palabreando 02

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Puede parecer un anacronis- mo, pero aún quedan algunos cuentacuentos o cuenteros. Se trata de personas un tanto sin- gulares en los actuales empos que, a cambio de alguna cla- se de retribución, dedican de forma regular o esporádica un empo a la narración de cuen- tos. Esta prácca es tan angua como la misma civilización. En pleno siglo XXI sobreviven al- gunos a las prisas y a un ritmo de vida marcado por el prag- masmo, la deshumanización, la tecnología de la imagen y la falta de imaginación. Nuestro mundo necesita de los cuen- tos porque nos abren un cami- no para crear nuestras propias imágenes internas. Rodeados de un aura de romancismo, los cuentacuentos acuden con sus historias allá donde los con- traten. Formación, habilidad, mímica, voz, lenguaje corpo- ral, puesta en escena, ilusión y trabajo son los ingredientes básicos de una profesión carac- terizada por una vocación in- cansable y altruista. Muchos se aficionan por estas narraciones a parr de la experiencia del conocimiento de estos curiosos personajes. El cuentacuentos es una persona que ama las historias. Muchos son grandes lectores, algunos son buenos escritores y, en general, todos son buenos “escuchantes”. Voy a hacer referencia a varios de estos personajes, de proceden- cia muy diversa, que enen la virtud de saber entretener y encandilar tanto a pequeños como a mayores: Uno de los cuentacuentos más famosos del mundo es Abu Sha- di Hakawa. Nació en Damasco. En 1970, la tradición de los cuen- tacuentos se había perdido totalmente en la capital de Siria. Anima- do por el propietario del café Nawfara, en 1990 retomó esta tradición y empieza, en dicho café, a contar cuentos, devolviendo a este arte todo su valor. Mientras los parroquianos sirios, árabes y turistas ex- tranjeros saborean las tazas de té, fuman con indolencia el narguile o pipa de agua, Abu Shadi -sentado en una silla con incrustaciones de nácar y un trípode de latón sobre un estrado, vesdo con unos an- chos pantalones negros ceñidos con una faja gris y tocado con el fez rojo o tarbusch del empo de los otomanos- lee lentamente un libro de sobadas tapas cuentos de las “mil y una noches”, de las cruzadas de 700 años atrás y también, a su manera tan parcular, es capaz de interpretar cuentos del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Otra cuentacuentos singular es la princesa Rania de Jordania. Un día decidió visitar a unos niños que vivían en una zona desfavorecida de Ammán. Se presentó en el colegio muy guapa. Los niños y niñas no se lo podían creer. Como no podían dar crédito a lo que estaban viendo empezaron a tocarla, a acariciarle el pelo e incluso a besar- la. Ella, lejos de enfadarse, se puso muy contenta ante las muestras de cariño. Tanto, que decidió contarles un cuento como muestra de agradecimiento. Y así fue cómo la princesa pasó un día inolvidable en el colegio junto a los alumnos y sus profesores que seguro recor- darán el resto de sus días. Parece ser que esta grata experiencia la ha animado a reper esta acvidad con cierta frecuencia. Seguramente que, nadie como ella, sabrá narrar cuentos de príncipes y princesas..

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Palabreando 02

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PalabreandoPuede parecer un anacronis-mo, pero aún quedan algunos cuentacuentos o cuenteros. Se trata de personas un tanto sin-gulares en los actuales tiempos que, a cambio de alguna cla-se de retribución, dedican de forma regular o esporádica un tiempo a la narración de cuen-tos. Esta práctica es tan antigua como la misma civilización. En pleno siglo XXI sobreviven al-gunos a las prisas y a un ritmo de vida marcado por el prag-matismo, la deshumanización, la tecnología de la imagen y la falta de imaginación. Nuestro mundo necesita de los cuen-tos porque nos abren un cami-no para crear nuestras propias imágenes internas. Rodeados de un aura de romanticismo, los cuentacuentos acuden con sus historias allá donde los con-traten. Formación, habilidad, mímica, voz, lenguaje corpo-ral, puesta en escena, ilusión y trabajo son los ingredientes básicos de una profesión carac-terizada por una vocación in-cansable y altruista. Muchos se aficionan por estas narraciones a partir de la experiencia del conocimiento de estos curiosos personajes. El cuentacuentos es una persona que ama las historias. Muchos son grandes lectores, algunos son buenos escritores y, en general, todos son buenos “escuchantes”. Voy a hacer referencia a varios de estos personajes, de proceden-cia muy diversa, que tienen la virtud de saber entretener y encandilar tanto a pequeños como a mayores:

Uno de los cuentacuentos más famosos del mundo es Abu Sha-di Hakawati. Nació en Damasco. En 1970, la tradición de los cuen-tacuentos se había perdido totalmente en la capital de Siria. Anima-do por el propietario del café Nawfara, en 1990 retomó esta tradición y empieza, en dicho café, a contar cuentos, devolviendo a este arte todo su valor. Mientras los parroquianos sirios, árabes y turistas ex-tranjeros saborean las tazas de té, fuman con indolencia el narguile o pipa de agua, Abu Shadi -sentado en una silla con incrustaciones de nácar y un trípode de latón sobre un estrado, vestido con unos an-chos pantalones negros ceñidos con una faja gris y tocado con el fez rojo o tarbusch del tiempo de los otomanos- lee lentamente un libro de sobadas tapas cuentos de las “mil y una noches”, de las cruzadas de 700 años atrás y también, a su manera tan particular, es capaz de interpretar cuentos del escritor colombiano Gabriel García Márquez.

Abu Shadi Hakawati

Otra cuentacuentos singular es la princesa Rania de Jordania. Un día decidió visitar a unos niños que vivían en una zona desfavorecida de Ammán. Se presentó en el colegio muy guapa. Los niños y niñas no se lo podían creer. Como no podían dar crédito a lo que estaban viendo empezaron a tocarla, a acariciarle el pelo e incluso a besar-la. Ella, lejos de enfadarse, se puso muy contenta ante las muestras de cariño. Tanto, que decidió contarles un cuento como muestra de agradecimiento. Y así fue cómo la princesa pasó un día inolvidable en el colegio junto a los alumnos y sus profesores que seguro recor-darán el resto de sus días. Parece ser que esta grata experiencia la ha animado a repetir esta actividad con cierta frecuencia. Seguramente que, nadie como ella, sabrá narrar cuentos de príncipes y princesas..

Rania de Jordania