salud es la discreción en las relaciones sociales canguilhem
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Canguilhem. Definición del concepto de salud como experiencia y concepción.TRANSCRIPT
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La salud: concepto vulgar y cuestin filosfica
Antes de que apareciera Hipcrates, quin de no
sotros no hablaba de lo que es sano y lo que es noci
vo?. De este modo funda Epicteto, en sus Conversa
ciones (Il, 17), una reivindicacin de pertinencia po
pular sobre la existencia de una nocin a priori de lo
sano y de la salud, cuya aplicacin a los objetos o com
portamientos es calificada, por lo dems, de incierta.
Si por nuestra parte admitiramos que es posible una
definicin de la salud sin referencia a algn saber ex
plcito, dnde buscaramos su fundamento?
Sera inconveniente, en Estrasburgo, someter a
vuestro examen algunas reflexiones sobre la salud
sin recordar la definicin propuesta hace medio siglo
por un clebre cirujano, profesor en la Facultad de
Medicina entre 1925 y 1940: . Tal vez a consecuencia de
conversaciones mantenidas con colegas en el Colegio
de Francia, Paul Valry hizo eco a Ren Leriche escri
biendo:
(Mauvaises penses et autres, 1942). Antes, Charles
FERNANDONotehttp://www.saludcolectiva-unr.com.ar/docs/SC-167.pdf
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Daremberg, en una compilacin de artculos titulada
La mdecine, histoire et doctrines (1865), haba escrito
que en el estado de salud no se sienten los movimien
tos de la vida, todas las funciones se realizan en silen
cio>>. Con posterioridad a Leriche y a Valry, la asimi
lacin de la salud al silencio fue efectuada por Henri
Michaux, pero juzgndola de manera negativa: Co
mo el cuerpo (sus rganos y funciones) fue conocido
principalmente y develado no por las proezas de los
fuertes sino por los desasosiegos de los dbiles, de los
enfermos, de los invlidos, de los heridos (puesto que
la salud es silenciosa y en ella se origina la impresin,
inmensamente errnea, de que todo puede darse por
descontado), mis enseantes sern las perturbacio
nes del espritu, sus disfunciones>> (Les grandes preu
ves de l'esprit et les innombrables petites, 1966). Mu
cho antes que todos ellos, y tal vez ms sutilmente
que ninguno de ellos, Diderot escriba en su Lettre sur
les sourds et muets a l'usage de ceux qui entendent et qui parlent (1751): Cuando uno est sano, ninguna
parte del cuerpo nos instruye de su existencia; si algu
na de ellas nos avisa de esta por medio del dolor, es,
con seguridad, porque estamos enfermos; si lo hace
por medio del placer, no siempre es cierto que estemos
meJOr>>.
La salud es un tema filosfico frecuente en la poca
clsica y en el Siglo de las Luces, tema abordado casi
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siempre de la misma manera y por referencia a la
enfermedad, cuya dispensa es tenida en general por
equivalente de la salud. Es as, por ejemplo, como
Leibniz, en la Teodicea (1710), discutiendo las tesis de
Pierre Bayle sobre el bien y el mal, escriba: El bien
fisico consiste nicamente en el placer? El seor Bay
le parece tener esta impresin; pero yo opino que con
siste en un estado medio tal como el de la salud. Uno
est bastante bien cuando no est mal; es un grado de
sabidura no tener nada de locura ( 251). Y, ms adelante, Leibniz agrega: El seor Bayle quisiera
alejar la consideracin de la salud. La compara con
los cuerpos rarificados que casi no se hacen sentir, co
mo el aire, por ejemplo; mas compara el dolor con los
cuerpos que tienen mucha densidad y pesan mucho
en poco volumen. Pero el dolor mismo hace conocer la
importancia de la salud cuando estamos privados de
ella ( 259).
Entre los filsofos que prestaron ms atencin a la
cuestin de la salud, hay que citar a Kant. Respalda
do en los xitos y fracasos de su arte de vivir personal,
de los que Wasianski hizo un largo relato en la obra
Emmanuel Kant dans ses dernieres annes (1804),
Kant trat este punto en la tercera seccin de La
disputa de las facultades (1798) . Respecto de la salud,
dice, nos hallamos en condiciones engorrosas:
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cin de bienestar vital, pero jams puede saber que
est sano . . . La ausencia de la sensacin (de estar en
fermo) no permite al hombre expresar que est sano
de otro modo que diciendo estar bien en apariencia.
Pese a su aparente simplicidad, estas observaciones
de Kant son importantes porque hacen de la salud un
objeto ajeno al campo del saber. Hagamos ms drsti
co el enunciado kantiano: no hay ciencia de la salud.
Admitamos esto por el momento. Salud no es un con
cepto cientfico, es un concepto vulgar. Lo que no quie
re decir trivial, sino simplemente comn, al alcance
de todos.
A la cabeza de esta serie de filsofos, Leibniz, Di
derot, Kant, me parece que debo poner a Descartes,
cuya concepcin de la salud tiene particular impor
tancia puesto que fue el inventor de una concepcin
mecanicista de las funciones orgnicas. Al asociar salud y verdad en un elogio de los valores silenciosos, es
te filsofo, mdico de s mismo, plantea, segn mi pa
recer, una cuestin no bien advertida hasta hoy. En
una carta a Chanut del 31 de marzo de 1649, escribe:
Aunque la salud sea el ms grande de todos nuestros
bienes que conciernen al cuerpo, es sin embargo aquel
al que dedicamos menos reflexin y con el que menos
nos deleitamos. El conocimiento de la verdad es como
la salud del alma: una vez que se la posee, no se pien
sa ms en ella.
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Cmo es posible que jams se haya pensado en in
vertir esta equiparacin, preguntndose entonces si
la salud no constituye l verdad del cuerpo? La ver
dad es algo ms que un valor lgico, propio de la prc
tica del juicio. Hay otro sentido de verdad que no es
necesario tomarle prestado a Heidegger. En el Dic
tionnaire de la langue franr;aise de Emile Littr, el ar
tculo
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drich Nietzsche. Despus de tantos comentadores, en
especial Andler, Bertram, Jaspers, Lowith, no es fcil
determinar el sentido y alcance de los numerosos tex
tos de Nietzsche relativos a la enfermedad y a la sa
lud. En La voluntad de poder, versin francesa de
Bianquis, unas veces Nietzsche cree -segn Claude
Bernard- en la homogeneidad de la salud y la enfer
medad (l, 364), y otras celebra la
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una paz, un rebao y un pastor. Y por ltimo: Hay
ms razn en tu cuerpo que en tu mejor sabidura>>.
Cuando Nietzsche escribe esto, en 1884, la existen
cia de aparatos y funciones de regulacin orgnica ha
sido establecida experimentalmente por los fisilo
gos. Pero es poco probable que el gran fisilogo ingls
Starling haya pensado en Nietzsche cuando dio a su
Discurso de 1923 sobre las regulaciones y la homeos
tasis el ttulo de The wisdom ofthe body, ttulo recogi
do por Cannon en 1932. Starling, inventor del tr
mino hormona en 1905, public en 1912 un tratado,
Principies of human physiology, revisado ms tarde
por Lowatt Evans y cuyo ndice final no contiene la
palabra health. De igual modo, la palabra francesa
sant, salud>>, no figura en el ndice de la Physiologie
de Kayser. En cambio, los ndices de ambos trata
dos contienen: homeostasis, regulacin, estrs. Debe
verse aqu un nuevo argumento para negarle al con
cepto de salud la condicin de cientfico?
Se puede, se debe decir que las funciones del or
ganismo son objetos de ciencia, pero no lo que Claude
Bernard denominaba relaciones armnicas de las
funciones de economa>> (Let;ons sur le diabete, pg.
72)? Por otra parte, el mismo Claude Bernard lo dijo
expresamente: N o hay en fisiologa ms que condi
ciones propias de cada fenmeno que es preciso de
terminar con exactitud, sin perderse en divagaciones
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sobre la vida, la muerte, la salud, la enfermedad y
otras entidades de la misma especie (ibid., pg. 354).
Lo cual no impide a Claude Bernard utilizar despus
la expresin organismo en estado de salud>> (ibid,
pg. 421).
El Tratado de Starling contiene en su Introduc
cin general>> una observacin que puede parecer me
nor, pero que creo necesario destacar. Se seala all,
dirigido a los estudiantes, que el trmino mecanismo,
utilizado con frecuencia para exponer el modo de ejer
cicio de una funcin orgnica, no debe ser tomado de
masiado en serio (This rather overworked word need
not be taken too seriously .. .) .
Se nos tranquiliza as en la negativa a homologar
la salud a un efecto necesario de relaciones de tipo
mecnico. La salud, verdad del cuerpo, no puede ser
explicada con teoremas. No hay salud de un mecanis
mo. Por otra parte, el mismo Descartes nos lo ensea
en la Sexta meditacin, al negar que haya una dife
rencia de ser entre un reloj ajustado y un reloj desa
justado, mientras que hay una diferencia de ser entre
un reloj desajustado y un hombre hidrpico, es decir,
un organismo empujado por la sed a beber desmedi
damente. Tener sed cuando beber es pernicioso cons
tituye, dice Descarte_s, un error de naturaleza. Des
cartes entiende por salud aliquid (. . . ) quod revera in
rebus reperitur, ac proinde nonnihil habet veritatis.
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Para una mquina, el estado de marcha no es la salud
y el desajuste no es una enfermedad. Nadie lo dijo con
tanta profundidad como Raymond Ruyer en Parado
xes de la conscience. Entre varios pasajes, basta ci
tar aqu el que concierne al crculo vicioso ciberntico
(pg. 198). Es absurdo concebir el organismo viviente
como una mquina de regulacin pues, en definitiva,
y cualesquiera sean los intermediarios, .
Que no haya enfermedad de la mquina es el equi
valente de que no hay muerte de la mquina. Villiers
de L'Isle-Adam, aquel simbolista discutido al que se
le reconoce sin embargo el mrito de haber alentado a
Mallarm, imagin, en L'Eve future, a un Edison in
ventor de medios electromagnticos para simular las
funciones del viviente humano, incluida la palabra.
Su Andr'ide es la mujer-mquina que puede decir Yo,
pero que se sabe no viviente puesto que no se le dice
T, y que declara al final: .
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El cuerpo vivo es, pues, ese existente singular cuya
salud expresa la cualidad de los poderes que lo consti
tuyen en tanto debe vivir con tareas impuestas, y por
lo tanto en relacin de exposicin a un entorno cuya
eleccin, en primer lugar, l no tiene. El cuerpo huma
no vivo es el conjunto de poderes de un existente que
posee capacidad de evaluar y de representarse a s
mismo tales poderes, su ejercicio y sus lmites.
Ese cuerpo es, a un tiempo, dado y producido. Su
salud es, simultneamente, un estado y un orden.
El cuerpo es dado por lo mismo que es un genotipo,
efecto a la vez necesario y singular de los componen
tes de un patrimonio gentico. Desde este ngulo, la
verdad de su presencia en el mundo no es incondicio
nal. Se producen en ocasiones errores de codificacin
gentica que, segn los mbitos de vida, pueden de
terminar o no efectos patolgicos. La no-verdad del
cuerpo puede ser manifiesta o latente.
El cuerpo es un producto por lo mismo que su acti
vidad de insercin en un medio caracterstico, su mo
do de vida elegido o impuesto, deporte o trabajo, con
tribuye a moldear su fenotipo, es decir, a modificar su
estructura morfolgica y, por ende, a singularizar sus
capacidades. Aqu es donde cierto discurso encuentra
oportunidad y justificacin. Este discurso es el de la
Higiene, disciplina mdica tradicional hoy recupera-
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da y travestida por una ambicin socio-poltico-mdi
ca de ajuste de la vida de los individuos.
A partir del momento en que salud se dijo del hom
bre por integrar una comunidad social o profesio
nal, su sentido existencial fue ocultado por exigencias
de contabilidad. Tissot no lo haba advertido todava
cuando publicaba, en 1761, su Aviso al pueblo acerca
de su salud y, en 1768, De la salud de la gente de
letras. Pero salud comenzaba a perder su significa
cin de verdad para recibir una significacin de fac
ticidad. Se haca objeto de un clculo. Conocemos,
despus, el balance de salud. Conviene recordar aqu,
en Estrasburgo, que fue en esta ciudad donde Etienne
Tourtelle, profesor de la Escuela especial de medicina,
public en 1797 sus Elementos de higiene. La amplia
cin histrica del espacio en que se ejerce el control
administrativo de la salud de los individuos desembo
c, hoy, en una Organizacin mundial de la salud que
no poda delimitar su mbito de intervencin sin pu
blicar ella misma su propia definicin de la salud.
Aqu la tenemos: .
La salud, como estado del cuerpo dado, es la prue
ba -por el hecho de que este cuerpo vivo es posible
puesto que es- de que no se encuentra congnita-
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mente alterado. Su verdad es una seguridad. N o re
sulta entonces sorprendente que en ocasiones, y con
toda espontaneidad, se hable de salud frgil o pre
caria, e incluso de mala salud? La mala salud es la
restriccin de los mrgenes de seguridad orgnica, la
limitacin en el poder de tolerancia y compensacin
de las agresiones del entorno. En un clebre encuen
tro realizado en Amsterdam en 1648, el joven Bur
man objeta a Descartes que existan las enfermedades
apoyado en la rectitud de la constitucin del cuerpo
para la conduccin y prolongacin de la vida huma
na. La respuesta de Descartes puede sorprender. Dice
que la naturaleza es siempre la misma, y que parece
arrojar al hombre en las enfermedades slo para que
este pueda, superndolas, hacerse ms vlido. Evi
dentemente, Descartes no poda anunciar a Pasteur.
N o es la vacunacin el artificio de una infeccin exac
tamente calculada para permitir que el organismo se
oponga de ah en ms a la infeccin salvaje? La salud como expresin del cuerpo producido es
un seguro, vivido en el doble sentido de seguro contra
el riesgo y de audacia para asumirlo. Es un senti
miento de capacidad para superar las capacidades
iniciales, capacidad para hacer que el cuerpo haga lo
que al principio no pareca prometer. Estamos otra
vez ante el atleta. Aunque la siguiente cita deAntonin
Artaud concierna primero a la existencia humana ba-
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jo el nombre de vida, antes que a la vida misma, pode
mos evocar este texto con motivo de una definicin de
la salud: No se puede aceptar la vida sino a condicin
de ser grande, de sentirse origen de los fenmenos, al
menos de cierto nmero de ellos. Sin poder de expan
sin, sin cierta dominacin sobre las cosas, la vida es
indefendible>> (Carta a la vidente>>, en La revolucin
surrealista, 1 de diciembre de 1926).
Estamos lejos de la salud medida con aparatos.
Llamaremos a esta salud: libre, no condicionada, no
contabilizada. Esta salud libre no es un objeto para
quien se dice o se cree especialista en salud. El higie
nista se dedica a dictar normas para una poblacin.
No trabaja sobre individuos. Salud pblica es una de
nominacin discutible. Sera preferible el trmino sa
lubridad. Lo pblico, lo publicado, es muy a menudo
la enfermedad. El enfermo pide ayuda, atrae la aten
cin; es dependiente. El hombre sano que se adapta
silenciosamente a sus tareas, que vive su verdad de
existencia en la libertad relativa de sus elecciones, es
t presente en la sociedad que lo ignora. La salud no
es solamente la vida en el silencio de los rganos, es
tambin la vida en la discrecin de las relaciones so
ciales. Si digo que estoy bien, atajo preguntas estereo
tipadas antes de que se las profiera. Si digo que estoy
mal, la gente quiere saber cmo y por qu, se pregun
ta o me pregunta si estoy inscripto en la Seguridad so-
FERNANDONoteCanguilhem 1990 (La salud no es slo la vida en el silencio de los rganos, es tambin la vida en la discrecin de las relaciones sociales)
FERNANDOHighlight
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cial. El inters por una falla orgnica individual se
transforma eventualmente en inters por el dficit
presupuestario de una institucin.
Pero, abandonando ahora esta descripcin de la
vivencia de salud o enfermedad, hay que intentar dar
razn de la propuesta de considerar la salud como
verdad del cuerpo en situacin de ejercicio, expresin
originaria de su posicin como unidad de vida, funda
mento de la multiplicidad de sus rganos propios. La
tcnica reciente de extraccin y trasplante de rganos
no merma en nada la capacidad para el cuerpo dado
de integrar, en cierto modo apropindosela, una par
te extrada de un todo cuya estructura histolgica es
compatible con l.
La verdad de mi cuerpo, su constitucin misma o su autenticidad de existencia no es una idea suscep
tible de representacin, as como, segn Malebran
che, no hay idea del alma. En cambio, hay una idea
del cuerpo en general, no, desde luego, visible y legi
ble en Dios como pensaba Malebranche, sino expues
ta en los conocimientos biolgicos y mdicos progre
sivamente verificados. Esta salud sin idea, a la vez
presente y opaca, es sin embargo lo que, de hecho y en
ltima instancia, sostiene y valida para m mismo,
y tambin para el mdico en tanto es mi mdico, los
artificios que la idea del cuerpo, es decir, el saber m
dico, puede sugerir para sustentarla. Mi mdico es
FERNANDOHighlight
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aquel que acepta corrientemente de m que lo instru
ya sobre lo que slo yo estoy habilitado para decirle, a
saber: lo que mi cuerpo me anuncia a m mismo a tra
vs de sntomas cuyo sentido no me resulta claro. Mi
mdico es aquel que acepta de m ver en l a un ex
geta, antes de aceptarlo como reparador. La defini
cin de la salud que incluye la referencia de la vida or
gnica al placer y al dolor experimentados como ta
les, introduce subrepticiamente el concepto de cuerpo
subjetivo en la definicin de un estado que el discurso
mdico cree poder describir en tercera persona.
Al reconocer en la salud algo de un cuerpo humano que vive su verdad, no hemos aceptado seguir a Des
cartes por un camino en el que algunos de nuestros
contemporneos creyeron descubrir la trampa de la
ambigedad? Tal es el caso de Michel Henry en su
obra Filosofa y fenomenologa del cuerpo (1935). Por el contrario, Merleau-Ponty consider como positivo
en Descartes aquello que precisamente le vali el re
proche de ambiguo. En este punto debemos remitir
nos al texto pstumo Lo visible y lo invisible, aunque la cuestin haba sido tratada con anterioridad en sus
lecciones sobre La unin del alma y el cuerpo en Malebranche, Biran y Bergson (1947-1948) y en el ltimo curso dado en el Colegio de Francia en 1960, Natura
leza y Lagos: el cuerpo humano. En una nota de Lo visible y lo invisible, puede leerse: La idea cartesiana
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del cuerpo humano en tanto humano no cerrado,
abierto en tanto regido por el pensamiento, es quiz
la ms profunda idea de la unin del alma y el cuer
po. En definitiva, pese a su virtuosismo y a su ambi
cin, Merleau-Ponty no pudo hacer nada mejor que
comentar lo insuperable. Comentador por comenta
dor, la superioridad pertenece a lo que se da simple
mente por tal, reconociendo la existencia de un costa
do del cuerpo humano vivo inaccesible a los otros, ac
cesible slo a su titular (M.-P. Resumen de cursos,
Colegio de Francia, 1952-1960). Reencontramos aqu
a Raymond Ruyer, para quien las paradojas de la con
ciencia slo son paradojas respecto de nuestros h
bitos de los fenmenos mecnicos a nuestra escala
(pg. 285).1 Este intento nuestro de dilucidar un concepto, no
corre el riesgo de ser tomado por una elucubracin? Al pedir a la filosofa que robustezca nuestra proposicin
de considerar la salud como un concepto al que la ex
periencia vulgar confiere el sentido de un permiso pa
ra vivir y actuar por el beneplcito del cuerpo, pare
cemos menospreciar la disciplina que, aun desde un
1 No puedo abstenerme de evocar aqu, y en este momento, la memoria del lamentablemente fallecido Roger Chambon. En su tesis de
1974, El mundo como percepcin y realidad, present y discuti de modo brillante los trabajos de Michel Henry y Maurice Merleau
Ponty, pero ms cuidadosamente an los de Raymond Ruyer.
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punto de vista popular, parece la ms adecuada para
tratar nuestro tema: la medicina. Porque se nos pue
de objetar que el cuerpo, lisa y llanamente sentido y
percibido desde siempre como un poder -y a veces
tambin como un obstculo-, ha tenido alguna rela
cin con el cuerpo tal como el saber mdico se lo repre
senta y trata a su respecto. Esta relacin incluso pudo
hacerse manifiesta en la Francia del siglo XIX a tra
vs de una institucin hoy olvidada, la de un cuerpo
de oficiales de salud. Estos vigilantes y consejeros en
materia de salud eran en realidad submdicos a los
que se exiga un nivel de conocimientos menos eleva
do que el de los doctores. Estaban al servicio del pue
blo, sobre todo en el campo, donde la vida se presuma
menos sofisticada que en las ciudades. El cuerpo se
gn el pueblo nunca dej de tener cierta deuda con el
cuerpo segn la Facultad. Incluso hoy, el cuerpo se
gn el pueblo es, con frecuencia, un cuerpo dividido.
La difusin de una ideologa mdica de especialis
tas hace que, a menudo, el cuerpo sea vivido como una
batera de rganos. Inversamente, por detrs del de
bate de orden profesional -y en el fondo poltico
entre especialistas y generalistas, el cuerpo mdico
pone en entredicho, tmida y confusamente, su rela
cin con la salud. Este esbozo de revisin en el orden
profesional hace eco de algn modo a una multipli
cidad de protestas naturistas emparentadas con los
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movimientos ecologistas y con una ideologa de re
aprovisionamiento de la salud. El mismo hombre que
milit por la sociedad sin escuelas llam a la insurrec
cin contra lo que denomin expropiacin de la sa
lud. Esta defensa e ilustracin de la salud salvaje
privada por desconsideracin de la salud cientfica
mente condicionada adopt todas las formas posibles,
incluyendo las ms ridculas.
Pero inspirarse en la filosofia cartesiana para tra
tar de definir la salud como la verdad del cuerpo,
equivale tambin a decir que, en la autogestin de
la propia salud, no se puede ir ms all de lo indicado
por el precepto cartesiano, el de usar la vida y las con
versaciones corrientes? (Carta a Elisabeth, 28 de junio de 1643.) Este crdito otorgado a una especie de
naturismo que podemos llamar teolgico, puede ser
invocado por los adeptos de un naturalismo antirra
cionalista? Preconizar la salud salvaje, el retomo a la
salud fundadora; por rechazo de las esclerosis atri
buidas a los comportamientos cientficamente contro
lados, es el medio para volver a la verdad del cuerpo?
Sin embargo, una cosa es hacerse cargo del cuerpo
subjetivo y otra creerse obligado a liberar esta educa
cin de la tutela de la medicina -tenida por represi
va- y, ms en general, de las ciencias que ella aplica.
El reconocimiento de la salud como verdad del cuerpo
en el sentido ontolgico no slo puede sino que debe
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admitir la presencia, en los bordes y, hablando con
propiedad, como resguardo, de la verdad en el sentido
lgico, es decir, de la ciencia. Indudablemente, el cuer
po vivido no es un objeto, pero para el hombre vivir
es tambin conocer. Yo estoy sano en la medida en que
me siento capaz de portar* la responsabilidad de mis
actos, de llevar cosas a la existencia y de crear entre
las cosas relaciones que no las alcanzaran sin m,
pero que no seran lo que son sin ellas. Y, por lo tanto,
me es necesario aprender a conocer lo que ellas son,
para cambiarlas.
Al concluir, debo justificarme sin duda por haber hecho de la salud una cuestin filosfica. Esta justifi
cacin ser breve: la encuentro en Maurice Merleau
Ponty. El escribi en Lo visible y lo invisible (pg. 4 7): La filosofia es el conjunto de cuestiones donde el que
cuestiona es puesto en tela de juicio por la cuestin>>.
* La traduccin no puede reeditar el juego de palabras del original sobre los diversos empleos del verbo porter: se porter bien, estar sa
no; porter, portar, llevar, etc. (N. de la T.)
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Higienismo y medicina social:poderes de normalizacin y formas de sujecin
de las clases popularesHygienism and social medicine: powers of normalization
and means of subjecting the popular classes
ANNA QUINTANASUniversidad de Girona
RESUMEN. Partiendo de datos proporcionadospor la historia de la medicina en Espaa, qui-siramos mostrar que M. Foucault tena razncuando afirmaba que uno de los puntos neurl-gicos, a partir de los cuales irradian los pode-res de normalizacin en nuestra sociedad, es elde los discursos y las prcticas mdicas. Con-cretamente, hemos centrado nuestro anlisisen algunos de los textos ms representativosdel higienismo y la medicina social durante elsiglo XIX y principios del siglo XX, para mos-trar la enorme influencia que ejercieron dichosdiscursos y prcticas de la medicina sobre loscambios en el estilo de vida de las clases popu-lares que se produjeron durante este perodo.Sin duda, la medicina sus discursos, sus ins-tituciones, sus prcticas, sus recetas, sus reco-mendaciones ha desempeado un papel pro-tagonista en el diseo de los procesos desubjetivacin a travs de los cuales nos reco-nocemos y nos construimos como sujetos do-tados de un determinado tipo de identidad.
Palabras clave: Poderes de normalizacin,procesos de subjetivacin, biopoltica, higie-nismo, medicina social, historia de la medici-na, Foucault.
ABSTRACT. Based on data from the history ofmedicine in Spain, we would like to showthat M. Foucault was right when he said thatthe discourses and practices of medicine areone of the key points from which the powersof normalization arise in our society. Spe-cifically, we focus our analysis on some ofthe most representative texts of hygienismand social medicine during the nineteenth andearly twentieth centuries, to show the enor-mous influence of these discourses and prac-tices of medicine on changes in lifestyle ofthe popular classes that occurred during thisperiod. Undoubtedly, the medicine its dis-courses, its institutions, its practices, its pre-scriptions, its recommendations has playeda leading role in the design of the processesof subjectivation by means of which we re-cognise ourselves and construct ourselves assubjects possessing a specific type of identity.
Key words: Powers of normalization, processesof subjectivation, biopolitics, hygienism, socialmedicine, history of medicine, Foucault.
ISEGORA. Revista de Filosofa Moral y PolticaN. 44, enero-junio, 2011, 273-284
ISSN: 1130-2097
[Recibido: Dic. 09 / Aceptado: May. 10] 273
La salud no es slo la vida en el silencio de los rganos, es tambin la vida en ladiscrecin de las relaciones sociales 1
G. Canguilhem
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FERNANDOComment on Text
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La caja de herramientasde M. Foucault
Una de las aportaciones ms interesantesdel pensador francs M. Foucault (1926-1984) fueron sus investigaciones sobrelas relaciones entre el saber y el poder enel mbito de las ciencias humanas. Con-cretamente, la historia de la medicina fueun objeto de estudio privilegiado de suanaltica del poder. Desde su primeraobra, Folie et draison. Histoire de la fo-lie lge classique (1961), hasta sus l-timos textos sobre la Histoire de la se-xualit (1976-1984), pasando por laNaissance de la clinique. Une archolo-gie du regard mdical (1963), Foucaultse interes de forma destacada por el m-bito de la medicina. Para sustentar sus te-sis, utiliz principalmente ejemplos deFrancia, Inglaterra y Alemania. En estetrabajo, pretendemos mostrar que el ricoconglomerado de conceptos y herramien-tas aportado por Foucault, tambin puedeser utilizado en el caso de la historia de lamedicina en Espaa, siempre y cuando setenga en cuenta que las periodizacionespueden variar ligeramente debido al he-cho de que, en este mbito, como en tan-tos otros, Espaa sufri retrasos en com-paracin con otros pases europeos.
Partiendo pues de datos proporciona-dos por los estudiosos de la historia de lamedicina en Espaa, 2 quisiramos mos-trar que Foucault tena razn cuando afir-maba que uno de los puntos neurlgicosde los que irradian los poderes de norma-lizacin en nuestra sociedad es el de losdiscursos y las prcticas mdicas. Con-cretamente, hemos centrado nuestro an-lisis en algunos de los textos ms repre-sentativos del higienismo y la medicinasocial durante el siglo XIX y principiosdel siglo XX, 3 para mostrar la enorme in-fluencia que ejercieron sobre los cambiosen el estilo de vida de las clases popularesque se produjeron durante este perodo.
Sin duda, la medicina sus discursos,sus instituciones, sus prcticas, sus rece-tas, sus recomendaciones ha desempe-ado un papel protagonista en el diseode los procesos de subjetivacin a travsde los cuales nos reconocemos y nosconstruimos como sujetos dotados de undeterminado tipo de identidad.
La cuestin social: salud, orden,riqueza y moral
Durante el siglo XIX, a medida que avan-zaban los efectos de la revolucin indus-trial, se fue convirtiendo en una eviden-cia que el proletariado, como fuerza detrabajo, tena sus lmites, y que stos de-ban ser respetados si no se quera men-guar su potencia y su rentabilidad. 4 Deesta forma, fue tomando protagonismo elproblema de la salud del trabajador. 5Como seala Rodrguez Ocaa, el con-cepto de enfermedad social, que impli-ca relacionar el origen de la enfermedadcon la propia organizacin social y espe-cialmente con las desigualdades sociales,no es un concepto inmanente, que estu-viese presente desde los primeros mo-mentos de la reflexin racional acerca dela naturaleza de las enfermedades, sinoque se ha desarrollado en los dos ltimossiglos, formando parte de la cultura in-dustrial. 6 Segn este autor, la vincula-cin entre pobreza y enfermedad empeza tener un carcter de evidencia a partirde los primeros decenios de siglo XIX, es-pecialmente por la influencia de la apari-cin del clera en Europa en 1831, ascomo tambin por la revolucin de 1848,que contribuy al hecho de que los mdi-cos mostraran ms inters por las cuestio-nes sociales.
El higienismo y la medicina social,ms all de sus diferencias, tuvieron unelemento en comn, que fue su interspor lo que entonces se llam la cuestinsocial, es decir, la preocupacin por lascondiciones de existencia de las clases
274 ISEGORA, N. 44, enero-junio, 2011, 273-284, ISSN: 1130-2097
Anna Quintanas
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ms necesitadas. Si la medicina debaatender los problemas de salud, tena queinteresarse por la realidad cotidiana delas clases ms desfavorecidas, puesto quede ella dependan en buena parte las en-fermedades que sufra la poblacin.
Desde esta preocupacin por lacuestin social, los mdicos e higienis-tas intentaron convencer a los poderes p-blicos y a los patronos de que haba bue-nas razones para invertir en la mejora delas condiciones de vida de los sectoresms desfavorecidos de la sociedad. 7 Mn-dez lvaro, por ejemplo, en su obra De laactividad humana en sus relaciones con lasalud y el Gobierno de los pueblos, indicaal gobierno que, en los principios de la hi-giene, puede hallar soluciones, no slopara mejorar el nivel de salud de la pobla-cin, sino tambin para luchar contra losdesrdenes sociales y las revueltas polti-cas, as como frmulas para evitar el retra-so econmico del pas. A los patronos, porsu parte, se les intenta mostrar que la apli-cacin de las medidas de higiene pblicaprovocara un aumento en el rendimientoy la productividad de los trabajadores. 8
En nombre del conocimiento privile-giado que el mdico haba adquirido so-bre la poblacin a travs de su labor asis-tencial que le permita penetrar hasta elinterior de sus viviendas y escudriar entodas sus intimidades, se present a smismo como un experto en el arte de ob-servar, corregir y mejorar el cuerpo so-cial. El higienismo y la medicina socialimpulsaron al mdico a ir ms all de sufuncin de curar enfermedades, hastaconvencerlo de que su saber le obligaba ajugar un papel protagonista en el seno dela sociedad y en el gobierno de la nacin.Este vnculo esencial entre medicina ypoltica queda bien resumido en el dis-curso que Mateo Seoane 9 realiz en laAcademia de Ciencias de Madrid en1837, donde defini la higiene pblicacomo el mbito que debe incluir todas
las relaciones que las ciencias mdicastienen con el gobierno. La higiene p-blica consistira en el arreglo sistemti-co de los conocimientos mdicos queconcurren de un modo directo o indirectoa ilustrar la ciencia del gobierno. 10
Entre las aportaciones que el sabermdico podra proporcionar al gobernan-te, Seoane destac la estadstica mdica.Tal como ya haca tiempo que estaba su-cediendo en pases europeos ms avanza-dos, las autoridades pblicas podan utili-zar sus datos, y su variada informacinsobre mltiples aspectos de las costum-bres y el estilo de vida de la poblacin,para buscar soluciones a problemas tanacuciantes como el de los altos ndices demortalidad y morbilidad. 11
As, segn Seoane, la higiene pblicano puede desvincularse de la poltica y dela economa, pero tampoco de la moral,puesto que consideraba que los consejosmdicos tambin potenciaban la armonaentre las funciones fsicas y los actos mo-rales. El cuerpo no sera el nico objetivode las exhortaciones mdicas, su influen-cia abarcara tambin los hbitos y lascostumbres de los individuos. De estaforma, los principios higinicos servirande norma para regular buena parte de laconducta de la poblacin. Seoane puso elacento sobre todo en la necesidad de mol-dear el comportamiento de la mujer,puesto que de ella dependa, en buenamedida, tanto la reproduccin de la espe-cie como la educacin infantil. 12
Desde este punto de vista, la salud, elorden, la riqueza y la moral conformabanun conglomerado unitario. En los trata-dos mdicos del perodo era habitual en-contrar la tesis de que la aplicacin de losprincipios higinicos, no slo repercutiraen la mejora de las condiciones de saludde la poblacin, sino tambin en la mejo-ra de sus condiciones de vida y de traba-jo, as como en la consolidacin del or-den poltico y en el buen funcionamiento
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de la economa. Como muy bien indicaRodrguez Ocaa, dado que los tratadis-tas de primeros del siglo XIX haban cifra-do la causa de estos males [criminalidad,mendicidad, prostitucin, huelgas, revo-luciones] en un sustrato individual altera-do, de orden moral o pasional, en la ter-minologa de la poca, no es extrao quelas enfermedades sociales fuesen descri-tas por ciertos higienistas decimonnicoscomo verdaderas enfermedades moralesque trascienden con su influencia al esta-do fsico de los individuos al par que tras-tornan el organismo social. 13 Aunqueestos textos mdicos subrayaban clara-mente la influencia de la organizacin so-cial, y de las condiciones de vida y de tra-bajo, sobre la salud, no por ello se dej deculpabilizar a los obreros de su situacin,por los malos hbitos y las costumbresque dominaban su existencia cotidiana.Los tratados mdicos hicieron, por tanto,un especial hincapi en la responsabili-dad individual de los propios obreros.
Segn Rodrguez Ocaa, aunque elprimer tratado sistemtico sobre las en-fermedades del trabajo fue la obra deB. Ramazzini, Tratado de las enfermeda-des de los artesanos (Mdena, 1700), esimportante tener en cuenta la enorme in-fluencia de la obra de Ch. Turner, Losefectos de las artes, comercios y profesio-nes, y del estado civil y hbitos de vidasobre la salud y la longevidad: con suge-rencias sobre la eliminacin de la mayorparte de los agentes que causan enferme-dad y acortan la duracin de la vida(1831), no slo porque podra ser consi-derada la primera reflexin crtica sobrela Revolucin Industrial realizada desdela medicina, sino tambin porque intro-dujo un elemento novedoso que no estabapresente en Ramazzini, y que acab im-pregnando toda la literatura higienista delsiglo XIX: la intencin moralizante. 14
Como indica Gonzlez de Pablo, desdefinales del siglo XVIII y a lo largo del si-
glo XIX, se produjo una inversin (...), lamedicina y la higiene se transformaronen los determinantes de la moral y de laconducta. 15 A principios de la pocamoderna, la higiene haba estado someti-da a los principios de la religin, primerode forma dogmtica y despus intentandoracionalizar su contenido, mientras que,en el paso del siglo XVIII al siglo XIX, tuvolugar una inversin en los trminos deesta ecuacin. A partir de entonces, lapropia medicina y la higiene se convirtie-ron ellas mismas en fuente de valoresmorales y de normas de conducta.
Como puede comprobarse en los tex-tos de los higienistas espaoles de estapoca, el objetivo de esta medicina de ca-rcter social deba ser precisamente con-seguir un perfecto equilibrio entre salud,orden, riqueza y moral. Para conseguireste objetivo, los higienistas apelaban ala necesidad de reunir informacin y es-tablecer consejos sobre todos y cada unode los aspectos que influyen en la vidacotidiana de la clase trabajadora. Hacafalta supervisar sus viviendas, sus lugaresde trabajo, los establecimientos que fre-cuentaban, pero tambin las actividadesque realizaban en su tiempo de ocio, susrelaciones familiares, su alimentacin,incluso el tipo de vestimenta que utiliza-ban. Se trataba de higienizar enseres, es-pacios y locales, pero tambin comporta-mientos, pasiones e instintos. Para el hi-gienismo, luchar contra la prostitucin, eljuego, los vicios asociados a las tabernas,la promiscuidad dentro de las relacionesfamiliares, o fomentar el orden, la disci-plina, la limpieza, los hbitos saludables,y el ahorro, serva tanto para mejorar lasalud y el bienestar de la poblacin, comopara aumentar la productividad econmi-ca y asentar el orden pblico. 16
El valor econmico de la vida humana
Uno de los argumentos ms utilizadospor los higienistas y por la medicina so-
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cial para convencer a los poderes pbli-cos de la necesidad de invertir en el bie-nestar de la poblacin, consisti en desta-car el valor econmico de la salud. Sonhabituales, en los tratados de la poca, losclculos sobre los costos y las prdidasdebidos a las enfermedades y las muertesevitables. En este sentido, es ilustrativa laobra Madrid bajo el punto de vista mdi-co-social (1902), de Ph. Hauser (1832-1925), uno de los higienistas ms rele-vantes que vivi en Espaa los ltimoscincuenta aos de su vida. Hauser intentaargumentar sobre la necesidad del Estadode invertir en sanidad. 17 Pone ejemplosde ciudades europeas como Pars, Lon-dres o Berln, donde ya habran fructi-ficado los esfuerzos realizados para me-jorar las condiciones sanitarias de esasciudades, dando como resultado un des-censo notable de la mortalidad y la mor-bilidad, que tanto gasto producen a lasarcas pblicas. Hauser indica cmo secalcula el valor econmico de la vida hu-mana de la forma siguiente:
Este valor econmico representa lo quecada individuo ha costado a su familia para vi-vir, desarrollarse e instruirse, pues es un em-prstito que se hace al capital social hasta quese llegue a la edad en que el hombre adquierefuerzas morales y fsicas que le posibilitanpara ganar su sustento por medio del trabajo ypara rembolsar lo que ha gastado. Los higie-nistas ingleses y americanos que se han ocu-pado de esta cuestin estiman distintamente elvalor de un hombre adulto. Chadwick estima-ba en 5.000 francos el valor general de un tra-bajador llegado a la edad del adulto. Estiman-do en dos francos por da el precio de su traba-jo y en trescientos das el trabajo de un ao,resultan 600 francos anuales, los cuales, capi-talizados segn la tasa de las rentas vitalicias,dan 6.000 francos. Como hay trabajadoresque ganan hasta 10 francos al da, no se puedeadmitir un tipo igual para todos los trabajado-res; pero tomando un trmino medio, seran10.000 francos por individuo, y siendo 5.000individuos el exceso de mortalidad, stos re-presentan 50 millones de prdida anual; aun-
que de esta cifra hay que deducir el nmero deviejos y mujeres que no pertenecen a la claseproductiva; pero aun as puede considerarseque ese exceso de mortalidad evitable, repre-senta una prdida de 15 a 20 millones anualespara el Estado y la familia, slo en Madrid.
Adems del exceso de mortalidad, hay to-dava que tener en cuenta el nmero despropor-cionado de enfermos por dolencias infecciosasque obligan al obrero a abandonar el trabajo;pues 5.000 de exceso de mortalidad anual repre-senta un mnimum de 35 a 40.000 enfermos,que, contando slo diez das de enfermedad portrmino medio, para cada uno, forma en conjun-to 350.000 das sin trabajo, que son 700.000francos de prdida, y a esto hay que agregar losgastos que traen la enfermedad o la muerte. 18
El mismo tipo de clculo de la vidahumana podemos encontrarlo, por ejem-plo, en A. Espina, en una obra donde abo-ga a favor de una ley de seguro obligato-rio en caso de invalidez:
Calculando, con la mayora de los so-cilogos, el valor de la vida de un obrero ma-nual en 5.000 pesetas, como trmino medio, yhabiendo muerto, por un promedio, en cincoaos, 448.996, se puede ver el gran valor deuna legislacin pronta y rpidamente discuti-da, que evite esta sangra suelta a Espaa enpersonas y en produccin, legislacin que, sise hiciera con el empeo y la premura que unencasillado de representantes, y pusiramosigual empeo en hacerla que en conseguir undistrito, muy pronto nuestra nacin se pondrade un salto, pues a paso de hombre no es posi-ble, al nivel de las cultas e higinicas. Ved, se-ores, en cifra redonda, calculando al entero,que perdemos 5.000.000.000 de pesetas, ybien podemos todos hacer un esfuerzo paramenguar siquiera tres de los ltimos ceros delhorrible decimal que os presento. Pero si delhombre muerto se deduce tal cantidad, hayque ver cun grande no ser el decimal que re-sultar de las enfermedades que podemos evi-tar y cun grande es el ahorro con slo ahorrarun da de enfermedad con el socorro y la asis-tencia a tiempo bien dirigida. 19
O tambin puede verse en las si-guientes observaciones de F. Murillo Pa-lacios:
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Obedeciendo las desventuras del prole-tariado a la falta de recursos, la panacea nopuede ser otra que proporcionarle los sufi-cientes para levantar su dietario al nivel de lalnea de pobreza, lo cual supone el equilibrioentre los ingresos y los gastos de primera ne-cesidad con el aditamento de un margen oarreglo que le permita conllevar los infortu-nios y azares de la vida.
Anteriormente dejo demostrado que lapenuria de medios con sus inevitables secue-las de alimentacin insuficiente, vivienda in-salubre, fatiga prematura y desplazamiento dela mujer y de los hijos, engendran la enferme-dad en la familia obrera, la degeneracin dela raza y la disminucin de la capacidad pro-ductora colectiva, lo que, en ltimo trmino,representa una prdida cuantiosa del capitalnacional en vidas y haciendas. Hay, pues, treselementos interesados en la resolucin delproblema: el obrero que pierde la salud y laexistencia, el patrono que no obtiene del capi-tal el debido rendimiento y el Estado que, nu-trindose de una y otra raz, no puede prospe-rar y engrandecerse si ambas caducan. Lostres necesitan colaborar en la obra comn,porque los tres son, en definitiva, los benefi-ciarios directos del provecho. 20
Los ejemplos en este sentido seranmuchos. B. Avils, en Estudio sobre elvalor econmico de la vida y la salud(1889), calculaba en unos 35.670 millo-nes de pesetas el valor de la poblacin to-tal de Espaa, con una media por habitan-te de 2.100 pesetas, cifra que considerabajustificada, entre otros argumentos, porestar en consonancia con el precio de laexencin del servicio militar, oscilandoentre 1.500 y 2.500 pesetas. Los gastoscorrespondientes a la enfermedad, juntocon el coste del entierro y la sepultura,los calculaba en ms de 545 millones,160 de los cuales corresponderan a en-fermedades infecciosas. A. Larra y Cere-zo, por su parte, en Los grandes proble-mas higinicos y sociales en relacin conlas instituciones armadas (1902), calcu-laba que el recluta tena un valor de 2.000pesetas, que consideraba que podra in-
crementarse hasta 5.000 si se le enseabaa leer y a escribir durante la instruccin.
La gestin mdica de las patologassociales
Estos clculos econmicos sobre la vidahumana tenan como objetivo convencera los poderes pblicos y a los patronos deque la mejora de las condiciones de viday de trabajo de la poblacin, comportaratanto el aumento del nivel de salud del in-dividuo como la erradicacin de las lla-madas patologas sociales. La sociedadera concebida como un organismo vivo,con sus propias caractersticas anatmi-cas y fisiolgicas. Las patologas socialesseran todas aquellas alteraciones del or-den poltico, econmico y moral vigenteque se consideraba que, de alguna mane-ra, perjudicaban el estado de salud de lapoblacin: desde el alcoholismo, el nico-tismo, y la prostitucin, hasta la mendici-dad, la vagancia, la criminalidad, el suici-dio, la ignorancia o el fanatismo, pasandopor el caciquismo, el pauperismo, lashuelgas, los motines y las revoluciones.En todas estas situaciones, se entendaque se estaba rompiendo el equilibrio ne-cesario para conservar la salud, tanto delorganismo social como del individual.Como afirmaba F. Rubio Gal, los indivi-duos seran como las clulas de la socie-dad, es decir, de un cuerpo colectivo alta-mente complejo, que necesita, para su es-tudio, de la socio-patologa una cienciaesencialmente mdica, pero que se com-plementaba con otras ramas del sabercomo la filosofa, la moral, la religin yel derecho. Como ejemplos de patologasocial, Rubio Gal pone los siguientes:
Vicios individuales trascendentes a lafamilia y a la sociedad. Alcoholismo, nico-tismo, nepentismo, mendicidad, egosmo, va-gancia, prostitucin, criminalidad.
Vicios sociales. Preocupaciones, igno-rancia, fanatismo, sensualismo, caudillaje, ca-ciquismo, parasitismo, pauperismo.
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Contagios psquicos. Neuropatas co-lectivas y sociales; antropofagomana.
Trastornos funcionales. Huelgas, mo-tines, revoluciones. 21
En esta lnea, donde confluye el go-bierno de la poblacin y la gestin de lasenfermedades, se abog por el hecho deque fuera la figura del mismo mdico laque dirigiera todo el proceso de regenera-cin, de cambio y de mejora de la socie-dad. A. Aguado y L. Huerta, por ejemplo,declaraban con convencimiento lo si-guiente:
Pero la direccin de este rgimen nopuede encomendarse ya a los fracasados pol-ticos, diplomticos y leguleyos, desconocedo-res de la fisiologa y de la psicologa del hom-bre y de las necesidades reales de la humani-dad. Este rgimen cae exclusivamente bajolos auspicios de una nueva ciencia, de laMEDICINA SOCIAL, que es la Medicina, laPedagoga, la Sociologa y la Jurisprudenciantimamente unidas. Slo los mdicos soci-logos ejercern en lo sucesivo el directo y va-lioso influjo social capaz de mejorar al ser hu-mano y hacerle fcil su marcha terrena haciael destino inmortal. 22
Para una tarea tan trascendental,Aguado y Huerta apostaron por la crea-cin de un poder sanitario, que definie-ron de la forma siguiente:
Si la Medicina social ha de ser una reali-dad, precisa la transformacin completa denuestra poltica sanitaria, una remocin de losactuales organismos administrativos, la crea-cin de rganos adecuados para la supremafuncin de garantizar la salud pblica, primerdeber de los Estados modernos y el ms sa-grado derecho individual que ha de consa-grarse en las futuras constituciones polticas,y, en suma, la afirmacin de la existencia deun nuevo poder del Estado, independiente,desprendido de la funcin ejecutiva, peroautnomo, rpido y decisivo, de tal suerte,que sea la vanguardia de la sociedad organiza-da contra las invasiones del destructor ejrcitoque atenta contra la salud pblica: el poder sa-nitario. 23
Segn su opinin, este poder sanita-rio deba tener un mbito de actuacinprcticamente infinito:
Cae de lleno bajo su dominio cientficoel problema de las subsistencias, el de los sa-larios, el de las viviendas higinicas y las ciu-dades-jardines, el de saneamiento y urbaniza-cin de los pueblos, el de los parques naciona-les, el de la asistencia y educacin de losnios, el de la proteccin a las madres, el deltrabajo en el campo, fbricas y oficinas, lasplagas sociales, la reforma penitenciaria, lasluchas sociales... Todo es atendido por ellacuando se trata de garantizar la salud y mejo-rar la vida de la humanidad.
Desde el aire que respira y la tierra quepisa, hasta las costumbres, las pasiones que ledominan, las mismas ideas, aspiraciones, em-presas que acomete, todo, en fin, cuanto inte-gra el medio ambiente en que desenvuelve suexistencia, influye de modo poderoso en la sa-lud, en la vida del hombre, como individuo ycomo especie, y es objeto de estudio delicadopor parte de la Medicina social que tiende adisponerlo todo para el logro del ideal supre-mo, del nico verdaderamente positivo ycompendio de todos los dems: VIVIR MU-CHO Y VIVIR BIEN. 24
Por su parte, M. Iglesias Carral, quefue inspector provincial de Sanidad, enEl mdico social (1916), habla de la tareadel mdico social como de una obra decatequesis, que tendra como principalobjetivo predicar a la poblacin sobre elconcepto firme de su deber sanitario. Elmdico social debera utilizar todos losmedios propagandsticos hasta conseguirque la poblacin llegara a asimilar lapauta higinica a que previsoramente hade sujetarse la vida. Y de la misma for-ma que el sacerdote deba cuidar sobretodo del pecador, la medicina social de-ba velar especialmente por la clase tra-bajadora, puesto que llevaba un estilo devida ms desordenado e indisciplinado.Sin olvidar que el mdico social, conver-tido ahora en el tutor cientfico del obre-ro, segn Iglesias Carral, debera partir
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siempre de la premisa que relaciona ne-cesariamente salud y productividad:
En la enfermedad como en el accidente,ser la aspiracin del mdico social restituir alque sufre la mxima capacidad de trabajo enel menor tiempo, poniendo para ello a contri-bucin toda clase de medios que logren el re-sultado apetecido, y cuando no se consigalo deseado, adaptar el grado de aptitud quereste a la modalidad de trabajo ms conve-niente. 25
En este sentido, resulta significativala funcin que Monlau atribuye a las es-cuelas dominicales, que deban ser crea-das para evitar que la clase trabajadoraempleara su tiempo libre de forma perni-ciosa. Las escuelas dominicales, inclui-das dentro de las medidas higinico-mo-ralizadoras, tenan que colaborar en lainstruccin de la clase trabajadora, hastaconseguir que sta interiorizara los si-guientes principios:
No hay felicidad posible fuera del cami-no de la virtud; que la desigualdad en los bie-nes de fortuna est tan en la naturaleza comola desigualdad de talento, de talla, de robustezo de fuerzas fsicas; que sin jerarquas no hayorden ni sociedad posibles; que la templanzay la moderacin en todo es la condicin de labuena salud; que es un absurdo ridculo que-rer fijar un mnimum de jornal y un mximumde trabajo; que la frmula esencial del progre-so econmico es producir cada da ms, cadada ms pronto, y cada da ms barato; (...)que las coaliciones de obreros para hacer su-bir el precio del jornal son recursos ya gasta-dos, estriles y ridculos; que el aumento for-zado del precio del jornal es insostenible; (...)que las agresiones brutales, los crmenes quealguna vez han manchado de sangre el recintomismo de las fbricas o de los talleres, son pu-ras manifestaciones de una ira salvaje e impo-tente, que al cabo es siempre reprimida y cas-tigada con fuerte dao del criminal agresor;que hay, en fin, principios eternos de moral acuyas consecuencias estn indeclinablementesujetos as el fabricante como el obrero. (...)
Todo eso, y todo cuanto a su bienestar einstruccin conduzca, comprender perfecta-
mente el obrero, si se le explica con claridad yamor. No hay, pues, para qu insistir ms en lautilidad de las escuelas que tan bellos resulta-dos pueden proporcionar. 26
Aunque, Ph. Hauser, consciente delhecho de que la clase trabajadora noaceptara sin ms el papel de tutor que elmdico pretenda ejercer sobre su estilode vida, recomend que los principios dela higiene social se fueran introduciendopaulatinamente desde diversos flancos,hasta que llegaran realmente a convertir-se en familiares para todo el mundo. Paraello aconsej la presencia de mdicosinspectores, con tareas divulgativas, enescuelas, cuarteles, hospitales, asilos yhospicios; as como en establecimientoscolectivos como teatros, cafs, iglesias ytalleres:
Es necesario que el hombre, en todas lasfases de su existencia, vea, oiga y toque prc-ticamente los mandamientos sagrados de lahigiene; es decir, que esta ciencia de la salud yde la vida penetre en su mente por todos lossentidos. Una vez que las masas populares ha-yan adquirido los hbitos de la limpieza y ha-yan comprendido la influencia salutfera de lahigiene, el mdico no encontrar ya dificultaden su clientela para hacer comprender a las fa-milias su deber profesional para con la socie-dad. 27
Todos los esfuerzos eran pocosteniendo en cuenta que, en ltimo trmi-no, se consideraba que la interiorizacinde los mandamientos higinicos lograrala transformacin integral del ser hu-mano:
El nuevo tipo de hombre normal tendrael cuerpo de Adonis, la inteligencia de Arist-teles y el corazn de Francisco de Ass. Y elnuevo modelo de mujer perfecta tendra elcuerpo de Venus, el talento de Hipata y elcorazn de Mara. Con estos ejemplos slointentamos hacer bien sensible el supremoanhelo de la obra augusta del perfecciona-miento humano. Y esto es lo que pretende, ensuma, la Medicina social. 28
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Lo normal y lo patolgico: cuestionesde biopoltica
Partiendo del ttulo del clebre libro deG. Canguilhem 29 que tanta influenciaejerci sobre Foucault por el hecho decuestionar la pretendida oposicin entrelo normal y lo patolgico, pode-mos concluir que el higienismo y la me-dicina social, tal como se desarrollaronen Espaa en el siglo XIX y principios delsiglo XX, pueden ejemplificar la tesis fou-caultiana de los poderes de normaliza-cin inherentes a la biopoltica. 30 La bio-poltica, segn Foucault, caracterizara lanueva forma de gestin de la vida huma-na propia de la sociedad contempornea.Si durante el Antiguo Rgimen el arte degobernar se caracteriz sobre todo por elhecho de que el poder absoluto disponadel derecho de matar, la racionalidad po-ltica contempornea habra desplazadoel acento hacia el derecho o la capacidadde administrar la vida. Nuestra moderni-dad, segn Foucault, se distinguira pre-cisamente por haber posibilitado la entra-da de la vida en la historia poltica. Elbio-poder se definira no tanto por su ca-pacidad de matar, como por el hecho dedisponer de los mecanismos necesariospara poder invadir la vida globalmente.En el momento en que se pas de una so-ciedad del castigo y del suplicio, a unasociedad con predominio de tcnicas dis-ciplinarias y reguladoras, los mecanis-mos del poder se empezaron a distinguirno tanto por su capacidad de doblegar,obstaculizar o destruir las fuerzas que so-meten a su ejercicio, como por sus fun-ciones de produccin, de incitacin, dereforzamiento o de reorganizacin de di-chas fuerzas.
Segn Foucault, en nuestra sociedad,la medicina formara parte del dispositi-vo que dibujan las actuales formas de go-bierno de la poblacin. En una sociedadnormalizadora como la nuestra, lo mdi-
co juega un papel fundamental en el dise-o de la particin entre lo normal y lopatolgico. Las actuales formas deconduccin de las conductas de las perso-nas atraviesan nuestro cuerpo:
El control de la sociedad sobre los indi-viduos no se efecta slo por la conciencia ola ideologa, sino tambin en el cuerpo y conel cuerpo. Para la sociedad capitalista lo queimporta ante todo es la biopoltica, la biolo-ga, lo somtico, lo corporal. El cuerpo es unarealidad biopoltica; la medicina es una estra-tegia biopoltica. 31
Los mecanismos del biopoder, segnFoucault, se habran organizado forman-do dos vectores principales. Por un lado,las disciplinas del cuerpo cuyas hue-llas pueden rastrearse ya a partir del si-glo XVII, y que han dado lugar a todauna anatomopoltica del cuerpo huma-no, que ha tratado al cuerpo como unamquina cuyas fuerzas y habilidades de-ben ser canalizadas hasta conseguir sugrado mximo de utilidad y docilidad.Por otro lado, toda una biopoltica de lapoblacin surgida un poco ms tarde,a mediados del siglo XVIII, y que hapretendido regular al cuerpo-especie, a lapoblacin, a los procesos biolgicos con-templados como conjunto (la natalidad,la mortalidad, la morbilidad, el nivel desalud, la demografa). El papel centralque jugara la medicina dentro de la bio-poltica sera precisamente gracias a sufuncin de bisagra entre estos dos vecto-res, puesto que su mbito de actuacin in-cluye tanto al cuerpo del individuo (cuer-po-organismo) como al cuerpo de lapoblacin (cuerpo-especie).
La biopoltica, como forma de ges-tin calculadora de la vida, ha dado lugara todo un nuevo conglomerado de sa-ber-poder, en cuya construccin la medi-cina ha hecho contribuciones esenciales.La racionalidad poltica caracterstica dela biopoltica, ha ido acompaada por lacreacin paralela de todo un saber sobre
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los individuos y sobre la poblacin (esta-dsticas sobre mortalidad, morbilidad,natalidad, longevidad, sexualidad, migra-ciones, accidentes), 32 y por la puesta enfuncionamiento de todo un conjunto demecanismos que permiten supervisar,gestionar y regular la existencia de los in-dividuos, mientras se est pretendiendomejorar sus condiciones materiales devida (medidas de salud preventiva, dispo-siciones sobre seguridad laboral o sobreseguridad vial, normas para la gestin deriesgos, campaas de salud pblica). Talcomo hemos podido observar en el conte-nido de los textos del higienismo y de lamedicina social, las relaciones de poderen nuestras sociedades se definen poreste tipo de positividad, por actuar msdesde el incentivo que desde la represin,ms desde los consejos y la publicidad,que desde la fuerza de la violencia fsica.De esta forma resume Gonzlez de Pabloeste proceso a travs del cual la promo-cin de la salud, como fuente de determi-nadas normas morales y de conducta, seha ido convirtiendo no slo en un manda-to impuesto desde arriba por distintas ins-tancias de poder, sino, finalmente, tam-
bin, en una demanda exigida por la pro-pia poblacin, una vez sta ha asimiladoe interiorizado sus exigencias:
Pero las progresivas demandas de la so-ciedad industrial desarrollada forzaron un nue-vo acercamiento a la consideracin de la saludcon el fin de llegar a grandes capas de pobla-cin a aceptar el moderno sistema de vida. Porello, la colonizacin desde arriba debi acom-paarse de un progresivo proceso de asimila-cin desde abajo en la aceptacin de la nuevaforma de consideracin de la salud. Para queesta asimilacin se produjera con la suficienteextensin e intensidad se precisaba, primero,una nocin de salud y un proceder para su con-servacin que fueran tenidos por la poblacincomo absolutamente cientficos y, por tanto,cualquier tipo de aditamento moral presente enellos pasara del plano real al ideal; y, segundo,que su aplicacin a la esfera pblica se hicierano mediante procederes caritativos sino a tra-vs de una poltica cientficamente concebida.Mediante la adquisicin de estos ropajes cien-tficos aparentemente neutros (el cientfico-na-tural primero y el cientfico-social despus), lahigiene se impondra por la fuerza de la objeti-vidad de forma irresistible al ser no slo exigi-da desde arriba sino tambin demandada desdeabajo, con el consiguiente efecto de autocon-trol de las conductas. 33
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NOTAS
1 Canguilhem, G., La sant. Concept vulgaire etquestion philosophique, Pars, Ed. Sables, 1990,pp. 27-28.
2 En este sentido nos han sido especialmente tileslos siguientes textos: Rodrguez Ocaa, E., El con-cepto social de enfermedad, en Albarracn, A.(coord.), Historia de la enfermedad, Madrid, Centrode Estudios Wellcome-Espaa, 1987, pp. 340-349;Rodrguez Ocaa, E., La constitucin de la medicinasocial como disciplina en Espaa (1882-1923), Ma-drid, Ministerio de Sanidad y Consumo, 1987; Gonz-lez de Pablo, A., Sobre la configuracin del modelode pensamiento de la higiene actual: el caso espaol,DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus., 15, 1995,pp. 267-299.
3 Se han utilizado sobre todo las recopilaciones detextos mdicos de este perodo incluidas en Lpez Pi-ero, J. M., M. Seoane. La introduccin en Espaa del
sistema sanitario liberal (1791-1870), Madrid, Minis-terio de Sanidad y Consumo, 1984; y Rodrguez Oca-a, E., La constitucin de la medicina social, cit.
4 Cf. Montiel, L., Beneficios y riesgos de un nue-vo valor: el valor salud en la sociedad postindustrial,en Montiel, L. (coord.), La salud en el estado de bie-nestar. Anlisis histrico, Madrid, Ed. Compluten-se, 1993, pp. 37-52. Siguiendo las tesis de G. Can-guilhem, Montiel destaca que el trmino salud es dehecho un concepto vulgar y que difcilmente laciencia puede ofrecer una definicin positiva y objeti-va de su significado. No obstante, a lo largo de los dosltimos siglos, la salud se ha llegado a definir positi-vamente, pero slo al precio de relacionarla inevita-blemente con la productividad. Cf. Canguilhem, G.,La sant, cit.; y tambin la definicin de salud de laclebre conferencia de la OMS de 1978, en Alma-Ata: Uno de los principales objetivos de los gobier-
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nos, de las organizaciones internacionales y de la co-munidad mundial entera en el curso de los prximosdecenios debe ser el que todos los pueblos del mundoalcancen en el ao 2000 un nivel de salud que les per-mita llevar una vida social y econmicamente produc-tiva (Declaracin de Alma-Ata, en Actividades dela OMS 1978-1979. Informe Bienal del Director Ge-neral, Ginebra, 1980, p. 8).
5 Sobre la preocupacin de la medicina espaolapor la salud del trabajador durante el siglo XIX, cf. L-pez Piero, J. M., El testimonio de los mdicos espa-oles del siglo XIX acerca de la sociedad de su tiempo.El proletariado industrial, en Lpez Piero, J. M.;Garca Ballester, L. y Faus, P., Medicina y sociedad enla Espaa del siglo XIX, Madrid, Sociedad de Estu-dios y Publicaciones, 1964, pp. 109-208. Y tambinRodrguez Ocaa, E., Paz, trabajo, higiene. Losenunciados acerca de la Higiene industrial en la Espa-a del siglo XIX, en Huertas, R. y Campos, R. (eds.),Medicina Social y Movimiento Obrero en Espaa (si-glos XIX y XX), Madrid, F.I.M., 1992, pp. 383-406.
6 Rodrguez Ocaa, E., El concepto social de en-fermedad, cit., p. 341.
7 Cf., por ejemplo, los comentarios de J. Font iMosella, en Consideraciones sobre los inconvenientesque irrogan a la salud de los jornaleros y a la pblicade Barcelona las fbricas y en especial las de vapor, ysobre las ventajas de trasladarlas a la llanura deCasa Tnez (Barcelona, 1852), sobre el hecho de quelas malas condiciones de vida y de trabajo del obrerobarcelons repercuten negativamente en el aprovecha-miento de su fuerza laboral.
8 Cf. Mndez lvaro, F., De la actividad humanaen sus relaciones con la salud y el Gobierno de lospueblos, Madrid, 1864, p. 17. Segn Mndez lvaro,las psimas condiciones de existencia de los obrerosprovocan no slo la disminucin de la poblacin, sinotambin la mala calidad de la que logra sobrevivir, locual conduce inevitablemente a la decadencia de losEstados, puesto que una poblacin debilitada, cuandono imposibilitada, para el trabajo, poco puede contri-buir al progreso econmico.
9 El doctor Mateo Seoane (1791-1870), seguidordel utilitarismo benthamista, y defensor del movi-miento liberal avanzado, fue uno de los higienistasms reputados. Seoane fue el maestro de P. F. Monlauy F. Mndez lvaro, dos de los mdicos de ms in-fluencia en Espaa durante los aos centrales del si-glo XIX. Pedro Felipe Monlau (1808-1871) tuvo unagran produccin cientfica y divulgadora. Sus obrassobre higiene pblica y privada tuvieron numerosasediciones durante el siglo XIX. Francisco Mndezlvaro (1806-1883) tuvo una produccin literaria mslimitada, pero tambin dej su huella en los ambientesmdicos y en el de gobierno, donde ocup cargos im-portantes. Cf. Lpez Piero, J. M., M. Seoane, cit.
10 Cf. Seoane, M., Principios en que deben fun-darse las medidas legislativas y administrativas en
todo lo concerniente a higiene pblica, en Lpez Pi-ero, J. M., M. Seoane, cit., p. 176.
11 En Espaa, en comparacin con otros paseseuropeos como Francia o Inglaterra, el desarrollo de laestadstica mdica fue mucho ms lento. En Barcelo-na, desde 1877, y en Espaa, a partir de 1879, hubo unprimer intento serio de produccin sistemtica de esta-dsticas de poblacin con fines sanitarios gracias a lasdisposiciones impulsadas por Cstor Ibez de Alde-coa como Gobernador civil y, despus, como Directorgeneral de Beneficencia y Sanidad. Pero, slo la pu-blicacin anual, a partir de 1902, de Movimiento de lapoblacin de Espaa permiti la realizacin de anli-sis reglados con una mnima seriedad estadstica.
12 Cf. Seoane, M., Consideraciones generales so-bre la estadstica mdica, 1838. Texto reproducido enJ. M. Lpez Piero, M. Seoane, cit., pp. 187-212. So-bre la paulatina introduccin del control mdico en re-lacin a la maternidad y a la infancia, cf. RodrguezOcaa, E. y Perdiguero, E., Science and social per-suasion in the medicalization of childhood in 19th-and 20th - Century Spain, Histria-Cincias, Sa-de-Manguinhos, v. 13, n. 2, pp. 303-324, abril-junio2006.
13 Rodrguez Ocaa, E., El concepto social de en-fermedad, cit., p. 345.
14 Cf. Rodrguez Ocaa, E., El concepto social deenfermedad, cit., p. 342.
15 Cf. Gonzlez de Pablo, A., Sobre la configura-cin del modelo de pensamiento de la higiene actual:el caso espaol, cit., pp. 267-299. En este sugerenteestudio, se muestra cmo la promocin de la salud, es-pecialmente a partir de la industrializacin, ha estadontimamente relacionada con el fomento de determina-das formas de conducta, adecuadas a las necesidadessocio-econmicas del perodo histrico. La citacinpertenece a la p. 279.
16 Sobre la frecuente reivindicacin de los higie-nistas espaoles del siglo XIX de su papel de auxiliaresprivilegiados del gobierno, y sus propuestas para en-cuadrar y normativizar el comportamiento de la clasetrabajadora, resulta especialmente interesante el si-guiente texto: Campos Marn, R., La sociedad enfer-ma: Higiene y Moral en Espaa en la segunda mitaddel siglo XIX y principios del siglo XX, Hispania. Re-vista espaola de historia, LV/3, n. 191, 1995,pp. 1093-1112.
17 En relacin a los trabajos de Hauser, Ocaa yMartnez constatan que sus estudios sobre la salud delas ciudades parten siempre de la cuantificacin de losfallecimientos, a la que asigna una dimensin econ-mica. Su interpretacin de la sobremortalidad en rela-cin con la contaminacin del subsuelo y los defectosde la vida urbana exiga que los poderes pblicos, in-teresados en la preservacin e incremento de la rique-za nacional, interviniesen para conseguir un sanea-miento completo y el desarrollo de planes higinicosde reforma urbana. sta era la va terica por la que lahigiene se converta en poltica. Cf. Rodrguez Oca-
ISEGORA, N. 44, enero-junio, 2011, 273-284, ISSN: 1130-2097 283
Higienismo y medicina social ...
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a, E. y Martnez, F., Salud Pblica en Espaa. De laEdad Media al siglo XXI, Granada, Escuela Andaluzade Salud Pblica, 2008, pp. 36-37.
18 Hauser, Ph., Madrid bajo el punto de vista m-dico-social (Madrid, 1902). La introduccin de estaobra se haya reproducida en Rodrguez Ocaa, E., Laconstitucin de la medicina social, cit., pp. 83-96. Lacitacin pertenece a las pp. 89-90.
En el texto, Hauser se refiere a E. Chadwick(1800-1890), abogado ingls que perteneci al crculode J. Bentham, y que fue uno de los impulsores delmovimiento sanitario britnico y un estimulador de laintervencin estatal en el mbito sanitario a travs desus crticas a la legislacin sobre beneficencia. Espe-cialmente importante fue su obra de 1842, Report onthe sanitary condition of the labouring population ofGreat Britain.
19 Espina Cap, A., El seguro de la invalidez(Madrid, 1917), en Rodrguez Ocaa, E., La constitu-cin de la medicina social, cit., p. 109.
20 Murillo Palacios, F., La defensa social de la sa-lud pblica (Madrid, 1918), en Rodrguez Ocaa, E.,La constitucin de la medicina social, cit., p. 149.
21 Rubio Gal, F., La Socio-Patologa (Madrid,1890), en Rodrguez Ocaa, E., La constitucin de lamedicina social, cit., p. 212.
22 Aguado Marinoni, A. y Huerta, L., Cartilla po-pular de Medicina Social (Madrid, 1919), en Rodr-guez Ocaa, E., La constitucin de la medicina social,cit., p. 244.
23 Ibid., pp. 259-260.24 Ibid., p. 249.25 Iglesias Carral, M., El mdico social (1916).
Texto reproducido en Rodrguez Ocaa, E., La consti-tucin de la medicina social, cit., pp. 231-240. La ci-tacin pertenece a la p. 233.
26 Monlau, P. F., Higiene industrial (1856), enMonlau, P. F. y Salarich, J., Condiciones de vida y tra-
bajo obrero en Espaa a mediados del siglo XIX, Bar-celona, Anthropos, 1984, pp. 103-104. Segn algunosestudiosos, Monlau sera uno de los autores espaolesdonde se muestra ms claramente cmo la higiene deeste perodo se caracteriz por su voluntad de ofrecercoordenadas tanto para el ordenamiento moral indivi-dual como para el social. Cf. Granjel, M., Pedro Feli-pe Monlau y la higiene espaola del siglo XIX, Sala-manca, Ctedra de Historia de la Medicina de la Uni-versidad de Salamanca, 1983, p. 103; y Gonzlez dePablo, A., Sobre la configuracin del modelo de pen-samiento de la higiene actual: el caso espaol, cit.,pp. 283-285.
27 Hauser, Ph., Madrid bajo el punto de vista m-dico-social, cit., pp. 91-92.
28 Aguado Marinoni, A., y Huerta, L., Cartillapopular de Medicina Social, cit., p. 244.
29 Cf. Canguilhem, G., Le normale et le pathologi-que, Pars, P.U.F., 1966.
30 Cf. Foucault, M., Derecho de muerte y podersobre la vida, en Historia de la sexualidad I. La vo-luntad de saber, Madrid, Siglo XXI, 1989, pp. 161-194; y la trascripcin de la undcima leccin del cursodel Collge de France impartido por Foucault entre fi-nales de 1975 y principios de 1976, Del poder de so-berana al poder sobre la vida, en Genealoga del ra-cismo. De la guerra de las razas al racismo de Esta-do, Madrid, Ediciones La Piqueta, 1992, pp. 247-273.
31 Foucault, M., La naissance de la mdecine so-ciale, en Dits et crits, vol. II, Pars, Gallimard,2001, p. 210.
32 Cf. Foucault, M., Naissance de la biopoliti-que, en Dits et crits, vol. II, Pars, Gallimard, 2001,p. 818.
33 Gonzlez de Pablo, A., Sobre la configuracindel modelo de pensamiento de la higiene actual: elcaso espaol, cit., p. 286.
284 ISEGORA, N. 44, enero-junio, 2011, 273-284, ISSN: 1130-2097
Anna Quintanas
Canguilhem 1990 (La salud no es slo la vida en el silencio de los rganos, es tambin la vida en la discrecin de las relaciones sociales)