osvaldo guariglia universalismo y particularismo en la ética contemporánea

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Universalismo y particularismo en la ética contemporánea OSVALDO GUARIGLIA (Universidad de Buenos Aires) 1. La publicación en 1785 de la Fundamentación de la metaffsica de las costumbres, seguida de cerca por la Crítica de la razón práctica en 1788, pro- dujo en el ámbito de la filosofía práctica un cambio revolucionario no menor al que la publicación de la Crítica de la razón pura había producido cuatro años antes en la teórica. Con ambas obras, Kant se enfrentaba a las corrientes que tradicionalmente dominaban la disciplina y desde allí ejercían su influjo en la moral popular, en varias cuestiones centrales a un mismo tiempo. En primer lugar, su pretensión de quitar todo fundamento a una moral basada en el principio de la felicidad chocaba con una tradición que se había manteni- do ininterrumpidamente desde la AntigUedad hasta la Ilustración, con inde- pendencia del ropaje religioso con el que se había vestido en el escolasticis- mo. Luego, su decidido vuelco hacia el deber como fenómeno moral central, por oposición a toda ética basada en el bien o los bienes, venía a oponerse drásticamente a las distintas formas que la moral de la virtud había asumido tanto en los códigos sociales de conducta como en las elaboraciones filosófi- cas de ella. Ahora bien, la propuesta normativa kantiana iba unida a una ori- ginal metafísica práctica, cuya culminación fue una teología moral que el pensador de Kénigsberg presentó, sin reparos, como el resultado de una pri- macía de la razón práctica sobre la teórica Karl-Heinz Ilting (1972, 113.- 130) ha propuesto separar drásticamente los fundamentos normativos de una cierta conducta ética, expresada especialmente en la formulación del im- perativo categórico, por un lado, de las condiciones de posibilidad de la mo- ral en general dentro de la naturaleza humana, por el otro. Mientras que la Revista de Filosofi4 3Y época, vol, VII (1994), núm. 11, págs. 177-198. Editorial Complutense, Madrid.

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Osvaldo Guariglia Universalismo y particularismo en la ética contemporánea

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  • Universalismoyparticularismoen la tica contempornea

    OSVALDO GUARIGLIA(Universidad de Buenos Aires)

    1. La publicacin en 1785 de la Fundamentacin de la metaffsica de lascostumbres, seguida de cerca por la Crtica de la razn prctica en 1788, pro-dujo en el mbito de la filosofa prctica un cambio revolucionario no menoral que la publicacin de la Crtica de la razn pura haba producido cuatroaos antes en la terica. Con ambas obras, Kant se enfrentaba a las corrientesque tradicionalmente dominaban la disciplina y desde all ejercan su influjoen la moral popular, en varias cuestiones centrales a un mismo tiempo. Enprimer lugar, su pretensin de quitar todo fundamento a una moral basada enel principio de la felicidad chocaba con una tradicin que se haba manteni-do ininterrumpidamente desde la AntigUedad hasta la Ilustracin, con inde-pendencia del ropaje religioso con el que se haba vestido en el escolasticis-mo. Luego, su decidido vuelco hacia el deber como fenmeno moral central,por oposicin a toda tica basada en el bien o los bienes, vena a oponersedrsticamente a las distintas formas que la moral de la virtud haba asumidotanto en los cdigos sociales de conducta como en las elaboraciones filosfi-cas de ella. Ahora bien, la propuesta normativa kantiana iba unida a una ori-ginal metafsica prctica, cuya culminacin fue una teologa moral que elpensador de Knigsberg present, sin reparos, como el resultado de una pri-maca de la razn prctica sobre la terica Karl-Heinz Ilting (1972, 113.-130) ha propuesto separar drsticamente los fundamentos normativos deuna cierta conducta tica, expresada especialmente en la formulacin del im-perativo categrico, por un lado, de las condiciones de posibilidad de la mo-ral en general dentro de la naturaleza humana, por el otro. Mientras que la

    Revista de Filosofi4 3Y poca, vol, VII (1994), nm. 11, pgs. 177-198. Editorial Complutense, Madrid.

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    primera cuestin se mueve enteramente dentro de los lmites de la ticacomo disciplina normativa, stos son claramente abandonados, si indagamoslas condiciones de posibilidad de la moralidad humana. Kant no distinguisuficientemente entre ambas cuestiones, razn por la cual en la recepcin desu filosofa moral el debate se desliz frecuentemente de una a otra. En con-secuencia, vamos a restringir el concepto de universalismo kantiano a unadeterminada fundamentacin de las normas morales, cuyos rasgos caracters-ticos son: concentracin al fenmeno de la obligacin moralcomo fenmenobsico; procedimiento de universalizacin de la mxima de la accin comocriterio por antonomasia de lo moral y, en consecuencia, irrelevancia del con-tenido material de las acciones (valores histricos, tradicin, costumbres,etc.) para la determinacin del carcter moral o inmoral de las mismas loque se entiende principalmente por formalismo (fiife, 1977, 354-384;Guariglia, 1986a, c. 5) y, por ltimo, primaca absoluta del concepto de per-sona autnoma como un concepto normativo central.

    La obra que volvi a colocar al universalismo en el centro de la discusinfilosfica contempornea y que provoc una verdadera reactualizacin delkantismo como una de las corrientes centrales en el pensamiento no sola-mente moral, sino jurdico, antropolgico y filosfico-poltico contempor-neo, fue el libro de Hermann Cohen Etica de la pura voluntad, cuya primeraedicin apareci en 1904 y fue seguida de una segunda edicin corregida en1907 (Cohen, VII, XXXVI-XXXVII). El estilo de Cohen, su debilidad por lailustracin histrica, suvasta erudicin y el tono polmico con que se enfren-taba tanto a la tradicin del idealismo absoluto alemn, por una parte, comoal empirismo psicolgico o sociolgico. de su tiempo o al misticismo religioso,por la otra, desviaron la atencin sobre uno de los logros centrales de la obra:replantear por primera vez desde la muerte de Kant el problema de la ticacomo disciplina autnoma, racional, y su conexin con las ciencias empri-cas. Cohen retorna, pues, al punto de partida de la filosofa prctica, es decir,al de su conexin originaria con un factum cientfico y emprico que permitaextraer sus principios inmanentes. En otros trminos, Cohen plantea para latica la misma cuestin central que haba planteado para el conocimiento: elproblema del mtodo, y lo resuelve de modo semejante. En efecto, en la L-gica del conocimiento puro Cohen muestra que los verdaderos fundamentosde las ciencias naturales consisten en la actividad de su fundamentacin, quees la que pone su objeto. Este objeto de la ciencia es el objeto puro, a priori,de una disciplina que trasciende la naturaleza: la matemtica. A pesar de sucarcter puro, sta es, sin embargo, el fundamento de la naturaleza, y susconceptos son los propios de la lgica, en el sentido especial en que Cohen laentiende. La necesidad y universalidad del conocimiento cientfico de la natu-

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    raleza provienen, pues, del carcter ideal de la matemtica y de su intrnsecarelacin con su objetivo: el ser, la naturaleza matemtica de las ciencias natu-rales (Cohen, VII, 84-86; Schwarzschild, 1981, IX-XV). El anlogo de la ma-temtica en las ciencias sociales es para Cohen la jurisprudencia, con respectoa la cual la tica cumple el mismo papel que la lgica con respecto a la mate-mtica: La tica se puede considerar como la lgica de las ciencias del esp-ritu. Sus problemas son los conceptos de individuo, de universalidad, ascomo de la voluntad y de la accin (Cohen, VII, 65). Cohen coloca aqu elerror central de la crtica kantiana de la razn prctica: por no haber recono-cido el carcter de factum cientfico de la ciencia del derecho, del cual debepartir el mtodo trascendental, la tica kantiana amenaz transmutarse enteologa. Kant carece de un concepto de ciencia del espritu> semejante al de, lo cual le impide reconocer la relacin metdicaque existe entre la tica y la ciencia del derecho. Tarea de aqulla es, en efec-to, el examen y la fundamentacin de los conceptos fundamentales del dere-cho, en especial el concepto de sujeto, de la misma manera que la tarea cen-tral de la lgica de las ciencias naturales est puesta en la construccin delconcepto de objeto (Cohen, VII, 227-229). Cohen demuestra, en efecto, dequ manera los conceptos de voluntad pura, accin y objeto de sta, que es latarea estn intrnsecamente conectados. El elemento que instaura la unidaden la diversidad de los afectos (voluntad) y las tareas (objetos) es el yo, laconsciencia de si. Mientras que en la lgica el problema de la unidad de laconsciencia est ligado a la unidad del objeto, en la tica, en cambio, se trataen ltima instancia de la unidad del sujeto, de modo tal que la consciencia de saparece aqu ocupando el lugar central (Cohen, VII, 205 ss.). Sin embargo,no se trata de un yo constituido de una vez y para siempre, corporizado enun individuo material, sino de una nocin ideal que est siempre en forma-cin (Cohen, VII, 222-23; Schwarzschild, 1975, 362-372). El modelo delcual Cohen extrae su concepto normativo de consciencia de si es el de perso-na jurdica, que, como tal, no coincide necesariamente con el ser humanocorporal, sino que se trata de una abstraccin que puede aplicarse y se aplicaa entidades colectivas. Cohen muestra de qu manera en este concepto estacontenido, desde el comienzo, el de persona moral, de modo que la unidadde la consciencia de si moral expresada en ella contiene desde su origen mis-mo una referencia a la generalidad. Este carcter universal es propio de laconsciencia de s, pero encuentra su realizacin plena exclusivamente en elconcepto de Estado:Cada ser que, en tanto sujeto jurdico y moral, es capazde una voluntad pura, debe estar convocado a la realizacin de la conscien-cia de si en el Estado> (Cohen, VII, 245). Ahora bien, si la consciencia de salcanza su realizacin solamente en el Estado, es evidente que, siguiendo el

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    mtodo gentico de Cohen, lo propio del Estado sea, al mismo tiempo, el ras-go definitorio que, desde un principio, est presente en la consciencia de s yslo se pone de manifiesto en su estadio final. Efectivamente, la accin quedefine la voluntad pura del Estado es la ley (la consciencia de s del Estadodebe, pues, realizarse en las leyes, en tanto acciones suyas, y desplegase enellas>, Cohen, VII, 261). En el concepto de ley, pues, se alcanza por primeravez aquello que es lo decisivo en la teora moral de Cohen: en ella se expresael autntico deber ser que Kant seal como lo determinante del reino de lamoralidad. La ley es, para Cohen, la condicionalidad de la voluntad. Pero elcarcter de condicin que admite la norma difiere del mismo carcter quedetermina la ley natural. La diferencia recae en la modalidad, que en el casode la norma es siempre la necesidad, cuyo rasgo lgicamente distintivo es launiversalidad El concepto de ley, de esta manera, es coincidente con lapostulacin kantiana de la mera forma universal, solamente que al oponr-sela a la materia> se oscureci su aspecto central: el concepto de forma deuna legislacin universal es la propia universalidad de la ley, que no sola-mente la determina lgicamente, sino que fundamenta su necesidad (Cohen,VII, 273-277; Figal, 1987, 171-175). De esta manera la tica de la pura vo-luntad se cierra sobre si misma y logra establecer un mbito al mismo tiempodiferenciado y anlogo al de la naturaleza: el del Estado, de la moralidad y delderecho. Las normas, en efecto, expresan la necesidad y la universalidad deun deber ser que es, al mismo tiempo, el contenido de la pura voluntad delEstado, cuya realizacin est incesantemente referida al futuro. En otras pala-bras, la construccin de la moral es unatarea infinita que se debe llevar a ca-bo incesantemente, porque apunta hacia la construccin futura de un Estadode derecho en el cual se realice el ideal de la humanidad.

    2. La filosofa prctica de Cohen domin el panorama filosfico de co-mienzos del presente siglo y tuvo una influencia decisiva en corrientes tm-portantes del pensamiento filosfico-jurdico, como, por ejemplo, Hans Kel-sen. De hecho, constituye el ltimo gran ejemplo de un sistema basado en lafilosofa moderna de la consciencia, con sus debilidades y sus fortalezas. Enefecto, el trascendentalismo de Cohen con su nocin del a priori lgico y ti-co previsto por la consciencia como fundante de toda ciencia, sea de la natu-raleza o del espritu, provee al sistema de una universalidad y unidad arqui-tectnica, que ms tarde difcilmente se volvern a alcanzar. Por el otro lado,la nocin misma de consciencia iba a entrar prontamente en crisis, al hacerseevidente ya en su sucesor, Paul Natorp, y de modo definitivo en EdmundHusserl, que el resto solipsista que desde el comienzo de la filosofa modernala haba permanentemente afectado, era irreductible. De esta manera, la no-cin de unidad e identidad que la consciencia aseguraba an al sujeto y, a tra-

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    vs de ste, a sus contenidos intencionales, eran garantizadas al alto preciode resignar toda intersubjetividad posible. Entre quienes advertan el peligrode una mera fundamentacin en el aire de los juicios morales a partir de no-ciones trascendentales de la consciencia y propugnaban un retorno al mto-do crtico, es decir, a los fenmenos empricos mismos, en este caso provis-tos por nuestras opiniones morales habituales, est el ltimo granrepresentante del kantismo filosfico en sentido estricto, Leonard Nelson.Nelson se propone ofrecer mediante la segura aplicacin del mtodo criticoen todos sus pasos un camino certero para alcanzar la anhelada meta de con-vertir a la tica en una disciplina cientfica. Los rasgos fundamentales del m-todo son los siguientes: (1) tomar como punto de partida los juicios moralescotidianos que realiza el hombre comn y cuyos testimonios se encuentranen los conceptos del lenguaje habitual; (II) proceder mediante descomposi-cin de estos juicios ticos particulares a la bsqueda de aquellas premisasms generales que estn supuestas por estos juicios como principios de loscuales pueden deducirse, un paso que Nelson denomina abstraccin,- (III) fun-damentar estos principios universales as alcanzados no mediante el ascensoa un principio superior, sino exhibiendo la existencia de un conocimiento in-mediato de carcter racional al cual se puedan reducir los juicios ticos, unpaso al que Nelson denomina deduccin,- por ltimo, (IV) llevar a cabo estadeduccin por medio de la prueba emprica de la existencia de un conoci-miento tico inmediato, pero originalmente oscuro, al que slo tenemos acce-so mediante la reflexin, el cual, por ser de naturaleza interior, puede serpuesto al descubierto solamente por una ciencia emprica, la psicologa. Lospasos (1) y (II) constituyen lo que Nelson llama la aposicin de los principiosticos, aquellos sealados como (III) y (IV), en cambio, conforman la teora dela razn prctica (Nelson, IV, 4-72, 1988, 200-255). Es evidente que la fun-damentacin propuesta por Nelson difiere absolutamente del significadoque se le haba dado a este trmino desde Kant a Cohen, es decir: la tarea dehallar el fundamento de la obligatoriedad del debes que l considera yana eimposible. Lo que ofrece en sustitucin es una prueba de carcter empricode la existencia de un conocimiento inmediato, no sensible sino racional, pu-ramente moral. Se trata, entonces, de una tarea descriptiva de carcter psico-lgico que mediante anlisis e introspeccin alcanza un conocimiento fctico(Nelson, IV, 57-60; 335-343;504-510). Pero la verdadera originalidad deNelson reside en su anlisis de los juicios morales ordinarios con el fin de al-canzar los principios ticos universales sobre los que se sustentan, con lo quese anticip en medio siglo a algunas de las ms celebradas conquistas de la fi-losofa analtica de la moral (Guariglia, 1987, 161-193). En efecto, mediantela desarticulacin de nuestros juicios morales cotidianos, Nelson alcanza el

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    concepto del deber, el cual slo contiene la forma de la legalidadque se expresaen la siguiente frmula: nada puede ser deberpara uno que no sea deber paracualquier otro en iguales circunstancias. En otros trminos, el concepto deldeber es equivalente al principio de universalizacin, pero la frmula de stees puramente analtica y no nos puede proveer an un criterio para poderjuzgar en cada caso qu es el deber. A fin de llegar a ste, es necesario seguirdescomponiendo nuestros juicios morales cotidianos hasta alcanzar el conte-nido del concepto del deber, que no est incluido, contrariamente a lo quepensaba Kant, en la mera frmula de la universalizacin. El ncleo del argu-mento de Nelson consiste en distinguir dos proposiciones generales que apa-recen como el fundamento de nuestros juicios morales fcticos: (1) lo queest permitido para A, est permitido tambin para B en iguales circunstan-cias, y (II) ninguna persona como tal tiene una prerrogativa sobre otra, sinoque todas tienen iguales derechos. Mientras que (1) expresa slo la universali-zacin formal contenida en el concepto del deber, (II) expresa un juicio sint-tico frecuentemente confundido con (1) hasta por el mismo Kant. En efec-to, para saber si alguien posee o se abroga una determinada prerrogativa, so-lamente necesitamos preguntarnos si nosotros consentiramos en ser tratadoscomo lo seran quienes estuvieran sujetos a tal prerrogativa. El principio ex-presado por la frmula (II) es el de igualdad de las personas, el cual simple-mente afirma que toda persona tiene una dignidad igual que toda otra (Nelson,IV, 123-132, 1988, 298-306). Este principio es, pues, el contenido de la leymoral y constituye una regla para limitar nuestros fines con relacin a los in-tereses opuestos de otras personas, es decir, tiene fundamentalmente un ca-rcter restrictivo en la interrelacin de las personas. De ah que Nelson pro-ponga la siguiente formulacin del imperativo categrico o ley moraluniversal: No actes nunca de tal modo que t no pudieras consentir con tumanera de actuar aun en el caso en que los intereses de los alcanzados por tuaccin fueran tambin los tuyos propios (Nelson, IV, 133, 1988, 306).

    Envueltos an en una terminologa psicologista, que habla de una formay un contenido del concepto, encontramos en Nelson formulados con todaprecisin los que medio siglo ms tarde sern retomados por autores comoMarcus O. Singer, Richard M. Hare, John Rawls y Jiirgen Habermas comoprincipios fundamentales de una posicin universalista en tica. En primerlugar, el principio de universalizacin que Nelson presenta como el mero de-sarrollo analtico del concepto del deber, luego el principio de igualdad o deigual dignidad de las personas, que l presenta como el contenido de la ley mo-ral y en seguida una formulacin de la ley de ponderacin que est destinadaa proveer un criterio de universalizabilidad a fin de decidir entre interesescontrapuestos. Por ltimo, implcita en la nocin misma de un inters objeti-

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    yo est contenida la nocin central de persona como fin en s misma, quegoza de una autonoma plena basada exclusivamente en la autodetermina-cin de su propia razn. La nocin de persona, como bien seal Co-hen, tiene un carcter netamente normativo y constituye la base del con-cepto de sujeto moral. Por ello mismo se trata de una nocin central entoda tica universalista, pero al renunciar a toda fundamentacin trascen-dental de la nocin de sujeto, es necesario reconstruir en otro nivel, lgi-co y procedimental, su conexin, por una parte, con los esquemas delprincipio de universalizacin y, en general, con los criterios de justicia y,por la otra, con sus supuestos pragmticos y terico-sociales de los queemerge onto y filogenticamente. No es, por tanto, por azar que en torno aella se desarrolle una de las discusiones ms vivas dentro del status quaes-tionis de esta corriente. Sin embargo, es a mi juicio completamente acerta-do establecer un orden de prioridades como meta ltima que se proponelograr una filosofa moral universalista, dentro del cual, como dice JohnRawls, los dos conceptos modelos bsicos de la justicia como equidadson aquellos de una sociedad bien ordenada y de una persona moral El ob-jetivo general de stos es el de precisar aquellos aspectos esenciales denuestra concepcin de nosotros mismos como personas morales y denuestra relacin con la sociedad como ciudadanos libres e iguales (Rawls,1980, 520).

    Con esta observacin de Rawls tocamos un aspecto crucial del univer-salismo, que se ha prestado a reproches que subrayan su aspecto meramen-te formal que, como tal, sera reacio a todo contenido social e histricoconcreto. Un concepto como el de persona>, sin embargo, implica unamultiplicidad de determinaciones y supuestos fcticos, que solamente pue-den ser concebidos si nos representamos conjuntamente las condicionesde una moderna sociedad, tanto desde el punto de vista jurdico como so-cial y econmico. Pues en el significado mismo de persona est contenidono solamente su carcter de libre, que implica tanto la madurez y capacI-dad para formularse y proponerse sus propios fines como bienes, sino tam-bin el necesario desarrollo intelectual para poder disponer de los mediospara alcanzarlos, as como la capacidad moral de asumir la responsabilidadpor las acciones que en la ejecucin de ese proyecto se lleven a cabo. Lanocin de persona tiene una estructura teleolgica, pues involucra la no-cin de inters entendida en su estricto sentido prctico, como el intersde todo individuo en el desarrollo de sus propias capacidades intelectua-les, emocionales y creativas en consonancia con el paralelo desarrollo desimilares capacidades por parte de los otros miembros de una comunidadsocial y poltica. Este inters, por tanto, involucra a cada individuo, pero

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    en su calidad de miembro de una comunidad racional o, como dira JiirgenHabermas, comunicativa (Habermas, 1983,130).

    Este aspecto del contenido del universalismo en tica que, a mi juicio, esinseparable de la nocin de persona, independientemente de los recursos ar-gumentativos que sea necesario desarrollar para entrelazar sta con el princi-pio de universalizacin, se refleja en una ltima caracterstica formal queafecta a las normas y principios morales: que las propiedades que definenclases de sujetos (de derechos y de deberes), as como los verbos que definenacciones (permitidas o prohibidas), deben ser explcita o implcitamente gene-rales. En otros trminos, toda norma necesariamente tiene que tener un de-terminado grado de universalidad, estipulado por sus trminos que circuns-criben clases de individuos o de acciones, aun cuando la extensin de la clasepueda ser de un nico miembro (por ejemplo, las normas que estipulan losdeberes del presidente de la nacin). Este carcter de generalidad implcitade los juicios morales pone de manifiesto, precisamente, este aspecto de im-parcialidad que algunos crticos del universalismo le niegan. Pues lo que conNelson podemos llamar el principio de la abstraccin numrica de las personasimplica, justamente, que en toda aplicacin de una norma moral o jurdicasolamente cuenten las propiedades definitorias sea de la naturaleza, de la ha-bilidad, capacidad, disposicin, del rol social, etc. de las personas, con totalprescindencia de los individuos que posean esas capacidades o desempeenesos roles. Sobre la base de esta generalidad implcita se puede establecer,luego, los paralelos analgicos que, de acuerdo con M. G. Singer, son propiosde los juicios morales y sustentan su intrnseca objetividad (Singer, 1971, 3555.).

    3. El universalismo contemporneo, cuyos temas centrales acabamosde presentar sucintamente, se enlaza temticamente con la tradicin kantianaen sentido estricto que llega hasta el primer tercio del presente siglo, aunquereconoce una fuerte cesura que se produce precisamente en el largo inte-rregno que va de los aos treinta a los sesenta. En efecto, el cambio de para-digma que tiene lugar en la filosofa contempornea, al abandonar sta a laconsciencia como punto de partida absoluto y buscar en el lenguaje ensus distintas dimensiones la evidencia fenomnica inmediata de la quedebemos partir, transform tambin drsticamente los principios metdicosde la filosofa prctica. La base sobre la que se apoya hoy la disciplina nopuede pasar por alto la etapa de crtica metodolgica que tuvo lugar en el lar-go interregno, de modo tal que su punto de partida diferir notablemente delneokantismo en dos puntos centrales: a) la teora de la razn prctica no ape-lar ms a la filosofa de la consciencia, propia del idealismo alemn, y b) lasestructuras lgicas, semnticas y pragmticas del lenguaje moral constituirn

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    el conjunto de reglas implcitas sobre las que se basar toda fundamentacinde principios morales universales.

    No voy a adentrarme en los detalles tcnicos de la discusin en torno alos problemas lgico-prcticos y empricos que una posicin universalistadebe enfrentar. Quiero solamente referirme al problema central que, en cier-to modo, engloba todos los dems, a saber: el de entrelazar argumentativa-mente el principio de universalizacin y los requisitos sealados de reci-procidad, igualdad o justicia, imparcialidad y generalidad, mediante unprocedimiento continuo que no deje lugar para excepciones o fuertes con-traejemplos. En un reciente articulo he pasado revista a los intentos por su-perar esas dificultades que, a mi juicio, han sido los ms importantes dentrode los llevados a cabo en los ltimos treinta aos (Guariglia, 1990c). Aqume limitar a exponer, a modo de sntesis, mi propia posicin al respecto. Enprimer lugar, he pretendido demostrar de qu manera es posible reconstruiruna nueva nocin argumentativa de razn prctica que apela en distintos ni-veles tanto a nuestro conocimiento indexical de la semntica de nuestro len-guaje de accin como a las reglas inferenciales implcitas en l, las que a suvez se apoyan en principios sustantivos o materiales de justicia. Pero el prin-cipio que salvaguarda la consistencia ltima del lenguaje moral es el princi-pio de universalizacin, que no es en si, a mi juicio, un principio sustantivo, si-no ms bien un principio lgico-prctico, cuyo status es similar al principiode contradiccin en el sentido de que no puede sustentar la correccin dedeterminados principios o normas, pero si puede decidir la irremediable in-correccin o vicio de los principios y las normas que no lo respetan (cfGuariglia, 1988 y 1989). A diferencia de ste, que en realidad slo puedeproveer un mero esquema lgico, los principios sustantivos de justicia presen-tarn, como su nombre lo indica, una cierta concepcin de sta, cuyo conte-nido, por tanto, estar hermenutica y semnticamente comprometido conaspectos empricos, pragmticos e histricos. Los tres principios sustantivosuniversales que yo sostengo y que a continuacin voy a citar, no son ni pro-puestas meramente constructivas, al modo de Rawls y los rawlsianos, ni re-glas puramente procedimentales, ya presupuestas en las reglas pragmticasde la argumentacin, como el principio de universalizacin propuesto porHabermas, sino que buscan un status intermedio. En efecto, se trata a mi jui-cio de principios argumentativamente probados, en el sentido de que su ne-gacin implica la afirmacin del principio contradictorio, cuya aceptacinequivale en cada caso, eo ipso, al abandono del juego moral y a la reasuncininmediata del estado de naturaleza (cf. Guariglia, 1990d, 9 1-94).

    1. Ningn miembro de la sociedad interferir nunca las acciones deotro miembro usando de la violencia en cualquier grado ni pretender me-

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    diante la aplicacin de coacciones un asentimiento forzado para la satisfac-cin de sus propios fines.

    II. Todo miembro de la sociedad tendr siempre iguales prerrogativasque cualquier otro miembro de ella. Cualquier desigualdad entre ellos no po-dr fundarse en la mera diferencia numrica de las personas.

    III. A fin de garantizar la defensa de los derechos que a cada miembrode la sociedad confieren los principios (1) de la dignidad y (II) de la igualdad,todo miembro de la sociedad deber tener iguales posibilidades para alcan-zar una capacidad madura que le permita hacer uso de sus derechos y articu-lar argumentativamentesus demandas.

    A partir de estos principios es, a mi juicio, posible desarrollar una ticauniversalista consistente que fije no solamente los lmites restrictivos de todainteraccin entre personas, sino tambin aquellos derechos positivos que sehan ido incorporando a la nocin de persona como aspiraciones bsicasque toda sociedad moderna y diferenciada debe asegurar a sus membros,precisamente a partir del momento en que, a fines del siglo pasado y comien-zos del presente, el partido socialdemcrata alemn los tom del neokantis-mo y los incorpor definitivamente a su programa poltico. En efecto, elprincipio III o de autonoma fija un piso para los reclamos que toda personacomo tal tiene legtimamente con relacin a la sociedad en que vive, si staaspira a satisfacer un criterio escueto de equidad. Lo que este principio haceexplicito, en efecto, es el derecho de cada uno a tener aseguradas igualesoportunidades para desarrollar aquellas mnimas capacidades fsicas, psqui-cas, cognitivas, morales y estticas, que lo conviertan en un ser que se autode-termine. A partir de aqu se abre el horizonte poltico en el que inevitable-mente desemboca una posicin universalista, pues lo que sta establece es uncriterio moral imparcial para determinar las prioridades en las tareas delEstado, en las que el sistema de salud y de educacin ocupan, por consiguien-te, como fue tradicional en el Estado de bienestar, dos de los lugares prefe-renciales.

    4. He presentado hasta aqu tanto el origen como los temas centralesdel universalismo en la filosofa prctica contempornea. Como es sabido,desde su misma aparicin por medio de Kant, el universalismo tico choccon dos posiciones adversas irreductibles: la primera, que opuso al formalis-mo la vigencia de las costumbres y las tradiciones histricas concretas, es de-cir, una renovacin del realismo prctico que debe su origen nada menos queal creador de la tica como disciplina autnoma, Aristteles. La segunda, queretorn a la posicin antirracionalista, cuyo ms penetrante expositor en lapoca moderna fue David Hume. Hegel y Schopenhauer han sido quienescon ms solidez y consistencia sostuvieron la primera o la segunda forma de

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    oposicin al universalismo kantiano en la generacin de sus discpulos. Entrequienes sostienen hoy la obsolescencia de esta corriente y propugnan unanueva moral de lavirtud basada en formas particularistas de vida conun nue-vo sentido de comunidad, frente a la sociedad abierta del liberalismo jurdicoy del universalismo moral, se ha destacado por la penetracin, riqueza her-menutica y alcance de sus crticas Alasdair Macntyre. Una de sus tesis cen-trales es la siguiente: la sociedad moderna, en la que la vida individual se haido convirtiendo en la representacin de papeles asignados por el entretejidode imperativos funcionales en el que cada uno de nosotros desempea susdiversos roles profesionales o privados, no ha dejado otra alternativa msque la visin cnica de un Nietzsche o la reactualizacin de una tica teleol-gica como la aristotlica: Esto es as afirma porque el poder de la posi-cin de Nietzsche se basa sobre la verdad de sus tesis central: la de que todareivindicacin racional de la moralidad fracasa manifiestamente y de que,por consiguiente, la creencia en los principios de la moralidad tienen que serexplicados en trminos de un conjunto de racionalizaciones que enmascaranlos fenmenos fundamentalmente no racionales de la voluntad (..), Pero estefracaso de la moralidad de la Ilustracin no fue nada ms que la conse-cuencia histrica del rechazo de la tradicin aristotlica (Macntyre, 1981,111). Esta disyuncin completa entre universalismo kantiano, por una parte,y la alternativa de realismo prctico o escepticismo moral, por la otra, es, ami juicio, argumentativamente insostenible, como espero mostrarlo en dospasos: el primero, destinado a dilucidar la problemtica de la que se originaeste reciente neoaristotelismo, tanto en su versin alemana como en la anglo-sajona; el segundo, dirigido a establecer que los temas verdaderamente im-portantes que el particularismo reivindica, no tienen por qu entrar en coli-sin con el universalismo, sino que ms bienlo complementan.

    En la exposicin de la problemtica filosfica tendr que ser forzosa-mente muy conciso, por lo que me atendr a precisar los temas originariosque se desarrollaron en torno y como al margen de la tica en la reflexin dedos de los filsofos ms originales y revolucionarios del presente siglo, Mar-tin Heidegger y Ludwig Wittgenstein. Como la publicacin pstuma de laslecciones de la dcada del veinte ha venido confirmando, el drstico giro quealeja a Heidegger de la consciencia como punto de partida trascendental, alque an se aferra su maestro Husserl, y lo orienta hacia el anlisis fenomeno-lgico del Dasein, tal como ste habr de ser expuesto en Ser y tiempo, paspor una etapa intermedia en la que la categora central estuvo constituida porla vida. Esta etapa estuvo asimismo caracterizada por una profunda y nove-dosa revisin de la filosofa griega, en especial de la de Aristteles, con quiendesde el comienzo de su carrera como telogo catlico estuvo muy familiar-

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    zado. De acuerdo altestimonio de Gadamer en dos recientes artculos, lo no-vedoso en esta etapa fue la parte de la obra aristotlica que ocup el primerlugar en su exgesis y reflexin: no, como se poda esperar por la ndole delos problemas de que parta, la filosofia terica, Fsica, Metajisica, etc, sino lafilosofa prctica, y muy especialmente el libro VI de la Etica Nicomaquea de-dicado a la phrnesis y el libro II de la Retrica, dedicado al anlisis de losafectos y las pasiones. En efecto, vida es el modo de ser del sujeto en elmundo, y su existencia se da exclusivamente bajo la forma de la vida que seencuentra a s misma en el mundo entregada a la facticidad de una existenciaque debe ser vivida. De ah que la vida se desdoble en la vida activa que tieneque ser vivida y el mundo del que se nutre esa vida, abrindose en su objeti-vidad. Para eljoven Heidegger, la categora de la vida tiene un punto centralde referencia, que est constituido por la preocupacin (Sorge), justamentepor el mundo al que est arrojada (Heidegger, Bd. 61, 84 ss.). De este modose introduce un violento giro en la propia consideracin de la existencia hu-mana. Esta, en efecto, se convierte en un tipo de existencia caracterizada porla posibilidad de comprender al mundo y a s misma en el mundo, com-prensin que se extiende a las diversas posibilidades, tanto de disposcionpragmtica de las cosas como de proyectos de la propia existencia, lo que, ensu conjunto abarca esa forma propia de autointerpretacin que Heideggerdenomina hermenutica de la facticidad. Gadamer ha puesto el acento so-bre el decidido carcter de historicidad que toma ahora toda comprensindel sujeto humano. No se trata ya de un recurso metodolgico propio de lasciencias del espritu, como en Dilthey y el historicismo, sino de algo ms ra-dical: la pertenencia del intrprete al propio objeto de su interpretacin esparte de la constitucin de nuestra propia comprensin, de nuestra propiaexistencia (Gadamer, 1960, 249). Pues bien, el modelo de esta facultad, lapreocupacin, que determina la comprensin fctica de la vida del sujetohumano como una vida situada dentro de una tradicin y una estructuramundanal histricamente constituida, es la phrnesis aristotlica, a la que Hei-degger, en las palabras de Gadamer, ha caracterizado como la condicin detodaposible contemplacin, de todo inters terico (Gadamer, 1990, 34).

    Como es sabido, especialmente luego del libro de Janik y Toulmin, clin-ters de Wittgenstein por la tica est presente desde su primer trabajo, en elcual no es, como primitivamente se interpret, una preocupacin marginal,sino uno de los focos centrales del mismo. Las proposiciones del Tractatusque comienzan en 6.373 con la mencin de la voluntad y se suceden hasta lasentencia final constituyen, desde esta perspectiva, la meta ala que todo el li-bro desde un principio tiende, la cual una vez alcanzada, ya no hay ms quedecir. En efecto, como se recordar, Wittgenstein sostiene en frases lapida-

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    rias que no puede haber proposiciones ticas, pues las proposiciones nopueden expresar nada ms elevado, por lo que es claro que la tica no sepuede expresar: la ticaes trascendental (Wittgenstein, 1,483, &42 y 6.421).En el peculiar uso que l hace de este trmino, trascendental significa queno se trata de un hecho o de un estado de cosas que se pueda describirmediante una proposicin descriptiva. Es por ello que pretender expresar enpalabras lo propio de la tica equivale a distorsionar cl lenguaje o, como afir-ma en su Conferencia sobre tica, a hacer un mal uso de ste. En realidad,todo lenguaje tico y religioso consiste en esa distorsin sistemtica que hacede cada trmno mas bien un smil o alegora, pues en ltima instancia se tratade experiencias que son inexpresables e incomunicables (Wittgenstein, 1965,9-12). En una importante observacin del ao 1929, recogida por Wais-mann, Wittgenstein afirma: Puedo muy bien concebir lo que Heidegger pre-tende decir con ser y angustia. El hombre tiene el impulso de acometer con-tra los lmites del lenguaje. Piense usted, por ejemplo, en el asombro de quealgo exista. El asombro no puede ser expresado en forma de una pregunta nihay respuesta a ella. Todo cuanto podemos decir al respecto puede que, aprior4 sea un sin sentido. Sin embargo, acometemos contra los limites del len-guaje (,..). Esta acometida contra los limites del lenguaje es la tica. Yo tengopor muy importante que se termine con toda esta charla sobre la tica: si hayun conocimiento en ella, si hay valores, si se puede definir lo bueno, etc.En la tica se hace siempre el intento de decir algo que no acierta con laesencia de la cosa y nunca puede acertar. A priori es cierto: sea cual fuere ladefinicin de lo bueno que se pueda dar, se trata siempre de un malentendi-do. Lo que realmente se pretende decir, se corresponde con la expresin(Moore). Pero la tendencia, la acometida, se refiere a algo (Wittgenstein,1984, 68).

    Tanto Wittgenstein como Heidegger cuestionan, pues, radicalmente elpapel de la razn en la tica y dejan como nica salida posible ya sea elretorno a una moral no cognitiva basada en sentimientos piadosos y en ejem-pos edificantes a la manera de Schopenhauer en el primer caso, ya sea la re-belin destructora de todos los valores de la moral tradicional judeo-cris-tiana, la moral de los esclavos, en pro de una recreacin de los valoresheroicos como los propios de una existencia autntica a la manera de Nietzs-che, en el segundo. Para quienes en la generacin de los discpulos se nega-ban a admitir esta consecuencia aniquiladora de la tica, quedaban abiertos,sin embargo, sendos caminos desde el propio pensamiento dc cada filsofo,no recorridos en ninguno de los dos casos por ellos mismos, que convergansorpresivamente en Aristteles.

    En el caso de Heidegger, bast con desandar el camino que iba del par-

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    grafo 74 de Sery tiempo al compromiso con el nacionalsocialismo. En efecto,al considerarse la mera existencia seccionada de todas las conexiones prcti-cas en las que se encuentra inmersa y se la entrega a esa pura decisionalidadque opera en el vaco, quedaban abolidos todos los criterios, an los mera-mente prudenciales, de bondad y maldad, los que fueron sustituidos por lascategoras heroicas de autenticidad e inautenticidad Al restituir, en cambio,la existencia humana a su intrnseca conexin con la vida social e histrica,tal como hicieron Joachim Ritter y Hans-Georg Gadamer, emerge espont-neamente la nocin aristotlica de prxis, con sus ricas conexiones herme-nuticas, pragmticas e institucionales. Pues la prxis nunca est aislada delmarco institucional dentro del cual se realiza: ser siempre una accin de uncierto miembro de la comunidad poltica en el interior de la polis y, por ende,estar ajustada a la costumbre o ir contra ella. La conexin entre thos y -thos, a la que Aristteles apela en el clebre comienzo del libro segundo deEtica Nicomaquea (1 103a, 17-18) es aqu explotada hasta sus ltimas posibi-lidades. Estrechamente unido a ste, por fin, aparece la virtud, justamentecomo ejercicio que forma al individuo en aquello que es comn a todos ycuya posesin lo convierte en miembro con pleno derecho de las institucio-nes de la vida pblica: La filosofa prctica de Aristteles pregunta por lobueno y lo legal como fundamento y medida de la virtud y de la vida buena ycorrecta, as como de la accin (Ritter, 1969,112).

    Tambin en el caso de Wittgenstein ser la intrnseca conexin entre lanocin aristotlica de la prxis y el significado de los trminos ticos, media-do por los juegos de lenguaje, la que conducir, en primer lugar, a ElizabethAnseombe y luego a Macntyre a la reivindicacin del aristotelismo tico. Enefecto, ya en el pargrafo 77 de las Investigaciones filosficas Wittgensteincompara a los trminos de la tica con conceptos difusos, que carecen de l-mites precisos, y agrega: Pregntate siempre en esta dificultad: cmo hemosaprendido el significado de esta palabra; por ejemplo, bueno? En qu cla-se de ejemplos, en qu juegos de lenguaje? (Wiftgenstein, 1, 290-91). Porcierto, entre el aprendizaje del significado de los trminos ticos por mediode ejemplos y juegos de lenguaje y el retorno a una moral aristotlica de lavirtud media una reactualizacin de la teora de la accin de Aristteles, lle-vada a cabo especialmente por Elizabeth Anscombe, que no podemos rese-ar aqu (remito a Guariglia, 1990b, 86-94). Basta indicar que es ella quienha rescatado la nocin de conocimiento y silogismo prctico luego de veinti-ds siglos de olvido. En un articulo redactado hacia la misma poca que In-tention sobre la Filosofa moderna de la moral, Anscombe confronta la filo-sofa moral de la Ilustracin, basada fundamentalmente en la nocin de laobligacin y el deber ser, con una tica que se contente con describir de-

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    lismo alemn en especial, como ocurre de Kant a Cohen. Nelson advirtiplenamente esta imposibilidad y trat de evitarla con su teora psicolgica dela razn prctica, hoy insostenible. Luego de la crtica radical a toda funda-mentacin que pretenda ir ms all de la facticidad contingente de la existen-cia humana o de los juegos de lenguaje, llevada a cabo por Heidegger y porWittgenstein, a causa de la cual la consciencia de si fue destronada del sitialen que la haba colocado la filosofa moderna y ms bien desenmascaradacomo un espejismo del lenguaje, el universalismo ha debido renunciar a todafundamentacin ltima de carcter trascendental y abrirse camino en el mun-do social e histrico. En efecto, con la nica excepcin del programa iniciadoy desarrollado por Karl-Otto Apel en Alemania y representado por algunosseguidores en Iberoamrica (Cortina, 1992, 177 ss), el cual, a pesar de quese propone demostrar la existencia de una fundamentacin ltima en la prag-mtica trascendental del lenguaje, ha quedado ms bien aislado dentro de lacorriente, hoy los ms conspicuos representantes del universalismo admitenel hecho de que se trata de un conjunto de ideas que est en la base de lasmodernas sociedades democrticas y que se ha abierto camino desde las gue-rras de la religin en Europa hasta la actualidad en dura confrontacin, conotras tendencias que sostenan convicciones diametralmente opuestas. TantoRawls en sus trabajos de los ltimos cinco aos como Habermas, sobre todoa partir de la Teora de la accin comunicativa, insisten en el carcter falibilis-ta del universalismo, a pesar de que su procedencia gentica est, efectiva-mente, en la desacralizacin de una imagen religiosa del mundo; en este caso,la religin cristiana en su versin protestante.

    En segundo lugar, en estoltimo reside el punto fuerte del particularismomoral, ya que el vnculo que liga a toda la corriente es principalmente la de-nuncia del mundo moderno engendrado primero por el puritanismo y aban-donado luego de la mano de Dios a las leyes del mercado y a las estrategiasdel poder como un mundo que ha perdido su sentido. Para recuperarlo, sepretende excavar a travs de las capas que modelan al sujeto mediante la im-posicin de roles funcionales y diluyen su identidad narrativa en la sociedadmoderna, con el fin de poner al descubierto las minas de una autntica moralque integraba las vidas individuales con un ideal colectivo de la buena vida atravs del ejercicio de las virtudes. Yo no comparto las rplicas de aquellospartidarios del universalismo que no ven en el neoaristotelismo ms que unareaccin romntica, carente de sustento, sino que veo ms bien en esta res-puesta un signo de superficialidad. La quiebra sealada por los neoaristotli-cos o por Hegel en el siglo pasado no es una fantasa o el producto de unamera nostalgia> sino que ha tenido efectivamente lugar y nos somete a tre-mendas tensiones que afectan especialmente nuestra propia identidad. Un

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    universalismo elaborado a lamanera de un modelo de inteligencia artificial esms bien la caricatura del universalismo kantiano. Todo al contrario, ste tie-ne por implcito que los sujetos de que trata son personalidades narrativa-mente estructuradas en el seno de la sociedad moderna, con todos sus con-fictos y todas sus angustias. La moral que el universalismo pretende cimentarno habr de resolverles esos conflictos ni a suavizarles esas angustias, pero sihabr de proveerles un conjunto de condiciones mnimas para que todos losintegrantes de una misma sociedad tengan la oportunidad de desarrollarse,de resolver intersubjetivamente sus conflictos, preservando la igual dignidadde las personas, y de enfrentar la angustia a que a todos nos somete la bs-queda de nuestra autorrealizacin, apelando a las fuentes de solidaridad quean se preservan en las tradiciones de la vida buena, tan caras al neoaristote-lismo.

    REFERENCIASBIBLIOGRAFICAS

    Las citas en el texto contienen dos tipos de referencias. Para los autores clsicosse indica en nmeros romanos el tomo correspondiente de las obras completas en lasediciones ms abajo citadas. En otros casos, se cita por el ao de edicin del libro ode publicacin del volumen de la revista correspondiente. Las citas completas se dana continuacion.

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    Como ha sido ya repetidamente notado en la reciente bibliografa sobreel tema (Buchanan, 1989, 852-856), no es fcil trazar una lnea comn entretodos los autores pertenecientes a esta corriente que voy allamar por el nom-bre con que se la conoce en el mbito de lengua alemana, neoaristotelismo,que creo preferible al comunitarismo anglosajn. En efecto, lo que une alos distintos autores es ms bien el aspecto negativo, es decir, la actitud de re-chazo al universalismo; cuando se pasa a las propuestas positivas, nos encon-tramos ms bien con una pluralidad de posiciones parciales, cuyo nico ras-go caracterstico estara dado por lo que se puede denominar elparticularismo moral. Esto es, sin duda, comprensible, pues desde sus co-mienzos, y por su misma naturaleza, la moral de la virtud constitua un cdi-go de conducta para los miembros de un grupo social exclusivo y excluyente.En la poca de su cristalizacin definitiva en los siglos y y tv a. C. codifica lasreglas de conducta de esa peculiar aristocracia ciudadana de guerreros queera la polis griega (cf. Guariglia, 1992a, cap. 7-8). Hoy es imposible encontrarun conjunto homogneo y compacto de ciudadanos que puedan arrogarse untipo de conducta modlica para todos los otros miembros de la sociedad. Deah que el neoaristotelismo tienda a reafirmar la multiplicidad de los bienesintrnsecos a cada prctica, sin pretender unificarlos en una nocin comn.

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    Sin duda, desde el punto de vista del lenguaje evaluativo, es as como se danlas distintas valoraciones como descripcin de una determinada prctica, quelleva implcita en su misma descripcin una indicacin de su aprobacin orechazo social: pinsese simplemente en dos acciones descriptas como unacto de valenta o un acto de cobarda. Pero es claro tambin que cual-quier codificacin de estas innumerables prcticas ser no solamente incohe-rente, sino tambin intrnsecamente contradictoria. Basar una tica sobre lavigencia de estas prcticas y de su convergencia en un posible florecimien-to del hombre es, en la sociedad moderna que se caracteriza por la multipli-cidad de culturas particulares supra y yuxtapuestas, directamente imposible.Por el otro lado, tampoco es necesario rechazar el universalismo moral parasalvaguardar esta multiplicidad de bienes particulares. Es cierto que algunosde los filsofos partidarios del universalismo suelen hablar de valores unI-versales, utilizando de esta manera una terminologa que no solamente sepresta a confusiones, sino que da lugar a rplicas como la de los neoaristot-licos. El universalismo que yo defiendo est a salvo de las crticas de esta es-pecie, simplemente porque sostiene que los principios sustantivos de justicia, ascomo las normas que en ellos se apoyan, no son valores ni reposan sobre valoralguno, sino que constituyen la condicin sine qua non de la realizacin decualquiervalor positivo. La superioridad de la accin correcta sobre la inmo-ral no est basada en ninguna superioridad de los valores que encarnan una yotra, sino en el disvalor infinito de toda accin inmoral por el mero hecho deserlo, que no puede ser compensado por la creacin de cualquier valor posi-tivo. La accin que crea un valor, por tanto, se da exclusivamente en el mbi-to de la accin prctico-esttica, que es precisamente en donde entran en co-lisin los valores alternativos en una lucha que, como sugera Max Weber,reproduce en el mundo moderno el enfrentamiento entre las divinidadesgriegas. En otros trminos, el universalismo tico no solamente no es contra-rio a la preservacin, restauracin y vigencia de bienes comunitarios restrin-gidos a minoras tnicas, religiosas, etc., sino que, como ha sealado un re-ciente autor, ms bien provee la garanta de que cada grupo en la sociedadmoderna pueda conservar sus seas de identidad sin opresin o coaccin ex-terna (Buchanan, 1989, 878-882).

    5. De esta revisin, necesariamente restringida, de las dos corrientes ami juicio ms importantes que se confrontan en el pensamiento filosficoprctico actual se pueden extraer algunas conclusiones importantes. En pri-mer lugar, el universalismo kantiano tiene hoy un status completamente dis-tinto al que tena en la tradicin dentro de la que se origin. En efecto, ya nopuede sostenerse en algn soporte trascendental como el provisto por la me-tafsica de la consciencia de s en la filosofa moderna en general y en el idea-

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