rayuela 170411

8
Domingo, 17 de Abril de 2011 Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. No. 112 Año III El animal del lenguaje 16 Rayu la NÉMIROVSKY INAGOTABLE >> Irène Némirovsky. (Foto: archivo). 13

Upload: pendulo-de-chiapas

Post on 22-Feb-2016

238 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Rayuela 170411

TRANSCRIPT

Page 1: Rayuela 170411

Domingo, 17 de Abril de 2011

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

No. 112Año III

El anim

al del l

engu

aje

16

Rayu laNÉ

MIR

OVSK

Y IN

AGOT

ABLE

>> Irène Némirovsky. (Foto: archivo).

13

Page 2: Rayuela 170411

Rayuela No. 112 - Año 3

EPÍTOME:La leyenda de Irène Némirovsky, la escritora de origen judío, crece. Su pueblo y su país de acogida le dieron la espalda. Murió en Auschwitz. Tuvo un éxito precoz, luego el olvido y una recuperación póstuma con su obra Suite francesa. Ahora se edita “Los perros y los lobos”, su última novela publicada en vida, y se prepara una exposición y una película.El salón de la casa de Denise Epstein, en la novena planta de un edificio moderno en un barrio popular de Toulouse, es una especie de santuario dedicado a su madre, Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942). Como en todo santuario, hay flores frescas, un ramo de margaritas amarillas, frente al particular altar laico dedicado a la deidad doméstica: una estantería repleta de ediciones de sus obras en todos los idiomas, y un montón de fotografías suyas prendidas de las paredes. Némirovsky en los años veinte, con un sombrerito calado hasta las cejas; con su marido, el banquero Michel Epstein, y con sus hijas, Denise, la mayor, y Elizabeth, siete años y medio más pequeña, muerta de cáncer en 1996.

Volver a ser lo que no fui Fernando Trejo 11

Director General: Noé Farrera MoralesDirector: Juan Bernavé Olivares*Edición: Sllenii Sánchez Gabriel

Cómplices directos: Fabián Rivera, Antonio Durán, Vicko Suárez, Jacob Leví, Eric Altamirano, Silvia Angélica Rive-ra, Veronica Teomitzi, Rodolfo Girón, Fabián García, Franklin Monzón, Félix Camas, Javier Pulido Luna, Samuel Albores, Julissa Roblero, Roberto Luviano, Alberto Romandia Peñaflor, Roberto Rico, Luis Flores Romero, Marisa Trejo Sirvent.

Producción e impresión: Javier Ríos JonapáCorreo electrónico:[email protected]ágina web: www.pendulodechiapas.com.mx

Rayuela Suplemento semanal del periódico Péndulo de Chiapas. Impreso en 13ª. Poniente Norte # 639, Colonia Magueyito C. P. 29000, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Teléfono: (961) 61 24529. No se prohíbe ni se recomienda su reproducción total o parcial del contenido. La redacción no responde por originales no solicitados. No se extiende correspondencia. Parte de las colaboraciones son responsabilidad de su autor, de igual forma, titulos y subtitulos.

Directorio

EN PORTADA:Irène Némirovsky

Exhiben billete del Banco de Chiapas que data de 1902 Félix Camas 12

Un momento de descanso Care Santos 14

Sunset Park Santiago Pajares 14

Vozquemadura: Huego Guerrero 15

Domingo 17 de Abril de 2010Rayuela No. 112 página 10 Péndulo de Chiapas

El animal del lenguaje Emiliano Becerril 16

Dos momias Felipe Garrido 16

[MARCOS ORDÓÑEZ]WWW.ELPAIS.COM/BABELIA

"No hay segundos actos en las vidas americanas", es-cribió Scott Fitzgerald. El primer acto de la vida de

Tennessee Williams, glorioso y re-fulgente de luz, acaba en 1961. El dramaturgo aún no lo sabe, pero el estreno de “La noche de la iguana”, con Bette Davis y Patrick O'Neal, va a ser su último triunfo en Broad-way. La obra, bañada por el bálsa-mo de la redención, hacía pensar, igualmente, que TW, de quien este año se conmemora el centenario de su nacimiento, había hecho al fin las paces con sus numerosos demonios: una madre terrorífica, una hermana lobotomizada (a la que adoraba), una naturaleza casi bipolar que subía al cielo con tanta facilidad como bajaba al pozo.

A partir de 1961 empieza un calvario de crisis y rechazos que duraría hasta su estúpida muerte (tapón, asfixia) en 1983; un vía crucis de más de veinte años du-rante los cuales, y esa es su gran lección, no arrojó la toalla ni dejó de escribir un solo día. Antes he hablado de un glorioso primer acto, pero las rosas no llegaron sin espinas. "La revista Time, que detestaba a los homosexua-les", cuenta Gore Vidal, "atacó con insólita fiereza todo lo que TW estrenaba o publicaba. 'Cié-naga fétida' fue la expresión más frecuente para describir su obra". En el segundo acto, TW perdió a Frank Merlo, el amor de su vida; perdió el aprecio de crítica y público, y perdió el norte de su brújula entre pastillas, alcohol y depresiones cíclicas. En ese ven-tenio atroz, sin embargo, mientras entra y sale de clínicas psiquiá-tricas y curas de desintoxicación, escribe novelas, cuentos, poemas, sus fantásticas (aunque demasiado breves) memorias, y una treintena de obras, que estrena, como solía decir, "cada vez más lejos" (pri-mero en el off-Broadway, luego en el Off-off, luego en provincias remotas) o que ni siquiera llegan a ver la luz. Piezas irregulares, que ahondan en la doble senda, más poética que dramática, casi experimental, abierta por Camino real (1953) y De repente el último verano (1958), alternando la tran-che de vie con el gótico sureño y la farsa tragicómica (la "slapstick tragedy", según su propia defini-ción) a menudo de tinte expresio-nista, a veces oscuras hasta rozar lo incomprensible, y desde luego muy poco representadas entre no-sotros.

Tamayo estrenó, sin éxito, Camino real; William Layton presentó, a mitad de los setenta, De repente el último verano en el añorado Pequeño Teatro del TEI

en la calle de Magallanes, y el Valle-Inclán la recuperó de nuevo hará unas pocas temporadas, diri-gida por José Luis Saiz. El mismo día de su muerte, el Lliure estrenó Aviso para embarcaciones peque-ñas, dirigida por Carlos Gandolfo; hará cuatro o cinco años, Xavier Albertí ofreció en el Romea, bajo el título de Tennessee, un mon-taje que recopilaba En un bar de un hotel de Tokyo, The Gnadiges Fraülein y Un análisis perfecto hecho por un loro. Quizás sería interesante revisar la malditísima Out Cry, estrenada en 1973 pero que siguió reescribiendo una y otra vez, y Clothes for a Summer Hotel (1980), sobre la locura de Zelda Fitzgerald. De ese perio-do, en su faceta narrativa, se han publicado o reeditado, en cam-bio, abundantes textos. Bruguera recuperó en 2006 su novela La primavera romana de la señora Stone y en 2008 las Memorias; Alba publicó recientemente los relatos de Ocho mujeres poseídas (Eight Mortal Ladies Possesed) y Errata Naturae hizo lo propio con Mal trago (Hard Candy). Pienso ahora que quizás el único caso de supervivencia a la "maldición del segundo acto" sea un dramaturgo muy cercano en muchos aspectos a TW: Edward Albee, que conoce la misma gloria inicial y el mismo calvario, que transita (o se desvía) por un camino experimental, pero que renace, inesperadamente, a mitad de los noventa con Tres mujeres altas y conoce de nuevo el éxito multitudinario una déca-da después con La cabra. TW no tuvo su suerte ni, desde luego, su longevidad. Pero lo que no perdió nunca, además del coraje, fue el humor. Mi anécdota favorita tie-ne lugar durante un coloquio con estudiantes en la Universidad de Yale, en 1973. En la primera fila hay una alumna ciega con su perro. Levanta la mano y le pre-gunta: "Señor Williams, ¿cómo valoraría su actual situación en el teatro americano?". Cuando ter-mina de reír, TW contesta: "Pre-gúntele al perro".

Pregúntale al perro

Page 3: Rayuela 170411

[FERNANDO TREJO]

A mis padres, mi hermana, mis abuelos:

porque por ellos, soy.

No reconozco a nadie. Subo al vagón del me-tro en el andén sin nú-mero. Da igual saber

qué vagón me tocó hoy. Por algu-na razón esta ciudad me absorbe todo pensamiento y en mi carácter de sentimentalista, me extraña no extrañar mi tierra. No hay tiempo para eso. La vida se va como se va el reloj de un celular que también no entiende una llamada ajena. No reconozco nada. Son los mismos árboles, las mismas personas, los mismos coches, la misma sonrisa de alguna muchachita, los perros con el honor de andar por el cami-no sin andar sabiendo qué pero me extraña que este corazón con ganas, siempre, de andar llorándolo todo, sufriéndolo todo, no pertenezca a la melancolía de una ciudad que ya no es mía.

No ubico mis puntos cardi-nales. Ando, voy, camino, fumo, fumo, camino, fumo. Abordo un tren, leo. Es fácil leer cuando la luz de los transportes apunta bien los puntos y las comas. Veo, de-trás de los cristales existen algo así como un millón de casas, gente que sin más, sale a enfrentarse, a contradecirse, a alimentar la gana de querer batir otra vez, la mas-ticada náusea de la vida. Fumo, bebo una cerveza, escribo.

No reconozco a nadie, se me hace tarde, hay gente, mucha gen-te. La misma gente que no conoz-co, que no conoce a nadie. Las mismas caras que no distingo, la misma sonrisa que se escucha en un pasillo que no encuentro. Me pierdo, me encuentro, soy yo otra vez en mi camisa, en mis tenis, mis calcetines. Sí, traigo conmigo

todo y todavía. No me ha tocado aún la suerte de los demonios. De-monios que se muestran con los dientes de fuera y hacen bombas con los chicles que compré en el local número 34 de la estación. Diez pesos. Todo cuesta diez pe-sos: El metro vale diez pesos, el asiento también vale diez pesos. Mi concepción de triste me indica a ceder el lugar. Lo cedo, guardo mi libro, mi cartera. Todo se pare-ce a nada. Las paredes no son su descripción y puedo atravesarlas. Ahí voy, a pie, con los gargajos de mi ausencia tirando en cada calle.

Esta es mi ciudad ahora. Una constelación de calles atravesán-dose unas con otras. Ha cambia-do mi modo de acomodarme la camisa. Por ejemplo, el izquierdo bolsillo de mi pantalón ha pregun-tado hoy dónde están las llaves de mi casa. Sé que hoy sólo encuentra una mezclilla ausencia. La misma, la de Tuxtla. Y entonces, por ejem-plo, mi bolsillo trasero y bien dere-cho de mi pantalón ha preguntado entonces dónde quedaron mi firma y mi fotografía. Nada se parece a nada, todo, siempre es diferente. Todo existe en un modo que es fá-cil saborear pero difícil digerir.

No reconozco a nadie. Es-pera. Reconozco a alguien. Hoy reconocí al mismo que ayer lus-traba sus zapatos en un andén del metro. Es él. Estoy seguro. Quiero saludarlo, decirle, eres tú el mismo de ayer, el que limpiaba sus zapatos. Quiero decirle, soy tu amigo, vengo de no sé dónde. Aquí andamos, en este vagón que nunca sabe quién lo muerde y lo mastica. Decirle que soy yo, el mismito que ayer le cedió el lu-gar. Pero no, él no me reconoce. Y entonces, la vida sigue siendo la misma vida, sin nada… nadie que se ocupe de tomarla por las manos. Vuelvo a estar común, in-sípido. Sin ojos que se atraviesan,

como las calles, sin ver a nadie, sin chocar la mirada y los engra-nes. Somos un montón de llantas derrapando silencios a toda voz. Próxima estación, calculo el tiem-po, próxima estación, esta sí es la mía. Me voy, dejo atrás a muchos, a cientos, miles que no se atreven a silbar para el saludo, para el adiós, para el nos vemos nunca.

No extraño mi cuarto, me dan ganas de llorar cuando no tengo las ganas de acariciar mi cara con los hilos de unas lágrimas que no quieren salir. Soy el mismo que sintió los temblores en mi cuarto, la ventana cerrándose por sí sola, la cortina contoneándose, dicién-dome “te quiero”. No extraño a los amigos, la caguama, el ciga-rro evaporándose en la plática que fuma por sí sola. Sé que ahí va el humo digiriéndose a mi cuarto en bocanadas, poco a poco. No re-

cuerdo, por ejemplo, cuántos esca-lones hay entre mi calle, o mi no calle, hacia mi cuarto que ya no es mío. Ahí está mi cama, esperándo-me, tengo miedo, mucho miedo, de llegar un día hacia mis sábanas y que suceda entonces, como en cualquier vagón, que ellas en sus hermosos pliegues, de pronto al acostarme no sepan quién les soy.

Quiero extrañar a mi niño, el que yo soy corriendo por los pa-sillos salpicando mentiras. Quiero reconocer mi nueva casa, la casa que no tengo, los años que he de-jado atrás para mudar la voz. No existo hoy, la ciudad se encarga, las ciudades se encargan de anun-ciar la próxima estación, en donde estoy y estaré o nunca voy a estar.

Va esta oración, abuela, abuelo, por los recovecos de esta sonrisa clavada escondiéndome los dientes y las ganas de subir las escaleras de

mi casa, mi ya no casa. Van, papá y mamá, estas estelas de mi adiós sin despedida. Va, hermana mía, este poema con un sudor por el peso de, ahora, esta ausencia mía, a engran-decer los líquenes, los verdes tan helechos. Voy a extrañar, hoy, sí, a extrañar, si puedo, mi corazón co-rriendo entre sus venas.

L a ciudad me despide y me aconseja. La ciudad, la gran ciu-dad, llena de mí, llena de todo lo que soy, me habla… la encuentro. Subo en el último vagón, quiero es-tar siempre atrás, al último, abajo, siempre cerca del sur, de donde soy, quiero saber si en cada estación es-tarán papá y mamá, la hermana que le soy, el abuelo y mis abuelas, to-dos reconociéndome, aun así vuel-va a cambiarme la voz y la mirada, vuelva a nacerme la barba, vuelva a iniciar a contar de uno a uno, todos mis recuerdos. Mi niñez que ya no soy.

Colonia Narvarte Ciudad de México

Viernes 28 de enero de 2011

www.vozquemadura.com.mx

Domingo 17 de Abril de 2011Rayuela No. 112 página 11 Péndulo de Chiapas

Volver a ser lo que no fui

>>> Transporte colectivo metro. Ciudad de México. (Foto: archivo).

Page 4: Rayuela 170411

[BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO]

WWW.JORNADA.UNAM.MX

En cuanto suben al tranvía los se-ñores inspectores de boletos –es-tán como al acecho, envueltos en alguna esquina del trayecto– me pongo extraordinariamente ner-vioso. Estos empleados nocturnos son mil veces más inquietantes que los de las horas claras del día. Están más irritados, más agrios, más displicentes. Se diría que han tenido que dejar sus camas pro-fundas, sus sueños pingües, para venir a revisar únicamente mi po-bre boleto lunar de trasnochador empedernido.

Cuando los guardas presien-ten uno de ellos, se azoran por completo y enmudecen en el valle movedizo de la plataforma. Por lo general toman el tranvía al vuelo, en mitad de la cuadra, y empie-zan a exigir al boletero una cuen-ta minuciosa de moneditas, con una contabilidad de casilleros y de rayas, que hay que hacer en el aire, con los dedos rígidos de frío, con los lápices enanos, mientras el tranvía trota torpemente por los adoquines. No satisfechos, al parecer, rezongando, penetran al interior del coche como un venta-rrón. Se arrojan encima con todo el cuerpo forrado en el flamante uniforme verdioscuro con relám-pagos de oro y con la fisura supe-rior del chaleco erizada de lápices de múltiples colores. Se plantan

delante de uno y echan mano al bolsillo posterior del pantalón como si fueran a extraer un re-vólver. Pero sólo sacan una pinza brillante, de dentista, que blanden impacientes en el aire como si se dispusieran a abatirnos la denta-dura. Parece que no sólo vinie-ra a examinarme el boleto, sino también a pedirme cuenta de mis horas, de mis actos, en minucioso examen de conciencia.

Tenemos exquisito cuidado de llevar el papelito a flor de piel, de

desdoblarlo con instantánea rapi-dez, de entregárselo a derechas para que lo vea con facilidad.

Cuando el tal se nos ha extra-viado, no lo podemos remediar, nos entra un hormiguillo por el cuerpo y nos falta poco para llorar, como si hubiéramos cometido una falta gravísima. Es que ese sim-ple papelucho, cargado de tantas advertencias, fechas y números, trasciende a cosa única, preciosa. Hay que tener mucha serenidad para abordar a un inspector impa-

ciente ante la pérdida de un bole-to. He visto pasajeros transpirar, echarse atrás el sombrero, quitar-se el sobretodo, desabrocharse el saco, dar vuelta a los forros de los bolsillos, desnudarse casi, ante el asombro de los viajeros; tornar el asiento, mirar debajo y echarse a gatear en busca del malhadado pasaje perdido. Y el verdioscu-ro, firme en la mitad del pasillo, como un dios indiferente y cruel. Y no digamos nada si uno está le-yendo o soñando. A la voz peren-

toria de: ¡señor!... damos un salto irremediablemente.

La mayoría de ellos son for-nidos, pletóricos, saludables. Los dedos anillados. Cuando, harto de enterarse, el señor inspector des-ciende para espiar en la sombra, debajo de un árbol, el paso lumi-noso de otro vehículo –deberían apagarse las luces por precau-ción– vuelve la calma a los áni-mos, se adoptan las posturas más cómodas, se despliegan de nuevo los diarios, el guarda inclina sobre una oreja su gorra de dura visera y, mientras baila alegremente la corregüela de la campanilla, anu-dada como un quipo, enciende con voluptuosidad un cigarrillo en la veta auroral.

Tenemos exquisito cuidado de llevar el papelito a flor de piel, de desdoblarlo con instantánea rapidez, de entregárselo a derechas para que lo vea con facilidad.

Domingo 17 de Abril de 2011Rayuela No. 112 página 12 Péndulo de Chiapas

Exhiben billete del Banco de Chiapas que data de 1902[FÉLIX CAMAS]

San Cristóbal de Las Ca-sas.- “El Museo de His-toria y Curiosidades de esta ciudad, es el primero

en la entidad y segundo en el país en exhibir un billete del Banco de Chiapas que es de 10 pesos y sin duda es lo más interesante que tenemos en estos momentos”, informó Miguel Ángel Muñoz Luna, director de este estableci-miento.

Dijo que este tipo de billetes empezaron a circular entre 1902 y 1903 y fueron elaborados en el banco de Estados Unidos, sien-do recuperados durante el Porfi-riato, por lo que esta pieza tiene una tachadura en los sellos de los cajeros gringos y firmados por el tesorero de aquel tiempo, Rómulo Farrera.

“Este billete es de lo más di-fícil de conseguir debido a que la Revolución en Chiapas llegó muy tarde y después de la gestión de Porfirio Díaz la mayoría de su tipo fueron destruidos o desapare-cidos, volviéndose de colección”, indicó Muñoz Luna.

Mencionó que los billetes del

Banco de Chiapas existían de cin-co, diez y veinte pesos, “a través de la Asociación de Numismática Mexicana hay dos de veinte en co-lecciones privadas, varios de diez y de cinco son los que más abun-dan, conseguimos uno de diez que trae los sellos de revisión fecha-dos el cinco de mayo de 1906 y las nuevas firmas de Rómulo Fa-rrera y Ramón Barrasa”.

Agregó que el esfuerzo por traer piezas interesantes, es con

la finalidad que los coletos y los visitantes en general conozcan su historia, “pues poco se sabe que Chiapas contaba con un banco”.

Respecto a la funcionalidad del museo, Miguel Ángel Muñoz, señaló que buscan la funcionali-dad de las piezas en exhibición, como la máquina de coser Singer más pequeña de 1914 y una ma-rimbita hecha por la familia Blet-subert en la que es posible tocar “Las Chiapanecas”.

“Seguimos con la idea de que todas las piezas tienen que funcio-nar. El museo cuenta también con una pistola elaborada en San Cris-tóbal de un cañón bastante largo utilizada por Lauro Castro San-tiago, juez del Chiapas y alcalde en 1885 y sin exhibir un sable de Chabel Ramos que se levantó contra Pineda Ogarrio en la Revo-lución y un rifle de doble cañón del barrio del cerrillo”, acotó.

El director del museo, sostuvo que cuentan con una comisión de adquisición que se encarga de bus-car piezas atractivas, verificando colecciones particulares y subastas en todo el país, así como en tien-das de antigüedades, “todo es de acuerdo a la temática de las curio-

sidades, por lo que su muestra es temporal y constantemente cam-biamos de piezas en las vitrinas”.

Finalmente, aseguró que todas las piezas se usaron en Chiapas y son traídas de otro lado, “por ejem-plo el fonógrafo que es de Estados Unidos, pero sirvió para el primer cine con sonido en San Cristóbal, y el telégrafo es chiapaneco restau-rado con piezas de Guanajuato.

“El 70 por ciento fue localiza-do en San Cristóbal, con un total de 50. La intención es tener en el museo audio donde se cuente la historial de esta localidad y una pantalla digital con fotografías, quitar las mamparas y poner ma-quetas que es parte del crecimien-to del museo”, concluyó.

>>> Los billetes empezaron a circular entre 1902 y 1903. (Foto: Félix Camas).

>>> Máquina de coser Singer de 1914. (Foto: Félix Camas).

Un inspector de tranvías

>>> “La mayoría de ellos son fornidos, pletóricos, saludables”. (Foto: Archivo).

Page 5: Rayuela 170411

Domingo 17 de Abril de 2011Rayuela No. 112 página 13 Péndulo de Chiapas

Némirovsky inagotable[LOLA GALÁN]WWW.ELPAIS.COM/BABELIA

PRIMERA DE DOS PARTES

La leyenda de Irène Né-mirovsky, la escritora de origen judío, crece. Su pueblo y su país de aco-

gida le dieron la espalda. Murió en Auschwitz. Tuvo un éxito pre-coz, luego el olvido y una recupe-ración póstuma con su obra Suite francesa. Ahora se edita “Los pe-rros y los lobos”, su última novela publicada en vida, y se prepara una exposición y una película.

El salón de la casa de Denise Epstein, en la novena planta de un edificio moderno en un barrio popular de Toulouse, es una es-pecie de santuario dedicado a su madre, Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942). Como en todo santuario, hay flores frescas, un ramo de margaritas amarillas, frente al particular altar laico de-dicado a la deidad doméstica: una estantería repleta de ediciones de sus obras en todos los idiomas, y un montón de fotografías suyas prendidas de las paredes. Némi-rovsky en los años veinte, con un sombrerito calado hasta las cejas; con su marido, el banquero Michel Epstein, y con sus hijas, Denise, la mayor, y Elizabeth, siete años y medio más pequeña, muerta de cáncer en 1996.

No era una buena judía para los responsables del Museo del Judaísmo de París, que rechaza-ron la exposición sobre su vida

"Fue la Françoise Sagan de su época, pero en 2004 era una auto-ra olvidada", dice su redescubri-dor, el editor de Denoël

"Mi madre no ocultó nunca que era judía. Si se convirtió al catolicismo fue para salvarse", dice la hija de Némirovsky.

Denise, 81 años, es la única superviviente de una familia des-trozada por el delirio nazi (a la deportación a Auschwitz de Irène le siguió la de su marido, muerto en las cámaras de gas el mismo año), por el dolor y la enferme-dad. "Esta es la foto que prefiero, la última que nos hicimos juntos", dice, señalando una imagen de la pareja con las dos hijas, todos sonrientes, tomada el verano de 1939, en Hendaya, donde solían ir todos los años.

Denise Epstein, pelo corto, ca-misa marrón, pantalones negros, y un aire jovial que desarma, ha sido documentalista y ha creado su propia familia (tiene dos hijos, una hija, Irène, y varios nietos), pero el motor fundamental de su vida ha sido siempre su madre. Es decir, recuperar los fragmentos de

su vida, reconstruir una memoria coherente de la mujer y de la es-critora que tanto admiraba, y de la que fue separada bruscamente la mañana del 13 de julio de 1942. Esta dedicación casi obsesiva explica que guardara durante dé-cadas el manuscrito de la última obra de su madre. La inacabada Suite francesa, publicada por edi-ciones Denoël en 2004.

Una obra escrita, como dijo la autora, "en la lava ardiente". Una historia en tiempo real de la guerra y sus efectos en una comu-nidad burguesa europea. Némiro-vsky retrata con certera crueldad la reacción del pueblo francés a la ocupación alemana. Obsesio-nados por la comida y los objetos mientras el mundo se derrumba a su alrededor. El aplauso póstu-mo fue general. Desde entonces, la vida de Epstein gira todavía un poco más alrededor de la de su madre, convertida en una autora superventas, traducida a 35 idio-mas.

Denise enciende un cigarrillo rubio y busca en las estanterías la primera edición de “Los perros y los lobos”. "Aquí está. Mire. Es uno de los libros que prefiero de

mamá. Me gustan más los que hablan de gente un poco bohemia que los que reflejan a la burgue-sía francesa". “Los perros y los lobos”, que publica la editorial Salamandra -y La Magrana en catalán-, es, como casi siempre en las novelas de Némirovsky, un agudo retrato social. La obra, que rezuma desencanto, relata la historia de Ada, Ben y Harry, judíos los tres, parientes lejanos, y situados en los extremos de la escala social. Los sentimientos que alimenta Ada hacia Harry su-perarán el tiempo y las barreras sociales hasta unirles en un amor que va más allá de la experiencia individual, porque ambos se reco-nocen en la memoria común de un pueblo arrinconado, rechazado y, por ese motivo, dividido entre los perros fieles y los lobos salvajes.

Los personajes de “Los perros y los lobos” son, casi exclusiva-mente, judíos procedentes de la Europa del Este, e instalados en París, como la propia familia de la autora. La visión de Némirovs-ky no es amable. "Pero sé que es verdad", escribirá en una nota al hilo de la publicación de la obra, en 1940. Eran años difíciles, pero

Némirovsky no podía imaginar que estaba a un paso del final de su vida humana y artística. Por-que a su deportación y su muerte en agosto de 1942, en el campo de concentración polaco, le seguiría un largo, profundo silencio edito-rial.

"Cuando nos lanzamos a pu-blicar Suite francesa, era una au-tora completamente olvidada", reconoce Olivier Rubinstein, su redescubridor, y responsable ac-tual de la editorial Denoël, en su amplio despacho de la sede pari-siense, que se asoma a un patio in-terior lleno de árboles florecidos. "Había sido una escritora precoz, una especie de Françoise Sagan de su época, que publicó su pri-mer libro en una revista literaria en 1926, con 23 años, y conquis-tó la celebridad absoluta a los 29 años con su novela David Gol-der". Cierto que dos de sus libros más célebres, este último y “El baile”, editados por Grasset, toda-vía se vendían, pero los derechos de autor que recibían las hijas de la autora eran de unos pocos cien-tos de euros.

Rubinstein conocía a Némiro-vsky y leyó el texto con interés,

pero sin la menor sospecha de que tenía en sus manos uno de los ma-yores éxitos editoriales de Denoël. Suite francesa fue un superventas total, no sólo en Francia, o en Es-paña, donde conquistó el “Premio de los Libreros de Madrid”, y tuvo una excepcional acogida. La edición en lengua inglesa superó el millón de ejemplares de ventas y sirvió, como dice Rubinstein, para descubrir "no solo una obra excepcional sino a una autora muy importante". Una autora que todavía no ha terminado de cose-char triunfos. El año próximo se iniciará el rodaje de una superpro-ducción cinematográfica de Suite francesa, y existe el proyecto de inaugurar en Madrid una gran ex-posición sobre la peripecia huma-na de la escritora, que se clausu-ró en París en marzo pasado. La muestra procedía de Nueva York, donde bajo el lema Mujeres de letras. Irène Némirovsky y Suite francesa, presentaba la historia de la escritora, que ya había conmo-vido a la opinión pública estado-unidense cuando se divulgaron los detalles del descubrimiento de su novela póstuma. Allí estaba su manuscrito, un cuaderno de papel cebolla emborronado con una le-tra diminuta de un azul especial; allí estaba el pequeño baúl (28,5 centímetros de alto, por 49 cen-tímetros de ancho y 42 centíme-tros de profundidad), donde per-maneció guardado junto a cartas, fotografías, pequeños recuerdos familiares, hasta los años noven-ta, cuando sus hijas se decidieron a depositarlo en un archivo públi-co, no sin antes mecanografiarlo y reservarse cada una, una copia. Y allí estaban las imágenes de Né-mirovsky. Fotografías de una ado-lescencia triste, de una juventud loca, vivida en el lujoso ambiente de los rusos blancos en el exilio. Irène, rodeada de rostros con la mirada esquiva que les identifica como descendientes de una es-tirpe de víctimas de pogromos, persecuciones, deportaciones. "Deportación es una palabra tan rusa", exclama Denise Epstein. Pero hábiles también para recons-truir fortunas y ganarse un sitio en las sociedades de adopción.

Los Némirovsky, huidos de la revolución bolchevique, se insta-larían en París en 1919, después de una etapa en Finlandia y un breve paso por Suecia. París era el centro del mundo y la joven-císima Irène, educada en francés por su institutriz, encontrará allí, finalmente, su lugar en el mundo. Y su patria, en el idioma francés, como ha dicho su biógrafo, Oli-vier Philipponnat.

>>> Irène Némirovsky. (Foto: archivo).

Page 6: Rayuela 170411

!lees o QUÉ!

Rayue la

Domingo 17 de Abril de 2011Rayuela No. 112 página 14 Péndulo de Chiapas

Un momento de descanso[CARE SANTOS]

WWW.LATORMENTAENUNVASO.BLOGSPOT.COM

“¿Nunca se ha parado a pensar por qué ape-nas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre la uni-

versidad española que sea elegante y además vero-símil.” Son palabras que Antonio Orejudo pone en boca de uno de los personajes de su última novela, tan inteligente y original como ya lo fueron sus tres deslumbrantes libros anteriores –“Fabulosas narra-ciones por historias”, “Ventajas de viajar en tren” y “Reconstrucción”– y que no cuesta imaginar que ha-brán servido de inspiración a toda la trama.

Adoptando el disfraz de la autoficción, el autor madrileño arranca la trama con el encuentro con un viejo colega profesor mientras firma en la Feria del Libro de Madrid. El amigo le plantea desenmas-carar al maestro de ambos., de quien ha conocido su cercanía con la dictadura de Franco pero hacia quien siente también una personal inquina. Así, la excusa da pie a una novela de campus –rara avis en nuestras letras, mucho más extendida en el mundo anglosajón–, a ratos tan desternillante que evoca a la memorable Pnin de Vladimir Nabokov y su co-lección de profesores sonados. Entre los que pululan por estas páginas, destacan, por ejemplo, una auto-ridad mundial en José María Pemán, una profesora de contemporánea convencida de que la verdadera obra de los novelistas son las dedicatorias autógra-fas que estampan en sus libros o un traumatizado docente que estudia la influencia de Juan Benet en la narrativa del siglo XX y tiene que dejarlo al no encontrar ninguna referencia. Mala baba, cinismo y mucho conocimiento del medio conviven en esta primera parte, que deslumbra por la profundidad del planteamiento, el humor omnipresente y la caricatu-ra de los personajes y que termina con la denuncia hacia la mediocridad en la que el franquismo sumió la Universidad española.

La segunda parte sirve a Orejudo para explicar, con unas tintas que en ocasiones rozan la literatura

del absurdo, sus orígenes como escritor. Es memo-rable el episodio, pretendidamente autoparódico, en que cuenta cómo contribuyó a borrar dos líneas del incunable del “Cantar de Mío Cid” conserva-do en la Bibioteca Nacional (páginas 112 a 115). Le sobran tal vez las fotografías, que despistan al lector y no aportan nada a un texto que no precisa ilustración alguna para ser redondo. La tercera y última parte, irónicamente detectivesca, sirve para cerrar la cuestión sembrando la duda acerca de las certezas del pasado y la justicia de la memoria. Como en el resto de libros del autor, queda la sen-sación de que un asunto dramático ha sido tratado de un modo muy poco serio. Aunque eso no hace más que confirmar lo que ya sospechábamos: este tipo, Orejudo, es uno de los grandes.

Sunset Park[SANTIAGO PAJARES]WWW.LATORMENTAENUNVASO.BLOGSPOT.COM

Paul Auster es, como escritor, el equivalente geogáfico de Woody Allen. Mientras que Mr. Allen ha capturado con su cámara las calles, los puentes y buena parte de los anochece-res de Nueva York a lo largo de toda su filmografía, Paul Auster las ha recorrido con sus personajes, nombrándolas, eti-quetándolas, describiéndolas y sobre, todo, viviéndolas. Es por esto que no nos debiera extrañar que su última novela transcurra precisamente a un barrio de Brooklyn, Sunset Park, que da título a esta no-vela.

Mr. Auster comparte tam-bién la particularidad con Wo-ody Allen de estrenar cada año, generalmente en otoño. Como lector, a veces puedes tener la impresión de que sería aconse-jable (e incluso necesario) ha-cer una pausa después de cada novela para cargar las pilas y volver a tener ganas de escri-bir; pero Paul Auster no pare-ce desde luego que sea de esos que escriben sin ganas (que los hay, o lo parece). Casi todas sus novelas (salvo alguna ex-cepción como Un hombre en la oscuridad) rayan a una gran altura, o al menos la suficiente para mantener activos y expec-tantes a sus millones de fans. Si tras la citada Un hombre en la oscuridad surgieron algunas dudas, estas debieron quedar zanjadas con su siguiente obra, Invisible, y si no fue así, aquí está Sunset Park para echar el resto. Una novela que nos ha-

bla de la crisis, tanto mundial como personal, tanto económi-ca como de valores.

La trama gira alrededor el protagonista, Milles Heller, un joven talentoso e inteligente que acuciado por una precaria economía y un pasado tormen-toso, se gana la vida limpiando pisos de familias desahuciadas por los bancos. Tras un aconte-cimiento dramático debe aban-donar a su novia hasta que esta sea mayor de edad y refugiarse con un amigo en una casa aban-donada frente a un cementerio, en Sunset Park, Broolyn, Nue-va York. Cómo no. El resto de los personajes de la novela (su padre, su madre, su novia, sus amigos y nuevos compañeros de piso) giran alrededor suyo, aunque tendrán sus propios capítulos para contar cada uno se propia historia y visión de la vida. Con la certeza de que serán desocupados de su resi-dencia, sólo les queda esperar. ¿Pero esperar qué? Y sobre todo, ¿esperar cómo?

[ARIADNA G. GARCÍA]WWW.LATORMENTAENUNVASO.BLOGSPOT.COM

Escribía Luis Rosales en sus “Ri-mas” (1951) que los poetas “es preciso que escribamos/…/desde el solar de nuestra propia alma”. Esta actitud ante el hecho creativo es parecida a la de Miguel Hernán-dez, quien escribía en uno de sus más celebrados sonetos de “El rayo que no cesa” (1936): “la lengua en corazón tengo bañada”. Ideal que conecta con las teorías poéticas re-nacentistas y se remonta al misticis-mo de Hugo de San Víctor (S. XII), que entintaba –nos cuenta en sus tratados– la pluma en el cálamo del corazón. Esos valores (franqueza, verdad, similitud y realismo) son los que recoge Antonio Calvo Elo-rri en Con el corazón en la boca.

La obra de Elorri nos adentra –con un lenguaje sencillo, sobrio, coloquial– en un entorno urba-no tanto público (polígonos, ba-res, oficinas…) como doméstico, donde se localizan las distintas vivencias amorosas del sujeto que enuncia. Es precisamente el amor,

su carácter caduco y perecedero, el tema principal del libro. Así, en algunos poemas la voz narradora recuerda con nostalgia un pasado remoto no exento de ternura, sacri-ficio, complicidad y deseo; mien-tras que en otros textos –aquellos localizados en un tiempo presente– el narrador asume (sin dolor) que no es posible la permanencia en la vida de los otros más allá del sexo. Los encuentros son meros simula-cros de relaciones afectivas plenas y están abocados a su extinción. En algunas ocasiones, incluso, la interacción se agota en un simple intercambio de miradas y gestos que no tiene futuro; en estos casos, la promesa de la posibilidad queda abolida por la falta de tiempo o de un contexto social adecuado para que dos personas se conozcan.

Antonio Calvo Elorri ha teji-do con sutileza un poemario que ahonda en dos obsesiones dife-rentes: la pérdida (de lo que fue) y la intrascendencia (de lo que es). Toda la realidad ha sido con-gelada. El narrador pasa la mano

lentamente por encima de un blo-que de hielo que sólo irradia frío. Sin embargo, lejos de entumecer-se, la mano escribe y nombra ese cristal tan frágil que es la vida.

Antonio, pues, ha demostrado en este primer libro de poemas que posee una voz sensible y un espí-ritu audaz, como los pájaros que cantan en el viento helado.

Con el corazón en la boca

Page 7: Rayuela 170411

Domingo 17 de Abril de 2011Rayuela No. 112 página 15 Péndulo de Chiapas

(México, D.F. 1984) Vivió en Chahuites Oaxaca, la Capital del Mango e itinerante por devoción. Formado en la Facultad de Idiomas de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO). Actualmente cursa la Maestría en Letras Mexicanas del Siglo XX en la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach).

Hugo Guerrero

***Para mi padre,

Que entra por mi frente y se dobla en mi mentón. Hace trece años fuiste un eco en ese hoyo embetunadocon la cara de esfingetu pecho erguido y bien vestido. Tengo ya el doble de edadtrepasespinas y floreas en mi lengua viril. Hoy no te llevé flores ni las viceras de mis palabrasesta gente,esta gente me distrae con sus dientes y huesos amarillos. Dejaste esta casa de dos cuartos y a mi madre con una larga oración para contarafuera no nacen ya las floressólo albahaca para el espanto y el cuerpo torcido. Hace trece años tomé tu mano, era un fetiche que lastimaba mi nucami vista era ocre: un corredor movedizo. Abordo de ese cajón entre escombros y moluscosbuscando tormentas eléctricas zarpaste como un marinero. Trece veces,por ese hoyotrece veces,por esa boca que tragaluztrece veces vertido en un sorbo bajo cero.

Nunca confíes en un poetaNunca confíes en los poetasson como sabuesos pardosde lenguas apresuradas,nómadas.

Telarañas,nunca confíes en los poetastejen vestidoste dejan desnudo.

Los poetas son la mano que sostiene un cigarrillohombres de humo, un sorbo de fuegoun guiño que te hacen venirvampiros diurnos.

Esta costra

Escribo esta costra, esta geometría indecisa de la hojaque se pierde dentro de mi bocalaringe que languidece Trémula Reptante.

Escribo los domingos amarilloscomo yema se pudrenescribo este día dormidoque se va hacia dentro en retazos ebrios.

Mi garganta hinchada como cúpulacon esta voz de esquila salada que se derrama en mi lenguaque zozobra como salmón.

Page 8: Rayuela 170411

Domingo 17 de Abril de 2011Rayuela No. 112 página 16 Péndulo de Chiapas

El animal del lenguaje[EMILIANO BECERRIL]

WWW.JORNADA.UNAM.MX

E s muy complejo en-tender de dónde pro-vienen las palabras, y más difícil aún enten-

der hacia dónde van. ¿Qué será, en un futuro, de la palabra cha-chalaca? Imposible saberlo. ¿De dónde viene? ¿Alguien sabía que la palabra xococ terminaría teniendo un hijo que se llama xoconostle y otro que se llama jocoque? Lo dudo. La condi-ción de la lengua en el futuro sólo depende de los accidentes sociales, de los encuentros y ve-ricuetos que cada palabra tenga en relación con el tiempo y los lugares por donde se mueva. Por eso pretender domar al lenguaje con alguna regla, marcarle un destino u obligarlo a apegarse a cualquier norma gramatical, no sólo es no entenderlo y menos-preciar su fuerza, sino ir a con-tracorriente. No se puede frenar la ansiedad aventurera del len-guaje. No obstante, aun así, da la impresión de que algunas re-formas de la Real Academia de la Lengua –cuyo impacto real (o Real) finalmente será poco– pa-recen olvidar que la lengua es un sistema complejo y abierto, que en eso radica su magia, y que es un abanico de nervios que no se puede contener. Por eso, cuan-do la Academia establece reglas que intentan frenar al lengua-je, y totalizarlo con criterios o manías lingüísticas, su función queda bajo la sombra de un velo extraño (por decir lo menos).

No me quiero poner muy téc-nico, porque ni siquiera lo soy, pero sé que si nos quitaran la ha-che (como aparentemente alguna vez se discutió) y nos dijeran que es “inútil”, yo no sólo dejaría de ser hombre –volviéndome un om-

bre pusilánime–, sino que nunca entendería la historia ni la istoria de la letra efe, mis amigos Her-nando y Fernando serían el mis-mo ombre sin nombre: Ernando; y por eso, en general, las futuras generaciones, las que nacieran sin hache, no podrían intuir que la palabra fecha viene de la sim-plificación de una frase –cuando al final de una carta ponían hecha esta carta (con hache). Vamos, la letra hache podrá ser inútil en mu-chos casos, sin embargo no lo es. La ortografía (la buena y la mala, la útil y la inútil, la establecida y la que quiere volar) es la huella del tiempo; es la marca del baile infinito de las palabras, a tal gra-do, que intentar cambiarla arbitra-riamente y por una cuestión me-ramente “práctica” no puede ser otra cosa que desdeñar la historia y el comportamiento del lengua-je. En el lenguaje todo tiene una razón de ser histórica y, justo por eso, cautivadora. Un acento existe y, aunque no se apegue a caba-lidad a las reglas gramaticales, viene acompañado por un legado histórico. Lo mismo puede decir-se sobre cualquier característica del lenguaje cotidiano, ya que los “errores” de éste son los que están haciendo historia. Las palabras que parecen estar mal dichas o es-critas son valiosas porque encie-rran en sí mismas los vericuetos de la evolución del lenguaje, para atrás y para adelante. La identidad de una palabra está echa por todas sus letras y acentos. Entonces, por ejemplo, ¿porqué las reformas de la Real Academia de la Lengua quitaron el acento de la palabra truhán (por suerte dejaron intacta la hache), cuando truhán estaba tan bien como estaba? Pues, en primer lugar, porque por algo la Academia es Real, y, en segun-do, por un diptongo –parece ser–,

porque cuando dos vocales fuertes se siguen una tras la otra (como en toalla o leona) no hay acento escrito, a menos que se presente un hiato y el diptongo se rompa con un acento escrito (como en fi-losofía o púa) y la tilde tenga que escribirse porque las sílabas de la palabra deben separarse (como en Ma-rí-a o ju-dí-o). En térmi-nos formales, además, el hiato sólo se escribe cuando el acento cae en las vocales débiles (i y u: país, baúl) y no en las fuertes (a, e y o), como sucede con la a de truhán. ¿Pero por qué, entonces, truhán, siempre tuvo tilde en la a, si el acento cae en una vocal

fuerte? Pues porque la palabra tiene su propia historia. Truhán viene de la voz gala trugant (si no es que desde antes), y en galo el acento de esa palabra cae en la a, pero no se escribe, a menos que la palabra pase al español, donde las sílabas de ésta se separan y di-gamos truhán con todo y la huella de su origen. Ahora, truhán tiene una hache entre las vocales, debi-do a la ge de la palabra gala que la antecedió; pero parece que la hache no importa, porque nunca importa, y porque es histórica y no gramatical, y como la gramá-tica impera sobre la huella de las palabras, las vocales ya no se se-

pararán: el acento sale. Es decir, ahora hay diptongo con todo y ha-che. Así, pues, según las reformas, truhan se escribe así, sin acento y con diptongo. Por eso, de ahora en adelante cualquiera que ose llamarse Juan, deberá de pensar-lo dos veces, porque no hay que olvidar que la hache puede volar en cualquier momento y, en ese caso, si uno lee truan, sin acento ni ache, lo hará de la misma forma en la que lee Juan. Para quienes decidan acatar la reforma (no será mi caso, ya que además un truhan sin acento me parece inofensivo) la pista del trugant habrá desapa-recido. ¿Y por qué homologaron –otra– con esta reforma el sólo con el solo, volviéndolas la mis-ma palabra: solo? ¿Qué no se su-pone que no es lo mismo ir sólo (únicamente) a la iglesia que ir solo (solito) a la iglesia? Por ahí dicen que “si se pone atención” cuando se lee puede entenderse perfectamente si el solo (sin acen-to) se refiere al únicamente o al solitario, y que por eso el acento no es realmente necesario. Pues bien, lo mismo podría decirse de la palabra imbécil o imbecil (sin acento), pero esto sería una estu-pidez, porque escribir una carta cerrando con la palabra imbecil, sin acento, resultaría muy burdo. ¿Por qué “sajonizar” el lenguaje, me pregunto, por qué tratar de “limpiarlo” de las cosas que le so-bran y no hacen falta? Porque la historia no importa, y porque en un afán muy ordinario pretende-mos meterle mano a más cosas de la cuenta. Curiosamente, y aun-que lo hablemos los humanos, el lenguaje no le pertenece a nadie, sino todo lo contrario: a todos, y por eso es indómito. De cualquier forma, no hay de qué preocupar-se: las palabras viven en una anar-quía perfecta. El animal que es el lenguaje se mantendrá nervioso y en movimiento, y pronunciar hi-cistes en lugar de hiciste, aunque esté “mal”, seguirá siendo una re-gresión formidable e inevitable en el tiempo.

>>> La ortografía es la huella del tiempo.(Foto: archivo).

FELIPE GARRIDOWWW.JORNADA.UNAM.MX

Rita querida:Espero que te encuentres muy

bien. No sé en qué estés ocupada, pero me pareció que esto que te voy a decir no podía dejar de con-tártelo. Que Dios te bendiga. Tú sabes que te tengo siempre pre-sente en mis oraciones. Hace ya varios días que quería escribirte. No me atrevía a hacerlo, pero fi-nalmente me decidí, porque no puedo guardar por más tiempo este secreto. Tengo que decirte lo que vi aquel sábado, cuando ter-

minaron las vacaciones y me re-gresé. Camino a la terminal bajé a la cripta de tu parroquia porque allí reposan los restos de mi madre y quería despedirme. Oí que había alguien en la sala del fondo y me asomé por si era gente conocida. Vi a dos mujeres, no sé quiénes eran, vestidas de negro, con unos cirios en las manos, arreglando unas flores a los pies de dos mo-mias que estaban en sus cajas, re-cargadas en la pared. Una de ellas era un niño, no lo reconocí. La otra eras tú. Tu amiga que mucho te quiere y te extraña. Ana.

Dos momias

>>> (Foto: archivo).

ROGELIO GUEDEAWWW.JORNADA.UNAM.MX

Pensaba el otro día que con la edad se me iban a acabar las preocupa-ciones de los hijos. Pensaba, casi ingenuamente, que apenas cumpliera mi hijo veinte y mi hija quince, y yo rayara los cincuenta, tan tan asunto concluido, pero luego de un rato de darle vuelo a la preocupación caí en la cuenta de que cuando los hijos crecen, los problemas también crecen, y seguramente estaré para entonces preocupado no porque se vayan a hacer pipí en los calzones sin avisar sino por si encontraron o no trabajo, y luego por si se casaron con un buen hombre o una buena mujer, y luego viene el asunto de los nietos, si nacerán completos, quiero decir con los dos ojos, las dos piernas, las dos manos, y si crecerán sanos, porque a quién no le gustaría asegurarse de que los nietos corran con la misma suerte de sus padres, si fue buena, o no la corran, si mala fue, y mientras todo esto pensaba me di cuenta otra vez que por pensar tanto me perdí la posibilidad de ver a esas mujeres hermosas que pasaron y escuchar a esos pájaros que cantaron, y que es así, pensando en el pasado o en el futuro, como se nos va en vida lo único real que tenemos en las manos: este día.

Edad