saga geralt de rivia iii - la sangre de los elfos

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Sepkowski, Andrzejel

LA SANGRE DE LOS ELFOS Elaine blath, Feainnewedd Dearme aen a'celme tedd Eigean evelienn deiredh Que'n esse, va en esseth Feainnewedd, elaine blath! Florecillas, nana y cancin de cuna de los elfos.

En verdad os digo que se acerca el tiempo de la espada y el hacha, la poca de la tormenta salvaje. Se acerca el Tiempo del Invierno Blanco y de la Luz Blanca. El Tiempo de la Locura y el Tiempo del Odio, Tedd Deiredh, el Tiempo del Fin. El mundo morir entre la escarcha y resucitar de nuevo junto con el nuevo sol. Resucitar de entre la Antigua Sangre, de Hen Ichaer, de la semilla sembrada. De la semilla que no germina sino que estalla en llamas. Ess'tuath esse! As ser! Contemplad las seales! Qu seales sean, yo os dir: primero se derramar sobre la tierra la sangre de los Aen Seidhe, la Sangre de los Elfos... Aen Ithlinnespeath, profeca de Ithlinne Aegli aep Aevenien

ICaptulo primero La ciudad estaba ardiendo. Las estrechas callejuelas que conducan hasta el foso, hacia la primera terraza, vomitaban humo y brasas, las llamas devoraban los blagos de los tejados apelotonados de los edificios, laman los muros del castillo. Desde occidente, desde el lado de la puerta de los muelles, llegaba un estruendo, el sonido de una lucha encarnizada, los secos golpes del ariete que hacan temblar las murallas. Los atacantes les rodearon inesperadamente, rompiendo la barricada que defendan unos pocos soldados, burgueses con alabardas y algunos migueletes de los gremios. Los caballos cubiertos con negras mantas volaron por encima de la barrera como espectros, unas hojas claras y brillantes sembraron la muerte entre los defensores que huan. Ciri sinti cmo el jinete que la llevaba en el arzn sujetaba violentamente el caballo. Escuch su grito. Agrrate, gritaba. Agrrate!. Otros jinetes con los colores de Cintra les adelantaron, volaron a cortar a los nilfgaardianos. Ciri lo vio con el rabillo del ojo, durante un instante: un loco torbellino de capas negras y blanquiamarillas entre el gemido del acero, el golpeteo de las espadas sobre los escudos, el relincho de los caballos... Un grito. No, no un grito. Un aullido. Agrrate! Miedo. Cada sacudida, cada tirn, cada paso del caballo desgarra dolorosamente las manos aferradas a las bridas. Las piernas, crispadas en una posicin incmoda, no encuentran apoyo, los ojos lloran del humo. Los brazos que la envuelven ahogan, sofocan, aplastan dolorosamente las costillas. A su alrededor se alzan los gritos, tales como jams haba odo. Qu se le puede hacer a un ser humano para que grite as?. Miedo. Un miedo que deja sin fuerza, que paraliza, que ahoga. De nuevo el chirrido del hierro, el relincho de los caballos. Las casas a su alrededor bailan, unas ventanas que vomitan fuego aparecen de pronto all donde un momento antes slo haba una calleja embarrada, cubierta de cadveres, llena de los haberes que haban desechado los fugitivos. El jinete a sus espaldas estalla de pronto en una extraa y ronca tos. Sobre la mano aferrada a las riendas borbotea la sangre. Un aullido. El silbido de una flecha. Una cada, un choque, un doloroso golpe con la armadura. Junto al estrpito de los cascos pasa fugazmente sobre la cabeza el vientre de un caballo y una sobrecincha deshilachada, un segundo vientre de caballo, unas bardas destrozadas. Unos crujidos, como los que produce la madera de un rbol al romperse. Pero no es un rbol, se trata de hierro contra hierro. Un grito, sofocado y sordo, aqu junto a ella algo enorme y negro se desploma sobre el barro con un chapoteo, salpicando sangre. Un pie acorazado tiembla, se agita, huella la tierra con unas enormes espuelas.

Un tirn. Alguna fuerza la empuja hacia arriba, la arrastra sobre el arzn. Agrrate! De nuevo una carrera agitada, un galope de locura. Las manos y los pies buscan apoyo desesperadamente. El caballo se pone de patas. Agrrate! ... No hay apoyo. No hay... No hay... Slo hay sangre. Cae el caballo. No es posible saltar, no es posible liberarse, escapar de la tenaza de los brazos cubiertos por la loriga. No es posible escapar de la sangre que se vierte sobre la cabeza, sobre la nuca. Un choque, el chasquido del barro, un violento golpe contra la tierra, que parece extraordinariamente inmvil tras la cabalgada salvaje. El penetrante y ronco relincho del caballo que intenta alzar las ancas. El trueno de las herraduras, las cuartillas y pezuas de caballos que les sobrepasaban. Negras capas y negras bardas. Un grito. En la calleja hay fuego, una crepitante muralla roja de fuego. Contra ella, un jinete, enorme, parece alcanzar con su cabeza hasta por encima de los tejados ardientes. Cubierto con unas bardas negras, el caballo baila, agita la testa, rebufa. El jinete la mira. Ciri ve el brillo de sus ojos a travs de la rendija de su gran yelmo, adornado con las alas de un ave de presa. Ve el reflejo del fuego sobre la ancha hoja de la espada que sujeta con la mano bajada. El jinete mira. Ciri no puede moverse. Se lo impiden las manos inertes del muerto, que la aferran por el cinturn. La inmoviliza algo pesado y hmedo de sangre, algo que est tendido sobre su muslo y la clava a la tierra. Y la inmoviliza el miedo. Un monstruoso miedo que le retuerce las entraas, que provoca que Ciri deje de escuchar los gruidos del caballo herido, el bramido de las llamas, los gritos de las vctimas y el golpeteo de los tambores. Lo nico que existe, que cuenta, que tiene significado, es el miedo. El miedo, que ha adoptado la forma de un caballero negro con un yelmo adornado de plumas, parado ante el fondo de la roja pared de un incendio desatado. El jinete espolea al caballo, se agitan las alas del ave de presa en su yelmo, el pjaro se prepara para el vuelo. Para el ataque a una vctima desarmada, paralizada del miedo. El pjaro -o puede que el caballero- grita, chilla, horrible, terrible, triunfal. El caballo negro, la armadura negra, la capa negra ondeando, y detrs de todo esto el fuego, un mar de fuego. El miedo. El pjaro chilla. Las alas se agitan, las plumas le golpean la cara. El miedo! Ayuda. Por qu nadie me ayuda. Estoy sola, soy una nia, no tengo defensa, no me puedo mover, no puedo siquiera alzar la voz desde mi garganta aterrada. Por qu nadie acude a ayudarme? Tengo miedo! Los ojos ardientes en las rendijas del gran yelmo alado. La capa negra oculta todo... -Ciri!

Se despert baada en sudor, entumecida, y su propio grito, el grito que la haba despertado, an temblaba, vibraba all en su interior, dentro del pecho, le arda en su seca garganta. Dolan las manos aferradas a la manta, dolan las espaldas... -Ciri. Clmate. A su alrededor, la noche, oscura y ventosa, bramando montona y melodiosamente sobre las copas de los pinos, chirriando en los troncos. Ya no haba incendio ni gritos, no quedaba ms que aquella susurrante cancin de cuna. A su lado se retorca la luz y el calor del fuego del vivac, las llamas brillaban en las hebillas de la impedimenta, lanzaban destellos rojizos sobre la empuadura y la guarnicin de la espada apoyada en la silla de montar. No haba otro fuego ni otra espada. La mano que tocaba sus mejillas ola a cuero y cenizas. No a sangre. -Geralt... -Slo era un sueo. Un mal sueo. Ciri temblaba con fuerza, retorciendo los brazos y los pies. Un sueo. Slo un sueo. El fuego haba empezado ya a extinguirse, los leos de abedules son rojos y difanos, se resquebrajan, saltan con un fuego celeste. El fuego ilumina los cabellos blancos y el agudo perfil del hombre que la cubre con la manta y la zamarra. -Geralt, yo... -Estoy a tu lado. Duerme, Ciri. Tienes que descansar. Tenemos un largo camino por delante todava. Escucho una msica, pens de pronto. Entre estos susurros... hay una msica. Msica de lad. Y voces. Princesa de Cintra... Hija del destino... Nia de la Vieja Sangre, la sangre de los elfos. Geralt de Rivia, el Brujo Blanco y su destino. No, esto es una leyenda. La invencin de un poeta. Ella est muerta. La mataron en las calles de una ciudad, mientras hua... Agrrate... agrrate... -Geralt? -Qu, Ciri? -Qu me hizo? Qu sucedi entonces? Qu... me hizo? -Quin? -El jinete... El jinete negro de las plumas en el casco... No recuerdo nada. l grit... y me mir. No recuerdo qu sucedi. Slo que tena miedo... Tena tanto miedo... El hombre se agach, el resplandor del fuego brill en sus ojos. Eran unos ojos extraos. Muy extraos. La Ciri de antes se senta atemorizada ante estos ojos, no le gustaba mirarlos. Pero esto era antes. Mucho antes. -No recuerdo nada -murmur, mientras buscaba la mano de l, una mano dura y spera como una madera sin pulir-. Aquel jinete negro... -Slo fue un sueo. Duerme tranquila. Ya no volver. Ciri haba odo antes esta afirmacin. Le haba sido repetida muchas, muchas veces, le haban tranquilizado con ella cuando se despertaba en mitad de la noche gritando. Pero ahora era distinto. Ahora lo crea. Porque ahora lo deca Geralt de Rivia,

el Lobo Blanco. Un brujo. Aqul que era su destino. Aqul a quien ella estaba destinada. El brujo Geralt, que la haba encontrado entre la guerra, la muerte y el desespero, se la haba llevado consigo y prometido que ya nunca ms se separaran. Se durmi sin soltar la mano de l. El bardo termin de cantar. Inclinando lentamente la cabeza, repiti en el lad el motivo principal del romance, con delicadeza, bajito, en un tono ms alto que el aprendiz que le acompaaba. Nadie dijo nada. Excepto la msica cada vez ms tenue slo se escuchaba el rumor de las hojas y el crujido de las ramas del gigantesco roble. Y luego, de pronto, surc el espacio el prolongado berrido de una cabra que estaba atada con una soga a alguno de los carros que rodeaban el rbol prehistrico. En aquel momento, como a una seal, se alz uno de los que escuchaban reunidos en un amplio semicrculo. Echando sobre los hombros una capa azul cobalto bordada con cordoncillos dorados, se inclin rgido y con distincin. -Te doy las gracias, maese Jaskier -dijo con sonoridad aunque en voz no muy alta-. Dejad que sea yo, Radcliffe de Oxenfurt, Maestro de los Arcanos Mgicos, quien probablemente en nombre de todos los aqu presentes, pronuncie palabras de agradecimiento y reconocimiento de tu gran arte y tu talento. El hechicero pas la mirada por los reunidos, que eran ms de un centenar, arrellanados a los pies del roble en un cerrado semicrculo, de pie, sentados en los carros. Los oyentes afirmaron con las cabezas, susurraron. Unas cuantas personas comenzaron a aplaudir, otras saludaron al cantante con las manos en alto. Las mozas emocionadas sorbieron las narices y se limpiaron los ojos con lo que podan, dependiendo de su estado, profesin y posesiones: las villanas con las mangas o con el reverso de la mano, las mujeres de los mercaderes con pauelos de lino, las elfas y las nobles con batista e incluso las tres hijas del comes Viliberto, el cual, junto con todo su squito, haba interrumpido la prctica de la cetrera para escuchar al famoso trovador, moqueaban con donosura y desgarradoramente en elegantes chales de algodn de color verde pardusco. -No ser exagerado -continu el hechicero- decir que nos has emocionado hasta lo ms profundo, maese Jaskier, que nos has impulsado a la reflexin y a la meditacin, has conmovido nuestros corazones. Que me sea dado proclamar nuestro agradecimiento y respeto. El trovador se levant y se inclin, rozando con la rodilla la pluma de garza que estaba cosida al sombrerillo de fantasa. El aprendiz dej de tocar, sonri y tambin se inclin, pero el maese Jaskier le lanz una mirada amenazadora y gru algo a media voz. El muchacho baj la cabeza y volvi a su callado rasguear de las cuerdas del lad. Los reunidos se animaron. Los mercaderes de la caravana, murmurando entre ellos, colocaron delante del roble un barril de cerveza de tamao considerable. El hechicero Radcliffe se sumi en una conversacin en voz baja con el comes Viliberto. Las hijas del comes dejaron de sorberse la nariz y contemplaron con adoracin a Jaskier. El bardo no se dio cuenta, absorbido como estaba en lanzar sonrisitas, guios y brillos de sus dientes en direccin a un grupo de elfos nmadas, que mantenan un arrogante silencio, y, en especial, Jaskier se diriga a una de las elfas, una belleza de cabello oscuro y ojos enormes que portaba una pequea toca de armio. Jaskier tena competidores: a la poseedora de grandes ojos y hermosa toca le alcanzaban tambin miradas del pblico, caballeros, estudiantes y vagabundos. La elfa, a todas luces

contenta del inters demostrado, tiraba de las mangas de encaje de su blusa y agitaba las pestaas, pero los elfos que la acompaaban la rodeaban por todos lados sin esconder su disgusto ante los pretendientes. El claro bajo el roble Bleobheris, lugar de frecuentes procesiones, estacionamiento de viajeros y encuentro de peregrinos, era famoso por su tolerancia y liberalidad. Los druidas, que haca siglos que se ocupaban del rbol, llamaban al claro "Lugar de la Amistad" y albergaban gustosos a cualquiera. Pero incluso en ocasiones especiales tales como la recin terminada actuacin del trovador famoso en el mundo todo, los viajeros se mantenan en sus propios grupos, claramente aislados unos de otros. Los elfos se arrimaban a los elfos. Los enanos artesanos se agrupaban junto con sus hermanos armados hasta los dientes que haban sido contratados como guardia de las caravanas de mercaderes y toleraban junto a s como mucho a los gnomos mineros y a los medianos granjeros. Todos los no humanos mantenan reserva ante los humanos. Los seres humanos les respondan a los no humanos con la misma moneda, pero entre ellos no se observaba tampoco la ms mnima integracin. La nobleza miraba con desprecio a los mercaderes y a los buhoneros, y los mercenarios y soldados se alejaban de los pastores y sus apestosas zamarras. Unos cuantos hechiceros y sus adeptos se aislaban completamente y todos a su alrededor les obsequiaban con justa arrogancia. El fondo de la imagen estaba ocupado por la muchedumbre apiada, oscura, sombra y silenciosa de los campesinos. stos, que recordaban a un ejrcito por el bosque de rastrillos, horquetas y mayales que les sobresalan por las espaldas, ignoraban todo y a todos. La excepcin, como siempre, la constituan los nios. Liberada de la orden de guardar silencio durante la actuacin del bardo, la muchachera se lanz hacia el bosque con un salvaje aullido, a fin de dedicarse con entusiasmo a juegos cuyas reglas no eran comprensibles para aqul que se hubiera despedido ya de los aos felices de la infancia. Los pequeos humanos, elfos, enanos, medianos, gnomos, medioelfos, cuarterones de elfo y arrapiezos de oscura proveniencia no conocan y no aceptaban divisiones raciales ni sociales. De momento. -Cierto es! -grit uno de los caballeros presentes en el claro, jayn delgado como un perantn, vestido con un jubn rojinegro adornado con tres leones rampantes-. Bien ha hablado el seor hechicero! Hermosos fueron los romances, por mi honor, noble Jaskier, si alguna vez os encontris en las cercanas de Cuernocalvo, castellana de mi seor, entrad, no lo dudis ni un momento. Os hospedaremos como a un prncipe, qu digo yo, como al propio rey Vizimir! Lo juro por mi espada, muchos he odo ya ministreles, pero ni punto de comparacin, maestro. Aceptad de nosotros, los de buena cuna y los armados caballeros, toda admiracin y homenaje para vuestro arte! Al percibir sin error alguno el momento adecuado, el trovador murmur algo en direccin a su aprendiz. El muchacho dej el lad y tom del suelo una arquilla que serva para recolectar entre los oyentes muestras de respeto algo ms materiales. Titube, pas la mirada por la multitud, despus de lo cual dej la arquilla y tom la tinaja que estaba al lado. El maese Jaskier con una sonrisa benvola aprob la sagacidad del jovenzuelo. -Maestro -dijo una gallarda duea que estaba sentada en un carro cargado de mercaderas de mimbre y que tena el rtulo "Vera Loewenhaupt e hijos". A los hijos no se les vea por ningn lado, seguramente estaban ocupados en despilfarrar la fortuna amasada por la madre-. Maese Jaskier, qu es esto? Nos dejis con la

incgnita? Seguro que ste no es el final de vuestro romance. Cantad lo que pas despus! -Canciones y romances -se inclin el artista- no se terminan nunca, oh seora, porque la poesa es eterna e inmortal, no conoce principio ni final... -Pero, qu pas despus? -La mercadera no se dejaba vencer, iba arrojando sonoramente y con liberalidad monedas a la tinaja que le mostraba el aprendiz-. Decdnoslo al menos si ganas no tenis de cantar. No hubo en vuestras canciones nombre alguno, pero todos sabemos que el tal brujo por vosotros cantado no es otro que el famoso Geralt de Rivia, y la citada hechicera por la que le devora el fuego del amor es la no menos famosa Yennefer. En cambio el tal Nio de la Sorpresa, prometido y destinado al brujo, no es sino la princesa Cirilla, la infeliz princesa de Cintra, el pas devastado por los invasores. No es acaso cierto? Jaskier se ri con gesto misterioso y altanero. -Canto acerca de asuntos universales, generosa bienhechora -afirm-. Acerca de emociones de las que puede participar cualquiera. No de personas concretas. -Desde luego! -grit alguien desde la multitud-. Todos saben que los cantes trataban del brujo Geralt! -S, s! -chillaron a coro las hijas del comes Viliberto, retorciendo los chales hmedos de lgrimas-. Cantad ms, maese Jaskier! Qu pas despus? Se encontraron por fin el brujo y la hechicera? Se amaron? Fueron felices? Queremos saberlo! Maestro, maestro! -Pero ande vais! -grit con voz grave el cabecilla de un grupo de enanos, mientras se mesaba una fuerte y roja barba que le alcanzaba hasta la cintura-. Mierda es todo eso de las princesas, hechiceras, destinos, amores y otros cuentecillos de testas vacas. Todo esto son, con perdn del seor poeta, embustes, o sea, inventos poticos para que sean bonitos y emocionen. Pero las cosas de la guerra, como la matanza y el pillaje de Cintra, como la batalla de Marnadal y Sodden, eso s que es algo bueno que nos cantasteis, Jaskier! Ja, no da pena soltar plata por tales canciones que alegran los corazones de los guerreros! Y verse poda, que no mentais ni una jota, os lo digo yo, Sheldon Skaggs, y yo bien que s discernir verdad de la mentira, pues all en la batalla de Sodden estuve, y de pie con el hacha en el puo me enfrent contra los invasores nilfgaardianos... -Yo, Donimir de Troy -grit un flaco caballero con tres leones en el jubn-, estuve en ambas batallas de Sodden, pero no os vi all, seor enano! -Vos con seguridad que harais guardia en el campamento! -se encendi Sheldon Skaggs-. Y yo estaba en primera lnea, all donde haba jaleo! -Cuida lo que dices, barbas! -se enrojeci Donimir de Troy, aferrando el talabarte de caballero cargado con el peso de la espada-. Y a quin! -Ten t cuidado! -El enano pas la mano por el hacha sujeta al cinturn, se volvi hacia sus compaeros y mostr los dientes-. Lo habis visto? Un puto caballero! Con pabelln! Tres leones en el escudo, dos se cagan y el otro es mudo! -Paz, paz! -Un druida de cabellos grises y blanco manto conjur la disputa con una voz fuerte y dominante-. No se debe reir, seores mos! No aqu, junto a las ramas de Bleobheris, un roble ms antiguo que todas las pendencias y litigios de este

mundo! Y no en presencia del poeta Jaskier, cuyos romances debieran ensearnos amor y no disputa. -Cierto! -le apoy otro druida, un obeso y bajito sacerdote con el rostro brillante de sudor-. Miris, y no tenis ojos, escuchis, y vuestros odos estn sordos. Porque no hay en vosotros amor de dios, sois como barriles vacos... -Pos ya que hablamos de barriles -chill un gnomo de largas narices que tena un carro adornado con el rtulo "Artculos de hierro, fabricacin y venta"-, sacaos uno ms, seores gremiales! Al poeta Jaskier se le sec el coleto y a nosotros de la impresin tampoco nos vendra mal! -Ciertamente, como barriles vacos, os digo! -El sacerdote ahog las palabras del gnomo, con intencin de no dejarse confundir y no interrumpir el sermn-. Nada de nada habis comprendido de los romances de don Jaskier, nada habis de l aprendido. No habis entendido que del destino humano hablaban estos romances, de cmo en las manos de los dioses slo son los hombres juguetes y de que los pases nuestros juegos de los dioses son. Los romances hablaban del destino, del destino de nosotros todos y la leyenda del brujo Geralt y de la princesa Cirilla, aunque puesta en el contexto verdadero de aquella guerra, slo metfora es, producto de la imaginacin del poeta, que a ste haba de servir para que nosotros... -Chocheas, santo varn! -habl desde la altura de su carro Vera Loewenhaupt. Qu leyenda? Qu producto de la imaginacin? Sea quien sea, a Geralt de Rivia yo lo conozco, con mis propios ojos lo vi, en Wyzima, cuando desencant a la hija del rey Foltest. Y luego an lo encontr en la Va de los Mercaderes, donde a peticin del Gremio mat a un cruel grifo que atacaba a las caravanas, hecho que salv las vidas a no pocas personas honradas. No, leyenda no es, ni tampoco cuento de hadas. La verdad, la sincera verdad es lo que nos ha cantado aqu maese Jaskier. -Confrmolo -dijo una esbelta guerrera de negros cabellos peinados hacia atrs y unidos en una gran trenza-. Yo, Rayla de Liria, tambin conozco a Geralt el Lobo Blanco, famoso cazador de monstruos. Tambin ms de una y ms de dos veces vi a la hechicera Yennefer, pues sola yo pasar por la ciudad de Vengerberg, en Aedirn, donde aqulla tiene su morada. De que ambos dos se amaran no tengo sin embargo noticia. -Pero ha de ser verdad -habl de pronto con una voz melodiosa la hermosa elfa de la toca de armio-. Tan hermoso romance de amor no puede ser falso. -No puede! -apoyaron a la elfa las hijas del comes Viliberto y como a una orden se limpiaron los ojos con sus chales-. De ningn modo puede serlo! -Poderoso hechicero! -Vera Loewenhaupt se volvi hacia Radcliffe-. Se amaron o no? Vos seguramente sabis qu pas de verdad, con el brujo y la tal Yennefer. Descorred el velo del secreto! -Si la cancin dice que se amaron -sonri el hechicero-, pues as fue y un amor as perdura siglos. Tal es el poder de la poesa. -Corre el rumor -cort de pronto el comes Viliberto- de que Yennefer de Vengerberg cay en el Monte de Sodden. All murieron unos cuantos hechiceros... -No es cierto -dijo Donimir de Troy-. No est su nombre en el monumento. Mi tierra es sa, ms de una vez estuve en el Monte y le los letreros grabados en el

monumento. Tres hechiceras cayeron all. Triss Merigold, Lytta Neyd, a la que llamaban Coral... Humm... El nombre de la tercera se me ha borrado de la memoria... El caballero mir al hechicero Radcliffe, pero ste tan slo sonri, no dijo ni una palabra. -Y al tal brujo -dijo de pronto Sheldon Skaggs-, a se Geralt al que la Yennefer amaba, seguro que ya se lo come la tierra. O que lo estrozaron no s dnde en los Tras Ros. Mataba monstruos, mataba, hasta que pinch en hueso. S, as es, paisanos, quien con espada pelea, a espada muere. Todos se encuentran alguna vez con alguien mejor y catan el hierro. -No lo creo. -La esbelta guerrera deform sus plidos labios, escupi con bro al suelo, con un chasquido cruz sobre el pecho los antebrazos cubiertos con una cota de mallas-. No creo que Geralt de Rivia se encontrara con alguien mejor. He tenido ocasin de ver cmo este brujo maneja la espada. Posee una velocidad simplemente inhumana... -Bien dicho -introdujo el hechicero Radcliffe-. Inhumana. Los brujos son mutantes, de ah la rapidez de sus reacciones... -No entiendo de lo que hablis, seor mago. -La guerrera frunci los labios de manera an ms repulsiva-. Vuestras palabras son demasiado letradas. Yo s una cosa: ningn espadachn que haya conocido o conozca puede compararse a Geralt de Rivia, el Lobo Blanco. Por eso no creo que pudiera ser vencido en lucha, como mantiene el seor enano. -Todo espada slo es mierda, si mil enemigos lo cercan -dijo sentencioso Sheldon Skaggs-. Tal hablan los elfos. -Los elfos -afirm con frialdad el rubio y alto representante del Antiguo Pueblo que estaba de pie al lado de la hermosa con toca de armio- no acostumbran a expresarse con tanta ordinariez. -No! No! -gritaron desde debajo de sus chales verdes las hijas del comes Viliberto-. El brujo Geralt no pude haber muerto! El brujo encontr a Ciri, su destino, y luego a la hechicera Yennefer y los tres tuvieron una vida larga y feliz! No es cierto, maese Jaskier? -Pos si eso era un romance, virtuosas seoritas! -bostez el gnomo sediento de cerveza, fabricante de artculos de hierro-. Qu verdad habr que buscar en los romances? La verdad es una cosa, la poesa otra. Coger por ejemplo esa... Cmo era? Ciri? La Sorpresa esa famosa. De la manga se la sac el seor poeta. Estuve en Cintra ms de una vez y s que el rey y la reina all vivan sin prole, ni hija ni hijo tenan... -Embustes son! -grit un pelirrojo con un sobretodo de piel de foca con la frente ceida por un pauelo a cuadros-. La reina Calanthe, la Leona de Cintra, tena una hija, nombrada Pavetta. Ella y su marido murieron durante una tormenta marina, la hondura del mar los cubri, a ambos. -Vosotros mismos veis que no miento! -puso a todos por testigo el de los artculos de hierro-. Pavetta se llamaba y no Ciri, la infanta de Cintra. -Cirilla, llamada Ciri, era justamente la hija de la ahogada Pavetta -explic el pelirrojo-. La nieta de Calanthe. Y no era infanta, sino princesa de Cintra. Ella era en

efecto el tal Nio de la Sorpresa destinado al brujo, antes de que naciera haba prometido la reina darla al brujo, tal y como don Jaskier cantara. Pero el brujo no pudo encontrarla y llevrsela, ah el seor poeta se apart de la verdad. -Se apart, y cmo -se meti en la conversacin un fibroso jovenzuelo que, a juzgar por sus ropas, bien poda ser un aprendiz de artesano en el vagabundeo que precede a los exmenes de maestra-. Al brujo se le escap su destino. Cirilla muri durante el sitio de Cintra. La reina Calanthe, antes de tirarse de la torre, con su propia mano dio muerte a la princesa para que no cayera viva en las garras de los nilfgaardianos. -No fue as, en absoluto -protest el pelirrojo-. A la princesa la mataron durante la masacre posterior, cuando intentaba escapar de la ciudad. -Sea como sea -grit el de los artculos de hierro-, no hall el brujo a la tal Cirilla! El poeta minti! -Pero cun hermoso minti! -dijo la elfa de la toca mientras se apretaba contra el esbelto elfo. -No hablamos de poesa, sino de hechos! -grit el aprendiz-. Digo que la princesa muri a manos de su propia abuela. Todo aqul que estuvo en Cintra puede confirmarlo! -Y yo os digo que la mataron en las calles, cuando hua -afirm el pelirrojo-. Lo s porque aunque no soy natural de Cintra, estuve en la compaa del yarl de Skellige que apoy a Cintra durante la guerra. El rey de Cintra, Eist Tuirseach, como todos saben precisamente de las islas de Skellige proceda, to carnal era del yarl. Y yo en la compaa del yarl luch en Marnadal y en Cintra y luego, tras la derrota, en Sodden... -Un combatiente ms -aull Sheldon Skaggs a los enanos que le rodeaban-. Nams que hroes y guerreros por aqu. Eh, paisanos! Acaso no hay entre vosotros al menos uno que no luchara en Marnadal o en Sodden? -Tus bromas estn de ms, Skaggs -dijo con reprobacin el esbelto elfo, abrazando a la belleza de tocado de armio de una forma que haba de deshacer las ocasionales dudas de otros admiradores-. No pienses que slo t luchaste en Sodden. Yo, para no buscar ms lejos, tambin tom parte en la batalla. -Me gustara saber por qu bando -dijo el comes Viliberto a Radcliffe con un susurro bien audible que el elfo ignor completamente. -Como es en general sabido -sigui, sin siquiera mirar hacia donde estaban el comes y el hechicero-, ms de cien mil guerreros estuvieron en el campo en la segunda batalla de Sodden, de los cuales por lo menos treinta mil resultaron muertos o mutilados. Agradecimientos se merece don Jaskier, quien en uno de sus romances inmortaliz tan famosa como terrible lucha. Mas en las palabras y en la meloda de esta cancin no escuch loas, sino advertencias. Repito, gloria y honor eternos al seor poeta por el romance que puede que permita impedir en el futuro la repeticin de tragedia tal, como fue aquella cruel e innecesaria guerra. -Por cierto -dijo el comes Viliberto mientras miraba al elfo retadoramente- que rebuscasteis cosas interesantes en el romance, honorable seor. Guerra innecesaria, decs? Impedir la tragedia en el futuro, quisierais? Hemos de entender que en caso de que Nilfgaard nos atacara de nuevo recomendarais la capitulacin? Aceptar sumisamente el yugo nilfgaardiano?

-La vida es un don sin precio y ha de ser protegido -dijo el elfo con frialdad-. Nada justifica tales matanzas ni hecatombes como fueron ambas batallas de Sodden, tanto la perdida como la ganada. Ambas os costaron, humanos, miles de existencias. Perdisteis un inimaginable potencial... -Peroratas de elfos! -estall Sheldon Skaggs-. Tonta perorata! se fue el precio que hubo que pagar para que otros pudieran vivir dignamente y en paz, en vez de dejarse poner grillos por los nilfgaardianos, de ser cegados y obligados a base de palos a cavar en las minas de sulfatos y en las salinas. Aqullos que cayeron como hroes y que gracias a Jaskier vivirn eternamente en nuestra memoria nos ensearon cmo defender nuestra casa. Cantad vuestros romances, cantdselos a todos. No se perder esa enseanza, y hasta nos har falta, ya veris! Porque si no hoy maana, Nilfgaard vendr hacia nosotros de nuevo, recordad mis palabras! Ahora estn lamindose las heridas y descansando, pero cercano est el da en que de nuevo veremos sus capas negras y sus plumas en los yelmos! -Qu es lo que quieren de nosotros? -grit Vera Loewenhaupt-. Por qu la tomaron con nosotros? Por qu no nos dejan en paz, nos dejan vivir y trabajar? Qu es lo que quieren, los nilfgaardianos? -Quieren nuestra sangre! -aull el comes Viliberto. -Y nuestra tierra -grit uno de los mozos de la multitud. -Y nuestras hembras! -bram Sheldon Skaggs, echando una mirada feroz. Algunos estallaron en risas, pero bajito y a hurtadillas. Porque aunque bien graciosa era la sugerencia de que cualquiera excepto los enanos poda desear a las extraordinariamente poco atractivas enanas, no era este tema seguro para bromas y bufas, sobre todo en presencia de aquellos bajitos, rechonchos y barbados seores cuyas hachas y cuchillos tenan la fea costumbre de saltar de los cinturones con una increble velocidad. Y los enanos, que por motivos inciertos crean a puo cerrado que el mundo entero acechaba lascivo a sus mujeres e hijas, eran, en este aspecto, tremendamente sensibles. -Esto haba de llegar alguna vez -afirm de pronto el anciano druida-. Esto haba de suceder. Hemos olvidado que no estamos solos en este mundo, que el ombligo del mundo no somos. Como hartos, tontos y vagos carasios nadando en un estanque encenagado, no creamos en la existencia de los lucios. Hemos permitido que nuestro mundo, como un estanque, se embarrara, se empantanara y se pudriera. Mirad a vuestro alrededor: por todas partes delito y pecado, codicia, persecucin del lucro, disputas, desavenencias, decadencia de las costumbres, falta de respeto por los valores todos. En vez de vivir tal y como la naturaleza nos ordena, nos lanzamos a destruir la propia naturaleza. Y qu tenemos? Un aire envenenado por la fetidez de las chimeneas de las forjas, ros y regatos mancillados por mataderos y teneras, bosques talados sin pensrselo dos veces... Ja, incluso aqu, en las races vivas del sagrado Bleobheris, miradlo, oh, all, justo por encima de la cabeza del seor poeta, alguien grab con una navajilla una frase repugnante. Y a todo esto mal escrita, no bastaba con que fuera un vndalo sino que adems era un ignorante que no saba escribir. Por qu os asombris? Esto haba de acabar mal... -S, s! -se le uni el gordo sacerdote-. Arrepentos, pecadores, mientras an haya tiempo, porque la ira de los dioses y su venganza est sobre vosotros! Recordad a la sibila Itlina, a sus profticas palabras sobre el castigo de los dioses, que caer sobre la tribu envenenada de crmenes! Recordad: "Llegar el Tiempo del Odio, y el

rbol perder sus hojas, el renuevo se marchitar, se pudrir el fruto y la semilla se agriar, y en los valles los ros en vez de agua arrastrarn hielo. Y llegar el Fro Blanco, y tras l, la Luz Blanca, y el mundo morir entre la ventisca". As habla la sibila Itlina! Y antes de que esto suceda se vern seales y caern plagas porque, recordad, Nilfgaard es un castigo divino! Es el ltigo con el que los Inmortales os fustigan, pecadores, para que... -Aj, poned punto en boca, piadoso! -resoll Sheldon Skaggs mientras pataleaba con sus pesados zapatones-. Se marea uno de vuestras supersticiones y necedades! Las tripas se revuelven...! -Cuidado, Sheldon -le interrumpi con una sonrisa el esbelto elfo-. No te burles de religiones ajenas. No est bien, ni es de bien educados, ni es... seguro. -Yo no me burlo de nada -protest el enano-. No pongo en duda la existencia de los dioses, pero me pongo nervioso cuando alguien los mezcla en los asuntos terrqueos y delira con falsas profecas de no s qu elfa grillada. Que los nilfgaardianos son el instrumento de los dioses? Tonteras! Haced retroceder la memoria, humanos, hasta los tiempos de Dezmod, Radowid, Sambuk, hasta los tiempos de Abrad el Viejo Roble! No recordis porque vivs tan poco como el mosquito del vino, pero yo me acuerdo y os recordar cmo eran estas tierras despus de que vosotros salierais de vuestros barcos en la playa en la desembocadura del Yaruga y en el delta del Pontar. De cuatro barcos que atracaron se hicieron tres reinos y luego los ms fuertes se tragaron a los ms dbiles y as crecieron, reforzaron su poder. Vencieron a unos, los absorbieron y los reinos crecan, se hacan cada vez mayores y ms fuertes. Y ahora Nilfgaard hace lo mismo, porque es un pas fuerte y unido, disciplinado y homogneo. Y si vosotros no os uns de igual forma, Nilfgaard os tragar como el lucio al carasio, tal y como dijo el sabio druida aqu presente! -Que lo intenten! -Donimir de Troy sac el pecho adornado con tres leones y golpe la vaina de la espada-. Les dimos una buena en Sodden, se la podemos dar de nuevo! -Ufano sois! -aull Sheldon Skaggs-. Por lo visto habis olvidado, caballero, que antes de que se llegara a la segunda disputa de Sodden, Nilfgaard atraves vuestras tierras como una apisonadora de hierro, que los cadveres de gallardos mozos como vos cubran los campos de Marnadal hasta Tras Ros. Y quienes detuvieron a los nilfgaardianos no fueron aqullos como vos, chillones mozalbetes, sino la unin y la armona de las fuerzas de Temeria, Redania, Aedirn y Kaedwen. Armona y unin, he aqu lo que los detuvo! -No slo -dijo Radcliffe sonoramente pero con voz muy fra-. No slo eso, seor Skaggs. El enano carraspe con fuerza, sorbi las narices, chasque con las botas, despus de lo cual se inclin ligeramente en direccin al hechicero. -Nadie niega los servicios de vuestros confrteres -dijo-. Vergenza a aqul que no reconozca el herosmo de los hechiceros del monte de Sodden, porque valientemente aguantaron, la sangre dieron por la causa comn, grandemente contribuyeron a la victoria. No se olvid de ellos Jaskier en su romance y tampoco nosotros los olvidamos. Pero reparad en que aquellos hechiceros que unidos y solidarios lucharon en el monte, reconocan el caudillaje de Vilgefort de Roggeveen, del mismo modo que nosotros, guerreros de los Cuatro Reinos, reconocimos el mando de Vizimir de Redania. Una pena que tal armona y solidaridad slo duraran el tiempo

que dur la guerra. Pues apenas hubo paz, de nuevo nos dividimos. Vizimir y Foltest se ahogan los unos a los otros con aranceles y derechos de depsitos, Demawend de Aedirn disputa con Henselt por la Marca del Norte, y a la Liga de Hengfors y los Thyssenidas de Kovir les importa todo un pito. Y hasta entre los hechiceros, por lo que he odo, vano es buscar hoy da aquella armona. No hay entre vosotros coincidencia de pareceres, no hay disciplina, no hay unidad. Y en Nilfgaard la hay! -En Nilfgaard gobierna el emperador Emhyr var Emreis, tirano y autcrata, que obliga a que le sirvan a base del ltigo, la horca y el hacha! -tron el comes Viliberto-. Qu es lo que nos proponis, seor enano? Para qu tenemos que unirnos? Para formar parecida dictatura? Y cul es en vuestra opinin el rey cuyo reino habra de someter a s los restantes? En manos de quin querras ver el cetro y la corona? -Y eso a m qu me importa? -se encogi de hombros Skaggs-. Esto es asunto vuestro, de los humanos. Al fin y al cabo, sea quien sea a quien escojis como rey, nunca ser un enano. -Ni elfo, ni incluso medio elfo -aadi el esbelto representante del Antiguo Pueblo, todava abrazando a la bella elfa-. Incluso al cuartern de elfo consideris como algo nfimo... -Ah os duele -se ri Viliberto-. La misma mosca os pica que a Nilfgaard, porque Nilfgaard tambin grita sobre la igualdad, os promete el regreso al orden antiguo en cuanto nos venza y nos arranque de esta tierra. Con tal unidad, con tal igualdad sois, de tal hablis, tal anunciis! Porque Nilfgaard os paga con oro! Y no es de extraar que tan bien os llevis pues los nilfgaardianos son una raza lfica... -Tonteras -dijo el elfo con frialdad-. Parloteis estupideces, seor caballero. El racismo os ciega a todas luces. Los nilfgaardianos son humanos tal y como vos. -Eso es mentira de marca mayor! Son los descendientes de los Seidhe Negros, todo el mundo lo sabe! Por sus venas corre sangre lfica! Sangre de los elfos! -Y qu es lo que corre por vuestras venas? -El elfo sonri burln-. Mezclamos nuestra sangre desde hace generaciones, desde hace siglos, nosotros y vosotros, nos sale a la perfeccin, no s si por suerte o no. Habis comenzado a impedir estas uniones mixtas desde hace menos de un cuarto de siglo, y esto con escasos resultados. Mostradme pues ahora a un humano que no tenga mezclas de Seidhe Ichaer, de la sangre del Antiguo Pueblo. Viliberto enrojeci a todas vistas. Se ruboriz tambin Vera Loewenhaupt. El hechicero Radcliffe agach la cabeza y tosi. Sorprendentemente, se cubri de rubor adems la hermosa elfa de la toca de armio. -Todos somos hijos de la Madre Tierra -reson en el silencio la voz del viejo druida. Somos hijos de la Madre Naturaleza. Y aunque no respetemos a nuestra madre, aunque a veces le causemos dolor y pesadumbre, aunque le rompamos el corazn, ella nos ama a todos. Lo conmemoramos cuando nos reunimos aqu, en el Lugar de la Amistad. Y no disputemos por quin de nosotros fue aqu el primero porque la primera fue la Bellota arrojada por las olas, y de la Bellota reto el Gran Bleobheris, el ms antiguo de los robles. Al estar bajo las ramas de Bleobheris, entre sus races eternas, no olvidemos nuestras propias y fraternales races, no olvidemos la

tierra de la que crecen estas races. Recordemos las palabras de las canciones del poeta Jaskier... -Exacto! -grit Vera Leowenhaupt-. Y dnde est l? -Se ha largao -constat Sheldon Skaggs, mientras miraba el lugar vaco bajo el roble-. Agarr el dinero y se larg sin despedirse. Mismamente a lo elfo! -A lo enano! -gritaron los artculos de hierro. -A lo humano -le corrigi el esbelto elfo, y la belleza de la toca apoy la cabeza sobre sus hombros. -Eh, msico -dijo Mama Lantieri, entrando a la habitacin sin llamar y empujando por delante de ella un olor a jacintos, sudor, cerveza y tocino ahumado-. Tienes un invitado. Entrad, noble seor. Jaskier se arregl los cabellos, se enderez en el enorme silln labrado. Las dos muchachas que estaban sentadas en sus rodillas se levantaron con rapidez, se cubrieron con sus chaquetillas, cerraron las despechugadas camisas. El pudor de las putas, pens el poeta, he aqu un buen ttulo para un romance. Se levant, se abroch el cinturn y se puso el jubn mientras miraba al noble que estaba de pie en el umbral. -Ciertamente -dijo-, sabis encontrarme en todos lados, aunque pocas veces escogis el momento adecuado para ello. Por suerte an no haba decidido cul de estas bellezas prefiero. Y con tus precios, Lantieri, no me puedo permitir ambas. Mama Lantieri sonri comprensiva, dio una palmada. Ambas muchachas, una islea morena y pecosa y una medioelfa de cabellos oscuros, abandonaron la habitacin a toda prisa. El hombre que estaba de pie en el umbral se quit la chupa, se la tendi a Mama junto con un pequeo pero abultado saquete. -Perdonad, maestro -dijo, acercndose y sentndose a la mesa-. S que os incomodo en mala hora. Pero desaparecisteis tan repentinamente de bajo el roble... No os alcanc en el camino real, como era mi intencin, ni pronto di con vuestra pista en la ciudad. Creedme, no os ocupar mucho tiempo... -Siempre todos decs lo mismo y siempre es un embuste -le interrumpi el bardo-. Djanos solos, Lantieri, cuida de que no nos molesten. Os escucho, seor. El hombre le mir inquisitivamente. Tena ojos oscuros y acuosos, como llenos de lgrimas, una nariz afilada y unos labios anchos, desagradables. -Pasar al asunto sin ms tardanza -afirm, mientras esperaba hasta que Mama cerrara la puerta-. Me interesan vuestros romances, maestro. Ms concretamente, cierta persona de la que cantis. Me ocupo de la verdadera suerte de los protagonistas de vuestros romances. Al fin y al cabo, si no me equivoco, la verdadera suerte de ciertos personajes reales inspir las hermosas obras que tuve ocasin de escuchar bajo el roble. Me refiero a... a la pequea Cirilla de Cintra. A la nieta de la reina Calanthe. Jaskier mir al techo, tablete con los dedos encima de la mesa. -Noble seor -dijo con sequedad-. Extraas cosas os interesan. Acerca de extraas cosas preguntis. Algo me dice que no sois quien yo crea.

-Y quin creais que yo era, si puede saberse? -No s si se puede. Depender de si me dais ahora recuerdos de nuestros amigos comunes. Debierais haberlo hecho al principio y como que lo olvidasteis. -En absoluto lo olvid. -El hombre meti la mano bajo su caftn de terciopelo de color sepia, extrajo un segundo saquete, algo mayor que aqul que haba entregado a la alcahueta, pero igual de abultado y de tintineante al chocar contra la tabla de la mesa-. Simplemente no tenemos amigos comunes, Jaskier. Pero, no servir esta escarcela para suavizar tal mandamiento? -Qu es lo que queris comprar con esa pequea bolsita? -dijeron los labios del trovador-. Todo el burdel de Mama Lantieri y el terreno que le rodea? -Digamos que tengo intencin de apoyar al arte. Y al artista. Para que pueda hablar con el artista de su obra. -Hasta ese punto amis el arte, seor mo? Tanta prisa os corre la conversacin con el artista que intentis llenarle de dinero incluso antes de presentaros, quebrando as las ms elementales reglas de la cortesa? -Al principio de la conversacin -el desconocido entrecerr ligeramente sus oscuros ojos- no os molestaba mi incgnito. -Pero ahora comienza a molestarme. -No me avergenzo de mi nombre -dijo con una ligera sonrisa en los anchos labios-. Me llamo Rience. No me conocis, seor Jaskier, y no me extraa. Sois demasiado ilustre y famoso para que podis conocer a todos vuestros admiradores. A todo admirador de vuestro talento le parece que os conoce, que os conoce tan bien que cierta confianza est en su sitio. A m tambin me concierne, en toda su extensin. S que es una apreciacin falsa, perdonad benvolamente. -Perdono benvolamente. -Puedo contar entonces con que querris responder a unas cuantas preguntas... -No, no podis -le interrumpi el poeta, hinchndose-. Ahora tened a bien vos el perdonar benvolamente, pero no me gusta discutir sobre la temtica de mis obras, sobre inspiracin, sobre los protagonistas, tanto ficticios como no. Le quita esto a la poesa sus colores poticos y la conduce hacia la trivialidad. -Ciertamente? -Con toda seguridad. Comprended que si despus de cantar un romance sobre una alegre molinera anunciara que en realidad se trata de Zvirka, la mujer del molinero Locha, y completar esto con la noticia de que a Zvirka se la puede uno follar libremente los jueves porque los jueves suele ir el molinero al mercado, ya no sera poesa. Esto sera o bien coplillas o bien una calumnia asquerosa.

-Entiendo, entiendo -dijo Rience con rapidez-. Pero creo que esto es un mal ejemplo. A m no me interesan los pecados ni los pecadores. A nadie calumniis al responder a mi pregunta. A m me es necesaria solamente una pequea informacin: qu le sucedi en realidad a Cirilla, princesa de Cintra? Muchas personas afirman que Cirilla desapareci durante la conquista de la ciudad, incluso hay testigos oculares de tal acontecimiento. Sin embargo, de vuestro romance se extrae que la nia sobrevivi. Estoy de verdad interesado en saber si esto es imaginacin vuestra o hecho real. Es verdad o es mentira? -Me alegra muchsimo vuestra curiosidad -sonri ampliamente Jaskier-. Reos seor, si os place, pero justamente eso es lo que quera cuando compuse el romance. Quera despertar y avivar la curiosidad del oyente. -Verdad o mentira? -repiti Rience con la voz fra. -Si traicionara este hecho, destruira el efecto de mi trabajo. Adis, amigo. Has usado de todo el tiempo de que dispona para ti. Y all esperan dos de mis inspiraciones, inseguras de no saber a cul escojo. Rience guard silencio largo tiempo, sin hacer gesto alguno de dirigirse hacia la puerta. Mir al poeta con una mirada antiptica, acuosa, y el poeta comenz a sentirse inquieto. De abajo, de la sala grande del lupanar, le llegaba una alegre batahola, punteada de vez en cuando por unas agudas risotadas femeninas. Jaskier volvi la cabeza, haciendo como que demostraba una altivez despectiva, pero en realidad calculando la distancia que le separaba del rincn de la cmara y de la gobelina que mostraba a una ninfa vertindose sobre los pechos el agua de una jarra. -Jaskier -dijo al fin Rience, mientras meta las manos en el bolsillo de su caftn de color sepia-. Responde a mi pregunta, por favor. Tengo que saber la respuesta. Es extremadamente importante para m. Y creme, para ti tambin, porque si respondes de buena fe yo... -Entonces qu? Un gesto siniestro se arrastr por los labios de Rience. -Entonces no tendr que obligarte a hablar. -Escucha, t, bellaco. -Jaskier se levant e hizo como que pona un gesto amenazador-. Odio la violencia y la fuerza. Pero ahora mismo llamo a Mama Lantieri y ella se trae a un tal Escombros que cumple en este santuario la honorable y responsable funcin de vaciador. Es un verdadero artista en su oficio. l te mete de patadas en las asentaderas y acabas volando por encima de los tejados de esta villa, tan hermoso que ms de uno de los pasantes te ha de tomar por un pegaso. Rience realiz un breve gesto, algo brill en su mano. -Ests seguro de que alcanzars a llamarla? Jaskier no tena intenciones de comprobar si tendra tiempo. Tampoco pensaba esperar. Antes de que el estilete de mariposa girara y se cerrara en la mano de Rience, se tir de un largo salto hacia el rincn de la cmara, se sumergi bajo la gobelina de la ninfa, abri de un puntapi una puerta secreta y a toda prisa se precipit por unas retorcidas escaleras hacia abajo, agarrndose con las manos a las resbaladizas barandillas. Rience se lanz en su persecucin, pero el poeta estaba seguro de s, conoca el pasadizo secreto tan bien como su bolsillo, no era la primera vez que la usaba para huir de acreedores, maridos celosos y competidores propensos al asesinato a los que a veces robaba rimas y notas. Saba que en la tercera revuelta

hallara una puertecilla giratoria detrs de la cual hallara una escala que conduca al stano. Estaba seguro de que el perseguidor no conseguira frenar, seguira corriendo y tropezara con la trampilla, despus de lo cual caera en las zajurdas. Estaba seguro de que el perseguidor, magullado, embadurnado en mierda y perturbado por los gorrinos, abandonara la persecucin. Jaskier se equivocaba, como siempre que estaba seguro de algo. Hubo un repentino brillo azulado a sus espaldas y el poeta percibi que se le entumecan las extremidades, que se le pasmaban y se le ponan rgidas. No fue capaz de frenar el paso a la altura de las puertecillas giratorias, los pies se negaron a obedecerlo. Grit y se tambale por las escaleras, golpendose con las paredes del pasillo. La trampilla se abri por debajo de l con un chasquido seco, el trovador cay en la oscuridad y el hedor. Antes incluso de que se golpeara contra el empedrado y perdiera el sentido, record que Mama Lantieri haba comentado algo acerca de que estaban arreglando las zajurdas. Le despert un dolor en las muecas, que tena atadas, y en los brazos, que estaban horriblemente torcidos por las articulaciones. Quiso gritar, pero no pudo, tena la sensacin de que le hubieran rellenado de arcilla la cavidad bucal. Se puso de rodillas sobre el empedrado y la soga le arrastr con un chirrido hacia arriba, tirando de las manos. Con la intencin de aliviar sus brazos intent levantarse, pero tena tambin los pies atados. Aunque ahogndose y asfixindose, consigui levantarse en lo que le ayud considerablemente la soga, que segua tirando de l sin piedad. Rience estaba de pie delante de l y sus ojos malvados y acuosos brillaron a la luz de un farol que sostena un tagarote mal afeitado de dos metros de alto que estaba a su lado. Tena a otro jayn, seguramente no menos alto, justo detrs. Jaskier escuchaba su respiracin y senta el hedor de sudor rancio. Precisamente este segundo, el maloliente, sujetaba la cuerda atada a las muecas del poeta y sujeta a una viga del techo. Los pies de Jaskier se separaron del empedrado. El poeta expuls aire violentamente por la nariz, otra cosa no poda hacer. -Basta -dijo por fin Rience, casi inmediatamente, pero a Jaskier le pareci que haban pasado siglos. Toc la tierra, pero arrodillarse, pese a sus ms desesperados esfuerzos, no pudo, pues la soga an le mantena tan tenso como una cuerda de lad. Rience se acerc. En su rostro no se podan percibir ni rastro de emociones, sus ojos llorosos no haban cambiado ni un pice su expresin. Tambin la voz con la que habl era tranquila, bajita, incluso ligeramente aburrida. -Poetrasto asqueroso. Enano. Basura. Cero pagado de s mismo. De m queras escapar? A m no se me ha escapado nunca nadie. No hemos terminado de hablar, bufn, cabeza de carnero. Te he preguntado algo en condiciones bastante ms agradables. Ahora contestars a mis preguntas en condiciones menos agradables. Verdad que me vas a contestar? Jaskier afirm solcito con la cabeza. Slo entonces sonri Rience. Y dio una seal. El bardo chill desesperadamente al sentir como la soga se tensaba y como los brazos doblados hacia atrs crujan por las articulaciones.

-No puedes hablar -constat Rience, todava rindose con placer-. Y te duele, verdad? Sabe que te hago colgar de momento para mi propio disfrute porque a m me gusta muchsimo ver cmo alguien sufre. Va, an un poco ms alto. Jaskier por poco no se ahog con su resoplido. -Basta -orden por fin Rience, despus de lo que se acerc y agarr al poeta por la pechera-. Escucha, pavo real. Voy a deshacer el hechizo para que recuperes el habla. Pero si intentas alzar ms de lo debido tu bonita voz, lo lamentars. Realiz un gesto con la mano, roz con un anillo las mejillas del poeta y Jaskier percibi cmo recuperaba la sensibilidad en la mandbula, en la lengua y en el paladar. -Ahora -Rience continu en voz baja- te har unas cuantas preguntas y t me responders, fluido, rpido y con todo detalle. Y si siquiera por un segundo titubeas o tartamudeas o me das el mnimo motivo para dudar de tu veracidad, entonces... Mira hacia abajo. Jaskier obedeci. Con horror advirti que haba un corto cordel atado a las ligaduras de sus tobillos y sujeto por el otro lado a un balde lleno de cal viva. -Si mando que te suban ms alto -sonri Rience con crueldad- y junto contigo este cubo, con toda seguridad no recuperars el control de tus manos. Dudo de que despus de algo as fueras capaz de tocar el lad. De verdad que lo dudo. Por lo que juzgo que vas a hablar. Tengo razn? Jaskier no lo confirm porque a causa del miedo no poda ni mover la cabeza ni hablar. Rience no daba la impresin de que necesitara de confirmacin. -Yo, ha de entenderse -asegur-, sabr inmediatamente si dices la verdad, al punto me dar cuenta de cada rodeo, no me dejar enredar con artes poticas ni vagas erudiciones. Esto es cosa de poca monta para m, como cosa de poca monta fue paralizarte en las escaleras. Te aconsejo pues, granuja, que midas cada palabra. Venga, no perdamos tiempo, comencemos. Como sabes me interesa la protagonista de uno tus hermosos romances, la nieta de la reina Calanthe de Cintra. La princesa Cirilla, llamada cariosamente Ciri. Segn el testimonio de testigos presenciales esta persona muri durante la conquista de la ciudad, hace dos aos. En cambio, en tu romance describes pintoresca y emotivamente su encuentro con un personaje extrao, casi legendario, el tal... brujo, Geralt o Gerald. Dejando a un lado las sandeces acerca de la predestinacin y el juicio del destino, tu romance hace concluir que la cra sali sana y salva de la batalla de Cintra. Es verdad esto? -No s -jade Jaskier-. Por los dioses, slo soy un poeta! O alguna que otra cosa y el resto... -Qu? -El resto me lo invent. Lo imagin! No s nada! -aull el bardo al ver que Rience daba una seal al apestoso y sentir que la maroma se tensaba mucho-. No miento! -Cierto -asinti Rience-. No mientes directamente, lo sentira. Pero algo tramas. No inventaras un romance as, sin motivo. Y al tal brujo lo conoces. Ms de una vez te han visto en su compaa. Venga, Jaskier, habla, si te gustan tus articulaciones. Todo lo que sepas.

-La Ciri sta -suspir el poeta- le estaba predestinada al brujo. Lo que se llama un Nio de la Sorpresa... Lo habris escuchado, con toda seguridad, es una historia famosa. Sus padres juraron drsela al brujo... -Los padres le iban a dar la nia a ese mutante loco? A ese asesino a sueldo? Mientes, poetastro. Cosas como sta les puedes contar a las mujeres. -As fue, lo juro por el espritu de mi madre -solloz Jaskier-. Lo s de buena tinta... El brujo... -Habla de la muchacha. El brujo no me interesa de momento. -Nada s de la muchacha! S solamente que el brujo iba a por ella a Cintra cuando estall la guerra. Lo encontr entonces. Fue por m que se enter de la matanza, de la muerte de Calanthe... me pregunt por la nia, la nieta de la reina... Pero yo saba que en Cintra haban muerto todos, ni un alma se salv del ltimo bastin... -Habla. Menos metforas. Ms hechos! -Cuando el brujo supo de la cada de Cintra y de la matanza, renunci al viaje. Ambos escapamos hacia el norte. Me separ de l en Hengfors, desde entonces no lo he vuelto a ver... Y como por el camino habl un poco de ella, de esa... Ciri, o como se llame... y del destino... Pues entonces compuse este romance. Ms no s, lo juro! Rience le mir de reojo. -Y dnde est ahora el brujo? -pregunt-. Ese mercenario asesino de monstruos, carnicero potico, al que le gusta disertar acerca del destino? -Ya he dicho que lo vi por ltima vez... -S lo que has dicho -le interrumpi Rience-. Escucho atentamente lo que dices. As que escchame t a m atentamente. Responde con precisin a la pregunta que se te hace. La pregunta es as: si nadie ha visto al brujo Geralt o Gerald desde hace ms de un ao, dnde se esconde? Dnde suele esconderse? -No s dnde est -dijo con rapidez el trovador-. No miento. De verdad que no lo s... -Demasiado deprisa, Jaskier, demasiado deprisa. -Rience sonri con maldad-. Demasiado solcito. Ingenioso eres, pero poco cuidadoso. No sabes, dices, dnde es. Pero me apuesto que sabes qu es. Jaskier apret los dientes. De la rabia y la desesperacin. -Y qu? -Rience le dio una seal al apestoso-. Dnde se esconde el brujo? Cmo se llama ese lugar? El poeta callaba. La soga se tens, dobl dolorosamente las manos, los pies perdieron el contacto con la tierra. Jaskier aull, agitado y por poco tiempo, pues el anillo mgico de Rience le amordaz.

-Ms alto, ms alto. -Rience apoy las manos sobre los muslos-. Sabes, Jaskier, podra sondearte mgicamente el cerebro, pero eso agota. Adems, me gusta mirar cmo los ojos se salen de las rbitas a causa del dolor. Y al final t acabars por decirlo todo. Jaskier saba que lo dira. La cuerda atada a sus tobillos se tens, el balde lleno de cal se movi chirriando sobre el empedrado. -Seor -dijo de pronto el otro tagarote, al tiempo que cubra con una capa el farol y miraba a travs de los intersticios de las puertas de la zajurda-. Alguien viene. Una moza, creo. -Sabis qu hacer -susurr Rience-. Apaga el farol. El apestoso solt la maroma, Jaskier cay sin fuerza al suelo, pero de tal forma que vio cmo el del farol estaba de pie junto a las puertecillas y el apestoso, con un largo cuchillo en la mano, acechaba al otro lado. A travs de las grietas en las tablas se filtraba la luz de la manceba, el poeta escuch los ruidos de conversacin y de canciones que llegaban de all. Las puertas de la zajurda rechinaron y se abrieron, una figura no muy alta envuelta en una capa estaba de pie all, con un gorrito redondo, ajustado, pegado a la cabeza. Despus de un instante de vacilacin, la mujer cruz el umbral. El apestoso se ech sobre ella, tir del cuchillo con fuerza. Y cay de rodillas porque el cuchillo no hall resistencia y atraves la garganta de la figura como a travs de una humareda. Porque la figura era efectivamente una nube de humo que ya comenzaba a deshacerse. Pero antes de que alcanzara a desaparecer, otra figura entr en la zajurda, una figura borrosa, oscura y gil como una comadreja. Jaskier vio cmo arrojaba la capa al del farol y saltaba sobre el apestoso, vio cmo algo brillaba en sus manos, escuch cmo el apestoso se ahogaba y resollaba salvajemente.

El otro jayn se liber de la capa, dio un salto, agit el cuchillo. De la mano de la figura oscura surgi con un silbido un rayo de fuego que con un chasquido terrible se dispers, como aceite en llamas, por el rostro y el pecho del jayn. El mozalln aull penetrantemente, la zajurda se llen de un repugnante olor a carne quemada. Entonces atac Rience. El hechizo que lanz ilumin la oscuridad con un resplandor azul en el que Jaskier pudo ver a una esbelta mujer vestida de hombre que gesticulaba extraamente con las dos manos. La vio un segundo porque la luz azul desapareci violentamente entre un estallido y un relmpago cegador y Rience, con un grito de rabia, vol hacia atrs, choc contra un tabique de madera, rompindolo con un chasquido. La mujer vestida de hombre se fue hacia l, en sus manos reluca un estilete. La zajurda se llen de nuevo de un brillo, esta vez dorado, que pulsaba desde un valo de luz que haba aparecido de pronto en el aire. Jaskier vio cmo Rience se alzaba del suelo y saltaba dentro del valo, desapareciendo al momento. El valo perdi brillo pero no se apag del todo, la mujer pudo alcanzarlo y gritar algo ininteligible, al tiempo que extenda una mano. Algo tembl y silbote y el casi extinto valo ardi por un segundo con un estruendoso fuego. Desde lejos, desde muy lejos, lleg a los odos de Jaskier un confuso sonido, una voz que recordaba mucho a un aullido de dolor. El valo se volatiliz completamente, en la zajurda rein la oscuridad. El poeta percibi cmo se desvaneca la fuerza que le paralizaba la garganta. -Ayuda! -grit-. Auxilio!

-No vociferes, Jaskier -dijo la mujer, mientras se agachaba a su lado y le cortaba las ligaduras con el estilete de mariposa de Rience. -Yennefer? Eres t? -No irs a decir que te has olvidado de mi aspecto. Y no creo que mi voz sea ajena a tu odo musical. Puedes levantarte? No te han roto algn hueso? Jaskier se alz con esfuerzo, gimi, estir los doloridos brazos. -Qu hay de ellos? -seal a los cuerpos que yacan sobre el empedrado. -Vamos a ver. -La hechicera cerr con un chasquido el estilete-. Uno tendra que estar vivo. Tengo unas cuantas preguntas para l. -Creo que ste est vivo. -El trovador estaba de pie junto al apestoso. -No lo creo -afirm Yennefer impasible-. Le cort la trquea y la cartida. Puede que todava zumbe algo en l, pero pronto se apagar. Jaskier se estremeci. -Le has cortado el cuello? -Si con mi natural precaucin no hubiera enviado por delante una ilusin, yo sera la que ahora estara aqu tendida. Echmosle un vistazo a este otro... Maldita sea su estirpe. Mira, un mozo tan fuerte y no ha aguantado nada. Una pena, una pena... -Tambin est muerto? -No aguant el shock. Humm... Le fre un poco demasiado... Mira, hasta los dientes se le han carbonizado... Qu te pasa, Jaskier? Vas a vomitar? -Voy -respondi confusamente el poeta, se dobl y apoy la frente en la pared de la zajurda. -Eso es todo? -La hechicera dej su vaso, ech mano a un espetn con un pollo-. Nada es mentira? Nada has olvidado? -Nada. Excepto los agradecimientos. Gracias, Yennefer. Le mir a los ojos, agit levemente la cabeza, sus brillantes cabellos negros ondularon, cayeron en cascada sobre los hombros. Puso el pollo asado sobre un plato de madera y comenz a partirlo hbilmente. Usaba de cuchillo y tenedor. Jaskier slo haba conocido hasta ahora a otra persona que fuera capaz de comer tan hbilmente el pollo con cuchillo y tenedor. Ahora saba dnde y de quin lo haba aprendido Geralt. Ja, pens, no es de extraarse, vivi con ella en su casa de Vengerberg durante un ao, antes de que se escapara de ella le inculc ms de una rareza. Tom del asador otro pollo, arranc sin pensrselo un muslo y comenz a morderlo, cogindolo demostrativamente con las dos manos. -Cmo lo sabas? -pregunt-. En qu forma conseguiste llegar a tiempo ...? -Estaba en Bleobheris durante tu actuacin. -No te vi. -No quera ser vista. Luego me fui detrs de ti al pueblo. Esper aqu, en el fign, no me pareca bien ir all a dnde t fuiste, al dicho lugar de dudosos goces y

seguras blenorragias. Al final sin embargo perd la paciencia. Di vueltas por el corral hasta que me pareci que escuchaba una voz que llegaba de las zajurdas. Aguc el odo y entonces estuvo claro que no era ningn sodomita, como haba juzgado al principio, sino t. Eh, jefe! Ms vino, si hacis la merced! -Por supuesto, noble seora! -El mismo que antes, por favor, pero esta vez sin agua. Slo tolero el agua en el bao, dentro del vino me da asco. -Por supuesto, por supuesto! Yennefer retir el plato. En el pollo, advirti Jaskier, quedaba an suficiente carne para el desayuno del tabernero y su familia. El cuchillo y el tenedor seran sin duda elegantes y refinados, pero poco productivos. -Gracias -repiti- por salvarme. Ese maldito Rience no me hubiera dejado vivo. Me hubiera sacado todo y luego degollado como a un carnero. -Tambin lo creo. -Se ech vino a s misma y a l, alz el vaso-. Bebamos entonces a tu salvada salud, Jaskier. -A la tuya, Yennefer -brind-. A tu salud, por la que voy a rezar a partir de hoy cada vez que pueda. Soy deudor tuyo, hermosa seora, pagar esta deuda en mis canciones. Derribar en ellas el mito de que los hechiceros sean insensibles a las penas ajenas, de que no se esfuercen en prestar ayuda a los pobres e infelices mortales que les son ajenos. -En fin -se sonri ella, frunciendo levemente sus hermosos ojos violetas-. El mito tiene sus motivos, no se form sin causa. Pero t no eres ajeno, Jaskier. Te conozco y te aprecio. -De verdad? -El poeta tambin se sonri-. Pues lo habas escondido hbilmente hasta ahora. Incluso me encontr con la opinin, y cito, de que me aguantabas peor que a una epidemia de peste. -As era antes. -La hechicera se puso seria de pronto-. Luego cambi de opinin. Luego llegu a estarte agradecida. -Por qu, si me es dado preguntar? -No es importante -dijo, mientras jugueteaba con el vaso vaco-. Volvamos a preguntas ms importantes. A las que te hicieron en la zajurda. Qu sucedi en realidad, Jaskier? De verdad no has vuelto a ver a Geralt desde vuestra huda del Yaruga? De verdad no sabas que despus de la guerra volvi al sur? Que fue herido gravemente, tan gravemente que se corrieron incluso rumores de que haba muerto? No sabas de nada de esto? -No. No lo saba. Durante mucho tiempo estuve entretenido en Pont Vanis, en el palacio de Esterad Thyssen. Y luego en casa de Niedamir, en Hengfors... -No sabas. -La hechicera afirm con la cabeza, desat su camisola. En su cuello, sobre tela de terciopelo negro, brillaba una estrella de obsidiana cuajada de diamantes-. No sabas que despus de curarse las heridas Geralt se march a los Tras Ros? No te imaginas a quin buscaba all?

-Me lo imagino. Pero lo que no s es si la hall. -No sabes -repiti-. T, que por lo general de todos sabes y de todos cantas. Incluso de asuntos tan ntimos como los sentimientos de alguien. Escuch tus romances junto a Bleobheris, Jaskier. Dedicaste unas cuantas estrofas bastante bonitas a mi persona. -La poesa -refunfu, mirando al pollo- tiene sus reglas. Nadie debiera sentirse herido... -"Cabellos de ala de cuervo, como tormenta sin truenos... -recit Yennefer con un nfasis exagerado- ... y en los ojos violetas mortales rayos acechan..." O cmo era? -As te recordaba -sonri ligeramente el poeta-. Quienquiera que afirme que es una descripcin falsa que tire la primera piedra. -Solamente no s -la hechicera apret los labios- quin te dio permiso para describir mis rganos internos. Cmo era? "Corazn como la joya que su cuello adorna, dura es cual un diamante, cual diamante fra y torva, y afilada la obsidiana, que como navaja corta..." T mismo lo has inventado? O puede...? Sus labios temblaron, se fruncieron. -... o puede que escucharas las lamentaciones y despechos de alguien? -Humm. -Jaskier carraspe, se alej de tema tan peligroso-. Dime, Yennefer, cundo viste por ltima vez a Geralt? -Hace mucho. -Despus de la guerra? -Despus de la guerra... -La voz de Yennefer se transform imperceptiblemente-. No, despus de la guerra no lo vi. Durante mucho tiempo... no vi a nadie. Pero al grano, poeta. Estoy ligeramente asombrada del hecho de que no sabes de nada y de nada has odo, y pese a todo alguien te ata a una viga para sacarte informacin. No te intranquiliza esto? -Desde luego. -Escchame -dijo secamente, mientras golpeaba con el vaso en el mesa-. Escchame con atencin. Borra ese romance de tu repertorio. No lo cantes. -Te refieres a... -Sabes de sobra a qu me refiero. Canta acerca de la guerra con Nilfgaard. Canta acerca de Geralt y de m, ni nos perjudicas con ello, ni nos ayudas, ni arreglas nada, ni lo empeoras. Pero no cantes sobre la Leoncilla de Cintra. Mir a su alrededor para comprobar que ninguno de los escasos huspedes que haba a aquella hora en la fonda estaba escuchando, esper hasta que la muchacha que limpiaba se fuera a la cocina. -Intenta tambin evitar quedarte solo con gente a la que no conoces -dijo en voz baja-. Con aquellos que olvidan comenzar dndote recuerdos de conocidos comunes. Comprendes? La mir, asombrado. Yennefer sonri.

-Saludos de Dijkstra, Jaskier. Ahora el bardo mir asustado a su alrededor. Su asombro deba de ser visible, y su mueca graciosa, porque la hechicera se permiti un gesto bastante burln. -De paso -susurr mientras se agachaba sobre la mesa-, Dijkstra te pide un informe. Vuelves de Verden y Dijkstra est interesado en lo que se dice en la corte del rey Ervyll. Pidi que te dijera que esta vez el informe ha de ser concreto, detallado y de ninguna manera en verso. Prosa, Jaskier. Prosa. El poeta trag saliva, hizo un ademn afirmativo con la cabeza. Guard silencio, reflexion sobre una pregunta. Pero la hechicera se le adelant. -Se acercan tiempos difciles -dijo bajito-. Difciles e inseguros. Se acerca un momento de cambio. Triste sera envejecer con la conviccin de que no se hizo nada para hacer que esos cambios que se avecinan fueran cambios a mejor. No es cierto? Jaskier acerc la cabeza, carraspe. -Yennefer? -Dime, poeta. -Aquellos de la zajurda... Sera interesante saber quines eran, qu queran, quin los haba mandado. Mataste a los dos, pero segn dicen los rumores sois capaces de sacar informacin hasta de los cadveres. -Y el que la necromancia est prohibida por un edicto del Captulo no lo dice el rumor? Djalo, Jaskier. Esos esbirros seguramente no saban mucho. El que huy... humm... Eso es otra cuestin. -Rience. l era hechicero, verdad? -S. Pero no demasiado hbil. -Se te escap, sin embargo. Vi de qu forma. Se teleport, no es cierto? Atestigua esto algo? -Cierto, atestigua. Que alguien le ayud. El tal Rience no tena ni suficiente tiempo ni suficiente fuerza para abrir un portal oval en el aire. Esa teleportacin no es humo de pajas. Est claro que algn otro lo abri. Alguien incomparablemente ms poderoso. Por eso tuve miedo de seguirlo, sin saber dnde aterrizara. Pero envi detrs de l una temperatura bien alta. Va a necesitar de muchos hechizos y elixires contra las quemaduras, y an as estar marcado durante un buen tiempo. -Puede que te interese saber que era un nilfgaardiano. -Tal piensas? -Yennefer se enderez, con un rpido movimiento sac de un bolsillo el estilete de mariposa, se lo puso en la mano-. Mucha gente lleva ahora cuchillos nilfgaardianos. Son cmodos y manejables, se los puede esconder incluso debajo del escote... -No se trata del cuchillo. Al preguntarme utiliz expresiones como "la lucha de Cintra", "la conquista de la ciudad" o algo por el estilo. Nunca haba odo que nadie llamara as estos hechos. Para nosotros siempre ha sido una matanza. La matanza de Cintra. Nadie habla de otra forma. La hechicera alz la mano, se mir las uas. -Estupendo, Jaskier. Tienes un buen odo. -Deformacin profesional.

-Me gustara saber en qu profesin ests pensando -sonri coqueta-. Pero gracias por la informacin. Es valiosa. -Que ste sea mi aporte -respondi con un sonrisa- a los cambios a mejor. Dime, Yennefer, por qu Nilfgaard se interesa tanto por Geralt y la muchacha de Cintra? -No metas la nariz en esto. -Se puso seria de pronto-. Dije que has de olvidar todo lo que oyeras de la nieta de Calanthe. -Cierto, lo has dicho. Pero no estoy buscando un tema para un romance. -Entonces, qu diablos buscas? Un chichn? -Supongamos -dijo en voz baja, mientras apoyaba la barbilla en las manos entrelazadas y miraba a los ojos a la hechicera-. Supongamos que de verdad Geralt encontr y salv a la nia. Supongamos que por fin acab por creer en la fuerza del destino y se llev a la nia con l. A dnde? Rience intent sacrmelo a base de torturas. Pero t lo sabes, Yennefer. Sabes dnde se ha refugiado el brujo. -Lo s. -Y sabes cmo llegar all? -Tambin lo s. -No crees que habra que avisarlo? Prevenirle de que a l y a la muchacha los busca gente de la ndole de ese Rience? Ira yo, pero de verdad que no s dnde es... Ese lugar cuyo nombre no me atrevo a pronunciar... -Concluye, Jaskier. -Si sabes dnde est Geralt debieras ir y advertirlo. Le debes algo, Yennefer. Al fin y al cabo, algo te una a l. -Cierto -afirm con frialdad-. Algo me una a l. Por eso le conozco un tanto. No le gustaba que se le echaran encima para ayudarlo. Y si necesitaba ayuda, la buscaba en personas en las que confiaba. Desde lo sucedido ha pasado casi un ao y yo... no he tenido ninguna noticia suya. Y si se trata de deudas, le debo a l exactamente lo mismo que l a m. Ni ms ni menos. -Entonces ir yo. -Baj la cabeza-. Dime... -No te lo dir -le interrumpi-. Estas quemado, Jaskier. Pueden atraparte de nuevo, cuanto menos sepas, mejor. Desaparece de aqu. Vete a Redania, a ver a Dijkstra y Filippa Eilhart, pgate a la corte de Vizimir. Y otra vez te aviso: olvdate de la Leoncilla de Cintra. De Ciri. Acta como si no hubieras odo nunca ese nombre. Haz lo que te pido. No querra que te sucediera algo malo. Demasiado te aprecio, demasiado te debo... -Dices eso por segunda vez. Qu es lo que me debes, Yennefer? La hechicera volvi la cabeza, guard silencio durante largo tiempo. -Ibas con l -dijo por fin-. Gracias a ti no estaba solo. Fuiste su amigo. Estuviste con l. El bardo baj la mirada. -No le sirvi de mucho -murmur-. No obtuvo demasiado provecho de esta amistad. Por mi culpa tena sobre todo problemas. Todo el tiempo tena que estar sacndome de algn lo... Ayudarme...

Ella se inclin sobre la mesa, le puso la mano sobre su mano, apret fuerte, sin decir ni palabra. En sus ojos haba pena. -Vete a Redania -repiti al cabo-. A Tretogor. All estars bajo la proteccin de Dijkstra y Filippa. No intentes hacerte el hroe. Te has metido en un asunto peligroso, Jaskier. -Ya me he dado cuenta. -Frunci el ceo, se frot los doloridos brazos-. Justo por eso pienso que hay que avisar a Geralt. Slo t sabes dnde buscarlo. Conoces el camino. Supongo que habrs estado all ya... como husped... Yennefer se volvi. Jaskier vio cmo apretaba los labios, cmo temblaban los msculos de sus mejillas. -Cierto, alguna vez estuve -dijo, y en su voz haba algo indefiniblemente extrao-. Alguna vez estuve all como husped. Pero nunca sin invitacin. El viento aullaba fieramente, ondulaba por entre las ruinas cubiertas de alfombras de hierba, silbaba en los matojos de espino albar y en las altsimas ortigas. Las nubes atravesaron el crculo de la luna, iluminando por un instante el castillo, inundando de una claridad plida y agitada por las sombras la fosa y los restos de la muralla, revelando los montoncillos de calaveras que mostraban sus destrozados dientes y miraban a la nada con los negros agujeros de sus rbitas. Ciri lanz un agudo chillido y escondi la cabeza bajo la capa del brujo. Empellada a taconazos, la yegua pis cautelosamente las pilas de ladrillos, cruz bajo una arquera destrozada. Las herraduras, al golpetear sobre las losas de piedra, despertaron entre los muros unos ecos infernales a los que ahog el torbellino del viento. Ciri tirit, se aferr con las manos a las crines. -Tengo miedo -susurr. -No tienes por qu tener miedo de nada -le respondi el brujo, ponindole la mano en el hombro-. En todo el mundo es difcil encontrar un sitio ms seguro. Esto es Kaer Morhen, la Residencia de los Brujos. Aqu hubo una vez un hermoso castillo. Hace mucho. No respondi, agach muy bajo la cabeza. La yegua del brujo, llamada Sardinilla, resopl muy bajito, como si quisiera tambin tranquilizarla. Se sumergieron en un oscuro abismo, en un largo e interminable tnel negro, entre columnas y arqueras. Sardinilla echaba pasos firmes y ardorosos, haciendo caso omiso de las tinieblas impenetrables, sus cascos resonaban vivamente sobre el enlosado. Delante de ellos, al final del tnel, ardi de pronto con luz roja una recta lnea vertical. Fue creciendo y amplindose hasta que se convirti en unas puertas detrs de las cuales brillaba una claridad, el brillo parpadeante de unas teas colgadas de unos asideros en las paredes. Junto a la puerta haba una figura negra recortada contra el brillo. -Quin? -Ciri escuch una voz metlica y maligna que sonaba como el ladrido de un perro-. Geralt? -S, Eskel. Yo soy.

-Entra. El brujo desmont, baj a Ciri de la silla, la coloc en el suelo, puso en sus manecitas el hatillo, al que ella se aferr con uas y dientes, lamentando que fuera demasiado pequeo para poder esconderse por completo detrs de l. -Espera aqu, con Eskel -dijo-. Llevar a Sardinilla al establo. -Ven a la luz, pequeo -ladr el hombre llamado Eskel-. No ests ah en la oscuridad. Ciri mir hacia arriba, a su rostro, y retuvo con esfuerzo un grito de horror. No era un ser humano. Aunque se mantena sobre dos piernas, aunque ola a sudor y humo, aunque portaba ropa de humano normal, no era un ser humano. Ningn ser humano, pens, poda tener un rostro as. -Venga, a qu esperas? -repiti Eskel. No se movi. En la oscuridad escuch los golpes de las herraduras de Sardinilla alejndose. Algo que era blando y chillaba le corri por el pie. Dio un salto. -No te quedes en lo oscuro, rapaz, o las ratas te comern las botas. Ciri, apretndose al hatillo, avanz con rapidez en direccin a la luz. Las ratas le corrieron chillando bajo los pies. Eskel se inclin, le cogi el hato, le baj la capucha. -Mierda -murmur-. Una muchacha. Lo que nos faltaba. Le mir asustada. Eskel sonri. Ella vio que al fin y al cabo se trataba de un ser humano, que tena un rostro completamente humano, slo que desfigurado por una cicatriz larga, fea, semicircular, que le corra desde la comisura de los labios por toda la mejilla hasta la oreja. -Dado que ya ests aqu, bienvenida a Kaer Morhen -dijo-. Cmo te llamas? -Ciri -respondi por ella Geralt, saliendo sin un sonido de entre las sombras. Eskel se dio la vuelta. Repentinamente, muy deprisa y sin una palabra, ambos brujos se abrazaron y se apretaron muy fuerte. Por un corto instante. -Estas vivo, Lobo. -Estoy vivo. -Bueno, est bien. -Eskel tom un cuelmo de su asidero-. Vamos. Cerrar la puerta interior, porque se va el calor. Anduvieron a lo largo de un pasillo. Tambin aqu haba ratas, se deslizaban junto a las paredes, chilloteaban desde las simas de oscuros corredores laterales, se daban a la fuga ante el titubeante crculo de luz que arrojaban los que pasaban. Ciri daba rpidas zancadas, intentaba mantener el paso de los hombres. -Quin invierna, Eskel? Aparte de Vesemir. -Lambert y Con. Descendieron por unas escaleras abruptas y resbaladizas. Abajo se vea el brillo de una luz. Ciri escuch voces, percibi el olor del humo.

La sala era enorme, inundada por la luz de un fuego gigantesco que lanzaba crepitantes llamaradas a la bocaza de la chimenea. Su centro lo ocupaba una mesa enorme y pesada. A la mesa podan sentarse por lo menos diez personas. Haba tres. Tres personas. Tres brujos, se corrigi a s misma Ciri. Vea slo las siluetas sobre el fondo de ascuas del hogar. -Hola, Lobo. Te esperbamos. -Hola, Vesemir. Hola, muchachos. Es bueno estar de nuevo en casa. -Y a quin nos has trado? Geralt guard silencio durante un momento, luego puso la mano sobre los hombros de Ciri, la empuj un poquito hacia adelante. Ella camin desgarbada, insegura, encogida y encorvada, bajando la cabeza. Tengo miedo, pens. Tengo mucho miedo. Cuando Geralt me encontr y me llev consigo pens que el miedo ya no volvera, que ya haba pasado... Y he aqu que, en lugar de en casa, estoy en este castillo horrible, oscuro, arruinado, lleno de ratas y de ecos de pesadilla... De nuevo estoy frente a una pared de fuego rojo. Veo oscuras y amenazadoras figuras, veo ojos que me miran, malignos, increblemente brillantes... -Quin es esta nia, Lobo? Quin es esta muchacha? -Es mi... -Geralt tartamude de pronto. Ella sinti sobre los hombros sus poderosas y fuertes manos. Y de pronto desapareci el miedo. Sin dejar rastro. Los bramidos del rojo fuego daban calor. Slo calor. Las oscuras siluetas eran siluetas de amigos. Protectores. Los ojos brillantes slo mostraban su curiosidad. Su preocupacin. Su intranquilidad... Las manos de Geralt apretaron sus hombros. -Ella es nuestro destino. Con certeza nada resulta de ms horror entre los monstros que los tales, contra natura toda, nombrados bruxos, pues son stos nascidos de la fechicera maldita y la diablura. Son stos canallas sin virtut, coniensia ni escrpulos, creaturas verdaderas del averno, fbiles slo para matar. Para los tales lugar no hay entre onradas gentes. Y el mentado Kaer Morhen, do estos infames anidan, do sus prticas blasfemas facen, con la tierra habra de ser igualado e sus ruinas sembradas con sal y saletre.

Annimo, Monstrum o descripcin de los bruxos La intolerancia y la supersticin siempre fueron propiedad de los tontos que hay entre el vulgo y nunca, opino, podrn ser arrancados de la tierra, pues tan eternos son como la misma estupidez. All, donde hoy se irguen montaas, habr alguna vez mar, all, donde hoy se encrespa el mar, habr alguna vez desierto. Pero la estupidez permanecer como estupidez. Nicodemus de Boot, Meditaciones sobre la vida, la felicidad y la prosperidad

IICaptulo segundo Triss Merigold hizo crujir la mano helada, movi los dedos y murmur una frmula hechiceril. Su caballo, un castrado overo, reaccion inmediatamente al encantamiento, resopl, buf, volvi la testa, mir a la hechicera con ojos baados en lgrimas por el fro y el viento.

-Tienes dos opciones, amigo -dijo Triss, ponindose el guante-. O te acostumbras a la magia o te vendo a los campesinos para el arado. El castrado protest con las orejas, expuls el aliento por los ollares y baj obediente por la pendiente del bosque. La hechicera se inclin en la silla para evitar los azotes de las ramas cubiertas de escarcha. El hechizo actu con rapidez, dej de percibir los aguijonazos del fro en los codos y la nuca, le desapareci la amarga sensacin de frialdad que la obligaba a encogerse y a meter la cabeza entre los hombros. El encantamiento, al calentarla, ocult tambin el hambre que le revolva las tripas desde haca unas horas. Triss se sinti ms alegre, se acomod mejor en su silla y comenz a observar los alrededores con mayor atencin de la que haba prestado hasta el momento. Desde el momento en que haba abandonado los senderos ms frecuentados, la direccin le mostraba la pared de un gris blanquecino de las montaas, con sus cimas nevadas, brillando como el oro en los raros momentos en que el sol atravesaba las nubes, por lo general por las maanas y al llegar el ocaso. Ahora que estaba ms cerca de la cordillera tena que tener ms cuidado. El terreno alrededor de Kaer Morhen era famoso por ser silvestre e impenetrable y la brecha en la pared de piedra a la que haba que dirigirse no era fcil de hallar para el ojo no pertinente. Bastaba con torcer en uno de los numerosos barrancos o gargantas para extraviar la brecha o perderla de vista. Incluso ella, que conoca el terreno, conoca el camino y saba dnde buscar el paso, no poda permitirse dejar de concentrarse ni un segundo. El bosque se acab. Delante de la hechicera se extenda un valle ancho, cubierto de riscos, que alcanzaba hasta un desfiladero en pronunciada pendiente al otro lado. Por el centro del valle corra Gwenllech, el ro de las Piedras Blancas, burbujeando espumeante entre las peas y los troncos que arrastraba la corriente. Aqu, en su curso ms alto, Gwenllech era slo una corriente llana, aunque ancha. Aqu se poda atravesarlo sin dificultad. Ms abajo, en Kaedwen, en su curso central, el ro supona un obstculo imposible de superar, era impetuoso y se deshaca en abismos de fondos profundos.

El castrado, que haba entrado en el agua, apret el paso, queriendo a todas luces alcanzar lo ms pronto posible la otra orilla. Triss lo sujet ligeramente, el agua era poco profunda, alcanzaba al caballo un poco por encima de las cernejas, pero las piedras que cubran el fondo eran resbaladizas y la corriente impetuosa y violenta. El agua borboteaba y espumaba alrededor de las patas del animal. La hechicera mir al cielo. El viento cada vez ms fro poda anunciar, aqu en las montaas, que se acercaba una nevada, y la perspectiva de pasar una noche ms en una gruta o en un reborde de roca no la alegraba demasiado. Poda, si se vea obligada, continuar el camino incluso en medio de una nevada, poda reconocer telepticamente el camino, poda hacerse insensible al fro a base de magia. Poda, si se vea obligada. Pero prefera no tener que hacerlo. Por suerte, Kaer Morhen estaba ya cerca. Triss azuz al castrado hacia un pedregal bastante llano, hacia una enorme pila de piedras lavadas por los glaciares y los torrentes, entr en una angosta garganta entre escarpes rocosos. Las paredes del desfiladero se alzaban verticales, parecan llegar hasta las cimas de los montes, acotando el cielo con una estrecha lnea. Triss sinti ms calor debido a que el viento que bata contra las rocas no la alcanzaba, no la azotaba y no la morda. La garganta se ampli, en direccin a un barranco y luego a un valle, una hoya grande, circular, cubierta de bosque, que se extenda entre peascos como agudos dientes. La hechicera despreci un reborde suave y penetrable, cabalg directa hacia la fronda, hacia la poblada espesura. Ramas marchitas se quebraron ruidosamente bajo los cascos. El castrado, obligado a saltar por encima de los troncos cados, relinch, bailote, patale. Triss tir de las bridas, agarr la peluda oreja del caballo y le lanz unos feos y malvados insultos relacionados con su mutilacin. El corcel, dando la verdadera impresin de que se haba avergonzado, sigui andando regularmente y con paso vivo, eligiendo l mismo el camino entre la espesura. Al poco lleg a un terreno ms limpio, cabalg por el lecho de un torrente que goteaba penosamente en direccin el fondo de una quebrada. La hechicera mir alrededor con mucho cuidado. Enseguida hall lo que buscaba. Junto a la barranca, apoyado en enormes peascos, yaca horizontalmente un grueso tronco, oscuro, desnudo, verdoso de tanto musgo. Triss se acerc para cerciorarse de que en verdad se trataba de la Senda y no de un rbol casualmente derribado por la borrasca. Sin embargo distingui un confuso sendero que desapareca en el bosque. No se haba equivocado, se trataba con toda seguridad de la Senda que rodeaba a la fortaleza de Kaer Morhen, una vereda llena de obstculos en la que los brujos entrenaban la rapidez de movimiento y el control de la respiracin. La vereda se llamaba la Senda, pero Triss saba que los brujos jvenes tenan un nombre especial para ella: "el Matadero". Se peg al cuello del caballo, cruz el tronco muy lentamente. Y entonces escuch el crujido de unas piedras. Y el de una persona que corra con rpido y ligero paso. Se volvi en su silla, tir de la brida. Esper hasta que el brujo en su carrera se acercara hasta el tronco. El brujo se acerc hasta el tronco, pas por encima de l como una flecha, sin frenarse, sin siquiera balancear los brazos, ligero, gil, fluido, con una gracia increble. Apenas apareci, se dibuj vagamente, desapareci entre los rboles, sin rozar siquiera una rama. Triss expir aire ruidosamente, agitando la cabeza con incredulidad.

Porque el brujo, a juzgar por su altura y constitucin, tena unos doce aos. La hechicera golpe a su overo con los talones, solt brida y remont la corriente al trote. Saba que la Senda cortaba la garganta una vez ms, por el lugar denominado "el Garguero". Quera echarle un vistazo de nuevo al pequeo brujo. Saba que en Kaer Morhen no se entrenaba a ningn nio desde haca casi un cuarto de siglo. No tena que ir muy deprisa. El Matadero se embrollaba y se retorca por entre los pinares y le iba a llevar al brujillo bastante ms tiempo atravesarlo que a ella, que iba por el atajo. Tampoco deba demorarse. Despus del Garguero, la Senda torca hacia el bosque, dirigindose directamente hacia la fortaleza. Si no atrapaba al muchacho antes del despeadero poda suceder que no lo viera ya. Ya haba estado varias veces en Kaer Morhen y era consciente del hecho de que slo vea lo que los brujos queran mostrarle. Triss no era tan ingenua como para no saber que lo que le queran mostrar era slo una mnima parte de lo que se poda ver en Kaer Morhen. Tras una cabalgada de algunos minutos el pedregoso lecho del torrente se encontraba con el Garguero, una falla abierta en la garganta por dos enormes rocas llenas de musgo, cubiertas de deformaciones y rboles desmedrados. Solt el freno. El overo buf y agach la testa hacia el agua que chorreaba por entre los guijarros. No tuvo que esperar mucho tiempo. La silueta del brujo se dej ver sobre las rocas, el muchacho salt, sin reducir el paso. La hechicera escuch el blando ruido del aterrizaje, y un instante despus el estrpito de las piedras, el sordo sonido de una cada y un grito no muy fuerte. O ms bien un chillido. Triss salt de la silla sin pensrselo, se quit la pelliza de los hombros y sali disparada por la pendiente, abrindose camino hacia arriba por entre las races y las ramas de los rboles. Se subi a la roca con mpetu pero resbal en la pinocha y cay de rodillas junto a la figura que estaba doblada sobre las piedras. Al verla, el mozuelo se alz como un muelle, retrocedi como un relmpago, tir gilmente de la espada que tena a las espaldas pero tropez y cay pesadamente entre los enebros y los pinos. La hechicera no se levant de su posicin arrodillada, miraba al muchacho con los ojos abiertos de asombro. Porque no se trataba de un muchacho. De bajo un flequillo color ceniza, desigual y mal cortado, le miraban dos enormes ojos verde esmeralda, que eran el acento dominante en una pequea carita de ancha barbilla y nariz levemente respingona. En sus ojos haba miedo. -No tengas miedo -dijo Triss, insegura. La muchacha abri an ms los ojos. Casi no jadeaba y no pareca sudorosa. Estaba claro que haba corrido por el Matadero ms de un da. -No te ha pasado nada? La muchacha no respondi, es vez de ello se levant con agilidad, gru de dolor al pasar el peso del cuerpo a su pierna izquierda, se agach, se masaje la rodilla. Estaba vestida en una especie de traje de cuero, cosido, o mejor dicho, pegado, en una forma a cuya vista cualquier sastre que amara su oficio hubiera gritado de desesperacin y espanto. Lo nico que en su bagaje pareca ms o menos nuevo y

acertado era unas botas altas hasta las rodillas, el cinturn y la espada. Mejor dicho, la espadita. -No tengas miedo -repiti Triss, an sin alzarse-. He odo cmo caas, me asust, por eso vine corriendo... -Resbal -murmur la muchacha. -No te has roto nada? -No. Y t? La hechicera se sonri, intent levantarse, frunci el ceo, maldijo, traspasada por el dolor que le quemaba en un tobillo. Se sent, enderez el pie con mucho cuidado, maldijo de nuevo. -Ven ac, pequea, aydame a incorporarme. -No soy pequea. -De acuerdo. En ese caso, qu eres? -Una bruja! -Ja! Acrcate entonces y aydame a levantarme, bruja. La muchacha no se movi de su sitio. Se apoy en un pie y luego en el otro, juguete con el talabarte de la espada con una mano que estaba envuelta en un guante de lana sin dedos, mir a Triss con desconfianza. -No tengas reparos. -La hechicera sonri-. No soy una salteadora de caminos ni una persona extraa. Me llamo Triss Merigold, voy a Kaer Morhen. Los brujos me conocen. No abras tanto los ojos. Alabo tu precaucin, pero s razonable. Cmo iba a llegar hasta aqu si no supiera el camino? Acaso has encontrado jams un ser humano en la Senda? La muchacha venci sus titubeos, se acerc, le tendi la mano. Triss se levant, usando de su ayuda en un grado mnimo. Porque no era su ayuda lo que quera, sino verla de cerca. Y tocarla.

Los ojillos verdes de la pequea bruja no traicionaban sntoma alguno de mutacin, tampoco el contacto de su manecilla despertaba el ligero y agradable hormigueo tan caracterstico de los brujos. La nia de cabellos grises, aunque corra por la senda del Matadero con la espada a sus costillas, no haba sid