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editorialconsejo

R a f a e l d e l R í o

Prosas olvidadasEstampas y recuerdos

Prosas olvidadas

RAFAEL DEL RÍO

Estampas y recuerdos

© Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza© Secretaría de Cultura© Consejo Editorial del Gobierno del Estado

Prosas olvidadasEstampas y recuerdosRafael del Río

Cuauhtémoc sur 349Saltillo, Coahuila

Esta obra es publicada sin fines de lucroy su distribución será gratuita.

Enero de 2019

Impreso en Saltillo, Coah., México

RAFAEL DEL RÍO

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Presentación

FOMENTAR LA LECTURA es una responsabilidad social,por ello dentro de las acciones que el Gobierno delEstado lleva a cabo está la del fomento continuo ala lectura, en la que ha participado muy activamenteel Consejo Editorial del Estado con la publicaciónde la Colección Clásicos de Bolsillo, que ya tienedos emisiones con 10 títulos de autores de famauniversal.

La tercera emisión de esta Colección está dedicadaa cinco autores coahuilenses, con señalados méritosen la literatura de nuestra región y figurasimportantes dentro de la cultura en el estado, porlo que el nombre sufre una variación: ColecciónClásicos Coahuilenses de Bolsillo, que incluirá textospoéticos y narrativos de Manuel Acuña, José GarcíaRodríguez, Rafael del Río, Felipe Sánchez de laFuente y Julio Torri.

Así, el gobierno de Coahuila brinda a las nuevasgeneraciones la oportunidad de deleitarse con las

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creaciones literarias de estos coahuilenses de letrasde los siglos XIX y XX, creaciones que son elespejo del tiempo en que vivieron. Leerlas nospermitirá ponernos en contacto con lugares,personas, costumbres y experiencias de aquellasépocas.

Miguel Ángel Riquelme SolísGobernador Constitucional

del Estado de Coahuila de Zaragoza

RAFAEL DEL RÍO

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A mis padres:Dn. Luis del Río y

Dña. Josefa Rodríguez

A mis hermanos.

A Luis Felipe del Ríoy María Rosaura Cortés

Al señor Dn. Rubén del Río

Y a la memoria de Mario Rodríguez G.

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J’ai plus de souvenirsque si j’avais

mille ans.[Tengo más recuerdos

que si tuviera mil años.]

BAUDELAIRE

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Introducción

ES ÉSTA UNA PUBLICACIÓN que reclama palabrasdilucidatorias, pues su contenido obedece más quea un afán de enriquecer el acervo literario denuestro estado o de contribuir a un propósito dedivulgación cultural, al deseo egocentrista depreservar y proteger contra la acción del tiempo,los testimonios que la constituyen, y que por serel producto de ejercicios literarios inspirados enmodelos del momento y en pasajes y climasautobiográficos, más que de otra cosa, merecena mi entender, tal especie de protección.

Debo advertir, sin embargo, que la decisiónde recoger aquí dichos trabajos, que son enrealidad una suerte de poemas en prosa, fue objetode prolongada consideración previa, pues nodesconozco que la mayor parte de ellas tienen uncarácter acentuadamente personal y divagatorio,despojado de toda virtud y substancia que lespuedan conferir una debida validez.

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Añadiré también, que la mayor parte de lasprosas fueron publicadas hace muchos años enla página cultural de un periódico local creado ydirigido en aquel entonces por el siempre entusiastay culto amigo Óscar Flores Tapia, quien ademásde ser un fecundo escritor de vena histórica yacento jovial, ocupa hoy por hoy una honrosacurul en el Senado de la República, y que sólo elhecho de que en este año se ha venidoconmemorando el Cincuentenario de la muerte delgran poeta Ramón López Velarde [1971], con cuyaobra guarda intención y similitud el modestoespíritu de estas “estampas y paisajes”, puedejustificar el que aparezcan en edición.

Me importa señalar sobre todo, que los tresprimeros trabajos que se incluyen en el volumena más de ser inéditos, se diferencian claramentedel resto del libro por reflejar un lirismo casienfermizo por morboso, y una actitud espiritualque sólo puede justificarse si se considera que esel reflejo del entusiasmo de un joven que hacíalos primeros descubrimientos de un mundo deautores modernos, distante y ajeno a la tradiciónclásica en que se había nutrido inicialmente, y dela sorpresa que tales hallazgos le produjeron.

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Júzguense, pues, estos trabajos, dentro delmarco de referencias que he señalado, consi-derando que la intención del autor es primor-dialmente salvarlos del olvido y no de un juicionecesariamente benévolo, de quien tropiece conellos.

Rafael del RíoSaltillo, Coah., 1971

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Unas letras a Juan Ramón Jiménez

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: tú no has hablado en eldesierto. Acaso un poquito –lo necesitas parahacerte oír– “in partibus indifelium”; pero nosotroste hemos escuchado y por ello nos sinceramos.Delante de ti y delante de nosotros y nos confe-samos pecadores de la culpa de oírte. ¿Qué habríasido si no?

En realidad yo tenía una deuda por saldar paracontigo: la de no haberte conocido a tiempo; perome aligeraba la conciencia un escrúpulo: yo teadivinaba, y adivinarte era ya sentirte de “casa”.¿Se disgustará León Felipe?

A veces pienso: si no existiera Juan RamónJiménez el cielo de Moguer no reverberaría tanespléndido y la pobre poesía andaría descentradavagando por los campos inútilmente verdes, sinencontrarse ni aún delante del terso espejo delriachuelo; se pondría a desflorar margaritaspensando en él y acabaría por aburrirse soberana-mente como Narciso delante del agua turbia.

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Lástima grande que tengas que irte y que elpedacito de tierra que debes comer se encuentreahora tan removido, es decir, tan inalcanzable. Lediré a Teresa de la Parra que te lo dé en su mano:tomaría un sabor muy otro.

Ya me estoy haciendo la promesa deconservarte presente siempre –Georges Duhamelte destinaría al “frigidaire”, pero creo que no va aser necesario porque ya te hemos conocidobastante; eso se deja para quienes no tuvierontiempo de enseñarnos y decirnos lo que traíanconsigo: que lo digan si no López Velarde o GutiérrezHermosillo.

Juan Ramón Jiménez: esta es la monedaespiritual con que correspondo a tus munificencias.Acéptala en cambio de la exigencia de esperar tuvoz desde tan lejos.

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Propósito a Francis Jammes

YO ME PREGUNTO CÓMO serías, Francis Jammes, yme plazco en imaginarte tal como a ti te gustaría:en un ambiente de mediodía –mejor en julio o enagosto para estar saboreando lechosos higos,jugosas ciruelas, rubicundos duraznos y frescasfresas– en una penumbra de postigos. Nublado oligeramente en tu estancia. La enorme pipa deébano –¡tu pipa habitual!– sobre la mesa de roble,y a tus pies, somnoliento, un perrazo, pastor alemáno San Bernardo, compañero fiel de tus andanzascampiranas, o bien, en una tarde de ventolina,caminando a lo largo de rumorosas alamedas conun libro bajo el brazo, la barba al aire –rubia– yunas nubes color de ceniza hacia el poniente.

Pero seguramente tal imagen no correspondea la realidad de tu persona, por más que algunascoincidencias que señalan lo que prefieres, seagrupen en tu torno y contribuyan a dar sentido atu vida: la propia pipa, tu mansión rústica, tusqueridas soledades y tu pronunciada afición apoetizar.

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Es natural que siendo como eres, FrancisJammes, viviendo en una claustral reclusión –deescondidas– entregado a la contemplación de tumundo interior –mimetismo de tu vida exterior–;sintiendo de cerca la formidable palpitación delmedio que te rodea: tus árboles, tus cultivospredilectos, tus noches rústicas –Gabriel Miró nohabría desdeñado una invitación tuya a charlar enel patio bajo la luna o al calor de la lámpara de tualcoba– pobladas de grillos, de lechuzas, demurciélagos; es natural, digo, que tu voz nos traigaen sus cálidas elocuciones, algo de paraísosentrevistos en sueños, de bucólicas añoranzas, a lahora en que –¡oh alma errante de Alberto Samain!–en las encrucijadas vibran lúgubres aullidos dechacales y tristes ladridos de mastines a una lunafantasma.

Porque es por demás cierto que una extrañainfluencia astral preside nuestras vidas y regula elritmo de nuestros corazones, encendiendo mutuassimpatías que tramontan los espacios y surcan lostiempos ligando indefectiblemente afectos ysensaciones en un abrazo que va más allá de lanoción de esos valores, ¿qué de extraño tieneentonces que en una ocasión, aunque sea la menospropicia, en un día, si se quiere el menos a propósito,

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y en un lugar, no importa que no sea el indicado,tome entre mis manos un volumen cualquiera delos tuyos para entregarme, en un ensueñoprolongado, al paladeo de estas evocaciones?

Mañana como ahora y como siempre, en lapauta monótona del tiempo surgirán nuevascanciones y nuevos corazones palpitarán urgidospor idéntico anhelo al nuestro; pero la canción queya ha salvado el tiempo y el olvido, la que por sermuy tuya es más de nosotros, seguirá sonando ennuestra memoria con el remozado fluir de nuevasemociones, y en el momento del cansancio material–¡Charles Guerin!– iremos a trasponer el umbralde tu puerta, que un viejo pino sombrea, paraestrechar tu mano cálida, fuerte y campesina yalejarnos después hacia las playas inexorables.

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Gabriel Miró

VOY A ESCRIBIR ALGO sobre Gabriel Miró, ahora que,¡Alfredo Maillefert!, he vivido exquisitas horas bajosu dulce advocación; que pasajera, tristemente, hegozado fugaces momentos de solaz espiritual bajoel cielo límpido de una villa solitaria, en una tardedorada, pensativa, de otoño. Que he contempladode cerca aquello que tanto le encantó, que fue élmismo: un misterio de patios anchurosos, soleados,donde un brocal o una artesa olvidan sus musgososcanjilones y arcaduces bajo la sombra exigua delos emparrados o de las empalizadas marchitas, yhay una algarabía de muchachas provincianas enun ambiente de luz. Tarde de currucas, de sol rojoen un atardecer impreciso, de mansedumbre infinitaque inmoviliza el campo, los recodos y los parajesolvidados, las callejas polvosas y retorcidas y loshuertos claustrales de insinuativa y célibeelocuencia. Portalones que encierran gravesmelancolías y sobre los que el tiempo ha dejadosus tisis lastimeras. Tarde de sufrimiento en la quese arrastra, como la seroja el viento de noviembre,

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una calma letal que arroba el alma en místicosdeliquios.

Voy a escribir algo ahora que he visto por unaventana entreabierta, recogido en su mutismo, unanciano o una señorona austera rodeados depenumbrosos y afelpados muebles, entre los quese ha de respirar, al abrir el vetusto arcón, unenfermizo olor de alcanforinas o –¡ensoñaciónromántica!–, perfume de pétalos marchitos en lasombra del encierro. Que he visto, bajo las frondasde los fresnos mancos, los dignatarios de cúpulaoronda, al decir del otro gran poeta de provincia,López Velarde, en la plazuela silenciosa, cómo caelentamente la sombra del crepúsculo sobre el follajeagitado por las últimas brisas de la tarde.

Necesito escribir algo sobre Gabriel Miró,ahora que también me ha arropado la absolutamelancolía de una noche con estrellas y lejanosladridos de mastines, como aquellas que en suencantado Levante tan golosamente vivió.

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El Calvario

ESTÁ CASI AL SALIR de la ciudad. Mejor dicho, estálejos de la ciudad: frente a la estación de losFerrocarriles, sin embargo de no conservar conella ni relación de arquitectura, menos designificación temporal: ésta, lo que se va, lo quepasa, lo que cambia; aquél, lo que no muda, lo quese queda, lo que siempre está allá.

Y desde mi infancia que lo conozco, que lovisito, que lo quiero; y creo que precisamente esmi niñez lo que me liga más a él.

Cómo recuerdo clara, vívidamente, aqueltiempo en que, ignorante, sandio, lo rehuía. Eraentonces cuando mi insojuzgable, cuando miescurridiza inclinación de rapaz libertino y perversome llevaba rumbo al campo, a los sitios y lugaresde diversión, en lugar de aquellos del camino recto.

Viven todavía en mi memoria las tardessabatinas en que, bajo la escudriñadora vigilanciade las hermanas catequistas, el evangelio, ladoctrina, se repetía y se volvía a enunciar en unsusurro de voces que adormecían el ambiente como

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en las siestas veraniegas, de los brescales se riegay levanta en prolongado y arrullador rumor dehélitros.

Y también sobre las paredes que circundabanel viejo edificio de la iglesia y por entre las ventanasde sus muros, el cabrioleo, el atalayamiento de lashuestes que se empeñaban en una pedreainmisericorde; pero tras el ejercicio espiritual, quésabor más agradable el de las golosinas a truequede méritos. ¡Al salir en filas, el premio a ladedicación, al buen comportamiento, al eficazaprendizaje del silabario y del catecismo!

Cuando me solazo en tan dulce rememoración,reviven y palpitan como acurrucados en los manisesde las vetustas paredes, a lo largo del gran patiointermedio, los ecos bullangueros de los infantilesregocijos que remozan el alma, con la frescuraedificante de una tarde de chubascada.

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El Fortín Carlota

NO RECUERDO HABERLO visitado más de una vez,pero esa ocasión se quedó tan grabada en mi mente,que me parece verme aún remontado sobre lastroneras, bajo el cielo diáfano de una mañana azul,primaveral.

Fuimos en paseo escolar –aquellos asuetos tananhelados por nosotros, mis compañeros, porquepodíamos retozar libres en el campo, con la inherentesatisfacción de echar a vuelo el pensamiento ynuestras minúsculas alforjas–, ideando excursionesa sitios lejanos y difíciles, transpuestos los polvososaledaños de la ciudad. Ya al aire, la campiña eranuestra y roto el rigor disciplinario de la fila, nuestrotambién el sol, el día y la mañana misma.

Corríamos en desbandada o en grupos que lainclinación y simpatía ordenaba instintivamente.Ya no recuerdo el camino que seguimos para llegarhasta el Fortín, el épico y glorioso Fortín Carlota,desde el que, en una tarde lejana y extraña, sin duda,los viejos cañones, empotrados después en callesy sitios céntricos de la ciudad en rememorante

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homenaje, defendieron airados la posición contrala invasión enemiga.

Ya no queda de ese Fortín más que el recuerdohecho jirón pétreo sobre el cabezo que se levantapor el valle, del lado del Rastro, que nunca hevisitado, y que en su grave eminencia domina,atalayante y fiero, el regio panorama de la ciudadagazapada ante sus pies, y lleva en un vuelo dedistancias los ojos fugaces hasta los lejanosconfines, donde se funde en matices delicuescentesel perfil borroso de las sierras con el amplio cielosiempre azul y la tierra verdegueante y adormida.

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El Cerro del Pueblo

EL CERRO DEL PUEBLO, el triste y pequeño Cerro delPueblo. Cómo me deleito en su contemplaciónporque con ella, con esa contemplación, se agita elacervo naciente de mi vida; y es que cuantas vecesme alejé, por algún motivo, de mis lares queridos,mi última mirada al partir y la primera afanosa, alregresar, fue para él, que se quedaba vigilante, fiel,al lado de mi ciudad, junto a los cementerios, elviejo y el nuevo, acusando la presencia del terruñoa la manera de un semáforo gigante.

Y qué voluptuosamente he contemplado en ávidamirada, desde su enhiesta cima, el vasto panoramade mis campos tutelares. Trepando dificultosamentepor relices y laderas abruptas, llegábamos hasta sucumbre y ya acomodados sobre las crestas enormesy rojizas de los peñascos que la forman,saboreábamos larga y deleitosamente el espectáculoazul y verde del horizonte y de la ancha vega sativa.Nuestros recreos infantiles de asueto escolartranscurrían felices en su contorno correteandomontaraces y libres por todos sus rumbos.

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Como a la antigua Huilota, adonde íbamostambién de paseos camino de San Luisito, elconocido barrio por el rumbo de Topo Chico; comoal Puente Moreno, por San Lorenzo y la viejaestación del Ferrocarril; como a la Guayulera, porel lado de las huertas de Moreno, en el escondidoancón que mi padre arrendara una vez y cuyo únicorecuerdo se me traduce en un estatal y un teodolito,resabio de mis experiencias agronómicas y comoal Fortín Carlota, finalmente, por el Rastro y elPuente de Tacubaya, siempre recordaré ese agresteCerro del Pueblo porque en él, como en los otrossitios mencionados, viví horas dulces y nostálgicasde limpios paseos escolares.

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La trilla

ES JUNIO. SOBRE LOS campos que el sol mortecinotuesta mansamente, ondula la dorada mies que alsoplo suave de las brisas cálidas, se doblega larga,rumorosamente.

Ingrávidos, como en el cuadro refulgente delDivino Sembrador, los gavilleros se encorvanprofundo hasta la mies. Brilla al aire la tajante hoz ysurge rápido el coruscante corte que ilumina,fugazmente, el calmado ambiente de la tarde.

Llegó el tiempo de la siega, la poética siega: lasiega de Ruth y de Bhooz. Las parvas se adormilanconsentidas en la era, y tras el absoluto corte,empieza la máquina zumbadora y chirriante a trillarel rico cereal.

Tras de las alquerías cercanas, toca el turno ala nuestra y allá vamos, puntuales, a la tradicionalmisión.

Blancos de polvo y renegridos por el sol fuertede junio, ayudamos a transportar las gavillas, y yaes vena de oro la que fluye envuelta entre negropolvo, o ya leve trigaza la que vuela ligera por laboca de la tronera.

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Después, en las claras noches de estrellas yde luna, maromeamos resbalando desde lo alto delpajar y acostados al fin muellemente sobre losmontoncillos que lo circundan o lo delimitan,soñamos:

–Cuando grandes, trillaremos toda la mies dela comarca.

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Enramada

HACE UN AMPLIO SILENCIO por la huerta. Los rayosperpendiculares del sol estival tuestan suavementela copa de los árboles y cabe la enramada de losmembrillales que bordean la fresca acequia,descansamos el sordo sopor de la siesta.

Se escucha el zumbar monocorde de larespiración de los dormidos, que en un parajecercano rinden idéntico cansancio trasnochado dela fiesta religiosa y profana anual y familiar de lavíspera.

Se vapuleó bien duro por la noche y ya al albasiguió el regocijo de verbena en un fandangodesordenado. Ahora se desquita el ajetreo.

Por entre las ramas altas de los árboles sedesliza, tamizado, el sol que sobre nuestros cuerposcuadricula y recorta en un muelle balanceo,amarillos manchones, conforme al movimiento delas hojas.

Nosotros cuchicheamos.La vida debe ser renunciamiento y plenitud;

renunciamiento en plenitud de dádiva; sólo así

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resulta congruente el significado de nuestro discurriry sólo así podemos dulcificar nuestra maldad.

Sigue agitándose en lo alto la fronda con unmurmullo arrullador, y nuestras palabras se vanhacia el azul, hacia el cielo, que la enramada dejaadivinar apenas.

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La recolecta

TODAS LAS MAÑANAS nos levantábamos temprane-ros, prestos, a recoger en la huerta grande, bardada,de adobe sin jalbegue, la fruta que el viento de lanoche –largo, rumoroso, a las veces violento–derrumbaba de los árboles esquilmeños.

Amanecían maceradas, sucias de tierra o lodo,dispersas en los bancales, las sazonadas pomas,los lustrosos perones, los duros membrillos que yano podían resistir el fuerte sacudimiento del alisionocturno, algunas veces acompañado de furiosalluvia que en los sobradillos y azoteas tamborileabaplácida si no monótona, silbando entre las copasde los árboles próximos a la casa, o en el vértigode la espesura de las frondas cercanas.

Morral al hombro, atravesábamos los surcosresbaladizos de los cuadros donde crecían enarmoniosa simetría los diversos frutales, entre lahumedad de la hierba y las plantas silvestres, eva-diendo cautelosamente las ramas cargadas de rocíoo dejando que ese limpio frescor nos sacudiera elrostro, mientras entonábamos alegres sonatinas ydisparatábamos jovialmente.

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Ya en el alto día y bajo el tórrido sol de un cielodespejado y veraniego, nos encaramábamos sobrelos árboles para efectuar la general recolecta de lacosecha, que se mostraba ubérrima y pujante o enla ramazón de los arbustos que colgaba al suelo bajoel agobio de tan dulce carga, o tomábamosdirectamente desde el suelo, las frutas incitantes.

Heridos o rasguñados por el esfuerzo paraalcanzar algún producto distante o escondido entreel ramaje, descendíamos, sin embargo,complacidos y alegres, exhibiendo nuestra cargaen un afán de mostrar la superioridad o calidad denuestras conquistas.

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Bochorno

ESTAMOS ACOSTADOS sobre el suelo duro, contra elborde de la acequia que ahí, frente a la masía deDonato, el mediero, se quiebra y borbota en cascadarumorosamente.

La sombra fresca y amparadora de las higue-ras atestadas de fruto que negrea, y las ramasmultiplicadas y colgantes de las moreras, traenhasta nuestras manos el anhelo que es realizacióny colmo con levantar el brazo.

Hemos saboreado largamente el regalo y yatenemos los dedos de las manos mojados, rojos dela sangre de las moras y ríspidos los labios con laleche ardiente y ambarina de los higos.

Se descarga sobre el ambiente sofocante de lahora el bochorno de julio y así, muellemente recos-tados, contemplamos cómo lentamente, sobre elperfil nítido de las cordilleras lejanas, se levantanpardos nimbus que en alguna parte de la sierranegrean ya de agua.

Sobre el campo y bajo los árboles, las resesdescansan igual fatiga del mediodía, y ya es la

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mansa y mugidora vaca la que rompe el silenciocon sus prolongados y lastimeros bramidos o es elgallo arúspice el que, bajo el cobertizo miserablede espadañas que lo ampara, agita ruidoso sus alasy perfora grávido la hora con sus estruendosos ki-ki-ri-kis.

En el colmenar del huertecillo vecino, cubiertode densas lianas y madreselvas, el enjambre taladramonótono la siesta caliginosa.

Ya se ciernen sobre nosotros los bajosnubarrones de estío y el sol, en pausas deleitosas,aparece y desaparece intermitentemente a nuestravista. Una fresca y súbita brisa cargada de humedadagita las frondas del contorno y luego, tras lasprimeras grandes gotas de agua que efervecen latierra, sentimos todo el peso del bochorno precursode la lluvia.

Nuestro perro, anhelante, se levanta, beboteaen la acequia y sumiso, callado, se vuelve a acostara nuestros pies.

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El huizache

FRENTE A LA CASA, la vieja casa solariega de adobecrudo, en la masía del abuelo, se levanta airoso,vetusto, rompiendo el suelo con la pujanza de suraigambre secular. Bajo su ancha sombra nos hemoscobijado en momentos de solaz más de dosgeneraciones, y su corteza resinosa, agrietada, fuesiempre tentación por estillarla y extraer del gruesotronco, la untuosa goma agria que escurría, amarillao rojiza, pletórica de hormiguillas.

Hubo tiempo en que lo utilizamos como muellecolumpio, y aún recuerdo aquellos afanes por trepara sus rugosas y altas ramazones para sujetar elcordel, afrontando el miedo de caer porque suáspero tronco no ofrecía ningún punto de apoyopara ascender o descender. Cuántas veces nosdescolgamos a pulso de brazos, con las piernassangradas, pero contentos de haber podidocontemplar el panorama próximo desde su copa,rumorosa de nidos de gorriones y urracas, lasazoteas de la misma casa de campo, con frecuenciautilizadas para secar el fruto de las calabazas, que

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sobre ríspidas aspilleras o rígidas zaleas brillaba alsol sabroso e incitante.

Tras la fatiga de nuestras caminatas por elcampo, en los largos días del verano, entre elignívomo rigor canicular, nos sentábamos a descan-sar bajo su falda y por las noches, mientras lejoscroaban las ranas en charcas y regatos, despuésde las lluvias rápidas de la estación y en los matojoschirriaban monótonos los grillos, contemplábamossobrecogidos el esplendor del cielo o la luz de laluna que matizaba el ambiente, mientras la sombradel huizache yacía en nuestros cuerpos.

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Las trancas

SE LLEGA HASTA ELLAS por un estrecho senderobordeado por una acequia cubierta de macizos deciruelos, magueyes y durazneros, y las labores yamelgas de la huerta nueva. Y es tan estrecho esesendero y tan profusa y enmarañada la vegetaciónque cubre el tramo, que durante el estío es necesariodoblegar las ramas de los arbustos que se extiendensobre el paso o levantarlas cuidadosamente, parapoder avanzar. En invierno, en cambio, el trayectoes sólo ramaje desnudo, escuálido y crujiente querazga y hiere al descuido.

Al final del sendero y divididas por las trancas,se tienden una ancha explanada, eriales baldíos ylabores vecinas, hasta perderse en el borde delarroyo grande que por aquella parte sigue su cursotardío, surcadas todas por viejos y resinososhuizaches, que es el árbol que predomina en estosrumbos.

Para mí aquel sitio abierto al aire tiene unsubyugador encanto. De mañana, temprano,placíame sentarme sobre los retorcidos y largos

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troncos pulidos por el tacto y roce continuo, porquedesde ese punto se dominaba un amplio paisajecoronado por el cuerpo distante de las sierras ypor el campo sembrado de diversas plantas ycereales.

Las rancherías cercanas se adivinaban entrelos árboles verdegueantes y en tiempo de novenario,la ermita del lugar llevaba hasta aquel sitio con alegrenovedad su sonoro llamado, que entre el vientomatinal o en la calma dorada de la tarde, sonabamísticamente sano.

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El estanque

NO CRECEN LOTOS, ni orquídeas, ni victorias regiasen su superficie o en sus altos, abruptos, recortadosbordes. Se formó y ha extendido sus brazos a manerade un enorme infusorio a fuerza de sondearlo paralimpiar el légamo y el lodo acumulados con el tiemposobre su resbaladizo, moviente fondo, que el estragode las pezuñas de los animales que llegan hasta élpara calmar su sed, acentúa cada vez más.

Está sin embargo, poética y risueñamentesituado porque lo circundan viejos y frondososárboles, dentro de los cuales un sauce legendariodescuella, y porque a lo largo de sus márgenessinuosas crecen, erectos y cimbreantes, verdes tulesy enmarañados líquenes, y por sobre el borde altouna profusión de coyoles de grandes hojas ysangrantes flores grana, lirios blancos e inmaculadosalcatraces, a más de sarmentosos rosales de pétalosamarillos, rojos y blancos, que cubren habitualmentelas rizadas aguas del estanque con sus hojas muertasy con los corimbos de los álamos y saucescircunvecinos.

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Cuando los animales van, caída la tarde, aabrevar en él, se adentran sitibundos a los medioshundiendo sus firmes cascos hasta la rótula en elblando cieno verdoso, y al resoplar las briznas queel viento y el polvo depositan sobre sus aguas, vanformando con su fuerte aliento graciosossemicírculos que avanzan como pequeñas olas deun mar en miniatura, hasta deshacerse contra elreborde, como contra un acantilado.

Sí que este estanque, perdido en un extremode la huerta grande y como formando un recodoirregular, es un trasunto de romanticismo, de esasláminas coloreadas que adornan los libros de cantosdorados y suspirantes de aquel también dorado siglodiecinueve.

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Higueras

SIEMPRE HE SENTIDO por las higueras una especie deamor filial. Desde mi niñez me encantaba treparpor sus ásperos y rugosos brazos para mecermeen las ramas crujientes, adormecedoras comovoluptuosas hamacas, y en lo más alto de ellasmaniobrar pizcando las brevas más inaccesibles yhurañas.

Esta atracción inconsciente obedece, sin duda,a la proximidad de estos árboles al medio ambienteen que me moví desde mis primeros años, o a laabundancia de ellas en el paisaje que me era común:las huertas junto a mi casa, en el traspatio, o elcampo en que se desenvolvieron esos primeros añosmíos.

Y siempre me ha parecido bello aunque es elmás humilde de los árboles, pues no cabe dudaque tiene cierto aire proletario. Ni el álamo con susmajestuosas y rumorosas enramadas, ni la hojaverdinegra, menuda y apretujada del cerezosilvestre, ni la flor rosada del durazno, ni la blancafloración del manzano, me parecen tan dignas como

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la higuera verde, cenicienta, enteca, maternal, quecuando se recubre de hojas, de frutos, ostentaampulosa y amable la textura sin igual de sucaprichosa ramazón, el apetecible toldo de susombra amparadora y su sabor montaraz y salvaje.

Recuerdo cómo, otrora, cubrían más quediscretamente aquel recodo natural que utilizábamoscomo baño, sobre la acequia grande del rancho denuestros tíos, otro lugar donde transcurrieronigualmente días infantiles y de nuestra adolescencia,permitiéndonos disfrutar del fresco chapuzón y delhelado y cristalino líquido, al protegernos con sutupido follaje contra las miradas de los escasostranseúntes del campo.

Recuerdo también cómo trepábamos entonces,resortera en mano, sobre las higueras, buscando losbreves gorrioncillos, los minúsculos saltapared, losverdines pequeñitos que levantaban entre sus copassus escondidos nidos, o bien espiando desde losestratégicos nudos de sus brazos, las dulces tórtolaso los faisanes ágiles, para seguirlos de árbol en árbol,en despiadada persecusión.

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El portal

FUE UNA MAÑANA luminosa de julio que lo visité porprimera y quizá última vez, puesto que muy pocosmotivos podrá haber para volver al Portal, unarisueña alquería cercana a la casa de campo denuestros abuelos y con un vínculo sentimentalestrecho con ella, como con otros lugares delrumbo, cuyos solos nombres evocan en mimemoria muchas correrías campestres.

Por entre la sombra temprana de los álamosque marcan el camino y atravesando maleza demezquites y huizaches, llegamos hasta el sitiodeseado en el desempeño de una misión inquisitiva:las muchachas, responsables de nuestra atencióny guarda de cocina mientras permaneciéramos devacaciones en el rancho, demandaban ayuda degente hecha a los menesteres de la casa.

Frente a un bardal florido, rampante de hiedra,correhuela y claveles, y tras un puente que salva laacequia común de las heredades aledañas, así comode la nuestra, se hallaba una humilde casa de adobe,morada rústica que ostentaba la usual fisonomía

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de las habitaciones campesinas, aunque en el casose destacaba por un propósito de limpieza yatuendo, relujando detalles con ruda coquetería:tierra fresca, patio e interior, de agua recién regada,macetones improvisados en tinas y botes colgantesde las paredes y la ventana de carcomidos barrotes,adornada con la imprescindible jaula de rojos y vivoscardenales y canarios.

Un anciano verborreico y herpético nos narrócon la proverbial bonhomía del hombre de campo,durante nuestra breve estancia en el lugar, su largavida de recluimiento, su tenaz y fiel servidumbre alos viejos propietarios de la finca y de la heredad, ycon el dejo nostálgico y simplista de tan primitivavida, alguna anécdota distante que escuchamos conatención reverente.

Inolvidable impresión de mañana nueva. Alregreso, por las húmedas veredas invadidas dehierbas silvestres, nuestros pies arrastraban la alegríade un momento feliz, distinto.

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Perfecto

TRASCENDÍA AL FUERTE olor de los corrales, de lascaballerizas, del estiércol de los pesebres, comoque era el pastorcillo, el que cuidaba las mansascabras, el pequeño rebaño del tío Donato.

Con él íbamos a los cerros próximos, a lasllanadas vecinas, al arroyo de escarpadas orillas ypedregosas prominencias en su profundo y anchocauce, a la resbalosa partición que dividía las aguasde riego por estrechas acequias, recubiertas ylamosas, que llegaban hasta los campos cercanos;y con él escalábamos esos áridos cerros, afanososde recoger las flores de los cactus, de los nopalesenanos y de las pitayas de morados y pequeñosfrutos, y de afrontar el riesgo de un súbito y azarosoencuentro con algún reptil agazapado entre laspiedras u otra alimaña igualmente repugnante ypeligrosa.

En la tarde, a la hora del crepúsculo, por lasveredas polvorientas cuando la sequía o ver-degueantes en la estación de las lluvias, en el regresoa los rediles, mientras el rebaño se demoraba

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ramoneando en los chaparrales del camino, nosdemorábamos también cantando alegres tonadas opidiendo a Perfecto que lo hiciera él ya que sabíainterpretar con el sentimiento íntegro y nativo delcampesino, querellas vernáculas, trágicos corridoso viejas seguidillas que repetíamos con gusto ocoreábamos con largas carcajadas.

Con el tiempo la ciudad se lo llevó y nuncamás volvimos a saber de él. Sin duda no supo resistirla tentación de su llamado, como no ha sabidohacerlo tanta gente del campo que desgraciadamentesinonimiza con error, la civilización con la felicidad.

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El peón

SE LEVANTA A LAS CINCO de la mañana entre el frescorde las brisas de la madrugada y el húmedo relentede la noche. Su deber está sobre la comodidad desu morada y, tipo del viejo y noble peón, su perfiltaladra el aire matinal y se destaca sobre lafumosidad del alba, en medio de la labor o delmaloliente pesebre.

Yo lo he visto, transido de campo y de bruma,iniciar su diaria faena canturreando melancólicodesde el sembradío o en el atajo hasta donde va asoltar las reses para su matutino pastar. Después,a la caliente hora del mediodía, sin toldo al quéacogerse, surcar mancera en mano la agrestesementera y taladrar impertérrito la dura y rugosacorteza de los huizaches o la blanca carne de losálamos, en la faena de limpieza de las tierras paracultivo.

En la paz serena del tramonto nos ayuda aconseguir la almibarada miel del tallo de losmagueyes, extrayendo con un largo guaje hendido,del secreto depósito, el dulce regalo que bajo la

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techumbre vacilante de su cabaña saboreamoscomplacidos.

Ya en la noche y frente a un cielo aterido deluces refulgentes, departimos en su compañía sobreendriagos, aparecidos, trasgos.

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Burreros

LLEGAN A LA CIUDAD sudorosos, cenizos, blancosde polvo y ennegrecidos por el sol. Infatigables,vuelan, corren, azuzan trota que trota, tras lospollinos indolentes. Y ¡cómo silban, gesticulan, blasfeman! A su pasose abre el tráfico, se arma el vocerío, se precipitala confusión. Coléricos fustigan el desbarre, elretraso de la bestia y rasga el aire un frenéticochasquido que castiga con rígido acicate el ancaresbalosa del animal. Al alba, qué recóndito ancón del campo lesproporciona la carga, les provee del forraje quellegan a entregar ¿Qué espalda corva y qué alígerahoz siega la hierba que acarrean? Son románticos a fuerza de ser realistas. Debronce, tostada la piel del rostro, surcan los polvososcaminos, y apresuradamente, tullidos y bamboleanteslos animales, vienen hasta las puertas de la ciudadque encierra dentro de sus muros impenetrables, elegoísmo, la inquina que la rudeza de sus vidas y ladureza de su responsabilidad desconocen e ignoran.

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El huertecillo

HACE AÑOS QUE NO LO VISITO, pero debe de estarseguramente igual. Posiblemente más bello, porqueciertas cosas abandonadas a sí mismas, nossorprenden cuando las observamos de nuevo, trasde mucho tiempo, con un encanto imprevisto: elde la crisálida que en las moreras, por ejemplo, enuna metamorfosis prodigiosa, transforma níveoscapullos en áureas mariposas.

Tenía la gracia singular de la sencillez porqueno era profusión ni lujuria de frondas, sino apenasunos árboles frutales, durazneros sobre todo, sobrelos bordos de los bancales; raquíticas higueraspegadas a los vallados y una ondulante sábana dealfalfa en los medios, que le daban, sin embargo, elencanto de la simplicidad y de una limpieza yclaridad apacibles.

Creo que contribuían a ese encanto las bajasparedes de adobe crudo que permitían mirarlodesde afuera; el cerrojo mohoso que sujetaba conuna cadena chirriante y desgastada la puerta viejay polillosa; el nogal enorme que trepaba al fondo

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sobre el bardal y la enredadera de rosales que paliabael rincón más apartado del lugar y, símbolo decoquetería rústica, una cerca de zarcillos cenizosque resguardaban el cantón en una parte abierta ysin pared, derrumbada con el tiempo por las lluviasy la humedad perenne de la acequia cercana.

Todavía me parece vivir aquellos amanecerestranslúcidos de junio en que, en ayunas, entrábamosal huertecillo a recoger las gruesas calabazas ocultasentre grandes hojas verdes y flores amarillas quese extasiaban por el suelo, y a treparnos sobre lastorcidas cortezas de las higueras para alcanzar lasbrevas humedecidas por el rocío: ¡qué hartazgos!

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Autobús

UNA VIOLENTA RÁFAGA –presagio de una revoltosatolvanera abrileña– sacude los cristales, empolvalos asientos y alborota el pasaje del camión quenos lleva por algún rumbo de la ciudad.

Vuela un sombrero y desde mis pies lo recojo.En mi displicencia me molesta la gratitud de sudueño, y es que me resulta cómodo imaginar quecon sólo levantar un brazo tengo en la mano elpoder de refrenar la máquina.

Se me ocurre pensar: ¿cuántos litros de sangrellevará consigo ese señor? Y me siento seguro deque nunca le sucedió tal cosa a Jules Renard…

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La fotografía

ESTA FOTOGRAFÍA, en la que aparezco rodeado devarias personas, que en realidad son mis com-pañeros de andanzas campiranas, sobre un fondode manzanos y un cielo azul de julio, me traesiempre que la veo, la vívida impresión del estío; yes que efectivamente, fue entonces que la tomamos.

Los árboles de las huertas se doblegaban bajoel peso abrumador de la abundancia, y el cieloluminoso y diáfano esplendía durante las tardes conun sol reverberante y tórrido. En las noches–transparentes de luna y llenas de murmullos–desde las sombras de las frondas contemplábamosel inenarrable espectáculo del cielo negro, sereno,atiborrado de estrellas titilantes.

Bajo las siestas cálidas, el frescor de las brisasdel mediodía tras el chubasco rápido de la estación,era un descanso entre el rigor canicular.

Siempre que vuelvo la vista a ese recuerdo,resurjen en mi memoria las canciones que al alba ydespués del tráfago de la verbena de nuestra SeñoraSanta Ana, patrona de la heredad, y al pie de las

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ventanas coloniales de la casa solariega, entoná-bamos en coro hacia todos los rumbos de la noche:

Despierta, mi bien despierta;despierta que amaneció,ya los pajarillos cantan;la luna ya se metió.

Que en el recogimiento de la hora y con laprolongada vela de la noche, provocaban ennuestros cuerpos calosfríos semejantes a los delas húmedas madrugadas de primavera.

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Patio

ESTÁ RECOGIDO, SÍ, encerrado como un claustro, comoun jirón de cementerio, como un patio monasteril.Los rosales, los cipreses, los arriates, las múltiples yvariadas flores que se levantan en su reducidorecinto, lo perfuman todo y todo lo envuelven enuna atmósfera de melancólica reflexión, y la vetustaverja que lo encierra y de la que parte un andadorintermedio, contribuyen a darle esa semejanza.

Y lo he sorprendido muchas veces solo,meditabundo, dormido en un perenne sueño debeatitud y de angélica mansedumbre, embriagadopor su propio perfume de rosas tardías y a veces,cuando el mal tiempo extiende su túnica funéreasobre el espacio, y se localiza ese clima ambiguo enque el cielo y la tierra se dan cita, de que hablaLópez Velarde, una tristeza de ultratumba y de gravedesolación trasciende al alma, embriagada en sucontemplación.

Tal es el patio, sumido en soledad perpetua, quesólo anima la visita de algún piadoso feligrés quellega de tarde en tarde hasta el Calvario, la viejaiglesia de que antes hablé.

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Anochecida

LAS ÚLTIMAS LUCES se quedan prendidas entre lascopas de los árboles, que agitadas levemente por labrisa del atardecer, susurran quedamente.

Mortecinos resplandores de un crepúsculomalva resbalan por los flancos de las sierras lejanas,y una paz infinita, la paz de los Idilios de Virgilio,envuelve la bucólica llanada. Se hace la obscuridadsobre el bálago.

Esporádicamente, de las alquerías en sombra,se levantan lastimeros balidos de recentales, y cabela enramada de los árboles, alas trémulas se agitanen el acomodamiento previo al reposo. Negrosgraznidos de currucas turban el silencio, ya espeso,de la tarde.

Todo está sumido en melancólica dulzura: elcielo de estrellas todavía indecisas, las huertas, lassórdidas construcciones que borran ya sus formasen el lento crespúsculo.

De las lejanas aldehuelas, entre los hálitosdormidos del viento, la melodiosa voz de los zagales

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que recogen el ganado enternece el campo, y porentre caminos y veredas de desdibujada blancura,surgen las siluetas de los hombres, como cuandouna tarde de Judea, por Emaús…

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Rincón

ESTÁ EN UNA CALLE retirada de la ciudad, pero sobreel trayecto de mi camión diario. Infinitas veces lo hedivisado desde la unidad; pero en vez de desgastarseo deteriorarse mi emoción ante su contemplaciónfrecuente, a cada nueva vez se afianza.

Una amiga y yo convenimos en considerarlocomo un sitio ideal por su belleza y discreción ynos hicimos sendas promesas de recordarnos a suvista. Por mi parte protesto haber cumplido lapromesa; a ella la justifica la ausencia, aunque quiénsabe si recordándolo me recuerde también.

Es melancólico y apartado a fuer de seragreste. Más melancólico que apartado puesto quea su vera transcurre una ruta, y está a simple vistapues es, en realidad, un terreno baldío en el quecrecen descuidadamente algunos arbolillos que porsu disposición le confieren un especial encanto.

Yo creo que Verlaine lo visita con frecuenciaya que él amaba todo lo que fuera triste y este rincónlo es en cierta forma.

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Ojalá que la mano del hombre que todo locompone y descompone, no proyecte tan prontosus designios en contra de él.

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La higuerilla

ESTE ES EL POEMA de la higuerilla, de la esbelta yradiosa higuerilla que por mucho tiempo he vistodescolgarse hacia la calle, por sobre el pretil de lachaparra pared, una cuadra abajo de mi casa.

Es verdinegra, moraduzca, de venulacionesamarillentas, nudosa y profusa de fronda.

Por sobre la acera sinuosa, dispareja, sinbaldosas, se puede ver un patio interior que cobijasu raigambre: es un patio amplio, espacioso, conuna sórdida casucha medio cubierta y mediodestruida. Sobre su puerta, sostenida por una láminabisunta, florecen macetones y tiestos raquíticoscomo sus moradores y la prole, desgarbada y astrosa,se solaza bajo la sombra ruin de un arbusto queenjoya la explanada salpicada de yerba.

Siempre que paso por su frente me llama laatención el ruinoso espectáculo y casi sin quererme levanto de puntillas para curiosear en eseambiente tan colorido, sin embargo.

Don Alberto, el viejo giboso y usurero quetiene su tendajón pletórico de mercancías

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acumuladas en heterogéneo desorden, hubieracabido perfectamente en aquel medio y yo, paramis adentros, siempre pensaba en su vecindad sino sería suya esa casa.

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Espiridiona

LA ÚLTIMA VEZ QUE LA vimos mi hermano Luis Felipey yo, fue durante una hermosa mañana abrileña.

Empezaba por doquier a renacer la vida, y en elcampo colorido ondulaban al fuerte sol los erialessobrepujantes de trigo, maíz y hortalizas.

Habíamos salido temprano para visitar aEspiridiona, una viejecita pequeña, enteca, que habíaasistido a varias generaciones de nuestra familia; peroen el trayecto nos detuvimos en la acequia grandeque trae el cristalino líquido a lo largo de una madrelegamosa y clara desde el lejano ojo de agua de losCerritos, aquel punto del valle –que creo– dio origena la coplilla que entonábamos antaño en días lluviosos,y que dice:

Ahí viene el agua,por los cerritos…

Y qué deleitarnos siempre en aquel paraje.Sombreado por enormes álamos, siempre eracanción de agua allí y siempre gresca de pájaros enlas altas ramazones.

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Acurrucada en un sórdido camastro, en elinterior de un cuartito oscuro, impenetrable,esperaba Espiridiona, plañidera y resignada, elmomento cercano de su liberación. Su cara rugosay sus cabellos lacios, completamente blancos, eranapenas visibles en la oscuridad; pero sus ojos, ojosque tanto vieron a lo largo de una vida de trabajoincansable, sí lograban reconocernos, no obstantela nublazón y humedad que los empañaban y así,en medio de un diálogo difícil y de una lentaconversación, llevamos hasta la viejecita que seconsumía de edad, la frescura y luminosidad de undía de primavera, en contraste penoso con el deaquella vida que se apagaba.

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El chubasco

NADA HACÍA PRESENTIR la proximidad de aquelchubasco, por más que densas nubes correteabanpor el amplio espacio y el trueno rodaba ronco yprolongado sobre la heredad. Las nubes sedeshacían tan prestamente, se evaporaban con talligereza, que nos animamos a salir de la casa.

Era la hora pesada y tórrida de la diaforesis yel cuerpo fatigado por la enervación del calorsofocante necesitaba la distensión del paseo parareaccionar. Todavía bajo el sol candente del plenojulio, nos alejamos hacia el campo próximo.

Ex abrupto, un enérgico viento huracanadoremovió el polvo suelto del sendero y un vertiginosotorbellino nos envolvió en su denso velo de sombra,al par que nos sentimos fustigados por enormes gotasde agua turbia que empezaba a caer redonda, caliente,estimulante. El viento, que azotaba furiosamentenuestro cuerpo y nuestra cara, lanzaba pequeñossirgos a nuestro redor. En la agitación de la huida,vacilaban nuestros pies y los animales, asustados,se interponían al paso en medio de la confusión.

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La lluvia seguía cayendo intensa, desesperada,y en un segundo nuestra ropa, pegada al cuerpo,escurría por todos lados. Nos refugiamos alresguardo de una pared de la primera casa quealcanzamos; pero de los canales empotrados sobrelas rústicas azoteas salía en chorro una agua barrosay densa que pronto nos hizo seguir el camino hastala casa.

Pronto la atmósfera empezó a aligerarse y yadesde una ventana entreabierta, en el oscuro recinto,contemplamos cómo se atenuaba a poco el furordel agua, y en el cielo que se despejaba, el brillantesol de estío volvía a refulgir gozoso y satisfecho,con la cara alegre de un chiquillo recién bañado.

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Humedad

APENAS EL HILO imperceptible del alambre telefónicocorriendo por el valle, subiendo la cuesta prominentedel cabezo, sobre el camino de tu voz, me traía,entre la humedad de la distancia mojada de julio, lapersistencia de tu ser sobre el fondo inarticuladodel momento.

Se prolongaba demasiado el tiempo de tuausencia para imaginarte en una tarde irreal denublazones y agua, como una verdad palpitante ycercana a mi mismo ser, aún siendo tu evocaciónalícuota de mi vida.

Dulce subterfugio de mi anhelo en derrotadetrás de la inicua persecución de mi deseo, de laimposible materialización de mi única razón de ser:tu corporeidad íntegra gozando del veredicto demi tacto, el del hilo telefónico a través del climalluvioso, trayéndome la noción de tu voz, náufragoen la tarde. Por eso sobre la cortina inconsútil deltiempo tiendo al aire la red adherente de este recuerdopara apresar en él siquiera sea a río revuelto, unanota clásica por fidedigna, que determine el color

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de tu voz entre el plúmbago de las nubes demasiadobajas para dejarte ver o demasiado incorpóreas parapoder narrar tu matiz entre la sombra de los árboles,que de seguro se derritieron en lágrimas tras elchubasco que te volvió fantasma.

Grata tarde veraniega, ya tan lejana como elpoder de hacerte ubicua en el momento de mipresencia deshabitada, y de tu ausencia oscura ymercenaria. Quisiera, para ahogar mi nostalgia dedesheredado, sumergir en un baño de María, elhisopo de mi conciencia tomada de humedad.

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Barriada

BARRIADA CON SOL DE invierno, a las tres, y en com-pañía de Enrique Guerrero, de Alfonso GutiérrezHermosillo.

Sorda melancolía de las tardes de enero y defebrero en paseos por callejuelas polvorientas yparedes inconclusas, frente al lejano espectáculode sierras nítidas y caminos carreteros en mediodel campo extramuros.

Barriada inequívoca de novela costumbrista,tipo Blasco Ibáñez, en la que bien podrían instalarsus barracas perdularias los parias desheredadosde la horada anónima. Por ella –estercoleros,cercas, alambradas, gleba intonsa de eriales baldíos–desfila la imagen cruda y realista de la Mariposa, lavieja semi bruja que se repite en muchas de estassórdidas moradas en las que se vive la vida delmendrugo, de la chapucería y del merodeonictálope; lugar común y repetido de todas lasciudades más o menos cosmopolitas.

Por su serenidad de mediodía y su olvido sápidoa nostalgia irrevocable; por su indefensa intimidad

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y renunciación de entrega incondicional; por lo queen ella se quedó –¡tardes de Enrique Guerrero, deGutiérrez Hermosillo, en deambular giróvago!– ypor lo que vino después con “ella”, he de objetivaren este desahogo sentimental, un perenne recuerdoagradecido.

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Mario

SE REÍA DEMASIADO fuerte para haber podido vivirmucho.

Era la tierra y a ella regresó muy pronto. Loscuatro elementos en él: la tierra, el agua, el viento,el fuego; sobre todo la tierra.

Debió haberlo presentido todas aquellas vecesen que se embriagaba de otoño, de primavera, deestío. Yo con él, muchos otoños dorados: sobretodo aquél del 931, durante las vacaciones. ¡Ymucho campo! Cuántas veces, pegados a la tierra,la reconocimos; ahora volvió a ella inexora-blemente.

Recuerdo aquel carrizo, aquel tallo de carrizo:anochecer septembrino en el campo, lejanía demontañas y de cielo, estrellas del precoz otoño,nogalera y alfalfares en sombra crepuscular porla Hibernia; aquel carrizo cortado al pasar por elbordo de una acequia profunda, tajo verdosoforrado de jaras; aquel carrizo por el que se hubieraquerido ir, sí, como Pan por su meliflua avena.

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Ya ni trigal, ni hortales, ni alimañas silvestres.Ya pura tierra, tierra sobre de él, tierra cruenta.

La primavera lo fructifica; el estío lo abraza; elotoño lo llora.

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Promenade

de 3 a 5 p.m.

¡OH JULES SUPERVILLE, amigo de una tarde de eneroen promenade!

Tú me decías, con tu voz rubia y sonámbula,cosas infinitas que ya no olvidaré, que ya no podréolvidar porque se quedaron, además, con elensueño radioso de aquel sol que también viste enmi compañía, sobre la dulce campiña.

Grato trajinar desde el camión fantasma por elcampo acostumbrado. Lentamente te iba encon-trando –¡tan disperso!– y ya no me sorprendía misorpresa. Llegué a acostumbrarme a tu compañíaimprovisada de tal modo, que ya después no supede mí, preso absoluto de tu voz.

Y digo yo: ¿de qué servía tanta luz, tantacampiña, tanto ciego horizonte? Ni siquiera elacueducto aquél, en el paseo final donde te empecéa comprender –¡Oh sol alpestre!– a las cuatro ymedia de aquella tarde.

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Jules Superville: permite que deposite mi manocálida y efusiva sobre tu ancho hombro de hombrefuerte; que sacuda vehementemente tu reciacomplexión para que siga cayendo, como unaconcesión única y favorita, tu palabra sobre mipasmo, sobre mi desierto en vigilia, y para que tepueda decir rotundamente: ¡poeta raro!

Jules Superville, amigo de una tarde de eneroen promenade: ¡qué imposible volver a ver aqueldesfile verde de árboles, de horizontes sin nubesmayores, de calles contritas que apenas cabrían enuna pequeña mano; qué imposible olvidarlo todo,como el saludo aquél, furtivo, de la señorita de lasvidrieras sonoras de la escuela que nos vio apenasy a quien casi no vimos; qué imposible dejar depensar en ella sin pensar ya para siempre, en ti!

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Plazuela

¡Soledad de once mesessoñando con las fiestas!

Gerardo Diego

GEOMETRÍA PRECISA y nítida de los fresnos zancones–¡y encalados!

Silencio de paseantes entre serena música defrondas, “sólo los chicos ágiles, las recientesdoncellas”… y a veces un vendaval que hiere lahojarasca.

¡Oh otoño, oh primavera, oh estío!, ya sé parasiempre. Y la sorda maquinación del viento nocturnocuando la luna se columpia en las baldosas. ¡Quémovilidad!

¿Desde qué ángulo se precisa al tedio de tuabandono, sola? Ni el domingo pajarero.

Reclinatorio de doncellas, auditorio fortuito–hay dos pájaros a disposición del cielo en todotiempo–, agramante de galanes enamorados de la

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íntima estrella solar, y hospicio de canes cínicos.Y yo la puedo transitar aunque rezongue el

viento y la lluvia –¡y la lluvia!– se empeñe. Paraguasde los fresnos –son necesarios en el ventarrón.

Que viene agosto. ¿Qué hacías tantosmediodías? ¡Cántaros!

Está lloviendo “a cántaros” y la ducha a losárboles les quitará muchos años de encima o porlo menos el polvo de todas las mañanasinsoportables y de las tardes neurasténicas.

¡Y otoño! ¿Qué hoja amarillenta rodó por elsuelo?

Ya los fresnos echaron sus raíces al aire.Y así cada vez. Cada once meses, hasta que

lleguen las fiestas y los domingos la noche.Fresnos.Se van a morir de aburrimiento.

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San Isidro

San Isidro Labradorquita el aguay pon el sol…

ASÍ DICE el cantar popular.San Isidro de agua. De agua de toda la tarde,

desde el mediodía ignívomo, hasta bien entrada lanoche: San Isidro de agua.

Casi sin horizontes el valle adentro. Orvallo yluego agua gris, imposible. Y rumorosa en las hojasde los árboles, en los matojos de los pastizales ytodavía en la sombra de la noche.

Pero a nosotros casi nos importa poco. Desdedentro en calor de tertulia familiar. Casi a oscuras.Hasta bien entrada la noche, bajo la nueva luz delas estrellas y la borrosa plata de la luna regadaentre las nubes.

San Isidro remoto, lejano, de la infancia. Mayose desazona. Es el mismo de las procesiones, delas andas por el pueblito, en ritual oficio, entonces.

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¿Estuviste puntual el domingo en la villa?Domingo de baile, de fiesta regional al Patrono.¿Volviste a ser aquella de cuando chiquilla o tepasaste el domingo inútil en el fastidio doctoral dela plazuela o en la intimidad privada de tu casa?¡Pero entonces eras chiquilla!...

San Isidro de agua, de toda la tarde de agua.Se siguen derritiendo en los surcos abiertos losbueyes mansos de San Isidro, y como comieronconfeti, y flores, y cenas a la kermesse, se pusieronahítos y hasta el año próximo volverán a salir alcampo a mojarse, a refocilarse en la llanada húmeda.

San Isidro de agua, de la villa de Arteaga, yuna gardenia en la noche de San Isidro.

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Melancolía

“…pero quita esagente invisible

que rodea perennemi casa…”

GARCÍA LORCA

HAY ALGO ESCONDIDO detrás del aire de hoy. Yo losiento, lo adivino. Agazapado amenaza invisible conquién sabe qué negra y angustiosa terquedad. ¿Seráporque las nubes están demasiado bajas o porquellovió ayer tarde desesperadamente para el valle?

Yo estuve viendo largo la densa atmósfera.Repentinos relámpagos y lívidas centellas sedesplomaban sobre el campo, y la sierra, ahumadade brumas, borraba humildemente su mole lejana.Y tú desde mojados cristales rechinantes, frente aldesamparo inevitable de los árboles, ¿no sentistecómo se quejaban dulcemente?

Ahora ha amanecido fresco, pero a lo lejossigo viendo el penacho negro de las nubes agitadas

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descender nuevamente sobre el valle, y de segurose volverá a mojar el paisaje y toda la tarde.

Y seguirá la lluvia lejana humedeciendo hastala noche, ¡toda la noche!, y a la nueva alba, el campootra vez florecerá para tus ojos, y la solitariacoquetería de la amapola silvestre, el jaboncilloinofensivo, las “calabacitas mayeras”, y hasta elmarrubio ceniciento en los añojales. Y las ovejasapretujadas contra las paredes, se harán confusióncomo la tarde de San Isidro, bajo el “látigo incisivo”de la lluvia; pero mientras, esta mañana oscuraencierra algo en sus entrañas invisibles que yosiento, que yo veo, que yo estoy esperando.

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De otoño

“…Navíos estancadosentre las hojas de oro…”

JULES LAFORGUE

Nada más que un viento melancólico de otoño, unviento largo como una medianoche airosa, blancade luna; acaso un cielo tristemente límpido, y sobrefondo agreste de abetos humedecidos de verdeoscuro; quizá nubes borrascosas en lejanía dehorizonte amenguado, pero sobre todo, entrepinochas y hojarasca inverniza, tu pequeña alegría,la alegría de tus pequeños, y ¿por qué no?: candelade noviembre al abrigaño de la sierra.

Nada más de otoño.Había senderos tapizados y huella fresca de

alimañas por toda la sierra. Pinabetes, cedros…¡Ah!, pero ya estaba todo demasiado lejano.

Ahí no había más que otoño, otoño: adiós de losadioses, y un acre olor de tierra olvidada, humedecida.

Yo no lo vi, pero, ¡ah!, ¡tú!

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¿Desde cuándo te me estás yendo por aquelrecuerdo que me sopla a la cara un aire tibio deconfidencia? Pero yo estaba tan lejano, tan ajeno atodo aquello, al mismo cielo azul que te vio, alcervatillo aquel que acariciaste con mano segura.Todo eso es propio del otoño.

Pero sólo una fotografía queda.Yo he ensayado mil modos de recordarlo todo;

pero no es más que un viento melancólico de otoño,un resto de octubre difuminado en la distancia, unpanorama de llanuras ahogadas entre bocas desierras; sólo lo que queda de entonces, y lafotografía.

Nada más que un viento melancólico de otoño;un azul sereno de cielo sobre fondo de abetos verdeoscuro y acaso nubarrones borrascosos en elrescoldo del poniente.

Sólo eso queda de aquel otoño; de aquel díade otoño.

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Tarde

HABIENDO SUCEDIDO en primavera, es indispensablepensarlo con las rosas, los crepúsculos radiosos yla tarde aquella –¡azul!– de paseo vesperal.

Policromía de cielo azul en sol occiduo, decampo y hortales verdes, del recogido valladohúmedo desde el que contemplábamos la agoníade la tarde en la hoguera victoriosa del poniente,hacia los rumbos vagos en la penumbra delatardecer, y sobre el sereno paisaje del valle: sombrade nubes en el suelo, sierras adentro, en el caminodistante; lontananza de arboledas.

¡Y la primera estrella!¿Dónde están todas las rosas de abril?; ¿qué

jardín claustral recogió la primera esencia del rosalgranate y de la enredadera púrpura? Ambrosía decálices, delirio de pétalos; sangre de azucenas sobredesmayado altar, nieve de lirios en clorosisconsuntas; luto inexorable de cipreses en jardinesinvisibles bajo tapiales lejanos.

Pasa la gente ¡imposible!, por veredas borrosasde arrabal y perfiles de paredes mondas, y desde

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nuestro recogimiento vamos encerrando la nocheen nuestros ojos, la sombra en nuestros cuerpos,la vida en nuestras venas.

Tarde primaveral de cielo azul, de paisajesatribulados, de presencias serenas de crepúsculos.

¡Tu vestido rosa!

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Alba

“¡Oh pena de cauce ocultoy madrugada remota!”

GARCÍA LORCA

¡AQUELLA MADRUGADA ella me lloró!Se abrieron las rosas púberes del alba en un

rocío ardiente de lágrimas salobres, y ¡era julioverde!

No sé por qué ventana clareaba tímida luzhúmeda de alba estival, ni en qué dormida alcoba.

Quizá, por las calles rurales –¡en la plaza tam-bién!– una campánula de oro volcaba su cornucopiafragante en dulce riego de silencios olorosos; rosasde espirituales esencias, jacintos de carne tierna ynardos adolescentes; mirtos y azafranes. ¡Alba,silencio, lloro de requiebros, sollozos, luz, amor!

Madrugada lejana mojada de llanto oculto envirginales almohadas; ternura de cordero en aras yestertor de agonías lentas; ¡alba de julio!

Prosas olvidadas

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¿Tristeza mundanal? ¿Nostalgia terrenal ocongoja mística? Luz de alba en lloro ferviente demujer, a solas, en la madrugada de julio. Rosas,oro, penumbra y lejanía.

Aquella madrugada –¡julio verde y remoto!–ella me lloró, y la plazuela solitaria –donde mismo–¡no supo de su llanto!

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Lunada

LUNA DE AGOSTO.Lunada fantástica con luna de agosto y

música de lancetas en la noche, desde el huerto.¡Álamos centinelas!

Ya estaba blanca, desnuda y sonora la noche,en el equinoccio de estío; bajo la luz celeste y vítreade las estrellas vigilantes: sobre la Cruz del Sur.

En el huerto música de saetas alígerasmeciéndose en el blanco espacio dormido y untransparente polvo de luna –¡luna fantástica deagosto!– desparramado bajo el parabrisas del cieloy sobre el regato y el cauce.

En el fondo, lancetas petrificadas sobre el cielo,de álamos centinelas. Y amor, en medio, ¡tú!

Una blanca medianoche estiva: todo el estíoinhebriante hasta la carne; la terrible carne.

En el fondo, perennes y petrificados, losálamos sonámbulos desde la música silenciosa delhuerto: cigarras y cauces borbotantes bajo losárboles.

Prosas olvidadas

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En el infinito espacio la noche tendida sobre elcampo, toda desnuda de luna y sonora de cielo.

¡Álamos centinelas!

RAFAEL DEL RÍO

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San Miguelito

SAN MIGUELITO ALTO, emparedado y blanco, entreel barrio –¡Fuero, Vallejo, Barragán!– empedrado yclaro de ¡San Miguelito!

San Miguelito de la plazuela mustia y apagada:bugambilia en el kiosco, y la enlutada desconocidaque yo alguna vez seguí.

Arena y baldosas agrietadas con hierba detiempo y rapaces recientes. Y el buen David de lanovia burguesa frente a frente a la plaza, desde sucasa verde y hermética.

San Miguelito de la gente piadosa, beata: alrosario, la novena, el viacrucis, el apostolado; lasparejas atisbadoras desde tímida distancia, luegode salir de la misa –bajo el sol amarillo y fuerte delas doce; todos los domingos.

San Miguelito de las tardes soñadoras, a lahora calculada del crepúsculo, sobre los altosfresnos y las acacias románticas, y en la nochehúmeda de parejas.

Prosas olvidadas

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¡Olor a piedra olvidada, a polvo y a grisú; atiempo mojado en el tapial adjunto y a cal y a hiedrasolapadora; olor a negro olvido, oblato y celosía;olor a penitencia y a sotana!

Los cipreses del patio –¡hermanazgo decementerio!– el campanario alto y puro recortadoen el cielo intenso.

San Miguelito de la ignorada infancia: palomasen la mano, catecismo, escapulario y churumbelapara tantos niños, en la Mesa Eucarística.

San Miguelito cérico en las procesiones, en elpresbiterio, en el confesionario oscuro; sacristía ycoro estremeciendo altares. ¡Primera comunión yviático definitivo!

San Miguelito eterno y recordado en mí comouna forma, como un deseo inacabado, como unanostalgia necesaria.

San Miguelito del barrio empedrado y clarode San Miguelito ¡Fuero, Vallejo, Barragán!– de lablanca y bella San Luis Potosí.

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Cementerio

“Dámelos en el críticoumbral del cementerio”

HABLO DE AQUEL pequeño cementerio dormidodulcemente –¡olvido!– en la suave colina en quedescansa tu callado pueblito, por el rumbo de losálamos –¡desfile sonámbulo!– que se cayeron sobreel valle.

Es sólo cal, humeante cal, desde lejos. Cal dela soledad y del fósforo humano, nocturno, eterno;pero, ¡cruel!

Desde el alba viscosa, chorreante, húmeda debruma ignota, hasta el sol tremante, crudo, del valle,en el mediodía –¡hervor profundo en sus caver-nas!– el mediodía del campo y hasta la nochelóbrego y abandonado; la larga noche del campo;estrellas y perros nocturnos, fuegos fatuos lívidosy presentidos.

Sí, la vida de todos los tuyos, hasta tu propiavida.

Prosas olvidadas

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¡Olvido cruel, insoportable, tenso!, a pesar delos mirtos, de las amapolas, de las fétidas flores–¡jacintos de duelo!– y de los mismos cipresescalculados. Nada de eso consuela; ni la música delcampo, cósmica.

Cementerio cruel: enemigo de siempre, y sinembargo, tan urgente, sí:

¡Oh mortquand viendras tusans rival en attraits,sur mes myrtes infectsenter tes noir cypres…

Pero sólo en ti, en el campo, pequeño cementerioolvidado en tu agrio sabor de lluvia negra, triste, delluvia nocturna hasta el alba lenta-oscura.

Cementerio: en tu cal nívea, en tus paredesbajas, humildes; en tus zacates secos, rampantes;en tu tierra fértil; en tus tristes flores; entre tuslápidas deslustradas por el sol del campo y la lluvianocturna, déjame pensar, mientras mi hora, en elsueño azul de aquel adolescente –¡pájaros, alegría,sol!– que te fueron a entregar después de aquellanoche airosa y agorera, de aquel marzo ya remotode luna blanca y grumosa.

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Siete Palabras

en Ramos Arizpe

¡SAN NICOLÁS TOLENTINO!Parroquia, sol y manzanilla; y en la sacristía

piadosa propaganda y sórdida ilustración deimágenes: un San Juan Bautista espurio, deformey apresurado. Cristos, breviarios, pila bautismal eningenua amalgama.

Viernes Santo en la villa: gólgota pobre y unprofundo, embriagante aroma de manzanilla. Entodos los ámbitos. Cuaresma; Semana Santa: SietePalabras sobre la gente humilde, rústica, piadosa;aglomeración y tumulto.

Mujeres enlutadas; negras doncellasaprendices; niñas sorprendidas, y sollozante orarentre la liturgia y los oficios.

La tragedia universal; el calvario ecuménico enun soleado y risueño rincón del mundo. Manzanilla,cera, cal de paredes altas, mujeres sencillas.

Prosas olvidadas

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Luto solemne, De Profundis en el Coro ydominante, embriagador aroma de manzanillafresca, silvestre: agrio incienso de Viernes Santo;tragedia ecuménica en el sórdido tabor de unaparroquia humilde.

¡San Nicolás Tolentino!

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Índice

Presentación ...................................................... 5Introducción ..................................................... 11Unas letras a Juan Ramón Jiménez .................... 15Propósito a Francis Jammes .............................. 17Gabriel Miró ...................................................... 21El Calvario ......................................................... 23El Fortín Carlota ................................................ 25El Cerro del Pueblo ............................................ 27La trilla .............................................................. 29Enramada .......................................................... 31La recolecta ....................................................... 33Bochorno .......................................................... 35El huizache ........................................................ 37Las trancas ....................................................... 39El estanque ....................................................... 41Higueras ........................................................... 43El portal ............................................................ 45Perfecto............................................................. 47El peón .............................................................. 49Burreros ............................................................ 51

Prosas olvidadas

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El huertecillo ..................................................... 53Autobús ........................................................... 55La fotografía ..................................................... 57Patio ................................................................. 59Anochecida ...................................................... 61Rincón .............................................................. 63La higuerilla ...................................................... 65Espiridiona ........................................................ 67El chubasco ...................................................... 69Humedad ........................................................... 71Barriada ............................................................. 73Mario ................................................................ 75Promenade ........................................................ 77Plazuela ............................................................. 79San Isidro ......................................................... 81Melancolía ........................................................ 83De otoño ........................................................... 85Tarde................................................................. 87Alba .................................................................. 89Lunada .............................................................. 91San Miguelito ................................................... 93Cementerio ........................................................ 95Siete Palabras .................................................... 97

Prosas olvidadasEstampas y recuerdos

RAFAEL DEL RÍO

Esta obra fue editada por el Consejo Editorial del Estadoe impresa en sus Talleres Gráficos

“Profr. Arturo Berrueto González”Enero de 2019

El tiraje fue de 1000 ejemplares

Rafael del Río Rodr íguez(Saltillo, Coah., 1915-Torreón, Coah., 1979)

Poeta. Alumno del Ateneo Fuente. Realizó estudios en la Escuela de Derecho de San Luis Potosí. Trabajó durante siete años en casas bancarias de la Ciudad de México; su estancia en ese lugar le permitió relacionarse con escritores y artistas. Formó parte del cuerpo de redacción de la revista Colaborador de la publicación Letras de México. Papel de Poesía que se distribuía en países de América. En 1944 decidió radicar en La Laguna. Maestro en la Preparatoria Venustiano Carranza. Poeta con un gran dominio de la imagen y la palabra, autor de los libros Antena Estío sin ella Un otoño Sitio en la rosa (1937), (1938), (1941), (1945), (1955), Poesía mexicana contemporánea Épica del desierto (1955). Participó en el surgimiento, en 1951, del Liceo Lagunero, grupo cultural torreonense que alentó el nacimiento de la revista Fue Cauce. articulista del periódico En la Calzada de los El Siglo de Torreón. Escritores de la Alameda Zaragoza, el ayuntamiento de Torreón erigió un busto en su honor.

Coahuilensesd e B o l s i l l o