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4 de septiembre de 2020 14 PATRIMONIO CRIOLLO Refrán y milagro en barro Se afirma que es el único museo de su tipo en el mundo con miles de frases y proverbios. El espirituano Tomás Álvarez de los Ríos nos hará reír en serio, o meditar en broma, hasta la eternidad que la muerte le otorgó Por PASTOR BATISTA VALDÉS P RIMERO fue mi entraña- ble prima Eneida Ortega Batista y luego mis padres y maestros quienes me enseña- ron a leer ojeando páginas de pa- pel. Corría entonces la segunda mitad de la década de 1960. Muy lejos estaba yo de imaginar que alguna vez ojearía, una por una, las paredes de una casa, conver- tida, sin discusión alguna, en li- bro abierto. Se empina hoy contra los molinos del tiempo y sobre todo contra la falta de visión en quie- nes no han alcanzado a ver la eternidad de sus frutos y la pro- fundidad de sus raíces. Aunque de estilo colonial, pa- redes de ladrillos, techo de tejas y puntal más bien alto, la vivien- da no fue construida por arqui- tecto alguno, con fines musea- bles, allá en la entrada de Sancti Spíritus, unos 350 kilómetros al este de la capital cubana. Fue el criollo e inquieto in- genio del escritor y periodis- ta Tomás Álvarez de los Ríos (1918-2008), quien la convirtió en sugerente galería, al adosar pa- cientemente miles de refranes, frases populares, sentencias, dicharachos y nombres de per- sonalidades que visitaron ese apacible lugar. “Pero no quise escribir todo sobre paredes lisas o desnu- das”, me confesó una vez, sen- tados en el fresco corredor que anilla a la casa, entre yugos de bueyes, pilones y morteros para descascarar arroz o café, porro- nes de barro, campanas, palmas reales, otros árboles, zunzunes y palomas atraídas por la ternura de un hombre capaz de alimen- tarlas con la mano o con el don de la mirada. “Empleé gran tiempo –pro- siguió entonces– preparando esas pequeñas placas de barro que ves, cada una con un re- frán o proverbio, de Cuba y de otros países”. Aún me parece verlo acomo- dar ambas manos entre rodillas y muslos, dejar la mirada fija en algún lejanísimo punto de sus recuerdos y explicarme que la idea de reunir y poner a la vis- ta de todos tantos refranes se la dio Don Quijote de la Mancha, en particular aquel pasaje en que el hidalgo caballero le dice a su escudero Sancho Panza: “¿De dónde sacas tantos refra- nes, maldito? Yo para hacer uno sudo como si cavase y tú los tie- nes a granel”. La yagua que está pa’uno… A medida que la gente se ente- raba, sin marketing ni publici- dades, más personas de todo el archipiélago hacían un alto para disfrutar la exquisita colección, como si jamás hubieran escu- chado o visto refranes y fra- ses remolcados por la tradición oral cubana desde tiempos bien pretéritos. Junto a ellos, perdurará aque- lla anécdota asociada a la criolla estirpe de Tomás y a un suceso que los cubanos conmemora- mos cada año: el 26 de julio. Cuentan que, ocurrente, “el viejo” agarró una brocha y escri- bió a lo largo del portal: “Sancti Spíritus en 26, ahora sí se cagó el buey”, en alusión, estas últi- mas seis palabras, a una frase campesina muy arraigada en la región. Algún implacable dedo in- dicó tapar con cal o pintura el rótulo, tal vez por considerarlo no muy elegante o apropiado, decisión que por suerte fue anu- lada por el general de Ejército Raúl Castro Ruz, fiel admirador, como su hermano Fidel, de la cubanía que desde niño llevaba en vena el ocurrente intelectual espirituano. Para muchos es contrapro- ducente que, siendo un lugar tan Tomás le dio techo seguro en su casa a refranes de todos los tiempos y lugares geográficos. LIBORIO NOVAL

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  • 4 de septiembre de 202014

    PATRIMONIO CRIOLLO

    Refrán y milagro en barroSe afi rma que es el único museo de su tipo en el mundo con miles de frases y proverbios. El espirituano Tomás Álvarez de los Ríos nos hará reír en serio, o meditar en broma, hasta la eternidad que la muerte le otorgó Por PASTOR BATISTA VALDÉS

    PRIMERO fue mi entraña-ble prima Eneida Ortega Batista y luego mis padres y maestros quienes me enseña-ron a leer ojeando páginas de pa-pel. Corría entonces la segunda mitad de la década de 1960. Muy lejos estaba yo de imaginar que alguna vez ojearía, una por una, las paredes de una casa, conver-tida, sin discusión alguna, en li-bro abierto.

    Se empina hoy contra los molinos del tiempo y sobre todo contra la falta de visión en quie-nes no han alcanzado a ver la eternidad de sus frutos y la pro-fundidad de sus raíces.

    Aunque de estilo colonial, pa-redes de ladrillos, techo de tejas y puntal más bien alto, la vivien-da no fue construida por arqui-tecto alguno, con fi nes musea-

    bles, allá en la entrada de Sancti Spíritus, unos 350 kilómetros al este de la capital cubana.

    Fue el criollo e inquieto in-genio del escritor y periodis-ta Tomás Álvarez de los Ríos (1918-2008), quien la convirtió en sugerente galería, al adosar pa-cientemente miles de refranes, frases populares, sentencias, dicharachos y nombres de per-sonalidades que visitaron ese apacible lugar.

    “Pero no quise escribir todo sobre paredes lisas o desnu-das”, me confesó una vez, sen-tados en el fresco corredor que anilla a la casa, entre yugos de bueyes, pilones y morteros para descascarar arroz o café, porro-nes de barro, campanas, palmas reales, otros árboles, zunzunes y palomas atraídas por la ternura

    de un hombre capaz de alimen-tarlas con la mano o con el don de la mirada.

    “Empleé gran tiempo –pro-siguió entonces– preparando esas pequeñas placas de barro que ves, cada una con un re-frán o proverbio, de Cuba y de otros países”.

    Aún me parece verlo acomo-dar ambas manos entre rodillas y muslos, dejar la mirada fi ja en algún lejanísimo punto de sus recuerdos y explicarme que la idea de reunir y poner a la vis-ta de todos tantos refranes se la dio Don Quijote de la Mancha, en particular aquel pasaje en que el hidalgo caballero le dice a su escudero Sancho Panza: “¿De dónde sacas tantos refra-nes, maldito? Yo para hacer uno sudo como si cavase y tú los tie-nes a granel”.

    La yagua que está pa’uno…

    A medida que la gente se ente-raba, sin marketing ni publici-dades, más personas de todo el archipiélago hacían un alto para disfrutar la exquisita colección, como si jamás hubieran escu-chado o visto refranes y fra-ses remolcados por la tradición oral cubana desde tiempos bien pretéritos.

    Junto a ellos, perdurará aque-lla anécdota asociada a la criolla estirpe de Tomás y a un suceso que los cubanos conmemora-mos cada año: el 26 de julio.

    Cuentan que, ocurrente, “el viejo” agarró una brocha y escri-bió a lo largo del portal: “Sancti Spíritus en 26, ahora sí se cagó el buey”, en alusión, estas últi-mas seis palabras, a una frase campesina muy arraigada en la región.

    Algún implacable dedo in-dicó tapar con cal o pintura el rótulo, tal vez por considerarlo no muy elegante o apropiado, decisión que por suerte fue anu-lada por el general de Ejército Raúl Castro Ruz, fi el admirador, como su hermano Fidel, de la cubanía que desde niño llevaba en vena el ocurrente intelectual espirituano.

    Para muchos es contrapro-ducente que, siendo un lugar tan

    Tomás le dio techo seguro en su casa a refranes de todos los tiemposy lugares geográfi cos.

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    original y exclusivo, apto para atraer a miles de personas del territorio nacional y de otras la-titudes, haya permanecido más en la quietud hogareña que en la inquietud de merecidos acordes patrimoniales.

    Pero como “la yagua que está pa’uno no hay vaca que se la coma”, no solo muchos viajeros se detienen en la Casa de los refranes, nombre con el que ha quedado para siempre, sino que, además, fue fi nalmente posible la restauración por la que clamó, callada, durante calendarios.

    Como los fondos al fi n aporta-dos por el territorio no cubrirían la gravedad y envergadura del asunto, Maylet Marín Álvarez, sobrina de Tomás e inquilina del inmueble, se convirtió en una verdadera maga para, con el ahorro de años y la pasión profesional de los arquitectos Osvaldo Pérez Ríos, Gerardo Pérez Hernández y el ingeniero Ramón Collera Pérez, restaurar lo posible.

    Por conversaciones de To-más con Fidel, se sabe que el Comandante quería llegar has-ta allí en algún momento y de-leitarse frente a esas paredes cubiertas de refranes. Que no lo haya podido hacer no invalida la sensación de su presencia que transpira el lugar, antes y des-pués de la partida de Álvarez de los Ríos.

    Es curioso cómo, sin constar de manera ofi cial como un mu-seo, tantas personas se acercan a la puerta del jardín, llaman y expresan su deseo de “ver un momento los refranes de Tomás”.

    Entonces, como si escuchara a su tío susurrándole “haz bien y no mires a quién” o “un día en-seña al otro”, Maylet echa a un lado los quehaceres del instante para atender al visitante, como toda una jefa de sala o museó-loga, sin que por remuneración medie más que la gratitud, el es-trechón de manos, el abrazo pre y pos COVID…

    No menos satisfacción sien-te cuando llegan hasta el patio niños de un proyecto asociado a canciones compuestas por Tomás y a la defensa que él siempre hizo, contra todas las banderas, a favor de la natu-raleza, de las plantas, de los animales, del medioambiente y de la vida en general.

    No por casualidad, de su puño y cerebro emergieron títulos li-terarios como Las Farfanes, Candelaria, Los triángulos del amor, Tronco, ramas y raíces y Esos carreteros.

    Tampoco fue ni será ca-sual que en agosto de 2015 una lectora llamada Neisy Ramos González, lamentara en la edición digital del perió-dico Escambray la ausencia de una buena restauración de la casona, que no la hayan convertido en museo y que se desconozca lo que Tomás hizo con el dinero de su libro Las Farfanes: donarlo para construir una escuelita en el barrio Cantarrana, de su na-tal Guayos y para comprar los instrumentos e indumentaria que requeriría la Banda de Música allí.

    Y mucho menos fortuito es que, tendido a la vista y do-lor de todos, dos hermosas ofrendas fl orales escoltaran su cadáver, a ambos lados del ataúd: una a nombre de Fidel, la otra de Raúl.

    Complemento de lo también

    genuinamente criollo o campesino.

    Paredes que hablan, atraen, hacen reír y dejan enseñanzas.

    PA

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