observación y entrevista. modulo 6 cotrain guion
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Modulo 6. Taller de guión documental. Observación y entrevista.
Observación
(Resumen de texto de : El arte de la observación.Algunos documentales latinoamericanos recientes, por Javier Campo)
La observación ha sido considerada por algunos investigadores como la característica definitoria del cine documental. Indican que los films documentales se asemejan entre sí y se diferencian de los de ficción por el menor grado de control ejercido sobre su tema y sus personajes (Allen y Gomery, 1995; Bordwell y Thompson, 1995). La filmación de imágenes, en este sentido, se considera como lo “auténticamente” documental, de allí que los films de no ficción de montaje, collage o found footage carguen con la tara de no ser lo “suficientemente” documentales, como destaca Antonio Weinrichter (2005).
La observación ha sido una de las piedras más sagradas de las técnicas científicas. No resulta una casualidad que su transposición metodológica a cualquier arte conlleve consigo cuestiones teñidas con los conceptos de verdad, objetividad y fidelidad. En el cine documental la observación se ha opuesto históricamente a la intervención, aunque no necesariamente a la participación. Es decir, la observación ha sido posible, en muchos casos, por la confianza o “familiaridad” de los observados lograda por la participación del equipo de realización en un proceso previo al rodaje. Ha habido dos tendencias o, mejor dicho, una escuela / movimiento (multiforme), cargada/o de nuevos implementos tecnológicos, y una vertiente subdisciplinar, asociada a preceptos científicos, que han dado un uso preferencial al registro y la observación: el cine directo y el cine etnográfico, respectivamente. En primer lugar, el cine directo realizado en los Estados Unidos, desde obras como Primary y Crisis (Robert Drew y equipo, 1961 y 1963, respectivamente) a los films de Frederick Wiseman, nació ligado a innovaciones técnicas como las cámaras de 16mm y los dispositivos de captura del sonido sincrónico. Aunque no se trató simplemente de poner en funcionamiento el conocimiento tecnológico, sino, sobre todo, los viejos anhelos de “un cine no controlado”, como clamaba Richard Leacock. La noción de objetividad estaba allí asociada a la observación en tiempo real y sin artificios, a la transparencia de la representación; el director debía ser poco más que un mediador. Naturalmente, los realizadores del cine directo no eran ingenuos y tenían en cuenta que el control, por más acotado que se pretendiese mantener, era irreductible. La austeridad de recursos gobernaba el registro: sin trípode, sin música extradiegética, sin archivo, sin interacción, sólo la cámara y la vida. No es necesario extenderse más,
para eso están los interesantes artículos editados en Cine Directo, reflexiones en torno a un concepto por María Luisa Ortega y Noemí García (2008). Por otra parte, el cine documental de vertiente etnográfica, asociado frecuentemente a la antropología, ha echado mano de la observación como uno de los principales recursos para estudiar las conductas y costumbres humanas. En la encrucijada entre el directo y el cine etnográfico se encontró el Cinema Verité de la mano de su gran animador, Jean Rouch. Aunque este ingeniero especializado en antropología no pretendía sólo esperar que la acción sucediera delante de su equipo, sino buscar precipitarla usando su cámara como “agente catalizador” (García, 2008: 80). Moi un noir (1958) y, especialmente, Chronique d’un été (1961) corroboran los procedimientos que, en forma y fondo, diferencian al Cinema Verité del Cine Directo: Intervención del realizador mediante la entrevista directa (símil al reportaje periodístico, emprendido por Pier Paolo Pasolini, otro director que puede ser incluido en el Cinema Verité, en Comizi d’amore -‐1965-‐ y Appunti per un’orestiade africana -‐1971-‐). Pero los inicios del cine de pretensión etnográfica se remontan hasta mucho tiempo antes de que las innovaciones científicas hicieran posible un documento más vivo. En la filmografía de Robert Flaherty se encuentran condensados todos los elementos pro y anti cine etnográfico, según Marc Piault (2002: 34), y, sin embargo, es considerado por muchos como el padre de esa vertiente (Rouch, 2005: 64). Su personalidad y su trabajo marcaron a este registro/discurso que comenzó a ser considerado por un público amplio desde Nanook, el esquimal (1922). Con su primer film Flaherty marcó 2 rupturas que erosionaron tanto los principios antropológicos como los cinematográficos: produjo, siguiendo a Piault, el pasaje del inventario naturalista a la representación cinematográfica e influyó en la consideración de las imágenes en su valor artístico y científico como discurso de lo real (Piault, 2002: 34-‐46). En cuanto a los elementos del cine etnográfico que destaca Piault en los trabajos de Flaherty se encuentran la observación participante durante un período prolongado de convivencia, la contextualización del entorno de los personajes, el “realismo de las técnicas” y el otorgamiento del control parcial a los protagonistas que veían lo rodado en la sala de proyección montada a tal fin en el lugar (2002: 98). Sin embargo, asimismo, Piault remarca que Flaherty se opone a la “autenticidad etnológica” mediante la puesta en escena, dramatización y reconstrucciones. Pero en lo que hace más hincapié el teórico francés es en el “etnocentrismo” de la visión de Flaherty (su certeza en que la extinción de esa cultura era inevitable por la evolución del ser humano). Por ello es que, a diferencia de Rouch, lo considera el padre de “cierto” cine etnográfico, aquel que adscribía a la corriente evolucionista, la que documentaba al otro como en vías de extinción, atrasado por estar en otra fase de la, supuesta, evolución humana. La postura sostenida por los colonizadores, en definitiva (Piault, 2002: 95-‐99). En tal sentido, la observación no es un “invento” reciente. Los realizadores documentales hicieron uso de ella desde los mismos comienzos del cinematógrafo. Pero, sin embargo, ésta no obtuvo un tratamiento (casi) liberado de artificios sino
hasta la década del sesenta. Desde entonces varias vertientes temáticas y formales del cine documental estuvieron marcadas por las diferentes estrategias de la observación. Es posible decir que, junto al uso de los testimonios, la observación ha calado aún más profundamente en las pretensiones científicas de este discurso de sobriedad (Nichols, 1997).
Una experiencia estético-‐intelectual integral. Este conjunto de films, que se estructuran preponderante pero no únicamente mediante la observación, no se ubican dentro de alguna corriente o modalidad documental en particular sino que, signo de los tiempos, aprehenden de cada una de ellas diversos procedimientos que no buscan el encasillamiento. Siguiendo a Bill Nichols en su, ya ajado, libro La representación de la realidad: en la versión “genuina” de la modalidad de observación está absolutamente prohibida la música extradiegética, la voz over, las reconstrucciones o las entrevistas (1997: 72). El cine documental de observación se relaciona con los discursos educativos debido a que podemos llegar a considerar que se trata de la “reproducción de la vida tal y como se vive”, experimentando el texto como el registro directo de lo real (Nichols, 1997: 77). Es decir, con los documentales de observación nos pasa, según Nichols, lo mismo que con las narraciones de ficción: establecemos un contrato en el que dejamos sentado que creeremos en esa “ilusión de realidad”. Por ese mismo motivo es que no debemos concluir que “film de observación” sea un sinónimo de “observación científicamente objetiva” y que la observación no es un recurso explotado por sólo una clase de documentales (herederos del directo o etnográficos). Cada vez que de una campaña electoral se trata se nos impone aquel film considerado el iniciador del cine directo norteamericano, Primary (1961), realizado por los que luego serán los principales animadores de esta nueva corriente del documental (Robert Drew, Richard Leacock, Don A. Pennebaker y Albert Maysles). Sus estrategias parecen habérseles impuesto también a Landes y Moreira Salles, el suspenso generado por el montaje paralelo en momentos de tensión es una característica común a los tres films. En el primero eran las estrategias retóricas simultáneas de Kennedy y Humphrey, los contendientes en campaña por las internas del partido demócrata; en estos dos films latinoamericanos son Morales y Lula quienes explican sus ideas y debaten con los representantes de la oligarquía o esperan los datos de la elección con suma ansiedad, respectivamente. Al mismo tiempo estos films de observación parecieran estar unidos por el carácter disruptivo (y hasta contrahegemónico, sobre todo en el caso de Morales) de sus representados sosteniendo, de alguna manera, la constante que denota que el documental estuvo porcentualmente en menos ocasiones al servicio de intereses conservadores (vigente aún para films distanciados de la militancia política3). En definitiva, tanto en Primary como en Cocalero y Entreatos se trata de una confrontación entre la nueva y la vieja política. Estas películas se explican a sí mismas, la intervención de sus realizadores se limita al
montaje o a la manipulación de la banda sonora. Por ello es que, según Bill Nichols, “el cine de observación transmite una sensación de acceso sin trabas ni mediaciones” (1997: 78). Nos enseñan sus representaciones sin que una exposición oral metódica sea necesaria pero, a diferencia de lo que señala Nichols como un rasgo distintivo (la falta de un compromiso del observador con el observado), este conjunto de realizadores sí debe comprometerse necesariamente con sus protagonistas. ¿De qué otra manera podría obtenerse la confianza de ellos para entrar en sus cocinas o baños y para conocer cómo viven, qué piensan, cómo crean? Los sujetos no abren tan fácilmente las puertas de su intimidad si no sienten empatía. Cuando ello ocurre la cámara pasa a ser un objeto más y no un agente extraño que intimida. La no intervención en el rodaje requiere de una necesaria interacción previa para lograr el buscado compromiso mutuo, ya nos han enseñado los mejores realizadores del cine etnográfico 3. LAS ENTREVISTAS 1. El uso de la entrevista en el documental
La entrevista como herramienta de investigación ha sido en las ciencias sociales el vehículo “natural” para lograr que las personas pudieran expresar sus saberes, creencias, emociones. Utilizada desde siempre por los investigadores con el fin de obtener información en campo acerca de la vida del otro, la entrevista es un tipo de relación social que se basa en un intercambio discursivo entre entrevistador-‐entrevistado. Es por otro lado, un método de trabajo utilizado en muy diversos campos: la antropología, la sociología, las ciencias de la comunicación, la historia, la psicología, desde donde se ha analizado, redefinido y clasificado sus múltiples alcances y límites.
Según Rosana Guber, la entrevista y su contexto ponen en relación cognitiva a dos sujetos a través de preguntas y respuestas, de modo que, en este proceso de conocimiento, “las preguntas y respuestas no son dos bloques separados sino partes de una misma reflexión y una misma lógica, que es la de quien interroga: el investigador. Y esto no se debe a que el informante responda lo que el investigador quiere oír (o no diga la verdad) sino a que cuanto diga será incorporado por el investigador a su propio contexto. Al plantear sus preguntas, el investigador establece el marco interpretativo de las respuestas, es decir, el contexto donde lo verbalizado por los informantes tendrá sentido para la investigación y el universo cognitivo del investigador. Este contexto se expresa a través de la selección temática y los términos de las preguntas, además de, obviamente, el análisis de datos” (Guber,1990:209). Desde una perspectiva clásica la entrevista informa sobre aspectos que se corresponden con una realidad fáctica o emocional. Desde una perspectiva constructivista la entrevista es considerada una relación social en donde los datos que da el entrevistado son una realidad que se construye “en el encuentro”. Otros autores advierten que toda entrevista supone la circunscripción a un entorno de diálogo, de conversación y por ende, el material está expuesto a “las mismas falsificaciones, engaños, exageraciones y distorsiones que caracterizan el intercambio
verbal entre cualquier tipo de personas” señalando que “las personas dicen y hacen cosas diferentes en distintas situaciones” (Taylor y Bodgan, 1992:101). El investigador percibe sólo el contexto del diálogo, pero no siempre el contexto general de la vida cotidiana como para comprender muchas de las perspectivas en las que los sujetos están interesados. Entiendo por carácter preformativo los aspectos referidos al comportamiento del entrevistado en términos de representación o actuación, que algunos investigadores como Claudine de France (1982) denominan profilmia. En una entrevista fílmada generalmente la cámara suscita ciertas conductas en las personas, que son producidas por su sola presencia. Sin embargo lejos de pensarlo como elementos de falsificación de sus roles o personalidades, la mayoría de las veces revelan elementos que ponen en evidencia aspectos que muestran a los sujetos de una manera más auténtica. Resulta entonces muy adecuado para este tipo de entrevistas, realizadas por y para la cámara la utilización del concepto de performa, dado que el registro tiene por objeto no sólo la captura de la discursividad del otro sino de su cuerpo. Elementos como posturas, gestualidad, distancia, funcionan como datos que deben ser tenidos en consideración en un análisis posterior y que cobran mayor visibilidad para un investigador a través del registro audiovisual. El teórico y cineasta J.L.Comolli vuelve a esta idea del poder y la violencia como elementos constitutivos de la relación con el otro a través de la palabra: “Temo que los cineastas que se dicen y se ponen en posición de “dar” (...) sobre todo aquellos que de corazón se proponen “dar la palabra a quienes no la tienen” – no hagan otra cosa que reiterar el lugar del amo, el gesto del poder. Porque no se trata de “dar” sino de tomar y ser tomado, se trata siempre de violencia: no de restituir a algún desposeído lo que yo posea decidiendo que a él le falta, sino de constituir con él una relación de fuerzas en la cual seguramente, corro el riesgo de resultar tan desprovisto como él” (Comolli, 2002:55).
La entrevista fílmica, cuya modalidad aparece y se difunde a partir del desarrollo de la tecnología del sonido directo en el cine hacia fines de los 50, es usada tanto con fines comunicacionales como de investigación. A través de ella se pone en total evidencia el lugar de la palabra y el lugar de los cuerpos, al mismo tiempo que establece una forma relacional con el entrevistado, distinta al de la entrevista habitual (sin cámara).
Entre los elementos novedosos están el registro directo de lo que el informante dice, de cómo lo dice y del contexto en que lo dice (el tono, las inflexiones, las pausas, los silencios, las repeticiones). En la investigación fílmica, el otro aparece así a partir de los 60 no sólo físicamente sino por y a través de su palabra. Por otro lado se celebra la posibilidad de dejar de lado el comentario omnisciente del investigador presente hasta entonces en los films antropológicos, para dar paso a la voz del otro sin “interferencias”. Lo que se dice es lo que el otro dice. Hay cierta tranquilidad académica o científica, pareciera que el cine nos permite sentir que ya no somos los
traductores de otras voces, y para muchos esto abre la perspectiva de un discurso dialógico.
El tema del sonido, señala con acierto Piault, transformará la práctica de la imagen y la imagen misma, al punto de no ser sino la ilustración de esa palabra o incluso un pretexto para la palabra. El énfasis en estos primeros tiempos estuvo más puesto en la idea de captar la palabra en toda su espontaneidad, que en cuestionar -‐o al menos analizar-‐ los límites que el “directo” igualmente le establecía a la palabra filmada. Por el contrario, la idea de proximidad, de captación de lo real posibilitó en un primer momento que la palabra registrada en directo se construyera con carácter de verdad (cinéma-‐vérité). Al mismo tiempo la ambición de una antropología dialógica recorría gran parte de lo que algunos intentaban producir a través del cine directo a comienzos de los 70 La ambigüedad de la palabra filmada La llegada del sonido directo y sincrónico en los 60 instala así la entrevista en el cine como un recurso necesario e ineludible. En “Crónica de un verano” (1959) J.Rouch y E.Morin hacen de la entrevista el eje narrativo del film, e instalan un camino que seguirá el registro documental por mucho tiempo y que es inmediatamente imitado por los antropólogos cineastas. Deslumbrados por sus nuevas posibilidades la palabra del otro interrogado en su discursividad y en sus gestos, es filmada en situación, no hay diálogos preestablecidos y las personas responden “como si” la cámara no hubiera estado presente. No obstante tal advertencia, la entrevista filmada siguió siendo (y sigue siendo aún) la técnica mayormente elegida para dar a conocer al otro. Dado que nuestro interés y preocupación es saber qué piensan y sienten: “hacer un film sobre los “otros” consiste en permitir paternalmente que la gente hable por sí misma, y ya que esto ha mostrado ser insuficiente en la mayoría de los casos, completar su discurso con la inserción de un comentario que describe/interpreta objetivamente las imágenes de acuerdo a una racionalidad científico-‐humanista” (ibid). El otro se vuelve accesible a través de su propia voz, pero también del doblaje o de subtítulos, reubicados dentro del sistema de comprensión del que observa/filma y como afirma esta autora: “a esto es a lo que astutamente se le llama “dar voz”; literalmente significa que aquellos que son/necesitan que se les de una oportunidad de hablar porque nunca tuvieron una voz antes. Sin sus benefactores, están destinados a permanecer no-‐admitidos, no-‐incorporados, por lo tanto, no-‐oídos” (ibid). Durante mucho tiempo y aún hoy, muchas películas documentales demostraban su alto nivel de compromiso con el otro filmado a través de esta posibilidad que se le otorgaba: extender su voz. Se escribieron manifiestos, artículos y libros en defensa de esto y es curioso ver que desde cierto cine militante aún hoy se sigue hablando en los mismos términos.