Érez odrÍguez mosteiros de galicia na idade media (sécu

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PÉREZ RODRÍGUEZ, Francisco Javier: Mosteiros de Galicia na Idade Media (sécu- los XII-XV). Guía histórica, Ourense, Deputación Provincial de Ourense; Funda- ción Caixa Galicia, 2008, 345 págs. ISBN: 978-84-96503-82-3. Hace ya más de treinta años, Hipólito de Saa Bravo publicaba en dos volúmenes El monacato en Galicia (La Coruña, Editorial Librigal, 1972), obra de gran interés, muy útil para para conocer de forma rápida y directa una aproximación histórica a la mayoría de los monasterios gallegos. Veinticinco años después, la Colección Galicia Histórica de la Fundación Barrié, acogía la investigación de José Freire Camaniel, El monacato gallego en la alta Edad Media (A Coruña, Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1998), también en dos volúmenes, siendo el segundo de ellos un completo re- pertorio monástico gallego altomedieval. El volumen que ahora se presenta continúa la línea de aquellas publicaciones, pero de una forma más precisa, rigurosa y novedo- sa: precisa y rigurosa porque recoge el conjunto de monasterios medievales –y no los conventos mendicantes que existieron en Galicia entre las reformas gregoriana (si- glo XII) y observante (siglo XV) con una recensión histórica de cada uno de ellos en aquel periodo; y novedosa porque se encuentran los pequeños cenobios medievales de los que poca más memoria existe –cuando existe– que sus iglesias, convertidas hoy en la mayor parte de los casos en parroquias rurales. Las bellas ilustraciones que acompañan a la mayoría de las síntesis históricas de cada monasterio –en torno a ciento setenta cenobios– dan testimonio de lo que queda en la actualidad de aquel glorioso pasado patrimonial de nuestro viejo Reino de Galicia. El autor de este magnífico volumen, el doctor Francisco Javier Pérez Rodríguez, profesor titular de la Universidad de Vigo en la Facultad de Historia del Campus orensano, es uno de los medievalistas gallegos de más proyección en el estudio de las instituciones eclesiásticas medievales gallegas. Desde su investigación doctoral La Iglesia de Santiago de Compostela en la Edad Media: el Cabildo Catedralicio (1110-1400) (Santiago, Consellería de Cultura e Comunicación Social, d. l. 1996, Col. Arquivos de Galicia. Serie Estudios, 2) sus trabajos se centran en el ámbito ecle- siástico y jurisdiccional gallego –imprescindible investigar aquel para conocer éste–, con especial dedicación al mundo monástico. Ya en el año 1999 mostraba la necesi- dad de conocer la presencia real de estas instituciones en el territorio gallego («Bene- dictinos e cistercienses: un reconto dos mosteiros galegos a finais do século XII», en Actas II Congreso Internacional sobre el Císter en Galicia y Portugal, Ourense, 1999, vol. 2, 695-724), y el trabajo ahora editado es una primera aproximación «di- Hispania Sacra, LXI 124, julio-diciembre 2009, 757-795, ISSN: 0018-215-X

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PÉREZ RODRÍGUEZ, Francisco Javier: Mosteiros de Galicia na Idade Media (sécu-los XII-XV). Guía histórica, Ourense, Deputación Provincial de Ourense; Funda-ción Caixa Galicia, 2008, 345 págs. ISBN: 978-84-96503-82-3.

Hace ya más de treinta años, Hipólito de Saa Bravo publicaba en dos volúmenesEl monacato en Galicia (La Coruña, Editorial Librigal, 1972), obra de gran interés,muy útil para para conocer de forma rápida y directa una aproximación histórica a lamayoría de los monasterios gallegos. Veinticinco años después, la Colección GaliciaHistórica de la Fundación Barrié, acogía la investigación de José Freire Camaniel, Elmonacato gallego en la alta Edad Media (A Coruña, Fundación Pedro Barrié de laMaza, 1998), también en dos volúmenes, siendo el segundo de ellos un completo re-pertorio monástico gallego altomedieval. El volumen que ahora se presenta continúala línea de aquellas publicaciones, pero de una forma más precisa, rigurosa y novedo-sa: precisa y rigurosa porque recoge el conjunto de monasterios medievales –y no losconventos mendicantes que existieron en Galicia entre las reformas gregoriana (si-glo XII) y observante (siglo XV) con una recensión histórica de cada uno de ellos enaquel periodo; y novedosa porque se encuentran los pequeños cenobios medievalesde los que poca más memoria existe –cuando existe– que sus iglesias, convertidashoy en la mayor parte de los casos en parroquias rurales. Las bellas ilustraciones queacompañan a la mayoría de las síntesis históricas de cada monasterio –en torno aciento setenta cenobios– dan testimonio de lo que queda en la actualidad de aquelglorioso pasado patrimonial de nuestro viejo Reino de Galicia.

El autor de este magnífico volumen, el doctor Francisco Javier Pérez Rodríguez,profesor titular de la Universidad de Vigo en la Facultad de Historia del Campusorensano, es uno de los medievalistas gallegos de más proyección en el estudio de lasinstituciones eclesiásticas medievales gallegas. Desde su investigación doctoral LaIglesia de Santiago de Compostela en la Edad Media: el Cabildo Catedralicio(1110-1400) (Santiago, Consellería de Cultura e Comunicación Social, d. l. 1996,Col. Arquivos de Galicia. Serie Estudios, 2) sus trabajos se centran en el ámbito ecle-siástico y jurisdiccional gallego –imprescindible investigar aquel para conocer éste–,con especial dedicación al mundo monástico. Ya en el año 1999 mostraba la necesi-dad de conocer la presencia real de estas instituciones en el territorio gallego («Bene-dictinos e cistercienses: un reconto dos mosteiros galegos a finais do século XII», enActas II Congreso Internacional sobre el Císter en Galicia y Portugal, Ourense,1999, vol. 2, 695-724), y el trabajo ahora editado es una primera aproximación «di-

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vulgativa» a otro proyecto que –según asegura el autor en el «Limiar»– es más ambi-cioso, y que deseamos vea la luz próximamente.

Las primeras treinta páginas del libro contienen una visión sintética y clara del fe-nómeno monástico medieval gallego, lleno de interesantísimas reflexiones, resumi-das por el autor en el «Limiar» de la obra: la escasa opulencia de la mayoría de losmonasterios medievales gallegos que contrasta con la imagen «barroca» u «obser-vante» de muchos de ellos que ha llegado a nuestros días; las grandes diferencias en-tre las instituciones femeninas y masculinas; la ocasional creación de nuevas comu-nidades y la supresión de otras durante todo el periodo medieval... A continuación seencuentra la «Introducción», en la que se detalla y explica la evolución histórica delas distintas reglas, órdenes y congregaciones (benedictinos, cistercienses, agustinos,órdenes militares, abadías seglares, congregaciones observantes); una lúcida síntesishistórica del monacato gallego entre los siglos XII y XV; y finalmente, unos intere-santes comentarios sobre las bases de estudio: fuentes escritas y restos físicos, «bási-camente las primeras», apartado en el que se echa de menos –sí lo hace en otros– unamención a la indigencia y precariedad en la que se mueve la historiografía gallega enlo relativo al estado actual de publicación de fuentes, lastre provocado, a mi entender,por el menosprecio no bien meditado y desafortunado de algunas autoridades acadé-micas durante demasiados años.

El resto del volumen, cerca de trescientas páginas, trata cada uno de los monaste-rios localizados, agrupados en «Monasterios benedictinos masculinos», «Monas-terios benedictinos femeninos», «Prioratos cluniacenses», «Monasterios cistercien-ses», «Prioratos agustinos», «Monasterios de órdenes miliares», «Abadías seglaresrurales», «Abadías seglares urbanas y colegiatas» y «Monasterios que pierden sucondición a partir de 1100». El número de páginas y de ilustraciones dedicadas acada uno de los cenobios tratados varía, como es lógico, según su importancia o«trascendencia histórica», por las noticias históricas reunidas y por la monumentali-dad o riqueza de los detalles de los edificios. El nombre de cada uno de los monaste-rios va seguido de la parroquia y municipio en el que se ubican, aspecto de grandísi-ma utilidad porque no siempre es fácil averiguar en dónde se encuentran debido a lagran fragmentación administrativa del país, a las frecuentes homonimias toponímicasparroquiales o incluso de los propios monasterios. Una lástima que a continuación nose mencione la provincia en la que se encuentran, pues a pesar de ser una división ad-ministrativa poco afortunada con la realidad medieval, la proyección nacional e inter-nacional de la obra, por la calidad de sus contenidos –incluso como guía monumentalde calidad– bien merecería esa información sin necesidad de acudir a los mapas. Lomismo, y por idénticos motivos, debe decirse respecto a la única edición en lenguagallega; sería interesante otra versión, al menos en castellano.

El orden de los monasterios en cada uno de los apartados es estrictamente alfabé-tico, excepto en las «Abadías seglares urbanas y colegiatas», lo que evita una innece-saria jerarquización. Como es natural, también rompen el orden alfabético los deno-minados «prioratos» o «anexos» que se colocan a continuación de su «casa madre».Los monasterios de las órdenes militares se agrupan entre las de «Alcántara», «Hos-

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pital o San Juan de Jerusalén», «Santiago», «Santo Sepulcro» y «Temple». Quizáshubiera merecido la pena finalizar cada reseña con una selección de los títulos utili-zados para su redacción, sin necesidad de recurrir a la «Bibliografía», junto a una es-cueta mención al estado actual de conservación de los edificios.

Las últimas páginas del libro se dedican al «Glosario», «Bibliografía», Índice demonasterios denominado en el índice general «Apéndice I» y «Mapas». En el prime-ro de ellos, como es obvio, se definen de forma concisa conceptos que no todos losestudiosos conocen con exactitud: «abad comendatario», «beneficio», «herederos» o«prior claustral» son algunos ejemplos. La «Bibliografía» es completísima y de espe-cial interés porque reúne todo lo que se ha publicado, fuentes incluidas, hasta el mo-mento sobre alguno de los monasterios tratados, lo que la define como un «estado dela cuestión» desde el punto de vista historiográfico. Se divide en los siguientes apar-tados y subapartados: «Bibliografía general» con «Fuentes editadas», «Crónicas» y«Estudios»; «Monasterios benedictinos» con «Fuentes» y «Monografías» de losmasculinos y femeninos, los más estudiados; «Prioratos cluniacenses»; «Monaste-rios cistercienses» con «Fuentes», «Obras generales», «Monografías» y «Otros estu-dios»; «Prioratos agustinos» con «Fuentes» y «Estudios»; «Monasterios de órdenesmilitares» con «Fuentes», «Estudios generales» y «Monografías»; «Abadías seglaresy colegiatas» divididas en dos apartados; «Otros monasterios» y, finalmente, «Refor-ma observante». A continuación de la «Bibliografía» va un listado en orden alfabéti-co de todos los cenobios tratados y el apartado en el que se localizan. Y por último,cuatro interesantes y útiles mapas de Galicia en los que se sitúan los monasterios:uno para los benedictinos masculinos; otro para los benedictinos femeninos y priora-tos cluniacenses; un tercero para los monasterios cistercienses y canónigos regularesde San Agustín; y el cuarto para los de las órdenes militares, abadías seglares rurales,urbanas y colegiatas. Lástima que no haya un quinto que aglutine los demás.

Para concluir, es de justicia reconocer la bella edición del volumen del profesor Pé-rez Rodríguez, gracias al patrocinio de la Diputación Provincial de Orense y a la «cola-boración económica» de la Fundación Caixa Galicia. Todos los detalles están cuidadosy tan sólo se echa de menos un colofón y una cinta marcadora de página: el color de losnombres de los monasterios, de sus números de página y puntos de ubicación enlos mapas se corresponden con el asignado a cada regla, orden o congregación; la foto-grafía de la camisa o sobrecubierta del volumen –el Claustro de los Obispos del actualParador de Santo Estevo de Ribas de Sil– obedece, en palabras del autor a que «es unresumen de la historia monástica gallega entre los siglos XII y XV: a la construcciónrománica se superpone otra tardogótica, una vez que el monasterio recibió la reformaobservante de finales de la Edad Media»; el volumen, a pesar de su tamaño, no es pesa-do y el papel carece de brillos que podrían dificultar la lectura... En definitiva, en estaocasión no sólo el contenido es de calidad, también lo es el «continente», y uno no des-merece al otro, como suele ser, por desgracia, bastante frecuente.

Mosteiros de Galicia na Idade Media (séculos XII-XV). Guía histórica es de esa cla-se de libros de tenencia obligada para investigadores medievalistas y para público en ge-neral, útil incluso para el que, aprovechando cualquier desplazamiento por alguno de los

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bellos rincones de nuestra Galicia, se detenga en el camino para conocer, valorar y con-textualizar el patrimonio histórico que poseemos, especialmente en el actual contexto dedegradación educativa humanística y cultural. Ahora sólo queda esperar la «versión aca-démica» completa, anunciada ya por el autor, con todos los pormenores históricos y no-tas al pie de página; será durante generaciones una obra de referencia en la historia delmonacato medieval, que bien podríamos denominar «monasticón» medieval del viejoReino de Galicia. Ojalá encuentre de nuevo patrocinadores editoriales al menos al nivelde su empeño, porque la calidad y rigor del estudio ya están garantizados por su autor.

Pablo S. OTERO PIÑEYRO MASEDO

Doctor en Historia, Instituto de Estudios Gallegos «Padre Sarmiento» CSIC-Xunta de Galicia, Santiago de Compostela

FERNÁNDEZ COLLADO, Ángel: Historia de la Iglesia en España. Edad Moderna. «Insti-tuto Teológico San Ildefonso». (Toledo, 2007), 380 pp. ISBN: 978-84-935539-5-1.

¿Cuáles son los límites cronológicos de la Edad Moderna? Y, una vez delimitada,¿cuál es su denominación? ¿Edad Media, Renacimiento o Edad Moderna? En la se-gunda mitad del siglo XV, el cardenal Nicolás de Cusa habló de «Edad Media» parareferirse a la época anterior a él. Entendía de esta forma, que la «modernidad» (EdadModerna) era el tiempo que él ya vivía. Sin embargo, entre historiadores no hayacuerdo. Quizá por eso, Ángel Fernández Collado sitúa los límites cronológicos deeste manual entre dos momentos de la historia de España en los quepuede haber cier-to consenso: segunda mitad del siglo XV, reinado de los Reyes Católicos, y finalesdel siglo XVIII y principios del XIX.

El libro está estructurado en tres capítulos y dos apéndices. Comienza describien-do la situación eclesiástica y política de la España en la época de los Reyes Católi-cos, de quienes esboza una biografía y apunta su relación con la Iglesia Española ycon la Santa Sede; la evangelización de América; y, por último, las cuestiones polé-micas de los conversos, la Inquisición y la expulsión de los judíos de España.

Parte de la unidad de España, acabada la reconquista. Los Reyes Católicos quierenfundamentar su reinado en la unidad de fe. Consecuencia de esto y a su servicio, está suproyecto de reforma que afectaba a la difícil situación de la Iglesia tras el cisma deAvignon. La deseada reforma hecha por el Concilio de Trento, fue anticipada en Espa-ña por los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros. «Firmemente arraigados en su fe ca-tólica y conscientes de su alta responsabilidad como soberanos de unos reinos cristia-nos, comprometieron su política en el logro de un Estado moderno en el que la fe y laIglesia católica ocupaban un lugar fundante. Por ello, a la hora de buscar el bien de susIglesias, tomarán la iniciativa promoviendo y alentando su reforma» [p. 32].

Polémica fue la solución dada a la cuestión de los conversos. Hubo primero una pos-tura favorable a los judíos y a los que se convertían al cristianismo. Vino luego su expul-

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sión de España. Hay una estrategia de los Reyes Católicos. Si a finales del siglo XV, elConsejo Real atendía las denuncias presentadas por los judíos no era por simpatía haciaellos. Al el contrario, los duros enfrentamientos y el creciente antisemitismo, provocadopor el poder económico de judíos y conversos, trajeron como consecuencia los estatutosde limpieza de sangre; la creación de la Inquisición española y, finalmente, la expulsiónpara evitar la ruptura de unidad de España. «Los motivos políticos e ideológicos estabanclaros para los Reyes Católicos: integrar de forma completa a España en la cristiandadeuropea, y fundir los pueblos de que se componía la doble monarquía en un conjunto co-herente mediante la unidad de fe. Estos motivos explican de algún modo la creación dela Inquisición española y la expulsión de los judíos» [p. 83].

El segundo capítulo trata sobre la Iglesia en la época de los Austrias. Las relacionesIglesia y Estado con Carlos I y Felipe II; el Concilio de Trento y la participación españo-la en él; la contrarreforma, término correcto para explicar la aplicación del concilio tri-dentino en España; un amplio apartado sobre «Teología, espiritualidad, arte y religiosi-dad popular»; y las dos últimas cuestiones sobre los moriscos y los últimos Austrias.

Interesa señalar la importancia cultural de «El Siglo de Oro». Tiempo de creaciónteológica a principios del siglo XVI y, por tanto, anterior al Concilio de Trento. Francis-co de Vitoria, Melchor Cano, Domingo de Soto y otros más de la escuela de Salamancaintroducirán una nueva forma de hacer teología, «basándose siempre en el estudio de lasfuentes, es decir, en la Sagrada Escritura, los Concilio y los Santos Padres» [p. 144].

Una teología más polémica, apologética, contra la teología protestante, va dejan-do paso, poco a poco, a una reflexión más serena, centrada en la interpretación de laEscritura y en el papel de la autoridad de la Iglesia en ella.

El tercer capítulo se centra en el siglo XVIII, con la llegada de los Borbones altrono español; la Ilustración Española, tan olvidada en los manuales de Historia de laFilosofía; el regalismo y la principal consecuencia de éste: la expulsión de los Jesui-tas y la supresión de la Compañía de Jesús.

El autor señala cómo el pensamiento Ilustrado español fue distinto al francés o alinglés. Ilustrados y regalistas se unieron para promover, de nuevo, la reforma de laIglesia española. Una reforma apoyada en tres principios: episcopalismo; un janse-nismo matizado y distinto al francés; y el retorno al Siglo de Oro.

Los capítulos cuarto y quinto se presentan como apéndices. En el primero, dedi-cado a la Archidiócesis de Toledo, y el segundo presenta dos tablas paralelas con losreyes españoles y los Papas, de mucha utilidad. De un vistazo se ve quién reinaba enEspaña y qué Papa gobernaba la Iglesia. El segundo apéndice es una extensa biblio-grafía general y específica.

Merece la pena señalar en este sentido que el autor haya incluido estudios sobrela Historia de la Iglesia en general y la Iglesia Española en particular, unido a obrassobre la Historia Moderna de España. Esto, además de ser un gran acierto del autor,pone de manifiesto un hecho que no siempre han sabido reflejar los «historiadoreseclesiásticos»; ni ha llamado la atención de los llamados «historiadores civiles». Y esque la Historia de la Iglesia no puede estudiar ni conocer al margen de las realidades

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sociales, políticas y culturales. La Iglesia no ha sido ajena a ellas ni a sus cambios.Como tampoco se puede entender la configuración de la España Moderna al margende la influencia cultural y social que tuvo la Iglesia.

En definitiva, un manual que por su síntesis y referencias bibliográficas, no sóloayuda al estudiante universitario a aproximarse y conocer una época de la Historia deEspaña, sino que además invita a profundizar en los temas aquí tratados.

Andrés MARTÍNEZ ESTEBAN

Facultad de Teología «San Dámaso». Madrid

ALONSO ROMO, Eduardo Javier: Luis de Montoya, un reformador castellano en Por-tugal, Editorial Agustiniana, Madrid 2008, 164 pp. ISBN 978 84 95745729.

Eduardo Javier Alonso Romo es profesor titular de Filología en la Universidad deSalamanca, especializado en historia de la espiritualidad del Siglo de Oro, con incur-siones en la historia de diversas órdenes religiosas, como los jesuitas, dominicos yagustinos. Este libro es una breve biografía de fray Luis de Montoya (1497-1569),uno de los agustinos más influyentes en el Portugal del siglo XVI, tanto por la refor-ma católica que incoó dentro de su Orden, como por su labor dentro de la corte lusa.Esta figura debe encuadrarse entre otros agustinos eminentes, como Tomás de Villa-nueva, Alonso de Orozco y Luis de Alarcón. Esta breve biografía se publica dentrode la Colección Perfiles, de la Editorial Agustiniana. Esta Colección ha tenido elacierto de publicar desde 1991 títulos importantes, como las biografías de Luis deLeón, Alonso de Orozco, Tomás de Villanueva, Pedro de Aragón, Alonso de Veracruzy otros. En este caso se trata de una biografía útil, dado el poco conocimiento que te-níamos de Luis de Montoya, posiblemente por los pocos ejemplares conservados desus obras impresas, casi todos en bibliotecas portuguesas.

El autor ha utilizado básicamente fuentes editadas, la Vida do padre frey Luis deMontoya de Tomé de Jesús (en portugués conservada en Braga) y la Historia de lavida del muy religioso varón fray Luis de Montoya (Lisboa 1589), con siete ejempla-res que se conservan. A lo largo del texto se observa, dada la carencia documental,que el autor acude a los escritos de Montoya para reconstruir su biografía. Ha acudi-do a manuscritos conservados en Braga, Coímbra y Lisboa y se apoya en una buenabibliografía. Aporta dos cartas inéditas dirigidas al rey de 1549 y 1550. El autor siguesu curso vital desde su formación en Belmonte, donde nació, pasando por Salamancacomo maestro de novicios (con discípulos como Agustín de Coruña, Alonso de Bor-ja, Juan Bautista de Moya, Hernando de Castroverde o Juan Suárez). En el breveapartado dedicado a su etapa como prior en Medina del Campo destaca su papelcomo predicador. Subraya con acierto su vocación como reformador de su Orden, es-pecialmente en Portugal, adonde había sido enviado en 1535. Refiere su labor en el

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convento de Lisboa (de 1535 a 1542) y en el colegio de Coímbra (donde vivió algomás de trece años), para lo que contó con el apoyo del rey Juan III de Portugal.

Montoya tuvo buena acogida entre los agustinos lusos, toda vez que había ciertaoposición a los castellanos que se acentuó en 1580, como la oposición a Felipe II delagustino Miguel dos Santos. En este sentido, tiene especial importancia el apartadodedicado a su papel dentro de la corte lusa, cercano a la familia real, Catalina de Aus-tria le propuso como preceptor del joven rey don Sebastián, aunque no llegó a ocuparel puesto, aunque sí fue su confesor de 1566 a 1567, precisamente cuando fue pro-puesto obispo de Viseu por el cardenal-infante Enrique.

Merece también la pena destacar su buena relación con el cardenal Seripando,Prior General de la Orden, así como con la Compañía de Jesús, y su amistad con Ig-nacio de Loyola y Francisco de Borja, toda vez que en sus biografías modernas ape-nas ha referencia al agustino. Tiene contactos importantes en la corte, y crea una bue-na pléyade de discípulos que siguen sus orientaciones espirituales. Sus mejoresobras, la Meditación de la Pasión y la Vida de Jesús son verdaderas joyas de la espi-ritualidad del Siglo de Oro. Interesante e importante el apartado dedicado a sus escri-tos espirituales. Ciertamente, a pesar de la poca fortuna de sus obras tras su muerte,lo cual explica que sea poco conocido, su Meditación de la Pasión (Medina del Cam-po 1535) resulta especialmente importante porque establece un método, seguir lassiete horas canónicas, adentrándose en el arte de orar, que es acompañar a Jesús en suPasión. La fuente en la que bebe él, y otros como Ignacio de Loyola, es la Vita Chris-ti de Ludolfo de Sajonia. Por último, el autor hace una breve referencia al episodioinquisitorial, pues su Meditación y la Doctrina que un religioso envió a un caballeroamigo suyo, fueron incluidas dentro de las Obras del Cristiano atribuidas a Borja yque se incluyeron en el índice inquisitorial del inquisidor Valdés de 1559. Quizá hu-biera venido bien algún apoyo iconográfico y un índice analítico al final. Se trata,pues, de una obra útil, bien trabada, que abre la puerta a nuevas líneas de investiga-ción sobre este agustino en el campo de la Historia de la Espiritualidad, especialmen-te por su relación con Portugal.

Enrique GARCÍA HERNÁN

Centro de Ciencias Humanas y Sociales

Libro de visitas de Santo Toribio Mogrovejo (1593-1605). Introducción, transcrip-ción y notas de José Antonio Benito. Lima: Pontificia Universidad Católica delPerú, 2006, lvi+446 pp, ilust., mapas. (Colección Clásicos Peruanos), ISBNN:9972-42-760-9.

Desde hace muchos años, en el pueblo de Macate, en la sierra norte del departa-mento de Ancash, en Perú, se celebra cada 22 de agosto la fiesta de su santo patrón,Toribio Alfonso de Mogrovejo, arzobispo de Lima entre 1581 y 1605. Aunque de ori-

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gen incierto, la fiesta conmemora un milagro que habría sido obrado por el preladodurante una de sus estancias en Macate, en el marco de las visitas pastorales que rea-lizó a la región, hacia fines del siglo XVI. De acuerdo con la tradición, la gente le pi-dió que dotase de agua al pueblo. Receptivo al reclamo de sus feligreses, Mogrovejotanteó con su báculo las rocas, golpeó una de ellas y brotó agua. Como parte de lafiesta, viva hasta el día de hoy, el portentoso hecho se escenifica en una pequeña que-brada llamada precisamente «El milagro», donde los devotos recogen agua del ma-nantial a manera de reliquia.

La fama en vida y póstuma de Mogrovejo no es atribuible a que fuera un santoparticularmente milagrero, como sus contemporáneos Rosa de Lima y Martín de Po-rres, sino al hecho de haber dedicado la mayor parte de su gobierno a visitar la exten-sa arquidiócesis de Lima. Resultado de sus dilatados recorridos, Mogrovejo produjoun enorme corpus de documentos. Uno de ellos es el «Libro de vissitas antiguo», quecontiene información sobre las inspecciones llevadas a cabo por él entre 1593 y1605, y que se conserva en el Archivo del Cabildo Metropolitano de Lima. Conocidopor haber sido utilizado por Carlos García Irigoyen y Rubén Vargas Ugarte, ambosestudiosos de la vida y obra de Mogrovejo, y publicado parcialmente por DomingoAngulo entre 1920 y 1921 en la Revista del Archivo Nacional del Perú, se reclamabauna edición del texto que estuviera al alcance de los investigadores. La presente edi-ción preparada por José Antonio Benito ofrece la versión paleográfica completa del«Libro», anotada en algunos pasajes. A Benito también se debe el estudio preliminarque explica las características del documento y su valor como fuente histórica, y re-construye la historia de las visitas pastorales del célebre prelado.

Contrariamente a lo que podría esperarse de un documento emanado de una ins-pección eclesiástica, el «Libro» contiene escasa información acerca de las disposi-ciones que, con seguridad, dictaron el arzobispo y sus visitadores con el propósito deordenar la vida en las parroquias más allá de los confines de la ciudad de Lima. El«Libro» informa acerca de las doctrinas, los clérigos y frailes a cargo de ellas, perofundamentalmente registra la composición de la población, las rentas y propiedadesde las iglesias, y la existencia de las principales unidades productivas (obrajes, ha-ciendas y estancias ganaderas) propiedad de españoles y criollos. Se trata de unafuente de carácter esencialmente económico.

Esta preocupación por la economía se explica debido a la inmensa labor de go-bierno emprendida por Mogrovejo. Fiel ejecutor de los dictados del Concilio deTrento, el arzobispo, desde su llegada a Lima en 1581, se impuso la tarea de organi-zar la Iglesia mediante la convocatoria de concilios y sínodos que debían servir paracomunicar las disposiciones episcopales y evaluar los problemas derivados de la la-bor pastoral; la fundación del seminario conciliar para la formación del clero; y larealización de numerosas visitas necesarias para reunir información e imponer disci-plina al clero y a la población.

Mogrovejo también se preocupó por el sostenimiento del culto y la dotación delos sínodos del clero. Durante sus visitas tomó conocimiento de la realidad social yeconómica colonial y, en consecuencia, de los ingresos con que contaba o podía con-

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tar la Iglesia. En su búsqueda de mantener o incrementar las rentas eclesiásticas, Mo-grovejo entró en conflicto con las autoridades locales.

Uno de los puntos de desacuerdo entre la jerarquía eclesiástica y los corregidoresfue el pago del sínodo o salario del cura doctrinero. De acuerdo con las disposicionesreales, este ingreso procedía de los tributos pagados por los indios, cuyo cobro y ad-ministración eran responsabilidad del corregidor. El monto asignado a los curas noera fijo, ya que fluctuaba de acuerdo al número de tributarios. Algunas autoridadeseclesiásticas, estimaban que, en caso de reducirse el número de tributarios, no debíamenoscabarse la cantidad asignada al cura. Mogrovejo llegó a excomulgar a algunoscorregidores que, de acuerdo a las retasas que se habían realizado en los padrones detributarios, redujeron la congrua del cura cuya parroquia había venido a menos encuanto al número de feligreses indios. Conocer el número de los tributarios que habi-taban las doctrinas era fundamental para calcular lo que correspondía asignar comosalario a los curas. Esto explica que, en el «Libro de visitas», haya abundante infor-mación acerca de los indios tributarios, es decir, de los sujetos al pago de impuestos,y de los reservados, aquellos exentos, bien porque estaban dedicados al servicio de laiglesia o bien por edad o salud estaban incapacitados para cumplir con los impuestos.

Junto con la información demográfica, el «Libro de visitas», al menos en su pri-mera parte, registra numerosas unidades productivas agrícolas y ganaderas existentesen las inmediaciones de las doctrinas. El acopio de estos datos puede estar relaciona-do con la necesidad de la curia eclesiástica de determinar el monto de los diezmosque los propietarios debían pagar.

Leer el «Libro de vissitas» no es una tarea fácil dado su contenido y estado deconservación. Fue compuesto, al parecer, en 1605, a partir de la consulta de diversosdocumentos existentes en el archivo de la curia, como el «libro particular de las le-guas», el «libro viejo de la visita general», entre otros. Los copistas extrajeron deellos, como se dijo, información económica y estadística. Esta, a su vez, apareceacompañada de numerosas anotaciones marginales, lo cual evidencia de que el «Li-bro» fue consultado, actualizado y confrontado con otros documentos generados enlas visitas episcopales. Adicionalmente, el pobre estado de conservación de los últi-mos cien folios, debido al deterioro ocasionado por la humedad, impide en buenamedida su lectura.

Un documento con tales características habría demandado un cuidadoso trabajode edición. Sin embargo, se advierte que la transcripción paleográfica es poco riguro-sa, ya que algunos pasajes han sido reproducidos fielmente, otros modernizados y nofaltan los que han sido mal leídos. Para ilustrar esto último citamos dos ejemplos:«Tiene por anexo esta doctrina los pueblos siguientes que Su Señoría visitó haber lagente que de suyo irá declarada en cada uno de ellos», transcribe Benito, pero el ma-nuscrito dice: «Tiene por anexo esta doctrina los pueblos siguientes que Su Señoríavisitó y halló aver la gente que de iuso irá declarada en cada uno de ellos (f. 126)».En otro pasaje, Benito lee: «El pueblo de PoSu Señoría Ilustrísima tiene 26 tribu-tarios», aun cuando el manuscrito dice: «El pueblo de Posi tiene veynte y seis tri-butarios» (f. 146v). Incomprensiblemente la grafía de los topónimos ha sido moder-

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nizada, lo cual nos priva de valiosa información histórica y lingüística. Más aún, al-gunos de los topónimos no han sido correctamente leídos: «Pyxán» por«Payxán»(f.59v.); «Los reynos de Chinchacocha» por «Los Reyes de Chinchaco-cha»(f.206v.); «Chimbacocha» por «Chinchacoca» (f.214); «Taquilpén» y «Taquil-pán» por «Taquilpón» (f.283v.).

Otro problema de la presente edición es la trascripción de las numerosas anota-ciones marginales que figuran en el manuscrito. De un lado, no todas han sido trans-critas; de otro, no se ha respetado su ubicación original, sino que se ha preferido co-piarlas a continuación del texto principal. Esto hace difícil su comprensión, ya que setrata de anotaciones que complementan y remiten a la información proveniente de lasvisitas. Finalmente, habría sido de gran ayuda la inclusión de índices onomástico y/otoponímico a fin de facilitar la consulta. En suma, dadas las características antes se-ñaladas, la presente edición del «Libro de vissitas» termina siendo de relativa utili-dad para el estudioso de la historia temprana de la Iglesia en el virreinato peruano.

Pedro GUIBOVICH PÉREZ

Pontificia Universidad Católica del Perú

GIL FERNÁNDEZ, Luis: El Imperio Luso-Español y la Persa Safávida, tomo I (1582-1605), Madrid, Fundación Universitaria Española, 2006, ISBN 84-7392-638-2(obra completa), 318 pp.

El profesor Luis Gil es un catedrático emérito de la Facultad de Filología de laUniversidad Complutense de Madrid. Entre sus estudios más importantes se encuen-tra el Panorama social del Humanismo español (1500-1800), (Madrid 1981). Ha de-dicado muchos años de su vida profesional al conocimiento de las relaciones hispa-no-luso-persas a lo largo del Siglo de Oro. Son muchos sus artículos y partici-paciones en congresos internacionales sobre tema tan interesante, con gran prestigioentre los especialistas del mundo entero. Este trabajo espléndido que reseñamos esprecisamente el mejor fruto de esta labor investigadora. El libro El Imperio Luso-Es-pañol y la Persia Safávida es el tomo primero de una serie que publicará la Funda-ción Universitaria Española, en su colección de Monografías, que ha sido galardona-do en año 2007 con Premio Nacional de Historia.

El profesor Gil analiza un período concreto, de 1582 a 1605. Utiliza principal-mente fuentes inéditas del Archivo General de Simancas, concretamente las seccio-nes de Estado, Cámara de Castilla y Guerra Antigua. También acude a otras fuentes,al Archivo de la Casa de Alba, Archivo del Palacio Real, Archivo Secreto Vaticano,Archivo De Propaganda Fide, Torre do Tombo, Biblioteca Nacional de Lisboa, Bi-blioteca Nacional de Madrid, etc. Hubiera sido interesante también acudir al Archivode Protocolos de Madrid y a la Biblioteca de Ajuda, aunque seguramente se servi-rá de estos fondos en los siguientes tomos. La bibliografía queda bastante ceñida al

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tema que trata, y utiliza acertadamente las fuentes editadas. El libro consta de cincocapítulos. Paradójicamente no comienza desde un punto de vista cronológico, sinocon un capítulo titulado «Los dominios portugueses en el Sino Pérsico al filo del si-glo XVII», pp. 25-55. Aborda primero, pues, la presencia portuguesa en el GolfoPérsico en el siglo XVII, concretamente el proceso de la pérdida de Ormuz en 1622,con apoyo inglés, en gran parte por la desconfianza hispano-lusa. Son importanteslas continuas referencias a la presencia de los agustinos portugueses en Ormuz e Is-pahán y las tensiones habidas con los predicadores carmelitas, en su mayoría españo-les, lo cual motivó que los primeros protestaran ante el papa y Felipe III. Los dosconventos agustinos en Ormuz tenían una importancia capital, de hecho, dice quesólo en 1602 los agustinos bautizaron a cerca de 1.700 personas. También diceque estos agustinos tenían cierto influjo sobre las decisiones políticas del sah. El ca-pítulo II, titulado «El acercamiento diplomático a Persia de Felipe II», pp. 57-78, en-tra en el terreno de las relaciones diplomáticas, en parte ya tratado abundantementepor el padre Carlos Alonso y por el propio profesor Gil, si bien nos encontramos conuna brillante síntesis, con referencia directa a los documentos originales. El capítuloIII aborda por extenso el problema de «La embajada de Huseis Ali Beg y AntonioSherley», pp. 79-142. Nos introduce en un laberinto de relaciones internacionales deuna embajada del sah Abbas por Europa y se centra principalmente en la corte espa-ñola, en ese momento en Valladolid. Además de los agustinos y carmelitas, en estecapítulo hay referencias importante a la presencia de jesuitas en Persia a través del aIndia, concretamente del padre jesuita Francisco de Acosta –que llegó a ser legadodel papa–. También utiliza las famosas Relaciones del diplomático persa convertidoal cristianismo don Juan de Persia. También nos adentra en el intrigante mundo delos hermanos Sherley, de sus conexiones con los jesuitas ingleses, como Robert Per-sons y Joseph Creswell. El capítulo IV se adentra con todo detalle en la figura de unode los hermanos Sherley, «Antonio Sherley al servicio del rey de España», pp. 143-253. Estas páginas mejoran sustancialmente el conocimiento que teníamos de la fi-gura de este inglés al servicio de España, concretamente en el ejército. En ciertomodo este capítulo es un completo estudio biográfico. Me ha llamado la atención queSherley se opusiera a la jornada de Irlanda de 1601 y pronosticara su fracaso contodo acierto. Proponía crear una escuadra de cuarenta galeones repartidos en cuatroescuadrones. De hecho, fue nombrado general de los navíos de alto borde en Nápo-les. En 1611 el conde Sherley se retiró a Granada donde se le había asignado una mo-destia pensión. El capítulo V se centra en la labor religiosa de los agustinos, lo titula«Los agustinos en Ispahán y la embajada de Luis Pereira de la Ceda», pp. 256-295.Hace referencia a la labor a comienzos del siglo XVII de fray Jerónimo de la Cruz,fray Antonio de Gouvea y fray Cristóbal del Espíritu Santo, enviados a Persia porfray Alejo de Menese, arzobispo de Goa. Su misión no era sólo pastoral, debían tam-bién convencer al sha de que entrara en guerra contra los turcos, como ya lo habíanhecho tiempo atrás fray Simón de Morae y fray Nicolás de Melo. Sigue principal-mente la Breve relaçam d’algunas cousas mais notaveis que os religiosos de santoAgostinho fizerão na Persia… de 1607 (Lisboa 1609), y los estudios de Carlos Alon-so. También hace referencias a las últimas actividades Francisco de Acosta de 1602 a

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1605 en Persia, traicionando en gran medida la legación pontificia que le había sidoencomendado. Fue un agustino, fray Pablo Simón de Jesús, el encargo de denunciarloa la Santa Sede, en 1609, en una Relatione. En cuanto a la embajada de Luis Pereira,embajador del Felipe III en 1602 en Persia, es importante notar que le acompañarondesde Goa los agustinos fray Melchor de los Ángeles, fray Guillermo de San Agustíny fray Guillermo de Santa Ana, que iba como prior del convento de Ispahán. El prime-ro de estos agustinos informó negativamente a la corte de la actuación del embajadorespañol, por lo que el rey ordenó que se retirara, dejando en Ispahán una comunidadde agustinos para atender a los cristianos armenios e instigar al sah a proseguir la gue-rra contra los turcos. El libro contiene 11 ilustraciones e índice onomástico.

Aunque hay referencias a las conversiones de algunos persas en la corte y del papeldel Capellán Mayor en su formación, bautismo e integración social, hubiera venido bientratarlo y hacer referencia al trabajo de B. Vincent, «Musulmans et conversión en Espag-ne au XVIIe siècle», en M. García Arenal (ed.), Conversions islamiques. Identités reli-gieuse en Islam méditerranéen, (Paris 2001); y del libro de Beatriz Alonso Acero, Sulta-nes de Berbería en tierras de la cristiandad exilio musulmán, conversión y asimilaciónen la monarquía hispánica (siglos XVI y XVII), (Barcelona 2006), aunque éste segura-mente todavía no se había editado cuando el autor publicaba su libro.

Enrique GARCÍA HERNÁN

Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, Madrid

COLOMBO, Emanuele: Convertire i musulmani. L’esperienza di un seguita spagnolo delSeicento, Bruno Mondadori, Milano 2007, 175 pp. ISBN 978-88-6159-072-4.

Emanuele Colombo, profesor en la Universidad Católica de Milán, es un especia-lista en historia de la teología, con una magnífica tesis doctoral publicada en Milánen el año 2006 titulada Un gesuita inquieto. Carlo Antonio Casnedi (1643-1725) e ilsuo tempo. La obra que reseñamos ahora hace referencia a las relaciones entre Iglesiay el Islam en la Edad Moderna a través de otro jesuita, un teólogo español que llegó aser General de la Compañía de Jesús, aunque el título del libro no es suficientementeexplícito. Nos referimos al padre Tirso González (1624-1705), general desde 1687,en una elección difícil. Había sido alumno y profesor de teología en la Universidadde Salamanca, durante muchos años, de 1665 a 1676 actuó como misionero popularpor diversas provincias y ciudades, incluso en Ceuta. Los conocimientos que tene-mos del padre González se centran sobre todo en su empeño como general de im-plantar el probabiliorismo, frente a la manera contraria de sentir de casi toda la Com-pañía. El doctor Colombo nos introduce en un aspecto conocido, pero poco tratado,el de su vertiente pastoral hacia los musulmanes, concretamente de los moros escla-vos, sobre todo en 1672 durante una misión popular en Sevilla, por la que se convir-tieron más de 40 musulmanes. En 1687, González publicó en Madrid su Manuductio

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ad conversionem Mahumetanorum, que conoció varias ediciones en vida del autor,una de ellas en árabe. Consta de dos partes, la primera plantea la verdad y Cristianis-mo y la segunda la falsedad del Islam.

Emanuele Colombo nos propone precisamente un conocimiento más profundo deGonzález menudeando en su Manuductio o Manual para convertir a los musulma-nes. Aborda el tema en cinco breves capítulos. El primero «L’Atlante delle missio-ni», pp. 1-33 es un brillante resumen del curso biográfico de González y su prepara-ción como misionero, con documentación inédita procedente del Archivo Romano dela Compañía de Jesús. El capítulo segundo, «Un manuale per convertiré i maometta-ni», pp. 34-83, trata de las razones por las cuales compuso la obra. El capítulo terce-ro lo titula «Siviglia 1672», pp. 84-100, y es una puesta en escena de su labor misio-nal a través del Manual. Se sirve también del impreso Relación de los maravillososefectos que en la ciudad de Sevilla ha obrado una misión de los padres de la Compa-ñía de Jesús, (Sevilla 1762). En el capítulo cuarto, «Il principi di Fez» pp. 101-119,comenta la conversión del príncipe de Fez, Muley Mohamed el-Attaz (1631-1667),al cristianismo, y su ingreso en la Compañía de Jesús como Baltasar Diego de Loyo-la, tema que González trata en el Manual, por cuanto era una garantía de la verdad dela Iglesia, y porque la falsedad de los musulmanes es la conversión de éstos al cristia-nismo, especialmente de los nobles. El capítulo quinto lo titula «Un dialogo»,pp. 120-140, que es un análisis de un diálogo que González recoge en su obra, que esprecisamente el que él mismo mantuvo en 1670 con un musulmán después de unamisión popular en Málaga. Expone las principales notas del credo y las razones paracreer. El libro termina con una Conclusión donde el autor expone las principalesfuentes que utiliza González, como Pedro el Venerable, Ricoldo di Montecroce,Pío II, Raimundo Llul, e incluso más modernos como Guillermo Postel y AntonioPossevino. Insiste en el interés grande, una vez, general, de la misión de los jesuitasentre los musulmanes, para cuya labor el Manual podía ser muy útil por cuanto esta-ba lleno de experiencias personales. El libro tiene una bibliografía, un cuadernillo encolor de ocho hojas con ilustraciones, índice onomástico, y presenta al final en italia-no el comienzo de los seis libros de la segunda parte del Manual.

Se trata de una buena aportación sobre los intentos evangelizadores en el campo delIslam en territorio cristiano, así como una importante contribución al conocimiento de laactividad misionera del padre Tirso González. Creemos que, dadas las continuas y largasreferencias al texto original, vertido al italiano, quizá hubiera sido mejor realizar unaedición completa traducida y crítica del Manual. Echo en falta alguna referencia más alpadre Giovanni Battista Eliano (1530-1589), por cuanto también fue el autor de una Bi-blia en árabe, y los esfuerzos de los primeros jesuitas en el campo de los esclavos turcos,como, por ejemplo, Araoz en España, convirtiendo a algunos, como reconoció Laínez en1547. También, hay abundante bibliografía sobre las misiones populares de la Compa-ñía en España que no recoge, como los trabajos de Francisco Luis Rico Callado.

Enrique GARCÍA HERNÁN

Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, Madrid

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Fray Tomás Gómez. En reino extraño. Relación de la visita del Real Monasterio deValldigna. Autobiografía, vida cotidiana y lucha política en la España de Carlos II.Edición crítica y estudios por F. Andrés Robres, R. Benítez Sánchez-Blanco, y E.Ciscar Pallarés, Universitat de València 2008, 943 pp. ISBN 978-84-370-6741-4.

Este espléndido libro, con una edición muy cuidada en el doble aspecto formal ymaterial, encierra no sólo la edición del manuscrito del cisterciense Tomás Gómez(1611ca-1668), titulado Relación de lo sucedido en la Apostólica y Real Visita delReal Monasterio de Valldigna en el Reino de Valencia, Orden de N.P.S. Bernardo,Congregación de Aragón, que se conservaba en el Archivo Histórico Nacional, en lasección de Consejos. Los tres autores, bien conocidos por sus trabajos científicos re-lacionados con Valencia, han ido más allá de la edición crítica del texto, escrito en1667. Nos presentan un estudio completo de gran valor sobre la España de Carlos II,especialmente en la Corona de Aragón, donde esta visita cobra cierto protagonismo.

Fray Tomás Gómez es autor de la visita (de 1665 a 1667) y del relato (aunqueinacabado), y hace una descripción verdadera acerca del estado en que se encontrabael monasterio, el más prestigioso y rico de Valencia, a pocos kilómetros al sur de lacapital. A los datos objetivos añade sus impresiones, con un carácter algo autobiográ-fico. En principio, esta visita le correspondía hacerla al Vicario General de la Con-gregación Cisterciense de Aragón y Navarra, pero finalmente le fue encomendada aun monje castellano, miembro de una congregación distinta, de ahí que en su relatohaga continuas referencias a que se halla en un reino extraño. El motivo de este cam-bio fue porque el Consejo de Aragón y el nuncio habían pedido una visita extraordi-naria a causa de las irregularidades que se estaban denunciando. Los monjes se opu-sieron a la visita, en especial fray Rafael Trobado, uno de los más prestigiosos einfluyente del Císter en Aragón. El relato termina en el verano de 1667, cuando el au-tor se sentía amenazado de muerte, dejando inacabada la visita y sin cumplir con losobjetivos previsto por el Consejo de Aragón. Los autores han completado algunos ca-pítulos que le faltaban a la relación de Tomás Gómez guardada en el AHN gracias alos fondos del Archivio Segreto Vaticano y de la Biblioteca Nacional de Madrid.

Andrés Robres, Rafael Benítez y Eugenio Ciscar, autores de esta magnífica edi-ción científica, han formado un eficaz grupo de investigación, en cierto sentido mo-délico. Han ido más allá del mero relato de la visita y han rastreado las huellas quedejó en diversos archivos, como el Archivo Histórico Nacional, el Archivo de la Co-rona de Aragón o el de la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Valencia,lo cual indica que tuvo importante proyección tanto para el Císter como para la polí-tica del reino de Valencia o incluso de la Monarquía entera, porque analiza la utiliza-ción de la visita como instrumento en las luchas de poder entre el padre jesuita Nit-hard, valido de Mariana de Austria, y don Cristóbal de Crespí de Valldaura,partidario de don Juan José de Austria, y en algo contribuyó a la caída del jesuita. Ladocumentación manejada por las autores es tan grande que han tenido que dividir eltrabajo en dos partes, la primera es la que se está reseñando, la otra, ya en imprentasaldrá próximamente.

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La trascripción del documento ocupa unas 200 páginas, con importantes y heroi-cas notas a pie de página que aclaran y contextualizan el texto de modo brillante,toda vez que remiten a fuentes archivísticas complementarias que corroboran los he-chos descritos. También podemos contar un parte dedicada a los Materiales para lalectura y consulta de la Relación de Valldigna, de unas 100 páginas, con los criteriosde edición, un nomenclátor de protagonistas, así como diversos mapas, lo que hacemás fácil su lectura y consulta. La obra consta también de otros escritos de TomásGómez en forma de apéndice (de la página 815 hasta 875). Resulta curiosa la inclu-sión del tratado de música gregoriana Arte de canto llano. El resto del trabajo, es de-cir, más de 300 páginas, bajo el título genérico de Estudios Introductorios, aborda demodo magistral el procedimiento de una visita eclesiástica, el estado del Monasteriode Santa María de Valldigna en el siglo XVII, un esbozo biográfico de Tomás Gó-mez, y dos epílogos con el desenlace de la visita y sus secuelas (1667-1669) y una in-teresantísima réplica de la visita extraordinaria de 1760. La obra cuenta también conla bibliografía extensa muy útil y un completo índice analítico.

Los investigadores de Historia de la Iglesia encontrarán en este libro una herra-mienta de trabajo magnífica para analizar otro tipo de visitas y saberlas encuadrar enel contexto político-religioso del momento.

Enrique GARCÍA HERNÁN

Centro de Ciencias Humanas y Sociales

MORAL RONCAL, Antonio M.: Pío VII. Un Papa frente a Napoleón, Sílex Ediciones,Madrid, 2007, 360 págs., ISBN: 8477372039. ISBN-13: 9788477372035.

Por fortuna, son cada vez más los historiadores españoles que se animan a publicarmonografías sobre temas europeos, incluso universales. A causa del tradicional, en bue-na medida superado, ensimismamiento de nuestra ciencia, el estudioso español no solíaver más allá de los Pirineos salvo para ofrecer alguna pincelada, casi siempre imprecisay acelerada, que completara el panorama de su trabajo «nacional». Lo cual, dicho sea depaso, no era suficiente para comprender a fondo los problemas españoles en contextosen los que las circunstancias internacionales pesaban más de lo que se suponía.

Por eso siempre es una feliz noticia tener entre manos un trabajo como éste,Pío VII. Un Papa frente a Napoleón, en el que se diseñan las claves de un pontificadoesencial para la historia de la Iglesia y del mundo contemporáneo. Su autor, AntonioManuel Moral Roncal, es un reconocido y prolífico especialista del período, lo quegarantiza la seriedad y el buen hacer del texto.

El libro, dividido en diez capítulos, pertenecería al género de biografías que don Je-sús Pabón llamó «externas», en tanto que su línea maestra traza «las realidades públi-cas que el personaje estudió o vivió», pero no descuida aspectos de la salud, la vida pri-vada o los viajes del biografiado. No estaríamos, pues, ante una biografía que detalle

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las venturas y desventuras de Pío VII, sino más bien, ante un completo y atinado resu-men de las peripecias que vivió la Iglesia católica entre 1789 y 1823; no debe extrañar,por eso mismo, que la figura del Papa aparezca y desaparezca del primer plano del re-lato «por necesidades del guión». En los primeros momentos el leit motiv del libro es laRevolución Francesa, el cisma religioso y la consolidación de Napoleón como guíamás tranquilo del proceso, que terminaría por recuperar el catolicismo, siempre queéste le fuera «leal» y estuviera subordinado a las necesidades del Estado.

Páginas después emerge el benedictino Bernabé Chiaramonti, un joven obispo deImola que en 1797 conmovió las conciencias al presentar la democracia como un ré-gimen compatible con el Evangelio, pues la libertad, la igualdad y la dignidad de lapersona formaban parte esencial del mensaje de Cristo. Eran expresiones muy avan-zadas, mil veces matizadas y discutidas por los historiadores hasta hoy mismo, de lasque Chiaramonti probablemente luego se arrepintiera, pero que pondrían la primerapiedra en la larga y trabajosa adaptación de la Iglesia al mundo contemporáneo. Acorto plazo, sin embargo, no hubo una sustancial identidad entre esa pastoral y el in-mediato sumo pontificado de Chiaramonti.

Elegido Papa en el cónclave de Venecia (1800), uno de los más «políticos» que se re-cuerda, Chiaramonti ya como Pío VII se movió por la máxima de ceder ante lo accesoriopara no perder lo esencial, o sea, el dogma católico. Así se comprenden las dolorosas ce-siones a Napoleón en los concordatos francés e italiano, que el Emperador interpretó asu favor de forma abusiva. Pero Pío VII no fue el pontífice débil que Napoleón creía te-ner manejado. Muy al contrario, tuvo claro que existía una raya que no podía traspasarpese a las amenazas y las presiones. Las tensiones entre uno y otro personaje, ya visiblesdurante la famosa ceremonia de coronación imperial en Notre-Dame, derivarían en laruptura de 1808, la excomunión de Bonaparte y los años de secreta prisión del Pontífice,primero en Savona (1809-1812), luego en Fontainebleau (1812-1814). Durante esas pá-ginas, Napoleón, haciendo y deshaciendo fronteras y políticas a su gusto, se eleva comoprima donna del relato, al mismo nivel, y si cabe más que el Papa biografiado. Pero esjusto que así sea: uno tenía el poder, el otro es un cautivo enfermo y sometido.

Aunque el título pueda ser engañoso, se dedican muchas y enjundiosas páginas ala Europa inmediatamente posterior a Napoleón. Época conservadora, de desengañosy de cuentas con el pasado, quizá sean los años en que el genio del papa alcanzó ma-yor altura al ser capaz de reconstruir el poder de la Iglesia católica casi desde la nada,pero sin rechazar del todo la herencia revolucionaria. En ese sentido, mostró mayoraltura de miras que Metternich y los reyes. Pío VII, además, tiene la fortuna de contara su lado con el cardenal Hércules Consalvi, su secretario de Estado y alter ego, cuyafigura y relevancia quedan bien ponderadas en el libro, en soterrada tensión con lossectores cardenalicios que se disputaban la hegemonía de la Santa Sede, politicanti yzelanti. La Iglesia recupera poder temporal y espiritual tras 1815, es obvio, pero so-bre todo fija las bases para la centralización del orbe católico en torno al Papa. Se mi-naba así la secular solidaridad entre las Monarquías y las iglesias locales, con la con-sabida incomprensión de no pocos reyes supuestamente «paladines de la fe». Larestauración no fue por tanto un camino de rosas para Roma, como a veces se cree.

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El capítulo octavo se dedica específicamente a España. Pío VII es hilo conductor delas políticas eclesiásticas de los sucesivos gobiernos, desde Godoy hasta la invasiónde los Cien Mil Hijos de San Luis, y no de San Pedro, como agudamente señala el autor.Lo novedoso es que, una vez más, las circunstancias españolas se analizan desde la pers-pectiva europea. Esa dimensión permite ver la auténtica realidad de políticas tildadascomo «cismáticas» por pasadas generaciones de historiadores, y que hoy pueden anali-zarse con mayor tranquilidad y pausa. Pocas veces se ha subrayado, por ejemplo, que laSanta Sede no se opuso frontalmente a la Constitución de 1812, aunque sí discutiera, ycon suma dureza, alguna de las políticas concretas de los gobiernos en liza. «Nihil novosub sole» podría decir un observador de la actualidad española.

El libro se remata con una cronología, muy útil para el lector. Quizá el único«pero» que pueda ponerse es la escasa presencia que tiene la política interna de losEstados Pontificios, con el trasfondo de la que empezaba a llamarse «cuestión italia-na», que siempre figuró entre las principales preocupaciones de la Corte romana. Al-guna circunstancia oscura de Pío VII, como sus famosas «retractaciones» ante Napo-león, debe aún ser resuelta satisfactoriamente por la historiografía. Resulta evidenteque nuestro autor no tenía por qué entrar en tales detalles; su principal mérito esaportar al debate esa visión de conjunto del período de la que tan necesitados estába-mos los historiadores españoles.

Se agradece, desde luego, que la pluma de Antonio M. Moral Roncal sea ágil yamena, así como su capacidad para captar detalles que sorprenden al lector. Sonejemplares las páginas en las que se describe la génesis del famoso cuadro de Jac-ques-Louis David, La coronación de Napoleón. Lo mismo cabe decir de la buenasíntesis y el excelente conocimiento de los problemas. El autor, conocedor de la jergavaticana, no descuida otros aspectos muy interesantes de la personalidad de Chiara-monti, como su mecenazgo sobre las Artes. Es evidente la simpatía que el escritorsiente por el biografiado, algo lógico y si se me apura, necesario, en un género tancomplejo y lleno de matices como éste. No hay biografía buena sin un cierto gradode complicidad. Estamos, por tanto, ante una obra indispensable y ejemplar.

Carlos M. RODRÍGUEZ LÓPEZ-BREA

Universidad Carlos III, Madrid

REVUELTA GONZÁLEZ, Manuel: La Compañía de Jesús en la España Contemporánea.Tomo III. Palabras y Fermentos (1868-1912), Universidad Pontificia Comillas,Editorial Sal Terrae, Ediciones Mensajero, Madrid, XXXVII – 989 págs.ISBN:978-84-8468-237-0; Obra completa, ISBN: 84-85281-52-7.

Con esta obra Manuel Revuelta nos ofrece el tercer gran tomo de su «Historia dela Compañía de Jesús en la España contemporánea». En él presenta el modo de ac-

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ción y las actividades que desarrolló, en el cuerpo social de la España de ese tiempo(1868-1912), el organismo social formado por los jesuitas.

La obra es un estudio minucioso –análisis sistemático lo califica el autor– de lasactividades de la Compañía de Jesús, tal como las desempeñaron los jesuitas de esaépoca. Había presentado en dos volúmenes anteriores la vida y circunstancias deesos jesuitas dentro del paisaje social, político y religioso de esos años y días de lahistoria de España. En Los Colegios de Jesuitas y su tradición educativa (1868-1906), había ofrecido el resultado de sus investigaciones sobre la labor pedagógicaen segunda enseñanza. En otras publicaciones se ocupó de su labor educadora uni-versitaria y la obra misionera de los jesuitas españoles en América y Filipinas en elsiglo XIX.

Palabras y Fermentos es el sobrenombre que Manuel Revuelta pone a esta varia-da e intensa actividad de los jesuitas estos años. El «Ministerio de la Palabra» perte-nece al núcleo de la razón de ser del jesuita. Y busca la eficacia de la Palabra –losFermentos– en formas propias de la predicación jesuítica: las misiones populares ylos Ejercicios Espirituales. Un fermento que actúa sobre los mismos «ministros de laPalabra», impulsándolos a tomar iniciativas que promuevan y mantengan el tenorcristiano de los individuos, quienes, a su vez, sean el fermento que actúe sobre la so-ciedad. De las palabras tratan los capítulos dos y tres de la obra. Del cuatro al ochohablan de los fermentos.

Debo, ante todo, poner de relieve la maestría de Manuel Revuelta en la lectura einterpretación de datos que le proporciona la ingente cantidad documental y archivís-tica consultada. Sabe hacer de ellos memoria viva, y así el lector sigue las peripeciasde los protagonistas de la época estudiada como si estuviese presente. Esto es efectono sólo de su rigor y dominio de la materia, sino de un estilo narrativo que. con losaños, ha ganado en sobriedad y tersura, acercándose al estilo coloquial, sin perder laprecisión del discurso. El narrador desaparece detrás de las escenas narradas. Hay enel autor tal familiaridad con los documentos, que es capaz de leerlos desde dentro.Revuelta dialoga con ellos. Esto le capacita para asumirlos en todas sus dimensiones,escapando a la tentación de hacerlo instrumentos de una opción previa.

El primer capítulo, introductorio, de la obra es un estudio demográfico de los je-suitas. El cotejo de cifras da la imagen de un grupo humano en el que impresiona lareserva vital que supone el alto número de aspirantes que año tras año aseguran elcrecimiento del cuerpo social de la Orden, y permite el progreso de las obras en mar-cha y la expansión en iniciativas nuevas. Mucho indican sobre la vida interna de laCompañía las páginas dedicadas a quienes la abandonaron. La mayoría de esas sali-das son simplemente la constatación, por parte de quien había dado el paso de entraren la Orden, de que no era este su camino. De los 2.015 sujetos salidos en los 39 añosestudiados, 1.417 lo hacen antes de cumplir los dos años de prueba del Noviciado.De las 598 salidas después del Noviciado, 524 son de jesuitas en el período de for-mación, en el que el sujeto no está definitivamente comprometido. Las salidas de losdefinitivamente vinculados fueron 73. Estas siempre son dolorosas para el sujeto,que abandona un proyecto de vida en el que ha empeñado lo mejor de sus años. Lo

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son también para la Compañía, sobre todo cuando las causas de la ruptura se deben adebilidades serias de carácter o a fallos morales graves. El «sondeo sobre 154 casos»(III. 4), transpira comprensión, humanismo sabio y compromiso con el relato veraz.

El capítulo segundo, dedicado a la historia de las Misiones Populares, es una pie-za redonda. Las misiones populares eran un conjunto de acciones encaminadas a rea-vivar la fe y sanar la vida cristiana de las masas, mediante la predicación, la instruc-ción moral y los actos de piedad, que culminaban en la recepción de los sacramentos.Los primeros jesuitas adoptaron un programa bien reglado para la evangelización delos fieles, que el General Claudio Acquaviva recomendó a toda la Compañía, si-guiendo la indicación de la Congregación General de 1593, que había declarado lasmisiones populares uno de los ministerios propios de la Orden. Pronto siguieron estapauta las principales Órdenes religiosas. Vicente de Paúl funda en 1640 la Congrega-ción de la Misión, y en 1732, Alfonso María de Ligorio la Congregación del Santísi-mo Redentor con el destino primordial de misionar a las gentes del campo. Si la Igle-sia católica pudo sobrevivir a la Revolución Francesa se debe mucho a lo sembradoen las masas cristianas por esta «evangelización de los pobres» realizada por hom-bres extraordinarios y abnegados movidos sólo por su fe inquebrantable. LouisChatêlier ha llamado la atención sobre la labor evangelizadora de los misioneros po-pulares, que prepararon una masa de fieles que dio paso al catolicismo moderno.

Los jesuitas del siglo XIX se unían, en su tercera restauración en 1852, a la labormisionera renovada por otros religiosos y misioneros del clero secular. Esa labor «seprolongará a lo largo de un siglo, con las interrupciones de la revolución de 1868 yde la guerra de 1936» (123). Eln este amplio capítulo (119-302) ofrece los trabajosde los misioneros jesuitas entre de 1868 y 1910. Con su estilo narrativo ha mostradoel ancho escenario de la geografía española, por el que los misioneros, entre los quedestacan las figuras señeras, se mueven «por todas las regiones», «por campos y ciu-dades». Está el coro, formado por las masas de gentes en su inmensa mayoría humil-des y pobres, –gentes del campo, obreros de toda condición, pescadores, mineros,presidiarios… Pueblos enteros acudían el reclamo de aquellos hombres que les pare-cían sobrehumanos. Menor fue la respuesta de los acomodados y gente con un nivelcultural superior. En frente estaban gente del estamento liberal, sectores anticleri-cales y parte de la burguesía acomodaticia. Es un retablo de la España de aquel tiem-po lo que el autor presenta, y en él aparecen al vivo las luces y las lacras de aquellasociedad. Ha sabido rescatar la figura y labor abnegada de esos 228 jesuitas con susnombres (296-300) y plasmado su actividad en el paisaje de la sociedad española desu tiempo.

Breve y bien construido y escrito, el capítulo tercero expone la renovación y, has-ta cierto punto, el descubrimiento de los Ejercicios Espirituales. El General P. JuanRoothaan impulsó el estudio de los Ejercicios por los jesuitas en todas las naciones.Se logró su una difusión por medio de la predicación en las Iglesias de la Compañíay en las parroquias durante la cuaresma, los llamados Ejercicios abiertos. Cada vezmás fueron tomando progresivo auge los Ejercicios en retiro a hombres, mujeres, jó-

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venes, profesionales y obreros. De ellos surgieron minorías de cristianos solventes,activos en la Iglesia y en la sociedad.

Con el restablecimiento de antiguas asociaciones, como las Congregaciones delSagrado Corazón o las Congregaciones Marianas, los jesuitas del siglo XIX conti-nuaron la tarea de asociar los seglares a la evangelización y a la acción social. De lasmuchas asociaciones religiosas y piadosas, entre ellas las que tenían como fin propa-gar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, se alzó en ese siglo el Apostolado de laOración, fundado en 1844 por el jesuita francés François Gautrelet y destinada a losfieles de toda clase, condición y edad. En España extendió su actividad mucho másallá de lo centros de acción de los jesuitas, aunque desde 1883 fueron quienes la diri-gieron y editaron su revista, «El Mensajero». Revuelta se manifiesta como, buen his-toriador y teólogo, en este capítulo cuarto, al presentar y enjuiciar la devoción al Co-razón de Jesús y la forma que tomó en el siglo XIX. Predominaron en muchos de suspracticantes actitudes y modelos piadosos de vida considerados la forma acabada dedevoción al Sagrado Corazón y única vía de auténtica vida cristiana. Esa presenta-ción evidenciaba un rechazo emocional y en bloque de los rumbos que tomaba la so-ciedad nacida tras la desaparición del Antiguo Régimen. La consiguiente debilidadintelectual y falta de sentido crítico cuajaron en formas agresivas de integrismo einmovilismo teológico y social. No fue, sin embargo, la actitud predominante. Re-vuelta muestra la trascendencia, seriedad y riqueza de esta devoción, que mantuvo eltenor de vida cristiana exigente en muchos hombres y mujeres de toda condición enaquella época.

El capítulo quinto (447-599) expone la historia de las Congregaciones Marianas,restauradas por los jesuitas del siglo XIX. Es una pieza que puede ser leída como unamonografía, ensamblada armónicamente en el conjunto de la obra. Las congregacio-nes marianas, son una asociación juvenil creada por el padre Jean Leunis en 1563 en-tre los estudiantes de los colegios de la Compañía. A partir de los ochenta del si-glo XIX son hogares de formación y acción cristiana en las formas más creativas delmomento. Se fundaron congregaciones marianas para niños, adolescentes, jóvenes,universitarios, obreros, seminaristas. Incluso se prolongaban en las CongregacionesMarianas para hombres casados.

Su fuerza y capacidad para generar entusiasmo creativo se debió a su organiza-ción compacta, que reflejaba la estructura jerárquica de la Compañía, un estilo peda-gógico asumido libremente por cada congregante por motivos religiosos. Interesaconstatar que, en el mundo espiritual de un cuerpo social como el de la Compañía enEspaña estos años, internamente trabajado por las querellas del integrismo y decidi-damente antiliberal, las Congregaciones Marianas fueron el crisol del que salieroncatólicos responsables, ciudadanos de una sociedad que todavía luchaba por crearcondiciones de libertad y por asegurar derechos fundamentales. En ella se empeña-ron para cooperar a su desarrollo y mejora.

La Restauración concibió el poder del Estado como posesión por el partido deturno que le permitía definir y otorgar las libertades a una sociedad dividida, dondeuna izquierda ideológicamente menesterosa y un anticlericalismo pertinaz, alimenta-

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do por el desprecio y el encono, tendía a negar el suelo vital a quien se movía en otraconcepción de la realidad, si bien con tendencia y, en muchos casos, con decisión aimponerla al otro con la misma intransigencia. El tipo humano católico, que las Con-gregaciones Marianas buscaban formar, alumbró personalidades que trabajaron poruna sociedad más abierta y humana. De ellas salieron hombres preocupados por elmás débil, al que miraban como «prójimo». Se ha tachado a los Congregantes de eli-tistas, de clase burguesa y adinerada. Se les ha acusado de paternalismo en su rela-ción con los trabajadores y la gente humilde. Replica el autor que «la acción benéficay social podrá, si se quiere, llamarse paternalismo, porque procede de quien puededar instrucción, protección y ayuda; podrá, por lo mismo, calificarse de dirigismo ycontrol, porque se busca expresa y primordialmente una finalidad de promoción hu-mana y cristiana»(509), pero, creo que sería una torpeza histórica pensar que hubierasido sin más viable, en aquellas circunstancias, una asociación interclasista. El hechoes que aquellos jóvenes contribuyeron a elevar cultural y moralmente a los más nece-sitados, y su obra llegó más allá de su tiempo, como lo muestran los logros de las tresCongregaciones Marianas que el autor ha escogido como ejemplos: las de Barcelona,de Madrid y de Valencia (528-580).

El capítulo sexto, dedicado a las Asociaciones Femeninas, permite al lector ha-cerse preguntas incisivas acerca del modo como los jesuitas atendieron y entendierona la mujer en esta época. Es cierto, como dice Revuelta, que «la Iglesia del siglo XIXy de los primeros años del XX… valoraba la misión decisiva de la mujer en su tareatradicional de educadora de la fe y la moral cristiana.» (603). Pero, como la sociedadde la época, sólo veía grande a la mujer, a la sombra de un gran hombre. Fueron mu-chos los jesuitas que atendieron espiritualmente a las mujeres. Muchos los que seocuparon de las Congregaciones Marianas de jóvenes solteras, que en España toma-ron el nombre de Hijas de María, nombre que sugiere muchas consideraciones, y deasociaciones femeninas para mujeres casadas, o de asociaciones mixtas, como laCongregación de la Buena Muerte, asociación fundada en 1642 por el General dela Compañía Vicente Caraffa, y otras muchas, la mayoría de carácter devocional. Po-demos decir seguramente que la dedicación a estos ministerios fue obra de los mu-chos jesuitas miembros de la «»mínima» Compañía silenciosa.» (934) En el silenciode estos hombres está la dificultad de historiar sus actividades, pues ni ellos, ni talvez quienes con ellos convivieron juzgaban que mereciera interés dejar memoria. Secomprendeque el autor parezca excusarse cuando resume: «El capítulo que dedica-mos a las congregaciones femeninas parece hecho a título de inventario…»(940).

En los últimos capítulos (663-931), se da cuenta de la acción social en la Compa-ñía. Son conjunto «a se stante». En una introducción, el autor sitúa la acción socialde los jesuitas en la actividad social de la Iglesia española, vista dentro del mundosocio-político de la España de entonces. Es muy esclarecedor este método de trabajo,pues permite ver y calibrar los orígenes y derroteros que siguió la acción social de lasjesuitas. Como los eclesiásticos de la época, los jesuitas ejercían con abnegación los«ministerios de caridad» con las clases desfavorecidas, pero sin dudar de que el siste-ma de clases establecido no fuese el natural. Incluso en algunos jesuitas se daba una

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preferencia por la alta burguesía. La irrupción de la Internacional dio la primera vozde alarma.

El primer círculo católico de obreros, creado en Alcoy por el P. Pablo Pastells, seinaugura en enero de 1873 para oponerse al avance de la Internacional, «una sectaimpía que utiliza métodos perversos» (688). La acción social de los jesuitas en laRestauración se centra en iniciativas que antes de la disolución del 68 habían desa-rrollado las escuelas dominicales como obras propias. En colaboración con aso-ciaciones católicas de seglares o de otros religiosos, los catecismos, las escuelas po-pulares. La creación de obras sociales para obreros, entre 1875 y 1889, soniniciativas de aisladas de jesuitas. La del P. Antonio Vicent, creación e implantaciónde círculos en el Levante español con apoyo y aprobación de las autoridades diocesa-nas, no fue muy bien aceptada por sus superiores.

La década de 1890-1899, tras la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, produ-jo una efervescencia creativa en el mundo católico europeo. Como correlato salen ala luz las diversas afinidades afectivas de los grupos sociales católicos y sus diferen-tes escuelas de pensamiento social cristiano en relación con los sistemas político-económico-sociales. En España, la Encíclica impulsé el despliegue del catolicismosocial. Dominará en él la corriente reformista, con el rechazo de los métodos revolu-cionarios. Aparecerá la prensa obrera. En la Compañía coincide este momento con laelección del P. Luis Martín como General de la Compañía, en la Congregación Gene-ral celebrada en Loyola en 1892. Recibió en ella el encargo de promover las obras deacción social, pero no lo cumplió hasta 1894 con una circular a los Provinciales deEspaña, recomendando, a petición del Marqués de Comillas, los círculos de obrerosy señalando que era una obra del agrado del Santo Padre. Los jesuitas podían entre-garse así a una actividad que era «propia de la Compañía». Es el momento de la eclo-sión de los círculos obreros y de liderazgo del P. Vicent, su propagador einspirador yorganizador del la peregrinación obrera a Roma, apoyada por un número considera-ble de obispos, recibida con recelo por el General P. Martín por temor de que ahon-dara las divisiones políticas entre católicos. La acogida del Papa la convirtió en unacto de fe católica de los obreros y una muestra de agradecimiento por la encíclicasocial.

El último capítulo expone la actividad social de los jesuitas españoles en los doceprimeros años del siglo XX. Es el período de consolidación y ampliación de las obrasiniciadas en la década anterior, de actuar más de consuno y seleccionar los objetivos.La enseñanza de la juventud obrera alcanza cotas extraordinarias de asistencia y di-versificación educativa. Hay dos centros modelo de esa calidad educativa: El Patro-nato de la Juventud obrera de Valencia, del cuya dirección se encarga la Compañía en1901, y la Escuela de aprendizaje para obreros del ICAI. La revista Razón y Fe,fundada en 1901, ofrecía en sus páginas magisterio social de calidad y la asociacióndel Apostolado de la Prensa atendía al gran público con sus libros y folletos. Es laépoca de la creación de sindicatos, cooperativas, cajas de ahorros. Necesidades nue-vas, como las nacidas del flujo de emigración hacia América inspiran la creación dela Asociación de San Rafael, o las condiciones infrahumanas de las barriadas en las

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grandes ciudades llevaron a la promoción de casas baratas. Fundación singular y em-blemática de obra social asistencial es el Sanatorio de Fontilles para leprosos, obradel P. Carlos Ferris, eficaz ministro de la Palabra, y de D. Joaquín Ballester, el prime-ro que respondió a su llamada en socorro del prójimo en necesidad extrema.

Imponen las casi mil páginas de este tomo III. Es una mirada al interior de unaInstitución que se mueve y actúa en una sociedad determinada, la española entre1868 y1912. Sorprende que no se presente como la pequeña historia doméstica, almargen de la gran historia. Este libro ayuda a avanzar en el conocimiento de estetiempo de la historia de España y saber cómo arrostrar problemas de hoy. Su lecturaserá como un pedagogo y una guía.

Eusebio GIL CORIA

Universidad Pontificia Comillas, Madrid

MARTÍNEZ ESTEBAN, Andrés (Ed.): El Seminario de Madrid. A propósito de un cente-nario, Madrid, Publicaciones de la Facultad de Teología «San Dámaso», 2008,272 pp., ISBN: 978-84-96318-53-3.

Los estudios y contribuciones sobre un elemento tan central en la formación sa-cerdotal como es el seminario son al día de hoy todavía muy escasos. Por ello, el li-bro que se nos presenta constituye una aportación que no debe ser desdeñada en lamedida que aporta luz a un tema donde todavía hay demasiada oscuridad. Lo más cu-rioso es que quizá el único elemento que debería haber sido concebido de otra mane-ra es precisamente el título de la obra. Porque denominar a esta obra «El Seminariode Madrid» puede hacernos pensar que estamos ante un conjunto de estudios sobreuna institución que hace poco ha cumplido un siglo de existencia. Sin embargo,pronto se comprueba que esto no es así. En realidad, ha sido dicho centenario el queha inspirado una obra sobre la Historia del Seminario en España, dando lugar a cincocontribuciones que tratan cinco temas diferentes: o, mejor dicho, cinco etapas distin-tas. En todo caso, hay que agradecer la labor de dirección del joven historiador de laIglesia Andrés Martínez Esteban, quien con este estudio confirma su especializaciónen la etapa que transcurre entre finales del siglo XIX y la II República y contribuyede manera cierta y evidente a la renovación de unos estudios muy necesitados de au-ténticos especialistas.

Señala el propio Martínez Esteban en la introducción del libro que la fundacióndel Seminario de Madrid respondió en su momento a la necesidad de luchar contralos vientos secularizadores que soplaban en aquel momento, y que, cuando ya habíacumplido un cuarto de siglo de vida, la impresión que causó en los visitadores envia-dos por la Santa Sede había sido «excelente». Ciertamente, esta institución ha cono-cido en sus cien años de existencia momentos muy difíciles. Vio primero cómo elelemento religioso iba perdiendo presencia en la sociedad española. Luego sufrió la

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legislación anticlerical de la II República y la persecución religiosa de la Guerra Ci-vil. Se recuperó de manera lenta a lo largo de la etapa posterior, pero no pudo ser aje-no a la crisis desatada por el Concilio Vaticano II. Y, sin embargo, ha llegado en unbuen estado al inicio del siglo XXI, aunque para ello hubo de acometer la moderniza-ción de los estudios que supuso la creación de la Facultad de Teología «San Dáma-so». Por ello, Martínez Esteban ha podido afirmar que el Seminario de Madrid es hoyuna institución «viva».

Pero, ¿dónde se ubica el inicio del modelo de seminario que sigue el creado en1906 en Madrid? Francisco Juan Martínez Rojas inicia el conjunto de estudios quecomponen el conjunto del libro recordando que fue en Trento (concretamente el 15de julio de 1563, a través del decreto Cum adolescentium aetas) donde se decretóque en cada diócesis se erigiese un colegio en el que los candidatos a las órdenes sa-gradas recibieran una educación religiosa y fueran formados en las ciencias eclesiás-ticas que luego habrían de poner en práctica como sacerdotes. Sin embargo, el casode la monarquía hispánica pone de manifiesto que dicho decreto contenía importan-tes lagunas, en el sentido de que no se precisaba si esos centros de formación debíanestar donde se encontraba el ordinario de la diócesis o si, por el contrario, habían deerigirse en el mismo lugar en el que estaban las universidades (cuestión que, comopone de manifiesto el autor, se iría planteando en los diferentes concilios provincia-les). No resulta de extrañar que el primer balance que se hiciera por parte de Romaacerca de la ejecución del decreto Cum adolescentium fuera, según el autor, «negati-va». Y todo ello a pesar de que, como recuerda Martínez Rojas, la predisposición delentonces Rey de España, Felipe II, era muy favorable al establecimiento de los semi-narios que seguían el modelo tridentino. En ese sentido, el autor reconoce la constan-te labor del monarca a favor de la creación de seminarios, algo que no, sin embargo,no tendría continuidad con sus sucesores, cuya «abulia gubernativa» (como lo califi-ca el propio Martínez Rojas) se extendería a la reforma eclesiástica. La conclusión ala que llega el autor es que la fundación de los seminarios conciliares se debió a lolargo de los siglos XVI y XVII más a la iniciativa particular que a la ejecución de unprograma sistemática, programa que, por otra parte, hubiera requerido de numerosasayudas por la trascendencia del proyecto. En todo caso, y tal y como nos adjunta elautor al final de su contribución, en sólo un siglo fueron erigidos una treinta de semi-narios, iniciando el proceso el Seminario de Granada (1564-65) y concluyéndolo elde Sigüenza (1670).

Si son los ss. XVI y XVII los que analiza Martínez Rojas en su estudio, José Ra-món Hernández Figueiredo se centra en el siglo XVIII. Aunque, más que estudiar laerección de los seminarios, lo que hace es profundizar en la formación del clero se-cular en dichos seminarios. Desde esa perspectiva, el autor afirma que la reforma vi-vida por dicha formación entroncaba de lleno con la reforma general que constituíapara España la llegada de los Borbones en 1700, produciéndose una labor coordinadaentre la monarquía y la Iglesia y que tendría su punto de inicio en la bula pontificiaApostolici Ministerii. Así, los primeros seminarios a los que llegaría la reforma se-rían los de Murcia, Huesca, Ávila, Córdoba, Cádiz, Cuenca, Osma y Vich. Una refor-

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ma que sería difícil de aplicar en el sentido de que se utilizaba en exceso a los semi-naristas para la labor de simples acólitos. Como acertadamente recuerda el autor,Trento había sido mucho más ambicioso y por ello exigía que los futuros clérigosfueran formados en las buenas costumbres y en la honestidad, así en entender bien lalengua latina, estar instruidos en el catecismo, saber administrar los sacramentos yconocer algo de oratoria. Así, Hernández Figueiredo se muestra rotundo a la hora deafirmar que el siglo XVIII es el de más sobresaliente renovación de la Iglesia y que lainstitución del seminario se situaba en el centro de dicha renovación. Ello no obstapara que el autor se muestre crítico con la aportación realizada por los Borbones, alos que acusa de impregnar a la Iglesia española de un excesivo «galicanismo» y«jansenismo»: aunque no niega a aquellos monarcas su condición de católicos, eraerrónea su idea de considerar que la Iglesia nacional les pertenecía y que, por tanto,se encontraban en la obligación de dirigirla.

Claro que, como recuerda el autor, para entender la labor llevada a cabo por losBorbones resulta de vital importancia conocer la forma que tenían aquellos obisposde concebir la Iglesia en España. A su juicio, eran prelados caritativos que promo-vían la cultura y la elevación moral y social del pueblo; sostenían los derechos delrey de España en contra de las «intromisiones del Papado»; poseían una elevada ideade su sacerdocio y de sus sacerdotes; y les preocupaba de manera muy evidente eltema de los seminarios pues deseaban sacerdotes lo mejor formado posibles. En esesentido, Hernández Figueiredo se muestra crítica con ellos porque, siempre con sumejor intención, tuvieron la equivocación recurrente de acudir siempre a los diferen-tes monarcas para que éstos solucionaran el problema del seminario y, por tanto,«(…) la corte obraba en los seminarios como en su propia casa». Desde esa perspec-tiva, se desprende una evidente crítica hacia estos obispos por haber querido aprove-charse de la expulsión de los jesuitas para hacerse con los bienes de éstos que se en-contraban dentro de sus diócesis. Por otra parte, resulta muy interesante el apartadoque dedica a la reforma en el tema específico de la formación de los seminaristas.

La persona encargada de coordinar el libro, el ya citado Andrés Martínez Este-ban, es precisamente quien aporta el tercer estudio. Un estudio que se remonta a lafundación misma de la diócesis de Madrid, en 1885, y que se produjo en unas cir-cunstancias de importante decadencia del clero: así, Martínez Esteban afirma de ma-nera contundente que en aquel momento el clero de Madrid «dejaba mucho que de-sear». No obstante, señala el autor, ese clero se encontraba en una situación muyparecida a la del resto del país, lo que Martínez Esteban considera que no era sino re-flejo de la falta de cultura y formación que había en España en aquel momento.

Por otra parte, la diócesis de Madrid-Alcalá sufría las consecuencias de que tradi-cionalmente la capital de la Iglesia española hubiera estado en Toledo, y de que Ma-drid no hubiera sido capital del reino hasta 1561. Como pone de manifiesto la inves-tigación de Martínez Esteban, Madrid era realmente deficitario en muchos aspectos:desde no haber un seminario para la formación de sacerdotes, hasta no existir unauniversidad católica donde poder continuar esa formación. Resulta muy interesante,en relación con ello, el informe que el Nuncio Mariano Rampolla (que estuvo en Es-

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paña entre 1882 y 1887) hizo llegar a Roma, con tanto sentido crítico como proyec-tos que podían y debían llevarse a cabo. A la luz de lo que nos transmite este historia-dor de la Iglesia, parece evidente que el Nuncio italiano consideraba imprescindibleno sólo poner en marcha instituciones de gran solera (como el monasterio de El Es-corial, que fue encomendado a los agustinos tras ser desalojados de él los jerónimoscomo consecuencia de la desamortización), sino llevar a cabo una reforma en todaregla de los distintos seminarios diocesanos.

En el caso de Madrid, no era necesario reformarlo, sino, como decimos, crearlo, y,según Andrés Martínez Esteban, el primer obispo de la diócesis, Narciso Martínez Iz-quierdo, había mostrado desde su llegada a la capital (marzo de 1885) un gran interéspor levantar ese seminario. Pero no sería él, sino José María Salvador y Barrera, Obis-po de Madrid-Alcalá entre 1905 y 1916, quien viera ese seminario convertido en unarealidad. Aunque, como recuerda el autor, la primera piedra había sido puesta el 24 defebrero de 1891, y diez años después (concretamente a mediados de 1901), ya habíanfinalizado las obras de explanación y emplazamiento del edificio en la ubicación quetiene en la actualidad, lo cierto es que la recién creada diócesis hubo de esperar más dedos décadas para tener su seminario. En efecto, el 21 de octubre de 1906 era solemne-mente inaugurado el Seminario de la diócesis de Madrid-Alcalá, inauguración que,por tanto, coincidió con el primer curso académico completo. A partir de aquí, AndrésMartínez Esteban realiza un análisis completo de la manera en que se organizaba di-cho seminario, lo que hace a partir del Reglamento aprobado en 1916. Un reglamentoque él considera muy importante por tres razones fundamentales: en primer lugar,porque fue el primero que tuvo la diócesis (al menos de manera impresa); en segundolugar, porque de él se desprende que el autor de dicho Reglamento (Juan de Zaragüe-ta) quería imprimir un fuerte carácter intelectual a los candidatos al sacerdocio; y entercer lugar, por las muy interesantes notas que contenían en el apartado dedicado a laformación académica. Basado en el pensamiento del Padre Murillo, el Reglamentopromovía el estudio de la filosofía escolástica, la formación bíblica y la acción socialinspirada en las encíclicas de León XIII, todo ello, según Martínez Esteban, dentro deuna gran solidez doctrinal y de una notable precisión científica. Así el Seminariode Madrid podría formar sacerdotes caracterizados por el amor a la verdad y por la to-lerancia cristiana ante los ataques recibidos contra la doctrina.

El siguiente estudio, que corre a cargo del también Profesor de la Facultad deTeología «San Dámaso» Nicolás Álvarez de las Asturias, tiene un subtítulo franca-mente apropiado: «apuntes para una historia por hacer». En efecto, Álvarez de lasAsturias no pretende ofrecer una contribución sistemática sobre lo que fue el Semi-nario de Madrid durante la II República, sino establecer unas bases teóricas y una se-rie de consideraciones que deben ser tenidas en cuenta por quien finalmente abordeel tema. Desde esa perspectiva, Álvarez de las Asturias afirma que la existencia de unnuevo régimen político que pronto demostró ser bastante poco afecto a la Iglesia tuvotres consecuencias fundamentales en lo que se refiere a la vida en los seminarios (nosólo al caso de Madrid): una legislación que les llevó a la penuria económica; una re-novación de la vida espiritual de algunos seminarios como consecuencia de la disolu-

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ción de la Compañía de Jesús; y una fuerte caída en el alumnado en virtud de la crea-ción de un clima de franca hostilidad hacia lo religioso. Desde esa perspectiva, labreve contribución de Álvarez de las Asturias nos permite, si no conocer en profundi-dad qué sucedió en relación al Seminario de Madrid durante los tiempos de la II Re-pública e incluso la Guerra Civil, sí percibir el clima tan complejo en el que hubo dedesarrollarse las vocaciones de estos religiosos. A pesar de ello, el Informe de la Visi-ta apostólica que llevaron a cabo los sacerdotes Jesús Mérida, Marcelino Olaechea ySegundo Espeso (recordemos que los dos primeros llegarían a obispos) fue franca-mente elogioso con el centro formativo de la diócesis de Madrid-Alcalá del que,como recoge el autor, dijeron: «No es probable que haya en España otro Seminariomejor organizado». Lo que ha llevado a Álvarez de las Asturias a considerar el Semi-nario de Madrid como una especie de «oasis» en medio de la grave crisis de los se-minarios españoles. Un seminario que, por cierto, perdería a dieciocho de sus miem-bros durante la Guerra Civil, en una historia que, como muy acertadamente haseñalado el autor, está todavía por hacer.

Cierra el libro la contribución de Joaquín Martín Abad, Vicario Episcopal para laVida Consagrada de la ahora archidiócesis de Madrid. Considera este especialistaque ha habido mayor evolución en los seminarios diocesanos de la Iglesia en Españaen los últimos cuarenta años que en los cuatro siglos anteriores (es decir, el tiempotranscurrido entre el Concilio de Trento y el Concilio Vaticano II). Así, Martín Abadafirma que la recepción en España de las disposiciones del Vaticano II fue, en el casode los seminarios, «(…) buena y rápida en su teoría pero más lenta y costosa en suaplicación práctica, pues coincidió con un tiempo convulso en muchos aspectos de lavida eclesial y, por tanto, todavía más en sacerdote y seminarios». De hecho, en sólocuatro décadas la Conferencia Episcopal aprobaría hasta cuatro planes de formaciónpara los seminarios mayores (1968, 1978, 1986 y 1996) y dos para los seminariosmenores (1978 y 1991). Así, el primer plan de seminarios mayores, supervisado di-rectamente por el entonces Arzobispo de Valencia Marcelino Olaechea, tenía comoobjetivos que los seminaristas no perdieran la relación con su obispo diocesano; quese preparara a los futuros sacerdotes para vivir en pueblos tras haber vivido, en mu-chos casos, en la ciudad; que no hubiera un exceso de formación científica que pu-diera conllevar una falta de atención hacia otros campos; y que se pudieran paliar losefectos de que los seminaristas pudieran residir tanto tiempo fuera de sus respectivasdiócesis.

Mientras, el plan de 1978 insistía en la formación del pastor como lo fundamentaldentro de la acción educativa del seminario; consideraba fundamental el que la per-sona, antes de acceder al sacerdocio, hubiera experimentado un auténtico proceso demaduración; y abogaba por una relación muy directa de la vida del seminario con lavida de la propia diócesis. En lo que se refiere al plan de 1986, Martín Abad recuerdaacertadamente que éste había sido gestado en un momento de gran recuperación enla vida del seminario: si en 1979 había 1.505 seminaristas mayores en España,en1986 la cifra había aumentado hasta los 2.092. De ahí que no propusiera grandescambios con respecto al plan de 1978, siendo, según Martín Abad, la gran novedad el

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hecho de trabajarse la dimensión comunitaria del sacerdote, además de aportar unplan de estudios que, a juicio del autor, ha contribuido a una homologación de los es-tudios en los diferentes centros y a su reconocimiento por parte del Estado (parecebastante evidente que Martín Abad se muestra muy elogioso con este plan, del queconsidera que ha tenido una gran proyección posterior). Finalmente, el autor lleva acabo un estudio muy detallado del plan de 1996, del que analiza sus aspectos másdestacados: la formación para el ministerio presbiteral, la finalidad y dimensiones dedicha formación, el proceso educativo, los educadores, los estudios eclesiásticos, etc.

El autor de esta última contribución sobre el tema del seminario también analizalos dos planes de formación cuyo objeto era la institución del seminario menor. Ins-titución que, por cierto, considera todavía «importante, y en muchas diócesis im-prescindible» para que de ellas hayan salido y sigan saliendo candidatos para el se-minario mayor. Y eso que éste ha vivido épocas más destacadas, como la delinmediato Posconcilio, donde el número de seminaristas menores doblaba o tripli-caba al de seminaristas mayores, ya que el camino normal era pasar al seminariomayor después de haber estudiado en el seminario menor. Sin embargo, el paso delos años había llevado a la conversión de muchos seminarios en colegios que, enmuchos casos, habían incluso cerrado su internado, lo que, sin embargo, no supusoel fin del seminario menor, que siguió siendo de gran importancia en las diócesis ru-rales. En todo caso, este proceso de evidente cambio había llevado a que la Confe-rencia Episcopal decidiera poner en marcha, en el año 1978, un plan de formaciónespecífico para el seminario menor, lo que, según el autor, constituía todo un «hito»en los planes de formación de los seminarios menores dentro del continente europeo(ni siquiera Italia lo tenía).

Dicho plan describía a los seminarios menores como instituciones educativaspara la básica formación cristiana de sus alumnos, al tiempo que debían promover unprogresivo discernimiento, selección y desarrollo de la vocación sacerdotal. Treceaños después, en 1991, se aprobaba el segundo y último plan de formación para losseminarios menores, plan que, según Joaquín Martín Abad, es «totalmente nuevo ensu concepción y en su redacción». Producto de una larga gestación (se habían inicia-do las consultas en 1983), sus fines eran parecidos a los del plan de 1978: proporcio-nar la formación a quienes mostraran indicios de vocación; acompañarles con losmedios adecuados para el crecimiento humano, cristiano y vocacional; ayudarles aque llevaran a cabo un discernimiento progresivo de lo que su vocación suponía; y,en definitiva, formar jóvenes que fueran realmente los aspirantes al sacerdocio y, portanto, miembros en el futuro del seminario mayor.

Joaquín Martín Abad concluye su estudio con una breve reflexión sobre lo quepueden y deben ser los seminarios del siglo XXI en el que ya nos encontramos in-mersos. En ese sentido, parece claro que aboga por la tradición, es decir, que la for-mación en ellos se haga con los mismos principios de «siempre»: cada seminariodebe funcionar como «(…) familias cristianas y escuelas sacerdotales que configurena los futuros pastores quienes, siguiendo al Señor, han de preceder en santidad a loshermanos de la comunidad eclesial, a quienes cuidan, para que nuestra propia gene-

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ración evangelice a la suya y a la siguiente. Dios es Señor de la historia y por tantotambién del porvenir de los seminarios y de los que en ellos forman y se forman».

Pablo MARTÍN DE SANTA OLALLA SALUDES

Doctor en Historia, UAM

SEMERIA, Giovanni: Anni terribili. Memorie inedite di un «modernista» ortodosso(1903-1913), a cura di Antonio Gentili e Annibale Zambarbieri, Cinisello Balsa-mo (Milano), Edizioni San Paolo, 2008, 353 pp. ISBN: 978-88-215-6181-8.

El 22 de marzo del 2006 apareció en L’Osservatore Romano una reseña biográfi-ca del P. Semeria. Había elegido estar junto a los soldados en las trincheras. Le lla-maban el «P. Semprevia». Les buscaban y se quedaba con ellos. Al acabar la guerra,cumplió la promesa hecha a quienes asistió en su agonía: cuidaría de sus huérfanos.Bue a buscarlos y se quedó a su lado. Murió en el orfanato de Sparanise, cerca de Ca-serta, el 15 de marzo de 1931. Servirlos le hizo humilde y sabio. Nada le costó enton-ces reconocer sus «disagiati sentieri». Vivía ya convencido de que todo había tenidosentido. Había colmado sus jornadas sirviendo a Dios, confiando en Él y sufriendo,porque amaba la libertad y la verdad. Esa fue su pasión. Con los amigos que le fue-ron fieles, alcanzó la certeza de que quien hace el bien no se equivoca (52-56).

Estas memorias recogen lo que fueron para Semeria los años de la crisis moder-nista. Es otra forma de entrar en un aspecto crucial de ella: la conducta de quienes laprovocaron, la sufrieron y la que cada uno siguió en los años posteriores a la muertede Pío X. Esta historia «microscópica», escrita con la sencilla elocuencia de las co-sas, con una radical simpatía hacia la vida, la razón de la vida, recupera una dimen-sión historiográfica, la que atiende al relato, en este caso, al relato hecho por quien haparticipado en la historia. El de Semeria fue una apuesta por la felicidad de sus seme-jantes. En esa dirección creía que marchaba siempre el mundo, incluso en los «anniterribili», según la expresión de von Hügel (20, 79-80). Por eso escribe. Quiere quesea su última predicación cuaresmal. Desea refugiarse en sus lectores «con tanto ar-dore di speranza» (263). Los recuerdos que editó en vida eran para que los buenositalianos pudiera ofrecer su ayuda «per gli orfani» (49)

En 1989, el P. Pagano, barnabita también como Semeria, hizo un extenso estudio yun elenco exhaustivo de las huellas del «caso Semeria»en el Archivo Secreto Vaticano

Semeria fija en 1906 el momento en que Pío X emprende «»la gran via comune».Lo hicieron antes sus predecesores. Pío IX en 1849. León XIII, en 1887. Era un ca-mino «de reacción furiosa y ciega», que atropelló a este religioso. De él dijo GeorgesGoyau en 1893: representa en Italia el espíritu de su orden: era liberal y estaba por laconciliación de la Santa Sede con la Italia unida. Sabía Semeria en esta época que enItalia los que, como él, amaban el estudio y la ciencia estaban desprotegidos. Eran

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sospechosos. Lo era él, por estar, incansablemente, presente en todos los ámbitos dela cultura afectados por la crisis esos años.

De los casos de conciencia que hubo de enfrentar, se encuentran en estas páginasdos: el juramento anti-modernista y la aceptación de su exilio a Bruselas. En el pri-mero, logró que Pío X atendiera sus razones. En el segundo, acertó a ver en él una si-tuación normal para quien ha prometido libremente obediencia a quien podía «desti-narlo» desde Génova a ese sitio (10 y 25). Superó estas dos pruebas. La clave fue suconvicción de que era posible vivir sin ser ni esclavos ni rebeldes, sino libres. El fu-turo brota no sólo de quienes hablan y anuncian, sino de quienes dan testimonio, sin«guardarse» su vida para el presente. Los mártires la arriesgan. Una vida escondida,como semilla en tierra, a su debido tiempo alumbrará a quienes están por nacer, lasgeneraciones futuras (20-23). Por eso ni juró antes de dejar a salvo su conciencia nise resistió a salir de Génova, porque hacerlo era un deber de conciencia (25).

Fue vetado su nombramiento como rector del Colegio Carlo Alberto, en Monca-lieri, cerca de Turín. Conoció así la mezquindad de las pasiones. Sufrirlas como unobstáculo en lo que parece un camino hacia el prestigio, fue para Semeria su rito depasaje. Había dejado de ser ingenuo. En este contexto habla de esa historia interior,la microscópica, allí donde cada uno sabe sus razones, sus fines y los recursos quetiene para seguir creyendo en ellos (77-78).

Gentili y Zambarbieri apuntan las ausencias en estas memorias (22). Las presen-cia, son extensas. Está Rosmini (132-142). Están los jesuitas, al menos aquellos afec-tados de «exclusivismo y de espíritu reaccionario» (81). Murri le hizo presentir en1909 la posibilidad de una democracia más cristiana o de un cristianismo democráti-camente renovado (266). Louis Duchesne aparece, en una paráfrasis de la genealogíade Jesús, según San Mateo, como el primer eslabón, junto a Paul Martin, de una ca-dena que va desde la crítica histórica, a la crítica bíblica, y de esta, a la crítica textual,aplicada como crítica histórico-literario, primero al Antiguo Testamento y luego alNuevo. Los dos profesores del Instituto Católico están en el origen de Lagrange, vonHügel y Loisy. Había sabido éste aprovechar lo logrado por la crítica alemana de laBiblia y la superó. Había «servido a la verdad en nuestro tiempo con la mayor leal-tad». Había sido víctima de las pasiones. Un día se le hará justicia, anuncia en el oto-ño de 1909, cuando Loisy ya era «excommunicatus vitandus» (168-169 y 268-269).

Frederich von Hügel, un nombre casi sagrado, venerable, fue para Giovanni Se-meria, un ser casi perfecto. Tenía todas las cualidades, todas ellas equilibrándose.Las tensiones inherentes a la experiencia humana y religiosa hallaban en él su lugarjusto. Lo tenía como un santo. Era una señal para la Iglesia. Lo colocaba en parangóncon San Agustín, Santo Tomás de Aquino. Bossuet, Fenelon y Rosmini. Era un místi-co, una persona de oración. Sabía gozar de la vida y vivirla en adoración al Dios da-dor de la vida y gozo pleno. Tuvo la pasión por ayudar a los otros. El perfil de vonHügel es uno de los trozos del diario en el que se palpa esa escritura de Giovanni Se-meria, tan marcada por sus dotes oratorias, como señalan los editores (275-283).

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Geremia Bonomelli, obispo de Cremona, fue su otro gran amigo. Deseaba Gio-vanni Semeria, casi en el límite de lo razonable, que el tiempo, «los tiempos nue-vos» de los que hablaba el obispo en su pastoral de 1906, le hicieran justicia, por elbien de la Iglesia. Llegará la hora de que su unidad encontrará su pilar en la libertad.Esa Iglesia, viva y espiritualmente fuerte, podrá acoger lo bueno que hay fuera deella. En la condena del obispo de Cremona, por encima «del cristianismo jurídico»,sentía el vigor del cristianismos ético, evangélico.

Estuvo al lado de Fogazzaro, de Gallarati Scotti, de la gente de Il Rinnovamento(186-188). Eran sus amigos. Arriesgó por ellos. Ante Pío X, en una audiencia llenade cordialidad, citó a Tácito: «amo melius periculosam libertatem quam quietum ser-vitium» (106-108)

Esto nos conduce a las relaciones de Giovanni Semeria con los Papas. Agradecíaa León XIII el haber enseñado una «concepción generosa» de las relaciones entreIglesia y sociedad, entre fe y realidad humana. Más tarde, cuando también León XIIIinició la «gran via comune», en 1887, se negó a aceptar su negativa a la conciliacióncon Italia. Excusó sus posibles errores, porque «neanche i papi possono far vivi eottenere morti tutto quello che vogliono». Se pronunció a favor de él, al hablar de laProvidentissimus Deus. En esta encíclica defendió principios, pero no organizó una«polizia personale», en clara alusión a lo que sucedió con Pío X (89, 238, 234 y 247)

El Papa Sarto le impresionó cuando lo recibió en audiencia el 27 de febrero de1906. Lo sedujo con su bondad. Guardó ese recuerdo muchos años. (106-108 y 114-117) Se produjo entonces el cambio. Abandonó Pío X sus «ideas personales y am-plias» e ingresó como sus predecesores en la «gran via comune» (143). El acta públi-ca de este giro, fue la Pascendi Dominici Gregis. La encíclica del 8 de septiembre de1907 «colpiva senza utilità gli errori e lasciava i problema insoluti». Las verdadesque reafirmaba podrían ser aceptadas y condenados los errores, y continuar siendomodernista, es decir, teniendo conciencia de los problemas nuevos que se planteabana la fe y a la Iglesia.

En esa ocasión, se apartó Semeria de los que creían que la obediencia era servi-dumbre y la libertad rebelión. Le gustaron el silencio de sus amigos von Hügel yLoisy y las razones de Salvatore Minocchi. (175-209). En sus memorias posterioreshay un tono distinto. Se mantiene, sin embargo, su posición intelectual: el Papa habíadistorsionado la aventura intelectual de los modernistas, atribuyéndoles como puntode partida una filosofía y creyendo que la reafirmación del «objetivismo» dejaba re-suelta la cuestión(216-218).

Lo sucedido en «los años terribles» no fue obra exclusiva del papa. Como Galla-rati Scotti, en su biografía de Antonio Fogazzaro, también Giovanni Semeria respon-sabiliza a quienes desvirtuaron el modernismo y a los que lo abandonaron en buscade posiciones más cómodas. (319-332). Las razones y el contexto del proceso del P.Semeria aparecieron en las memorias que editó en vida (45-50).

La documentación de Umberto Benigni, depositada en el Archivo Secreto Vatica-no, parece confirmar la decepción de Giovanni Semeria ante el Papa, de la que deja

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constancia en las páginas escritas en Viena en la cuaresma de 1908. Alguna historiasobre la poca sinceridad con que Pío X actuaba, cubriéndose en las decisiones de losobispos, eran «una brutta istoria, ma istoria documentata» (200-206).

Incluso en medio de la crisis tuvo la serenidad de distinguir entre la lógica de losactos del Papa, incluida la Pascendi Dominici Gregis, y una tradición con anchurasuficiente para acoger dentro de ella a los disidentes. Se lo comentó a Paul Sabatier alos pocos días de aparecer la encíclica (42). En ese horizonte trata de la escolástica ydel tomismo (172 y 186) de la tesis y la hipótesis (116), del método crítico 83, 168-175), de fe y libertad (155) del clericalismo (122) y del fariseísmo (80)

El lector va encontrar la actitud y la opinión de Semeria ante modernistas y anti-modernistas, ante la política en Italia, la relación de la Santa Sede con ella y ante elsocialismo (21, 230, 101-104, 265 y 230-231).

Para entender su «evolución» hay que situarse en la paz que disfrutó incluso enlos malos tiempos. Sabía que a todos acompaña «la parcialidad». El error está en ol-vidarse de que va con nosotros. No poseía la verdad. La buscaba con espíritu libre.Esta es «la chiave di volta del pensiero e in definitiva della vita del padre Semeria»(28).

¿Cómo entender sus opciones en las encrucijadas en que se halló? Se sintió siem-pre dentro de la gran tradición de la Iglesia. ¿Por qué iba abandonarla, plegándoseante quienes designa como «gli attuali dominatori della Chiesa»? No les hizo el jue-go. Supo salvar su conciencia cuando, en «uno degli atti più despotici di Pio X», eljuramento antimodernista, supo hallar una salida que lo salvó de tener que elegircontra la libertad (290-201). Cuando narra su estancia en Montecassino en octubrede 1906 revela otra clave: vivir poniendo a los demás arriba, como Dom Desiderio, elmonje benedictino que conoció esos días (145).

No se marchó fuera, no abandonó, porque «in silentio» podía trabajar en la reno-vación de la Iglesia. Sufrir en ella y por ella no le expulsaba, sino que lo colocaba ensu centro: la causa de Jesús. Creía estar «pronto a tutto e Dio mi aiuterà», decía (249-251). ¿Qué le importaba no estar allí donde le era imposible ver «spiritus Dei»? Nose hallaba éste en la falta de sinceridad, en el engreimiento de quienes deciden sobrelo que no saben. Entre los que no buscan la verdad, porque creen poseerla y poderlausar contra quienes consideran sus subordinados (262)

Gentili y Zambarbieri testifican que este silencio fue elocuente para quienes loconocieron. En sus Lettere da casa Montale (1908-1938), Mariana Montale que co-noció a Giovanni Semeria, escribe: en la crisis fue «mansueto, umile e grande… Ionon ho mai visto un prete così santo; è tutto penetrato dello spirito evangelico di ca-rità e di bontà» (39-40). Así lo vieron en las trincheras. La via del «P. Semprevia»,cada vez menos grande», fue una vía de luz. Ella le permitió ver ya, en marzo de1906, en el cardenal Francica Nava di Bontifé, el arzobispo de Nápoles, una figuragrande, porque, por encima de todo, estaba cerca de los acogidos en el Hospicio delSagrado Corazón. Lo demás no era sino «un adattamento forse necessario alla picco-lezza nostra comune» (118).

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Los editores, en su introducción y en sus notas hacen un excelente trabajo. No esuna sorpresa para quienes iniciaron su estudio de Semeria hace más de treinta años.Quienes lo conocen encontrarán aquí recogidos muchos de sus resultados.

Cristóbal ROBLES MUÑOZ

Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, Madrid

LAZCANO, Rafael: Historia de la Conferencia Española de Religiosos (CONFER),nacional, regional, diocesana (1953-2003). La vida religiosa en España, Madrid:Intercongregaciones.com, 2007, XV + 836 páginas, ISBN: 978-84-612-0212-6.

Otra valiosa publicación del profesor Rafael Lazcano, con el mérito añadido deser pionera en la materia. Hace un tiempo, el autor había asumido el compromisode elaborar una historia de este organismo religioso, para conmemorar sus primeroscincuenta años de existencia. Había completado su labor en el plazo prefijado, pero,por causas totalmente ajenas a él, la obra no fue publicada en el momento oportuno.Su tenacidad, sin embargo, ha hecho que haya salido a luz, felizmente, a finales de2007 –el colofón lleva la fecha del 15 de noviembre, festividad de San Alberto Mag-no–. La impresión ha corrido a cargo de la prestigiosa imprenta Taravilla de la villade Madrid, a expensas de la editorial Intercongregaciones.com.

La elaboración de esta voluminosa obra está basada en un ingente material informa-tivo de primera mano recabado básicamente del Archivo General de la Conferencia Es-pañola de Religiosos, situado en su sede central de la capital de España. Lo ha comple-tado con el recogido en otros archivos y bibliotecas de corporaciones, miembros deesta institución, cuya historia se relata en más de setecientas páginas de apretada letra.

De esas fuentes da cumplida cuenta en una extensa relación de cuarenta y nuevepáginas, desde la 741 a la 789, distribuida en tres secciones –fuentes inéditas, impre-sas y bibliografía–. La primera sección, subdividida en 20 apartados, se lleva la partedel león con cuarenta páginas y media. Las restantes se las reparten, casi a partesiguales, las otras dos secciones.

Un ingente material archivístico, hasta ahora inexplorado, que el autor, despuésde una paciente labor de recopilación, de ordenamiento y de síntesis, ha sabido redu-cir a una historia coherente de hechos concatenados en un período de tiempo, que al-canza el medio siglo.

Si laboriosa ha sido la tarea de poner orden en los enmarañados acontecimientos,que conforman la trayectoria histórica de una institución como la CONFER, encar-gada de orientar la marcha del complejo mundo de Órdenes e institutos religiososexistentes en España, de coordinar su multiforme quehacer, y de representarlos antela sociedad y los organismos de gobierno tanto públicos como eclesiásticos, no me-nos laboriosa ha resultado la gestación para contar con una historia de la misma.

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La idea de dar a conocer al gran público los orígenes y el desarrollo de la susodi-cha institución empezó a barajarse en el seno de su junta directiva a raíz de cumplir25 años de vida. Algún tiempo después, hacia 1987, se encomendó la tarea al que ha-bía sido muchos años director del Departamento de Formación, el escolapio Clemen-te Domeño Lerga. Misión que no pudo llevar a cabo por causas de fuerza mayor. Alaproximarse la fecha de cumplir 50 años de incasable brega, la necesidad de contarcon un instrumento informativo, que diera a conocer al conjunto de la sociedad lasactividades y los objetivos de la CONFER, se hizo perentoria. Finalmente, la elec-ción recayó sobre la persona más adecuada para emprender tamaña empresa.

Historiador tenaz y metódico asumió el compromiso y puso manos a la obra de ma-nejar miles y miles de documentos de archivo. Dotes de las que Rafael Lazcano habíadado cumplidas pruebas en varias obras anteriores de igual o superior envergadura. Porejemplo, actualmente está embarcado en una de las empresas editoriales de mayor em-peño en el mundo de la cultura española. Desde el año 2000 lleva entre manos una edi-ción modernizada de la España Sagrada del P. Enrique Flórez y sus continuadores.Una obra en 54 volúmenes, que muy bien puede considerarse la obra erudita de másaliento en la España de la Ilustración. Ya lleva editados, a fecha de mayo de 2008, losveintiocho primeros tomos, a un ritmo de tres por año. Es también autor de una serie delibros de referencia, repertorios bibliográficos, muy apreciados por los investigadores,a los que ahorran muchas horas de trabajo: Bibliographia Missionalia Augustiniana.América Latina (1533-1993) (Madrid: Editorial Revista Agustiniana, 1993); Fray Luisde León. Bibliografía (Madrid: Editorial Revista Agustiniana, 1994, en su 2ª edición);Benito Arias Montano. Ensayo bibliográfico (Madrid: Revista Agustiniana, 2001); Re-pertorio bibliográfico de Xavier Zubiri (Washington, DC, 2006); Bibliografía de SanAgustín en lengua española (1502-2006) (Guadarrama /Madrid: Editorial RevistaAgustiniana, 2007). En su haber se cuenta, igualmente, con ensayos biográficos sobrefiguras españolas del Siglo de Oro, como fray Alonso de Veracruz y fray Luis de León;y con la edición de obras colectivas, como Conventos Agustinos (Roma: InstitutumHistoricum Augustinianum, 1998, 2 vols.), o la Iconografía Agustiniana (Roma: Ins-titutum Historicum Augustinianum, 2001), Actas, respectivamente, del X y XI Congre-so Internacional de Historia de la Orden de San Agustín. Añádanse varias obras más desimilares características y numerosos artículos en revistas científicas, españolas y ex-tranjeras, y se podrá tener una idea del perfil de estudioso y trabajador incansable delautor de la obra, que ahora ocupa nuestra atención.

En ella, el profesor Lazcano se ha propuesto ofrecer a los lectores una respuestaal qué, al porqué y al para qué de la CONFER. Como buen historiador que es, R.Lazcano sabe que toda institución humana, al igual que cualquier suceso histórico,tiene sus antecedentes, que conviene conocer, si se quiere tener una idea cabal de lamisma. En este caso, los busca y encuentra en los convulsos años treinta del si-glo XX español. Más concretamente, en la fase inicial de la Segunda República. Fuea raíz de los difíciles tiempos que le tocó vivir a la Iglesia española a partir de los luc-tuosos sucesos del 11 de mayo de 1931, con el asalto, saqueo y quema de templos,conventos, seminarios y sedes de asociaciones católicas. Tuvieron su continuación en

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una serie de leyes de carácter anticlerical: disolución de la Compañía de Jesús, enerode 1932; ley de Confesiones y Congregaciones religiosas, mayo del año siguiente.Ante esta situación de incertidumbre e inseguridad se hizo evidente la convenienciade contar con organismos comunes, que permitieran afrontar, unidos, los múltiplesproblemas legales, que planteaba a las comunidades religiosas la legislación antiecle-siástica del régimen republicano.

El resultado fue la creación, en 1933, del Secretariado de Institutos ReligiososEspañoles, el SIRE. No se limitó a atender a las cuestiones legales derivadas de la en-trada en vigor, el 2 de junio de 1933, de la Ley de Confesiones y Congregaciones Re-ligiosas. Sirvió también para orientar sobre la vía a seguir en aquellas circunstanciashistóricas de ataques indiscriminados y de persecución, y sobre la gestión de los ins-titutos religiosos. Contó con un órgano de expresión oficial, el Boletín Oficial delSIRE, que se publicó periódicamente entre 1934 y 1936. En sus páginas queda cons-tancia de la notable sensibilidad social, de la que hicieron gala los dirigentes religio-sos del momento. En uno de sus primeros boletines, el Nº. 3 de 1934, la Junta Direc-tiva del SIRE hace una llamada de atención sobre el gravísimo problema del paro,que aquejaba al sistema productivo español, y sus consecuencias sociales: «No pode-mos los religiosos permanecer extraños a la enorme crisis de trabajo y de miseria queaqueja a tantas gentes, lo mismo en las grandes que en las pequeñas poblaciones».

¿Tuvo esta organización religiosa continuidad una vez concluida la guerra civil?Es lo que parece desprenderse de una noticia contenida en la pág. 22, donde el autorrelata que, constituido en 1940 el Consejo Superior de Misiones, como órgano asesordel Ministerio de Asuntos Exteriores, el Estado español lo entregó al SIRE. Lo mis-mo podría decirse de la FAE, Federación de Amigos de la Enseñanza. Este CSM esotro de los antecedentes estudiados en el presente capítulo. Nació en el año inmedia-tamente posterior a la conclusión de la guerra civil, en pleno período del llamado na-cional catolicismo.

A este primer capítulo siguen otros veinticuatro. Por todos ellos desfila una rica yvariada información sobre múltiples aspectos de la CONFER. Naturalmente, co-mienza con la creación de este organismo destinado a promover la renovación y mo-dernización de la vida religiosa en España. El autor destaca que tiene lugar justo enel momento de la apertura del régimen franquista y de la sociedad española al mundoexterior. Fue a raíz de producirse el concordato con la Santa Sede, con fecha del 27de agosto de 1953, y la firma de los acuerdos con los Estados Unidos, al mes si-guiente. El proceso culmina un 8 de diciembre del mismo año, cuando la SagradaCongregación para los Religiosos le otorgaba personalidad jurídica canónica con elcorrespondiente decreto de fundación. No tardará en tener también carácter públicoal ser reconocida por el Gobierno español con fecha del 20 de abril de 1955. Nacíacon carácter bicéfalo, con una sección masculina y otra femenina.

Nos expone, luego, la regulación jurídica de la CONFER, en su triple modalidad–masculina, femenina y unificada– tanto interna, estatutos, como externa, en relacióncon instancias superiores de orden eclesiástico y civil. Específica sus objetivos, detallalos miembros institucionales, que la integran, e indica su registro en el Ministerio de

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Justicia. Su curiosidad se extiende incluso a ocuparse de las distintas sedes sociales ocu-padas y de los logotipos utilizados, siempre en la triple conformación señalada. A conti-nuación, nos da a conocer, con minuciosidad, el organigrama de dirección y de gestión,con una extensa relación de las asambleas generales celebradas, sea de la CONFERmasculina, de la femenina, o de la conjunta. Ésta última a partir de 1994. En otro capítu-lo posterior, ofrece una breve semblanza biográfica de las personas, que sucesivamentelas han presidido, y de los secretarios y secretarias generales de las mismas.

Un buen número de capítulos está dedicado a relatar, con detenimiento, las activi-dades desarrolladas por esta institución eclesial en múltiples campos: el apostolado yla pastoral de la palabra, con especial referencia a la cooperación con los obispos y elclero secular; la acción misionera o «evangelización ad gentes», como encabeza unode los capítulos; la preocupación por la formación integral de los religiosos y religio-sas, y el fomento de los estudios; atención a las comunidades de vida contemplativa;el cuidado en la conservación y promoción del patrimonio histórico y cultural; los es-fuerzos para estar presentes en los medios de información y comunicación. Prestaatención particular a las actividades sociales, sobre todo las de carácter asistencial ysanitario en beneficio de los pobres, los ancianos, los enfermos, los drogodependien-tes, los inmigrantes y las personas con minusvalías físicas y psíquicas. En este terre-no, no tiene reparos en afirmar sin ambages que la mayor parte de las iniciativas so-ciales las han desplegado los religiosos y religiosas, especialmente éstas últimas.También resalta la organización de los servicios asistenciales, seguridad social, pres-taciones médicas y jubilación, para religiosos y religiosas. Pone especial énfasis en elservicio médico-psicológico y en el asesoramiento jurídico y técnico administrativo.Se ocupa, igualmente, de la administración y gestión de bienes y servicios, y de sulabor estadística, para radiografiar, con el lenguaje elocuente de los números, la reali-dad de la vida religiosa en España.

Dedica dos amplios capítulos a la descentralización de la CONFER, con la creaciónde delegaciones regionales y diocesanas. Y, por supuesto, un capítulo a las relaciones ycolaboración con Confederaciones similares de diferentes países, y con otros organis-mos supranacionales dedicados a la vida religiosa. En este campo, a mi entender, untanto apasionado por situar los acontecimientos históricos de nuestro país en un con-texto internacional más amplio, quizás no hubiera sobrado insistir sobre el papel dina-mizador, que ejerció sobre el movimiento renovador de los religiosos/as en España lacelebración del congreso internacional del estado de perfección, que tuvo lugar enRoma, en el año 1950, con ocasión del Año Santo. Lo reconocía el que fuera primerpresidente de la CONFER, el dominico Aniceto Fernández en la sesión inaugural delCongreso Nacional de Perfección y Apostolado, celebrado en Madrid entre el 23 deseptiembre y el 3 de octubre de 1956: «Debemos destacar que este Congreso obedece aese movimiento consolador hacia la renovación adaptada o actualizada de la vida deperfección que ha prendido vigorosamente en las almas consagradas, principalmente apartir del Congreso celebrado en Roma el año 1950» (Congreso, I, p. 3). Si bien escierto que, dispersas aquí y allá, se encuentran referencias a este importante aconteci-miento para el «aggiornamento» de las instituciones de vida consagrada.

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Al final, tres apéndices vienen a enriquecer aún más la información proporcionadapor el autor a lo largo de tantas páginas de texto. El primero contiene la relación de lasAsambleas Generales de la CONFER, con indicación del número ordinal, de las fe-chas, del año y del lugar de celebración. El segundo da la lista de presidentes/as, secre-tarios/as generales y administradores de dicho organismo, con indicación del tiempoque ejercieron los respectivos cargos. Por último, ofrece un listado, realmente útil delas Órdenes, Congregaciones e Institutos religiosos, donde hace constar el título oficial,las siglas, el carácter masculino o femenino, el nombre del fundador/a, el año de funda-ción, el lugar y el país. Dos índices, uno temático y el otro onomástico, facilitan la bús-queda del tema o del personaje elegidos. El aparato crítico se completa con una rela-ción inicial de siglas y abreviaturas, con 31 tablas estadísticas, 2657 notas y las yacomentadas referencias documentales y bibliográficas. El libro cuenta con un prólogo,donde el abad del monasterio benedictino de Silos, Dom Clemente Serna González,presenta una breve pero enjundiosa visión teológica de la vida religiosa.

Como puede verse por esta apretada síntesis del contenido del libro, éste ofrece alos lectores y estudiosos una mina inagotable de datos, noticias y valoraciones sobrecómo se ha desarrollado el mundo de los religiosos y religiosas en España durante unlargo período de su historia. Es, pues, una obra de obligada consulta para cuantos seinteresen por conocer la trayectoria histórica de esta parcela de la Iglesia española enlos últimos cincuenta años. Constituye una excelente base de partida, para que inves-tigadores o doctorandos puedan emprender estudios monográficos o sectoriales.

Con esta obra, su autor ha querido poner de relieve el papel desempeñado por laCONFER en la renovación espiritual de las instituciones religiosas asentadas en Espa-ña, situándolo en el contexto general de una sociedad, de una Iglesia y de una vida reli-giosa en constante evolución y cambio. Lo ha hecho con rigor metodológico y sentidocrítico, sin rehuir cuestiones polémicas, aspectos comprometidos como tensiones yconflictos internos, o simples fallos humanos. En este sentido, destacaría los capítu-los III y XIII, donde aborda la problemática de la vida religiosa en un mundo globaliza-do y los interrogantes suscitados por la crisis de las vocaciones a la vida consagrada.

Luis ÁLVAREZ GUTIÉRREZ

Emérito del Instituto de Historia, CSIC, Madrid

DE MEER LECHA-MARZO, Fernando: Antonio Garrigues Embajador ante Pablo VI.Un hombre de concordia en la tormenta (1964-1972), Thomson Aranzadi, CizurMenor 2007, 389 pp., ISBN 978-84-8355-370-1

La prestigiosa editorial Thomson, especializada en ciencias jurídicas, nos ofreceuna impecable edición de un libro de historia española contemporánea, que entra enuno de los períodos más significativos de España y de la Iglesia: el pontificado de Pa-blo VI visto a través de del embajador Garrigues, cuya vinculación con el mundo del

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derecho justifica la presencia de un texto histórico en The Global Law Collection. Ellibro del prof. Fernando de Meer, conocido desde hace mucho por su estudio sobrelos aspectos religiosos de las constituyentes de la II República, forma parte de unconjunto de trabajos que desarrolla la Universidad de Navarra sobre archivos priva-dos, con todas la salvedades que habría que hacer al aplicar el término a personajespúblicos de historia reciente de España.

El libro recorre cronológicamente, a capítulo por año, la etapa de Garrigues comoembajador ante la Santa Sede y se articula alrededor de las cartas o documentos mássignificativos de cada año. Se tiene así una visión muy lineal de los acontecimientosque se acerca a lo que podría ser una edición de fuentes, ya que las citas –o glosas enel peor de los casos– son muy extensas. Y no utiliza sólo el archivo privado del em-bajador, sino también otros, como el de Asuntos Exteriores, con documentos de nota-ble interés. En conjunto se logra así una especie de biografía íntima de Garrigues enla que aparece desde su relación con Jacqueline Kennedy (pp. 70-71) al impacto quele causa lo que él llama «la experiencia romana» (p. 121), pasando por sus reflexio-nes sobre la situación de la Iglesia, con algunos informes excelentes sobre la crisis dela Iglesia (p. 218). En éste sentido es muy interesante su visión de la soledad de Pa-blo VI, la crisis del catolicismo holandés (p. 187), su análisis del esquema XIII delconcilio Vaticano II (pp. 55-56), la fortaleza de Polonia en la que tanto los intelec-tuales como los obreros eran católicos, según Wyszynsky (p. 58) o el cambio produ-cido en la curia romana frente al régimen de Franco, con un Antoniutti que se asom-braba de que «los gobernantes españoles que hab[ía]n hecho la guerra» no se diesencuenta del cambio de los tiempos (p. 188).

Pero, como digo, el libro es más que un estudio diplomático, es también una bio-grafía, precisamente por la rica personalidad del protagonista. Garrigues se manifiestacomo un católico alejado del integrismo hispano, muy unido a Pablo VI, al que escribeuna carta personal manifestándoselo, como un diplomático extraordinariamente labo-rioso que transmite lo que el gobierno probablemente no quiere oír, como cuando insis-te una y otra vez en la necesidad de renunciar a la presentación de obispos (pp. 106-107) o como un colaborador leal con sus superiores. Es muy destacable sucorrespondencia tanto con Castiella, amigo antiguo, como con López Bravo, al que noconocía, y con el que Garrigues conectó perfectamente en el intento de abrir la diplo-macia española a Europa, apertura que consideraba «difícil, como tú bien sabes, tantopor razones internas como por razones externas» (p. 228). En pocos estudios diplomá-ticos se ve tan bien como en éste la interrelación ministerio-embajada, hasta el puntoque podríamos decir que el libro entra en el campo de los trabajos sobre funcionamien-to de organizaciones y relaciones de liderazgo. Baste como muestra la síntesis que lepropone López Bravo a Garrigues sobre lo que es una buena labor diplomática, mezclade «imaginación, tenacidad y fortuna» (p. 229). El libro ofrece también una visión des-de dentro del funcionamiento del Régimen, con las luchas entre ministerios –en estecaso Justicia contra Exteriores (p. 349)–, las debilidades y oportunidades del sistema y,sobre todo, el peso de Franco (p. 191), incluso cuando lo veían ya claudicante, en lasgrandes líneas de actuación política y diplomática.

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Como se ve, un libro de historia de la Iglesia reciente que va más allá de lo que sepodría esperar por el título. De hecho el libro mejora conforme se va entrando en él,hasta el punto de desearse en ocasiones la trascripción total del documento que secita o se comenta.

Como ya he indicado, desde el punto de vista formal está extraordinariamenteeditado: sólo he encontrado una errata (p. 192, n. 39), algo sorprendente hoy en día.Desde otro punto de vista, más de contenidos, desconcierta un poco que en el capítu-lo sobre la Asamblea conjunta (pp. 303 y ss.) no se utilice un sólo documento del Ar-chivo General de la Universidad de Navarra, algo que rompe con el resto del trabajo,así como que se haya suprimido toda mención a los jesuitas y a las conversaciones deGarrigues con el P. Arrupe, que el A. considera «interesantes [aunque] no haré re-ferencia a ellas, ya que situarlas adecuadamente y con honradez intelectual me lleva-ría [a] escribir una monografía sobre la historia de la Compañía de Jesús « (p. 49) oal Opus Dei, del que el A. sólo indica que la correspondencia recoge en ocasiones«rumores, ‘chismes’ o incluso calumnias. Entrar a desagregar esos ‘chismes’, a vecestan propios del ambiente clerical, me supone aproximarme a la naturaleza y vida delOpus Dei en un entorno inadecuado» (p. 53). Probablemente sean cuestiones a abor-dar en trabajos más de conjunto sobre la historia de España en esos años, para la queeste libro es una excelente aportación. Sería muy deseable que otros archivos conser-vados en el Archivo General de la Universidad de Navarra fueran viendo la luz pocoa poco, aunque, indudablemente, no todos tendrán el interés histórico y humano dellibro que comentamos.

Antón M. PAZOS

Instituto de Estudios Galegos Padre Sarmiento, CSIC