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Palabra obra 14 15 EL MUNDO 29 de septiembre al 5 de octubre de 2019 “Me entra- ron ganas de reír, pero estallé en lágri- mas”. Opi- niones de un payaso. E l payaso, más unido a las tristezas que a la risa, tal vez por una sinrazón o un colapso social, pasó de ser una figura conectada con la alegría a un símbolo de desgano frente a los avatares de la existencia. ¿Es un actor? ¿Se representa a sí mismo? Puede ser ambas cosas, pero es una manera del disfraz para construir la posibilidad de un cuestionamiento, mani- festar la desazón acerca de un malestar en la sociedad o en el individuo. El payaso puede ser un esplín. Hay en su cara pintada, en su nariz colorina, en su vestuario, la unión estrambóti- ca entre el bufón, el juglar, el bululú, el volan- tinero, el comediante… Un payaso puede ser la ocasión para decir, como en un bolero ranche- ro, que se lleva el alma rota. ¡Ah!, o como en un tango: “Lloras, payaso buen amigo. / No llores que hay testigos / que ignoran tu pesar…”. Y en el ámbito de la literatura, donde ha habido variedad de estos personajes (como el de Cepeda Samudio, por ejemplo), crear un payaso puede ser ocasión propicia para darle la oportunidad de convertirlo en un crítico. ¿De qué? Quizá de los recovecos existenciales, pero, ante todo, de una política discrimina- dora, de las religiones, de la mendacidad del poder, de la naturaleza humana, ¿por qué no? Y en este punto vale introducir a Hans Schnier, el payaso de 27 años, imaginado por el nove- lista, periodista y Nobel de Literatura Heinrich Carátula de traducción al español de Opiniones de un payaso, publicado en 1963. Böll fue otorgado el Premio Nobel de Literatura en 1972. Reinaldo Spitaletta Escritor Especial para EL MUNDO Un payaso de la posguerra (Heinrich Böll y una de sus novelas más logradas y cuestionadoras) /// A post war clown (Heinrich Böll and one of his most accomplished and inquisitive novels) Böll, escritor que de cierta manera se convirtió en la “mala conciencia” de un período histórico de su patria, la derrotada Alemania de la Se- gunda Guerra, a partir de la hora cero del de- sastre, pasando por el período de Posguerra (y, además, dentro del fogoso marco de la Guerra Fría) y del llamado Milagro alemán, cuya figura más visible y clave fue Konrad Adenauer. Opiniones de un payaso (publicada en 1963) da cuenta de un período de la República Fe- deral de Alemania, la del capitalismo, contra- puesta al mundo germano-oriental, bajo la órbita soviética, en la que, en esencia, el per- sonaje central, procedente de familia de clase muy acomodada, ha sido abandonado por su mujer, o, visto de otra forma, por su concubina católica (él es un ateo, además de una especie de anarquista) Marie, que se ha marchado con otro tipo de su mismo credo (Züpfner) y con el cual se ha casado. En esta situación puede haber ya el tejido de una tragedia. El asunto, de todos modos, va más allá y el protagonista se erige como un cuestionador de un conglo- merado de hipocresía, de falsas morales y de apariencias. Se trata de una atmósfera de im- posturas sociales, de maquillajes (distintos a los del payaso) y otros afeites que conllevan la simulación y la farsa. La reconstrucción económica y política de la República Federal, en un momento dirigida por FECHA ACTIVIDAD 29-sep-2019 Publicación aviso de convocatoria. Del 29 sep al 22-oct-2019 Entrega documentos en días hábiles. Del 22 al 29 de oct-2019 Evaluación de documentos presentados. 29-oct-2019 Publicación página web – informe evaluación. 29 oct al 1 nov-2019 Presentación reclamaciones al informe evaluación. 1 al 7 nov-2019 Revisión de reclamaciones. 7-nov-2019 Informe revisión reclamaciones. 18-nov-2019 Celebración de la Asamblea. la democracia cristiana, aparte de haberse tra- tado de un negocio estadounidense como fue el Plan Marshall, subyace como una discreta esce- nografía de fondo en la novela. Y es cuando al catolicismo alemán le corresponde una especie de liderazgo (como pasó en el Segundo Reich con el protestantismo) en aquella palestra en la que la “economía social de mercado” se presen- ta como la salvadora (una metáfora de la resu- rrección). Y todo el aparataje tiene, entre otros objetivos, marginar a cualquier oposición parla- mentaria en la Alemania occidental. La novela está enmarcada en los días en que (a propósito, o tal vez para ocultar una culpa o no hacerle frente a toda la ignominia que el régi- men hitleriano, el Tercer Reich, desarrolló hasta su caída estrepitosa) se incorporan mecanismos para el olvido o la desmemoria. Como si se in- tentara borrar el pasado reciente. En un proceso de “desnazización”, en el que en rigor hubo una remilitarización de Alemania, los políticos “trai- cionan el lenguaje”. O lo acomodan. Y para ello se sirven de la Iglesia, de la doctrina social cató- lica, del desprecio a figuras que puedan adulte- rar un falso idilio del Estado con los ciudadanos. Así que Opiniones de un payaso va siendo, o es, una novela en la que se postula al escritor como una especie de historiador, pero que va más allá del acontecer, hasta penetrar en la con- ciencia colectiva, en los comportamientos, en unos eventos de inhumanidad que se oponen por ejemplo a los llamados de la libertad y la in- dependencia. En Schnier hay un existencialista, un analizador del espíritu de su época. Y, al mis- mo tiempo, la representación del fracaso, de esa coyuntura que surge al no incorporarse al siste- ma, al rechazar los espejismos de la sociedad. Aparte de los cuestionamientos a lo político oficial, o, en otras palabras, a los discursos del poder, a las mamparas que este usa, la novela penetra en las composiciones familiares, en las “verdades” reveladas de la religión para discu- tirlas y criticarlas. Ausculta la moral impuesta por los mandamientos, las mitras y las homi- lías. Y explora por ejemplo la “concupiscencia carnal”, otra especie de leitmotiv de la obra de Böll, con la que se jugará con buenas dosis de humor negro a través de sus páginas. En aquella Alemania que resurgió de sus ce- nizas (que en parte ella misma provocó) hay el restablecimiento del clasismo, como también de la separación social de los obreros y otras capas del pueblo, en la que la clase dominante marca el compás con el que los demás deben danzar (y obedecer). Los que no gozan de privilegios ten- drán que pasar las mismas (o peores) carencias y humillaciones que vive alguien que eligió el arte como modo de vida, que es el caso del payaso. Sin embargo, este apela al humor, a la crítica so- cial, a los reclamos frente a una sociedad elitiza- da. Es un diseccionador de la cultura burguesa. Hans, cuya hermana murió en la guerra, que pertenece a una familia que explota el lignito, rechaza sus raíces y pone en cuestión a sus an- cestros. Así como puede discurrir en torno a moverle el piso a la teología católica, a sus ritos y comportamientos, puede ofrecer repulsa a la represión y a los métodos coercitivos oficiales contra las libertades y conquistas de derechos individuales. Y así como siente una aversión por los moralismos, puede, como terapia, can- tar himnos católicos y letanías, solo porque le gusta “la muchacha judía” a la que están de- dicadas (Virgo veneranda, Virgo prædicánda). El payaso, que conoce a San Agustín, a Kier- kegaard (“una lectura útil para un payaso en ciernes”), que gusta de Chopin y tiene idea sobre Bertolt Brecht, sabe hablar con los ojos y goza (o padece) de un ‘don místico’ que es sen- tir los olores a través del teléfono. Hay todavía en él algo del expresionismo alemán, pero, qui- zá, también los modos de llorar por un ojo y reír por el otro, como lo representa alguna pintura de Picasso. En medio de la renuncia a la vida muelle que pueden dar las riquezas (viene de un mundo en el que no falta nada en cuanto a lo metálico) al escoger un oficio mal visto por su familia y por la sociedad del pragmatismo, Sch- nier, que sufre de jaquecas y melancolía, apela al coñac. No como un escape, sino como un re- curso analgésico de mitigar el sufrimiento. En esta novela de una convincente y compleja estructura literaria, en la que la memoria va y vie- ne, y en la que no faltan ni el dolor ni el suspenso, tampoco la risa, se puede encontrar el lector con Thomas Wolfe o con un joven borracho disfrazado de Fidel Castro en el carnaval. Se puede escudri- ñar, digamos, la relación del payaso con el padre y con la madre (una señora muy tacaña), con su hermano Leo, con esa fuerza en apariencia inelu- dible que representa Marie y con el drama de irse quedando sin un céntimo. Opiniones de un payaso, un canto a la belle- za, un diseño maestro para referirse al hombre en medio de circunstancias adversas, se yergue con toda su estatura artística como un hito de lo literario al servicio de las preguntas en torno a qué es el hombre en una sociedad de la apa- riencia y la segregación. Y también para dis- cernir, si fuese el caso, las diferencias entre el arlequín (el de la Comedia del Arte), el Pierrot, el clown y el payaso que, con dolor de rodilla incluido, sabe que con su oficio puede reírse de los otros y de él mismo. En la novela aparece una mixtura de trenes, periódicos vespertinos, el “patológico reflejo de los televisores”, el complejo de los Nibelun- gos y las manchas que deja un aborto. Hay una desfloración poética, por lo sutil, por lo insi- nuada apenas con el lavado de unas sábanas, y la angustia de un payaso que de pronto descu- bre cómo evitar el suicidio. Y Schnier, mientras hace gimnasia facial frente a un espejo, se da cuenta que tiene “el rostro de un suicida”, o, desde otro ángulo, el “rostro de un muerto”. Se dice a sí mismo que no es un payaso, sino un “muerto que hacía de muerto”. Y más que opiniones, hay confesiones, reflexiones de un payaso que siempre está reafirmando su condición, su escogencia de camino, su oficio, en el que va asistien- do a su devaluación irreversible. A Schnier le gustan la música y el cine, los cigarrillos y la monogamia (hay en esta condición una suerte de sátira). De los músicos, aparte de Chopin, vibra con Schubert (con ambos llo- ra cuando los escucha). Y recuerda, como su profesor de música, que Mozart es “celes- tial”, Beethoven “sublime”, Gluck “único” y Bach “grandioso”. “Bach me hace siempre el efecto de un tratado de teología en treinta tomos, que me deja abrumado”. La crítica —sutil y abierta, explícita e implí- cita— a la guerra, el nazismo, el postnazismo, la religión, el matrimonio, es un pilar de la novela, en la que aparece un personaje desencantado con la sociedad y la familia. El payaso, con su carga de dificultades, es un ser que lucha contra la masificación, la doblez, la pérdida de identi- dad y las limitaciones del sujeto. Es corajudo al dimitir a una condición de aburguesamiento, de no dejarse encasillar en un mundo de conven- ciones. Hans Schnier es un escéptico. Al retornar a Bonn, su ciudad, ya sin Ma- rie que lo acompañó en sus giras, el payaso es otro. Un desesperanzado. Alguien que, en medio del ascetismo, aprendió sobre las pérdidas y los despojos. Y, como en una letra de Horacio Ferrer, Schnier tiene la “ternura de un bello fracaso”. Es alguien que, pese a las caídas, a los bolsillos rotos, a la falta de denarios, sigue cantando, porque ha apren- dido el difícil oficio de vivir. Qué emociones y/o reacciones te causa el ver a un payaso ¿ ?

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Palabra obra 14 15EL MUNDO 29 de septiembre al 5 de octubre de 2019

“Me entra-ron ganas de reír, pero estallé en lágri-mas”. Opi-niones de un payaso.

El payaso, más unido a las tristezas que a la risa, tal vez por una sinrazón o un colapso social, pasó de ser una figura conectada

con la alegría a un símbolo de desgano frente a los avatares de la existencia. ¿Es un actor? ¿Se representa a sí mismo? Puede ser ambas cosas, pero es una manera del disfraz para construir la posibilidad de un cuestionamiento, mani-festar la desazón acerca de un malestar en la sociedad o en el individuo. El payaso puede ser un esplín. Hay en su cara pintada, en su nariz colorina, en su vestuario, la unión estrambóti-ca entre el bufón, el juglar, el bululú, el volan-tinero, el comediante… Un payaso puede ser la ocasión para decir, como en un bolero ranche-ro, que se lleva el alma rota. ¡Ah!, o como en un tango: “Lloras, payaso buen amigo. / No llores que hay testigos / que ignoran tu pesar…”.

Y en el ámbito de la literatura, donde ha habido variedad de estos personajes (como el de Cepeda Samudio, por ejemplo), crear un payaso puede ser ocasión propicia para darle la oportunidad de convertirlo en un crítico. ¿De qué? Quizá de los recovecos existenciales, pero, ante todo, de una política discrimina-dora, de las religiones, de la mendacidad del poder, de la naturaleza humana, ¿por qué no? Y en este punto vale introducir a Hans Schnier, el payaso de 27 años, imaginado por el nove-lista, periodista y Nobel de Literatura Heinrich

Carátula de traducción al español de Opiniones de un payaso, publicado en 1963.

Böll fue otorgado el Premio Nobel de Literatura en 1972.

Reinaldo Spitaletta

EscritorEspecial para EL MUNDO

Un payaso de la posguerra(Heinrich Böll y una de sus novelas

más logradas y cuestionadoras)/// A post war clown (Heinrich Böll and one of his most accomplished and inquisitive novels)

Böll, escritor que de cierta manera se convirtió en la “mala conciencia” de un período histórico de su patria, la derrotada Alemania de la Se-gunda Guerra, a partir de la hora cero del de-sastre, pasando por el período de Posguerra (y, además, dentro del fogoso marco de la Guerra Fría) y del llamado Milagro alemán, cuya figura más visible y clave fue Konrad Adenauer.

Opiniones de un payaso (publicada en 1963) da cuenta de un período de la República Fe-deral de Alemania, la del capitalismo, contra-puesta al mundo germano-oriental, bajo la órbita soviética, en la que, en esencia, el per-sonaje central, procedente de familia de clase muy acomodada, ha sido abandonado por su mujer, o, visto de otra forma, por su concubina católica (él es un ateo, además de una especie de anarquista) Marie, que se ha marchado con otro tipo de su mismo credo (Züpfner) y con el cual se ha casado. En esta situación puede haber ya el tejido de una tragedia. El asunto, de todos modos, va más allá y el protagonista se erige como un cuestionador de un conglo-merado de hipocresía, de falsas morales y de apariencias. Se trata de una atmósfera de im-posturas sociales, de maquillajes (distintos a los del payaso) y otros afeites que conllevan la simulación y la farsa.

La reconstrucción económica y política de la República Federal, en un momento dirigida por

FECHA ACTIVIDAD29-sep-2019 Publicación aviso de convocatoria.Del 29 sep al 22-oct-2019 Entrega documentos en días hábiles.Del 22 al 29 de oct-2019 Evaluación de documentos presentados.29-oct-2019 Publicación página web – informe evaluación.29 oct al 1 nov-2019 Presentación reclamaciones al informe evaluación.1 al 7 nov-2019 Revisión de reclamaciones.7-nov-2019 Informe revisión reclamaciones.18-nov-2019 Celebración de la Asamblea.

la democracia cristiana, aparte de haberse tra-tado de un negocio estadounidense como fue el Plan Marshall, subyace como una discreta esce-nografía de fondo en la novela. Y es cuando al catolicismo alemán le corresponde una especie de liderazgo (como pasó en el Segundo Reich con el protestantismo) en aquella palestra en la que la “economía social de mercado” se presen-ta como la salvadora (una metáfora de la resu-rrección). Y todo el aparataje tiene, entre otros objetivos, marginar a cualquier oposición parla-mentaria en la Alemania occidental.

La novela está enmarcada en los días en que (a propósito, o tal vez para ocultar una culpa o no hacerle frente a toda la ignominia que el régi-men hitleriano, el Tercer Reich, desarrolló hasta su caída estrepitosa) se incorporan mecanismos para el olvido o la desmemoria. Como si se in-tentara borrar el pasado reciente. En un proceso de “desnazización”, en el que en rigor hubo una remilitarización de Alemania, los políticos “trai-cionan el lenguaje”. O lo acomodan. Y para ello se sirven de la Iglesia, de la doctrina social cató-lica, del desprecio a figuras que puedan adulte-rar un falso idilio del Estado con los ciudadanos.

Así que Opiniones de un payaso va siendo, o es, una novela en la que se postula al escritor como una especie de historiador, pero que va más allá del acontecer, hasta penetrar en la con-ciencia colectiva, en los comportamientos, en

unos eventos de inhumanidad que se oponen por ejemplo a los llamados de la libertad y la in-dependencia. En Schnier hay un existencialista, un analizador del espíritu de su época. Y, al mis-mo tiempo, la representación del fracaso, de esa coyuntura que surge al no incorporarse al siste-ma, al rechazar los espejismos de la sociedad.

Aparte de los cuestionamientos a lo político oficial, o, en otras palabras, a los discursos del poder, a las mamparas que este usa, la novela penetra en las composiciones familiares, en las “verdades” reveladas de la religión para discu-tirlas y criticarlas. Ausculta la moral impuesta por los mandamientos, las mitras y las homi-lías. Y explora por ejemplo la “concupiscencia carnal”, otra especie de leitmotiv de la obra de Böll, con la que se jugará con buenas dosis de humor negro a través de sus páginas.

En aquella Alemania que resurgió de sus ce-nizas (que en parte ella misma provocó) hay el restablecimiento del clasismo, como también de la separación social de los obreros y otras capas del pueblo, en la que la clase dominante marca el compás con el que los demás deben danzar (y obedecer). Los que no gozan de privilegios ten-drán que pasar las mismas (o peores) carencias y humillaciones que vive alguien que eligió el arte como modo de vida, que es el caso del payaso. Sin embargo, este apela al humor, a la crítica so-cial, a los reclamos frente a una sociedad elitiza-da. Es un diseccionador de la cultura burguesa.

Hans, cuya hermana murió en la guerra, que pertenece a una familia que explota el lignito, rechaza sus raíces y pone en cuestión a sus an-cestros. Así como puede discurrir en torno a moverle el piso a la teología católica, a sus ritos y comportamientos, puede ofrecer repulsa a la represión y a los métodos coercitivos oficiales contra las libertades y conquistas de derechos individuales. Y así como siente una aversión por los moralismos, puede, como terapia, can-tar himnos católicos y letanías, solo porque le gusta “la muchacha judía” a la que están de-dicadas (Virgo veneranda, Virgo prædicánda).

El payaso, que conoce a San Agustín, a Kier-kegaard (“una lectura útil para un payaso en ciernes”), que gusta de Chopin y tiene idea sobre Bertolt Brecht, sabe hablar con los ojos y goza (o padece) de un ‘don místico’ que es sen-tir los olores a través del teléfono. Hay todavía en él algo del expresionismo alemán, pero, qui-zá, también los modos de llorar por un ojo y reír por el otro, como lo representa alguna pintura de Picasso. En medio de la renuncia a la vida muelle que pueden dar las riquezas (viene de un mundo en el que no falta nada en cuanto a lo metálico) al escoger un oficio mal visto por su familia y por la sociedad del pragmatismo, Sch-nier, que sufre de jaquecas y melancolía, apela al coñac. No como un escape, sino como un re-curso analgésico de mitigar el sufrimiento.

En esta novela de una convincente y compleja estructura literaria, en la que la memoria va y vie-ne, y en la que no faltan ni el dolor ni el suspenso, tampoco la risa, se puede encontrar el lector con Thomas Wolfe o con un joven borracho disfrazado de Fidel Castro en el carnaval. Se puede escudri-ñar, digamos, la relación del payaso con el padre y con la madre (una señora muy tacaña), con su hermano Leo, con esa fuerza en apariencia inelu-dible que representa Marie y con el drama de irse quedando sin un céntimo.

Opiniones de un payaso, un canto a la belle-za, un diseño maestro para referirse al hombre en medio de circunstancias adversas, se yergue con toda su estatura artística como un hito de lo literario al servicio de las preguntas en torno a qué es el hombre en una sociedad de la apa-riencia y la segregación. Y también para dis-cernir, si fuese el caso, las diferencias entre el arlequín (el de la Comedia del Arte), el Pierrot, el clown y el payaso que, con dolor de rodilla

incluido, sabe que con su oficio puede reírse de los otros y de él mismo.

En la novela aparece una mixtura de trenes, periódicos vespertinos, el “patológico reflejo de los televisores”, el complejo de los Nibelun-gos y las manchas que deja un aborto. Hay una desfloración poética, por lo sutil, por lo insi-nuada apenas con el lavado de unas sábanas, y la angustia de un payaso que de pronto descu-bre cómo evitar el suicidio. Y Schnier, mientras hace gimnasia facial frente a un espejo, se da cuenta que tiene “el rostro de un suicida”, o, desde otro ángulo, el “rostro de un muerto”. Se dice a sí mismo que no es un payaso, sino un “muerto que hacía de muerto”.

Y más que opiniones, hay confesiones, ref lexiones de un payaso que siempre está reafirmando su condición, su escogencia de camino, su oficio, en el que va asistien-do a su devaluación irreversible. A Schnier le gustan la música y el cine, los cigarrillos y la monogamia (hay en esta condición una suerte de sátira). De los músicos, aparte de Chopin, vibra con Schubert (con ambos llo-ra cuando los escucha). Y recuerda, como su profesor de música, que Mozart es “celes-tial”, Beethoven “sublime”, Gluck “único” y Bach “grandioso”. “Bach me hace siempre el efecto de un tratado de teología en treinta tomos, que me deja abrumado”.

La crítica —sutil y abierta, explícita e implí-cita— a la guerra, el nazismo, el postnazismo, la religión, el matrimonio, es un pilar de la novela, en la que aparece un personaje desencantado con la sociedad y la familia. El payaso, con su carga de dificultades, es un ser que lucha contra la masificación, la doblez, la pérdida de identi-dad y las limitaciones del sujeto. Es corajudo al dimitir a una condición de aburguesamiento, de no dejarse encasillar en un mundo de conven-ciones. Hans Schnier es un escéptico.

Al retornar a Bonn, su ciudad, ya sin Ma-rie que lo acompañó en sus giras, el payaso es otro. Un desesperanzado. Alguien que, en medio del ascetismo, aprendió sobre las pérdidas y los despojos. Y, como en una letra de Horacio Ferrer, Schnier tiene la “ternura de un bello fracaso”. Es alguien que, pese a las caídas, a los bolsillos rotos, a la falta de denarios, sigue cantando, porque ha apren-dido el difícil oficio de vivir.

Qué emociones y/o reacciones te causa el ver a un payaso

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