lermontov, mijail - baile de mascaras

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BAILE DE MÁSCARAS MIJAIL LERMONTOV Ediciones elaleph.com

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B A I L E M I J A I L

D E

M S C A R A S

L E R M O N T O V

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DE

MSCARAS

MIGUEL YUREVCH LERMONTOV (1814-1841) Aos fecundos e inmortales debi vivir Rusia cuando simultneamente escriban geniales poetas como Gogol, Pushkin, Lermontov, crticos como Belinski y apuntaba el genial adolescente Fedor Dostoievski. La gratitud, sentimiento poco comn entre los hombres, fue una de las cualidades preciosas de Miguel Lermontov. Los que vemos con qu facilidad los escritores saquean o desmedran a sus colegas sin tener la gratitud de dar a conocer las fuentes inspiradoras, nos admiramos de la valiente gratitud de Lermontov, discpulo y continuador de Pushkin, que supo casi jugarse la vida por defender su bandera civil y potica. Talento fecundo y precoz, Lermontov no poda adquirir un volumen independiente mientras Pushkin como un astro absorba la fama y el odio de sus3

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contemporneos. Cuando el autor de Boris Godunov cae herido en el trgico duelo-asesinato, Lermontov sale a defender la gloria del poeta y acusar a los asesinos. En copias manuscritas reparte una elega que fue publicada en Rusia mucho ms tarde, pero que se transmite en seguida de mano en mano. Llega hasta el conde Benkendorf, virtual jefe de polica del zar, que la califica de incitacin a la revuelta. En una de sus estrofas dice: Vosotros, orgullosos descendientes De antepasados conocidos por su cobarda. Vosotros, cuyo servil taln ha hollado los restos de familias maltratadas por el capricho de la fortuna. Vosotros, que en vida turba rodeis al trono, Verdugos de la Libertad, del genio y de la gloria, Amparados a la sombra de la ley! Vuestra turbia sangre no alcanzar siquiera A lavar la justa sangre del poeta. Con estos versos retadores que le cuestan el confinamiento y que decidieron tal vez su trgico destino, entra el poeta en el corazn de Rusia como el heredero inmediato de Alejandro Pushkin.

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ELEMENTOS DE SU BIOGRAFA De brevedad inverosmil, los veintisiete aos de su vida comienzan de esta manera. Su madre: Mara Mijailovna Arsniev, perteneciente a una opulenta familia aristocrtica, se casa con el militar retirado de escasos bienes Yuri Petrovich Lermontov, a pesar de la oposicin de su madre. Al poco tiempo nace en la ciudad de Mosc, el 2 de octubre de 1814, Mijail Yurevich Lermontov. El nio pierde la madre a los tres aos de edad y como el padre no gozara de la buena voluntad de la abuela, que ama apasionadamente al nieto, queda ste bajo su influencia y educacin. Desde nio crece en la residencia de su abuela, cerca de la aldea de Tarjan. Asiste a los continuos roces enemistosos entre su padre y su abuela, que dividen su cario y atormentan su niez, reflejada ms tarde en su obra literaria. Preparado por preceptores ingleses y franceses, que le dieron mltiple instruccin, ingresa en el ao 1828 a los estudios regulares. Pero sus conocimientos son superiores a los de sus profesores, y despus de dos aos de choques continuos, en que manifiesta su temprana y brillante erudicin, abandona los estudios. Intenta trasladarse a la Universidad de San Petersburgo,5

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pero no obtiene xito y decide elegir la carrera militar, ingresando en 1832 a la escuela de los Caballeros de la Guardia. Igual que Pushkin, comienza a escribir versos desde muy temprano. Pronto es autor de El prisionero del Cucaso, Los Corsarios y otras obras que reflejan la vida y las pasiones de los hombres del Cucaso, ambiente que conoci durante su infancia. Ya desde sus primeros estudios el poeta adolescente demostr tener un gran sentido moral de la vida, de la sinceridad de los hombres, y reaccion siempre con gran sensibilidad ante la hipocresa y la bajeza de sus compaeros. Los choques con sus maestros afinaron y fortalecieron la conciencia de su talento. Muy temprano escribe poemas, dramas, encendidas protestas en contra de la esclavitud, llamados a la accin, motivos sobre el dolor castrador de la soledad, temas que ocupan el primer perodo de su creacin y preocupan su corazn y su mente. El talento del lrico ingls, romntico y rebelde, que entusiasma a todos los poetas de su tiempo, encuentra en Lermontov, como encontr en Pushkin, a uno de sus ms fieles admiradores. El credo revolucionario de Byron atrae a la juventud liberal revolucionaria de su poca; pero Lermontov, tanto como Pushkin, dueos de una personalidad muy propia, no aparecen en las6

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letras como simples imitadores del romntico ingls. Conociendo la diferencia que lo separaba de Byron, Miguel Yurevich afirma en un poema, al que pertenecen estas estrofas: No, yo no soy Byron, yo soy otro Elegido tambin por fuerzas desconocidas, Y, como l un vagabundo perseguido por el mundo, Pero con el alma rusa... El joven corneta del regimiento de Hsares de la Guardia adquiere fama como poeta recin en el ao 1837, con sus poemas acusadores de la sociedad en que viva, y penetrados de desprecio por la ruindad que lo circunda. Su poema dedicado a Pushkin, La muerte del poeta, termin por inquietar a la corte del zar y decidieron que su sospechoso autor deba ser confinado a un regimiento de castigo del Cucaso. All se pone en contacto con los revolucionarios liberales confinados despus del fracaso de la revolucin decembrista de 1825 y traba amistad con A. Odoievski. Ese ao de permanencia en el Cucaso es fecundo y tiene una importancia decisiva en su obra. Las vinculaciones de su abuela con figuras de la Corte le permiten, despus de varios pedidos, volver a San7

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Petersburgo, en cuya sociedad vuelve a hallarse a disgusto, pues cada vez es mayor el odio que le inspiran los crculos del zar. Anatematiza en sus poemas a esa multitud interesada que rodea al trono, deseando con cada verso romper la alegra frvola que lo rodea y arrojarle a los ojos, valientemente, "poemas de hierro templados de amarguras y de odio. En los aos treinta y nueve y cuarenta escribe su clebre triloga novelada, El hroe de nuestro tiempo. En 1840, tres aos despus que Pushkin fuera retado a duelo por un contrarrevolucionario francs refugiado en Rusia, Lermontov es retado tambin a duelo por el hijo del embajador francs, acusado de divulgar calumnias sobre su persona. Durante el duelo, Lermontov tira al aire y su contrincante no pega en el blanco. Aunque el entredicho pareci concluir felizmente, las consecuencias fueron harto penosas para el poeta. Despus de analizar el duelo, un tribunal militar decide condenar a Lermontov a un regimiento de castigo. La intervencin de su abuela nuevamente hace que el confinamiento no sea tan riguroso, pero, con todo, es trasladado a un regimiento del Cucaso. All vuelve a encontrarse con los revolucionarios de su tiempo y conoce personalmente al que sera entonces8

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el primer crtico de Rusia. El encuentro de Belinski con el poeta fue inolvidable para ambos. En una carta que escribi despus de esta visita, Belinski dice: Hace poco estuve en la reclusin de Lermontov y por primera vez hablamos de corazn a corazn. Qu profundo y poderoso espritu tiene! Con qu justeza trata los problemas vinculados al arte y qu gusto puro y profundo tiene... ! Durante su permanencia en el Cucaso, Lermontov se ve obligado a participar en los choques de las tropas zaristas en contra de los pueblos montaeses oprimidos. Pero su conducta es rebelde y le gana el odio del zar Nicols I, que trata de deshacerse del poeta, ordenando que lo ubiquen en la primera lnea del frente. Rodeado de intrigas y de persecusiones que van cercando su vida, termina por ser ofendido y burlado por uno de sus compaeros que lo reta a duelo y lo mata el 15 de julio de 1841. OBRA DEL POETA La Revolucin Francesa, saludada jubilosamente por su pluma en varios poemas, como tambin el movimiento revolucionario de julio de 1830, no alcanzan a reponerlo de la desesperacin motivada por9

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la derrota de los decembristas de 1825. La generacin de los liberales revolucionarios no ve la posibilidad de una nueva ofensiva en contra de la Rusia de la servidumbre feudal. Un clima de depresin y de calumnia asfixiante lo rodea y le inspira aquellos versos inolvidables: Adis, Rusia, Pas de esclavos, pas de seores. Y adis a ustedes, uniformes celestes, Y a vosotros, pueblo obediente. Tal vez, tras la cordillera del Cucaso Me librar de vuestros pajes, De vuestros ojos vigilantes Y de vuestras orejas siempre alertas. Su odio no puede transformarse en accin y por ello sufre. Vive en aos cuando la reaccin impone otros caminos de lucha y la historia exige un largo perodo preliminar para crear las fuerzas de una nueva etapa de lucha. Lermontov comprende con claridad su situacin trgica y exclama: Y como el delincuente ante la condena, Miro el futuro con temor,10

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Miro el pasado con angustia, Busco a mi alrededor un alma hermana. Destinado histricamente a actuar en un perodo que no le permita la solucin de los conflictos sociales, penetrado de esa imposibilidad, a menudo se preguntaba si el futuro comprendera el horror de la existencia de su generacin que en los momentos de mayor jbilo no poda olvidar la angustia de su tiempo. Su generacin es, como deca Lunatcharski, el eco sincero y profundo de la insurreccin de los decembristas. La obra mltiple de Lermontov ha dejado para la literatura rusa poemas, dramas y novelas, de las cuales El hroe de nuestro tiempo es tal vez su obra fundamental. La novela consta de tres partes y su personaje principal es Pechorin. Escrita casi al mismo tiempo que la novela en verso de Pushkin Eugenio Onguin, su personaje central tiene ciertas caractersticas comunes que lo unen sin que el personaje de Lermontov sea de ninguna manera la imitacin del hroe pushkiniano. Pechorin es el joven representante de la sociedad dirigente, con las caractersticas y enfermedades sociales y psicolgicas de su tiempo. Simboliza la culta juventud de la nobleza con11

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todas sus contradicciones. Lermontov presenta al personaje con este retrato: tena una pequea mano aristocrtica, una alta y noble frente despejada, cabello claro y cejas y bigotes oscuros". Adems describe su vestuario, presentando su resplandeciente y blanca ropa, su elegante chaqueta de terciopelo. Cuando describe su psicologa lo hace con brevedad, sealando que sus ojos sonrean burlonamente, mientras l no sonrea, pues su mirada penetrante y pesada pareca atrevida si no fuera por su aspecto general tan indiferente. Su figura es de complexin recia y de cintura fina, capaz de sufrir los cambios de clima y una vida de trajn. Por otra parte, sufra del sistema nervioso y segn expresin del propio Lermontov tiene similitud con algunos personajes de Balzac. Su fortaleza le permite permanecer largas horas de caza, le sobra coraje para enfrentar un jabal, y al mismo tiempo es de los que se resfran a la menor corriente de aire o palidecen cuando golpean las puertas y ventanas. Lermontov pone en boca de su personaje estas palabras: En m viven dos personas al mismo tiempo. Una acta y otra la juzga... Toda mi vida -reconoce el propio Pechorin- fue un eslabonamiento de contradicciones lamentables entre el corazn y la razn.12

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La dualidad de la enfermedad espiritual que aqueja al personaje se manifiesta en su actitud frente a la vida. Pechorin es un desencantado con apariencias de indiferente. El pesimismo de Pechorin tiene un sentido profundamente escptico. Pechorin dice de s mismo que su alma est arruinada por la sociedad; la imaginacin siempre inquieta, el corazn insatisfecho; todo es poco, me acostumbr a la tristeza con la misma facilidad que al goce y mi vida se torna cada vez ms vaca. Y ms adelante agrega: mi juventud descolorida transcurri en lucha con la sociedad y los mejores sentimientos deb guardarlos en la profundidad de mi corazn temiendo la burla. Y all ocultos murieron... Al conocer bien la sociedad y sus resortes me hice hbil en el manejo de esta ciencia de la vida... Y entonces en mi pecho naci la desesperacin fra, impotente, cubierta de amabilidades y sonrisas bondadosas. Yo me he vuelto moralmente un invlido; la mitad de mi alma dej de existir secndose, evaporndose, y muerta yo la arranqu para arrojarla y me qued con la otra parte dispuesta a vivir al servicio de cada uno, y nadie saba siquiera de su existencia. Este estudio psicolgico es acusador. Es la sociedad cruel de la tercera dcada del siglo XIX que en Rusia deformaba y mutilaba las mejores energas de la intelectualidad joven. El camino13

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penoso de los Pechorin fue abriendo la ruta para las nuevas fuerzas que ms tarde actuaran en Rusia. De aqu que, en efecto, la imagen de Pechorin fuera la imagen del hroe de la sociedad dominante de su pas. La composicin de esta novela, las imgenes y el idioma son brillantes, teniendo en cuenta especialmente que, hasta Lermontov, Pushkin apenas haba abordado el relato o la novela corta y casi no existan traducciones al ruso de las primeras novelas francesas. Gogol consideraba que nadie haba escrito en Rusia con una prosa tan perfecta y perfumada como Lermontov. Sus obras de teatro El baile de mscaras, Los espaoles, El hombre raro, Los dos hermanos, lo han consagrado en la literatura rusa como dramaturgo de primera agua. El camino abierto en el teatro mundial por el insuperado genio dramtico de Shakespeare encontr en el espritu de Pushkin y Lermontov a sus continuadores ms respetuosos. El baile de mscaras, que por su ttulo podra creerse que slo encierra la conocida intriga de carnaval, es en realidad el mero marco para desarrollar una tragedia profunda de sentimientos universales. Adems de reflejar con maestra diferentes tipos de la sociedad, Lermontov aborda un carcter humano aun no reflejado

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en literatura. Arbenin, el personaje central, encarna la tragedia de los celos. Podra decirse que despus de Otelo, el escritor ruso no poda aportar ninguna novedad psicolgica a las caractersticas del celoso marido de Desdmona. Sin embargo, la diferencia entre Otelo y Arbenin es enorme como la que hay entre el general moro y un hombre de la alta sociedad rusa. Si bien es cierto, en ambos existe el mismo prejuicio sobre la dependencia emocional absoluta de la esposa al marido y el sentimiento de los celos es universal, las condiciones histricas, la situacin y sobre todo las caractersticas raciales y nacionales imprimen rasgos propios a la tragedia de Lermontov. A diferencia del general moro, primitivo, inculto y colrico, Arbenin es escptico, culto, fino y fro. Hombre acostumbrado a vencer los corazones femeninos, de postura wildeana como la mayora de los personajes de Lermontov, Arbenin ama, sufre, cela y mata a su manera. Su calculada aparente frialdad y autodominio desafiante, esconden un subsuelo volcnico que se manifiesta de otra manera. La elegancia y el individualismo, sumados a un egosmo implacable, hacen que la figura de Arbenin sea una creacin. El dilogo antes de la muerte de Nina, que perece15

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envenenada por su celoso marido, es de un dramatismo que pasma la sangre. La indeclinable decisin del asesino es fra e inalterable, a pesar de las palabras de inocencia de la vctima. La locura, castigo final que da el autor al personaje por su crimen, continan esa atmsfera de misterio que tiene la enigmtica psicologa rusa, sobria, trgica y convulsiva hasta el extremo. Es realmente asombroso que el autor haya podido escribir este drama a los veinticuatro aos de edad, creando personajes cuya comprensin requiere la sabidura de los grandes dolores. Otros sentimientos universales aparecen tratados en la obra dramtica de Lermontov. Y si bien es cierto que su obra El demonio no pertenece exactamente a este gnero, es un poema dramtico de profundo contenido filosfico, de gran vuelo, al que tal vez no fue ajena la lectura en alemn del Fausto de Goethe. Imgenes gigantescas se debaten en la accin buscando el bien y la belleza. El demonio viva para s mismo, aburrindose de s mismo, y su egosmo le pesaba fatalmente. La vida sin objeto, la falta de ideal, la penosa soledad, le hacen exclamar:

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Qu amargura angustiosa Vivir todo este siglo, Slo para gozar o sufrir... Vivir para uno mismo, Aburrirse de s mismo Y en esta eterna lucha No encontrar la victoria. Compadecer siempre y no desear. Ver, sentir y saberlo todo, Tratar de odiar todo lo que existe Y despreciar todo en el mundo. Este pesimismo satura toda la obra de Lermontov, pero no es un pesimismo descorazonador, es un pesimismo acusador. Sus personajes estn condenados a la inaccin por las condiciones histricas en que viven y sufren de ello. Tambin revelan las causas que disminuyen su energa y crean esa postura psicolgica que ha denominado muy bien Mximo Gorki: . El pesimismo de Lermontov es un sentimiento real: en ese pesimismo vibra claramente el desprecio a la sociedad que lo origina y lo condena; manifiesta una sed de lucha como tambin de angustia y la desesperacin, al tener conciencia de la soledad y la impotencia. Su

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pesimismo est dirigido ntegramente en contra de la sociedad dominante. En los poemas lricos de sus primeros aos, Lermontov afirmaba: Yo debo actuar todos los das. Yo debo hacer que cada da sea inmortal; Como la sombra de un gran hroe, no puedo comprender Qu significa descansar Con este espritu, esta energa y voluntad de accin, al poeta le toca vivir la dramtica derrota de los decembristas y la condena personal del confinamiento riguroso. Todo esto explica la amargura de sus personajes, condenados a la soledad en un pas de esclavos y seores. En su desafo a la Rusia de Nicols I, Mijail Yurevich usa el tono lrico-social que le confiere el derecho de ser uno de los precursores del lirismo combativo en la poesa rusa. En uno de sus poemas dice que su generacin envejecer por falta de accin; ante el peligro, los jvenes vergonzosamente mezquinos, y ante el poder, simples esclavos despreciables.

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La nobleza qued reflejada en sus estrofas con sus pequeas pasiones e intenciones mseras, clase que no dejar al futuro ni ideas fecundas ni el genio de trabajos comenzados. Este poeta ruso quera salir del crculo que lo rodeaba. Lermontov comprendi el papel humano, civil y no slo literario del poeta. El lirismo de sus poemas El profeta, El poeta y otros, lo demuestra. Al romper con esa sociedad caduca, al despreciarla, marcha por el verdadero camino y, como Pushkin, encuentra en el pueblo, en los revolucionarios liberales de vanguardia, a sus verdaderos amigos. En la descripcin de ciertos personajes de Mziri, La cancin sobre el zar Ivn Vasilievitch y otros de su novela El hroe de nuestro tiempo, aparecen hombres del pueblo, montaeses o caucasianos, dotados de la psicologa opuesta a la de los hroes de la sociedad dominante. Sanos, viriles, audaces, tal vez ms primitivos pero llenos de vitalidad optimista e imbuidos de un amor pagano. Ya no son figuras cansadas y anmicas. Son hombres temperamentales, apasionados y resueltos, sensuales y pintorescos como la maravillosa tierra del Cucaso, grandiosa y virgen, leal y voluptuosa. Cuando el talento de Lermontov recin suba al cenit, su vida fue quebrada definitivamente, dejando para la literatura rusa una herencia sugestiva y19

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perdurable. Una serie de personajes de Turgueniev y de Chejov ahondaron ms tarde los rasgos de los hombres intiles de la sociedad y tienen raz en la psicologa del hroe de su obra. Junto con Pushkin y Gogol, Lermontov afirm la orientacin crtica de la literatura de su tiempo, educando al pueblo en el amor y el respeto de los mejores sentimientos, en una prosa o verso de sutil encanto y elegancia.

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BAILE DE MASCARAS 1834-1835 DRAMA EN CUATRO ACTOS PERSONAJES Arbenin, Eugenio Alexaxidrovich. Nina, su esposa. Prncipe Zviezdich. Baronesa Shgral. Kazarin, Afanasio Pav1ovich. Shprij, Adam Petrovich. Mscara. Funcionario. Jugadores. Visitas. Lacayos y sirvientes.

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ACTO PRIMERO ESCENA PRIMERA SALEN PRIMERO: JUGADORES, EL PRNCIPE ZVIEZDICH, KAZARIN Y SHPRIJ (Sentados alrededor de una mesa y jugando a los naipes, rodeados de curiosos). JUGADOR 1 - Ivn Ilich, hago juego. BANQUERO. - Comience noms. JUGADOR 1 - Van cien rublos. BANQUERO. - Aceptado. JUGADOR 2 - Yo contino. JUGADOR 3 - Usted tiene que mejorar su suerte, pues no le ha ido muy bien. JUGADOR 5 - Hay que doblar las apuestas.22

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JUGADOR 3 - De acuerdo. JUGADOR 2 - Juegas toda la banca?... No creo que resistas! JUGADOR 4 - Esccheme, querido amigo: el que hoy no se inclina no lograr nada. JUGADOR 3 - (En voz baja al 1). Mucho cuidado. PRINCIPE ZVIEZDICH. - Banca! JUGADOR 2 - Eh, Prncipe! La ira arruina la sangre; juegue sin enfadarse. PRNCIPE. - Deje por esta vez de darme consejos. BANQUERO. - Cubro! PRNCIPE. - Demonios! BANQUERO. - Permtame recoger. JUGADOR 2 - (Burlonamente). Veo que con esa pasin est dispuesto a perder todo. Qu valen sus galones? PRNCIPE. - Los he logrado con honor y usted no podr comprrmelos. JUGADOR 2 - (Sale murmurando entre dientes). Deba ser ms modesto con esta desgracia y a su edad. (El prncipe bebe un vaso de limonada y se sienta aparte, pensativo). SHPRIJ. - (Acercndose, comprensivo). No le hace falta dinero, prncipe? Puedo ayudarlo en seguida.23

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No es mucho el inters... Estoy dispuesto a esperar cien aos. (El prncipe inclina framente la cabeza y no le responde. Shprij se aleja, disgustado. Salen Arbenin y otros. Arbenin entra, saludando; se acerca a la mesa y haciendo una seal se aleja con Kazarin). ARBENIN. - Qu tal? Ya no juegas, Kazarin, eh? KAZARIN. - Estoy mirando, hermano, cmo juegan los dems. Y t, queridsimo, te has casado, eres rico, te has vuelto un gran seor y has olvidado a tus camaradas! ARBENIN. - S, es cierto, hace mucho que no juego con vosotros. KAZARIN. - Siempre ocupado? ARBENIN. - Ms con amores que con asuntos. KAZARIN. - Concurres con tu esposa a los bailes? ARBENIN. - No. KAZARIN. - Juegas? ARBENIN. - No... Me he calmado. Pero veo aqu a mucha gente nueva. Quin es ese pituco? KAZARIN. - Shprij, Adam Petrovich... Se lo presento en seguida. (Shprij se aproxima y saluda). Aqu le recomiendo a este amigo: Arbenin. SHPRIJ. - Yo a usted lo conozco.

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ARBENIN. - Yo, sin embargo, no recuerdo haberlo encontrado antes, ni haber conversado con usted. SHPRIJ. - He odo hablar tanto de usted, que hace mucho que deseaba conocerlo! ARBENIN. - De usted no he odo hablar nada, por desgracia, pero desde luego ya me enterar. (Secamente responde al saludo, y Shprij, haciendo una mueca agria, se aleja). No me gusta... He visto muchas caras, pero sta es difcil de inventarla. A propsito: la sonrisa mala, los ojos vidriosos. Mirndolo no parece un hombre y, sin embargo, no parece un demonio. KAZARIN. - Ay, hermano mo!; qu vale el aspecto exterior? Que sea el mismo demonio... pero es un hombre necesario. Si te hace falta, te dar un prstamo. De qu nacionalidad ser? Es difcil responder. Habla en todos los idiomas y lo ms seguro es que sea judo. A todos los conoce, est en todas partes, todo lo recuerda, todo lo sabe, tiene presente a todo nuestro siglo. Fue vencido ms de una vez; pero con los ateos es ateo, con los creyentes, jesuita; entre nosotros, jugador perverso, y entre la gente honrada, el hombre ms honrado. Para ser ms breve, ya lo amars, te lo aseguro.

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ARBENIN. - El retrato es bueno, pero el original es malo. Y aquel alto, con bigotes, y de mejillas rosadas? Seguramente mercader de una tienda de moda; amante preferido, venido de tierras lejanas. Seguramente un hroe, pero no en los hechos; maestro en el manejo de la pistola. KAZARIN. - Casi... fue licenciado de su regimiento por un duelo, o quiz porque no asisti a l; tema ser muerto; adems tiene una madre muy severa; cinco aos despus fue retado a otro duelo y esa vez tuvo que pelear en serio. ARBENIN. - Y aquel de pequea estatura? Despeinado y con sonrisa sincera, con una cruz y esa tabaquera? KAZARIN. - Truschov. Oh! Es un chico inapreciable. Creo que estuvo de servicio siete aos en Georgia o fue enviado con algn general; creo tambin que con alguien all se ha peleado y recibi cinco aos de castigo y una cruz colgada al cuello. ARBENIN. - Oh! Es usted muy meticuloso en elegir a sus nuevos conocidos. JUGADORES. - (Gritando). Kazarin! Afans! Pavlovichl Aqu! KAZARIN. - Voy! (Con aparente inters). Voy como un terrible creyente. Ja, ja, ja, ja!26

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JUGADOR 1 - Rpido! KAZARIN. - Es que pasa una desgracia? (Los jugadores conversan animadamente, luego se calman. Arbenin observa al prncipe Zviezdich y se acerca a l). ARBENIN. - Prncipe! Qu hace usted aqu? Me parece que no es la primera vez... PRNCIPE. - (Disgustado). Eso mismo quise preguntarle a usted. ARBENIN. - Me voy a anticipar a su pregunta. Hace ya mucho tiempo que los conozco y antes sola frecuentar a menudo esta compaa; miraba con mucha inquietud cmo giraba la rueda de la suerte y cmo algunos salan victoriosos y otros vencidos. Yo no los envidiaba y tampoco participaba con ellos de ese camino. He visto a muchos jvenes llenos de esperanza; ignorantes y muy dichosos en la ciencia de la vida; de almas muy ardientes, para quienes el amor era el objetivo de la vida. Los vi perecer muy pronto ante mis ojos... Y he aqu que mi destino me trae nuevamente! PRNCIPE. - (Tomando sus manos, conmovido). He perdido! ARBENIN. - Ya veo. Y qu hacer? Ahogarse? PRNCIPE. - Oh! Estoy desesperado!

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ARBENIN. - Hay slo dos remedios: hacer un juramento y no jugar jams, o sentarse inmediatamente de nuevo. Pero, para ganar aqu una jugada, usted deber arrojar todo: la familia, los amigos y el honor; usted deber probar, sentir framente su capacidad y su alma, y por partes entregarla y acostumbrarse a leer claramente en los rostros apenas conocidos por usted, todos los impulsos y pensamientos, utilizar varios aos en el hbil manejo de las manos y despreciar todo: las leyes de la gente y las leyes de la naturaleza; de da pensar, de noche jugar, jams estar libre de torturas y que nadie adivine sus tormentos. No estremecerse cuando junto a usted est un rival, maestro como usted en el juego; esperar un fin feliz a cada instante y no sonrojarse cuando abiertamente le digan Canalla!. (Pausa. El prncipe, angustiado, apenas pone atencin a sus palabras). PRNCIPE. - No s qu hacer, ni cmo proceder. ARBENIN. - Qu desea? PRNCIPE. - Tal vez la felicidad... ARBENIN. - Oh, la felicidad no est aqu! PRNCIPE. - Es que yo he perdido todo... Ay, deme un consejo! ARBENIN. - Yo no doy consejos. PRNCIPE. - Entonces... me sentar de nuevo...28

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ARBENIN. - (De pronto, tomndolo del brazo). Espere un poco! Me sentar yo en su lugar. Usted es joven, yo tambin fui joven y sin experiencia como usted, engredo, y si... (Haciendo una pausa) alguien me detena, entonces... (Mirndolo fijamente y luego cambiando de tono). Deme usted valientemente la mano, desendome buena suerte. De lo dems no se preocupe, es asunto mo. (Acercndose a la mesa y ocupando un lugar). No rechacen a este invlido. Quiero probar tambin ahora mi destino. Veremos si ahora la suerte proteger a su antiguo esclavo. KAZARIN. - No pudo resistir... Se encendi aquel viejo fuego. (En voz baja) Y ahora no hagas mal papel y demustrales qu significa enfrentarse con un viejo jugador. JUGADORES. - Permiso! Los naipes son suyos; usted es el dueo; nosotros somos ahora las visitas. JUGADOR 1 - (Al odo de su compaero). Cudate, y muy listos los ojos. No me gusta este Can. Me va a cubrir el As con otro As suyo. (El juego comienza. Todos se agrupan alrededor de la mesa; se oyen algunas exclamaciones. Al final de la conversacin varios de los presentes se alejan de la mesa con aspecto sombro. Tomando del brazo a Kazarin, Shprij se adelanta hacia el primer plano del escenario).29

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SHPRIJ. - (Con sorna) Se agruparon todos como si comenzara la tempestad. KAZARIN. - Me va a dejar aterrorizado por un mes. SHPRIJ. - Se ve que es un maestro. KAZARIN. - Fue. SHPRIJ. - Fue? Y ahora... ? KAZARIN. - Y ahora?... Se cas y es muy rico, se ha vuelto hombre de alta posicin; parece un corderito y de verdad es aquel mismo animal... Alguien me dir que se pueden perder las costumbres y vencer la naturaleza. Es un imbcil el que afirma eso. Aunque aparente ser un ngel, sigue llevando el demonio en el alma. Y aunque t eres slo un nio, amigo mo (Golpendole el hombro) comparado con l, tambin t ocultas un demonio. (Dos jugadores se acercan conversando en voz alta). JUGADOR 1 - Yo te deca. JUGADOR 2 - Qu hacer, hermano! Por lo visto han chocado dos potencias. Tal vez es muy astuto. Pero no, a todos los ha vencido uno por uno. Hasta da vergenza recordarlo... KAZARIN. - (Acercndose) Qu tal, seores, es que ya no tienen fuerzas? Eh? JUGADOR 1 - Arbenin es un crack.30

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KAZARIN. - Y? Qu tal, seores? (Reina inquietud entre los jugadores). JUGADOR 3 - De esta manera creo que llegar hasta los diez mil! JUGADOR 4 - (En voz baja) No resistir... JUGADOR 5 - Veremos. ARBENIN. - (Ponindose de pie) Basta! (Recoge todas las monedas de oro y se aleja; los dems quedan junto a la mesa; tambin Kazarin y Shprij. Arbenin toma del brazo al prncipe y en silencio le entrega el dinero. Arbenin est plido). PRNCIPE. - Oh! Jams lo olvidar!... Usted me ha salvado la vida... ARBENIN. - Y su dinero tambin. (Con amargura) Y en verdad es difcil decir qu vale ms. PRNCIPE. - Qu gran sacrificio ha hecho por m! ARBENIN. - Ninguno. Estoy contento de tener la ocasin para inquietar mi sangre y nuevamente encender con ardor mi mente y mi pecho. Me he sentado a jugar como si usted hubiera partido a un duelo. PRNCIPE. - Pero poda haber perdido! ARBENIN. - Yo? No!... Aquellos das placenteros han pasado. Yo veo todo y conozco todas las maas; es por eso que ahora ya no juego.31

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PRNCIPE. - Usted elude mi agradecimiento. ARBENIN. - Para decirle la verdad, no lo soporto. Jams, ni a nada ni a nadie le debo algo yo en la vida; y si a alguien he pagado con el bien, no ha sido por quererle demasiado, sino simplemente porque he visto utilidad en eso. PRNCIPE. - No le creo. ARBENIN. - Quin lo obliga a creerme? Estoy acostumbrado a eso desde hace mucho tiempo y si no fuera por pereza me volvera hipcrita... Pero terminemos esta conversacin. (Pausa). Si nos furamos a divertir un poco, no nos hara mal ni a usted ni a m... Hoy es fiesta y creo que hay baile de mscaras en la casa de Engelhardt. PRNCIPE. Es cierto. ARBENIN. - Vamos. PRNCIPE. - Estoy contento. ARBENIN. - (Consigo mismo) Entre la multitud descansar un poco. PRNCIPE. - All hay mujeres, una maravilla!... Y hasta dicen que suelen ir... ARBENIN. - Que digan, a nosotros qu nos importa. Bajo el disfraz, todas las clases son iguales; las mscaras no tienen alma, ni nombre; tienen cuerpo; y si

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la mscara esconde sus facciones, hay que quitarle el antifaz con audacia. (Salen). (Los mismos, menos Arbenin y el prncipe Zviezdich). JUGADOR 1 - Se ha declarado en huelga a tiempo. Con l es intil jugar JUGADOR 2 - No nos dio siquiera tiempo de levantar cabeza. LACAYO. - (Entrando) La cena est lista! DUEO. - Vamos, seores! El champaa os consolar de vuestras prdidas. (Salen). SHPRIJ. - (Solo) Quisiera hacer amistad con Arbenin... Pero tambin quiero cenar gratuitamente. Cenar aqu..., averiguar an algo, y lo seguir al baile de mscaras. (Sale murmurando).

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ESCENA II BAILE DE MSCARAS MSCARAS, ARBENIN, LUEGO EL PRNCIPE ZVIEZDICH. (La multitud se pasea en el escenario. A la izquierda, un canap) ARBENIN. - (Entrando) En vano busco distraccin en todas partes. Vivaz y ruidosa es la multitud ante mis ojos, pero sigue fro mi corazn y duerme mi fantasa. Son todos extraos para m y yo tambin un extrao para ellos. (Se acerca el prncipe, bostezando) He aqu la nueva generacin... y yo tambin fui alguna vez joven como ellos, por lo visto. Qu tal, prncipe? No conquist todava alguna aventura?34

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PRNCIPE. - Qu hacer? Hace una hora que estoy buscando. ARBENIN. - Ah!, usted quiere que la felicidad lo busque a usted? Eso es muy nuevo... habra que hacerle conocer... PRNCIPE. - Todas las mascaritas son muy tontas. ARBENIN. - Las mscaras nunca son tontas; si calla, es misteriosa; si habla, es encantadora. Usted puede siempre imaginar una sonrisa, una mirada que adorne sus palabras... Por ejemplo, mire usted all, cmo se yergue noblemente esa alta mscara disfrazada de otomana... Qu gordita! Cmo respira su pecho, con pasin y libremente! La conoce? No sabe usted quin es? Tal vez una orgullosa condesa o baronesa. Una Diana en la sociedad y una Venus en el baile de mscaras. Tambin podra ser que esa hermosura lo visitase esta noche por media hora en su casa. En ambos casos, no pierda el tiempo. (Se aleja). EL PRNCIPE Y LA MASCARITA (Un domin se acerca y se detiene; el prncipe, de pie, muy pensativo).

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PRNCIPE. - Todo eso est muy bien... pero, sin embargo, yo contino bostezando... Pero he aqu que llega una... Ojal, Dios mo, que tenga suerte! (Una mascarita, separndose del grupo, le golpea el hombro). MASCARITA. - Yo te conozco! PRNCIPE. - Pero, por lo visto, poco. MASCARITA. - Y hasta s qu es lo que ests pensando. PRNCIPE. - Entonces eres ms feliz que yo. (Tratando de mirar debajo del antifaz) Si no me equivoco, tiene una boquita esplndida. MASCARITA. - Te gusto? Tanto peor. PRNCIPE. - Para quin? MASCARITA. - Para alguno de los dos. PRNCIPE. - No veo por qu... No me asustars con tus adivinanzas, y aunque no soy nada astuto, ya averiguar quin eres. MASCARITA. - As es que crees estar seguro del fin de nuestra conversacin... PRNCIPE. - Hablaremos y nos separaremos. MASCARITA. - Ests seguro? PRNCIPE. - T hacia la izquierda, yo hacia la derecha...

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MASCARITA. - Pero si yo estoy aqu con el nico propsito de verte y de hablar contigo; si te dijese que dentro de una hora me jurars que jams podrs olvidarme; que seras feliz de entregarme la vida aunque sea slo por un instante. Oh!, cuando yo desaparezca como un fantasma sin nombre y escuches de mis labios slo: hasta la vista... PRNCIPE. - Eres una mascarita inteligente, pero pierdes mucho tiempo hablando. Ya que me conoces, dime quin soy yo. MASCARITA. - T? Un hombre sin carcter, sin moral, ateo, engredo, malo y dbil; en ti se refleja todo nuestro siglo. Nuestro tiempo es brillante, pero miserable. Quieres llenar tu vida, pero huyes de las pasiones; quieres tener todo, pero no sabes sacrificarte; desprecias a la gente sin corazn y sin orgullo, pero t mismo eres juguete de esa gente. Oh, yo te conozco!... PRNCIPE. - Eso me halaga mucho. MASCARITA. - Tambin has hecho mucho mal... PRNCIPE. - Sin querer, tal vez. MASCARITA. - Quin sabe! Lo nico que s es que no deberan quererte tanto las mujeres. PRNCIPE. - Yo no busco amor. MASCARITA. - No sabes buscarlo!

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PRNCIPE. - Mejor dicho, estoy cansado de buscarlo. MASCARITA. - Pero si ella de pronto aparece ante ti y dice: eres mo, acaso eres capaz de quedar insensible? PRNCIPE. - Pero quin es ella?... Desde luego, un ideal... MASCARITA. - No, una mujer... Y lo dems, qu importa? PRNCIPE. - Pero mustramela, que aparezca, y sea valiente MASCARITA. - T quieres demasiado. Piensa lo que has dicho. (Breve pausa) Ella no exige ni suspiros, ni declaraciones, ni lgrimas, ni ruegos, ni discurso apasionado. Pero dadme el juramento de abandonar todo intento, de .averiguar quin es ella... y de todo, callar!... PRNCIPE. - Juro por la tierra y por todos los cielos y por mi honor!... MASCARITA. - Mira, ahora vamos! Y recuerda que no pueden haber bromas entre nosotros... (Se van del brazo). ARBENIN Y DOS MSCARAS

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(Arbenin arrastra del brazo una mscara). ARBENIN. - Usted me ha dicho tales cosas, seor mo, que mi honor no me permite soportarlo... Usted sabe quin soy yo? MSCARA. - Yo s quin ha sido usted. ARBENIN. - Qutese inmediatamente el antifaz. Usted procede con falta de honradez. MSCARA. - Por qu? Usted desconoce mi rostro y es como una careta; yo lo veo a usted por primera vez. ARBENIN. - No creo. Me parece que usted me tiene demasiado miedo. Me da vergenza enfadarme. Usted es un cobarde! Fuera de aqu! MSCARA. Adis, entonces!... Pero cudese! Esta noche le ocurrir una desgracia. (Desaparece entre la multitud). ARBENIN. Espere un poco!... Desapareci!... Quin ser? Vea la nueva preocupacin que Dios me ha dado. Ser algn enemigo cobarde, y yo tengo tantos. ja, ja, ja, ja! Adis, amigo, que te vaya bien! SHPRIJ Y ARBENIN (Entra Shprij. Sentadas en el canap conversan dos mascaritas; alguien se acerca, intrigndolas, y trata de tomar a una de ellas de la mano... Esta,

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desprendindose, se aleja, dejando caer sin darse cuenta una pulsera). SHPRIJ. A quin trataba usted sin piedad, Eugenio Alexandrovich? ARBENIN. - Nada, bromeaba con un amigo. SHPRIJ. - Por lo visto, la broma era muy en serio, pues se alejaba insultndolo. ARBENIN. - A quin? SHPRIJ. - A otra mscara. ARBENIN. - Tiene usted un odo envidiable. SHPRIJ. - Yo escucho todo, pero guardo completo silencio, y jams me meto en asuntos ajenos... ARBENIN. - Se ve. Entonces no sabe usted quin es?... Pero cmo puede ser, no tiene usted vergenza? De esto... SHPRIJ. - De qu se trata? ARBENIN. - No es nada, lo dije en broma... SHPRIJ. - Diga no ms. ARBENIN. - (Cambiando de tono) Sigue visitndolo aquel morocho con bigotes? (Se aleja, silbando una cancin). SHPRIJ. - (Solo) Que se le seque la garganta... Se re de m... pero t tambin andars pronto con cuernos. (Confundindose entre la multitud).

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MASCARITA 1 SOLA (Aparece caminando rpidamente la 1 mascarita y muy agitada se deja caer sentada sobre el canap). MASCARITA. - Ay!... Apenas respiro... No hace ms que seguirme. Y si... me arranca el antifaz!... Pero no, l no me ha reconocido!... Cmo podra sospechar de una mujer que la sociedad admira y envidia, que olvidndose de todo se arroja a su cuello, rogndole instantes de dulzura, sin exigir amor y slo compasin y que le dice: soy tuya!. Este secreto jams lo conocer... Que as sea!. .. Yo no quiero... Pero l desea guardar de m algn objeto de recuerdo..., un anillo... Qu hacer?... El riesgo es terrible... (Advierte una pulsera en el suelo y la levanta) Qu dicha! Dios mo! Una pulsera perdida. Esmalte y oro... Se la dar... Esplndido!... Que me encuentre despus con ella. LA 1 MSCARA Y EL PRNCIPE ZVIEZDICH (El prncipe, con monculo, se acerca con paso apresurado).

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PRNCIPE. - Es la misma... Es ella!... Entre miles la reconocera! (Sentndose en el canap y tomndola de la mano) Oh, no te escapars!... MASCARITA. - Yo no me escapo. Qu es lo que quieres? PRNCIPE. - Quiero verte. MASCARITA. - La idea es ridcula! Estoy delante tuyo... PRNCIPE. - Es una broma perversa! Tu fin es bromear, pero mi fin es otro... Si no me descubres inmediatamente tus rasgos celestiales, te arrancar por la fuerza ese pcaro antifaz... MASCARITA. - Vaya una a comprender a los hombres!... Est insatisfecho... Le es poco saber que yo lo amo... Pero no, usted quiere todo; usted necesita mi honor para mancillarlo. Para encontrarme despus en un baile o en un paseo y poder contar esta alegre aventura a los amigos, y para quitarles las dudas, decirles, sealndome con un dedo: es ella. PRNCIPE. - Yo recordar su voz. MASCARITA. - Eso s que es gracioso. Encontrar cien mujeres que hablen con esta misma voz; lo avergonzarn cuando se acerque, y eso no estara mal. PRNCIPE. - Pero mi felicidad no es completa.

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MASCARITA. - Vaya a saberlo! Tal vez usted deba bendecir a la suerte que no me haya quitado el antifaz. Tal vez soy vieja y fea... PRNCIPE. - T quieres asustarme, pero conociendo la mitad de tus maravillas, cmo no adivinar las dems? MASCARITA. - (Intentando alejarse) Adis para siempre. PRNCIPE. - Oh, espera un solo instante! No me has dejado nada de recuerdo, no tienes ninguna compasin para este pobre loco. MASCARITA. - (Alejndose) Tiene razn... me da lstima... Tome esta pulsera. (Arroja la pulsera al suelo; mientras l la levanta, ella desaparece entre la multitud). EL PRNCIPE Y LUEGO ARBENIN PRNCIPE. - (Buscndola en vano con la mirada) Me he quedado con un palmo de narices. Es como para perder el juicio!... (Viendo a Arbenin) Ah! ARBENIN. - (Acercndose pensativo) Quin ser ese mal adivino?... Debe conocerme... y seguramente no es una broma.

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PRINCIPE. - (Acercndose) Me ha servido muy bien su leccin de hoy. ARBENIN. - Me alegro en el alma. PRNCIPE. - Pero la felicidad lleg volando sola. ARBENIN. - S, la felicidad es siempre as. PRNCIPE. - Apenas cre que ya la tena, pens: esto es todo, cuando de pronto como un soplo (sopla en la palma de la mano) ha desaparecido. Ahora puedo estar seguro que si no ha sido un sueo soy un gran idiota. ARBENIN. - Como yo no s nada, no puedo discutir. PRNCIPE. - Usted siempre bromeando. No podr ayudarme en esta desgracia. Le contar todo... (Le habla al odo). Qued completamente asombrado. La pcara se arranc de mis brazos... y he aqu el lamentable fin y todo como un sueo. (Mostrndole la pulsera) ARBENIN. - (Sonriendo) No comenz tan mal... Mustremela! La pulsera es bastante delicada, y creo que yo la he visto alguna vez. Espere un poco pero no, no puede ser... He olvidado... PRINCIPE. - Dnde la volver a encontrar?... ARBENIN. - Arrglese con cualquiera; hay muchas bellas, no cuesta mucho encontrar... PRNCIPE. - Pero si no es ella...44

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ARBENIN. - Tal vez sea muy fcil. Acaso es una desgracia... Imagnese... PRNCIPE. - No, yo la escucho desde el fondo del mar; la pulsera me ha de ayudar. ARBENIN. - Qu le parece si damos unas vueltas? Si ella no es del todo tonta, hace rato que se habr ido sin dejar huella.

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ESCENA III SALE EUGENIO ARBENIN Y UN LACAYO ARBENIN. - Pues bien, la velada ha terminado... Qu contento estoy! Ya es tiempo de olvidarme un poco, aunque en mi mente aun se agita toda esa multitud pintoresca..., ese baile de mscaras. Pero para qu estuve? No es acaso algo ridculo? A un amante le he dado consejos, hice adivinanzas, compar pulseras y he soado por otros, como hacen los poetas. Dios mol, ese papel ya no est de acuerdo con mis aos. (Se acerca el lacayo) Ha vuelto la seora? LACAYO. - No, seor. ARBENIN. - Cundo regresar? LACAYO. - Prometi volver a las doce de la noche, seor.

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ARBENIN. - Ya son cerca de las dos de la maana y aun no ha regresado. No se habr quedado a dormir en algn lado? LACAYO. - No s, seor. ARBENIN. - Por lo visto. Puedes irte. Coloca una vela sobre la mesa. Si me haces falta, te llamar. (El lacayo sale, y Arbenin se sienta en un silln). ARBENIN. - (Solo) Dios es siempre justo! Y yo tambin estoy destinado a cargar con mi tristeza por todos los pecados de mis tiempos idos. Hubo veces en que esposas ajenas me estuvieron esperando, y ahora soy yo quien espero a mi esposa... En un crculo de adorables mujercitas infieles he perdido en vano y tontamente mi juventud; fui amado con frecuencia, con ardor y apasionadamente, y, sin embargo, a ninguna de ellas la he querido de verdad. Al comenzar la novela ya saba cmo deba terminar; y para muchas tena palabras de amor para sus corazones, como cuentos tienen las nodrizas... La vida se me ha hecho penosa y aburrida. Alguien me dio un consejo muy astuto: csate..., para tener el derecho sagrado de no amar a nadie ms que a tu mujer, y he encontrado una esposa, humilde creacin humana; era delicada y esplndida como un cordero del Seor y la llev conmigo hacia el altar... De pronto se ha despertado en m aquel olvidado sabor y mirando en mi47

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alma muerta he visto que la amo y vergenza me da qu horror!-, nuevamente los sueos, nuevamente el amor se agita en mi pecho vaco y como un trompo quebrado, de nuevo he sido arrojado al mar sin saber si volver a la costa... (Queda pensativo). ARBENIN Y NINA (Nina entra en puntas de pie y desde atrs lo besa en la frente). ARBENIN. - Oh, salud, Nina!... Por fin! Ya era tiempo. NINA. - Acaso es tan tarde? ARBENIN. - Hace una hora que te estoy esperando. NINA. - En serio? Ay, qu agradable! ARBENIN. - Qu pensar el tonto. El espera y... NINA. - Ay, mi Creador!... Siempre ests de mal humor! Miras amenazante y nada te satisface; me extraas cuando estoy lejos y cuando nos encontramos, rezongas. Mejor dime sencillamente: Nina, abandona el mundo, yo voy a vivir contigo y slo para ti. Para qu te hace falta otro hombre? Algn pituco de boulevard, vaco y sin alma, entallado en un corset que contigo se encuentra desde la maana hasta la noche y yo slo puedo decirte algunas palabras en todo el da? Dime48

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todo esto, estoy dispuesta a escucharte. Estoy dispuesta a enterrar mi juventud en una aldea, dejar los bailes, las fiestas y las modas y esta libertad aburrida. Dmelo sencillamente como a un amigo... Pero para qu hacer fantasas. Supongamos que me amas, pero creo que no me celas a nadie. ARBENIN. - (Sonriendo) Qu hacer? Estoy acostumbrado a vivir sin preocupaciones y tener celos es ridculo... NINA. - Desde luego. ARBENIN. - Ests enfadada? NINA. - No, te lo agradezco. ARBENIN. - Te has puesto triste. NINA. - Yo slo digo que t no me amas. ARBENIN. - Nina! MINA. - Qu hay? ARBENIN. - Escucha. El destino nos ha unido para siempre... Ni t ni yo podemos juzgar si es un error tal vez. (Atrayndola, trata de sentarla sobre sus rodillas y besarla). Eres joven de alma y de cuerpo. En el enorme libro de la vida, t has ledo nicamente la portada, y ante ti se descubre un mar de felicidad y de maldad. Marchas por cualquier camino con esperanzas y sueos. Ms adelante todo te espera. El pasado de tu vida es una pgina blanca. Sin conocer tu corazn ni el49

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mo te has entregado y me amas; yo te creo. Pero amas jugando ligeramente con los sentimientos y haciendo travesuras como una nia. Yo amo de otra manera; yo he visto todo, he adivinado todo y todo he comprendido y conocido. He amado con frecuencia, ms a menudo he odiado y ms que nada he sufrido. Al principio todo lo he deseado, luego lo he despreciado; a veces yo mismo no me he comprendido y otras veces el mundo a m. En mi vida he visto las huellas de la maldicin y framente he cerrado el camino para mi felicidad sobre la tierra... As pasaron muchos aos. Aquellos das envenenados de inquietudes de mi viciosa juventud, con qu repugnancia profunda los recuerdo recostado ahora sobre tu pecho! Antes, desgraciadamente, no conoca el valor que representabas t para m. Pero por suerte, esa corteza ruda pronto fue cayendo de mi alma, y nuevamente se descubri ante mis ojos el mundo, y por cierto, esplndido; y he renacido para la vida y para el bien. Pero sabes, nuevamente a veces no s qu espritu maligno me atrae a la tempestad de los das pasados y borra en mi recuerdo tu mirada clara y tu milagrosa voz. En la lucha conmigo mismo, bajo el peso de penosos pensamientos, me vuelvo callado, severo y sombro; a veces temo mancharte con mis manos; temo que te asuste un50

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quejido, el sonido de un tormento, y es entonces me dices que no te amo. NINA. - (Mirndolo cariosamente le acaricia la cabeza). Eres un hombre raro. Cuando me hablas con tanta elocuencia de tu amor, y tu cabeza arde y tus ideas brillan en los ojos, entonces yo creo fcilmente en todo; pero a veces... con frecuencia... ARBENIN. - Con frecuencia?... MINA. - No, a veces... ARBENIN. - Yo tengo el corazn demasiado viejo y t eres demasiado joven, pero podramos sentir igual. Recuerdo que a tu edad yo crea en todo sin discusin. NINA. - Nuevamente ests insatisfecho... Dios mo! ARBENIN. - Oh, no! Yo soy feliz, feliz... Yo soy un calumniador cruel y enloquecido, alejado de la multitud mala y envidiosa. Yo soy feliz... Yo estoy contigo. Dejemos el pasado. Olvidemos los recuerdos negros y penosos. Yo veo que el Creador te ha bendecido y te ha enviado para m. (Le besa las manos y de pronto advierte que le falta una pulsera; se detiene bruscamente y palidece). NINA. - Has palidecido, tiemblas... Oh, Dios mo! ARBENIN. - (Ponindose bruscamente de pie) Yo? No es nada! Dnde est la otra pulsera?51

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NINA. - Se ha perdido. ARBENIN. - Ah! Con que se ha perdido? NINA. - Qu tiene? No es una gran desgracia. No ha de costar ms de veinticinco rublos, desde luego... ARBENIN. - (Consigo mismo) Perdido... Por qu estoy tan turbado? Qu sospecha tan extraa me asalta? Oh! Aquello fue un sueo y recin he despertado? NINA. - Yo realmente no te puedo comprender. ARBENIN. - (Con los brazos cruzados, la mira fijamente). La pulsera se ha perdido? NINA. - (Ofendida). No, yo miento! ARBENIN. - (Consigo mismo) Pero qu parecida, qu parecida! NINA. - Seguramente se me ha cado en la carroza. Habra que ordenar que la revisen. Yo no me la hubiera puesto si hubiera imaginado que podras... (Entra el lacayo, respondiendo al llamado de Arbenin). ARBENIN. - (Al lacayo) Revisa la carroza de arriba a abajo; se ha perdido una pulsera... Dios te libre volver sin ella! (A ella) Se trata de mi honor y de mi felicidad. (El lacayo sale. Despus de una pausa, dirigindose a ella) Y si no encuentran all la pulsera? NINA. - Quiere decir, entonces, que la he perdido en otro lado.52

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ARBENIN. - En otro lado? Y dnde? T sabes? NINA. - Es la primera vez que lo veo tan avaro y tan severo; y para calmarlo rpidamente maana mismo encargar una pulsera nueva. (Entra el lacayo). ARBENIN. - Qu tal?... Habla, rpido... LACAYO. - He revuelto toda la carroza... ARBENIN. - Y no la has encontrado? LACAYO. - No, seor. ARBENIN. - Ya saba... Puedes irte. (Mirando significativamente a la mujer). LACAYO. - Seguramente la ha perdido en el baile de mscaras. ARBENIN. - Ah! Con que estuvo en el baile de mscaras... (Al lacayo) Puedes irte. (A ella) Qu le costaba a usted decirme eso antes? Estoy seguro que me hubiera permitido el honor de acompaarla y traerla de nuevo a casa. Yo no la hubiera importunado con mi vigilancia severa ni con mi ternura y mi cuidado... Con quin estuvo? NINA. - Pregunte usted a la gente y ellos le dirn toda la verdad y an agregarn algo. Le explicarn punto por punto quin estuvo y con quin he hablado y a quin le he regalado la pulsera de recuerdo. Se enterar mil veces mejor que si usted mismo hubiera estado en el baile de mscaras. (Riendo) Qu gracioso! Qu53

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gracioso, Dios mo! No le da vergenza?; si es un pecado hacer tanto ruido por una bagatela. ARBENIN. - Ruega a Dios que esa risa no sea la ltima. NINA. - Oh! Si su fantasa contina, seguramente no ser la ltima. ARBENIN. - Quin sabe? Tal vez... Escucha, Nina!... Yo estoy ridculo, naturalmente, porque te amo tanto, infinitamente, como slo puede amar un hombre. Y no hay en todo esto nada de asombroso? Otros en el mundo tienen un milln de esperanzas; algunos tienen riquezas en objetos y otros viven entregados a la ciencia; algunos viven logrando un ascenso, un puesto, una cruz o la gloria; otros aman la sociedad, las diversiones; otros, los viajes, y a los terceros el juego les calienta la sangre... Yo he viajado, he jugado, fui trivial y he trabajado, tuve amigos y desgraciados amores; no busqu puestos ni he logrado gloria; soy rico sin tener un centavo; acosado por el hasto, he visto en todas partes el mal y, orgulloso, jams me he doblegado ante l. T eres todo lo que tengo en mi vida, un ser dbil, pero un ngel de belleza. Tu amor, tu sonrisa, tu mirada y tu aliento... Yo soy un hombre y mientras vivo, todo eso ser mo; sin ello no existe para m la felicidad, ni los sentimientos, ni me hace falta la existencia. Pero si he sido engaado... si54

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he sido engaado... si sobre mi pecho una vil vbora encontr amparo durante tantos das... y si he descubierto la verdad y por el cario que te tengo no la he visto antes y he sido burlado por otro..., escucha, Nina... Yo he nacido con un alma ardiente, hecho de lava volcnica; mientras no se enciende es dura como la piedra fra... Pero mala suerte si chocan contra mi corriente. Entonces, entonces no esperes mi perdn; no llamar a las leyes para cumplir mi venganza. Solo, sin lgrimas, y sin piedad destrozar nuestras dos vidas! (Quiere tomarla de la mano, pero ella retrocede). NINA. - No te acerques!... Oh, qu horrible ests! ARBENIN. - En serio estoy horrible? No; bromeas. Estoy ridculo! Ranse, ranse ustedes, ya que despus de haber conseguido vuestro fin palidecen y estn temblando. Rpido! Dnde est l, el apasionado amante, juguete de ese baile de mscaras? Que venga a entretenerse. Usted me ha dado a probar casi todos los tormentos del infierno y eso es lo nico que falta. NINA. - Conque sa es vuestra sospecha! Y la culpable de todo eso es la pulsera. Crame usted que su conducta motivar no slo mi risa, sino tambin la de todos mis amigos. ARBENIN. - S! Reid, imbciles, maridos desgraciados, que yo tambin los he engaado algn da,55

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mientras ustedes vivan como santos, sin saber nada, en el paraso. Pero t, mi paraso celestial y terrenal, adis... adis, yo ya s todo. (Dirigindose a ella) No te acerques a m, hiena! Crea yo, muy tonto, que t, conmovida, tristemente, confesaras todo, ponindote de rodillas; entonces yo me hubiera ablandado al ver aunque sea slo una lgrima... una... ; pero no, la risa fue tu nica respuesta. NINA. - No s quin me ha calumniado. Yo te perdono, yo no soy culpable en nada. Me das lstima, aunque no puedo ayudarte, pero para que te consueles, desde luego, no puedo mentir. ARBENIN. - Oh, cllate, te pido!... Basta!... NINA. -Pero escucha... Soy inocente... Que Dios me castigue, escucha... ARBENIN. - S de memoria todo lo que t me puedes decir. NINA. - Me duele escuchar tus reproches... Yo te amo, Eugenio. ARBENIN. - Entonces, confiesa al fin... NINA. - Escucha, por favor! Oh, Dios mo!, qu quieres de m? ARBENIN. - Venganza! NINA. - Pero a quin quieres vengar?

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ARBENIN. - La hora llegar y estoy seguro de encontrarlo. NINA. - Es para m la amenaza?... Y entonces, por qu tardas? ARBENIN. - El herosmo no te queda bien. NINA. - (Disgustada) A quin? ARBENIN. - Usted por quin teme? NINA. - Ser posible que contines todava en ese estado? Oh, deja! Con esos celos terminars por matarme... Yo no s pedir y t eres implacable... Pero esta vez tambin yo te perdono. ARBENIN. - Est de ms. NINA. -Sin embargo, hay un Dios... Y l no perdonar. ARBENIN. - Qu lstima! (Ella se va llorando).. (Solo) Qu mujer!... Ya hace mucho que a ustedes las conozco. Y a vuestras caricias y vuestros reproches. Muy caro me ha costado esta leccin! Y por qu ser que ella me quiere? Acaso porque tengo un aspecto y una voz terrible? (Se acerca a la puerta de la habitacin de su esposa y escucha) Qu hace ella? Tal vez est riendo... No, llora... (Apartndose) Lstima que ya es tarde...

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ACTO SEGUNDO ESCENA PRIMERA (La baronesa est sentada en un silln, y algo fatigada abandona el libro que est leyendo). BARONESA. - Para qu ser la vida? Para satisfacer siempre deseos ajenos, costumbres ajenas y vivir esclavizada! Jorge Sand casi tiene razn. Qu es la mujer ahora? Un ser sin voluntad, un juego de pasiones o un capricho de los dems. Teniendo juicio vive sin defensa en la sociedad, ocultando siempre el ardor de sus sentimientos o bien sofocndolos en plena flor. Qu es la mujer? Vende su juventud segn ciertas conveniencias y como a vctima de un sacrificio la preparan. La obligan a querer a un hombre solamente, prohibindole todo otro afecto. En su pecho se agita a58

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veces la pasin, y el temor y la razn alejan los nuevos pensamientos; y si alguna vez, olvidando la fuerza de la sociedad, deja caer su honor entregndose con toda el alma a sus sentimientos, entonces deber olvidar la tranquilidad y la felicidad. El mundo es as; no quiere conocer los secretos; juzga por el aspecto y por el vestido a la honradez y al vicio y jams ofender a la decencia y es muy cruel en sus castigos... (Intentando leer) No, no puedo leer..., estoy turbada por todos estos pensamientos y temo... Y al recordar lo sucedido, yo misma me asombro. (Entra Nina). NINA. - Paseando en una troika, tuve la idea de venir a verte, mon amour. BARONESA. - C'est une ide charmante, vous en avez toujours. (Sentndose) Me parece que ests ms plida que antes. Hoy, sin embargo, a pesar del viento y del fro, tienes los ojos colorados. Me imagino que no es de haber llorado? NINA. - He pasado mala noche y no me siento bien. BARONESA. - Si tu mdico es malo, elige otro. (Entra el prncipe Zviezdich). BARONESA. - (Framente) Oh, prncipe! PRNCIPE. - Estuve ayer en su casa para comunicarle que nuestro pic-nic se ha postergado.59

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BARONESA. - Le ruego que se siente, prncipe. PRINCIPE. - Acabo de discutir asegurando que la noticia iba a disgustarle, pero veo que usted la ha tomado con calma... BARONESA. - Realmente me da lstima. PRNCIPE. - Yo estoy muy contento. Yo dara veinte pic-nics por un solo baile de mscaras. NINA. - Usted estuvo ayer en el baile de mscaras? PRINCIPE. - Estuve. BARONESA. - Con qu disfraz? NINA. - Haba muchas mscaras?... PRINCIPE. - S. Bajo el antifaz he reconocido all a muchas damas nuestras. Naturalmente, ustedes hubieran querido conocer sus nombres. (Riendo). BARONESA. - (Apasionadamente) Yo debo declararle, prncipe, que estas calumnias me resultan completamente ridculas. Cmo puede admitir que una mujer honesta se atreva a ir entre esa gente, donde cualquiera puede ofenderla y atreverse... y arriesgar a ser reconocida... Oh, usted debe avergonzarse y renunciar a sus palabras! PRNCIPE. - Renunciar no puedo, pero estoy dispuesto a avergonzarme. (Entra un funcionario).60

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BARONESA. - De dnde viene? FUNCIONARIO. - Vengo de la administracin y quera conversar sobre sus asuntos. BARONESA. - Han resuelto algo? FUNCIONARIO. - No, pero pronto se resolver... Tal vez molesto?... BARONESA. - De ninguna manera. (Apartndose con l, sigue conversando). PRNCIPE. - (Consigo mismo). Buen tiempo ha elegido para venir con explicaciones. (Dirigindose a Nina) Yo la he visto hoy en un negocio. MINA. - En cul? PRINCIPE. - En la tienda inglesa. NINA. - Hace mucho? PRNCIPE. - Recin. NINA. - Es extrao que yo no lo haya reconocido. PRNCIPE. - Usted estaba muy ocupada. NINA. - (Animadamente) Elega una pulsera igual a una que tuve. (Sacndola de la cartera) Es sta... PRNCIPE. - La pulserita es preciosa, y la otra dnde est? PRNCIPE. - La he perdido. PRNCIPE. - De veras? NINA. - Qu tiene de raro?

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PRNCIPE. - Si no es un secreto, puedo saber cundo ha sido? NINA. - Hace tres das, tal vez ayer o la semana pasada. Para qu quiere saber cundo ha sido? PRINCIPE. - Tengo una idea un poco rara tal vez... (Aparte) Est algo turbada y mi pregunta la inquieta. Oh, estas mujeres candorosas! (Dirigindose a ella) Quera ofrecerle mis servicios... Tal vez podramos encontrar la otra pulsera. NINA. - Cmo no... Pero dnde? PRNCIPE. - Dnde la ha perdido? NINA. - No recuerdo. PRNCIPE. - Seguramente en algn baile? NINA. - Puede ser. PRNCIPE. - O tal vez la ha regalado a alguien de recuerdo? NINA. - De dnde ha sacado semejante conclusin? A quin podra regalarla? A mi marido, por ejemplo? PRNCIPE. - Como si en el mundo slo existiera su marido! Tiene usted muchas amigas, no cabe la menor duda. Imaginmonos que est perdida, pero aquel que la ha encontrado, recibir de usted en pago algn agradecimiento? NINA. - (Sonriendo) Depende...62

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PRINCIPE. - Pero si l la ama, si l por haber encontrado su sueo perdido, por una sonrisa suya dara todo un mundo? Si usted alguna vez le ha sugerido placeres futuros, si usted ocultndose detrs de un antifaz, con palabras amorosas lo ha acariciado... ? Oh!... Comprndame!... NINA. - De todo esto he comprendido una sola cosa: que usted se ha olvidado por primera y ltima vez de hablar conmigo con el respeto necesario. PRNCIPE. - Oh, Dios mo! Yo he credo... Ser posible que usted se haya enfadado? (Aparte) Se ha escapado muy bien... pero llegar la hora y yo lograr mi propsito. (Nina se aleja en direccin a la Baronesa). (El funcionario saluda y se va). NINA. - Adieu, ma chre; hasta maana, debo irme. BARONESA. - Espera un poco, mon ange; no tuve tiempo de conversar contigo ni dos palabras. (Se besan). NINA. - (Saliendo) Te espero desde la maana. (Sale). BARONESA. - El da me parecer largo como una semana. (Todos, menos Nina y el funcionario). PRNCIPE. - (Aparte) Ya me vengar. Vean a la mosquita muerta. Quiz soy un imbcil y seguramente renegar de lo pasado. Pero yo he reconocido la pulsera.

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BARONESA. - Se ha quedado pensativo, prncipe? PRNCIPE. - S, tendr que pensarlo mucho. BARONESA. - Por lo visto vuestra conversacin fue muy animada. Sobre qu era la discusin? PRNCIPE. - Yo afirmaba que encontr en el baile de mscaras... BARONESA. - A quin? PRNCIPE. - A ella. BARONESA. - Cmo, a Nina? PRINCIPE. - S, se lo he demostrado. BARONESA. - Yo veo que usted est dispuesto a avergonzar a la gente. PRNCIPE. - A veces, por lo extrao, no me decido. BARONESA. - Tenga piedad por lo menos a la distancia. Adems, no tiene pruebas. PRNCIPE. - No tengo? Ayer mismo me entregaron una pulsera y hoy veo otra igual en sus manos. BARONESA. - Qu testimonio!... Qu lgica respuesta! Si pulseras como sas hay en cada joyera. PRNCIPE. - Hoy he recorrido todas y me he convencido que no hay ms que dos iguales. (Breve pausa).64

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BARONESA. - Maana le dar un consejo til a Nina: Jams debes confesarte a un charlatn. PRNCIPE. - Y el consejo para m? BARONESA. - Para usted? Continuar con audacia el xito obtenido y guardar con ms celo el honor de las damas. PRNCIPE. - Por esos dos consejos le agradezco doblemente. (Sale). BARONESA. - (Sola) Cmo se puede jugar con tanta fragilidad con el honor de la mujer. Si yo me confesara, a m me pasara lo mismo. As es que adis, prncipe. No ser yo la que lo sacar de esa confusin. Oh, no, Dios me libre! Lo nico que me extraa es que yo haya encontrado su pulsera. Bien! Nina estuvo all, he aqu la adivinanza descifrada... No s por qu, pero yo lo amo; tal vez de aburrimiento, de despecho, de celos... sufro y ardo y no encuentro en nada mi consuelo. Me parece an or la risa de la multitud vaca y el rumor de palabras perversas y compasivas. No, yo me salvar... aunque sea a costa de la otra. Yo me salvar de esta vergenza... aunque sea a precio del tormento de tener que renegar de nuevo de mis actos... (queda pensativa) Qu cadena de terribles intrigas! (Entra Shprij. Saludando, se acerca).

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BARONESA. - Ah, Shprij! T llegas siempre a tiempo. SHPRIJ. - Qu suerte! Yo estara muy contento de poder serle til. Vuestro difunto marido... BARONESA. - Siempre eres tan amable? SHPRIJ. - A su sagrado recuerdo, el barn... BARONESA. - Hace cinco aos, yo recuerdo. SHPRIJ. - Me prest mil... BARONESA. - Ya s. Te dar hoy mismo el inters de los cinco aos. SHPRIJ. - Yo no tengo apuro de dinero. No faltaba ms; se lo he recordado por casualidad. BARONESA. - Dime, qu novedades hay? SHPRIJ. - En la casa de un conde he escuchado una serie de historias... De all vengo. BARONESA. - Y no sabe nada del prncipe Zviezdich y de Arbenin? SHPRIJ. - (Asombrado) No..., no he odo nada... De eso han hablado algo y ya no dicen nada... (Aparte) No me acuerdo de qu se trata. BARONESA. - Si es ya del dominio pblico, no hay por qu comentarlo. SHPRIJ. - Yo quisiera saber cul es su opinin. . BARONESA. - Ya han sido juzgados por la sociedad. Por otra parte, yo les podra regalar algn66

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consejo; a l le dira que las mujeres valoran la tenacidad de los hombres, ellas quieren ser heronas logradas por encima de millares de obstculos. Y a ella le aconsejara ser menos severa y ms modesta... Adis, seor Shprij, mi hermana me espera a almorzar; si no, me quedara conversando a gusto con usted. (Alejndose) Estoy salvada. Ha sido una buena leccin. SHPRIJ. - (Solo) No se preocupe, yo he comprendido su insinuacin. No he de esperar que me la repita. Qu rapidez de inteligencia y de imaginacin! Aqu hay una intriga... Oh, s! Yo me meto en este lo; el prncipe me quedar agradecido y le servir de agente... Luego vendr aqu con nuevos datos y quiz entonces reciba los intereses de los cinco aos.

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ESCENA II EL GABINETE DE ARBENIN (Arbenin solo; luego el lacayo). ARBENIN. - Es evidente que son celos, pero no encuentro las pruebas. Temo caer en un error, pero no tengo fuerza para soportarlo. Dejar las cosas como estn y olvidar aquel delirio... Semejante vida es peor que la muerte. He visto a gente con alma fra que duerme tranquilamente durante la tempestad. Cmo la envidio! LACAYO. - (Entrando) Abajo est esperando un seor que ha trado una cartita para la seora, de parte de la condesa. ARBENIN. - De quin? LACAYO. - No he comprendido.

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ARBENIN. - Una cartita para Nina? (Sale. El lacayo queda). AFANASIO PAVLOVICH KAZARIN Y EL LACAYO LACAYO. - Recin acaba de salir el seor; esprelo un poco. KAZARIN. - Bueno. Est bien. LACAYO. - Se lo voy a comunicar. (Sale). KAZARIN. - Estoy dispuesto a esperar un ao, o cuanto quiera; seor Arbenin; yo esperar. Mis asuntos valen ms y estoy muy triste. Necesito un camarada muy hbil. No sera malo que l, a menudo tan generoso, que tiene ms de tres mil siervos, techo y escudo, me ayude en esta ocasin. Habra que atraer nuevamente a Arbenin al juego. Ser fiel a su pasado, sabr defender a sus amigos y no se avergonzar ante los hijos. Para esta juventud hace falta sencillamente un pual. Por ms que le hables y te empees, no conocen ni la envidia, ni saben detenerse a tiempo, ni a tiempo demostrar su honradez. Mirad no ms cuntos viejos llegaron a puestos importantes slo con el juego. Desde el barro se vincularon con la sociedad y adelantaron; y todo eso por qu es? Siempre saban conservar la decencia,69

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defender sus leyes, cumplir sus reglamentos, y vedlos con honores y millones... KAZARIN Y SHPRIJ SHPRIJ. - Oh, Afanasio Pavlovich! Qu milagro! Qu contento estoy de verlo! No pensaba encontrarlo aqu. KAZARIN. - Y yo tambin! Est de visita? SHPRIJ. - S. Y usted? KAZARIN. - Como siempre. SHPRIJ. - No est mal que nos encontrramos; tengo un asunto que resolver con usted. KAZARIN. - T solas tener muchos asuntos, pero jams te he visto ocupado en uno solo. SHPRIJ. - (Aparte) Los buenos modos para ustedes estn de ms. Sin embargo, me hace falta... KAZARIN. - Yo tambin debo hablarte sobre algo muy importante para m. SHPRIJ. - Pues bien, nos ayudaremos mutuamente. KAZARIN. - De qu se trata?... Habla. SHPRIJ. - Permtame preguntarle slo una cosa: he odo que su amigo Arbenin... (Haciendo un gesto aludiendo a que su amigo es un cornudo).

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KAZARIN. - Cmo?... No puede ser! Ests seguro?... SHPRIJ. - Dios lo sabe. Hace cinco minutos que yo mismo he intercedido. Quin ha de saber sino yo? KAZARIN. - El demonio est siempre en todas partes. SHPRIJ. - Ya ve; la esposa..., no recuerdo bien si fue en la misa. o en un baile de mscaras se encontr con un prncipe; ella le pareci bastante linda y muy pronto el prncipe fue dichoso y querido; de pronto la hermosa reneg de sus actitudes de la vspera y el prncipe, enfurecido, fue a contarlo en todas partes, sin tener en cuenta que poda pasar una desgracia. A m me pidieron que arreglara ese asunto... Y comenzando, todo viene a punto bien maduro. El prncipe prometi callar y vuestro seguro servidor escribi una carta que inmediatamente se entreg a la direccin necesaria. KAZARIN. - Ten cuidado, no te arranque las orejas. SHPRIJ. - He estado en los aun peores y he salido sin batirme en duelo. KAZARIN. - Y no has sido jams herido? SHPRIJ. - Para usted todas son bromas, risas... Yo siempre digo que no debe arriesgarse la vida sin objeto.

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KAZARIN. - Desde luego, una vida as, por nadie apreciada, es un gran pecado arriesgarla sin utilidad. SHPRIJ. - Dejemos esto a un lado; pues yo quera hablar con usted de algo muy importante. KAZARIN. - De qu se trata? SHPRIJ. - Parece una ancdota, pero el asunto es el siguiente... KAZARIN. - Habr que aplazar todos los asuntos, pues me parece que se acerca Arbenin. SHPRIJ. - No hay nadie todava. Hace poco me han trado de parte del conde Vrut cinco perros de raza. KAZARIN. - Por Dios, que tu ancdota es entretenida. SHPRIJ. - Su hermano es cazador y poda hacer una buena compra... KAZARIN. - Entonces Arbenin ha quedado burlado... SHPRIJ. - Esccheme... KAZARIN. - Cay en una trampa y fue evidentemente engaado. Despus de esto, como para casarse... SHPRIJ. - Su hermano quedara encantado con esa compra. KAZARIN. - La fidelidad y el casamiento son cosas incompatibles. No te vayas a casar, Shprij.72

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SHPRIJ. - Hace tiempo que estoy casado. Esccheme, una de las cosas es importante. KAZARIN. - La esposa? SHPRIJ. - No, el perro. KAZARIN. - (Aparte) Cmo lo tienen los perros! Esccheme, mi querido amigo. No s cul ser la esposa que Dios me dar, pero creo que t no venders fcilmente esos perros. (Arbenin entra con una carta en la mano, sin notar a Kazarin ni a Shprij). SHPRIJ. - Est pensativo leyendo esa carta; sera interesante saber si... ARBENIN. - (Habla solo sin notarlos) Qu gratitud! No hace mucho que he salvado su honor y su futuro casi sin conocerlo y he aqu que, como una vbora, comete esta bajeza jams vista... Jugando como un ladrn entr a mi casa, cubrindome de vergenza y deshonor... Y yo, sin poder creer a mis propios ojos, olvidando la amarga experiencia de tantos aos, como un nio que no conociera la gente, no me atreva a sospechar de semejante crimen. He credo que toda la culpa era de ella... Pero no sabe l quin es esta mujer... Como un extrao sueo lo obligar a olvidar esta aventura nocturna. El no pudo olvidarla y ha empezado a buscar hasta encontrarla sin poder detenerse... Qu73

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gratitud!... He visto mucho en el mundo y sigo asombrndome. (Leyendo en voz alta la carta). La he encontrado! Pero no ha querido usted reconocer... Su candor fue muy al caso. Tiene usted razn... Qu puede ser ms terrible que el ruego! Podran habernos escuchado por casualidad. Entonces no es el desprecio ni el horror lo que he ledo en vuestra ardiente mirada; usted quiere que se conserve el secreto y as seguir sindolo. Pero antes que renunciar a usted me dejar matar. SHPRIJ. - La carta! Eso mismo...; se ha perdido todo. ARBENIN. - Conque es un conquistador realmente hbil. Tengo deseos de contestarle con un duelo. (Notando a Kazarin) Y t estabas aqu? KAZARIN. - Estoy esperando hace una hora. SHPRIJ. - (Aparte) Ir a la casa de la baronesa; que se preocupe ella y haga lo que quiera. (Saliendo sin ser notado). KAZARIN. - Estoy con Shprij... Dnde est? (Mirando a su alrededor) Ha desaparecido. Es la carta! Ahora comprendo todo. (A Arbenin) Estabas preocupado ARBENIN. - S, estaba pensativo.74

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KAZARIN. - Sobre la fragilidad de las esperanzas y el bienestar terrenal... ARBENIN. - Ms o menos... Pensaba en la gratitud. KAZARIN. - Sobre este asunto hay opiniones diferentes. Pero por ms que haya diferencia de opinin, el tema es digno de reflexin. ARBENIN. - Y cul es tu opinin? KAZARIN. - Yo creo, amigo, que la gratitud es una cosa que depende del valor del servicio prestado y que muchas veces o casi siempre el bien est en nuestras manos. Por ejemplo, he aqu que ayer de nuevo Slukin perdi casi cinco mil rublos y yo, por Dios, le estoy muy agradecido; y mientras bebo, como y duermo no hago ms que pensar en l. ARBENIN. - Kazarin, t no haces ms que bromas. KAZARIN. - Escchame! Yo te quiero y vamos a hablar en serio. Pero hazme el favor, hermano, de dejar ese aspecto terrible, y yo abrir ante ti todos los secretos de la sabidura humana. Quieres escuchar mi opinin sobre la gratitud? Ten un poco de paciencia. Por ms que expliquemos a Voltaire y Descartes, el mundo para m es un juego de naipes y la vida el banquero; el azar un faro y yo aplico a la gente las reglas del juego. Por75

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ejemplo, para explicarlas ahora me imagino que he jugado al As; lo he hecho por presentimiento, porque soy supersticioso para las cartas; supongamos que por casualidad y sin engao, l haya ganado, yo estoy muy contento, pero no le puedo agradecer al As y seguir apostndole hasta cansarme; y luego, en conclusin, quedar bajo la mesa una carta destrozada. Pero t no me escuchas, mi querido. ARBENIN. - (Pensativo) En todas partes reina el mal y el engao. Y yo ayer, como un tonto, he escuchado en silencio cmo ha sucedido... KAZARIN. (Aparte) Sigue pensativo. (Dirigindose a Arbenin) Ahora pasaremos a otro caso y lo analizaremos, pero poco a poco para no confundirlo. Supongamos, por ejemplo, que t quieras nuevamente abandonarte al juego o al libertinaje y tu amigo te dijese: Eh, cuidado, hermano!, y te diese otros sabios consejos; t le escucharas y le desearas buenas noches y muchos aos felices. Y si tratase de curarte de tu vicio por el vino, debes emborracharlo inmediatamente, y en cuanto a los naipes, ganarle inmediatamente un partido a cambio de sus consejos y si se salva en el juego debes ir al baile y enamorar a su mujer y si no te enamoras, por lo menos conquistarla para vengarte del marido, y

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en ambos casos tendrs razn, amigo; le dars por el consejo una leccin. ARBENIN. - Eres un notable moralista. Todos te conocen... Pero en cuanto al prncipe, le pagar por la leccin con mi honradez. KAZARIN. - (Sin prestar atencin a sus palabras) El ltimo punto lo debo aclarar. T amas una mujer, por ejemplo; le das en sacrificio tu honor, tu riqueza, tu amistad y tu vida tal vez; la rodeas de honores y diversiones, pero, por qu te debe estar ella agradecida? T habrs hecho todo eso quiz no por pasin, sino en parte por amor propio; para poseerla, t te sacrificas, pero no es por su felicidad. S! Pinsalo framente y me dirs que todo en el mundo es convencional. ARBENIN. - (Disgustado) S, s, tienes razn; qu es el amor para las mujeres? Ellas siempre necesitan nuevas victorias y tal vez ruegos, llanto y tormentos, y le parecer ridculo este aspecto y esta voz implorante. Tienes razn: es tonto aquel que cree, que suea encontrar en una sola mujer el paraso terrenal. KAZARIN. - T piensas con mucha sensatez, aunque eres casado y feliz. ARBENIN. - En serio? KAZARIN. - No te parece? ARBENIN. - Yo, feliz... s...77

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KAZARIN. - Yo estoy contento, aunque lamento que ests casado. ARBENIN. - Por qu? KAZARIN. - As no ms... Recuerdo nuestro pasado... cuando contigo bebamos a cuenta de no recuerdo quin y ramos dos muchachos sin cabeza. Qu tiempos aqullos! A la maana descansando con los recuerdos agradables de la vspera, luego el almuerzo, el vino, Ral, el honor en copas talladas, brillantes y con espuma desbordante, conversaciones animadas de agudezas, luego el teatro..., el alma estremecida pensando cmo atraer a las bailarinas o a las actrices... No es verdad que antes todo era mejor y ms barato? La obra ha terminado y corremos apresurados a la casa de un amigo... entramos... el juego est en su apogeo; junto a los naipes, columnas de monedas de oro; unos arden y otros palidecen. Nos sentamos y comienza de nuevo una batalla y parece nuestra alma atravesada de pasiones y sensaciones incontenibles, y con frecuencia una idea gigante como un resorte levanta y enciende nuestra mente... y si vences al enemigo con tu habilidad, te parecer que el propio Napolen es lastimoso y ridculo, pues creers que tienes el destino humildemente a tus pies. (Arbenin se aparta).78

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ARBENIN. - Oh! Quin me devolver aquellas tempestuosas esperanzas, quin me devolviera aquellos das insoportables y ardientes! Por aquellos das yo dara mi dicha ignorada y la tranquilidad; pero no son para m... Acaso estoy hecho para ser marido o padre de familia? Yo, a m, que he probado todas las debilidades, los vicios y las perversidades y ante su rostro jams he temblado? Fuera de m, ngel benefactor! Yo no te conozco. Yo he sido engaado y nuestra breve unin desde hoy queda rota, destrozada. Adis, adis... (Se deja caer sobre una silla y se cubre el rostro con las manos). KAZARIN. - Ahora me pertenece!

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ESCENA III LAS HABITACIONES DEL PRNCIPE. LA PUERTA QUE UNE LAS DOS HABITACIONES EST ABIERTA; L SE HALLA ACOSTADO SOBRE UN SOF IVN Y LUEGO ARBENIN (El lacayo Ivn mira el reloj). IVN. - Ya son ms de las siete y me ha ordenado despertarlo cuando suenen las ocho. Como duerme a la rusa y no a la moda, tendr tiempo de ir hasta la cantina. Cerrar la puerta con candado, es ms seguro, pero... parece que sube alguien por la escalera; dir que no est en casa y rpidamente los har marchar. (Entra Arbenin). ARBENIN. - Est el prncipe en casa? LACAYO. - No est en casa, seor. ARBENIN. - No es verdad. LACAYO. - Hace cinco minutos que se acaba de ir.80

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ARBENIN. - (Escuchando) Mientes! Est aqu. (Sealando el escritorio del prncipe) Y est durmiendo, por lo visto, dulcemente; desde aqu se escucha su pausada respiracin. (Aparte) Pero pronto dejars de hacerlo. LACAYO. - (Aparte) Qu odo tiene... (Dirigindose a Arbenin) El prncipe me ha prohibido despertarlo. ARBENIN. - Le gusta dormir... tanto mejor, ya dormir para siempre en paz, en sueo eterno. (Al lacayo) Creo que ya le he dicho que deber esperar hasta que se despierte. (El lacayo sale). ARBENIN. - (Solo) Ha llegado el momento. Ahora o nunca. Ahora pondr a prueba todo, sin trabajo y sin temor; demostrar a nuestra generacin que por lo menos hay un espritu que sabe responder con frutos cuando le cae la semilla de la ofensa y la humillacin. Oh! Yo no soy de ellos. Es tarde para m. Gritando atraera al enemigo y ellos reiran..., pero ahora no podrn hacerlo, oh, no! Yo no soy de sos. No permitir ni una hora ms sobre mi cabeza esta vergenza insoportable. (Acercndose a la puerta) Duerme. Qu es lo que ver en sueos por ltima vez? (Con sonrisa terrible) Yo creo que l morir del golpe. Ha dejado la cabeza colgando... Yo le ayudar a la81

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sangre... Y todo a cuenta de la naturaleza. (Entra en la habitacin. Despus de dos minutos sale con el rostro plido) No puedo! (Pausa) S, es ms fuerte que mi voluntad. Yo me he traicionado, he temblado por primera vez en mi vida. Hace mucho que soy un cobarde, acaso?... Un cobarde?... Quin lo ha dicho?... Yo mismo, y eso es cierto... Qu vergenza! Huye, avergnzate, hombre despreciable! A ti, como a los dems, nuestro siglo te ha aplastado! Por lo visto te vanagloriabas lastimosamente..., lastimosamente, por cierto, y te has cansado y te encuentras bajo el yugo de la civilizacin. No has sabido amar y has desviado la venganza. Has llegado y... y no puedes, y no has podido. (Pausa. Se sienta) He querido abarcar mucho; debo elegir un camino seguro y el intento enciende profundamente mi corazn atormentado. As es, as es! El vivir, el asesinato ya no est de moda. A los asesinos los castigan en la plaza pblica. As es, he nacido en el seno de un pueblo instruido; el idioma y el oro son nuestro pual y nuestro veneno! (Tomando una hoja de papel y la pluma del tintero que est sobre la mesa, escribe; luego toma el sombrero y se dirige a la puerta, y en ese momento se enfrenta con una dama con un velo). DAMA. - (Con velo) Ay! Todo ha fracasado!...82

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ARBENIN. - Qu es esto? DAMA. - (Arrancndose de sus brazos) Djeme pasar! ARBENIN. - No! Este no es un grito fingido de una benefactora sobornada! (Dirigindose a ella) Cllese! Ni una palabra, o si no en el instante... Qu sospecha es sta?... Levante ese velo mientras estamos solos. DAMA. - Me he equivocado... He entrado aqu por un error. ARBENIN. - S, se ha equivocado en la hora y el lugar. DAMA. - Por Dios, djeme pasar! Yo a usted no lo conozco! ARBENIN. - Su turbacin me extraa... Usted debe descubrirse. Levante el velo. El est durmiendo y puede levantarse en cualquier momento. Yo lo s todo... Pero debo convencerme... DAMA. - Lo sabe todo? (Levantando el velo de la dama, retrocede asombrado; luego vuelve en s). ARBENIN. - Agradezco al Creador, que me ha permitido hoy no equivocarme. BARONESA. - Oh! Qu es lo que he hecho? Ahora todo ha terminado!83

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ARBENIN. - La desesperacin est fuera de lugar. No es muy agradable, ni muy divertido, por cierto, en una hora como sta, en vez de recibir abrazos apasionados, encontrarse con una mano fra. Un instante de temor no es todava una gran desgracia. Yo soy modesto y sabr callar. Puede usted agradecer a Dios que soy yo precisamente y no otro; si no, la noticia correra por la ciudad como un reguero de plvora. BARONESA. - Ah! El se ha despertado, habla! ARBENIN. - Est hablando en sueos... Clmese, yo ya me voy. Pero explqueme nicamente, qu poder tiene Cupido que este hombre la ha embrujado y por l todas las mujeres se encienden de pasin? Por qu no es l el que est desesperado a sus pies rogndole con juramentos y con lgrimas? Pero es usted, es usted misma, esa mujer espiritual, que ha olvidado la vergenza y que ha venido a entregarse? Explqueme qu poder tiene para que otra mujer, que en nada vale menos que usted, tambin est dispuesta entregar todo, la felicidad, la vida, el amor, por una sola mirada y una sola palabra. Para qu?... Oh, soy un imbcil! (Enfurecido) Para qu, para qu?... BARONESA. - (Categrica) Ya comprendo de que me habla... Ya s para qu ha venido...

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ARBENIN. - Cmo! Quin le ha contado? (Cambiando de tono) Qu es lo que sabe?... BARONESA. - Oh! Yo le ruego que me perdone... ARBENIN. - Yo no la he acusado. Por el contrario, me alegro por la felicidad de mi amigo. BARONESA. - Estoy enceguecida por la pasin; yo soy culpable de todo, pero esccheme... ARBENIN. - Por qu? A m realmente me da lo mismo..., soy enemigo de la moral severa. BARONESA. - Si no fuera por m, no hubiera existido la carta, ni... ARBENIN. - Ah! Esto es ya demasiado!... La carta!. .., Qu carta? Ah! Entonces es usted quien los ha juntado... y los ha aleccionado!... Hace mucho que usted se empea en ese nuevo papel? Qu es lo que la ha empujado?... Usted trae aqu sus inocentes vctimas o es que la juventud viene a usted? S, reconozco que usted es todo un tesoro, pero ya no me extraa el libertinaje de nuestras damas. BARONESA. - Oh, Dios mo!... ARBENIN. - Le hablo sin halago... Cunto le pagan por sus servicios estos seores? BARONESA. - (Cae sentada sobre un silln) Pero usted es inhumano!...

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ARBENIN. - S, me he equivocado, soy culpable. Usted lo hace por su honor! (Quiere salir). BARONESA. - Oh! Voy a perder el juiciol... Espere... Se va, no quiere escucharme... Oh... me muero!... ARBENIN. - Y bien, contine, eso la conducir a la gloria... No me tenga miedo y despidmonos... Pero Dios me libre encontrarnos nuevamente... Usted me ha quitado todo, todo en el mundo; la he de perseguir siempre y en todas partes; en la calle o en su soledad y en la sociedad! Y si nos encontrramos... sera para ambos una desgracia... Yo la matara... pero la muerte sera un premio que debo guardar para castigar a otra. Usted ve que yo soy bueno; a cambio de los tormentos del infierno le dejo el paraso de la tierra. (Sale). LA BARONESA SOLA BARONESA. - (Dirigindose a Arbenin, que sale) Esccheme, le juro que fue un engao... ella es inocente... y la pulsera... todo fue cosa ma... todo fue obra ma... Se fue y no me oye! Qu hacer? En todas partes la desesperacin... Debo decirle! Yo quiero salvarlo, cueste lo que cueste. Le rogar, me humillar,

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engaar, hasta puedo llegar a fingir cualquier cosa. .. pero... l se ha levantado... viene... Oh, qu tormento! LA BARONESA Y EL PRNCIPE PRNCIPE. - (Desde la otra habitacin) Ivn! Quin est all?... He odo voces. Qu gente! No se puede uno acostar a dormir ni por media hora. (Aparece) Ah! Qu visita! Hermosa, me alegro mucho verla. (La reconoce y se echa atrs). Ay, baronesa! No, no puede ser, es increble!... BARONESA. - Por qu ha retrocedido? (Con voz dbil) Est asombrado? PRNCIPE. - (Algo turbado) Naturalmente, me es muy agradable... Pero esta felicidad no la esperaba. BARONESA. - Y sera extrao que la esperase. PRNCIPE. - En qu he estado pensando? Oh, si yo hubiera sabido! BARONESA. - Usted hubiera podido saber todo y, sin embargo, no saba nada. PRNCIPE. - Estoy dispuesto a pagar mi culpa y recibir todo castigo con humildad; estaba ciego y mudo; mi ignorancia, los hechos... y ahora no encuentro ni palabra... (Tomndola de las manos) Pero sus manos

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estn heladas! Su rostro revela sufrimiento! Acaso duda de mis palabras? BARONESA. - Usted se equivoca! No he venido a pedir amor, ni rogar su reconocimiento; he decidido venir a verlo olvidando el temor y la vergenza natural entre nosotros, para cumplir una obligacin sagrada. Mi vida ha pasado y la que me espera es muy distinta. Pero fui motivo de una desgracia y habiendo decidido abandonar la sociedad para siempre, quera arreglar algunas cosas y para eso he venido. Estoy dispuesta a soportar mi vergenza, y si yo no me he salvado, tratar de salvar a la otra. PRNCIPE. - Qu significa esto? BARONESA. - No me interrumpa: me ha costado mucho esfuerzo decidirme a hablar de esta manera. Slo usted, sin saberlo, fue causa de todos mis dolores. Sin embargo, yo debo salvarlo... Por qu? No s... Usted no merece todos estos sacrificios; usted no puede amar... ni comprenderme... y quiz tal vez no es eso lo que yo quiero..., pero esccheme. Hoy he sabido, puedo decirlo, total es lo mismo..., usted le ha enviado ayer a la esposa de Arbenin, imprudentemente, una carta... Por las palabras suyas se podra suponer que ella lo quiere. Pero eso es mentira, mentira! No crea, por Dios!... Esa idea nos perder a todos, a todos! Ella no sabe nada...88

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Pero el marido ha ledo la carta y es terrible en el amor y en el odio! El estuvo aqu... l lo matar... est acostumbrado a la maldad... usted es tan joven... PRNCIPE. - En vano es su temor; Arbenin hace mucho tiempo que conoce la sociedad y es demasiado inteligente para decidirse a hablar pblicamente y por ltimo terminar sin necesidad, de una manera sangrienta, esta comedia. Si l se ha enfadado, no es todava una desgracia. Tomar las pistolas, mediremos los treinta y dos pasos... y le aseguro que estos galones no los he recibido por haber huido del enemigo. BARONESA. - Pero si su existencia para alguien tiene ms valor que para usted... y est vinculada con su vida... Pero y si lo mataran? Si lo matan... Oh, Dios, yo ser culpable de todo! PRNCIPE. - Usted? BARONESA. - Tenga piedad... PRNCIPE. - (Pensativo) Yo debo ir al duelo: yo soy culpable ante l, he herido su honor aunque no lo saba, pero no puedo justificarme. BARONESA. - Hay un medio. PRNCIPE. - Acaso sea mentir. Encuntreme otra solucin. Yo no mentir para conservar la vida. Voy en seguida!

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BARONESA. - Un momento... no vaya... esccheme. (Tomndolo del brazo) Todos estis engaados... Aquella mascarita... (Inclinndose casi sobre la mesa) fui yo. PRNCIPE. - Cmo? Usted?... Oh, qu ilusin!. (Pausa). Pero Shprij? El me dijo... El es el culpable de todo! BARONESA. - (Volvindose y apartndose algo) Fueron momentos de olvido, una locura terrible de la que me arrepiento ahora. Ya ha pasado y olvdese de todo. Devulvale la pulsera, que fue encontrada por casualidad por este destino extrao y promtame que este secreto quedar entre nosotros... A m me juzgar Dios y a usted lo perdonar... Yo me retiro... y pienso que ya no nos veremos ms. (Acercndose a la puerta, ve que l quiere seguirla) No me siga. (Sale). PRNCIPE. - (Solo. Despus de larga reflexin) Realmente no s qu pensar. De todo esto slo comprendo que he perdido una ocasin feliz como un simple escolar. Dejndola ir sin hacer nada. (Acercndose a la mesa) Pero... y esta carta? De quin es? De Arbenin?... Qu dice?... Estimado prncipe.: Te espero hoy en lo de M. a la noche; habr de todo y pasaremos un rato alegre. No te quise despertar, para que siguieras durmiendo toda la tarde. Adis. Te espero90

BAILE

DE

MSCARAS

sin falta. Tuyo sinceramente. Eugenio Arbenin. Hace falta realmente un ojo muy especial para ver en esto una amenaza. Dnde se ha visto que se invite a una cena antes de convocar a un duelo?

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MIJAIL

LERMONTOV

ESCENA IV LA HABITACIN DE M. (K