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ü\rp DESFILES INDIGENAS DE LA COLONIA I.IT{TRODUCCIÓN El aniversario de los 500 años del viaje de Colón ha servido para que una vez más se muestren las aristas del desencuentro. Pero al mar-gen de ese interminable debate conviene abrir el estu- Jio de aquellas áreas de relación aborigen-europeo en la que sus propuestas culturales transi- taron por caminos menos conocidos. Aquí trataremos de la capacidaci mímica, disfraces y danzas desplegadas en los desfiles, procesiones y dramatizaciones de ros Andes. Si nos circunscribimos a la experiencia peruana veremos que la violencia del contacto no destruyó la capacidad de reinterpretación de las formas reatrales inrroducidas por la evan_qe- lización temprana. Es notorio que se forzaron las estructuras ideológicas y estéticas euro- peas, pero al superponerse a una sociedad con ejercicio de representación. el engranaje logró ajustes insospechados, tiñendo los festivales andinos y forzando a los autores españoles a introducir personajes y circunstancias ajenas a su tradición. El concepto más general empleado en los Andes pre-Conquista era el taki (.cantar baiiando), su expresión práctica produjo en los europeos opiniones denigratorias de acuerdo al esterotipo generalizado sobre el hombre andino. En los ¡akls se vieron simples bonacheras y en su t'italidad, la manifestación del Enemigo, lo que explicaba la promiscuidacl que los evan-eelizadores veían como parte integrante de un horrendo espectáculo. Pe¡cibido así los rakis sustentaban la explicación generalizacla de que los males de la pobla- ción indígena derivaban -entre otras cosas- de sus incontinencias en el uso del alcohol. Y si esta eufbria alternaba con sus períodos cle apatía y dejadez a la hora de realizar sus trabajos lbrzados, se completaba el cuadro de una humanidad necesitada de la mano tuerte del buró- crata español, para ser enrumbada. trl conden¿rr estas celebraciones no hacía ignorar ia enorme energía que se desplegaba en ellos, así como su capacidad de convocatoria. El calendario festivo andino arrastraba fieles que al coincidir con el santoral católico hacía imposible discernir quienes eran los dioses homenajeados, Una estrate,sia para lidiar con esta situación fue la llamada "extirpación de. idolatrías", que fue la répiica americana de la "caza de brujas" europea, pero de menor ma-enitud y a la larga, de magros resultados. De manera mucho más eficaz se intentó cir- cunscribir esa vitalidad al interior o al atrio de las igiesias, durante las ceremonias católicas, bajo el control esrricto de sus minisrros. Por: Luis Millones (/4¿¿4u4¿ a¡gaa¿¿aan¿. 5? : L_ CunJe/rn Ar1ü J'^^-. $2 Z " S1-?á , Aq1fi L',^.*

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DESFILES INDIGENASDE LA COLONIA

I.IT{TRODUCCIÓN

El aniversario de los 500 años del viaje de Colón ha servido para que una vez más se muestrenlas aristas del desencuentro. Pero al mar-gen de ese interminable debate conviene abrir el estu-Jio de aquellas áreas de relación aborigen-europeo en la que sus propuestas culturales transi-taron por caminos menos conocidos. Aquí trataremos de la capacidaci mímica, disfraces ydanzas desplegadas en los desfiles, procesiones y dramatizaciones de ros Andes.

Si nos circunscribimos a la experiencia peruana veremos que la violencia del contacto nodestruyó la capacidad de reinterpretación de las formas reatrales inrroducidas por la evan_qe-lización temprana. Es notorio que se forzaron las estructuras ideológicas y estéticas euro-peas, pero al superponerse a una sociedad con ejercicio de representación. el engranaje logróajustes insospechados, tiñendo los festivales andinos y forzando a los autores españoles aintroducir personajes y circunstancias ajenas a su tradición.

El concepto más general empleado en los Andes pre-Conquista era el taki (.cantar baiiando),su expresión práctica produjo en los europeos opiniones denigratorias de acuerdo al esterotipogeneralizado sobre el hombre andino. En los ¡akls se vieron simples bonacheras y en sut'italidad, la manifestación del Enemigo, lo que explicaba la promiscuidacl que losevan-eelizadores veían como parte integrante de un horrendo espectáculo.

Pe¡cibido así los rakis sustentaban la explicación generalizacla de que los males de la pobla-ción indígena derivaban -entre otras cosas- de sus incontinencias en el uso del alcohol. Y siesta eufbria alternaba con sus períodos cle apatía y dejadez a la hora de realizar sus trabajoslbrzados, se completaba el cuadro de una humanidad necesitada de la mano tuerte del buró-crata español, para ser enrumbada.

trl conden¿rr estas celebraciones no hacía ignorar ia enorme energía que se desplegaba enellos, así como su capacidad de convocatoria. El calendario festivo andino arrastraba fielesque al coincidir con el santoral católico hacía imposible discernir quienes eran los dioseshomenajeados, Una estrate,sia para lidiar con esta situación fue la llamada "extirpación de.idolatrías", que fue la répiica americana de la "caza de brujas" europea, pero de menorma-enitud y a la larga, de magros resultados. De manera mucho más eficaz se intentó cir-cunscribir esa vitalidad al interior o al atrio de las igiesias, durante las ceremonias católicas,bajo el control esrricto de sus minisrros. Por:

Luis Millones

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Al hacerlo así se cumplían varios objetivos, de una parte se abría la ocasión para que los autosacramentales u otras obras sencillas fuesen representadas por nativos, en general niños, queal personificar virtuales o personajes sagrados internalizaban en su formación el mensaje cris-tiano

El público. en su mayoría parientes t, vecinos, podía ser más receptivo a las enseñanzas de laiglesia. La ley respaldaba esta organización de la doctrina al disponer que cada pueblo cle

más de cien habitantes contase con dos o tres cantores y en cada reducción un sacristán, quepor serlo quedaba libre de tasa )' de servicios personales (Recopilación .. Libro IY títuio III.ley VI. 1681).

Las representaciones se hicieron en quechua y en español. Si se usaba el idioma vemacular.al texto se le introducían las palabras en casteilano que por su complejidad e importancia ncr

debían ser traducidas: D¡os, es el ejemplo más ciaro, lo que no garantizó el logro de lasintenciones evangelizadoras (Dot'ttxco DE SAr.rro TovÁs 195 1 : III;Vnr-ecóurz 1649; folio I lO bien se tomaba una palabra quechua y se alteraba su significado de manera explícita yrepetitiva hasta vaciarla de su sentido original y ponerle al servicio de la filosofía a serimplreslo: por ejemplo Srrpa-r', que desde el siglo XVI sirve para denominar al demonio catr,,-Iico (DovrNco oe S¡Nro TovÁs 1951:279). Obsérvese sin embargo que en este tempranodiccionario (l-560) a Supa.r'se le traduce también como "trasgo de casa", 1o que pudo estarligado a una significación pre-cristiana. Más tarde (Vn-uc óyyz 1649: folio 81, V), la traduc-ción de Supat por demonio se asumió completamente.

Esto nos lleva al problema de la traducción del castellano o al castellano, de ias lenguasaboríeenes. Para los fines del trabajo, basta destacar que en quechua se enfatiza el uso cle luprimera persona cuando quiere dar verosimilitud al texto. De esta caracteística resulta, quclas traducciones al español suelen dar Ia impresión de que la versión oral recogida en quechuatenía forma dramatizada. Fíjese. por ejemplo, en la crónica de Titu cussi yupanqui, qucfuera dictada a un mestizo. Cuando el Inca de Vilcabamba menciona a su padre (MancoInca) o a cualquiera de los personajes de la época, lo hace reproduciendo los supuestgsparlan'rentos pronunciados en las instancias en que Titu Cussi proclama haber sido testigri.Esta circunstancia da a la crónica una estructura muy parecida a la de un guión teatral.similar a las traducciones del griego de la lliada ola Odisea.

En otra crónica indígena (S,tNre Cnuz i968: 314) ala reproducción fantaseosa de los parla-nlentos, el autor a-srega la descripción de representaciones dramáticas que se habrían lleyadoa cabo en épocas pre-españolas. El cronista nos refiere una, de carácter masivo, en la quc clanciano Inca Pachacutec, su hijo Tupac Yupanqui y su nieto Guaina Capac combatieron conarmas de oro y vencieron "fingidamente" a unas tropas refugiadas en Sacsaiguaman (Saxr,rCnuz 1968:302). Aquí el problema que presenta el torturado español de esta crónica no cs

sólo lingüístico. Dado que su relato total pretende ser la historia moral del Tahuantinsuvr,.Santa Cruz la conclul'e expresando la esperanza de un futuro armónico entre europeos )andinos (Mtt-t-oxes 1979).Paraeiio imagina un desfile protagonizado por Manco Inca, pizarrt,y Valverde, caracte¡izados como Carlos V, el Papa y el Inca con lodo su esplendor: "con suiandas de plumerías, con el vestido más rico, con su suntur paucar en la mano, como re),...(SaNra Cauz 1968: 319). Es decir. lo más lejano al Inca manipulado y humillado Que fuep cljo'en Manco. hasta que iniciara Ia re'uelta que hizo temblar a los españoles.

El desfile concluye en el Coricancha cuando Valverde ("con su mitra y capa, representab;i ::

San Pedro") entra a "tomar posesión de su nueva viña". El cronista contrasta ecta actuaci(ir,del dominico con la milagrosa primera evangelización, que habría sido llevada a cabo por c,

propio Santo Tomás, pero que fuera olvidada por los nativos. De Francisco Pizarro "con ,utcanas y barbas blancas" no se dice más, aunque naturalmente esté incluido en el final nlor:ilizador de la obra, que prevé un futuro "con mucha devoción de los españoles y los natur¡lL')eran exhortados de b.uenos ejemplos" (SeNre Cnuz 1968: 319).

Si bien el fabuloso desfile no se produjo, este transitar celebratorio se constituyó €n la colon¡.ien un elemento constante de las festividades cívicas y religiosas. Los diez o doce monar!'¡¡

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¡ l;r lista :=ijcional. reaparecieron con ropas que pretendían ser auténticas y que en última¡stJrlcls :e::e-laban tanto la adhesión a un pasado utópico como a las modas europeas que

.¡rrtrlaba¡ i: hidalguía de sus portados. Del más antiguo desfile que se tiene noticias es el

.,uc ,lcslu--t-s¡a Potosí en abril de 1555. Los Incas en esta ocasión acompañaron a los patro-1¡.,1c la'.':.-' ei Santísimo Sacramento, ta Concepción Purísima y el Apóstol Santiago. Los1¡rlilanles --¿¡ecterizaban "a los monarcas Incas en su corte" Ios representaba la noblezarrJi.rna que ::sidía en Potosí. situación que veremos rellejada en el documento que comen-

.,rr!'rn()s ¡l :::al Ce este trabajo (Anz.rxs y Vel¡ 1915:215).

i n üuidacclr rscuenlo de las fuentes es probable que nos ofrezcala repetición incansable de.r lrdrsoni:::-:.lLin de Ios Incas. Para Ios españoles, esta presencia renovaba el pacto de some-rrrricntr) al :':e había accedido la noblcza cuzqueña de la mano cle Paullu. para los indíge-r.ts. llt reap:i.-ión de su líder en medio de las autoriclades europeas. establecía la existencia derrr.r rnstanri3 nediadora que comprendía sus necesidades y aliviaba sus angustias.

l.l',\US.{. 1607

\ l)csar Ce :ue sabemos que L'xistieron. no se han publicaclo muchas ciescripciones de losicslilcs -n que marchara la figura del Inca. Hay ref'erencias explícitas aunque escuetas, que

l,,rtlctnos situar conlo parte de oste contexto. Es así como en octubre o noviembre de 1607, enlrr loc¿iiiclad Je Pausa. en el límite actual e ntre los clepartamentos de Ayacucho y Arequipa, se,.elcbraron "unas fiestas" al conocerse el nombramiento de Juan tle lvlendoza y Luna. mar-,¡Lrús de \fcntesclaros, como viney'del Perú (RoonÍcuez NfeniN l9l l: 73). Las organizaba el.()rrcgidor ti¿ Parinacocha, Pedro de Salamanca, quien oflciaba cie "mantenedor" en eljuego,lc la sonija que era uno de los atractivos cle la reunión.

i:stc documento ha sido largamente comentado por los cervantistas. porque clurante la festi-vitl¡d desfilaron personajes disfl'azadcls cie don Qurjote. el barbero, el cura, la inf'anta\[icomicoma v e] infhltable Sancho Panza "caballero en su asno" (lbid: l l0-l I l). A nosorrostlos interesa porque también desflló el Inca. No lo hizo con ese nombre, se hizo llamar elc.ballero Anrárrico. "que era el gran Ronrán Baños, hecho el Inca, vestido muy propia y,Illanamente- con una compañía cle más de cien indios vestidos de colores, que le servían deluarda. todos con alabardas hechas de ma-tueyes. pintadas con mucha propiedad. de que erae lpitán el cacique principal de los Pomatambos. Llevaba delante de sí el Inca un guión de¡rlumería con sus arrnas y él iba en unas andas muy bien aderezadas y detrás de ellas ibanliluchas indias haciendo takis a su usanza. El caballo le llevaba de diestro otro cacique muylalán. ¡" con esta magestad se presentó por la tela (el terreno preparado para el desfile y las¡Lrstas) con dos padrinos. sin llevardelante menestriles y atabales, si solo los tamborinos delos takis' que eran tantos y hacían tanto ruido que hundían la plaza. Dio su letra que decía:

Por se las d¿rmas cual son.lvle he visto de su modo,Para conquistarlo todo.

t-a (letra) de su capitán (el curaca de pomarambos) decía:

Por re_uocijar la flestaDc iu nueva tlel virreyVenimos con nuestro Rcy.(RoonÍcuez M,qniN l9l I : 107-108)

A Ramón Baños, que se proclamaba mestizo y noble por doble ascendencia, le fue mal en eltorneo "por que no le ayudó mucho su caballo" (lbid: 109¡. Pero ése sólo fue un incidente deloda unajornada, que alternaba el desflle de caballeros con carros ale-sóricos y eljuego de lasortija.

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El documento nos deja una serie de preguntas que todavía no podemos responder. No cono-

cemos ningún otro Caballero Ant¿ártico en la literatura de la época, aunque su nombre pudo

ser colocado de exprofeso para indicar ei Sur como lugar de la procedencia del Tahuantinsuyo

y sus tesoros. Más que una referencia de dirección específica, se aludía conceptualmente al

universo recién descubierto de donde provenían y esperaba muchas so{presas. Tal debió ser

el sentido que guió a Cabello Valboa para denominar a su obra Miscelánea Antórtica (escrita

hacia 1586), como a los miembros del cenáculo iiterario, Academia Antiá¡tica, a la que el

cronista pertenecía (Cenrllo 1951: XXXI|.

Es interesante anotar las ambivaiencias de Román Baños con respecto al título adoptado, a

su atuendo y acompañamiento. Como Garcilaso, su calidad mestiza lo hace superponer y no

integrar sus orígenes. Disfrazado de Inca, y promocionado como rey por uno de los curacas,

usa sin embargo una denominación nobiliaria que está a tono con los otros caballeros que

desfilaron en la mascarada.

3. LIMA, 1659

El gobierno de Luis Enriquez de Guzmán, conde Alba de Aliste (1655-i661) estuvo signado

por constantes rebeliones indígenas. Chile y Tucumán aparecen en la correspondencia del

virrey como centros nerviosos de una actividad subversiva anti-española. A su vez la propia

administración colonial mostró su descontento con las políticas implementadas por el repre-

sentante de la corona; en su juicio de residencia, figura en primer lugar la queja contra su

descuido de la población indígena (Ha,Nrr y RoDRícuEz 1919: 135). Situación denunciada

vibrantemente por el Alcalde de Crimen don Juan Padilla en su Memorial, que es un retrato

de los abusos de la éPoca.

En su período tuvo lugar la revuelta de Pedro Bohorquez (MruloNes 1992a:204-216), anda-

luz que logró ser aceptado como Inca por las autoridades de Tucumán y la población Calchaquí,

a la que lideró en uno de sus movimientos. Es interesante recordar que el aventurero español

se presentó como hermano del Inca, y se vistió como tal, en una región aiejada del Cuzco, a

casi dos siglos de la muerte de Atahualpa. Su éxito, si bien temporal, prueba que las reso-

nancias del concepto Inca deben ser revisadas para el período colonial (Plossrr i 983, Lon¡.xlrl

1997).

El desfile que comentamos a continuación, se llevó a cabo como parte de las celebracioncs

realizadas en honra al nacimiento del príncipe heredero, hijo de Felipe IV y Mariana dc

Austria. Las flestas se iniciaron formalmente en setiembre de 1659, pero el desfile tuvo lugar

en diciembre. El curioso observador de la Lima del XVII, don José de Mugaburu. relata rrsi

el evento: "Martes 23 del dicho mes hicieron fiesta los indios, donde hubo un castillo cn lir

plaza,y salió el re¡'Inga y peleó con otros dos reyes hasta que los venció y cogió el castillo

y pu.rtor todos tres reyes ofrecieron las llaves al Príncipe que iba en un carro retratado; lsalieron alaplazatodos los indios que hay en este reino, cada uno con sus trajes; que fucrttti

más de dos mil los que salieron, que parecía laplaza toda plateada (¿plantada?) de diferenlc'

flores, según salieron los indios a garrochear a los toros. Fiesta de mucho regocijo para tod()\

y dicen llevaron la -lala de todos, con que cesafon las fiestas" (Mucnnr,nu 1933: 34-35).

Lo prolongado de las celebraciones se explica por la cantidad de gremios organizados quc :'

sumaban a las ceremonias oficiales. Los comerciantes y artesanos solían ofrecer la partici¡r''

ción de desfiles de disfrazados, en las que actuaban ellos mismos o bien artistas contratld','pero, generalmente, existía un día especial en que la "nación india" presentaba formalnlcnl'

Sus reSpetos. Su presencia era muy importante y constituía la contraparte a la "cabalga(:rs '

"despejos" que auspiciaba el virrey y el cabildo de la ciudad.

Esta doble celebración (naturales y españoles) se asentaba en la estructura misma del virrcin;tt'

Para la administraciQn española, en los Andes coexistían estas dos "naciones"' siend¡ l''

"originales" vasallos inco'rporados a partir de 1532. Esto exigía Ia vigencia de dos siste¡rr:

paraielos de gobierno, si bien el de los naturales era dependiente del europeo. D"ntto dt t'"

iógi.u ,. recónoció a las "ciudades" como lugar de residencia de europeos, criollos, neslrj

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v gente de color; y Ios "pueblos" o "reducciones" como habitación exclusiva de la poblaciónindígena. De la misma manera, había conegidores de españoles y cone_eidores de indios, ycabildos igualmente diferenciados; si bien los curacas (jefes indígenas tradicionales) por loslños que nos interesan, aun mantenían mucho poder.

Este esquema de gobierno obligaba a recurrir a las autoridades o notables de la nación indí-gena, cuando se requería la movilización de los mismos. Tal debió suceder en la escuetainfbrmación que nos alcanza Mu-saburu. Como en Potosí, las autoridades indígenas de Limaseguramente fueron convocadas a representar a los incas. Es probable que la versión de"Moros y Cristianos" que representaron los naturales de Lima. tuvieran algún noble local encl rol de Inca, y otros tantos en los papeles de reyes derrotados en el "castillo" de utileríalevantado en la plaza de armas. Al entregarle las llaves al ret¡ato del lejano y enf'ermizopríncipe, los jef'es indígenas dc la comunidad local no hacían sino renovar el pacto de sumi-sión al que estaban sometidos.

La danza de moros y cristianos había llesado muy temprano a América. Las primeras noti-cias de su celebración son de flnes cle 152-l o inicios de 1525, a tres años de la caícla deTenochtitlan en manos de Hernán Cortés (Wanlrriv 1912: 71). Su evolución posterior hastalls danzas de la conquista en México y de la muerte del Inca Atahualpa es uno de los temasnlís importantes de la antropología contemporánea (lvlrr-r-oNes 1992b). Por lo poco que nosdice el documento, el argumento europeo parece haber sido respetaclo: el cornbate de un reyrnusulmán contra un cristiano que concluye con la rendición y muerte -o conversión- delprimero.

4. CUSCO, 1675

Manuel lvlollinedo y Angulo, designado para ser obispo del cusco, llegó a Lima el 9 dediciembre de 1612. Meses más tarde se estableció en su sede, donde permaneció en el cargopor más de un cuarto de siglo. Su interés por renovar los ambientes y las representaciones delarte religioso de la antigua capital incaica, hacen que todavía hoy sea considerado como unode los campeones del barroco peruano. Gracias a su mecenazgo, la pintura cuzqueña haconservado con detalle lo que viene a ser la más importante procesión del culto católico de laciudad. El Corpus Christi, festividad introducida en el Perú a la manera sevillana (Libro deCabildo de Linn, vI, primera parte, pág. 290), terminó siendo la expresión del complejomundo colonial, en el que la estructura fbrmal del catolicismo se transfbrmaba por laavasalladora presencia de los indí-genas y los precedentes ceremoniales precolombinos.

Se conocen quince cuadros que describen el Corpus de Mollinedo. El autor permanece anó-nimo. aunque una serie de evidencias apuntan a Basilio de Santa Cruz Pumacallao, obra(lienzos o muraies) muy solicitada entre 1662y 1693, si nos atenemos a sus cuadros firma-dos y t'echados, que no son todos (Vnncas Ucenrr 1968: 346).

Lo interesante de las pinturas del Corpus del XVII es el énfasis puesto en los personajes quedesfilan y en la multitud que acompaña y presencia el recorrido. Es posible que parte de estecarácter testimonial se deba a la personalidad del propio Mollinedo, que a lo largo de superíodo demostró minuciosidad en el conocimiento de su jurisdicción (VrllaNurva 1982: 1-22) y el deseo de de.jar una impronta personal en las tareas que acometía. De hecho, supersona aparece por lo menos en dos de los cuadros, a la entrada y al regreso de la procesión,bajo el palio al que su autoridad le daba derecho.

Es difícil saber si las imágenes retratan una f'echa específica, y aunque se puede int'erir quedebieron pintarse entre 1670 y 1678 (Mrs,r v Grs¡eRr 1982: 177), no es imposible pensarque el artista aludiese a más de una procesión a la hora de concretar ios cuadros. En todocaso, dado que los varios desfilantes ya han sido identificados. como el noble indígena Car-los Guayna Capac, al lado de las andas de San Cristóbal, no será difícil reconstruir el períodoy ambiente social que dio origen a los cuadros de Santa Cruz Pumacallao. Para los fines delpresente artículo nos concentraremos en la nobleza indígena que acompañaba el desflle.

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Se ha propuesto que el Corpus católico ha recibido parte del ceremonial andino dedicado a ia

cosecha (Zu¡¡leIaA, 1993: 341). Si nos atenemos a la proximidad cronológica, ésta es una

sugerencia válida, 1.'no sería el único caso en que este factor resulte determinante para la

superposición de cultos. Naturalmente. el problema es mucho más complejo. El Cuzco pre-

colombino, en momentos previos al contacto era el centro geopolítico y la capital ceremo-

nial del estado incaico. Esto convertía a su perímetro urbano en polo de atracción y centro de

dispersión de valores al mismo tiempo. Las familias nobles que proveían de gobernantes al

Tahuanrinsuyu, desplegaban en cada festividad las muestras de iujo y riqueza que reafirma-

ban su autoridad ante los yasallos 1' frente a las panacas rivales. Las delegaciones de las

provincias observaban )'participaban. con el mandato de repetir en su localidad segmentos

seleccionados del ritual, en el calendario u ocasiones indicadas. Pero la guerra entre Guasca¡

y Atahualpa, el saqueo del Cuzco por el vencedor, la llegada de los Pizarro, la rebelión de

Manco inca, y las guerras entre encomenderos y representantes de la corona española debie-

ron transtornar la ciudad en magnitudes de cataciismo. Poco después las necesidades de la

explotación de la plata y el mercurio hizo que las zonas rurales del Cuzco fueran afecÉdas

con la labor forzada que debió enviarse a Potosí, Huancaveiica y Castrovirreina.

Cuzco tuvo que recomponer los cuadros de su dirigencia indígena muchas veces. En 161 1.

Garcilaso (1963: Vol. IV p. 1088) recuerda con indignación ia procesión que le tocó obser-

var en su niñez. Vio entonces, era el Corpus de 1555, que Don Francisco Chillchi Caña¡i.

aliado que Pizarro trajera desde el reino de Quito, mostró lacabeza de un indio cuzqueño al

que había matado en singular combate. durante el sitio del Cuzco por Manco Inca. La.s

palabras de nostalgia ¡,frustración que pone el escritor en boca de sus mayores nos dan la

pista de los cambios que iban tomado cuerpo en la nueva nobleza indígena. Y que coriespon-

dían a la estructura colonial que se articulaba desde fechas tempranas.

Hay factores que pueden hacernos pensar que con el correr del tiempo la nueva dirigen;ia

aborí-een había sido vaciada de su cuitura original, araízde la presión colonial. Por ei:im¡de las muchas vicisitudes que agobiaron a la población del Cuzco, aún antes de reorga:'izar-

se el r,ineinato con Toledo. los privilegios de la nobleza sometida debieron ser refreliaio.judicialmente a trar'és de procesos que examinaban la sucesión y derechos reclama¡-':. 1,,;

quienes decían ser descendientes de las panacas reales. Pero dado que las incerti¡:;::c'políticas y la economía colonial habían enriquecido a un nuevo sector de curacas" a 1.1-: :a-;:,-

como el de Chillchi Cañari, se sumaron muchos otros, que construyeron sus genealc':-'. : :

imaginación y clinero. Tal podría ser el caso de Marcos Chiguan Thopa que hacia -- "'irhace retratar y coloca en la base del cuadro una leyenda con todas sus pretensiones d¿ :,- : rza, la mayoría de ellas cuestionadas en los tribunales de la época (Rowe 1951: 265-'-,'t

Por su parte, la Co¡ona también hizo esfuerzos para que los hijos de los "caciques" r3---: -:'r:una educación formal que los hicie¡a parte funcional del reino español en Amé:*.-- "''gestiones las inició Toledo. pcro fue Esquilache y Ia Compañía de Jesús quienes fi:t : :: :activaron el funcionamiento de las escuelas par4 los futuros curacas, en Cuzco. Huz:: ':.:Arequipa (VercÁncrr- 1968: 91).

Visla así. tomando exclusiVamente en cuenta sus relaciones con la "república de es;r- :

los Incas que desfilan en el Corpus Christi de Mollinedo tienen un sabor a e.xoi'-satisfacía al gobierno. Sus ropas y adornos. que incorporan un volumen consii:-.' :

parafernalia europea, reflejan ef'ectivamente muchas de las imágenes formadas e. :Mundo acerca de lo que podrían ser los aborígenes (cur,lrnltNs 1991 203-213).

Pero esa es sólo la mitad de la verdad. Como cualquier gremio, los indígenas nobi':'. ''que concurrir a las festividades, y cada año se reiteraba en las actas del cabildo ;-.: .

que durante el Corpus Christi, "todos en aquel día se muestren alegres y se reeoci-ie:-

la procesión con toda autoridad y policía" (GoNzÁlez Pu;¡Ne 1982: 119). En oú?--r :'.:--;

nadie podía ignorar que en la argumentación legal para obtener un cacicazgo o ert ei "::-

nial exigido como muestra de sumisión, había que adecuar la presentación al s:::'sociedad colonial.

6a e¿afun¡¿

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El pctsct del carro de S¿tn Sebastián. Cuadro atribuido a Santa Cruz Pumacallao.IVIUSEO DE ARTE RELIGIOSO DELCUZCO.

-a

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Regreso de la procesión a la Catedral. Cuadro atribuido a Santa Cruz Pumacallao.

MUSEO DE ARTE RELIGIOSO DELCUZCO,

Page 9: Millones Luis.desfile

icro el control de la población indígena en la que los nobles basaban efectivamente su status, dconomía, se ajustaba a otros parámetros. Los curacas podían hablar español y manejarrrJics en latín, pero en sus territorios sólo era posible pensar y hablar en quechua. Asistir alairrpus u otras festividades mostraba además su catolicismo a Ias autoridades civiles y ecle-

' ,listicas. Pero salvo unos cuantos, difícilmente se poclría encontrar entre ellos a cristianos:rrilitantes que no permitieran (o participaran) del culto a los cerros u otros aspectos de¡¡ligiosidad indígena. Abandona¡ el ritual de sus comunidades hubiera debilitado su autori-J.ld' que en última instancia nacía de la dia¡ia interacción con quienes producían sus rique-

"',r. Por lo demás, el catolicismo mostraclo en las iglesias tiel Cuzco y los "pagos" realizados

¡¡ llts zonas rurales no eran pensados como antagdnicos. Lo que se percibe como mezcla¡¡cernclusa a través de una mirada europea, resulta ser parte de un proceso que se consolidó;onro ideología indígena colonial, luente ciel pensamiento andino contemporáneo.

L:n¡ mirada ate nta al Corpus Christi en otra parte de los Andes revela muchos elcmentos queno cncajan necesariamente con la ortodoxia cristiana. Por lo ntenos así lo pensaba el exti¡paáori:rrtncisco dc Avila (1966) que inició su campaña cn Huarochirí. a raíz de haber clescubierto.1uc Ia lestividad cobijaba "las idolatrías" que le dieron su trisre fama. Lo mismo opina\rriaga (1968: 213), que describe la liesta con tot¿rl convicción que se rratrba clc una activi-

.lrrd pagana. inspirada por el demonio.

lil Cuzco del siglo XVII era la segunda ciudad del virreinato peruano. a clecir cle sus contem-pr )ríineos:

'''ficne la ciudad población de tres mil vecinos españoles y diez mil vecinos indígenas, repar-tjtlos los indios en cuatro parroqui¿rs con sus curas que les cloctrinan v enseñan, y tienen unirospital muy rico, y todos tienen muchas riquezas" (ANóNrlro 195g: 93). ..Tiene (cuzco) ensu contorno y en lajurisdicción de su obispado catorce corregimientos. ciento treinta y una(l()ctrinas y beneficios de indios, las ciento ocho cle clérigos (y) las veinte y cuatro ¿e regula-rcs (;) una de San Francisco, ocho de San Au-eustín, ocho de Nuestra señora de La Merced,sie te de Santo Domingo, que son las once parroquias de la ciudad y con los dos curas de lacatedral, son ciento cuarenta y dos curas y beneticios curados (Conrnrnr,s v v,v-veRoe 1965: 5).

f-ls líneas precedentes nos hablan de una intensa vitla ceremonial en una de ias áreas máspobladas del virreinato. Naturalmente, el Corpus, fiesta movible entre ma)/o y junio consti-tuía (y constituye) uno de los ejes centrales de concentración reli-eiosa en los Andes del Surdel Perú. Las imágenes que acompañan este texto muestran dos de los cuadros atribuidos aSanta Cruz Pumacallao, ambos se encuentran en el Museo de Arte Religioso del Cuzco ydocumentan dos momentos del desflle. Una excelente reproducción de la que llamaremosf igura l. se encuentra en Nlesa y Gisbert (1982, lámina XXV): la fi-uura 2 ha sido reproduci-da en el catálogo "Las plumas del soi y los Angeles de la conquisra" (199-l: 3g).La ptcun¡ I representa el paso del carro de San Sebastián que va precedido por elAllérez Real, r'estido de Inca. La escena ofiece un primer plano al que el espec-tadorse ve introducido junto con los esistentes e laprocesión qu. *iron, conver-san entre ellos o parecen comentar el evento. Es interesantc notar los dilerentestipos raciales o niveles sociales que comparten la acera al paso del carro ale_sóri-co. El desfile va por el centro cle la pista, el Alférez porta un estandarte apenasinsinuado, ya que su mano clerecha casi escapa del cuadro, ra izquierda lleva unborde de su capa para evitar que se arrastre. su tocado en la cabeza muestra lasuma de atributos con que pretende englobar las varias versiones. que segura-mente coexistían, sobre la representación del poder incaico. van desdsel arco irishasta la mctskaipaclu (o una estilización de la misma). mientras que el llautude los cronistas (cordones de color rojo) ha sido convertido en una banda multi-color, que'a Ia altura de la frente se convierte en la base de un curioso edificlo.cuidadosamente equilibrado del que forma parte el citado arco iris.

El Inca va vestido con el unku o camiseta lar-ea, que en este caso se prolongahasta las rodillas. por las piernas asoma un panralón no muy largo y ios pies

.{

azaadr;atoa 65

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calzan usutas (ojotas) que llevan la cara de un león en su parte delantera. Esta imagen se

repite en los hombros. Dado que el unku carecía de mangas, en esta ocasión ha sido provista

de tales o bien constituyen parte de una prenda interior, cubierta por el unku y la capa. Las

mangas son de encaje blanco, semi transparente que exhiben un tejido fino de mucha laborio-

sidad. Sobre su pecho, el Alférez Real porta una imagen del Sol con facciones humanas

que parece ser parte de su vestido . El unku propiamente dicho es de color blanco pero está

prácticamente cubierto de bordados o dibujos de colores donde se alternan flores de lis con

iectánguios multicolores. A la altura de la cintura, se mantiene una versión del tradicional

tokapu, o franja compuesta por signos de coior que rodeaban los trajes nobles. Aunque su

ubicación no es ia misma si se la compara con el testimonio arqueológico. Detrás del cano.

monaguillos o sacristanes llevan velas y estandartes, caminando en medio de una multitud

que los rodea. El carro es en realidad la proa de un barco cuyo mascarón sigue los pasos del

Inca, pero esta porción de nave tiene como objeto mostrar el sacrificio de San Sebastián, cu¡'a

imagen, sostenida por dos columnas aparece apenas vestida y con las flechas que recuerda irtradición. El árbol al que está atado el personaje está cubierto de aves de colores, entre las

que se destacan dos papagayos, uno sobre las ramas y otro suspendido en el aire, sobre cl

mascarón de proa.

La presencia de pájaros exóticos y de paisajes selváticos en los cuadros coloniaies es unr.

constante que ha sido explicada como una forma de representar el paraíso, desde la perspc;-

tiva del pintor indígena o mestizo (Grseenr 1992: 115-140). Pero el papagayo o guacama).'

tiene derechos propios para ubicarse en lugar protagónico. Todavía en 1938, José Uriel GarcÍ.,

describía la misma escena de manera muy similar a nuestra imagen

,'Pasa San Sebastián, con ese aspecto de víctima y miártir, inmutable, eterno, asaltado c¡,;

flechas de plata, atrincado a un árbol, sobre cuyos ramajes sueltan su absurda locuacrC;,:

unos loros traídos de las selva, que fueron mantenidos durante un año por una lrlstr()Dl 'ialdea. con los frutos de unas tierras, iegadas por un devoto para ese objeto. Loros adivin,'

según la versión de las gentes de la panoquia, ante quienes acuden los que sufiieron un rr,:

para descubrir al ladrón (Ponnns 1992:403)'

Como veremos en el capítulo que sigue, esta presencia animal tiene una larga historia c:

icono_erafía andina, pero lo dicho basta para sugerir las pistas para un mejor entendilnlli

de los elementos del cuadro en cuestión.

Detrás de los desfilantes se divisa la otra acera y las personas que cicsdc

observan el transcurrir de la procesión; como en la vereda I'a descrita. lo: 'currentes pertenecen a todos los estratos y edades de la socieCad coi'''

cuzqueña. Arriba, desde los balcones, asoman algunos otros testisos dcl cr'"

mantas de colores dii'ersos parecen estar colgadas de una cuerda cui :( :

invisible por la distancia. Otros cuadros de la misma serie. muesi:an l'

ha sido la duradera costumbre de colgar mantas (frazadas )'coriinasi lr: I

de procesiones y desfiles, pero la disposición de las misma-s crea ci::lr' ' '

sión.

I-ar'lcuRe2eslareproduccióndelcuadroquedocumenIaeireg:c'.procesión a la catedral. Las imágenes, los cargadores, N{ollineCo } 't' ' '

y los Incas, conculren al mismo tiempo al sendero que los lleva¡j ; !'' l''

principal del templo. La disposicrón de los personajes crea do-. c3Íri. ''

diferenciados: a la derecha. el obispo bajo palio con los noiat'les €::;r:'

alinean debajo de las imágenes de la Virgen de Belén. la Car,d'"""" '

Sebastián. A la izquierda, los cargadores de San Cristóbal ) San¡ '''n'

cen enfrentar a los cargaclores de las otras imágenes, mientre-' a1- ..',.lumnas de "Incas" precedidas por uno que lleva bastón ¡' orc qur l"i" '

baoderola, observan al obispo que a su vez les devuelve la mir:"i:'

La vestimenta de los "Incas", con penachos de plumas bla¡cas' t ii,". .

mas europeizados que el Alfétez Real, con arcabuces .\'Iauss' r""

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i ,,¡rrrrrria las leproducciones de los ángeles coloniales (Grsnanr 1980: 87; Mu¡rc¡ 1992 207-

r 1lS,,Uu;lce 1993:60). Como lo señalan lcls autores citados esta identiflcación no es gratuita.

rrr(cle s y aves del paraíso debieron ser los puente s entre lo profano y Ia divinidad, así como

,,r rrobles cuzqueños eran los intermediarios entre el poder colonial y la población indígena.

r¡ t'oíto propone Mujica, el liderazgo nati\"o absorbió en su educacióri pafie de la teología

. r,rltrirrc formista, estamos tocando la pun ta t)e un ice berg en lo que se reflere a la mentalidad

rr,ltge na colonial'

r .rü cuadro nos lleva también a pensar en la selección de imigenes desfllantes y el complejo,¡q¡¡¡do de las cofiadías que mantenían (y mantienen; su culto vigente a lo largo del año.

r,,rrc Flores ha propuesto la identif icación del dibujo tJel templo de Coricancha clel cronistai.rnrlr Cruz Pachacuti como cxpresitin de I¡s bases ideológicas de la disposición ectual de las

irrigcnes en la catedr¡l cuzqueña (Ft-ones Ocuo.r 1990: Ii8-139). La tradición oral vigente

..rr l;r ciudad tlel Cuzctt señala. ¿dcm¿is, los conclatos cntre las imiigenes prccolombinas

.r!.rr rcrd¿ls por los ntiembros clc las panacas v los santos católicos. lo que no e stá muy le.jos de

i,r \ugcrcnci¿l de Zuidcma ya rnencionada. Dado que no es éste cl ¡nomento par¿ discutir,,rirr'c el culto a la imágenes en los Andes, es importante al menos, recalcar la compleja,le ¡rurlcicin que finalmcnte dio carta de ciudadanía a ¡lsunas de ellas y eliminó a otras.\,rlr'¡mos por un momcnto a la imagen del asaeteado Sebastián en el camino al cielo por su

r)irrtirio; son los papagayos quicnes completan el mensaje de su tránsito.

llc^nl()s comeotado sólo dos, de los quince o más, cuadros que ordenó pintar el obispo Mollineclollrre ie 1675. Dejamos de lado Ia intensa coreografía quc tcompaña la procesión y cuyo estu-.lrtrjustificaríam¿isdeunlibro.Bastepor ahoracontrastarlos"Incas"del Cuzcoconotrade.,us rcprescntaciones ahora en la capital dcl virreincto.

5. LIIIA, 1725

l-l razón del desfile fue similar al anterior. el rey Felipe V (duque de An3ou) había decididotcnunciar en la persona de su hijo Luis Fernando I. En el bando del 2 de f'ebrero de 1724,cnviado a Lima, Su Magestad declaraba que lo hacía para "retirarse con la Reina, nuestra';cñrtra. a tratar sólo de se¡vir a Dios desembarazado dc orros cuidados" (Bando 1724).

l:l virreinato del Perú estaba a manos del Marqués de Castelfuerte, cuyo gobierno interrum-¡rírt una línea de gobern¿tntes-saccrdotes, muy cuestionada por su inmoralidad en el manejorlc las cuentas reales. Eran ya lejanos lcls tiempos de lir gloria de los Austrias, una nuevarlinas¡ía gobernaba España descle l70l en mcdio de una acentuada crisis económica.(-'astclfuerte dio orden de que las buenas nuevrs se celebrasen con la pompa correspondiente{por disposición del 3 de setiembre) y tras los preparativos del caso, Ias fiestas se iniciaron elI I de diciembre para concluir en lebrero del año siguiente. Todo esto acontecía mucho des-puós de la muerfe del infortunado Luis Fernando acaecida en agosto de 1721. Sus vasallos en.'\mérica. al conocer los hechos, no demoraron mucho en organizar sus honras con similarlrr lltto.

Las f iestas de bienvenida fueron narradas con detalle por un -sentilhombre (Castro y BocángelI 725) de la corte del virrey, que publicó un lolleto de más de cien páginas narranclo el evento.De acuerdo con é1, el suceso tur,'o dos escenarios; Lima y El Callao. y contó con tres desfiles,quema de fuegos artiliciales y corridas de toros. Naturalmente, la ciudad de los Reyes tuvopreeminencia en la celebración, que se alargó en muchos días. Como parte del espectáculo, ytras una "Cabalgata" española, se incluyó Ias "Fiestas de los Naturales" (ver también RolrE-no 1936: 77-94; aquí usaremos el texto original), éste es el tema de nuestro trabajo.

Las fiestas de naturales se realizaron durante tres días: 26.27 y 28 de enero. El primerdía, aias cuatro de la tarde, Ios indígenas hicieron su insreso a la Plaza. En primer lugar aparecie-ron dos alcaldes a caballo, un teniente, seis lacayos y vcinte y cinco -suardias. No bien llegarona la plaza, se encaminaron al balcón del Viney primero y al del Arzobispo después, parasaludarlos y ubicarse luego en los tablados levantados con este propósito. A continuación se

¡-

a.tgazliarua 67

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escuchó el sonido de clarines y cajas (tambores) que se aiternaban con arpas, iaúdes y flautas.

Al compás de éstos úitimos, arremetieron alaplazadiezdanzanfes con macanas de oro de

media vara, que alrededor de la cabeza llevaban una pequeña faja que en la frente tenía la

imagen del Sol y en la nuca la efigie de la Luna: "insignas de nobleza en la corte del sobera-

no que fue de los valles de Trujiilo, Chicama, v sus contornos, Chimo Capac" (Casrno v

BocÁNcsr- 1725:74).

Le seguían cuatro ñustas que componían un coro, lujosarnente vestidos a la manera incaica. El

coro estaba liderado por "una belia matrona, que representaba a la Reyna o Colla" con traje

aún más lujoso y que llevaba como ofrendas en cada mano un "loro o papagayo" y un ramo de

flores (lbid:76). Al lado de las ñustas ma¡chaban otros cuatro "Gentiles hombres" en silencio

y con un paso más lento.

Seguía una escuadra dividida en dos alas. Se trataba de la Guardia ("indígena") del Príncipe

(Luis Fernando) que hacía un total de diez y seis soldados. Mezclándose con ellos o con los

precedentes, alternaban dos personajes "contrahechos" que "imitaban hombre y mujer" y

que el escritor y testigo califica de "adivinos de aquella ciega gentilidad".

A continuación ingresaba la caraclerización más compleja e importante del desfile. Se trata-

ba de Tunupa (Castro y Bocángel escribe Taunupa), evocación de unos de los dioses hacedo-

res del Tahuantinsuyo, cuya presencia en las crónicas es equivalente en acciones a Wirakocha,

Tunupa es uno de los protagonistas del panteón andino recreado entre otros por el cronista

indio Juan Santa Cruz Pachacuti (Mlr-l-oNes 1919: 123-161), que le da un papel protagónico

en sus escritos.

El Tunupa de 1725 llegó al centro de laplaza, hizo tres reverencias, recitó un poema anun-

ciando el desfile de los Incas, sacó de su pecho un quipu de seda. que Castro y Bocángel

interpretó como "carta credencial". Aceptada por las autoridades la petición de desfilar.

Tunupa volvió atrás para acompañar a los líderes simbólicos de la república de naturales.

El grupo que se aproximó a los balcones fue tremendamente significativo, en primer lugar

iba Tunupa y Chimor Capac, detrás de ellos estaba Atum Apo-Cuis Mango ("Señor de

pachacamac") y el Inca Guascar. Los seguía Chuquis Marico ("señor que fue de los valles dc

Lunaguaná" y "Capitán de la guardia del Inca"), que llevaba el escudo de armas concedidr,

por Carlos V a los descendientes de Guascar. Marchaban a continuación veinte y cuatr(r

ore.jones o miembros de la nobleza cuzqueña. Detrás de ellos iban otras tres autoridadcs

generales: Yncap Rantin Rimac "Protector del Pueblo, "Yncap Quipocnin" Gran cronistr'

quipo camayo". y Acolla Tupa "Gran Capitán de la Guardia". Luego, empezando por Gurti

na Capac, desfilaron todos los incas. acompañados por danzantes, guardia personal 1' pa.ic:

al parecer en abierta competencia de boato. Cerraba el desfile, Manco Capac, que al rgurri

que los demás dio una vuelta ala plaza dando vivas al "gran Ynca Don Luis Primcrr''

arrojando a la plebe monedas de plata y cumpliendo con hacer reverencias ante las autoriri;r

des españolas (C¡srno v BocÁNcEl 1725: 85).

Concluida la tarde, el día siguiente (21 de enero) sc inició con una corrida de toros. quc '

decir de nuesrro cronista resultó muy lucida por la fiereza de los seis bureles y la habilidatl 'j'los toreros a pie y a caballo. A las tres de la tarde se reanudó el desfile de naturales.

Como en el día anterior, abrieron la marcha los dos alcaldes de naturales. Les siguió ahorr' l'

Compañía de Alabaderos cuyos jefes: el capitán Francisco Estevan Montes y cl tc.ntcnl

Felipe Caxo deslumbraron por su vestido a la española. Los acompañaba un número clct 'r'r

de lacayos cuya presencia daba realce a sus personas.

Lo que siguió fue un juego de cañas ejecutado por doce parejas a caballo divididos cÍl cu'r::

grupos de a tres personas. El total de la cuadrilla evolucionó por la pieza en compars;r ,"

s.i, p.rronur, hasta que se dividió en equipos de a tres, que a su vez representaban cu-' .

"naciones" del mundo: españoles, franceses. persas y americanos. El documento Do 3ir;t'',

la caractertzación la hicieron los naturales o hubo una intromisión europea cn esta pañ(.'-

desfile. El texto parece sugerir que fueron españoles los que tuvieron a cargo esta esccni, l';L ' ,'que concluyó con una conida de toros en la que participaron uno de cada grupo "

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ffi.'-it' i

"naciones" allíconvocadas. Los vestidos de los representados respondían al estereotipo espa-iiol de la época, iban los peninsulares con ropa muy seria y llenos dejoyas; Ios franceses con¡¡ divisa azul y oro; los persas, con turbantes y encajes; y los americants, desnudos, conjoyas,¡rcos y flechas. Con esta mascaracJa concluyó ei día.

El 28 de enero [uvo también una mañana de toros y a las tres de la tarde volvieron a desfilar lostrece Incas recordados en esta ocasión.

Entpezó la reunión con la Coya, representada por una "agraciada niña que vestía en la forma!luc acostumbraba esta Nación" (Cesrno v BocÁNcel 1725:89). La acompañaban más deuicn hombres, de los cuales sesenta actuaban como guardias. Iba ella en andas sostenida porvcinte cargadores, a su lado cabalgaba Guascar, y los separaban de la audiencia clieciochonajes que sostenían una gran cadena que imitaba "la que el padre cle este emperador, hizo ensu nacimiento [y que se esconcje c1e] la codicia en la célebre laguna de Chuquito. .." (lbid:90)' Detrás de Guascar, otros porteaclores cargaban la "Tiana o ori.nto imperiai" y otros doce.,rlJldos cerraban cl cortejo.

.sc repitió entonces, el desflle de los -sranclcs -gobernantes del f'enecicio Tahuantinsuyo, que secslneraron en la competencia de ostentación. Asombraron al cronista la riquezade quieniuprcsentara a "Biracocha inca", que se hizo seguir tie doce mulas carga<ias de banas clcJrlata; y Yahuar Huacac "que llevó carneros cle la tiena" que acarreaban barras de oro.('crró el deslile un gigantesco curro en lbrma de nave. que rcpresentaba.'la célebre quecondujo a el Puerto de Tumbez a los treze primeros Conquistadoies del perú" (lbid:91).Éncl alcázar estaba un caballero representando a Francisco Pizarro, vestido con .,marcialesItrneses"' En la proa, un grupo de personajes caracterizaban las virtudes teologales, laspartes del mundo, el amor y la fhma. Y un joven vestido lujosamente, y sentado sobre elslobo celeste ("tachonado cle estrellas"), representaba al monarca recién ascendido al tronodc España' El carro se detuvo ante el Marqués de Castelfuerte y se recitó una loa en elogio asu Majestad. Su presencia fue el toque final que dejó maraviilado a la concurrencia.Colno en toda fiesta comunal contemporánea, el espectáculo final apenas si muestra el inten-sojuego de política interna que precedió al desfile. En el apasionado debate, que seguramen-fe tomó meses antes de plasmarse en acciones concretas, debió discutirse desde quienesrcpresentaban a los Incas hasta el orden de precedencia durante la ceremonia. y aunque eldocumento es escueto con respecto a los entretelones del espectáculo, podemos exprimiraiguna información de las notas de margen e inferi¡ a partir del propio texto, especialmentecuando Castro y Bocángel desborda en entusiasmo y nos da los nombres de actores y respon-sables.

Se menciona una vez al corre-sidor de indios, don Melchor de peña y Lillo. Debió de serquien administraba Santiago del Cercado, Ia única reducción de inclios en la capital. El textoItl elo-eia, pero más bien por no haber intervenido y encarece el esfuerzo de los indí-eenas alllaberse costeado todos sus gastos, a don Melchor se le recuercla por su "actividad y vigilan-cia", apenas un cumplido para que el autor del texto se evite reprimendas innecesarias. Suvoz debió haberse escuchado, sin embargo, a la hora de seleccionar los responsables de larnascarada' Una vez deflnido el eje social del espectáculo, los líderes indrgenas debieronhacerse cargo del resto.

Pcro ¿quiénes dirigieron el desfile? Dado que se trata de una presentación donde el máximohonor corresponde a los personajes mismos de la cabalgata, hay que buscar aquellos a losque el cronista recuerda con nombre propio. Si nos ceñimos al orden del desfilá, y antes deque Castro y Bocángel mencione a nadie especial, conviene detenerse en la dama que hacede Coya, presidiendo el coro de ñustas. Obsérvese que lleva como ofrendas, flores y un ,.loroo papagayo", lo que inmediatamente nos conduce a la tableta de Nazca comentada larga-mente por Tello (1931: 87-ll2; Mnlo¡¡es 1997:21-24), también allí las damas qr" u.o*fu_ñan al personaje central llevan res de estos animales en sus hombros. Las valencias sobrena-turales que los rodean merecen un estudio aparte, en primer lugar porque la vaguedad de laclescripción hace posible que pudiera ser otra trepadora .o*o Jl gru.u¡¡uyo, a la que Tello

L*t"rdtZtrt4 6?

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también identifica en la tableta de Nazca (Ibid: 103-105). En todo caso, la referencia al colo-

rido de sus plumas ya nos lleva al terreno conocido del uso de las mismas, que se solían

incinerar como homenaje a los dioses prehispánicos (Mtt lorurs Y ScHAEDEL 1980: 59-86). De

ser un guacamayo el ave representada, el rango de significaciones se amplía, ya que este

animal figura como uno de los orígenes de la humanidad, desde la perspectiva de los Cañaris

(Mor-nn 1943: 15-16). Loros y aves de color están presentes en los Keros, en general acom-

pañando a los guerreros que luchan contra los Incas, como indicando su procedencia selvá-

iica, la que refuerzan con la profusión de elementos tomados del reino vegetal. El tema se

repire en la pintura colonial, Gisbert (1992: ll5-140) ha destacado que la representación del

paraíso en los cuadros de los artistas andinos, recogía la fauna y flora idealizada del Antisuyo.

Si es cierto, la Coya de nuestro desfile tenía más de una razónpara llevar "el loro o papaga-

yo" como ofrenda al lado de las flores.

6. LOS NORTEÑOS EN LIMA COLONIAL

Es evidente que el desfile refleja la percepción del Tahuantinsuyo a partir de los "naturales" de

la Costa. Aún sin entrar al análisis de los personajes reconocidos por el cronista, es notorio

que desde los primeros danzantes hay el deseo de reivindicar una historia diferente a la versión

cuzqueña. Justamente, los diez bailarines que preceden a la Coya llevan alrededor de la cabe-

za aquella faja antes referida, con el So1 y la Luna, que el cronista llama insignia de Chimo

Capac, título deljefe norteño que encontraron los españoles, y que evoca la reciente suprema-

cía del Cuzco.

Los nombres que encontramos a continuación no hacen sino reflejar 1a presencia dc

lambayecanos y liberteños en Lima. Serán los personajes notables de esa poderosa comuni-

dad los que liderarán el desfile, expresando en su conformación. vestuario y personajes una

clara intención de representarse a si mismos, usando la historia incaica como discurso pofa-

dor de sus propósitos e ideología costeña. En retadora propuesta para el público asistente. los

jefes étnicos disponen que se altere la versión conocida y aceptada por las autoridades, con

sutiles y cuidadosos retoques, para que al igual que en la vincha de ios danzantes, sean los

emblemas y la historia mochica la que muestrelafuerza, a pesar del doble filtro que implica

representar cuzqueños para españo1es'

Todo parece indicar que existieron norteños en la costa central, mucho antes del contacto. En

1549. los visitadores de Pedro La Gasca entrevistaron a Cimalo "principal de los mitnlacs

Mochicas" en el asiento de Maranga, "en este valle de Lima" (hoy barrio de la ciudad dc

Lima).

Cimalo lideraba una de las tres etnías del repartimiento de Nicolás de Ribera (el Mozttl,,vecino regidor y conquistador". En la encuesta recordó haber tributado a los Incas, doncir:'

quiera que estuviera "en el Cuzco o Tomebamba" y que su cuota era ropa' maíz' pescar|'

salado. ají, coca" ,v "lo demás que se cría en su tierra y que la cantidad que era' ni la gentc c¡ue

iba a servirle que no lo sabe porque era mozo y los viejos todos son muertos" (Rosrwonou'st' '

1916:220).

Más al sur, en Cañete y Chincha también se han detectado la temprana presencia dc io'

mochicas (RosrivoRorvsxl 1989: 92). Dado que todavía no existe un mapa de la distribucrüt;

étnica a la llegada de Pizarro, sólo se puede suponer que habían sido estacionádos con¡'

parte de la política incaica. Esta propuesta, que se desprende del sistema de mitimaes dcs''

rrollado por el Cuzco, podría ser matizadó si pensamos en la exigencia del orácult''l'pachacamac de tener ,"nt o, subsidiarios al norte de la costa. Quizá valga la pena supt'nr

que los santuarios o gobernantes lambayecanos (o liberteños) hubiesen tenido las mitn'''

pretensiones y que los mitmaes despiazados fueran remanentes aún anteriores a los incs'

No hay un estudio.colonial que establezca ias etnías de proveniencia para ,": ttd''-*residentes en Lima. Si pasamos una rápida mirada a las fuentes indispensablet (tt:-,

padrones, etc.) veremos que pala las fechas en cuestión, carecemos de un tipo de rcc''"

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Fffir:,,trhlacional

que nos dé acceso al origen de la población investigada . In numeración general.k t()das tas persorrus... de l70l (Corroe 1985) carece del detalle del Padrón de los indios deLiua de 1ó-i3 (CoNrnenas 1968), donde cada ocupante de las casas censadas es consignado,on su lugar natal' En 1701, sólo se dio detalles de la población europea, criolla o negra, en

rulnto a los nativos, se usó tan solo el término genérico de "indios". Oiro tipo de encuestasr¡rrrrciales o por barrios) que hayan sido descubiertas hasta la fecha tampoco nos of¡ecen datos.trlrrc los mi-grantes norteños en Lima. En 177 I se censaron los barrios limeños porrazones;.'lilicias, en el cuadrante tbrmado por los actuales jirones Huanta, Miró Quesada, Huánuco yl'r¡no (las cuadras linales) sólo se encontraron cuatro personas nacidas en Ios valles del norte, list'rlr¡¡R I 98-1: I 68-265). Lo más probable es que los mitmaes Mochicas fueron reubicados

' n la reducción toledana de La Magdalena, junto con las otras etnías del valle del Rimac. peroi;r rnigración no se detuvo en el sigio XVI, la mayoría de quienes llegaron tardíamente fueron;otlcentrados en el barrio de Santiago del Cercacio, aunque las sucesivas oleadas posteriores

'c tlispersaron a lo largo y ancho de la Ciudad cle los Reyes. En un recuento realizado en |j54,i.irn¿r contaba con un número importante de indios forasteros, de los 23,091 nativos residen-rcs. 5.371 habían lle_sado de orras tierras (Coox 1981: g6).

l)csdc un siglo atrás, se detectaba que la mayoría de ios inclios residentes en Lima eran varo-rrcs v en edad laboral, y que la mayoría rJe ellos se ganaba la vida como artesanos (LownvIt)!)l:200). Si la tendencia no se hubiese revertido, explicaría la reiterada presencia derr()rtcños en ese menestet. Entre ellos estaba el maestro Martín Gomez Vinsuf, a quien su¡rlisano Alonso Castro Ie pidió que lo pintase a los pies de la imagen de Nuestra Señora de la(.'onsolación en la lglesia del Cercaclo cle Lima; ambos eran de Mansiche, muy cerca deI'r'ujillo. Nótese que el cliente había adoptado nombre y apellido hispanos, cosa que resultaIrccuente. En nuestro desflle, el capitán Francisco Estevan Montes registra este cambio, y norrtbemos sus apellidos originales. El padre de Alonso Castro se llamaba Gabriel Guaman, en.u hijo se pierde el rastro de su ancestro indígena (HanrH-rennÉ 1973: 49). Otro norteño,Joscph Nin Yuc aparece como portero y escribano en el Hospital de Santa Ana, su clientelarl() era necesariamente menesterosa. Un noble mochica, don Juan Esteban Inguc Uchicopi)acha, principal de las pachacas de Coñan y de Yapac de Saña, dueño de numerosos escla-Vrls, requiere de sus servicios hacia 1743 (HenrH-r¡nnÉ i973: 69). Tenemos también noticiastlcl escribano Francisco Humac Mino Yulli, naturai de Lambayeque, miembro de las familiasimportantes de su localidad, que desde 1774 ejerció en Lima. Su familia debió estarcrnparentada con el runupa de nuestro desfile (Hanrn- rEnnÉ 1973: 66).

7. LA REPRESENTACIÓN DEL PASADO

Castro y Bocángel hace su primera anotación al identificar a Tunupa. Se trata de ValentínNiño (o Miño) Llulli Xecfunchumpi y Falenpinciam "noble natural de los valles deLambayeque". Por el papel protagónico del personaje, es obvio que debió ser un triunfopersonal el descartar los varios candidatos que seguramente pugnaron por el puesto.

¡\ntes de analizar el personaje. recordaremos que la mayoría de los migrantes indígenas enLima desempeñaban oñcios de inmediata necesidad para una poblacián urbana de ori_eencuropeo que se expandía rápidamente. Pero, los ejemplos citados, nos dicen que existen otras¡venidas para sostenerse en Ia capital, con clecoro. Dado que Lima era sede de la Audiencia¡' lugar de residencia del Vrrey y del Arzobispo, numerosos curacas de distinto rango llega-ban por interés político o necesidades judiciales, para presionar con su presencia los faliosque resultasen convenientes. Hay, pues, una visita fluida, de nativos de otras regiones, quepodía durar mucho tiempo o ser meramente circunstancial. Sin embargo, muchos de estosvisitantes temporales se quedaban y a la larga constituían una masa que iba a necesitar ayudapara instaiarse y aparte de competir con las ur-gencias de los europeos recién llegados. Losnativos precisaban de un apoyo especializado que, por razones de lengua y cultura, sólopodían dárselo otros nativos con más experiencia en lidiar con la "nación española". Eso

L

d4r4di444o 7l

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explicaría los notarios, tenedores de bienes, etc., toda una línea de servicios para el sectorpudiente de los migrantes indígenas.

Los Mino Llulli Xecfuin pertenecían a las mejores familias norteñas. "A1 empezar el sigloXVi[, don Jorge Santa María Minollulli Xefuin era cacique principal y gobernador de lospueblos de Jayanca ¡, Mónope". También era curaca de Ia pachaca (cien familias) más

importante de la parcialidad de Lambayeque, llamada Ñam, hacia 1726 (Zrverros QurñoNes1989: 54-55). Don Valentín, lider del desfile limeño tenía los mismos apellidos, a los que se

agregaba Cumpi. Este término quechua debió corresponder a la tardía influencia cuzqueña,

pero que -como veremos- había sido adoptado muy pronto por las familias nobles del Norte.

Pero es el apelativo Falenpinciam el que debe llama¡ nuestra atención. Don Valentín estaba

mostrando como suyo el nombre del postrero gobernador libre del Norte, y que en la dinastíaChimú aparece como "cacique gentil" contemporáneo a Guascar (Rosrwonowsrr 1961: 53).

Siglos más tarde, los Faizo (o Fayso) Farrochumbi y los Temoche libraron una larga y con-flictiva batalla legal por el curacazgo de Ferreñafe y Lambayeque. Su desacuerdo era total yllevaba varias generaciones, sin embargo. coincidieron en que Fallempisan (o Falenpinciam)era el tronco original de ambas familias (Zevellos QurñoNrs 1989: 65). En la fecha deldesfile, el curaca en ejercicio era Augustín Faizo Fanochumbi, que gobernó ambas.jurisdic-ciones desde 1714 hasta 1124.Lo sucederá Eugenio Victoriano Temoche, del clan rival.

Este Falenpinciam es un viejo conocido nuestro. Si seguimos el relato de Cabello de Valboa(1951 417-418) era el hijo tercero de Ilen Pisan, curaca principal del valle de Lambayeque.Convocado por Guasca¡ viajó al Cuzco para sumar sus fuerzas a las del Inca, que se disponíaa enfrentar a Atahualpa. En el camino se reencontró con Chestan Xecfuin, una parientajoven que acompañaba a ia madre de Guascar, que se encaminaba apresuradamente al Cuzcocon el cuerpo momificado de Guaina Capac. Del romance de los norteños nació Cuzco Chumbi.que -con permiso de Guascar- regresó con sus padres a la tiena de los ancestros. CuzcoChumbi sucedió a un hermano mayor en el curacazgo de Lambayeque y pronto se distinguiópor su alianza con los españoles, única alternativa de supervivencia ante la presencia

devastadora de las tropas de Atahualpa. Al bautizarse tomó el nombre de Pedro Chumbi, su

curacazgo fue heredado por su hijo Martín Farro Chumbi (Canelr-o V¡Lso¡ 1951: 468-469),iniciándose así una de las familias poderosas en el juego del poder norteño.

Al sumar todos esos apellidos, don Valentín proclamaba su derccho a ser el Tunupa dcldesfile. Como los dioses andinos, los atributos provenientes de sucesivas alianzas o victoriasno descartan a los anteriores, simplemente se agregan para dar la imagen multifacética .v

englobadora de todo el pasado norteño.

Al lado de Falenpinciam galopaba Chimo Capac, que a los ojos de los nativos de este período

colonial tardío, era el curaca "de Trujillo, Chicama y sus contornos", y sobre él no existcn

mayores referencias en el documento. Detrás de Tunupa se alineaba Atum Apo-Cuis Mango.

al que se le denomina "Señor de Pachacamac". Una oportuna llamada al margen nos dlmayores detalles, bajo el vestido de gala se presentaba "Francisco Atum Apo Cuies Mangit

Saba Capac, noble natural, cacique de Pachacamac, Lurín y sus huertos" (Cnsrno y BocÁNClr

1 725: 8l). Haciendo pareje con Apo Cuis lr{ango iba Guascar, del que nos ocuparemos nrrl

rarde. Detrás de las dos parejas anteriores galopaba Chuquis Manco, al que llaman "Señor tjc

los valles de Lunaguaná y capitán de la guardia del Inca". Precedían estos señores a veinlc r

cuatro orejones que componían dicha -tuardia. Pero detengámonos a examinar los persone.ics

En primer lugar debe llamarnos la atención el éxito de la historia narrada por Garcilaso dc l:i

Vega. Los historiadores modernos no han sido capaces de ubicar los fabulosos reinos dc

Cuismanco y Chuquismanco, salvo que los Comentarios Reales se hayan referido al pcquc'

ño estado de Guzmango en Cajamarca, cuyo jef'e se había aliado con la gente de Chimú. plr''

defenderse de los incas, en tiempos anteriores a Pizarro (Rosrwonowsxr 1988: 104). En ttrJ'

caso, no hay otro cronista que se refiera a tales reinos en la costa central del Perú. Pero prr''

el Inca Garcilaso no existen dudas: "...eI valle de Runahuanác y oros tres que están cn,t'

Norte de é1 -llamados Huarcu, Malla, Chillca- eran todos cuatro de un señor llarn:l"'

72 &¿Aoza¿¿

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Tr'huquimancu..." (1992: Libro vI, Cap. XXXIX, pa-e.390). Dos páginas más adelanre,

ri¡rcilaso describe con igual convicción: "...pasaron los incas a conquistar los valles de

l,;lchacamac. Rimac, Chancay y Huaman (que los españoles llaman La Barranca). Que todoslstos... valles poseían a un señor poderoso llamado Cuismancu...',

i:s evidente que los or-qanizadores del desflle eran lectores del Inca, o participaban de lasrnismas tradiciones que nutrieron la escritura del mestizo que se consumió en lvfontilla. Elr¡oble Saba Capac que desfilaba en 1725, tanbién de la nobleza norteña, es muv probable queir¡era electivamente señor de Pachacamac. A ñnes del sielo XVI encontramos a Alonsoirbn o Sabat como curaca principal de Lurín. (Rosnvonowsxr 1992: 122). El apellido si_euió

'rcndo importante por más de un siglo. de 1119 a 1163. el tenecior de bienes del curaca ylobernador del pueblo dc San Salvador de Pachacamac era Francisco Saba Rolclán (Henru-il'RRÉ 1973: 61).

f,rdtl parece indicar que las f'amilias norteñas habían logrado establecerse al Sur de Lima,Jonde los cultivos de pan llevar constituían un ma-irnífico negocio. cn razón <ie las necesida-,ics nunca satisf-echas dc la capital. Una vez posesionacios de estas tienas. habían asumido lar!'presentación de los reinos legendarios del lugar, tomando como suya la historia de Garcilaso.

l)c Chuquis Manco, el caballero que clesfila como Capitán de la Guardia clcl Inca no se dicen¡da, pero la ubicación de sus tierras (Rumahuánac o Lunaguaná) coincide también con elrclato de Garcilaso.

{-a apología de Guascar en el desl'ile podría explicar las coincidencias con la versión de los()ometúarios Reales. De las fuentes escritas se desprencie (por ejemplo, C¡eeLLo V¡Lsor1951, MrlloNes 1992c), que los pueblos del Norte del Perú se dividieron tuertemente durantelas -guerras de Gr¡ascar y Atahualpa. Las tropas de este último no escatimaron crueldadescuando se adelantaron al vencedor para facilitar su fiustrado regreso al Cuzco. Así se explicail destrucción del santuario de Apo Catequil en Huamachuco, por ejemplo. Dado que losL'ontentarios Reales por Ia filiación del Inca Garcilaso, condena a Atahualpa, para loslambayecanos, que aparentemente dominan el desfile, la versión no puede ser más propicia.

Como se ha visto, Guascar se luce dos veces, gaiopa en este grupo detrás de Chimo Capac,pero reaparece el 26 de enero siguiendo a la Coya, que va en andas. Nos interesa esta segun-daaparición,porquelosacompañan l8pajesconunacadenaquelosseparadelpúblico.Estasoga o cuerda gruesa (ruas,ta, en quechua) es la que habría originado el nombre del Inca,como nos lo recuerda Castro y Bocán-eel (1725 90). La información sobre el particular larecoge también Garcilaso, copiando aCiezay aZárate (1992: Libro vI, Cap II, pá_es.330-331 y Libro IX. cap I. pag 563). Para los orsanizadores del desflle es una excelente razónpara hacer más vistosa la mascarada y destacar a su antiguo aliado, olvidanclo aclrede al Incasacriflcado en Cajamarca.

Un comentario final al Teniente Phelipe Caxo, que se dice curacade lvluchimí. Hacia 1567,bajo la disposición del virrey Toledo, Túcume y lvluchimí se redujeron a un solo curacazgo.En 1652 la cacica principal se había casado con Pedro Nicolás Caxo Soli, miembro ¿e lat'amilia de los curacas de Pacora. El apellicto también era importante en Mórrope (ZevellosQuñoxes 1989: I 33, 1 35). Estamos seguros que el capitán que desfila a su lado, cle nombre yapellidos españoles, debió de pertenecer a la nobleza norteña.

8. CONCLUSIONES

El 6 de enero de 1725, un terremoto estremeció Trujillo y Lima, a las 1l de la mañana; losdaños, si bien considerables, no detuvieron las festividades (Feuóo oE Sosr 1984: 140). Eldesfile, juegos de cañas y los toros dieron diversión al pueblo y el viney cumplió con elprotocolo exigido por su lejano monarca.

"Las fiestas de naturales" ocupan un lu-sar de importancia en estas celebraciones. Desde loalto de Iajerarquía española, era la necesaria señal de acatamiento con el que se renovaba laalianza elltre vasallos y señores. Para Ia nobleza de Lambayeque era Ia oportunidad de pre-

ag<zAiama 73

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sentar ante europeos y la "nación indígena", su interpretación de Ia historia, que a su vezeÍa

propuesta de ordenamiento político.

Los desfilantes eran muy conscientes que estaban en Lima, sin la mirada cítica de Ios des-

cendientes de las viejas panacas cuzqueñas, y que tenían un púbiico privilegiado. Era ésta Ia

ocasión perfecta para mostrar capacidad de organización y convocatoria. Para azvzT la

codicia de los espectadores y mosÍar un guión histórico que se ceñía a un texto autorizado

(Garcilaso). A la larga todo ello serviría para exigir mejor tratamiento y respeto a sus prerro-

gativas. A los ojos de los otros indígenas, en su mayoría migrantes, los mochicas ie ofrecían

un historia dramatizada en la que hasta el episodio mismo de la Conquista había sido repen-

sado. Olyidado Atahualpa, la nave española desembarcando en Tumbes era la representa-

ción del encuentro histórico, que tenía lugar en la Costa Norte. Las figuras que acompañan a

Pizarco 1, al joven monarca, debieron despertar la admiración del público, tanto como la

audacia de disfrazar a dos personas del Conquistador y del rey. Lo que quedaba ocr¡lto, como

en las andas de la Coya, era la multitud de cargadores que sostenían los símbolos de la

Colonia.

Si comparamos ios desfilantes costeños con los del Corpus Christi, asoman varias situacio-

nes dignas de ser tomadas en cuenta. Para mochicas y cuzqueños, aparecer en público mos-

trando el máximo de su poderío era la posibilidad de ganar prestigio ante los representantes

coloniales y de reafirmar su autoridad al interior de sus comunidades.

pero los lambayecanos del siglo XVIII sabían que sus propias expresiones étnicas estaban

más allá de ia comprensión de los oficiales españoles. Para acudir al desfile tenían que

representar a los Incas, e ingeniarse lo suficiente para que por debajo del disfraz, asomase el

verdadero mensaje que querían transmitir.

Los curacas cuzqueños, en cambio, cualquiera que hubiese sido el origen de su cargo o la

legitimidad de su genealogía, al participar en los desfiles en ropas de arcángeies o cualquiera

otra combinación de vestuario dir,ino, reafirmaban en su caminar. rodeados de los mayores

símbolos cristianos. que ellos eran la representación de la "república de indios".

Sabemos por el reporte etnográfico que cada fiesta o desf¡le de importancia requiere al nc-

nos un añr¡ de preparación. Hay un continuo proceso de selección que invoiucra a todo el

pueblo,v a sus líderes, en un complejísimo juego de favores e influencias. Las comunidades

(cuzqueñas y mochicas) que nos sirven de ejemplo debieron emplear mucha energía para quc

finalmente la fiesta mosrrase las varias caras que tiene la condición colonial. Desde la digni

clad solemne de un Alférez Real. que es a su vez Inca de un pueblo en espera de redencitill.

hasta el Iíder Falenpinciam, que vestido como Dios creador, recue¡da a lo limeños cual era str

verdadero origen.

Lo dicho es especialmente cierto cuando se refiere al universo ceremonial andino dondc irlfiestas. clesfiles y sacrificios eran parte de un estado-espectáculo que transformaba el acrt'

ceremonial en la justificación de su mandato. Los Incas, y los gobiernos que le precedicrt't'

en el área andina, e.jercían su poder a partir de continuos compromisos que se ratificaban ct'

invitaciones a banquetes 1, espectáculos construidos para establecer vínculos con otro-( L'sl;!

dos o cornunidades. El esfuerzo descrito en ia crónica y ratificado en lugares conro Huantr

copanpa. nos hablan de que las comidas y chicha eran esenciales para altanzar las rclaci''

n.. d.'rn conglomerado político, que mostraba su pocler en su magnificencia y teatrali(lit'i

El último documento analizaclo nos indica la manera en que la etnía Mochica se organtz;ri''

para representar a toda la "nación de los naturales". Al desfila¡, llevar andas con acl{rr''

estar disfrazados de Incas y mostral su riqueza, los norteños respondían al reclamo dci r'

lejano (a quien llan.raron Inca en ésta y otras ocasiones) ofreciendo su interpretacirlrr.J;

pusado. Para hacerlo depuraban la lista o capaccunareal de acuerdo a sus intereses y nl¡slr'

tan a trat,és de sus. jefes las nuevas áreas de su dominio (Lunaguaná, Pachacanlac' l-tir''

etc. ).

7a O¿¿l¿tn¿ az7<dAtot

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¡os desfiles, aparte de expresar la voluntad celebratoria de las autoridades vineinales, nos

Jtn cuenta de un nuevo frente del mestizaje: el espectáculo. Quienes lo organizaban no

¡txjírrn prescindir de las poblaciones indígenas que eran largamente mayoritarias. Pero al

h¡cerlo era imposible evitar que en los gestos, vestidos, adornos y coreografía se transmitie-iün los procesos de interpretación que los indígenas hacían del suceso celebrado y de los

lrocesos sociales en que estaban inmersos.

Dcsde esta perspectiva los desfiles fueron un microcosmos donde se sintetizaba la sociedad a

¡;rrtir de la mentalidad de Ios celebrantes. que componían el espectáculo para trcnsmitir sus

drnociones a una audiencia ansiosa de la voz que hable (actúe, cante, etc.) por ellos.

-si csto tue así, hay que entender que cada destlle. marcha o procesión, fue un acontecimiento,¡uc ofiecía mensajes en muchos y dif'erentes niveles, tantos como la variada multitud cle

¡rLiblico que asistía. No fue, pues, la vacía presentación de un barroco de segunda clase, porcnci¡na de la calidad o f'alta de ella en las manif'estaciones artísticas. un torrente de pasiones\ domplejos procesos sociales hallaban la ocasión precisa pua mostrarseO

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