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T'inkazos. Revista Boliviana de Ciencias Sociales ISSN: 1990-7451 [email protected] Programa de Investigación Estratégica en Bolivia Bolivia Rivera Cusicanqui, Silvia Construcción de imágenes de indios y mujeres en la iconografía post 52: el miserabilismo en el Album de la Revolución T'inkazos. Revista Boliviana de Ciencias Sociales, núm. 19, noviembre, 2005, pp. 133- 156 Programa de Investigación Estratégica en Bolivia La Paz, Bolivia Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=426141562008 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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T'inkazos. Revista Boliviana de Ciencias

Sociales

ISSN: 1990-7451

[email protected]

Programa de Investigación Estratégica en

Bolivia

Bolivia

Rivera Cusicanqui, Silvia

Construcción de imágenes de indios y mujeres en la iconografía post 52: el miserabilismo

en el Album de la Revolución

T'inkazos. Revista Boliviana de Ciencias Sociales, núm. 19, noviembre, 2005, pp. 133-

156

Programa de Investigación Estratégica en Bolivia

La Paz, Bolivia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=426141562008

Cómo citar el artículo

Número completo

Más información del artículo

Página de la revista en redalyc.org

Sistema de Información Científica

Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal

Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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En este artículo analizaré un valioso documentoiconográfico, producido por el emergente Esta-do de 1952 en Bolivia, el cual revela la imagende nación y de ciudadanía que los dirigentes re-volucionarios buscaban construir para toda lapoblación. Se trata del Album de la Revolución(1954), un conjunto de más de 150 fotografíasdesplegadas, ordenadas y comentadas por JoséFellman Velarde, uno de los intelectuales sobre-salientes del Movimiento Nacionalista Revolucio-nario (MNR), protagonista de la política cultu-ral y de relaciones exteriores del régimen.

En el inicio del trabajo, describo el hecho re-volucionario de abril de 1952 y su trasfondo his-tórico de luchas y actores sociales insurgentes. Deeste modo revelo los perfiles de los actores ausen-tes del Album de la Revolución: indios y mujeres.Estas poblaciones mayoritarias, a través de susluchas, revelan las contradicciones diacrónicas delarga duración entre la elite colonial dominante,

de origen europeo, y las masas subalternas indí-genas y cholas.

Indios y mujeres se borran, o se representande forma estereotipada en el Album, convirtién-dose en ornatos culturalistas en un discurso y enuna visión de nación que postulaba la hegemo-nía absoluta de la cultura occidental, patriarcal ycristiana sobre el país, a partir del Estado. Lasmujeres se introducen solo como deudas, fami-liares o viudas de los combatientes, y los indioscomo adornos culturales del mundo del trabajo,que bailan, tocan instrumentos nativos y aclamana los líderes mestizos. En este proceso de anoni-mato colectivo la noción de “miseria” y en gene-ral el miserabilismo en la representación de lossectores subalternos, resultan un arma de granutilidad. Esta noción permite a las clases domi-nantes la objetivación y subalternización de estaspoblaciones, y la legitimación del clientelismocomo nuevo modo de dominación anclado en

Construcción de imágenes de indios y mujeresen la iconografía post 52: el miserabilismo

en el Album de la Revolución

Silvia Rivera Cusicanqui1

El Album de la Revolución contiene un discurso icono-gráfico y una narrativa o interpretación de más de unsiglo de historia de Bolivia, moldeada, según la autorade este artículo, a los propósitos de las capas mediasilustradas y occidentalizantes que estuvieron a la ca-beza de las reformas de 1952.

1 Socióloga. Docente en el Instituto de Investigaciones Sociológicas “Mauricio Lefebvre”. Universidad Mayor de San An-drés-La Paz.

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redes escalonadas y verticales de manipulación yde dominio. La noción de miseria, al igual que lamás moderna de pobreza, despojan a los actorespopulares (indígenas, mujeres, trabajadores) desu condición de sujetos de la historia. El Albummismo constituye, en este sentido, una revela-ción de los contenidos culturales y civilizatoriosde largo plazo que caracterizan la dominacióninterna en los Andes, en un contexto de refor-mas estatales nacionalistas.

INTRODUCCIÓN. LA HISTORIAQUE CULMINÓ EN 1952

En abril de 1952, una tempestuosa insurrecciónpopular urbana y minera destruyó al ejército dela oligarquía en tres días de combates, e instaló alMNR en el poder reclamando la legitimidad delas elecciones de 1951, ganadas por ese partido.Centremos la mirada en las estructuras profun-das que subyacen al evento, es decir en los mo-dos de dominación y en los ciclos de luchas so-ciales previas que se manifestaron en este aconte-cimiento histórico.

Una oligarquía de origen colonial gobernabaal país y el Estado nacional veía una serie de es-pacios de decisión y poder vaciados y coloniza-dos por la directa intervención de empresas y go-biernos extranjeros. La masa indígena producto-ra era no solo la principal creadora de la riquezanacional (tanto a través de la minería como de laagricultura y la recolección), también en sus es-paldas (y en las de sus abundantes rebaños y re-cuas) estaba lo poco que quedaba de moderni-dad mercantil-capitalista interna en el país: el es-pacio de los “trajines” (Glave, 1989) que había so-brevivido a las severas crisis de exportaciones quecaracterizaron a la economía extractiva colonial.Este mercado interno se hallaba enteramente con-trolado por la población india y chola, al menosen lo que hace a bienes de la canasta básica de

producción local y a muchos insumos y bienesimportados, que se internaban por contrabandodesde las provincias que habían quedado adscri-tas al Virreinato de Lima, hacia lo que desde 1776sería el Virreinato de La Plata, al cual quedó anexa-da la región de La Paz. Como es fácil de conjetu-rar, este mercado interno e interregional luchabadenodadamente por sobrevivir frente a las trabaslegales impuestas por las nuevas fronteras, asícomo por la invasión de bienes importados quecompetían deslealmente en el mercado interior.

No cabe duda que los rasgos brevemente men-cionados de la historia andina colonial conviertenal mercado en un escenario singular de luchas eco-nómicas, pero a la vez simbólicas e identitarias.Podemos aventurar la hipótesis de que precisamen-te, la contradicción diacrónica subyacente a la Re-volución de 1952 puede pensarse como basada enel desfase entre el carácter democrático y nacionalde su mercado interior, y la naturaleza colonial yautoritaria de su Estado. Esto, a su vez, enfrentó amestizos y criollos —estos últimos encargados deleslabón más alto de mediación con los centros depoder mundiales— con la población chola e in-dia, mayoritariamente excluida del sistema políti-co, que laboraba en los campos, minas y rutas decomercio, sustentando económicamente el anda-miaje y la civilidad de toda la república.

La marejada de acciones colectivas insurgen-tes se nutría de múltiples raíces: la lucha de loscaciques apoderados entre 1910 y 1940 por re-cuperar sus tierras usurpadas con la expansión dellatifundio (Taller de Historia Oral Andina, 1984:15), las acciones organizativas y políticas de laFederación Obrera Local (FOL) y de sus cuadrosanarquistas, que en los años veinte y a fines de loscuarenta desatarían una oleada de movilizacionesciudadanas en manos de sindicatos de nuevo cuño,que articulaban los rasgos mutualistas y comuni-tarios de los antiguos gremios de oficio con ideo-logías de inspiración libertaria que proclamaban

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la igualdad de derechos ciudadanos para toda lapoblación (Lehm y Rivera, 1988: 35-36). En esaépoca, la sociedad urbana paceña estaba com-puesta mayoritariamente por cholos o indiosmigrantes que vivían en los márgenes y las lade-ras urbanas, y por una casta parasitaria de mesti-zo-criollos que ocupaba las grandes casonas delcentro y sur de la ciudad, aunque siempre entre-mezclados con diversas comunidades indígenas. Lapoblación de éstas, vinculada a todo tipo de gre-mios, mezclaba el horizonte comunitario rural conel sindicato o asociación gremial de oficio y suspropias redes de solidaridad entre paisanos, fami-liares y clientes. Así, desde estos sujetos abigarra-dos y locales, se fue articulando uno de los mo-vimientos sociales pioneros en demanda de igual-dad ciudadana y equidad de derechos laborales,que se anticipó a las medidas reformistas de losaños cincuenta y que estableció lazos de herman-dad y solidaridad con la lucha de las comunidadesexpresada en el movimiento de caciques apodera-dos (Lehm y Rivera, 1988: 40-41).

Hacia 1951, luego de cinco años dedespiadada represión antipopular y antisindicalen reacción a las medidas populistas del gobier-no de Villarroel (1943-1946), la sociedad urba-no-popular paceña vivía un período de reflujo: lamayoría de los dirigentes de la FOL había sidoconfinada o estaba perseguida por los gobiernosreaccionarios del “sexenio” y sus sindicatos ha-bían sido diezmados o cooptados por los experi-mentos corporativistas de Toro y Bush, que seplasmaron en los decretos de “sindicalización obli-gatoria”. En este contexto, son las organizacionesde la Federación Obrera Femenina (FOF) las quedan renovada vigencia a las luchas anarquistas porla ciudadanía plena, combinándolas con deman-das específicamente femeninas y cholas contra losabusos racistas y patriarcales a que se sometía alas mujeres de los mercados y a las trabajadorasdomésticas en las casas señoriales y en los medios

de transporte colectivo como el tranvía (Lehm yRivera, 1988: 70-72).

Así, la Unión Sindical de Culinarias y R. S.,afiliada a la FOL, se formó a partir de una quejade las trabajadoras domésticas de los hogares de laoligarquía, que iban cotidianamente de Sopocachial centro a abastecerse con sus canastas de mim-bre, y al circular en los vagones de los tranvías “ras-gaban las medias de las señoras” (Petronila Infan-tes. En: Lehm y Rivera, 1988: 172-173). Las culi-narias formaron su sindicato exigiendo que elAlcalde dicte un amparo en favor del uso de estemedio de transporte, pero se comprometieron, asu vez, a cambiar las canastas de mimbre por bolsasde cuero que serían compradas a una empresa local.

Las vendedoras de los mercados de La Paz seasociaron, a su vez, en ocasión de una gran inun-dación que barrió sus puestos, con un saldo devarios muertos y cuantiosas pérdidas en el mer-cado de la calle Recreo (hoy Mariscal Santa Cruza la altura de San Francisco), a principios de losaños treinta. Como consecuencia de ello exigie-ron a la Alcaldía la construcción de mercados se-guros e higiénicos, que comenzaron a edificarsea partir de 1938 formando lo que hoy son losmercados Lanza, Sopocachi, Miraflores, Camachoy Rodríguez (Lehm y Rivera, 1988: 164). La his-toria de las floristas es más larga y accidentada,por el intento inicial de disolverlas en muchosmercados y la lucha por la construcción de unMercado de Flores en la Plaza Obispo Bosque,que duró entre 1936 y 1939. Luego, por denun-cias de los curas de La Merced, el mercado se tras-ladó a la calle Figueroa, hasta que en la década delos años setenta, durante la gestión de Raúl Sal-món, finalmente se consiguió la construcción delPasaje de las Flores, actualmente entre la Figueroay la Mariscal Santa Cruz (Lehm y Rivera, 1988:165-166). En este proceso de visibilidad y activismode las mujeres se puso en primer plano la lucha poruna ciudadanía multicultural encarnada en la

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chola o mujer de pollera. Para los críticos de es-tas movilizaciones, sus dirigentas no tenían em-pacho en exhibir en público costosos faluchos ytopos (joyas indígenas) de oro, en contradicciónde la supuesta pobreza y necesidades de las masastrabajadoras. No obstante, los atuendos de galason parte de la cultura de negociaciones de lassociedades indígenas y cholas, respecto al podersimbólico concentrado en el Estado y su eliteoccidentalizante.

Frente a estos procesos de visibilidad públicade las mujeres y de ejercicio abierto de códigosculturales distintos al oligárquico, la sociedad crio-lla dominante optó por la domesticación de am-bos a través del sindicalismo. El triunfo de unavisión sindicalista occidental y masculina de laorganización social de los sectores subalternos fuegestándose en el sexenio 1946-1952, en las cár-celes y campos de confinamiento en los que con-vergían reclusos de la FOL con sindicalistas cam-pesinos y dirigentes de los nuevos partidos polí-ticos antioligárquicos que habían surgido clan-destinamente en los años cuarenta (notoriamen-te el Movimiento Nacionalista Revolucionarioy el Partido Obrero Revolucionario). Asimismo,la organización partidista de las mujeres en loque se denominó las Barzolas o comandos feme-ninos de inteligencia y control social, terminó pe-netrando los gremios y sindicatos urbanos, ma-niobrando sobre la escasez de alimentos a travésde los cupos de productos de primera necesidad,lo cual se convertirá en su función primaria des-pués de la Revolución de 1952. Al sobrevenir ésta,la FOL y la FOF se hallaban debilitadas, su ima-gen se había desgastado y su combatividad habíaquedado recluida a ciertos sectores o gremios(como las floristas), cuyas demandas específicasno alcanzaban a cuestionar el nuevo orden decosas. El resto de gremios y oficios tuvo que inte-grarse, de buen o de mal grado, al sector de los“gremiales”, comandado por los harineros, bajo

el control del MNR. Un sindicalismo de cortepara-estatal, prebendal, masculino y cupular seapoderó de la COB y de las federaciones de mi-neros y fabriles en los años 1950 y 1960.

¿Cómo se construyó esta versión mascu-linizada y mestiza de la historia de las movili-zaciones populares en Bolivia? ¿Cómo afectóesta representación a las realidades sociales y a lasformas organizativas concretas de la poblaciónpopular y productiva? ¿De qué manera fue fun-cional a esta construcción la idea de “miseria” y“atraso” en la visión de las capas medias intelec-tuales mestizas del partido triunfante? Para res-ponder a estas preguntas analizaré el Album de laRevolución (Fellman Velarde [ed.], 1954), quecontiene un discurso iconográfico que abarca másde un siglo de historia de Bolivia (desde la Inde-pendencia republicana de 1809-1825 hasta1954), y propone una narrativa o interpretaciónde la historia moldeada a los propósitos de lascapas medias ilustradas y occidentalizantes queestuvieron a la cabeza de las reformas de 1952.Se trata de un álbum de fotografías finamenteeditado en formato tabloide y papel cuché, sinpaginación. Las fotos se intercalan con algunosdibujos y muchas páginas de títulos, comenta-rios y pies de foto. Aunque no se indica el nom-bre del fotógrafo, puede suponerse que elrecopilador fue José Fellman Velarde, quien “pla-nificó y dirigió” la elaboración del Album y quees también el autor de los textos, así como delordenamiento y subtitulación del conjunto.

La selección de este documento gráfico obe-dece al intento de comprender los imaginariosnacionales colectivos que masculinizaron yelitizaron la historia de la insurrección popularde 1952 en Bolivia, amoldándola a la imagen ciu-dadana de corte mestizo, occidentalizado y mas-culino, que se convirtió en los hechos en el con-tenido cultural explícito de las reformas empren-didas por el MNR desde el poder. El discurso

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“miserabilista” que objetiviza a indios y mujerescomo víctimas sufridas, objetos de la explotacióny tributarias/os de una identidad y protagonismoajenos, logra sumirlos/as en el anonimato colec-tivo de su condición de colonizados/as,privándoles de su condición de sujetos protago-nistas de la historia.

Mediante estrategias de representación, y ha-ciendo uso de mecanismos de connotación comola selección, el encuadre, el comentario o pie depágina y la sintaxis del montaje sobre la páginaen blanco (Barthes, 1995: 21), el Album propo-ne una lectura hegemónica de la historia con-temporánea de Bolivia, de la cual se obliteranlas luchas sociales protagonizadas por estos sec-tores mayoritarios —hombres y mujeres indíge-nas, cholos/as y mestizos/as de la clase trabajado-ra— y se les moldea en el perfil de ciudadanossumisos, subordinados al caudillo (Victor PazEstenssoro, a quien el Album construye como elvisionario líder y constructor de la Revolución),y privados de nombre e identidad propios. Eneste destino de anonimato colectivo, el Album

pone en práctica la construcción de una ima-gen elitista de la nación boliviana, en la que sesubordina o se invita ornamentalmente a indiosy mujeres a un ingreso pautado y subalterno enel escenario de la política y del Estado y a unaciudadanía de segunda clase en el escenario dela democracia populista del partido nacionalista.

LA NOCIÓN DE MISERIAEN LAS REPRESENTACIONESDE LA ETAPA OLIGÁRQUICA

Todas las luchas antioligárquicas de la poblaciónindia y chola fueron expurgadas cuidadosamentedel Album cuando se reconstruyen las formas dedominación de la oligarquía, desde la Indepen-dencia hasta los años 1940. La combatividad,organización y los notables logros de estasmovilizaciones en el desmantelamiento del régi-men de la “rosca” minero-terrateniente, brillanpor su ausencia. En su lugar, se pinta a las masaspopulares e indígenas como objetos pasivos de laacción —explotadora o liberadora— de otros.

Ilustración 1

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Así, al describir el siglo XIX se presenta la fo-tografía de lo que puede ser un mercado popularurbano en los años 50 (Ilustración 1), donde uncargador y un ciego guiado por una niña indíge-na figuran en primer plano, con un fondo de ven-dedoras y transeúntes. El texto que acompaña ala foto dice: “Después del asesinato de Belzu amanos del caudillo de la oligarquía gamonal:Mariano Melgarejo, una larga noche negra des-cendió sobre Bolivia. Los privilegiados en el po-der no vacilaban en extremos con tal de perpe-tuar el régimen de explotación y de miseria gra-cias al cual amasaban su fortuna”.

Aquí los oprimidos ni siquiera son aludidos,mucho menos como sujetos. La noción de “ex-plotación y miseria” habla de un régimen, no depersonas o colectividades concretas. Pero los mi-serables figuran en la foto, cargando bultos, ca-minando y trabajando en las calles de un merca-do popular urbano. La metonimia del cargador

como sinónimo de explotación y opresión racialquedará marcada en la cultura y en la cinemato-grafía bolivianas, a través de arquetipos como elaparapita de Jaime Sáenz o Isico, el niño q’ipiri(cargador) de la película Chukiyawu, del directorAntonio Eguino.

La noción de miseria se extiende después hastael país entero. Más adelante, una hermosa fotopanorámica muestra una aldea rural con un fon-do de varias cadenas de montañas (Ilustración 2).El campo parece yermo, pero es evidente que setrata de un momento posterior a la cosecha, por-que en primer plano se muestra un haz de cebadacosechada. El pie de foto reza “...Y, por primeravez, Bolivia se ve obligada a importar sus alimen-tos”, y el comentario en la página del frente: “Losliberales inician el despojo de los campesinos.Estos, privados de sus tierras y atraídos a la minapor el señuelo del salario, abandonan el campo.Baja la producción agrícola”.

Ilustración 2

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Ilustración 3

La apariencia desértica de la foto, con el en-cuadre privilegiando el campo cosechado, y el ca-serío cortado en el extremo superior derecho, os-curecen el hecho productivo, y lo asocian con unrendimiento miserable, con un despoblamientodel campo. La foto está despoblada, salvo por unafigura, a la izquierda, al fondo del campo cose-chado. Y todo el país sufre las consecuencias:“... Bolivia se ve obligada a importar sus alimen-tos”. Los campesinos, responsables de este déficitproductivo, lo son como objetos del despojo desus tierras por los terratenientes liberales. Estos,por cierto, no fueron quienes “inician el despojode los campesinos”, ni serían los últimos en ejer-cerlo. La acción social de los comunarios se re-duce a la huida: abandonan el campo y se enrolanen las minas, en pos de la ilusión del salario.

Luego de mostrar una foto de Simón I. Patiño,el magnate minero, se ve un campamento minero

(Ilustración 3), donde a la izquierda sobresalenlas instalaciones de un ingenio o depósito de mi-nerales, con los alambres de un teleférico y, a laderecha, en el escenario panorámico del fondo,se muestran, alineadas, centenares de pequeñasviviendas mineras. El comentario en la páginadel frente reza: “La alianza de la gran mineríay del feudalismo apoyada en el imperialismobritánico, hacen de Bolivia, durante treinta años,un gran campamento minero, y de los bolivia-nos, esclavos baratos y resignados”.

La resignación de la población ante undestino de trabajo, explotación y pobreza, difu-minan aún más el perfil de las luchas socialesobreras. Ya se ha pintado el campo como un de-sierto, con su población en fuga en pos de lailusión de prosperidad que traerá el trabajo enla minería. Ahora se ve que el salario equivale ala esclavitud.

Ilustración 4

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Ilustración 5

En la siguiente página, un montaje muestra dosfotos, que llenan toda la página (Ilustración 4): enla foto superior, un ferrocarril en marcha, y en la deabajo, una mujer de negro caminando en pleno solpor un sendero de tierra. Los comentarios de la pá-gina del frente hablan de las dos fotos: arriba, “Seconstruyen ferrocarriles que son sólo caminos pordonde fugan las riquezas bolivianas...”. Y abajo,“... mientras al ‘indio’ le queda solamente el cami-no de la angustia, del dolor y de miseria”.

El montaje privilegia el contraste simbólicoentre dos elementos: el ferrocarril, máquina queavanza sin dejar rastro humano, y el camino detierra, por donde transita el indio genérico (en

este caso una mujer de negro) como emblema deun espacio desolado, silencioso y desarticulado.

En la página siguiente se sintetizan los con-trastes sociales fundamentales que caracterizan elpaís oligárquico, poniendo en oposición dos fo-tografías, ambas posiblemente contemporáneasa la época de composición del Album (Ilustra-ción 5). En la foto superior, una casa señorial enmedio de un gran campo con una laguna, y en lafoto de abajo, una casucha de adobes con techosde calamina sujetados por piedras, en lo que pa-rece ser una zona suburbana de La Paz. Entreambas fotos, un escueto comentario: “Al lado delujosos palacetes...” “... chozas miserables”.

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Ilustración 6

La simbología de la miseria, asociada al tra-bajo y ahora a la vivienda del poblador indígenay popular urbano, se reforzará más tarde con otrosrasgos, pero nuevamente, la ausencia de sujetoshumanos en las fotos refuerza el quietismo y laresignación frente a una situación dada, impasi-ble, inamovible.

Y por fin, por primera vez, en el Album semuestran rostros en primer plano de los trabaja-dores que habitan esos espacios improductivos ymiserables (Ilustración 6): en la foto de arriba,un campesino chapaco (de Tarija, en el sur delpaís), de rasgos mestizos y vestido con poncho,pañoleta y sombrero de ala ancha, tocando un

erke; y en la foto de abajo, más pequeña, un in-dio altiplánico con la cabeza cubierta por un tí-pico lluch’u indígena, retratado en gesto de seve-ro grito. Entre ambas fotos, los siguientes comen-tarios (de izquierda a derecha): “Al lado de la de-generación y de la ruina en el propio seno de laclase explotadora...” “... la recia contextura de unaraza forjada en la lucha por la vida y un porvenirmejor...”. Clase explotadora vs. “raza” explotada,que sin embargo muestra rasgos de reciedumbrey trabajo, y por lo tanto es una clase-raza. Es de-cir, una raza laboral en la cual el trabajo y la ex-plotación se naturalizan y se convierten en mar-cas inherentes a su condición étnica.

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Ilustración 7

En la siguiente página, un par de fotogra-fías, nuevamente bajo la técnica del montaje poroposición o contraste, revelan similar intencióndescriptiva y fijadora de los rasgos inherentes yconstitutivos de la sociedad boliviana (Ilustración7). Arriba, una soleada calle de un barrio resi-dencial, con grandes chalets de construcción paraentonces moderna, y abajo, un paisaje altiplánicocon un conglomerado de casas, relativamente dis-persas, que parece un conjunto suburbano. Noobstante, entre las dos fotos, el comentario resal-ta: “Al lado de algunas ciudades de opulencia ar-tificial que se levantan como fuentes del domi-nio imperialista están las aldeas misérrimas apri-sionadas por la inmensidad desolada...”.

Pero si nos fijamos cuidadosamente, en am-bas fotos se desliza una manipulación ideológicapor la vía del recurso connotativo del comenta-rio escrito. En la primera, podría tratarse de unbarrio de clase media occidentalizada, a la cualpertenecían los miembros del partido gobernan-te y el propio Fellman Velarde, autor del álbum.Pero más aún, el caserío urbano popular, que elcomentarista describe como una de “las aldeasmisérrimas aprisionadas por la inmensidad deso-lada...”, no denota miseria, ya que se ven postesde luz en frente de las casas (un claro signo de mo-dernidad y progreso en los años cincuenta), y lamayoría de ellas muestra techos de calamina, fa-chadas revocadas y propiedad cercada. Al fondo,

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el nevado Huayna Potosí revela que se trata enrealidad de un barrio de El Alto (entonces un su-burbio de La Paz). La atribución de miseria y de-solación, más que un referente adherido a ladenotación o análogo fotográfico (Barthes, 1995:38-39), proviene del sesgo o carga ideológica deltexto. Una suerte de “trucaje” destinado a las elites,que habrían de reforzar el hecho de que “se sen-tían dueñas del país, pero al mismo tiempo lo des-preciaban” (Almaraz, 1970: 33), en una engañosay homogénea visión de miseria y desolación quetiñen no sólo el paisaje sino a sus habitantes.

El concepto de miseria opera en estos textoscomo un índice (Guha, 1997: 44), cuya funcióninterpretativa es introducida por el texto, a partirde una serie de asociaciones: desolación,despoblamiento, esclavitud, resignación. La imagenfotográfica condensa así las ausencias y presenciasde indios y mujeres. Salvo en la foto compuesta porel ferrocarril y un sendero por donde camina unasombra, la mujer no aparece. Es una figura borrosay masculinizada por el texto (“mientras al ‘indio’...”,Ilustración 4). La borradura de indios y mujeres dela historia se hace así compatible con el advenimientode un nuevo orden social y político donde la no-ción de “ciudadanía” adquirirá un tinte dominan-temente occidental y mestizo, un paquete culturalde pedagogía colonial y civilizadora que aherroja loscuerpos y las conciencias a un destino de anonima-to colectivo. Así advienen a la vida pública del Esta-do y la política, multitudes anónimas y masificadas,vestidas invariablemente de terno y sombrero, enmímica subordinación al modelo ciudadano mesti-zo e ilustrado que desplegaba la elite, expresando suincontestable hegemonía (Berger, 1980: 33-35).

LA SUBORDINACIÓN PATRIARCALEN EL “DESPERTAR”

El Album nos ofrece una estructura periodizadade la historia de Bolivia, donde una suerte deprehistoria (la etapa oligárquica posterior a la

independencia) es sucedida por una sección enla que se ilustran los acontecimientos preparato-rios de la revolución, que Fellman Velarde titula“el despertar”. La sección comienza con una evi-dencia documental de la guerra del Chaco, de lacual se omite toda fotografía (pese a ser uno delos episodios más fotografiados de la historia deBolivia) y la sucesión de gobiernos militares yreformistas que culminó con el colgamiento deGualberto Villarroel, en 1946. La postguerra sepresenta con una fotografía en primer plano delpresidente Busch, con un comentario en el quese destaca un decreto de su gobierno contra losgrandes mineros del estaño, Patiño, Hoschild yAramayo. En la fotografía siguiente se muestra aBusch sentado y rodeado de sus ministros, entrelos que se destaca, en el pie de foto, a Paz Estenssoroy Walter Guevara Arce.

Ilustración 8

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Hasta aquí, el liderazgo del proceso de cam-bios lo detentan varones mestizo-criollos de edadmadura, emergentes de la guerra del Chaco. Unamujer aparece frente a la tumba de Busch (Ilus-tración 8), como para confirmar el carácter de“viuda” o “deuda”, único papel que parece co-rresponderle a las mujeres en el contexto del nue-vo proyecto estatal. La columnata trunca quesimboliza la vida y muerte del presidente suicidaexpresa un símbolo fálico que ordena el espacioen una totalidad patriarcal.

En la siguiente sección, dedicada al Mo-vimiento Nacionalista Revolucionario, se desta-ca la foto de los masacrados de los campos deMaría Barzola (20 de diciembre de 1942), dondelas mujeres figuran nuevamente como viudas y

deudas de los mineros caídos (Ilustración 9). To-das las demás fotografías, hasta llegar al gobiernode Villarroel, mostrarán imágenes de multitudesy grupos dominantemente masculinos y mesti-zos, vestidos a la moda de la época, con ternoscruzados y sombreros de fieltro de ala ancha.

En el gobierno de Villarroel se destaca la or-ganización del Primer Gran Congreso Indigenalde marzo de 1945 (Ilustración 10), y allí apare-cen mujeres indígenas, de espaldas, cargadas conawayus, acercándose a saludar al jefe y a los or-ganizadores del congreso. El ángulo de la cá-mara es contrapicado, las mujeres parecen estarpisando más abajo que el líder; el encuadrerefuerza entonces la connotación de una acti-tud sumisa.

Ilustración 9

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Mujeres de clase media, principalmentemaestras, se muestran en una fotografía que evi-dencia la conspiración contra Villarroel, en laque se anuncia la declaratoria de una huelga sa-larial (Ilustración 11). Son los prolegómenos del21 de julio de 1946, fecha en la que morirá ase-sinado el “presidente colgado”, junto con varios

de sus colaboradores. El despliegue de fotogra-fías de los colgamientos ha circulado en mu-chos textos conmemorativos y pedagógicos,marcando el farol de la plaza Murillo como unespacio emblemático en el que se condensa lamemoria colectiva (Halbwachs, [1950]1997:193-203).

Ilustración 10

Ilustración 11

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En cuanto a la población indígena masculina,otra de las formas de su aparición es como muer-tos, cadáveres botados sin identidad ni rostro (comoen “Masacre Campesinos, Masacre Obreros, Ilus-tración 12), o anónimos obreros cargando ataúdes:“En carros basureros los cadáveres....” (Ilustración

13). Es el período del “sexenio”, inmediatamenteantecedente a la revolución. Y allí aparecen nue-vamente las mujeres, como “esposas, madres e hi-jas”, declarándose en huelga de hambre por la li-bertad de sus familiares presos y confinados (Ilus-tración 14).

Ilustración 14

Ilustración 12

Ilustración 13

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EL PUEBLO EN LA INSURRECCIÓNY EN LOS ACTOS PÚBLICOS

DEL NUEVO ESTADO

A partir de esta sección se sucede un desplieguede imágenes de personajes individuales y colecti-vos participantes en el proceso insurreccional. Es-tos son, invariablemente, mestizos vestidos de ter-no o uniforme policial, ya sea con sombreros ocascos, y en la última fotografía de la serie (Ilus-tración 15), los dirigentes del MNR encabezandograndes grupos insurgentes, todos de terno, conlas cabezas descubiertas, donde destaca la presen-cia del líder obrero Juan Lechín. La metonimiadel opresor es esta vez una bota, tirada en mediode un suelo pedregoso, símbolo del ejército

derrotado (Ilustración 16). En uno de los comen-tarios se menciona el balance de las jornadas: 1200muertos.

Más adelante aparecen nuevamente las muje-res, apegadas a las listas de muertos y heridos, enbusca de sus seres queridos, como si su único papelen el proceso insurreccional fuese el de madres oesposas (Ilustración 17).

Las imágenes del proceso de consolidación delgobierno de la revolución son aún más contunden-tes en la exclusión sistemática de indios y mujeres.Los caudillos mestizos e ilustrados (Hernán SilesSuazo, Víctor Paz Estenssoro) ocupan el centro dela escena, firmando decretos, llevados en hombrosde la multitud, dirigiéndose a multitudinarias con-centraciones con el símbolo de la victoria.

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En estas fotografías se produce una suertede diálogo entre las multitudes mirando haciaarriba, en panorámicas picadas, y el líder de larevolución, de terno y corbata, en primer pla-no, en un encuadre contrapicado (Ilustraciones18 y 19).

El centro del poder es ahora unipersonal, yel caudillo ata todos los significantes popula-res del hecho, entregándolos a una idea del país

moldeada sobre el “mito de la pertenencia almundo occidental”. La foto exhibe una labradacruz católica en primer plano, ante la cual PazEstenssoro jura a la presidencia de Bolivia (Ilus-tración 20). Así se produce el “amarre meto-nímico” entre la revolución popular y el Estadocentralista, occidental y cristiano, que emergeríacomo resultado paradójico de una insurrecciónindígena y popular (Rivera, 2003).

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Las imágenes de concentraciones multitu-dinarias y masculinas se suceden, mostrando eljúbilo del pueblo y la uniformización de los suje-tos participantes del hecho revolucionario (Ilus-tración 21).

Más adelante, sobresale la imagen de dos per-sonajes indígenas, en una misma página, el pri-mero de rasgos y vestimenta andina, que elevala mano derecha con la V de la victoria, y elotro un selvático, semidesnudo y adornado con

Ilustración 21

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plumas, que hace el mismo símbolo (Ilustración22). El escenario de ambos sujetos es convencional yno alude a ningún espacio geográfico en particular.El indio altiplánico está de espaldas a una pared depiedra, al parecer urbana, y el selvático delante deuna casa de adobe y calamina, con algo de vegeta-ción (que no parece precisamente del trópico).

Las viudas vuelven a aparecer luego, cuando seinstalan los homenajes oficiales al presidente mártirGualberto Villarroel y sus seguidores, junto a otroactor fundamental del proceso, el Ejército (Ilustra-ción 23). También una que otra mujer aparece en-tre las multitudes que festejan el primer 6 de Agos-to después de la revolución de abril (Ilustración 24).

Y la aproximación sumisa de mujeres del cam-po, agachadas, cargadas de sus hijos, casi de rodillaspara homenajear al caudillo, se vuelve a repetir, juntocon la presencia de dirigentes indígenas anónimosen las ceremonias oficiales del nuevo Estado (Ilus-

traciones 25 y 26). Las marchas y concentracionesrurales en las ciudades dejan ver una presencia másamplia de contingentes femeninos entre los mar-chistas, quienes invariablemente están encabezadospor una dirección masculina (Ilustración 27).

La presencia ornamental de los indios se dejaver también en los bailes y reuniones donde PazEstenssoro aparece participando activamente, enmedio de elaborados lluch’us y ponchos, y vestido tam-bién como ellos (Ilustración 28), como si la solaaproximación física marcara un compromiso ideoló-gico (“Él y ellos piensan lo mismo”). Desde el puntode vista indígena, el travestismo de Paz Estenssoroalude también a las viejas tácticas de hegemonía cul-tural indígena empleadas por los rebeldes en lasmovilizaciones insurgentes de 1771 en Pacajes(Thomson, 2002: 157-160). Pero los indios son aquísubsumidos, aparecen de espaldas o en posiciones su-bordinadas frente a la imagen central del caudillo.

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Del mismo modo, la presencia de mujeres cho-las en las fiestas del palacio de Gobierno (Ilustración29) revela una ciudadanía de “invitadas”, convoca-das, a discreción de los poderosos, a participar sim-bólicamente en los espacios de poder.

La dualidad entre la elite mestiza gobernantede carácter ilustrado y occidental, y la masa anóni-ma de indios y cholas subordinados y convocados auna ciudadanía de segunda clase, se refuerza en estaversión gráfica de la historia, que entroniza en el

imaginario colectivo de la nación una versiónoccidental y culturalmente blanca de la identi-dad colectiva dominante. El mecanismo inicialfue la subsunción de esta población mayoritariaen una masa habitante de “misérrimas” aldeas ru-rales y suburbios urbanos. La noción de miseriatrastoca a sujetos en objetos, resignadas y pasivasvíctimas de un omnipotente poder externo, con-denados por el destino a carecer de iniciativa his-tórica y política (agency) propias.

Ilustración 28

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LOS LÍMITES DE LA HEGEMONÍAMOVIMIENTISTA

El potencial hegemónico del Album de la Revolu-ción fue, al parecer, limitado. Se imprimieron veintemil ejemplares, a costa del Estado, y se los distri-buyó en embajadas, bibliotecas, universidadesy colegios públicos así como entre los miem-bros de la antigua y nueva elite en el poder. Laimagen de país construida por los ideólogos delMNR se plasmó también en las películas y no-ticieros del recientemente fundado Instituto Bo-liviano de Cinematografía (IBC), que se pasabanen todos los cines de las principales ciudades. Laprensa nacionalista y los periódicos de oposición,todos en manos de capas medias ilustradas, di-fundían también fotos de prensa que reforzabanesta imagen dominante. No obstante, la mayoríade la población no resultaba expuesta a estosmensajes, por la escasa difusión de la prensa y delos noticieros filmados. La iniciativa histórica ycultural (agency) de la población permaneció re-cluida en el tejido colectivo de los gremios y sin-dicatos de base, en el calendario de fiestas y ritosautóctonos que se realizaban en campos y ciuda-des, y en las propias puestas en escena de la multi-tud, cada vez más consciente del impacto gráficoperdurable de las imágenes de prensa que la retrata-ban. Las floristas, por su parte, revelan que las mu-jeres fueron conscientes de la doble moral de la elitey de los persistentes dualismos que pervivieron enla sociedad boliviana postrevolucionaria. Así, refi-riéndose a los bailes en el Palacio de Gobierno, unadirigente del sindicato de floristas relata:

Nosotras mismas hemos inventado parahacer mejor los ramos. Para qué decir, laCata (se refiere a Catalina Mendoza,dirigente de la Federación Obrera Femeni-na) ha inventado los ramos al trabajar. Ellatenía sus contratos en el palacio, en laalcaldía, en todos los hoteles atendíamos.

En el palacio había unas canastas especiales,ahí había que ir a arreglar con la Cata.Cuando ha entrado Paz Estenssoro, dosveces ha hecho fiesta en los carnavales: bailepopular había, baile de la alta aristocraciatambién (Testimonio de Nueves Munguía,en Lehm y Rivera, 1988: 167).

La reconstitución de las divisiones de casta yla colocación de todos los elementos del nuevoEstado en función de la reproducción de los pri-vilegios de la casta criolla dominante es percibidaasí como la otra cara de la hegemonía del proyec-to nacionalista. Pero la resistencia cotidiana de lamultitud, la irrupción de un imaginario y de unapersonalidad colectiva chola en las fiestas y mer-cados urbanos, tanto como en las movilizacionessociales contemporáneas, muestran los límites dela hegemonía que proponía el Album. No sólolos grandes caudillos de la revolución fueron de-rrotados en las urnas, también la memoria de susupremacía cedió ante la abigarrada insurgenciapopular de los años noventa. Cuando en juniodel año 2001 se produce el deceso de Víctor PazEstenssoro, dos días antes de la fiesta del GranPoder, la Alcaldía decreta duelo en el departamen-to y prohibe la realización de la Fiesta. Los baila-rines y prestes, que ya habían invertido muchodinero en preparar la comida y trajes para el even-to, se resisten a la prohibición y danzan a lo largode toda la entrada, desafiando a la Alcaldía y re-basando al cuerpo policial que intentó detener alas comparsas. Así, la muerte del caudillo se cele-bra o se conmemora con una ritualidad exube-rante y chola que desafía los contenidos civiliza-dores que se había impuesto desde el Estado.

Este es tan sólo un ejemplo de las victorias sim-bólicas de la multitud abigarrada de gente cholo-indígena sobre la imagen dominante, occidentaly masculina, que intentó construir el Album dela Revolución a través de la fotografía y otras técni-cas de reproducción mecánica que fueron usadas

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por el Estado para afianzar esta imagen hege-mónica después de 1952.

El limitado y paradójico potencial hegemó-nico de esta imagen se revela también en la eclo-sión de prácticas y símbolos indígenas y popula-res en las movilizaciones que se dieron en el cam-po y las ciudades bolivianas (principalmente LaPaz y El Alto) entre los años 2000 y 2003 (MamaniRamírez, 2004). La asamblea indígena, los pon-chos, whipalas y polleras, la organización colectivay las redes de parentesco y vecindad marcaron laslíneas de solidaridad e identificación simbólica dela población en rebelión, haciendo estallar en pe-dazos el espejo homogéneo de la modernidadoccidental, masculina y cristiana que había inten-tado imponerse hegemónicamente sobre el imagi-nario colectivo de la nación. Asimismo, la prosadel miserabilismo se da la vuelta mostrando la ri-queza simbólica y productiva de las y los oprimi-dos, con su exuberante exhibición de vestimentas,comidas comunitarias y armas de lucha indígenas.De esta manera las multitudes recuperan su con-dición de sujetos de la historia y dan por tierracon el destino de anonimato colectivo que el Esta-do y los poderosos anhelaban para ellas.

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