo, creemos que es preferible y más urgente realizar una labor de tipo histórico. No está trazada aún la. trayectoria cronológica de los hechos, cuyo conocimiento es base para ulteriores estudios e investi­gaciones.

Para la recta y exacta comprensión de un fenómeno histórico es fun­damental estudiarlo a través de su propio ambiente y a través de su prisma particular. Es preciso realizar una labor de coordinación de lo particular con lo universal, del dato histórico, descarnado y frío, con el alma que lo da vida. Hay que encuadrar el hecho en el marco en que se desarrolló.

Estas normas, que son generales y fundamentales para toda labor de investigación histórica, tienen aplicación precisa a los sucesos inquisito­riales que nosotros tenemos a la vista. Quisiéramos que nuestra relación -a la hora de describir y tejer la historia de estos sucesos-fuese presidida por aquel principio que A. Villarta puso como norte y guía de su estudio sobre la Santa de A vila, y que formuló así: «Para la presentación de un personaje es necesario situar el cuadro en que se desarrolló su vida. El cuadro y el tiempo. Sin geografía y sin cronología no hay posible com-prensión» (2). '

El suceso inquisitorial, considerado en sí mismo desempeña en nuestra historia el papel de personaje. Para acertar en su interpretación y llegar a su comprensión vertical y horizontal es preciso situarlo en su propio marco, delimitado por unos contornos geográficos y por unos límites cro­nológicos. Esto, sobre todo. En realidad, parece ocioso indicarlo; pero echamos en falta la aplicación de estas normas en otros historiadores, que han prestado poca atención a la riqueza de datos que aporta la geografía, y que a veces han invertido el orden de los sucesos, ofreciéndonos una caricatura, más o menos definida, antes que una descripción o retrato fiel y objetivo.

5. El problema inquisitorial teresiano ha comenzado a despertar le­gítimo interés. Toda intervención positiva de la Inquisición contra un per­sonaje de tan altos valores espirituales y humanos, como la Madre Teresa, que escaló, además, la cima de la santidad, o contra unos libros conside­rados como la exposición más certera y pura de una teología espiritual, es desconcertante a primera vista y suscita legítimamente inquietud y ex­trañeza. Esta despierta a su vez el deseo de conocer a plena luz la reali-

(2) A. VILLARTA, Santa Teresa de Jesús, su vida, sus mejores páginas, su época. Madrid, 1961, p. 12.

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dad de los hechos. Tal es el caso en torno a la figura de la Madre Teresa, a través de sus procesos inquisitoriales.

El interés de un estudio a fondo sobre este problema puede garanti­zarse por diversas vías. En primer lugar, pensamos que contribuirá a co­nocer con mayor autenticidad la figura excelsa y deslumbrante de la monja carmelita. Su grandeza obliga al rendimiento y a la sumisión, cuando la miramos de cerca. Pero a veces sus destellos nos han ofuscado, en una mirada demasiado unilateral. Su lado divino ha cautivado poderosamente nuestra atención, dejando en las sombras el lado humano de su persona­lidad y de su biografía.

Por otra parte, el esclarecimiento de este problema inquisitorial ha de contribuir a descifrar un dato, qué hasta la fecha parece una incógnita en su biografía. Este fenómeno, por su naturaleza, es, además, un dato importante en la bistoria de la espiritualidad del siglo XVI, que encierra aún no pocos enigmas y secretos para el investigador. En efecto, dada la representación de la Madre Teresa, su influjo en la espiritualidad es­pañola, su importancia histórica, es evidente que una cuestión como la que al presente proponemos goza de máxima importancia para la historia de nuestra espiritualidad, por centrarse en una de sus figuras más repre­sentativas.

Con todo, es preciso reconocerlo, este problema no ha encontrado aún su puesto en la biografía teresiana. Los historiadores han pecado aquí de rutinarismo, demasiado aferrados a la noticia, no siempre depurada, de los antiguos cronistas, y faltos de una visión más dilatada. Nos sorprende que sus imprecisas generalidades no les infundiesen desconfianza y les lanzasen por el camino de la investigación, a la búsqueda de otros datos y de noticias más precisas.

Por otra parte, los intérpretes del espíritu y de las situaciones psicoló­gicas de la Madre Teresa han caido en otras inexactitudes, a la hora de enjuiciar éstos sucesos. Con ello han deformado las más de las veces he­chos y situaciones interiores, cuya importancia está reclamando más de­tenido examen. Los fallos en el terreno histórico han ocasionado en con­secuencia esos otros desvíos en el terreno de la interpretación. Füllop­Miller, por ejemplo, es víctima de este defecto. Por eso ha adulterado en sus páginas el sentido de los estados psicológicos vividos por la Madre Teresa bajo la presión del miedo a la Inquisición, o frente a sus jueces (3).

El resultado final de un estudio sobre este problema creemos que ha de desembocar en una autenticación y exaltación legítima de la figura sobrenatural y humana de la Reformadora. Al fin, ella triunfó-bajo el signo de lo divino-de sus enemigos en vida y contra sus acusadores des­pués de muerta. Se impuso la fuerza de su doctrina y su pureza inconta­minada a las tortuQsas intenciones de quienes, faltos de visión, se escan­dalizaron de sus fórmulas y expresiones, y pretendieron cortar el vuelo y la difusión de su espíritu, delatando fingidos errores, herejías y otros in­convenientes en las páginas de sus libros.

(3) R. FüLLoP-MILLER, Teresa de Avila, la Santa del éxtasis. Madrid, 1948, 79-81; 120-124.

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n. EL AMBIENTE

La biografía teresiana presenta algunos altibajos considerables, y pun­tos opacos, que no es fácil iluminar desde el punto de vista histórico. En no pocas ocasiones la Madre Teresa fue víctima de un medio ambiental, cuyas causas no están aún bien definidas. El fenómeno inquisitorial es una prueba irrefragable (4).

Para conocer el valor y la amplitud de este fenómeno, es preciso tener a la vista el marco ambiental en el que se desarrollan los hechos. Estos han discurrido arropados por unas circunstancias e impulsados por las le­yes comunes. Y esa fue la equivocación; porque la Reformadora carmelita fue una figura excepcional, cuya proyección al exterior no podía medirse con cánones comunes y rastreros. El pecado de sus acusadores nació de su falta de visión. No supieron remontarse sobre la meta que estaba al al­cance de todos. Su ofuscación, ¿no sería fruto de otras intenciones?

1. El año 1567 puede ser considerado como el punto de partida de toda nuestra relación. En él hacen su aparición pública los reparos y las reservas contra el espíritu de la madre Reformadora. Se desatan contra ella la ira y la indignación de algunos ultraespirituales, celosos de la pu­reza de la vida interior, en quienes el amor excesivo a la ley venció a la prudencia y a la discreción del espíritu.

¿Qué sucedía por estas fechas en la morada interior de Teresa de Jesús? ¿Qué vientos empujaban la nave de su espíritu? Asomémonos por unos instantes a las profundidades de su alma, alterada por el viento de muchas inquietudes.

Ella desconfiaba de sí misma. A pesar de su claridad de vision-que en el fondo y en las constelaciones de su psicología se traduce en una visión panorámica de los sucesós-y a pesar también de su humildad y de su obediencia rendida, no tenía una seguridad plena en su camino. Parecía faltarle consistencia en el proceso de su vida interior. Iba llevada por unas causas cuyo dinamismo no conocía con perfección y cuya fuerza parecía sobrepasar los límites de su comprensión. Y no quería arriesgar nada. Hu­biera sido peligroso. Se decidió desde muy pronto a conseguir la seguridad y a definir con autenticidad su postura espiritual.

(4) Las citas y referencias a laS obras de Santa Teresa las hacemos, según los casos, por las ediciones de: SILVERIO DE SANTA TERESA, OeD. Obras de Santa Teresa de Jesús. I-U. Burgos. 1915 (BMC 1-2).

EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS. OeD. Santa Teresa de Jesús. Obras completas. I-UI. Madrid. BAC, 1951. 1954. 1959. El !II v. en col. con O. Steggink.

Los Procesos los citamos por SILVERIO DE SANTA TERESA. OeD. Procesos de beati­ficación y canonización de Santa Teresa. I-U. Burgos. 1935 (EMC 18-19).

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Las primeras grandes preocupaciones, motivadas por la incertidumbre y la inseguridad-ante el temor de una posible equivocación radical-se re­montan a 1555-1556. Contaba entonces cuarenta años de edad, y comen­zaba ya a palpar sensiblemente los frutos de su maduración. Estaba lle­gando a una cima. La madurez biológica marcaba un límite. Al lado de acá comenzaría a reinar el autodominio y el equilibrio. Era el momento de emprender con serenidad grandes realizaciones. En el orden espiritual -sincronizado con el movimiento de su desarrollo humano--la monja car­melita entraba en una nueva fase de su vida de oración, desconocida hasta entonces, y en la que no podía hacerse luz. No era falta de instrucCión ni de conocimientos. Era el resultado de su inexperiencia.

Comenzaba a experimentar entonces fenómenos extraordinarios y S01'­

prendentes, que la desconcertaban. Sobre todo, la preocupaba el no poder pensar nada cuando estaba en aquella elevada oración de quietud y. con­templación de Dios. El absorbía sus potencias, dejándolas como dormidas.

Los efectos que en sí misma experimentaba eran buenos a su entender. Pero temía ser engañada del demonio. Ella tendría, sin duda, noticia de algunas persona~ a quienes el maligno había seducido, bajo apariencias de vida de oración. En aquella época existía una excesiva credulidad en el poder insinuante del demonio. Era como una· obsesión, que dominaba a los maestros de espíritu y a todos cuantos se dedicaban intensamente a la práctica de la oración mental. Muchos casos que hoy se diagnostica­rían cOmO patológicos, se atribuían entonces a influjo del mal espíritu (5).

Este temor la inquietaba fuertemente. Decidió consultar a personas de sU confianza, y que parecían entendidas en materias de oración. Expuso el motivo de sus preocupaciones al caballero Santo, Francisco de Salcedo, yallicenciado Caspar Daza. Su sinceridad la forzaba a explicarse con toda claridad, y sus vivos deseos e incontenidas ansias de pacificación interior la esforzaron para afrontar los obstáculos que impedían sus resoluciones. N o entendiendo ella misma su manera de oración, hizo cuenta de concien­cia trazando unas rayas y señales en un ejemplar impreso de la Subida del Monte Sión de Bernardino de Laredo, en cuyas páginas veía reflejado el estado interior de su alma, verificados algunos de los fenómenos que ella experimentaba, y las mismas señales, con que aparecían matizadas sus experiencias. Con cuidado y delicadeza notó los pasajes. Y hecha «re­lación de su vida y pecados» entregó el ejemplar a Salcedo y a Daza, para que lo mirasen, lo estudiasen y resolviesen lo que procedía hacer. Era tanto el aprieto y la inquietud interior, que estaba decidida incluso a aban­donar la práctica ·de la oración mental, si ellos se lo aconsejaban. «Todo lo veía trabajoso--diceelIa misma-como el que está metido en un río, que a cualquiera parte que vaya de él teme más peligro y él se está casi ahogando» (6).

(5) Por los afíos que corre nuestra historia esta excesiva credulidad se acusa en calificadores de la Inquisición, que gozaron de máximo reconoCimiento. Entre ellos, en Alonso de la Fuente, que desplegó su actividad principalmente en Extre­madura y Andalucía, con éxito unas veces, otras con menos acierto. Véase sobre ello lo que afirma L. SALA BALUST, En torno al grupo de alumbrados de Llerena, en Co­rrientes de leí espiritualidad española. Barcelona, Juan Flors, 1963, 517-523.

(6) V 23, 12.

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El caballero Santo ya había dictaminado anteriormente por su éuenta sobre el origen de las mercedes que la monja carmelita decía experimentar, respondiendo a sus consultas: «le parecia mal espíritu en algunas cosas, aunque no se determinaba» (7). Ahora, los dos amigos examinaron más de propósito el asunto, mirando «con gran caridad», como anota la misma madre Teresa, lo que la convenía. Pasados unos días, el caballero Santo se acercó al convento de las carmelitas a dar respuesta a la inquietante demanda: «a todo parecer de entrambos, era demonio» (8).

Tal resolución sumió en una honda desolación y en un mar de lágri­mas a la Madre Teresa. Salcedo, para consolarla de su pena, la aconsejó que consultase el caso con algún Padre de la Compañía de Jesús; que si ella lo llamaba, no dejaría de atenderla; y que si hacía una confesión ge­neral de su vida, por la virtud del sacramento tal vez la diese el Señor más luz para conocer la verdad. Que obedeciese en todo con plena sumi­sión, pues estaba en mucho peligro, si no encontraba quien gobernase rectamente su alma.

2. Por aquellos años, 1554-1555, había llegado al Colegio de San Gil un joven jesuita: el P. Diego de Cetina, recién ordenado sacerdote. Apenas contaba veintitrés años. La Madre Teresa comenzó a comunicar con él. Desde el principio se tranquilizó el mar agitado de su espíritu, pues la entendía a maravilla. Más tarde trató con otros padres del mismo Colegio: con San Francisco de Borja, que a mediados de 1555 pasó por la ciudad en calidad de Comisario general; con el Padre Prádanos, con quien confesó repetidas veces. Todos dictaminaron que su vida discurría y progresaba por buen camino y que sus experiencias tenían a Dios por autor. Sobre todo, la consoló el dictamen del santo Duque, a quien todos consideraban como un varón extraordinario. El la confirmó en la sentencia de que era espíritu de Dios y que sería una equivocación resistir de aquella manera a los regalos y mercedes de la oración (9).

Esta calma duró poco tiempo. No más que un corto paréntesis en la vida de la monja carmelita, pero lo suficiente para cobrar ánimo y con­tinuar la lucha, superando las dificultades, hasta remontar la cima. En 1558 era confesor de la Madre Teresa el Padre Baltasar Alvarez, joven de veinticuatro años, hombre inteligente, pero meticuloso y encogido -a juicio del P. Efrén (10)-, indeciso hasta el extremo y falto de auto­ridad suficiente para resolver los casos difíciles. Siguiendo el consejo de San Francisco de Borja, la Madre Teresa había dado rienda suelta a su espíritu por el camino de la oración mental. Las mercedes y los fenómenos extraordinarios iban en aumento. Los dos fervorosos amigos: Daza y Sal­cedo, no cesaban de fiscalizar su conducta, aun a pesar del dictamen del santo Duque. Con buen celo y recta intención no· querían permitir que

(7) V 23, 11. (8) V 23, 14. (9) V 24, 3. (lO) EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OeD, Obras ... I, p. 495.

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la monja carmelita fuese presa de los engaños y ardides del demonio. Ellos, a pesar de todo, no estaban convencidos de su buen espíritu.

Viendo el sesgo que habían tomado las cosas, y viendo también que los fenómenos extraordinarios se repetían con demasiada frecuencia, se rea­firmaban en su primer dictamen, convencidos que todo aquello era obra del demonio. Su joven confesor, acosado tal vez por la insistencia de los dos amigos, y fiado en extremo de juicios ajenos, dictaminó: .«que todos se determinaban a que era demonio, que no comulgase tan a menudo y que procurase distraerse, de suerte que no tuviese soledad» (11).

Este dictamen hundió a la Madre Teresa en una desolación mucho más profunda. No encontraba consuelo ni apoyo en nadie, desde el momento que tenía contra sí el juiCio de su propio confesor, y que no podía confiar en sus más allegados consejeros. En este estado:

«Fuime-dice-a la iglesia con esta afleción y entréme en un oratorio, ha­biéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí. Unos me parecía burlaban de mí cuando de ello trataban, como que se me an­tojaba; otros avisaban al confesor; otros decían que era claro demonio [ ... ).

Ni podía rezar ni leer, sino como persona espantada de tanta tribulación y temor Je si me había de engafiar el demonio, toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí» (12).

3. Los recelos y los comentarios habían sobrepasado el límite de las pocas personas que estaban al tanto de estos problemas. La noticia se había difundido serpenteando por toda la ciudad, sigilosamente y como a oscuras. Se había filtrado imperceptible, por esos resquicios que abre siempre la curiosidad, más dilatados cuanto más se quiere celar el secreto. Todos lo comentaban con visos de desprecio y con la sospecha de que allí se encendería un nuevo foco de iluminismo si el mal no se atajaba a tiempo.

Cuando llegó a oidos y a conocimiento de las religiosas del monaste­rio de la Encarnación el alboroto que existía en la ciudad en torno a la Madre Teresa, viendo que podía degenerar en descrédito de toda la co­munidad, se indignaron y trataron de cortar el vuelo a tanto comentario. Refiere esta situación Jerónimo de San José con alto realismo:

"Creyendo la [Comunidad] deste monasterio que perdia honor y reputacion con lo que de su religiosa se decia en el pueblo, mirabanla algnnas con indig­nación y otras con desprecio y llegaban a decirle palabras muy pesadas. ¿Quién le mete a dofia Teresa, decían, en estas invenciones? ¿Para que estos extremos y novedades, tanta oración y contemplación y andar allá escondida en los des­vanes y rincones de la casa? Váyase al coro y siga su Comunidad y haga lo que las demás hacen y viva como viven todas... Mejor será, por cierto, que por querer singularizarse dé en disparates y que lo sepa todo el mundo y que por ella hayamos de perder todas y quedar para siempre notado el monasterio» (13).

(11) EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OCD, Obras ... 1, 495-498. (12) V 25, 15-17. (13) JERÓNIMO DE SAN JOSÉ, OCD, Historia del Carmen Descalzo. 11, 18, 7.

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Afloran aquí los temores de una posible intervención inquisitorial con­tra la monja carmelita. Las religiosas presienten que el monasterio puede ser notado pam siempre. A nadie podía extrañarle esta precaución, cuando las religiosas estaban en conocimiento de otros casos similares en que el Tribunal había intervenido, con descrédito de religiosas y de conventos.

El caso se agravaba, porque cundían los comentarios y se adobaba el terreno con nuevas incidencias, que preparaban una intervención de la autoridad. En la mente del pueblo Teresa de Ahumada era víctima de los engaños del demonio, transformado en ángel de luz, en lo que ella lla­maba alta contemplación.

Esto no obstante, la monja carmelita tenía plena seguridad en un re­sultado feliz. Nunca estuvo dominada por la desconfianza, en lo que puede significar imperfección, ni ·falta de fe en la bondad y ayuda del Señor, que colmaría con recompensa todos sus trabajos. La sinceridad de carác­ter y la visión clara de los caminos del Señor eran dos formas fundamen­tales de la constelación de su espíritu. Y no podía sucumbir ni ser en­gañada.

4. El contacto con algunas personas de indiscutido prestigio en la vida espiritual logró llevar la calma al espíritu atormentado de la monja de la Encarnación. La obediencia rendida a sus confesores se transformó en seguridad interior. Primero fue el Padre Hernandálvarez, hermano po­lítico del caballero Santo y su confesor, quien en sustitución-a lo que parece--del Padre Baltasar Alvarez, por un camino de intransigencia la llevó a un feliz término. Más tarde, su encuentro con Fray Pedro de Al­cántara se tornó en un salvoconducto sin reproches para su vida. Ella le abrió su corazón con la sinceridad y anchura con que lo había hecho siempre. El iba comprendiendo, porque lo conocía por experiencia, todo cuanto la monja le explicaba. Al cabo de oir pacientemente su relación, la dijo con serenidad: «Andad, hija, que bien vais; todos somos de una li­brea.»

Esto, al parecer, no transcendió el foro interno de la propia Teresa. Tampoco logró tranquilizarla del todo. Las visiones y las mercedes espi­rituales se iban sucediendo, cada vez con mayor insistencia, sin que fuera posible impedir la acción de Dios ni reducir el caudal de sus efusiones. Eran también cada día de signo más extraordinario y maravilloso. Ella vivía aún con el temor de que el demonio se transformaba en ángel de luz para engañarla.

Por estas fechas habían germinado en su espíritu los deseos de iniciar la reforma de la Orden. Ello vino a sembrar nuevas inquietudes en su alma que, sumadas a las que venían atormentándola, no la dejaban sose­gar. Frecuentemente escuchaba hablas interiores. Ante sus dudas, decidió poner por escrito lo que la ocurría y dar la relación a su confesor, para que éste viese si sería voluntad de Dios llevar adelante sus propósitos. Era el mes de septiembre de 1560 (14).

(14) Cfr. EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OCD, Obras ... 1, 517-518.

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Cuando transcendió los muros del monasterio la noticia de que la Madre Teresa intentaba hacer conventos de monjas reformadas, se levan­taron nuevas voces de acusación contra ella. Todo era una murmuración continuada. En la ciudad no se hablaba de otra cosa. Se conjugaron en esta ocasión dos temas: por una parte, que era una visionaria, engañada del demonio. Por otra, que ansiaba salir de su monasterio y fundar uno nuevo para presumir y aparentar una virtud que no tenía. La conclusión de todo, en síntesis, podía formularse así: que sus intentos eran· obra del demonio y que su realización pondría en ridículo a la audaz religiosa. To­dos recelaban de sus visiones.

5. Trataba entonces la Madre Teresa con un Padre dominico las cosas de su alma, probablemente con el Padre Pedro Ibáñez, gran letrado, cuyo juicio y dictamen podía decidir el asunto. Ella, en su deseo de autenticar su espíritu y asegurar la proyectada obra de la reforma, redactó una de­claración sobre sus visiones, mercedes sobrenaturales, su modo de proce­der en la oración, etc., destinada a este religioso, pidiéndole que dictami­nase lo más conveniente, y que le dijese en particular si había alguna cosa contra la Santa Escritura. En su escrito, Teresa manifiesta una plena se­guridad de no estar, ni haber sido seducida por el maligno. Con todo, deja entrever muy a las claras sus temores, demasiado confiada a los jui­cios ajenos. El texto de la relación es interesante en todas sus partes, pues nos da a conocer su estado interior y el ambiente que reinaba en torno a ella.

«La manera de proceder en la oración que ahora tengo es la presente. Pocas veces son las que estando en la oración puedo tener discurso de entendimiento; porque luego comienza a recogerse el alma y estar en quietud u alTobamiento [ ... l

Acaéceme muchas veces, sin querer pensar en cosas de Dios, sino tratando de otras cosas, y pareciéndome que, aunque mucho procurase tener oración, no lo podría hacer por estar con gran sequedad [ ... ].

Otras veces me dan unos ímpetus muy grandes, con un deshacimiento por Dios, que no me puedo valer. Parece que se me va a acabar la vida y ansí me hace dar voces y llamar a Dios [ ... ].

Otras veces me vienen unos deseos de servir a Dios con unos ímpetus tan grandes, que no lo se encarecer y con una pena de ver de cuán pono prove­cho soy [ ... ].

Casi con todas las visiones que he tenido me he quedado con aprovecha­miento, si no es engaño del demonio; en esto, remítome a mis confesores [ .. :l.

Todas las cosas de esta suerte, y de muy subida perfección, parece se me imprimen en la oración, tanto que me espanto de ver tantas verdades y tan claras que me parecen desatino las cosas del mundo; y ansí he menester cuidado para pensar cómo me había antes en las cosas del mundo, que me parece que sentir las muertes y trabajos de él es desatino [ .. ·l·

Todas estas cosas que he dicho me hacen a mí creer que estas cosas son de Dios; porque como conozco quien yo era, que llevaba camino de perderme y en poco tiempo, con estas cosas, es cierto que mi alma se espantaba, sin entender por donde me venían estas virtudes [ ... ].

No puedo yo creer que el demonio ha buscado tantos medios para ganar mi aln:la, para después perderla, que no le tengo por tan necio. Ni puedo creer de Dios, que ya que por mis pecados mereciese andar engañada, haya dejado tantas oraciones de tan buenos, como dos años ha se hacen, que yo no hago

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otra cosa sino rogarlo a todos, para que el Señor me de a conocer si es esto su gloria, u me lleve por otro camino. No creo primitirá su divina Magestad que siempre fuesen adelante estas cosas si no fueran suyas. Estas cosas y razones de tantos santos me esfuerzan cuando trayo estos temores de si no es Dios, siendo yo tan ruin. Mas cuando estoy en oración y en los días que ando quieta y el pensamiento en Dios, aunque se junten cuantos letrados y santos hay en el mundo y me diesen todos los tormentos imaginables, y yo quisiese creerlo, no . me podrían hacer creer que esto es demonio, porque no puedo. Y cuando me quisieron poner en que lo creyese, temía viendo quien lo decía y pensaba que ellos debían decir verdad, y que yo, siendo la que era, debía de estar en­gañada. Mas, a la primera palabra, u recogimiento, u visión era deshecho todo lo que me habían dicho. Yo no podía más y creía que era Dios.

Aunque puedo pensar que podía mezclarse alguna vez demonio, y esto es ansí, como lo he visto y dicho, mas hay diferentes efectos; y a quien tiene ex­piriencia no le engañará a mi parecer» (15).

Pero 'los amigos y allegados a la monja carmelita no tenían tanta se­guridad; mejor, no tenían ninguna. Ellos seguían recelando de sus visio­nes y veían mezclado al demonio en todo este proceso.

El Padre Ibáñez redactó un informe en treinta y tres puntos para tran­quilidad de unos y para seguridad de la Madre Teresa. Uno de los fines del dictamen, como se colige de varios puntos, fue esclarecer el ambiente demasiado ensombrecido. La afirmación general es que en todo el pro­ceso de la vida interior de la monja carmelita no había intervenido posi­tivamente el demonio.

«El fin de Dios-dice-es llevar un alma a Sí, y el del demonio apartarla de Dios. Nuestro Señor nunca pone medios que aparten a uno de Sí, ni el de­monio que lleven a Dios. Todas las visiones y las demás cosas que pasan por ella la llevan más a Dios y la hacen más humilde, obediente, etc.

Doctrina es de santo Tomás y de todos los santos que en la paz y quietud del alma que deja, el angel de luz se conoce. Nunca tiene estas cosas que no quede con grande paz y contento, tanto que todos los placeres de la tierra juntos la parecen no son como el menor [ .. :J.

Todas las cosas que le dice van conformes a la Escritura divina y a lo que la Iglesia enseña, y son muy verdaderas en todo rigor escolástico [ ... J.

Cuando estas cosas son de Dios, siempre son ordenadas para bien propio, comúh o de alguno. De su aprovechamiento tiene expei'iencia y del de otras muchas personas.

Ninguno la trata, si no lleva prava disposición, que sus cosas no le muevan a devoción, aunque ella no lo dice.

Cada dia va creciendo en la perfección de las virtudes y siempre la enseña cosas de mayor perfección. Y así, en todo su discurso de tiempo, en las mismas visiones ha ido creciendo de la manera que dice santo Tomás.

Nunca le dicen novedades, sino cosas de edificación, ni le dicen cosas im­pertinentes. De algunos le han dicho que están llenos de demonios; pero, para que entienda cual está un alma cuando mortalmente ha ofendido a nuestro Señor.

Estilo es del demonio, cuando pretende engañar, avisar que callen lo que les dicen; mas a ella le avisan que lo comunique con letrados siervos del Señor, y que cuando callare por ventura la engañará el demonio [ ... J.

Estas cosas le ponen grandísimo deseo de acertar y que el demonio no la engañe [ ... J.

Si todos los de la Compañía y siervos de Dios que hay en la tierra la dicen

-----(15) SILVERIO DE SAN'fA TERESA, OeD, Obras ... II, 3-11.

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que es demonio, o dijesen, teme y tiembla antes de las visiones; pero, estando en oración y recogimiento, aunque la hagan mil pedazos no se persuadirá, sino que es Dios el que trata y habla» (16).

Ni esto fue suficiente para calmar el alboroto. Los rumores despectivos y las murmuraciones se habían difundido demasiado. Clérigos y seglares veían renovados los casos de otras famosas visionarias, contra quienes ha­bía intervenido la Inquisición. En este estado de cosas pareció prudente a los confesores y directores de espíritu de la Madre Tere~a que hiciese una relación amplia de su vida-una como confesión escrita-dando cuenta de sus visiones y del proceso de su oración mental. El informe sería exa­minado detenidamente por personas competentes. Sólo entonces podrían dictaminar con plenas garantías de acierto.

En 1562 encontramos a la Madre Teresa escribiendo la relación de su vida en el palacio de su amiga doña Luisa de la Cerda, en la ciudad de Toledo. Exigencias de la vida social la habían llevado al lado de la fervorosa viuda, en cuya compañía encontraba descanso y desahogo su espíritu trabajado. En el mes de junio redactaba los últimos folios, desti­nados probablemente al Padre Ibáñez.

Sus defensores no perdonaron ningún esfuerzo para lograr una decla­ración autorizada del buen espíritu de la monja carmelita. El Inquisidor Soto y Salazar, natural de Bonilla de la Sierra, de la provincia de Avila, la aconsejó que consultase sus dudas e inquietudes al Maestro Avila, após­tol de Andalucía, varón de tan acreditado criterio en materias de espíritu que su juicio no admitiría apelación. A él estaba destinada también la relación de su vida, que años adelante hará llegar a sus manos, después de no pocas vicisitudes y de vencer serias dificultades (1568). El 12 de septiembre de ese mismo año, el Maestro Avila remitía el manuscrito a la Madre Teresa, con una carta elogiosa y aprobativa, en la que hacía notar solamente levísimos reparos (17).

En 1562, y también desde el palacio de doña Luisa de la Cerda, envió la Madre Teresa otra breve relación probablemente al P. Ibáñez, dándole cuenta de algunos pormenores de su vida interior y de su aprovechamiento espiritual. Esta relación la leería seguramente también el P. Carcía de Toledo, con quien la monja carmelita se comunicaba, y que se encontraba en la ciudad imperial por aquellas mismas fechas. Del texto de la relaéión se colige que no habían cesado aún las murmuraciones contra la sufrida religiosa, y que tantos cuidados no habían sido suficientes para despejar el ambiente (18).

Un año más tarde, fundado ya el convento de San José, y desde su pequeña celda de priora, escribió la Ma,9re Reformadora otra relación, dirigida al Padre Carcía de Toledo, o probablemente al P. Domingo Báñez, según opina el P. Silverio (19), en la que hace una minuciosa descripción de su estado interior, de la pacificación de su espíritu, de su aprovecha-

(16) EFRÉN DE LA MADRE DE DIos, OCD, Obras ... 1, 523-525. (17) Más adelante historiaremos detenidamente estos sucesos. Cfr. p. 332-340. (18) EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OeD, Obras Completas ... 437-8. (19) SILVERIO DE SANTA TERESA, OeD, Obras ... II, 17.

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miento en la virtud de la obediencia, de su rendimiento interior a la vo­luntad del Señor. Sabemos que no se habían disipado las murmuraciones y recelos contra ella. Pero ella no se acordaba ya de sus contradictores (20).

6. Diría¡:nos que por estas fechas-1562-1564-se había clarificado el ambiente en torno a la Madre Teresa de Jesús. Sus éxitos de Reformado­ra y su abnegada vida, en una estrecha cfausura, eran un testimonio irre­fragable a su favor. Pero, no. Sus émulos no cejaban de poner inconve­nientes y aumentar sus sospechas. Solamente un círculo muy reducido de personas se manifestaba favorable a la Madre Reformadora e interpretaba en buen sentido su vida. Eran estas personas sus consejeros y los más allegados a su obra. Los demás, el pueblo siempre suspicaz y malicioso, y no pocos sacerdotes y religiosos, heridos tal vez por la envidia, seguían aún con desconfianza la marcha de los sucesos, esperando con alborozo ver un fin desastrado.

El ambiente de oposición era muy fuerte aún en 1564. Tanto que ello movió al sesudo y ponderado Domingo Báñez, según se cree, a redactar un amplio y estudiado informe para orientar la opinión en torno a estos sucesos, dándoles una interpretación definitiva. A través de su texto po­demos hacernos cargo de la voz pública en torno a la Madre Teresa, voz de recriminación, de acusación y de improperio, que atribuía al demonio las obras de Dios. Copiamos algunos párrafos de este informe, dada su grande autoridad:

«En la ciudad de Avila hay una nueva casa de Religiosas Descalzas y pobres, que viven de limosna, de la Orden del Carmen; .la cual se ha fundado y hecho por orden de una religiosa del monasterio de la Encarnación que hay en la misma ciudad y en la misma Orden. Llámase a esta señora ahora Teresa de Jesús [ ... ] Son tantas las cosas que a esta señora se le revelan y muestran tan grandes de muy subida santidad, que ponen gran admiración; y como es cosa tan poco vista, especialmente en nuestros tiempos, virtud y aprovechamiento espiritual en tan admirable manera, no falta quien diga ser cosa del enemigo y muy engañosa. Otros hay más avisados, que se detienen en condenarlo; pero están con duda si es cosa de Dios o ilusión del demonio; otros hay que tienen a esta señora por muy sierva de Dios; pero, esta su opinión va más fundada en buena v01untad que no en razones bastantes para tener aquella estima y pa­recer. Y por tanto, aunque no hubiese otro fin en aclarar este negocio, sino confirmar en la verdad a los que la han recibido, y desengañar a quien no siente ni atina lo que en esto hay, parece muy bastante razón esta para poner algún trabajo en manifestar estas cosas, cuanto más que si ello es verdad y de Dios es para gran alabanza de su Magestad [ ... ].

Esta sierva de Dios, doña Teresa de Ahumada, de niña comenzó a tener muestras de gran devoción [ ... ] Vinieronla cosas muy particulares, como pare­cerle verdaderamente, a lo que ella sentía, que la hablaba Cristo nuestro Señor, que la enseñaba muchas cosas, que se le revelaban misterios y cosas muy se­cretas y que habían de venir [ ... ] Parecíale también que traía cabe sí al lado derecho a Nuestro Señor Jesucristo, que la andaba amparando y gobernando. Como esta sierva de Dios se reconocía por tan flaca y miserable, tenía grandí­sima pena, pensando que era engañada del enemigo, y que ella no era tal que mereciese tanto favor y regalo de Dios, antes se le ofrecían sus pecados y que

(20) EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, COD, Obras Completas". 438-439.

10

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por ellos Dios pennitía fuese engañada y atonnentada. Ayudaban también a· esta sospecha los miserables casos que acontecieron entonces en estos Reinos [ ... 1 y aun recibióse entre muchos que algunas mujeres de las condenadas habían tenido algunas ilusiones y apariciones del demonio, que habían ayudado a su perdición; y con esto fatigábastl mucho esta religiosa y lloraba su acaecimiento. Juntamente con esto acrecentaba sus temores lo que le decían sus confesores; porque certificaban era demonio todo esto. Y no sólo los confesores, sino tam­bién otras personas muy virtuosas y que trataban muy de veras de espíritu la reñían y porfiaban que era engaño y que se apartase cuanto pudiese de ello. y todos juntos van a ella después de mucho acuerdo y la dan esta resolución; de suerte que todos cuantos supieron el caso en Avila por entonces, la condena­ban por cosa muy cierta.

Fatigábase también mucho esta persona, porque aunque ella procuraba de estorbar las visiones y razones que le hacían en la oración, pero no podía re­sistirlas [ ... 1.

Tenía ella en estas visiones y elevaciones, cuando actualmente le venían, gran certidumbre, a su parecer, de que no eran del demonio, sino de Dios; pero, pasado aquel punto, como era temerosa de Dios y no se creía a sí misma, tenía por cierto lo que los otros le decían; y aun de aquí tomaban razón para pensar ser engaño; porque el demonio muchas veces habla diciendo que es Dios y enviado dél, y este es su camino ordinario para engañar las almas poco avi­sadas. Y aunque en consejos, avisos y tentaciones entra con apariencia de bien, pero mayor cuidado .tiene de hacerse ángel bueno en visiones y apariciones.

Así, a estos siervos de Dios, que detenninadamente decían ser engaño lo que a doña Teresa pasaba, como a otros que sin ser consultados en este caso, habían condenado el caso, son muchas las razones y de harta fuerza, que a quien no estuviere avisado en este hecho, y con mucha apariencia le traerán a despreciar la persona y sus devociones» (21).

En realidad este ambiente de recelo y de sospechas contra la virtud auténtica de la santa Reformadora subsistió, más o menos difuso, durante toda su vida. No faltaron quienes mantuvieron su criterio cerrado, aun a pesar de las claras manifestaciones de su vida de santidad. De ello tene­mos múltiples testimonios posteriores a 1564.

7. El dictamen del P. Báñez, del que hemos transcrito anteriormente unos fragmentos, constituye un gesto valiente y un acto de dignidad, en medio de un ambiente hostil y oclusionista. La autoridad de este gran teólogo, joven aún de treinta y seis años, pero cargado de peso y de pru­dencia, pudo decidir el fiel de la balanza. Con todo, no logró despejar aquella situación anormal y enrarecida.

Las sospechas siguieron su camino. A medida que pasaban los días se sugerían razones más ofensivas contra la monja descalza. Se la compa­raba ya con las má.s famosas visionarias del tiempo, cuyos procesos inqui­sitoriales habían conmovido la opinión pública y causado admiración a los más indiferentes y despreocupados por asuntos religiosos. La política y la religión andaban entonces mezcladas y se vivían en aquel siglo con­juntamente ambos problemas. Todo asunto de importancia en el campo religioso repercutía fuertemente también en el ambiente social y civil. De aquí que toda la nación se interesase por estos sucesos, aunque fuesen de signo casi exclusivamente religioso.

(21) El informe lo PUblica SILVERIO DE SANTA TERESA, OeD, Obras ... II, 133-135.

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Más de una vez la Madre Teresa fue comparada con aquella famosa embustera y visionaria, Magdalena de la Cruz, a quien la Inquisición de Córdoba había procesado en 1546. Con esto se pretendía desvirtuar la fuerza de su labor reformadora y enturbiar la pureza y sencillez de su conducta.

Don Alvaro de Quiñones es un exponente dé la opinión pública a este respecto, que se proyecta al menos hasta el año 1570. Estando la Madre Teresa en Salamanca-serían los acabijos de 1570---, según la declaración de Ana de la Trinidad, que depone en los procesos de aquella ciudad:

"Vínola una vez a hablar don Alvaro de Quiñones, sin querer dar a cono­cerse, y díjola por ver qué le respondía, que se acordase de Magdalena de la Cruz, persona a quien la geJ;lte había tenido por santa y el demonio tenía muy perdida y sujeta. La Madre no se alteró poco ni mucho de aquella comparación, antes con mucha humildad respondió: nunca me acuerdo de ella que no tiemble» (22).

No era ésta, al parecer, la primera vez que llegaba a oidos de la Madre Reformadora esta comparación. Ana de los Angeles declara en el proceso remisorial de A vila (4 de septiembre de 1610) que:

«... como una vez esta declarante la contase algunas cosas que contra ella se habían dicho [contra la Madre Teresa], tales como estas: «que deseaba cierta persona vivir por ver el fm de la santa Madre, porque entendía ella que había de ser en un brasero, castigada por la santa Inquisición, y que había de parar en lo que Magdalena de la Cruz y otra Fulana de santo Domingo, mu-

I'eres famosas en España por sus engaños e ilusiones que tuvieron del demonio», a santa lo recibió con grandísima paz, sin turbarse, ni alterarse, ni decir pa­

labra contra la tal persona que la injuriaba» (23).

No podemos cronologar con precisión los hechos a que se refieren estos testimonios. Pero ello no importa mucho. Son, sin duda, posteriores a 1565; posteriores a los informes de Pedro Ibáñez y a la declaración del Padre Báñez en favor del espíritu de la Reformadora, lo cual nos hace pensar que no se habían despejado aún las sombras en torno a ella. Y aún más; que el ambiente estaba preparado para que la Inquisición in­terviniese sin otras acusaciones.

En 1567 tiene lugar un suceso más significativo aún. Se había fundado ya el convento de San José de A vila, triunfando la virtud de la Reforma­dora de los intentos de sus contradictores. Ahora se disponía a fundar un nuevo monasterio en la villa de Medina del Campo'lulián de Avila había gestionado todo lo pertinente a la fundación. Era e mes de agosto. Los regidores de la villa y algunos religiosos celebraron una junta para deli­berar sobre la conveniencia de admitir la fundación proyectada. Estuvo presente en dicha junta el dominico Fray Pedro Fernández, quiep relató lo ocurrido en ella al Padre Domingo Báñez. Este, a su vez, lo refiere en sus informaciones para la beatificación de la Santa.

(22) Procesos, l. 43-44. (23) Procesos, n. 561.

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e Un religioso de cierta orden--dice-, hombre de autoridad y predicador, dice mucho mal de la Madre Teresa de Jesús, comparándola a Magdalena de la Cruz, una burladora que hubo en tiempos pasados en Córdoba, quizá con algún celo de que a Dios dará cuenta» (24).

La oposición de este y otros contradictores entorpeció la marcha de la pro­yectada fundación de las descalzas. El Padre Pedro Femández salió en defensa de la Madre Teresa, diciendo que «la tenía por buena mujer», y que se ausen­taría de la junta si se deliberaba sobre aquel extremo, o se ponía en tela de juicio su honor y su reputación. Tal era su convencimiento y la estima en que te~ía a la Madre Teresa. Pero los regidores de la villa no quedaron satisfechos. El Padre Luis de Santander, que residía por aquel entonces en Medina del Campo, y a quien encontraremos más adelante con ocasión de la fundación y de los sucesos de Sevilla, fue requerido por el regimiento, según propia confesión y examinado «de parte de los comisarios de dicho regimiento, sobre si convenía admitirle [el monasterio]; y depuso ser no sólo conveniente el admitir, pero que era gran servicio de Dios qué quisiera fundar allí» (25).

Todo esto nos hace pensar en que no habían desaparecido por estas fechas (1567) los recelos y las sospechas contra la Reformadora del Car­men. Antes, por el contrario, debemos deducir de estos hechos que se afianzaban en el ánimo de sus acusadores. El problema era ya apasionan­te, tanto que originó banderías en las comunidades religiosas. Así ocurre que dentro de una misma comunidad registramos opiniones encontradas: defensores y acusadores de la monja descalza. La atmósfera estaba car­gada de inquietud en torno a su persona. Aun los religiosos mejor relacio­nados con ella alimentaban serias reservas acerca de su buen espíritu y de su santidad.

El Padre Alonso de Carvajal testifica que hacia el año 1570, cuando él contaba dieciocho o diecinueve años de edad, oyó juicios y opiniones contradictorias sobre la santidad de la Madre Teresa. Algunos religiosos

(24) Procesos, r, 11. Sobre Magdalena de la Cruz, BN. ros. 6176, f. 283-286; 286-289. De intento Creemos que Báfiez ha celado el nombre del religioso opositor y el

de la Orden a que pertenecía. En realidad, podemos hacer pocas conjeturas, con visos de probabilidad. Podemos sugerir los nombres de algunos personajes poco afectos a la Madre Teresa, que pudieron intervenir en esta junta. Por el testimonio de Pe­tronila Bautista sabemos que el dominico fray Luis de Barrientos, residente en el convento de Avila después de 1581, era poco afecto al espíritu de la Madre Refor­madora, pareciéndole que andaba errada en todo. Petronila Bautista le califica de gran predicador, dato que coincide con el testimonio de Báfiez (Procesos, n, 580). Sabemos, por las relaciones de la fundación de Medina del Campo, que los religiosos del convento de San Agustín llevaron a mal la proyectada fundación y se opusieron a su realización. Lo dice Julián de Avila en su declaración de los procesos de beatifi­cación, que fue testigo presencial. Estando en Arévalo, de camino ya para Medina, la Madre Teresa, las religiosas compafieras y el propio Julián de A vila, Alonso Alvarez---que les había arrendado la casa para la fundación-envió una carta para Julián de Avila, "en que decía que de ninguna manera saliesen las monjas de Avila hasta averiguarlo con los frailes agustinos, que vivían muy cerca de la casa alquilada y que habían salido a la causa, porque decían les haría gran perjuicio tener monasterio tan cerca del suyo" (Procesos, I, 210) .

. EI pretexto parecía fútil, pues ningún estorbo ni molestia les podía causar un monasterio de monjas de clausura. Pero el hecho es éste: ¿no sería algún religioso agustino quien levantó la voz en contra de la Madre Teresa en la junta de racione­ros? Afias adelante (1591), Antonio de Sosa, agustino residente en el convento de Valladolid, delatará a la Inquisición los libros de la Madre Teresa. En el registro de la Inquisición se le da el título de predicador, que coincide con el calificativo que aquí le da Báfiez. ¿No sería éste el contradictor? Dejemos la cuestión en la conjetura ...

(25) Procesos, n, 165. Testifica en el proceso de Sevilla.

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de su misma Orden-dice-dudaban de que su espíritu y sus mercedes extraordinarias fuesen realmente obra de Dios. Años adelante, según el mismo Carvajal, en las provincias de España fue cobrando cuerpo la opi­nión favorable a la Reformadora del Carmelo, como lo manifiestan los elogios que la tributan los religiosos más doctos y venerados (26).

En 1570también, y en el convento de Padres Dominicos de Salamanca, donde residían fervorosos admiradores de la Madre Teresa, escuchamos voces de oposición y de desprecio. Bartolomé de Medina, autor de unos comentarios a la Suma de Santo Tomás, que redactó probablemente por estos mismos· años (27), se manifestó receloso de las visiones y revelaciones, de cuya fama venía precedida al fundar su convento en la ciudad del Tormes. Acostumbrado a razonar fríamente sobre los problemas abstrac­tos de la ciencia sagrada, gozaba de una in discutida autoridad, que a sí mismo no le pasaba desapercibida, y tenía una autosuficiencia bien acu­sada. No podía reducirle fácilmente a otro criterio el prestigio de una monja, que las gentes y el vulgo hacían descansar en visiones, revelaciones y gracias extraordinarias, falta, además, de una formación doctrinal disci­plinada y sin letras. Desconfiaba de su vida de oración y no sentía bien de su persona, según el testimonio de Isabel Bautista y de otros testigos que declaran en los procesos (28). Llegó a tanto la prevención del Maestro dominico contra la Madre Reformadora, que «públicamente en su cátedra dijo que era de mujercillas andarse de lugar en lugar, y que mejor estu­vieran e.n sus casas rezando e hilando». Así lo testifica Francisco de Mena, discípulo de Medina y testigo presencial (29).

Todos estos datos y testimonios son suficientemente claros y elocuentes. De ellos es legítimo deducir una conclusión fundamental: un ambiente de reserva, de desconfianza, de recelo, envolvía la figura de la Madre Teresa por los caminos de España, sin menoscabo de su fama de monja virtuosa y aun santa. Ambiente incluso de lucha y de oposición entre opiniones encontradas que dieron lugar a delaciones inquisitoriales e informes des­favorables, al tiempo que provocaron una noble reacción de apoyo y de defensa de su persona y de su obra.

(26) F. MARTiN, O. P., Santa Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores. Avila, 1909, 644. La declaración de Carvajal es de 1610.

(27) B. MEDINA, O. P., Commentaria in 1-2 divi Thomae partem ... Expositio in tertiam divi Thomae partem, usque ad q. 60. Salmanticae, 1580.

(28) Dichos de Isabel Bautista, María Bautista, Isabel de Santo Domingo, Fr. Jerónimo Oña. Procesos, n, 525-6; 48-49; 80; 345-346.

(29) Procesos, n, 349. CUando Santa Teresa se enteró de la oposición que Medi­na había manifestado, deseó conocerle e intentó hablarle. Así lo hizo, confesando con él varias veces, dándole a conocer el fin y el espíritu de sus fundaciones. Pronto le ganó para su causa, siendo en adelante uno de sus más decididos favorecedores, en Salamanca y en Alba de Tormes. Mena dice incluso que después que el Maestro habló con la Madre Teresa quedó tan satisfecho y cautivado, que "públicamente en la misma cátedra alabó y aprobó el espíritu de la dicha santa Madre". Y entre otras palabras que de ella dijo fueron éstas: "Señores, el otro día dije aquí unas palabras mal consideradas de una religiosa que funda casas de monjas descalzas: hablé. mal. Hela tratado y sin duda tiene espíritu de Dios y va por muy buen camino." Proce­sos, n, 349-350.

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8. El tribunal de la Inquisición estaba atravesando una fase de hondas preocupaciones en estos años que alcanza nuestra historia. Se había puesto en guardia ante los descubrimientos de múltiples focos de iluministas y alumbrados, que bajo pretexto de vida de oración y de piedad se entre­gaban muchas veces a la práctica de una vida obscena y licenciosa. Ha­cia 1565 se localizó en Extremadura uno de los nidos más importantes, donde ocultamente se encubrían alumbrados de todas las categorías y esferas sociales. La secta tenía vida desde 1555, por lo menos. Bajo la apariencia de una piedad inexistente y con el espejuelo de una vida in­terior y de comunicación con Dios, sus miembros se entregaban, según confesión de los arrepentidos, a prácticas inconfesables, cuya sola relación ofende al buen sentido.

Alonso de la Fuente, que gastó más de veinte años en la lucha contra los iluminados de Extremadura, dice en sus memoriales, ya conocidos, y en otros documentos aún inéditos-que comentaremos en otra ocasión-, que vio por sus propios ojos en más de veinte pueblos de aquella región, que multitud de mujeres y de hombres se arrebataban y desmayaban, y sentían la presencia de Dios y todos los efectos espirituales de que habla la Madre Teresa en el libro de su Vida. Y que si ·la mujer era ramera y profana, era sujeto más capaz y sentía más en breve los dichos efectos. En otro documento afirma que los alumbrados de Extremadura-e igual­mente los que anidaban en el obispado de Jaén, descubiertos años ade­lante-padecían frecuentemente el rapto de las potencias, quedando como muertos. Este fenómeno dominaba de un modo especial a las mujeres, que quedaban como despulsadas. En dicho rapto «padecían y eran oprimidas del demonio y eran súcubas». Esto era opinión pública, era conocido de todos, incluso del señor Obispo. En este mismo memorial habla de un tal Juan Carcía, alumbrado de Llerena, que decía tener discípulas que en esta vida gozaban de la visión de la esencia divina y de la posesión y unión inmediata con Dios. En otro documento refiere el caso de algunos alum­brados extremeños que confesaron ante el inquisidor Montoya que no se habían recatado de cometer acciones deshonestas, por no hacer frente a la inspiración que recibían en los momentos que ellos llamaban de alta contemplación, y que eran ficciones y engendros de su imaginación ca­lenturienta, fascinada por el influjo del demonio (30).

El autor del inforrp,e de que anteriormente hemos copiado algunos pá­rrafos, probablemente el P. Domingo Báñez nos pinta el mismo cuadro. «Ayudaban también-dice-a esta sospecha los miserables casos que acon­tecieron entonces en estos reinos, porque mujeres y personas que parecían muy santas y que frecuentaban· mucho los sacramentos, fueron declaradas por burladoras y herejes, y Con muy gran verdad» (31).

El Maestro Avila nos describe en el Atldi Filia la misma situación am­biental con caracteres alarmantes:

(30) Véanse sobre esto: V. BELTRÁN DE HEREIDIA, O. P., Los alumbrados de la diócesis de Jaén, RevEspT (1949) 162-180; 445, s. L. SALA BALUST, En torno al grupo de alumbrados de Llerena, en Corrientes ... 513-23.

(31) El texto de este informe en SILVERIO DE SANTA TERESA, OeD, Obras ... lI,135.

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."Muchos engaños hemos visto en los presentes [tiempos], los cuales deben de poner escarmiento y dar aviso a cualquiera persona deseosa de su salud, a no ser fácil a creer estas cosas, pues los mismos que tanto crédito las daban

. primero, dijeron y avisaron después de haber sido libres de aquellos engaños, que se guardasen los otros de caer en ellos. No han faltado en nuestros tiem­pos personas que han tenido por cierto que ellos habían de reformar la Iglesia cristiana y traerla a la perfección que a su principio tuvo, o a otra mayor. Y el haberse muerto sin hacerlo ha sido suficiente prueba de su engañado cora­zón» (32).

El Maestro Avila escribió el borrador del Audi Filia para doña Sancha Carrillo; mujer de extraordinaria virtud, según el testimonio de sus bió­grafos, cuya figura va cobrando actualidad en nuestros días. Doña Sancha fue favorecida con múltiples mercedes extraordinarias de todo género: visiones, sentimientos, iluminaciones, don de profecía (88). En no pocas ocasiones se le apareció el demonio, disfrazado de fraile penitente, o en forma de perro, con intento de tenderla un lazo y seducirla. A vila conocía muy al detalle todos estos extremos. Además, los casos debían ser muy frecuentes y universales. Por eso, insiste en su libro sobre estos peligros:

"Si como os he contado estos engaños pasados os hubiese de contar los que han acaecido en los tiempos presentes, ni se podría escribir en pequeño libro, ni los podríades leer sin mucho canSllncio. Trae el demonio, permitiéndolo Dios, particular diligencia en estos tiempos para engañar con falsos sentimientos y falsas hablas exteriores e interiores y con falsa luz de entendimiento a los que son soberbios ... » (34).

También el P. Ribadeneira, en un texto copiado por Beltrán de Here­dia (35), se hace eco de estos inconvenientes y del riesgo que corrían las personas espirituales.

«Ha sido cosa lastimosa-dice-Ia muchedumbre de mujercillas engañadas que se han visto en nuestros días en muchas y de las más ilustres ciudades de España, las cuales con sus arrobamientos, revelaciones y llagas de tal manera tenían movida y embaucada la gente que trataban de oración y cosas de espí­ritu, que parecía que no tenía ninguno la que no se arrobaba y tenía estos dones extraordinarios» (36). .

A este fenómeno alarmante se refieren repetidas veces los delatores de los libros de la Madre Teresa. Este mismo ambiente de febril y desenfrena­do espiritualismo les preocupó y les hizo ponerse en guardia. Ellos mismos refieren casos concretos, que infundían justa preocupación, Eran manadas -como los califican las actas inquisitoriales-de hombres y mujeres, di­seminados por toda la zona sur de la península, que alteraban la paz y la tranquilidad de las conciencias.

(32) J. DE AVILA, Audi Filia, r, 160 (ed. Apostolado de la Prensa). Lo cita BELTRÁN DE HEREDIA, O. P., Un grupo de visionarios, l. c., 485.

(33) L. SALA BALUST, Una biografía recuperada. La vida de doña Sancha Carri-llo, discípula del Maestro Avila. Ibérida, Brasil, 1961, 221-243.

(34) J. DE AVILA, Audi Filia, r, c. 17, p. 63. (35) V. BELTRÁN DE HEREDIA, Un grupo de visionarios ... RevEspT (1947) 486. (36) P. DE RIBADENEIRA, S. J., Tratado de la tribulación, n, 17 (Biblioteca de

Autores Españoles, LX, 439a).

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9. La vida en los conventos de clausura favorecía en esta época los desequilibrios afectivos y psicológicos, principio y raíz del iluminismo con­templativo. No pocas religiosas se refugiaban en la quietud de un con­vento por propia comodidad, sin vocación auténtica de santificarse. Te­nían trato frecuente con seglares; las religiosas recibían a menudo en sus locutorios a jóvenes amigos y parientes, que despertaban un afecto y un cariño, que la clausura debía reprimir y reducir un tanto violentamente al silencio. No siempre era posible superar las crisis, que degeneraban -bajo capa de vida más fervorosa-en alucinaciones y obsesiones espi­rituales, o en desequilibrios afectivos. En ocasiones, estos desvaríos toma­ban tales proporciones y llegaban tan al fondo de la personalidad, que el alma, impotente para frenar las tendencias morbosas, se entregaba en ma­nos del demonio.

La Inquisición intervino repetidas veces en asuntos de este jaez con criterio riguroso y con mano severa. Implacable ante semeJantes desórde­nes, castigó con las más duras penas a personas acusadas de tales delitos. Desde mediado el siglo XVI vivía en el pensamiento de todos el caso la­mentable de Magdalena de la Cruz y de otras famosas embusteras, cuyas sutilezas y ardides estuvieron a punto de burlar a los mismos agentes in­quisitoriales. Desenmascarados sus embustes, compareció en 1546 ante los jueces y ante el pueblo con una soga al cuello y una vela en la mano, como un fantasmal espectro, para abjurar de sus falsedades y profana­ciones.

En la misma ciudad de Avila aleteaba el recuerdo, bien reciente por cierto, de aquella religiosa agustina del convento de Santa María de Gra­cia-que la Madre Teresa pudo conocer personalmente, pues vivió allí en su juventud-, posesa del demonio y que había engañado a los religiosos más doctos y. prudentes. Encerrada en la clausura desde los cinco años, sin haber hecho estudios de ninguna clase, poseía el don de lenguas e interpretaba a maravilla las Santas Escrituras. Eran muchos los que ve­nían a escucharla. Con todo, algo se ocultaba en las sombras. Tuvo que intervenir la Inquisición, que comisionó a Frav Juan de la Cruz-a la sazón confesor de las Carmelitas de la Encarnación-para que sometiera a riguroso examen la vida y el espíritu de aquella monja prodigio. El fraile carmelita cumplió a la perfección su cometido. Aparte de ser docto, era santo y gozaba del don de expulsar, o desenmascarar a los demonios. Des­enredó a la embustera, la aplicó repetidas veces los exorcismos, hasta arrancar de ella su confesión y una cedulilla de entrega al demonio. El comisario redactó un informe que envió a la Inquisición, para que dictase sentencia y zanjase aquel peligro que traía alborotada a toda la ciudad. Era por el año 1572, o principios de 1573 (37).

En A vila también, y en años muy críticos para la vida de la Reforma-

(37) La misma Santa Teresa recuerda y alude a este hecho con suma discre­ción, en carta a la Madre Inés de Jesús, priora de Medina, interesándose por el bienestar de Isabel de san Jerónimo, religiosa de aquella comunidad, ligera de cabeza y flaca del sistema nervioso, defectos que comúnmente se atribuían a influjo diabólico. Envió al P. Juan de la Cruz, como remedio (Carta 73, 5A, p. 79). Isabel de san Jerónimo será una de las causantes de las turbaciones de Sevilla, en 1574.

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dora del Carmen, se respiraba un ambiente enrarecido en torno a dofia Guiomar de Ulloa, con quien ella tuvo grande amistad y frecuente trato. En su casa experimentó la monja descalza la gracia de la transverberación, en el afio 1560. En ella conversó también con Fray Pedro de Alcántara; en ese mismo afio, abriendo ante él las puertas de su espíritu. Con frecuen­cia y durante varios días, con permiso de los superiores de la Orden, vivía en casa de esta dama viuda, a quien el Sefior al parecer hacía mercedes extraordinarias (38).

No todos estaban convencidos del buen espíritu de esta noble sefiora. La mayor parte de los que conocían su estado espirituai aseguraban que el demonio, transformado en ángel de luz, la engañaba lamentablemente. Así lo confiesa la misma Santa Teresa (39). De su relación, no obstante, no se deduce con claridad el ambiente de confusión que reinaba en torno a esta viuda fervorosa, aunque se deja entrever. Bastaría tener en consi­deración la afirmación de la misma Santa para estructurar una buena serie de hipótesis.

Conocemos, además, estos recelos y la confusión ambiental por el tes­timonio de uno de los calificadores de la Inquisición, que actúa contra los libros de la Madre Teresa: el Padre Juan de OrelIana, religioso domi­nico, de quien nos ocuparemos en otra ocasión. A. pesar de que contiene afirmaciones gratuitas, con el fin de desvirtuar el prestigio de la Madre Reformadora, nos parece que su testimonio en este caso responde a un fondo de verdad. Juan de OrelIana había conocido también a doña Guio­mar; afirma, además, que era muy conocida en toda la ciudad. La califica como mujer de deporte y risa y Jamenta que la Madre Teresa se hubiera equivocado en la estimación y aprecio que hizo de esta viuda, a quien todos juzgaban como persona de poco asiento '!I juiCio (40).

Las frases de Orellana datan del año 1593. Para estas fechas hacía ya más de dos lustros que había muerto la Madre Teresa, y también doña Guiomar. No sabemos cómo fueron sus últimos días. Se sabe que ingresó en el convento de San José, por el que tanto había trabajado; pero tuvo

(38) Doña Guiomar, o Yomar, como escribe la Madre Teresa, había nacido en 1527 en Toro (Zamora). Heredó un mayorazgo en Aldea del Palo, donde hizo construir un convento de franciscanos alcantarinos. Se casó con Francisco Dávila, quedando viuda cuando contaba veinticinco años de edad. De su matrimonio le que­daron tres hijos. Conoció a santa Teresa en la Encamación de A vila, donde ella tenía una hermana y donde habían ingresado dos de sus hijas (Antonia y Elvira). Después tuvo trato frecuente con la Madre Reformadora, a quien ayudó muy eficaz­mente en la Reforma de la Orden. Ella puso también a la Madre Teresa en con­tacto con eminentes personalidades en la vida espiritual, que la ayudaron a resolver sus problemas de vida interior, encauzándola por el verdadero camino, principal­mente con los Padres Jesuitas y con Fray Pedro de Alcántara. Santa Teresa no la regatea elogios en el libro de su Vida, principalmente en los capítulos 24, 30 Y 32. Véase EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, OeD, Obras ... 1; Tiempo y vida de Santa Teresa, n. 444, s. II!, Registro biográfico y geográfico, p. 1038.

(39) V 30, 3-5. (40) JUAN DE ORELLANA, O. P. [Memorial sobre los libros de la Madre Teresa de

Jesús], f. 5; A. H. N., Inquisición, lego 2072.

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que abandonarlo al poco tiempo. Se dijo que por falta de salud. ¿No sería, tal vez, por falta de adaptación? (41).

En cualquiera hipótesis, es clara la conclusión: el ambiente espiritual en la ciudad de A vHa, por las fechas que corre la historia de . los sucesos inquisitoriales, no estaba clarificado. Existía una justificada prevención contra personajes e instituciones, cuya vida particular, o cuya actuación, sobrepasaba los límites de lo normal y ordinario.

Tengamos en cuenta también que por estos mismos años agitaron la paz espiritual de la ciudad algunos herejes destacados, que sembraron con maestría y sagacidad la cizaí'ía entre el trigo. Procuraban relacionarse con personas espirituales, para inducirlas a sus prácticas de falsa devoción.

Isabel de Santo Domingo nos da cuenta de que en el año 1565 (marzo­junio), yen la ciudad de Avila precisamente, residía un tal Juan Manteca, que aparentaba ser hombre virtuoso, lleno de fervor y guiado de buen espíritu. Trató con la Madre Teresa, quien por aquel entonces tenía ya fama de conocer muy al detalle los caminos de la vida espiritual Algu­nas de estas personas vivían dentro del círculo de amistades de la monja carmelita.

A la monja no le satisfizo ni su comportamiento, ni la doctrina que predi­caba. Todo era una continuada hipocresía. Al fin tuvo que vérselas con él la justicia. La Madre Fundadora, apercibida de este ambiente y de estos engaños, que se vendían como falsa moneda, puso una delicada solicitud en prevenir a sus monjas de estos peligros, dándoles detallada instrucción para conocer tales engaños y desenmascarar a los falsos profetas (42).

La Madre Ana de Jesús, una de las monjas mejor informadas de la biografía teresiana, particulariza otros datos, que esclarecen este ambiente espiritual, tan cargado de incertidumbres. Según su testimonio, la Madre Teresa conoció en AviJa al hereje Cazalla y a algunos de sus discípulos. Ello no es improbable. Agustín Cazalla había sido canónigo de Salamanca, más tarde capellán de Carlos V, que le llevó a Alemania. El trato con los teólogos protestantes emponzoñó su espíritu y pervirtió su criterio. Re­gresó a España y estableció en Valladolid, donde había cursado estudios en su juventud, el cuartel general de su herejía. Comenzó muy pronto a difundir sus doctrinas heréticas sobre la gracia, la vida espiritual, los sa­cramentos... Enseñaba que cada persona debía tener solamente un con­fesor, o director espiritual, a quien debía confiarse sin reservas. El era

(41) Doña Guiomar escribió una especie de memoria de la vida de santa Te­resa para el P. Ribera, que suponemos insertaría e.n su biografía de la Santa. Esto tenía lugar en 1585. Contaba entonces cincuenta y ocho años de edad. Su. falta de salud debió ocasionar pronto su muerte. Desde este año no se tienen noticias con­cretas de su vida.

(42) Procesos, II, 81: " ... en particular se acuerda que en Avila y por su tierra en el año 1565 anduvo un hombre que se llamaba Juan Manteca, tenido por hombre de buen espíritu y que lo llevaron a dicha Madre por tal, para que lo hablase: y hablado, nunca se satisfizo dicha Madre de él; y después con el tiempo se descubrió que dicho hombre iba fingiendo en tanto grado que lo gastaron por justicia[ ... l Y con esto dice más; que oyó decir a dicha Madre que por haber topado muchos en­gaños semejantes a los dichos y algunos arrebatamientos falsos, había procurado de dejar muchos avisos en sus libros para las señales que trae consigo el buen es­píritu".

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exclusivista y no quería compartir con nadie su magisterio autorizado. Para asegurar la difusión de su doctrina, tenía que valerse de procedimientos sinuosos y solapados.

Ana de Jesús nos testifica que Cazalla y sus discípulos hicieron acto de presencia en la ciudad de Avila probablemente entre 1556-1559. Du­rante este período la Madre Teresa había vivido horas de profunda in­quietud espiritual. Los falsos maestros intentaron establecer comunicación, incluso amistad con ella, a través de doña Guiomar de Ulloa y de otras señoras viudas y devotas de la ciudad, que se movían en un mismo círculo ambiental. Desistieron de sus propósitos al conocer que aquellas devotas mujeres daban cuenta de sus almas indistintamente a varios confesores, según las circunstancias de cada momento. Con ello· prevenían engaños y tropiezos en la vía del espíritu.

A pesar de todo, aquellos enmascarados protestantes no cejaron en sus empeños. Pretendieron hacer caer en sus enredos a la Madre Teresa, a quien juzgaban fácil presa de sus maquinaciones. Encerrada en los mu­ros de un monasterio, pensarían que estaba falta de ayuda espiritual y que no tendría comodidad para consultar a varios confesores. Muy pronto vieron que sus intentos eran infructuosos y podían ser perjudiciales, por­que la monja carmelita confiaba los asuntos de su vida interior a varones doctos y de mucho prestigio en la ciencia del espíritu.

La herejía seguía realizando su 1abor de zapa, minando la vida de muchas almas. El mal cobró proporciones alannantes, reclamando la ac­ción enérgica de la autoridad eclesiástica. Cazalla y catorce de sus dis­cípulos fueron condenados en Valladolid, en el famoso auto de 21 de mayo de 1559. La Inquisición había llevado a cabo minuciosas investiga­ciones ante las personas con quienes había tratado el hereje. Las devotas viudas de Avila y la Madre Teresa se vieron libres de molestias, porque no habían dado oidos a sus falaces promesas. Ana de Jesús recibió estas noticias directamente de la misma Madre Teresa (43).

Esta relación no es más que un pálido y descolorido retrato de aquel ambiente, saturado de inquietantes sorpresas. El auto de ejecución de Ca-

(43) El testimonio de Ana de Jesús es importante y merece ser transcrito. Dice as!: "Nos contaba [la Madre Teresa] que en Avila, cuando las herejías de Cazalla y sus secuaces, que a dofia Guiomar de Ulloa y a otras sefioras viudas y religiosas habían querido hablar estos herejes, y que yéndolas a visitar y sabiendo se confesaban con más que un confesor, y que trataban las cosas de sus almas con personas de diferentes Ordenes, habían dicho que no querían ellos entrar en casas de tantas puertas y con esto se libraron de saber nada de ellos; en particular que no acababan de dar gracias a Dios y de alabar lo que había sido causa de no haber oído sus errores, que luego los prendieron y buscaban a cuantos habían hablado; y así vieron les había valido esto para que no las hubiesen osado ellos decir cosa: y a la misma Madre también la codiciaban hablar, antes que supiesen trataba con tantos, que claro se veía la ensefiaba el Espíritu Santo lo que convenía" (Procesos, 1, 471-.72).

La historia de Agustín Cazalla y de sus más cercanos discípulos es bastante conocida. Su misma madre, Leonor de Vivero, abrazó la doctrina de la secta. Esta tenía su domicilio oficial en Valladolid. Al ser condenados los herejes y procesados en auto público la casa fue demolida y cubierto de sal el solar. Cazalla se retractó momentos antes de ser ejecutado. Había sido condenado a ser degradado, agarrotado y quemado su cuerpo. Cfr. M. MENÉNDEZ y PELAYO, Historia de los heterodoxos es-pañoles, IV, 7. .

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zalla y de sus secuaces conmovió a toda Castilla y sembró el temor y la inseguridad en los espíritus más equilibrados y sinceros. Existía una creen­cia universal en el poder del demonio, que se infiltraba por las comisuras del espíritu, transformado en ángel de luz. Aun los teólogos más doctos daban fe, con una credulidad digna de más elevado objeto, a sucesos des­concertantes e inverosímiles. Lo cierto es que las personas espirituales vi­vían presas de aquel temor y de la preocupación de ser engañadas. Era una pesadilla, que inducía a la cautela.

La historia de la espiritualidad española se va enriqueciendo poco a· poco con nuevos descubrimientos y hallazgos sorprendentes en este terre­no. A través de ellos podemos descubrir la vía sinuosa que abrieron en el subsuelo de nuestra espiritualidad corrientes desviadas, que intentaban socabar los fundamentos de la verdadera vida espiritual y de la auténtica práctica de la oración mental. Pululaban los sectarios, tanto como los es­pirituales puros y sin tacha. Embaucadores bajo manto de vida de piedad, aparentaban poner en práctica los consejos evangélicos, arrogándose unas intenciones y una santidad que nunca habían conocido. La sagacidad del espíritu del mal se había desbordado, hasta transformar los errores y los abusos más detestables en mensaje espiritual del verdadero espíritu de . , oraClon.

10. En un ambiente espiritual como el que hemos descrito, no puede sorprender a nadie que la Inquisición se pusiera en guardia contra todos aquellos, cuya vida rebasaba el nivel común, y discurría por caminos de visiones y revelaciones sobrenaturales. Unas veces, aceptando las acusa­ciones formuladas contra los sospechosos, instituía procesos y averigua­ciones. Otras veces, tal vez sin recibir acusaciones, ni delaciones formales, ordenaba vigilancia y examen detallado de la vida de aquellos que la voz pública ponía en el candelero de lo maravilloso y extraordinario.

Las mercedes sobrenaturales, por encima de la norma común: visiones, revelaciones, éxtasis, hablas interiores eran en este tiempo sinónimo de influencia diabólica. Era peligroso, por demás, aceptar como obra de Dios los regalos en la oración, las representaciones sensibles, o intelectuales de Jesucristo, o de los santos, el gozo interior en el estado de contemplación, cuando tantaS veces se había probado que eran embustes y una añagaza. Por eso, hasta tanto que se obtenían pruebas fehacientes y testimonios de indiscutible autenticidad, la Inquisición procedía con severidad. Prefirió equivocarse por carta de más, que dejar rienda suelta al espíritu visionario y milagrero de la época.

La vida de la Madre Teresa está cuajada de hechos desconcertantes en este sentido: visiones, locuciones interiores, revelaciones, éxtasis, fenó­menos extraordinarios, entrecruzados y repetidos con frecuencia, más de lo que la prudencia humana podría aconsejar. La influencia de estos fe­nómenos abrumaba a la monja carmelita y la sumía en un estado de en­simismamiento que no parecía compaginarse con lo que ella misma llamaba imperfecciones. Ella, por su gran humildad, no estaba satisfecha de su propia conducta, por parecerla que no correspondía con fidelidad a las

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gracias con que el Señor colmaba su alma. Tampoco estaba segura de su camino, ante las insistencias de sus confesores y consejeros, una vez que las mercedes extraordinarias habían pasado. Aunque dejaban en su alma la impronta de Dios y el fruto espiritual, afianzando la práctica de las virtudes, su situación psicológica no acababa de definirse ni reafirmarse. Esta inseguridad, patentizada por ella misma a sus confesores, aumentaba sus recelos y sus sospechas, sirviéndoles de argumento para garantizar sus consejos y sus decisiones. Ellos, menos enterados en las cosas del espíritu . que su humilde penitente, veían en todo el proceso de su vida la sombra del maligno.

En este estado de cosas lo más extraño hubiera sido que la Inquisición hubiera guardado absoluto silencio, dejando pasar sin más estos alborotos. Lo más natural era, sin duda, que los contradictores y desconfiados hi­ciesen llegar sus sospechas a conocimiento del santo Tribunal, y que este interviniese activamente en el asunto. Así sucedió, si bien para gloria y exaltación de la Reformadora. El juicio favorable del tribunal inquisito­rial, máxima autoridad en materias de espíritu, ratificó con sentencia irre­fragable los sentimientos que la misma Santa experimentaba cuando el Señor se hacía presente de modo extraordinario a su alma. Era El quien la guiaba por el camino de la oración mental, a la más encumbrada cima de la contemplación amorosa de la divinidad.

Los procesos inquisitoriales contra la Madre Teresa son, ni más ni menos, signo de la época y exigencias del ambiente. Una mirada de con­junto sobre aquella situación turbulenta descubre muchas anomalías y pe­ligros, que era preciso prevenir. El problema inquisitorial teresiano es una consecuencia de aquella situación inquietante y poco clarificada. Llega a su término por sus propios pasos. Este fue el crisol que probó ante todos, acusadores y defensores, la autenticidad del oro que la Santa Reformado­ra encerraba en su espíritu.

III. LOS HITOS DE ESTA HISTORIA

Una descripción adecuada del fenómeno inquisitorial teresiano presu­pone su localización geográfica y su determinación cronológica precisa. Sólo desde esa cima será posible contemplar el fenómeno en su realidad auténtica y en sus proyecciones.

A lo largo de nuestras investigaciones creemos haber llegado a resul­tados positivos en estos dos campos. Nuestras conclusiones corrigen en parte afirmaciones e interpretaciones precedentes. A su vez, pueden servir para ilustrar otros problemas de la biografía teresiana.

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Hace dos años publicamos un avance del proceso inquisitorial contra los libros y la doctrina de la Madre Teresa de Jesús (44).

Nuestro intento fue dar a conocer los principales documentos y trazar su movimiento cronológico, sirviéndonos de la consignación de algunas fechas y en su defecto del análisis, texto y contexto de los mismos docu­mentos. Trazamos entonces solamente el armazón, o la nervatura de lo que puede ser un estudio completo sobre ese aspecto del problema, que en su mayor parte tenemos ya concluido.

Al presente podríamos realizar una labor similar en torno a este otro aspecto del problema inquisitorial teresiano, y desde esta nueva perspec­tiva: los procesos contra la persona de la Madre Teresa. Con ello se com­pletaría aquella labor inicial. Pero un trabajo de esta índole, en el que so­lamente dejemos trazadas las líneas arquitectónicas de una obra de pro­porciones más ambiciosas, lo juzgamos de momento innecesario, ya que nuestra labor en este terreno está tocando a su fin. Por otra parte, un re­corrido por toda la cronología del proceso nos llevaría demasiado lejos. Creemos que será suficiente en esta ocasión señalar los hitos señeros que determinan el movimiento y fijan los límites de esta historia.

l. En el tribunal de Córdoba (1574-1575)

El nombre de la Madre Teresa de Jesús aparece consignado por pri­mera vez-según creemos-en un documento inquisitorial enviado al tri­bunal de Córdoba (diciembre de 157!1). Es el informe facilitado por Alonso López, en el que da cuenta de los resultados obtenidos en sus interroga­torios a personas sospechosas en Baeza y sus aledaños.

El nombre de la Madre Teresa ocupa un lugar 'secundario, a lo que parece. Viene incluido indirectamente. No obstante, esto dio lugar a fu­turas sospechas y a ulteriores investigaciones acerca de su persona y de su conducta espiritual. Su nombre va asociado al del Dr. Carleval, discí­pulo del Maestro A vila, a quien la Inquisición vigilaba desde hacía va­rios años.

Los años 1572-l574-marco dentro del cual se desarrolla esta historia­fueron muy movidos para los agentes de la Inquisición de la alta Andalu­cía. A la muerte del Maestro Juan de Avila (1569), sus discípulos no su­pieron encauzar el movimiento espiritual que él había creado. Muy pronto degeneró en prácticas abusivas y en manifestaciones morbosas. Hizo apa­rición el pseudo-profetismo y un mesianismo exacerbado, que pretendía jus­tificarse con un anhelo de vida interior y de comunicación con Dios; bus­caba la quietud, el sueño de las potencias; los éxtasis y las revelaciones eran principio y término del quehacer espiritual cotidiano, y estaban a libre disposición de los espirituales. Era suficiente saber manejar los resortes psicológicos y afectivos del alma. Los sectarios buscaban vivir esos momentos, como el sediento va en busca del agua; era el néctar de sus

(44) ENRIQUE DEL SDO. CORAZÓN, Santa Teresa de Jesús ante la Inquisición es­pañola, en "Ephemerides Carmeliticae" (1962) 518-565.

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espíritus. Aconsejaban esas mismas prácticas a sus dirigidas, generalmente mujeres. Pululaban los sacerdotes y religiosos indiscretos-no exageramos si tenemos en cuenta las declaraciones del mquisidor Montoya-que no ponían freno a otras inclinaciones, cayendo en lamentables abusos. Este movimiento representaba un mal gravísimo para la vida espiritual de la nación.

El tribunal de la Inquisición tomó muy en serio la tarea de cortar estos abusos. Llerena, Ubeda, Baeza, Jaén, eran focos hirvientes en los que se concentraron las miradas severas de los inquisidores. Fueron sometidos a interrogatorios los agentes más representativos de este movimiento: Die­go Pérez de Valdivia, arcediano de Jaén desde 1571, Melchor Hernández, el doctor Ojeda, el doctor Carleval, el doctor Molina y el licenciado Núñez, Francisco Hernández, laico, cristiano viejo, catequista de Ubeda, que había sido acemilero de un particular, más tarde carmelita descalzo con el nom­bre de Francisco de Jesús Indigno. Y junto a éstos, otros promotores de este movimiento y una manada de beatas-así se las califica en las actas de la Inquisición-, que buscaban ·los consuelos del espíritu en los rinco­nes de las iglesias, abusando de la confesión frecuente y del trato con sus maestros, amparadas en la penumbra del sagrado recinto.

Aparte de otros inconvenientes y abusos, estos sectarios, artífices de visiones y revelaciones apocalípticas, pronosticaban sucesos desconcertan­tes, que pretendían garantizar con la doctrina de otros maestros.

En octubre de 1574 fue enviado el doctor Alonso López a Ubeda y Baeza, como investigador y detector de ocultas herejías. Sus sospechas re­caían sobre los grupos espirituales adictos a los discípulos del Maestro Avila, en particular, sobre el doctor Carleval, quien inesperadamente se había personado en Ubeda, en los días en que el inquisidor estaba reali­zando su visita. Alonso López sometió a interrogatorio, entre otras beatas sospechosas, a María Mejía, antigua hija espiritual del Maestro Avila y más tarde. del propio Carleval, falsa profetisa. Según el informe cursado al tribunal de Córdoba, la interrogada declaró haber pronosticado hechos sorprendentes, próximas persecuciones en la iglesia, que habría muchos mártires y que el doctor Carleval había leido un libro de Teresa de Jesús, monja carmelita de Avila, que contenía un capítulo en el que se decía que en fecha próxima habría efectivamente muchos mártires.

El dato que se consigna aquí sobre Carleval no es improbable. Antes al contrario, tiene a su favor el desarrollo histórico de la biografía tere­siana. El doctor de Baeza leería el libro de la Vida de la Madre Teresa en Malagón, cuando ésta llevó a cabo la fundación de un monasterio de la Reforma, con la protección de doña Luisa de la Cerda (marzo-mayo de 1568), o tal vez en fecha más tardía. Carleval estuvo en Malagón y fue confesor de las religiosas. Sabemos que la Madre Teresa dio a leer su libro-que estaba destinado al Maestro Avila-a algunos sacerdotes que gozaban de fama de varones espirituales, según consta de la declaración de algunos testigos, que deponen en los Procesos de beatificación y de otros documentos.

El tribunal de Córdoba inició a partir de aquí una serie de investiga-

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ciones para esclarecer este punto opaco e impreciso, en torno al libro de la Madre Teresa de Jesús y a su conducta espiritua~ reflejada en sus pá­ginas. Pediría información a algunas personas de la comarca de Malagón, que habían conocido a la Madre Fundadora. El resultado no se hizo es" perar. En los acabijos de 1574 quedaba redactado un informe contra Te­resa de Jesús, monja carmelita de Avila, en el que se decía que era s~erva de Dios, pero que tenía escrito un libro de revelaciones más alto que el de Santa Catalina de Sena, y que entre ellas refería una en la que decía que habría muchos mártires de su Orden.

El Consejo de Madrid se interesó por este libro, encargando a los in­quisidores de Córdoba que se lo enviasen lo más pronto posible-ignoraba que en Córdoba no conocían el libro en cuestión-o A partir de entonces tienen lugar otras pesquisas en torno a la figura de la Madre Teresa, que vienen a enlazar con sucesos posteriores, gestionados en otros tribunales.

Aparte de esto, creemos que pudieron influir en esta actitud recelosa del tribunal de Córdoba contra la Madre Teresa otros sucesos y circuns­tancias. En particular, su relación, desde 1573, con Catalina Godínez, beata de Beas y fundadora del monasterio de las Descalzas de aquella villa (1575). Catalina, con otras beatas de Ubeda y sus aledaños, había sido sometida a un interrogatorio en 1574, acusada de visionaria. No es nada extraño que este sentimiento adverso repercutiese sobre la Madre Teresa, simpa­tizante, al parecer, con la conducta de la beata. Pasar de ahí a las sospe­chas contra la Madre Fundadora, como implicada en esos mismos delitos, podía hacerse sin estridencias.

2. En el tribunal de VaUadolid (157.5)

En los últimos días de 1574 y primeros de 1575 se gestionaba en el tribunal de Valladolid el proceso contra María de Olivares, monja agustina del convento de Nuestra Señora de Gracia, de la ciudad de Avila, que estaba tocando a su fin. Precisamente, dentro de esas mismas fechas se recibía en el Consejo un informe contra otra monja de Avila: la Madre Teresa de Jesús, enviado desde Córdoba. Es muy probable que se recibie­sen entonces detalles concretos sobre el libro de su Vida. La coincidencia fue desafortunada.

En ese mismo tiempo se tramitaban en el mismo tribunal otros proce­sos contra varias personas, de la región de Castilla, cuya vida y actuación extraordinaria infundían sospechas y recelos, reclamando una severa vi­gilancia. El Consejo cursó órdenes al tribunal de Valladolid (enero de 1575), pidiendo informes sobre Ignacio de Loyola y sobre algún otro en mate1'ia de alumbrados.

No sabemos si se cursó algún despacho especial, reclamando atención particular sobre la Madre Teresa y el libro de su Vida. Es cierto, no obs­tante, que, a partir del mes de febrero de ese mismo año (1575), el tribunal vallisoletano indagaba el paradero del libro en cuestión y reunía datos sobre la conducta de la Madre Teresa.

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A partir de estas fechas, los sucesos discurren con normalidad. El tri­bunal cursó un despacho al Obispo de A vil a, reclamando el manuscrito sospechoso. El Obispo accedió a facilitar sin demora el original. Puso el ca~o en conocimiento de la Madre Teresa (marzo-mayo de 1575) que se encontraba en Beas. Tienen lugar las censuras y el examen minucioso del libro, con intervención del P. Báñez. Al fin, queda retenido en las arcas inquisitoriales, esperando mejor oportunidad, y de las que no saldrá de forma definitiva hasta después de la muerte de su autora.

Al parecer, el proceso entablado en este tribunal gira en torno al libro de la Vida de la Madre Teresa, no en contra de su persona, ni su con­ducta espiritual. Pero es preciso no equivocar la perspectiva de estos he­chos. La Inquisición buscaba informes sobre la conducta de las personas encausadas, en materia de alumbrados, según consta de la carta del Con­sejo cursada al tribunal de Valladolid. Se pretendía conocer el modo de proceder de algunas personas cualificadas y sospechosas en su vida de oración. El libro de la Vida de la Madre Teresa era el reflejo y el tra­sunto de su conducta espiritual, de su comportamiento en la vida de ora­ción. Fue requerido e intervenido precisamente por eso, como consta de la declaración del P. Báñez;porque a través de sus páginas su autora daba noticia cabal de su alma a los que la habían de guiar por el camino de la oración mental (P. Báñez). Aparte de eso, era una expresión de expe­riencias sobrenaturales, principalmente visiones y revelaciones.

Este creemos es el sentido de las gestiones llevadas a cabo en el tribu­nal de Valladolid en torno a la Madre Teresa, aunque tengan como centro de referencia el libro de su Vida. De aquí que puedan considerarse jus­tamente como una acción inquisitorial contra la persona de la Madre Fundadora.

3. En el tribunal de Sevilla (1575-1576, 1577-1579)

a) Entre las gestiones llevadas a cabo por la Inquisición contra la Madre Teresa ocupan el primer puesto, no en sentido cronológico, sino por su importancia y trascendencia, los dos procesos actuados ante el tri­bunal de Sevilla. Son, por esto mismo, los más conocidos y casi los únicos a que han prestado atención los historiadores. Sobre ellos han llegado hasta nosotros relaciones más o menos exactas y completas, originales de autores de la época, que vivieron aquellos sucesos (45).

Abundan también sobre estos hechos las declaraciones de testigos de vista y testimonios de otras person,as bien informadas, que declararon en los procesos de beatificación y canonización. El recurso a los sucesos de

(45) Tales son, por ejemplo, las relaciones de MARÍA DE SAN JOSÉ, OCD, Libro de las recreaciones. Burgos, 1913, r. 9, p. 99-143; JERÓNIMO GRACIÁN DE LA MADRE DE DIOS, OCD, Peregrinación de Anastasio. Burgos, 1933, dial. 13, p. 180-208 (BMC 17). Id. Dilucidario del verdadero espíritu. Burgos, 1932, c. 4, p. 12-16 (BMC 15).

No puede descuidarse en este tema el epistolario teresiano, ni el libro de las Fundaciones. Cfr. c. 23-26. .

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Sevilla es tema obligado para poner de relieve las virtudes de la Madre Fundadora: paciencia, humildad, caridad, etc.

Los historiadores modernos y los intérpretes del espíritu de la Madre Teresa han dedicado muchas páginas a la· relación de estos sucesos (46).

A pesar de todo, carecemos aún de una relación completa y cronoló­gicamente exacta.

Los sucesos inquisitoriales de Sevilla constituyen un complejo enma­rañado en la biografía teresiana, que no es fácil desenredar. Se han co­metido no pocas inexactjtudes en su cronología, en ocasiones se ha in­vertido el orden de los sucesos, sacándolos de su marco histórico, con lo que se ha deformado el sentido, el significado y el alcance de toda esta historia. Al parecer, los historiadores no han prestado gran atención al factor cronológico, llevados por las noticias imprecisas de los antiguos cronistas.

La acción inquisitorial contra la Madre Teresa en el tribunal de Se­villa se desarrolla en dos momentos, o fases, de signo totalmente distinto. Durante el primer momento la Madre residía en la ciudad andaluza (1575-1576); durante la segunda fase se la juzgó en ausencia (1577-1579). Es éste un dato de grande importancia que ha pasado casi inadvertido y sobre el que reclamamos la atención de los investigadores en otra oca­sión (47).

b) A los pocos meses de inaugurado el monasterio de San José de Sevilla ingresaron las primeras novicias. La Madre Teresa da cuenta de ello en agosto de 1575. Entre ellas ingresó una gran beata, llamada María del Corro, viuda, a quien había canonizado ya la ciudad-en frase de María de San José-, cuya edad (cuarenta años) y formación espiritual dificultaron su aclimatación a la vida descalza. La confesaba un clérigo, excesivamente celoso, que hizo partido con sus intenciones y actitudes, a pesar de no poder· acomodarse a los usos y costumbres de la Descalcez.

La beata no prosperó en su intento. Abandonó el monasterio, contra su voluntad, a lo que parece, a más tardar en el mes de enero de 1576. A pesar de que la misma Madre Teresa tuvo para con ella extremada con­descendencia, llevó muy cuesta arriba su fracaso. Tenía un carácter iras­cible. Su viudez, por otra parte, acentuaba el resentimiento y el disgusto. Hubiera preferido vivir dentro del monasterio, disfrutando de continuos privilegios.

Su contrariedad subió de tono, cuando se vio ridiculizada por su fra­caso, ante tantas personas que la tenían por santa. Reiteró sus consultas a su confesor, y sin dilación, presentó ante el tribunal de la Inquisición una denuncia contra la Madre Teresa y sus religiosas carmelitas. Proba-

(46) Cfr. a modo de ejemplo: SILVERIO DE SANTA TERESA, OCD, Historia del Car­men descalzo". TII, 27. En el segundo sentido: FüLLOP-MILLER, Teresa de Avila, la Santa del éxtasis. Madrid, 1947, 122-24; 144. EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, O. c. I, 129-585; 522-527.

(47) Ver nuestro estudio: Santa Teresa de Jesús ante la Inquisición española, en "Ephemerides Carmeliticae" (1962) 524, nota 12.

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blemente, el confesor lá faciHtó el camino y el acceso para llegar a los inquisidores.

Los temas de su acusación nos son conocidos, tanto por el documento del tribunal de Sevilla, como por la relación de la Madre María. Las de­claraciones de testigos en los procesos de beatificación y canonización aportan no pocos elementos.

El tribunal de Sevilla actuó con rapidez. En 23 de enero cursó una carta al Consejo de Madrid, dándole cuent\lde las acusaciones y pidiendo instrucciones y normas a cumplir. En la carta se anota que hllbÍan sido acusadas la Madre Tere~a, Isabel de Sa~ Jerónimo y el libro de la Vida de la Fundadora.

El Consejo no demoró la contestación. No le cogían de nuevo acusa­ciones de esta Índole. En febrero del mismo año cursó .un despacho al tri­bunal de Sevilla, dándole orden de examinar detenidamente a los con­testes delatados por María. del Corro, y una vez hechas las investigaciones, que se examinasen para mayor seguridad con el Ordinario v con los con-sultores. . ' .

En este marco han de situflrse las dos relaciones espirituales redacta­das en estas fechas por la Madre Teresa para el P. Rodrigo Alvarez, con­sultor inquisitorial, dándole cuenta en ellas de su espíritu y del proceso que había seguido en la vida de oración.

El panorama en torno a la Madre Fundadora era muy sombrío. La ha­bían aconsejado que hiciera una confesión general de toda su vida. Ella vivía bajo la presión y el temor de un posible encerramiento en la cárcel inquisitorial. Muchos documentos apuntan a este estado psicológico. El encerramiento no tuvo lugar. Pero ¿sería llamada a declarar ante el tri­bunal? Los jueces se presentaron en el monasterio en más de una ocasión, pidiendo declaración a las encausadas. Ante ellos comparecería la monja acusada, imperturbable en su espíritu, a pesar del aparatoso interrogatorio. Pero ¿fue llevada ante el tribunal, fuera de los muros de su convento? No lo juzgamos improbable, ante las expresiones de algunos testigos de plena garantía.

Restan varios problemas a despejaren esta historia, y dentro de esta primera fase del proceso. Los cronistas e historiadores modernos hablan con reiterada insistencia de la intervención de un clérigo en estas acusaciones y denuncias, melancólico y amigo de María del Corro; intervención que parece rebasar la línea de un simple consejo, que pudo dar como confesor a su hija espiritual. Se acusa en particular a Garciálvarez, amigo y confesor de la comunidad carmelita, de esta debilidad. Juzgamos que late aquí una equivocación y trasposición de hechos. La intervención fundamental del clérigo delator creo que debe situarse en la segunda fase del proceso.

Al parecer la acción inquisitorial contra la Madre Teresa no fue más allá de los simples interrogatorios, si bien resultarían molestos y enojosos. Parece también que los jueces procedieron con poca piedad y respeto. Pero en lo demás no fue ultrajada, ni mucho menos penitenciada. Pensa­mos que a la vista de sus declaraciones, llenas de sinceridad, y de los memoriales que había dado al P. Rodrigo Alvarez sobre su vida interior,

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fue absuelta de los cargos que contra ella había formulado la colérica ex·· novicia.

s) El. monasterio de san José recobró la paz y la tranquilidad que habla abrIgado dentro de sus claustros en los primeros meses de su exis­tencia. Pero el sol se eclipsó de nuevo, y demasiado pronto. Algunos pro­blemas de carácter doméstico-traslado al nuevo convento, organización interna de la vida religiosa ... -vinieron a turbar aquel sosiego.

En las primeras horas del día 4 de junio de 1576 la Madre Teresa abandonaba la ciudad de Sevilla. Salió a las dos de la mañana, amparada en las sombras de una noche, imaginamos, cuajada de estrellas y símbolo de otra paz y tranquilidad más alta. De intento hurtó su salida a la vigi­lancia de sus hijas, que habían querido impedir su marcha.

Quedaba en el monasterio de san José una comunidad de mujeres, llena de juventud, de optimismo, de decisión, gobernada por una monja, María de san José, cuya juventud sería un peligro para su gobierno. La comunidad vivía sus primeros años y estaba entregada fuertemente a su principal quehacer: la vida de oración mental y el trato de amistad con Dios. Pero la juventud jugó muy pronto su papel, ganando la partida a la prudencia.

Era confesor de la comunidad un celoso sacerdote, llamado Garciálva­rez, que había prestado una ayuda incondicional y desinteresada a las carmelitas, hasta encontrar su asiento definitivo. Había sido persona de plena confianza de la Madre Teresa.

Muy pronto comenzaron a manifestarse algunas anomalías en la vida espiritual de algunas religiosas, en particular en Isabel de san Jerónimo y en Beatriz de la Madre de Dios, que ostentaba la primogenitura de aquel monasterio. Abusaban de la práctica de la oración mental, decían expe­rimentar fenómenos extraordinarios, visiones, hablas interiores ... Se habían aficionado a sus progresos sorprendentes y se creían llamadas a jugar un papel importante en el futuro. Transcribían en unos cuadernillos sus ex­periencias, sin consejo y aprobación. Comenzaban también a abusar del trato frecl,lente con el confesor, en quien buscaban luz y consejo ... o la satisfacción de ser escuchadas y de hacerle conocedor de sus maravi~ llas (1577-1578). El confesor era hombre de escasos recursos personales y de una formación doctrinal bastante deficiente

La vida de las Descalzas atravesaba por otras dificultades de orden. in­terno. La Madre Priora pidió consejo para todo a la Madre Teresa, que se encontraba en Castilla. También al Padre Gracián y a otros religiosos de la ciudad. Transigió en ocasiones, persuadido por la propia Madre Fundadora, con lo que juzgaba un abuso y una falta contra la disciplina monástica. Pero el malestar iba cobrando proporciones alarmantes; la relación de la hermana Beatriz con el clérigo confesor pasaba ya a ser sos­pechosa y causa de escándalo. Con pretexto de confesión, pasaba largas horas, algunos días por la mañana y por la tarde, pegada a la reja del con­fesonario, conversando con el confesor. La Madre Priora, aconsejándose del P. Nicolás de Jesús María Doria y del P. Pedro Fernández, comisario

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de la Orden Dominicana, despidió al confesor, impidiéndole llegar al con­fesonario de sus religiosas (octubre-noviembre, 1578). Pero el remedio agravó la enfermedad, porque la medicina se trocó en veneno.

El clérigo se acogió a la autoridad del P. Diego de Cárdenas, Provin­cial de los Calzados, que había sido nombrado hacía poco tiempo por el Nuncio de su Santidad en España Felipe Sega, Vicario de los Carmelitas de Andalucía, e investido de plenos poderes. La situación jurídica había cambiado radicalmente. El Comisario y sus cooperadores pretendían sub­yugar a los Descalzos y manejarlos a su capricho. Sin otras consideracio­nes depuso a la Madre María de san José de su cargo de Priora de la co­munidad, nombrando como vicaria precisamente a la hermana Beatriz. Aparte de esto, quisieron hacer justicia, a su modo, y pedir cuentas a la Madre Teresa, al Padre Gracián y a la propia María de san José de sus actuaciones en Sevilla. Garciálvarez recobró su reputación perdida, falaz moneda para comprar éxitos, siendo restituido a su cargo de confesor. En connivencia con el P. Cárdenas y otros religiosos de Sevilla, que abriga­ban una no disimulada animosidad contra los Descalzos, redactó unos memoriales infamantes contra la Madre Teresa, que presentó al tribunal de la Inquisición. En ellos se recogían las declaraciones de dos monjas rebeldes, y las de otras religiosas de la comunidad, que habían sido forza­das y coaccionadas a declarar en el sentido en que quisieron los jueces (diciembre de 1578?).

Los memoriales fueron presentados sin duda al tribunal de la Inqui­sición. Todas las acusaciones iban recargadas dI" maliciosos intentos. Los cargos acumulados contra las acusadas eran tan graves, que los acusado­res se alegraban ya ante el inminente triunfo. Abrigaban la esperanza de que el tribunal no tardaría en tomar cartas en el asunto, y que apresaría a las monjas culpables, expulsándolas del monasterio y devolviéndolas a Castilla, de donde habían venido.

Pero el juicio de los inquisidores y otras circunstancias externas dieron muy pronto al traste con esos torcidos propósitos. El tribunal de la Inqui­sición conocía muy a fondo el espíritu y el temple sobrenatural de la Madre Teresa. No hacía tres años qué la habían sometido a un minucio­so y desapasionado examen.

No sabemos si la Inquisición adoptó una postura definida en este caso, o desestimó simplemente las acusaciones. Lo cierto es que no tomó nin­guna decisión favorable a los acusadores. Esto ya era bastante. Antes por el contrario; parece que favoreció la causa de las acusadas. La Madre María fue repuesta en su cargo de priora a raíz de la fecha en que el P. Angel de Salazar tomó las riendas del gobierno de la Descalcez (abril de 1579). El monasterio carmelitano de Sevilla recobró de nuevo su nor­malidad, y aquella paz, tantas veces quebrantada, y merecida después de un martirio espiritual y psicológico. La Madre Teresa llegaba una vez más a la gloria y a la libertad del espíritu, a pesar de las calumnias y las ma­quinaciones de los hombres.

Fundamentalmente, aquí se cierra esta segunda fase del proceso inqui­sitorial contra la Madre Fundadora. Al fin, fue ella precisamente quien

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dictó la última sentencia, absolviendo a las monjas culpables y sembrando amor y caridad donde había reinado lá envidia y la oposición (48).

Era éste un nuevo triunfo, tal vez el más desvaído a los ojos de los hombres, pero el más valioso a los ojos de Dios, que justamente podía añadir a los trofeos de su victoria. A ella, perseguida y acusada, le cupo en suerte dictar sentencia de absolución contra sus acusadoras.

ENRIQUE DEL Soo. CORAZ6N, OCD Universidad Pontificia de Salamanca

(48) Cfr. Carta 79-5B¡ Obras de Santa Terua ... Madtid, BAC, UI, 513-519.