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GACETA DE LITERATURA Y GRÁFICA NÚMERO 10 DISTRIBUCIÓN GRATUITA EDUARDO CERECEDO Caminar por ella, respirarla como se aspira la redondez de los senos recién bañados. Caminarla tomarla como se toma el refresco preferido, diré cocacola que disuelve parte de ti en la garganta. Por eso olerla es el principio del gusto, pasear por su ambiente cálido frío valiente templado. No obstante de ser amarga –en ocasiones la ciudad es de aire y sabe a bilé y a perfume–; su boca sabe a cerveza, a manzana, según como la abordes cuando la montes. Existe una ternura en su entraña, el cigarro la pincha para sacar su color en la ceniza; un soplo de automóviles desciende su premura. En anuncios publicitarios desvanece la luz los ojos al caldear un colorido de luciérnagas que vaga de la inercia. Puñados de piedras restauran la suavidad con que corta la neblina, cascada que asciende troncos de sonido, visiones para que descanse al cerrar los ojos. La noche. CLAUDIA PUENTE Cuerpo dormido Sepárate de ti hasta caer en ti Carlos Martínez Rivas Acudes informe a la sombra, rostro inescuchable, huérfano y seguro, oculto de la palabra. Sonido rebasado por su cause nocturno, luz antigua en el ojo de una tortuga, arteria en vigilia del sentido, memoria lejana y presente. Ahí sabes en tu voluntad de pulso (sujeta a soplos, imágenes) en tu cometa libertaria, que ensarta breve el deseo en el deseo y todos los cuerpos después del cuerpo. ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Perdido

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Gaceta de literatura y gráfica Nueva época Número 10 Distribución gratuita

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Page 1: Literal 10

GACETA DE LITERATURA Y GRÁFICA ◊ NÚMERO 10 ◊ DISTRIBUCIÓN GRATUITA

EDUARDO CERECEDO

Caminar por ella, respirarla como se aspira la redondez de los senos recién bañados.

Caminarlatomarla como se toma el refresco preferido, diré cocacola que disuelve parte de ti en la garganta.Por eso olerla es el principio del gusto, pasear por suambientecálidofríovalientetemplado.No obstante de ser amarga –en ocasiones la ciudad es de airey sabe a bilé y a perfume–; su boca sabe a cerveza, a manzana,según como la abordes cuando la montes. Existe una ternuraen su entraña, el cigarro la pincha para sacar su color en laceniza; un soplo de automóviles desciende su premura.En anuncios publicitarios desvanece la luz los ojos al caldearun colorido de luciérnagas que vaga de la inercia.

Puñados de piedrasrestauran la suavidad con que corta la neblina, cascada que asciende troncos de sonido, visiones para que descanse al cerrar los ojos.La noche. ◊

CLAUDIA PUENTE

Cuerpo dormidoSepárate de ti hasta caer en ti

Carlos Martínez Rivas

Acudes informe a la sombra,rostro inescuchable, huérfano y seguro,oculto de la palabra. Sonido rebasado por su cause nocturno,luz antiguaen el ojo de una tortuga,arteria en vigilia del sentido, memoria lejana y presente.Ahí sabesen tu voluntad de pulso(sujeta a soplos, imágenes)en tu cometa libertaria,que ensarta breveel deseo en el deseoy todos los cuerpos después del cuerpo. ◊

ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Perdido

ggaacceettaa ddee lliitteerraattuurraa yy ggrrááffiiccaa.. NNúúmmeerroo 1100 jjuunniioo ddee 22000044.. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva desus autores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. DDiirreecccciióónn:: Jocelyn Pantoja. EEddiicciióónn:: Andrés Márquez. DDiisseeññoo:: Hernán García Crespo. CCoonnsseejjoo EEddiittoorriiaall::Jorge Jurado, Alejandro Mendoza, Roberto Cruz y Armando Alonso. CCoollaabboorraacciioonneess:: [email protected]

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Page 2: Literal 10

Ella sonrió, y noté que envuelta enesas telas tan brillantes había un al-ma virago. Fue un poco eso, y suservilismo:

– ¿Y cómo te llamas? –preguntécolocando un cigarrillo en mis la-bios. Se enderezó como una luna in-mensa que se separa después dedormir desnuda.

– ¿Cómo me quieres llamar, gua-po?

– Virago... –esbocé tan rápido,que el cigarrillo, torpemente, aban-donó mis labios, haciendo piruetascircenses se clavó en un charco.

– Bien, guapo, así me llamo...– ¿Y cómo es eso? –pregunté sin

pensarlo.– Son cincuenta euros.El precio parecía elevado, no

obstante, notando su cuerpo, enplena extensión, en una caída de lamirada, aseguraba que merecía másde cincuenta euros.

– ¿Cuánto tiempo, soy lento sa-bes?

– Uy, pues hasta que acabes...Yo no tengo prisa.

Hizo un sonidito con la lengua,un pequeño trueno con sus dientestiritando...

– ¿...Vamos?– Bien, ¿dónde es?– Por aquí... –no era necesario

llevar los ojos abiertos, el aroma mepersuadía, el perfume me sosten-dría cobijado por el viento acen-tuando la esencia tibia.

El motel era más que molesto, alllegar a la administración me pidie-ron depositar la fianza.

– ...Después, Willi, ¿no notasque estás frente a un caballero?

– Es cierto... –la frase del recep-cionista fue inconclusa con un gritode la chica que ya iba subiendo.

– ¡Virago! Esta noche me llamoVirago. Al terminar la frase mascóel chicle y guiño un ojo.

Las escaleras rechinaban, quizáeran las ratas que se devoran un pe-dazo de madera, nunca supe qué eraexactamente. Virago abrió la puer-ta, y entró a la habitación. Llevabaun short improvisado, en realidadera un blue jeans recortado, casi unhilacho. Tomé la perilla, y al tornarla puerta me sacudió una duda:Cuando dijo “¿Vamos?” Y se estre-

meció un poquito, insinuante comouna pedrada, me pareció tan Vira-go, tan viril, tan punzante, que du-dé de haberme metido al cuarto conuna mujer. Pero debo cerrar la puer-ta primero, esto de salir corriendono me iba, no me daba la gana. Algome atraía a ese cuarto, a esa cama, aesas piernas, a ese centro universal,donde confluía todo. Y el aroma anardos, eso que me rodeaba era unsutil aroma a nardos suave.

Me sorprendió colocándome lasmanos sobre los ojos, al punto queya no puede ver.

– A ver..., a ver... ¿qué tantaimaginación tienes?

– ¿Qué quieres hacer? –le dijesonriente, disimulando mi pertur-bación.

– Vamos a jugar ¿quieres?– Claro.– Bien, no abras los ojos. Hay al-

go en ti que me hace ponerme agre-siva. Casi podría decir que me ca-lenté al verte.

– Pero... tenías frío ¿no?– Se me quitó cuando tu voz,

quejumbrosa, me llamó Virago.– ¿A sí?– Sabes qué es Virago ¿verdad? – No.– ¿Cómo? ¡No abras los ojos!

Así que vas por el mundo diciendocosas que ni sabes...

– Está bien, no abro los ojos.– Mira, siéntate –me llevó hasta

la cama, y me ayudó a sentarme.Una serie de luces me deslumbra-ron en esa oscuridad, fue el besoque me propinó en plenos labios,me llegó a morder, y sentí el saborde la sangre en el paladar.

– Entonces ¿qué es Virago?– La verdad, lo he olvidado...– Es una mujer muy, pero muy

masculina, tanto que se le confun-diría con un hombre, ¿te parezcoque podría ser un hombre, con estecuerpo?

– No en realidad.– Pues, mira – me tomó las ma-

nos y las puso en los senos. Eransuaves, firmes, grandes aunque noera lo que más me importaba.

– ¡Ay...! Mira, toca ¿crees quepodría ser hombre teniendo esto?

– No, nunca lo pensé.En ese momento me puso los se-

nos en la cara.– Dime algo, no eres gay ¿verdad?– ¿Yo? no– ¿Eres casado?– Divorciado.– ¿Ah sí? –y me puso la mano

derecha en su nalga desnuda–. De-bes ser un cabrón, ¿verdad?

– Quizá... ¿a quién le importa?– Tienes razón, a ver, deja te

ayudo.Me empezó a desnudar, sentía

sus manos con tal fuerza que me te-mía un poco que sí fuera un hom-bre. Me sentía con ganas de acabarel juego de una vez, decirle que elque manda aquí soy yo. Y qué se de-jara de pendejadas. Pero algo no medejaba abrir los ojos, de cualquiermodo sabía con quien estaba, erauna morena de ojos verdes, teníalos labios gordos, la nariz respinga-da, los dientes grandes, los senospronunciados, a pesar de esa blusaverde, que para entonces, estaría enel suelo, en la alfombra o en la ca-ma, y el short, estaba a mi lado.

– A ver, bombón, quieres unaVirago ¿verdad?

– No me molestaría... –me sor-prendí a mí mismo y a la frase quese había escapado.

– Bien, párate, que me falta qui-tarte los pantalones, mira ya estáshaciendo carpas.

Me agarró tan rápido y tan sua-ve que la excitación aumentó.

– No abras los ojos, flaco.– No.– Mmm, yomi yomi ¿te gusta?Asentí.– ¿Y si hago esto, bombón? No,

yo diría “perrito caliente”.En ese momento sentí la suavi-

dad de sus senos blancos.– ¡Manos atrás! –me gritó–.

Mua, ¿te gusta? – acercó el extre-mo de su pezón, al final de mi exis-tencia viril–. ¿Dulce? ¿o salado?¿dulce o salado?

– ¡Virago...!– ¿Dulce o salado? Grítame ¿te

gusta?– ¡Sí!– ¿Voy bien?Nuevamente asentí.– Oye, eres un primor. Es más,

vamos a hacer algo...– ¿Qué? – pregunté con más

miedo que placer.– Vamos a apostar doble a ...Dejó de hablar por obvias razo-

nes.– Ay... uf...– Ay, digo, doble... o... doble o...

Ay, no es poco.– Termina.– ¿Paro? ¿no te gusta?– No, la frase, ...termina la frase.– Ah –me tomó en un puño –do-

ble o nada.– ¿Qué apostamos?– Tú crees que soy mujer ¿ver-

dad?– Por supuesto... – me puse ten-

so por la frase.– ¡Calma, calma! –la metió a su

boca, y después la saco suavemen-te–. Esa es la apuesta. Si soy mujer,no pagas, si soy hombre, es doble.

– No, no me va la apuesta.– Ándale, puedes ganar...– ¿Y si no? –ya me estaba angus-

tiando.– Prueba. Yo no sé porqué te las

das de hombre, y eres tan cobarde. – Vale, vale.– Entonces, acuéstate en la ca-

ma. Sin abrir los ojos. Hice lo que me ordenó.– Sí.– No abras nada. Dame la mano.– ¿Para qué?– Para cerrar el trato.– Está bien.Extendí la mano, y la apretó

tan fuerte, de manera tan varonil,que percibí un redoble militar. Elvértigo alteró mis capacidadesamatorias.

– Bien –al escuchar esto mi al-ma cayó en el vacío, la voz habíaenronquecido tanto, y con tal natu-ralidad, que no dudé mi perdida ab-soluta.

– Espera, debes estar excitado...– Permíteme, te ayudo...La voz mantuvo su matiz. No

sé cómo me volví a excitar, buenosí lo sé.

– Aquí viene la prueba. Me separó las piernas al extre-

mo, no sé porque le fue tan fácil.– ¿Listo?

– Sí...Tomó mi miembro, y entré en

ella como una burbuja de mar, conespuma dulce. ◊

MANUEL BECERRA SALAZAR

Marta

Martha enciende un cigarro y le humean los dedos,me colma el vaso de cervezay se le derrama el ámbar, escurre por la ventana,salpica el cielo y hace el crepúsculo.

Abre sus ojos y me encuentroa una dama de tacones y agujas, de falda abiertacon un mar en calma entre las piernas,con el cabello enredado y tenebroso como un delirio,como el delirio de Marthadonde hombres se avientan al precipicio de sus ojosy ella, mi mujer, me llega enferma de suicidas.Yo la llevo a caminar y nuestras cicatrices se encienden,la llevo por lugares tapizados de grietas y luces que aúllan.Vamos ardiendoy la lluvia produce un sonido en nuestros rostrosde cerillos apagándose en el agua.Vamos a su casay Martha llega con los tobillos flojos y las alas húmedas.Yo la beso y se me deshacen los labios en su boca.

Sin luzvestimos nuestras sombras

Desvistiéndonos.

Con su voz alfombra la habitacióny con el pensamiento le sacude las lágrimasa los árboles cargados de tormenta.

Porque afuera es el inviernoy adentro Martha me ofrece un infierno inacabable.En las sábanas me coloca el rostro de un dios triste,nos volvemos ángeles; poco a poco, serpientes.Después sólo hay uno en la cama:Martha,mi mujer, durmiéndose ebria de café y soledadporque esta vez ella no ha decidido desvelar al mundosino sólo dormir

y respirar tranquila como un fantasma. ◊

ViragoHÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ

Era una noche tan dulce, des-pués de un rato de estarpensándolo, después de llo-

rar algunas horas, la partida de Ma-ría Helena y mi hijo, era una especiede araña en la garganta, un frío querecorre el cuerpo –sin pasar por elespinazo– y que llega a incomodar.Lo estuve meditando, hasta llegar aun dolor de cabeza. Tenía ganas defoyar, tenía ya algunos meses, y mesentía dispuesto a pagar por “unanoche de lujuria” simulada, o de ca-riño remunerado. Tomé el Metro, yde momento como una gota que tellega a manchar, me asaltó una du-da, ¿y si no funcionaba? Entoncessentí la necesidad de reaccionar deuna vez por todas. Estos años de so-ledad me estaban acabando, cadavez tenía menos cabello que peinar,y menos ganas de vivir el día. Llega-ba a desear que el día se largara acualquier parte, no salir de la cama,morir por algunas horas, y de sernecesario despertar horas después.Un día me sorprendí hablando conla cafetera –esto no me espantó deltodo, me sorprendí cuando el cuchi-llo, desde su sitio en el cajón, meconfesó que deseaba entrar en migarganta–. Conté algunos mesesdonde sólo hablaba lo indispensa-ble, y llegué a ver días enteros don-de no se asomaba ningún tipo de co-lor, tan sólo era una sucesión deimágenes sepia. Para ser honesto,éste había sido uno de estos días,dolorosos y lánguidos.

Alfonso me contestó el teléfono,

pero su madre se lo quitó tan rápidoque no me terminó de contar suaventura. Era costumbre la tristeza,era la tristeza lo que me amamanta-ba con su leche parda, e intentandodar un poco de suavidad a todo eso,estaba dispuesto a alojarme en elvientre de una mujer callejera, esta-ba dispuesto a hacer el doble servi-cio, el de hacerle el amor –sin amor–y pagarle.

Para cuando estaba llegando a la“zona de tolerancia”, se me ocurrióalgo, poco común, o todo lo contra-rio, las opciones del perdedor: daruna rosa a la puta que me “guiaría ala posada del maligno”, a la fornica-ción, aunque no he sabido a bien aqué se refiere con esto Goethe, yodaría mi versión, Margarita llegó alcielo antes que Faust, es decir conposterioridad lo guiará a la casa delMaligno, el cielo

Pues yo quería ir ahí mismo, alcielo, al dolor, al yacuzzi de lágri-mas, y me sentía tan extraviado co-mo un dolor acéfalo.

Y se abrió el carnaval, se abrió lanoche, como en un viejo Teatro,abandonado por los duendes y pa-ciente de su demolición. Ahí, sobrelas tablas, con su nobleza, estaba elcatálogo de putas, seres deslum-brantes, ninfas envidiadas por lasmonjas y las diosas. Seres noctur-nos, cuya vida se extingue con la luzdel alba.

Me acerqué a una, un perfumeelocuente me convencía, admitoque fui tímido, el matrimonio y lafalta de costumbre, atarantan mu-cho. Después de un rato me acer-qué, al verla a los ojos fue una ima-gen, como si la pipa de un órganobarroco batiera sobre mí su deliciasuave, su aroma embriagador, eloleaje helado de una playa negra.

ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento IIIENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento II

ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento I

Page 3: Literal 10

Ella sonrió, y noté que envuelta enesas telas tan brillantes había un al-ma virago. Fue un poco eso, y suservilismo:

– ¿Y cómo te llamas? –preguntécolocando un cigarrillo en mis la-bios. Se enderezó como una luna in-mensa que se separa después dedormir desnuda.

– ¿Cómo me quieres llamar, gua-po?

– Virago... –esbocé tan rápido,que el cigarrillo, torpemente, aban-donó mis labios, haciendo piruetascircenses se clavó en un charco.

– Bien, guapo, así me llamo...– ¿Y cómo es eso? –pregunté sin

pensarlo.– Son cincuenta euros.El precio parecía elevado, no

obstante, notando su cuerpo, enplena extensión, en una caída de lamirada, aseguraba que merecía másde cincuenta euros.

– ¿Cuánto tiempo, soy lento sa-bes?

– Uy, pues hasta que acabes...Yo no tengo prisa.

Hizo un sonidito con la lengua,un pequeño trueno con sus dientestiritando...

– ¿...Vamos?– Bien, ¿dónde es?– Por aquí... –no era necesario

llevar los ojos abiertos, el aroma mepersuadía, el perfume me sosten-dría cobijado por el viento acen-tuando la esencia tibia.

El motel era más que molesto, alllegar a la administración me pidie-ron depositar la fianza.

– ...Después, Willi, ¿no notasque estás frente a un caballero?

– Es cierto... –la frase del recep-cionista fue inconclusa con un gritode la chica que ya iba subiendo.

– ¡Virago! Esta noche me llamoVirago. Al terminar la frase mascóel chicle y guiño un ojo.

Las escaleras rechinaban, quizáeran las ratas que se devoran un pe-dazo de madera, nunca supe qué eraexactamente. Virago abrió la puer-ta, y entró a la habitación. Llevabaun short improvisado, en realidadera un blue jeans recortado, casi unhilacho. Tomé la perilla, y al tornarla puerta me sacudió una duda:Cuando dijo “¿Vamos?” Y se estre-

meció un poquito, insinuante comouna pedrada, me pareció tan Vira-go, tan viril, tan punzante, que du-dé de haberme metido al cuarto conuna mujer. Pero debo cerrar la puer-ta primero, esto de salir corriendono me iba, no me daba la gana. Algome atraía a ese cuarto, a esa cama, aesas piernas, a ese centro universal,donde confluía todo. Y el aroma anardos, eso que me rodeaba era unsutil aroma a nardos suave.

Me sorprendió colocándome lasmanos sobre los ojos, al punto queya no puede ver.

– A ver..., a ver... ¿qué tantaimaginación tienes?

– ¿Qué quieres hacer? –le dijesonriente, disimulando mi pertur-bación.

– Vamos a jugar ¿quieres?– Claro.– Bien, no abras los ojos. Hay al-

go en ti que me hace ponerme agre-siva. Casi podría decir que me ca-lenté al verte.

– Pero... tenías frío ¿no?– Se me quitó cuando tu voz,

quejumbrosa, me llamó Virago.– ¿A sí?– Sabes qué es Virago ¿verdad? – No.– ¿Cómo? ¡No abras los ojos!

Así que vas por el mundo diciendocosas que ni sabes...

– Está bien, no abro los ojos.– Mira, siéntate –me llevó hasta

la cama, y me ayudó a sentarme.Una serie de luces me deslumbra-ron en esa oscuridad, fue el besoque me propinó en plenos labios,me llegó a morder, y sentí el saborde la sangre en el paladar.

– Entonces ¿qué es Virago?– La verdad, lo he olvidado...– Es una mujer muy, pero muy

masculina, tanto que se le confun-diría con un hombre, ¿te parezcoque podría ser un hombre, con estecuerpo?

– No en realidad.– Pues, mira – me tomó las ma-

nos y las puso en los senos. Eransuaves, firmes, grandes aunque noera lo que más me importaba.

– ¡Ay...! Mira, toca ¿crees quepodría ser hombre teniendo esto?

– No, nunca lo pensé.En ese momento me puso los se-

nos en la cara.– Dime algo, no eres gay ¿verdad?– ¿Yo? no– ¿Eres casado?– Divorciado.– ¿Ah sí? –y me puso la mano

derecha en su nalga desnuda–. De-bes ser un cabrón, ¿verdad?

– Quizá... ¿a quién le importa?– Tienes razón, a ver, deja te

ayudo.Me empezó a desnudar, sentía

sus manos con tal fuerza que me te-mía un poco que sí fuera un hom-bre. Me sentía con ganas de acabarel juego de una vez, decirle que elque manda aquí soy yo. Y qué se de-jara de pendejadas. Pero algo no medejaba abrir los ojos, de cualquiermodo sabía con quien estaba, erauna morena de ojos verdes, teníalos labios gordos, la nariz respinga-da, los dientes grandes, los senospronunciados, a pesar de esa blusaverde, que para entonces, estaría enel suelo, en la alfombra o en la ca-ma, y el short, estaba a mi lado.

– A ver, bombón, quieres unaVirago ¿verdad?

– No me molestaría... –me sor-prendí a mí mismo y a la frase quese había escapado.

– Bien, párate, que me falta qui-tarte los pantalones, mira ya estáshaciendo carpas.

Me agarró tan rápido y tan sua-ve que la excitación aumentó.

– No abras los ojos, flaco.– No.– Mmm, yomi yomi ¿te gusta?Asentí.– ¿Y si hago esto, bombón? No,

yo diría “perrito caliente”.En ese momento sentí la suavi-

dad de sus senos blancos.– ¡Manos atrás! –me gritó–.

Mua, ¿te gusta? – acercó el extre-mo de su pezón, al final de mi exis-tencia viril–. ¿Dulce? ¿o salado?¿dulce o salado?

– ¡Virago...!– ¿Dulce o salado? Grítame ¿te

gusta?– ¡Sí!– ¿Voy bien?Nuevamente asentí.– Oye, eres un primor. Es más,

vamos a hacer algo...– ¿Qué? – pregunté con más

miedo que placer.– Vamos a apostar doble a ...Dejó de hablar por obvias razo-

nes.– Ay... uf...– Ay, digo, doble... o... doble o...

Ay, no es poco.– Termina.– ¿Paro? ¿no te gusta?– No, la frase, ...termina la frase.– Ah –me tomó en un puño –do-

ble o nada.– ¿Qué apostamos?– Tú crees que soy mujer ¿ver-

dad?– Por supuesto... – me puse ten-

so por la frase.– ¡Calma, calma! –la metió a su

boca, y después la saco suavemen-te–. Esa es la apuesta. Si soy mujer,no pagas, si soy hombre, es doble.

– No, no me va la apuesta.– Ándale, puedes ganar...– ¿Y si no? –ya me estaba angus-

tiando.– Prueba. Yo no sé porqué te las

das de hombre, y eres tan cobarde. – Vale, vale.– Entonces, acuéstate en la ca-

ma. Sin abrir los ojos. Hice lo que me ordenó.– Sí.– No abras nada. Dame la mano.– ¿Para qué?– Para cerrar el trato.– Está bien.Extendí la mano, y la apretó

tan fuerte, de manera tan varonil,que percibí un redoble militar. Elvértigo alteró mis capacidadesamatorias.

– Bien –al escuchar esto mi al-ma cayó en el vacío, la voz habíaenronquecido tanto, y con tal natu-ralidad, que no dudé mi perdida ab-soluta.

– Espera, debes estar excitado...– Permíteme, te ayudo...La voz mantuvo su matiz. No

sé cómo me volví a excitar, buenosí lo sé.

– Aquí viene la prueba. Me separó las piernas al extre-

mo, no sé porque le fue tan fácil.– ¿Listo?

– Sí...Tomó mi miembro, y entré en

ella como una burbuja de mar, conespuma dulce. ◊

MANUEL BECERRA SALAZAR

Marta

Martha enciende un cigarro y le humean los dedos,me colma el vaso de cervezay se le derrama el ámbar, escurre por la ventana,salpica el cielo y hace el crepúsculo.

Abre sus ojos y me encuentroa una dama de tacones y agujas, de falda abiertacon un mar en calma entre las piernas,con el cabello enredado y tenebroso como un delirio,como el delirio de Marthadonde hombres se avientan al precipicio de sus ojosy ella, mi mujer, me llega enferma de suicidas.Yo la llevo a caminar y nuestras cicatrices se encienden,la llevo por lugares tapizados de grietas y luces que aúllan.Vamos ardiendoy la lluvia produce un sonido en nuestros rostrosde cerillos apagándose en el agua.Vamos a su casay Martha llega con los tobillos flojos y las alas húmedas.Yo la beso y se me deshacen los labios en su boca.

Sin luzvestimos nuestras sombras

Desvistiéndonos.

Con su voz alfombra la habitacióny con el pensamiento le sacude las lágrimasa los árboles cargados de tormenta.

Porque afuera es el inviernoy adentro Martha me ofrece un infierno inacabable.En las sábanas me coloca el rostro de un dios triste,nos volvemos ángeles; poco a poco, serpientes.Después sólo hay uno en la cama:Martha,mi mujer, durmiéndose ebria de café y soledadporque esta vez ella no ha decidido desvelar al mundosino sólo dormir

y respirar tranquila como un fantasma. ◊

ViragoHÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ

Era una noche tan dulce, des-pués de un rato de estarpensándolo, después de llo-

rar algunas horas, la partida de Ma-ría Helena y mi hijo, era una especiede araña en la garganta, un frío querecorre el cuerpo –sin pasar por elespinazo– y que llega a incomodar.Lo estuve meditando, hasta llegar aun dolor de cabeza. Tenía ganas defoyar, tenía ya algunos meses, y mesentía dispuesto a pagar por “unanoche de lujuria” simulada, o de ca-riño remunerado. Tomé el Metro, yde momento como una gota que tellega a manchar, me asaltó una du-da, ¿y si no funcionaba? Entoncessentí la necesidad de reaccionar deuna vez por todas. Estos años de so-ledad me estaban acabando, cadavez tenía menos cabello que peinar,y menos ganas de vivir el día. Llega-ba a desear que el día se largara acualquier parte, no salir de la cama,morir por algunas horas, y de sernecesario despertar horas después.Un día me sorprendí hablando conla cafetera –esto no me espantó deltodo, me sorprendí cuando el cuchi-llo, desde su sitio en el cajón, meconfesó que deseaba entrar en migarganta–. Conté algunos mesesdonde sólo hablaba lo indispensa-ble, y llegué a ver días enteros don-de no se asomaba ningún tipo de co-lor, tan sólo era una sucesión deimágenes sepia. Para ser honesto,éste había sido uno de estos días,dolorosos y lánguidos.

Alfonso me contestó el teléfono,

pero su madre se lo quitó tan rápidoque no me terminó de contar suaventura. Era costumbre la tristeza,era la tristeza lo que me amamanta-ba con su leche parda, e intentandodar un poco de suavidad a todo eso,estaba dispuesto a alojarme en elvientre de una mujer callejera, esta-ba dispuesto a hacer el doble servi-cio, el de hacerle el amor –sin amor–y pagarle.

Para cuando estaba llegando a la“zona de tolerancia”, se me ocurrióalgo, poco común, o todo lo contra-rio, las opciones del perdedor: daruna rosa a la puta que me “guiaría ala posada del maligno”, a la fornica-ción, aunque no he sabido a bien aqué se refiere con esto Goethe, yodaría mi versión, Margarita llegó alcielo antes que Faust, es decir conposterioridad lo guiará a la casa delMaligno, el cielo

Pues yo quería ir ahí mismo, alcielo, al dolor, al yacuzzi de lágri-mas, y me sentía tan extraviado co-mo un dolor acéfalo.

Y se abrió el carnaval, se abrió lanoche, como en un viejo Teatro,abandonado por los duendes y pa-ciente de su demolición. Ahí, sobrelas tablas, con su nobleza, estaba elcatálogo de putas, seres deslum-brantes, ninfas envidiadas por lasmonjas y las diosas. Seres noctur-nos, cuya vida se extingue con la luzdel alba.

Me acerqué a una, un perfumeelocuente me convencía, admitoque fui tímido, el matrimonio y lafalta de costumbre, atarantan mu-cho. Después de un rato me acer-qué, al verla a los ojos fue una ima-gen, como si la pipa de un órganobarroco batiera sobre mí su deliciasuave, su aroma embriagador, eloleaje helado de una playa negra.

ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento IIIENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento II

ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Momento I

Page 4: Literal 10

GACETA DE LITERATURA Y GRÁFICA ◊ NÚMERO 10 ◊ DISTRIBUCIÓN GRATUITA

EDUARDO CERECEDO

Caminar por ella, respirarla como se aspira la redondez de los senos recién bañados.

Caminarlatomarla como se toma el refresco preferido, diré cocacola que disuelve parte de ti en la garganta.Por eso olerla es el principio del gusto, pasear por suambientecálidofríovalientetemplado.No obstante de ser amarga –en ocasiones la ciudad es de airey sabe a bilé y a perfume–; su boca sabe a cerveza, a manzana,según como la abordes cuando la montes. Existe una ternuraen su entraña, el cigarro la pincha para sacar su color en laceniza; un soplo de automóviles desciende su premura.En anuncios publicitarios desvanece la luz los ojos al caldearun colorido de luciérnagas que vaga de la inercia.

Puñados de piedrasrestauran la suavidad con que corta la neblina, cascada que asciende troncos de sonido, visiones para que descanse al cerrar los ojos.La noche. ◊

CLAUDIA PUENTE

Cuerpo dormidoSepárate de ti hasta caer en ti

Carlos Martínez Rivas

Acudes informe a la sombra,rostro inescuchable, huérfano y seguro,oculto de la palabra. Sonido rebasado por su cause nocturno,luz antiguaen el ojo de una tortuga,arteria en vigilia del sentido, memoria lejana y presente.Ahí sabesen tu voluntad de pulso(sujeta a soplos, imágenes)en tu cometa libertaria,que ensarta breveel deseo en el deseoy todos los cuerpos después del cuerpo. ◊

ENSAMBLE (Edgar Olivares, Federico Aguilar, Luis Villegas y Oscar Hernández) / Perdido

ggaacceettaa ddee lliitteerraattuurraa yy ggrrááffiiccaa.. NNúúmmeerroo 1100 jjuunniioo ddee 22000044.. Publicación independiente. Las opiniones expresadas en los textos son responsabilidad exclusiva desus autores y no reflejan las opiniones del equipo editorial. DDiirreecccciióónn:: Jocelyn Pantoja. EEddiicciióónn:: Andrés Márquez. DDiisseeññoo:: Hernán García Crespo. CCoonnsseejjoo EEddiittoorriiaall::Jorge Jurado, Alejandro Mendoza, Roberto Cruz y Armando Alonso. CCoollaabboorraacciioonneess:: [email protected]

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