pinturas rupestres de chichiminquiahua, yecapixtla, morelos

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La destrucción de las pinturas rupestres de Chichiminquiahua en Yecapixtla, ventanas al pasado que se cierran irreparablemente l municipio de Yecapixtla está localizado en el sector noreste del Estado de Morelos, ordenado entre barrancas que derivan en un complejo sistema hídricos que descarga en la Cuenca del Río Cuautla. Los espacios entre barrancas forman alargados valles donde se asentaron sociedades en lo que para el Posclásico sería el centro político que a partir de 1565 sería conocida como “la Tlalnaguac”, desde Pat- zulco hasta Axochiapan en el extremo suroriental del actual Estado de Morelos (Maldonado 1990:94 y ss.). Al noreste de la actual cabecera municipal se localiza la comunidad de Achichipico, etnohistóricamente se afirma que el asentamiento original de Yacapixtlan se encontraría situado en las inmediaciones del Cerro Achichipico (Maldonado 1990:94). De esto no tenemos sólidos elemen- tos arqueológicos, aunque la zona arqueológica Tlalolin en pleno Achi- chipico contiene una estructura piramidal de grandes dimensiones y la extensión de la zona en general está aún indeterminada. Los elementos arqueológicos más estudiados en este municipio son las pinturas rupestres comúnmente llamadas “de Achichipico”; fueron repor- tadas para el saber arqueológico desde 1967, y han sido abordadas en al menos cuatro diferentes estudios (Piho y Hernández 1972; Piho 1982; Gaytán 1973; Maldonado 2000 y Acosta, González y Méndez 2007). Los signos rupestres son efecto de la astucia de la razón humana preté- rita, de los hombres y mujeres que en campos prácticos específicos ela- boraron estas pinturas dentro de actividades determinadas. Cada signo y los conjuntos de ellos significaron ideas y cosas. Del contenido de la significación contamos con referencias cosmovisionales generales que se han inferido para la sociedad nahua principalmente para el siglo XV y XVI. El signo refiere aspectos de la realidad, es efecto de un proceso de abs- tracción sobre contenidos socialmente sancionados en el grupo social que participa en su ejecución. El reto para los investigadores no radica solamente en conocer qué significaron, sino porqué. Los signos en Chichiminquiahua tuvieron propensión de comunicar, son un signo para algo, no solo contienen en sí, sino que contextualmente formaron parte de un contexto sistémico dónde eran solamente parte necesaria pero no única de actividades sistémicas que involucraron múl- tiples actividades. Con respecto al espacio vivido por los habitantes del noreste de Morelos hacia el Posclásico Tardío, se tiene noticia etnohistórica de que en los peñascos, cuevas, riscos, quebradas, altos cerros, se realizaban sacri- ficios y ofrendas (Acuña 1986:268). El despliegue sígnico rupestre de Chichiminquiahua se localiza precisamente en la sección baja del Cerro Peña Alta, que se interna en la Barranca Grande, donde se observa en un conjunto mayor de signos pictóricos, y varios menores. Se trata de pinturas efectuadas en tinta blanca plana a lo largo del nicho rocoso, tras de la línea de goteo con una pintura posiblemente a base de carbonatos, aunque también se advierte solamente en el mayor de los conjuntos al- gunas secciones con pictografía en negro y quizá en rojo. Es altamente factible que las pinturas fueron realizadas dentro de un campo práctico social sistemático y regionalmente distribuido, no se tra- ta de un caso aislado. Entre los signos desplegados en Chichiminquiahua se encuentran elementos antropomorfos, zoomorfos, representaciones del anecúmeno ligadas aparentemente a festividades del calendario ri- tual previo a la invasión española, que han sido interpretadas por Piho y Hernández (1972), Piho (1982), y Maldonado (2000). Podemos distinguir por el momento pragmáticamente, hasta cinco con- juntos de signos divididos por su proximidad entre sus componentes y su separación con respecto a los otros conjuntos. (Véase croquis 1 y foto 1) E Arqlgo. Raúl Francisco González Quezada Croquis 1.- Sección transversal del abrigo rocoso y ubicación aproximada de los cuatro conjuntos en la sección baja (A-D) efectuados sin andamiaje, y la indicación de un par de signos en la sección alta donde eventualmente debió ser necesario la construcción de un an- damio para su realización (a). Foto 1.- vista general del abrigo rocoso de Chichiminquiahua observado desde el otro lado de la Barranca Grande, hacia el oriente. Las estrategias de manufactura de las pintura son por un lado, la aplicación de líneas que indican el diseño gene- ral aplicadas aparentemente con los dedos con una pintura de color negro, mientras que algunas secciones son rellenadas con pintura blanca. Piho y Hernández (1972:85) mencionan que se trata de trazos primarios en negro sobre los que aplicó posteriormente otra línea en color rojo, respecto de las cuales se rellenó posteriormente con la pintura blanca, ellos envia- ron a analizar microquímicamente una muestra de las capas pictóri- cas identificando que pintura blan- ca contenía carbonato y magnesio principalmente además de cloruro de sodio y eventualmente carbonato de sodio; la pintura roja probablemente se trataría de óxido de hierro “en di- ferentes grados de hidrataciónˮ. Por otro lado, otra estrategia observada, de hecho la más tenzmente realiza- da en las pinturas aplica solamente la mezcla pictórica blanca, en trazos definidos con los dedos y en seccio- nes sólidas rellenas con tinta plana, bidimensional. La primera estrategia solamente se observa en dos de los signos del Conjunto B, la estructura piramidal y el Quetzalcóatl sobre de ella, así como el signo identificado como amaquemitl (papel). La segun- da es generalizada para los demás. La pintura negra eventualmente ha- bría sido preparada a partir del co- lorante denominado tlilli ócotl , que era el hollín del pino (López et. al. 2002:22). La preparación de la pintura blanca hacia el Pos- clásico Tardío en la zona hege- monica de la Cuenca de México, pudo corresponder con los pig- mentos blancos que se refieren por Sahagún como tízatl, tetí- zatl , y chimaltízatl , del tercero de ellos la “greda de rodela“, se indica además que provenía de Huaxtepec, ésta era cortada de un peñasco, se cocía, se volvía blanda, era mezclada con aglu- tinante y entonces se pintaba algo, se cubría de gis (López et. al. 2002:21). El aglutinante pudo haber sido el tzahutli , adhesivo obtenido de los seudobublbos de algunas orquídeas (Piho y Hernández 1972:85; González 2006). Francisco Hernández ha- cia la segunda mitad del siglo XVI registró hasta once orqui- deas que se utilizaban con este fin en la Nueva España, de las cuales, las que fueron aparente- mente más utilizadas son en pri- mer lugar Epidendrum pastoris (Encyclia pastoris), después la Bletia campanulata y Bletia au- tumnalis (Laelia autumnalis) , la primera es epífita pero su iden- tificación es problemática, la segunda es terrestre y la última epítifta, y aunque tienen floreci- mientos en distintos momentos del año, basta con los bulbos

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El Tlacuache, La Jornada, Morelos

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Page 1: Pinturas Rupestres de Chichiminquiahua, Yecapixtla, Morelos

La destrucción de las pinturas rupestres de Chichiminquiahua en Yecapixtla, ventanas

al pasado que se cierran irreparablemente l municipio de Yecapixtla está localizado en el sector noreste del Estado de Morelos, ordenado entre barrancas que derivan en un complejo sistema hídricos que descarga en la Cuenca del Río Cuautla. Los espacios entre barrancas forman alargados valles donde se asentaron sociedades en lo que para el Posclásico sería el centro político que a partir de 1565 sería conocida como “la Tlalnaguac”, desde Pat-zulco hasta Axochiapan en el extremo suroriental del actual Estado de Morelos (Maldonado 1990:94 y ss.).Al noreste de la actual cabecera municipal se localiza la comunidad de Achichipico, etnohistóricamente se afirma que el asentamiento original de Yacapixtlan se encontraría situado en las inmediaciones del Cerro Achichipico (Maldonado 1990:94). De esto no tenemos sólidos elemen-tos arqueológicos, aunque la zona arqueológica Tlalolin en pleno Achi-chipico contiene una estructura piramidal de grandes dimensiones y la extensión de la zona en general está aún indeterminada.Los elementos arqueológicos más estudiados en este municipio son las pinturas rupestres comúnmente llamadas “de Achichipico”; fueron repor-tadas para el saber arqueológico desde 1967, y han sido abordadas en al menos cuatro diferentes estudios (Piho y Hernández 1972; Piho 1982; Gaytán 1973; Maldonado 2000 y Acosta, González y Méndez 2007).Los signos rupestres son efecto de la astucia de la razón humana preté-rita, de los hombres y mujeres que en campos prácticos específicos ela-boraron estas pinturas dentro de actividades determinadas. Cada signo y los conjuntos de ellos significaron ideas y cosas. Del contenido de la significación contamos con referencias cosmovisionales generales que se han inferido para la sociedad nahua principalmente para el siglo XV y XVI.El signo refiere aspectos de la realidad, es efecto de un proceso de abs-tracción sobre contenidos socialmente sancionados en el grupo social que participa en su ejecución. El reto para los investigadores no radica solamente en conocer qué significaron, sino porqué.Los signos en Chichiminquiahua tuvieron propensión de comunicar, son un signo para algo, no solo contienen en sí, sino que contextualmente formaron parte de un contexto sistémico dónde eran solamente parte necesaria pero no única de actividades sistémicas que involucraron múl-tiples actividades. Con respecto al espacio vivido por los habitantes del noreste de Morelos hacia el Posclásico Tardío, se tiene noticia etnohistórica de que en los peñascos, cuevas, riscos, quebradas, altos cerros, se realizaban sacri-ficios y ofrendas (Acuña 1986:268). El despliegue sígnico rupestre de Chichiminquiahua se localiza precisamente en la sección baja del Cerro Peña Alta, que se interna en la Barranca Grande, donde se observa en un conjunto mayor de signos pictóricos, y varios menores. Se trata de pinturas efectuadas en tinta blanca plana a lo largo del nicho rocoso, tras de la línea de goteo con una pintura posiblemente a base de carbonatos, aunque también se advierte solamente en el mayor de los conjuntos al-gunas secciones con pictografía en negro y quizá en rojo.Es altamente factible que las pinturas fueron realizadas dentro de un campo práctico social sistemático y regionalmente distribuido, no se tra-ta de un caso aislado. Entre los signos desplegados en Chichiminquiahua se encuentran elementos antropomorfos, zoomorfos, representaciones del anecúmeno ligadas aparentemente a festividades del calendario ri-tual previo a la invasión española, que han sido interpretadas por Piho y Hernández (1972), Piho (1982), y Maldonado (2000).Podemos distinguir por el momento pragmáticamente, hasta cinco con-juntos de signos divididos por su proximidad entre sus componentes y su separación con respecto a los otros conjuntos. (Véase croquis 1 y foto 1)

EArqlgo. Raúl Francisco González Quezada

Croquis 1.- Sección transversal del abrigo rocoso y ubicación aproximada de los cuatro conjuntos en la sección baja (A-D) efectuados sin andamiaje, y la indicación de un par de signos en la sección alta donde eventualmente debió ser necesario la construcción de un an-damio para su realización (a). Foto 1.- vista general del abrigo rocoso de Chichiminquiahua observado desde el otro lado de la Barranca Grande, hacia el oriente.

Las estrategias de manufactura de las pintura son por un lado, la aplicación de líneas que indican el diseño gene-ral aplicadas aparentemente con los dedos con una pintura de color negro, mientras que algunas secciones son rellenadas con pintura blanca. Piho y Hernández (1972:85) mencionan que se trata de trazos primarios en negro sobre los que aplicó posteriormente otra línea en color rojo, respecto de las cuales se rellenó posteriormente con la pintura blanca, ellos envia-ron a analizar microquímicamente una muestra de las capas pictóri-cas identificando que pintura blan-ca contenía carbonato y magnesio principalmente además de cloruro de sodio y eventualmente carbonato de sodio; la pintura roja probablemente se trataría de óxido de hierro “en di-ferentes grados de hidrataciónˮ. Por otro lado, otra estrategia observada, de hecho la más tenzmente realiza-da en las pinturas aplica solamente la mezcla pictórica blanca, en trazos definidos con los dedos y en seccio-nes sólidas rellenas con tinta plana, bidimensional. La primera estrategia solamente se observa en dos de los signos del Conjunto B, la estructura piramidal y el Quetzalcóatl sobre de ella, así como el signo identificado como amaquemitl (papel). La segun-da es generalizada para los demás.La pintura negra eventualmente ha-bría sido preparada a partir del co-lorante denominado tlilli ócotl, que

era el hollín del pino (López et. al. 2002:22). La preparación de la pintura blanca hacia el Pos-clásico Tardío en la zona hege-monica de la Cuenca de México, pudo corresponder con los pig-mentos blancos que se refieren por Sahagún como tízatl, tetí-zatl, y chimaltízatl, del tercero de ellos la “greda de rodela“, se indica además que provenía de Huaxtepec, ésta era cortada de un peñasco, se cocía, se volvía blanda, era mezclada con aglu-tinante y entonces se pintaba algo, se cubría de gis (López et. al. 2002:21). El aglutinante pudo haber sido el tzahutli, adhesivo obtenido de los seudobublbos de algunas orquídeas (Piho y Hernández 1972:85; González 2006). Francisco Hernández ha-cia la segunda mitad del siglo XVI registró hasta once orqui-deas que se utilizaban con este fin en la Nueva España, de las cuales, las que fueron aparente-mente más utilizadas son en pri-mer lugar Epidendrum pastoris (Encyclia pastoris), después la Bletia campanulata y Bletia au-tumnalis (Laelia autumnalis), la primera es epífita pero su iden-tificación es problemática, la segunda es terrestre y la última epítifta, y aunque tienen floreci-mientos en distintos momentos del año, basta con los bulbos

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Imagen 1.- Fray Bernardino de Sahagún consigna en el Códice Matritence en la foja 250 recto un mensaje pictórico asociado a la festividad del primer mes del año, Atlcahualo, tres individuos ataviados con tilma azul presiden una especie de procesión que deriva de una estructura arquitectónica y se dirige a un cerro; los tres se encuentran pintados de con un color café oscuro, mientras que los tlaloque Tláloc, Nappatecuhtli y Tomiyauhtecuhtli incluso están pintados de un color gris oscuro. Los dos primeros a la derecha cargan bolsas de copal, un artefacto que es análogo al bastón de sonajas que se observan en varios signos antropomorfos del abrigo rocoso de Chichiminquiahua. Un tercero del mismo color lleva en la mano un caracol cerca del rostro, quizá un instrumento musical, y sobre la espalda carga a un infante con un tocado aparentemente de papel con gotas de hule como en los amaquemitl. Imagen 2.- Una escena análoga aparece en el Códice Borbónico, en la lámina 12, donde también un individuo con el bastón de junco de los tlaloque carga a un infante con tocado prácticamente igual al del Códice Matritense. En éste último aparecen dos sujetos más con tilmas blancas y portan banderas iguales a otra que han dejado frente a la estructura arquitectónica inferior izquierda, así en el Bórbónico un personaje camina tras del portador del infante con una bandera. En el Códice Matritense el destino de las huellas es el cerro y sobre él, un cuadrángulo de piedra identificado como tetzacualco donde se advierten los tepictoton y un individuo sangrando desde el pecho; en las cumbres de los cerros se realizaban en este mes ofrendas de sangre de autosacrificio a las deidades de la lluvia (cfr. Montero 2004:30).

Imagen 3.- Registro de Piho y Hernández (1972:89) de llamado Grupo Central de las pintu-ras de Chichiminquiahua, en éste se puede apreciar los elementos de la sección derecha que ahora están irremediablemente perdidos. Fotos 2, 3 y 4.- Fotografía de el panel del extremo izquierdo del nicho rocoso, aún con una serie de elementos que ahora desgraciadamente hacen falta (Piho y Hernández 1982:282, figura 1), a la derecha un registro realizado hacia 2007 (Acosta, González y Méndez), de esta manera también lo observó en 1994 Maldona-do (2000). El círculo en la sección superior derecha de la primera fotografía lo logramos registrar en 2010 entre las piedras colapsadas en el suelo del nicho rocoso, sin localizarse más que esta pieza con elementos pictóricos.

para preparar el gluten, ya sea en polvo o líquido (González 2006).Piho y Hernández (1972:88) concluyen que el proyecto sígnico de Chi-chiminquiahua en general fue pintado por “mexicas” para celebrar la festividad del Atlcahualo o un “rito mágico” parecido para la invocación de la actuación de las deidades de la lluvia y la agricultura. Sin embargo es preciso indicar que estos autores llegan a considerar que todo el pro-yecto sígnico se realizó en un solo momento, por lo que signos logrados con propensiones y capacidades técnicas distintas llegan a considerarse como parte del mismo acto. Esto los hace vincular por ejemplo, la idea de que algunos signos antropomorfos logrados con líneas simples y to-cado cónico “luchan” con otros signos antropomorfos de otra calidad pictórica; nosotros consideramos que se trata de un palimpsesto, de mo-mentos diversos en que se desarrollaron signos en momentos diversos indicados por la capacidad y propensión técnica y sígnica, efecto de prácticas separadas en el tiempo.A través de referencias etnohistóricas y contextos arqueológicos tene-mos certeza de la estructura de ciclo calendárico nahua del centro de la América Media, es especial para el mundo de vida mexica. Dos ciclos de cuenta del tiempo estructuraban los campos prácticos de esta sociedad clasista, el ordenado por 365 días o xihuitl se media por dieciocho me-ses de veinte días más cinco días considerados como nemontemi. Cada mes se establecía una festividad (ilhuitl) central con diversa magnitud temporal y en concatenación con otros momentos festivos futuros (Bro-da 2004) que ordenaban un complejo entramado de campos prácticos rituales conjugados en torno a elementos torales como la agricultura y la guerra, el fundamento del trabajo vivo en la producción de alimentos y en la acción extraeconómica de la manutención de la hegemonía y su legalización sígnica, ya que legitimidad nunca tuvo más allá del poder cuasi omnímodo de la Excan Tlatolloyan.El ciclo general, marcado por dos grandes momentos, el seco (tonalco) y el lluvioso (xopan) dividían las propensiones rituales respecto al ciclo agrícola en el primero caía el primer mes, en éste se realizaban hasta tres tipos de rituales consagrados a la petición del temporal, esto eran el Atlcahualo o “se detiene el agua” se conocía también como Atlmotza-cuaya o “se ataja el agua”, Quahuitlehua o “levantamiento de los postes”, y cuando ya existían los primeros brotes o jilotes de maíz se realizaba en Xilomanaliztli o “ofrenda de jilotes”, todo esto entre febrero y mayo. Durante este proceso se “ofrendaban” (nextlahualli o “deuda pagada”) infantes deteniendo el desarrollo de su vida en comunidad, se les mataba con la expectativa causal de que los tlaloques harían llover para el ciclo agrícola y asegurarían la vida de la comunidad en general. (Broda 2004) En Atlcahualo se realizaban también ofrendas a Ehécatl-Quetzalcoatl du-rante la noche, en plena festividad dedicada a Tláloc, se asumía entre el grupo que logró legar esta información que ahora reconocemos etno-históricamente, que Éhecatl-Queztalcoatl también llamado nueve viento (chiconauehecatl), barría el camino preparándolo para las deidades de la lluvia (Broda y Robles 2004:286).En dos códices contamos con registros de rituales análogos al desarrolla-do durante el Atlcahualo, se trata del Códice Matritense y del Borbónico. (Véase imágenes 1 y 2)

Pese a la relevancia de esta zona arqueológica para la historia de los pro-cesos sociales pretéritos, en las últimas décadas ha padecido de una in-tensiva destrucción derivada del vandalismo y el saqueo. Consideramos que es altamente probable que hayan sido saqueados varios signos que aún en 1972 fueron registrados fotográficamente y que hacia 1994 ya no se localizaban en su lugar (véase imagen 3, y fotos 2 a la 4). En 2007 se realizó un registro fotográfico de prácticamente el total de los elementos arqueológicos rupestres pictóricos y hasta este momento el estado de las pinturas no era en apariencia, distinto en esencia al observado por Maldonado (2000) precisamente en 1994.En diciembre de 2009, investigadores del Centro INAH Morelos reali-zaron una visita al sitio y por lo que las fotografías que nos fueron faci-litadas por el Dr. Eduardo Corona podemos observar, ya para este mo-mento, se habían realizado pintas con pintura en aerosol color dorado en varias secciones de los paneles, incluso sobre algunos trazos de la grá-fica rupestre, también se advierten diseños con grafito y líneas logradas con piedra sobre algunas caras del soporte pétreo. (Véase fotos 5 y 6).En 2010 pudimos observar que no han aumentado las pintas, pero sí se añadieron cintas adhesivas en algunas secciones que irónicamente ad-vierten sobre el valor de las pinturas y la necesidad de no tocarlas. Esta estrategia ya se había realizado previamente cuando en 2007 nosotros realizamos el registro fotográfico, sin embargo la magnitud de la cinta adhesiva se incrementó considerablemente.El conjunto A presenta una grave afectación, ya que le fue colocada una pinta con pintura en aerosol de esmalte, mientras que el conjunto B es el que presenta mayor destrucción, ya éste se le ha desprendido una gran sección del panel central, del cual solamente localizamos un pequeño fragmento en las inmediaciones. También se han continuado despren-diendo fragmentos, derivado de la intensiva visita que realizan grupos de jóvenes principalmente para actividades de recreo furtivo. (Véase foto7 e imagen 4).En el conjunto C y D también se han practicado pintas. Fatalmente en el C, las pintas se practicaron sobre la capa pictórica previa a la invasión española y en esos puntos donde la pintura de esmalte cubrió la anterior. (Véase fotos 8 y 9).

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Foto 5.- En este panel los elementos sígnicos se encuentran en negativo, han perdido la capa pictórica. (Acosta, González y Méndez 2007). Piho y Hernández interpretan que en este panel los signos están en vez de Quetzalcóatl sobre una estructura piramidal, Chal-chiuhtlicue y dos Xipe cada una sobre un rectángulo (1972:88) Foto 6.- Destrucción de la impronta de la gráfica rupestre con pintura en aerosol realizada entre 2007 y 2009.

Foto 8.- Signo análogo proporcionalmente a un Tlacuache asociado a una luna. (Foto Acos-ta, González y Méndez 2007). Foto 9.- Actualmente este par de signos se encuentran daña-dos por otro singo recientemente elaborado con pintura de aceite en aerosol.

Imagen 5.- Este par de signos a la “izquier-da” del “grupo central” tampoco existen ya, se trataría de Napatecutli (Piho y Hernández 1972:88).

Foto 7.- Este signo ahora se encuentra fragmentado, sabemos cómo fue en su totalidad por el registro de Piho y Hernández (1972:89). (Foto Acosta, González y Méndez 2007). Imagen 4.- Según Piho y Hernández (1972:88), Corona Olea indica que se trata de un artefacto llamado tzitzicamihuaztli usado para el martirio; aparentemente artefactos simi-lares aparecen asociados a deidades como Opochtli, Yauhqueme, Chalchiuhtlicue, Xilonen y Tzapotla tenan.

Existían en el abrigo rocoso una magnitud mayor de signos rupestres que no han llegado al presente, afortunadamente contamos con los re-gistros elaborados por Piho y Hernández en 1972, los autores hacen uso tanto de la analogía por proporcionalidad directamente de fuentes etnohistóricas, cuando ubican elementos de deidades como Xipe, Quet-zalcóatl y de los Totochtin, Uixtocihuatl, los Tepictóton,Tláloc, Iztac-cíhuatl Coatlicue, Chicomecóatl, e incluso lo que afirman representar diez planetas, hasta el grado de la metaforicidad más extrema cuando interpretan círculos como planetas (cfr. Piho y Hernández 1972:87-88). (Véase imagen 5).

Pese a la analogía que nos permite elaborar la información etnohistórica con que contamos para las sociedades nahuas de la Cuenca de México, no sabemos mucho acerca del funcionamiento de este proceso social en los valles morelenses, porque la información más relevante etnohistóri-camente referida nos remite al aparato hegemónico religioso del centro mexica más que a las prácticas comunitarias agroartesanales periféricas. Así, la conservación y la investigación de estos contextos arqueológicos son cruciales para el entendimiento de procesos sociales cuyas ventanas están siendo clausuradas con la destrucción de la zona arqueológica. Nuestra generación es sin lugar a dudas, por la magnitud y por la cali-dad de actividades que llevamos a cabo para transformar el medio para nuestras “necesidades”, la más culpable porque además, se conjuga con la más informada sobre el valor de las zonas arqueológicas para la expli-cación del desarrollo histórico concreto de nuestras sociedades.

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Órgano de difusión de la comunidad de la Delegación INAH Morelos

Consejo Editorial Eduardo Corona Martínez Norberto González Crespo Luis Miguel Morayta Mendoza Raúl Francisco González Quezada Israel Lazcarro Salgado

Coordinación editorial de este número: Raúl Francisco González Quezada Coordinación de producción: Karina Morales Loza

Diseño y formación: Joanna Morayta Konieczna

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