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TEMA 8 DESARROLLO SOCIAL DURANTE LA ADULTEZ Y VEJEZ Alfredo Oliva 1. Los beneficios de las relaciones sociales. En la actualidad existe evidencia empírica que indica que el establecimiento de relaciones entre personas deriva una necesidad innata de la persona que se conoce como necesidad o impulso afiliativo. Este impulso esté presente desde las primeros años de vida y su fuerza suele cambiar a lo largo del ciclo vital de forma que en algunos momentos como la infancia y los primeros años de la adolescencia goza de una gran intensidad. Por otra parte, también existen importantes diferencias entre individuos tanto en la necesidad que manifiestan de relacionarse con otras personas, como en su comportamiento relacional. Estas relaciones sociales o de amistad pueden cumplir varias funciones: obtenemos información y apoyo de los demás, aprendemos de ellos, nos ayudan a identificarnos con ellos y construir nuestra identidad, nos proporcionan diversión y entretenimiento, etc. Por lo general, puede decirse que las relaciones sociales contribuyen al desarrollo y al bienestar individual. Cada vez disponemos de más datos procedentes de estudios que encuentran una relación significativa entre relaciones sociales y salud. Así, por ejemplo, quienes han sufrido algún infarto tienen más probabilidades de recaídas cuando viven solos, por lo que el aislamiento social es un importante factor de riesgo para algunas enfermedades, especialmente en el caso de las personas mayores. No obstante, la relación entre salud y relaciones sociales parece bidireccional, ya que una pobre salud física también puede llevar a una reducción de las interacciones con otras personas y al aislamiento del individuo: reduce la energía, deprime al sujeto, etc. En relación con esta asociación, hay que destacar que lo relevante no es tanto el número o cantidad de relaciones del sujeto sino su calidad. Por otra parte, como ya hemos comentado, no todas las personas tienen las mismas necesidades afiliattivas puesto que difieren en la fuerza de este impulso. Así, quienes se muestran introvertidos manifiestan una necesidad menor de relacionarse y son más autosuficientes, mientras que los sujetos más necesitados de afiliación experimentarán un mayor malestar 1

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TEMA 8DESARROLLO SOCIAL DURANTE LA ADULTEZ Y VEJEZ

Alfredo Oliva

1. Los beneficios de las relaciones sociales.

En la actualidad existe evidencia empírica que indica que el establecimiento de relaciones entre personas deriva una necesidad innata de la persona que se conoce como necesidad o impulso afiliativo. Este impulso esté presente desde las primeros años de vida y su fuerza suele cambiar a lo largo del ciclo vital de forma que en algunos momentos como la infancia y los primeros años de la adolescencia goza de una gran intensidad. Por otra parte, también existen importantes diferencias entre individuos tanto en la necesidad que manifiestan de relacionarse con otras personas, como en su comportamiento relacional.

Estas relaciones sociales o de amistad pueden cumplir varias funciones: obtenemos información y apoyo de los demás, aprendemos de ellos, nos ayudan a identificarnos con ellos y construir nuestra identidad, nos proporcionan diversión y entretenimiento, etc. Por lo general, puede decirse que las relaciones sociales contribuyen al desarrollo y al bienestar individual. Cada vez disponemos de más datos procedentes de estudios que encuentran una relación significativa entre relaciones sociales y salud. Así, por ejemplo, quienes han sufrido algún infarto tienen más probabilidades de recaídas cuando viven solos, por lo que el aislamiento social es un importante factor de riesgo para algunas enfermedades, especialmente en el caso de las personas mayores. No obstante, la relación entre salud y relaciones sociales parece bidireccional, ya que una pobre salud física también puede llevar a una reducción de las interacciones con otras personas y al aislamiento del individuo: reduce la energía, deprime al sujeto, etc. En relación con esta asociación, hay que destacar que lo relevante no es tanto el número o cantidad de relaciones del sujeto sino su calidad. Por otra parte, como ya hemos comentado, no todas las personas tienen las mismas necesidades afiliattivas puesto que difieren en la fuerza de este impulso. Así, quienes se muestran introvertidos manifiestan una necesidad menor de relacionarse y son más autosuficientes, mientras que los sujetos más necesitados de afiliación experimentarán un mayor malestar ante la carencia de relaciones. Lo importante, por tanto, parece ser el ajuste entre las necesidades y el apoyo recibido.

Los beneficios de las relaciones con los demás o del apoyo recibido se producen tanto directa como indirectamente. Directamente porque este apoyo proporciona confianza, compañía, ayuda instrumental (dinero, tareas domésticas ) y apoyo emocional. Contribuye a mejorar el autoconcepto y la autoestima, y a mantener un locus of control interno, puesto que aumenta la sensación de control que tiene el sujeto sobe su vida. Pero también indirectamente, ya que protegen al sujeto de los efectos negativos del estrés ayudándole a superar situaciones difíciles. Existe una abundante literatura empírica acerca del efecto de amortiguación que el apoyo social tiene para aquellos sujetos expuestos a situaciones estresantes. Así, en el modelo transaccional de Lazarus y Folkman (1984), el estrés psicológico surge cuando el individuo percibe una situación como amenazante y que desborda sus recursos para afrontarla. Cuando el sujeto se siente apoyado por los demás, es menos probable que se sienta desbordado por la situación, y por lo tanto, experimentará menos estrés y menos malestar psicológico. Si tenemos en cuenta que en la actualidad disponemos de muchos datos que indican que el estrés mantenido debilita el sistema inmunológico del sujeto dejándolo expuesto a muchas enfermedades, se puede justificar plenamente la relación encontrada entre enfermedad y aislamiento social.

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2. Las relaciones sociales a lo largo de la adultez

Las redes sociales del individuo incluyen aquellas relaciones que establece a su alrededor y que van cambiando a lo largo de su vida. Kahn y Antonucci (1980) propusieron el modelo del convoy o caravana para describir cómo cambian estas redes durante el ciclo vital. Según estos autores, el individuo está inmerso en una red social que le acompaña a lo largo de la vida, como una caravana de camiones que se desplaza por una autopista, y que obtienen beneficios de esta asociación. Este convoy va cambiando de efectivos a lo largo del ciclo vital, así, la adolescencia y adultez temprana es una etapa de exploración y de contactos sociales en los que la caravana es muy numerosa. Al inicio de la década de los 30 años, en la mayoría de los casos ya han sido elegidos los miembros de la caravana, y a partir de ese momento se intensifican y se hacen más fuertes algunas relaciones mientras que otras menos satisfactorias se abandonan. Así, nuestras redes sociales van siendo cada vez más selectivas (teoría de la selectividad socioemocional) y menos numerosas. Además de disminuir los componentes del convoy, aumentan las relaciones familiares y disminuyen las extrafamiliares, sobre todo a partir del matrimonio y del nacimiento de los hijos, por lo que podemos decir que cambia la composición de la caravana. Ello no quiere decir que las amistades dejen de ser importantes, sino que aumentan las exigencias, de forma que pocos son considerados lo suficientemente importantes como para formar parte de la red social del individuo. Hay que tener en cuenta que las exigencias profesionales y familiares harán que hombres y mujeres dispongan de menos tiempo libre, por lo que se tornarán más exigentes en la elección de aquellas personas con las que compartir sus ratos de ocio.

Sin duda los factores culturales ejercen su influencia sobre la composición de las redes sociales del sujeto. Así, en sociedades colectivistas, como la nuestra, los miembros familiares tienen una importante presencia en la caravana, mientras que los países con una orientación más individualista los amigos tendrán más peso. También el género tendrá su importancia, ya que las mujeres suelen tener redes sociales más numerosas, e incluyen en ellas más familiares.

Con el paso del tiempo, las relaciones se van tornando cada vez más especializadas, de forma que si en la adolescencia podemos encontrar que “el amigo” presta todo tipo de apoyo (informacional, instrumental, emocional), en la adultez se va perdiendo esa multifuncionalidad. Así, unas relaciones prestarán apoyo emocional, otras diversión, otras estarán vinculadas a la actividad profesional, etc. (teoría de la especificidad funcional).

La teoría de la equidad.Aunque fue propuesta por Adams (1963) para hacer referencia a la

satisfacción/insatisfacción con las relaciones interpersonales en el entorno laboral, su aplicación se ha generalizado a todo tipo de relaciones. Según esta teoría las personas intentan mantener aquellas relaciones que son justas y equitativas, es decir, las relaciones en las que el sujeto percibe que lo que recibe es proporcional a lo que aporta. Cuando un individuo considera que una relación es equitativa se siente cómodo en ella y tenderá a mantenerla. En cambio, cuando percibe un desequilibrio se sentirá incómoda: culpable si obtiene más de lo que aporta, y resentido se obtiene menos.

En cualquier caso, en la medida en que las relaciones van madurando dependerán menos de intercambios específicos, y la contribución y beneficio de una determinada relación se evaluarán de acuerdo con un balance final a lo largo del tiempo. En relación con este aspecto, algunos estudios han encontrado diferencias entre hombres y mujeres, así las mujeres siguen una orientación comunitaria centrada en el bienestar y en las necesidades de otras personas, mientras que los hombres muestran una orientación al intercambio, preocupándose más de si se obtienen beneficios comparables. De acuerdo con estos datos, es más probable que una mejor encuentre satisfacción y mantenga una relación ligeramente desequilibrada.

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2.1. Las amistades en la adultez.

Aunque la etapa dorada de las relaciones de amistad es la adolescencia, durante la adultez y la vejez estas relaciones ocuparán también un importante lugar, ya que se trata de un tipo de relación presente a lo largo de todo el ciclo vital, aunque en cada momento tendrá unas características y funciones diferentes. A diferencia de las relaciones familiares, las relaciones de amistad son voluntarias, suelen basarse en la similitud de intereses, experiencias y necesidades, y están orientadas hacia la diversión y la satisfacción personal, no hacia la consecución de un determinado objetivo o a la resolución de una tarea.

Son muy escasos los estudios que analizan las relaciones de amistad durante la adultez y vejez, ya que la mayoría de investigaciones se llevan a cabo sobre muestras de jóvenes y dicen poco de la etapa adulta. Además, los escasos estudios existentes son transversales y no permiten analizar las trayectorias vitales de estas relaciones. No obstante, estos estudios indican un menor número de amistades y una mayor dificultad para hacer nuevos amigos en la vejez. Probablemente ello se deba a que los amigos van muriendo o se desplazan a otros lugares, y cada vez resulta más complicado encontrar personas que comportan las mismas experiencias, cultura e historia.

2.2. El Apego en la vida adulta

Al igual que durante la infancia y adolescencia, durante la adultez las relaciones de apego ocuparán un lugar importante, si bien irán cambiando las figuras que representan la principal figura de apego. Si durante la infancia y adolescencia temprana, este papel era protagonizado de forma destacada por la madre, y en la adolescencia media y tardía empezaba a ganar jerarquía el amigo. A partir de la adultez temprana y durante el resto de la trayectoria vital, será la pareja quien ocupe de forma incontestable esta posición privilegiada. No obstante, en la vejez, y sobre todo en las situaciones de viudedad, los hijos e hijas representarán importantes figuras de apego para sus padres.

Los modelos de apego construidos durante la infancia, y modificados en ocasiones como consecuencia de las relaciones románticas y de amistad de la adolescencia, seguirán configurando las relaciones emocionales estrechas con la pareja, de forma que aquellos sujetos con vínculos inseguros evitativos se mostrarán muy fríos y distantes en sus relaciones de pareja, evitando el compromiso emocional. En cambio, la ansiedad dominará las relaciones afectivas de quienes construyeron modelos inseguros ambivalentes. Estos sujetos mostrarán una gran inseguridad tanto en sí mismos como en sus parejas, manifestando unos celos muy intensos.

Estas relaciones de apego adulto guardarán muchas similitud con las de la infancia, así ciertas características de la relación de apego en la adultez permanecen iguales a las del apego infantil. Por ejemplo.

- El deseo de proximidad con la figura de apego, - el sentimiento de bienestar asociado a su presencia,- la ansiedad ante las separaciones y pérdidas de la figura de apego

Sin embargo, hay otros aspectos de esta relación que cambian durante la adultez,

- Aumenta la tolerancia a las separaciones, ya que el adulto no necesita la presencia continua de su pareja para estar seguro de su disponibilidad

- Las conductas de apego, tan frecuentes durante la infancia, se hacen menos frecuentes y manifiestas

- El modelo representacional (internal working model) está más formado y es más resistente al cambio. Ello no quiere decir que no pueda cambiar, tanto como resultado de las experiencias en las relaciones afectivas como consecuencia de la psicoterapia.

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- La aflicción y tristeza por las separaciones se manifiesta menos e interfiere menos con otros sistemas de conducta, como el exploratorio.

3. Vida de pareja y matrimonio

La vida de pareja, ya sea en matrimonio o no, constituye el sistema de vida más usual entre los adultos. Aunque ya no constituye un estigma el permanecer solteros, y no se valora tan negativamente como hace algunas décadas a quienes deciden no casarse, en España sólo un 9% de individuos con edades comprendidas entre los 45 y los 64 años permanece soltero.

También ha aumentado el número de parejas que deciden vivir juntos sin casarse. La cohabitación es un fenómeno relativamente reciente, fruto de los cambios sociales acontecidos en las últimas décadas: la liberalización de las costumbres y la prolongación de la adolescencia. Muchas personas desean convivir y mantener una relación estrecha con otra persona aunque aún no se consideran preparados para establecer un compromiso más serio. La convivencia prematrimonial podría considerarse como un seguro de éxito en el posterior matrimonio, sin embargo, los resultados de algunos estudios apuntan en la dirección contraria, ya que suelen divorciarse más aquellas parejas que han convivido antes, probablemente porque tienen actitudes más liberales respecto al matrimonio y al divorcio, y prefieren terminar una relación que no funciona antes de continuar en ella por motivos morales o religiosos.

3.1. Enamoramiento y elección de la pareja

Se trata de un aspecto bastante importante para el desarrollo adulto, hay que de la elección de pareja dependerá una parte importante de la felicidad de las personas. Por ello se trata de un aspecto muy estudiado. Tanto el enamoramiento como la elección de la pareja son procesos muy complejos afectados por muchas variables. Además, los factores que determinan o promueven la atracción inicial y el enamoramiento son diferentes de los que contribuyen a que una relación de pareja sea satisfactoria y se mantenga.

El enamoramiento hace referencia a la fase inicial de la relación amorosa, y es un periodo breve e intenso que se caracteriza por:

- aparición súbita (flechazo)- intenso deseo de intimidad y unión con el otro- intenso deseo de reciprocidad - pensamientos frecuentes e incontrolados sobre el otro- pérdida de la concentración- fuerte activación fisiológica ante la presencia del otro- idealización del otro- hipersensibilidad a las necesidades y deseos del otro

Muchas de las teorías sobre la elección de pareja consideran el proceso como una serie de filtros que van eleminando a los candidatos naceptables a lo largo de los diferentes estadios de una relación. Para Feingold (1992), los filtros serían los siguientes:

1. La proximidad. Se refiere a la cercanía geográfica, ya que es más probable que se conozcan, salgan juntos y se enamoren dos personas que vivan cerca o trabajen juntos. La distancia elimina muchos candidatos potenciales que podrían ser nuestra pareja ideal, pero a los que tendremos pocas o ningunas probabilidades de conocer. Además, existe un efecto de la exposición repetida que hace que nos agraden más aquellas personas que vemos con más frecuencia.

2. El atractivo. La atracción física es uno de los atributos más visibles del otro, que se observa muy pronto y que sirve para discriminar parejas potenciales. Aunque también hay un

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atractivo personal basado en rasgos menos visibles (carácter o forma de ser), hace falta más tiempo para conocer esas características, y en muchos casos sólo se consideran cuando se ha pasado la primera prueba del atractivo físico. Por otra parte existe un efecto de halo sobre la atracción por el que tendemos a atribuir rasgos personales positivos a personas físicamente atractivas. Esta asociación bello-bueno, se establece de forma muy sólida a través del proceso de socialización (cuentos, dibujos animados, películas). A pesar de la importancia del atractivo físico, de acuerdo con la hipótesis del igualamiento no tendemos a elegir como parejas a personas que consideramos muy atractivas. Más bien, buscamos parejas a las que atribuimos un atractivo parecido al nuestro, probablemente para evitar la posibilidad de rechazo, o el estrés derivado de una relación muy desequilibrada. Muchos autores plantean que la atracción física es más importante para los hombres que para las mujeres. Así, para las teorías evolucionistas estas diferencias entre sexos en la elección de pareja reflejarían las diferencias biológicas entre hombre y mujer respecto a la reproducción. Como las mujeres tienen una vida reproductiva más corta que los hombres, estos se verían atraídos por algunos indicadores visuales como la belleza o la juventud, que indicarían una mayor capacidad para ser fértiles y tener hijos. Las mujeres invierten más en la descendencia que los hombres, y buscarían factores que maximizan las probabilidades de supervivencia de sus hijos como (recursos económicos, poder, compromiso). Buss et al (1990) encontraron estas diferencias de género tras estudiar 37 culturas diferentes. Sin excluir estas posibles influencias biológicas, los factores sociales también servirán para explicar estas diferentes preferencias de hombres y mujeres. También existen diferencias de género en los rasgos físicos que contribuyen a la atracción, así, aparte de las preferencias particulares, los hombres se sienten atraídos por mujeres sin vello, con pechos prominentes, caderas moderadamente anchas, cejas finas, piel suave, etc..Por su parte, las mujeres prefieren hombres con espaldas y pecho amplio, caderas estrechas, nalgas pequeñas, cejas anchas, ausencia de tripa, etc. Además de esos rasgos físicos son importantes características personales como la inteligencia, el sentido del humor, el liderazgo y la competencia.

3. El tercer filtro sería la similitud. Las personas tienden a emparejarse con quienes son similares en religión, ideología, nivel educativo, profesión y clase social. La similitud de ideas es un factor muy relevante, y factores tales como la similitud de profesiones o de nivel educativo son unos de los indicadores más claros de igualdad de ideas. En general, aquellas parejas más semejantes muestran un mayor nivel de satisfacción, mientras que cuando hay importantes diferencias aumentan las probabilidades de divorcio.

4. La reciprocidad. No basta percibir al otro como atractivo y con características deseables, además el sujeto debe percibir signos de que esa atracción es recíproca. Que alguien nos guste mucho no implica necesariamente que vayamos a caer en el enamoramiento. El factor que contribuye decisivamente a encender la llama es la sospecha de que existe reciprocidad en la atracción. En aquellos casos en los que no se percibe reciprocidad es posible que el sujeto, de forma no siempre consciente, controle y anule su deseo para evitar la probabilidad del rechazo que suele ser vivido de forma traumática y tiende a disminuir la autoestima. Cuando se observa la reciprocidad suele aumentar el deseo hacia el otro y el enamoramiento va a precipitarse.

5. El último filtro es la complementariedad. Cuando una pareja potencial posee características que resultan atractivas, y la atracción es recíproca, debe también poseer algunas características o recursos que no tenemos, y que pueden complementar los nuestros. El otro es percibido como una posibilidad de expansión de nuestro Yo.

La persona que supera todos los filtros anteriores tendrá más posibilidades de convertirse en nuestra pareja, aunque existe lo que podríamos denominar un último filtro que es la

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disponibilidad. Las personas tienden a casarse con quien están emparejados en el momento adecuado, por ejemplo, cuando empiezan a adquirir estabilidad en el trabajo.

3.2. La evolución de la relación amorosa

Una vez que la persona se ha enamorado, el paso fundamental para que se inicie una relación es que exista reciprocidad de enamoramiento, ya que de lo contrario el proceso quedaría en un estado de enamoramiento unilateral, que puede ser vivido de forma traumática. Si se establece la relación de pareja, lo primero que va a acontecer es el desarrollo progresivo de una fuerte intimidad de pareja. Así, uno de los procesos claves en la evolución de este vínculo es la reciprocidad de las revelaciones que se hacen los miembros de la pareja, y que consisten en la confesión al otro de algún aspecto íntimo propio.

Lo usual es que la relación comience con una fase de amor romántico (pasión e intimidad) y poco a poco se irá añadiendo un cierto compromiso de mantener la relación por encima de los problemas que surjan. Esta fase irá dejando paso a lo que se denomina amor compañero, debido a una disminución progresiva de la pasión. Aquellos aspectos citados más arriba que caracterizan al enamoramiento irán desapareciendo como consecuencia de la rutina y la habituación. A veces, este declive de la pasión va acompañado de un aumento de la atracción hacia otras personas, frecuentemente unida a deseos de promiscuidad sexual. Algunas razones evolucionistas podrían influir sobre esta promiscuidad que supondría ventajas adaptativas tanto para el hombre (mayor expansión genética) como para la mujer (mayor provisión de recursos para garantizar la supervivencia de su descendencia). Otros motivos, de carácter psicológico serían la búsqueda de la novedad, la excitación que provoca el fruto prohibido o el sentirse deseado. Muchas parejas mantendrán su relación en ese amor de apego o incluso pleno, sin embargo en otros casos surgirá el desamor, y la pareja se romperá.

3.3. Etapas en la vida de pareja o matrimonio.

1ª etapa: La nueva pareja.Abarca los primeros años hasta el nacimiento del primer hijo, y se trata del periodo más

excitante y novedoso, lo que leva a que en él se den los niveles más altos de satisfacción de toda la vida de la pareja. Sin embargo, también en esta etapa encontramos los índices más altos de divorcio. El éxito de la pareja dependerá de algunos factores relacionados con la elección del cónyuge, por ejemplo, la similitud en nivel educativo, social y económico. También las habilidades para la comunicación o para la resolución de conflictos son un buen predictor.

En un principio se da una idealización de la pareja, que puede ser seguida de una cierta desilusión o decepción. Durante esta etapa la nueva pareja debe resolver una serie de tareas:

-conseguir una seguridad o estabilidad económica, ya que los primeros momentos suelen ser difíciles: sueldos bajos, poca estabilidad laboral, muchos gastos (hipoteca, compras de mobiliario, etc)- Establecer un hogar que resulte confortable- Realizar ajustes en las relaciones con los amigos y con la familia- Establecer una relación sexual satisfactoria.- Acomodarse a los hábitos (y manías) de la pareja.- Establecer un modelo de comunicación, toma de decisiones y resolución de conflictos

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2ª Etapa: La transición a la maternidad/paternidad.

Aunque en la mayoría reocasiones se utiliza esta expresión para hacer referencia a los dos primeros años que siguen al nacimiento del primer hijo, aquí nos referiremos al periodo comprendido entre dicho nacimiento y su entrada en la adolescencia. La literatura tradicional considera que esta etapa, especialmente los primeros momentos es un etapa de crisis familiar en la que tiene lugar una disminución de la satisfacción marital. Los resultados de algunos estudios indican que 1 año después del parto, el 58% de las parejas mantenían los mismos niveles de satisfacción. Sin embargo, en el 37% de ellas se observó un cierto deterioro, y sólo un 5% mejoró su relación. Probablemente el nivel de satisfacción previo al nacimiento sea un indicador bastante claro de la evolución posterior, ya que algunos estudios han hallado que aquellas parejas con una sólida relación pueden verla fortalecida, mientras que cuando la relación es débil tiende a empeorar, siendo infrecuente que una pareja mal avenida vea mejorar su relación tras el parto.

Un momento que resulta especialmente complicado para muchas parejas llega sobre los 7 años de convivencia, ya que es el periodo en el que muchas parejas tienen que hacerse de carga de la crianza de dos hijos, con distintas edades y necesidades. Además, suelen acentuarse los roles de género y los progenitores, especialmente el varón, suele centrarse mucho en su actividad profesional, siendo la mayor la que suele asumir más responsabilidades relacionadas con la crianza, lo que suele generar muchas discusiones y enfrentamientos maritales. Durante estos difíciles años la pareja debe establecer unos adecuados canales de comunicación y emplear técnicas de negociación para resolver los conflictos que se presentan, de lo contrario puede entrar en una encarnizada lucha por el poder que les lleve a un distanciamiento progresivo que, aunque no termine en la separación de la pareja, suponga una ruptura del vínculo emocional.

3ª etapa: La adolescencia de la mitad de la vida.

Es el periodo comprendido entre la llegada del primer hijo/a a la adolescencia y el momento en el que el menor se a de casa. Puede ser una etapa bastante prolongada, y en ella la mayoría de las parejas suele tener una edad comprendida entre los 50-60 años tras 15 ó 30 años de matrimonio.

Durante esta etapa la pareja se verá afectada por los cambios que tienen lugar en sus hijos adolescentes (búsqueda de identidad y autonomía, cambios cognitivos y sociales, etc.) y tendrán que ajustarse a esos cambios, lo que en muchas ocasiones requerirá de un importante reajuste de las relaciones familiares. Además, estos años suelen coincidir con lo que algunos autores han denominado la crisis de la mitad de la vida, lo que contribuirá a hacer más difícil la transición.

La pareja lleva muchos años casada y trabajando, y puede surgir cierta desilusión en ambas facetas. A veces tienen que ocuparse del cuidado de sus padres que debido a su avanzada edad se pueden encontrar en una situación de dependencia (presión del ciclo de vida) ante lo que tendrán que tomar una decisión para que estén atendidos: contratar cuidadores, abandonar el trabajo o ingresarlos en una residencia. Todas estas circunstancias llevan a algunos autores a considerar que esta etapa es de una profunda infelicidad, aunque sin duda existirán muchas diferencias entre parejas en la forma de vivir este periodo, y en algunos casos puede ser una etapa satisfactoria. Por otra parte, la crisis vivida por muchos matrimonios puede llevar a una redefinición de las relaciones conyugales que puede suponer un replanteamiento de la relación con unas expectativas más realistas.

También durante estos años comienzan a debilitarse los roles tan estereotipadas propios de la etapa anterior y comienza una cierta inversión de roles, que continuará durante los años posteriores.

4ª etapa: El periodo postparental o el nido vacío

Comienza cuando el último hijo se va de casa y los padres se quedan solos, y termina cuando la mujer o el hombre se jubilan. Habitualmente la madre tiene entre 45-50 años, y el padres algunos años más. No obstante, la edad de salida ala que los hijos se independizan se está

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retrasando bastante, con lo que los padres pueden tener una edad más avanzada. La familia postparental es un fenómeno relativamente reciente, ya que hasta comienzos del siglo XX era infrecuente que los padres siguieran vivos cuando el último hijo se iba de casa. Tradicionalmente, esta etapa se ha considerado como de tensión y dificultades, especialmente para las mujeres amas de casa que habían definido su identidad en función de sus hijos. Ello unido a la pérdida del interés sexual y la menopausia podía generar algunas dificultades emocionales. Sin embargo, la mayoría de los estudios encuentran que la etapa del nido vacío no es una experiencia preocupante, por el contrario muchas parejas experimentan una cierta liberación y un aumento de la satisfacción conyugal. Tras el descenso que se había producido en las etapas 2 y 3, esta es la etapa de mayor felicidad para los cónyuges tras la etapa 1. Los hijos jóvenes son hasta cierto punto una carga, y una vez que se han marchado hay tiempo para nuevos proyectos personales. En la familia tradicional, la carga de los hijos recae sobre la madre, y aunque se supone que ella es la que más sufre la partida de los hijos, es también la que más se beneficia de este hecho. Sus tareas en el hogar, que se duplicaron tras el nacimiento del primer hijo, se reducen ahora a la mitad.

Por lo tanto, no parece que la marcha de los hijos tenga un impacto negativo sobre la pareja, aunque hay factores que pueden influir. Así, el impacto es peor cuando la madre no trabaja fuera de casa, cuando los hijos se van pronto y de forma poco espaciada, no dando a sus padres tiempo para ir adaptándose. También influirá mucho la calidad de la relación conyugal, ya que ahora los padres se encuentran de nuevo con los roles de marido y mujer, y en ocasiones se darán cuenta de que lo único que tenían en común eran los hijos. Al desaparecer estos la relación puede deteriorarse, llevando en casos extremos al divorcio. En este periodo puede haber algunas pérdidas, además de la marcha de los hijos, como la pérdida de facultades físicas y de salud. La muerte de sus propios padres o de algunos amigos. Todas estas pérdidas pueden contribuir a fortalecer la relación de pareja. La inversión de roles que había comenzado en la etapa anterior se acentúa aún más. En algunos casos las mujeres buscan trabajo fuera de casa y, además, se pueden mostrar sexualmente muy activas.

5ª etapa: Culminación.

Es una etapa que se extiende desde la jubilación de alguno de los cónyuges –el varón, por lo general- hasta la muerte de uno de ellos. Puede tener una duración muy variada, desde unas semanas hasta muchos años, y es sin duda, el periodo menos estudiado de la vida de pareja. Durante estos años la pareja suele experimentar un estrecho compañerismo y una mayor interdependencia y necesidad de apoyarse mutuamente. Son años relativamente satisfactorios para la mayoría de parejas que han de adaptarse en esta etapa a los cambios introducidos en la rutina cotidiana por la jubilación (el hombre en casa) y prepararse para la pérdida del cónyuge.

3.4. Separación y divorcio

Algunas parejas no culminarán todas las etapas expuestas en el modelo anterior y terminarán con la separación o divorcio. Cada vez es mayor el número de matrimonios que terminan divorciándose, probablemente como consecuencia de los cambios sociales que han tenido lugar en nuestro país: la menor influencia de la religión, la prosperidad económica, la liberalización de las costumbres que ha llevado a muchas personas a no querer aferrarse a un matrimonio insatisfactorio, la menor dependencia económica de la mujer de su pareja, etc... Así, hoy en día no se considera que sea indispensable criar y educar a los hijos en el contexto de la pareja, algo que avalan los datos de muchos estudios. La realidad es que las cifras de separaciones y divorcios han crecido de forma clara, y en nuestro país no acercamos a las cifras de otros países como EEUU, donde casi la mitad de los matrimonios terminan en divorcio.

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Factores de riesgo.

Son varios los factores que pueden contribuir al divorcio o separación de la pareja, entre ellos podemos citar:

- La edad de los cónyuges en el momento del matrimonio, ya que se producen más separaciones cuando los miembros de la pareja son muy jóvenes, en especial, cuando el motivo principal que lleva al matrimonio es un embarazo no planificado. Sin duda, la adolescencia o la adultez temprana son etapas en las que chicos y chicas deben resolver aún algunas tareas evolutivas, cuya resolución puede verse dificultada por un matrimonio prematuro.

- El nivel de ingresos de la pareja no es determinante, aunque si lo es que la inestabilidad en el empleo y la disminución progresiva del nivel de vida. Las razones de que el nivel económico no guarde un relación clara con la estabilidad de la pareja probablemente tengan que ver con el hecho de que cuando el nivel de vida es bajo son más frecuentes los conflictos maritales, pero la estrechez económica dificultará que la pareja decida separarse, ya que la separación o divorcio puede suponer una disminución de los recursos disponibles. En cambio, aunque en estratos sociales más favorecidos exista una menor conflictividad, no habrá tantas dificultades para afrontar los gastos del divorcio. Es decir, aunque los problemas económicos pueden favorecer la necesidad que tiene la pareja de romper su relación, esos mismos problemas harán más improbable el divorcio. Cuando la mujer tiene un buen nivel de ingresos el divorcio será más probable, puesto que estará menos dispuesta a tolerar una situación familiar insatisfactoria puesto que no depende económicamente del marido.

- Algunos estudios han encontrado un mayor índice de divorcios en os hijos/as de padres divorciados, aunque las causas no están demasiado claras. Quizá el motivo no sea tanto la imitación del comportamiento parental como una serie de factores emocionales derivados del divorcio. Es decir, las consecuencias negativas a nivel socio-emocional que para los hijos tiene la ruptura de la relación de sus padres.

Fases del divorcio

Separación. Esta fase primera comienza cuando los cónyuges no pueden resolver sus conflictos, no están satisfechos con su vida matrimonial y los lazos emocionales empiezan a debilitarse hasta que se llega al punto de que la separación es inevitable, que puede precipitarse con la aparición de una tercera persona. En esta primera fase, a pesar de la ruptura continúan las ataduras, se mantiene la preocupación e interés por el otro y se sienten celos. Aunque las condiciones en las que tiene lugar la separación influirá en la vivencia de cada uno de los cónyuges, los dos experimentarán un intenso estrés emocional, que en cierta medida recuerda a la angustia de separación de los bebés, ya que se trata de la ruptura de una relación de apego. Incluso si la separación se produce porque uno de los miembros de la pareja decide abandonar al otro, también el que abandona pasará por una situación estresante, aunque probablemente el estrés lo experimente antes de tomar la decisión, mientras está barajando la posibilidad de romper la relación.

Adaptación. Un vez producido el divorcio o separación, comienza la segunda fase en la que ambos deberán adaptarse a la nueva situación. Suele ser una etapa infeliz en la que no suelen cumplirse las expectativas que tenían respecto a su nuevo status, y suelen sentirse desadaptados o angustiados. Pueden encontrarse también aislados y mantener contactos escasos o nulos con sus anteriores amistades que posiblemente eran parejas casadas. No obstante, alunas personas pueden experimentar un sentimiento de bienestar y crecimiento personal. Ello ocurrirá cuando la relación marital era muy conflictiva.

Reconstrucción. Aproximadamente hacia la mitad del segundo año la mayoría de de los divorciados/as empiezan a superar la fase anterior y entran en una nueva etapa en la que han

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reconstruido sus vidas, han mejorado su situación financiera, se han asentado en sus nuevos hogares y su nueva vida social está en marcha. Los más probable es que los vínculos emocionales con su anterior pareja se hayan roto definitivamente.

Aunque muchos matrimonios se divorcian en los primeros años, en otros casos la separación tiene lugar en la mediana edad, después de muchos años de matrimonio, cuando sus hijos son adolescentes o incluso de han marchado de casa. En estos casos la separación puede estar relacionada con la crisis de la mitad de la vida que lleva a muchas personas a querer reorientar su vida, bien a nivel profesional o bien a nivel familiar o sentimental. En estos casos la sensación de que les queda menos tiempo de vida puede impulsarles a abandonar una relación poco satisfactoria y buscar la felicidad en una nueva relación amorosa. En aquellos casos en los que el divorcio tiene lugar a una avanzada edad, la adaptación a la vida en soledad puede ser más complicada, ya que se trata de personas que han estado centradas en la vida de pareja y muy vinculadas a su cónyuge, no han mantenido relaciones íntimas con otras personas desde hace mucho tiempo, y pueden considerarse muy mayores para comenzar una nueva relación sentimental.

3.5. Viudez.

La pérdida de la pareja por muerte va a suponer un cambio importante en la vida de una persona que puede acarrear profundas modificaciones y pérdidas con importantes repercusiones sobre la salud física y mental del viudo/a. No obstante, a pesar del impacto emocional de los primeros momentos, al cabo de un periodo que ronda los 12 meses la mayor parte de los viudos y viudas parecen haberse adaptado a la nueva situación. La mayor esperanza de vida de las mujeres, y la mayor edad de los varones en los matrimonios, hace que sea mucho mayor el número de viudas que de viudos. Por otra parte, ellas suelen adaptarse mejor que ellos. Aunque esta mejor adaptación puede deberse en parte a la menor edad y mejor salud de las viudas respecto a los viudos, también influirán otros factores como el hecho de que las mujeres mantengan más relaciones con amigos y familiares y tengan redes de apoyo más extensas, o que se manejen mejor con las tareas domésticas, que para muchos viudos pueden representar un obstáculo insalvable. Sin embargo, las mujeres que enviudan suelen atravesar mayores dificultades económicas, puesto que pueden ver reducido de forma drástica su nivel de ingresos. También pueden encontrar más dificultades para realizar aquellas gestiones que antes realizaba el marido como llevar las cuentas del banco, etc. En a medida en que la mujer sea más independiente económicamente del marido, y haya realizado con anterioridad esta serie de tareas experimentará menos dificultades. La viudez va a suponer una ruptura de vínculos emocionales y una pérdida afectiva que puede tener una importante repercusión a este nivel. Sin embargo, el problema más serio que afrontan las personas que enviudan es la soledad y la pérdida económica, y la pérdida del ser querido y sus implicaciones emocionales no siempre serán el mayor problema, y en algunos casos puede incluso suponer una liberación.

Otro factor que suele influir en la adaptación a la viudedad es la edad del viudo/a, ya que las personas que pierdan a su pareja a una edad avanzada suelen adaptarse mejor, probablemente porque se trata de una situación esperada para la que se han ido mentalizando poco a poco. Sin embargo, enviudar en la adultez media o, sobre todo, temprana es una situación inesperada que puede tener un mayor impacto emocional. Como apuntaba Neugarten, las transiciones evolutivas que tienen lugar a la edad esperada de acuerdo con el calendario social provocan menos estrés que cuando ocurren de forma anticipada.

La existencia de redes de apoyo va a suponer otro factor muy importante ya que otras figuras (amigos, hermanos, hijos) podrán asumir muchas de las funciones de apoyo instrumental y emocional que cumplía la pareja desaparecida. También será muy importante la autonomía con respecto a la pareja o autosuficiencia de la persona que enviuda, ya que en la medida en que dependiese menos de su pareja soportará mejor la viudez.

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Fases.

El duelo experimentado por la pérdida del cónyuge suele ser largo y atravesar 3 fases que se asemejan a las que atraviesa el bebé que experimentaba la separación o pérdida de la figura de apego.

Preparación. A partir de cierta edad, o del diagnóstico de una enfermedad grave en la pareja, comienza una fase en la que la persona que va a enviudar comienza a prepararse cognitiva y emocionalmente para la pérdida del cónyuge.

Etapa 1: Protesta. En esta fase la persona que ha perdido a su pareja está agitada, temerosa y oprimida por un intenso dolor, con brotes de angustia que rozan el pánico. Esta fase comienza tras el shock inicial que experimentan muchas personas que muestran una cierta insensibilidad y negación de la realidad., especialmente cuando la muerte ha sido inesperada (el viudo puede referirse a su pareja como si no hubiese muerto). Esta falta de sensibilidad y emoción, en la que parece que la persona aún no ha asumido la pérdida de su pareja puede representar una fase necesaria para que la transición sea menos traumática.

Etapa 2: Desesperación. Tras la agitación propia de la fase anterior, y con el reconocimiento de que se ha producido una pérdida definitiva surge una depresión o abatimiento con un dolor intermitente que suele hacerse más intenso en aquellos momentos que tienen un especial significado emotivo para el viudo/a (aniversario de boda, cumpleaños, Navidad).

Etapa 3. Recuperación. Supone la aceptación y superación definitiva de la fase anterior e implica una aceptación cognitiva y emocional y una construcción de una nueva identidad, ya que su anterior identidad incluía muchas referencias a su relación de pareja. En algunas circunstancias esta recuperación no tiene lugar y el dolor es crónico: por ejemplo, si la persona que ha enviudado se siente responsable de la muerte del cónyuge (suicidio), o tenía sentimientos ambivalentes hacia él, o si dependía excesivamente de la pareja.

Aunque siempre se ha considerado necesario que el viudo o viuda atraviese un periodo de duelo de cara a su recuperación emocional, estudios recientes parecen poner en cuestión esa idea ya que algunas personas muestran una gran resistencia y recuperación emocional sin haber experimentado duelo por la pérdida. Se trata de personas muy resilientes que experimentan muchas emociones positivas y que muestran un gran equilibrio emocional y una gran capacidad para seguir hacia adelante.

4. Trabajo y jubilación.

4.1. La carrera laboral.El trabajo ocupa una parte importante de la vida de las personas y va a influir en muchas

facetas de su vida y de su personalidad. Una vez finalizados los estudios y el periodo de formación de la infancia, adolescencia y, cada vez con más frecuencia, adultez temprana, el trabajo ocupará un lugar preferente entre los intereses y actividades del individuo. Los acontecimientos que tengan lugar el contexto profesional van a afectar de forma clara al bienestar, satisfacción personal y salud del trabajador o trabajadora. La motivación para trabajar será tanto de carácter extrínseco (el trabajo como una fuente de ingresos y forma de conseguir aquellos que el individuo necesita para satisfacer sus necesidades) como intrínseco (el trabajo como medio de realización personal). En los primeros años de la carrera laboral la mayoría de personas se guían principalmente de motivos extrínsecos pues necesitan los recursos económicos que les proporciona un empleo para independizarse económicamente, adquirir un hogar propio o comenzar una relación de pareja. Pero en la medida en que avanza la carrera laboral la mayoría de personas se tornan más exigentes y buscan en sus

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empleos satisfacción y realización personal, no bastándoles el trabajo como fuente de ingresos (motivación intrínseca).

Se suele hablar de carrera laboral para hacer referencia a una pauta ordenada de progresión laboral desde los inicios hasta la jubilación. Quizá el modelo más aceptado de esta carrera laboral sea el propuesto por Super, que incluye cuatro etapas:

- Exploración: se trata de una etapa inicial en la adolescencia tardía o adultez temprana en la que el individuo experimenta varios trabajos temporales, adquiere hábitos y competencias, y elige una profesión o actividad laboral.

- Establecimiento: El individuo se compromete cada vez más con su carrera y va progresando en ella, adquiriendo estabilidad y subiendo en la jerarquía. Se trata de un periodo en el que el trabajador realiza una gran inversión de tiempo y esfuerzo.

- Mantenimiento: en esta etapa el individuo ha adquirido competencias y maestría en su trabajo, y puede realizar las tareas con una mayor eficiencia, lo que conllevará una mayor satisfacción personal que repercutirá positivamente sobre su autoestima.

- Desaceleración: Llega un momento en el que el trabajador considera que ya ha alcanzado su techo profesional y comienza a desvincularse emocionalmente del trabajo, a invertir menos esfuerzo y a prepararse mentalmente para la jubilación.

El modelo de Super es un modelo clásico, desarrollado en un momento histórico en que las condiciones de trabajo eran más estables por lo que su aplicación al mundo actual no está exenta de dificultades. Hoy día las personas cambian más de trabajo a lo largo de su vida y pueden pasar varias veces por esta secuencia de etapas. Por otra parte, existen dudas acerca de la generalización de este modelo a las mujeres trabajadoras, ya que en muchos casos la mujer tendrá que compaginar la actividad laboral con una gran dedicación a las tareas de crianza de sus hijos/as, con lo que no podrán invertir tanto esfuerzo y tiempo como sus compañeros varones en la etapa de establecimiento, mientras que las etapas de mantenimiento y desaceleración podrían retrasarse.

4.2. La influencia del trabajo sobre el individuo.

El hecho de que el trabajo supongo una faceta muy importante en la vida de las personas hará que la actividad profesional ejerza una clara influencia sobre la personalidad del individuo. La relación entre trabajo e identidad personal fue puesta de relieve por Erikson, ya que para este autor la elección profesional y el compromiso con una profesión constituía un elemento fundamental en la crisis y posterior logro de identidad por parte del adolescente. Otros autores como Holland , resaltan el sentido contrario en la relación entre individuo y personalidad, puesto que consideran que la elección profesional puede ser un reflejo de algunas de las características propias del sujeto que tiende a elegir una profesión que encaje bien con su personalidad. Holland describe una tipología de seis orientaciones personales: realista, investigadora, artística, social, emprendedora y convencional.

En cuanto a la influencia sobre el autoconcepto, es evidente que la profesión pasa a representar un área fundamental en la forma en que el individuo se considera y define a sí mismo.

El tipo de trabajo desempeñado también va a determinar con qué personas nos relacionamos y qué valores adoptamos. Aunque muchos de estos valores hayan sido adquiridos en la infancia y adolescencia, irán sufriendo modificaciones a lo largo de la etapa adulta, y el contexto laboral supondrá una influencia muy determinante.

El trabajo también será una fuente importante de satisfacción personal en la medida en que el individuo aya adquiriendo competencias y alcanzando logros. Sin embargo, también será una fuente importante de estrés e insatisfacción: la competitividad, las actividades poco gratificantes, el considerar que no se está a la altura de las exigencias profesionales, el exceso de trabajo, etc. son situaciones que pueden generar un intenso estrés y malestar psicológico que

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tendrá una importante repercusión sobre la salud del individuo. Las situaciones de estrés son más frecuentes en los niveles más bajos del sistema productivo y en ciertas profesiones en las que se ha de atender a personas (docentes, sanitarios, cuidadores). También hay bastantes estudios que indican que con la edad suele aumentar la satisfacción en el trabajo, y que esta satisfacción es mayor cuando el empleo se ajusta a las expectativas que tenía el sujeto, independientemente del nivel o de los logros alcanzados.

Sin duda, de todos los factores relacionados con el trabajo que causan estrés, el desempleo es el más importante, ya que la evidencia empírica indica una fuerte asociación con enfermedades físicas y psíquicas. Los elementos más importantes del estrés que pueden influir en esta asociación son la pérdida de ingresos y la disminución de la autoestima que conlleva. Esta pérdida de autoestima será mayor cuanto más identificada esté la persona trabajadora con su empleo. Otras variables que moderan esta asociación son el apoyo proporcionado por familia y amigos o la disponibilidad de recursos económicos, que pueden amortiguar bastante las consecuencias negativas del desempleo. También protege al individuo la atribución externa a su situación, ya que cuando el individuo se culpa a sí mismo de su situación, la sensación de fracaso personal será mayor.

4.3. Trabajo y género.

Una gran parte de los estudios acerca de la carrera laboral han estado centrados en la vida profesional de los hombres, no obstante, cada es mayor el número de mujeres que realizan actividades profesionales fuera del hogar, y existen algunos datos que indican algunas diferencias entre las carreras de hombres y mujeres. Por lo general, en los hombres se encuentra una mayor continuidad en su carrera profesional, ya que en el caso de las mujeres suelen aparecer más interrupciones para dedicarse a la crianza de los hijos. En la mujer, combinar la dedicación a la familia y al trabajo ha sido considerado tradicionalmente como un hándicap que limita sus capacidades de promoción, ya que se le supondrá menos motivada hacia el trabajo. Un estudio reciente de la Universidad de Navarra indica que el 87% de las mujeres señala las cargas familiares como el principal obstáculo en su trabajo. Según la Encuesta de Población Activa en 85 de cada 100 casos, son las mujeres quienes cuidan de menores y mayores dependientes.

En cambio, hacia los hombres con familia no se dirige este prejuicio. Más bien al contrario, al profesional con familia puede considerársele una mayor motivación por la necesidad de obtener recursos para mantener a su familia. Por ello, no es extraño que muchas mujeres que alcanzan un alto estatus profesional no estén casadas o no tengan hijos, algo que no ocurre en el caso de los hombres.

4.4. La jubilación.

La jubilación tal como hoy la conocemos es un fenómeno social relativamente reciente y fruto de la sociedad industrial. Antes del siglo XX la jubilación era algo que sólo estaba al alcance de aquellos que tenían suficientes tareas o recursos mantenerse a sí y a sus familias una vez abandonado el trabajo. Por ello, la mayoría de las personas debían continuar con su actividad laboral hasta que la muerte o la incapacidad se lo impidiesen. El retiro era algo temido, ya que podía suponer caer en la indigencia.

En sistema de jubilación y pensiones precisa de 2 requisitos fundamentales: una economía industrial capaz de producir un plus y la disponibilidad de un sistema de pensiones, público o privado que permita vivir a los trabajadores cuando abandonen el trabajo activo. La revolución industrial supuso un aumento de la capacidad económica de algunos países que llevó a la

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implantación de los primeros sistemas de Seguridad Social. Así, Alemania fue la pionera (1889) y muy pronto le siguió Inglaterra (1909). En España el primer sistema público de pensiones de jubilación (Retiro Obrero Obligatorio) se estableció en 1919. Estos sistemas eran en realidad una respuesta al exceso de mano de obra entre los trabajadores de más edad. Como consecuencia del aumento de la inmigración, de la introducción de nuevas tecnologías y de los prejuicios hacia las personas mayores, cada vez era mayor el número de trabajadores de edad avanzada que se quedaban sin trabajo y por lo tanto sin recursos económicos. Algunos recursos comunitarios como las casas de caridad para pobres se veían desbordados e incapaces de atender a tanto indigente, y la pobreza entre las personas de edad alcanzaba unas altas cotas. Por ello se crearon los sistemas de pensiones, y se fijó la edad de 65 años como el límite a partir del que los trabajadores podían recibir las pensiones del gobierno.

Esta retirada de los trabajadores mayores del mundo laboral ha ayudado a resolver el problema del desempleo entre los jóvenes. Por ello, la jubilación se ha presentado como algo positivo, una etapa en la que el individuo podrá hacer todo aquello que no pudo hacer debido la las responsabilidades familiares y laborales. Sin embargo, los cambios demográficos en muchos países occidentales que experimentan un acentuado envejecimiento de la población están llevando al cuestionamiento del actual sistema de pensiones, y del límite fijado en los 65 años como edad para la jubilación. En estos países, sin no cambian las tendencias demográficas, cada vez será más difícil para un número cada vez más reducido de jóvenes y adultos sostener la carga que supondría un enorme número de personas de la tercera edad.

La jubilación como transición evolutiva.

La jubilación representa una importante transición evolutiva que ha sido dividida por Atchley (1989) en cinco etapas:

- Fase de prejubilación, que comienza cuando el trabajador empieza a despegarse emocionalmente de su trabajo, centrándose en sí mismo, fantaseando sobre cómo será su etapa de jubilado y preparándose para ello.

- Fase de “luna de miel”, que comienza en el momento en que el sujeto abandona su trabajo y comienza lo que piensa que será una larga etapa de vacaciones. Muchos individuos comienzan a hacer todo aquello que habían ido aplazando por falta de tiempo debido al exceso de trabajo. Durante los primeros momentos el jubilado experimenta una cierta euforia, pero poco a poco esta euforia irá disminuyendo, en la medida en que el sujeto comienza a cansarse de muchas de estas actividades.

- Fase de desencanto. Se produce que cuando la persona jubilada ya se ha cansado del ocio y percibe que no se cumplen las fantasías que tenía sobre su jubilación. Se pueden sentir vacíos y apagados y mostrar sentimientos depresivos.

- Fase de reorientación. Las personas jubiladas empiezan a reevaluar su situación y a construir percepciones más realistas de su jubilación, implicándose en actividades que ofrecen niveles moderados de satisfacción.

- Fase de estabilidad o estilo de vida rutinario. El individuo ya ha reorientado su vida y alcanzado una estabilidad en un estilo de vida que puede ser muy satisfactorio para muchas personas.

- Fase de finalización. Muchas personas jubiladas se mantienen en la fase anterior hasta la muerte. No obstante, en algunos casos una enfermedad grave o incapacitante puede transformar al jubilado en un enfermo crónico, con lo que cambia su rol y disminuye su calidad de vida y su nivel de satisfacción vital.

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La adaptación a la jubilación.

Existe el estereotipo de que la jubilación tiene un impacto negativo sobre la salud. Se trata de un tópico inexacto basado en algunos casos individuales en los que se da esa asociación entre jubilación y empeoramiento de la salud, aunque son muchas las ocasiones en las que la persona que se jubila ya tenía problemas de salud que le han llevado a solicitar una jubilación de forma anticipada.

En términos generales puede afirmarse que dejar el trabajo no tiene que conllevar consecuencias negativas a nivel de salud o satisfacción personal. Tampoco una crisis de identidad. En realidad las personas jubiladas suelen mostrarse más felices y satisfechas con sus vidas que los trabajadores de mediana edad, y no existe evidencia empírica de que se produzca un deterioro en la salud, siendo muchos los jubilados que informan de una mejoría en su salud tras la jubilación.

No obstante, algunos factores pueden influir en las consecuencias sobre la salud de la persona que abandona la actividad laboral. A priori podríamos pensar que la actitud ante el trabajo y la satisfacción en él serían unas variables fundamentales de cara a predecir las consecuencias de la jubilación, sin embargo, algunos estudios han revelado que más que esta satisfacción, el factor fundamental es la importancia que la actividad profesional tiene para una persona en su escala de valores. Si el trabajo es muy significativo y todos los intereses de la persona se centran o vinculan con él, la actitud hacia la retirada profesional será más negativa y el impacto mayor. En este caso la persona jubilada se sentirá muy vacía y le costará más trabajo reemplazar su actividad profesional con otras aficiones. Cuando el jubilado tiene intereses y aficiones ajenos al mundo laboral podrá la adaptación a la nueva situación será mejor.

Otros factores relevantes de cara a facilitar la adaptación son la situación económica del sujeto y la percepción subjetiva de la propia salud. Aquellas personas con mejor salud y con más recursos económicos tendrán más posibilidades para mantener una vida activa dedicando su tiempo a algunas aficiones o a viajar.Los estudios que han analizado las consecuencias de la jubilación se han centrado en los efectos sobre el nivel de ingresos, el ajuste psicológico y la salud. En cuanto al nivel de ingresos, aunque hay una clara reducción, ésta se ve mitigada por los menores gastos que suelen tener las personas jubiladas: subvenciones a personas de la tercera edad en transportes, espectáculos, actividades de ocio, etc., hijos mayores que no necesitan apoyo económico, hipoteca pagada…En general, las personas jubiladas se sienten más satisfechas con su situación financiera que las de menos de 65 años.

En lo referente al ajuste psicológico, no se ha encontrado que el cambio de estatus y de identidad profesional que conlleva la retirada laboral conlleve desajustes ni mermas en los niveles de satisfacción personal.

Por último, como ya hemos comentado, tampoco existe evidencia empírica de un impacto negativo sobre la salud. La literatura existente no encuentra que la jubilación incremente el riesgo de muerte o deterioro de la salud. Aunque, para algunos individuos que valoraban mucho su trabajo sí puede haber algunos problemas de salud.

Jubilación y teorías sobre el envejecimiento saludable

Existen varias teorías que tratan de explicar la adaptación de las personas al proceso de envejecimiento. Estas teorías analizan la influencia de factores psicosociales, especialmente de las relaciones sociales, sobre el envejecimiento.

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La teoría de la desvinculación fue elaborada a por Cumming y Henry (1961) partir de un estudio llevado a cabo sobre 275 personas en Estados Unidos. Este estudio sugiere que el proceso normal de envejecimiento se caracteriza por un desenganche o desvinculación progresiva de la persona que envejece de las actividades y relaciones sociales cotidianas. De acuerdo con esta teoría, la adaptación al envejecimiento requeriría de una desvinculación progresiva de la sociedad, que iría apareciendo cuando la persona se percata de que disminuye su energía, que le queda un periodo corto de vida y que no puede seguir manteniendo los roles que había desempeñado, las relaciones sociales que había sostenido o las actividades realizadas. Por lo tanto, el factor que determinaría el bienestar en la vejez sería la desvinculación del contexto social. A la luz de esta teoría, la jubilación contribuiría a un mejor envejecimiento, ya que supone el abandono del rol y el ejercicio profesional. A pesar de ser una teoría con mucha tradición en la psicogerontología, ha recibido muchas críticas, ya que aunque puede tener sentido para personas muy mayores (80 años o más) difícilmente es generalizable a personas de menos edad.

La teoría de la actividad fue formulada por Havighurst y Albrecht (1953) y se basa en la idea de que la realización de tareas y el desempeño de roles sociales e interpersonales conlleva una mejor adaptación a la vejez y al envejecimiento, que sería más saludable y satisfactorio. A partir de un estudio llevado a cabo sobre una muestra de sujetos mayores de 65 años, concluyeron que las personas que realizaban más actividades mostraban más sentimientos de felicidad y satisfacción y estaban mejor adaptados a esta etapa. Otros estudios han encontrado que la disminución de las actividades con la edad va acompañada de un descenso en la satisfacción vital. Por ello un estilo de vida activo y lleno de roles mantendría a la persona mayor más adaptada y sana. Según esta teoría las personas mayores tienen las mismas necesidades psicológicas y sociales que las más jóvenes de mantenerse activas, por lo que la jubilación podría tener unos efectos negativos sobre la salud y bienestar de la persona retirada. En contraposición a la teoría de la desvinculación que defiende la inactividad y aislamiento social de los mayores, esta teoría alienta a las personas de edad avanzada a implicarse en diversas actividades y a resistirse a las limitaciones que impone la vejez.

Aunque las dos teorías anteriores pueden parecer contradictorias, en realidad son complementarias. Si bien la implicación en actividades puede resultar beneficiosa para la persona mayor, también es cierto que no todas las actividades resultan igual de favorables, así aquellas que motivan al sujeto, que son informales y que se realizan en compañía de otras personas son las que realmente benefician más a quien las realiza. Por lo tanto, aunque la persona esté jubilada, si mantiene una importante implicación en actividades de ocio podrá tener una buena adaptación a la retirada de la vida profesional y a la vejez. Lo contrario podría decirse se actividades que resulten estresantes y poco motivantes.

Por otra parte, existen importantes diferencias interindividuales dependiendo del carácter y del estilo de vida que hasta ese momento haya llevado la persona recién jubilada, habiendo personas que necesitarán mantener un alto nivel de actividad. En cualquier caso, una desvinculación total no parece recomendable, y se limitaría a la última etapa de la vida en que el anciano se encuentre ya muy limitado y desee pasar esos últimos meses o años de forma más tranquila y relajada.

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