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POBREZA, PRODUCTIVIDAD Y PRECIOS PAOLO SAVONA C U A D E R N O S EMPRESA Y HUMANISMO I N S T I T U T O 56

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  • POBREZA,PRODUCTIVIDAD Y PRECIOS

    PAOLOSAVONA

    C U A D E R N O S

    EMPRESA Y HUMANISMOI N S T I T U T O

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  • INDICE

    1. Pobreza: un problema dramático dela Humanidad

    1.1 Una primera lectura del problemasegún un punto de vista económico

    1.2. Cómo superar las cuestiones demétodo que obstaculizan laconsecución de políticas adecuadas a lagravedad del problema

    1.3 Una segunda lectura a la luz delmétodo indicado y de lasconfiguraciones prácticas del problema

    2. Pobreza y productividad: una relaciónno explorada suficientemente

    2.1 El rol de la productividad en losestados de pobreza

    2.2 Productividad y distribución de larenta

    3. Pobreza y precios: una relación casicompletamente ignorada

    3.1. El precio de mercado comorazonable precio justo

    3.2. Los límites de la aceptabilidad deun precio justo no de mercado: el casode los preciossombra

    4. Conclusión

    NOTA EDITORIAL

    NOTA BIOGRÁFICA

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  • 1. POBREZA: UN PROBLEMADRAMATICO DE LA HUMANIDAD1

    1.1. Una primera lectura del problemadesde un punto de vista económico

    La Conferencia del Cairo atrajo la atenciónsobre el dramático problema de la pobreza ylo relacionó estrechamente con el crecimientode la población y el desarrollo real de la eco-nomía. No faltaron referencias específicas,como las que, en materia económica, avanzóel presidente del Banco Mundial, quiensubrayó el papel fundamental de las carenciasde infraestructuras económicas y sociales enlos mecanismos de perpetuación de lapobreza. Esta tesis fue apoyada con la divul-gación contemporánea de un ponderadoestudio elaborado por los técnicos del Banco2.

    En el plano estrictamente económico sepuede sostener la consistencia de la tesis segúnla cual la disminución programada del creci-miento de la población global puede con-tribuir a aliviar la plaga social de la pobreza.Esta solución se sustenta sobre una sola caradel problema y presupone que la tarta arepartir aumenta a ritmos incompatibles con elcrecimiento de la población; en otras palabras,que el desarrollo “sostenible” del planeta -

    principalmente pero no exclusivamente en elplano del equilibrio ecológico- es inferior alnecesario para aliviar la plaga de la pobreza,bien sea de la actual o bien de la que estádeterminada por el crecimiento de lapoblación.

    Teniendo en cuenta las conquistas tecnoló-gicas en materia de protección del ecosistema,se puede afirmar, con consistencia similar, laexistencia de un nexo causal inverso entre lasvariables consideradas. Es manifiesto, por lotanto, que un aumento del índice de desa-rrollo real va acompañado de una reducciónespontánea de la tasa de crecimiento depoblación. Se deduce entonces que las autori-dades, antes de proponer soluciones queapelen a la conciencia, deberían concentrar suatención y esfuerzo en estimular el nivel dedesarrollo y, a la vez, el de ocupación.

    No existen motivos fundados para afirmarque la producción mundial no puedaaumentar de tal forma que, al crecer lapoblación, puedan aparecer carencias en laoferta de alimentos, de ropa, de energía, deasistencia sanitaria o de formación cultural yprofesional, por citar los bienes esenciales enla vida de un individuo. A este respectopueden surgir dudas comparando los actualesíndices productivos con el crecimiento de la

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  • población, pero algunas experiencias prácticas,como aquellas de los cuatro dragones (HongKong, Singapur, Corea y Taiwan) y la de China,pueden disiparlas.

    Respecto al tema de las posibilidadesabiertas en política económica para estimularel crecimiento, no creo que deban repetirse denuevo los razonamientos que tras la Gran Crisis(1929-1931) acreditaron teóricamente y difun-dieron concretamente las políticas keynesianasde apoyo a la demanda agregada 3 (no susexcesos, que son algo muy diferente), rebatiólas pesimistas previsiones del Club 2.000 quetuvieron gran resonancia y habrían podidoinducir a elecciones malthusianas en elaumento del bienestar y de la población, si nohubiesen tenido, por fortuna, escasa inci-dencia en la política y en los comportamientosempresariales. La lucha contra la pobreza hasido siempre la inspiración de la modernapolítica económica, y no existe razón pararenunciar a profundizar en las posibilidades decombatirla. Incluso antes de Keynes, Arthur C.Pigou, en su libro sobre La economía del bie-nestar (publicado en 1920), considerado comola carta constitucional del Welfare State,dedica siete capítulos al análisis de la pobreza.

    Desde la óptica del crecimiento agregado ala distribución de la renta y de la riqueza, se

    puede deducir profundamente -como hizo porprimera vez Henry George en su Progreso ypobreza, (editado en 1889) en la línea del másconocido Principles (del 1817) de DavidRicardo- que la reducción de las áreas depobreza reclama siempre alcanzar un mínimode justicia distributiva. Además se puedeafirmar válidamente que para lograr elobjetivo de reducir el área de injusticia esnecesario, a todos los efectos, imprimir a laeconomía mundial un grado mínimo de desa-rrollo, sobre todo en las zonas de mayor bie-nestar.

    En ausencia de tal empuje, dadas las carac-terísticas actuales de la producción y de lasexportaciones de los países industrializados, lamera redistribución de la renta en favor de losmás pobres se manifestaría en una reduccióndel nivel de la actividad productiva mundialagravando, en último caso, el problema de lapobreza.

    George propone dejar los cálculos de creci-miento al mercado y los de la justicia distri-butiva al Estado, abriendo el camino al“welfare state”, pero también a una excesivaampliación del mismo, como el que WilliamHenry Beveridge propuso en su célebre“Rapport” de 1942, que se convirtió en elmanifiesto de los laboristas ingleses: atender

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  • al ciudadano desde la cuna hasta la tumba. Deeste modo, la intervención pública, como bienpreveía Darío en la “Historia” de Herodoto,degenera en asistencia generalizada, con laconsiguiente falta de responsabilidad del indi-viduo, la disminución de su capacidad pro-ductiva, la reducción del crecimiento y laampliación del área de pobreza.

    Partiendo de una consideración dinámicadel problema -por otra parte la única hipótesisposible dado que el debate se plantea desde laconsideración del crecimiento de la poblaciónen períodos que van desde un cuarto a mediosiglo- no existe motivo justificado para afirmarque el aumento de los habitantes del globosea el factor dominante en la perpetuación delas condiciones de pobreza individuales o deun colectivo entero. Otros muchos factoresson, en la práctica, de naturaleza económica ymetaeconómica.

    No tener en cuenta la existencia de otrasdimensiones del problema, o pretender queuna prevalezca sobre otra, ha sido siempreorigen de grandes dificultades de diálogoentre economistas y teólogos o, más engeneral, entre los primeros y los estudiosos delas disciplinas que analizan la acción humanaen sus componentes individuales y sociales

    Para tratar el problema de la pobreza esnecesaria, ante todo y sobre todo, una puntua-lización metodológica -que será de utilidadtambién para otros temas que después exami-naremos, o sea, la productividad y los precios-sin la cual un debate interdisciplinar estaríadestinado a desembocar en un conflicto inútile inevitable. Inútil en cuanto que sería enparte infundado al nacer de la debilidad de lametodología seguida, y en parte inevitable, alno resolverse sobre un plano puramente eco-nómico.

    En la moderna filosofía de la investigacióncientífica emerge la conciencia de que, sobretodo en las disciplinas sociales, no existe unbaremo válido para juzgar las hipótesis teó-ricas ni para valorar los hechos; la lógicamoderna, sin embargo, ha elaborado algunas“reglas de valoración” de las inferencias quepueden extraerse de los hechos observados através del prisma de las diversas hipótesis deescuela. Debe ser , por tanto, la verificación dela “validez” de la tesis entendida como res-puesta a las reglas de la razón, y no la bús-queda de la “verdad” la que inspire los análisiscientíficos.

    Esta orientación metodológica vuelve aplantear el viejo problema acerca de cuántocamino pueden recorrer juntos aquellos que

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  • creen conocer la verdad y, sobre esta basetomada como principio, construyen modelosexplicativos de la realidad o justifican sus posi-ciones prácticas, y los que no creen en la posi-bilidad de conocer la verdad y construyenmodelos partiendo de la observación de la rea-lidad.

    Dejando a un lado lo genérico, ¿qué espacioexiste para una coincidencia de opinionesentre los teóricos de la economía y de lapolítica económica y los de la doctrina socialde la Iglesia Católica?

    Yo creo y espero que sea todavía amplio. Enesta exposición no intento limitarme a avanzaruna predicción, sino que afirmo poder ade-lantar algunas argumentaciones concretaspara apoyar esta tesis.

    1.2. Cómo superar las cuestiones demétodo que obstaculizan laconsecución de políticas adecuadas a lagravedad del problema

    En dos de mis trabajos de reciente publi-cación he recalcado la naturaleza de disciplinasocial que tiene la economía4 en cuanto queestudia una dimensión de la acción humana, laque normalmente llamamos “racional”, singu-

    larmente considerada o encuadrada en el con-texto de la convivencia social. A pesar de quelos filósofos todavía no han llegado a unacuerdo entre ellos acerca del contenido quedebe dársele al concepto de racionalidad, loseconomistas disponen de una definición satis-factoria y aceptada, la del tipo “mini-max”.Una acción puede considerarse económicacuando minimiza los costes tenidos para con-seguir su objetivo, o cuando maximiza laamplitud de este último en paridad de coste.Un cálculo hecho de esta forma se define en laliteratura económica como racional.

    Los economistas han alimentado durantemucho tiempo la idea y perseguido el objetivode dar vida, mediante la fuerza, la legislacióno la simple formación cultural (la de tipoliberal), al “homo oeconomicus”, es decir, alhombre formado de pura racionalidad queobra inspirado por la regla “minimax”. Encontra de esta orientación filosófica y social, sehan levantado, y añado que justamente, losadversarios del liberalismo, y sobre todo,aquellos que eran conscientes de que estafigura era una ficción lógica que no se corres-pondía con la complejidad de la naturalezahumana, incluso aunque presentara caracterís-ticas que, una vez excluída toda pretensión de

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  • aproximación global, pudieran ser recondu-cidas hacia la misma.

    La hipótesis del hombre todo racionalidad,útil en el plano de la búsqueda científica decara a iluminar algunos aspectos del compor-tamiento minimaximizante, ha acabado porser incorporada a ideologías que han pro-ducido efectos perversos sobre la idea mismade libertad y, aún más, sobre la idea de justiciaen, por lo menos, dos direcciones. De un ladosugiriendo filosofías sociales no liberales (casitodas las dictaduras de derecha) y, de otro,contribuyendo a crear en diversas dosis, una“justicia de Estado” a través de leyes queofrecen garantía sin tener en cuenta la escasezde recursos (el caso italiano es de manual), opor otra parte, que llevan consigo una pérdidade libertad (existe sólo la duda al elegir, unode los últimos casos es el de Chile).

    El actuar humano presenta distintas dimen-siones individuales y sociales: biofísica, psico-lógica, sociológica, religiosa, institucional,jurídica, económica, patológica, por citar lasprincipales; cada una se estudia a modo deespecialidad, y los conocimientos así adqui-ridos se integran, en cuanto es posible, conotros adquiridos en cada campo singular delconocimiento humano.

    Algunas disciplinas que estudian el compor-tamiento del hombre como el “behaviorismo”y algunas corrientes teológicas, como las quese remontan a la petrología, han intentadoestudiar la acción humana en su totalidad. Latarea es inacabable. Algún estudioso hallegado a integrar dos o más dimensionescomo la económica y la jurídica o la biofísica,la psicológica o la sociológica, pero nadie hallegado a añadir otras. Si existiese la figura delcientífico dotada de las característicassupuestas por las filosofías mencionadas, notendría dificultad en reconocer su superio-ridad, pero no encuentro motivo para afirmarque ésta sea la característica prevalente de losestudiosos de las disciplinas sociales; es más, esde estas tentativas de acercamiento unitariode donde nacen muchas confusiones. Laprimera de todas la indeterminación delobjeto de estudio de la disciplina misma,empezando por la economía, de la queestamos tratando.

    Las dificultades de diálogo entre econo-mistas, teólogos e ideólogos residen en losiguiente: de un lado se pretende estudiardirectamente la integración entre las distintasdimensiones, sin previamente profundizar demanera especializada; del otro, se constata ladificultad de proceder por síntesis de las dis-

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  • tintas dimensiones y se pretende que preva-lezca una sobre las demás (por ejemplo la reli-giosa sobre la económica, por parte de los reli-giosos, o la económica sobre la religiosa, porparte de los hombres “prácticos”, y a veces, delos propios economistas).

    La presencia simultánea de más dimensioneso instancias, en ocasiones conflictivas, dentrodel comportamiento del hombre, se refleja enlas organizaciones sociales por medio de lanormativa o de la simple práctica cotidiana. Yaque están presentes en el tejido social, tanto lapretensión de tratar al individuo como situviese una sola dimensión, como la de hacerprevalecer una dimensión sobre la otra, apa-recen igualmente racionales y de una raciona-lidad supuestamente llena de justicia, opcionespolíticas, (normativas u operativas), que notienen en cuenta la dimensión económica oque la fuerzan a asumir posiciones no natu-rales, (es decir, no de “mini-max”) como, porejemplo, la creación de puestos de trabajoimproductivos, la prestación gratuita de ser-vicios sanitarios para todos, la ampliación delas pensiones sin fundamento en una base con-tributiva o sin estar motivada por estados deexcesiva necesidad; el endeudamiento públicosin límites en comparación con gastos

    corrientes realizados en situación de déficit ytantas otras formas de “excesos keynesianos”.

    La pérdida de bienestar individual y socialque se deriva frecuentemente de estos com-portamientos, no es valorada y percibida sóloen amplio sentido, cuando indicadores, comola inflación o el paro actúan como testigos deldeterioro, advirtiendo que hay algo que nofunciona en el mecanismo económico y social.Winston Churchill afirmaba que la inflación esel síntoma de una enfermedad social, tesis queMilton Friedman, el maestro de la Escuela deChicago, podría incluso compartir; pero que,por el contrario, prefiere individuar en unatipología patológica de la autoridad que, parasimplificar, llamaremos “accesibilidad mone-taria” (lo que no es otra cosa que la actitud otendencia política a crear demasiada moneda).Karl Marx fundaba sus análisis en la hipótesisde que ya en el 1800 “un espectro se cerníasobre Europa”: el desempleo, que él veíaconectado con la inevitable caída estructuralde la tasa de beneficios y la consiguiente caídadel capitalismo.

    Preguntarse cuánto hay de racional, o sea,de estrictamente pertinente al análisis eco-nómico, en las valoraciones de Churchill y deMarx, y cuánto de lógica adecuada a otras dis-ciplinas que estudian las distintas dimensiones

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  • de la acción humana, contribuye a echar leñaal fuego de la complejidad del problema y dela utilidad del método de análisis aquí plan-teado, pero no autoriza ciertamente a dar unarespuesta satisfactoria al mismo.

    ¿Cómo se puede, de hecho, denominaragotado un análisis que conduce a la con-clusión de que la inflación se debe al exceso demoneda, sin añadir una explicación másexhaustiva sobre la relación psicológica-socio-lógica entre el hombre y la moneda, sobre lafilosofía de los gobernantes, sobre las institu-ciones que presiden la creación de moneda,sobre el grado de solidaridad de la comu-nidad?, ¿o un análisis que considere eldesempleo solamente como fruto de la caídadel beneficio o, como afirma Keynes, de unacarencia de demanda agregada, sin examinarla actitud de diversos individuos respecto alempleo, la oportunidad de trabajar, el entornoinstitucional en el que se mueve la actividadeconómica, la preparación profesional del tra-bajador, las ideologías que les inspiran, sureligión, o el tipo de relaciones industrialesque se establecen?

    La complejidad de la problemática no debeinducir a asumir una posición nihilista, aunquehasta ahora, haya sido muy poco el caminorecorrido con una acertada metodología, sino

    que debe impulsar la búsqueda de una com-pleta integración de las diversas contribu-ciones y una acción coherente. En particular esnecesario proceder a una integración de lateoría económica con las posiciones asumidaspor las religiones, como la Católica, que hahecho relevantes progresos en la direcciónseñalada. En materia económica, las religionesno pretenden tener la verdad, tanto es así, quela doctrina social de los católicos no es materiade fe, sino que es considerada como una ense-ñanza autorizada, dada la cátedra de la queproviene. Dicha doctrina tiene mucho quedecir respecto al futuro de la sociedad capita-lista, tras la caída del comunismo, incluso par-tiendo de una posición concreta respecto a lanaturaleza humana, la que deriva del pecadooriginal. Sería poco correcto no tenerla en con-sideración con la misma seriedad con la que seestudian otras dimensiones del hombre.

    Una vez reconocida la exigencia de la espe-cialización de las tareas entre los científicossociales y de una síntesis interdisciplinar de losdiversos conocimientos, el proceso se hace másviable, sin quitar dificultad al terreno quequeda por recorrer. No obstante, intentaremoshacerlo en la medida de lo posible.

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  • 1. 3. Una segunda lectura a la luz delmétodo indicado y de las distintasconfiguraciones prácticas del problema

    Llegados a este punto de la exposición,podemos intentar encuadrar el tema de lapobreza dentro de la problemática más com-pleja evidenciada por las grandes corrientes eintentar profundizar en ella nosotros mismos.

    Al afrontar este argumento coherente-mente, la labor del economista consiste en evi-denciar, en el ámbito del cálculo racional, lasrelaciones cuantitativas que existen entre lasvariables que llevan a determinar el gravefenómeno social, dejando, como se ha dicho, alos estudiosos de otras disciplinas, la tarea deprofundizar en los numerosos aspectos delproblema ( por ejemplo, las condiciones psico-físicas del hombre, su preparación intelectual yprofesional o el ámbito político en el que vive).Hecho esto -y admitido que lo hayamos hechobien- , solo se puede considerar que hemosanalizado un aspecto del problema.

    Para los que no disponen de la cantidadnecesaria de alimentos, ropa o medicinas parasobrevivir, su clasificación dentro de la carasocial pobre es clara, pero no lo es para los quese consideran pobres incluso poseyendo estosbienes. En el primer caso se habla de pobreza

    absoluta, en el segundo de pobreza standard.Es necesario, por tanto, definir la línea de lapobreza. Con este término se indica la can-tidad de renta de la que debe disponer unindividuo para vivir en el ámbito social en elque está inmerso. Para este fin fue creado unindicador elemental, el ISP (InternationalStandard of Poverty) que traza convencional-mente la línea de la pobreza en el nivel del 50por ciento de la renta “per cápita” mundial.

    Este planteamiento del problema ha sidoseveramente criticado, tanto porque tiene uncontenido puramente material -y por lo tantono tiene en cuenta la problemática hastaahora delineada- como porqué infravalora lalínea de pobreza en los países ricos y lasobrestima en los pobres.

    Si se está, sin embargo, dispuesto a tratar laISP con prudencia, como indicador aproximadode la existencia de condiciones de pobreza, sellega al resultado de que en el año 1992, lalínea de pobreza se situaba en el nivel de 2.140dólares USA anuales, más o menos 3,4 millonesde liras italianas o 280.000 pesetas españolas;en cuanto a la renta “per capita” mundial, erade 4.280 dólares.

    La tabla que sigue ofrece un cuadro quemuestra el dramatismo del problema.

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  • De la tabla se desprende que el problema dela pobreza afecta al 58,7 por ciento de laHumanidad. El cálculo pasa por alto la pobreza“nacional” que, según el método seguido,alcanzaría dimensiones delicadas. La tarea queespera a las autoridades es por lo tanto gigan-tesca, pero ya se daría un buen paso adelantesi éstas reconociesen tan sólo la existencia delproblema y lo afrontaran marcándose comoobjetivo el desarrollo y no el control de lanatalidad, según la hipótesis de la “reversecausation” aquí avanzada.

    Para un cálculo de máximos de los objetivoseconómicos a alcanzar, partamos de una hipó-tesis de crecimiento mínimo de la poblaciónque ya incorporase un efecto de control sobrela tasa de natalidad que deriva del desarrolloreal. Según algunas estimaciones5 “la hipó-tesis media” de la ONU, tomada como base dela Conferencia del Cairo, que prevé unapoblación de 12.500 millones de personas enel 2100, no tiene en cuenta muchos factores;demógrafos prudentes sugieren que es másacertado detener las previsiones en el 2050,dado que se supone que la poblaciónalcanzará un máximo de 8.000 millones paradespués disminuir.

    En la hipótesis de que en el medio siglo quenos separa del 2050, la población creciera en

    los países de renta baja a ritmos tres vecessuperiores a los de las naciones de renta alta ydos veces respecto a los de renta media, y lospaíses de baja renta presentaran un creci-miento real próximo al actual; el ritmo de cre-cimiento mejorase en los países de rentamedia, aunque de forma modesta, y el desa-rrollo del mundo industrializado se llevase acabo mucho más moderadamente, (esta es unahipótesis, no una predicción), los datos de latabla precedente se presentarían entonces dela siguiente manera.

    La tasa de desarrollo anual expuesto en latabla es el que se encuentra implícito en lashipótesis según las cuales se alcanzaría la líneade la pobreza ISP 1992 dentro del 2050. Estoresulta plausible, esto es, está al alcance de lasfuerzas de mercado y de la política económica,y comporta que los países de alta renta seesfuercen en invertir y en producir en lospaíses pobres, tal y como viene haciendoJapón. Para solucionar el problema de lapobreza en el mundo, es necesario, de hecho,una nueva división internacional del trabajo.

    Es oportuno precisar que el ISP 2050 sesituaría cercano a 2.800 $, lo que implicaría sucolocación delante de la línea de pobreza,según un mecanismo que en lógica nos hacerecordar “la paradoja de Aquiles y la tortuga”,

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  • según la cual el que corre más velozmente noalcanza al más lento. Logrado, incluso, unmínimo nivel de vida, el ISP pierde significado.Es manifiesto que los productos alimenticios ytextiles básicos presentan en todo el mundoprecios decrecientes y que, para impedirlo, sedestruyen como hace la Europa comunitaria,productos agrícolas. Es además un dato com-probado que en todas partes los servicios deinstrucción y de sanidad mejoran al aumentarel bienestar. Cuando se llega al nivel de super-vivencia -y el ISP 1992 nos parece tal- deberíancesar los enfrentamientos internacionales y sedebería pasar a la definición propuesta porAmartya Sen, o sea, partir de necesidades ele-mentales del hombre y definir el modo parasatisfacerlas, sin forzar posteriormente a lapolítica para alcanzar objetivos de bienestarmás ambiciosos.

    Con la prudencia pertinente, creo poderconcluir afirmando que el camino del desa-rrollo para eliminar la pobreza parece posibley entra en los intereses generales de los paísesde renta alta, por numerosas razones que seríaextenso profundizar ahora, más de cuantopueda serlo el camino de controlar la nata-lidad, objetivamente conflictivo, al menos si seafronta como se hizo en los trabajos anterioresa la Conferencia del Cairo.

    2. POBREZA Y PRODUCTIVIDAD: UNARELACION NO EXPLORADASUFICIENTEMENTE

    2. 1. El rol de la productividad en losestados de pobreza

    En el caso de que el problema del desarrollomundial se convirtiese en el primer asunto dela agenda de las autoridades de los paísesricos, como lo fue durante la postguerra, prin-cipalmente por el miedo al comunismo, ¿quécariz debería adquirir la política de desarrollo?

    Una parte del desencanto acerca de las pers-pectivas de éxito de la política económica en lapromoción del desarrollo de las áreas atra-sadas, se debe a las experiencias negativas endicha materia, quizá porque las condicionespolíticas de estos países no eran a menudo lasoportunas para una introducción positiva de laintervención pública en el tejido socioeco-nómico existente. El lado débil de estas polí-ticas parece sin embargo el que éstas se hayanmanifestado más en una línea de superar lassujeciones al mercado que en una actuación delos principios de la libre competencia, esto es,del respeto de las reglas que permitan exprimirtotalmente la potencialidad de desarrollo delmercado.

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  • Uno de los frutos de la libre competencia esconseguir mejorar la productividad en el usode los recursos. En Italia, la productividad delsector expuesto a la competencia, que suponeescasamente un tercio del producto nacionalbruto, corresponde a seis veces la del sectorque no se encuentra expuesto. No es pocofundado afirmar que este aumento rige elcaminar de la economía italiana, al igual queel de otras economías6.

    La idea de que entre la pobreza y la produc-tividad exista una estrecha relación es bastantedifusa, en el sentido de que el área de laprimera está acompañada de un bajo nivel dela segunda. Las áreas pobres están general-mente afectadas de una dualidad, o sea de lapresencia de divergencias negativas en lastasas de crecimiento de la productividad res-pecto a las áreas ricas. Comúnmente esta dua-lidad está individuada en las divergencias debienestar y de empleo, y no se tiene en cuentaque éstas tienen origen en las divergencias deproductividad; es, por lo tanto, sobre estavariable sobre la que se debe incidir en loscasos de subdesarrollo.

    Como en todo problema económico, larelación presenta características no unívocascuando se amplía el número de las variablestomadas en consideración; por ejemplo, se

    observa un aumento del desempleo y, portanto del área potencial de pobreza, con elcrecimiento de la productividad inducida porlas innovaciones tecnológicas. Esto hasucedido en la agricultura durante el últimosiglo, en la industria en el último decenio y enla época más reciente está pasando en el sectorservicios. El problema fue detectado en losalbores de la revolución industrial y dio vida aun movimiento en contra de la maquinizacióndenominado “luddismo”, por el nombre,parece ser, del trabajador que en protesta, des-truyó su máquina con un golpe de martillo.

    Ya que la tasa de crecimiento real, común-mente medido según las variaciones del pro-ducto bruto de un país, está en correlaciónpositiva con la tasa de crecimiento de la pro-ductividad7, y este último lo está con el gradode aceptación de las innovaciones tecnoló-gicas, el problema de las relaciones entrepobreza y productividad debe ser objeto de unanálisis más atento y completo.

    Los modelos explicativos de los modos defuncionamiento de las economías modernas,caracterizadas por una presencia relevante delgasto público y de las exportaciones, nodifieren sustancialmente en la valoración delpapel desarrollado por la productividad en elproceso de fijar la cantidad de bienes y ser-

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  • vicios producidos y la cantidad de trabajoempleado. Traduciéndolo al lenguaje común,la bien conocida igualdad entre la producti-vidad y el coste real de los factores se sujeta ala siguiente regla, común para todas lasescuelas de pensamiento que aceptan elmercado: se aumenta el uso de los factores(capital y trabajo) o más en general de los“input” de producción, hasta el punto en elcual el producto obtenido iguala el coste realque se debe soportar.

    Si la política económica genera economíasexternas -o sea, produce beneficios para laproducción a través de infraestructuras econó-micas (por ejemplo, carreteras, aeropuertos,transportes y telecomunicaciones), o sociales(como por ejemplo, sanidad y educación)- elnivel de productividad de los individuos y delas empresas se ve incrementado. Este deberíaser el objetivo principal para las autoridadespúblicas, sobre todo en las áreas retrasadas, enlas que la divergencia de productividad res-pecto a las áreas desarrolladas es elevada,sobretodo a causa de las carencias en infraes-tructuras y, más en general, a las condicionesambientales.

    Si la actividad económica se paraliza antesde alcanzar el estado de igualdad entre pro-ducto y costes, o si salta más allá, el trabajo

    desarrollado por el empresario no es racional,es decir, no es económico, y el uso de losrecursos resultará ineficaz, o sea, no mini-maximizante. La ineficacia tiene como conse-cuencia la disminución del nivel potencial debienestar y la ampliación del área de pobreza.

    Esta última consecuencia debe ser analizadacon mucha cautela. El uso ineficaz de losrecursos podría no producir una disminucióndel nivel potencial del bienestar, ni unaampliación de las zonas de pobreza, si desem-bocase en la quiebra de la empresa e incidiesesolamente en el gasto público, en particular deaquél destinado a inversiones, a las que nosreferiremos brevemente. Hacemos esta refe-rencia, en este punto de la exposición, pararecordar que el uso más significativo de estemétodo de elección es el de los Estados Unidos,donde toda propuesta de ley que pone trabasal mercado o altera su funcionamiento, debeestar acompañada de una valoración de loscostes y beneficios sociales derivados de lamisma. En muchos países, por el contrario, lassujeciones al mercado se han visto como unaforma de mejorar el bienestar colectivo y sehan aprobado con el aplauso de los ideólogosde la justicia social sin proceder a ningunavaloración concreta de sus efectos en general.

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  • Los resultados negativos de este modo deactuar están ante nuestros ojos.

    2.2. Productividad y distribución de larenta

    En la cadena lógica que parte de la consta-tación de la pobreza y que se remonta a susorígenes, desempeña también un papel impor-tante la distribución de la renta convenida enla triple manifestación de un reparto del pro-ducto entre capital y trabajo, entre el ámbitoprivado y el estatal (este último a través de lascargas fiscales directas, o del efecto sobre lastasas del interés de la deuda pública) y entrepaíses y países.

    Desde siempre la distribución de la renta yla justicia social han sido las plataformas desdelas que se han ejercido las ideologías, y temasque las religiones han situado en el centro desus prescripciones políticas. Las líneas seguidasen el análisis y en la acción se pueden dividiren dos: las que privilegiando a la justiciapierden el sentido de la eficacia y acabanviendo en la práctica cómo los efectos de supolítica se vuelven contra la misma justicia; ylas que privilegiando a la eficacia pierden elsentido de la justicia, terminando en la

    práctica en que los efectos de sus políticas sevuelven contra la misma eficacia.

    Mi tesis es que, no pudiéndose sacrificar niel objetivo de la eficacia ni el de la justicia, lasolución del problema, como muchos otrosque se encuentran en economía, no se extraeni de uno ni de otro refiriéndonos al raciona-miento, sino de las elecciones prácticas del“mix” correcto, o sea, de un complejo pro-blema de medición.

    Comenzamos con la distribución de la rentaentre capital y trabajo. No es raro ver en lareducción del índice salarial y en el aumentodel índice de beneficios el aliciente del desa-rrollo. La dinámica de la economía modernaestá dominada por la producción de bienes deconsumo individuales y colectivos, (los “publicgoods” de la publicidad anglosajona); cuantomás se eleva la cuota del producto destinadoal capital, tanto menor será el consumo debienes producido por la configuración actualdel capital privado y social, y tanto más bajoserá el grado de desarrollo. Muchos programasde gobierno de países occidentales respetan“el llamamiento” de que se debe invertir másy consumir menos; pero no se puede exigir alcapital que dé productos distintos de aquellopara los que fue creado. La URSS, por ejemplo,que, contrariamente a Occidente, se apuntó

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  • durante decenios a desarrollar la industriapesada, indicó en sus últimos planes quinque-nales el objeto de incrementar la cuota debienes de consumo respecto a aquéllos diri-gidos a la inversión. Cuando el plan teníaéxito, la fijación de la renta en favor delconsumo no superó jamás uno o dos puntosporcentuales del producto bruto total.

    También en tal caso se manifiesta un pro-blema de medida en cuanto que, si se man-tiene bajo el nivel de beneficios, se reducen lasinversiones, vehículo natural de las innova-ciones tecnológicas, y si disminuye el creci-miento real del sistema no se resuelve y a vecesse agrava el problema de la pobreza. Si semantiene elevado, el consumo se reduce, ydada la configuración actual del capital pro-ductivo, se reduce el impulso a las inversionespor carencia de demanda. Esta era, en efecto,la idea de Marx, no infundada del todo en elplano económico, pero de todas formas, insu-ficiente para representar la complejidad deldesarrollo industrial y de la naturalezahumana. Schumpeter dio una primera res-puesta, al ver en el “empresario desviado”,aquel que innova en los métodos de pro-ducción o en los productos y regenera constan-temente el beneficio que la libre competenciadestruye a través del comportamiento

    standard, una figura a imitar. Keynes dio unasegunda respuesta, ya que entrevió unasolución en la posibilidad de compensar,mediante el gasto público, las carencias dedemanda agregada que nacen de la pérdidade recursos en el circuito productivo-comercialderivado de elevados beneficios.

    Si el mecanismo redistributivo se hubieralimitado a recoger el ahorro “inerte”, esto es,los beneficios no reutilizados para la inversióna causa de la escasa demanda por ellos mismoscreada, y a reinvertirlo en índices de beneficiosal menos parejos al coste del dinero pagado, lapolítica económica hubiera podido determinarun mayor bienestar, pero su utilización seorientó en otras direcciones muy diferentes.Por un lado no se consideró relevante gastaren inversiones o consumo, sobre la base de queel problema era el de incrementar la demandaagregada, de la que consumo e inversiones soncomponentes a título par; por otro, se financióla demanda a través de las cargas fiscales o elendeudamiento por tipos libres de interés decada sujeción de rendimiento, teniendo encuenta que la presunción de que el gastofinanciado con impuestos y con tasas no iba agenerar el efecto de “desplazamiento”(crowding out) del gasto privado, y que eldesarrollo que se hubiera gravado a la pro-

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  • ducción generaría un flujo de impuestos enparidad al plazo de amortización del contratodebido. Como no se hizo ningún cálculo deeste tipo, tan sólo se presumió, el resultado esel que ahora vemos: hacemos pagar a las gene-raciones futuras el precio de nuestro actualbienestar, puesto que el endeudamientoactual en Italia supera en mucho el productointerior bruto total de un año.

    El conflicto entre las instancias de justiciadistributiva y las de productividad en los paísesindustrializado, ha sido constante y elevado,sea en la cultura laica, sea en la religiosa. Lasolución dada en algunos países ha generadoel empuje hacia la construcción de la economíadel bienestar (el “welfare state”), con todas lasdistorsiones del mercado que se han derivado,la violación de la idea misma de crecimientodel nivel de civismo en la convivencia social, lainflación; e induciendo reacciones contrarias alintervencionismo público en economía, comola “desregulación” de Reagan y las privatiza-ciones de la señora Thatcher. La solución dadaen otros países como Italia ha sido la de condi-cionar fuertemente el funcionamiento delmercado, desalentando a la aplicación de cri-terios de pura racionalidad económica en lagestión de las empresas, a la búsqueda de unainexistente “tercera vía” entre las injusticias

    del capitalismo y las nefastas consecuencias delsocialismo real.

    Sometiendo a examen la tercera configu-ración de la distribución de la renta, aquellaentre países, es obligado estudiar el camino delas transferencias internacionales de recursos.Esto fue considerado como el principal instru-mento del desarrollo y, en este sentido, delucha contra la pobreza, pero ha perdidomucha fuerza en el plano político interna-cional, todavía más que la credibilidad que lapolítica económica ha perdido en cada país.

    De un lado tenemos la conciencia de losderroches y las injusticias que han acom-pañado a las transferencias que se han rea-lizado hasta ahora y que muchas veces hanenriquecido capas desarrolladas de países ricoso han perpetuado condiciones políticas noliberales; por otro lado, la análoga concienciade la exigüidad y del modesto final que gene-ralmente tienen las apuestas por la luchacontra la pobreza. En los últimos tiempos lasayudas se conceden tras calamidades naturalesy, por lo tanto, se dirigen a suavizar las dificul-tades más graves.

    El Banco Mundial, en su estudio ya citadoanteriormente, señala que en 1991 las transfe-rencias oficiales para la ayuda al desarrollo(ODA, official development assistance) osci-

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  • laban entre los 50.000 y los 60.000 millones dedólares, equivalentes a 12,1 dólares per cápita(19.000 liras ó 16.000 pesetas) y al 1,2 porciento de la renta de los países beneficiarios8.No estaría fuera de lugar subrayar la sustancialfalta de sensibilidad de los países ricos frenteal problema de la pobreza en el mundo. Untestimonio posterior es el erróneo acuerdo dela asamblea de Madrid del Fondo MonetarioInternacional para la creación “orientada aldesarrollo” de 16 mld de derechos especialesde muestras. Tomando como base las cifraspresentadas anteriormente, para eliminar“estática y estadísticamente” la pobreza en elmundo, esto es, para elevar su renta de losactuales 390 dólares a los 2.140 de la línea dela pobreza ISP 1992 se necesitaría destinar, porotra parte, el 30 por ciento de la renta percápita de los países ricos a los pobres mientrasque, de un trentenio a esta parte se ha situadoa poco más de una décima parte de esta can-tidad (0,34-0,36) con una disminución neta res-pecto a la del inicio de los años sesenta, en laque se alcanzó el 0,47.

    Sobre estos tres aspectos de las relacionesentre distribución de la renta, crecimiento ypobreza, falta un diálogo que, partiendo de ladimensión económica del problema, la pongaen equilibrio con otras dimensiones. El diálogo

    se ha encauzado, pero entre sordos. Lareciente “apertura” de la doctrina social de laIglesia Católica hacia la economía de mercado,llevada a cabo por Juan Pablo II en su Encíclica“Centesimus annus”, ofrece nuevos espaciosde diálogo entre economistas y teólogos9.Todavía no se vislumbra hoy una renuncia a lasmuchas insuficiencias de esta doctrina, enrelación con las reglas de la competencia delmercado, sobre todo internacional10.

    Un punto, en particular, queda sin resolver, ymantiene un profundo surco entre la teoríaeconómica y la doctrina social: el modo en elque se tratan los precios, con un énfasisespecial en el del trabajo. La Iglesia Católica seha librado de la idea de que no puede existirun precio para el ahorro, o sea, que no se debepagar un interés sobre el dinero prestado.Mantiene sin embargo una concepción deltipo de interés similar al mantenido para elsalario, muy rígido; o lo que es lo mismo, sedebe encontrar una formulación de “preciojusto” para contraponerla a la del “precio demercado”, dada la falta de confianza en quelas posibilidades de las fuerzas espontáneas (lamano invisible de Smith) puedan determi-narlo11.

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  • 3. POBREZA Y PRECIO: UNA RELACIONCASI COMPLETAMENTE IGNORADA

    3. 1. El precio de mercado comorazonable precio justo

    La aceptación de la economía de mercadoimplica la renuncia a una definición de preciojusto diferente de la de precio de mercado. Elprecio que determina el mercado, si éste pre-senta las características propias de la libre ycorrecta competencia, debe ser considerado elúnico precio justo razonable, en cuanto res-ponde a los fines que debe perseguir, es decir,permitir que los empresarios asignen losrecursos eficazmente. Si al precio se le asignandos objetivos, establecer condiciones de efi-cacia y de equidad distributiva, por un ele-mental teorema de lógica según el cual a todoobjetivo le corresponde un solo instrumento,no se puede garantizar la consecución ni deuno ni de otro, creando sólo confusión y, juntoa esto, ineficacia e injusticia.

    El problema de la diversidad de puntos devista en la concepción del precio entre la teoríaeconómica y la doctrina social de la Iglesianace principalmente del equívoco acerca delobjeto sobre el que se opera para conseguir laidentificación deseada entre precio justo y

    precio de mercado. La primera propone operarsobre el mercado para acercarlo a las caracte-rísticas indicadas por la teoría a fin de quegarantice una gestión eficiente (u óptima) delos recursos; la segunda propone operar sobreel precio para conseguir que sea funcional res-pecto a los objetivos de justicia social por ellapropugnada. Conviene por tanto profundizaren los contenidos prácticos del concepto preciode mercado.

    El conjunto de precios significativos para elfuncionamiento de una economía de mercadoabierta a la competencia está compuesto porcuatro elementos principales: el precio debienes y servicios, el precio del capital o tipode interés (o índice de beneficios), el precio deltrabajo o salario y el precio de los intercambioscomerciales con el exterior (o paridad mone-taria).

    En el panorama real de la economía demercado raramente se encuentra que la for-mación de uno solo de estos precios corres-ponda a los dictámenes teóricos de la compe-tencia. Para el precio de bienes y serviciosexisten características institucionales o tecno-lógicas de los productos que, en el supuestomás favorable, excluyen que el precio nazcadel confluir de una oferta plenamente compe-titiva con una demanda libremente desarro-

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  • llada. La tesis más acreditada respecto a la for-mación del precio de los bienes y servicios enuna economía moderna es la del “mark up”,una técnica de formación del precio que, par-tiendo de los costes, llega a la fijación delmismo aplicando un margen bruto (llamé-moslo también beneficio, aunque la formu-lación en tal caso pierde rigor analítico) queestá a favor del empresario-empresa.

    Esta concepción tiene en cuenta que, por unlado, el sistema de formación del precio de losfactores de producción no es necesariamenteel del mercado y, por otro, que el “mark up”,el margen bruto, depende del grado de mono-polio-oligopolio que la empresa (por las carac-terísticas del mercado) o el producto (por lascaracterísticas tecnológicas) están en condi-ciones de disfrutar en el mercado. Para la for-mación de los precios internacionales hay quetener muy en cuenta el grado de proteccio-nismo de cada país y las prácticas de“dumping” (ventas a bajo coste al exterior).

    Para los precios de los factores de pro-ducción, capital y trabajo, existen por todaspartes amplias áreas de facilidades. La incenti-vación de los tipos de interés, muy difusa en lapostguerra, se redujo en el último decenio decrisis de la intervención pública en la eco-nomía; y la determinación del precio del

    capital a causa de una mayor movilidad inter-nacional de fondos se sitúa hoy próxima a ladel mercado. Para los índices salarialestenemos, sin embargo, una difusa aceptacióndel principio según el cual éstos deben serfijados teniendo en cuenta acuerdos estipu-lados fuera del mercado por parte de cártelesde empresarios y trabajadores (los sindicatosde interés), a menudo extraídos “erga omnes”de actos legislativos específicos o de la pre-visión en las leyes generales que reglamentanlas prestaciones laborales.

    También para el mercado laboral existenaún condiciones próximas a las de la libre con-tratación, pero están presentes tan sólo en elmercado negro, o sea, en aquel sector delmercado en el que tienen lugar ilegalidadesfiscales, penales y de contribución social, y enel que prevalecen también prestaciones margi-nales a los trabajadores, comúnmente defi-nidas como “segundo trabajo”. Por estemotivo aumenta, por parte de empresarios yautoridades, un llamamiento a la “flexibi-lidad” de las prestaciones salariales, lo que,traducido al lenguaje económico significa unamayor adhesión a las reglas del mercado,también para el empleo. El documento Delorssobre el desempleo en Europa dedica unamplio espacio a este tema.

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  • Para los cambios (paridad monetaria), o sea,para los precios de los bienes, los servicios o elcapital importado o exportado, el régimen defijación ha presentado durante un largoperíodo y para una amplia porción del globo,una rígida reglamentación por parte del poderpúblico, decidida en Bretton Woods en 1944,por medio del acuerdo internacional delmismo nombre. El régimen vino a menos en1971 debido a la crisis del dólar. Los cambiosflexibles, es decir, aquéllos fijados librementepor el mercado, se encuentran extendidos enuna vasta área del planeta aunque, en algunaspartes, siguen siendo gobernados como en elpasado. Dentro de la Unión Europea, porejemplo, el régimen previsto es el de cambiofijo en el interior, decidido, claro está, por lasautoridades, y flexible hacia el exterior delárea.

    De este breve “excursus” se deduce que elproblema no está en la búsqueda de un preciojusto distinto del de mercado, sino en la bús-queda de un precio de mercado que sea justo,entendiéndose por este término un preciofijado libremente, o sea, que no esté influidopor empresarios individuales, por cárteles opor el Estado.

    Esta afirmación, obviamente, está hecha“cum grano salis”, con cierta sabiduría, en

    cuanto que existen condiciones jurídicas o dehecho que mueven a los empresarios a operarpor medio de innovaciones tecnológicas ypublicitarias orientadas a una influencia indi-recta de la demanda y, por tanto, del precio;como también el Estado, a través de la normay, más específicamente de la legislación fiscalinfluye directa o indirectamente en los preciosy en la cantidad de los bienes y servicios pro-ducidos, o del capital importado o exportado.

    Esto significa que, en la práctica, no existeun precio de mercado que sea además justo, osea, que oriente a los empresarios y seaorientado por el conjunto de éstos de cara auna mayor eficacia de los recursos, caminoobligado hacia una igualdad satisfactoria.

    Existen además corrientes de pensamiento -sean internas a la teoría económica o a la doc-trina social de la Iglesia Católica- filosófica-mente contrarias a la economía de mercado encuanto mecanismo movido por las tenazas delegoísmo, a las que no se les reconoce la capa-cidad de contribuir al bienestar colectivo o, sise prefiere, a la justicia social 12. Como nosenseñó Adam Smith en la línea del raciona-lismo de Locke, no es necesario que el indi-viduo tenga la intención de perseguir el logrodel bienestar social, basta que lo obtenga,incluso involuntariamente: no es de la benevo-

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  • lencia del panadero, dice Smith, de la quedebemos esperar cada día la cantidad de panque nos quite el hambre, sino de su interés porelaborarlo y venderlo a precios de mercado.

    Puesto que el objetivo de esta referencia alpasado es el de verificar qué atribución puedeprovenir de la libre competencia en la puestaen marcha de una estrategia de desarrollo quereduzca la pobreza, una grave manifestaciónde la injusticia social, el tema de la aversión deprincipio al método competitivo en la gestiónde recursos no se trata aquí en toda su comple-jidad; el análisis se limita a evaluar si existe unmodo diverso del de mercado para determinarel precio justo, que hemos vuelto a definircomo el precio que, garantizando la eficientegestión de los recursos, asegura el máximo deproductividad y, mediante esta vía, el máximode desarrollo y empleo, así como el mínimo depobreza.

    Los países de “planificación centralizada delos recursos”, o comunistas, vieron unasolución en la predeterminación de los preciosa la carta. Precisamente sobre este aspecto delmétodo de gestión propuesto por el socialismocientífico tras la revolución de octubre de1917. La Escuela de Viena, aún más influyenteen la formación del pensamiento económico,nos ha dejado significativos escritos prece-

    dentes de las dificultades que se encontraronlos planificadores de los países de régimencomunista13. Sobre la base de la mera lógicaeconómica es posible suponer que se puedacalcular un sistema de precios que, mejor queel de los precios de mercado, garantice una efi-ciente distribución de los recursos y su plenautilización. Aún así, la complejidad de los cál-culos y las consecuencias naturales de unagestión política y burocrática de los precios enfunción de objetivos fuera de una lógica depleno empleo o de lucha contra la pobreza,dejan fuera de la actuación práctica los dictá-menes de la planificación.

    Soy consciente de que la tesis de la caída delsocialismo real inducida por factores preferen-temente económicos tiene escasa aceptaciónen el mundo de la cultura, y más aún losambientes religiosos de signo católico, pero laconsidero un modo más de resolver la filosofíamaterialista contra sus propios propugnadoresy también un sistema para poner de manifiestoqué habría pasado si la URSS hubiera tenidoéxito en administrar la economía y el grado debienestar social.

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  • 3.2. Los límites de la aceptación de unprecio”justo” no de mercado: el caso delos “precios sombra”

    Sin renunciar al método de gestión de losrecursos basados en el mercado, el mundooccidental ha utilizado algún instrumento querecibe elementos del método de planificación,llamado de los “precios sombra”, para decidirciertas elecciones de inversión, sobre todo enel ámbito de las infraestructuras. El BancoMundial, por ejemplo cuenta con un manualde análisis de costes-beneficios sociales queadmite el uso de variables como tipos deinterés con facilidades (o sea, no de mercado)o de salarios distintos de los habituales, esdecir, “precios sombra” para el capital y elempleo u otros precios decididos “a la carta”(como la relación de cambio). Esto permiteindividualizar un índice de rendimientoimplícito de la inversión, distinto del que resul-taría de un análisis que hiciera uso solamentede los precios de mercado y, por esto, másadaptado para la incorporación de razona-mientos de oportunidad política acerca de lainiciativa de financiación.

    La diferencia de método respecto a losprecios fijados por el imperio de la planifi-cación centralizada consiste en el hecho de

    que la base del cálculo no es administrativa, sibien se fundamenta en el precio observado enlos mercados de capital, de trabajo y de bienes;el método no pierde, por lo tanto, su ligaduracon la economía de mercado pero sí corrige suseventuales distorsiones o, simplemente,sugiere precios alternativos para favorecerésta o aquélla solución (por ejemplo inversiónen infraestructuras que de otra forma no seharían dados los tipos de interés del mercadoo las relaciones de cambio vigentes).

    La doctrina social de la Iglesia podríaaceptar, ya desde hoy, la equivalencia entre losprecios sombra y el precio justo en cuanto suuso corresponde a las mismas solicitudes queinducen a la Iglesia a preferir el segundo, sinperder las ligaduras con el cálculo económico,y por lo tanto, con la racionalidad de laelección en el uso de los recursos. Perotambién en los precios sombra existe algo dearbitrario desde el punto de vista político yburocrático, y, por lo tanto, la aceptación delprecio sombra no elimina el problema aquíplanteado: el de propiciar un libre y correctofuncionamiento del mercado que permitahacer coincidir el precio que aquí se determinacon el precio justo.

    No veo obstáculos graves para alcanzar laconciliación entre estas dos concepciones, si la

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  • solución del problema viene marcada correcta-mente, o sea, partiendo de la posibilidad deobservar en la práctica condiciones demercado próximas a las de la libre y correctacompetencia. Partiendo, sin embargo, de laobservación de las injusticias creadas por elmercado tal y como éste opera actualmente yllegando a la conclusión de que se necesitadeterminar “a la carta” las condiciones de jus-ticia en la determinación del precio, se estable-cerían condiciones de incondicionabilidadentre la doctrina social de la Iglesia Católica yla teoría económica, con graves consecuenciasen el plano político. Antes de llegar a estepunto conviene pasar por una rigurosaextensión de las condiciones efectivas de ope-ratividad de los mercados y conseguir unaespecificación de las características que debenasumir para poder deducir un precio justo, osea, un precio que garantice la gestión eficazde los recursos, el crecimiento de la producti-vidad, el pleno empleo y, junto a éstos, lareducción del área de pobreza.

    4. CONCLUSIONES

    La tesis central de esta exposición es que sepuede y se debe salir de los estados de pobrezaactuando principalmente sobre el desarrollo

    real y no sobre el crecimiento de la población.La limitación de la tasa de natalidad no es untema que se pueda asignar a la política, sino ala conciencia individual, también en aquelloscasos en los que, como en el de la conferenciadel Cairo, se haya decidido atribuir a la edu-cación sexual el objetivo de reducir el índice denatalidad. El problema educativo llevaconsigo, de hecho, problemas todavía más difí-ciles de resolver y más conflictivos (como porejemplo, qué educación impartir) respecto aaquéllos prácticos, ya de por sí difíciles, orien-tados al objetivo del crecimiento real.

    El estado de maduración de la concienciacolectiva es tal que parece adecuado estemomento para reconocer que el Estado notiene ni el derecho ni la competencia deregular burocráticamente cada aspecto de lavida del individuo, y al contrario, es el indi-viduo el que debe regular la vida del Estado,aceptando toda la responsabilidad moral de suactuación y lo concerniente a su futuro.Cuando esto no sucede, nos encontramos habi-tualmente con un régimen totalitario o conpeligrosa propensión al mismo.

    Respecto a crear un sistema de responsabi-lidad del ciudadano, después de haber creado,en el primer capitalismo, un sistema delibertad y, en el segundo, un sistema de

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  • garantías, me parece que la salida natural dela organización social es el Tercer capitalismo,en el que estamos viviendo 14.

    Esta concepción se denomina el Estadomínimo, o sea, un Estado que no se hace cargode todos los problemas del ciudadano, -qui-tándole la responsabilidad y a la larga, redu-ciendo inevitablemente el grado de libertaddel que se goza- si bien tiene el objetivo dedesarrollar funciones “subsidiarias”, aquellasen las que el ciudadano no está en condicionesde satisfacer individualmente. En esta con-cepción el Estado se debe limitar a producir“public goods” (bienes colectivos) quegeneran beneficios del exterior (las economíasexteriores) en favor de las empresas y de lasfamilias, y elevando el nivel de justicia 15. Nosreferimos, en particular, a las infraestructurassociales y productivas como la sanidad, la ins-trucción, los transportes y las telecomunica-ciones. Se reconoce que la elaboración del con-cepto de subsidiariedad se debe a la doctrinasocial de la Iglesia Católica y es materia queune esta doctrina a las teorías del liberalismo.

    El concepto todavía se puede ampliar fácil-mente hasta acoger las teorías keynesianasque se extienden más allá de las ideas de sugenial inspirador, o sea, que la política eco-nómica debe sustituirse en el mercado si éste

    no está en condiciones de eliminar las bolsasde pobreza. Un análisis insuficiente de las con-diciones de operatividad del mercado puedellevar a una precoz activación de las funcionessubsidiarias del Estado en la promoción deldesarrollo real, desembocando en fracasos queagravan la ineficacia todavía por eliminar. Elanálisis de los estados de desempleo de la“Centesimus annus” se puede leer bajo otraóptica, como de hecho muchos la han inter-pretado. Sería muy oportuna una aclaraciónque bloqueara el incremento de un retorno alpasado de las políticas económicas, que repre-sentarían los defectos expresados con anterio-ridad.

    Respecto a la productividad se ha insistidoen que el canal a través del cual pasa su creci-miento es la innovación tecnológica. Se hareconocido que la introducción de nuevosmétodos de producción o productos reduce elnivel de empleo, como sucedió primero en laagricultura y después en la industria, y comoestá sucediendo en esta época en el sector ser-vicios; esto parece ampliar el área de pobreza.Con el fin de que el triángulo de innovacióntecnológica-productividad-pobreza asuma unafigura isósceles, en donde el lado que tiende aalargarse respecto a los otros dos correspondea la pobreza, la condición es que el efecto

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  • positivo derivado del aumento de la producti-vidad estimulado por la introducción denuevas tecnologías sea mayor que el efectoreductor sobre el empleo determinado por lasmismas.

    Desde el punto de vista filosófico y político,uno de los aspectos más difíciles de aceptarcon el fin de que la productividad genere suentero potencial de variables, que contrastacon la formación y perpetuación de los estadosde pobreza, es el de la igualdad entre produc-tividad y coste real del factor o, más engeneral, de los “input” de producción utili-zados. Si el empresario, el trabajador o elEstado intervienen bloqueando o alternandode cualquier forma la tendencia racional deproducir hasta el punto en el cual estaigualdad se determina o, por cualquier razón,va más allá, el sistema distribuye ineficaz-mente los recursos y el área de pobrezapotencial aumenta. Un corolario a esta reglaes que cada manipulación de la tasa de creci-miento de la productividad deducida deacuerdos negociados de las prestaciones detrabajo hace perder competitividad a laempresa que los acepta y acrecienta potencial-mente el área de pobreza.

    Gravar con instancias de justicia distributivasobre los modos de funcionamiento de este

    mecanismo en lugar de sobre su producto, esdecir, sobre su valor añadido, significa reducirel índice de crecimiento de productividad, contodas las consecuencias que la cadena lógicadesarrollada en el curso de esta exposición hapuesto en evidencia.

    En el caso de la redistribución de la rentaentre el capital y el trabajo, se ha subrayado laexigencia de encontrar un equilibrio entre lanecesidad de dejar un beneficio de capital queincentive la inversión y la recepción de innova-ciones tecnológicas que incentiven la producti-vidad, el desarrollo y el bienestar social; senecesita remunerar el trabajo en medida talque esto implique una demanda para elconsumo que satisfaga la potencialidad de suoferta ínsita en la configuración actual delcapital productivo.

    En el caso de la distribución de la renta entreel individuo y la colectividad, se ha insistidosobre la necesidad de que el gasto público nodesplace (“crow out”) al privado, y que elendeudamiento no desplace a las genera-ciones futuras el peso del bienestar presente,sumándolo a las injusticias propias de nuestraépoca, que recaerán sobre nuestros hijos ynietos.

    En el caso de la distribución de la renta entrepaíses se ha señalado que la cesión de recursos

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  • en favor de las naciones pobres se encuentraen dimensiones correspondientes a un décimode lo que sería necesario y se manifiesta enformas que no satisfacen el objetivo primariode cerrar las divergencias de productividad,como la de intentar colmar las diferencias debienestar a través de la asistencia. Las diver-gencias de bienestar son hijas de las derivadasde la productividad, y la asistencia madre de laperpetuación de los estados de pobreza.

    El segundo punto filosófico y político com-plicado es el de la aceptación del principio deque los cuatro precios fundamentales para laorientación de comportamiento económicos oracionales de los operadores del mercado -elprecio de los bienes y de los servicios impor-tados o exportados, o cambio deban explicarselibre o correctamente. Si se presentan condi-ciones tales, los productores y los consumi-dores, los ahorradores y los inversores, los asa-lariados y los que generan el trabajo, losimportadores y los exportadores puedendecidir las elecciones a efectuar optimizandosu propio bienestar y contribuyendo, con polí-ticas económicas en una posición subsidiaria, amaximizar el bienestar social.

    En esta exposición se ha argumentado sobrela insostenibilidad de un concepto de preciojusto distinto del precio de mercado. Se ha

    insistido en que la exigencia de recurrir al con-cepto de precio justo nace de la constataciónde las distorsiones creadas por un mercado nolibre y que no responde a las reglas de lacorrección competitiva. También se ha añadidoinmediatamente que no es necesario res-ponder a este estado de cosas invocando unprecio administrado distinto del precio demercado, sino preguntando y operando con elfin de que el mercado sea capaz de fijar libre-mente el precio.

    Se ha admitido la excepción, sólo en el casode una categoría de precios, llamados preciossombra, correctos pero no determinados “a lacarta” según métodos desarrollados por lateoría económica y seguidos por muchas insti-tuciones, entre ellas el Banco Mundial, que losusa para sus propios cálculos de convenienciaen la financiación de iniciativas destinadas apromover el desarrollo y eliminar la pobreza.Se ha afirmado que estos precios sombra, con-trariamente a los precios fijados por los centrosde planificación socialista, tienen como basede cálculo el precio de mercado y, por lo tanto,entran dentro de la lógica.

    Por lo que se refiere a las relaciones entre lateoría económica y la doctrina social de laIglesia Católica, se ha prestado atención a trespuntos:

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  • - la aceptación poco clara por parte de ladoctrina social del principio de igualdad de laproductividad al coste real, componenteesencial de la lógica del mercado, como instru-mento de lucha contra la pobreza.

    - la posibilidad de que nazca un equívoco enel uso del concepto de subsidiariedad, indu-ciendo a una intervención del Estado en la eco-nomía antes de haber creado las condiciones yde haber experimentado un mejor funciona-miento del mercado.

    - la oportunidad de que la doctrina socialacepte con inmediatez el concepto de “preciossobra”, en vez de mantener todavía el con-cepto de precio justo como alternativa alprecio de mercado, sobre todo para el salario,y también para el cambio y el tipo de interéssobre los empréstitos internacionales.

    Si se llevase a cabo una aclaración sobretodos estos puntos se abriría el camino para undiálogo fructuoso entre economistas y teó-logos, con interesantes reflexiones sobre losequilibrios políticos de las naciones democrá-ticas y sobre las políticas de lucha contra lapobreza.

    NOTA EDITORIAL

    El presente trabajo de Paolo Savona partede una preocupación por conseguir un “capi-talismo responsable”, que sería obligacióntanto del Estado como de los empresarios. Estaresponsabilidad se centraría en la preocu-pación por el desarrollo y por encontrar losprecios de mercado adecuados, lo cual, a lalarga, limitaría la pobreza sin necesidad deintervenir en el crecimiento de la población.

    Parte de esta tesis está contenida en su libroIl Terzo Capitalismo, al que el autor se refiere ycuyo conocimiento presupone. La idea centraldel citado libro es que hasta ahora, el capita-lismo ha generado primero libertad y luegogarantías (el “Welfare State”), pero ambos sis-temas han mostrado sus limitaciones y hangenerado pobreza. La responsabilidad detodos es un nuevo camino a emprender; enparte ya estamos en él, aunque no todos lopractiquen.

    Para conseguir esa responsabilidad senecesita una carga ética y humanística. Paraello, el economista debe abrir el diálogo conotras instancias que entiendan más de estascuestiones y ayuden a solucionar el problemasocial de la pobreza. El autor entiende que lainstancia más caracterizada en este aspecto es

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  • la Doctrina Social de la Iglesia. Desde una pers-pectiva laica, se establece un diálogo de fondocon la Doctrina Social, que no excluye algunasobjeciones, siempre con ánimo de encontrarun entendimiento beneficioso para todos.

    Creemos que esta reflexión puede ser muyinteresante para profundizar en los plantea-mientos humanísticos de la empresa, ya que laempresa es la protagonista esencial en losfenómenos mencionados. Se necesita, sinembargo, que el lector entre en el ánimo delautor de establecer un diálogo en busca desoluciones, para lo cual, puede ser necesarioposeer un conocimiento directo y suficiente dela Doctrina Social de la Iglesia, especialmenteen lo que concierne a la encíclica CentesimusAnnus, a la que el autor se refiere en variasocasiones. Ese conocimiento no sólo facilitarála correcta interpretación de las tesis del autor,sino que dará ideas para el necesario diálogoque se propone.

    La colección de Cuadernos se siente muyhonrada al presentar un texto de una firmatan autorizada como la del Profesor Savona.

    NOTA BIOGRAFICA

    Paolo Savona fue ministro de Industria yComercio de Italia. Tras obtener el doctorado

    en la Universidad de Cagliari, se especializó enel MIT de Cambridge y en la sección deestudios especiales de la Reserva Federal deWashington. Ha sido también director del ser-vicio de estudios de la Banca de Italia, directorgeneral de la Confindustria, secretario generalde la progamación económica del Ministeriodel Bilancio, presidente del Crédito industrialsardo, director general y administradordelegado de la Banca nacional del trabajo.

    En la actualidad es presidente del Fondointerbancario de tutela de depósitos, y pro-fesor ordinario de Política Económica y Finan-ciera de la LUISS (Universidad Liberal Interna-cional de Ciencias Sociales “Guido Carli”) deRoma.

    Autor de estudios sobre Soberanía mone-taria (premio APE 1976 al progreso del conoci-miento económico) y sobre la Liquidez Inter-nacional, ha escrito un libro titulado Il TerzoCapitalismo. Ha publicado también unacolección de escritos sobre Estructura finan-ciera y desarrollo económico. Coautor delprimer modelo econométrico de Italia y delmercado del eurodólar, es coeditor de la OpenEconomies Review y editorialista de la Agenciade Periódicos Asociados , de Il Giornale y delTG 1.

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  • 1 La lectura de este texto presupone unbuen conocimiento de la Encíclica de JuanPablo II Centesimus annus y un conocimientode la mayoría de las tesis expuestas por elautor en Il terzo capitalismo e la societá aperta(Longanesi, Milán 1993)

    2 Cfr. World Development Report 1994, -Infraestructure for Development, Oxford Uni-versity Press, Nueva York, 1994.

    3 Por el término “demanda agregada” loseconomistas entienden la suma de los gastosde inversión, de consumo privado y público yde las exportaciones. El soporte teórico de laintervención pública en esta materia está con-vencionalmente establecido en la TeoriaGenerale de John Maynard Keynes, editada en1936.

    4 Cfr. Cos’e l’economia, Colección deEstudios e Investigaciones del Banco Popularde Etruria y de Lazio, Florencia, 1990; y el yacitado Il terzo capitalismo e la societá aperta.

    5 La memoria del Centro de investigación ydocumentación “Luigi Einaudi”, publicada enla revista Economia, el 13 de septiembre de1994.

    6 Cfr. Paolo Savona, “Sviluppo profitti efinanza in Italia”, en Sviluppo economico, nº 1,1993, pp. 29-58.

    7 En un mundo con dos factores, capital ytrabajo, existen otros tantos componentes dela productividad ligados a las variaciones delproducto total inducido por las variaciones dealgún factor. Si tenemos en cuenta las condi-ciones de ambiente, en particular, de las infra-estructuras económicas y de los servicios deutensilios para la producción, muy importantesen las economías modernas, la definición deproductividad global se amplía, convirtiéndoseen la variación del producto real inducida porla variación de uno o más “input” de pro-ducción, incluídas las condiciones ambientales.

    8 Cfr. World Bank, cit, tablas 18 y 19, pp.196-199.

    9 El problema ha sido señalado también porotras religiones, como el Islam, pero la revisiónestá aún muy retrasada con respecto a la efec-tuada por el catolicismo.

    10 Por ejemplo, la Encíclica afirma que a lospaíses pobres, muy endeudados, no se lespuede exigir un reembolso de los créditos. Cfr.Juan Pablo II, Centesimus annus, ediciónDehoiane, Bolonia 1991, parágrafo 35, p. 43.

    11 He tratado extensamente esta cuestiónen la Cuarta Conferencia del libro Il terzo capi-talismo e la societá aperta.

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  • 12 Esto está claro en la Historia disceptiva deavaricia (1428 0 1429) de Poggio Bracciolini,está visto con una ironía inglesa en la Favoladelle api, ossia vizi privati e pubbliche virtú deBernardo de Mandeville (1714), y está encua-drado en una lógica económica rigurosa en laIndagine sopra le cause della ricchezza delleNazioni (1776) de Adam Smith.

    13 Cfr. Ludwig von Mises, Socialism,publicado en Jena en 1922 y traducido al ita-liano por Garzanti en 1991.

    14 Esto está descrito con mayor detalle en laQuinta conversación del ya citado Il terzo capi-talismo e la societá aperta.

    15 En sus memorias, Guido Carli, durantemuchos lustros gobernador de la banca centralitaliana, recomienda a los gobernantes queproduzcan sobre todo y en grandes cantidadesun bien público específico: la confianza en elfuturo de un país. Cfr. Cinquant’ anni di vitaitaliana, editado por Paolo Peluffo, Laterza,Milán-Bari, 1993, p. 245.

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