mapa fisico de la etica.pdf
TRANSCRIPT
Cortina, Adela, “El quehacer ético, guía para la educación moral”, Aula XXI, Santillana, 1996, pp. 15‐22
MAPA FÍSICO DE LA ÉTICA.
Tanteando el terreno La ÉTICA Es una parte de la filosofía que reflexiona sobre la moral, y por eso recibe también el nombre de filosofía moral. La reflexión filosófica que se ocupa de la moralidad recibe el nombre de ética. Es una disciplina que se ocupa del estudio de la acción humana. Es una ciencia práctica normativa. Estudia la reflexión acerca de los criterios valorativos sobre el bien y el mal, así como de todo lo referente a la
moralidad. La MORAL. Se refiere a la conducta del hombre a unos criterios valorativos acerca del bien y el mal. ÉTICA Y MORAL se distinguen simplemente en que, mientras la moral forma parte de la vida cotidiana de las sociedades y de los individuos y no la han inventado los filósofos, la ética es un saber filosófico; mientras la moral tiene apellidos de la vida social, como moral cristiana, moral islámica o moral socialista, la ética los tiene filosóficos, como aristotélica, estoica o kantiana. También se les llama a la ética: moral pensada, y a la moral: moral vivida. El origen de las palabras ética y moral, en sus raíces es: del griego ETHOS que significa morada, o guarida de las bestias, y Cicerón lo tradujo al latín como MOS que significa costumbre. Ambas expresiones se refieren, a fin de cuentas, a un tipo de saber que nos orienta para la forja del carácter, que nos permita enfrentar la vida con altura humana, en suma, ser justos y felices. Porque se puede ser un habilísimo político, un sagaz empresario, un profesional avezado, un rotundo triunfador en la vida social, y a la vez una persona humanamente impresentable. De ahí que ética y moral nos ayuden a labrarnos un buen carácter para ser humanamente íntegros. ¿Qué es eso de lo moral? LA MORAL DEL CAMELLO Por las playas valencianas, hace ya bastantes años, se paseaba un cuerpo de policía a caballo, velando por la decencia de los trajes de los bañistas. La gente los llamaba “la Moral”. Con esos antecedentes es fácilmente comprensible que la pobre moral no tuviera muy buena prensa entre las gentes de a pie y que la identificaran con un conjunto de prohibiciones, referidas sobre todo a cuestiones de sexo. Para que decir si recordamos aquel personaje representado por Agustín González en “La Corte del Faraón”: el profesor de ética, escandalizado ante las ingenuas alusiones de doble sentido que salpican la obra y que él califica de “contumaz regodeo en la concupiscencia”. Parecía, pues que la moral debía consistir en mandatos, encargados de amargar la existencia al personal prohibiéndoles cuanto pudiera apetecerles: cuanto más a contrapelo el mandato, más mérito en cumplirlo. ¿Adónde iba la pobre moral con este cartel? Naturalmente, no era esto la moral, ni lo es tampoco, pero así lo entendía la gente por razones sociales de peso, entre otras, porque así se lo habían enseñado. Por eso, cuando oían la palabra, moral se les venían a las mientes la policía de la playa, el aterrado profesor de ética de la Corte del Faraón, o la imagen de ese camello cargado con pesados deberes, que es como Nietzsche describía gráficamente la moral del deber. No es extraño que, al oír hablar de moral, la gente se pusiera inmediatamente en guardia. La verdad es que si la moral fuera esto, no merecería la pena dedicarle tantos libros, ni se entendería tampoco por qué está tan de moda hablar de ella, a no ser que la humanidad sea masoquista o ya no tenga en qué entretenerse. Pero como no parece que la humanidad en su conjunto esté por el masoquismo y motivos de entretenimiento le sobran, habrá que pensar que la moral es otra cosa y por eso nos preocupa. Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y lujosa que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmoralizado es simplemente un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida, y por ello no crea, ni fecunda, ni hinche su destino.
Decir de alguien que es inmoral es acusarle de no someterse a unas normas, de lo cual puede incluso sentirse orgulloso si no las reconoce como suyas; pero a nadie le gusta estar desmoralizado, porque entonces la vida parece una losa y cualquier tarea, una tortura. Hoy la moral es un artículo de primera necesidad, precisamente porque nuestras sociedades avanzadas, con todo su avance, están profundamente desmoralizadas: cualquier reto nos desborda. No sabemos qué hacer con los inmigrantes, con los ancianos y los discapacitados; la corrupción acaba pareciéndonos bien con tal de ser nosotros quienes la practiquemos y, por supuesto, que no se nos descubra; no sabemos dónde situar a los enfermos de sida, ni cómo valorar la ingeniería genética. Y todo esto es síntoma de la falta de vitaminas y de entrenamiento, propia de equipos que ya sólo saben jugar a la reacción, a la defensiva, pero se sienten incapaces de atacar porque están bajos de forma, les falta una buena dosis de moral del Alcoyano; del defensa del Alcoyano que, perdiendo por nueve a cero, pidió prórroga para tratar de empatar. Moralita: no moralina ¿Y, por qué no nos entrenamos? En definitiva, porque aunque la ética está de moda y todo el mundo habla de ella, nadie acaba de creerse que es importante, incluso esencial, para vivir. Sea por lo de la policía de la playa o por la moral del camello, en el fondo a la gente le parece que eso de la moral es simple moralina. OTROS VOCABLOS TENRMINADOS EN “INA” En realidad, moralina, si miramos el diccionario, viene de moral, con la terminación INA de nicotina, morfina, cocaína, y significa moralidad inoportuna, superficial o falsa. A la gente le suena a prédica empalagosa o ñoña. Con la que se pretende perfumar una realidad bastante maloliente por putrefacta, a sermón curso con el que se maquilla una situación impresentable. Es verdad que la moral se puede instrumentar convirtiéndola en moralina, pero también es verdad que es posible instrumentalizar la política, convirtiéndola en politiquita, la ciencia en cientificina, el derecho en juridicina, la economía en economicina y, sin embargo, no se han creado esos vocablos ¿Hay cosa más falsa y nociva que la politiquita, ese dar a entender que la salvación viene de la política y los políticos, que por eso se arrogan poderes casi imnímodos y acaban devorando a la sociedad civil? ¿Hay cosa más engañosa que la cientifina, esa fe ciega e irracional en las palabras de los científicos, buenos o malos, como si fuera de ellas no hubiera salvación? ¿No huele bastante mal una realidad que se trata de encubrir únicamente con la colonia del derecho, como si crear leyes sin cuenta, juridificar la sociedad hasta las entrañas, fuera la solución a todos los males? ¿Y no es una droga bien dura la economicina, esa cháchara petulante de economistas de pacotilla, que nos quieren hacer creer que su ciencia es lo único serio en el mundo, y que todo lo demás –la solidaridad, la justicia, la esperanza‐ son ñoñerías y bobadas , pura moralina? Ciertamente a todos los saberes humanos se les puede añadir la terminación INA cuando se les instrumentaliza para conseguir prebendas individuales o grupales y, por el contrario, todos tienen mucho que aportar cuando se intenta alcanzar, con toda modestia, aquello que cada uno puede ofrecer. Pero no deja de ser curioso que sólo a la moral se le añada esa humillante terminación, como si sólo ella pudiera degenerar en un producto pernicioso. ¿No será que, tomada en serio, nos obliga a cambiar nuestra forma de vida, y no estamos en exceso por la labor? ¿No será que la moral más tiene naturaleza de moralita que de moralina? ELOGIO DE LA MORALITA. La moralita se funda en la persona humana en un comportamiento verdaderamente humano. Es un explosivo espiritual, tan potente al menos como su pariente la dinamita. No se fabrica con pólvora, claro está, sino con la imagen de lo que es un hombre en su pleno quicio y eficacia vital, con el bosquejo de lo que es un comportamiento verdaderamente humano. ¿No sería bueno, tal como andan las cosas, ir poniendo potentes cargas de moralita en lugares vitales de nuestra sociedad? En las escuchas no autorizadas por un juez con razones contundentes, en el terrorismo criminal, en los pactos políticos ajenos a la voluntad de lo votantes, en los medios de comunicación a los que no importa informar sino sólo vender, en la endogamia universitaria. . . En todos esos puntos estratégicos que, al saltar por los aires, irían abriendo camino para una convivencia más presentable. ¿Y por qué no lo hacemos? Entre otras razones, porque resulta muy sencillo desactivar la moralita, privarla de su potencial revolucionario. Basta con llamarla moralina, decir que es cosa ñoña y empalagosa, propia de mujeres, para que pierda toda su fuerza explosiva. Como si, por otra parte, la ñoñería y el empalago fueran cosa de mujeres y no tuviéramos tantos arrestos como cualquier bípedo implume.
Y se dice aquello de “no me digas que me vas a salir ahora con problemas de conciencia: aquí lo que importa. . .” Aquí lo que importa es conservar el poder; aquí lo que importa es el pueblo, caiga quien caiga; aquí lo que importa es ganar dinero; aquí lo que importa es que entren los de casa y no los de afuera. Y todo lo demás, es estúpida moralina. La perversión de las palabras es la más grave de las perversiones. Cuando a la escucha no autorizada llamamos “seguridad del Estado” –Así llamaban también en Argentina a las desapariciones‐, cuando justificamos el asesinato terrorista recurriendo a la defensa del pueblo, cuando convertimos la difamación en libertad de expresión y la endogamia universitaria en autonomía de la universidad, entonces hemos truncado todos los perfiles de la realidad y nos conviene transformar la explosiva moralita en moralina. Ciertamente la realidad acaba siendo inapelable y vuelve por sus fueros, a pesar de todos los intentos de manipulación. Pero han quedado en la cuneta sin remedio intimidades violadas, muertos, difamados, excluidos, esperanzas e ilusiones y una sociedad desmoralizada. Por eso es importante ir poniendo cargas de moralita revolucionaria en puntos estratégicos de nuestra vida personal y social: para ir orientando nuestra vida hacia el quicio humano y la eficacia creadora.