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268 Historia argentina: una mirada crítica Algunas interpretaciones sobre el período Vicente Fidel López: Historia Argentina (1875) Reinstalada la Legislatura de 1828, había nombrado a Rosas gobernador y capi- tán general de la provincia, tocóle a éste recibir el féretro \de Dorrego], presidir la marcha fúnebre hasta la catedral, y de allí, terminado el servicio religioso, con ducirlo al cementerio. [..] Severo el semblante y siniestro el gesto, figuraba co- mo si fuera el vengador divino de la víctima cuya honra y cuya memoria se es- taba rehabilitando en su provecho. Y lo peor era que como a tal vengador lo re- cibía el inmenso pueblo, que al verlo pasar admiraba, con profundo y. sumiso respeto, la esbelta y magnífica talla del futuro tirano. En verdad sea dicho: muy pocos hombres han nacido en nuestra tierra de tan bella y misteriosa figura co- mo la de don Juan Manuel de Rosas; y ninguno ciertamente más teatral, más im- pávido para afectar en público la inmóvil y tiesa gravedad de una esfinge [..]Al verlo caminar en las fiestas solemnes o religiosas, que eran las únicas en que se dejaba ver, se le habría podido tomar por una estatua fría de cera pintada, cada- vérica por dentro y enjaezada por fuera con entorchados y cintajos colorados: tan fría como esa cera era su alma y tan inescrutables los misterios que se escon dían en ella. [...] volviendo a su domicilio, tomaba el traje campechano que lle- vaba en el corral del hogar, que era su paradero favorito; y de improviso aparecía en el salón o en la pieza donde sabía que estaban reunidos sus frecuentadores habituales, dando enormes y ágiles vueltas sobre las palmas de las manos, ame- nazando con los talones levantados al aire el rostro de los circunstantes, que pa- ra librarse de un golpe se escurrían corriendo por los rincones de la pieza. Otras veces pretextaba que lo habían contrariado, que la fiesta o la ceremonia de que venía no había correspondido a sus órdenes; acusaba de la falta a uno de los lo- cos o idiotas que había recogido y condecorado con el título de gobernadores; y en castigo, lo desnudaba, lo saturaba de melaza por arriba y por abajo, lo senta- ba amarrado en la boca de un hormiguero, y se colocaba él mismo a corta dis- tancia, a reír y gozarse en el martirio de aquel desdichado. Ernesto Quesada: La época de Rosas (1898) Rosas, al subir al poder, encontró reorganizada la máquina del gobierno virre- nal, depurada por la administración urnitaria de Rodríguez y Rivadavia, y cons tituida en feudo provincial. La tomó tal como la halló y la usó para la prosecu- ción de sus miras: su larga lucha contra el caudillaje del interior y la implanta- ción del gobierno central. Los hombres de consejo de que se rodeó tenían ese ob- jetivo; no buscaban, como lo habían hecho antes las facciones metropolitanas de la revolución, la simple y brutal hegemonía de la capital; la dura experiencia los había aleccionado: los núcleos federales -tanto los lomos negros como los lonmos colorados-proclamaban la organización nacional, asentándola sobre la base de la autonomía de los estados y de una verdadera confederación entre los mismos .]El tesoro fue su gran palanca: auxiliaba a las provincias pobres, les enviaba ganado, les suministraba armamento y vestuario para sus tropas, las subvencio

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268 Historia argentina: una mirada crítica

Algunas interpretaciones sobre el período

Vicente Fidel López: Historia Argentina (1875)

Reinstalada la Legislatura de 1828, había nombrado a Rosas gobernador y capi- tán general de la provincia, tocóle a éste recibir el féretro \de Dorrego], presidir

la marcha fúnebre hasta la catedral, y de allí, terminado el servicio religioso, con ducirlo al cementerio. [..] Severo el semblante y siniestro el gesto, figuraba co- mo si fuera el vengador divino de la víctima cuya honra y cuya memoria se es- taba rehabilitando en su provecho. Y lo peor era que como a tal vengador lo re-

cibía el inmenso pueblo, que al verlo pasar admiraba, con profundo y. sumiso respeto, la esbelta y magnífica talla del futuro tirano. En verdad sea dicho: muy pocos hombres han nacido en nuestra tierra de tan bella y misteriosa figura co- mo la de don Juan Manuel de Rosas; y ninguno ciertamente más teatral, más im- pávido para afectar en público la inmóvil y tiesa gravedad de una esfinge [..]Al verlo caminar en las fiestas solemnes o religiosas, que eran las únicas en que se

dejaba ver, se le habría podido tomar por una estatua fría de cera pintada, cada- vérica por dentro y enjaezada por fuera con entorchados y cintajos colorados: tan fría como esa cera era su alma y tan inescrutables los misterios que se escon dían en ella. [...] volviendo a su domicilio, tomaba el traje campechano que lle-

vaba en el corral del hogar, que era su paradero favorito; y de improviso aparecíaen el salón o en la pieza donde sabía que estaban reunidos sus frecuentadores

habituales, dando enormes y ágiles vueltas sobre las palmas de las manos, ame- nazando con los talones levantados al aire el rostro de los circunstantes, que pa-ra librarse de un golpe se escurrían corriendo por los rincones de la pieza. Otras veces pretextaba que lo habían contrariado, que la fiesta o la ceremonia de que venía no había correspondido a sus órdenes; acusaba de la falta a uno de los lo- cos o idiotas que había recogido y condecorado con el título de gobernadores; y en castigo, lo desnudaba, lo saturaba de melaza por arriba y por abajo, lo senta-

ba amarrado en la boca de un hormiguero, y se colocaba él mismo a corta dis- tancia, a reír y gozarse en el martirio de aquel desdichado.

Ernesto Quesada: La época de Rosas (1898) Rosas, al subir al poder, encontró reorganizada la máquina del gobierno virre-

nal, depurada por la administración urnitaria de Rodríguez y Rivadavia, y cons tituida en feudo provincial. La tomó tal como la halló y la usó para la prosecu- ción de sus miras: su larga lucha contra el caudillaje del interior y la implanta- ción del gobierno central. Los hombres de consejo de que se rodeó tenían ese ob- jetivo; no buscaban, como lo habían hecho antes las facciones metropolitanas de la revolución, la simple y brutal hegemonía de la capital; la dura experiencia los había aleccionado: los núcleos federales -tanto los lomos negros como los lonmos

colorados-proclamaban la organización nacional, asentándola sobre la base de

la autonomía de los estados y de una verdadera confederación entre los mismos .]El tesoro fue su gran palanca: auxiliaba a las provincias pobres, les enviabaganado, les suministraba armamento y vestuario para sus tropas, las subvencio

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La hegemonía de Rosas (1829.1852) 269

naba cuando era indispensable.

Tas caudillos huraños fueron así domesticándose poco a poco, y la transición del

caos engendrado por el ano 20, a la organizacion definitiva del 53, requirió vein-

ticinco años de una politica sagaz, perseverante, inquebrantable.

José Ingenieros: Sociología argentina (1918)

En primer lugar apareció el conflicto entre la anarquía revolucionaria y el feuda-

lismo colonial. El caudillism0 inorganiCO Vino a resolverse en la sistematización

del feudalismo, cuyo exponente político fue el caudillismo organizado. Esta prime-

ra evolución de la política argentina, representada por el engranamiento y la su-

bordinación gradual de los pequeños señores feudales, fue una verdadera restau-

ración colonial y tuvo su personaje representativo en el progresista estanciero

Juan Manuel de Rosas.

En este sentido puede decirse que él agrupó, sin constituirlos en nacionalidad, a

los señores feudales de las provincias, invistiendo su representación para las re-

laciones exteriores. Su gobierno fue la vuelta al orden de cosas vigentes en la so-

ciedad colonial y la derrota de todos los principios e ideales que habían inspira-

do la Revolución; el partido Conservador y el partido Católico fueron sus pun-

tales, encubriéndose con la bandera federal de Dorrego, que había sido tan revo-

lucionario como Moreno y Rivadavia. Esas luchas no fueron entre la burguesía naciente, deseosa de afirmar su pode-río de clase, y las multitudes desheredadas que defendían la barbarie agonizan-

te; fueron luchas entre dos facciones oligárquicas que se disputaban el poder en

el nuevo estado político; la una tendía a restaurar el orden colonial, sistema con-

veniente para la clase feudal, y la otra representaba la tendencia económica pro-

pia de una minoría radicada en la única aduana natural. vo el apoyo del proletariado rural, siervo obligado de sus caudillos; los prime-

ros ejércitos de Rosas fueron las "peonadas" de sus estancias, los famosos Colo-

rados del Monte.

lel país. La primera tu-

José Luis Romero: Breve historia de la Argentina (1965)

Inspirada por Rosas, la Federación pretendió instaurar el orden colonial. Aun-

que con vacilaciones y entre mil dificultades, los gobiernos de los primeros vein-

tiCinco años de la independencia habían procurado incorporar el país a la linea

de desarrollo que había desencadenado la revolución industrial en Europa y en

Os Estados Unidos. La Federación, en cambio, trabajó para sustraerlo a ese cam DlO y para perpetuar las formas de vida y de actividad propias de la colonia. De

Sarrollo el paternalismo político, asimilando la convivencia social a las tormas de

Vida propias de la estancia, en la que el patrón protege pero domina a sus peo

es, abarndonó la misión educadora del Estado prefiriendo que se encargaran de

cld las ordenes religiosas; destruyó los cimientos del progresocientifico y tecn

canceló las libertades públicas e individuales identificando la voluntad de

Osas con el destino nacional; combatió todo intento de organizar juridicamen

pais, Sometiéndolo de hecho, sin embargo, a la más severa centralizacion.

Le la politica de quien fue llamado "Restaurador de las leyes", aludiendo sin

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270 Historia argentina: una mirada crítica

duda a las leyes del régimen colonial españnol. Esa política constituía un desafio al liberalismo y correspondía al que poco antes habían lanzado en España los partidarios de la restauración absolutista de Fernando VII. En la lucha interna era esa política un desafío a los ideales de la Revolución de Mayo.

Enrique M. Barba: Unitarismo, federalismo, rosismo (197/2)

Rosas y su grupo dieron forma en Buenos Aires a un federalismo sui generis que lograron imponer al resto del país. L.J Me preocupa saber cómo se ha llegado a

la conclusión de que Rosas era federal cuando él mismo declaró que esto le tenía sin cuidado. No acierto tampoco a entender en qué consistía su respeto a las

provincias y a los pueblos cuando en el asunto que tratamos los contrarió,

imponiendo su criterio o los intereses de su provincia |.J No creo que fuera idea

de Rosas el impedir la reunión de un Congreso gerneral constituyente. Era el porteñismo, centralista y unitario que daba las pautas dictadas por la historia. Rosas, más instintivo que intelectual, entreveía genialmente el problema y sabía, sin la hondura ni los prejuicios de los abogados, qué significaba dejar al país sin constitución. [...]| Rosas [... en 1829] dirigía a Guido unos apuntes en los que señalaba [..] "Que el general Rosas es unitario por principio, pero que la experiencia le ha hecho cono- cer que es imposible adoptar en el día tal sistema porque las provincias lo con-

tradicen, y las masas en general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de nombre". [En 1832 Quiroga le escribe:] "Usted sabe, porque se lo he dicho varias veces, que yo no soy federal, soy unitario por convencimiento". Rosas contesta el 28 de febrero.

Ya no es más unitario; es federal, "pero aún así, siendo federal por íntimo con-

vencimiento me subordinaría a ser unitario, si el voto de los pueblos fuese por la unidad". La verdad es que a don Juan le importaba un bledo el problema éste de federales y unitarios. [..] Yo diría, más bien, como lo vengo diciendo de hace mucho, que Rosas, que apoyó a Martín Rodríguez contra el federal Dorrego, era unitario, como el propio don Juan Manuel lo ha confesado más de una vez. [..]| El año 1835 significa la liquidación del federalismo provincialista que en nuestro país no pasó de ser una aspiración.

José María Rosa: Análisis histórico de la dependencia argentina (1973) Rosas fue al gobierno en 1829 como hombre "de orden". No era político, y llega- ba a las posiciones públicas como consecuencia de sus actividades privadas. Era el hombre serio, de trabajo y de acción, de quien se esperaba restauraría el imnpe rio de "las leyes" tan conculcadas hasta entonces. Sabíase que el Restaurador de las Leyes no toleraría ninguna infracción a ellas, de la misma manera que el es- tanciero de Los Cerrillos no aceptaba tergiversaciones a sus reglamentos campe ros.

Pero Rosas era algo más que un hombre de orden. Era argentino por excelencia, en quien se encarnaban todas las virtudes y todas las posibilidades de la raza criolla. Al elegirlo gobernador en las difíciles circunstancias del año, presentiase al único defensor posible de la nacionalidad; Rosas era el polo opuesto de Riva-davia, hasta en lo físico: si éste fue hacedor de proyectos, aquél, en cambio, cons*

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La hegemonía de Rosas (1829-1852) 271

1Y realidades; mientras uno sonaba con una Argentina europeizada, el otro

aba de salvar la Argentina de siempre. Si reforma fue la palabra rivadaviana,restauración constituyó el lema rosista. Ambos términos son sobradamente ex- ras: la restauración se opuso a la reforma como lo nacional a lo extranjero, co l ropio Rosas, hombre de tierra, a Rivadavia, hombre de especulaciones fo

ráneas.

Tulio Halperín Donghi: Historia contemporánea de América Latina (1986)

Rosas, gobernador entre 1829y 1832, lo es de nuevo a partir de 1835 con la su-

ma del poder público. Pero tiene menos éxito en el interior, donde ha faltado una

Dolitización igualmente intensa, y donde es sobre todo el temor a la intervención porteña el que acalla a los jefes provinciales, poco adictos a una estricta disciplí- na de partido. Además esa política obliga a Rosas a satisfacer el extremismo, por

él alimentado, de una opinión pública de la que depende: apresado dentro de un

esquema en el que ha comenzado por creer sólo a medias, Rosas debe llevar ade

lante una eterna guerra santa contra sus adversarios, a los que presenta abusiva-

mente como herederos de los unitarios de 1825 y 1828. El clima de la Argentina

rosista es la guerra civil, con complicaciones internacionales, sobre todo surgidas

del turbulento Estado Oriental.

Jorge Myers: Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista

(1995)

La concepción del orden sustentada por Rosas suponía el "imperio de la ley" [...]

Sin embargo, esta identificación del orden con el imperio de las leyes no equiva-

lía a su identificación con aquello que, a falta de una designación más precisa,

podria llamarse un "orden liberal". [...| Por qué iba a serlo? Después de todo,

en la Europa contemporánea a su régimen, la mayoría de las monarquías restau-

radas constituyeron -a pesar de su carácter absolutista- sistemas de autoridad

politica enteramente legales, sin ser en absoluto "liberales", en cualquiera de los

sentidos que este término había adquirido ya para la tei cera década del siglo

XIX. Digo esto no para enfatizar lo ya sabido, sino porque el régimen rosista no

constituyó un régimen absolutista, y porque no renunció enteramente a una

1dentificación con los contenidos del liberalismo, cuando esto pudo parecerle

conveniente.

arlos A. Mayo: Juan Manuel de Rosas, el estanciero (1997)

primer estanciero agricultor de Argentina y América y pionero de la indus

dladeril a hacendado rutinario empírico y tradicional... las imagenes que

ld

C 8rala nos devuelve de Juan Manuel de Rosas como productor agroPe

cuario parecen recorrer todo el espectro posible de calificativos |..).

realmer excepcional. Sus atrones de inversión, estrategias

familiares, educa-

Poco o nada portante de lo que hizo Rosas como estanciero parece

haber sido

ción, estilo de vida, y buena parte de las estrategias que empleó en el manejo de

Cstancias parecen coincidir, en líneas generales y dejando de lado las pecu-

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272 Historia argentina: una mirada crítica

liaridades de su ideosincrásica personalidad, con las de su grup0 social o eran,

cuanto menos, compartidas por otros estancieros. ... Si no fue un innovador por lo menos supo interpretar con éxito y perspicacia las

señales del mercado y arriesgar sus capitales en empresas que, como la salazón de las carnes, aunque presente en la época colonial tardia, era relativamente nue

va en esta banda del Río de la Plata. Ni pionero ni retardatario, más cerca del

mainstream [corriente principal] de lo que se pensaba, este hacendado un poco maniatico y obsesivo fue un empresario de éxito. Su rutilante y estelar carrera

política, así como el lugar central que ocupó en la historia argentina de la prime-

ra mitad del siglo XIDX, ha ocultado en parte ese otro aspecto igualmente exitoso de su vida: el de su trayectoria como un estanciero que empezó administrando estancias ajenas y acabó convertido en uno de los terratenientes más grandes y, al parecer, prósperos de la pampa. Así y todo fue simplemente uno más.

Jorge A. Mayer y Alejandra Gaete: La república vacía (genealogia del presi

dencialismo argentino) (1998)

Fueron importantes las vacilaciones de los intelectuales [como Alberdi y Sar miento] en cuanto a la necesidad de definirse con respecto al gobierno de Rosas. El período de la dictadura de Rosas, de ser una pura representación de los vicios del despotismo, pasó a ser una precondición importante para los proyectos del republicanismo. La incipiente aparición de una sociedad civil era un desmereci-

do logro de la tiranía. Se había logrado crear el espacio de orden del que surgiría el sujeto sobre el cual se ejercerá el gobierno. Se había logrado el mínimo de consistencia social nece-sario a los proyectos modernizadores de los inspiradores de la Constitución. La era del terror, también en este caso, había oficiado como partera de la república. La situación de la época daba elementos optimistas para pensar el futuro. Alberdi llegó a especular con las posibilidades de prolongación del gobierno dic- tatorial y la tentación de poder llegar a hacer de semejante acumulación de po* der un instrumento eficaz a la causa "liberal" y moderna que propugnaba. [. La posición de Sarmiento, más signada por sus aspiraciones políticas persona" les, terminó en la apología de un caudillismo ilustrado, bien perfilado en su pro pia figura como posible modelo. Así es como, debido a esas paradojas que fre cuentemente encontramos en la historia, según Sarmiento la Argentina le debe en gran parte su unidad a quien declamara a voces "Viva la Federación, mueran los unitarios": Juan Manuel de Rosas.