quiroga: la vida desde la obra 3 a la deriva 7 la gallina ... · pdf fileíndice...

62
ÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En la noche 25 Más allá 37 El hombre muerto 48 La insolación 53

Upload: phamlien

Post on 05-Feb-2018

221 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

Page 1: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

ÍNDICE

Quiroga: la vida desde la obra 3

A la deriva 7

La gallina degollada 11

El almohadón de plumas 20

En la noche 25

Más allá 37

El hombre muerto 48

La insolación 53

Page 2: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

HORACIO QUIROGACuentos

Selección de Guillermo FernándezPrólogo de Jorge González de León

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL

DIRECCIÓN DE LITERATURA

MÉXICO, 2007

Page 3: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

QUIROGA: LA VIDA DESDE LA OBRA

Aunque el grueso de la crítica parece estar de acuerdoen señalar a Quiroga como un precursor en la narra-tiva hispanoamericana moderna, no se ha destacadolo suficiente la resurrección continua de Quiroga enlos lectores de cada generación. Se le señala como fi-gura cumbre de nuestra cuentística y, sin embargo nose hace suficiente hincapié en el hecho de que, a dife-rencia de otros“precursores”y“cumbres”de nuestrasletras, sigue ejerciendo una especial fascinación sobreel lector neófito y, más importante, sobre el lectorjoven; la fascinación es instantánea: el deslumbra-miento que produce lo inesperado, lo que lo separa,por mucho, de lecturas de otros autores contemporá-neos a Quiroga. El culto al escritor uruguayo, cuandomenos hasta ahora, ha sobrevivido dos generacio-nes; este introducirse entre los lectores, sin enormespromociones, de una manera paulatina pero estable,no es gratuito; la memoria de un público lector tam-poco lo es. ¿Cuántos autores célebres en su épocaestán ya en el olvido?

De Horacio Quiroga, la crítica y los escritores handicho cosas contrarias:“Se le puede considerar comopadre de las dos tendencias principales del siglo XX

(en prosa): el criollismo y el cosmopolitismo”(Sey-mour Menton). Borges , en cambio, con su caracterís-tica ironía y predilección por las frases lapidarias, dice:“Es el hombre (Quiroga) que volvió a escribir loscuentos que Kipling ya había escrito mejor.”

Ni lo uno ni lo otro: Quiroga delinea difusamentealgunos de los rasgos que habían de predominar enla narrativa hispanoamericana posterior; en cuanto

3

Page 4: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

al segundo comentario, es obvio que Quiroga inau-gura cierto relato corto psicológico y, aún de cienciafricción que antecederá y abrirá brecha a algunas delas mejores páginas borgeanas.

Hay en los escritores una filtración constante entrela vida y la obra; de ahí el enorme interés que despier-tan, en los admiradores y los especialistas, las bio-grafías de aquellos. Nada más natural: la obra sevive, y, en el caso de los creadores, la vida se escribe.Se ha imaginado, en la literatura, la posibilidad deque un escrito pase a la vida cotidiana, se conviertaen hecho, se haga acto. En un plano literario la hipó-tesis es probable, amén de resultar estética, en nues-tros días: el sueño pasa a la vigilia porque el sueñoha sido trasgredido y formula su venganza al negarsu propia existencia, es decir, se hace vigilia, perofuera de la lógica de ésta. La hipótesis contraria, porvulgar, no es menos probable: la vigilia influye alsueño, la vida del autor se retrata (deliberada o incons-cientemente) en la obra. En pocos autores se realizanestas posibilidades con tan dramático peso como enHoracio Quiroga cualquier semejanza es mera coin-cidencia reza un‘clisé’, y no hay aún elementos parajuzgar la certeza de estas indagaciones. La obra deQuiroga se parece, demasiado inquietantemente, asu vida personal, si no en detalle, sí en lo desmedidode su violencia, en la aparente inevitabilidad de ladesolación, de la locura, del amor, de la muerte.Habrá quien discuta que hay escritores en los queesta frontera entre obra y vida es clara y señala dife-rencias tan marcadas que desbaratarían cualquierhipótesis al respecto. Esto no invalida el caso deQuiroga. ¿dónde empieza la obra, qué tanto ésta noes“vida”, qué tanto vivir no es una forma extraña deescritura; y, finalmente, qué influye a qué, dónde está

4

Page 5: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

el hombre? El caso de Quiroga, es cierto, desborda ellímite común, crea excepción, excede el denomina-dor más usual: Prudencio Quiroga, padre del escri-tor, se da un tiro accidentalmente, en presencia de lamadre y de Horacio (bebé de meses), éste cae y sufreuna conmoción cerebral; unos años después el pa-drastro, herido por una penosa enfermedad, se damuerte con un arma de fuego; a Quiroga, ya escritoren formación, se le dispara una pistola de manerafortuita y mata a uno de sus más cercanos amigos ycompañero de proyectos y labores literarias; enplena juventud mueren dos de sus hermanos; añosdespués, en las selváticas soledades de Misiones, suesposa se suicida; él mismo pone fin a su vida; sinembargo, la fatalidad persigue esta sangrienta seriey dos años después se ve empujada al suicidio supropia hija Eglé.

La cuentística deQuiroga está basada enundesarro-llo profundísimo (sin antecedentes) del personaje.Sin embargo, este desarrollo desemboca en su pro-pia disolución, en una mimetización del personajecon su paisaje −y he aquí uno de los elementos másmodernos de esta obra−; por momentos, en lo con-trario: el paisaje se vuelve una extensión muda, im-placable, de la situación interna del personaje. ParaNoé Jitrik hay una técnica original que pone“entreél (el autor) y el texto la misma distancia que hayentre éste y el lector”.

Esta técnica consiste en“preguntarse (‘caso aisladode 1907 a 1925’, dice Jitrik) incesantemente, ante todo,por sí mismo como forma de recuperar algo perdido yfragmentado, su realidad y lo exterior a él, sólo capazde deslumbrarlo en lo que tiene de inasible y preca-rio“. Y resuelve la fórmula:“En la elaboración de la

5

Page 6: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

pregunta (se) produce la escritura, en el trabajo dedar salida a los interrogantes va encontrando susformas.”

Sin embargo, Quiroga nunca pierde sus orígenesmodernistas; al contrario, es a través de ellos que lostrasciende. En Quiroga, como en ninguna otra na-rrativa hispanoamericana de la época, se realiza elverso de Darío:“de desnuda que está, brilla la estre-lla”. O, dicho con palabras de Quiroga, en boca deuno de sus personajes,“… un arte tan sutil … tanextraño, que la idea viniera a ser como una enfer-medad de la palabra”.

En efecto, Quiroga se desnuda y se descarna, y eneste ritual humaniza y le da una dimensión antropo-mórfica, modernamente hablando, a la narrativa:muestra la grandeza y la miseria de la condición hu-mana.

En cuanto a las influencias que recibe Quiroga (élhabla de Chéjov, Maupassant, Kipling y Poe) parececlaro que sólo Poe deja una huella indeleble y defi-nitiva en él; lo diferencia del poeta norteamericanoal estar más abierto al mundo concreto, incluso en eltrabajo y el hastío del colono, pero los une el horroralucinado que al rozar la realidad adquiere su golpetotal, desmedido.

No es difícil suponer que el porvenir de lectura deQuiroga está asegurado.Y tampoco es aventuradoensayar, sobre un puñado de sus cuentos, la defini-ción borgeana de lo que podría ser un clásico:“unlibro que las generaciones de los hombres, urgidaspor diversas razones, leen con previo fervor y unamisteriosa lealtad”.

JORGE GONZÁLEZ DE LEÓN

6

Page 7: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

A LA DERIVA

El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintióla mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse,con un juramento vio una yaracacusú que, arrolladasobre sí misma, espera otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, dondedos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente,y sacó el machete de su cintura. La víbora vio laamenaza y hundió más la cabeza en el centro mismode su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislo-cándole las vértebras.

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó lasgotitas de sangre y durante un instante contempló.Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violeta ycomenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamentese ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la pi-cada hacia su rancho.

El dolor en el pie aumentaba, con sensación de ti-rante abultamiento, y de pronto el hombre sitió doso tres fulgurantes punzadas que, como relámpagos,habían irradiado desde la herida hasta la mitad dela pantorrilla. Movía la pierna con dificultad, unametálica sequedad de garganta, seguida de sed que-mante, le arrancó un nuevo juramento.

Llegó por fin al rancho y se echó de brazos sobrela ruda de un trapiche. Los dos puntitos violeta des-parecían ahora en la monstruosa hinchazón del pieentero. La piel parecía adelgazada y a punto deceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz sequebró en un ronco arrastre de garganta seca. La sedlo devoraba.

−¡Dorotea! −alcanzó a lanzar en un estertor−.¡Dame caña!

7

Page 8: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombresorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto al-guno.

−¡Te pedí caña, no agua! −rugió de nuevo−.¡Dame caña!

−¡Pero es caña, Paulino! −protestó la mujer, es-pantada.

−¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!La mujer corrió otra vez, volviendo con la dama-

juana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, perono sintió nada en la garganta.

−Bueno, esto se pone feo … −murmuró entonces,mirando su pie, lívido ya y con un lustre gangrenoso.Sobre la honda ligadura del pañuelo la carne des-bordaba como una monstruosa morcilla.

Los dolores fulgurantes se sucedían en continuosrelampagueos y llegaban ahora a la ingle. La atrozsequedad de garganta, que el aliento parecía caldearmás, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorpo-rarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio mi-nuto con la frente apoyada en la rueda de palo.

Pero el hombre no quería morir, y descendiendohasta la costa subió a su canoa. Sentose en la popay comenzó a palear hasta el centro del Paraná.Allí lacorriente del río, que en las inmediaciones delIguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cincohoras a Tacurú-Pucú.

El hombre, con sombría energía, pudo efectiva-mente llegar hasta el medio del río; pero allí susmanos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, ytras un nuevo vómito −de sangre esta vez− dirigióuna mirada al sol, que ya trasponía el monte.

La pierna entera, hasta medio muslo, era ya unbloque deforme y durísimo que reventaba la ropa.

8

Page 9: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con sucuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado con gran-des manchas lívidas y terriblemente doloroso. Elhombre pensó que no podría llegar jamás él solo aTacurú-Pucú y se decidió a pedir ayuda a su compa-dre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estabadisgustados.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia lacosta brasileña y el hombre pudo fácilmente atracar.Se arrastró por la picada en cuesta arriba; pero a losveinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.

−¡Alves! −gritó con cuanta fuerza pudo, y prestóoído en vano−. ¡Compadre Alves! ¡No me niegueseste favor! −clamó de nuevo, alzando la cabeza delsuelo.

En el silencio de la selva no se oyó rumor. El hom-bre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y lacorriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmentea la deriva.

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensahoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonanfúnebremente el río. Desde las orillas, bordeadas denegros bloques de basalto, asciende el bosque, negrotambién. Adelante, a los costados, atrás, siempre laeterna muralla lúgubre; en cuyo fondo el río arre-molinado se precipita en incesantes borbollones deagua fangosa. El paisaje es agresivo y reina en él unsilencio de muerte.Al atardecer, sin embargo, su be-lleza sombría y calma cobra una majestad única.

El sol había caído ya cuando el hombre, semiten-dido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalo-frío.Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamentela cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, lased disminuía y su pecho libre ya, se abría en lenta ins-piración.

9

Page 10: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

El veneno comenzaba a irse, no había duda. Sehallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas paramover la mano, contaba con la caída del rocío parareponerse del todo. Calculó que antes de tres horasestaría en Tacurú-Pucú.

El bienestar avanzaba, y con él una somnolenciallena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la piernani en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona, enTucurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrónmíster Dougald y al recibidor del obraje.

¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abríaahora en pantalla de oro, y el río se había coloreadotambién. Desde la costa paraguaya, ya entenebre-cida, el monte dejaba caer sobre el río su frescuracrepuscular en penetrantes efluvios de azahar y mielsilvestre. Una pareja de guacamayas cruzó muy altoy en silencio hacia el Paraguay.

Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivabavelozmente, girando a ratos sobre sí misma ante elborbollón de un remolino. El hombre que iba en ellase sentía cada vez mejor, y pensaba entre tanto en eltiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrónDougald. ¿Tres años?Tal vez no, no tanto. ¿Dos añosy nueve mese? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Esosí, seguramente.

De pronto sitió que estaba helado hasta el pecho.¿Qué sería?Y la respiración …Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lo-

renzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Espe-ranza unViernes Santo … ¿Viernes? Sí, o jueves …

El hombre estiró lentamente los dedos de lamano.

−Un jueves …Y cesó de respirar.

10

Page 11: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

LA GALLINA DEGOLLADA

Todo el día, sentados en el patio, en un banco esta-ban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Manzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojosestúpidos, y volvían la cabeza con toda la bocaabierta.

El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco deladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco me-tros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos enlos ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerro aldeclinar, los idiotas tenían fiesta. La luz enceguece-dora llamaba su atención al principio; poco a pocosus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosa-mente, congestionados por la misma hilaridad an-siosa, mirando el sol con alegría bestial, como sifuera comida.

Otras veces, alineados en el banco, zumbabanhoras enteras imitando al tranvía eléctrico. Los ruidosfuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían enton-ces alrededor del patio,mordiéndose la lengua y mu-giendo. Pero casi siempre estaban apagados en susombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el díasentados en su banco, con las piernas colgantes yquietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.

El mayor tenía doce años y el menor ocho. Entodo su aspecto sucio y desvalido se notaba la faltaabsoluta de un poco de cuidado maternal.

Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido undía el encanto de sus padres.A los tres meses de ca-sados, Manzzini y Berta orientaron su estrecho amorde marido y mujer y mujer y marido hacia un porve-nir mucha más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para

11

Page 12: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

dos enamorados que esa honrada consagración deun cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuoamor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amormismo, sin esperanzas posibles de renovación?

Así lo sintieron Manzini y Berta, y cuando el hijollegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeroncumplir su felicidad. Pero en el vigésimo mes sacu-diéronlo una noche convulsiones terribles y a la ma-ñana siguiente no conocía más a sus padres. Elmédico lo examinó con atención profesional que es-taba visiblemente buscando la causa del mal en lasenfermedades de los padres.

Después de algunos días los miembros paraliza-dos de la criatura recobraron el movimiento; pero lainteligencia, el alma, aun el instinto, se habían idodel todo. Había quedado profundamente idiota, ba-boso, colgante, muerto para siempre en las rodillasde su madre.

−¡Hijo, mi hijo querido! −sollozaba ésta sobreaquella espantosa ruina de su primogénito.

El padre, desconsolado, acompañó al médicoafuera.

−A usted se le puede decir: creo que es un casoperdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que lepermita su idiotismo, pero no más allá.

−¡Sí! … ¡Sí! … −asentía Mazzini−. Pero dígame:¿Usted cree que es herencia, que …?

−En cuanto a la herencia paterna, ya le dijo lo quecreía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hayallí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más,pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinardetenidamente.

Con el alma destrozada de remordimiento, Man-zini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que

12

Page 13: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo queconsolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo másprofundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

Como es natural, el matrimonio puso todo su amoren la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud ylimpidez de risa reencedieron el porvenir extinguido.Pero a los dieciocho meses las convulsiones del pri-mogénito se repetían, y al día siguiente el segundohijo amanecía idiota.

Esta vez los padres cayeron en honda desespera-ción. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos!¡Su amor, sobre todo!Veintiocho años, él, veintidósella y toda su apasionada ternura no alcanzaba acrear un átomo de su vida normal.Ya no pedían másbelleza o inteligencia, como en el primogénito; ¡peroun hijo, un hijo como todos!

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradasde dolorido amor, un loco anhelo de redimir de unavez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevi-nieron mellizos, y punto por punto repitiese el pro-ceso de los dos mayores.

Más por encima de su inmensa amargura que-daba a Manzini y a Berta gran compasión por suscuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la máshonda animalidad no ya sus almas, sino el instintomismo, abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio,ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, perochocaban contra todo, por no darse cuanta de losobstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyec-tarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comero cuando veían colores brillantes y oían truenos. Sereían entonces, echando afuera lengua y ríos debaba, radiantes de frenesí bestial.Tenían, en cambio,cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtenernada más.

13

Page 14: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Con los mellizos pareció haber concluido la ate-rradora descendencia. Pero pasados tres años, Man-zini y Berta desearon de nuevo ardientemente otrohijo, confiando en que el largo tiempo transcurridohubiera aplacado la fatalidad.

No satisfacían sus esperanzas.Y en ese ardienteanhelo que se exasperaba en razón de su infructuo-sidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cualhabía tomado sobre sí la parte que le correspondíaen la miseria de sus hijos; pero la desesperanza deredención ante las cuatro bestias que habían nacidode ellos echó fuera esa imperiosa necesidad de cul-par a los otros, que es patrimonio específico de loscorazones inferiores.

Iniciáronse con el cambio de pronombres: tushijos.Y como a más del insulto había insidia, la at-mósfera se cargaba.

−Me parece −díjole una noche Manzini, que aca-baba de entrar y se lavaba las manos−, que podríastener más limpios a los muchachos.

Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.−Es la primera vez −repuso al rato− que te veo in-

quietarte por el estado de tus hijos.Manzini volvió un poco la cara a ella con una son-

risa forzada.−De nuestros hijos, me parece …−Bueno, de nuestros hijos. ¿Te gusta así? −alzó

ella los ojos. Esta vez Manzini se expresó clara-mente:

−Creo que no vas a decir que yo tengo la culpa,¿no?

−¡Ah, no! −se sonrío Berta, muy pálida−; pero yotampoco, supongo …¡No faltaba más! … −murmuró.

−¿Qué no faltaba más?

14

Page 15: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entién-delo bien! Eso es lo que te quería decir.

Su marido la miró un momento, con un brutaldeseo de insultarla.

−¡Dejemos! −articuló al fin, secándose las manos.−Como quieras, pero si quieres decir …−¡Berta!−¡Como quieras!Este fue el primer choque, y le sacudieron otros:

pero en las inevitables reconciliaciones sus almas seunían con doble arrebato y ansia por otro hijo.

Nació así una niña,Vivieron dos años con la an-gustia a flor del alma, esperando siempre otro de-sastre.

Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieronen su hija toda su complacencia, que la pequeña lle-vaba a los extremos límites del mimo y la malacrianza.

Si aun en los últimos tiempo Berta cuidaba siem-pre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi deltodo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizabacomo algo atroz que la hubieran obligado a cometer.A Manzini, bien que en menor grado, pasábale lomismo. No por eso la paz había llegado a sus almas.La menor indisposición de su hija echaba afuera,con el terror de perderla, los rencores de su descen-dencia podrida. Habían acumulado hiel sobradotiempo para que el vaso no quedara distendido, y almenor contacto el veneno se vertía afuera.Desde el pri-mer disgusto emponzoñado habíanse perdido el res-peto; y si hay algo a que el hombre se sientearrastrado con cruel fruición es, cuando ya se co-menzó, a humillar del todo a una persona. Antes secontenía por la mutua falta de éxito; ahora que éste

15

Page 16: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo,sentía mayor la infamia de los cuatro engendros queel otro habíale forzado a crear.

Con estos sentimientos, no hubo ya para los cua-tro hijos mayor afecto posible. La sirvienta los vestía,les daba de comer, los acostaba, con visible brutali-dad. No los lavaba casi nunca. Pasaban casi todo eldía sentados frente al cerco abandonados a toda re-mota caricia.

De este modo Beritita cumplió cuatro años, y esanoche, resultado de las golosinas que sus padreseran incapaces de negarle, la criatura tuvo algún es-calofrío y fiebre.Y el temor a verla morir o quedarseidiota tornó a reabrir la eterna llaga.

Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue,como casi siempre, los fuertes pasos de Manzini…

−¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio?¿Cuántas veces …?

−Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hagoa propósito.

Ella se sonrió, desdeñosa:−¡No, no te creo tanto!−Ni yo jamás te hubiera creído tanto a ti …¡Tisi-

quilla!−¡Qué! ¿Qué me dijiste?−¡Nada!−¡Sí, te oí algo! Mira, ¡no sé lo que dijiste, pero te

juro que prefiero cualquier cosa a tener un padrecomo el que has tenido tú!

Manzini se puso pálido.−¡Al fin! −murmuró con los dientes apretados−.

¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías decir!−¡Sí, víbora, sí! ¡Pero yo he tenido padres sanos!

¿Oyes? ¡Sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio!

16

Page 17: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo!¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!

Manzini explotó a su vez.−¡Víbora tísica! ¡Eso es lo que te dije, lo que te

quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médicoquién tiene la mayor culpa de la meningitis de tushijos, mi padre o tu pulmón picado, víbora!

Continuaron cada vez con mayor violencia, hastaque un gemido de Bertita selló instantáneamentesus bocas. A la una de la mañana la ligera indiges-tión había desaparecido y, como pasa fatalmente contodos los matrimonios jóvenes que se han amadointensamente una vez siquiera, la reconciliaciónllegó, tanto más efusiva cuanto infames fueron losagravios.

Amaneció un espléndido día, y mientras Berta selevantaba escupió sangre. Las emociones y la malanoche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Manzinila retuvo abrazada largo rato y ella lloró desespera-damente pero sin que ninguno se atreviera a deciruna palabra.

A las diez decidieron salir, después de almorzar.Como apenas tenían tiempo. ordenaron a la sir-vienta que matara una gallina.

El día, radiante, había arrancado a los idiotas de subanco. De modo que mientras la sirvienta degollabaen la cocina al animal, desangrándolo con parsimo-nia (Berta había aprendido de su madre este buenmodo de conservar la frescura de la carne), creyó sen-tir algo como respiración tras ella.Volvióse y vio a loscuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro,mirando estupefactos la operación. Rojo … rojo …

−¡Señora! Los niños están aquí en la cocina.Berta llegó. No quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni

17

Page 18: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

aun en estas horas de pleno perdón, olvido y felici-dad reconquistada podía evitarse esa horrible visión!Porque, naturalmente, cuanto más intensos eran losraptos de amor a su marido e hija, más irritado era suhumor con los monstruos.

−¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!Las cuatro bestias, sacudidas, brutalmente empu-

jadas, fueron a dar a su banco.Después de almorzar salieron todos. La sirvienta

fue a Buenos Aires y el matrimonio a pasear por lasquintas. Al bajar el sol volvieron; pero Berta quisosaludar un momento a sus vecinas de enfrente. Suhija escapóse en seguida a casa.

Entretanto los idiotas no se habían movido todo eldía de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco,comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirandolos ladrillos, más inertes que nunca.

De pronto algo se interpuso entre su mirada y elcerco. Su hermana, cansada de cinco horas paterna-les, quería observar por su cuenta. Detenida al piedel cerco miraba pensativa la cresta. Quería trepar,eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silladesfondada,pero aún no alcanzaba. Recurrió enton-ces a un cajón de kerosene, y su instinto topográficohízole colocar vertical el mueble, con el cual triunfó.

Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieroncómo su hermana lograba pacientemente dominarel equilibrio y cómo en puntas de pie apoyaba la gar-ganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos ti-rantes. Viéronla mirar a todos lados y buscar apoyocon el pie para alzarse más.

Pero la mirada de los idiotas se había animado; unamisma luz insistente estaba fija en sus pupilas. Noapartaban los ojos de su hermana mientras una cre-

18

Page 19: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

ciente sensación de gula bestial iba cambiando cadalínea de sus rostros. Lentamente avanzaron al cerco.La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie ibaya a montar a horcajadas y a caerse, debajo de ella,los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.

−¡Soltáme! ¡Dejáme! −gritó sacudiendo la pierna.Pero fue atraída.

−¡Mamá! ¡Ay, Mamá! ¡Mamá, papá! −lloró impe-riosamente. Trató aún de sujetarse del borde, perosintiose arrancada y cayó.

−¡Mamá! ¡Ay, ma…! −no pudo gritar más. Uno deellos le apretó el cuello, apartando los bucles comosi fueran plumas, y los otros la arrastraron de unasola pierna hasta la cocina, donde esa mañana sehabía desangrado la gallina, bien sujeta, arrancán-dole la vida segundo por segundo.

Manzini, en la casa de enfrente, creyó oír la vozde su hija.

−Me parece que llama −le dijo a Berta.Prestaron oído, inquietos, pero no oyeron nada

más. Con todo, un momento después se despidie-ron, y mientras Berta iba a dejar el sombrero, Man-zini avanzó en el patio:

−¡Bertita!Nadie respondió.−¡Bertita! −alzó más la voz, ya alterada.Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siem-

pre aterrado, que la espalda se le heló del horriblepresentimiento.

−¡Mi hija, mi hija! −corrió ya desesperado hacia elfondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el pisoun mar de sangre. Empujó violentamente la puerta,entornada y lanzó un grito de horror.

Berta, que se había lanzado corriendo a su vez aloír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y

19

Page 20: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina,Manzini, lívido como la muerte, se interpuso, conte-niéndola.

−¡No entres! ¡No entres!Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre.

Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hun-dirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, ange-lical y tímida, el carácter duro de su marido heló sussoñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sinembargo, a veces con un ligero estremecimientocuando volviendo de noche juntos por la calle,echaba una furtiva mirada a la estatura de Jordán ,mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, laamaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses −se habían casado en abril−vivieron una dicha especial.

Sin duda hubiera ella deseado menos severidaden ese rígido cielo de amor, más expansiva e incautaternura; pero el impasible semblante de su marido lacontenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estre-mecimientos. La blancura del patio silencioso −fri-sos, columnas y estatuas de mármol− producía unaotoñal impresión de palacio encantado. Dentro, elbrillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño enlas altas paredes, afirmaba aquella sensación de des-apacible frío. Al cruzar de una pieza a la otra, los

20

Page 21: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largoabandono hubiera sensibilizado se resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo elotoño. No obstante había concluido por echar unvelo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormidaen la casa hostil, sin querer pensar en nada hastaque llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataquede influenza que se arrastró insidiosamente días ydías; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tardepudo salir al jardín apoyada del brazo de su marido.Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jor-dán , con honda ternura, le pasó muy lento la manopor la cabeza, y Alicia rompió en sollozos, echándolelos brazos al cuello. Lloró largamente todo su espantocallado, redoblando el llanto a la menor tentativa decaricia. Luego los sollozos fueron retardándose, aúnquedó largo rato escondida en su cuello, sin moverseni pronunciar una palabra.

Fue ese el último día en que Alicia estuvo levan-tada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El mé-dico de Jordán la examinó con suma atención,ordenándole cama y descanso absolutos.

−No sé −le dijo a Jordán en la puerta de la callecon la voz todavía baja−. Tiene una gran debilidadque no me explico.Y sin vómitos, nada ... Si mañanase despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta.Constatóse una anemia de marcha agudísima, com-pletamente inexplicable.Alicia no tuvo más desma-yos, pero se iba visiblemente a la muerte . Todo eldía el dormitorio estaba con las luces prendidas ypleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera elmenor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía en la

21

Page 22: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

sala, también con toda la luz encendida. Paseábasesin cesar de un extremo a otro, con incansable obs-tinación. La alfombra ahogaba sus pasos.A ratos en-traba en el dormitorio y prosegía su mudo vaivén alo largo de la cama, deteniéndose un instante encada extremo para mirar a su mujer.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, con-fusas y flotantes al principio, y que descendieronluego a ras del suelo. La joven, con los ojos desme-suradamente abiertos, no hacía sino mirar una al-fombra a uno y otro lado del respaldo de la cama.Una noche quedó de repente mirando fijamente. Alrato abrió la boca para gritar y sus narices y labiosse perlaron de sudor.

−¡Jordán! ¡Jordán! −exclamó, rígida de espanto,sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, al verlo aparecer Alicialanzó un alarido de horror.

−¡Soy yo, Alicia, soy yo!Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, vol-

vió a mirarlo, y después de largo rato de estupefactaconfrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre lassuyas la mano de su marido, acariciándola pormedia hora, temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo unantropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos,que tenía fijos en ella sus ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí de-lante de ellos una vida que se acababa, desangrán-dose día a día, hora a hora, sin saber absolutamentecómo. En la última consulta Alicia con estupor,mientras ellos pulsaban, pasándose de uno a otro lamuñeca inerte. La observaron largo rato en silencio,y siguieron al comedor.

22

Page 23: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−Pst ...−se encogió de hombros desalentado sumédico−. Es un caso serio ... Poco hay que hacer.

−¡Solo eso me faltaba!− resopló Jordán.Y tambo-rileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia,agravado de tarde, pero remitía siempre en las pri-meras horas. Durante el día no avanzaba su enfer-medad, pero cada mañana amanecía lívida, ensíncope casi. Parecía que únicamente de noche se lefuera la vida en nuevas oleadas de sangre. Teníasiempre al despertar la sensación de estar desplo-mada en la cama con un millón de kilos encima.Desde el tercer día éste hundimiento no la abandonómás.Apenas podía mover la cabeza. No quiso que letocaran la cama, ni aun que le arreglaran el almoha-dón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora enforma de monstruos que se arrastraban ante la cama,y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finalesdeliró sin cesar a media voz. Las luces continuabanfúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala.En el silencio agónico de la casa, no se oía más queel delirio monótono que salía de la cama, y el sordoretumbo de los eternos pasos de Jordán.

Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entródespués a deshacer la cama, sola ya, miró un rato ex-trañada el almohadón.

−¡Señor! −llamó a Jordán en voz baja−. En el al-mohadón hay manchas que parecen sangre.

Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobreaquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos ladosdel hueco que había dejado la cabeza de Alicia, seveían manchitas oscuras.

−Parecen picaduras −murmuró la sirvienta des-pués de un rato de inmóvil observación

23

Page 24: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−Levántelo a la luz −le dijo Jordán.La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó

caer y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando.Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos sele erizaban.

−¿Qué hay? − murmuró con voz ronca.−Pesa mucho −articuló la sirvienta, sin dejar de

temblar.Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente.

Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordáncortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas supe-riores volaron, y la sirvienta dio un grito de horrorcon toda la boca abierta, llevándose las manos cris-padas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas,moviendo lentamente las patas velludas, había unanimal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Es-taba tan hinchado que apenas se le pronunciaba laboca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído encama, había aplicado sigilosamente su boca −sutrompa mejor dicho− a las sienes de aquélla chu-pándole la sangre. La picadura era casi impercepti-ble. La remoción diaria del almohadón sin dudahabía impedido al principio su desarrollo; perodesde que la joven no pudo moverse la succión fuevertiginosa. En cinco días. En cinco noches, habíavaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el mediohabitual, llegan a adquirir en ciertas condicionesproporciones enormes. La sangre humana pareceserles particularmente favorable, y no es raro hallarloen los almohadones de pluma.

24

Page 25: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

EN LA NOCHE

Las aguas cargadas y espumosas del Alto Paraná mellevaron un día de creciente desde San Ignacio al in-genio San Juan, sobre una corriente que iba mi-diendo seis millas en el canal, y nueve al caer dellomo de las restingas.

Desde abril yo estaba a la espera de esa crecida.Mis vagabundajes en canoa, por el Paraná, exhaustode agua, habían concluido por fastidiar al griego. Eséste un viejo marinero de la marina de guerra in-glesa que probablemente había sido pitara en elEgeo, su patria, y que con más certidumbre habíasido contrabandista de caña en San Ignacio, desdequince años atrás. Era, pues, mi maestro de río.

−Está bien −me dijo al ver el río grueso.−Usted puede pasar ahora por un medio, medio

regular marinero, pero le falta una cosa, y es saber loque es el Paraná cuando está bien crecido. ¿Ve esapiedraza −me señaló− sobre la corredera del Greco?Pues bien: cuando el agua llegue hasta allí y no sevea una piedra de la restinga, váyase entonces a abrirla boca ante el Teyucuaré por los cuatro lados, ycuando vuelva podrá decir que sus puños sirvieronpara algo. Lleve otro remo también, porque con se-guridad va a romper uno o dos.Y traiga de su casauna de sus mil latas de kerosene, bien tapada concera.Y así todo es posible que se ahogue.

Con un remo de más, en consecuencia, me dejétranquilamente llevar hasta el Teyucuaré.

La mitad, por lo menos, de los troncos, pajas po-dridas, espumas y animales muertos que bajaban enuna gran crecida, quedan en esa profunda ensenada.

25

Page 26: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Espesan el agua, cobran el aspecto de tierra firme,remontan lentamente la costa deslizándose contraella como si fueran una porción desintegrada de laplaya −porque ese inmenso remanso es un verda-dero mar de sargazos.

Poco a poco, aumentando la elipse de traslación,los troncos son cogidos por la corriente y bajan porfin velozmente girando sobre sí mismos, para cruzardando tumbos frente a la restinga final del Teyu-cuaré, erguida hasta 80 metros de altura.

Estos acantilados de piedra cortan perpendicular-mente el río, avanzan a él hasta reducir su cauce a latercera parte. El Paraná entero tropieza con ellos,busca salida formando una serie de rápidos casi in-salvables aun con aguas bajas, por poco que el re-mero no esté alerta. Y tampoco hay manera deevitarlos, porque la corriente central del río se preci-pita por la angostura formada, abriéndose desde larestinga en una curva tumultuosa que rasa el re-manso inferior y se delimita de él por una larga filade espumas fijas.

A mi vez, me dejé coger por la corriente. Pasécomo una exhalación sobre los mismos rápidos, y caísobre las aguas agitadas de la canal, que me arrastra-ron de popa y de proa, debiendo tener mucho juiciocon los remos que apoyaba alternativamente en elagua para establecer un equilibrio, en razón de quemi canoa medía sesenta centímetros de ancho, pe-saba treinta kilos y tenía tan sólo dos milímetros deespesor en toda su obra; de modo que un firmegolpe de dedo podía perjudicarla seriamente. Perode sus inconvenientes derivaba una velocidad fan-tástica que me permitía forzar el río de sur a norte yde oeste a este, siempre, claro está, que no olvidaráun instante la inestabilidad del aparato.

26

Page 27: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

En fin, siempre a la deriva, mezclado con palos ysemillas que parecían tan inmóviles como yo, aun-que bajábamos velozmente sobre el agua lisa, paséfrente a la isla del Toro, dejé atrás la boca del Yabe-birí, el puerto de Santa Ana, y llegué al ingenio, dedonde regresé en seguida, pues deseaba volver aSan Ignacio en la misma tarde.

Pero en SantaAna me detuve, titubeando. El griegotenía razón: una cosa es el Paraná bajo o normal, yotra muy distinta con las aguas hinchadas. Aun conmi canoa, los rápidos salvados al remontar el río mehabían preocupado, si no por el esfuerzo de vencerlos,sí por la posibilidad de volcar. Toda restinga, sabidoes, ocasiona un rápido y un remanso adyacente; y elpeligro está en esto, precisamente: al salir de una aguamuerta para chocar, a veces en ángulo recto, contrauna correntada que pesa como un infierno. Si la em-barcación es estable, nada hay que temer, pero con lamía, nada más fácil que ir a sondar el rápido cabezaabajo, por poco que la luz me faltara.Y como la nochecaía ya, me disponía sacar la canoa a tierra y esperarel día siguiente, cuando vi a un hombre y una mujerque bajaban la barranca y se aproximaban.

Parecían marido y mujer, extranjeros a ojos vistas,aunque familiarizados con la ropa del país. Él traía lacamisa arremangada hasta el codo, pero no se no-taba en los pliegues del remango la menor manchade trabajo. Ella llevaba un delantal enterizo y un cin-turón de hule que le ceñía muy bien. Pulcros bur-gueses, en suma, pues de tales era el aire desatisfacción y bienestar asegurado a expensas deltrabajo de cualquier otro.

Ambos, tras un familiar saludo, examinaron congran curiosidad la canoa de juguete, y después exa-minaron el río.

27

Page 28: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−El señor hace muy bien en quedarse −dijo él−.Con el río así, no se anda de noche.

Ella ajustó su cintura.−A veces −sonrió coqueteando.−¡Es claro! −replicó él−. Esto no reza con nos-

otros…Lo digo por el señor.Y a mí:−Si el señor piensa quedar, le podemos ofrecer

buena comodidad. Hace dos años que tenemos unnegocio; poca cosa, pero uno hace lo que puede…¿Verdad señor?

Asentí de buen agrado, yendo con ellos hasta elboliche aludido, pues no de otra cosa se trataba.Cené sin embargo mucho mejor que en mi propiacasa, atendido con una porción de detalles de con-fort que parecían un sueño en aquel lugar. Eran unosexcelentes tipos mis burgueses, alegres y limpios,porque nada hacían.

Después de un excelente café me acompañaron ala playa, donde interné aún más mi canoa, dado queel Paraná, cuando las aguas llegan rojas y cribadasde remolinitos, suben dos metros en una noche.Ambos consideraron de nuevo la masa del río.

−Hace muy bien en quedarse, señor −repitió elhombre−. El Tuyucuaré no se puede pasar así comoasí de noche, como está ahora. No hay nadie que seacapaz de pasarlo… con excepción de mi mujer.

Yo me volví bruscamente a ella, que coqueteó denuevo con el cinturón.

−¿Usted ha pasado el Tuyucuaré de noche? −lepregunté?

−¡Oh, sí, señor!... Pero una sola vez… y sin ningúndeseo de hacerlo. Entonces éramos un par de locos.

28

Page 29: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−¿Pero el río?... −insistí.−¿El río? −cortó él−. Estaba hecho un loco tam-

bién .¿El señor conoce los arrecifes de la isla del Toro,

no? Ahora están cubiertos por la mitad. Entonces nose veía nada… Todo era agua, y el agua pasaba porencima bramando, y la oíamos desde aquí. ¡Aquélera otro tiempo señor! Y aquí tiene un recuerdo deaquel tiempo… ¿El señor quiere encender un fós-foro?

El hombre se levantó el pantalón hasta la corva, yen la parte interna de la pantorrilla vi una profundacicatriz, cruzada como un mapa de costurones durosy plateados.

−¿Vió, señor? Es un recuerdo de aquella noche.Una raya; y no muy grande, tampoco…

Entonces recordé una historia, vagamente entre-oída, de una mujer que había remado un día y unanoche enteros llevando a su marido moribundo. ¿Yera ésa la mujer, aquella burguesita arrobada de éxitoy pulcritud?

−Sí, señor, era yo −se echó a reír ante mi asombroque no necesitaba palabras −. Pero ahora me moriríacien veces antes de intentarlo siquiera. ¡Eran otrostiempos; eso ya pasó!

−¡Para siempre! −apoyó él−.Cuando me acuerdo…¡Estábamos locos, señor! Los desengaños, la miseria sino nos movíamos … ¡Eran otros tiempos, sí!

¡Ya lo creo! Eran otros los tiempos, si habían hechoeso. Pero no quería dormirme sin conocer algún por-menor; y allí en la oscuridad y ante el mismo río delcual no veíamos sino la orilla tibia, pero que sentía-mos subir y subir hasta la otra orilla, me di cuenta delo que había sido aquella epopeya nocturna.

29

Page 30: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

* * *

Engañados respecto de los recursos del país, ha-biendo agotado en yerros de colono recién llegado elescaso capital que trajeran, el matrimonio se encon-tró un día en el extremo de sus recursos. Pero comoeran animosos emplearon los últimos pesos en unachalana inservible cuyas cuadernas recompusieroncon infinita fatiga, y con ella emprendieron un trá-fico ribereño, comprando a los pobladores disemi-nados en la costa miel, naranjas, tacuaras, paja −todoen pequeña escala− que iban a vender a la playa dePosadas, malbaratando casi siempre su mercancía,pues ignorantes al principio del pulso del mercado,llevaban litros de miel de caña, cuando habían lle-gado barriles de ella el día anterior, y naranjascuando la costa amarilleaba.

Vida muy dura y fracasos diarios, que alejaban desu espíritu toda otra preocupación que no fuera lle-gar de madrugada a Posadas y remontar en seguidael Paraná de puño. La mujer acompañaba siempreal marido, y remaba con él.

En uno de los tantos días de tráfico, llegó un 23de diciembre, y la mujer dijo:

−Podríamos llevar a Posadas el tabaco que tene-mos, y las bananas de Francés-cué. De vuelta trae-remos tortas de navidad y velitas de color. Pasadomañana es Navidad, las venderemos bien en los bo-liches.

A lo que el hombre contestó:−En Santa Ana no venderemos muchas pero en

San Ignacio podremos vender el resto.Con lo cual descendieron la misma tarde hasta

Posadas, para remontar a la madrugada siguiente,de noche aún.

30

Page 31: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Ahora bien, el Paraná estaba hinchado con suciasaguas de creciente que se alzaban por minuto. Ycuando las lluvias tropicales se han descargado si-multáneamente en toda la cuenca superior, se bo-rran los lagos remansos, que son los más lealesamigos del remero. En todas partes, el agua se des-liza hacia abajo, todo el inmenso volumen del río esuna huyente masa líquida que corre en una solapieza. Y si a la distancia el río aparece en la canalterso y estirado en rayas luminosas, de cerca, sobreél mismo, se ve el agua revuelta en pesado moaré deremolinos.

El matrimonio, sin embargo, no titubeó un ins-tante en remontar tal río en un trayecto de quince le-guas, sin otro aliciente que el de ganar unos cuántospesos. El amor nativo al centavo que ya llevaban enlas entrañas se había exasperado ante la miseria entre-vista, y aunque estuvieran ya próximos a su sueñodorado −que habrían de realizar después−, en aque-llos momentos hubieran afrontado el Amazonas en-tero ante la perspectiva de aumentar en cinco pesossus ahorros.

Emprendieron pues el viaje de regreso, la mujeren los remos y el hombre el la pala de la proa. Su-bían apenas, aunque ponían en ello su esfuerzo sos-tenido, que debían duplicar cada veinte minutos enlas restingas, donde los remos de la mujer adquiríanuna velocidad desesperada, y el hombre se doblabaen dos con lento y profundo esfuerzo sobre su palahundida un metro en el agua.

Pasaron así, diez, quince horas, todas iguales. La-miendo el bosque o las pajas del litoral, la canoa re-montaba imperceptiblemente la inmensa y lucienteavenida de agua, en la cual la diminuta embarcación,rasando la costa, parecía bien poca cosa.

31

Page 32: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

El matrimonio estaba en perfecto tren, y no eranremeros a quienes catorce o diez y seis horas de remopodían abatir. Pero cuando ya, a la vista de SantaAna,se disponían a atrancar para pasar la noche, al pisarel barro, el hombre lanzó un juramento y saltó a lacanoa: más arriba del talón, sobre el tendón deAquiles, un agujero negruzco, de bordes lívidos y yaabultados, denunciaba el aguijón de la raya.

La mujer sofocó un grito.−¿Qué?... ¿Una raya?El hombre se había cogido el pie entre las manos

y lo apretaba con fuerza convulsiva.−Sí…−¿Te duele mucho? −agregó ella, al ver su gesto.

Y él, con los dientes apretados:−De un modo bárbaro.En esa áspera lucha que había endurecido sus

manos y sus semblantes, había eliminado de su con-versación cuanto no propendiera a sostener su ener-gía. Ambos buscaron vertiginosamente un remedio.¿Qué? No recordaban nada. La mujer de pronto re-cordó: aplicaciones de ají macho, quemado.

−¡Pronto, Andrés! −exclamó recogiendo losremos−.

Acuéstate en popa; voy a remar hasta Santa Ana.Y mientras el hombre, con la mano siempre afe-

rrada al tobillo, se tendía en popa, la mujer comenzóa remar.

Durante tres horas remó en silencio, concentrandosu sombría angustia en un mutismo desesperado,aboliendo de su mente cuánto pudiera restarle fuer-zas. En popa, el hombre devoraba a su vez su tortura,pues nada hay comparable al atroz dolor que oca-siona la picadura de un raya −sin excluir el raspaje de

32

Page 33: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

un hueso tuberculoso. Sólo de vez en cuando dejabaescapar un suspiro que, a despecho suyo, se arras-traba al final en bramido. Pero ella no lo oía, o noquería oírlo, sin otra señal de vida que las miradasatrás para apreciar la distancia que faltaba aún.

Legaron por fin a Santa Ana; ninguno de los po-bladores de la costa tenía ají macho. ¿Qué hacer? Nisoñar siquiera en ir hasta el pueblo. En su ansiedad,la mujer recordó de pronto que en el fondo delTeyu-cuaré, al pie del bananal de Blosset y sobre el aguamisma, vivía desde meses atrás un naturista.Alemánde origen, pero al servicio del museo de París. Re-cordaba también que había curado a dos vecinos demordedura de víboras, y era por lo tanto más pro-bable que pudiera curar a su marido.

Reanudó pues la marcha, y tuvo lugar entonces lalucha más vigorosa que pueda entablar un pobre serhumano −¡una mujer!− contra la voluntad impla-cable de la naturaleza.

Todo: el río creciendo y el espejismo nocturno quevolcaba el bosque litoral, sobre la canoa, cuando enrealidad ésta trabajaba en plena corriente a diez bra-zas; la extenuación de la mujer y sus manos que mo-jaban el puño del remo de sangre y agua serosa;todo: el río, noche y miseria la empujaban haciaatrás.

Hasta la boca del Yabebirí pudo aún ahorrar al-guna fuerza; pero en la interminable cancha desde elYabebirí hasta los primeros cantiles del Teyucuaré,no tuvo un instante de tregua, porque el agua corríaentre las pajas como en la canal, y cada tres golpesde remo levantaban camalotes en vez de agua; loscuales cruzaban sobre la proa sus tallos nudosos yseguían a la rastra, por lo cuál la mujer debía ir a

33

Page 34: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

arrancarlos bajo el agua.Y cuando tornaba a caer enel banco, su cuerpo, desde los pies a las manos, pa-sando por la cintura y los brazos, era un único y con-tinuo sufrimiento.

Por fin, al norte, el cielo nocturno se entenebrecíaya hasta el cenit por los cerros delTuyucuaré, cuandoel hombre, que desde hacía un rato había abando-nado su tobillo para asirse con las dos manos a laborda, dejó escapar un grito.

La mujer se detuvo.−¿Te duele mucho?−Sí… −respondió él, sorprendido a su vez y ja-

deando−. Pero no quise gritar… Se me escapó…Y agregó más abajo, como si temiera sollozar si

alzaba la voz:−No lo voy a hacer más…Sabía muy bien lo que era en aquellas circunstan-

cias y ante su pobre mujer realizando lo imposible,perder el ánimo. El grito se le había escapado, sinduda, por más que allá abajo, en el pie y el tobillo, elatroz dolor se exasperaba en punzadas fulgurantesque lo enloquecían.

Pero ya había caído bajo la sombra del primeracantilado, rasando y golpeando con el remo debabor la dura mole ascendía a pico hasta cien me-tros. Desde allí hasta la restinga sur del Teyucuaré,el agua está muerta y remansa a trechos. Inmensodesahogo del que la mujer no pudo disfrutar, porquede popa se había alzado otro grito. La mujer no vol-vió la vista. Pero el herido empapado de sudor frío ytemblando hasta los mismo dedos adheridos al lis-tón de la borda, no tenía ya fuerza para contenersey lanzaba ya un nuevo grito.

34

Page 35: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Durante largo rato, el marido conservó un restode energía, de valor, de conmiseración por aquellaotra miseria humana a la que robaba de ese modosus últimas fuerzas, y sus lamentos rompían de largoen largo. Pero, al fin, toda su resistencia quedó des-hecha en una papilla de nervios destrozados, y des-variado de tortura, sin darse él mismo cuenta, con laboca entreabierta para no perder tiempo, sus gritosse repitieron a intervalos regulares y acompasadosen un ¡ay! de supremo sufrimiento.

La mujer entre tanto, no apartaba los ojos de lacosta para conservar la distancia. No pensaba, no oía,no sentía: remaba. Sólo cuándo un grito más alto, unverdadero clamor de tortura rompía la noche, lasmanos de la mujer se desprendían del remo.

Hasta que, por fin, soltó los remos y echó los bra-zos sobre la borda.

−No grites … −murmuró.−¡No puedo! −clamó él−. ¡Es demasiado sufri-

miento!Ella sollozaba:−¡Ya se!... ¡Comprendo!... Pero no grites…¡No

puedo remar!Y él:−Comprendo también….¡Pero no puedo! ¡Ay!Y enloquecido de dolor y cada vez más alto:−¡No puedo! ¡No puedo! ¡No puedo!...La mujer quedó largo rato aplastada sobre los bra-

zos, inmóvil, muerta. Al fin se incorporó y reanudóla marcha.

Lo que la mujer realizó entonces, esa misma mu-jercita que llevaba ya diez y ocho horas de remo enlas manos, y que en el fondo de la canoa llevaba asu marido moribundo, es una de esas cosas que no

35

Page 36: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

se tornan a hacer en la vida. Tuvo que afrontar enlas tinieblas el rápido sur del Tuyucuaré, que lalanzó diez veces a los remolinos de la canal. Intentóotras diez veces sujetarse al peñón para doblarlo con lacanoa a la rastra, y fracasó.Tomó al rápido, que logrópor fin incidir con el ángulo debido, y ya en él semantuvo sobre el lomo del rápido treinta y cinco mi-nutos remando vertiginosamente para no derivar.Remó todo ese tiempo con los ojos escocidos por elsudor que la cegaba, y sin poder soltar un solo ins-tante los remos. Durante esos treinta y cinco minutostuvo a la vista, a tres metros, el peñón que no podíadoblar, ganando apenas centímetros cada cinco mi-nutos, y con la desesperante sensación de batir el airecon los remos, pues el agua huía velozmente.

Con qué fuerzas, que estaban agotadas; con que in-creíble tensión de sus últimos nervios vitales pudosostener aquella lucha de pesadilla, ella menos quenadie podría decirlo.Y sobre todo, si se piensa que porúnico estimulante, la lamentable mujercita no tuvomás que el acompasado alarido de su marido en popa.

El resto del viaje −dos rápidos más en el fondo delgolfo y uno al final al costear el último cerro, perosumamente largo− no requirió un esfuerzo superioraquél. Pero cuándo la canoa embicó por fin sobre laarcilla del puerto de Blosset, y la mujer pretendióbajar para asegurar la embarcación, se encontró derepente sin brazos, sin piernas y sin cabeza: −nadasentía de sí misma, sino el cerro que se volcaba sobreella −y cayó desmayada.

* * *

−¡Así fue, señor! Estuve dos meses en cama, y yavió como me quedó la pierna. ¡Pero el dolor, señor!

36

Page 37: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Si no es por ésta, no hubiera podido contarle elcuento, señor −concluyó, poniéndole la mano en lehombro a su mujer.

La mujercita dejó hacer, riendo. Ambos sonreían,por lo demás, tranquilos, limpios y establecidos porfin con su boliche lucrativo, que había sido su ideal.

Y mientras quedábamos de nuevo mirando el ríooscuro y tibio que pasaba creciendo, me preguntéque cantidad de ideal en la entraña misma de la ac-ción cuando prescinde en un todo del móvil que laha encendido, pues allí , tal cual, desconocidos deellos mismos, estaba el heroísmo a la espalda de losmíseros comerciantes.

MÁS ALLÁ

Yo estaba desesperada −dijo una voz−. Mis padresse oponían rotundamente a que tuviera amores conél, y habían llegado a ser crueles conmigo. Los últi-mos días no me dejaban ni asomarme a la puerta.Antes, lo veía siquiera un instante parado en la es-quina, aguardándome desde la mañana. ¡Después,ni siquiera eso!

Yo le había dicho a mamá la semana antes:−¿Pero qué le hallan tú y mi papá, por Dios, para

torturarnos así? ¿Tienen algo que decir de él? ¿Porqué se han opuesto ustedes, como si fuera indignode pisar esta casa, a que me visite?

Mamá, sin responderme, me hizo salir. Papá, queentraba en ese momento, me detuvo del brazo, y en-terado por mamá de lo que yo había dicho, me em-pujó del hombro afuera, lanzándome de atrás:

37

Page 38: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−Tu madre se equivoca; lo que ha querido decir esque ella y yo −¿lo oyes bién?− preferimos vertemuerta antes que en los brazos de ese hombre.Y niuna palabra más sobre esto.

Esto dijo papá.−Muy bien− le respondí volviéndome más pálida,

creo, que el mantel mismo−; nunca más les volveréa hablar de él.

Y entré a mi cuarto despacio y profundamenteasombrada de sentirme caminar y de ver lo que veía,por que en ese instante había decidido morir.

¡Morir! ¡Descansar en la muerte de ese infiernode todos, sabiendo que él estaba a dos pasos espe-rando verme y sufriendo más que yo! Porque papájamás consentiría en que me casara con Luis. ¿Quéle hallaba? me pregunto todavía. ¿Qué era pobre?Nosotros lo éramos tanto como él.

¡Oh! La terquedad de papá yo la conocía, como lahabía conocido mamá. −Muerta mil veces −decíaél−, antes que darla a ese hombre.

Pero él, papá, ¿qué me daba a cambio?, ¿si no erala desgracia de amar con todo mi ser sabiéndomeamada, y condenándome a no asomarme siquiera ala puerta para verlo un instante?

Morir era preferible; sí, morir juntos.Yo sabía que él era capaz de matarse; pero yo, que

sola no hallaba fuerzas para cumplir mi destino, sen-tía que una vez a su lado preferiría la muerte milveces juntos, a la desesperación de no volverlo a vermás.

Le escribí una carta, dispuesta a todo. Una se-mana después nos hallábamos en un sitio conve-nido y ocupábamos una pieza del mismo hotel.

No puedo decir que me sentía orgullosa de lo queiba a hacer, ni tampoco feliz de morir. Era algo más

38

Page 39: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

fatal, más frenético, más sin remisión, como si en elfondo del pasado mis abuelos, mis bisabuelos, miinfancia misma, mi primera comunión, mis sueños,como si todo esto no hubiera tenido otra finalidadque impulsarme al suicidio.

No nos sentíamos felices, vuelvo a repetirlo, demorir. Abandonábamos la vida porque ella noshabía abandonado ya, al impedirnos ser el uno delotro. En el primero, puro y último abrazo que nosdimos sobre el lecho, vestidos y calzados como alllegar, comprendí, mareada de dicha entre sus bra-zos, cuán grande hubiera sido mi felicidad de haberllegado a ser su novia, su esposa.

A un tiempo tomamos el veneno. En ese breví-simo espacio de tiempo que media entre recibir desu mano el vaso y llevarlo a la boca, aquellas mismasfuerzas de los abuelos que me precipitaban a morir,se asomaron de golpe al borde de mi destino, a con-tenerme… ¡Tarde ya! Bruscamente todos los ruidosde la calle, de la ciudad misma cesaron. Retrocedie-ron vertiginosamente ante mí, dejando en su huecoun sitio enorme, como si hasta ese instante el ámbitohubiera estado lleno de mil gritos conocidos.

Permanecí dos segundos más inmovil, con losojos abiertos.Y de pronto me estreché convulsiva-mente a él, libre por fin de mi espantosa soledad.

¡Sí, estaba con él; e íbamos a morir dentro de uninstante!

El veneno era atroz, y Luis inicio el primer pasoque nos llevaba juntos y abrazados a la tumba.

−Perdóname −me dijo oprimiéndome todavía lacabeza contra su cuello−. Te amo tanto, que te llevoconmigo.

−Y yo te amo −le respondí− y muero contigo.

39

Page 40: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

No pude hablar más. Pero ¿que ruido de pasos,qué voces venían del corredor a contemplar nuestraagonía? ¿Qué golpes frenéticos resonaban en lapuerta misma?

−Me han seguido y nos vienen a separar… −mur-muré aún−. Pero ya soy toda tuya.

Al concluir me di cuenta de que yo había pronun-ciado esas palabras mentalmente, pues en ese mo-mento perdí el conocimiento.

* * *

Cuándo volví en mí tuve la impresión de que iba acaer si no buscaba dónde apoyarme. Me sentía levey tan cansada, que hasta la dulzura de abrir los ojosme fue sensible.Yo estaba de pie, en el mismo cuartode hotel, recostada casi a la pared del fondo.Y allá,junto a la cama, estaba mi madre desesperada.

¿Me había salvado, pues? Volví la vista a todoslados, y junto al velador, de pie como yo, lo vi a él, aLuis, que acababa de distinguirme a su vez y veníasonriendo a mi encuentro. Fuimos rectamente eluno hacia el otro, a pesar de la gran cantidad de per-sonas que rodeaban el lecho, y nada nos dijimos,pues nuestros ojos expresaban la felicidad de haber-nos encontrado.

Al verlo, diáfano y visible a través de todo y detodos, acababa de comprender que yo estaba comoél: muerta.

Habíamos muerto, a pesar de mi temor de ser sal-vada cuando perdí el conocimiento. Habíamos per-dido algo más, por dicha…Y allí, en la cama,mi madredesesperada, me sacudía a gritos, mientras el mozodel hotel apartaba de mi cabeza los brazos de miamado.

40

Page 41: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Alejados al fondo, con las manos unidas, Luis yyo veíamos todo en una perspectiva nítida, pero re-motamente fría y sin pasión. A tres pasos, sin duda,estábamos nosotros, muertos por suicidio, rodeadospor la desolación de mis parientes, del dueño delhotel y por el vaivén de los policías. ¿Qué nos impor-taba eso?

−¡Amada mía…! −me decía Luis−. ¡A qué pocoprecio hemos comprado la felicidad de ahora!

−¡Y yo −le respondí− te amaré siempre como teamé antes.Y no nos separaran más, ¿verdad?

−¡Oh, no…!Ya lo hemos probado.−¿E irás todas las noches a visitarme?Mientras cambiábamos así nuestras promesas oía-

mos los alaridos de mamá, que debían ser violentos,pero que nos llegaban con una sonoridad inerte ysin eco, como si no pudieran traspasar en más de unmetro el ambiente que rodeaba a mamá.

Volvimos de nuevo la vista a la agitación de lapieza. Llevaban por fin nuestros cadáveres, y debíade haber transcurrido un largo tiempo desde nuestramuerte, pues pudimos notar que tanto Luis como yoteníamos las articulaciones muy duras y los dedosmuy rígidos.

Nuestros cadáveres… ¿Dónde pasaba eso? ¿Enverdad había algo de nuestra vida, nuestra ternura, enaquellos pesadísimos cuerpos que bajaban por las es-caleras, amenazando hacer rodar a todos con ello?

¡Muertos! ¡Qué absurdo! Lo que había vivido ennosotros,más fuerte que la vida misma, continuaba vi-viendo con todas las esperanzas de un eterno amor….Antes… no había podido asomarme siquiera a lapuerta para verlo; ahora hablaría regularmente conél, pues iría a casa como novio mío.

41

Page 42: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−¿Desde cuándo irás a visitarme? −le pregunté.−Mañana −repuso él−. Dejemos pasar hoy.−¿Por qué mañana? −pregunté angustiada−. ¿no

es lo mismo hoy? ¡Ven esta noche, Luis! ¡Tengo tan-tos deseos de estar contigo en la sala!

−¡Y yo! ¿A las nueve, entonces?−Sí. Hasta luego, amor mío…Y nos separamos.Volvía a casa lentamente, feliz y

desahogada como si regresara de la primera cita deamor que se repetía esa noche.

A las nueve en punto corrí a la puerta de la calley recibí yo misma a mi novio. ¡Él, en casa, de visita!

−¿Sabes que la sala está llena de gente? −le dije−.Pero no nos incomodarán…

−Claro que no . . .¿Estás tú allí?−Sí.−¿Muy desfigurada?−No mucho… ¿creerás? ¡Ven, vamos a ver!Entramos en la sala. A pesar de la lividez de mis

sienes, de las aletas de mi nariz muy tensas y lasventanillas muy negras, mi rostro era casi el mismoque Luis esperaba ver durante horas y horas desdela esquina.

−Estás muy parecida −dijo él.−¿Verdad? −le respondí yo, muy contenta.Y nos

olvidamos de todo, arrullándonos.Por ratos, sin embargo, suspendíamos nuestra

conversación y mirábamos con curiosidad el entrary salir de la gente. En uno de esos momentos llaméla atención de Luis.

−¡Mira! −le dije−. ¿Qué pasará?En efecto, la agitación de la gente, muy viva desde

unos minutos antes, se acentuaba con la entrada enla sala de un nuevo ataúd. Nuevas personas, vistasaún allí, lo acompañaban.

42

Page 43: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−Soy yo −dijo Luis con ligera sorpresa−.Vienentambién mis hermanos.

−¡Mira,Luis! −observé yo−.Ponen nuestros cadáve-res en el mismo cajón… Como estábamos al morir.

−Como debíamos de estar siempre− agregó él.Yfijando los ojos por largo rato en el rostro excavadode dolor de sus hemanas:

−Pobres chicas… −murmuró con grave ternura.Yo me estreché a él, ganada a mi vez por el ho-

menaje tardío, pero sangriento, de expiación, quevenciendo quién sabe que dificultades, nos hacíanmis padres enterrándonos juntos.

Enterrándonos… ¡Qué locura! Los amantes quese han suicidado sobre una cama de hotel, puros decuerpo y alma, viven siempre. Nada nos ligaba aaquellos dos fríos y duros cuerpos, ya sin nombre,en que la vida se había roto de dolor.Y a pesar detodo, sin embargo, nos habían sido demasiado que-ridos en otra existencia para que no depusiéramosuna larga mirada llena de recuerdos sobre aquellosdos cadavéricos fantasmas de un amor.

−También ellos −dijo mi amado: estarán eterna-mente juntos.

−Pero yo estoy contigo −murmuré, alzando a élmis ojos,feliz.

Y nos olvidamos otra vez de todo.

* * *

Durante tres meses −prosiguió la voz− viví en plenadicha. Mi novio me visitaba dos veces por semana.Llegaba a las nueve en punto, sin que una solanoche se hubiera retrasado un segundo, y sin queuna sola vez hubiera yo dejado de ir a recibirlo a lapuerta. Para retirarse no siempre observaba mi novio

43

Page 44: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

igual puntualidad. Las once y media y unas las docesonaron a veces, sin que él se decidiera a soltarmelas manos, y sin que lograra yo arrancar mi miradade la suya. Se iba por fin, y yo quedaba dichosa-mente rendida, paseándome por la sala con la caraapoyada en la palma de la mano.

Durante el día acortaba las horas pensando en él.Iba y venía de un cuarto a otro, asistiendo sin interésalguno al movimiento de mi familia, aunque algunavez me detuve en la puerta del comedor a contem-plar el hosco dolor de mamá, que rompía a veces endesesperados sollozos ante el sitio vacío de la mesadonde se había sentado su hija menor.

Yo vivía −sobrevivía−, le he repetido, por el amory para el amor. Fuera de él, de mi amado, de su pre-sencia, de su recuerdo, todo actuaba para mí en unmundo aparte.Y aun encontrándome inmediata ami familia, entre ella y yo, se abría un abismo invisi-ble y transparente, que nos separaba mil leguas.

Salíamos también de noche, Luis y yo, como no-vios oficiales que éramos.No existe paseo que no ha-yamos recorrido juntos, ni crepúsculo en que nohayamos deslizado nuestro idilio. De noche, cuandohabía luna y la temperatura era dulce gustábamos deextender nuestros paseos hasta las afueras de la ciu-dad, donde nos sentíamos más libres, más puros ymás amantes.

Una de esas noches, como si nuestros pasos noshubieran llevado a la vista del cementerio, sentimoscuriosidad de ver el sitio donde yacía bajo tierra loque habíamos sido.

Entramos en el basto recinto y nos detuvimos anteun trozo de tierra sombría, donde brillaba una lápidade marmol.Ostentaba nuestros dos solos nombres, ydebajo la fecha de nuestra muerte; nada más.

44

Page 45: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−Como recuerdo de nosotros −observó Luis− nopuede ser más breve.Así y todo −añadió después deuna pausa− encierra más lágrimas y remordimientosque muchos largos epitafios.

Dijo, y quedamos otra vez callados.Acaso en aquel sitio y a aquella hora, para quien

nos observara hubiéramos dado la impresión de serfuegos fatuos. Pero mi novio y yo sabíamos bien quelo fatuo y sin redención eran aquellos dos espectrosde un doble suicidio encerrados a nuestros pies, y larealidad, la vida depurada de errores, elevábase puray sublimada en nosotros como dos llamas de unmismo amor.

Nos alejamos de allí, dichosos y sin recuerdos, a pa-sear por la carretera blanca nuestra felicidad sin nubes.

Estas llegaron, sin embargo. Aislados del mundoy de toda impresión extraña, sin otro pensamientoque vernos para volvernos a ver, nuestro amor as-cendía, no diré sobrenaturalmente, pero sí con la pa-sión en que debió abrazarnos nuestro noviazgo, dehaberlo conseguido en la otra vida, comenzamos asentir ambos una melancolía muy dulce cuando es-tábamos juntos, y muy triste cuándo nos hallábamosseparados. He olvidado decir que mi novio me visi-taba todas las noches; pero pasábamos casi todo eltiempo sin hablar, como si ya nuestras frases de ca-riño no tuvieran valor alguno para expresar lo quesentíamos. Cada vez se retiraba él más tarde, cuándoya en casa todos dormían, y cada vez al irse, acortá-bamos más la despedida.

Salíamos y retornábamos mudos, por que yo sabíaque lo que él pudiera decirme no respondía a supensamiento, y él estaba seguro de que yo contesta-ría cualquier cosa para evitar mirarlo.

45

Page 46: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Una noche en que nuestro desasosiego había lle-gado a un límite angustioso, Luis se despidió de mímás tarde que de costumbre.Y al tenderme sus dosmanos, y entregarle yo las mías heladas, leí sus ojos,con una transparencia intolerable, lo que pasaba pornosotros. Me puse pálida como la muerte misma, ycomo sus manos no soltaban las mías:

−¡Luis!− murmuré espantada, sintiendo que mivida incorpórea buscaba desesperadamente apoyo,como en otra circunstancia. Él comprendió lo horri-ble de nuestra situación, porque soltándome lasmanos, con su valor del que ahora me doy cuenta,sus ojos recobraban la clara ternura de otra veces.

−¡Hasta mañana amor…! −murmuré yo, palide-ciendo todavía más al decir esto.

Porque en ese instante, acababa de comprenderque no podría pronunciar esa palabra nunca más.

Luis volvió a la mañana siguiente; salimos juntos,hablamos, hablamos como nunca antes lo habíamoshecho, y como lo hicimos en la noches subsiguien-tes. Todo en vano: no podíamos mirarnos ya. Nosdespedíamos brevemente, sin mirarnos la mano,alejados a un metro uno de otro.

¡Ah! Preferible era . . .La última noche, mi novio cayó de pronto ante mí

y apoyó su cabeza en mis rodillas.−Mi amor… −murmuró.−¡Cállate! −le dije yo.−Amor mío… −recomenzó él.−¡Luis! ¡Cállate! −lancé yo, aterrada−. Si repites

eso otra vez…Su cabeza se alzó, y nuestros ojos de espectros

−¡es horrible decir esto!− se encontraron por pri-mera vez desde muchos días atrás.

46

Page 47: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−¿Qué? −preguntó Luis− ¿Qué pasa si repito?−Tú lo sabes bien respondí yo.−¡Dímelo!−¡Lo sabes! ¡me muero…!Durante quince segundos nuestras miradas que-

daron ligadas con tremenda fijeza. En ese tiempo, pa-saron por ellas, corriendo por un hilo del destino,infinitas historias de amor truncadas, reanudadas,rotas, redivivas, vencidas y hundidas finalmente enel pavor de lo imposible.

−Me muero… −torné a murmurar, respondientecon ello a su mirada. Él lo comprendió también, pueshundiendo de nuevo la frente en mis rodillas, alzó lavoz al largo rato.

−No nos queda sino una cosa que hacer… −dijo.−Eso pienso −repuse yo.−¿Me comprendes? −insistió Luis.−Sí, te comprendo −contesté, deponiendo sobre

su cabeza mis manos para que me dejara incorporar.Y sin volvernos a mirar nos encaminamos al cemen-terio.

−¡Ah! ¡No se juega al amor, a los novios, cuandose quemó en un suicidio la boca que podía besar!¡No se juega a la vida, a la pasión sollozante, cuandodesde el fondo de un ataúd dos espectros sustancia-les nos piden cuenta de nuestro remedo y nuestrafalsedad! ¡Amor! ¡Palabra ya impronunciable si se latrocó por una copa de cianuro, al goce de morir!¡Sustancia del ideal, sensación de la dicha, y que so-lamente es posible recordar y llorar, cuando lo que seposee bajo los labios y se estrecha en los brazos noes más que el espectro de un amor!

* * *

47

Page 48: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Ese beso nos cuesta la vida −concluye la voz−, y losabemos. Cuando se ha muerto una vez de amor, sedebe morir de nuevo. Hace un rato, al recogermeLuis así, hubiera dado el alma por ser besada. Den-tro de un instante me besará, y lo que en nosotrosfue sublime e insostenible niebla de ficción, descen-derá, se desvanecerá al contacto sustancial y siemprefiel de nuestros restos mortales.

Ignoro lo que nos espera más allá. Pero si nuestroamor fue un día capaz de elevarse sobre nuestroscuerpos envenenados, y logró vivir tres meses en laalucinación de un idilio, tal vez ellos, urna primitivay esencial de ese amor, hayan resistido a las contin-gencias vulgares, y nos aguarden.

De pie sobre la lápida, Luis y yo nos miramoslarga y libremente ya. Sus brazos ciñen mi cintura, suboca busca mi boca, y yo le entrego la mía con unapasión tal, que me desvanezco…

EL HOMBRE MUERTO*

El hombre y su machete acababan de limpiar laquinta calle del bananal. Faltábanle aún dos calles;pero como en estas abundaban las chircas y malvassilvestres, la tarea que tenían por delante era muypoca cosa. El hombre echó en consecuencia una mi-rada satisfecha a los arbustos rozados, y cruzó elalambrado para tenderse un rato en la gramilla.

Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo,su pies izquierdo, resbaló sobre un trozo de corteza

48

* Monólogo mental convertido en narración que fluctúa entrela realidad y el sueño. En La Nación, 27 de junio de 1920, y enLos desterrados (1926).

Page 49: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

desprendida del poste, a tiempo que el machete se leescapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvola impresión sumamente lejana de no ver el machetede plano en el suelo.

Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre ellado derecho, tal como él quería. La boca, que aca-baba de abrírsele en toda su extensión, acababa tam-bién de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar,las rodillas dobladas, y la mano izquierda sobre elpecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamentepor debajo de cinto, surgían de su camisa el puño y lamitad de la hoja del machete; pero el resto no se veía.

El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echóuna mirada de reojo a la empuñadura del machete,húmeda aún del sudor de su mano.Apreció mental-mente la extensión y la trayectoria del machete dentrode su vientre, y adquirió fría, matemática e inexora-blemente, la seguridad de que acababa de llegar altérmino de su existencia.

La muerte. En el transcurso de la vida se piensamuchas veces en que un día, tras años, meses, se-manas y días preparatorios, llegaremos a nuestroturno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptaday prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar pla-centeramente por la imaginación a ese momentosupremo entre todos, en que lanzamos el últimosuspiro.

Pero entre el instante actual y esa postrera aspira-ción, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dra-mas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reservaaún esta existencia llena de vigor, antes de su elimi-nación del escenario humano! Es éste el consuelo,el placer y la razón de nuestras divagaciones mor-tuorias: ¡Tan lejos está la muerte y tan imprevisto loque debemos vivir aún!

49

Page 50: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

¿Aún… No han pasado dos segundos: el sol estáexactamente a la misma altura; las sombras no hanavanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de re-solverse para el hombre tendido las divagaciones alargo plazo: Se está muriendo.

Muerto. Puede considerarse muerto en su có-moda postura.

Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempoha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en elmundo?, ¡qué trastorno de la naturaleza trasuda ael horrible acontecimiento?

Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va amorir.

El Hombre resiste −¡es tan imprevisto ese horror!Y piensa: Es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cam-biado? Nada.Y mira: ¿No es acaso ese bananal subananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo?¿Quién lo conoce como él?Ve perfectamente el ba-nanal, muy relajado, y las anchas hojas desnudas alsol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por elviento. Pero ahora no se mueven… Es la calma demediodía; pronto deben ser las doce.

Por entre los bananos, allá arriba, el hombre vedesde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la iz-quierda, entrevé el monte y la capuera de canelas.No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que asus espaldas está el camino al puerto nuevo; y queen la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en elfondo de la calle el Paraná dormido como un lago.Todo, todo exactamente como siempre; el sol defuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmó-viles, el alambrado de postes muy gruesos y altosque pronto tendrá que cambiar.

¡Muerto! ¿Pero es posible? ¿No es éste uno de lostantos días en que ha salido al amanecer de su casa

50

Page 51: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, acuatro metros de él, su caballo, suMalacara, oliendoparsimoniosamente el alambre de púa?

¡Pero sí! Alguien silba… No puede ver, porqueestá de espaldas al camino; mas siente resonar en elpuentecito los pasos del caballo… Es el muchachoque pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo,a las once y media. Y siempre silbando. Desde elposte descascarado que toca casi con las botas, hastael cerco vivo de monte que pasará el bananal del ca-mino, hay quince metros largos. Lo sabe perfecta-mente bien, porque él mismo, al levantar elalambrado, midió las distancias.

¿Qué pasa entonces? ¿Es ése o no un natural me-diodía de los tantos en Misiones, en su monte, en supotrero, en su bananal ralo? ¡Sin duda! Gramillacorta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo…

Nada, nada ha cambiado. Solo él es distinto.Desde hace dos minutos su persona, su personali-dad viviente, nada tienen ya que ver con el potrero,que formó él mismo a azadas, durante cinco mesesconsecutivos, ni con el bananal, obra de sus solasmanos. Ni con su familia. Ha sido arrancado brusca-mente, naturalmente, por la obra de una cáscara lus-trosa y un machete en el vigente. Hace dos minutos:se muere.

El hombre, muy fatigado y tendido en la gramillasobre el costado derecho, se resiste siempre a admi-tir un fenómeno de esa trascendencia, ante el as-pecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bienla hora: las once y media… El muchacho de todoslo días acaba de pasar sobre el puente.

¡Pero no es posible que haya resbalado…! Elmango de su machete (pronto deberá cambiarlo por

51

Page 52: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamenteoprimido entre su mano izquierda y el alambre depúa. Tras diez años, de bosque, él sabe muy biencomo se maneja un machete de monte. Está sola-mente muy fatigado del trabajo de esa mañana, ydescansa un rato como de costumbre.

¿La prueba?... ¡Pero esa gramilla que entra ahorapor la comisura de su boca la plantó él mismo, enpanes de tierra distantes un metro uno del otro! ¡Yése es su bananal; y ése es su Malacara resoplandocauteloso sobre las púas del alambre! Lo ve perfec-tamente; sabe que no se atreve a doblar la esquinadel alambrado, porque él está echado casi al pie delposte. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscurosde sudor que arrancan de la cruz y del anca El solcae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni unfleco de los bananos se mueve Todos los días, comoése, ha visto las mismas cosas.

… Muy fatigado, pero descansa sólo. Deben dehaber pasado ya varios minutos… y a las docemenos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet detecho rojo, se desprenderán hacia el bananal sumujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oyesiempre, antes que los demás, la voz de su chicomenor que quiere soltarse de la mano de su madre:¡Piapiá! ¡Piapiá!

−¿No es eso…? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oyeefectivamente la voz del hijo…

¡Qué pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos días,trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombrasamarillentas, calor silencioso de horno sobre lacarne, que hace sudar al Malacara inmóvil ante elbananal prohibido.

…Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántasveces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo

52

Page 53: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

a casa ese potrero, que era capuera cuándo él llegó,y que antes había sido monte virgen!Volvía enton-ces, muy fatigado también, con su machete pen-diente en la mano izquierda, a lentos pasos.

Puede aún alejarse con la mente, si quiere;puede si quiere abandonar un instante su cuerpo yver desde el tajamar por él construido, el trivial pai-saje de siempre: el pedregullo volcánico con gramasrígidas; el bananal y su arena roja; el alambrado em-pequeñecido en la pendiente, que se acomoda haciael camino.Y más lejos aún ver el potrero, obra solade sus manos.Y al pie de un bosque descascarado,echando sobre el costado derecho y las piernas reco-gidas, exactamente como todos los días, puede versea él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobrela granilla, descansando, porque está muy can-sado…

Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cau-tela ante el esquinado del alambrado, ve también alhombre en el suelo y no se atreve a costear al bana-nal, como desearía.Ante las voces que ya están pró-ximas −¡Piapiá!−, vuelve un largo rato las orejasinmóviles al bulto; y tranquilizado al fin, se decide apasar entre el poste y el hombre tendido −que ya hadescansado.

LA INSOLACIÓN

El cachorroOld salió por la puerta y atravesó el patiocon paso recto y perezoso. Se detuvo en la linde delpasto, estiró al monte, entrecerrando los ojos, la

53

Page 54: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

nariz vibrátil y se sentó tranquilo.Veía la monótonallanura del Chaco, con sus alternativas de campo ymonte, monte y campo, sin más color que el cremadel campo y el negro del monte. Este cerraba el ho-rizonte, a doscientos metros, por tres lados de lachacra. Hacia el Oeste el campo se ensanchaba y seextendía en abra, pero que la ineludible línea som-bría enmarcaba a lo lejos.

A esa hora temprana del confín, ofuscante de luza mediodía, adquiría reposada nitidez. No había unanube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cieloplateado, el campo emanaba tónica frescura, quetraía al alma pensativa, ante la certeza de otro día deseca, melancolías de mejor compensado trabajo.Milk el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio

y se sentó al lado de aquél, con perezoso quejido debienestar. Permanecían inmóviles, pues aún nohabía moscas.Old, que miraba hacía rato la vera del monte, ob-

servó:−La mañana es fresca.Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la

vista fija, parpadeando distraído. Después de un mo-mento dijo:

−En aquel árbol hay dos halcones.Volvieron la vista indiferente a un buey que pa-

saba, y continuaron mirando por costumbre lascosas.

Entre tanto el Oriente comenzaba a empurpurarseen abanico y el horizonte había perdido ya su matinalprecisión.Milk cruzó las patas delanteras y sintió unleve dolor. Miró sus dedos sin moverse, decidiéndosepor fin a olfatearlos. El día anterior se había sacadoun pique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamióextensamente el dedo enfermo.

54

Page 55: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−No podía caminar− exclamó, en conclusión .Old no entendió a qué se refería.Milk agregó:−Hay muchos piques.Callaron de nuevo, convencidos.El sol salió, y en el primer baño de luz las pavas

del monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trom-petear de su charanga. Los perros, dorados al soloblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicieen beato pestañeo. Poco a poco la pareja aumentócon la llegada de los otros compañeros: Dick, el ta-citurno preferido; Prince, cuyo labio superior, partidopor el coatí, dejaba ver los dos dientes, e Isondú, denombre indígena. Los cinco fox-terriers, tendidos ymuertos de bienestar, durmieron.

Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por ellado opuesto del bizarro rancho de dos pisos −el in-ferior de barro y el alto de madera, con corredores ybaranda de chalet− había sentido los pasos de sudueño, que bajaba la escalera. Míster Jones, la toallaal hombro, se detuvo un momento en la esquina delrancho y miró el sol, alto ya. Tenía aún la miradamuerta y el labio pendiente, tras su solitaria veladade whisky, más prolongada que las habituales.

Mientras se lavaba los perros se acercaron y olfa-tearon las botas, meneando con pereza el rabo.Como las fieras amaestradas, los perros conocen elmenor indicio de borrachera de su amo. Se alejaroncon lentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calorcreciente les hizo presto abandonar aquél por lasombra de los corredores.

El día avanzaba igual a los precedentes de todoese mes: seco, límpido, con catorce horas de sol cal-cinante, que parecía mantener el cielo en fusión yque en un instante resquebrajaba la tierra mojada en

55

Page 56: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

costras blanquecinas. Míster Jones fue a la chacra,miró el trabajo del día anterior y retornó al rancho.En toda la mañana no hizo nada.Almorzó y subió adormir la siesta.

Los peones volvieron a las dos a la carpición, noobstante la hora de fuego, pues los yuyos no dejabanel algodonal. Tras ellos fueron los perros, muy ami-gos del cultivo desde que el invierno pasado hubie-ran aprendido a disputar a los halcones los gusanosblancos que levantaba el arado. Cada uno se echóbajo un algodonero, acompañando con su jadeo losgolpes de la azada.

Entre tanto el calor crecía. En el paisaje silenciosoy encegueciente de sol el aire vibraba a todos lados,dañando la vista. La tierra removida exhalaba vahode horno, que los peones soportaban sobre la ca-beza, envuelta hasta las orejas en el flotante pa-ñuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra. Losperros cambiaban a cada rato de planta, en procurade más fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero lafatiga los obligaba a sentarse sobre las patas traseraspara respirar mejor.

Reverberaba ahora, delante de ellos, un pequeñopáramo de greda que ni siquiera se había intentadoarar. Allí, el cachorro vio de pronto a míster Jones,que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco.Old se puso de pie, meneando el rabo. Los otros le-vantáronse también pero erizados.

−¡Es el patrón!− exclamó el cachorro, sorprendidode la actitud de aquellos.

−No, no es él− replicó Dick.Los cuatro perros estaban juntos gruñendo sor-

damente, sin apartar los ojos del míster Jones, quecontinuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro, incré-dulo, fue a avanzar, pero Prince le mostró los dientes:

56

Page 57: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

−No es él, es la Muerte.El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al

grupo.−¿Es el patrón muerto?− preguntó ansiosamente.Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con

furia, siempre en actitud de miedoso ataque. Sinmoverse, míster Jones se desvaneció en el aire ondu-lante.

Al oír los ladridos, los peones habían levantado lavista, sin distinguir nada. Giraron la cabeza para versi había entrado algún caballo en la chacra, y se do-blaron de nuevo.

Los fox-terriers volvieron al paso al rancho. El ca-chorro, erizado aún, se adelantaba y retrocedía concortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia desus compañeros que cuando una cosa va a moriraparece antes.

−¿Y cómo saben que ése que vimos no era el pa-trón vivo? −preguntó.

−Porque no era él− le respondieron displicentes.¡Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño,

las miserias, las patadas, estaba sobre ellos! Pasaronel resto de la tarde al lado de su patrón, sombríos yalerta. Al menor ruido gruñían, sin saber a dónde.Míster Jones sentíase satisfecho de su guardiana in-quietud.

Por fin el sol se hundió tras el negro palmar delarroyo, y en la calma de la noche plateada los perrosse estacionaron al rededor del rancho, en cuyo pisoalto míster Jones recomenzaba su velada de whisky.A medianoche oyeron sus pasos, luego la doblecaída de las botas en el piso de tablas, y la luz seapagó. Los perros, entonces, sintieron más el pró-ximo cambio de dueño, y solos, al pie de la casa dor-

57

Page 58: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

mida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, vol-cando sus sollozos convulsivos y secos, como mas-ticados, en un aullido de desolación, que la vozcazadora de Prince sostenía mientras los otros toma-ban el sollozo de nuevo. El cachorro ladraba. Lanoche avanzaba, y los cuatro perros de edad, agru-pados a la luz de la luna, el hocico extendido e hin-chado de lamentos −bien alimentados y acariciadospor el dueño que iban a perder−, continuaban llo-rando su doméstica miseria.

A la mañana siguiente míster Jones fue él mismoa buscar las mulas y las unció a la carpidora, traba-jando hasta las nueve. No estaba satisfecho, sin em-bargo. Fuera de que la tierra no había sido nuncabien rastreada, las cuchillas no tenían filo, y con elpaso rápido de las mulas la carpidora saltaba.Volviócon ésta y afiló sus rejas; pero un tornillo en que yaal comprar la máquina había notado una falla serompió al armarla. Mandó un peón al obraje pró-ximo, recomendándole el caballo, un buen animal,pero asoleado.Alzó la cabeza al sol fundente de me-diodía e insistió en que no galopara un momento.Almorzó enseguida y subió. Los perros, que en lamañana no habían dejado un segundo a su patrón,se quedaron en los corredores.

La siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todoel contorno estaba brumoso por las quemazones.Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio,deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarseen trémulo hervor, que adormecía los ojos parpade-antes de los fox-terriers.

−No ha aparecido más −dijoMilk.Old, al oír aparecido levantó las orejas sobre los

ojos.

58

Page 59: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Esta vez el cachorro, incitado por la evocación, sepuso en pie y ladró, buscando a qué. Al rato callócon el grupo, entregado a su defensiva cacería demoscas.

−No vino más −agregó Isondú.−Había una lagartija bajo el raigón −recordó por

primera vez Prince.Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del

cuerpo, cruzó el patio incandescente con su pesadotrote de calor. Prince la siguió perezosamente con lavista y saltó de golpe.

−¡Viene otra vez! −gritó.Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en

que había ido el peón. Los perros se arquearon sobrelas patas, ladraron con prudente furia a la Muerteque se acercaba. El animal caminaba con la cabezabaja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que ibaa seguir. Al pasar frente al rancho dio unos cuantospasos en dirección al pozo y se degradó progresiva-mente a la luz.

Míster Jones bajó, no tenía sueño. Disponíase aproseguir el montaje de la carpidora, cuando vio lle-gar inesperadamente al peón a caballo. A pesar desu orden, tenía que haber galopado para volver a esahora. Culpólo, con toda su lógica nacional, a lo queel otro respondía con evasivas razones.Apenas librey concluida la misión el pobre caballo, en cuyos ija-res era imposible contar el latido, tembló agachandola cabeza y cayó de costado. Míster Jones mandó alpeón a la chacra, con el rebenque aún en la mano,para echarlo si continuaba oyendo sus jesuísticasdisculpas.

Pero los perros lo acompañaron estaban conten-tos. La Muerte, que buscaba a su patrón, se había

59

Page 60: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

conformado con el caballo. Sentíanse alegres, libresde preocupación y en consecuencia diponíanse a ira la chacra trás el peón cuando ayeron a míster Jonesque gritaba a éste, lejos ya, pidiéndole el tornillo. Nohabía tornillo: el almacen estaba cerrado, el encar-gado dormía, etc. Míster Jones, sin replicar, descolgósu casco y salió él mismo en busca del utencilio. Re-sistía el sol como un peón, y el paseo era maravillosocontra su mal humor.

Los perros lo acompañaron, pero se detuvieron ala sombra del primer algarrobo: hacía demasiadocalor.Desde allí, firmes en las patas, el ceño contraídoy atento, lo veían alejarse. Al fin el temor de la sole-dad pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él.

Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió. Para acor-tar distancia, desde luego, evitando la polvorientacurva del camino, marchó en línea recta a su chacra.Llegó al riacho y se internó en el pajonal, el dilu-viano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado yretoñado desde que hay paja en el mundo, sin cono-cer fuego. Las mantas, arqueadas en bóveda a la al-tura del pecho, se entrelazan en bloques macizos. Latarea de cruzarlo, sería ya con día fresco, era muydura a esa hora. Míster Jones lo atravesó, sin em-bargo, braceando entre la paja restallante y polvo-rienta por el barro que dejaban las crecientes,ahogado de fatiga y acres vahos de nitratos.

Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era im-posible mantenerse quieto ante ese sol y ese can-sancio. Marchó de nuevo. Al calor quemante quecrecía sin cesar desde tres días atrás agregábaseahora el sofocamiento del tiempo descompuesto. Elcielo estaba blanco y no se sentía un soplo de viento.El aire faltaba, con angustia cardiaca que no permitíaconcluir la respiración.

60

Page 61: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

Míster Jones se convenció que había traspasadosu límite de resistencia. Desde hacía rato le golpeabaen los oídos los latidos de las carótidas. Setíase en elaire, como si dentro de la cabeza le empujaran el crá-neo hacia arriba. Se mareaba mirando el pasto.Apre-suró la marcha para acabar con eso de una vez… yde pronto volvió en sí y se halló en distinto paraje;había caminado media cuadra sin darse cuenta denada. Miró atrás y la cabeza se le fue en un nuevovértigo.

Entre tanto los perros seguían tras él, trotando contoda la lengua de fuera.A veces, asfixiados, deteníanseen la sombra de un espartillo; se sentaban precipi-tando su jadeo,pero volvían al tormento del sol.Al fin,como la casa estaba ya próxima, apuraron el trote.

Fue en ese momento cuandoOld, que iba delante,vio tras el alambrado de la chacra a míster Jones,vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El ca-chorro, con súbito recuerdo, volvió la cabeza a su pa-trón y confrontó.

−¡La Muerte, la Muerte! −aulló.Los otros lo habían visto también, y ladraban eri-

zados.Vieron que atravesaba el alambrado, y un ins-tante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegara cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojoscelestes, y marchó delante.

−¡Que no camine ligero el patrón! −exclamóPrince.

−¡Va atropezar con él! −aullaron todos.En efecto, el otro, tras breve hesitación, había

avanzado, pero no directamente sobre ellos, comoantes, sino en línea oblicua y en apariencia errónea,pero que debía llevarlo justo al encuentro de místerJones. Los perros comprendieron que esta vez con-

61

Page 62: Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina ... · PDF fileÍNDICE Quiroga: la vida desde la obra 3 A la deriva 7 La gallina degollada 11 El almohadón de plumas 20 En

cluía, porque su patrón continuaba caminando aigual paso como un autómata, sin darse cuenta denada. El otro llegaba ya. Hundieron el rabo y corrie-ron de costado, aullando. Pasó un segundo y el en-cuentro se produjo; Míster Jones se detuvo, girósobre sí mismo y se desplomó.

Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron aprisaal rancho, pero fue inútil toda el agua: murió sin vol-ver en sí. Míster Moore, su hermano materno, fue deBuenos Aires, estuvo una hora en la charca y en cua-tro días liquidó todo, volviéndose enseguida al sur.Los indios se repartieron los perros, que vivieron enadelante flacos y sarnosos e iban todas las noches,con hambriento sigilo, a robar espigas de maíz enlas charcas ajenas.

62